Encontrar los entrecruces y similitudes entre la teoría lacaniana y keliniana es una meta
ambiciosa que llevaría el suficiente tiempo, constancia y espacio, por eso me reduzco a
intentar describir los puntos en los que estas teorías, que de primera instancia parecen
tan opuestas, pueden unirse para hacer un buen complemento dentro de las teorías de
la personalidad, más específicamente en el desarrollo de ésta dentro de los primeros
años de vida.
Cabe mencionar que ambos, Lacan y Melanie, son post-freudianos por lo que habrá
similitudes propias de sus intentos por continuar con el psicoanálisis clásico de las que
se prescinde relatar. También es probable que el entrelace, la comparación o la
complementación de cada una o entre las teorías que aquí se trabajan, ya haya sido
tema de ocupación para otros autores; por ejemplo, en el post-kleinismo, con Wilfred
Bion en el que algunos conceptos fueron rechazados y otros enriquecidos (Bleichmar,
1989).
Melanie Klein habla de la escisión como un método de defensa arcaico en el que se
dividen los objetos externos en totalmente buenos o totalmente malos, en el que la
introyección de los objetos nunca es una copia fiel de éstos en el plano externo, sino
que son bifurcados según los impulsos y sentimientos que prevalezcan en el momento
en que son internalizados (Bleichmar, pág. 118). Esto mismo puede ser explicado
desde la teoría lacaniana, en la que es la madre quien va introduciendo al bebé en la
dialéctica de lo real, en palabas de Lacan, el bebé traduce lo real en significantes y
éstas en significados que le ayudan a construir su imaginario. Aunque Melanie
profundizó en la descripción de las fantasías inconscientes sin lograr definir o aclarar
cómo se mantienen o se forman las organizaciones más o menos permanentes de la
personalidad (Bleichmar, pág. 142), los conceptos estructuralistas lacanianos pueden
ayudar a minimizar está problemática al estudiar el desarrollo de la personalidad
considerando Significado sobre Significante, tomando como significante no sólo el
lenguaje sino todas las percepciones, sonidos e imágenes que el bebé va
experimentando.
Si bien Lacan no cree que el análisis sea posible en un infante debido a que éste no
posee propiamente un lenguaje, él mismo habla del estadio del espejo a partir del que
el niño es capaz de reconocerse como algo unitario, ya no fragmentado, que lo lleva a
crear un yo-ideal, mismo que es introducido por la dialéctica de la madre. Según la
teoría kleiniana de los objetos parciales y anterior a este encuentro del infante con esta
imago del estadio del espejo, encontramos que comparten la idea de que en los
primeros meses de vida el bebé no es capaz de concebir las cosas ni a si mismo de
manera total, sino fragmentada.
Cuando Lacan habla del estadio del espejo y que el bebé logra verse como algo ya
total, ya sea en su propio reflejo, la imagen del padre o mejor dicho, en la mirada del
otro (la madre), habla de una imago anticipatoria ficticia a la que el sujeto siempre
buscará acercarse, siendo ésta un yo-ideal que se crea en la fantasía (en el imaginario).
De la misma manera, Melanie Klein creía en un superyó temprano, al que más adelante
llama objeto interno idealizado cuando habla de la envidia, en el que el bebé busca
situarse en el deseo de la madre.
Si en Lacan es la madre quién introduce al bebé en la dialéctica, es ella quien al
nombrarlo e irlo incorporando en su diálogo, diría Klein también idealizado en su propio
deseo de poseerlo, es la que va formando el yo-ideal al que el bebé quiere llegar. Por lo
tanto, el deseo de la madre se convierte en un significante (que porta lo simbólico) al
que Lacan le dará la mayor importancia. Para él es un juego de madre-bebé en el que
ella desea devorarlo; mientras que para Klein, es el significado, es decir, la introyección
que hace el bebé de esta madre, lo más importante para el psiquismo del infante. Para
ella es un juego bebé-madre en el que el infante busca devorarla o penetrar en el
cuerpo de ella.
Y justo es por la voracidad insaciable y la omnipotencia que el bebé percibe de esta
madre, que ésta puede resultar atemorizante para él (Vasallo, 2005), de aquí que surja
el sentimiento persecutorio que invade por momentos la fantasía del bebé durante la
posición esquizo-paranoide (Klein, pecho malo, capaz de destruirlo), y que Lacan
destaque el papel de ésta como significante principal para el imaginario del infante, ya
que el bebé también es significante para la madre y ésta crea en el psiquismo del bebé
la imagen idealizada de lo que ella desea.
Según la teoría de las posiciones kleinianas, es posible que durante la etapa depresiva
el niño no sólo busqué reparar el daño que en su omnipotencia creyó provocar en la
madre, sino que también, recordando el estadio del espejo, se identificará e intentará
acercarse al yo-ideal para poder situarse en el lugar del deseo de la madre, misma que
es deseo del infante, puesto que éste también desea devorar y poseer su cuerpo.
Aunque Lacan no cree que haya precisamente o no habla literalmente de un Edipo
temprano, sí introduce al yo-ideal como primer conflicto dentro de la psique del infante,
pues la búsqueda y la lucha que hace el niño por ser lo más parecido al deseo de su
madre le provoca angustia, por lo que “el sujeto tratará de hacer desaparecer esa
angustia y recuperar su imagen narcisista (borrar su carencia de ser)” (Garbarino,
2012). Puesto que según Lacan, el sujeto sólo es lo que el Gran Otro dice que es o que
puede ser, lo que la madre desea que sea, ese yo-ideal imaginario es lo que deberá
buscar ser para apagar la angustia de no ser lo que el Otro desea: el Falo.
Es decir, se da un Edipo temprano en donde en una primera etapa, madre-bebé son
uno mismo, la madre tiene a su falo y entonces el infante es el falo. Klein habla de este
Edipo temprano en el que introduce la idea del superyó, muy parecido al yo-ideal del
que habla Lacan. De la misma manera, en el kleinismo, la angustia es el centro de la
teoría.
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