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—mayo 2014— LETRAS RARAS r e v i s t a ®

Revista Letras Raras, mayo 2014

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Revista Letras Raras, mayo 2014. Revista literaria. Una publicación de Editorial Sad Face. Año 3, número 8.

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—mayo  2014—  

L E T R A S

RARAS

r e v i s t a ®  

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Dirección  editorial,  redacción,  mercadotecnia,  ventas,  diseño  y  todo  eso:  Editorial  Sad  Face  L.  Revista  Letras  Raras  es  una  marca  registrada.  2014.  Año  3,  número  8.  Fecha  de  circulación:  mayo  de  2014.  Revista  editada  y  publicada  por  Editorial  Sad  Face  y  Her  Majesty’s  Entertainment.  Domicilio  conocido,  código  postal  90210.  Revista  producida  en  México.  Prohibida  su  reproducción.  Portada:  Anónimo.  Todos  los  contenidos  originales  aquí  verOdos  son  propiedad  de  sus  respecOvos  autores  y  están  protegidos  por  INDAUTOR  todo  poderoso…  ¡Así  que  no  te  fusiles  nada  o  te  despellejaremos  vivo!  

Todos  los  derechos  reservados.  Bajo  las  sanciones  establecidas  por  las  leyes,  esta  publicación  no  puede  ser  reproducida  total  ni  parcialmente,  ni  registrada  o  transmiOda  por  un  sistema  de  recuperación  de  información  o  cualquier  otro  medio,  sea  éste  electrónico,  mecánico,  fotoquímico,  magnéOco,  electrópOco,  por  fotocopia,  o  cualquier  otro,  sin  permiso  por  escrito  previo  de  la  editorial  y  los  Otulares  de  los  derechos.  

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Pásenle, pásenle...

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ÍNDICE

Editorial . . . . . . . . . . . 4 Debiste . . . . . . . . . . . 5 Trastorno . . . . . . . . . . 6 La doble y única prisión . . . . . . . 10 Dos maldiciones . . . . . . . . . 13 Atrapado . . . . . . . . . . 16 Las torres . . . . . . . . . . 17 Un decapitado junto a la vía del tren . . . . . 20 Sobre los tacos árabes en Puebla . . . . . 21 Autores . . . . . . . . . . . 27

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Editorial

¿Se  dieron  cuenta  que  no  hubo  revista  en  abril?  Pues  sí,  amigos,  esas  cosas  pasan,  pero  

—el pinche editor—

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mayo 2014

no  se  alarmen,  pues  ya  estamos  de  regreso  para  presentarles  una  selección  de  los  mejores  trabajos  que  nos  han  hecho  llegar  a  la  bandeja  de  entrada.  El  presente  ejemplar  reúne  sobre  todo  trabajos  de  narrativa,  algunos  de  ellos  de  autores  que  ustedes,  seguidores  veteranos  de  esta  publicación,  ya  conocen,  así  como  otros  que  se  suman  al  honorable  roster  de  Letras  Raras.  

 Sean  bienvenidos  al  más  reciente  ejemplar  de  ésta,  su  revista.  Disfrútenlo  y  con  mucho  gusto  nos  saludamos  en  junio,  mes  de  aniversario  para  quienes  trabajamos  en  la  edición.  

 Saludos  cordiales.  

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Mario C. Gonzá

lez debiste

Maldita sea. Si te pensabas largar hubieras dejado a cambio de esta carta una botella de vodka... ¡Carajo! Bien sabes que me ayudaría a olvidarte. Debiste llevar contigo todos los besos que aún conservo y que eran tuyos. ¿Por qué tenías que dejar tu esencia, tu estúpido recuerdo en mi memoria o el maldito roce de tus labios en los míos? También debiste haberte llevado la mitad de mi corazón y las marcas en mis manos que quedaron hechas por tu piel. Por último y principal, debiste llevar contigo todos mis poemas, o aún mejor: la mano con la que escribo. Quizá también mis piernas para no seguirte. Qué va... Me hubieses llevado contigo.

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TR

AST

OR

NO

Jaime Carcaño

—Te amo.

—Yo sé.

Lo noté a los siete años: Alfredo, la tortuga de la clase, murió. Chuchín lloraba, igual que Karem y Stefi. Yo no. No entendía nada de todo aquello; aún no lo entiendo. Lloré. Cristal, supongo; he olvidado el peso de las lágrimas.

No conozco la empatía. Conozco la palabra empatía y su significado, pero no me representa nada. Es como describir el aceitoso y ácido amarillo a un ciego, supongo. ¿La empatía es aceitosa y acida? ¿Es amarilla? No lo sé, imagino que eso me hace un tanto ciego también.

Recuerdo la muerte. Yo morí a los cinco. Bien muerto. Mi hermano también murió, pero no lo sabe. Su muerte fue rápida y muy permanente. Ahora las muertes no ocurren más. Imagino que sólo hay una muerte, la primera, las demás son esa misma muerte reutilizada, visitada de a chupetes, prestada de lo ajeno, del cadáver apestado a infancia, a lástima, a asfalto y gasolina.

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A veces me gusta pensar que siento y no me doy cuenta. A veces me gusta pensar que siento y me doy cuenta, pero me miento. No es fácil mentirse todo el tiempo, pero hay que hacerlo, por misericordia y humanidad.

Cuando cumplo años, siento eso que sienten cuando cumplen años, esos dos centímetros que uno crece inmediatamente al levantarse de veintiséis años. Siento una cana que brota. Siento anaranjado.

Cuando la vi lo supe; ahora mismo debo estar embelesado. ¿Enamorado quizás? ¿Hay requisito para enamorarse? ¿Hay que coger? ¿Besarse? ¿Conocer a los padres? ¿Dormir abrazados? ¿Declararlo expresamente? ¿Quizás?

Supongo que el amor también existe de manera individual e irrepetible. Uno lo reconoce, mas no lo crea ¿Pero qué pasa cuando uno es un tanto ciego?

Ella es mía y yo soy suyo. Y le amo. Y nos amo. Y me amo siendo parte de ella. Eso lo sé, nunca lo he dudado. Lo sé aunque no lo note. Lo sé aunque no lo vea. Lo siento aunque no me dé cuenta. Mi amor lleva los labios rojos y el pelo crespo. Es así, de pecho tibio y manos heladas. No, ella no es el amor; no son lo mismo, pero son de la misma talla. De mi talla. Es aceitoso el amor, no como el amarillo, sino como el fa del chelo. No es suave pese a lo que se p u d i e r a p e n s a r ; e s a fi l a d o , puntiagudo. Es aislado, vibra solo, todo el tiempo. Vibra. Es eso: el amor vibra. Vibra en mis manos. En sus rodillas. Vibra en mis labios torpes y su aliento que me bebo de golpe. Es dulce el amor y se escurre como jugo de durazno por las mejillas. Nos embarramos la camisa con amor. Nos embarramos el alma y la existencia. Yo le amo, eso lo sé, nunca lo he dudado.

Yo le amo, eso lo sé, nunca lo he dudado.

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Todo es susceptible de control. Me gusta pensar eso. Cuando me dijeron que la tía Pilar había muerto separé los labios. Justo, perfecto. Menos hubiera significado que engañaba al tío Roberto. Más, que había ganado una beca del colegio por aprovechamiento. Pero no: ella murió en ese medio centímetro entre mis labios. Ahí, asomada entre mis dientes inferiores, quedó su vida entera.

A ella la celo, por supuesto. Siento esa punzante vergüenza que se aloja en el apéndice. La inseguridad que me vacía de sangre las piernas. La celo, como cuando estoy desnudo; me sé expuesto, vulnerable, con comezón en la nuca. ¿Miedo a perderla? No. Nunca ha sido mía ni dejará de serlo. Tengo miedo a pasar uno de sus minutos sin ella. Que nos dejemos de lado, así, sin octavas. Miedo, como cuando se te termina la leche para el cereal y olvidas todas las palabras. Como despertar siempre a la misma hora. Como olvidar las comas para siempre. Y los puntos. Miedo. Arenoso y frío miedo.

Le amo, así que me ha gustado, supongo. Hay estética en la forma en que toma la cuchara. Con cuidado y sin recatos. Y viste a los colores, los adorna. Y sonríe como laguna a medio día. Me mira fijamente y puedo sentir que se me arruga cada centímetro del esternón cuando ella arruga la nariz. Y sus besos son pimienta con mejorana. Y canta como la frambuesa, pero más obscuro.

Es un milagro cotidiano; ahí reside su poder. Si la quinta de Beethoven llevara tacones, sería imposible reconocer a una de la otra. Duda mucho, le parpadea la voluntad. Ama por completo en amaneceres de color salmón y rocío de clavel en botón. Me ha dicho que no le gusta el clavel. Yo sé que de ahí nacen sus dudas, pero me cuesta explicárselo.

yo amo y ya. yo amo y ya.!yo amo y ya. yo amo y ya. yo amo y ya. yo amo y ya.!

!

! No sé qué se supone que uno haga cuando ama. Hay tipos talentosos que pueden amar y tomar la ducha. Yo no; yo amo y ya. Como las camelias que caen de la ternura, así le arranco la ducha al amor. Le robo un plato de sopa de cebolla que me como con un par de sus crutones. Me lo bebo sin azúcar por la mañana. Y me pregunto constantemente: ¿dónde acaba el amor y comienza la muerte? !

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Y soy grande ejerciendo el alma; al menos me parece que es así. La cobijo y le beso la frente. Le cocino. Le hablo y la huelo todo el tiempo. La miro cuando hace nada; cada paso que da yo lo observo. Lo estudio. Lo hago mi paso como he hecho mías cada una de sus cicatrices. Nuestras cicatrices. Entono su voz. Le caliento el agua. Rozo su lengua con la mía. Y cierro los ojos. Siempre los cierro. La pruebo. Me tomo mi tiempo. Y la pruebo nuevamente. Llevo sus besos a todas partes. Visto sus besos en el bus. En la oficina. Los combino con la corbata. Y pongo mala cara cuando está menstruando. Y maldigo desconocidos. Y me disculpo por haber dicho algo que nunca dije. Y la escucho. Mucho más de lo que piensa. Escucho lo que no dice. Escucho lo que calla. Escucho sus historias duras que disfraza de anécdotas escolares. Escucho que le tiembla la voz cuando no dice eso que le sucedió, cuando no confiesa que la lastimaron. Y le abrazo. Le abrazo cuando, entre el precio de las tortillas y el limón, me ha llorado una vida de silencio y sentencias. Y pecados ajenos. Le abrazo para que sepa que no me importa que haya sido inocente. Que no me corrompe el miedo. O que temeré con ella si es necesario. Que me aterraré del mundo entero y me haré pedazos. Y me quedaré sin palabras. Y sin puntos. Y sin comas. Y sin leche para el cereal. Despertando por siempre a la misma hora.

Hoy me ha visto, ignorante de mis medidas exactas y mis cálculos precisos con los que peso la sonrisa que me ha sembrado bajo su beso de buenos días. Me ha visto como nunca nadie me ha visto. Vacío del todo. Abandonado a su merced. Tomado de sus últimos ayeres. Sin idea del todo. No amarillo. No aceitoso. Transparente como lo es la gente que no siente y lo sabe. Pero se engaña. Separo los labios. Lloro.

—Te amo.

—Yo sé.

FIN

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Jorge Méndez Núñez

L A D O B L E

y ú n i c a P R I S I Ó N  

Desperté   angustiado,  con   la   impresión   de  haber  escapado  de   la  muerte;  de  la  patética  muerte   causada   por  la   asFixia   de   mis   Flemas,   por   estas  estúpidas   alergias   que   nunca  me   han  dejado  vivir   tranquilo.  En  el  sueño  yo  repetía  una  palabra:  “Fjarya”.  “Fjarya”,  palabra   que   no   podía   enunciar  correctamente;  el   sonido  de   la  Y  y  de  la   F   con   la   J   ocasionaban   una  confusión  en  mi  garganta.    

 Me  desesperaba  en  dos  niveles;  dentro  del   inconsciente  por  no  poder  hablar  bien;   en  el   consciente   (¿o   será  al   revés?)   porque   durmiendo   boca  arriba,   con   Flemas   y   mocos,   me   era  muy  diFícil  respirar.    

  Me   levanté   con   la   angustia   en  las  palmas  y  no  supe  qué  hacer;  fui  al  baño,   me   lavé   las   manos,   vi   mis  rostros   morenos,   ojerosos,   desali-­‐ñados,   con   la   barba   revuelta   —debería  quitármela  ya,  creo  que  tanto  

vello   eventualmente  es   insalubre,   se   me  queda   siempre   un  poco   de   leche   en   los  bigotes,   no   sé   qué  

pasará   con   mis   dedos   sin   barba   qué  acicalar,   si  me   reclamarán   y   se   irán   a  mi   cabello—   .   Los   oídos   me   zumban,  tengo   el   sonido   sordo   y   agudo   que  desatan   las  migrañas.  No  debía   haber  salido  hoy;   la  música  exageradamente  alta   acabó   por   destrozarme   los  tímpanos,  ya  de  por  sí   inFlamados  por  la   tos  que   tengo  desde  hace   semanas.  Ya  son  las  cinco  de  la  mañana.  Sólo  he  dormido  tres  horas.  Toso  y  mi  aliento  me  sabe  a  sangre  fresca.  Tengo  que  ir  al  médico;  mañana  sin  falta  voy  a  ver  a  uno.  Me  pongo   la  mano  en   la   frente  y  acaricio  mis  párpados   con  el   anular  y  el   pulgar,   haciendo   círculos   sobre   las  e s f e ras .   S i en to   m i s   pes tañas  aplastadas,   los   oídos   que   zumban,   el  globo   ocular   que   se   mueve   bajo   la  membrana.   En   la   preparatoria   nos  decían  que  el  himen  era  más  o  menos  

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pa r e c i d o   a l  párpado;  yo  he  roto   tres,   pero  no   recuerdo  c ó m o   s e  s en t í an .   Me  b a l a n c e o  sentado   en   la  silla   junto  a  mi  cama,   con   el  pu l ga r   y   e l  dedo   med io  acariciándome  las   cejas.   Sólo  puedo  respirar  por   una   fosa,   y   al   enmudecer   el   chillido   de   la   silla   se   intensiFica   el   zumbido;   lo  escucho  más  intenso  en  mi  oído  derecho,  que  coincide  con  la  fosa  nasal  tapada.  Por  lo   menos   ahora   sé   que   el   lado   izquierdo   de   mi   cuerpo   está   bien,   sólo   falta  recuperar  mi  otro  hemisferio.  Despierto  para  acabar  de  escribir.  La  silla  reclinable  es  segura;  allí  no  me  ahogo,  pero  tampoco  descanso;  mi  cuello  está  maltrecho,  ya  necesito  una  nueva  almohada  y  un  buen  sueño.  Sentado  trabajo,  sentado  estudio,  sentado  me  enamoro,  sentado  me  divierto,  sentado  duermo;  sólo  me  faltaría  tener  encendida  la  computadora  para  pasar  todo  el  día  en  la  misma  posición.  Ya  me  está  dando  sueño.  Recargo  mi  frente  en  la  palma,  y  masajeo  el  cuero  cabelludo  con  las  yemas.   Empiezo   a   ver   un   avión   blanco   de   vidrios   azules;   éste   se   transforma   en  vidrios   azules   y   palmeras   verdes.   Voy   a   intentar   dormir;   dos   almohadas   y   dos  cojines   para   no   dormir   plano,   apaciguar   la   angustia.   No   sé   a   qué   se   debe   que  regresen  o  se  vayan  los  zumbidos,  pero  éstos  regresan.  Yo  sólo  quiero  dormir  por  más  de  cuatro  horas  seguidas;  ésa  es  mi  meta:  despertar  en  la  mañana  clara,  no  en  la  mañana   oscura.  No   sé   qué   hora   sea.   Ya   no   quiero   saber;   odio   el   tiempo   y   los  relojes:   estas   cosas   te  matan   y   ni   siquiera   existen,   como   el   dinero.   Platón   tenía  razón:  hay  que  expulsar  a  los  soFistas  de  la  república.    

F I N

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Senovia Expósito se arremangó la falda para airearse y profirió dos maldiciones al hilo antes de azotar la puerta. Era un jueves de agosto embadurnado de hastío. Juan Froilán la miró estupefacto. Nunca la había escuchado articular vocablos tan altisonantes y groseros, ni siquiera cuando estuvo a punto de morir arrollada por el camión escolar que había perdido la ruta.

DOS MALDICIONES María Luisa Deles

La mujer pasó a su lado sin mirarle. Iba mascullando palabrejas ininteligibles entre aspavientos de manos y piernas. Era un basilisco hecho de carne y saliva, cuyos pies se enredaron cada cuatro pasos durante el trayecto al patio de lavar. De un soplo se quitó las mechas de la cara y espantó una mosca que se le había apostado en el cachete. Hizo el destendido, desenganchó los tendederos de las

“luna en ciernes”

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alcayatas, jaló una palangana llena de ropa en remojo y comenzó a menearla con el palo huérfano de un trapeador, todo esto tan bien ejecutado como si su aprendizaje proviniera de otras vidas.

De las bolsas remendadas de su delantal de mascotita, extrajo sendos puñados de alpiste que depositó violentamente en las jaulas oxidadas de dos pájaros pelones. A su paso fue recogiendo cacas del perro, cubetas vacías, juguetes desperdigados, revistas viejas. Regó el cilantro, la yerbabuena y las verdolagas, le limpió los mocos al más pequeño de sus hijos, se sobó la cintura, miró al cielo. En su camino de regreso metió un atado de leña en el calentador y se colgó a la espalda el bulto de las sábanas oreadas con un mecate prieto que agarró al vuelo entre los dientes.

Entró a la cocina por la puerta de atrás. Encendió la estufa. Descolgó una cazuela de barro de la colección exhibida en la pared y echó en ella media cabeza de ajo junto con un chorrito de aceite. Aclaró los pocillos sucios, enjuagó unas piezas de pollo, picó algunas calabazas y chayotes que luego sazonó con una pizca de sal en un litro de agua sin hervir. Bebió los restos de un café frío, encendió el radio y se dispuso a limpiar unos frijoles pintos mientras interactuaba en voz alta con los personajes de la novela de las doce.

Juan Froilán se acercó cauteloso. A punto de formularle una pregunta oyó a Senovia Expósito explicarle a sus jícaras la situación: de nuevo estaba encinta sin saber bien cómo. Seis chamacos —el más reciente aún en pañales— y ella sin comprender todavía el estrepitoso artilugio de la concepción. El marido retrocedió sin mirarle. Nunca antes en ese año se había sentido tan contento, ni siquiera cuando el Atlas se salvó de caer a la segunda división luego de una pésima temporada llena de angustiosos vituperios.

El hombre escogió una camisa entre la media docena de prendas recién planchadas del ropero, pasó el peine por su brillosa frente y se alisó las cejas con ambos dedos corazón en un recorrido elegantemente sincronizado. Se roció el cogote con siete machos, sumió la barriga, pescó el periódico y salió al rellano dando saltitos de gusto. Antes de emprender camino al zócalo alcanzó a pisar al gato, eso sí, sin malicia. Se le había enroscado entre las piernas para suplicar uno de sus codiciados mimos. Un diente de oro asomó por los pliegues de una espléndida sonrisa en el rostro almidonado de Juan Froilán.

Mientras leía los titulares bajo un cielo ungido con nubes coloradas, se hizo lustrar los zapatos y recortar los tres pelos necios que entorpecían su prestancia. Luego se apersonó en la cantina donde pidió una cuba libre, un platito de habas enchiladas y una canción alegre que hiciera eco a su incal-

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culable júbilo. Instalado en una mesa con vista a la calle brindó por su hombría con todos los transeúntes conocidos y no. Horas más tarde, ya entonado a todas luces, dejó escapar un eructo dichoso, señal inequívoca de la necesidad de emprender el regreso para merecer sus sagrados alimentos.

Paró en la miscelánea de su compadre Eulalio a participarle la buena nueva. Fumó un alitas para festejar el acontecimiento –aunque no había probado el tabaco en dos estaciones por estar jurado– y se echó una partida de dominó en recuerdo de los viejos tiempos. Arribó a su casa al filo de las nueve según anunciaba el escandaloso reloj cucú de imitación, regalo de boda de sus suegros. Un apetito voraz le instó a solicitar unos frijoles llorones que deglutió con premura a consecuencia de su incipiente cansancio. Acto seguido se dirigió al dormitorio. Tanta era su euforia que el alma se le salía por las rendijas del cuerpo, casi estaba seguro de no poder conciliar el sueño aquella noche.

Senovia Expósito tapó las jaulas de los pájaros pelones con pedazos de un mantel navideño, recogió los restos de la cena y ralló el pan duro. Hurgó entre las cortinas de encaje para certificar la oscuridad del patio, metió al gato, sacó al perro, corrió los pestillos de las ventanas y apagó las luces de la sala. Bendijo a sus criaturas mientras una oración pletórica de culpas concluyó con la señal de la cruz. Unas gotas de sangre mancharon el piso del corredor envuelto en su particular silencio. Escondió el gancho metálico bajo la cama y se acostó a dormir. Casi estaba segura de poder conciliar el sueño aquella noche.

F I N 15

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Por fin se había cumplido mi sueño. Tener la libertad de ir a cualquier parte era el deseo de mi vida. Gracias a mis buenas acciones se me concedió la gracia de volar. Pedí tener alas, pero no especifiqué el tipo. Maldita costumbre de no decir las palabras precisas. No soy un ave, ni siquiera una frágil mariposa, mucho menos una graciosa luciérnaga; soy una horrible mosca que se posa en la suciedad, en la carroña, en desperdicios, vómitos, inmundicias y en grasientos lomos de animales. Pero eso ya no tiene importancia. No tengo tiempo de pensar; caí en su trampa y ella viene. No puedo mover las patas ni las alas. Quiero gritar. ¡Auxilio! ¡Alguien ayúdeme por favor! Pero no tengo voz. Ella me mira con todos sus horribles ojos, sus ocho patas peludas vienen hacia mí, babea de hambre, ya me saborea... ella viene... ya viene…

AT

RA

PA

DO

Jesús Manuel Torres Medina

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Juanito Pereira

LAS TORRES

Mi nombre es Anselmo, tengo 31 años y trabajo en el departamento de alianzas estratégicas internacionales de una empresa de computación, ésa que también hace dinero con cartuchos para impresoras. Ayer en la noche me quedé despierto hasta las tres de la madrugada y llegué a una simple conclusión, la cual quiero compartir en éste, mi primer post en mi nuevo blog de Wordpress: llevo siete meses en esta ciudad y dudo fervientemente que exista aquí alguien que sea tan fanático o al que le asombren tanto como a mí las torres de telecomunicación. !

!Pueden llamarlo fijación, dependencia u obsesión. Tal vez se trate de una fijación psicológica, de ésas que los que estudian a psicólogos famosos como Sigmund Freud estarían deseosos de analizar de principio a fin. Pero déjenme ahorrarles tiempo y explicarles mi problema desde el principio. Problema… No creo que sea la palabra correcta, pero si algo he aprendido a!

OBSESIÓN. DEPENDENCIA. FIJACIÓN. OBSESIÓN. DEPENDENCIA. OBSESIÓN. FIJACIÓN. !OBSESIÓN. DEPENDENCIA. FIJACIÓN. OBSESIÓN.!

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través de los años es que si tus amigos llegan al consenso de definir una situación o un hecho como algo problemático, lo más seguro es que lo sea. Todo empezó más o menos hace cinco años. ¡Bah! ¡Mentira! No deben de ser ni dos; hace máximo tres años que las empecé a distinguir; a perseguirlas como un adicto. Las buscaba en cualquier lugar donde estuviera. !

! Seguramente las han visto. La mayoría son de color rojo con blanco; hoy están por doquier. Las más grandes tienen una forma prisma-piramidal con más de cuatro platos para recepción y retransmisión de datos. Las más altas y anchas se ubican a las afueras de las!

!Tal vez no se han percatado de su existencia tanto como yo. Los que nos sabemos realmente adictos a Internet —a “estar conectados”, como se dice— somos los que más las vemos, a tal grado que incluso sabemos su ubicación en los mapas de las ciudades que frecuentamos. También las vemos en las carreteras que más transitamos. Nos las sabemos de memoria, como si se tratasen de cofres con items invaluables en esos video juegos de 8-bits que jugamos infinidad de veces en nuestra infancia. !

! Tengo una vida social que sólo puedo reflejar a través de las redes sociales. No, no es porque sea introvertido; es porque al pasar los años me he mudado a más de tres ciudades del país. Las razones fueron varias, como irme a estudiar la universidad o que al titularme de la carrera de Negocios me cambiaba de trabajo muy seguido. ¿Será que lo hacía porque de recién!

ciudades, cubren kilómetros y kilómetros de superficie para que nadie se quede incomunicado, ni siquiera en comunidades que podrían estar muy alejadas. Las que encontramos dentro de las ciudades usualmente asemejan postes de metal y son delgadas, para no estorbar ni ocupar tanto espacio. El solo dar una descripción tan amplia de estos objetos debería darles una pista de lo extraño que me considero. !

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graduado a nadie le llena lo que hace con su vida? No lo sé. Una de las cosas positivas de tanto ir y venir fue que me hice de muy buenos amigos, y al no poder convivir con todos al unísono… Pues… Las redes sociales han venido a darme una herramienta para poder mantenerme al tanto de sus vidas. Yo simplemente regreso el favor al publicar en mi muro y tuitear, como lo hacen ellos, acerca de mis vivencias y experiencias. ¡Mis amigos tienen derecho a saber qué es lo que hago de mi vida! !

! Es por que eso que llego a sentir un estrés incontrolable cuando no puedo enviar un mensaje por Whatsapp, o cuando mis fotos no suben rápidamente a Instragram. ¡Resulta frustrante encontrarme en medio de la ciudad, con mi teléfono inteligente de ultima generación en la mano, y no poder conectarme a Internet! Si voy en la carretera tengo abierto Google Maps para que me lleve a ese “pueblo mágico” que no he visitado aún. Pero me da pánico darle al botón de ʻrefrescarʼ para ver cuánto falta por recorrer; mi cabeza se satura de preguntas innecesarias como: ¿Y si no hay conexión? ¿Y si pierdo mi ubicación? ¿Y si ya no sale el mapa? ¡No me quiero sentir perdido como si estuviera en medio de un desierto! ¡Qué horrible sería eso! !

!Por eso me obsesionan las torres de telecomunicación. Por eso soy dependiente de ellas. Porque sin ellas no tendría una vida en las redes sociales, no podría descubrir nuevos lugares dónde comer, no podría hacer una infinidad de cosas... He llegado al punto de ni siquiera recordar cómo era mi vida antes del Internet móvil. Y sé que no estoy solo. A veces, cuando alzo la mirada más allá de mi pantalla de cinco pulgadas, veo a toda esa gente que, como yo, vive “conectada”. Pero parece ser que sólo soy yo el que sabe a quienes hay que agradecer por esta vida que llevamos ahora; a esas inertes torres de metal. Ésas que se pierden entre tantos edificios, que se mantienen de pie día y noche, que aguantan todo tipo de maltratos a manos nuestras o de la madre naturaleza. Es a ellas a las que agradezco y admiro, sin importarme que la gente siga diciéndome lo raro que soy. !

FIN

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“Encontré un decapitado junto a la vía del tren y me

tomé la molestia de inventarle una historia.”

Era esa noche el perfecto refugio que sus temores necesitaban. La luz del día corre con rapidez, y a lo lejos pueden verse los últimos rayos del Sol. Su corazón se encontraba inmerso en la caída al precipicio. Sentándose sobre el riel silbó una vieja tonada que su abuelo tarareara en una tarde remota. Los recuerdos le causaban más pánico y morbo. Se encadenaba a la esperanza. Pero era inútil pensar en una salida.

La violencia que encuentro en la naturaleza, expresa más que mis propias acciones mi resolución definitiva.

De rodillas, cerró los ojos y lentamente colocó su cuello sobre la vía del tren.

A lo lejos una luz me ciega. Mas no es el fulgor de ésta lo que afecta mi vista; la desolación a mí alrededor se presta como testigo de lo que a mi parecer es, y

será, el acto más valeroso jamás realizado.

Su repentino orgullo queda cortado por los aullidos de una manada de coyotes, que se lamentan porque la tierra tiembla. Cada vez más y más los coyotes intentan responder a la trémola superficie. Una fuerte explosión de sonido primero los reduce para luego silenciarlos.

Lo que antes era una lejana luz ahora se convierte en una inmensa bola de fuego que presagia mi destino hacia el infierno.

Aquí es donde digo fin…

Gerardo Ugalde Luján

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E.J. Valdés

Sobre los tacos árabes en Puebla

Una  de  las  peculiaridades  que  no  puede  pasar  por  alto  quien  visita  la  ciudad  de  Puebla   es   la  popularidad  de   los   tacos  árabes.   Se   los   encuentra  por  doquier;   es  rara   la   taquería   que   no   los   lleva,   ya   sean   naturales,   con   queso,   en   costra,  bañados  en  salsa,  con  piña  y  verdura  cual  gringa,  en  torta,  cemita  o  hasta  como  hamburguesa.  De   las  urbes  que  conozco  de  esta  República  trazada  por  el  dedo  de  Dios  (que  no  son  pocas),  Puebla  es  la  única  donde  los  tacos  al  pastor  tienen  un  rival   de   peso   en   el   gusto   de   los   ciudadanos.   Ésta   es   la   historia   de   cómo   este  

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platillo   se   estableció   en   la   Angelópolis  según   la   relató   el   maestro   Alberto  Labra  Hernández  en  Casa  de  la  Cultura  el  24  de  abril  de  2014.    

Salim   Makharresh   es   el   nombre   que  usualmente   se   da   al   inmigrante   que  trajo  el   llamado  “taco  árabe”  a  México  en   el   siglo   XIX.   No   se   sabe   a   ciencia  cierta  de  qué  país   salió   o   gran  detalle  sobre   su   vida   antes   de   llegar   a   este  continente;   la   gran   mayoría   de   los  historiadores  le  reFieren  sencillamente  como  otomano,  aunque  hay  estudiosos  que,  aFirman,  venía  de  Irán,  Pakistán  o  Kazajistán.   Víctor   Téllez,   autor   de   El  Fino   Arte   de   la   Cocina   Mexicana,   le  decía   indio,   aunque   ello   es   poco  probable.   En   sus   últimos   años,   el  propio   Salim   llegó   a   decir   que   en   el  viejo   mundo   creció   huérfano   y   sin  educación,   y   que   durante   tiempo  prolongado   estuvo   al   servicio   de   una  familia   de   dinero;   nunca   habló   sobre  las   actividades   que   desempeñaba   en  aquel   entonces,   pero   sus   biógrafos  especulan   que   fungía   como   cocinero.  Al   fallecer   el   patriarca,   la  mujer   y   los  hijos   no   le   encontraron   indispensable  y   prescindieron   de   él.   Sin   empleo,   sin  familia   y   sin   amor,   Salim   puso   sus  esperanzas   en   el   “nuevo  mundo”;   una  tierra  de  progreso  y  abundancia  donde  había   una   oportunidad   para   todos   y  

donde   la   opulencia   era   tal   que   las  calles   estaban   pavimentadas   con   oro:  América.   Allí   fue   a   donde   dijo   que  deseaba   viajar   cuando,   haciendo   uso  de  buena  parte  de  sus  ahorros,  compró  un   billete   para   un   trasatlántico   en   las  costas  de  Portugal  en  1862.  Salim,   sin  embargo,   no   sabía   que  América   es   un  continente   enorme,   y   el   navío,   en   vez  de  llevarlo  a  Nueva  York  como  a  Khalil  Gibran,   lo   dejó   en   el   puerto   de  Veracruz,   situación   que   lo   puso  histérico   al   grado   de   negarse   rotun-­‐damente   a   bajar,   solicitando   se   le   lle-­‐vase   de   regreso   a   Europa,   pues   él   no  hablaba   español   y   nada   sabía   sobre  México,   sus   costumbres   y   sus   gentes.  Incluso   enfrentó   con   los   puños   a   los  marinos   que   intentaron   someterlo  para   bajarlo   por   la   fuerza.   Ulti-­‐madamente,   un   paisano   suyo   lo  convenció   de   poner   pie   en   tierra;   el  hombre  había  vivido  ya  varios  años  en  el   puerto,   estaba   familiarizado   con   el  país   y   la   lengua   y   le   ofrecía  alojamiento   y   facilidades   para   que  consiguiera   empleo   o,   en   su   defecto,    

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viajase  a  Europa  o  a  los  Estados  Unidos  en  poco  tiempo.    

 Más  tranquilo,  Salim  accedió  a  dejar  el  navío  y  se  instaló  con  el  hombre  y  su  familia.  Aunque  no  se  sabe  quién  fue  este  bondadoso  personaje,  casi  todos  los  historiadores  creen  que  se  trataba  de  Alonso  Mebarak,  gran  benefactor  de  los  inmigrantes  orientales  en  México,  sobre  todo  libaneses.    

 Unos  días  después,  Salim  ya  trabajaba  descargando  pescado  en  uno  de  los  muelles.   “El   árabe”   fue   el  mote  que   le  pusieron  de   inmediato,   a   veces  de  manera  peyorativa.  Resultó  ser  buen  empleado,  no  obstante,  y  al   cabo  de  un  mes,   mes   y   medio,   cuando   ya   podía   darse   a   entender   con   señas   y   un   muy  rudimentario  castellano,  lo  ascendieron  a  supervisor.  Se  sabe  que  en  menos  de  seis  meses   hablaba   nuestra   lengua   de  manera   Fluida,   aunque   con   un   acento  entre   árabe   y   jarocho   que   nunca   se   le   quitó.   Salim   también   fue   bueno  administrando  su  dinero;  antes  de  cumplir  un  año  en  México  ya  se  había  hecho  de  un  modesto,  aunque  céntrico,  apartamento  y  llevaba  una  cuenta  de  ahorros  en  el  Banco  Nacional.    

 En  1863,  por  motivos  desconocidos,  abandona  su  empleo  en  el  muelle  y  decide  hacer  negocio  por  su  cuenta:  compra  unas   láminas  y  con  ellas   fabrica  un  puesto  callejero  al  cual  pinta  el  anuncio  “Comida  árabe  Salim”,  seguida  por  el  dibujo  de  un  estilizado  camello.  Así,  comienza  a  ofrecer  guisos  típicos  de  su  país  en  el  malecón  de  Veracruz.  Pero  el  negocio  resulta  no  serlo;  a  los  locales  no   les   atrae   esta   comida,   y   quienes   la   prueban   no   regresan   por  más;   Salim  asume  que  tienen  muy  arraigado  el  sabor  del  pescado  en  sus  paladares.  Cierra  poco  después  de  un  mes;  su  pequeña  empresa  le  había  costado  mucho  dinero.    

  Decepcionado,   se   aparta   de   la   vida   pública;   necesitaba   tiempo   para  ordenar  sus  ideas  y  decidir  qué  hacer  a  continuación.  Concluye  que  Veracruz  ya  no  le  satisface  y  opta  por  mudarse  a  la  Ciudad  de  México,  mas  dos  factores  le  impiden  llegar:  uno  fue  que  en  ese  entonces  ésta  se  encontraba  sitiada  por  los   franceses;   el   otro,   que   la   burra   que   tiraba   de   su   carreta   enfermó   en   el  camino   y   no   pudo   seguir   adelante.   Así,   su   travesía   se   vio   interrumpida   en  Puebla   capital,   en   cuyas  periferias   rentó  un   cuarto.   Lo   que,   pensó,   sería   una  estadía   breve,   terminó   por   no   serlo   al   complicarse   aún   más   la   situación  política   del   país   e   imposibilitarse   viajar   a   la   Ciudad  de  México.  Así,   Salim   se  encontró   a   sí   mismo   varado   en   Puebla,   no   quedándole   más   remedio   que  

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conseguir   trabajo   allí;   lo   encontró   en   una  zapatería  de  la  2  Oriente.    

  En   la   esquina   que   hace   esta   calle   con   2  Norte   se   colocaba   por   las   tardes   un   puesto   de  

  Su   suerte  mejoró,   sin  embargo,   cuando,   a   Finales  de  1863,   se  desató   la  primera   Fiebre   porcina   en   América   y   las   ventas   de   carne   de   cerdo   se  desplomaron  como  nunca  antes;  siendo  el  shawarma  elaborado  con  cordero  o  pavo,  Salim  se  convirtió  de  pronto  en   la  única  opción  para   los  comelones  del  centro   histórico   de   Puebla,   quienes   descubrieron   que   ese   taco   de   carne  condimentada  y  gruesas  tortillas  de  harina  era,  de  hecho,  bastante  sabroso.  La  popularidad   de   su   establecimiento   se   disparó   de   la   noche   a   la   mañana;   de  pronto  toda  la  ciudad  deseaba  probar  esta  deliciosa  novedad.    

 Para  mala  fortuna  de  Salim,  su  monopolio  sobre  el  shawarma  duró  poco,  pues  los  taqueros  mexicanos,  habilidosos,  mañosos  y  talentosos  como  no  hay  dos,   no   tardaron   en  deducir   y   reproducir   la   receta   a   la   perfección,   así   que   a  

¡SHAWARMA!

tacos,   bastante   socorrido   en   la   época.   Fue   al   ver   este  establecimiento  no  establecido  que  Salim  tuvo  una  epifanía:  la  gente  de  esa  ciudad  perseguía  con  voraz  apetito  un  tipo  de  carne  que  se  cocía  de  manera  similar  al  döner  o  shawarma  de   su  país,   aunque  preparada  de  manera  distinta   y   servida  en  una  tortilla  de  maíz  en  lugar  de  una  pita.  “Tacos  al  pastor”  les  llamaban,  y  eran  sumamente  populares.  Salim  dio  vueltas  al   asunto   una   y   otra   vez   y,   no   queriendo   pasar   la   vida  vendiendo   zapatos   en   Puebla,   decidió   arriesgarse   por  

segunda  ocasión  con  la  comida.  Así,  como  una  semana  después,  instaló  en  la  7  Oriente   un   puesto   que   bautizó   Salim   Shawarma.   Y   vaya   que   le   costó   trabajo  echarlo  a  andar:  la  gente,  al  verlo,  se  acercaba  creyendo  que  lo  que  vendía  eran  tacos  al  pastor,  aunque  un  poco  descoloridos,  pero  se  marchaba  al  descubrir  que   no   era   eso,   sino   un   guiso   oriental   cuyo   nombre   ni   siquiera   podían  pronunciar;  la  carne,  tristemente,  empezó  a  quedársele  desde  el  primer  día.    

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Local 26, plaza La Noria, Puebla, Puebla.

Un espacio para tomar un rico café hecho al instante. También es un centro cultural que le da cabida a

todas las expresiones artísticas.

comienzos  de  1864,  cuando  Maximiliano  y  Carlota  ya  se  preparaban  para  venir  a  México,  todas  las  taquerías  del  centro  de  Puebla  ya  ofrecían  el  famoso  “taco  árabe”,  y   fue   tal   su   impacto   en   las   preferencias   culinarias   de   la   ciudad   que   lo   siguieron  haciendo   incluso   cuando   la   epidemia   fue   controlada   y   los   trompos   de   carne   de  cerdo  al  pastor  regresaron  a  sus  puestos  y  establecimientos.  Salim,  por  supuesto,  no  vio  esto  con  buenos  ojos,  mas  no  tuvo  mucho  tiempo  para  hacer  coraje,  pues  en  mayo,   al  mismo   tiempo  que   la   fragata  Novara   anclaba   en   el   puerto  de  Veracruz,  murió  a  causa  de  un  fallo  cardiaco;  era  él  un  hombre  obeso  que  no  hacía  ejercicio  ni  cuidaba  su  alimentación,  al  igual  que  la  gran  mayoría  de  los  mexicanos  del  siglo  XXI.  Los  historiadores  sitúan  su  edad  entre  los  40  y  los  43  años.    

 El  gusto  de   los  poblanos  por   los  tacos  árabes,  sin  embargo,  sobrevivió  a  su  pionero,   y   a   más   de   siglo   y   medio   de   su   introducción   siguen   compitiendo   en  popularidad  con  los  tacos  al  pastor  en  la  ciudad  de  los  ángeles.    

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¡El mejor chai de la ciudad!

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La Antología Letras Raras de narrativa y

poesía reúne todos los cuentos y poemas

originales que se publicaron en la revista

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Jaime  Carcaño     Famoso  escritor   superestrella,   esOlista   jurídico,   repostero  eróOco   y  modisto  

de   señoras.   No   es   gordo,   reOene   traumas   e   inseguridad.   Autor   de   La   Sopa   de  Tomate.  Productor  creaOvo  en  ColecOvo  Descultura.  

Jorge  Méndez  Núñez     Cursa   la   maestría   en   literatura   iberoamericana   en   la   Universidad  

Iberoamericana   de   Puebla.   Primera   mención   en   el   concurso   laOnoamericano   de  minificción  (ArgenOna).  Ha  publicado  en  la  revista  Cuatro  Pa4os  de  la  BUAP.  

María  Luisa  Deles    Ha  escrito  para  el  periódico  Intolerancia  y  la  revista  Insumisas.  Ha  parOcipado  

en  diversos  talleres  de  creación  literaria  en  el  estado  de  Puebla.  Actualmente  forma  parte  del  taller  de  escritura  creaOva  Duermevela  Casa  de  Alteración  de  Hábitos.  

Jesús  Manuel  Torres  Medina     Estudiante   de   la   licenciatura   en   creación   literaria   en   la   UACM,   plantel   Del  

Valle.  Originario  de  la  Ciudad  de  México.  

Gerardo  Miguel  Ugalde  Luján     Escritor,   lector,   dibujante,   creador   de   cortometrajes   bajo   el   sello   Tortura  

Films.  No  Oene  muchos  estudios,  es  un  autodidacta  a  palos.  No  Oene  ningún  logro  importante  qué  presumir.  

Juanito  Pereira    Doctor  en  economía  por   la  Universidad  de   Jonkopin.  Pronto  comenzará  una  

revolución  desde  su  cama.  

Mario  C.  González    Residente  de  la  afamada  y  mal  ponderada  Ciudad  de  México.  Busca  la  técnica  

de  la  escritura  automáOca.  Para  él,  escribir  significa  poner  en  papel  y  Onta  o,  en  su  defecto,  en  una  página,  lo  que  siente,  lo  que  piensa  y  nunca  dice.  

E.J.  Valdés    Escritor  nacido  en  el  año  de  Orwell.  Locutor  en  Radio  Plaza  Juárez.  Autor  del  

libro  de  cuentos  Lo  Que  Vino  de  las  Profundidades  y  otros  misterios.  

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