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1 RARAS LETRAS Revista - Agosto 2015 - Revista Literaria

Revista Letras Raras, agosto 2015

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Revista Letras Raras, agosto 2015 Revista Letras Raras, agosto 2015. Revista literaria. Una publicación de Editorial Sad Face. Año 4, número 6.

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LETRAS

Revista

- Agosto 2015 -

Revista Literaria

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ÍNDICE

Editorial . . . . . . . . . . 4

Aquí se ha jalado un gatillo . . . . . . 5

Mis Ex . . . . . . . . . . 7

Una chica corriendo en el parque . . . . 10

Sin ti . . . . . . . . . . 16

La vía vacuna . . . . . . . . . 18

Aro de flores . . . . . . . . . 19

Infancia . . . . . . . . . . 21

Un padre especial . . . . . . . . 22

La Burbuja Filosófica . . . . . . . 23

Revisando “El anillo del mal”. . . . . . 27

Autores . . . . . . . . . . 31

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EDITORIAL

Dirección editorial, redacción, mercadotecnia, ventas, diseño y todo eso: Editorial Sad Face ☹. Revista Letras Raras es una marca registrada. 2015. Año 4, número 6. Fecha de circulación: Agosto de 2015. Revista editada y publicada por Editorial Sad Face. Domicilio conocido, código postal 90210. Revista producida en México. Prohibida su reproducción. Todos los contenidos originales aquí vertidos son propiedad de sus respectivos autores y están protegidos por INDAUTOR todo poderoso… ¡Así que no te fusiles nada o Donatello saldrá de una coladera y te dará una golpiza!

¡Hola! Qué gusto volver a verlos por estos rumbos

letrosos y presentarles el nuevo ejemplar de la

revista, que este mes, como valor agregado, viene

libre de gluten, reducida en grasa y sin lactosa para

que no tengan que leerla en el baño (aunque sé

que algunos de todas maneras lo harán). Es mi

mayor deseo que la selección de textos de este

mes les sea agradable y les transmita el cariño que

imprimimos a cada número de Letras Raras, que es

como el cariño del Osito Bimbo pero más cultural.

Bien, dejemos de perder el tiempo en este editorial

y ¡a leer! El pinche editor

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Aquí se ha jalado el gatillo¿Por qué soñamos? ¿Por qué viajamos? ¿Por qué morimos? ¿Por qué lloramos? No hay ninguna palabra que pueda ser usada como respuesta. No hay persona que pueda convertirse en un Dios. No hay quien que pueda desear ser otro, sólo aquél que no cree que pueda ser él y tiene miedo de estar presente en su triste futuro. Le da pavor convertirse en un adulto. Se horroriza al escuchar que la imaginación únicamente es eso; sueños que nunca habrán de existir, arboles estériles en un oasis en medio de un desierto miniatura dentro de una bola de cristal. Lo existencial carece de sentido en este tiempo, lo relativo es la excusa de viejos que odian la realidad del salvaje destello de un relámpago impactándose sobre el tronco de un roble, la belleza del oleaje, lo delicado de la inadecuada hoja que cubre el pubis de Venus. A través del viento las palabras llegan de manera fortuita a la oscura cueva del oído, pasan a la máquina reveladora de fotografías que estalla después de un cierto número de imágenes transgresoras. ¡Ahí donde el lobo aúlla, la tierra estalla o la virgen sangra! Todo cambia para volverse a la monotonía de “el vuelo eterno”. Acaso el dolor del pasto pisado por las plantas de gigantes con pies de barro.

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Gerardo Ugalde

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Syd Barret ha muerto, los infantes han olvidado el llanto, Dylan ha parado de cantarle al campo, a las anfetaminas, al dolor y a la existencia de esos relojes de pared. Él lo negara rotundamente ¿Cómo corromper el espíritu humano si eso es lo que nos hace únicos? No hay poder más oscuro que el temible rugido de un aparato a punto de hacer corto circuito, se quema lentamente pero jamás muere, esto no es cierto en este mundo perfecto. Donde el arte se oculta en ese fino trazo de la hábil mano de la naturaleza, cada árbol, gato, roca o humano sin alma; ahí está el secreto de la débil fe que hay en los artistas contemporáneos. El hombre no es capaz de vivir de lo etéreo. ¡Qué te pasa viejo poeta! ¿Dónde estás ahora que he quedado ciego? Gritas y gritas pero no se escucha algo que haga despertar a los habitantes de las montañas, selvas, ciudades o cementerios. Hazte sentir más que un Dios. De ti salgan las palabras que hagan detonar todas las bombas, embarazar todos los vientres e irritar a la sensatez de la cordura. La hora en que los creadores nacieron ha pasado ya para convertirse en el tiempo de los destructores. Y no soy ningún genio, mártir o santo; temo a la falta de espacio y tiempo. ¿Qué pasa conmigo que ya no puedo ser más auténtico? Jamás lo he sido ¿Para qué miento? ¡Oh, Gamboa! ¿Dónde está tu Santa ahora? Qué fatal es la belleza. Y qué horrible es la sonrisa de alguien que miente por tan sólo unas cuantas palmadas en la espalda. Aquí se ha jalado el gatillo y ahora debemos atenernos al destino, a menos, a menos que… sea leve nuestra condena, entonces las cosas no estarán tan jodidas.

Posible final

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Mis ex

Todas mis ex han terminado por tratar de omitir mi existencia. No creo que eso esté mal, es quizá parte de u n p r o c e s o d e d u e l o necesario para poder pasar a algo nuevo, a lo que sigue, para poder desprenderse de todas aquellas cosas que ataban sus sentimientos, evitando que lograran una vida plena en ese “después de” que todo rompimiento implica. Es algo que todos llegamos a necesitar. Sin embargo, es curioso que ninguna de ellas deja de lado a ningún otro ex, por mal que las haya tratado, o al menos no dejan de lado a la mayoría de sus ex. Dos o tres casos hay en los que se llevan perfectamente bien con todos aquellos hombres con los que algo tuvieron que ver, pero no conmigo.

Sí, me hace sentir muy bien. Resulta que, de poco en poco, mi ego se alimenta de ese tipo de cosas, aunque sé bien que no es lo ideal. Debería sentirme mal por saber que la gente trata de elidirme, de arrancarme de su experiencia como se arranca una costra. La cosa es que la costra de todos modos deja una marca que tarda demasiado en borrarse, e incluso hay marcas que nunca se borran.

¿Es pretencioso escribir sobre esto? Definitivamente. Lo es, no lo niego, como no niego que tampoco es el punto de lo que quiero aclarar, pero

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José Luis Dávila

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es un inicio. Así como les pasa a mis ex, nos pasa a todos, que buscamos el modo de matar algo en nosotros sin necesidad de matarnos nosotros. Momentos vergonzosos, heridas emocionales, eventos traumáticos, conversaciones estúpidas, errores que nos ponen como unos tontos frente a otros. Muchas cosas existen de las que uno se llega a arrepentir.

La clave, dicen algunos, es que nunca hay que arrepentirse de lo que se ha hecho, sino de lo que uno se queda con las ganas de hacer. Hace unos años conocí a la mesera de un restaurante de comida china: se me acercó a conversar sobre el libro que notó en mi mesa. “Oye, disculpa, ¿me dejas ver tu libro?”, me dijo, iniciando una charla sobre la literatura y el crimen organizado. Me terminó recomendando Zero zero zero, de Roberto Saviano. Lo había leído en italiano y le encantó. Es muy raro encontrar a alguien que lea en italiano y atienda el mostrador de un asiático malencarado que vive de comercializar malas versiones de lo que en su país se suele llamar solamente comida, por lo que aún la sigo considerando una joya muy extraña, la más extraña con la que me he encontrado. Como sea, luego de una charla apresurada con la vista de su jefe clavándosele en la espalda, en el reverso de un papel me anotó el título y autor, y al otro lado su número de celular. Era bonita, no deslumbrante, pero seguro que merecía una llamada. Y no lo hice, a pesar de tener ganas de saber qué pasaría. Me di el argumento más sencillo del mundo: tenía novia, no debía salir con otras chicas si sabía que no era algo de mera amistad. Puedo ser capaz de muchas cosas, pero hay que tener uno o dos principios en la vida. Recientemente vi que ese libro se vendía en la FILEM, a donde fui a presentar mi propio libro, y entonces recordé a la chica, a la nota, a la posibilidad que no exploré. No me siento arrepentido de ello; no creo que haya ninguna lógica aceptable que pueda hacerme sentir arrepentido por no haberle llamado, aun cuando mes y medio luego de conocer a esa chica mi relación había terminado. Y es que, por qué arrepentirse de lo que no se hace, si por lo general hay motivos muy válidos para no hacerlo (en este caso, todavía no los encuentro, pero sé que los hubo).

Así como no creo necesario arrepentirse de este tipo de cosas, tampoco creo que sea necesario tratar de evadir la realidad de la experiencia que hemos vivido. Digo, el ejemplo de mis ex es bastante práctico para estos

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fines: al tiempo que niegan a la persona con la que compartieron diversos momentos de su vida, niegan entonces lo que aprendieron en el camino. No es que yo sea alguien de quien se pueda aprender mucho, pero estoy seguro de que algo aporté a sus perspectivas. Mi más reciente ex coincide con todas las anteriores en que soy el Anticristo, o una versión en gordo de aquél. Todas me han acusado de esto, pero sé bien cómo defenderme, demostrando algo muy sencillo. Todos influimos unos en otros, somos permeables a las miradas de quienes nos rodean, por lo que nos vamos moldeando de acuerdo a qué tanta influencia gotea sobre las cabezas de nuestros inconscientes cuando tratan de dormir, y ese sonido molesto los hace tener que levantarse para arreglar el problema como se arregla casi siempre, colocando un balde debajo de la filtración; un balde que se llenará y desparramará.

Hay que tomar todo esto de manera sencilla. Somos seres intertextuales, incidiendo unos en otros, entretejiéndonos, hilvanándonos, bordándonos con las imágenes que recuperamos de lo vivido. Cuando nos damos cuenta de ello, tenemos la posibilidad de aceptarlo como un proceso natural o espantarnos y salir corriendo, considerarlo una invasión de los demás en nuestro espacio privado, lo cual genera muchos malentendidos.

Me gusta pensar que, entonces, no soy tan malo como dicen, sino que por el contrario, todas mis relaciones han sido de provecho, pues tanto hubo de entendimiento entre ambas partes que al final se hicieron insostenibles por los dos lados debido al espanto que es saberse influidos de esa manera por alguien, pues pocas veces aceptamos que otro llegue a ser parte de nosotros.

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FIN

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Una chica corriendo en el parque

Hace tiempo tenía la costumbre de ir a correr por las mañanas al Jardín del Arte, que queda a unas cuadras de mi casa, y la historia que voy a referir comenzó precisamente un día en el que, mientras realizaba mi entrenamiento de un lado al otro del circuito de jogging, vi pasar frente a mí a una chica que se llevó mi atención trotando tras de sí. Era un poco más baja que yo pero de complexión notablemente atlética; vestía una sudadera púrpura y unos pantaloncillos negros tan entallados que era difícil ignorar el espectáculo que sus caderas ofrecían. Llevaba en la cabeza una gorra blanca, tras la cual una cabellera rizada volaba cual cola de un cometa. Si bien no era la chica más espectacular que había visto ejercitándose allí, algo en su persona me hizo seguirla con la mirada hasta que se perdió más allá de la curva y los árboles. Tras recobrar el aliento, eché a correr por el mismo sendero, seguro que en algún momento nos toparíamos de nuevo, ya fuera

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E.J. Valdés

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que yo le alcanzara o ella a mí (que, tomando en cuenta mi condición, era lo más probable). Esto, sin embargo no sucedió; no volví a ver su apetecible silueta en la pista, y aunque mientras corría eché miradas a las canchas de baloncesto y volibol y hasta al grupo de señoras que hacían aeróbicos junto al lago artificial, ya no la encontré. Asumí que cuando la vi ella ya concluía su entrenamiento y no tardó en marcharse, o bien, únicamente había cruzado por el parque como parte de un recorrido más largo, hipótesis que deseché cuando, jadeante y sudado, me detuve a tomar un descanso y la vi haciendo estiramientos muy cerca de la pista de patinaje. Entonces pude apreciar su rostro, que era tan agradable como el resto de su fisonomía: los ojos oscuros, la nariz respingada, los labios carnosos y las mejillas sonrosadas, seguro como consecuencia del ejercicio, pues su piel era blanquísima. “Como me gustan”, pensé. Me la quedé mirando, embelesado, y quizá no hubiese apartado mis ojos de ella de no ser porque un muchacho que también trotaba me reclamó estar obstruyendo el paso. Sacudiéndome las hormonas de la cabeza, me hice a un lado y seguí caminando, cayendo en cuenta de lo estúpido que era hacerse ilusiones con una persona que, acaso por mera casualidad, había ido a entrenar a uno de los tantos parques que hay en la ciudad, y con la cual difícilmente volvería a coincidir.

Mi hipótesis, adivinarán, resultó equivocada, y para alegría de mis pupilas volví a encontrarla en el Jardín del Arte un par de días después, corriendo por el sendero. Aquella mañana vestía un top azul que permitía admirar sus hombros dorados por el sol y la estrecha curva de su cintura. Tras acomodarme los audífonos eché a andar tras de ella. Poco después de completar la primera vuelta ella me pasó por la izquierda y yo, queriendo lucirme, intenté seguirle el paso a una distancia prudente (¡ah, esos pantaloncillos suyos!), mas al poco rato el cansancio ya hacía estragos con mi respiración y hube de aflojar la marcha y ella se alejó velozmente hasta perderse de vista. Su rendimiento era mucho mejor que el mío, y esto me quedó más que

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claro cuando me volvió a rebasar no una, sino dos veces sin haber aminorado el ritmo siquiera un poco. Si bien aquello no era una competencia, la cara se me puso roja de vergüenza y sentí como si mi barriga se inflara al doble de su tamaño; ¿cuánto más tendría que entrenar para mantener la marcha de esa manera durante tanto tiempo? Agotado, me retiré a hacer mis estiramientos a la sombra de los árboles, seguro que si me hubiera quedado en el sendero habría visto a la chica pasar frente a mis ojos una y otra vez con el mismo vigor, apenas exhalando por la boca.

Unos días después la volví a encontrar ejercitándose en el parque, y al igual que la ocasión anterior quise seguirla de cerca, cosa que me resultó

imposible luego de quince minutos, cuando el corazón y los pulmones me imploraban clemencia. Ella me rebasó n u e v a m e n t e e n d o s ocasiones sin aparentar el menor cansancio, y a partir de entonces aquello se volvió tan rutinario que era como si mi entrenamiento consistiera en

verla pasar a mi izquierda las menos veces posibles. Claro que ello no me enfadaba en absoluto, pues sus piernas eran de lo mejor que podía haber en mis mañanas, incluso cuando ya sentía que el alma se me escapaba por la boca.

Si bien todos nuestros encuentros tenían lugar en la pista de jogging —cuando yo llegaba ella ya se encontraba corriendo, y cuando me marchaba seguía haciéndolo—, hubo una ocasión en que nos topamos en el puesto de jugos que se colocaba a las afueras del parque; yo me bebía un jugo de naranja y ella llegó a pedir una botella de agua. Como si no lo hubiera hecho ya lo suficiente, la admiré de pies a cabeza —demorando un poco en su cintura—; vaya que era encantadora. Sabía que aquélla era mi oportunidad de dirigirle la palabra, de hacerle notar mi existencia, pero fui víctima de ese silencio que sin falta nos embarga a quienes admiramos a alguien de lejos; no encontré el coraje para decirle “hola”, “buenos días”; mucho menos para preguntarle su nombre. Deseé que nuestras miradas se cruzaran para

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cuando menos dedicarle una sonrisa, pero eso no sucedió; ella bebió su agua en silencio, apoyando el peso en una pierna, luego en la otra, arrojó el envase a la basura y se encaminó de vuelta al parque. Me sentí traslúcido como el vidrio.

Esta ocurrencia aminoró mi entusiasmo por seguirla durante los entrenamientos, y si bien me la topaba casi todas las mañanas en el circuito, ya no me esforzaba por ir a su paso ni contaba las veces que me rebasaba (que de todas maneras eran muchas). Posteriormente me percaté que ella dejó de frecuentar el Jardín del Arte hasta que, más o menos un mes después, su silueta no era sino un recuerdo que me asaltaba con frecuencia al trotar.

Una mañana, luego de correr, se me antojó desayunar crepés en el centro, de modo que en lugar de caminar a casa me dirigí a la parada del autobús y me senté a esperar el transporte. Pronto me hizo compañía en esa esquina una persona que se sentó en el otro extremo de la banca; por poco pego un salto al percatarme que era nada menos que la chica del parque. Vestía la ropa deportiva que tan bien le conocía (y que tan poco dejaba a la imaginación). Perlas de sudor le corrían por las mejillas. Apreté los ojos, seguro que se trataba de alguien más, pero sus piernas no daban pie a duda alguna: era ella, mirando pasar los coches con sus bonitos ojos marrones, a los cuales yo, como siempre, pasaba inadvertido. El colectivo se acercaba y ella se puso de pie, dispuesta a abordarlo. Tras echar una mirada a los rizos que le caían gráciles sobre los hombros, suspiré y apreté los párpados; jamás tendría el valor de acercarme y saludarla.

—Diecisiete —escuché decir súbitamente. Abrí los ojos y la encontré mirándome, divertida. Se me frunció hasta el

alma.—Diecisiete minutos —agregó—. Es el tiempo máximo que lograste

llevar mi paso.Tras decir eso me guiñó un ojo y dio la media vuelta para subir al

colectivo. En ese instante quise alcanzarla, tomarla por los hombros y pedirle que no se fuera aún, decirle mi nombre, decirle que era yo un escritor sin oficio ni beneficio que vivía de su herencia, y que llevaba rato admirándola en secreto (o quizá no tanto), que deseaba saber por qué ya no asistía a correr al parque, si acaso ahora se ejercitaba en otro lugar, si, al igual que yo, vivía

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cerca de allí, si podía saber su nombre e invitarla a desayunar crepés a un lugar que conocía en el centro… Pero todas estas declaraciones, cuestiones y probabilidades se fueron con el transporte público mientras yo me quedaba sentado esperando mi autobús, imaginando mil y un desenlaces para un amor que nunca ocurriría.

Luego de esto no volví a verla. Seguí asistiendo al Jardín del Arte con frecuencia y hasta se me hizo costumbre ir a sentarme a la parada de la esquina con la esperanza de que una mañana ella volviese a pararse por allí. Muchas veces anduve por esos rumbos, deambulando sin sentido, albergando la esperanza de topármela así nada más. Esto, por supuesto, no sucedió, y con el tiempo —esa abstracción de poderes insospechados— terminé por resignarme y desistir; dos cosas a las que uno termina por acostumbrarse.

Sin embargo, he de aclarar que aunque nunca volví a ver a esa chica en persona, volví a saber de ella una mañana mientras almorzaba en un café y me puse a hojear el periódico que habían dejado en la mesa de junto. Al llegar a la sección de deportes me encontré con la crónica de un prestigioso maratón europeo en el cual había triunfado una mujer que incluso rompió la marca fijada cinco ediciones atrás. La fotografía que acompañaba la nota era, por supuesto, la de la chica a quien conociera en el Jardín del Arte, con quien el paso de unos años había sido bastante generoso. Al calce de la imagen leí el nombre que nunca me atreví a preguntar; ciertamente tenía cara de Alejandra. El breve informe concluía diciendo que luego de su victoria había recibido diversas propuestas para entrenar a atletas de alto rendimiento en Francia, y que se le auguraba un éxito similar en una carrera que tendría lugar en Moscú a finales del mes siguiente.

Llegando al punto final doblé el diario, terminé lo que quedaba de mi chocolate y salí del establecimiento. En definitiva jamás le hubiese podido seguir el paso a aquella chica.

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FIN

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Sin tiSin ti es inútil vivir,

como inútil seráel quererte olvidar.

La música sonó. Estaba yo en aquella casa, vacía, ya sin las cosas de ella. Caía una tormenta, pero ella se fue el mismo día que llegó y puso sus maletas a la fuerza. Yo bien le dije: “Matilde, carajo, ésta es una mala idea; algún día te irás rompiéndome el corazón”. Y nunca me escuchó. Ahora estoy solo, penando. Creo que debí hacerme a la idea, como cuando uno compra una mascota, de que nada es para siempre.

Ahora que lo recuerdo, se lo advertí en aquella salida cursi al Sanborns. Aún andaba con María, aquella morena chaparrita, delgada y menudita que me sacaba más que suspiros: “Matilde, tengo novia, si me quedo contigo me dejarás como ese pinche hotdog que sólo compraste por el antojo de comprar; le diste una mordida, te dio asco y lo mandaste a la mierda. Ahí van una salchicha y un pan a echarse a perder bajo pilas de basura que harán moscas”. Esa tarde se tragó todo el hotdog para demostrarme que, efectivamente, no me iba abandonar, aunque ya conocía su costumbre de vomitar a escondidas y presentía lo que iba a pasar.

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Enrique Taboada

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Llueve, y la lluvia hace que revoloteen los recuerdos; los besos que me daba con su lengua fría, sus senos firmes, sus miradas cautivadoras. Se sabía toda Rayuela y por ella tuve que actuar el capítulo 69, pero mi vida era más bien como vivir en Comala. Lo sigue siendo: vivo entre fantasmas, entre lamentos, entre penas, hotdogs y visitas al psicólogo para alejarme de la sociedad, esa cosa nauseabunda. A mí ni me gustan los boleros, pero los boleros curan el corazón, según me decía mi abuela. La abuela murió de alzheimer; se le olvidó respirar porque se le olvidó cómo sentir.

Recuerdo cuando en diciembre Matilde me entregó mi regalo de Navidad: una playera de marca con la cara de “El Che”. Después de hacerme el amor se la puso para jamás quitársela. Yo la odiaba y la amaba; sus piernas eran perfectas y sus chinos olían a lo que huele la primavera, pero su manera de amar siempre era la de un huracán, despojándome de toda cosa; quitando penas que después haría más grandes. Un día se encabronó porque no dejé correr el disco de Coltrane; a mí no me gustaba el jazz, prefería el bossa-nova, las canciones de José José o, ya de a perdis, las pinches canciones de La Arrolladora. “Ya vas con tus pinches canciones mierderas. ¡Esas canciones denigran a la mujer!”, gritaba mientras me denigraba a mí por no dejarla escuchar a un pinche negro alcohólico, drogadicto y misógino que se cogía a cuanta mujer se le cruzaba.

El cigarro se acaba. Los boleros anidan en el corazón. Esta historia no termina, ni terminará; Matilde ya no regresa, y si regresara la sacaría de mi vida a patadas en el culo. Eso me pasa por pendejo, por abrir el corazón, que es “como abrir las patas”, dicen. La pinche lluvia empieza a filtrarse junto con el frío y las ganas de dormir. Debí quitarle la llave. Suena en el estéreo: “What will you do when you get lonely? No one waiting by your side?”. Ella es “Layla”; ella llueve y el blues inunda todo mi ser. Si hay algo más triste que yo, eso es un blues; un blues cantado bajo la lluvia, sin Matilde.

El día se acaba. Los boleros no funcionaron. Intentaré el otro remedio para el corazón que me dio mi viejo cuando estaba en su cama, a punto de morir: “Si una mujer se va, ámala hasta olvidarla; tómate una botella de tequila y escucha al José Alfredo; ese culero sabía de penas”.

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FIN

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La vía vacunaLos sueños densos vuelan ligero. Hera durmió profundo. El engaño es buen hipnótico, los brazos de Zeus en otros brazos la enredaron. Soñó con serpientes inertes; soñó doce labores; soñó con manos fuertes. En Oniria, el dios mayor le pertenecía en su universal unicidad. Era su inmortalidad para ella, para Hera. Ahí, en el reino de la ensoñación, no había más en su amor. Su señor no visitaba otros mundos. Él paseaba los milagros por su piel, los cielos por sus cabellos y bebía de sus fuentes de leche y miel. Ella emanaba generosa. Él pedía más. Los cauces crecientes no saciaban al todopoderoso .

Dos manantiales no fueron suficientes; cuatro, seis, ocho terminaron siendo los géneros ofrecidos. El goce cambió su piel, la manchó. Jadeó en tonos nuevos, fáunicos. Al grito abrió los ojos. Y ahí, testigo de todo, Hermes; sonriente, cómplice. Y por Zeus trocado: Heracles, quién antes de ser lanzado por y de los brazos de la nodriza violentada, alcanzó a tatuar su diente en uno de los generosos pechos, dadores de su vida eterna.

En ese doloroso momento, Hera, al pretender cubrir la abundante galactorrea, por dedos encontró pezuñas y al desear correr cayó en cuatro patas. A falta de hábito, resbaló en la vía láctea y, en vez de caer, por castigo divino ascendió a las alturas.

En noches blancas, si se mira bien, se podrá ver a las vacas aladas, arrepentidas, quienes hurgan en las tierras secas en pos de bocas sedientas en las cuales vaciar su amor líquido.

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Ed Marquez

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Aro de floresDesesperación sin esperanza no es desesperación. —la esperanza es la insistencia de lo muerto—

La luz de la esperanza es para la humanidad lo que el agua de mar para el náufrago: MUERTE LENTA Muerte que avisa Muerte que horroriza Muerte que se ata a la vida La vida se vuelve miedo tememos vivir VIVIR ES TEMER Pero no se salta el abismo sin temer Los miedos nos acompañan Vano el que lo ignore. Vano el que niegue el vacío que se atraviesa DESDE LA CIGARRA HASTA EL SOL HEMBRA Y MACHO TODO SE APAGA —Vano el que no vea—

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Aldo Vicencio

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Existir es una tragedia una tragedia que nos revela lo absoluto que significa vivir para morir y morir para vivir

De alguna manera ser es morir MORIR MILES DE VECES perecederas la ideas perecederas las costumbres perecederos los amores se es necesariamente finito se muere para devenir en el ocaso aguarda el alba el anochecer arrulla los soles que esperan la mañana Una luz para cada día Una oscuridad para cada noche ninguna es igual Otredad que se remarca Otredad que se anuncia

Ya no parece insoportable tener que morir Ya no es pesado tener que vivir Gira lo finito en lo infinito Gira lo infinito en lo finito El aro de flores se anuda fuerte

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InfanciaNo evité observar los juguetes absurdos que sobre la mesa descansan como hienas dormidas: se han jubilado en su diversión. Se han desvanecido en las sombras aquellas manos pueriles que, entusiasmadas, servían de aquellos objetos altruistas.

La noche regresa, exige un pan de merienda. La nostalgia pende de mi espíritu amoroso, mis memorias se desgajan en lágrimas, y un recuerdo me hace brotar un suspiro de decepción; decepción del tiempo, de la naturaleza, de la vida que me ha despojado de la diversión de los juguetes. Aún recuerdo cómo se tapizaba la pared de manchas ubérrimas por los carros de metal que, con gran imaginación, veía en los muros, calles o caminos curiosos.

Un piano se escucha a lo lejos y me hace viajar al pasado; una infancia con sus monstruos y sus jardines donde María era un imposible y era víctima de mis burlas embriagadas de amor.

La palabra problema era desconocida en todo campo de mi argot, sólo pensaba en brincar, reprochar, bailar, cantar, jugar con los inmortales juguetes. El soldadito en una heroica hazaña arremetía ráfagas de balas contra un animal gigante. Un trompo, en su afán de bailar, desnudaba almas y provocaba risas por los rincones y yo deslumbraba en María un respeto. Aún no creo que aquellos caminos imaginarios sobre la pared, que el soldadito heroico, y los bailes del trompo, se fueron muriendo conforme pasó la vida.

A final de cuentas, cuando la vida camina sigue asesinando otras, y no dejaré de maldecirla, puesto que ha asesinado mi infancia.

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Uriel Gonzalez

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Un padre especialMi padre era un Fidel Castro en plan casero, incansable en sus peroratas, y se pasaba horas despotricando contra todo y contra todos hasta no dejar títere con cabeza. Su principal tema de crítica éramos mi madre, mis hermanos y yo. Hiciésemos lo que hiciésemos todo estaba mal hecho; no le gustaba cómo vestíamos, cómo comíamos, cómo nos peinábamos; no le gustaban nuestros amigos, ni la música que oíamos, ni nada de lo que decíamos o pensábamos; ni siquiera le gustaba lo que estudiábamos, porque si era matemáticas resulta que el porvenir estaba en la electrónica, y si nos empollábamos la gramática, eso no servía para nada, y lo suyo era estudiar geometría. Y así cargaba una y otra vez contra nosotros augurándonos un porvenir catastrófico de fracasados absolutos. Luego, cuando ya se había descargado de su malhumor y sus fobias, se iba al bar —mientras nosotros nos quedábamos en casa con la autoestima por los suelos—, y allí era el tío más simpático y chistoso del mundo, hasta cantaba jotas y boleros después de tomarse un café y una copa y fumarse una Faria, y todos estaban encantados con él. “Qué suerte tener un padre así, es el más alegre y el más cachondo del barrio”, era el comentario que más escuchábamos de boca de la gente. “Sí, es tan gracioso que en casa todos llevamos pañales porque cada dos por tres nos meamos de risa con su buen humor”, solía contestar con sarcasmo mi hermana.

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Enrique Angulo Moya

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La Burbuja FilosóficaRocío V. pregunta:

Estimado Filósofo Burbuja, ¿qué opinión le merece que una sonda creada por el hombre haya llegado a Plutón?

A simple vista, esta pregunta no parece filosófica y nos vemos tentados a responder con cualquier idea trillada, por ejemplo, con una opinión como ésta: ¿cómo es posible que se envíen sondas a Plutón y no se resuelvan los problemas de aquí, de este planeta, este país, este cuerpo y esta alma? Parecería que mandar sondas a Plutón es el colmo de nuestra pasión por lo externo; antes deberíamos preocuparnos por nuestra interioridad. La filosofía se encarga de las grandes cuestiones; de los principios y las causas, de la metafísica o la teoría del conocimiento, de cuestiones éticas o estéticas, de lo más fundamental de la existencia . Por ejemplo, Camus inicia su magnífico 1

ensayo El mito de Sísifo con esta idea lapidaria: el suicidio es el único problema verdaderamente serio. Para otros (que, como Camus, no se consideraron filósofos pero después la historia del pensamiento los hizo suyos) hubo otras cuestiones filosóficas serias. Pero, ¿llegar a Plutón es una

Lo anterior puede ser válido para algunos, pero yo lo digo con algo de sarcasmo. El texto lo 1

aclarará por sí mismo pero tengo que decirlo, si no podría pensarse que creo que la filosofía se encarga de las grandes cuestiones; entonces, la pregunta eterna sería ¿cuáles son esas cuestiones?

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Filósofo Burbuja

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cuestión de importancia filosófica? Indaguémoslo, después de todo la filosofía no da respuestas fáciles.

Todo el rodeo anterior tan sólo para decir que responder a la pregunta de Rocío no será nada fácil. Podríamos dar un segundo rodeo por la historia de la astronomía para hablar de cómo Plutón llegó a ser descubierto, designado planeta y luego degradado a “planeta enano”. Ahorrémonos eso y preguntémonos, simplemente, ¿por qué Plutón ? Las respuestas técnicas las 2

darían mejor los desarrolladores del proyecto New Horizons, a nosotros nos interesa más lo que hay detrás .3

La exploración y el descubrimiento, la lejanía y el misterio, son ideas asociadas al asombro de un viaje, y Plutón, en la era de la exploración espacial, representa todo eso. Pero, ¿enviar un artilugio a Plutón puede llamarse “viaje”? Las ideas asociadas a un viaje son vacías en sí mismas; para ellas el contexto lo es todo. Lo que circunda a la idea de viajar es el anhelo espiritual de trascender el aquí y el ahora. Esa trascendencia abstracta –las ideas del viaje– se concreta en los fenómenos “de camino a...”. En sentido estricto, nadie supera su aquí ni su ahora, pues llevamos con nosotros mismos el aquí y el ahora . Así, el anhelo de trascendencia que 4

promete el viaje no debe interpretarse simplemente como la vívida potencia presente de ir a otro lado, sino como el estarse dirigiendo hacia un ser aquí y ahora nuevos, asombrosos y sorprendentes, es decir, como la actualidad del camino presente. Aristóteles distinguía dos tipos generales de movimiento o cambio, kínesis y metabolé; a grosso modo, un movimiento kinético es ir de

¿Por qué no en vez de Plutón, Eris, por ejemplo?, un planeta enano transneptuniano al igual que 2

Plutón pero más masivo aunque menos famoso, pues fue descubierto hasta hace muy poco. Algo fascinante de Plutón es que es un planeta doble: su satélite principal Caronte es tan grande en relación a él que el centro de gravedad de ambos queda fuera de él; me llama la atención que se haya dicho tan poco de Caronte hasta el momento; quizás cuando recibamos más imágenes de la New Horizons, que llegarán en algunos meses, se hable más al respecto.

Los estóicos –por ejemplo, Epicteto en su Enchiridión o Marco Aurelio en sus Meditaciones– 3

distinguían entre dos tipos de fines: instrumentales y espirituales. Hoy, cuando preguntamos por algo, casi siempre es por el fin instrumental de algo, el “cómo funciona” o “para qué sirve”, y estamos desacostumbrados a preguntar por el sentido vital (por así decirlo) de ese algo como acto, el “cómo me comportaré” ante algo o el “cómo me hace mejor” ese acto (incluso es difícil captar su sentido sólo con palabras), o sea, cuál es su fin espiritual.

Estas ideas respecto al aquí y el ahora están en un libro de Eduardo Nicol, creo que la Metafísica 4

de la expresión, que, a su vez, hace suya la herencia fenomenológica de Bergson; creo que Nicol escribe “nuestro aquí y nuestro ahora”, pero me parece interesante notar que (al menos de manera ingenua) el aquí y el ahora no requieren adjetivos posesivos, pues son siempre aquí y ahora; son (ingenuamente) lo más cercano.

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un punto a otro, en cambio, un movimiento metabólico no es un cambio de lugar, sino de estado. Un viaje es un movimiento más metabólico que kinético. Es, por así decirlo, un acrecentamiento espiritual.

Pero antes de responder que sí, que enviar artilugios a otro planeta puede interpretarse como un viaje, citaré a otro gran “no filósofo”, Stanislaw Lem, que en su aclamada novela Solaris, dice: “Salimos al cosmos preparados para todo, es decir: para la soledad, la lucha, el martirio y la muerte. La modestia nos impide decirlo en voz alta, pero a veces pensamos, de nosotros mismos, que somos maravillosos. Entretanto, no queremos conquistar el cosmos, sólo pretendemos ensanchar las fronteras de la Tierra.” Y más adelante, continúa: “No buscamos nada, salvo personas. No necesitamos otros mundos. Necesitamos espejos. No sabemos qué hacer con otros mundos. Con uno, ya nos atragantamos .” Aquí se nos devela algo 5

esencial: al viaje es inherente el reencuentro; un reencuentro personal, ya sea en la figura de otros, de lo otro o de nosotros; el espejo es la alegoría del “final” del viaje; para la astronáutica, Plutón es un bello espejo. ¿Acaso no hemos visto en la más nítida imagen que hasta ahora tenemos de él, un corazón? “Pero nuestra imaginación nos juega una broma –algunos dirán–, pues no es más que una formación natural”; los que hablen así se engañarán a sí mismos al creer que ellos ven más claro, al creer que “lo natural” –un juego de luces y sombras de metano congelado– está afuera y no es el reflejo de sí mismos.

Mas, ¿qué nos lleva a viajar? ¿Qué nos lleva a desear e iniciar este cambio que sin duda será incómodo? ¿Qué nos lleva a desprendernos de este sufrimiento y elegir aquél? A estas preguntas tan profundas ya no nos da tiempo, por ahora, de dilucidarlas, pero la respuesta es simple: llegar al otro lado, o quizás, como dicen los budistas, a la otra orilla. Es tan simple la respuesta, que es inextricable. Por eso terminaré haciendo alusión a un gran viajero: Xuanzang, monje budista chino del siglo VII que se aventuró hacia Occidente en busca de verdaderas respuestas, y llegó tan lejos como el actual Afganistán, por una simple inquietud, por una contradicción infranqueable que le quitaba el sueño. Él es, quizás, el prototipo del erudito viajero en una época en la que las escrituras eran una cuestión mayor. El

Lem, Stanislaw. Solaris. Impedimenta. Madrid. 2011. p. 117.5

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verdadero viajero “deja el ser” en el viaje . Entrega su ser, o, mejor dicho, ha 6

entregado su ser al iniciar el viaje, pues muere un poco o un mucho en su trayecto y, si sobrevive, se rehace, vuelve a ser, renace. Xuanzang pronto se convirtió en leyenda en la figura de Tripitaka y los siglos decantaron de su 7

historia una novela fantástica que ya le es ya muy ajena, teñida de metafísica y de la estética alquímica del Tao y del Zen. Hablar de esa novela, Viaje al Oeste: Las aventuras del Rey Mono, nos llevaría bastante. Simplemente diré que la imagen que representa la llegada a la otra orilla es impresionante, el aire es ligero y la respiración se acalla, el silencio es majestuoso como la altura, tan sólo se escucha el sonido abismal de una corriente de agua que hiela la piel y... Ya no diré más en atención a los que se atrevan a leer sus más de dos mil doscientas páginas; sólo diré lo que aquí nos atañe: un verdadero viaje no termina, tan sólo comienza. En mí ha quedado grabada aquella imagen como el símbolo de un gran viaje. Para muchos otros esa imagen será la de Plutón, no lo sé. Para los demás esto ni siquiera es un viaje; no es más que otra curiosidad en la era de la astronáutica y la cibernética, algo que se olvida de un día a otro, desde el asiento, con la avidez rampante de las noticias que chisporrotean en el monitor.

Filósofo Burbuja

Envíanos tu pregunta para que el filósofo la conteste.

Otro viajero extraordinario que se me viene a la mente con esta frase es el Rey Ricardo Corazón 6

de León.

Tripitaka es el nombre sánscrito para las tres grandes colecciones o “canastas” (pitakas) que 7

conforman el Canon Pali, es decir, los textos más antiguos del budismo. Éste también es el apodo que recibió Xuanzang, en honor a su erudición, de su amigo el Emperador de los Tang (en Viaje al Oeste se expone una carta auténtica que el Emperador escribió a Xuanzang); con ese nombre o el de “monje Tang” es con el que más se le denomina en su versión novelada Viaje al Oeste, uno de los libros chinos clásicos, quizá el más famoso.

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Revisando “El Anillo del Mal”He releído este fragmento titulado “El anillo del mal” que se incluye en

el libro Sobre la Ciencia Ficción de Isaac Asimov, muchos años después de haber puesto mis manos sobre él por primera vez. Conociendo mejor a Tolkien hoy que entonces, noto lo mucho que se puede llegar a discrepar del punto de vista de Asimov, aunque el trabajo de él en este artículo consiste propiamente de una sencilla interpretación global y no en un análisis crítico de la finalidad del autor en la obra, aun así, ¿no es acaso la interpretación la que revitaliza los libros?

Existiendo tantas formas de pensar en el Quijote, y muchas más al hablar de la Biblia, nada de nuevo tiene que este magnífico trabajo de J.R.R. Tolkien se preste para iguales propósitos. Ciertamente debemos conservar el punto de vista de Asimov como referencia de lo que fue la imagen del mito Tolkiano de una generación y de uno de los mejores escritores del siglo XX.

Probablemente la interpretación en la actualidad sea otra cualquiera, en ningún caso más valida que otra que surja del mismo texto. Aunque para mí, alejando de lado lo genuinamente literario, el Anillo Único no es más que una representación del poder, y así debe ser visto, sin análisis abstractos de ningún tipo. Una materialización del mismo poder que corrompe desde adentro a quien lo posee y que infecta desde las criaturas más pequeñas de nuestra complicada sociedad hasta a quienes resguardan sus tesoros en bancos más que en castillos custodiados por arqueros en altos muros de piedra.

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Diego Ospina

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Asimov pregunta sobre el anillo: “¿Qué representa?”.Nadie lo sabe con exactitud, respondería yo, pues cada uno de

nosotros carga con su propia sortija, todos a la vez y en solitario, avanzando hacia nuestro Monte del Destino, sintiéndonos muy pequeños en relación a nuestra carga pero sin otra alternativa que avanzar.

“Sobre La Ciencia Ficción” es un libro que recopila opiniones en forma de ensayo que Isaac Asimov escribió para diferentes medios durante sus años de actividad literaria. Representan un ligero breviario de indicaciones sobre la forma de escribir ciencia ficción y un análisis de las características de un género que al igual que la fantasía fue menospreciado por los intelectuales de su tiempo.

47. EL ANILLO DEL MALIsaac Asimov

El Señor de los Anillos es una epopeya en tres volúmenes sobre la batalla entre el Bien y el Mal. El primer volumen es The Fellowship of the Ring (“La cofradía del anillo”), el segundo, The Two Towers (“Las dos torres”), y el tercero, The Return of the King (“El retorno del rey”).

La trama es extensa, los personajes son muchos y la acción es muy emocionante y está siempre rodeada de suspenso.

Hay en total veinte anillos que dan poder, pero Sauron, el Señor Oscuro, la encarnación del Mal, la figura satánica, es el Señor de los Anillos. Él ha hecho que un anillo, el Anillo Único, sea el amo de todos los demás...

“Un Anillo para dominarlos a todos, Un Anillo para hallarlos,Un Anillo para traerlos a todos y en la oscuridad atarlos,En la Tierra de Mordor donde residen las Sombras.”

Mientras este Anillo Único exista, el Mal no podrá ser vencido. Mordor es la tierra maldita donde Sauron gobierna y donde todo está deformado, torcido y adulterado en beneficio suyo. Y Mordor expandirá su atmósfera envenenada por todo el mundo cuando el Anillo Único vuelva a estar en poder de Sauron.

Porque Sauron no lo tiene. En un pasado remoto, el Anillo dejó de estar en su poder y, a través de una serie de hechos que están en parte narrados en The Hobbit, una suerte de prólogo infantil al “Señor de los Anillos”, cayó en manos de Bilbo Baggins, el hobbit del título.

Hay numerosas fuerzas que tratan de luchar por el Bien y derrotar a �28

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Sauron, pero los hobbits constituyen las más débiles y pequeñas. Son del tamaño de los niños y tienen la misma ingenuidad y sencillez de éstos. Aun así, a otro hobbit, llamado Frodo, sobrino de Bilbo, se le ocurre que hay que deshacerse del Anillo Único y asegurar que no pueda volver a caer en manos de Sauron.

Al principio como parte de un pequeño grupo, abriéndose camino en un mundo terrible y hostil, y después con la sola compañía de su fiel sirviente Sam, Frodo tiene que encontrar un modo de evitar a los aliados de Sauron para poder llevar el Anillo Único hasta la misma Mordor. Allí, en la propia guarida de Sauron, tiene que llevarlo hasta el Monte Doom , un volcán cuyo

*

fuego es el único que puede fundir el anillo y destruirlo. Si logra esto último, los poderes de Sauron cesarán y, al menos por un tiempo, el Bien prevalecerá.

¿Qué representa esta lucha? ¿Qué elementos contribuyeron a su construcción en la mente de Tolkien? Podríamos preguntarnos si acaso el mismo Tolkien, si todavía estuviera vivo, podría darnos una respuesta acabada. Tales construcciones literarias adquieren una vida propia, y nunca pueden hallarse respuestas simples a la pregunta ¿Qué significa?”

Tolkien era un investigador de las antiguas leyendas teutónicas, y a uno le da la impresión de que el Anillo Único puede ser un eco del Anillo de los Nibelungos, y que detrás de Sauron está el rostro bello y malvado de Loki, el traidor dios escandinavo del fuego.

Por otra parte, The Hobbit fue escrito en la década de 1930 y “El Señor de los Anillos” en la de 1950. En el medio estuvo la Segunda Guerra Mundial, y a Tolkien le tocó vivir el año decisivo de 1940, cuando Gran Bretaña se quedó sola frente a las fuerzas de Hitler.

Después de todo, los hobbits son habitantes de “the Shire”, que es una *

representación transparente de Gran Bretaña en s u s a s p e c t o s más idílicos, y detrás de Sauron podría estar el demoníaco Adolf Hitler.

“Monte Fatalidad”. (N. del T.)

Shire: antigua denominación hoy reemplazada por county (condado) en Gran Bretaña.�29

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Pero también están los simbolismos más amplios. Tom Bombadil es un personaje misterioso que parece representar la Naturaleza como un todo. Los ents con forma de árbol parecen representar los bosques verdecidos, y los enanos representan las montañas y el mundo mineral. También están los duendes, poderosos pero en decadencia, representantes de un tiempo que se va para siempre y que no sobrevivirían aunque Sauron fuese aniquilado.

Pero volvamos al Anillo Único. ¿Qué representa?En la epopeya, otorga un poder ilimitado e inspira infinitos deseos aun

cuando es infinitamente corruptor. Los que lo usan son abrumados y atormentados por él, pero no pueden dejarlo ir, aunque les roe el alma y el cuerpo. Gandalf, que es el personaje más fuerte de los que combaten por el Bien no se atreve a tocarlo porque teme que lo corrompa a él también.

Finalmente le toca a Frodo, que es pequeño y débil, hacerse cargo de él. Y lo corrompe y daña a él también, porque cuando está por fin parado en el Monte Doom y le bastaría con mover un dedo para arrojar el Anillo Único al fuego y asegurar el fin del Mal, se da cuenta de que no puede hacerlo. Se ha convertido en un esclavo del Anillo Único. (Y finalmente es el Mal el que destruye al Mal, mientras que Frodo el Bueno fracasa.)

¿Qué es, entonces, el Anillo Único? ¿Qué representa? ¿Qué puede ser tan deseable y corruptor a la vez? ¿Qué cosa puede impedir que queramos deshacernos de ella a pesar de que está destruyéndonos?Bueno...Una vez, mi esposa Janet y

yo íbamos por la autopista de Nueva Jersey y pasamos por un sector de refinerías de petróleo donde la tortuosa geometría de las estructuras se dibujan contra el cielo, donde los gases escapan ardiendo en eternas llamaradas, y donde el hedor obliga a cualquiera a cerrar las ventanillas del auto. Janet hizo lo propio, suspiró, y luego dijo: “Ahora pasamos por Mordor”.

Ella tenía razón. El Mordor de “El Señor de los Anillos” es el mundo industrial que está desarrollándose lentamente y va apoderándose de todo el planeta, lo consume, lo envenena. Los duendes representan la tecnología preindustrial que está abandonando la escena. Los enanos, los ents y Tom Bombadil representan las distintas partes de la Naturaleza que están siendo destruidas. Y los hobbits del Shire representan el pasado simple y pastoril de la humanidad.

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¿Y el Anillo Único?Es la tentación de la tecnología; la seducción de las cosas hechas con

más facilidad, de los productos en grandes cantidades, de los artefactos en tentadora variedad. Es la pólvora y el automóvil y la televisión; todas las cosas que la gente se desespera por tener; todas las cosas que la gente no puede abandonar una vez que las tiene.

¿Podemos abandonar las? El automóvi l mata a mi les de norteamericanos cada año. ¿Podemos abandonarlo por eso? ¿Acaso alguien propone seriamente que lo intentemos?

El modo de vida norteamericano exige que se quemen grandes cantidades de carbón y petróleo que arruinan nuestro aire, enferman nuestros pulmones y contaminan nuestro suelo y nuestra agua, pero, ¿podemos dejar de quemarlas? Para satisfacer las necesidades de nuestra sociedad, necesitamos más petróleo que el que podemos extraer nosotros mismos, de modo que tenemos que importar la mitad del extranjero. Lo obtenemos de países que nos tienen encadenados gracias a eso. ¿Podemos disminuir nuestras necesidades para romper esas cadenas?

Tenemos el Anillo Único en nuestras manos y está destruyéndonos a nosotros y al mundo, y no hay ningún Frodo que se haga cargo de él, y no hay Monte Doom adonde llevarlo, y no hay nada que pueda asegurar la destrucción del Anillo Único.

¿Es inevitable todo esto? ¿Ha ganado Sauron? ¿Han caído las Sombras de la Tierra de Mordor sobre todo el mundo?

Podemos creer que sí, sí sólo queremos mirar lo peor del mundo industrial e imaginarnos lo mejor de un imposible mundo preindustrial.

Además, el feliz mundo pastoril del Shire no existió jamás salvo en las mentes nostálgicas. Puede haber existido una delgada capa de terratenientes y aristócratas que llevaba una vida placentera, pero esto sólo era posible gracias al trabajo incesante de sirvientes, campesinos, siervos, y esclavos cuyas vidas eran un largo sufrimiento. Los que heredaron las tradiciones de una clase dominante (como Tolkien) son demasiado conscientes del pasado placentero de la vida, y pasan demasiado por alto la pesadilla que empezaba apenas más allá de los límites de las mansiones.

Por más desdichas y horrores que la industrialización haya producido, ella puso, por primera vez, la educación y el ocio al alcance de cientos de millones de personas; permitió que ellas compartieran los bienes materiales del mundo, aunque más no fuera los de mala calidad; les dio una oportunidad de apreciar las artes, aunque sólo fuera al nivel de las historietas y del rock duro, les dio una esperanza de vida que hoy es el doble de la que tenían en los tiempos preindustriales.

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Es fácil hablar de los cincuenta mil norteamericanos (uno de cada 4.400) que mueren cada año en accidentes automovilísticos. Olvidamos así los porcentajes de población mucho mayores que morían cada año por las epidemias infecciosas, las enfermedades por carencia, los desequilibrios hormonales y todo lo que hoy puede ser prevenido y curado.

Hay buenas razones para no abandonar el Anillo Único. Si el Anillo Único está llevándonos a la destrucción es porque lo usamos abusivamente, arrastrados por nuestra codicia y nuestra insensatez. Es seguro que hay un modo de usarlo sensatamente. ¿Tanto hemos perdido las esperanzas respecto de la humanidad que negamos que podamos ser cuerdos y sensatos si tenemos que serlo?

No. El Anillo Único no es sólo maligno. Él es lo que nosotros hacemos de él y por eso debemos rescatar y desarrollar aquellas partes que son buenas.

Pero no se preocupe...Uno puede leer El Señor de los Anillos sin perderse en su simbolismo.

Es una aventura fascinante que no se agota en una lectura. Yo lo leí cuatro veces, y cada vez me gusta más. Pienso que ya es tiempo de que lo lea una quinta vez.

Y al hacerlo, trataré de ver el Anillo Único como... un anillo.

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AUTORESE.J. Valdés Escritor, traductor, locutor y ahora hasta profesor. Autor del libro de cuentos Lo que vino de las profundidades (Alabastro, 2014). Renombrado pervertido.

José Luis Davila Es director de CincoCentros.com, profesor de secundaria y experto en bajar discos ilegalmente. Autor de Entre Paréntesis (Tierra Adentro, 2015).

Eduardo Marquez R. Es miembro de los talleres Al Gravitar Rotando   y Letras Tintas. Ha publicado Lugares comunes y en los colectivos Hecho a breve y Cuentos para picar.

Diego Ospina Estudiante de Derecho y Ciencias Políticas en la Universidad de Panamá. Voluntario en uno u otro sitio, de una u otra causa. Lector y escritor.

Juanito Pereira Economista, miembro honorario en el jurado de los premios Nobel, publica para diversos periódicos internacionales. Diseñador de Letras Raras Año 4 (2015).

Uriel Gonzalez Cruz Originario de Matehuala, SLP. Aficionado a la literatura desde los diez años. Egresado de ECC. de la UASLP. Ha publicado un par de poemas en revistas locales.

Enrique Angulo Moya Estudió Ing. en Electrónica y después Geografía e Historia. Leer y escribir le ha gustado desde siempre, como afición prácticamente secreta.

Aldo Vicencio Estudiante de lic. en historia en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Ha colaborado en las revistas La Piedra,Letras de Reserva, El Comité 1973 y LUMO.

Enrique Taboada Escritor, fotógrafo, aventurero, a favor de las malas costumbres como sonreír, ser feliz y estar enamorado.

Gerardo Ugalde Simple humorista. Zapopan, Jalisco. Escritor de textos incomprensibles.

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