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5 0 NICOLAS BOILEAU ARTE POÉTICA

Nicolas Boileau- poética canto III

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NICOLAS BOILEAU

ARTE POÉTICA

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Canto Tercero

No hay serpiente ni monstruo tan aborrecible que deje de agradar a la vista una vez: imitado por el arte. Con su pincel delicado, el artista torna amable el objeto más horroroso. Así, la tragedia sollo-zante dio voz para deleite nuestro a los dolores del ensangrentado Edipo, sacó a la luz los terrores del parricida Orestes y nos arrancó lágrimas para entretenernos.Vosotros, pues, que presa de noble ardor por el teatro, venís a disputar el premio con versos solemnes: ¿Queréis poner en escena obras a las que París en masa otorgue sus sufragios?... ¿Queréis que resulten más bellas cuanto más se las contempla, y que al cabo de veinte años sean aún reclamadas?... Haced que en todas vuestras obras la pasión conmovida se dirija al corazón, lo enardezca y lo remueva. De nada sirve desarrollar sabiamente una escena, si la atrayente pasión no nos llena de suave terror con su hermoso movimiento, o no excita en nuestra alma la encantadora piedad. Vuestros fríos razonamientos apenas lograrán entibiar al espectador, reacio siempre a prodigar sus aplausos. Los vanos esfuerzos de vuestra retórica lo fatigarán, y terminará por adormecerse. Preparada para allanar sin esfuerzo el camino del asunto dramático. Me hacen gracia los actores lerdos en darme a conocer sin tardanza lo que desean, que desenmarañando torpemente una penosa intriga, me convierten en tedio la diversión esperada. Casi preferiría que declinasen su nombre y dijeran: «Yo soy Orestes», o bien «Yo soy Agamenón», en vez de aturdir los oídos con un fárrago de confusas maravillas que nada dicen al espíritu. Nunca es demasiado pronto para presentar el asunto.El lugar de la escena ha de ser fijo y limitado. Un rimador de allende los Pirineos1 puede encerrar sin peligro muchos años en un solo día. Allí es frecuente que un héroe de esos groseros espectáculos aparezca niño en el primer acto y con barba en el último. Pero a nosotros, la Razón nos domina con sus reglas, y queremos que la acción sea tratada con arte: que, en un solo lugar y en un solo día, un acontecimiento único y completo mantenga el teatro colmado hasta el final.Nunca presentéis al espectador algo increíble. Lo verdadero, a veces, puede no ser verosímil. Lo maravilloso no tiene ningún encanto para mí, si es absurdo: el espíritu no se deja conmover por algo que no cree. Si un suceso no es adecuado para la vista, es preferible que lo exponga un relator. Es cierto que si los ojos lo presenciasen, penetrarían mejor en él; mas hay objetos que el arte juicioso debe ofrecer al oído, pero sustraer a la vista.El conflicto debe crecer de escena en escena, y resolverse sin esfuerzo cuando llega a su culminación. El espíritu que se ha dejado envolver en una intriga, nunca se siente tan vivamente tocado, como al conocer de pronto la verdad de un secreto que lo cambia todo, y a todo confiere una faz imprevista.La Tragedia2, informe y burda al nacer, no era más que un simple coro, donde cada cual danzaba y entonaba las alabanzas del dios de los racimos, esforzándose por obtener vendimias provechosas. El vino y la alegría despertaban los espíritus, y un carnero era el premio para el cantor más hábil. Tespis fue el primero que paseó por las aldeas está feliz locura. Embadurnado de mosto, cargó un carretón con actores mal trajeados, y divirtió a los paisanos con un espectáculo nuevo. Esquilo introdujo los personajes en el coro, cubrió los rostros con máscaras más decorosas, y presentó a los actores calzados con coturnos en el tablado del teatro levantado en público. Por último, Sófocles, dando vuelo a su genio, enriqueció la escenografía, aumentó la armonía, hizo intervenir al coro en toda la acción y pulió la expresión de los versos, demasiado toscos hasta entonces. Él fue quien confirió a la tragedia griega la divina elevación a que jamás pudo llegar la debilidad de los latinos.Para nuestros piadosos abuelos, el teatro era algo aborrecible, y fue en Francia, durante muchos años, un placer desconocido. Se cuenta que una grosera comparsa de peregrinos fue quien

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ofreció en París la primera representación pública. Estos simples, llenos de un tonto celo e impulsados por la piedad, tomaban como personajes a Dios, la Virgen y los Santos 3. El saber disipó por fin la ignorancia, e hizo ver la devota imprudencia de este intento. Fueron expulsados estos doctores que predicaban sin misión y se vio renacer a Héctor, Andrómaca, Troya. Por único cambio, los actores dejaron las máscaras antiguas, y la orquesta tomó el lugar del coro y de la música.Muy pronto, el amor, tan pródigo en sentimientos tiernos, se adueñó del teatro, como había hecho ya con las novelas4. No hay medio más seguro de llegar a los corazones que la exacta pintura de esta pasión. Por lo tanto, no me opongo a que pintéis los héroes sojuzgados por «1 amor, con tal que no los convirtáis en pastores melosos. Que el amor de Aquiles sea distinto al de Filene y al de Tirsis... no convirtáis a Ciro en un Artamenes. En ellos, el amor ha de verse combatido por frecuentes remordimientos, y ha de parecer una flaqueza antes que una virtud.Evitad en la tragedia las pequeñeces de los héroes de las novelas, pero poned alguna flaqueza en sus fuertes corazones. Me disgustaría ver a Aquiles menos fogoso y arrebatado, pero me agrada verle derramar lágrimas por una afrenta. Gracias a estas pequeñas fallas consignadas en su pintura, el espíritu reconoce con placer la naturaleza. De acuerdo a estos modelos, pintad en vuestros escritos: que Agamenón sea altivo, orgulloso, interesado; que Éneas tenga un respeto austero por sus dioses. Conservad, el carácter propio de cada uno, y estudiad las costumbres de cada país y de cada época. Los diferentes- climas suelen con frecuencia engendrar humores di-ferentes. Guardaos pues de atribuir, como en la Cíe- lía6, el modo y el espíritu francés a la antigua Italia: no sea que bajo nombres romanos hagáis vuestro retrato y pintéis a Catón de elegante y a Bruto de petimetre. En una novela frívola, todo se disculpa fácilmente con tal que la ficción nos entretenga con su rápido desarrollo: el exceso de rigor estaría fuera de lugar. En cambio, la escena exige la guía de una Razón exacta y la observancia estricta del decoro.Si creáis la imagen de un personaje nuevo, haced que se muestre en todo de acuerdo consigo mismo, y que sea hasta el final tal cual se lo vio al comienzo. Los escritores pagados de sí mismos suelen, sin advertirlo, modelar todos sus personajes a su semejanza. Así, en un autor gascón, todo tiene aire gascón: Juba y Calprenéde hablan en el mismo tono7.La Naturaleza es más variada en nosotros: cada pasión tiene un lenguaje diferente. La cólera es orgullosa, y necesita palabras altaneras; el abatimiento se expresa con términos menos altivos. No queda bien que Hécuba, desolada ante las llamas de Troya, lance ampulosas quejas o describa, sin motivo alguno, en qué horrible país el Ponto Euxino por siete locas recibe al Tanais. Estos pomposos amasijos de palabras frivoles son propios de un declamador enamorado de las palabras. En el dolor, debéis abatiros; y para arrancarme lágrimas, tenéis que llorar también vosotros. Las grandes palabras con que algunas veces los actores llenan sus bocas, no salen de un corazón herido por la desgracia.El teatro, fértil en puntillosos censores, es entre nosotros un campo peligroso para darse a conocer. Los autores no encuentran en él triunfos fáciles,' sino bocas siempre dispuestas a silbar. Cada cual puede tratarlo de necio o de ignorante: es éste un derecho que, al entrar, se adquiere en la taquilla. Para agradar, el autor debe replegarse de mil maneras; ya elevar el tono, ya bajarlo. Debe ser siempre fecundo en nobles sentimientos; ágil, sólido, agradable, profundo, y despertar incesantemente la atención con rasgos sorpresivos. En sus versos ha de correr de maravilla en maravilla, y todo lo que dice debe ser fácil de retener, para que quede un recuerdo perdurable de sus obras. Así actúa la tragedia, avanza y se desarrolla.La poesía épica tiene un aire aún más grandioso. Vive de ficciones, y se apoya en la leyenda para la narración amplia de acciones prolongadas. Apela a todos los recursos para embelesarnos: todo cobra cuerpo, alma, espíritu, rostro humano. ‘Cada virtud se vuelve una divinidad: Minerva es la prudencia y Venus la belleza, No es ya el vapor el que produce el trueno; es Júpiter armado que quiere atemorizar a la tierra. La tormenta, terrible a los ojos de los navegantes, es Neptuno, que regaña a las olas lleno de furor; el eco no es un sonido que resuena en el aire, sino una ninfa llorosa que se queja de Narciso.En medio de este cúmulo de nobles ficciones, el poeta se dispersa en mil hallazgos: adorna, realza, embellece y engrandece todo, y encuentra a mano flores siempre abiertas. Las naves de Eneas, desviadas* de su curso por el viento, son arrastradas a las costas del África por la tempestad: esto es sólo un azar corriente y un golpe nada sorprendente de la fortuna. Pero que Juno, terca en su odio, persiga sobre las aguas a los restos de Ilión 9; que Eolo venga en su ayuda y abra a los vientos amotinados las prisiones de Eolia para expulsar de Italia a los troyanos; que Neptuno, elevándose airado sobre el mar, calme las olas con una sola palabra, restaure la paz en los aires, libere los navíos y los arranque de las Sirtes: esto es lo que sorprende, sacude y arre-

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bata. Sin todos estos adornos, el verso languidece, la poesía muere o se arrastra sin vigor y el poeta no pasa de tímido orador o historiador glacial de una leyenda insípida.En vano, pues, pretenden nuestros poetas extraviados desterrar de sus versos estos adornos recibidos para poner en su lugar a Dios, los profetas y los santos10, como si fuesen divinidades nacidas del cerebro de los poetas antiguos. A cada paso ponen al lector en los infiernos y no le muestran más que a Belcebú, Astaroth y Lucifer. Los tremendos misterios de la fe cristiana no admiten los adornos de la fantasía. El Evangelio nada propone a los espíritus fuera de penitencias a cumplir y tormentos merecidos: con la culpable mescolanza de vuestras ficciones dais a sus mismas verdades apariencia de leyenda.Y por último: ¿qué otro tema podéis poner ante la vista que no sea el diablo, aullando eternamente contra el Cielo, esforzándose por rebajar la gloria de vuestro héroe y terminando con frecuencia por equilibrar la victoria con el mismo Dios?Pero Tasso —se dirá— lo hizo con buenos resultados. No quiero iniciar aquí su proceso, mas pienso (aunque nuestro siglo proclama su gloria) que no hubiera afamado a Italia con su libro, sí su prudente héroe se hubiera limitado a orar hasta hacer entrar a Satán en razón, o sí Reinaldo, Tancredo y su amada no hubiesen amenizado la aridez del tema.No es que yo apruebe la idolatría y paganismo con que algunos absurdos autores tratan los temas cristianos; pero no atreverse a emplear las figuras de la fábula en un cuadro profano y sonriente, expulsar a los Tritones del reino de las aguas, quitarle la flauta a Pan y sus tijeras a las Parcas, vedarle a Carón que conduzca en su barca fatal tanto al monarca como al pastor, es dejarse alarmar tontamente por un escrúpulo vano, y pretender agradar sin adornos al lector.Pronto nos prohibirán pintar la Prudencia, dar a Themis la venda y la balanza, o corporizar a la Guerra de broncínea frente y al Tiempo que huye con su reloj en la mano. En su falso celo, llegarán a expulsar la alegoría de todos sus escritos cual si fuera una práctica de idólatras. Dejémoslo congratularse de sus piadosos errores, y en cuanto a nosotros, desterremos los temores vanos, y no convirtamos en nuestros sueños el cristianismo en una fábula y el Dios de verdad en un dios de mentiras.La leyenda ofrece al espíritu mil deleites. Todos sus nombres parecen nacidos para el verso: Ulises, Agamenón, Orestes, Idomeneo, Helena, Menelao, París, Héctor, Eneas. ¡Peregrina ocurrencia la del poeta ignorante, que entre tantos héroes va a elegir a Childebrando12! Muchas veces, el sonido duro o estrafalario de un solo nombre puede volver grotesco o bárbaro un poema entero.¿Queréis agradar siempre y no fastidiar jamás?... elegid un héroe apto para despertar el interés, espléndido por su valor, magnífico por su virtud. Todo en él, hasta los mismos defectos, ha de ser heroico, y sus hazañas, sorprendentes y dignas de escucharse. Que sea como César, Alejandro y Luis, y no como Polinice y su pérfido hermano: las acciones de un conquistador vulgar resultan aburridas.No recarguéis de incidentes el argumento principal: la ira de Aquiles, tratada con arte, basta para llenar una Ilíada entera. Muchas veces, la abundancia excesiva empobrece la materia. En la narración sed vivos y concisos; en las descripciones, ricos y solemnes: aquí es donde debéis desplegar la elegancia del verso, pero sin presentar ningún pormenor innoble. No imitéis al insensato que, al describir los mares y pintar en medio de sus olas entreabiertas al hebreo salvado del yugo de sus injustos amos, hace salir los peces a las ventanas para contemplar su paso, y pinta un infinito que va> salta, vuelve, y alegre ofrece a su madre el guijarro que ha encontra-do. Esto es detener la vista en objetos demasiado menudos.Dad a vuestras obras la extensión precisa. El comienzo ha de ser simple y sin afectación. No empecéis montado ya en el Pegaso y gritando con voz de trueno a los lectores: Yo canto al vencedor de los vencedores de la tierra™. ¿Qué podrá presentar el autor después de todos estos grandes gritos?... el monte se estremece por el parto, y da a luz un ratoncillo. Cuánto más me agrada aquel autor15 lleno de destreza, que sin hacer promesas tan altivas, me dicen con tono fácil, dulce, simple y armonioso: Canto los combates y aquel hombre piadoso, que de íes costas frigias llevado hasta la Ausonia, llegó él primero a los campos de Lavinia. Su musa no incendia todo apenas llega; para darnos mucho, es poco lo que promete. Pronto lo veréis, multiplicando los prodigios, pronunciar los oráculos del destino latino, pintar los negros torrentes la Estigia y el Aqueronte, y .los Césares futuros que ya vaga en el Elíseo.Adornad vuestra obra con Innumerables figuras que en ella todo presente a la vista una imagen risueña. Se puede ser suntuoso y agradable a la vez; lo sublime, pero aburrido y pesado, es in-aguantable. Prefiero Ariosto y sus cómicas ficciones antes que esos autores siempre melancólicos y fríos, que se sentirían afrontados en su humor sombrío, si las Gracias les desarrugasen alguna

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vez el ceño.Se diría que Homero, aleccionado por la Naturaleza, obtuvo su encanto robando el ceñidor a Venus. Su libro es un tesoro fértil de atractivos. Todo lo que toca se convierte en oro; en sus manos, todo recibe una gracia nueva. Deleita siempre, no cansa jamás. Un feliz ardor anima sus palabras, y no se pierde nunca en largos rodeos. No sigue en sus versos un orden metódico, pero su argumento se ordena y desarrolla por sí mismo. Sin preparativos, todo se prepara fácilmente: cada verso, cada palabra, corre al desenlace. Amad sus escritos, pero con amor sinceros Es prueba de haber adelantado encontrar deleite en él.Un poema acabado, en que todo avanza y se encadena, no es un trabajo de los que engendra el capricho. Requiere tiempo y cuidados; es labor penosa y no puede servir de aprendizaje a un escolar. Mas entre nosotros es frecuente que un poeta sin arte, pero caldeado casualmente por un bello fuego, hinchando de vano orgullo su espíritu quimérico, empuñe altivamente la trompa épica. Su musa desmañada sólo a saltos y brincos levanta el vuelo en sus versos vagabundos; y su fuego, desprovisto de buen sentido y de lectura, se extingue a cada paso por falta de alimento. En vano pretende desengañarlo de su falso mérito el público dispuesto a menospreciarlo: él mismo celebra su flaco genio y se otorga con sus manos el incienso que los demás le rehúsan. A su lado, Virgilio carece de fantasía, y Homero no entiende de nobles ficciones. Si la época se rebela contra esta sentencia, apela a la posteridad. Pero, mientras él espera que renazca el buen sentido y haga salir triunfalmente sus obras a la luz, sus mamotretos, ocultos en la oscuridad de la librería, combaten amargamente con el polvo y los gusanos. Dejémoslo saldar tranquilos sus cuentas entre sí, y prosigamos con nuestro tema sin apartarnos de él.La comedia antigua nació en Atenas del éxito de la tragedia. En ella, el griego, burlón de nacimiento, pudo destilar en mil graciosos juegos el veneno de sus rasgos maldicientes. La sabiduría, el espíritu, el honor, fueron víctimas de los ataques insolentes de una alegría bufonesca. Se vio enriquecerse a un poeta en boga a expensas del mérito escarnecido. Por obra suya, Sócrates, en medio de un coro de Atibes, se atrajo los silbidos del populacho.Los avances de la licencia fueron finalmente reprimidos: los magistrados buscaron el apoyo de las leyes, y moderaron por edicto a los poetas, prohibiendo que aludiesen a nombres o facciones. El teatro perdió entonces su antiguo desenfreno, y la comedia aprendió a reír sin acritud. Supo instruir y reprender sin amargura ni veneno, y deleitó inocentemente en los versos de Menandro. Cada uno de los pintados con arte en -este nuevo espejo se contempló con placer, o no se reconoció en él. El avaro era el primero en reírse del retrato fiel de un avaro trazado a su modelo; mil veces, un fatuo finamente caracterizado no reconoció el retrato modelado sobre él mismo.¡Autores que pretendéis los honores de la comedia!: haced de la Naturaleza el único objeto de vuestro estudio. Quien sabe ver al hombre y penetra con espíritu profundo hasta el fondo escondido de los corazones; quien sabe qué es un pródigo, un avaro, un hombre de bien, un fatuo, un celoso, un extravagante, podrá presentarlos con acierto en la escena, y hacerlos vivir a nuestros ojos, moverse y hablar. Presentadlo todo con imágenes naturales, y pintad a cada uno con los colores más vivos. La Naturaleza, fértil en retratos pintorescos, está impresa en cada alma con trazos diferentes. Un gesto la revela, una nada la hace aparecer; mas no cualquier espíritu tiene ojos para reconocerla.El tiempo, que lo cambia todo, cambia también nuestros humores. Cada edad tiene sus placeres, su espíritu y sus costumbres. El joven, férvido siempre en sus antojos, es apto para recibir la impronta de los vicios. Es vano en sus palabras, inestable en sus deseos, reacio a la censura y alocado en los placeres. La edad viril, más madura, respira un aire más prudente. Se abre camino hacia los grandes, intriga, se tía maña. Trata de mantenerse a cubierto de los golpes de la fortuna y, en el presente, otea de lejos el porvenir. La vejez apesadumbrada acumula y guarda, mas no para sí, los tesoros que amontona. En todos sus planes, avanza con paso lento y glacial. Se lamenta siempre del presente y elogia lo pasado. Como es incapaz para los placeres de que abusa la juventud, le reprocha las dulzuras que la edad a ella le rehúsa.No hagáis hablar al azar a vuestros actores, al viejo como joven y al joven como viejo. Estudiad la Corte y conoced la ciudad: ambas son siempre fértiles en modelos. Con ellas ilustró Molière sus escritos, y hubiera conseguido el triunfo de su arte, si llevado por su amor al pueblo, no hubiera exagerado las imágenes de sus doctas pinturas, abandonando lo agradable y lo fino por lo bufo, o asociando sin recato a Terencio con Tabarin. No puedo reconocer al autor del Misántropo en el saco ridículo con que se envuelve Escapin.La comedia es enemiga de llantos y suspiros, y no admite en sus versos los dolores de la tragedia, pero tampoco es su misión deleitar al populacho de las plazas con palabras sucias e innobles. Las gracias de los actores han de ser dignas. El conflicto ha de plantearse con acierto y resolverse con

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facilidad. La, acción debe marchar donde la conduce la Razón, sin extraviarse jamás en una escena vacía. El estilo, humilde y dulce, ha de elevarse en los momentos convenientes. La expresión ha de ser fértil en palabras oportunas y llena de pasiones tratadas finamente. Cada escena- debe estar trabada con las restantes. Hay que evitar las gracias en contra del buen sentido.Nunca os alejéis de la Naturaleza. Mirad en Terencio con qué aire reprende el padre la desvergüenza de su hijo, y con qué aire este enamorado escucha sus lecciones... para correr a olvidar sus letanías en casa de la amante. Esto no es un retrato, una imagen aproximada: es un amante, un padre, un hijo verdaderos.En el teatro, me atraen los autores agradables que no se difaman a los ojos del espectador y saben deleitar con sólo la Razón, sin ofenderla jamás. Los falsos graciosos, amantes de los equívocos groseros, que cuentan sólo con la obscenidad para divertirme, harían bien en ir, si lo desean, a entretener con sus tonterías al público del Pont~Neuf. Suban allí* a una barraca, y representen sus mascaradas ante la reunión de los lacayos.