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—junio 2014— LETRAS RARAS r e v i s t a ®

Revista Letras Raras, agosto 2014

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Revista Letras Raras, agosto 2014. Revista literaria. Una publicación de Editorial Sad Face. Año 3, número 11.

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—junio  2014—  

L E T R A S

RARAS

r e v i s t a ®  

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ÍNDICE

Editorial . . . . . . . . . . . 4 Vad hände med dem? . . . . . . . . 5 Cables telefónicos corriendo junto a las líneas… . . 10 De todos los hermanos… . . . . . . . 12 Día sábado . . . . . . . . . . 14 El SMS . . . . . . . . . . . 18 La hechicera de la duna . . . . . . . 22 La mentira más pequeña . . . . . . . 26 Autores . . . . . . . . . . . 31

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CONTACTO

Facebook.com/LetrasRaras

@LetrasRaras

[email protected]

EDITORIAL

Pues ya llegó y ya está aquí el más reciente ejemplar

de su revista literaria consentida, con una

excelente selección de textos de autores ya

conocidos en las páginas de Letras Raras y otros

que debutan en este espacio (y a quienes deseamos

leer por aquí con frecuencia). La revista de este mes

está hecha con el cariño de siempre, igual que el pan

Bimbo, y estamos seguros será del agrado de

todos ustedes, lectores, seguidores, amigos y

acosadores.

Pasen, pasen por favor. Disfruten y siéntanse

como en casa.

Dirección  editorial,  redacción,  mercadotecnia,  ventas,  diseño  y  todo  eso:  Editorial  Sad  Face  L.  Revista  Letras  Raras  es  una  marca  registrada.  2014.  Año  3,  número  11.  Fecha  de  circulación:  agosto  de  2014.  Revista  editada  y  publicada  por  Editorial  Sad  Face.  Domicilio  conocido,  código  postal  90210.  Revista  producida  en  México.  Prohibida  su  reproducción.  Portada:  Anónimo.  Todos  los  contenidos  originales  aquí  verLdos  son  propiedad  de  sus  respecLvos  autores  y  están  protegidos  por  INDAUTOR  todo  poderoso…  ¡Así  que  no  te  fusiles  nada  o  te  sacaremos  el  corazón!  

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Vad Hände Med Dem?!José Luis Dávila

Suecia por la mañana. Las c a l l e s d e E s t o c o l m o abarrotadas y entre la gente Erik —abrigo gris, bufanda negra, zapatos bien lustrados— camino al trabajo. Lo veo de lejos, desde mi casa, cuando escucho “What you isn’t?”. No me cuesta reconocer que no sé narrar. Nada

más lo veo llevarse el cigarro a la boca. Un día escribí algo sobre fumar. Creo que él está influenciado por ese texto: un día le cayó en las manos un ejemplar de mi primer libro, una colección de ensayos, y ahí estaba, lo que le pareció la mejor lista del mundo. “El humo que sale de la boca es el mismo humo del que nacen las ilusiones, esas perras malditas que nos hacen creer en que la vida puede ser mejor de lo que aparenta”, leyó, y al momento supo que nunca dejaría de fumar.

Cuando sus amigos se alejaron, poco a poco, le quedó la sensación de

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vacío que ahora tengo yo. Si Erik supiera lo que me pasa en este momento, las circunstancias bajo las que escribo su vida, me daría una palmada en la espalda, sacaría del abrigo la cajetilla para ofrecerme un cigarro y luego me a c e r c a r í a e l f u e g o d e s u encendedor. Se quedaría unos segundos callado, mientras prende el suyo, y diría “todo va a estar bien, todo”. Mi padre acaba de morir, vengo de regreso del funeral y lo único que sé hacer es sentarme a escribir y pensar en cómo Erik podría apoyarme. Es difícil ver a los ojos a tantos rostros que te dicen que les duele tu dolor, pero no saben cuánto se equivocan; el dolor de uno nunca podrá compartirse, es algo que debe quedarse como personal, guardado de la vista de todos, alejado de la luz. El dolor es un vampiro que te bebe completo si no tienes cuidado pero, pese a eso, uno se deja clavar los colmillos porque sí, porque qué más da cuando se siente que todo está perdido.

Un día, ya viejo, Erik va a encontrarse en su casa, en invierno, y morirá rodeado de sus hijos, con el retrato de su esposa colgando de la pared frente a su

cama. Será feliz. Pero, por el momento, se dirige al trabajo, con la prisa habitual, pensando en todas las personas a las que tiene que saludar cuando llega y cuando se va. Le consuela que al final del día estaré esperándolo para platicar un poco. Me hice tiempo dentro de la apretada agenda de presentaciones que llevo porque fue el único con los huevos suficientes para acercárseme tras la conferencia que di en la Stockholms Universitet. “¿Podríamos hablar un segundo, maestro?”, me preguntó. Le dije que no tenía tiempo pero que se-

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guro me encontraría por la tarde del día siguiente en el café Vetekatten a eso de las seis. Me va a preguntar sobre mi vida en México, la forma en que me llegan las ideas para tantas cosas que cuento en mis libros, sobre cómo fueron esos años asesinos de la dictadura y la forma en que sobrevivimos. Yo le contaré sobre mi ex esposa, sobre las películas que nunca pude ver en el cine debido a la censura y la forma en que por error entré a un baño de señoras y me sacaron a bolsazos. También

Local 26, plaza La Noria, Puebla, Puebla.

Un espacio para tomar un rico café hecho al instante. También es un centro cultural que le da cabida a

todas las expresiones artísticas.

¡El mejor chai de la ciudad!

hablaremos del café y el cigarro. “Lo dejé el día que mi padre murió; estaba frente al ataúd, pensando en que el hombre ya no me iba a decir que consiguiera un trabajo de verdad, cuando de pronto me vi en casa, por la noche, reconstruyendo la forma en que lo vi descender a la fosa. Tomé mi cajetilla y la arrojé al cesto de la basura; aunque me di cuenta que estaba vacía el acto fue simbólico, casi ritual. Ese día empecé a escribir un cuento que nunca terminé”.

Sin embargo, para que eso suceda quedan muchas horas que Erik debe pasar trabajando, sumado a lo que le tome caminar hasta el café. Le doy vueltas a la idea sobre qué debería hacer Erik cuando se encuentre con Ada durante la pausa que hará para tomar café. La ama como se aman las canciones viejas que los abuelos nos enseñan, con la nostalgia y melancolía adecuadas. No lo voy a obligar a invitarla a salir, eso sería muy rudo de mi parte cuando apenas nos conocemos, pero quizá ella también tenga esos sen-

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timientos y sería una lástima que no pudieran intentarlo. Mi padre decía que nunca hay que quedarse con las ganas, mejor es quedarse con la derrota. En cierto modo, Erik también es su hijo; lo que hacemos justo después de enterrar a alguien es tratar de sacarlo de la tumba por los medios que podamos y yo quiero tomar todos los consejos de mi padre y darlos a Erik para que pueda alguien aprovecharlos. Me siento como en una burbuja que se eleva por sobre la ciudad y me deja ver cómo es el mundo ahora que él se ha ido. Lo que es ahora, es ahora, eso también me lo enseñó el viejo. Por eso no me engancho a su recuerdo, prefiero esperar hasta que Erik llegue a mi mesa para contarle este día.

Ada es perfecta. Es la reina del alto voltaje, electrifica cada parte del cuerpo de Erik. Me recuerda un poco a dos o tres mujeres. A mamá, por ejemplo, cuando la mirada de mi padre se posaba inescrupulosa sobre sus escotes durante las comidas familiares.

Sería tan fácil saltarme toda la narración sobre cómo Erik se siente ansioso cuando ve un cartel de camino a verme y recuerda todo lo que se le ha atado al olvido. Los segundos convirtiéndose en minutos, los minutos en horas, y así los años se forman lejos de las personas que una vez quisimos tener siempre cerca. Las vallas del tiempo, los límites de quienes somos están en ese lugar que llamamos reloj. Tantos espacios en los cuales estar y tan poca probabilidad de poder ser en ellos. A la salida del café, Erik me hará una última pregunta: “¿Conserva a sus amigos de hace años?”. Responderé que sí. “¿Qué pasó con ellos?”, me dice mientras tiende una mano para despedirse. Todos están en mis libros de una u otra forma, se lo confieso en medio de un abrazo. Será Suecia por la tarde, las calles de Estocolmo repletas. Erik alejándose a mi espalda, pensando en su día. Mi padre alejándose a mis pies, sin pensar nada más que en sí mismo. Yo alejándome de esta página en blanco para ir a llorarle, y que Erik se quede así, sin ser contado por completo.

F!I!

N!8

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Fotografía: Francisco Flores

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Cables   telefónicos   corriendo  junto   a   las   líneas   blancas  d e   l a   c a r r e t e r a  

Jorge M. Núñez

¿Entonces,  sí  te  vas  a  casar?  Sí.  Si  te  vas  con  él,  acabarás  siendo  un  ama  de  casa.  ¿Tú   crees?   Te   lo   aseguro,   ahorita   es   todo   azúcar   y   arco   iris,   pero   se   ve  controlador,  se  ve  posesivo,  digo,  es  muchísimo  más  feo  que  tú,  no  manches,  es  

obvio,   eso   le   crea   un   complejo   de   inseguridad   y  siempre  va  a  estar  pensado  que   lo  vas  a  cambiar  por   cualquier   Lpo   que   tú   voltees   a   ver.   Tú   y   tu  psicología  barata.  Bueno,  haz  lo  que  quieras,  pero  no   digas   que...   ¿Que   no   qué?.   Que   no   te   lo  adver].  Muchísimas  gracias  por  tu  interés.  No,  de  verdad,   te  digo  esto  porque  me  preocupo  por  L.  Bueno,   bueno,   ajá,   pero,   ¿y   tú?,   ¿qué   pasa   con-­‐  

Lgo?   ¿Conmigo?   No,   baboso,   con   el   que   está   en   la   otra   bocina   del   teléfono.  Pinche   graciosa…  pues   conmigo   nada,   igualito   como  desde   cuando  me   dejaste.  ¿Yo   te   dejé   ahora?   Bueno,   desde   que   nos   dejamos   de   ver.   Ah,   mira   cómo   los  eufemismos   sí   alteran   el   contexto.   Ahora   resulta   que   ya   sabes   palabras  rimbombantes.  Algo  bueno  tuve  que  sacar  de  L.  Y   todos   los  orgasmos  qué,  ¿no  cuentan?    

10

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[—Silencio—]   Me   estabas   diciendo   en   qué   estás   ahora   inmerso.   [—Silencio—]   Sí,  pues  nada  nuevo,  el  mundo  sigue  sin  sorprenderme,  aunque  úlLmamente  he  estado  teniendo  problemas  con  el  corazón,  según  María.  ¿Ahora  se  llama  María?  Penélope  María.  ¡Vaya!,  por  fin  te  llegó  tu  Penélope,  Ulises.  Ces't  la  vie.  ¿Y  ella  qué  dice?.  Ella  dice  que   vaya   al  médico,   para   ver   si   no  es  un   soplo,   una   arritmia  o   algo  parecido.  Deberías   ir,  no  sea  que   te  mueras  de   repente.  Sí,   con  una  obra   inconclusa,  que  no  tenga   senLdo,   para   ser   recordado   en   la   literatura   moderna   como   un   loco  incomprendido   que   cambió   el   rumbo   de   la   poesía-­‐cyberpunk-­‐nihilista  laLnoamericana  para  siempre.  Sí,  sí,  claro,  Joyce  y  Cervantes  se  quedan  pendejos.  Y  para  acabarla,  me  muero  este  año,  a  los  27,  ¿no?  Pero  tú  no  eres  músico.  Bueno,  a  los  33  y  formas  una  religión.  Modesto  como  siempre.  No,  mira,  mejor  voy  a  París  y  me  muero  indigente  y  sifilíLco.  ¡Ay,  Óscar!  Y  después  me  convierto  en  fantasma  y  me  voy  a  tu  casa  para  atormentarte  el  resto  de  tu  vida.  ¿Viajarás  de  París  a  Guadalajara  sólo  para  molestarme?  Soy  un  fantasma,  el  Lempo  ya  no  importa  para  mí;  llegaré,  y  tú   estarás   lavando   los   trastes   como   buena   ama   de   casa.   Chistoso.   Entonces  escucharás  que  se  abre  la  ventanilla  que  Lenes  de  frente  y  entrará  una  brisa  cálida  que  te  refrescará  el  rostro  y  secará  las  gotas  de  sudor  que  Lenes  en  la  frente,  bueno,  las  que  no  fueron  retenidas  por  el  paliacate.  ¿Paliacate?.  Sí,  sí,  claro,  tendrás  todo  el  atuendo  de  Cenicienta:  vesLdito  blanco  con  bolitas  verdes  arriba  de  la  rodilla,  mandil  blanco   sobre   éste,   tu   paliacate   deslavado,   que   solía   ser   rojo   y   que   ahora   es   como  gris-­‐blanco-­‐rojo;   ese   color   de   la   ropa   muy   desgastada.   [—Silencio—]   Y   con  huaraches.   Chanclas.   No:   huaraches.   No,   nunca   usaré   huaraches.   Lo   harás   por   él,  porque  cuando  te  cases  con  él  descubrirás  todos  sus  feLches,  como  que  le  gustan  las  mujeres   peludas   y   con   huaraches   que   muerdan   la   parte   posterior   de   sus   manos  mientras  lo  observan  lavarse  los  dientes.  ¿Eso  qué  pedo?  No  lo  sé,  pero  algo  así  bien  oscuro  Lene  el  pendejo  ése.  Déjalo  en  paz,  no  te  ha.  Bueno,  conLnúo:  entonces   la  brisa  mueve   tu   paliacate,   acaricia   tu   rostro,   secando   las   gotas   de   tu   rostro,   el   sol  blanco  de   la  mañana  ilumina  sólo   la  mitad  de  tu  rostro  y  te  calienta   los  pechos,  en  eso,   un   súbito   cansancio   te   ataca   y   debes   de   tomar   asiento,   jalas   una   silla   de   tu  comedor   redondo,   la  mesa  será  de  vidrio,  en   la  silla   te  sientas   lentamente,  con   las  piernas  abiertas,   sueltas   tu  pañoleta,   tu   rizos   caen  del  otro   lado  del   respaldo,   y   tú  recargas  tu  nuca  en  la  parte  final  de  éste;  sientes  cómo  una  gota  de  sudor  va  de  tu  sien  a  tu  mentón,  recuerdas  cómo  se  sen]a  mi  lengua  sobre  tu  barbilla;  una  brisa  un  poco  más   fría,   vuelve   a   entrar   y   te   recorre   las   piernas,   haciendo   que   te   erices,   te  quedarás  dormida,  pensando  en  mí,  con  el  corazón  laLéndote  abajo  del  ombligo.  [—Silencio—]  …  [—Silencio—]  ¿Qué  te  parece?  Me  parece  que  sigues  siendo  el  cobarde  irresponsable  de  siempre.    

f      i      n  11

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De todos los herm

anos, al calvo era al que m

ás le tom

aban el pelo.

Enrique Angulo M

oya

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ejvaldes.wordpress.com  

Ocho relatos de misterio y ficción

sobrenatural.

¡Pídelo en tu librería favorita!

“Este libro desafía al lector a abandonar la comodidad del día, de las verdades comprobables y de la cordura cotidiana, para adentrarse en ese delgado hilo de luz que se desdibuja cuando la informidad del universo puede adivinarse en medio de la noche oscura y la verdad resulta ser un tortuoso laberinto cuyos corredores nos conducen a descubrir que el horror nunca se ha construido a base de mentiras.

Víctor Miguel Gutiérrez Pérez

VISITA  

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Ezequiel Carlos Campos

DÍA SÁBADO Acabándome de levantar, mis padres abrieron la puerta y dijeron que tenía que sacar al perro a dar un paseo; no es hora de paseo, les contesté, son las diez de la mañana, d e j e n p r u e b o a l i m e n t o primero. Después del almuerzo fui a mi habitación y, cam-biándome con flojera, maldecía ser hijo único y ser el que tenía la obligación de llevar al perro de caminata. Él no es mío, yo no lo quiero, pero a mis padres no les interesa, es mi obli-gación como su hijo, dicen ellos. Bajé lentamente por las escaleras y encontré al abuelo en la sala, leyendo una novela cuyo autor no conozco y tomando una taza de café; lo saludé y, besándome en la frente, puso en mi mano un billete de cincuenta pesos, cómprate lo que quieras, hijo, espero y le compartas al perro. Gracias, contesté y fui al patio por él, le puse la primer correa que estaba a mi alcance y salimos de casa, pasando al lado de mis padres,

ellos no se dieron cuenta de nuestra salida, jugaban ajedrez en el comedor.

Afuera hacía un fuerte viento, no iba muy abrigado. No sé por qué cuando me siento solo entablo soliloquios o platico con cualquier cosa que me encuentre; en este caso el perro escuchaba mis palabras, le comentaba sobre la chica de la clase, la cual no se ha fijado en mí

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desde hace meses; la quiero mucho, le decía al animal, pero ¿sabes?, a ella le gusta alguien más, de eso estoy seguro. Ladraba, sacaba su lengua, movía su cola; tomaba eso como un no te desesperes, yo te ayudo. No sabía a dónde dirigirme, siempre lo llevo al mismo lugar, al parque donde las fuentes bailan. Cada vez que mis padres me piden sacar al perro me dan ganas de abandonarlo, pero siempre mi mente me dice no, no lo hagas, eso es malo, algo le puede pasar; soy muy débil, mi cabeza me controla, no he podido ni siquiera separarme de él un par de metros fuera de casa. También pienso por qué es tan importante en mi familia; era yo el que podía hacer lo que quisiera, pero desde su llegada todo cambió; él es ahora el centro de la casa, lo quieren, lo respetan, le compran lo mejor, es por eso que no me gusta; odio sacarlo. Las personas nos miran caminar, muchos me conocen, pero más al perro. A veces la señora del trece nos grita para saludarnos y le da galletas; a mí sólo me da los buenos días o las buenas tardes; el señor del

puesto de periódicos de la esquina hace algo parecido: se acerca a él y pone en su mano un pedazo de pastel para el perro; a mí nada más me saluda.

mataré a tus padres y luego a ti mataré a tus padres y luego a ti mataré a tus padres y l u e g o a t i

Acabándome de levantar del asiento en la parada del camión, lo sujeto bien y subimos al autobús, pago un boleto, el chofer dice algo entre dientes; no escuché bien, pero entendí algo como no puede ser, ojalá no deje ese perro sus regalos en el asiento. Encontré dos butacas en la sexta fila, a mi lado derecho. Nos sentamos y él sacaba la lengua como si estuviera contento después de una semana que no lo hacía; miraba a las personas que subían, bajaban, se sentaban, movían su cuerpo de incomodidad o se encolerizaban por el mal manejo del chofer de la unidad. Como siempre, cierro los ojos mientras mi mano aprieta la correa y cuento sesenta segundos antes de abrir de nuevo los ojos, lo hago para relajarme y olvidar esta horrorosa realidad.

Pensándolo bien, los sábados son aburridos porque dejo para ese

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día mis lecturas, pero mis padres están, desde temprano, o en algunas ocasiones casi en la tarde, interrumpiéndome en mi puerta: mi madre con los brazos cruzados, sin decir palabra, mi padre, no obstante, con las manos metidas en las bolsas del pantalón, diciéndome tienes que sacar al perro, no lo dejes más tiempo encerrado. ¿Por qué no lo sacan ellos? No hacen nada mientras yo salgo un par de horas, excepto jugar ajedrez mientras toman café. Miré para el frente y para atrás y vi que el camión estaba lleno; sería difícil bajarme con él. Las mujeres gordas, que en ocasiones ocupan dos lugares, no se expresarían bien si el perro las toca, tampoco la gente parada dejaría pasar tan fácil, y yo cargando este animal; siempre se me complica. Me levanté y poco a poco empujé gente, casi caigo porque un pasajero tenía en el suelo una maleta que no vi. Caminamos rumbo al parque y lo amarré a un árbol; fui a un puesto donde venden golosinas y compré dos chocolates en barra y una rebanada de pastel con el billete de cincuenta. Llegué a donde estaba y me senté a su lado. Le seguí contando sobre esa chica de la clase mientras comíamos. Sacaba el perro de vez en vez la lengua, percibí que tenía sed y allí voy yo, como si fuera su esclavo, a buscar una botella de agua.

Me entró el pensamiento de siempre: por qué no olvidar al perro ahí, amarrado al árbol; no sé, pero me sentía capaz de hacerlo ese día. Gracias por el agua, señor, y caminé en dirección contraria donde me tenía que dirigir. Por su culpa mis sábados son aburridos, no puedo leer tanto porque mis padres allí están, parados en mi puerta diciéndome saca al perro a pasear, es tu obligación. Caminé a mirar los libros en una librería; fui por un helado y lo comí como nunca; me sabía tan rico. De repente, unas cuadras adelante, en mi cabeza ya estaba esa voz de nuevo: no, no lo hagas, eso es malo, algo le puede pasar. No quise tomarle importancia y caminé, tratando de que se fuera; pero no, cada paso que daba más le escuchaba. Ahora no era la misma voz, era otra, un poco más grave: si no vienes por mí mataré a tus padres y luego a ti. Empecé a sudar, las gotas caían de mi cara al suéter; no era verano, no hacía calor, pero allí estaba yo, sudando a chorros; me sentía mal. La voz y las mismas palabras las escuchaba con más fuerza, más grave aún. Me paré y me sostuve de una pared. Dos niños que jugaban me miraron sorprendidos: oye, amigo, ¿te sientes mal?, estás sudando demasiado. Negué,

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aunque por dentro no estaba bien. No podía pensar en otra cosa: si no vienes por mí mataré a tus padres y luego a ti. De mi nariz empezaron a brotar gotas de sangre. Saqué el pañuelo que siempre cargo, porque el perro babea mucho y lo utilizo para secarme; me limpié, caminé en dirección al parque; no lo podía olvidar, no hoy. Tomé un poco de agua de la botella, mis labios estaban muy secos. Mientras más pasos daba hacia el jardín dejaba de sudar y de sangrar. Si no mal recuerdo, hasta me sentía mejor. La voz poco a poco se disipaba de mi cabeza. Pasé por el puesto de periódicos del señor y en un momento llegué a donde estaba el animal. Parecía que no hubiera tardado tanto; ahí estaba parado, con su gran lengua de fuera, contento por mi regreso. Le di el agua en su hocico. Me senté en el pasto, junto a él. No sabía qué era lo que había pasado.

Acabándome de levantar, nos dirigimos a la casa, subimos al camión y la misma historia: mucha gente, dificultad para subir y para bajar. Tomé muy fuerte la correa; estaba cansado, dejé que él me llevara, sabía el camino. Entramos a la casa y mis padres jugaban al ajedrez, tomando café y fumando cigarrillos. No tardaste nada, expresaron. Dejé al perro en su lugar especial y maldije el día. Ya en mi habitación, me recosté y, poniéndome la almohada en la cabeza, descubrí por qué mis padres le tienen tanta admiración a ese animal; quizá también esa voz entra a sus mentes: si no me sacan a pasear los mataré.

FIN

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Omar Méndez Castillo

EL SMS

Me he enterado que voy a ser padre. Me lo ha hecho saber mi pareja por medio de un mensaje de texto: sonó el móvil, lo des-bloqueé, leí el mensaje y lloré. Fue hermoso. Ese mismo día, p resa de la ans iedad , co r r í a l supermercado, me afi l ié al esta-blecimiento para anticiparme a ofertas y puntos, que a la postre me repre-sentarían ahorros y beneficios, y después compré comida para bebé. Pensé en comprar pañales, pero no me decidí por una u otra marca; había tantas ofertas que me fue imposible. Decidí volver después con mi pareja.

Por la noche, un poco más tranquilo, y aprovechando el vuelo en el que me encon-traba, decidí coger lápiz y papel y hacer un listado de las cosas que tendría que cambiar a partir de mi paternidad. Comparto algunos de los puntos:

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•  Tomar menos alcohol y hacer más ejercicio, pues necesito estar sano.�

•  Aprender a lavar la ropa y los trastes de la cocina. �•  Gastar menos dinero en apuestas.�•  Leer libros sobre paternidad. �•  Dejar de decir maldiciones y groserías sin razón aparente. �•  Dejar de coquetear con otras chicas (pues debía dar el ejemplo

de cómo ser un buen hombre). �•  Pasar menos horas en el bar y en el puticlub y más horas en la

casa. �

La semana siguiente a la noticia me compré un perro; mi intención era empezar a ser responsable con el pequeño cuadrúpedo: comida, aseo, veterinario y todos los por menores que surgieran, así, para cuando yo fuera padre sería más responsable y experimentado.

También cambié de trabajo, puesto que en él viajaba mucho y me mantenía muy ocupado, tanto que desde aquel día que compré el perro no había hablado con mi pareja; habían pasado cinco meses. Suponía que todo iba bien, ya que las malas noticias llegan rápido; a la fecha no tenía ninguna noticia, ni buena ni mala.

Me propuse reactivar los contactos con compañeros del colegio, pues sabía gracias a Facebook quiénes de ellos eran casados y con hijos, y yo necesitaba ese ambiente para cuando fuera padre.

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Toqué el timbre. Me abrió ella con su esbelta barriga convertida en una gran panza, me recibió con unas cuantas groserías que a la fecha no recuerdo, se serenó, respiró profundo y se disculpó; se disculpó una y otra vez; dijo sentirse fatal y lloró por un rato hasta que, por fin, reconoció que aquel mensaje de texto había sido un error: el destinatario original no era yo, ni esa era más mi casa ni ella mi pareja, ni mi perro mi perro.

Habían pasado casi nueve meses y yo apenas iba de regreso en un avión; había pasado los últimos tres meses y medio incomunicado debido a la si tuación geográf ica en que me encontraba trabajando. Lo primero que hice al aterrizar fue prender el teléfono; tenía más de cuarenta l lamadas perdidas de mi pareja y bastantes mensajes de texto. Imposible leerlos. Me preocupé; quizá ya estaba dando a luz, quizá había dado a luz días atrás, quizá era una emergencia, cuántas posi-bilidades y yo con el teléfono cortado. No podía llamar. Me apresuré a llegar a casa, bajo las escaleras estaban dos maletas grandes, esperando; supuse que era la ropa para la maternidad. Me extrañó que no estuviera el perro que había comprado antes y que la chapa de la puerta se hubiera cambiado. F

IN

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La hechicera de la duna

Fernando Irineo

[A  Carol  Díaz]  

El  viento  mueve  los  minúsculos  granos  de  arena  formando  una  suave  corLna  de  polvo.  Ante  los  ritmos  de  las  palabras  de  la  hechicera,  el  torbellino  de  arena  se  alza  y  se  alarga.  Silba  un  nombre  que  es  el  nombre  de  mil  años,  de  la  eternidad;  el  nombre  del  amor  ha  de  pronunciarse  cuidadosamente  para  que  cada  letra  cobre  significado.  En  el  Desierto  es  posible  decir  lo  que  no  se  puede  invocar  con  palabras.  En  el  Desierto  las  palabras  se  dejan  quemar  por  el  sol  y  la  hechicera  conoce  las  formas  del  calor,  las  formas  ondulantes  que  quiebran  la  vista  y  deforman  la  realidad.  Otra  realidad  surge  cuando  el  oleaje  transparente  del  golpe  de  ardor  invade  el  arenal.  Somos  otros,  somos  otras  al  iluminarse  nuestras  sombras.  La  hechicera  permanece  inmóvil.  Solamente  su  cabello  negro  se  deja  mecer  en  el  caprichoso  vaivén  aéreo.  Sonríe.  En  sus  dientes  

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diáfanos  se  ven  océanos  lejanos,  de  orillas  espumosas  y  brillantes.  Diminutos  soles  se  alojan  entre  sus  labios.  En  los  ojos  lunas  irisadas.  La  piel  oscura,  bronceada,  dorada.  Agita  los  brazos  y  las  caderas  en  una  danza  lenta,  pensando  en  cada  movimiento.  El  amor  se  mueve,  se  dice  y  se  vive.  Primero  en  un  caminar  obsLnado;  luego  iracundo.    

 Mas  no  hay  prisa  para  la  hechicera  ni  para  el  amor;  el  camino  de  los  secretos  de  la  arena  son  las  sendas  de  la  incerLdumbre.  El  viajero  inexperto  muere  en  el  Desierto;  el  amante  inexperto  también.  La  magia  recitada  en  hechizos,  en  verbos  que  comandan  el  porvenir,  poco  Lenen  de  fortaleza  cuando  hay  amor  en  el  medio.  La  carne  del  hombre  y  de  la  mujer,  de  los  niños  y  las  niñas,  es  el  amor.  Los  huesos  pueden  quebrarse  en  asLllas  nimias,  la  sangre  puede  secarse  y  las  lágrimas  pueden  labrar  surcos  debajo  de  los  ojos  para  después  morir.  El  amor  no  se  troza,  no  se  evapora,  no  muere.  La  piel  del  amor  es  eterna.  El  amor  es  un  laberinto  de  pieles  que  se  rozan  entre  sí.  El  laberinto  del  amor  no  Lene  salidas,  provista  de  espectaculares  ingresos  no  permite  libertades  simples.  El  amor  que  Lene  puertas  se  vuelve  una  prisión.  El  amor  y  la  libertad  se  encuentran  y  se  funden.  La  libertad  en  las  manos  de  la  hechicera  le  permite  moverlas  para  amar.  Si  la  libertad  es  movimiento,  el  amor  es  arLculación.  Sus  muñecas  giran  y  sus  dedos  tocan  los  granos  de  arena  que  se  acercan.  Las  yemas  de  los  dedos  de  la  hechicera  tactan  el  aire.  Invisible  y  presente,  el  aire  es  un  dios  pubescente.  La  sombra  del  amor  es  la  libertad.  El  amor  no  conoce  la  oscuridad.  En  el  amor,  como  en  la  libertad,  las  noches  no  existen.  La  persona  amada  es  una  patria  libre,  abierta,  de  mañanas  absolutas.  Un  remolino  de  arena  envuelve  a  la  hechicera.  Ella  cierra  los  ojos,  su  piel  escucha  los  giros  de  otras  manos,  las  manos  del  Desierto  que  la  palpan.  Abre  los  ojos  y  percibe  el  sabor  salado  del  Mar  que  se  ha  ido  y  se  ha  secado.  Llora  para  redimir  la  ausencia  de  humedad.  No  es  suficiente.  Las  lágrimas  del  amor  no  alcanzan  para  salvar  un  océano.  El  llanto  no  salva,  es  saladura  de  la  escaza  humedad  corporal.  El  torbellino  se  ha  vuelto  bruma,  las  lunas  de  la  hechicera  se  eclipsan:  la  han  cegado.  La  sabiduría  de  la  humanidad  no  Lene  ojos.  Los  invidentes  son  profetas  del  silencio  y  del  pasado.  El  sonido  del  vacío  es  el  único  aliado  de  los  amantes.  Amar  es  caer  en  ceguera.  Amar  es  ver  el  abismo  y  no  pensar  en  su  infinitud.  Cuando  se  ama  no  se  cree  en  el  fin.  A  gatas,  la  hechicera  padecía  los  granos  de  arena  restregarse  en  sus  rodillas.  Antes  de  levantarse  sinLó  una  

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inesperada  ráfaga  de  viento  frío  acercarse  a  su  sexo.  Le  refrescaba  profundamente  y  el  viento  dio  paso  a  una  Lbia  humedad.  El  placer  le  devolvió  la  vista.  El  amor  cegado  Lene  el  color  de  los  cuerpos  para  guiarse.  La  imaginación  no  es  una  doncella  virgen,  es  toda  la  virilidad  y  toda  la  

 El  amor  es  la  conLnuidad  de  lo  inexplicable.  Se  le  puede  esperar  o  negar,  jamás  propiciar.  El  sol  huyó  y  la  noche  apareció,  la  hechicera  volvía  a  ser  viento  y,  dormida  sobre  un  médano,  anhelaba  la  mañana  para  usar  su  voz  y  deletrear  los  múlLples  nombres  del  amor.  El  amor  no  le  respondía,  callaba  y  usaba  el  lenguaje  de  la  lenLtud  para  acercarse.    

femineidad  ataviadas  en  brocados  de  escandalosa  riqueza.  La  imaginación,  duna  secreta  en  la  planicie  de  la  inspiración;  enriquecida  con  posibilidades.  Erguida  en  el  medio  del  Desierto,  la  hechicera  conLnuó  su  danza.  Invocaba  el  nombre  del  amor,  los  rostros  del  pasado,  del  presente  y  del  futuro.  El  amor  no  Lene  Lempos:  el  amor  es  el  Lempo.  La  hechicera  se  desvanecía  en  la  impaciencia.  El  amor  no  se  invoca,  no  es  presencia.    

FIN

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La Antología Letras Raras de narrativa y

poesía reúne todos los cuentos y poemas

originales que se publicaron en la revista

durante su primer año de circulación (junio

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LA MENTIRA MÁS PEQUEÑA

Juanito Pereira

En el año de 1998 era más fácil contar una historia y que alguien te la creyera, después de todo, no había Google ni teléfonos inteligentes que pudieran ser utilizados en tu contra. La siguiente es una de esas historias, la cual aconteció en mi pueblo: Santa Margarita. Es acerca de un grupo de amiguitos a los que les encantaba ir al cine aunque éste sólo contara con una sala que exhibía películas de seis o más meses de antigüedad.

Daniel, Gustavo, Mario y Raymundo se conocían desde los cuatro años. Se la pasaban juntos todos los días después de clases y ya se sen-

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tían todos unos adultos aún cuando apenas cursaban el quinto año de primaria.

Un viernes por la tarde entraron a la única película que el cine exhibía. Se llamaba Los Retratos, una comedia romántica con actores que ninguno de ellos había visto antes. Pero a los chicos no les importaba; el ir al cine era el pretexto perfecto para no hacer la tarea y aparte poder disfrutar de unas palomitas y un refresco. A la mitad de la película Gustavo casi se para sobre su asiento para gritar: “¡Mira, Daniel, eres tú!”. Claro que ese tipo de exclamación conllevó un “¡Shhhh!” del resto de la gente presente en el cine.

Ya al final de la película, cuando estaban empezando a rodar los créditos, Raymundo propuso que se quedaran para ver si salía el nombre de Daniel en la pantalla. Para todo esto, el joven Daniel no había dicho ni una palabra, sólo mostraba una sonrisa de esas que los culpables suelen tener. “¡Ah no ma…!”, exclamó Mario. “¡Ahí está tu nombre! ¡Daniel García!”, gritó Gustavo, eufórico.

Salieron del cine todos contentos y entre risas porque, aparentemente, Daniel había salido en una película de Hollywood aunque fuera por cinco minutos y con sólo un par de líneas de diálogo. Los chicos llegaron a la conclusión de que, como la mamá de Daniel tenía familia en Los Ángeles, de seguro fue el verano pasado cuando él grabó su parte en la película.

—Ya dinos, Daniel, no te hagas de rogar —dijo Raymundo.

—Se ve que eras tú. ¿Por qué no has dicho pa-

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labra desde que salimos del cine? —preguntó Mario.

Daniel sabía que nada de lo que decían era verdad. Él no había grabado ninguna película. Que el otro niño tuviera su mismo nombre y se pareciera a él era una enorme y absoluta coincidencia. Pero Daniel sabía que podía volverse famoso en el pueblo con sólo decir que sí, que sí era el niño en la película. Y así lo hizo: les contó con lujo de detalle cómo era un set de filmación y sobre la parte en que él decía unas líneas pero que cortaron injustamente. Si bien Daniel no había participado en la película, su imaginación y narrativa eran de lo más convincentes. Tanto que sus amigos quedaron anonadados.

Daniel se fue a su casa pensando que había pasado un buen rato siguiéndole la corriente a sus amigos. Quién iba a decir que el lunes en la escuela todos estabarían enterados del gran actor en potencia que estudiaba entre

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ellos. La historia se hizo mucho más grande cuando los papás, que trabajan en la capital, le contaron también a sus compañeros. Por algún motivo o circunstancia, hasta una televisora mandó camioneta con reportera y camarógrafo para entrevistarlo.

Cuando la historia se difundió en las noticias en cadena nacional, a la distribuidora de la película en México le pareció curioso e indagó con la oficina del estudio en Estados Unidos si acaso ello era cierto. Resulta que, cuando la empresa reveló la farsa, la distribuidora contactó a la cadena de televisión y juntos acudieron al pueblo a presentar una demanda contra el pobre Daniel por daños de imagen, robo de identidad y quién sabe qué otras cosas.

Total que después de un par de meses de pleito la distribuidora retiró los cargos y el asunto no pasó a mayores. Pero la mamá de Daniel estaba tan avergonzada, sin mencionar que ya era víctima de constantes señalamientos y burlas en el pueblo, que mejor optó por irse a vivir a Estados Unidos, obviamente llevándose a su hijo con ella.

Actualmente nadie en el pueblo sabe qué pasó con Daniel García. Ni usando Google se encuentra rastro de él. Muchos dicen que su mamá se casó con un gringo y le cambió el apellido. Lo que se llegó a rumorar a un año de su partida fue que Daniel, muy a escondidas, fue al casting para otra película. Al terminar de leer su dialogo el director le preguntó: “¿Acaso tú no eras el niño al que dirigí en Los Retratos?”, a lo que Daniel, con media sonrisa dibujada en el rostro, respondió con un concreto y sencillo “¡Sí!”.

No cabe duda que la mentira más pequeña puede llegar a convertirse en una gran historia.

FIN 29

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Enrique  Angulo  Moya     Su   vida   profesional   se   ha   desarrollado   en   el   ferrocarril.   Estudió   Formación  

Profesional  en  la  rama  de  la  electrónica  y  después  la  carrera  de  Geograoa  e  Historia.  Leer  y  escribir  le  ha  gustado  desde  siempre,  como  afición  prácLcamente  secreta.  

Ezequiel  Carlos  Campos     Estudiante   de   la   licenciatura   en   letras   en   la   UAZ.   Ha   publicado   cuentos   y  

ensayos  en  las  revistas  Abra  Palabra  y  Barca  de  Palabras,  así  como  en  la  antología  virtual  Todos  juntos  hacia  un  mismo  sin;n,  editada  por  el  IZC.  

Omar  Méndez  CasOllo    Oaxaqueño  y  pidigueño,  en  una  relación  con  la  psiqué.  

Fernando  Irineo     incipiente   escritor,   cronista   de   la   Ciudad   de   México,   revolucionario   y  

socialmente  incómodo.  Escribe  para  SPD  No?cias  y  otros.  

Juanito  Pereira     Juanito   Pereira   es   un   reconocido   economista.   Escritor   de   columnas   en   los  

cinco   diarios   más   importantes   de   Europa.   Miembro   del   comité   selector   de   los  premios  Nobel.  Disfruta  de  los  paseos  en  tren  y  bicicleta.  

José  Luis  Dávila    Puebla,  1990.  Se  desempeña  como  director  de  CincoCentros.com,  profesor  de  

redacción  e  invesLgación  y  Lord  Sith.  

Jorge  M.  Núñez    Perverso  polimorfo.  

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