100
LA GUERRA DE JUGURTA CAYO SALUSTIO TRADUCIDO POR EL INFANTE DON GABRIEL DE BORBÓN

La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

Embed Size (px)

DESCRIPTION

Texto de Salustio

Citation preview

Page 1: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

LA GUERRA DE JUGURTA

CAYO SALUSTIO

TRADUCIDO POR

EL INFANTE DON GABRIEL DE BORBÓN

Page 2: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

2

Editado por

elaleph.com

í 1999 – Copyright www.elaleph.com Todos los Derechos Reservados

Page 3: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

3

www.elaleph.com

donde los libros son gratis La guerra de Jugurta

PRÓLOGO

Mi intento en esta traducción es que puedan los españoles, sin el

socorro de la lengua latina, leer y entender sin tropiezo las obras de

Cayo Salustio Crispo. Su hermosura, su gracia y perfección han dado

en todos tiempos que admirar a los sabios, los cuales a una voz le han

declarado por el príncipe de los historiadores romanos. Ninguno de

ellos es tan grave y sublime en las sentencias: tan noble, tan nu-

meroso, tan breve y, al mismo tiempo, tan claro en la expresión. En él

tienen las palabras todo el vigor y fuerza que se les puede dar, y en su

boca parece que significan más que en la de otros escritores: tan justa

es la colocación y tan propio el uso que hace de ellas. Aun por esto,

son casi inimitables sus primores, y no es menos difícil conservarlos

en una traducción. Pero si en algún idioma puede hacerse, es en el

español. A la verdad nuestra lengua, por su gravedad y nervio, es

capaz de explicar con decoro y energía los más grandes pensamientos.

Es rica, armoniosa y dulce; se acomoda sin violencia al giro de frases

y palabras de la latina; admite su brevedad y concisión, y se acerca

más a ella que otra alguna de las vulgares. Bien conocieron esto los

sabios extranjeros que juzgaron desapasionadamente; y aun hubo entre

ellos quien la vindicó de cierta hinchazón y fasto, que algunos le han

querido injustamente atribuir. Por otra parte, los genios españoles

aman de suyo lo sublime y no se contentan con la medianía, y así

nuestros escritores de mayor crédito se propusieron imitar a Salustio,

con preferencia a César, Nepote, Livio y demás historiadores latinos;

como se echa de ver en don Diego de Mendoza, Juan de Mariana, don

Carlos Coloma, don Antonio Solís y otros. Pedro Chacón y Jerónimo

Zurita le ilustraron con eruditas notas. Y cuando todavía los griegos

no habían renovado en el Occidente el buen gusto de la literatura, ya

entre nosotros Vasco de Guzmán, a ruego del célebre Fernán Pérez de

Guzmán, señor de Batres, había hecho la traducción española de este

autor, que se halla manuscrita en la Real Biblioteca de El Escorial,

Page 4: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

4

www.elaleph.com

donde los libros son gratis Cayo Salustio

obra verdaderamente grande para aquellos tiempos y de que no tuvo

noticia don Nicolás Antonio. De ella desciende la que en el año 1529

publicó el maestro Francisco Vidal y Noya, el cual, especialmente en

el Jugurta, apenas hizo otra cosa que copiar a este autor, aunque no le

nombra. Otra hizo Manuel Sueiro, que se imprimió en Amberes en el

año 1615. Y es bien de notar la estimación con que se recibieron en

España estas traducciones, pues la del maestro Vidal y Noya, o bien se

llame de Vasco de Guzmán, se imprimió tres veces en poco más de

treinta años. La desgracia es que ninguna de ellas se hiciese en el

tiempo en que floreció más nuestra literatura y en que, por la misma

razón, se cultivó también la lengua con mayor cuidado. Realmente

todas desmerecen cotejadas con el original y distan mucho de aquel

decir nervioso y preciso que caracteriza al autor. Esto me ha movido a

emprender de nuevo el mismo trabajo, y a experimentar si podría

hacerse una traducción más digna de la lengua española y que se

acercase más a la grandeza del escritor romano. Para ello, en cuanto

al estilo y frases, me he propuesto seguir las huellas de nuestros

escritores del siglo xvi, reconocidos generalmente por maestros de la

lengua; y evitar con la atención posible las expresiones y vocablos de

otros idiomas, que muchos usan sin necesidad, no debiendo esto

hacerse sino cuando en español no se halla su equivalente, o no puede

explicarse con propiedad y energía lo que se intenta declarar. Tal vez

porque huyo este escollo, habrá quien diga que doy en el opuesto, y

que en mi traducción uso afectadamente de alguna voz española ya

anticuada. Si se creyese afectación, la misma notaron muchos en

Salustio respecto de las voces latinas. Y ojalá que con esto abriera yo

camino a nuestros escritores, amantes de la riqueza y propiedad de su

lengua, para que hiciesen lo mismo y poco a poco le restituyesen

aquella su nobleza y majestad que tuvo en sus mejores tiempos. No

puede verse sin dolor que se dejen cada día de usar en España muchas

palabras propias, enérgicas, sonoras y de una gravedad inimitable, y

que se admitan en su lugar otras, que ni por su origen, ni por la

Page 5: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

5

www.elaleph.com

donde los libros son gratis La guerra de Jugurta

analogía, ni por la fuerza, ni por el sonido, ni por el número son

recomendables, ni tienen más gracia que la novedad.

Para mayor exactitud en la traducción, he procurado seguir, no

sólo la letra, sino también el orden de las palabras y la economía y

distribución de los períodos, dividiéndolos, como Salustio los divide,

en cuanto lo permite el sentido de la oración y el genio del idioma. De

suerte que en muchos de ellos, si se cotejan, se hallará la misma

estructura y los mismos apoyos y descansos con que se sostiene y

suaviza la pronunciación

DE LA VIDA Y PRINCIPALES ESCRITOS DE

SALUSTIO

(86-35 a. de J. C.)

A Cayo Salustio Crispo hicieron famoso su vida y sus escritos. La

memoria de éstos durará cuanto durare el aprecio de las letras.

Aquélla debiera pasarse en silencio y aun sepultarse en el olvido. Diré,

sin embargo, brevemente que nació en el año 668, o en el 669 de

Roma, en Amiterno, pueblo de los sabinos, en el mismo confín del

Abruzo, no lejos de la ciudad de la Aquila, la cual, según Celario

afirma, se engrandeció con sus ruinas. Fue de familia ilustre. De pe-

queño se aplicó a las letras, y trasladado a Roma y a los negocios del

foro, se dejó arrastrar de la ambición, vicio que no se avergüenza de

confesar, o porque era general o porque, según frase del mismo, se

acerca más a la virtud. De edad de treinta y cuatro años, en el de 702

de Roma, obtuvo el tribunado de la plebe. En esta magistratura se

hubo muy mal; y en él y en los dos siguientes años dio motivo a que se

le echase con ignominia del Senado. Favorecióle Julio César y le

restituyó a su lugar y dignidad, honrándole después con la cuestura y

pretura y últimamente, por los años 707 de Roma, con el gobierno de

la Numidia, en cuyo empleo acabó de darse a conocer saqueando la

provincia. Fastidiado de los negocios, quizá porque no le salían a su

Page 6: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

6

www.elaleph.com

donde los libros son gratis Cayo Salustio

gusto, se resolvió a vivir privadamente el resto de su vida. Murió de

cincuenta años (no de setenta, como Juan Clere afirma) si es cierto lo

que también este autor, siguiendo la común opinión, dice que nació en

el año 669 de Roma, en el tercer consulado de Lucio Cornelio Cina y

Cneo Papirio Carbón, y que murió en el de 719, siendo cónsules Sexto

Pompeyo y Sexto (o Lucio) Cornificio, cuatro años antes de la batalla

Acciaca.

En cuanto a sus obras hay varias opiniones acerca del tiempo en

que las compuso. Juan Clere sospecha, que así el Catilina como el

Jugurta se escribieron poco después de haber Salustio obtenido el

tribunado. Pero sus conjeturas de haber vivido entonces Salustio

apartado de los negocios y de no ser enemigo de Cicerón, son muy

endebles. Porque también después del gobierno de la Numidia vivió

retirado, y en los últimos años de su vida en que pudo escribir sus

obras, habría ya cesado la enemistad con Cicerón, puesto que éste

había muerto algunos años antes, en el de 711 de Roma. Fuera de que,

con lo que el mismo Clere añade: no ser aquellos escritos de un

hombre de pocos años, destruye sus conjeturas, porque acababa de

decir que Salustio nació en el 669 de Roma y, según esta cuenta, en el

de 702 tendría poco más de treinta y tres años.

Soy de parecer que ambas obras se escribieron después de la

muerte de Julio César o de los idus de marzo del año 710 de Roma.

Del Catilina lo da a entender claramente el mismo Salustio en la

comparación que hace entre César y Catón. Hubo -dice- en mi tiempo

dos varones; y no hablaría de este modo si entonces viviera Julio

César. Siendo, pues, constante que el Catilina se escribió antes que el

Jugurta, lo que además del general consentimiento de los doctos, se

reconoce por el exordio del mismo Catilina, donde se muestra que éste

fue el primer ensayo de sus escritos, en las palabras: vuelto a mi

primer estudio, de que la ambición me había distraído, determiné

escribir la Historia del pueblo romano, se convence que también el

Jugurta fue posterior a la muerte de Julio César.

Page 7: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

7

www.elaleph.com

donde los libros son gratis La guerra de Jugurta

Pero yo añado que esta última obra tardó aún algunos años en

escribirse, y que lo indica bastantemente Salustio, cuando en su

exordio, después de haber dicho: los magistrados y gobiernos, y en

una palabra, todos los empleos de la república son, en mi juicio, en

este tiempo muy poco apetecibles, prosigue hablando de esta suerte

contra los que atribuían su retiro o flojedad y desidia: los cuales si

reflexionan, lo primero, en qué tiempos obtuve yo empleos públicos y

qué sujetos competidores míos no los pudieron alcanzar; y además de

esto, qué clases de gentes han llegado después a la dignidad de

senadores, reconocerán sin duda que no fue pereza la que -me hizo

mudar de propósito, sino justa razón que para ello tuve. Porque las

palabras en este tiempo, en qué tiempos obtuve yo y qué clases de

gentes han llegado después, etc., manifiestan que había pasado mucho

tiempo desde que Salustio obtuvo empleos, esto es, desde los últimos

años de Julio César hasta que trabajó esta obra.

Aún más claro en el mismo exordio. Habiendo dicho que los que

obtienen con fraudes los empleos de la república, no por eso son

mejores, o viven más seguros, prosigue así: El dominar un ciudadano

a su patria y a los suyos y obligarles con la fuerza, aun cuando se

llegue a conseguir y se corrijan los abusos, siempre es cosa dura y

arriesgada, por traer consigo todas las mudanzas de gobierno:

muertes, destierros y otros desórdenes; y por el contrario, empeñarse

en ello vanamente y sin más fruto que malquistarse a costa de fatigas,

es la mayor locura, si ya no es que haga quien, poseído de un infame y

pernicioso capricho, quiera el mando para hacer un presente de su

libertad y de su honor a cuatro poderosos. Donde, en mi juicio, señala

Salustio como con el dedo la mudanza de la república en monarquía

en las palabras: todas las mudanzas de gobierno; la muerte de César y

las proscripciones que con ese motivo hubo en las inmediatas:

muertes, destierros y otros desórdenes; la temeridad y locura de Bruto

y Casio, que prometiéndose restituir la libertad a Roma con el

asesinato de Julio César, no hicieron más que poner el gobierno en

manos de los triunviros, en lo que sigue: es la mayor locura, y hacer

Page 8: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

8

www.elaleph.com

donde los libros son gratis Cayo Salustio

un presente de su libertad y de su honor a cuatro poderosos. Y esto

prueba bien que Salustio escribió el Jugurta cuando estaba en su auge

el triunvirato, esto es, años después del 711 de Roma. No pudo

Salustio hablar en otro tono de César, a fuer de agradecido; ni

nombrarle no declarar a los triunviros, porque había en ello riesgo, y

así se contentó con darlo a entender por estos rodeos.

La misma serie del Jugurta manifiesta que Salustio no acabó de

perfeccionarlo, porque su última mitad está defectuosa en varias

partes. No nombra la ciudad que se tomó por la industria y valor del

ligur; ni el alcázar real, a cuya conquista fue Mario cuando llegaron

los embajadores de Boco al campo de los romanos; y aun la prisión y

entrega de Jugurta a Mario y el triunfo de éste lo cuenta con la mayor

frialdad, como quien solamente apunta y, por decirlo así, toma los

cabos de lo que se propone tratar con más extensión. Ni dice nada del

paradero de Jugurta, que unos creen que murió de hambre y frío en un

silo, otros que fue precipitado de la Roca Tarpeya y otros, con Paulo

Orosio, que le fue dado garrote en la cárcel.

Page 9: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

9

www.elaleph.com

donde los libros son gratis La guerra de Jugurta

LA GUERRA DE JUGURTA

Sin causa alguna se quejan los hombres de que su naturaleza es

flaca y de corta duración; y que se gobierna más por la suerte, que por

su virtud. Porque si bien se mira, se hallará, por el contrario, que no

hay en el mundo cósa mayor, ni más excelente; y que no le falta vigor

ni tiempo, sí sólo aplicación e industria. Es, pues, la guía y el gobierno

entero de nuestra vida el ánimo, el cual, si se encamina a la gloria por

el sendero de la virtud, harto eficaz, ilustre y poderoso es por sí

mismo; no necesita de la fortuna, la cual no puede dar ni quitar a

nadie bondad, industria, ni otras virtudes. Pero si, esclavo de sus

pasiones, se abandona a la ociosidad y a los deleites perniciosos, a

poco que se engolfa en ellos y por su entorpecimiento se reconoce ya

sin fuerzas, sin tiempo y sin facultades para nada, se acusa de flaca a

la naturaleza, y atribuyen los hombres a sus negocios y ocupación la

culpa que ellos tienen. Y a la verdad, si tanto esmero pusiesen en las

cosas útiles, como ponen en procurar las que no les tocan, ni pueden

serles de provecho, y aun aquellas que les son muy perjudiciales, no

serían ellos los gobernados, sino antes bien gobernarían los humanos

acaecimientos, y llegarían a tal punto de grandeza, que, en vez de

mortales que son, se harían inmortales por su fama.

Porque como la naturaleza humana es compuesta de cuerpo y

alma, así todas nuestras cosas e inclinaciones siguen unas el cuerpo y

otras el ánimo. La hermosura, pues, las grandes riquezas, las fuerzas

del cuerpo y demás cosas de esta clase pasan brevemente; pero las

esclarecidas obras del ingenio son tan inmortales como el alma.

Asimismo, los bienes del cuerpo y de fortuna, como tuvieron

principio, tienen su término; y cuanto nace y se aumenta llega con el

tiempo a envejecer y muere; el ánimo es incorruptible, eterno, el que

gobierna al género humano, el que lo mueve y lo abraza todo, sin estar

sujeto a nadie. Por esto es más de admirar la depravación de aquellos

que, entregados a los placeres del cuerpo, pasan su vida entre los

Page 10: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

10

www.elaleph.com

donde los libros son gratis Cayo Salustio

regalos y el ocio, dejando que el ingenio, que es la mejor y más noble

porción de nuestra naturaleza, se entorpezca con la desidia y falta de

cultura; y más habiendo, como hay, tantas y tan varias ocupaciones

propias del ánimo, con las cuales se adquiere suma honra.

Pero entre éstas los magistrados y gobiernos, y en una palabra,

todos los empleos de la república son en mi juicio en este tiempo muy

poco apetecibles, porque ni para ellos se atiende al mérito, y los que

destituidos de él los consiguen por medio de fraudes, no son por eso

mejores ni viven más seguros. Por otra parte, el dominar un ciudadano

a su patria y a los suyos y obligarles con la fuerza, aun cuando se lle-

gue a conseguir y se corrijan los abusos, siempre es cosa dura y

arriesgada, por traer consigo todas las mudanzas de gobierno muertes,

destierros y otros desórdenes; y, por el contrario, empeñarse en ello

vanamente y sin más fruto que malquitarse a costa de fatigas, es la

mayor locura; si ya no es que haya quien, poseído de un infame y

pernicioso capricho, quiera el mando para hacer un presente de su

libertad y de su honor a cuatro poderosos.

Entre las ocupaciones, pues, propias del ingenio, una de las que

traen mayor utilidad es la historia; de cuya excelencia, porque han

escrito muchos, me parece ocioso que yo hable, y también porque no

piense alguno que ensalzando yo un estudio de mi profesión, quiero de

camino vanamente alabarme. Aun sin esto, creo que habrá algunos

que, porque he resuelto vivir apartado de la república, llamen inacción

a este tan grande y tan útil trabajo mío; y éstos serán sin duda los que

tienen por obra de grandísimo estudio el visitar sórdidamente a la

plebe y captar su benevolencia a fuerza de convites; los cuales, si

reflexionan, lo primero en qué tiempos obtuve yo empleos públicos y

qué sujetos competidores míos no los pudieron alcanzar, y además de

esto, qué clases de gentes han llegado después a la dignidad de sena-

dores, reconocerán sin duda, que no fue pereza la que me hizo mudar

de propósito, sino justa razón que para ello tuve, y que ocioso, como

quieren llamarme, soy de más provecho a la república, que ellos

ocupados. Porque muchas veces he oído que Quinto Máximo, Publio

Page 11: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

11

www.elaleph.com

donde los libros son gratis La guerra de Jugurta

Scipión y otros esclarecidos varones de nuestra ciudad, cuando

miraban los retratos de sus mayores solían decir que se les inflamaba

vehementísimamente el ánimo para la virtud: esto es, no que aquella

cera ni su figura tuviesen en sí para ello tanta fuerza, sino que con la

memoria de sus hechos se avivaba en los ánimos de aquellos grandes

hombres una llama, que nunca se apagaba hasta igualar con la propia

virtud su reputación y gloria. Pero al contrario, ¿quién habrá hoy tan

moderado que no exceda a sus antepasados en gastos y riquezas, o que

pueda competir con ellos en bondad e industria? Hasta los hombres

nuevos y advenedizos que en otro tiempo solían granjearse

anticipadamente el grado de nobles a costa de su valor, aspiran hoy a

los magistrados y honores, más por vías ocultas y latrocinios que por

buenos medios, como si la pretura, el consulado y demás empleos de

esta clase fuesen por sí ilustres y magníficos, y no deban solamente

estimarse a proporción del mérito del que los obtiene. Pero yo tal

mirar con displicencia y tedio las costumbres de nuestra ciudad, he

sido algo libre y me he internado en esto más de lo que debiera.

Acercándome ahora a mi propósito.

Voy a escribir la guerra que el pueblo romano tuvo con Jugurta,

rey de los númidas, ya porque fue grande y sangrienta y la victoria

anduvo varia, ya porque entonces fue la primera vez que la plebe

romana se opuso abiertamente al poder de la nobleza, cuya contienda

trastornó y confundió todo lo sagrado y lo profano, llegando a tal

extremo de furor, que no se acabaron las discordias civiles sino con la

guerra y la desolación de Italia. Pero antes de comenzar mi narración,

pienso tomar desde el principio algunas cosas, a fin de que mejor y

más claramente se entienda lo que he de referir. En la segunda guerra

con los cartagineses en que su general Aníbal, después de haber

hollado la grandeza del nombre romano, debilitó en gran manera las

fuerzas de Italia, Masinisa, rey de los númidas, con quien Publio

Scipión, llamado después por su valor el Africano, había trabado

alianza, hizo muchas y muy esclarecidas hazañas militares, por las

cuales, después de vencidos los cartagineses y de haber hecho pri-

Page 12: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

12

www.elaleph.com

donde los libros son gratis Cayo Salustio

sionero a Sifax, cuyo imperio era muy extendido y poderoso en África,

el pueblo romano le dio en premio todas las ciudades y territorios que

con los suyos había conquistado. La amistad, pues, de Masinisa nos

fue constantemente honrosa y útil, ni se acabó sino con su imperio y

con su vida. Después de eso su hijo Micipsa obtuvo solo el reino,

habiendo Manastabal y Gulusa, sus hermanos, muerto de enfermedad.

Micipsa tuvo por hijos a Aderbal y Hiempsal, y además de esto crió en

su casa con igual tratamiento a Jugurta (hijo de su hermano

Manastabal), al cual Masinisa, porque no era legítimo, había privado

de su herencia.

Este, luego que llegó a los años de la mocedad, como era

esforzado, de bella presencia y especialmente de un claro y despejado

ingenio, no se dejó corromper de la ociosidad y el lujo, sino antes

bien, según la costumbre de aquella gente, se ejercitaba en montar a

caballo, en tirar el dardo, en correr con sus iguales, disputándoles la

ventaja; y siendo así que sobrepujaba en reputación a todos, no era por

eso menos bienquisto de ellos. Ocupaba además de esto lo más del

tiempo en la caza, hería si podía el primero o entre los primeros a los

leones y otras fieras, y ejecutando mucho, hablaba con gran

moderación de sí. De estas cosas Micipsa, aunque en los principios se

alegraba, con la esperanza de que el valor de Jugurta podría algún día

contribuir a la gloria de su reino, después que reflexionó que el

mancebo se iba ganando más y más crédito en la flor de su edad,

siendo tan avanzada la suya y tan tierna la de sus hijos, inquieto

sumamente con este pensamiento, daba mil vueltas en su interior.

Poníale miedo la condición humana de suyo ambiciosa de mando y

nada detenida en cumplir sus deseos, y asimismo la favorable ocasión

de su edad y la de sus hijos, capaz por sí sola de trastornar, con la

esperanza del buen éxito, aun a espíritus menos elevados. Añadíase a

esto el grande amor que los númidas tenían a Jugurta; todo lo que

hacía temer mucho a Micipsa, que si se resolvía a matarle con

enganos, podría nacer de ahí alguna guerra o sedición.

Page 13: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

13

www.elaleph.com

donde los libros son gratis La guerra de Jugurta

Entre estas dificultades, viendo que ni por vía de fuerza ni de

asechanzas podía quitar del medio a un hombre tan bienquisto del

pueblo, y por otra parte, cuán valiente era Jugurta y ambicioso de

gloria militar, determinó exponerle a los riesgos y tentar por este

camino la fortuna. Habiendo, pues, de enviar Micipsa al pueblo

romano socorros de infantería y caballería para la guerra de

Numancia, le eligió por comandante de los númidas que destinaba a

España, esperando que o bien porque querría hacer alarde de su valor,

o por la braveza de los enemigos, seguramente perecería. Pero la cosa

sucedió muy de otra suerte de lo que pensaba, porque como Jugurta

era de ingenio pronto y perspicaz, luego que conoció el genio de

Publio Scipión, que era entonces el general de los romanos, y la

costumbre de pelear de los enemigos, a costa de gran trabajo y cuidado

y, además de esto, obedeciendo a todos con suma modestia, y muchas

veces saliendo al encuentro a los peligros, llegó muy en breve a

hacerse tan ilustre, que los nuestros le amaban sumamente y no menos

le temían los numantinos. Y a la verdad juntaba en sí Jugurta el ser

ardiente en las batallas y maduro en las deliberaciones, cosa en sumo

grado difícil, porque el conocimiento de los riesgos suele engendrar

temor y la intrepidez temeridad. El general, pues, para casi todos los

casos arduos se valía de Jugurta, le trataba familiarmente y cada día le

insinuaba más en su amistad, viendo que ningún consejo ni empresa

suya salía vana. Llegábase a esto su liberalidad y la destreza de su

ingenio, con las cuales prendas se había granjeado la amistad de

muchos de los romanos.

Había en aquel tiempo en nuestro ejército varios sujetos (de poca

cuenta y también nobles) que anteponían las riquezas a lo bueno y

honesto; gente de partido y de autoridad en Roma, famosos por eso

entre los confederados, más que por su virtud. Estos inflamaban el

ánimo elevado de Jugurta, prometiéndole que si llegaba a faltar

Micipsa, sería su único sucesor en el imperio de Numidia, así por su

gran valor como porque en Roma todo se vendía. Pero después que,

destruida Numancia, Publio Scipión resolvió despedir las tropas

Page 14: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

14

www.elaleph.com

donde los libros son gratis Cayo Salustio

auxiliares y volverse a Roma, habiendo regalado y elogiado

magníficamente a Jugurta en presencia de todos, le separó y llevó a su

tienda y allí le advirtió secretamente «que no cultivase la amistad del

pueblo romano por medio de particulares, sino en cuerpo, ni se

acostumbrase a regalar privadamente a alguno, que no sin riesgo se

compraba a pocos lo que era de muchos, y que si proseguía obrando

bien, como hasta entonces, la gloria y el reino de suyo se le vendrían a

las manos; pero que si se apresuraba demasiado, sus mismas riquezas

le precipitarían.

Habiéndole hablado de esta suerte, le despidió con una carta suya

para Micipsa, cuyo contenido era éste: Tu Jugurta en la guerra de

Numancia se ha portado con un valor incomparable, cuya noticia no

dudo que te será muy grata. Yo le estimo por su merecimiento y haré

cuanto pueda porque le estime también el Senado y pueblo romano.

Doite el parabién de ello por la amistad que te profeso. Tienes por

cierto en el un varón digno de ti y de su abuelo Masinisa. El rey, pues,

viendo confirmado por la carta de Scipión cuanto por noticias había

entendido de Jugurta, conmovido en su interior ya por el mérito, ya es-

pecialmente por la gallardía del joven, dobló al fin su ánimo y tentó si

le vencería a fuerza de beneficios, y así le adoptó desde luego y le

declaró heredero en su testamento, igualmente que a sus hijos. De allí

a pocos años Micipsa, agobiado de la vejez y achaques, reconociendo

que se le acercaba el término de su vida, dicen que, en presencia de

sus amigos y parientes y de sus hijos Aderbal y Hiempsal, habló a

Jugurta de esta suerte:

«Pequeño eras tú, Jugurta, cuando, muerto tu padre y viéndote

pobre y sin esperanza alguna, te recogí en mi casa, juzgando que, a ley

de agradecido, no me amarías menos que si te hubiese yo engendrado.

Ni me engañé en esto, porque, dejando aparte otras grandes y

excelentes prendas que te adornan, recientemente en tu vuelta de

Numancia me has colmado a mí y a mi reino de gloria; con tu valor

nos has estrechado más en la amistad de los romanos, renovaste en

España la memoria de nuestra familia y, en fin, lo que es para los

Page 15: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

15

www.elaleph.com

donde los libros son gratis La guerra de Jugurta

hombres más difícil de lograr: venciste a la envidia con tu fama.

Ahora, pues, que la naturaleza va poniendo término a mi vida, te

exhorto y conjuro por esta mi diestra y por la fidelidad que al reino

debes, que ames mucho a éstos, que por su linaje te son parientes y por

mi beneficio hermanos, y que no quieras más agregarte extraños que

conservar a los que te son cercanos por la sangre. Advierte que no son

los ejércitos ni los tesoros la seguridad de un reino, sino los amigos,

los cuales ni se ganan por las armas ni se compran con el oro: la

buena fe y el obsequio los produce. ¿Quién, pues, más amigo que un

hermano para otro? ¿O a quién hallará fiel entre los extraños el que

fuese infiel a los suyos? Entrégocis, pues, un reino firme, si hubiere

unión entre vosotros; pero débil si llegáis a desaveniros, porque con la

concordia se engrandecen los pequeños estados; la discordia destruye

aun los mayores. Pero tú, ¡oh, Jugurta!, pues te aventajas, a éstos en

edad y prudencia, conviene que seas el primero en procurar que no

suceda de otro modo, porque en toda contienda el que es más fuerte,

parece que sólo esto a la primera vista, que es el agresor, aunque en la

realidad sea el injuriado. Vosotros también, ¡oh Aderbal y Hiempsal!,

respetad y no perdáis de vista a este varón insigne: imitad su virtud y

haced cuanto podáis para que no se diga de mí que he prohijado

mejores hijos que he engendrado.

Jugurta entonces, aunque conocía bien el artificio de aquel

razonamiento y estaba muy lejos de pensar de aquel modo, se

acomodó al tiempo y respondió al rey benigna y cortésmente. Muere

de allí a pocos días Micipsa, y después de haberle hecho

magníficamente las exequias, según la real costumbre, se juntaron los

pequeños reyes a tratar entre sí de los negocios. Pero Hiempsal, el

menor de los hermanos (que era de condición feroz y ya de antemano

despreciaba a Jugurta por la desigualdad de su nacimiento por la línea

materna), se sentó inmediato y a la mano derecha de Aderbal, para

que de esa suerte no pudiese Jugurta ocupar el medio, lo que también

entre los númidas se tiene por honor, y aun después de haberte su

hermano importunado para que cediese a la mayor edad de Jugurta y

Page 16: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

16

www.elaleph.com

donde los libros son gratis Cayo Salustio

se pasase al otro lado, con dificultad lo pudo conseguir. Tratando,

pues, los tres largamente en aquella punta de la administración del

reino, Jugurta entre otras cosas propuso, que convendría anular todas

las deliberaciones y decretos hechos de cinco años hasta entonces,

alegando que en ese tiempo Micipsa, por su edad decrépita, no había

estado en su cabal juicio, Hiempsal, que oyó esto, dijo al instante que

le placía, porque en los tres postreros años de Micipsa había él sido

adoptado y llegado por ese medio al trono, cuya palabra hizo en el

ánimo de Jugurta más impresión de lo que nadie puede imaginar. Así

que, desde entonces, agitado del furor y del miedo, todo era maquinar,

prevenir y no pensar sino en trazas y engaños por donde haber a las

manos a Hiempsal.

Pero viendo que esto iba largo y no pudiendo entretanto sosegar

su ánimo feroz, determinó llevar de todos modos a efecto su

pensamiento.

Habían los reyes en la primera junta que tuvieron, como se dijo

antes, acordado para evitar discordias, que se dividiesen los tesoros y

señalasen a cada uno los límites de su imperio, y así se prefijó término

para uno y otro, pero más breve para la repartición del dinero. En el

intermedio se fueron cada cual por su parte a las cercanías del sitio

donde se guardaban los tesoros. Hallábase Hiempsal en el lugar de

Tírmida, y estaba casualmente hospedado en casa de un vecino, que

por haber sido lictor de los más allegados de Jugurta era muy estimado

y bienquisto de él. A éste, pues (viendo Jugurta que tan

favorablemente se le había presentado la suerte), le llenó de promesas

y le indujo a que fuese a su casa con pretexto de dar una vista, y

procurase falsear las llaves de su entrada, porque las verdaderas se

entregaban por las noches a Hiempsal, asegurándole que él vendría en

persona con buen número de gente cuando el caso lo pidiese. El

númida hizo muy en breve lo que se le había mandado; y según la

instrucción que tenía, introdujo de noche en la casa a los soldados de

Jugurta, los cuales, derramándose por lo interior de ella, buscan al rey

por diversas partes, matan a los que hallan dormidos o se les resisten,

Page 17: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

17

www.elaleph.com

donde los libros son gratis La guerra de Jugurta

registran los escondrijos más ocultos, fuerzan las puertas y lo

confunden todo con el ruido y alboroto, cuando en este tiempo fue

hallado Hiempsal, que procuraba ocultarse en la choza de una esclava,

adonde se había retirado desde el principio, despavorido y sin saber

dónde estaba. Los númidas presentan su cabeza a Jugurta, según la

orden que tenían.

Divulgada en breve la noticia de tan atroz maldad por toda el

África, se apoderó un gran miedo de Aderbal y de todos los antiguos

vasallos de Micipsa. Divídense en dos bandos los númidas: el mayor

número sigue a Aderbal, los más guerreros a Jugurta. Éste arma

cuanta más gente puede, agrega a su imperio varias ciudades, unas por

fuerza, otras que voluntariamente se le entregan, y en suma resuélvese

a hacerse dueño de toda la Numidia. Por otra parte Aderbal, aunque

habla enviado a Roma sus mensajeros para informar al Senado de la

muerte de su hermano y del deplorable estado de sus cosas, con todo

eso, confiado en el mayor número de tropas, se apercibía para

resistirlo con las armas; pero habiéndose dado batalla y siendo

vencido en ella, tuvo que retirarse huyendo al África proconsular,

desde donde pasó a Roma. Jugurta entonces, logrado ya su intento, y

después que se vio dueño de toda la Numidia, comenzó en su

inquietud a reflexionar sobre su hecho y a temer al pueblo romano, sin

que hallase en cosa alguna remedio contra su justo enojo, sino en la

avaricia de la nobleza y su dinero. Y así, dentro de pocos días envía

sus mensajeros a Roma con gran copia de oro y plata y con encargo

primeramente de regalar a manos llenas a los amigos antiguos, ganar

después a otros y últimamente comprar a fuerza de dones a cuantos

más pudiesen, sin detenerse en nada. Luego, pues, que llegaron los

mensajeros y según el orden que tenían de su rey, regalaron

espléndidamente a sus huéspedes y camaradas y a otros que en aquel

tiempo tenían manejo en el Senado; se trocaron las cosas de tal suerte,

que en un momento alcanzó Jugurta la gracia y el favor de la nobleza,

que antes le aborrecía extremamente; hasta haber muchos, que

inducidos por sus promesas o sus dones, visitaban uno a uno a los

Page 18: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

18

www.elaleph.com

donde los libros son gratis Cayo Salustio

senadores y se empeñaban en que no se tomase resolución fuerte

contra él. Ya, pues, que los mensajeros vieron la cosa en buen estado,

se señaló día de audiencia a las dos partes. Entonces, dicen, que habló

Aderbal de esta suerte:

«Padres conscriptos: Micipsa, mi padre, al tiempo de morir me

hizo saber que no me tuviese sino por administrador del reino de

Numidia, porque el dominio y la propiedad de él eran vuestros.

Encargóme también que en paz y en guerra procurase con todo

empeño ser del mayor provecho que pudiese al pueblo romano, y que

os tuviese en lugar de mis parientes y allegados, asegurándome que si

así lo hacía, tendría en vuestra amistad ejército, riquezas y mi reino

bien defendido. Cuando yo, pues, observaba cuidadosamente esta

máxima, Jugurta, hombre el más malvado de cuantos tiene el mundo,

despreciando vuestra autoridad, me echó de mi reino y me despojó de

todos mis bienes, siendo, como soy, nieto de Masinisa y así por linaje,

confederado y amigo del pueblo romano. Y a la verdad, padres cons-

criptos, ya que había yo de llegar a este extremo de infelicidad, más

quisiera alegar servicios propios, que los de mis mayores, para

implorar con mejor derecho vuestra ayuda, y especialmente ser en esta

parte acreedor del pueblo romano, sin necesitar de su favor, y en caso

de nece«sitarle, poderme valer de él como de cosa debida. Pero como

la inocencia no tiene bastante apoyo en sí misma, ni podía yo jamás

pensar cuán malo había de ser Jugurta, por eso vengo a ampararme de

vosotros, padres conscriptos, causándome dolor sumo seros antes de

carga que de provecho. Otros reyes fueron admitidos a vuestra amistad

después de vencidos en campaña, o a lo más solicitaron vuestra

alianza cuando sus cosas corrían peligro; pero nuestra familia trabó

amistad con el pueblo romano en tiempo de la guerra de Cartago, en

que más era para apetecida su buena fe que su fortuna. No consintáis,

pues, padres conscriptos, que siendo yo rama de esta familia y nieto de

Masinisa, implore en vano vuestro socorro. Aunque no hubiese para

esto más motivo que mi desgraciada suerte y el verme ahora pobre,

desfigurado por mis trabajos y dependiente del favor ajeno, habiendo

Page 19: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

19

www.elaleph.com

donde los libros son gratis La guerra de Jugurta

poco antes sido un rey por sangre, fama y riquezas poderoso; sería

muy propio de la majestad del pueblo romano impedir que se me

atropellase injustamente y no consentir que reino alguno se acrecen-

tase por medios tan inicuos. Pero yo, además de esto, he sido echado

de aquellas tierras que dio el pueblo romano a mis antepasados, y de

las que mi padre y mi abuelo, juntamente con vosotros, desposeyeron a

Sifax y a los cartagineses. Lo que vos me disteis, padres conscriptos,

es lo que se me ha quitado de las manos, y así vuestra es, :5no menos

que mía, la injuria que padezco. ¡Desdichado de mí ¿Tal pago al fin

tuvieron, padre mío, Micipsa, tus beneficios que aquel a quien tú

igualaste con tus hijos y diste parte en su reino, ése haya justamente de

ser el exterminador de tu linaje? ¿Que nunca ha de tener paz nuestra

familia? ¿Que hemos de andar siempre entre muertes, espadas y

destierros? Mientras los cartagineses estuvieron florecientes, nos era

preciso sufrir cualquier trabajo: teníamos al enemigo al lado, vosotros,

que nos podíais socorrer, estabais lejos; toda nuestra esperanza pendía

de las armas. Después que aquella peste fue echada de África, vi-

víamos en paz, con alegría y sin más enemigos que aquellos que

vosotros queríais que tuviésemos por tales. Pero heos ahí de repente a

Jugurta que, con una avilantez y soberbia intolerables, después de

haber dado muerte a mi hermano, que era también su deudo, lo

primero que hizo fue usurparle el reino en premio de su alevosía.

Después, viendo que no podía haberme a mí a las manos, por los

mismos infames medios de que se valió contra mí hermano, cuando en

nada pensaba yo menos que en guerra o en que se me hiciese

violencia, me obliga, como veis, a acogerme a vuestro imperio y a

abandonar mi patria, mi casa, pobre y lleno de trabajos; de suerte que

dondequiera esté más seguro que en mi reino. Yo siempre juzgué,

padres conscriptos, según se lo oí a mi padre muchas veces, que los

que cultivaban con esmero vuestra amistad, tomaban a la verdad sobre

sí un peso muy gravoso; pero que en recompensa eran entre todos los

que vivían más seguros. Lo que ha estado, pues, de parte de nuestra

familia, es a saber, el asistiros en todas vuestras guerras, lo hemos

Page 20: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

20

www.elaleph.com

donde los libros son gratis Cayo Salustio

cumplido exactamente; toca ahora y pende de vosotros, padres cons-

criptos, nuestra seguridad en tiempo de paz. Nuestro padre nos dejó a

los dos hermanos y nos dio otro, con haber adoptado a Jugurta,

creyendo que obligado por sus beneficios, sería nuestro más estrecho

allegado. Uno de los dos ha sido ya por él cruelmente muerto; el otro,

que soy yo, con dificultad he podido escapar de sus manos. ¿Qué haré,

pues, o adónde, infeliz de mí, mejor me acogeré? Los apoyos que tenía

en mi familia todos me han faltado. Mi anciano padre murió, como

era natural; a mi hermano quitó alevosamente la vida el pariente que

más debiera conservársela; mis allegados, amigos, parientes y demás

parciales han sido oprimidos de mil modos; los que Jugurta ha podido

haber a las manos, parte han sido ahorcados, otros echados a las

fieras, y los pocos que han quedado con vida, la pasan en oscuros

calabozos, triste, llorosa y más amarga que la mis. ma muerte.

Aunque las cosas que he perdido o de favorables que eran se me han

vuelto contrarias, estuviesen todas en su ser, no obstante eso, si me

hubiera sobrevenido algún desastre repentino, imploraría yo vuestro

favor, padres conscriptos, a quienes, por lo grande de vuestra

autoridad, corresponde hacer que se guarde a cada uno su derecho y

que los delitos se castiguen. Pero ahora, desterrado de mi patria, de mi

casa, solo y necesitado de cuanto pide mi decoro, ¿adónde iré?, ¿o a

quiénes apelaré? ¿A las naciones o a los reyes, siendo como son todos

contrarios a mi familia, por causa de vuestra amistad? ¿Podré acaso ir

a parte alguna donde no haya bastantes memorias de hostilidades

hechas por mis mayores en obsequio vuestro?, ¿o se apiadará de mí

quien haya algún tiempo sido vuestro enemigo? Finalmente, Masinisa

nos crió con esta máxima, ¡oh padres conscriptos!: que ninguna

amistad cultivásemos sino la del pueblo romano, que no hiciésemos

tratados ni alianzas nuevas, que harto bien defendidos estaríamos con

ser vuestros amigos, y que si a vuestro imperio fuese algún día adversa

la fortuna, pereciésemos todos a la paz. Por vuestro valor y por el

favor de los dioses sois grandes y poderosos, todo os es favorable, todo

os obedece, por lo que podéis mejor tomar a vuestro cargo las injurias

Page 21: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

21

www.elaleph.com

donde los libros son gratis La guerra de Jugurta

de vuestros aliados. Sólo una cosa temo, y es que la amistad particular

y encubierta que algunos mantienen con Jugurta, les haga dar al través

y apartar de lo justo; porque oigo que los tales se empeñan con el

mayor ahínco y os cercan e importunan uno a uno, a fin de que no

toméis providencia contra un ausente, sin pleno conocimiento de

causa, y aun añaden que yo abulto con estudio mi desgracia y hago del

que huye, pudiéndome estar sin riesgo alguno en mi reino. Pero ojalá

que vea yo fingir a aquél por cuya execrable maldad estoy reducido a

estos trabajos, las mismas cosas que dicen que yo finjo, y que o

vosotros o los dioses inmortales muestren una vez que cuidan de las

cosas humanas, para que de esa suerte el que hoy por sus maldades se

ha hecho insolente y famoso, pague, atormentado cruelmente por todo

género de castigos, la pena de su ingratitud contra nuestro padre, de la

muerte de mi hermano y de los trabajos en que me ha puesto. Tú a lo

menos, ¡oh hermano de mi alma!, aunque perdiste tempranamente la

vida, y a manos del que más la debiera defender, tienes en mi juicio

más por qué consolarte, que por qué llorar tu desgracia; pues, aunque

perdiste el reino juntamente con la vida, te libraste con eso de verte

huido, desterrado, pobre y cercado de los males que a mí ahora me

oprimen; pero yo, infeliz, en medio de tantos trabajos, echado del

reino de nuestros padres, vengo a ser hoy el espectáculo de las cosas

humanas, sin saber qué hacerme, si vengar tus injurias, en el tiempo

que más necesito de socorro, o pensar en recobrar mi reino, cuando

pende el arbitrio de mi vida o muerte del poder ajeno. Ojalá que

muriendo pudiese yo dar honrado fin a mis infortunios, por no vivir

despreciado, en caso que el peso de mis trabajos me obligue al fin a

ceder a la injuria. Pero ahora que aun el vivir me fastidia y ni morir

puedo sin afrenta, os ruego, padres conscriptos, por vuestro estado,

por el amor que tenéis a vuestros hijos y parientes, por la majestad del

pueblo romano, que me socorráis en mi desgracia, que os opongáis al

agravio que padezco, y no consintáis que el reino de Numidia, que en

propiedad es vuestro, se inficione y manche por medio de una maldad

con la sangre de nuestra familia. Habiendo acabado el rey de hablar,

Page 22: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

22

www.elaleph.com

donde los libros son gratis Cayo Salustio

los mensajeros de Jugurta, confiando más en sus dádivas que en la

justicia de su causa, responden brevemente: «que a Hiempsal le

habían muerto los númidas por su crueldad; que Aderbal, después de

haber movido de suyo la guerra, cuando se veía vencido, se quejaba de

que no había podido atropellar a Jugurta; que éste pedía únicamente al

Senado que no le tuviese por diferente de aquel Jugurta que había

experimentado en Numancia, ni creyese más que a sus obras a las

palabras de su enemigo. Con esto se salieron ambos de la corte, y el

Senado comenzó luego a tratar el negocio. Los que favorecían a los

mensajeros y otros muchos corrompidos con dinero, despreciaban las

razones de Aderbal, ensalzaban el mérito de Jugurta y con ademanes,

en voz y por todos medios se empeñaban tan eficazmente por la

maldad y delito ajeno, como pudieran por su propia gloria. Pero al

contrario, algunos pocos que amaban más la equidad y la justicia que

el dinero, eran de parecer que se debía socorrer a Aderbal y castigar

severamente la muerte de su hermano. Era el principal de éstos Emilio

Scauro, hombre noble, resuelto partidario, amigo de mando, de

honores y riquezas; pero que tenía gran arte para ocultar sus vicios.

Viendo éste la publicidad y descaro con que regalaba el rey y temiendo

(como acontece en tales casos) no le hiciese odioso tan infame liber-

tad, contuvo en esta ocasión su avaricia.

Pero, no obstante eso, prevaleció en el Senado el partido de los

que anteponían el favor o el interés a la justicia. La resolución fue

enviar diez diputados para que dividiesen entre Aderbal y Jugurta el

reino que había sido de Micipsa, y entre éstos fue el primero Lucio

Opimio, varón ilustre y entonces muy acreditado en el Senado, porque

siendo cónsul, con la muerte de Cayo Graco y Marco Fulvio había

vengado acérrimamente a la nobleza de los insultos de la plebe. Ju-

gurta, aunque había sido su amigo en Roma, procuró además de esto

esmerarse cuanto pudo en su hospedaje, y a fuerza de dones y

promesas consiguió al fin de él que sacrificase su crédito, su fidelidad

y sus cosas todas a la conveniencia ajena. Del mismo medio se valió

para con los otros y ganó a los más de ellos; pocos antepusieron su

Page 23: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

23

www.elaleph.com

donde los libros son gratis La guerra de Jugurta

honor al interés. En la división, pues, que se hizo, la parte de Numi-

día, contigua a la Mauritania, que era la más fértil y poblada, se

adjudicó a Jugurta; la otra, en que habla más puertos y edificios y que

a la vista, aunque no en realidad, era la mejor, fue dada en parte a

Aderbal.

El asunto está pidiendo que expliquemos brevemente la situación

de África y digamos algo de aquellas gentes con quienes tuvimos

guerra o fueron nuestras aliadas; bien que de los sitios y regiones que,

o por lo excesivo del calor, o por su aspereza y soledad, son poco

frecuentadas de las gentes, no me será fácil contar cosas ciertas y

averiguadas; lo demás procuraré explicarlo con cuanta más brevedad

pueda.

En la división del globo de la Tierra, los más de los geógrafos

dan al África el tercer lugar. Algunos cuentan sólo alAsia y Europa,

en la que incluyen al África. Esta confina por el occidente con el

estrecho que divide a nuestro mar del Océano, y por la parte oriental

con una gran llanura algo pendiente, a la que los del país llaman

Catabatmo. Elmar es borrascoso y de pocos puertos: la campiña fértil

de mieses y de buenos pastos, pero de pocas arboledas; escasa de

fuentes y de lluvias; la gente de buena complexión, ágil, dura para el

trabajo, de suerte que si no los que perecen a hierro o devorados por

las fieras, los más mueren de vejez, y es raro a quien rinde la

enfermedad. Abunda además de esto la tierra de animales venenosos.

Acerca de sus primeros pobladores y los que después se les juntaron y

del modo conque se confundieron entre sí, aunque en la realidad es

cosa muy diversa de lo que vulgarmente se cree, diré, sin embargo,

brevísimamente lo que me fue interpretado de ciertos libros escritos en

lengua púnica, que decían haber sido del rey Hiempsal y lo que tienen

por tradición cierta los habitadores del país; bien que no pretendo más

fe que la que merecen los que lo afirman.

En los principios habitaron el África los gétulos y libios, gente

áspera y sin cultura, que se alimentaba con carne de fieras y con las

hierbas del campo, como las bestias. Estos no se gobernaban por

Page 24: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

24

www.elaleph.com

donde los libros son gratis Cayo Salustio

costumbres, ni por leyes, ni vivían sujetos a nadie; antes bien, vagos y

derramados, ponían sus aduares donde les cogía la noche. Pero

después que, según la opinión de los africanos, murió en España

Hércules, su ejército, que se componía de varias gentes, ya por haber

perdido su caudillo, ya porque había muchos competidores sobre la

sucesión en el mando, se deshizo en breve tiempo.

De estas gentes, los medos, persas y armenios, habiendo pasado a

África embarcados, ocuparon las tierras cercanas a nuestro mar; pero

los persas se internaron más hacia el Océano y tuvieron por chozas las

quillas de sus barcos vueltas al revés, por no haber madera alguna en

los campos, ni facilidad de comprarla, o tomarla en trueque a los

españoles, cuya comunicación impedía el anchuroso mar y la

diversidad de idiomas. Fueron, pues, los persas uniéndose poco a

pocoa los gétulos por vía de casamiento, y porque mudaban muchas

veces sitios, explorando el que más les acomodaba paralos pastos, se

intitularon númidas. Aún hoy día las casas de los que viven por el

campo, a que en su lengua llaman mapales, son prolongadas y tienen

sus costillas en arco, amanera de quillas de navíos. A los medos y

armenios se agregaron los libios que vivían cerca de la costa del mar

de África (los gétulos, más bajo la influencia del sol y no lejos de sus

ardores). Estas dos naciones tuvieron muy en breve pueblos formados,

porque como sólo las dividía de los españoles una corta travesía de

mar, se habían acostumbrado a permutar con ellos las cosas

necesarias, y los libios desfiguraron poco a poco su nombre, llamando

a los medos en su lengua bárbara moros. Pero el estado de los persas

se aumentó en breve tiempo, y después, habiéndose muchos de ellos,

con el nombre que habían tomado de númidas, separado de sus padres

a causa de su gran número, ocuparon las cercanías o fronteras de

Cartago, llamadas por esta razón Numidia, y ayudándose unos y otros

entre sí, sujetaron a su imperio a sus comarcanos, ya con las armas, ya

con el terror, y se hicieron ilustres y famosos, especialmente los que

más se habían acercado a nuestro mar (porque los libios son de suyo

menos guerreros que los gótulos), y, en fin, los númidas vinieron a

Page 25: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

25

www.elaleph.com

donde los libros son gratis La guerra de Jugurta

hacerse dueños de la mayor parte de la inferior África, pasando desde

entonces los vencidos a ser y a llamarse como los vencedores.

Después de esto los fenicios, parte a fin de aliviar a sus pueblos

de la muchedumbre, parte habiendo por su ambición de mando

solicitado a la plebe, y otros deseosos de novedades, fundaron en la

costa del mar a Hipona, Adrumeto, Leptis y otras ciudades, las cuales,

habiéndose aumentado mucho en breve tiempo, vinieron después a

ser, unas escudo, otras ornamento de los pueblos de donde descendían,

y esto sin hablar de Cartago, lo que es mejor que haberme de quedar

corto, pues me llama el tiempo a tratar de otro asunto. De la parte,

pues, del Catabatmo, que es el linde que divide a Egipto de África,

siguiendo la costa, se halla lo primero Cirene, colonia de los tereos,

después las dos Sirtes y entre ellas la ciudad de Leptis, luego las aras

de los filenos, término que era del imperio de Cartago por la parte que

mira a Egipto; más adelante otras ciudades cartaginesas. El resto

hasta la Mauritania lo ocupan los númidas. Los mauritanos son los

más cercanos a España. Sobre la Numidia, tierra adentro, se dice que

habitan los gétulos, parte en chozas, parte vagos y a la inclemencia, y

sobre éstos los etíopes, y que después se encuentran tierras desiertas y

abrasadas por los ardores del sol. En tiempos, pues, de la guerra de

Jugurta, el pueblo romano administraba las más de las ciudades

cartaginesas y las fronteras de su imperio, que había recientemente

ocupado, por medio de magistrados que enviaba. Gran parte de los

gétulos y los númidas hasta el río Muluca, obedecían a Jugurta: los

mauritanos todos al rey Boco, que no conocía al pueblo romano sino

por el nombre, ni antes de esto, en paz ni en guerra, teníamos nosotros

de él noticia alguna. Del África y sus habitadores creo haber dicho lo

que basta para mi propósito.

Después que dividido el reino se partieron los diputados de

África, y Jugurta, en lugar del castigo que recelaba, se vio premiado

por su maldad reconociendo por experiencia cuán cierto era lo que en

Numancia había oído a sus amigos, es a saber, que en Roma todo se

vendía, y engreído con las promesas de aquellos a quienes poco antes

Page 26: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

26

www.elaleph.com

donde los libros son gratis Cayo Salustio

había llenado de dones, aspiró al reino de Aderbal, cosa para él muy

fácil, siendo como era fuerte y belicoso y a quien invadía, quieto,

pacifico, de genio blando, a propósito para ser injuriado y antes

medroso que temible. Acometiendo, pues, de repente con buen número

de tropa a sus fronteras, cautiva a muchas gentes, róbales sus ganados

y hacienda, pone fuego a sus casas, entra por varias partes con su

caballería haciendo grandes daños, y después se retira con todo el

ejército a su reino, creyendo que Aderbal, con el dolor de la injuria,

querría tomar satisfacción de ella con las armas, y que esto daría

ocasión para la guerra. Pero Aderbal, ya porque se contemplaba

desigual en fuerzas, ya porque confiaba más enla alianza con el pueblo

romano que en los númidas, envía sus mensajeros a Jugurta para que

se quejen del agravio y, aunque la respuesta con que volvieron fue una

nueva afrenta para Aderbal, resolvió éste sufrirla y pasar por todo, a

trueque de no volver a una guerra, cuyo ensayo le había salido mal.

Pero ni esto apagó la ambición de Jugurta, el cual ya en su idea se

contemplaba dueño absoluto de todoaquel reino; y así, no ya con una

partida de gente destinada a correrías como antes, sino con grande

ejército, comienza a hacer la guerra y pretender declaradamente el

dominio de toda la Numidia; y asolando, talando y saqueando los pue-

blos y campiñas por donde pasaba, añadía ánimo a los suyos y

espanto a sus enemigos.

Aderbal, cuando vio que las cosas habían llegado a un término

que, o bien era necesaria desamparar el reino o mantenerle con las

armas, obligado de la necesidad, junta sus tropas y sale al encuentro

de Jugurta. Acamparon los dos ejércitos en las vecindades del pueblo

de Cirta, no lejos , y porque quería ya anochecer, no se dio entonces

la batalla. Pasado lo más de la noche, aún entre sombras y alguna

escasa luz, los soldados de Jugurta, dada la señal, acometen los reales

de los enemigos, ahuyentan y desbaratan a unos que estaban medio

dormidos y a otros que tomaban las armas. Aderbal, con pocos

caballos, se acogió a SCirta, y si no hubiera sido por la muchedumbre

de los del pueblo, que apartaron de sus murallas a los númidas que le

Page 27: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

27

www.elaleph.com

donde los libros son gratis La guerra de Jugurta

seguían, en un mismo día se hubiera entre los dos reyes comenzado y

acabado la guerra. Visto esto por Jugurta, sitia al pueblo y le estrecha

con trincheras, torres y máquinas de todos géneros, dándose gran

prisa para ganarle antes que volviesen de Roma los mensajeros que

sabia haber enviado Aderbal antes de la batalla. Cuando el Senado

tuvo noticia de esta guerra, envió a África tres sujetos de poca edad

con orden de que viesen a los dos reyes y les notificasen de parte del

Senado y pueblo romano, «que dejasen desde luego las armas, que esa

era su determinación y voluntad; y lo que debía mandar y ellos hacer.

Los enviados se dieron gran prisa para llegar a África, porque ya

en Roma, cuando estaban de partida, comenzaba a susurrarse la

pasada batalla y la toma de Cirta; pero eran sólo rumores vagos.

Jugurta habiendo oído su embajada, respondió: «que para él no habla

en el mundo cosa mayor, ni de más aprecio que la autoridad del

Senado; que desde su juventud había procurado portarse de suerte que

todos los buenos aprobasen su conducta; que por ella, y no con

engaños, se había conciliado el amor de un varón tan ilustre como

Publio Scipión; que la misma razón había tenido Micipsa para

adoptarle, y no por falta que tuviese de hijos; pero que por lo mismo

que vivía satisfecho de su buen porte y su valor, no sabía ni podía

sufrir que nadie le injuriase; que Aderbal había maquinado contra su

vida y que, sabido esto por él, se había opuesto a su maldad; que el

pueblo romano no obraría con justicia ni equidad si le impedía que

para su defensa usase del derecho de las gentes, y últimamente que él

enviaría en breve sus mensajeros a Roma para que informasen de

todo. Con esto se disolvió el congreso, sin que los enviados pudiesen

hablar a Aderbal.

Jugurta, cuando hizo juicio que habrían ya partido de África,

reconociendo que a fuerza de armas le era imposible ganar a Cirta por

lo fuerte de su situación, cércala formalmente con su vallado y foso,

levanta torres al derredor y las guarnece con su tropa; no cesa ni de

día ni de noche de inquietarla con asaltos y ardides militares; ofrece

unas veces premios, otras amenaza a los sitiados; exhorta y anima a

Page 28: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

28

www.elaleph.com

donde los libros son gratis Cayo Salustio

los suyos a que se porten con valor, y puesto del todo en la conquista,

nada omite de cuanto cree conducente a ella. Aderbal, viendo sus

cosas en el último apuro, que su enemigo era implacable, que ni habla

esperanza de socorro, ni la ciudad podía largo tiempo defenderse por

falta de lo necesario, escoge entre los que se habían refugiado con él

en Cirta dos, los que le parecieron más resueltos, y a fuerza de

promesas y de hacerles presente su desgracia, logra y se asegura de

ellos, que atravesando las trincheras de los enemigos, harán por llegar

de noche a la vecina playa, y de allí pasarán a Roma.

Cúmplenlo en pocos días los númidas y léese en el Senado la

carta de Aderbal, que en sustancia decía así:

«No es culpa mía, ¡oh padres conscriptos!, si os importuno con

mis ruegos. Oblígame a ello la violencia de Jugurta, el cual está tan

empeñado en que yo muera, que ni vuestro respeto, ni los dioses

inmortales le detienen, y sobre cuanto hay en el mundo desea

derramar mi sangre. Cinco meses ha que me tiene sitiado, no obstante

ser aliado y amigo del ,pueblo romano, sin que me valgan los

beneficios que recibió de mi padre Micipsa, ni vuestros decretos, y sin

poder decir si me estrecha más por hambre que con las armas. Más os

diría de Jugurta, si no me retrajese mi desgracia y el tener

experimentado antes de ahora que son poco creídos los infelices. Sólo

sé que aspira a más que a mi vida, y que conoce bien que quitarme el

reino y ser al mismo tiempo vuestro amigo, es imposible. Lo que

piensa, pues, nadie lo ignora. Al principio mató alevosamente a mi

hermano Hiempsal, después me echó del reino de mis padres. Nues-

tras injurias privadas nada os tocan. Pero hoy ocupa con sus armas

vuestro reino y a mí, a quien vosotros hicisteis gobernador de

Numidia, me tiene sitiado estrechamente. Cuán poco caso ha hecho de

vuestros legados, lo manifiesta el sumo riesgo en que me hallo. ¿Qué

resta, pues, para contenerle sino vuestras armas? Cuanto os digo, y

cuantas quejas he dado antes de ahora al Senado, quisiera yo que

fuesen ponderaciones y que no las hiciese creíbles mi desgracia. Pero

pues he nacido para que en mí hiciese Jugurta ver al mundo sus

Page 29: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

29

www.elaleph.com

donde los libros son gratis La guerra de Jugurta

maldades, no pretendo ya libertarme de la muerte ni de otros trabajos,

si sólo de caer en manos de mi enemigo y de ser cruelmente

atormentado. Del reino de Numidia, supuesto que es vuestro, disponed

como os parezca con tal que me saquéis de las crueles garras de

Jugurta: como os lo pido por la majestad de vuestro imperio y por la fe

de nuestra alianza, si queda aún en vosotros alguna memoria de mi

abuelo Masinsa..Leída esta carta en el Senado, hubo pareceres de que

cuanto antes se enviase ejército a África en socorro de Aderbal, y que

entretanto se viese qué debería hacerse de Jugurta, por no haber

obedecido a los legados. Pero los antiguos valedores del rey se

opusieron con el mayor empeño a esta resolución, y así prevaleció el

privado interés al público bien, como sucede frecuentemente en los

negocios. No obstante esto, se enviaron a África algunos nobles de

edad provecta y que habían obtenido empleos grandes, y entre ellos

aquel Marco Scauro, de quien se habló antes, cónsul que había sido y

que a la sazón era príncipe del Sonado. Éstos, ya porque veían

irritados los ánimos, ya importunados por los dos númidas, se

embarcaron al tercer día, y habiendo llegado brevemente a útica,

escriben a Jugurta que pase allá al instante, que tienen que hablarle de

parte del Senado. Cuando Jugurta supo que habían venido unos

hombres tan ilustres, cuya autoridad sabía ser grande en Roma, para

oponerse a sus designios, al principio se alteró mucho, fluctuando

entre el miedo y la ambición. Temía por un lado la ira del Senado si

no obedecía a los legados; por otro, su ánimo ciego de pasión, le

arrebataba a llevar adelante su malvado intento. Pero al fin venció en

su ambicioso genio la depravada resolución. Empéñase, pues, con el

mayor esfuerzo en tomar a Cirta por asalto, atacándola a un tiempo

con su ejército por todas partes, con la esperanza de que, dividida

también la guarnición, hallaría el momento favorable para la victoria,

ya fuese por fuerza o por medio de algún ardid militar. Pero saliéndole

al revés y viendo que no podía lograr su intento de apoderarse de

Aderbal, antes de ver a los legados, temeroso de irritar con más

dilaciones a Scauro, a quien temía en extremo, vase a la provincia de

Page 30: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

30

www.elaleph.com

donde los libros son gratis Cayo Salustio

los romanos con pocos de a caballo. Y aunque de parte del Senado se

le amenazó terriblemente, si no desistía del sitio, después de

malgastada una larga conferencia, se fueron los legados sin concluir

nada.

Luego que esto se supo en Cirta, los italianos de la guarnición,

por cuyo esfuerzo se habla hasta entonces defendido la ciudad,

confiados en que si se entregaban no se les haría agravio por respeto a

la grandeza del pueblo romano, aconsejan a Aderbal que se entregue y

entregue la ciudad a Jugurta, sin más condiciones que la vida,

diciéndole que delo demás cuidaría el Senado. Aderbal, aunque en

ninguna cosa del mundo fiaba menos que en las palabras de Jugurta,

como veía que los italianos mismos que le aconsejaban así podrían, si

lo repugnaba, obligarle a ello, tuvo que conformarse con su parecer, e

hizo la entrega. Jugurta, ante todo, quita la vida a Aderbal, habiéndole

cruelmente atormentado; después pasa a cuchillo a todos los númidas

de catorce años arriba y a los mercaderes indistintamente, según se

iban presentando a sus soldados.

Sabida esta novedad en Roma y habiéndose comenzado a tratar

de ella en el Sonado, los valedores del rey, que antes dijimos,

mezclando otros asuntos y ganando tiempo, ya por el favor que

lograban, ya con altercaciones y porfías, procuraban suavizar la

atrocidad de su delito, de suerte que sino fuera por Cayo Memio

(nombrado para el siguiente año tribuno de la plebe), hombre de

resolución y enemigo del poder de la nobleza, el cual hizo ver al

pueblo romano que por la negociación de algunos sediciosos se trataba

de dejar sin castigo a Jugurta, sin duda alguna se hubiera desvanecido

todo el aborrecimiento que le tenían, con sólo ir alargando las

deliberaciones y consultas; tal era la fuerza del favor y de su dinero.

Pero el Senado, entrando en temor del pueblo, por lo que le acusaba su

conciencia, resolvió que, según la ley Sempronia, se encargase el

gobierno de las provincias de Numidia y de Italia a los cónsules que

habían de elegirse para el año venidero. Fueron éstos Publio

ScipiónNasica y Lucio Bestia Calpurnio, de los cuales a éste tocó por

Page 31: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

31

www.elaleph.com

donde los libros son gratis La guerra de Jugurta

suerte la Numidia y al primero la Italia. Alistase después de esto el

ejército que había de pasar a África, decrétase la paga militar y lo

demás necesario para la guerra.

Pero Jugurta, habiendo recibido esta noticia contra lo que

esperaba, por haberse fijado en el pensamiento de que en Roma todo

se vendía, envía por mensajeros al Senado a un hijo suyo y a dos de

sus confidentes, con orden «de que procuren ganar por dinero a toda

suerte de gentes, como había hecho en la muerte de Hiempsal. Cuando

éstos se iban acercando a Roma, juntó Bestia el Senado para tratar si

convendría o no que entrasen en la ciudad, y se resolvió «quesi no

venían a entregar el reino y al mismo Jugurta, saliesen de Italia dentro

de diez días. Manda notificarlo el cónsul a los númidas por orden del

Senado, y así tuvieron que volverse a sus casas sin hacer nada.

Entretanto, Calpurnio, estando ya el ejército a punto, elige por

asociados a algunos hombres nobles y de séquito, cuya autoridad le

defendiese, si en algo delinquía. Uno de éstos fue aquel Scauro, cuyo

genio y costumbres se dijeron antes, porque a la verdad nuestro cónsul

estaba adornado de muchas bellas prendas de ánimo y de cuerpo, sólo

que su avaricia lo echaba a perder todo. Era sufridor de los trabajos,

de ingenio perspicaz, de bastante prudencia, perito en el arte militar y

de gran presencia de ánimo en los peligros y asechanzas. Las legiones

se encaminaron por Italia a Regio, desde donde pasaron a Sicilia y de

allí a África. Calpurnio en los principios, dispuesto lo necesario, entró

con gran furia en Numidia, cautivando mucha gente y tomando

algunas ciudades a fuerza de armas.

Pero apenas le representó Jugurta por medio de sus mensajeros,

la dificultad de la guerra de que estaba encargado y le tentó con

dinero, aquel ánimo propenso a la avaricia se trocó enteramente. Ni lo

hizo mejor Scauro, a quien había elegido por su compañero y

confidente en todos los negocios. Porque aunque primero, estando ya

cohechados los más de los suyos, se opuso acérrimamente a los

designios del rey, la suma grande que se le ofrecía vino al fin a

corromperle y desviarle de la justicia y del honor. Jugurta en los

Page 32: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

32

www.elaleph.com

donde los libros son gratis Cayo Salustio

principios no solicitaba sino largas, confiando que entretanto

conseguiría en Roma algo por el favor o por su dinero. Pero cuando

supo que también Scauro tenía parte en la negociación, entrando en

grande esperanza de alcanzar la paz, se resolvió a tratar con ellos por

si mismo cuanto hubiese de estipularse. A fin, pues, de que lo pudiese

ejecutar sobre seguro, envió antes el cónsul al cuestor Sextio a Vaca,

ciudad de Jugurta, con pretexto de que iba por cierto trigo, que

Calpurnio, en presencia de todos, había mandado aprontar a los

diputados de ella, porque mientras se efectuaba la entrega, habían

cesado las hostilidades. Vino, pues, el rey a nuestro campo, según

había determinado, y habiendo en público hablado muy poco en

disculpa de su hecho y acerca de entregarse, el resto de la conferencia

lo tuvo a solas con Bestia y con Scauro, y al día siguiente, habiéndose

tomado los pareceres del Consejo tumultuariamente y sin formafidad

alguna, se entrega al cónsul y, según lo que se le había mandado, pone

en poder del cuestor treinta elefantes, cantidad de ganado y de

caballos, pero dinero poco. Pártese Calpurnio a Roma a la elección de

magistrados, en cuyo intermedio en Numidia y nuestro ejército hubo

paz.

Divulgadas las cosas de África, y el modo cómo habían pasado,

no se hablaba en Roma sino del hecho del cónsul en todos los lugares

y corrillos; la plebe estaba sumamente irritada; los senadores

cuidadosos y sin saber si aprobarían una maldad tan grande o darían

por el pie a la capitulación, pero les detenía mucho para que obrasen

en razón y justicia el poder de Scauro, porque se decía que no sólo era

cómplice con Bestia, sino el que le había dado este consejo. Pero Cayo

Memio, de cuyo genio libre y poco afecto al poder de la nobleza se

habló antes, entre estas dudas e irresoluciones del Senado, no cesaba

en los concursos de exhortar al pueblo a que tomase satisfacción.

Persuadiales que no desamparasen la república, ni su libertad;

poníales delante muchos desprecios y crueldades que había usado con

ellos la nobleza, y puesto de todo punto en este empeño, no omitía

medio de inflamar los ánimos de la plebe. Pero porque en aquel tiem-

Page 33: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

33

www.elaleph.com

donde los libros son gratis La guerra de Jugurta

po era muy celebrada y tenía gran séquito en Roma su elocuencia, he

tenido por conveniente poner aquí una de sus muchas oraciones, y

especialmente la que en presencia de un gran concurso dijo al regreso

de Bestia en estos términos:

«Muchas cosas me ponen a punto de abandonaros, ¡oh quirites!,

si no prevaleciera a todo mi amor a la república: el poder de los

nobles, vuestra tolerancia, la falta entera de justicia y especialmente el

ver que la inocencia está muy expuesta, en vez de ser premiada. No

tengo valor para acordaros la burla que en estos quince años han

hecho de vosotros algunos insolentes; cuán indigna y cuán impune-

mente han hecho morir a vuestros defensores; cuánto os habéis dejado

corromper de la pereza y flojedad; vosotros, digo, que aún hoy, que

veis caídos a vuestros enemigos, no sabéis aprovecharos, y estáis

temiendo a los mismos a quie2nes debierais causar terror. Pero

aunque sea esto así, no sé, ni puedo dejar de oponerme al poder de la

coligación. A lo menos haré ver que mantengo la libertad que heredé

de mis padres. Que lo haga o no con fruto, pende de vosotros, ¡oh

quirites! Ni esto es deciros que venguéis con las armas vuestro

agravio, como hicieron muchas veces vuestros mayores. No es

necesaria fuerza, ni tumulto. Sin nada de esto es preciso, según obran,

que ellos mismos se precipiten. Muerto Tiberio Graco, a quien

achacaron quería alzarse con el reino, se procedió en la pesquisa con

el mayor rigor contra la plebe romana. Después que mataron a Cayo

Greco y a Marco Fulvio, perecieron asimismo en la cárcel muchos de

vuestro estado, sin que ley alguna contuviese en uno ni otro lance a los

autores, hasta que, hartos de sangre, lo dejaron de suyo. Pero doy que

el haber Tiberio Graco querido reponer a la plebe en sus derechos,

fuese aspirar al reino; doy que se derramase justamente la sangre de

los ciudadanos, si no había otro medio de contenerles. No hago mérito

de esto. Los años pasados mirabais con dolor, pero sin atreveros a

hablar palabra, que se robaba al erario; que los reyes y pueblos libres

eran tributarios de algunos de los nobles; que en ellos estaban

estancadas las mayores honras y riqueza. Ahora pareciéndoles poco el

Page 34: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

34

www.elaleph.com

donde los libros son gratis Cayo Salustio

haber hecho esto impunemente, por remate de todo han puesto

vuestras leyes, vuestra majestad, lo sagrado y lo profano en poder de

nuestros enemigos. Ni se avergüenzan o arrepienten de ello los

autores; antes bien, pasan por delante de vosotros muy ufanos,

haciendo alarde de los sacerdocios, de los consulados y alguno de sus

triunfos, como si esos fuesen justo ,,galardón de su mérito y no fruto

de sus usurpaciones. Los siervos comprados con dinero no sufren el

dominio injusto de sus amos, ¿y vosotros, quirites, nacidos para el

mando, sufriréis con paciencia tan dura servidumbre? ¿Mas quiénes

creéis que sean estos que se han alzado con la república? Unos

hombres llenos de maldades, sanguinarios, avaros sin término y en

sumo grado dañosos e insolentes; hombres que hacen granjería de su

palabra, de su honor, de la religión y últimamente de todo lo honesto y

de lo que no lo es. Parte de ellos afianza su seguridad en haber muerto

a vuestros tribunos, otros en haberos injustamente atormentado y los

más en haber hecho en vosotros una cruel carnicería; de suerte que el

que más daño os hizo, ése vive más seguro. El miedo que debieran

tener por sus maldades le han trasladado a vuestra inacción y flojedad,

y el haberse unido es porque desean, aborrecen y temen todos unas

mismas cosas; pero esta unión entre buenos es amistad; entre malos,

partido. Y a la verdad, si vosotros miraseis tanto por vuestra libertad,

como ellos por adelantar su despotismo, no estaría, como está hoy,

desolada la república, y obtendrían vuestros empleos, no los más

osados, sino los más dignos. Vuestros mayores, a fin de recobrar sus

derechos y sostener la majestad del imperio, tomaron en dos ocasiones

las armas, y separándose del resto de los ciudadanos, ocuparon el

monte Aventino, ¿y vosotros no habéis de trabajar con el mayor

empeño por mantener la libertad que de ellos recibisteis? Y esto con

tanto más ardor cuanto el perder las cosas ya adquiridas es mayor

afrenta que el no haberlas jamás solicitado. Pero, me preguntará

alguno de vosotros, ¿qué debemos hacer? ¿Qué? Procurar se castigue a

los que han vendido infamemente al enemigo la república; pero esto,

no con mano armada, ni con violencia (lo que, aunque ellos tenían

Page 35: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

35

www.elaleph.com

donde los libros son gratis La guerra de Jugurta

bien merecido, es cosa indigna de vosotros), sino a fuerza de

cuestiones y torturas, y por la declaración del mismo Jugurta, el cual,

si se ha rendido y entregado de buena fe, como ellos dicen, sin duda

hará cuanto le mandareis, pero si rehúsa obedecer, entonces, entonces

conoceréis cuál sea el fondo de aquella paz y de aquella entrega, de

que no hemos visto otro fruto sino quedar Jugurta sin castigo,

enriquecerse mucho algunos poderosos y perjudicarse y cubrirse de

oprobio la república. Y ya no es que no estáis aún hartos de sufrir su

tiranía y que mal hallados con estos tiempos, gustáis más de aquellos

en que los reinos, las provincias, las leyes, los derechos, los tribunales,

la paz, la guerra y últimamente todo lo divino y lo humano estaba en

poder de algunos pocos; y vosotros, esto es, el pueblo romano, jamás

vencido por los enemigos y dueño del mundo, os contentabais con que

os dejasen vivir. Porque, hablando por la verdad, ¿quién de vosotros

tenía valor para rehusar la servidumbre? Yo, pues, aunque juzgo que

para un hombre honrado es cosa en sumo grado vergonzosa recibir

agravio y no tomar satisfacción, con todo eso llevaría bien que

perdonaseis a estos hombres llenos de maldades, sólo porque son

ciudadanos, si la piedad que con ellos se use no hubiera de redundar

en vuestro daño. Porque, según es su insolencia, no se contentarán con

el mal que hasta ahora impunemente han hecho, si no les quitáis la

libertad de continuarlo; y vosotros viviréis en un perpetuo sobresalto

desde el punto en que echéis de ver, que os es preciso servir o

mantener vuestra libertad a fuerza de brazos. Porque, ¿qué esperanza

puede haber de buena fe o de acomodamiento? Ellos quieren dominar,

vosotros ser libres; ellos hacer injuria, vosotros impedirla. Tratan,

finalmente, a vuestros aliados como a enemigos, y a éstos como si

fueran aliados. ¿Puede acaso haber paz o amistad en tan encontrados

pareceres? Por esto os exhorto y amonesto, que en ninguna manera

dejéis tan gran maldad sin castigo. No se trata aquí de haber robado el

erario, ni de haber quitado violentamente la hacienda a vuestros

aliados (cosas que, aunque tan enormes, han venido ya con la

costumbre a tenerse en nada), sino de haber vendido la autoridad del

Page 36: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

36

www.elaleph.com

donde los libros son gratis Cayo Salustio

Senado, de haber vendido vuestro imperio al enemigo más terrible. En

paz y en guerra ha sido puesta en precio la república. Si esto, pues, no

se inquiere, si no se castigan los culpados, ¿qué restará sino que

vivamos perpetuamente esclavos de ellos? Porque, ¿qué otra cosa es

ser rey sino hacer lo que se quiere impunemente? Ni os digo con esto,

¡oh quirites!, que por vengaros queráis más que vuestros ciudadanos

se hallen culpados, que inocentes; sí sólo que no oprimáis a los buenos

perdonando a los malhechores. Fuera de que en un Estado es mucho

menor inconveniente el dejar sin galardón los hechos ilustres, que sin

castigo los delitos; porque el bueno, si no es premiado, lo más que

hace es entibiarse; el malo, si no se castiga, se empeora. Y en fin, si

no hubiese agravios, ni habrá tampoco necesidad de recursos para que

se reparen.Con estos y otros tales razonamientos, que Cayo Memio

hacía frecuentemente al pueblo, le persuadió a que se enviase Lucio

Casio, que a la sazón era pretor, a Jugurta y le trajese consigo a Roma

bajo la fe pública, a fin de descubrir más fácilmente por su declaración

el delito de Scauro y de los demás a quienes acusaban de haberse

dejado cohechar. Mientras pasaba esto en Roma, los que Bestia había

dejado en Numidia con el mando del ejército, cometieron, a ejemplo

de su general, muchos y muy enormes excesos. Hubo entre ellos quien,

sobornado por Jugurta, le volvíó sus elefantes; otros que le vendieron

sus desertores, y muchos que hacían robos y correrías en los pueblos

con quienes tenlamos paz; tal era la avaricia que como un contagio se

había apoderado de los ánimos de todos. Pero el pretor Casio,

habiéndose hecho el plebiscito, según la proposición de Cayo Memio,

lo que puso en consternación a toda la nobleza, se parte para Jugurta,

y viéndole temeroso y desconfiado por su mala conciencia del buen

éxito de sus cosas, le induce «a que no quiera más experimentar la

fuerza que la clemencia del pueblo romano, una vez que se le había ya

rendido. Dale además de esto su palabra, que aunque privada, no la

estimaba él menos que la pública; tal era en aquel tiempo la buena

opinión que se tenía de Casio.

Page 37: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

37

www.elaleph.com

donde los libros son gratis La guerra de Jugurta

Viene, pues, Jugurta a Roma en traje muy poco correspondiente

a su real decoro; y aunque de suyo era hombre de gran pecho,

confortado más y más por todos aquellos a cuya sombra había

ejecutado las maldades que arriba dijimos, gana con gran suma de

dinero a Cayo Bebio, tribuno de la plebe, para que su avilantez le

asegure contra cualquiera resolución, justa o injusta. Pero habiendo

Cayo Memío llamado a junta, no obstante que la plebe aborrecía mu-

cho al rey y algunos querían que se le prendiese y otros que, según la

costumbre de los mayores, se le impusiese pena capital como a

enemigo público, si no descubría los cómplices de su maldad, teniendo

más consideración al propio decoro que a desahogar su enojo,

procuraba apaciguar el tumulto, ablandar los ánimos y protestar que la

fe pública sería porque cesó elsu parte inviolablemente guardada. Pero

luego clamor, sacando a Jugurta al público, toma la palabra, cuenta

muy por menor los males que ha ejecutado en Roma y en Numidia,

hace ver a todos su crueldad contra su padre y hermanos, y vuelto a él,

le dice «que aunque el pueblo romano sabe bien quiénes le han

ayudado y favorecido para ello, quiere, sin embargo, asegurarse más y

oírlo de su boca; que si declara la verdad, puede con gran fundamento

prometerse mucho de la buena fe y clemencia del pueblo romano, pero

si la oculta, no salvará a sus cómplices y él se perderá y malogrará

todas sus esperanzas.

Habiendo concluido Memio y dicho a Jugurta que diese sus

descargos, Cayo Bebio, también tribuno de la plebe, que, como se dijo

antes, estaba cohechado, mándale callar. Y aunque la muchedumbre

que se hallaba presente, en gran manera irritada, le atemorizaba con

gritos, con lo airados de sus rostros y muchas veces con ademanes de

insultarle y lo demás que suele dictar la ira, prevaleció no obstante eso

la desvergüenza, y así el pueblo se retiró burlado de la junta, Y

Jugurta, Bestia y los demás a quienes tenía aquella disputa cuidadosos,

cobraron grande ánimo.

Hallábase a la sazón en Roma cierto númida llamado Masiva,

hijo de Gulusa y nieto de Masinisa, el cual, porque en la discordia de

Page 38: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

38

www.elaleph.com

donde los libros son gratis Cayo Salustio

los reyes había sido del partido contrario de Jugurta, luego que se

entregó Cirta y fue muerto Aderbal, se escapó huyendo de África.

Spurio Albino, que en compañía de Quinto Minucio Rufo había

sucedido a Bestia en el consulado, induce a este hombre a que se

querelle de Jugurta, procurando hacerle odioso y temible por sus

maldades; y supuesto que él es de la línea de Masinisa, pida para sí al

Senado el reino de Numidia. Estaba el cónsul (a quien había tocado

por suerte esta provincia, como a su compañero la de Macedonia)

deseoso de hacer la guerra, y así quería que las cosas se revolviesen y

no se dejasen enfriar. Entablada por Masiva la pretensión y no

teniendo Jugurta en sus amigos bastantes fuerzas para rebatirla

(porque unos por su misma conciencia, otros por temor de

desacreditarse o por su cobardía no se atrevían a sacar la cara), manda

a Bomílear, su deudo y confidente íntimo «que con dinero, como

había negociado otras cosas, busque asesinos que secretamente, si ser

pudiese, y si no de cualquier modo, quiten la vida a Masiva. Bomílear

obedece prontamente, y valiéndose de sujetos abonados para tales

máquinas, explora menudamente los pasos y entradas y salidas de

Masiva, los sitios y momentos oportunos para su intento y apuesta,

según el caso lo pedía, los agresores. Uno de éstos, acometiendo in

consideradamente a Masiva, le mata; y siendo cogido en flagrante,

descubre a persuasión de muchos, y especialmente el cónsul Albino,

quién le ha inducido a ello. Hácesele causa a Bomílcar, más por

pedirlo así la natural razón y equidad, que por el derecho de las

gentes, pues había venido a Roma acompañando a uno que tenía

salvaguarda pública. Pero Jugurta, aunque reo notorio de tan gran

delito, no cesó de porfiar negándolo, hasta que echó de ver que el

aborrecimiento que este hecho le había conciliado sobrepujaba a su

favor y a su dinero. Y así, aunque en la primera acusación de

Bomílear le había afianzado con cincuenta de sus amigos, como su

mira única era el reino, los abandonó del todo y despachó ocultamente

al reo a Numidia, receloso de que si le quitaban la vida en Roma, sus

vasallos entrarían en temor de obedecerle, y él mismo le siguió de allí

Page 39: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

39

www.elaleph.com

donde los libros son gratis La guerra de Jugurta

a pocos días, por haberle mandado el Senado salir de Italia. Ya fuera

de Roma, dicen que volvió a ella el rostro muchas veces, sin hablar

palabra, pero que al fin prorrumpió diciendo: ¡Oh ciudad venal!

¡Cuán poco durarías si hallases comprador!

Albino, entretanto, habiéndose renovado la guerra, se da gran

prisa de transportar a África víveres, pagas y lo demás necesario para

ella, y pasa allá al instante con ánimo de acabarla, si ser pudiese, bien

por fuerza o por negociación, o de otra suerte, antes del día de los

comicios, que no estaba muy lejos. Pero al contrario, Jugurta todo era

dar largas, buscar para ello cada día nuevos pretextos; prometer que se

entregaría y luego aparentar miedo; ceder si se le estrechaba y poco

después volver sobre los nuestros, a fin de que no desmayasen sus

soldados. De esta suerte, mostrando unas veces querer guerra, otras

paz, burlaba y entretenía al cónsul. Ni faltó quien ya entonces

sospechase que Albino tenla inteligencia con el rey; porque parecía

increíble que la gran prisa que manifestó en los principios se hubiese,

sin estudio y por sola flojedad, trocado tan presto en otra tanta

lentitud. Pero ya que con el curso del tiempo se acercaba el día de los

comicios, fuese Albino a Roma, dejando a su hermano Aulo el mando

del ejército en calidad de propretor.

Hallábase a la sazón atrozmente combatida la república con los

alborotos de los tribunos de la plebe. Publio Lúculo y Lucio Anio, que

obtenían este magistrado, estaban empeñados en que habían de

continuar en él, a pesar de sus compañeros, cuya contienda impedía

los comicios de todo el año. Lisonjeado, pues, el propretor Aulo de

que entre estas dilaciones o acabaría la guerra o el rey, a trueque de

evitarla, pondría en sus manos alguna gruesa suma, saca a Jos

soldados de sus cuarteles en mitad de enero, y a grandes jornadas, en

lo más riguroso del invierno, llega a la ciudad de Sutul, donde el rey

tenía sus tesoros, la cual, aunque por lo crudo de la estación y por la

fortaleza de su sitio ni ganarse, ni aun sitiarse podía (porque alrededor

de la muralla, construida en la cima de un monte muy agrio, había

una llanura cenagosa, que con las lluvias del invierno estaba hecha

Page 40: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

40

www.elaleph.com

donde los libros son gratis Cayo Salustio

una laguna), con todo eso, fuese ficción de Aulo para aumentar el

miedo al rey o porque le cegase su deseo de apoderarse de la ciudad y

de los tesoros, comenzó a acercar a ella los manteletes, a tirar el

cordón y adelantar lo demás que creía conducir a su intento.

Jugurta, vista la temeridad y falta de pericia militar del legado,

procuraba con grande astucia ir cebando su locura. Enviábale a

menudo mensajeros con súplicas; llevaba su ejército por veredas y

lugares fragosos, en apariencia de que huía, hasta que al fin, con

esperanza de que se compondría con él, logró inducirle a que dejando

a Sutul, le persiguiese y, por ciertas regiones apartadas, adonde

fingiría retirarse, y además cualquiera negociación que se hiciese

estaría más oculta. Entretanto, no cesaba de día ni de noche de

solicitar su ejército por medio de gente práctica y sagaz; cohechaba a

los centuriones y oficiales de caballería para que o desertasen o a

cierta señal que les daría, desamparasen sus puestos; y cuando tuvo ya

las cosas preparadas según su idea, déjase a medianoche caer

imprevistamente sobre los reales de Aulo con gran muchedumbre de

númidas. Los soldados romanos sorprendidos con el no esperado

alboroto, toman unos las armas, otros procuran ocultarse; parte anima

a los medrosos, parte se turba y se embaraza; los enemigos cargan por

todos lados en gran número; la noche aumenta sus sombras con las

nubes; en todo hay riesgo; dúdase si mayor en huir o en esperar. En

esto una cohorte de ligures, del número de los que se dijo estaban

cohechados, juntamente con dos escuadrones de caballos traces y

algunos soldados de poca cuenta, pásanse al rey, y el centurión de la

primera columna de la legión tercera da entrada franca a los enemigos

por un puesto fortificado, cuya defensa estaba a su cargo, por donde

los númidas rompieron de tropel. Los nuestros, huyendo ver-

gonzosamente y los más arrojando las armas, se acogieron a un

collado vecino. La noche y el despojo de los reales hicieron que los

enemigos no se aprovechasen más de la victoria. Jugurta el día

siguiente, en una conferencia con Aulo, le dijo: «que aunque le tenía

encerrado a él y a su ejército por hierro y hambre, sin embargo,

Page 41: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

41

www.elaleph.com

donde los libros son gratis La guerra de Jugurta

conociendo la inconstancia de las cosas humanas, le concedería, si le

prometía la paz, que saliesen todos salvos, con tal que antes pasasen

por bajo del yugo, y saliesen dentro de diez días de Numidia, cuyas

condiciones, aunque tan duras y llenas de ignominia, hubieron de

aceptarse por temor de la muerte, y así se hizo la paz según quiso

Jugurta.

Sabido esto en Roma, el miedo y la tristeza se apoderaron de la

ciudad; unos se lastimaban por ver oscurecida la gloria guerra,

llegaban a temer si la libertad peligraría. Contra Aulo se enfurecian

todos, y especialmente los que en las del imperio; otros, poco

acostumbrados a los reveses de las pasadas guerras se habían portado

con valor. Objetábanle que, teniendo las armas en la mano, había

procurado salvarse, no por medio de ellas, sino a costa de la mayor

ignominia. Por esto el cónsul Albino, temiendo el aborrecimiento y el

peligro que el delito de su hermano podría ocasionarle, propuso al

Senado que deliberase acerca de la capitulación. Al mismo tiempo

alistaba gente para completar el ejército, solicitaba socorros de los

confederados y latinos, y por todos medios se prevenía con la mayor

diligencia para la guerra.

El Senado resuelve, como era justo, que sin su orden y la del

pueblo no pudo Aulo haber hecho tratado alguno. El cónsul,

habiéndole prohibido los tribunos de la plebe llevar consigo la gente

que tenía prevenida, se parte de allí a pocos días al África

proconsular, porque todo el ejército, según lo estipulado, había salido

de Numidia e invernaba en nuestra provincia. Cuando llegó allá,

aunque ardía en deseos de perseguir a Jugurta y mitigar el general

aborrecimiento desu hermano, con todo eso, visto el ejército (en quien

además de la deserción, había la falta de disciplina, la libertad y la

lascivia hecho el mayor estrago), determinó, según el estado de las

cosas, no emprender nada por entonces.

Entretanto en Roma, Cayo Mamilio Limetano, tribuno de la

plebe, propone al pueblo «que haga ley para que se inquiera contra los

autores de haber Jugurta despreciado los mandamientos del Senado, y

Page 42: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

42

www.elaleph.com

donde los libros son gratis Cayo Salustio

los que en sus embajadas o empleos hubiesen recibido dinero de él, o

entregádole los elefantes y desertores, y últimamente contra

cualesquieraque hubiesen hecho tratados de paz o de guerra con los

enemigos. Como a esta ley no podían en lo público oponerse los que se

sentían culpados, ni los que temían algún peligro por el encono de los

partidos, antes bien era preciso mostrar que la aprobaban y aplaudían,

procuraron bajo mano por medio de sus amigos, y especialmente de

algunoslatinos y otros confederados itálicos, ver si podrían impedir

que se llevase a efecto. Pero no es creíble lo empeñada que estaba en

ello la plebe, ni el tesón con que había decretado y promulgado

aquella ley; no tanto por amor a la república, como por aborrecimiento

a la nobleza, contra la cual se asestaba el tiro; tal era el desenfreno de

los dos partidos. Consternado, pues, el resto de los nobles, Marco

Scauro, de quien dijimos antes que había sido legado de Bestia,

estando aún entonces la ciudad fluctuante entre la alegría de la plebe y

el quebranto de los de su partido, y debiendo, según proponía

Mamilio, nombrarse tres sujetos que hiciesen la pesquisa, pudo lograr

que él fuese uno de los nombrados. Pero habiéndose esta pesquisa

ejecutado dura y violentamente, dejándose los comisionados llevar de

las hablillas y caprichos del vulgo, sucedió que, como la nobleza en

otras ocasiones, Así en ésta la plebe por la demasiada prosperidad

vino a hacerse insolente.

Este abuso de las divisiones y partidos entre los del pueblo y el

Senado, y todos los desórdenes que después se experimentaron, tuvo

principio en Roma pocos años antes, y era efecto de la paz y de la

abundancia de las cosas que el mundo más estima. Porque mientras

estuvo en pie Cartago, el Senado y pueblo romano administraban la

república con gran moderación y templanza; ni entre ciudadanos se

disputaba sobre quién había de sobresalir en la gloria o en el mando;

el miedo del enemigo contenía a la ciudad en su deber. Pero luego que

sacudió de sí este cuidado, se apoderaron de ella la soberbia y la

lascivia, males que trae regularmente consigo la prosperidad. De esta

suerte el descanso por que anhelaron tanto en los tiempos trabajosos,

Page 43: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

43

www.elaleph.com

donde los libros son gratis La guerra de Jugurta

después de alcanzado, fue para ellos más duro y amargo que los

trabajos mismos. Porque así la nobleza como el pueblo hicieron servir,

aquélla su elevación, éste su libertad a sus antojos; robando unos y

otros y apropiándose cuanto podían. De esta suerte todo se dividió en

dos bandos, y la república, cogida en medio de ellos, fue despedazada.

Pero el partido de los nobles por su estrecha unión era más fuerte; la

plebe, aunque mayor en número, por estar desunida y dividida su fuer-

za, podía menos. Gobernábase en paz y en guerra el Estado por el

arbitrio de pocos. Pstos tenían en su mano el erario, los gobiernos, los

magistrados, la gloria y los triunfos; el pueblo vivía oprimido con la

pobreza y el peso de la guerra; los generales se apoderaban y a pocos

daban parte de los despojos militares; y entretanto las mujeres y los

hijos pequeños de los soldados eran echados de sus casas y posesiones,

si confinaban con las de algún poderoso. De esta suerte la avaricia sin

tasa ni vergüenza alguna, juntamente con el poder, lo invadía,

manchaba y asolaba todo, no teniendo el menor miramiento ni

respeto, hasta que se despeñó ella misma. Luego, pues, que entre los

de la nobleza hubo quien antepusiese al poder injusto la verdadera

gloria, comenzó a revolverse la ciudad y se vio nacer en ella la

discordia, no de otra suerte que cuando vemos formarse un torbellino.

Porque después que Tiberio y Cayo Graco, cuyos mayores en la

guerra púnica y en otras habían acrecentado mucho los términos del

imperio, intentaron restablecer a la plebe en su libertad y descubrir las

maldades de algunos particulares, la nobleza, que se sentía culpada y

por eso estaba temerosa (valiéndose unas veces de los confederados y

latinos, otras, de algunos caballeros romanos, que con la esperanza de

que se les daría parte en los empleos, se hablan separado de la plebe),

se opuso al intento de los Gracos, y en los principios mató a Tiberio,

tribuno que era del pueblo; de allí a pocos años a Cayo, triunviro

conductor de las colonias, que seguía las mismas pisadas, y a Marco

Fulvio Flaco. Y a la verdad los Gracos, arrebatados del deseo de la

victoria, no guardaron la moderación que convenía; pero mejor es

disimular prudentemente los agravios que tomar satisfacción a costa

Page 44: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

44

www.elaleph.com

donde los libros son gratis Cayo Salustio

de un mal ejemplo. La nobleza, pues, usando de esta victoria

desenfrenadamente, mató y desterró a muchas gentes, con lo que logró

en lo venidero hacerse más temible que poderosa, mal que

ordinariamente ha sido la ruina de grandes y opulentas ciudades, por

querer unos y otros vencer a toda costa y ensangrentarse demasiado en

los vencidos. Pero si hubiese yo de hablar menudamente de los

partidos y de las costumbres de Roma, según lo pide la grandeza del

asunto, antes me faltaría tiempo que matería; por cuya razón vuelvo a

mi propósito.

Después de la capitulación de Aulo y de la vergonzosa retirada

de nuestro ejército, Metelo y Silano, nombrados cónsules para el

siguiente año, sortearon entre sí las provincias; y de éstas la Numidia

cupo a Metelo, varón fuerte y, aunque opuesto al partido del pueblo,

constantemente reputado por hombre de grande entereza. Este, luego

que comenzó a ejercer su magistrado, hecho cargo de que los demás

negocios eran comunes a ambos cónsules, pero el de la guerra peculiar

suyo, se aplicó seriamente a la que había de emprender. Teniendo,

pues, poca confianza del ejército antiguo, alista gente, solicita

socorros de todas partes, apresta armas, caballos y demás tren de

campaña; previene asimismo víveres en abundancia y cuanto podía

ofrecérsele en una guerra de sucesos varios y que pedía grandes

prevenciones. Contribuía a ello el Senado con su autoridad; los

confederados, los latinos y aun los reyes, enviando voluntariamente

socorros, y finalmente la ciudad toda con el mayor empeño.

Prevenidas y ordenadas las cosas según deseaba, pártese a Numidia,

dejando a los ciudadanos muy esperanzados, ya por sus excelentes

prendas, ya especialmente porque sabían que su ánimo era superior a

las riquezas, y que la avaricia de los magistrados había hasta entonces

quebrantado en Numidia nuestras fuerzas y aumentado las de los

enemigos.

Habiendo, pues, llegado a África, le entrega el procónsul Spurio

Albino un ejército flojo, no aguerrido ni sufridor de los peligros y

trabajos, de más lengua que manos, robador de sus aliados, y presa de

Page 45: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

45

www.elaleph.com

donde los libros son gratis La guerra de Jugurta

los enemigos, hecho en fin a vivir sin rienda ni moderación alguna; de

suerte que al nuevo general le daba más cuidado lo estragado de las

costumbres de los soldados que alivio o esperanza su gran número. Y

aunque la dilación de los comicios habla acortado el tiempo del estío,

y Metelo conocía bien que en Roma estaba el pueblo ansioso

esperando el éxito de la guerra, resolvió, sin embargo, no emprender

cosa alguna, hasta tanto que hubiese ejercitado bien a los soldados en

la disciplina militar de sus mayores. Porque Albino, amedrentado por

la desgracia de su hermano y la del ejército y resuelto a no salir un

paso de la provincia, tuvo ordinariamente a los solidados en cuarteles

fijos todo el tiempo del verano, en que conservó el mando, si no era

cuando el mal olor o la necesidad de forrajes le obligaba a mudar de

sitio. Ni se hacían las guardias según la costumbre militar: el que

quería se ausentaba por su antojo de las banderas; los vivanderos

mezclados con los saldados andaban día y noche ociosos y derramados

por varias partes, talaban los campos, tomaban por fuerza las caserías,

robando sus ganados y esclavos a porfía, y los trocaban con los

mercaderes por vino que les traían de afuera y cosas semejantes;

vendían además de esto el trigo que el público les daba por meses, y

después compraban el pan diariamente. En suma, cuantos males, hijos

de la flojedad y la lujuria, pueden decirse o imaginarse, tantos y aún

más se hallaron en aquel ejército.

Entre estos embarazos hallo yo a Metelo no menos prudente y

grande que en lo más vivo de la guerra; tal fue su templanza entre la

ambiciosa blandura y el rigor. Lo primero, pues, que hizo fue quitar

cuanto podía fomentar la pereza y regalo, mandando «que nadie en los

reales vendiese pan ni vianda alguna cocida; que los vivanderos no

siguiesen al ejército; que el soldado raso, ni en el campo ni en la

expedición tuviese esclavo o caballería; y en lo demás poniendo con

grande arte las cosas en buen orden. Mudaba además de esto cada día

la situación de los reales por varias travesías; fortificábalos con su

valla y foso, como si estuviera a la vista el enemigo, ponía en ellos

muy espesas centinelas, haciendo por sí mismo la ronda en compañía

Page 46: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

46

www.elaleph.com

donde los libros son gratis Cayo Salustio

de los primeros oficiales. Hallábase unas veces en el frente del

ejército, otras en la retaguardia; pero regularmente en el centro, a fin

de que nadie se desordenase; y para que no se alejasen en las

banderas, dispuso que los soldados llevasen consigo su comida y sus

armas. De esta suerte, impidiendo los delitos más que castigándolos,

logró restablecer en breve el ejército.

Cuando entendió Jugurta por sus espías en lo que Metelo se

ocupaba y sabiendo desde que estuvo en Roma su integridad, comenzó

a desconfiar de sus cosas y entonces finalmente quiso de veras

entregarse. Resuélvese, pues, a enviar sus mensajeros a Metelo con

orden de que únicamente le pidan la vida para sí y para sus hijos, y lo

demás lo entreguen sin reserva al pueblo romano. Pero tenía Metelo

experimentado mucho antes, cuán poco de fiar y cuán volubles y

amigos de novedades eran los númidas; y así se introduce con los

mensajeros, háblales a cada uno de por sí y sondeándolos poco a poco,

cuando vio que daban alguna entrada a su designio, solicita de ellos a

fuerza de promesas «que le entreguen, si es posible, la persona y si no

la cabeza de Jugurta; pero en público dio a todos juntos la respuesta

que quería llevasen al rey. De allí a pocos días se encamina con su

ejército bien disciplinado y deseoso de obrar hacia la Numidia, donde

contra el regular aspecto de un país que está en guerra, encuentra las

chozas llenas de gente y los campos de colonos y ganados, y que de los

pueblos y mapalias le salían a recibir los gobernadores que en ellos

tenía el rey, dispuestos a aprontar trigo, a transportar víveres y

últimamente a hacer cuanto se les mandase. Pero no por eso Metelo

procedía menos cauto; antes bien, marchaba con su ejército formado, y

siempre a punto, como si tuviese al lado al enemigo, haciendo alargar

más a los batidores para que lo explorasen todo, persuadido a que lo

de la entrega no era sino añagaza para hacerle dar en alguna

emboscada. Y así él iba en la vanguardia con los compañías ligeras y

una banda escogida de honderos y ballesteros; Cayo Mario legado en

la retaguardia con nuestra caballería; la de los auxiliares la había

repartido entre los tribunos y prefectos de las cohortes a uno y otro

Page 47: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

47

www.elaleph.com

donde los libros son gratis La guerra de Jugurta

lado del ejército, a fin de que interpolada con nuestra tropa ligera

pudiese rechazar la caballería de los enemigos por cualquiera parte

que embistiese. Porque Jugurta era tan astuto y tan práctico del terreno

y de la guerra, que podía dudarse si era más de temer ausente o

cuando estaba a la vista, si haciendo guerra o estando en paz.

Había no lejos del camino que llevaba Metelo una ciudad de

Numidia, llamada Vaca, emporio el más célebre de todo el reino,

donde solían habitar y comerciaban muchos mercaderes italianos. En

ella puso guarnición el cónsul, por ver cómo sería recibida, y si se le

franquearían sus entradas. Mandó después de esto conducir allí trigo y

lo demás necesario para la guerra, creyendo, como era natural, que la

copia de mercaderes y de vituallas podría ser útil al ejército, y jun-

tamente servir de seguridad a las prevenciones que se hiciesen. En

este intermedio no cesaba Jugurta, por medio de sus mensajeros, de

solicitar con la mayor instancia el tratado de paz, ofreciendo

entregarse a Metelo, sin más condiciones que su vida y la de sus hijos.

Pero el cónsul los enviaba a sus casas, como a los primeros, después

de haberlos inducido a que le entregasen a su rey, sin rehusar ni

ofrecer la paz que éste pretendía, y entretanto esperaba a ver si tendría

efecto lo que le habían prometido los mensajeros.

Jugurta, cotejadas las palabras con los hechos de Metelo y

echando de ver que le hería por sus mismos filos; porque al paso que

le daba esperanzas de paz, le hacía una guerra muy cruel, en la que

había perdido una ciudad considerable, los enemigos habían tomado

conocimiento de la tierra y sus vasallos habían sido solicitados para

que le desamparasen; obligado de la necesidad determinó volver a las

armas. Habiendo, pues, explorado el camino que llevaban los

enemigos y lisonjeándose de que podría vencerlos en algún sitio ven-

tajoso, junta cuanto más gente puede de todas clases, y por veredas

ocultas se adelanta y ataja al ejército de Metelo. Había en la parte de

Numidia, que cupo a Aderbal, un río que tenía su origen al Mediodía,

llamado Mutul; y cerca de veinte millas de él corría en igual distancia

una cordillera de montes pelados y sin cultura alguna, del medio de la

Page 48: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

48

www.elaleph.com

donde los libros son gratis Cayo Salustio

cual salía como una colina, cuyo fin no se alcanzaba a ver, vestida de

acebuches, arrayanes y otras plantas de las que suelen producir las

tierras secas y arenosas. La llanura intermedia estaba del todo yerma

por falta de agua, a excepción de las cercanías del río, en que había

varios arbustos y frecuencia de ganados y colonos.

En esta colina, pues, que como dijimos se alargaba al través del

camino que traía Metelo, sentó Jugurta su campo, dándole mucha

extensión por el frente. A Bomílcar dio el cargo de los elefantes, y

parte de la infantería, diciéndole lo que debía hacer; él se apostó más

cerca del monte con toda la caballería y los infantes escogidos, y

girando por los escuadrones y compañías una a una, exhorta y conjura

a sus soldados victoria, defiendan sus personas y su reino de la

avaricia, «que, acordándose del valor antiguo y de la pasada de los

romanos. Díceles que van a pelear con los mismos a quienes ya antes

habían vencido y hecho pasar por bajo del yugo; que sólo habían

mudado de caudillo, no de ánimo; que cuantas precauciones podía un

buen general tomar, tantas había él tomado; lugar ventajoso, que los

prácticos del terreno peleasen con los que no lo eran y nunca los

menos contra superior número, ni los bisoños con los más aguerridos.

Y así, que estuviesen apercibidos, y a punto para acometer a los

romanos, luego que se les diese la señal, que aquel día o les aseguraría

el fruto de sus trabajos y victorias o sería principio de las mayores

desgracias e infortunios. Va, además de esto, acordando en particular

a los que por alguna hazaña había honrado y regalado, las mercedes y

que les había hecho, y poniéndolos a la vista de los demás.

últimamente, prometiendo a éstos, amenazando y rogando a aquéllos,

según era el genio de cada uno, los disponía y animaba de diversos

modos para la batalla, cuando entretanto Metelo, que nada sabía del

enemigo, le descubre al bajar del monte con su ejército. Y al principio

no acababa de comprender lo que sería aquel extraño objeto (porque

los caballos e infantes númidas estaban entre las matas, ni bien del

todo encubiertos por lo bajo de ellas, ni dando idea clara de sí, por lo

caprichoso del terreno y por la astucia con que ellos y sus banderas se

Page 49: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

49

www.elaleph.com

donde los libros son gratis La guerra de Jugurta

habían ocultado). Pero cayendo presto en la cuenta de lo que aquello

era, hizo un ligero alto, y mudando la formación del lado derecho, que

era el más inmediato al enemigo, escuadrona y divide el ejército en

tres cuerpos, reparte entre los claros de las compañías los honderos y

ballesteros, acomoda la caballería toda en las dos alas, y habiendo

exhortado brevemente a los soldados, según lo permitía el tiempo,

conduce el ejército a lo llano, así como lo había escuadronado,

haciendo el lado derecho, que formaba su vanguardia, frente al

enemigo.

Pero como vio que los númidas se estaban quietos y que no

bajaban de la colina, recelando que el ejército por lo ardiente de la

estación y la escasez de agua pereciese de sed, hizo que Rutilio, su

legado, con algunas compañías ligeras y parte de la caballería se

adelantasen al río, para tomar con tiempo sitio donde acampar,

persuadido a que los enemigos, acometiendo muchas veces por los

costados, retardarían su marcha, y que viéndose inferiores en fuerzas,

tirarían a fatigar a sus soldados con el cansancio y con la sed.

Después, según el caso y el lugar lo permitían, fue poco a poco

prosiguiendo su camino en la forma en que había bajado del monte,

llevando a Mario en el cuerpo de batalla, y él yendo con la caballería

del ala izquierda, la cual, según el movimiento del ejército, había

venido a ser su vanguardia. Jugurta, cuando vio que la retaguardia de

Metelo se había adelantado a sus primeros escuadrones, ocupa con un

cuerpo como de dos mil infantes el monte por donde habla bajado

Metelo, a fin de que en caso de retirarse los nuestros, no les sirviese de

abrigo, y después se fortificasen en él; y dando de repente la señal,

acomete a los enemigos. Los númidas, unos dan sobre nuestra

retaguardia, otros hacen sus tentativas por la derecha e izquierda,

porfiando, estrechando y procurando por todas partes desordenar

nuestras líneas. En ellas, aun los que resistían con mayor esfuerzo,

burlados por el irregular modo de pelear de los enemigos, eran heridos

desde lejos, sin poder vengarse ni venir a las manos, porque Jugurta

había prevenido a los de a caballo que cuando les persiguiesen en

Page 50: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

50

www.elaleph.com

donde los libros son gratis Cayo Salustio

tropa los romanos no se retirasen apiñados, ni en un cuerpo, sino cada

cual por su lado y lo más desviados que pudiesen. De esa suerte,

siendo superiores en número, cuando no podían hacer frente a los

nuestros, los cogían ya desordenados por las espaldas o por los lados;

y si les acomodaba más para la fuga el collado que la llanura, allí

también los caballos númidas, hechos a sus veredas, se escabullían

fácilmente entre las matas, al paso que a los nuestros embarazaba la

aspereza y poca práctica del terreno.

Era el aspecto de todo el campo fluctuante y vario, causando a un

mismo tiempo horror y compasión. De los desmandados parte huían,

otros seguían el alcance, sin acordarse nadie de su formación ni de sus

banderas. Donde a cada uno le cogía el riesgo, allí hacía frente y

procuraba superarle; armas, lanzas, caballos, hombres, númidas y ro-

manos, todos andaban mezclados y revueltos: nada se hacía por

consejo ni orden, todo lo gobernaba el acaso. Así pasó gran parte del

día y aún estaba pendiente el éxito de la batalla. Finalmente, cansados

ya unos y otros con el trabajo y el calor y visto por Metelo que los

númidas no estrechaban tanto como antes, reúne poco a poco su gente,

vuelve a ordenar las líneas y opone cuatro cohortes legionarias a la

infanteria de los enemigos, gran parte de la cual, fatigada, tomaba

algún aliento en lo alto del collado; ruega al mismo tiempo y exhorta a

los soldados «que no desfallezcan, ni den lugar a que venzan los

enemigos que ya huyen. Díceles que no tienen reales, ni

atrincheramiento alguno adonde acogerse en la retirada, ni más

recurso que las armas. Pero ni Jugurta estaba entretanto ocioso:

giraba, animaba a los suyos, renovaba la pelea; hacía mil tentativas

por sí mismo con su tropa escogida; socorría a los suyos, cargaba a los

enemigos que vacilaban, y a los que veía firmes los contenía desde

lejos con las armas arrojadizas.

De esta suerte combatían estos dos grandes capitanes, Iguales en

el valor y pericia militar, pero desiguales en fuerzas. Metelo tenía

mejor gente; pero el sitio le era poco favorable. Al contrario, Jugurta

llevaba ventaja en todo, sino en la calidad de su tropa. Pero al fin,

Page 51: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

51

www.elaleph.com

donde los libros son gratis La guerra de Jugurta

viendo los romanos que ni ellos tenían donde retirarse, ni los

enemigos volvían a la batalla, y se acercaba ya la noche, suben a

pechos, según el orden que tenían, a lo alto del collado; echan de allí a

los númidas y los desbaratan y ponen en huida, pero con muerte de

pocos, porque a los más salvó su ligereza y el no ser los nuestros

prácticos del terreno. Entretanto Amílcar que, como dijimos, estaba

encargado de los elefantes y parte de la infantería, luego que se le

adelantó Rutilio, conduce poco a poco los suyos a una llanura, y

mientras el legado se daba prisa por llegar al río, que era su designio,

pudo él con su sosiego poner su gente en orden según el caso lo pedía;

y no omitió diligencia para saber en qué se ocupaba por todas partes

su enemigo. Sabido, pues, que Rutilio había sentado su campo y estaba

sin cuidado, y viendo al mismo tiempo que se aumentaba el estruendo

de la batalla de Jugurta, receloso de que si el legado lo llegaba a

entender, iría prontamente a socorrer a los suyos en aquel peligro,

extendió el frente de su tropa (que hasta allí por lo poco que confiaba

en ella había tenido muy unida) para impedir el paso a su enemigo y

en esa posición marcha hacia los reales de Rutilio.

Los romanos advierten de improviso una gran polvareda, sin

descubrir la causa, porque lo embarazaban los arbustos de que estaba

vestida la campaña. Y aunque al principio juzgaron que sería polvo

que se levantaba con el viento, cuando observaron que se mantenía en

un estado y que se les iba acercando al paso que se movía el

escuadrón, entendido lo que era, toman apresuradamente las armas,

fórmanse en batalla delante de los reales, según el orden que se les

dio, y llegando a tiro, trábase con gran vocería de ambas partes. Los

númidas sólo hicieron frente mientras tuvieron confianza de que los

elefantes les socorrerían; pero cuando vieron que éstos, embarazados

con las ramas y perdida su formación a manos de los nuestros, echan

precipitadamente a huir, y los más, arrojando las armas, se escapan

sin daño alguno al abrigo del collado y de la noche, que comenzaba ya

a cerrarse. Tomáronse cuatro elefantes: el resto hasta cuarenta fueron

muertos. Los romanos, aunque cansados y rendidos por el trabajo del

Page 52: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

52

www.elaleph.com

donde los libros son gratis Cayo Salustio

camino, del acampamento y la batalla, viendo que Metelo tardaba en

llegar más de lo que creían, vanse a encontrarle, así escuadronados

como estaban, y prontos para cualquier acorrtecimiento, porque los

engaños de los númidas no permitían el menor descuido. Y al prin-

cipio, cuando llegaron cerca, con la oscuridad de la noche y el ruido

que ambas partes hacían, comienzan unos y otros a temer y

alborotarse como si viniese el enemigo, y estuvo a pique, por esta

incertidumbre, de haber sucedido una gran fatalidad, si los caballos

avanzados de una y otra parte no hubiesen aclarado lo que era; con lo

que el miedo que tenían se trocó repentinamente en gozo. Los

soldados alegres llámanse unos a otros por sus nombres; cuéntanse

mutuamente las particularidades del suceso; cada uno pone en las

nubes sus hazañas, que esta es la condición humana: jactarse y

gloriarse en la victoria aun los cobardes, y, al contrario, abatir a los

valerosos las desgracias.

Metelo habiendo permanecido cuatro días en el acampamento de

Rutilio, cura con gran diligencia a los heridos, premia según la

costumbre militar a los que se habían distinguido en las dos acciones,

alaba y da gracias en público a todos y les exhorta «a que se porten

con igual valor en lo que resta, que es cosa ya ligera. Díceles, que

bastante han peleado ya por la gloria de vencer, que lo que falta de

trabajo ha de ser para enriquecerse con la presa. Entretanto envía

algunos desertores y otros sujetos a propósito para explorar por dónde

iba y lo que meditaba Jugurta, si tenía poca gente o ejército formado, y

cómo se gobernaba después de vencido. Por ellos supo haberse

retirado a lugares fragosos y fuertes por naturaleza, y que allí juntaba

un ejército mayor en número que el primero, pero de gente bozal, de

poco valor y más para el campo y los ganados que para la guerra.

Nacía esto de que entre los númidas nadie sigue a su rey en las

derrotas, a excepción de los caballeros de la guardia real; los demás

vanse cada uno adonde quiere, sin que esto se tenga por delito militar.

Así lo llevan sus costumbres. Viendo, pues, Metelo que ni aun

entonces había el rey perdido el ánimo y que se iba a emprender de

Page 53: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

53

www.elaleph.com

donde los libros son gratis La guerra de Jugurta

nuevo una guerra, que era preciso hacerla dónde y cómo Jugurta

quisiese; que era muy desigual su partido y el de sus enemigos, porque

aun siendo éstos vencidos, perdían menos que los vencedores,

determinó proseguir la guerra, no con batallas ni peleas, como hasta

entonces, sino por un rumbo diferente. Vase, pues, a las ciudades más

ricas de Numidia: tala sus campos; toma y abrasa muchas villas y

castillos poco fortificados o que estaban sin guarnición; manda pasar a

cuchillo a cuantos puedan tomar las armas, y todo lo demás lo da al

saco a los soldados. Con este miedo se entregaron muchos por rehenes

a los romanos, se aprontó trigo y lo demás de servicio en abundancia y

se puso guarnición donde se creyó conveniente; cuyas calamidades

hacían más impresión en el ánimo del rey que la pasada derrota.

Porque teniendo puesta toda su esperanza en evitar los encuentros con

Metelo, se veía precisado a seguirle, y no pudiendo aún defenderse en

los lugares ventajosos, tenla que hacer la guerra en los que le eran

poco favorables. Resuelve, no obstante esto, lo que en aquel apuro le

pareció mejor, es a saber, que el grueso del ejército le aguardase en los

sitios donde solía estar: él, con la caballería escogida sigue a Metelo, y

caminando de noche por veredas desusadas, sin que nadie le

observase, acomete improvisamente a los romanos, que andaban

derramados: mata a los más de ellos que halló sin las armas, cautiva a

muchos; ni uno siquiera se escapó sin herida, y antes que de los reales

puedan socorrerles, se retiran los númidas, según el orden que tenían,

a los montes inmediatos.

Entretanto habla gran regocijo en Roma por las noticias que se

tenían de Metelo: es a saber, por su buena conducta y haber gobernado

a su ejército a semejanza de sus mayores, y porque, sin embargo, de

serle contrario el lugar de la batalla había por su esfuerzo salido

vencedor, apoderándose de la tierra del enemigo y obligado a Jugurta

(a quien la flojedad de Aulo había hecho insolente) a librar toda la

esperanza de salvarse en la aspereza de los montes o en la fuga. Y así

el Senado manda que por estos sucesos felices se den gracias

públicamente a los dioses inmortales; y la ciudad, antes sobresaltada y

Page 54: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

54

www.elaleph.com

donde los libros son gratis Cayo Salustio

cuidadosa del éxito de la guerra, se alegra y explaya, ensalzando el

nombre de Metelo. Éste, por lo mismo, se aplica con más empeño a

terminar la guerra, y no omite diligencia para ello; pero cuidando

mucho de no dar ocasión de que le asaltase el enemigo, y teniendo

presente que a la gloria sigue comúnmente la envidia. De esta suerte,

cuanto era su crédito mayor, andaba más vigilante y cuidadoso; ni

permitía después de la sorpresa de Jugurta que los soldados

derramados saliesen a pillaje; antes bien, hacía que los escoltasen las

cohortes y toda la caballería, cuando había falta de forrajes o de trigo.

Parte del ejército mandaba Metelo por sí mismo, el resto Mario, y

ambos asolaban la campaña, no tanto con las correrías, como a fuego.

Acampaban separadamente, aunque a poca distanoia uno de otro.

Cuando era necesaria fuerza, se juntaban; pero a fin de esparcir más

lejos el terror y la fuga, tomaba cada uno su rumbo. Entretanto Jugurta

seguía sus pasos por los montes, buscando lugar y ocasión de

sorprenderlos; destruía los pastos y las pocas fuentes que había por la

parte que entendía que habían de pasar; presentábase unas veces a

Metelo, otras a Mario, picando nuestra retaguardia y retirándose

inmediatamente a los montes; ahora amagaba a unos, luego a otros,

sin hacernos guerra, ni dejarnos quietos, con sólo el fin de entretener y

apartar de su intento al general.

Éste, viendo que se le inquietaba con falsas alarmas y que el

enemigo huía la batalla, resuelve conquistar a Zama, ciudad grande y

llave por aquella parte del reino; juzgando, como era natural, que

Jugurta iría en socorro de los sitiados y que allí vendría con él a las

manos. Pero éste entendió por nuestros desertores lo que se le

preparaba, y anticipándose a fuerza de marchas a MeteIo, exhorta a

los ciudadanos de Zama a la defensa y refuerza su guarnición con los

desertores mismos, gente para el caso la más segura de todas sus

tropas, porque no podía engañar sino a gran riesgo. Ofréceles sobre

esto que él irá en persona y con ejército a socorrerlos, cuando sea

tiempo. Dispuestas así las cosas, retírase a unos lugares muy fuera de

comunicación; pero habiendo poco después sabido que Mario con

Page 55: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

55

www.elaleph.com

donde los libros son gratis La guerra de Jugurta

algunas cohortes había sido enviado desde el camino de Zama por

trigo a Sica, que era la primera ciudad que después de la derrota había

abandonado a Jugurta, encaminase allá de noche con su caballería

escogida y traba en las mismas puertas de ella la pelea con los

nuestros, que iban ya saliendo; exhorta al mismo tiempo en alta voz a

los sicenses «que los acometan por las espaldas; díceles que la fortuna

les ha puesto en las manos la más bella ocasión para una acción

gloriosa, y que haciéndolo así, asegurará él su reino y ellos su libertad

y su quietud para siempre. Y a la verdad si Mario no se hubiera

echado tan presto sobre el enemigo con sus banderas y salido de la

ciudad, todos los más de los sicenses hubieran sin duda alguna

mudado de partida; tal es la inconstancia de los númidas. Los

soldados de Jugurta, habiendo sido algún tanto sostenidos con su

presencia, cuando ven que el enemigo los estrecha con fuerzas

superiores, se retiran huyendo con pérdida de pocos.

Mario llega después a Zama. Estaba esta ciudad situada en una

llanura, y así era más fuerte por arte que por naturaleza. Tenía

muchas armas, numerosa guarnición y cuanto era necesario para la

defensa. Metelo, prevenidas las cosas, según el tiempo y el lugar lo

permitían, cerca la muralla con su ejército, señala a los legados dónde

debía cada uno mandar; y dada la señal del asalto, levántase por todas

partes gran gritería. Los númidas no por eso se amedrentan, antes

bien fieros y resueltos se mantienen en sus puestos sin turbarse;

trábase la pelea. Los romanos, cada cual a su modo, arrojaban desde

lejos piedras y balas de plomo contra los defensores; sucedíanse unos a

otros, ya zapando, ya escalando el muro, con deseo de llegar a las

manos. Por el contrario, los de la ciudad dejaban caer grandes piedras

sobre los que se acercaban y les arrojaban jaras, chuzos y teas

embreadas con pez y azufre ardiendo. Ni el miedo ponía del todo en

salvo a los que estaban apartados, porque a muchos de ellos herían las

armas arrojadas a mano o disparadas con máquinas; y así valerosos y

cobardes, aunque desiguales en gloria, corrían igual riesgo.

Page 56: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

56

www.elaleph.com

donde los libros son gratis Cayo Salustio

Mientras se peleaba así en Zama, Jugurta acomete de improviso

con gran número de gente nuestros reales, y hallando a los que

estaban de guardia descuidados y muy ajenos de pensar que podían ser

sorprendidos, penetra por una de las puertas. Los nuestros poseídos de

repentino espanto, mira cada cual por sí, según era su valor; huyen

unos, otros toman las armas, los más son heridos o muertos. Cuarenta

hubo solos en toda aquella muchedumbre, que acordándose del

nombre romano, tomaron hechos una pifia un puesto algo superior, de

donde jamás los enemigos, por más esfuerzos que hicieron, pudieron

desencastillarlos; antes bien, revolvían contra ellos los mismos dardos

que les arrojaban, sin errar golpe, por ser muchos en quienes ponían

la mira, y si los númidas se les acercaban, allí era donde más descu-

brían su valor y donde con mayor esfuerzo los herían y desbarataban,

haciéndolos retroceder. Metelo, que se hallaba entonces en lo más

vivo de la acción, oye detrás de si la griteria y estruendo del enemigo,

y revolviendo el caballo, ve gentes que huían hacia él, lo que le hizo

conocer que eran los suyos. Envía, pues, sin tardanza a los reales toda

la caballería y tras ella a Cayo Mario con las cohortes auxiliares, y

arrasados sus ojos de lágrimas, le ruega «por su amistad y por el

honor de la república, que no permita quede ignominia alguna en el

ejército ya vencedor; ni que se vayan los enemigos sin castigo. Mario

ejecuta al punto lo mandado. Jugurta, embarazado con el

atrincheramiento de los reales (porque unos caían en el foso, otros con

la prisa de salir por los portillos angostos se impedían mutuamente),

retirase a lugares fuertes con pérdida de muchos, y Metelo, muy cerca

ya de la noche, vuelve al campamento con su ejército, sin haber

adelantado nada en el sitio.

El día siguiente, antes de salir al combate, manda formar la

caballería delante de los reales en el paraje por donde solía venir el

rey; encarga la guarda de las puertas y sus inmediaciones a los

tribunos; él se encamina a la ciudad y asalta como el día antecedente

la muralla. Jugurta, entretanto, desde una emboscada, se echa de

repente sobre los nuestros. Los primeros con quienes dio,

Page 57: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

57

www.elaleph.com

donde los libros son gratis La guerra de Jugurta

desordénanse algún tanto atemorizados; los otros acuden prontamente

al socorro. Ni hubieran podido resistir mucho los númidas, sino por su

infantería, que entretejida con los caballos hizo en los nuestros gran

estrago en el primer encuentro; a cuyo abrigo la caballería (contra su

costumbre de embestir y retirarse luego) acometía de frente, se

mezclaba con los nuestros y desordenaba las líneas; y así deshechas y

casi ya vencidas las presentaba a su infantería suelta y expedita.

Al mismo tiempo en Zama se peleaba con gran furia. Donde

acertaba a hallarse legado o tribuno, allí era el empeño mayor: nadie

fiaba sino de sus manos. Lo mismo hacían los defensores, peleando y

acudiendo a todas partes, ansiosos más de herir al enemigo que de

resguardarse. Olase un confuso clamor de exhortaciones, alegrías y

gemidos; llegaba al cielo el estruendo de los golpes; cruzábanse por el

aire las armas arrojadizas. Los que guardaban la muralla, si acaso los

nuestros aflojaban un momento en el combate, miraban atentamente la

batalla de la caballería que se descubría desde allí. Viéraselos ya

alegres, ya caídos de ánimo, según iban las cosas de Jugurta; y como

si pudiesen ser oídos o vistos de los suyos, los animaban y exhortaban,

haciéndoles señas con las manos y ademanes con sus cuerpos,

moviéndose ya hacia éste, ya hacia el otro lado, como que se

desviaban de los tiros del enemigo, o como que disparaban los suyos.

Visto esto por Mario, que se hallaba en aquella parte, comenzó con

estudio a aflojar algún tanto, fingiendo que desconfiaba del suceso y

dejando a los sitiados gozar a todo su placer de aquel espectáculo.

Pero cuando más embebecidos los tenía el afecto a los suyos, asalta de

repente la muralla con gran furia; y ya los que la escalaban habían

casi llegado a las almenas, cuando acudiendo de todas partes los

defensores, arrojan sobre ellos un diluvio de piedras, fuego, dardos y

otras armas. Los nuestros resistían al principio; pero rotas muchas de

las escaleras, dieron en tierra los que subían por ellas; el resto se salvó

como pudo, pocos de ellos sanos, los más atravesados de heridas. La

noche hizo cesar de ambas partes la batalla.

Page 58: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

58

www.elaleph.com

donde los libros son gratis Cayo Salustio

Viendo Metelo frustradas sus ideas y que ni la ciudad se tomaba,

ni Jugurta quería pelear sino por sorpresa o en lugares ventajosos, y

que ya se había pasado el estío, levanta el sitio de Zama, pone

guarnición en las ciudades que se le habían entregado y eran bastante

fuertes por su situación o por sus murallas, y acuartela el resto de su

ejército en la parte de la provincia romana más cercana a la Numidia,

para que invernase allí. Pero ni en ese tiempo estuvo ocioso, ni

entregado, como otros suelen, al regalo, sino antes bien, visto que la

guerra se adelantaba poco con la fuerza, resuelve valerse de los

amigos del rey para tenderle lazos y usar de perfidia en vez de armas.

Tienta, pues, con grandes promesas a aquel Bomílear que dijimos

había estado con Jugurta en Roma, y que, sin embargo, de hallarse

afianzado por la muerte de Masiva, se había ocultamente substraído al

juicio con la fuga, el cual por la gran confianza que de él hacía el rey

tenía gran proporción para engañarle, y logradesde luego de él que

vaya en secreto a verle. Asegúrale después con su palabra «que, si le

entrega vivo o muerto a Jugurta, el Senado le perdonará y dejará toda

su hacienda, y le persuade a ello fácilmente, ya por su natural infiel,

ya porque temía que, si llegaba a hacerse la paz, una de las

condiciones sería que le llevasen al suplicio.

Llégase, pues, en la primera ocasión que tuvo a Jugurta, que

andaba acongojado y lastimándose de sus trabajos, y le exhorta y

ruega con lágrimas, «que mire al fin por sí y por sus hijos y también

por sus númidas, que tan acreedores a ello eran. Dícele que no ha

habido batalla en que no hayan sido vencidos; que la campaña está

asolada, la gente cautiva y muerta, las fuerzas del reino arruinadas;

que hartas pruebas tiene ya hechas del valor de sus soldados y de la

fortuna; y, finalmente, que no dé lugar con su tardanza a que los

númidas se le anticipen. Con estas y otras razones induce al rey a que

se entregue. Envíanse mensajeros a Metelo para hacerle saber «que

Jugurta hará cuanto se le mande, y que desde luego se pone a sí y a su

reino en sus manos a discreción y sin pacto alguno. Metelo manda que

vengan al instante de los cuarteles cuantos había en ellos del orden

Page 59: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

59

www.elaleph.com

donde los libros son gratis La guerra de Jugurta

senatorio, con quienes, y con otros que creía a propósito, tiene su

consejo; y tomada resolución en él, según la costumbre de los

mayores, manda a Jugurta que apronte doscientas mil libras de plata,

todos los elefantes y algunos caballos y armas. Hecho esto sin la

menor tardanza, ordena que se le traigan atados todos los desertores.

Tráesele gran parte, según lo acordado: algunos de ellos, desde que

empezó a tratarse de entrega, se habían pasado al rey Boco a la

Mauritania. Jugurta, viendo que sobre haberle despojado de sus armas,

gente y dinero, le mandaban presentar en Tisidio para oír lo que

debería hacer, comenzó a vacilar de nuevo y a temer por su mala

conciencia el merecido castigo. Finalmente, habiendo entre estas

dudas pasado muchos días, pareciéndole unas veces cualquiera suerte

más llevadera que la guerra, por el tedio con que miraba su fortuna, y

otras, considerando entre si cuán dura cosa era pasar de re a siervo,

después de haber perdido infructuosamente ylo más y mejor de sus

fuerzas, emprende de nuevo la guerra. En Roma, entretanto, el

Senado, siendo consultado acerca de la distribución de las provincias,

prorrogó a Metelo la Numidia.

Por el mismo tiempo en útica, estando acaso Mario haciendo sus

sacrificios, le dijo el arúspice «que las víctimas le pronosticaban cosas

grandes y portentosas, y así que llevase adelante sus ideas, fiado en el

favor de los dioses, y se entregase sin miedo a la fortuna, que todo le

sucedería felizmente. Pero a él ya antes de esto le traía muy inquieto

su deseo de llegar al consulado, para cuyo logro, a excepción de no ser

antigua su familia, le sobraban méritos personales, esto es, industria,

bondad, gran pericia militar, presencia de espíritu en la guerra,

frugalidad en la paz, genio superior a los placeres y riquezas, y

únicamente amante de la gloria. Era natural de Arpino, donde pasó su

primera edad; y luego que fue capaz de la milicia, hizo profesión de

ella, sin cuidar de cultivar su ánimo con la elocuencia griega, ni con

los modales o cortesanías de Roma, y de esta suerte su noble ingenio,

con la buena crianza y costumbres, adelantó mucho en breve tiempo.

Por lo que no bien hubo acabado de pedir al pueblo el empleo de

Page 60: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

60

www.elaleph.com

donde los libros son gratis Cayo Salustio

tribuno militar, cuando, sin conocerle los más de rostro, le eligieron

por aclamación todas las tribus, pues era notoria su reputación y fama.

De éste fue pasando sucesivamente a otros magistrados, y siempre se

hubo en ellos de tal suerte, que generalmente le juzgaban digno de

otro mayor. Con todo eso, un hombre tan grande hasta aquel punto

(porque después le precipitó su ambición) no tenía valor para pedir el

consulado, porque aún entonces pasaba la nobleza de mano en mano

este empleo entre los de su cuerpo, como dividía entre si la plebe otros

magistrados; ni había hombre, por grande que fuese su fama y sus

servicios, a quien, si no era noble, no tuviera el pueblo como por

tachado y poco a propósito para aquel honor.

Viendo, pues, Mario que la respuesta del arúspice le conducía al

término mismo de sus deseos, ruega a Metelo le dé licencia para pasar

a Roma a su pretensión. Metelo, aunque tan virtuoso, ilustre y lleno de

las más envidiables prendas, era, como de ordinario son los nobles, de

un genio despreciador y altivo, y así alterado al principio por ver una

cosa tan extraña, comenzó a maravillarse de su modo de pensar y a

rogarle en tono de amigo «que no intentase una cosa tan fuera de

camino, ni aspirase a lo que era sobre su esfera. Díjole que no era todo

para todos, que se contentase con su suerte, y últimamente, que no se

expusiese pidiendo al pueblo romano una cosa que, sin hacerle

agravio, podría negarle. Pero viendo que ni éstas ni otras tales razones

hacían mella en el ánimo de Mario, le respondió «que luego que lo

permitiesen los negocios públicos, le daría el permiso que pedía, e

importunándole aún Mario, cuentan que le añadió: «que no se diese

tanta prisa a marchar, que harto llegaría a tiempo de pedir el

consulado, cuando lo pidiese también su hijo. Podría éste tener

entonces veinte años y militaba a la sazón en el ejército, bajo el mando

y disciplina de su padre. Esta respuesta inflamó vehementemente a

Mario, ya para conseguir el honor a que aspiraba, ya especialmente

contra Metelo, y así dejándose arrastrar de dos malísimos consejeros,

la ambición y la ira, no ponía reparo en decir ni hacer cuanto creía

conducente a sus designios. Tenía a los soldados de su cargo en los

Page 61: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

61

www.elaleph.com

donde los libros son gratis La guerra de Jugurta

cuarteles de invierno con menos severa disciplina que hasta entonces;

hablaba de la guerra entre los mercaderes, de que había gran muche-

dumbre en titica; zahiriendo a Metelo y ensalzándose a sí, decía: «que

con la mitad del ejército tendría él dentro de pocos días a Jugurta en

cadenas; que el general alargaba de propósito la guerra, porque como

era hombre hueco y de un fausto casi real, estaba muy bien hallado

con el mando. Todo esto como era según el paladar de los mercaderes

(porque con haberse alargado la guerra, se habían arruinado sus

caudales), se les hacía muy creible; y para quien desea con ansia, no

hay diligencia que baste.

Había, además de esto en nuestro ejército, cierto númida llamado

Gauda, hijo de Manastabal y nieto de Masinisa, al cual Micipsa en su

testamento había dejado heredero en segundo lugar, hombre de salud

muy quebrantada, y por esta razón, de juicio no del todo cabal.

Pretendía éste que Metelo le hiciese poner silla junto a sí, según se

acostumbra con los reyes, y que le señalase para su guardia cierto nú-

mero de caballeros romanos. Metelo le había negado uno y otro; la

silla, porque era distinción que sólo se concedía a los reyes que el

pueblo había reconocido por tales; la guardia, porque le parecía

indecoroso que caballeros romanos la hiciesen a un númida.

Introdácese, pues, Mario con este hombre, que andaba acongojado, y

le exhorta a que con su ayuda pida al pueblo romano satisfacción de

los desaires que el general le hacía; y como por sus achaques tenía el

juicio débil, le engríe fácilmente, lisonjeándole «con que era rey,

personaje de gran cuenta y nieto de Masinisa, y que si llegaba el caso

de que Jugurta fuese muerto o preso (lo que sucedería tan presto como

le enviasen a él después de cónsul a esa guerra), obtendría

inmediatamente el reino de Numidia. Por este medio logra inducirle, y

también a los caballeros, soldados y mercaderes romanos; a unos por

el crédito que tenía y a los más con la esperanza de la paz, para que

escriban a Roma a sus amigos y parientes, quejándose del gobierno de

Metelo y pidiendo por general de aquella guerra a Mario, que era lo

mismo que pedir por un medio honradísimo que le hiciesen cónsul; y

Page 62: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

62

www.elaleph.com

donde los libros son gratis Cayo Salustio

esto en un tiempo en que la plebe, habiendo con la ley Mamilia

logrado abatir a la nobleza, procuraba colocar en los empleos a los

suyos. De esta suerte todo se le iba disponiendo bien a Mario.

Jugurta entretanto, después que abandonado el pensamiento de la

entrega volvió a la guerra, prevenía con gran diligencia lo necesario

para ella; juntaba ejército, solicitaba, ya por vía de amenazas, ya con

premios, reducir a su obediencia las ciudades que le habían

desamparado; fortificaba los sitios ventajosos, reparaba o compraba de

nuevo armas de todos géneros y lo demás de que con la esperanza de

la paz se había despojado; atraía a su servicio a los esclavos de los

romanos y procuraba ganar con dinero hasta a los mismos soldados de

las guarniciones; en suma, todo lo tentaba y revolvía, sin dejar piedra

por mover. En Vaca, pues, donde Metelo en los principios, cuando

Jugurta andaba en tratos de paz, había puesto guarnición, los

principales ciudadanos (porque el vulgo en todas partes, y más entre

los númidas, siempre es voluble, alborotado, rencilloso, amigo de

novedades y contrario de la pública quietud), importunados por los

ruegos de su rey, de quien más por fuerza que de su voluntad se

habían separado, fraguan entre sí una conjuración contra los romanos;

y cuando tuvieron las cosas ya dispuestas, determinan su ejecucion

para el tercer día, que por ser festivo y célebre en todo el África,

prometia juegos y regocijos más que recelos ni temores. Llegado que

fue, convidan a comer a sus casas a los centuriones, a los tribunos y al

mismo gobernador de la ciudad, Tito Turpilio Silano, cada cual al

suyo; y mientras comían mátanIos a todos, a excepción de Turpilio.

Después acometen a los soldados, que por ser el día que era andaban

derramados, sin armas y sin caudillo. Lo mismo hace el vulgo; parte

sabedor por medio de la nobleza de lo que se trataba, otros por genio e

inclinación a semejantes revueltas, los cuales, aun ignorando lo que

hacían y el fin a que aquello se dirigía, gustaban del tumulto y de las

novedades por sí mismas.

Los soldados romanos, sobrecogidos con el repentino miedo, sin

acertar ni saber qué hacerse, corren turbados al alcázar de la ciudad,

Page 63: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

63

www.elaleph.com

donde los libros son gratis La guerra de Jugurta

donde tenían sus banderas y escudos; pero la guarnición enemiga, que

lo había ocupado y cerrado de antemano las puertas, se lo impedía.

Además de esto, las mujeres y niños echaban a porfía desde los

terrados piedras y cuanto les venía a las manos, de suerte que ni

podían precaverse contra un riesgo que les cercaba por todas partes, ni

resistir unos hombres tan esforzados al sexo y edad más débiles; y así

buenos y malos, valerosos y cobardes, murieron igualmente sin poder

tomar satisfacción. En medio de tantas dificultades, estando

encarnizados los númidas y cerradas todas las puertas de la ciudad,

Turpilio, su gobernador, fue el único que escapó sin lesión. Si fue esto

compasión que de él tuvo el que le hospedó en su casa, o bien con-

cierto o casualidad, no he podido averiguarlo; sólo sí me parece que

quien en una adversidad tan grande estimó más vivir afrentado que

morir con reputación, debe tenerse por hombre infame y detestable.

Metelo, cuando supo lo de Vaca, retírase un poco a su estancia

con la pesadumbre; pero luego que ésta dio lugar a la ira, dispónese

con el mayor cuidado a vengar prontamente la injuria; saca de sus

cuarteles al mismo ponerse el sol la legión con que invernaba, y

cuantos más númidas de a caballo encontró apercibidos, y al día

siguiente, cerca de las nueve de la mañana, llega a cierta llanura

rodeada de pequeños collados, y haciendo allí alto, dice a su tropa

(que cansada con lo largo de la marcha rehusaba ya obedecer) «que

Vaca no distaba sino una milla, que era honor suyo sufrir

constantemente lo que restaba de trabajo hasta vengar a sus valerosos

y desgraciados conciudadanos. Ofrécela además de esto liberalmente

la presa, con lo que, alentados los soldados, ordena que la caballería

ocupe la vanguardia del escuadrón y la infantería se estreche lo más

que pueda y oculte sus banderas.

Los de Vaca, cuando echaron de ver que se encaminaba un

ejército hacia ellos, al principio creyendo que fuese Metelo, como era

la verdad, cerraron las puertas, pero luego que vieron que ni la

campaña se talaba y que los que venían en las primeras filas eran

númidas de a caballo, de nuevo hicieron juicio que era Jugurta y salen

Page 64: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

64

www.elaleph.com

donde los libros son gratis Cayo Salustio

con gran contento a recibirle. Nuestra caballería e infantería,

habiéndose de repente dado la señal, unos hieren a su placer en

aquella muchedumbre derramada, otros vanse a toda prisa a ocupar

las puertas y apoderarse de las torres, venciendo la ira y la esperanza

del despojo el gran cansancio que tenían. De esta suerte los de Vaca

no gozaron sino dos días del fruto de su perfidia, y esta ciudad grande

y opulenta fue pasada enteramente a cuchillo y saqueada. Turpilio, en

otro tiempo su gobernador, que como dijimos fue el único que escapó

de ella, siendo mandado comparecer y dar sus descargos, no habiendo

parecido a Metelo suficientes, después de sentenciado y azotado, pagó

con su cabeza, por ser ciudadano del Lacio.

Por el mismo tiempo Bomílear, autor del pensamiento de la

entrega (que Jugurta, medroso, abandonó después de comenzada),

siendo desde aquella hora sospechoso al rey, y él también teniéndose

por poco seguro, deseaba que las cosas se mudasen y buscaba

ocasiones de perderle, fatigándose en ello día y noche, hasta que,

tentando cuantos medios pudo, logra ganar a Nabdalsa, hombre

ilustre, famoso por sus riquezas y bienquisto de sus compatriotas, el

cual solía mandar un ejército distinto al del rey y despachar por sí

todos los negocios que Jugurta no podía, por estar cansado o ocupado

en otros mayores, lo que le produjo crédito y riquezas. Queda, pues,

por consejo de ambos acordado el día para la traición, dejando

pendiente lo demás para resolverlo en la ocurrencia, según el caso lo

pidiese. Pártese Nabdalsa a su ejército, que, según el orden de Jugurta,

tenía apostado entre los cuarteles de los romanos, a fin de que no

pudiesen talar a su salvo la campaña. Pero después, acobardado por lo

grande del empeño en que se había metido y temeroso del éxito, no

acudió al plazo señalado. Bomílear a un mismo tiempo, atormentado

del deseo de llevar al fin su empresa y receloso de su compañero, no

fuera que arrepentido del concierto tomase otras medidas, escríbele

con persona de su satisfacción una carta en que le trataba de cobarde y

flojo; pónele delante a los dioses, por cuya fe había jurado, y le dice

«que no haga de suerte que las promesas de Metelo se vuelvan en su

Page 65: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

65

www.elaleph.com

donde los libros son gratis La guerra de Jugurta

daño. Añade que Jugurta de todos modos ha de morir presto; que el

punto está en si ha de ser a sus manos o por el valor de Metelo, y así

que reflexione bien si quiere más la recompensa o el suplicio.

Cuando llegó esta carta, se hallaba casualmente Nabdalsa

reposando en su lecho, por hallarse fatigado del ejercicio, y viendo lo

que Bomilcar le decía, le sobrecogió el cuidado y luego el sueño, como

sucede a un ánimo apesadumbrado. Tenía consigo Nabdalsa un

númida que le ayudaba en sus negocios, hombre fiel, a quien amaba

mucho, y era sabedor de todos sus secretos, excepto éste. El númida

apenas entendió que había llegado una carta, creyendo, como en otras

ocasiones, que para el despacho de ella sería necesaria su asistencia y

consejo, entra en la tienda de Nabdalsa y hallándole dormido, toma la

carta que sin reflexión había puesto en la cabecera de la cama sobre la

almohada; léela y vista la traición que se tramaba contra su rey, vase

inmediatamente a darle cuenta. Despierta poco después Nabdalsa; y

cuando se halla sin la carta y entiende cuanto había pasado, primero

intenta alcanzar y detener al que iba con la noticia, y no habiendo

podido lograrlo, vase a Jugurta para aplacarle y decirle «que la

perfidia de aquel confidente suyo se le había anticipado a hacer lo

mismo que él pensaba, pídele con muchas lágrimas, por su amistad y

buenos servicios hasta entonces, que no entre en sospecha de él sobre

aquel hecho.

El rey le responde plácidamente, pero muy contra lo que pensaba

en su interior, y con haber hecho morir a Bomílcar y a otros muchos

que supo ser cómplices de la conjuración, desahogó algún tanto su

enojo, sin atreverse a más, por miedo de que no se levantase con

ocasión de eso algún tumulto. Desde este lance no tuvo ya Jugurta día

o noche alguna con sosiego; de nadie se fiaba, ni se tenía por seguro

en tiempo ni en paraje alguno; temía no menos a los suyos que a los

enemigos; volvía frecuentemente el rostro a todas partes,

sobresaltándose a cualquier ruido; dormía ya en un lugar, ya en otro,

muchas veces contra lo que pedía el real decoro, y despertando a

Page 66: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

66

www.elaleph.com

donde los libros son gratis Cayo Salustio

menudo, tomaba las armas y lo alborotaba todo. De esta suerte su

miedo le traía como loca.

Metelo, luego que por los desertores supo la desgracia de

Bomílear y que se había descubierto lo que se trataba, de nuevo se

apercibe a la guerra con la misma diligencia que al principio, y hecho

cargo de que Mario (el cual no cesaba de importunarle con sus ruegos)

no sería ya allí más de provecho, porque sobre no serle agradable, se

había estrellado con él abiertamente, dale su licencia para partirse a

Roma, donde la plebe, habiendo entendido lo que las cartas decían de

Metelo y Mario, estaba con lo uno y lo otro muy contenta, porque la

calidad de noble, que hasta allí había realzado al general, comenzó

desde entonces a hacerle odioso, y al contrario el nacimiento humilde

de Mario le granjeaba crédito para con el vulgo, bien que ni en uno ni

en otro regían para esto sus buenas o sus malas calidades, sino el

empeño de los partidos. Además de esto, los magistrados sediciosos no

cesaban de alborotar al vulgo, atribuyendo en todas sus Metelo delitos

capitales y ensalzando más y más arengas a el valor de Mario.

últimamente la plebe estaba tan acalorada, que todos los artesanos y

labradores que no tenían más crédito ni bienes que el trabajo de sus

manos, abandonando sus haciendas, iban a casa de Mario y dejaban de

atender a sus familias por hacerle obsequio. De esta suerte,

consternada la nobleza, vino al fin a conferirse el consulado a este

hombre de inferior condición, cosa que no se había visto largo tiempo;

y el pueblo, preguntado después por Lucio Manlio Mantino su tribuno,

¿a quién quería por general contra Jugurta?, dijo casi a una voz, que a

Mario. Por lo cual, aunque el Senado había poco antes decretado a

Metelo la Numidia, no tuvo esta determinación efecto.

En el mismo tiempo Jugurta, habiendo perdido a sus amigos, de

los cuales los más había hecho él matar y otros por miedo se habían

pasado a los romanos o al rey Boco, viendo que no podía la guerra

hacerse sin oficiales y que era muy arriesgado hacer experiencia de los

nuevos, a vista de la deslealtad de los antiguos, andaba dudoso y

fluctuante, sin hallar cosa ni resolución, ni persona alguna que le

Page 67: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

67

www.elaleph.com

donde los libros son gratis La guerra de Jugurta

satisficiese; tomaba cada día rumbos distintos; mudaba gobernadores;

volvía unas veces el rostro al enemigo, otras se encaminaba a las

soledades; su esperanza la ponía de ordinario en huir los encuentros,

pero poco después en las armas, sin saber si fiaría menos del valor o

de la fidelidad de sus vasallos. De esta suerte a cualquiera parte que se

volvía, todo le era contrario. Entre estas dilaciones sobreviene de

repente Metelo con su ejército. Jugurta dispone y escuadrona a los

númidas, según lo permitía el tiempo, y comienza luego la batalla.

Donde asistía el rey hubo alguna resistencia; los demás al primer

encuentro fueron rotos y ahuyentados, quedando los romanos dueños

de las banderas, de las armas y de un pequeño número de enemigos;

porque a éstos, casi en todas las batallas, salvaba más su ligereza que

las manos.

Jugurta con la nueva desgracia, desconfiando mucho más de sus

cosas, encamínase con parte de su caballería y los desertores a las

soledades, y desde allí a Tala, ciudad considerable y rica, donde

estaban los principales tesoros del rey y donde sus hijos se criaban con

gran magnificencia. Entendido esto por Metelo, aunque no ignoraba

que desde un río, que tenía cerca, hasta Tala no se hallaban en el

espacio de cincuenta millas sino tierras áridas y despobladas, sin

em-Jbargo, con la esperanza de acabar la guerra, si lograba apoderarse

de aquella ciudad, empéñase en superar todas las dificultades y vencer

a la naturaleza misma. Dispone, pues, que se descargue todo el bagaje,

a excepción del trigo necesario para diez días, y que se traigan odres y

otros vasos a propósito para conducir agua. Busca, además de esto, en

aquellos campos el mayor número que puede de bestias de carga y

acomoda en ellas vasijas de todos géneros, las más de madera,

recogidas en las chozas de los númidas. Manda asimismo a los

pueblos comarcanos que después de la derrota de Jugurta se le habían

entregado, acarrear cada uno la mayor porción de agua que pudiese,

señalándose día y lugar donde debían tenerla a punto, y él carga

también su bagaje del agua de aquel río, que, como dijimos, era el más

cercano a la ciudad. Con esta prevención se encamina a Tala, y

Page 68: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

68

www.elaleph.com

donde los libros son gratis Cayo Salustio

habiendo llegado al sitio donde había mandado que le esperasen los

númidas, y puesto y fortificado en él su campo, dícese que llovió

repentinamente tanto, que sólo aquel agua hubiera sido bastante y aun

sobrada para el ejército. Hubo también más víveres de lo que se

esperaba, porque los númidas, como es regular en los que de nuevo se

rinden, se mostraron muy oficiosos. Pero nuestros soldados usaban

más del agua llovediza, teniéndola por milagrosa, lo que les infundía

mucho ánimo, por persuadirse que cuidaban de su conservación los

dioses inmortales. De esta suerte llegan el siguiente día a Tala contra

la expectación de Jugurta. Los ciudadanos, que se tenían por seguros

sólo por lo inaccesible de aquel sitio, aunque espantados viendo una

cosa tal y tan extraña, no por eso dejaron de atender con el mayor

cuidado a la defensa. Lo mismo hacen por su parte los nuestros.

Pero Jugurta, viendo que nada sería ya difícil a Metelo, después

de haber vencido con su industria la fuerza de las armas, la aspereza

de los sitios, el rigor de las estaciones y hasta la misma naturaleza,

árbitra de las cosas humanas, sálese de noche de la ciudad con sus

hijos y con gran parte de sus tesoros. Ni después de esto se detuvo ya

en lugar alguno más que un día o una noche, pretextando pedirlo así

sus ocupaciones; pero en la realidad era por miedo que tenía de alguna

traición, la cual juzgaba que podría evitar mudando frecuentemente

sitios, porque semejantes tratos necesitan para fraguarse tiempo y

oportunidad. Pero Metelo, viendo que los ciudadanos se apercibían a

la defensa y que la ciudad era bastantemente fuerte por arte y por su

situación, cércala con su vallado y foso; manda adelantar los man-

teletes por los parajes que entre todos creyó más oportunos; levanta un

cordón de tierra y sobre él algunas torres, desde las cuales pudiesen

ser sostenidos los que asistían y gobernaban los trabajos del sitio. Por

el contrario, los defensores se prevenían y acudían con gran diligencia

a todo; en suma, ni unos ni otros dejaban cosa por hacer. Pero al fin

los romanos, aunque cansados de antemano con tantos trabajos y

batallas, a los cuarenta días de haber llegado a Tala se apoderaron de

ella; mas no gozaron de la presa, porque la habían destruido

Page 69: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

69

www.elaleph.com

donde los libros son gratis La guerra de Jugurta

enteramente los desertores. Éstos, viendo que los arietes comenzaban

ya a hacer brecha en las murallas y que sus cosas no tenían remedio,

llevan al palacio el oro, la plata y cuanto había precioso en la ciudad,

y cargados de vino y de comida lo abrasan todo juntamente con el

edificio, y ellos mismos se entregan a las llamas, tomándose por sus

manos el castigo, que siendo vencidos pudieran temer de sus

enemigos.

Al mismo tiempo que se ganó Tala, llegaron a Metelo

mensajeros de la ciudad de Leptis, suplicándole «que les enviase

guarnición y gobernador, porque cierto Amílcar, hombre noble y

partidario intentaba alborotarla y no hacía caso de las órdenes del

magistrado, ni de ley alguna; y añadieron «que si no daba pronta

providencia, corría sumo ries o aquella ciudad, su aliada. Porque en la

realidad los 9leptitanos, desde el principio de la guerra de Jugurta, ha-

bían acudido primero al cónsul Bestia y después a Roma a solicitar

nuestra alianza y amistad; y obtenida, siempre se mantuvieron firmes

y leales, haciendo con la mayor prontitud cuanto Bestia, Albino y

Metelo les mandaron. Por esto no hubo dificultad en que el general les

concediese lo que pedían; y, en efecto, se les enviaron cuatro cohortes

de ligures y a Cayo Anio por su gobernador.

Fundaron esta ciudad los sidonios, que, según es tradición,

huyendo de su patria por las discordias civiles, aportaron con sus

naves a aquellas playas. Su asiento está entre dos bajíos, llamados

sirtes por los efectos que causan, porque vienen a ser dos ensenadas

que el mar forma cerca del confin del África y del Egipto, y aunque en

grandeza desiguales, la naturaleza de ambas es la misma; el mar cerca

de las riberas muy profundo; en lo interior lo es más o menos, según

lo da el caso, y en partes vadeable en tiempo de borrascas, porque

cuando comienza a engrosarse y embravecerse, las olas llevan tras sí

el légamo, la arena y peñascos grandes, y de esta suerte, según es el

embate de los vientos, mudan de aspecto aquellos mares. Llámanse

estos bajíos sirtes, porque atraen. El lenguaje antiguo de los leptitanos

estaba muy alterado por el comercio y matrimonio con los númidas;

Page 70: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

70

www.elaleph.com

donde los libros son gratis Cayo Salustio

no así sus leyes y costumbres, que por lo común eran sidónicas, y las

retuvieron fácilmente porque vivían lejos de donde el rey mandaba.

Entre este pueblo y la Numidia habitada no había sino tierras incultas

y desiertas.

Pero, pues nos han traído acá las cosas de los leptitanos, no será

extraño que yo cuente una ilustre y memorable hazaña de dos

cartagineses, que la ocasión me ha hecho venir a la memoria. Cuando

los de Cartago poseían lo más del África, fueron también grandes y

opulentos los de Cirene. Había entre estas dos ciudades una campaña

arenosa y de un aspecto igual, sin río ni monte alguno que pudieselas

distinguir los límites de cada una, lo que ocasionó entre el grandes y

prolongadas guerras. Pero al fin, después de varías batallas y derrotas

de ambas partes por mar y tierra, y que unos y otros quedaron algo

quebrantados, temiendo que si sobrevenía un tercero se apoderase de

los vencidos y vencedores ya cansados, hacen en tiempo de treguas el

acuerdo «de que en cierto día y hora salgan dos de cada pueblo y el

lugar donde se encontraren sea el común lindero de ambos. Envían los

de Cartago dos hermanos, llamados Filenos, los cuales se dieron gran

prisa en caminar; los de Cirene no fueron tan diligentes, lo que si fue

descuido o casualidad no he llegado yo a averiguar. Lo cierto es que

en aquellos lugares suelen las tormentas detener a los que caminan, no

menos que en el mar, porque arreciando el viento en las campañas

llanas y peladas, levanta del suelo las arenas, y éstas, como si fueran

disparadas, llenan la boca y ojos de los caminantes y embarazándoles

la vista los detienen. Viendo los cirenenses que habían perdido algún

terreno y temiendo que a su vuelta serían por ello castigados, acusan a

los de Cartago de que han salido antes de la hora aplazada y tiran a

embrollar el negocio, dispuestos a pasar por todo, antes que volverse

vencidos a su patria. Pero diciéndoles los cartagineses que propusiesen

cualquiera otra condición, con tal que fuese razonable, danles los de

Cirene a escoger, «que o bien los de Cartago han de ser enterrados

vivos en aquel sitio, puesto que quieren sea el término de su pueblo, o

si no, que ellos pasarán adelante Filehasta donde quieran bajo la

Page 71: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

71

www.elaleph.com

donde los libros son gratis La guerra de Jugurta

misma condición. Losnos, aceptado el partido, sacrificaron sus vidas

por la república, y fueron allí enterrados vivos, en memoria de lo cual

los cartagineses dedicaron en aquel lugar aras a los dos hermanos, y

en Cartago les hicieron otros honores. Vuelvo ahora a mi propósito.

Jugurta, perdida Tala, viendo que nada había que pudiese resistir

a Metelo, vase acompañado de pocos, y atravesando unos desiertos

grandes, llega a los gétulos, gente fiera y sin cultura alguna, que ni

tenía entonces noticia del nombre romano; junta gran número de ellos

y los va poco a poco acostumbrando a escuadronarse, a seguir las

banderas, observar disciplina y hacer otros ejercicios militares. Gana

además de esto con grandes dones y mayores promesas a los

confidentes del rey Boco; y habiendo por su medio logrado

introducirse con él mismo, le induce a que tome las armas contra los

romanos. Esto fue llano y fácil de conseguir, por haber ya Boco en el

principio de estas revueltas enviado a Roma sus mensajeros

solicitando nuestra alianza y amistad, cuya conclusión (que hubiera

sido muy del caso para la guerra) estorbaron algunos pocos, ciegos de

avaricia y acostumbrados a hacer granjería de todo, bueno y malo.

Concurría también el haber casado antes Jugurta con hija de Boco,

pero de este parentesco no se hace grande aprecio entre los númidas y

moros, porque cada uno, según sus facultades, mantiene cuantas

mujeres puede, quien diez, quien más, pero los reyes en mucho mayor

número; y de esta suerte, dividido el afecto entre muchas, ninguna es

reputada por compañera individua de la vida; todas son igualmente te-

nidas en poco.

Júntanse, pues, los ejércitos de los dos reyes en el lugar que

habían aplazado; y, dadas mutuamente las seguridades, inflama

Jugurta con una arenga el ánimo de Boco, diciéndole: «que los

romanos son injustos, avarientos sin término y comunes enemigos de

todos; que el mismo motivo tienen para hacer guerra a Boco que a él y

a las demás gentes; es, a saber, su antojo de mandar y su aversión a

toda soberanía; que entonces guerreaban con él, poco antes habían

guerreado con los cartagineses y con el rey Perseo y despues harían lo

Page 72: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

72

www.elaleph.com

donde los libros son gratis Cayo Salustio

mismo con cualquiera otro, sólo porque les pareciese muy poderoso.

De resulta de éste y otros discursos semejantes determinan ir a Cirta,

donde Metelo había depositado el despojo, los cautivos y el bagaje,

creyendo Jugurta que si se tomaba la ciudad, sería de grande impor-

tancia; y si Metelo intentaba socorrerla, vendrían a las manos, porque,

como tan astuto, ponía toda su mira en que Boco rompiese presto con

los romanos, no fuese que si lo difería abrazase otro partido.

Metelo, sabida la alianza de los dos reyes, no se presentaba ya

sin precaución al enemigo, ni le daba lugar de pelear en cualquier

parte, como acostumbraba hacer, después de haberle tantas veces

vencido, sino que los espera no lejos de Cirta en sus reales bien

fortificados, creyendo que sería mejor tantear primero a los moros

para pelear después ventajosamente con este nuevo enemigo.

Entretanto sabe por cartas de Roma, que se había decretado a Mario la

Numidia, porque de lo del consulado tenía ya noticia. Con esto, ape-

sadumbrado más de lo que era justo y correspondiente a su decoro, ni

podía contener las lágrimas, ni refrenar su lengua, y siendo, como era

hombre grande en todo lo demás, mostró en este accidente menos

constancia que debiera. Esto lo atribuían unos a soberbia, otros decían

que su buen natural se había inflamado por la afrenta que se le hacía,

y muchos que era porque se le arrebataba la victoria que tenía ya en

las manos. Yo sé bien que le atormentó aún más el honor que se había

hecho a Mario que su particular injuria, y que hubiera sido menor su

sentimiento si la provincia de que le separaban se hubiera dado a

cualquiera otro.

Embargado, pues, Metelo de la pesadumbre y porque hubiera

sido necedad cuidar con riesgo propio de la hacienda ajena, envía

mensajeros a Boco pidiéndole «que no quiera sin causa alguna hacerse

enemigo del pueblo romano; que le será muy fácil obtener su amistad

y alianza, la cual sin duda alguna le estará mejor que la guerra; que

por confiado que esté de sus fuerzas, no es prudencia dejar lo cierto

por lo incierto; que las guerras se emprenden fácilmente, pero no se

acaban sino con gran dificultad, por no pender de uno mismo el fin

Page 73: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

73

www.elaleph.com

donde los libros son gratis La guerra de Jugurta

que el principio de ellas; que provocar puede aún el más cobarde, pero

hacer la paz está en mano del vencedor; y así, que mirase por sí y por

su reino y no quisiese mezclar sus cosas florecientes con las de Jugurta

desesperadas. Boco respondió a esto cortésmente «que él deseaba la

paz, pero que se compadecía de la desgracia de Jugurta; que si a éste

se le diese el arbitrio que a él, todo se compondria. De nuevo Metelo le

envía su embajada para satisfacer a esta demanda, y el rey se convenía

en algunas cosas, pero rehusaba otras. Do esta suerte, yendo y

viniendo mensajeros, se iba pasando el tiempo y en la guerra nada se

innovaba, que era el designio de Metelo.

Mario en Roma, que, según dijimos, había sido hecho cónsul con

tanto aplauso y aclamación de la plebe, después de haberle el pueblo

decretado la Numidia, explicó más y con mayor desenfreno su antiguo

aborrecimiento a la nobleza, ultrajando en particular y en común a

muchos, y diciendo a cada paso: «que su consulado era el despojo de

la victoria que había conseguido de los nobles, con otras expresiones

jactanciosas hacia sí y para ellos MUY amargas. Entretanto su primer

cuidado era el disponer lo necesario parala guerra, pedir que se le

completasen las legiones, solicitarlos socorros de los reyes, de los

pueblos y de los confederados. Convidaba además de esto a cuantos

había esforzados en el Lacio, que la mayor parte eran sus conocidos

porla milicia, pocos sólo por fama; y a fuerza de ruegos y promesas

obligaba aún a los que estaban ya jubilados a que le acompañasen. Ni

el Senado, aun siéndole contrario, se atrevía a negarle nada, y en lo

del suplemento de las legiones vino muy gustoso; porque como sabia

que la plebe rehusaba ir a la guerra, se figuraba que o no habla de

hallar Mariogente para ella o el vulgo, si quería obligarle, le perdería

la afición. Pero no sucedió así; tal era el deseo que tenían los más de

acompañar a Mario, prometiéndose cada uno se haría rico con los

despojos de la guerra y que volvería a su casa victorioso. Con tales

pensamientos se lisonjeaban; y sobre esto Mario los había acabado de

envanecer con una arenga que les hizo. Porque habiendo obtenido

cuanto pedía, y estando para alistar la gente a fin de animarla y dar

Page 74: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

74

www.elaleph.com

donde los libros son gratis Cayo Salustio

quesentir a la nobleza, según su costumbre, juntó al pueblo y le habló

de esta suerte:

«Sé bien, ¡oh quirites!, que por lo regular es muy otra la

conducta de los que os piden los empleos que la que observan después

de haberlos conseguido; que al principio se muestran oficiosos,

tratables, contenidos, pero después pasan la vida entregados al ocio y

la soberbia. Yo pienso muy de otra suerte, porque cuanto es de más

consideración el todo de la república que el consulado o la pretura,

tanto debe ponerse más cuidado en la administración de aquélla que

en la solicitud de estos empleos. Conozco asimismo el gran peso que

habéis puesto sobre mí, con haberme hecho el mayor honor que

podíais; que debo hacer la guerra, sin llegar, si se puede, al erario;

obligar a que militen aquellos a quienes en nada quisiera disgustar;

atender a todo en Rorna y fuera; y haber de hacer esto, estando

rodeado de gentes que me aborrecen, que se oponen, que todo lo al-

borotan, creed, quirítes, que es más dificil de lo que parece. Añádese,

que a otros, si delinquen, su antigua nobleza, los hechos de sus

mayores, el poder de sus deudos y allegados y los muchos a quienes

han favorecido, los sostienen.. Yo no tengo más esperanza que en mí

mismo; y así es preciso mantenerla con mi valor y conducta, porque

todo lo demás es muy endeble. También sé, ¡oh quirites!, que toda

Roma tiene puestos en mí los ojos; que la gente de bien me favorece,

porque ve que mi proceder trae gran cuenta a la república; que, por el

contrario, la nobleza busca portillo por donde entrarme. Por lo mismo,

debo yo insistir con más empeño en que vosotros no quedéis burlados

y ellos en vano se fatiguen. Tal me he portado desde mi niñez hasta

este punto, que no hay trabajo ni peligro a que no esté acostumbrado.

Lo que he hecho, pues, de mi buen grado, antes de estaros en tanta

obligación, no hayáis miedo, quirites, que deje de hacerlo después del

honor que he recibido. Para aquéllos es difícil contenerse en los em-

pleos, que por la ambición de alcanzarlos se vendieron por buenos; en

mí, que he pasado toda mi vida en las más nobles ocupaciones, la

costumbre de bien obrar ha venido ya a ser naturaleza. Habeisme

Page 75: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

75

www.elaleph.com

donde los libros son gratis La guerra de Jugurta

mandado hacer la guerra a Jugurta, lo que la nobleza ha llevado muy

mal. Reflexionad OS ruego, si sera mejor revocarlo y que encarguéis

un negocio de esta naturaleza a alguno de aquel corrilo de nobles,

quiero decir, a uno de linaje antiguo y que tenga muchas estatuas de

sus mayores, pero que jamás haya militado; para que puesto en él se

turbe, se apresure sin saber qué hacerse y eche mano del primero que

encuentre para que le enseñe su oficio. Así sucede muchas veces, que

a quien vosotros habéis cometido el mando, busca otro que le mande a

él. De algunos sé yo, ¡oh quirites!, que después de cónsules

comenzaron a leer los hechos de nuestros mayores y la disciplina

militar de los griegos; hombres que todo lo invierten. Porque aunque

en el orden del tiempo, primero es lograr un empleo que ejercerle, el

modo de portarse bien y provechosamente en él, debe saberse antes.

Comparad, pues, ahora, quirites, a un hombre de fortuna, cual yo soy,

con la altanería de estas gentes. De lo que ellos suelen leer u oír, parte

he visto, parte he ejecutado por mí mismo; lo que ellos leyendo, yo lo

he aprendido militando; juzgad, pues, ahora si han de estimarse más

las obras o las palabras. Desprecian en mí la falta de nobleza; yo en

ellos la sobra de flojedad; a mí se me echa en cara mi nacimiento; a

ellos sus maldades; bien que, según entiendo, la calidad es una y

general en todos, y el que tiene más valor ése es el más noble. Y si no,

si se pudiese hoy preguntar a los padres de Albino y Bestia, a quién

quisieran más tener por hijo, a mí o a ellos, ¿qué creéis que habían de

responder sino que querrían por hijos los mejores? Si tienen, pues,

razón para despreciarme a mí, desprecien también a sus antepasados,

cuya nobleza, así como la mía, comenzó en ellos por su valor. Si me

envidian el honor que tengo, envidien también mis trabajos, mi

conducta y los peligros en que me he visto, pues por tales medios lo he

adquirido. Pero estos hombres corrompidos por su soberbia, así viven

como si no quisieran vuestros empleos, y después Así los solicitan

como si hubieran vivido bien. Mas ¡ah, cuánto se engañan, creyendo

que pueden lograr juntas dos cosas tan repugnantes entre sí, como son

el deleite de la ociosidad y el premio de la virtud! Y tienen aún valor

Page 76: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

76

www.elaleph.com

donde los libros son gratis Cayo Salustio

cuando arengan en vuestra presencia o en el Senado para ensalzar

prolijamente a sus mayores, creyendo que la memoria de sus grandes

hechos les hará a ellos más ilustres, lo que es muy al contrario. Porque

cuanto la vida de aquéllos fuese más esclarecida, tanto es más

reprensible la pereza de éstos. Y en la realidad ello es Así; la gloria de

los mayores es para sus descendientes una antorcha que no permite

que sus virtudes ni sus vicios estén ocultos. Yo nada de esto tengo, ¡oh

quirites!, pero puedo referir mis hazañas, que vale mucho más. Ved,

pues, cuán injustos son, que lo que se atribuyen ellos a sí por la virtud

ajena, no quieren concedérmelo a mí por la propia. ¿Y por qué?

Porque no tengo en mi casa estatuas y porque mi nobleza es de ayer;

siendo cierto que es mejor adquirírsela uno por sí mismo que haber

corrompido la que heredó. Ni ignoro que si quieren satisfacerme,

tendrán a mano una oración, copiosa y limada. Mas puesto que toman

ocasión de la gran merced que me habéis hecho para despedazar en

todas partes con dieterios vuestro honor y el mío, no me ha parecido

razón callar; no haya quien atribuya mi silencio a remordimiento o

culpa. A mí en la realidad, según me siento, nada de cuanto digan

puede dañarme; porque si hablan verdad, han de hablar bien; si no,

los desmentirá mi vida y mis costumbres. Pero vosotros, cuya

resolución de haberme honrado y puesto a mi cargo el negocio de más

peso, se acusa igualmente, pensad una y otra vez si convendrá

revocarla. Porque a la verdad yo no puedo presentar en abono mío

estatuas ni triunfos, ni consulados de mis mayores; pero si fuere

necesario presentaré lanzas, banderas, jaeces y otros dones militares; y

además de esto heridas recibidas pecho a pecho. Estas son mis es-

tatuas, ésta mi nobleza, no como ellos la tienen heredada, sino

adquirida a costa de grandes trabajos y peligros. No son mis palabras

aliñadas, ni hago de esto caso; harto se descubre la virtud por sí

misma. Ellos sí que necesitan de artificio para encubrir sus maldades

con arengas estudiadas. Ni tampoco he aprendido la lengua griega, ni

querido perder en ello el tiempo, porque veía que los que la sabían no

por eso fueron mejores. Lo que si he aprendido cuidadosamente es lo

Page 77: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

77

www.elaleph.com

donde los libros son gratis La guerra de Jugurta

que importa más a la república: herir al enemigo, ganar o defender

una plaza, no temer otra cosa alguna sino la infamia, sufrir

igualmente el frío y el calor, dormir en el suelo y luchar a un mismo

tiempo con el hambre y el trabajo. Con este ejemplo animaré yo a los

soldados; ni los trataré a ellos mal y a mí con opulencia, ni convertiré

en alabanza mía su trabajo. Éste es el gobierno útil y el propio de un

ciudadano; porque regalarse un general y tratar con rigor a sus

soldados no es portarse según su oficio, sino como dueño absoluto. Por

estos y otros tales medios, ¡oh quirites!, se engrandecieron vuestros

mayores a sí mismos y a la república, y apoyada en ellos la nobleza,

sin embargo, de lo desemejante de sus costumbres, me desprecia a mí,

que procuro imitarlos, y os pide los empleos, no como recompensa del

mérito, sino como cosa debida a su nacimiento. Pero en esto los

engaña mucho su vanidad. Sus mayores les dejaron cuanto pudieron:

riquezas, estatuas y una clara memoria de sí mismos; virtud no les

dejaron, ni podían. 2sta sola es la que ni se regala, ni se hereda. Dicen

de mí que soy hombre rústico y sin cultura, porque no pongo una mesa

con primor, ni mantengo truhanes, ni doy más salario al cocinero que

al que cuida de mis labranzas, lo que yo os confieso de buena gana,

quirites. Porque oí a mi padre y a otros graves varones, que estas

delicadezas son propias de mujeres y el trabajo de hombres; que la

gente de bien debe tener mayor caudal de gloria que de riquezas, y que

sus armas, no los muebles preciosos, han de ser su principal adorno.

Hagan, pues, en hora buena lo que les place y en lo que tienen puestas

sus delicias: amen, beban, pasen su vejez donde tuvieron la juventud,

esto es, en banquetes, entregados a la gula y a la lascivia, y dejen para

nosotros el sudor, el polvo y los trabajos, que nos son más suaves que

las viandas delicadas Pero no es esto lo que quieren, sino, después de

haber manchado vergonzosamente su honor con mil infamias,

solicitan quitar de las manos los premios a los buenos. De esta suerte,

contra toda razón y justicia, los que se abandonaron a los detestables

vicios de la pereza y de la lujuria, nada pierden por ello, y quien viene

al fin a pagarlo es la república inocente. Ahora, pues, que he

Page 78: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

78

www.elaleph.com

donde los libros son gratis Cayo Salustio

satisfecho a los cargos que los nobles me hacen, aunque no según

merecían sus maldades, sino según lo llevan mi moderación y genio,

diré algo de lo que pertenece a la república. Lo primero, en cuanto a la

Numidia, buen ánimo, quirites, pues lo que hasta ahora ha sido

favorable a Jugurta, quiero decir, la avaricia, la ignorancia del arte

militar y la soberbia, lo habéis todo apartado de vosotros. El ejército

que allí tenéis es práctico del terreno y valeroso, aunque a la verdad

no igualmente afortunado, por haber la codicia o temeridad de sus

capitanes quitádole gran parte de su fuerza. Y así vosotros, que estáis

en la flor de la edad para las armas, esforzaos conmigo y tomad a

vuestro cargo la defensa de la patria, sin que en manera alguna os

acobarde la desgracia ajena o la soberbia de los pasados generales. Yo,

yo estaré siempre a vuestro lado en las filas y en la batalla, por vuestro

consultor y compañero en los peligros; ni cuidaré más de mí que de

vosotros. Y a la verdad, mediante el favor de los dioses, tenemos a la

vista la victoria, la presa y la alabanza, lo que, aunque no fuese así y

estuviese muy remoto, sería justo que los buenos ciudadanos

socorriesen a su república. Nadie hasta ahora por cobarde evitó la

muerte, ni padre alguno ha deseado que sus hijos fuesen eternos, sino

que fuesen buenos y viviesen con honor. Más dijera, ¡oh quirites!, si

las palabras diesen valor a los medrosos; para los esforzados creo que

baste.

Mario, acabada su oración, viendo que la plebe estabadispuesta y

animosa, embarca sin perder tiempo el bastimento, la paga militar, las

armas y lo demás que cree conveniente, y hace partir con ello a Aulo

Manlio, su legado. Entretanto alistaba gente, pero no según la

costumbre de los mayores, ni precisamente de las clases, sino según se

le presentaba cada uno; y aun de los que por no tener bienes pagaban

tributo por sus personas. Esto decían unos que se hacía a falta de

buenos; otros lo atribuían a ambición del cónsul, por ser esta gente a

quien debía su fama y sus aumentos; y para el que aspira al mando,

nadie es más a propósito que el más necesitado, porque quien no tiene,

nada aventura, y como haya ganancia de por medio, todo le parece

Page 79: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

79

www.elaleph.com

donde los libros son gratis La guerra de Jugurta

bien. Mario, pues, habiéndose embarcado con alguna más gente que se

le había concedido, llegó en pocos días Útica, donde el legado Publio

Rutilio le entregó el ejército, porque Metelo había evitado el encuentro

de Mario, por no ver por sus ojos lo que ni por relación había tenido

valor para sufrir.

Pero el cónsul, después de haber completado las legiones y las

cohortes auxiliares, encaminase a una campaña fértil y llena de

despojos, y concede toda la presa a los soldados. Asalta después de

esto algunas villas y ciudades poco fortalecidas por su sitio o por falta

de guarnición; tiene varios choques y otras ligeras refriegas con el

enemigo en diferentes partes, con lo que los bisoños iban perdiendo el

miedo y echaban de ver que los que huían eran regularmente presos o

muertos, y al contrario los más esforzados los que mejor libraban; en

suma, que con las armas se aseguraba la libertad, la patria, las

familias y cuanto había, y que por su medio se adquiría gloria y

riqueza. De esta suerte en breve tiempo nuevos y veteranos se

incorporaron, haciéndose todos iguales en valor. Los reyes por su

parte, cuando supieron la llegada de Mario, fuéronse cada cual por su

lado a lugares fragosos y ásperos. Éste fue consejo de Jugurta, el cual

creyó que dando algún tiempo a los enemigos se derramarían y

podrían ser asaltados, porque se figuraba que los romanos, depuesto el

primer miedo, andarían, como regularmente sucede, más libres y con

menos disciplina.

En este tiempo Metelo, que había partido para Roma, fue, contra

lo que esperaba, recibido en ella con las mayores demostraciones de

alegría, no sólo de los nobles, sino también de la plebe, que

igualmente le amaba, después que cesó el motivo del disgusto. Pero

Mario observaba a un mismo tiempo con gran cuidado y prudencia

sus cosas y las del enemigo; instruíase en lo que se hallaba, bueno y

malo, en ambos ejércitos; exploraba las marchas de los reyes; pre-

veníase contra sus designios y asechanzas, sin permitir que hubiese el

menor descuido en su campo, ni un momento de seguridad en el del

enemigo. De esta suerte en varias ocasiones acometió y derrotó a los

Page 80: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

80

www.elaleph.com

donde los libros son gratis Cayo Salustio

gétulos y a Jugurta, al volver de sus correrías en tierra de nuestros

confederados, y al mismo Jugurta le obligó, no lejos de Cirta, a que

arrojase las armas por salvarse. Pero conociendo que esto sólo le

conciliaba crédito, mas no era parte para acabar la guerra, resuelve

ganar o atraer a su partido una a una las ciudades que por su gente o

su situación eran para él de estorbo y de gran ventaja para los

enemigos; persuadido a que Jugurta perdería el apoyo de aquellas

plazas si no acudía al socorro o vendría con él a las manos, porque

Boco le había enviado varias veces a decir «que quería ser amigo del

pueblo romano, y así que no temiese por su parte hostilidad alguna. Si

esto fue fingimiento para hacernos más daño dejándose caer de

improviso, o ligereza y facilidad suya en abrazar la paz o la guerra, no

puedo asegurarlo.

Pero el cónsul, según había resuelto, se presentaba delante de las

ciudades y lugares fuertes, y parte por las armas, parte con promesas o

amenazas procuraba apartarlos del enemigo, sin querer al principio

empeñarse en cosas de consideración, creyendo que Jugurta, por

defender a los suyos, vendría con él a batalla. Pero cuando supo que

estaba lejos de allí, y que entendía en otros negocios, juzgó que era ya

tiempo de emprender cosas mayores y de más dificultad. Había entre

unos desiertos grandes una ciudad populosa y fuerte, llamada Capsa,

fundación que decían ser de Hércules Líbico. Sus habitadores eran

libres de tributos y tratados por Jugurta con blandura, por lo que

estaban en concepto de muy fieles. Defendíanlos del enemigo, no sólo

sus murallas, sus armas y su gente, sino aún más que esto lo inac-

cesible de aquel sitio, porque a excepción de los contornos de la

ciudad, todo lo demás estaba yermo, inculto, falto de agua e infestado

de serpientes, cuya actividad, como sucede en las demás fieras, es

mayor cuando les falta el pasto, pero más en las serpientes, porque

nada irrita tanto su natural ponzoña como la sed. Tenía gran deseo

Mario de hacer esta conquista, ya por lo que conduciría para acabar la

guerra, ya porque era empresa muy ardua. Contribuía también el

haber Metelo con gran gloria suya conquistado a Tala, que en el sitio

Page 81: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

81

www.elaleph.com

donde los libros son gratis La guerra de Jugurta

y fortificación no era desemejante; sólo que en Tala había algunas

fuentes cerca de sus muros, y en Capsa no había sino una, y ésa dentro

de la ciudad, cuya agua bebían los vecinos, sirviéndose de la llovediza

para los demás usos. Esta escasez de agua, así en aquel sitio, como en

el resto del África distante de la costa y menos habitada, para los

númidas era llevadera, por ser su ordinario alimento leche y carne de

fieras, sin sal ni condimento alguno que irritase la gula, y por servirles

sólo la comida de reparo contra el hambre y la sed, no de fomento al

apetito ni al deleite.

El cónsul, pues, aunque sabía todas estas cosas, confiando, a lo

que yo juzgo, en el favor de los dioses (porque a la verdad, contra

tantas dificultades no había prudencia humana que bastase, pues

comenzaba también a faltarle el trigo, por cuidar más los númidas de

los pastos para sus ganados que de la labor, cuanto se había cogido lo

había mandado guardar el rey en lugares fortalecidos, y la campaña

estaba en aquel tiempo seca y pelada, por ser el fin del estío), da, sin

embargo, sus providencias lo mejor que puede, acomodándose al

tiempo; encarga a la caballería auxiliar el ganado que los días pasados

se había tomado para que lo guardase y condujese; ordena que Aulo

Manlio su legado vaya con la infantería ligera a la ciudad de Laris,

donde habla puesto la caja militar y los almacenes, y le ofrece que

dentro de pocos días se alargará él hasta allá corriendo la campaña.

De este modo, sin manifestar su designio, se encamina al río Tana.

Pero en su marcha iba todos los días repartiendo entre el ejército

el ganado por compañías y escuadrones igualmente, y encargaba que

de los cueros se hiciesen odres, con lo que a. un mismo tiempo suplía

la falta de trigo, y sin que nadie lo entendiese, iba previniendo lo que

después le había de servir, de suerte que cuando llegó al río, después

de seis días de camino, se había juntado una copia inmensa de odres.

Sentados allí y fortificados ligeramente los reales, manda que los

soldados coman y estén prevenidos para marchar al ponerse el sol, y

que descargando todo el bagaje, lo carguen solamente de agua y ellos

lleven también la que pudieren. Después, cuando le pareció que era

Page 82: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

82

www.elaleph.com

donde los libros son gratis Cayo Salustio

tiempo, sale de sus reales, y habiendo caminado la noche entera,

descansó por el día. Lo mismo ejecutó la siguiente noche; pero en la

tercera, mucho antes que amaneciese, llegó a un terreno desigual y

caprichoso, que no distaba de Capsa sino dos millas, donde hizo alto

con todo el ejército, procurando ocultarse lo más que pudo. Ya que

hubo amanecido y que los númidas, sin el menor recelo del enemigo,

salieron en gran copia de la ciudad, manda de repente que la

caballería toda y los de a pie más expeditos, vayan a carrera tendida a

Capsa y cojan las avenidas de las puertas. Sígueles luego él mismo a

gran prisa, sin permitir que los soldados se detengan en el despojo.

Visto esto por los ciudadanos, la turbación, el miedo grande, la

desgracia imprevista y el ver ya parte de los suyos fuera de las

murallas y en poder del enemigo, les obligaron a rendirse. Sin

embargo, la ciudad fue abrasada, los númidas de catorce años arriba

muertos, el resto vendidos, y la presa repartida entre los soldados. Este

rigor, contra el derecho de la guerra, no se ejecutó por avaricia, ni otra

culpa del cónsul, sino por ser el lugar a propósito para Jugurta, para

nosotros de difícil acceso, y la gente de suyo infiel y voluble, a la que

hasta entonces ni los beneficios ni el miedo había contenido en su

deber.

Después que Mario, sin pérdida alguna de los suyos acabó una

empresa tan ilustre, su fama, que ya era grande, comenzó a crecer y

ensalzarse sobremanera, de suerte que aun las cosas resueltas con poco

acuerdo, como salían bien, se atribuían a su valor; los soldados

tratados con blandura y al mismo tiempo ricos con las presas, lo

ponían en las nubes; los númidas lo respetaban por más que hombre

mortal; últimamente, confederados y enemigos creían que tenla divino

instinto, o que por especial favor de los dioses le salía bien cuanto

intentaba. Pero él, acabada felizmente esta empresa, se encamina a

otros lugares, toma algunos de ellos, que quisieron resistirle; los más,

que por el ejemplar de Capsa, halló desiertos, fueron entregados a las

llamas, con lo que todo se llenó de muertes y de llanto. últimamente,

habiéndose apoderado de gran número de pueblos, y de los más sin

Page 83: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

83

www.elaleph.com

donde los libros son gratis La guerra de Jugurta

derramar una gota de sangre, resuélvese a otra empresa no de tantos

embarazos, pero de igual dificultad a la de Capsa. No lejos del río

Muluca, que era el lindero de los reinos de Jugurta y Boco, se elevaba

en medio de una gran llanura un monte formado de peñascos, harto

espacioso y sumamente alto, en que había una mediana población, sin

másque una entrada muy estrecha, porque todo él era por su

naturaleza un precipicio, como si se hubiera hecho a mano y de

propósito. Esta conquista deseaba hacer Marío con el mayor empeño,

por saber que Jugurta tenía allí sus tesoros, y aunque el pensamiento

le salió bien, se debió más a una casualidad que a su prudencia.

Porque el lugar estaba muy abastecido de gente, de armas y

provisiones, tenía agua viva y no podían abrirse al derredor trincheras,

ni levantarse torres ni otras máquinas; el camino sumamente angosto

y cortado de un lado y de otro. Ni los manteletes se adelantaban sino

con mucho riesgo, y sin fruto alguno, porque apenas se acercaban a la

muralla, cuando el fuego y piedrasque arrojaban los sitiados, los

abrasaban o deshacían. Tampoco fuera de ellos podían los soldados

mantenerse, por la desigualdad del terreno; ni aun cubiertos andaban

sin peligro. Los que querían señalarse, caían luego muertos o heridos,

con lo que se aumentaba el miedo de los otros.

Mario, después de haber perdido mucho tiempo y trabajo, andaba

vacilante y dudoso si abandonaría la empresa, visto que nada

adelantaba, o si permanecería en ella esperando el favor de la fortuna,

que tantas veces había experimentado. Pero después de haber muchos

días y noches andado inquieto entre estas dudas, sucedió acaso que un

ligur, soldado raso de las cohortes auxiliares, habiendo salido de los

reales por agua, advirtió no lejos del sitio por donde el lugar se

combatía, que serpeaban entre aquellas peñas algunos caracoles, y

habiendo cogido uno u otro, y después en más cantidad, embebecido

en esto, fue poco a poco subiendo casi hasta lo más alto del monte; y

asegurado de que no había por aquella parte gente, púsose, como es

natural, a registrar por curiosidad aquel país nuevo. Había por fortuna

en el mismo sitio una grande encina entre las peñas, en parte algo

Page 84: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

84

www.elaleph.com

donde los libros son gratis Cayo Salustio

inclinada, el resto derecha y erguida, según la naturaleza de todo

vegetable. El ligur, asido unas veces a sus ramas, otras a los peñascos

que sobresalían algún tanto, forma en su idea muy a su salvo el plano

de la fortaleza, porque todo el pueblo estaba en el opuesto lado atento

a los que combatían; y habiendo explorado bien cuanto hizo juicio

que después podría conducir, vuelve a bajar por el mismo camino;

pero no ya sin cuidado, como a la subida, sino tanteándolo y

examinándolo todo. Vase después de esto en derechura a Mario,

cuéntale el suceso y le exhorta a que dé un tiento a la plaza por la

parte por donde él había subido, ofreciéndose a guiar la gente y

acompañarla en el peligro. Mario envía con él algunos de los que se

hallaban presentes para examinar su propuesta, de los cuales unos

vuelven diciendo que era empresa difícil, otros que no, según que eran

más o menos animosos. El cónsul, no obstante esta variedad, entró en

alguna esperanza del suceso; y así escoge entre los trompeteros y

cornetas del ejército cinco de los más ágiles, dales para su defensa

cuatro compañías, mandando que al día siguiente, señalado para la

ejecución, estén todos a las órdenes del ligur.

Cuando a éste, según el designio que había formado, le pareció

tiempo, dispuesto y prevenido lo necesario, encamínase al sitio. Los

capitanes, instruidos por su conductor, habían, junto con la tropa,

mudado de armas y vestido: iban con la cabeza descubierta y descalzos

para ver más libremente y trepar mejor por las peñas; llevaban al

hombro sus espadas y los escudos al modo de los númidas, de cuero,

así para evitar peso, como porque hiciesen menos ruidos, si acaso se

encontraban. El ligur iba delante, poniendo cuerdas en las peñas y en

los raigones viejos de las matas, a fin de que afianzados en ellos los

soldados, tuviesen menos dificultad en el subir. Alguna vez daba la

mano para ayudar a los que veía temerosos por lo agrio del camino;

donde la subida era más difícil, los iba enviando delante uno a uno sin

armas; luego subía él con ellas, explorando muy cuidadosamente los

parajes de dudoso apoyo; y subiendo y bajando muchas veces, y

dejando luego el lugar desembarazado, alentaba a los demás para que

Page 85: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

85

www.elaleph.com

donde los libros son gratis La guerra de Jugurta

subiesen. Al fin, después de una grande y prolija fatiga, llegan a la

plaza, que hallaron por aquel lado desamparada, porque toda la gente

estaba, como los días pasados, empleada contra el enemigo. Mario,

sabido por los avisos que le daban el estado de la empresa, aunque

todo el día había tenido a los númidas ocupados en la defensa,

entonces, exhortando a los soldados, preséntase al enemigo fuera de

los reparos, formando con los escudos una concha de tortuga, y hace

que al mismo tiempo las máquinas y los ballesteros y honderos

disparen desde lejos, para desviar de la muralla al enemigo. Pero los

númidas, como habían ya otras veces trastornado y pegado fuego a los

manteletes, no cuidaban de resguardarse con las almenas de la

muralla, sino que de noche y aun por el día combatían a cuerpo

descubierto, maldiciendo a los romanos, tratando a Mario de loco y

amenazando a los nuestros con que serían esclavos de Jugurta; en

suma, la prosperidad los había hecho insolentes. Entretanto, cuando

estaban más empeñados los romanos y los enemigos en la acción,

peleando con el mayor esfuerzo, unos por la gloria y el imperio, otros

por la libeJtad y por la vida, suenan de repente por el opuesto lado las

trompetas; y al principio echan a huir las mujeres y los niños, que se

habían adelantado para ver el combate; después otros, según estaban

más cerca de la muralla, y últimamente todos, armados y desarmados.

Visto esto por los romanos, cargan con mayor fuerza y desbaratan a

los enemigos; hieren a los más de ellos, sin acabarlos de matar;

después, ansiosos de gloria, rompen peleando derecho al muro por

encima de los caídos, sin detenerse nadie en el despojo. De esta suerte

habiendo la fortuna enmendado la temeridad de Mario, su mismo

yerro le concilió alabanza.

Mientras pasaba esto, llegó a los reales con un gran cuerpo de

caballería el cuestor Lucio Sila, que se había quedado en Roma para

recoger los socorros del Lacio y de los confederados. Pero ya que nos

presenta el asunto a un varón tan grande, razón será decir aquí algo de

su natural y sus costumbres, pues no hemos de hablar de esto en otra

parte, y porque juzgo que Lucio Sisena, que es quien mejor y con más

Page 86: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

86

www.elaleph.com

donde los libros son gratis Cayo Salustio

exactitud ha tratado de sus cosas, habló con menos libertad de la que

conviene a un historiador. Fue Sila de gente patricia, de una familia

casi del todo oscurecida por la flojedad de sus mayores. Sabía

igualmente las lenguas latina y griega en el más alto grado; era de

grande espíritu, amigo de placeres, pero más de gloria; vivía en

tiempo de ocio delicadamente, pero jamás descuidó por eso de lo que

estaba a su cargo, bien que en cuanto a su mujer pudiera haberse

portado con más decoro. Era afluente, astuto, accesible aquellos que

querían su amistad, de una increíble profundidad de ingenio para

disimular; daba francamente cuanto tenía, y especialmente el dinero, y

con haber sido el hombre más feliz de cuantos se conocieron, jamás

fue su fortuna superior a su merecimiento; de suerte que dudaban

muchos si era más esforzado o venturoso. Hablo de él antes de la

guerra civil, porque lo que después hizo, no sé si causa más vergüenza

o fastidio referirlo.

Sila, pues, habiendo, como se dijo untes, llegado a África y a los

reales de Mario con la caballería; siendo así que hasta entonces

ignoraba enteramente el arte militar, se aventajó muy presto en su

pericia a todos. Llegábase a esto su cortesanía y liberalidad con los

soldados, a quienes daba cuanto le pedían y a muchos aun antes; él

nada admitía sino con repugnancia, y si admitía, era más puntual en

pagarlo que si fuese empréstito, descuidando enteramente de recobrar

lo que a otros daba, y procurando a toda costa que le debiesen más.

Gastaba chanzas y trataba asuntos serios aun con las gentes más

humildes; asistía con frecuencia a los trabajos, a las filas, a las rondas,

sin tomar jamás en boca (como suelen hacer los ambiciosos) al cónsul,

ni a sujeto alguno acreditado; ni poner la mira sino en que nadie se le

aventajase en prudencia ni en valor, y en adelantarse a todos. Por estos

medios muy en breve se granjeó la benevolencia de Mario y de los

soldados.

Jugurta, después de haber perdido a Capsa y a otros lugares

fuertes e importantes, con gran parte de sus tesoros, envía a decir a

Boco «que pase cuanto antes con su ejército a Numidia, que era ya

Page 87: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

87

www.elaleph.com

donde los libros son gratis La guerra de Jugurta

tiempo de obrar: mas viendo que éste lo difería y buscaba pretextos,

dudando si abrazaría la paz o la guerra, cohecha de nuevo a sus

confidentes y ofrécele la tercera parte de su reino, si se lograba echar a

los romanos de África o se ajustaba la paz sin perder nada de sus

estados. Inducido con esta promesa Boco, vase a Jugurta con gran

número de gente, y juntos los dos ejércitos acometen a Mario, que

estaba ya en marcha para tomar cuarteles, cuando quedaba poco más

de una hora de día, por parecerles que la cercana noche les servirla de

abrigo en caso de ser vencidos, y si salían con victoria, no les sería de

estorbo para usar de ella, por ser prácticos del terreno; y que al

contrario, los romanos, en uno y otro caso, se habían de hallar muy

embarazados con la oscuridad. Lo mismo, pues fue recibir el cónsul

los avisos de que venía el enemigo, que tenerlo ya sobre sí; y antes de

formarse nuestro ejército y de recogerse el bagaje, en suma, antes que

pudiese darse la señal, ni recibirse orden alguna, los caballos moros y

gétulos arrójanse sobre los nuestros, no escuadronados ni en forma de

batalla, sino a pelotones, según la casualidad los había juntado, y

aunque al principio con la impensada alarma lograron conturbarlos,

recobrándose luego y volviendo a su acostumbrado valor, toman las

armas para defenderse a sí y dar lugar a que otros las tomasen; parte

monta a caballo y va a encontrar al enemigo; de suerte que más que

batalla parecía la acción sorpresa de ladrones; infantes y caballos sin

orden y sin banderas andaban mezclados y revueltos, matando a unos,

hiriendo a otros y cogiendo por las espaldas a muchos que peleaban

gallardamente con los enemigos, sin que ni su valor ni sus armas

pudiesen defenderlos, por ser éstos superiores en número y hallarse

por todas partes. Finalmente, nuestros veteranos aguerridos, y a su

ejemplo los nuevos, cuando los juntaba el lugar o la casualidad,

formaban un círculo, y así escuadronados y defendidos por todas

partes, sostenían el ímpetu del enemigo.

Ni Mario en un conflicto tan grande se amedrentó o mostró

menos valor que por lo pasado, sino antes bien, girando por todas

partes con su escuadrón, compuesto, no de sus más allegados, sino de

Page 88: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

88

www.elaleph.com

donde los libros son gratis Cayo Salustio

los más valerosos, socorría unas veces a los que peligraban, otras

rompía por medio de los enemigos donde estaban más apiñados,

haciendo con la mano señas a sus soldados para que se animasen, pues

en aquella turbación no podían entenderse sus órdenes. Habíase ya

acabado el día y ni entonces aflojaban los bárbaros; antes bien, según

les habían prevenido sus reyes, por creer que la noche les sería

favorable, cargaban con mayor furia. Mario en aquel estrecho toma su

resolución lo mejor que puede; y a fin de que los suyos asegurasen la

retirada, ocupa dos collados poco distantes entre sí, de los cuales el

uno, aunque no era capaz de todo el ejército, tenía una gran fuente; el

otro era muy a propósito para acampar, porque como gran parte de él

fuese pendiente y quebrado, necesitaba de poca fortificación. Hace

apostar por la noche a Sila junto al agua con su caballería; reúne poco

a poco por sí mismo a los soldados derramados, aprovechándose del

no menor desorden de los enemigos, y después se retira a todo andar

con los suyos al collado. De esta suerte los reyes, no pudiendo seguirle

por lo escabroso del sitio, vense obligados a dejar el combate; pero no

permiten que sus gentes se alejen; antes bien, cercando con su

muchedumbre ambos collados, se alojan esparcidos a la redonda, y

después encendiendo muchos fuegos, pasan lo más de la noche en

alegrías a su modo con grandes voces y algazara. Hasta los mismos

capitanes estaban muy ufanos, y sólo porque no habían desamparado

el campo de batalla se tenían por vencedores. Todo esto que los

romanos entre la oscuridad y desde la altura que ocupaban veían

claramente, les infundía grande aliento.

Pero en especial a Marío, el cual asegurado de la poca pericia

militar de los enemigos, manda observar un silencio profundo y que ni

aun toquen las trompetas, según se acostumbraba al mudar las

guardias. Después, cuando ya quería amanecer e hizo juicio de que los

enemigos estarían cansados y vencidos del sueño, manda que las

rondas, los trompetas de las cohortes y legiones y los cornetas de la

caballería toquen a un mismo tiempo, y que los soldados con gran gri-

tería salgan de los reales. Los moros y gétulos, despertando

Page 89: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

89

www.elaleph.com

donde los libros son gratis La guerra de Jugurta

repentinamente con tan extraño y horrible estruendo, no acertaban a

huir ni a tomar las armas, ni obrar podían, ni dar disposición alguna;

de tal suerte los traía desacordados el alboroto y clamor, no menos que

la turbación, el terror y espanto, y el ver que de los suyos nadie les

socorría, y que los nuestros más los estrechaban. Finalmente, todos

fueron desordenados y puestos en huida, sus armas y banderas en la

mayor parte tomadas, y el número de los muertos fue mayor en sola

aquella batalla que en todas las pasadas, porque el sueño y el extraño

pavor impidieron la fuga.

Mario prosiguió su camino a los cuarteles, que había resuelto

tener cerca de la costa, por la comodidad de los bastimientos, sin que

la victoria le hiciese descuidar ni ensoberbecerse; antes bien, no de

otra suerte que si tuviera a la vista al enemigo, caminaba formando

con su gente un cuadro, cuya derecha mandaba Sila con la caballería,

la siniestra Aulo Manlio con los honderos, los ballesteros y las

cohortes de los ligures; en la frente y la espalda habla colocado las

compañías ligeras a cargo de los tribunos. Los desertores, gente que

no dolía, pero muy práctica del terreno, exploraban el camino de los

enemigos. No obstante lo cual, el cónsul atendía a todo como si nada

hubiera encargado a otros; hallábase en todas partes; alababa o

reprendía a los suyos según el merecimiento de cada uno; no dejaha

las armas, ni se descuidaba un punto, obligando con el ejemplo a que

hiciesen lo mismo los soldados; cuidaba, no menos que de su marcha,

de fortificar su campo en los descansos, encargando la guarda de sus

puertas a las cohortes de las legiones, y la campaña a la caballería

auxiliar. Ponla además de esto tropa en los fortines de su atrin-

cheramiento; hacia él mismo las rondas, no por recelo que tuviese de

que dejarían de ejecutarse sus órdenes, sino porque viendo los

soldados que el general partía con ellos el trabajo, lo hiciesen de

buena gana. Y a la verdad, Mario en esta ocasión y en todo el tiempo

de la guerra con Jugurta, contuvo en su deber al ejército más por el

pundonor que por el castigo; lo que unos atribuían a ambición, otros a

que hallaba gusto en la dureza misma a que desde niño se había

Page 90: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

90

www.elaleph.com

donde los libros son gratis Cayo Salustio

acostumbrado, y en lo que el vulgo llama trabajos. Lo cierto es que la

causa pública anduvo por este medio de blandura tan bien y

noblemente administrada como pudiera bajo del gobierno más severo.

Pasados cuatro días, a poca distancia de la ciudad de Cirta,

llegan a un mismo tiempo de todas partes los batidores muy

apresurados, lo que indicaba acercarse el enemigo; pero como aunque

venían por distintos caminos y cada cual por su lado, no decía uno

más que otro, dudando el cónsul en qué modo ordenaría su gente, se

resolvió al fin a esperaren el mismo sitio y formación que traía,

dispuesto para todo acontecimiento. De esta suerte burló la

expectación de Jugurta, el cual había dividido en cuatro trozos su

ejército, creyendo que alguno de ellos había de dar precisamente con

los nuestros por las espaldas. Sila, que fue el primero a quien los

enemigos se acercaron, habiendo animado a los suyos, embiste

juntamente con otros a los moros, formando un escuadrón muy

apiñado; los demás, firmes en sus puestos, procuraban resguardarse de

los dardos que les disparaban desde lejos, y si osaba acercarse alguno,

moría luego a sus manos. Mientras peleaba así la caballería, Boco con

los infantes que había traído su hijo Vólux y no se habían hallado en

la primera batalla por haberse detenido en el camino, embiste la

retaguardia de los romanos. Hallábase entonces Mario en la

vanguardia, porque Jugurta cargaba mucho por aquella parte; el cual,

sabida la llegada de Boco, vase ocultamente con pocos adonde peleaba

nuestra infantería y dícele en latín (cuyo idioma había aprendido en

Numancia), «que en vano se esforzaba; que Mario poco antes había

muerto a sus manos, y mostraba, diciendo esto, su espada teñida de

sangre de uno de nuestros infantes, a quien valerosamente acababa de

matar. Esto no dejó de asustar a los soldados, más por lo grande de la

novedad, que porque diesen crédito al que lo decía; y al mismo tiempo

los bárbaros, tomando aliento, estrechaban más a los nuestros ya cons-

ternados, de suerte que faltaba poco para ponerse en fuga, cuando

Sila, habiendo derrotado a los que tenía por su frente, vuelve sobre los

moros y los acomete por un costado, con lo que rechaza al instante a

Page 91: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

91

www.elaleph.com

donde los libros son gratis La guerra de Jugurta

Boco. Jugurta, que por sostener a los suyos y no querer soltar de las

manos la victoria, que casi tenía en ellas, se detuvo; viéndose rodeado

de nuestros caballos y que habían muerto cuantos con él estaban, se

escabulle solo por medio de los enemigos, resguardándose de sus tiros.

Mario entonces, ahuyentaba la caballería enemiga, vuelve en socorro

de los suyos, que había oído estaban para ser rechazados. Finalmente,

los enemigos fueron deshechos por todas partes. Entonces sí que

aquellas dilatadas campiñas presentaban un aspecto horrible; seguían

unos el alcance, otros huían; todo era matar y hacer prisioneros;

caballos y jinetes por el suelo; muchos ni huir podían por sus heridas,

ni dejar de intentarlo, hacer por levantarse y volver a caer luego;

últimamente, cuanto alcanzaba la vista se hallaba cubierto de dardos,

armas y cadáveres, y los claros que había estaban teñidos de sangre.

Después de esto el cónsul, declarada ya del todo la- victoria a su

favor, llega a Cirta, adonde se encaminaba desde el principio, y cinco

días después de la segunda derrota de los bárbaros, llegan mensajeros

de parte de Boco a pedirle «que le envíe dos sujetos de su mayor

satisfacción, porque desea tratar con ellos de cosas que le importan a

él y también al pueblo romano. Mario manda al instante ir a Lucio

Sila y a Aulo Manlio, y aunque iban llamados, pareció conveniente

que hiciesen su arenga al rey, bien para disuadirle si le veían poco

inclinado a la paz o para confirmarla en su pensamiento, si la deseaba.

Sila, pues, a cuya elocuencia cedió Manlio su vez, no obstante que era

mayor de edad, habló brevemente de este modo:

«Grande es, rey Boco, nuestra alegría al ver que a un varón, cual

tú eres, los dioses han inspirado al fin que quieras más la paz que la

guerra, y que no sufras ver manchada tu reputación, permaneciendo

aliado con el más perverso de los hombres: Jugurta; con lo que nos

libras de la dura necesidad de perseguirte a ti, sin más delito que

haber sido engañado, igualmente que a él, que tanto lo merece por sus

maldades. Además, que el pueblo romano, aun en los principios,

cuando era muy limitado su poder, creyó siempre que debía buscarse

amigos antes que esclavos, teniendo por mejor hacerse obedecer por

Page 92: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

92

www.elaleph.com

donde los libros son gratis Cayo Salustio

vía de blandura que por la fuerza. Ni para ti puede haber amistad más

útil que la nuestra, ya porque estamos muy distantes, con lo que hay

menos ocasiones de disgusto y el provecho es el mismo que si

estuviéramos cerca; ya porque súbditos tenemos bastantes; amigos, ni

a nosotros ni a nadie sobraron jamás. Y ojalá lo hubieras tú sido

nuestro desde el principio, que harto más bienes hubieras recibido

hasta aquí del pueblo romano que males has tenido que sufrir. Pero ya

que la fortuna, árbitra de las cosas humanas, ha dispuesto que

experimentases nuestras fuerzas, y que la misma te ofrece ahora

nuestra amistad, abrázala, pues te lo permite, sin detención; prosigue

como empezaste, procura que tus servicios excedan a tus yerros, ya

que tanta oportunidad tienes para ello, y últimamente, fija en tu pecho

la máxima, de que al pueblo romano nadie ha vencido hasta ahora en

generosidad, toda vez que sabes lo que puede con las armas.

A esto respondió plácida y cortésmente Boco, y juntamente se

disculpó algún tanto, con que él no habla tomado las armas para

insultar a nadie, «sino por defender su reino, y ,por no poder sufrir

que la parte de Numidia, de donde había sido echado Jugurta (la cual

le pertenecía por la convención que con él tenía hecha), se devastase;

fuera de que habiendo antes solicitado en Roma la paz por medio de

sus mensajeros, no la había podido conseguir; pero que omitiendo

cosas pasadas, si ahora Mario lo permitía, enviaría de nuevo sus

embajadores al Senado. No hubo dificultad en ello; pero el bárbaro

dejóse nuevamente vencer de los ruegos de sus confidentes, a quienes

Jugurta, sabida la embajada de Sila y Manlio, y temiendo las resultas

de ella, había corrompido con dinero.

Entretanto Mario, dejando acuartelado el ejército, vase con

algunas cohortes expeditas y parte de la caballería por tierras desiertas

a poner sitio a un alcázar real, donde Jugurta había puesto de

guarnición a todos nuestros desertores. Boco entonces, bien que

reflexionase lo mal que le había ido en las dos batallas o aconsejado

de algunos a quienes no había podido ganar Jugurta, toma de nuevo su

resolución, y escogiendo cinco entre todos sus amigos, sujetos de la

Page 93: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

93

www.elaleph.com

donde los libros son gratis La guerra de Jugurta

mayor confianza y destreza en los negocios, mándales que vayan a

Mario, y si a éste le pareciere bien, pasen a Roma con facultad de

tratar las cosas y ajustar de un modo o de otro la paz. Parten, pues, sin

pérdida de tiempo a los cuarteles de los romanos; pero habiendo en el

camino caído en manos de unos salteadores gétulos que los

despojaron, llegan a donde estaba Sila (a quien el cónsul en su

ausencia había dejado en calidad de propretor), despavoridos y sin el

decoro correspondiente a su carácter. Tratólos Sila, no según

merecían, esto es, como a enemigos volubles y engañosos, sino con

mucha cortesanía y liberalidad; con lo que los bárbaros depusieron el

concepto que tenían de la avaricia de los romanos, y aun llegaron a

creer, viendo la generosidad de Sila, que les era amigo; porque aun

entonces se conocía poco el dar interesado: a nadie creían dadivoso

sino al que quería bien; y así, cuanto se daba, se atribuía a nobleza de

corazón. Ábrense, pues, con él, diciéndole a lo que Boco los envía y le

ruegan que les favorezca y aconseje; pero sin olvidarse de encarecer

cuanto pudieron el poder, la fidelidad y la grandeza de su rey, con

otras cosas conducentes para la paz o que podían granjearle nuestra

benevolencia. Sila les ofreció cuanto pedían, y habiéndolos instruido

del modo con que habían de hablar a Mario y al Senado, esperaron allí

como unos cuarenta días a que llegase el cónsul.

Vuelto éste a Cirta sin haber logrado el fin de su expedición, y

sabiendo la venida de los mensajeros, dispone que vayan con Sila a

hablarle, y que se llame de Utica a Lucio Belieno, pretor, y a cuantos

se hallasen en aquellos contornos, del orden senatorio; oye en

presencia de todos la embajada de Boco, y queda acordado que los

mensajeros puedan pasar a Roma y que en el entretanto hubiese

tregua, como lo pedían. De este parecer fue Sila y la mayor parte de

los concurrentes, bien que hubo algunos que con poca reflexión de la

inestabilidad de las cosas humanas y de los reveses de la fortuna, lo

repugnaron agriamente. Obtenido por los mensajeros cuanto querían,

vanse tres de ellos a Roma en compañía de Cneo Octavio Rufón,

cuestor, que había pasado a África con las pagas; los otros dos se

Page 94: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

94

www.elaleph.com

donde los libros son gratis Cayo Salustio

vuelven para Boco, al cual contaron cuanto les habla pasado en su

viaje y especialmente la generosidad y afecto con que los había tratado

Sila. A los primeros, después de haber confesado el yerro de su rey por

haberse dejado engañar de Jugurta, en punto de la paz y alianza que

solicitaban, se les dio en Roma la respuesta siguiente:

«El Senado y pueblo romano conserva siempre la memoria, no

sólo de los beneficios, sino también de los agravios que se le hacen.

Concede el perdón a Boco, porque está arrepentido de su yerro; la

amistad y alianza se le concederá cuando la mereciere con sus

servicios.

Sabido esto por Boco, escribe a Mario pidiéndole que le envíe a

Sila para tratar con él de los intereses comunes. Pasa éste allá

escoltado de algunos infantes y caballos, de los honderos

mallorquines, y además de esto de los ballesteros y la cohorte Peligna,

armada a la ligera, así para adelantar camino como porque aquellas

armas resistían bastante a los dardos y flechas enemigas, que no son

sobrado fuertes. Pero después de cinco días que caminaban, aparécese

de repente en una llanura Vólux, hijo de Boco, el cual no traía sino

mil caballos, pero como venían sin formación alguna y derramados,

hacían parecer a Sila y a los suyos que era mayor número y daban

algún recelo de que fuese el enemigo. Comienza, pues, cada uno a

prevenirse y a requerir y poner a punto sus armas, no sin algún temor,

pero siempre con mayor esperanza, como sucede a los vencedores

cuando han de pelear con aquellos a quienes en muchas ocasiones han

vencido. Entre estas dudas, los de a caballo, enviados a hacer la

descubierta, vuelven con la noticia de que eran amigos.

Llegado Vólux, pregunta por el cuestor y le dice «que viene de

orden de su padre a recibirlo y a escoltarlo al mismo tiempo. Con esta

seguridad caminaron juntos aquel y el siguiente día. Pero al caer de la

tarde, cuando habían ya sentado sus reales, llégase de repente el moro,

demudado el rostro y despavorido, a decir a Sila «que acababa de

saber por sus espías que Jugurta estaba cerca, y ruégale con la mayor

instancia que se parta de allí con él ocultamente aquella noche. óyelo

Page 95: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

95

www.elaleph.com

donde los libros son gratis La guerra de Jugurta

Sila con enfado y le asegura «que está muy lejos de temer al númida, a

quien tantas veces ha vencido; que tiene gran confianza en el valor de

sus soldados, y que aunque supiese con certidumbre que había de,

perderse, aguardaría allí antes que desamparar traidoramente a los

que estaban a su cargo, por conservar, huyendo con afrenta, una vida

de incierta duración y que tal vez cortaría muy presto alguna

enfermedad. Pero habiéndole después propuesto que a lo menos

levantase por la noche el campo, aprueba el pensamiento y manda que

los soldados, después de la cena, permanezcan en los reales,

enciendan en ellos muchos fuegos, después de lo cual marchan

secretamente a la primera hora. El día siguiente, al mismo apuntar del

Sol, cuando disponía Sila el acampamento para sus gentes, que venían

cansadas de caminar toda la noche, llegan los moros batidores de a

caballo con el aviso de que Jugurta se había acampado a distancia

como de dos millas y en un sitio por donde precisamente habían de

pasar. Sabido esto por los nuestros, entonces sí que dejaron poseerse

del terror, creyendo que Vólux los había traído engañados y vendido,

hasta haber quien dijese que se le debía castigar y no dejar una maldad

tamaña sin el pago merecido.

Pero Sila, no obstante que recelaba lo mismo que todos, asegura

lo primero a Vólux de todo insulto y exhorta a los suyos «a que se

porten con valor. Díceles que ya han visto en cuantas ocasiones poco

número de soldados valerosos han triunfado de una gran

muchedumbre; que cuanto con más denuedo expongan sus vidas, tanto

estarán más seguros; que será cosa vergonzosa que hombres con las

armas ,en las manos apelen para salvarse a los pies que no las Aienen,

y que en la ocasión del mayor peligro vuelvan al enemigo la parte del

cuerpo más desnuda e indefensa. Después, llamando a Júpiter por

testigo de la maldad y traición de Boco, manda que Vólux, ya que se

portaba como enemigo, salga del campo. Éste, todo era disculparse y

pedir a Sila con lágrimas «que nada sospechase, que no habla en

gaflo, que todo eran astucias de Jugurta, el cual sabía rnenudamente

por sus espías cuantos pasos daba, pero que se persuadía que Jugurta,

Page 96: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

96

www.elaleph.com

donde los libros son gratis Cayo Salustio

ya por llevar consigo poca gente, ya porque sus cosas y esperanzas

pendían enteramente de su padre, no tendría valor para intentar cosa

alguna a las elaras, estando él a la vista. Por tanto, que en su dictamen

sería lo mejor atravesar sus reales francamente; que él iría solo en

compañía de Sila, enviando delante a sus moros o haciéndolos quedar

donde estaban. Pareció bien la propuesta en aquel apuro, y marchando

al instante, como su llegada imprevista sobrecogió a Jugurta, mientras

dudaba qué resolución tomaría, pasan sin daño alguno y dentro de

breves días llegan al lugar a donde se encaminaban.

Trataba mucho y muy familiarmente allí con Boco cierto númida

llamado Aspar, a quien Jugurta, desde que supo el llamamiento de

Sila, había hecho ir por su enviado, con encargo al mismo tiempo de

explorar artificiosamente cómo pensaba el rey. Otro había en su corte

llamado Dabar, hijo de Masugrada, de la familia de Masinisa, pero

desigual por línea materna, porque su padre era hijo de concubina.

Tenía éste por sus prendas mucha cabida en la gracia y estimación de

Boco, el cual sabiendo por varias experiencias que era fiel a los

romanos, lo envía al instante a decir a Sila: «que estaba dispuesto a

hacer cuanto el pueblo romano quisiese; que fijase día, lugar y tiempo

para una conferencia; que en lo que con él había acordado no había

mudanza alguna, y así que nada recelase del mensajero de Jugurta;

que lo había admitido para tratar con menos embarazo de los intereses

de ambos, pues de otra suerte no podía precaverse contra sus

asechanzas. Mas yo tengo averiguado que Boco, con trato doble y no

por lo que manifestaba en lo exterior, iba entreteniendo a los dos

partidos con esperanzas de paz; que muchas veces dudó consigo mis-

mo si pondría a Jugurta en poder de los romanos o entregaría a Sila a

los númidas; que su inclinación nos era contraria, pero su miedo

favorable.

Sila satisfizo a esto diciendo «que delante de Aspar hablaría

poco; que el resto había de pasar en secreto, con ninguno o con los

menos testigos que ser pudiese, y al mismo tiempo le instruyó de lo

que el rey le había de responder. Llegado el caso de la conferencia en

Page 97: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

97

www.elaleph.com

donde los libros son gratis La guerra de Jugurta

la forma que se había tratado, dice Sila a Boco «que el cónsul lo había

enviado a preguntarle si estaba en ánimo de hacer la paz o de conti-

nuar la guerra, a lo que el rey, según el anterior acuerdo, respondió

que nada había aún resuelto; que volviese dentro de diez días y sabría

su determinación. De esta suerte se partió cada uno para su

acampamento, pero después de la medianoche llama Boco en secreto a

Sila, sin más testigos de una y otra parte que los intérpretes de la

mayor confianza; luego el interlocutor Dabar jura religiosamente a

satisfacción de ambos, y el rey comienza así:

<,Jarnás creí que un rey, cual yo soy, el mayor que en ,,estas

tierras se conoce y el más poderoso de cuantos tengo ,)noticia, pudiese

estar en obligación a un particular. De mí te aseguro, ¡oh Sila!, que

antes de conocerte he ayudado a muchísimos que han implorado mi

favor y a otros sin pedirlo, pero que jamás he necesitado a nadie. El no

poder ,ya decirlo así, cosa que para otros fuera tan sensible, para ,rní

es de grande alegría, pues el haber yo necesitado alguna vez, me ha

producido tu amistad, que aprecio en más que cuanto tengo, como

puedes en la hora experimentar. ,Armas, gente, dinero y cuanto te

viniere al pensamiento, todo lo tienes a tu arbitrio; toma, usa de ello

según quisieres, y mientras vivas, nunca te des por satisfecho, porque,

en mi gratitud siempre se conservará entera la memoria de lo que te

debo. En suma, nada apetecerás que no consigas, si llego yo a saberlo,

porque en mi juicio, menos vergonzoso es para un rey ser vencido por

las armas que en generosidad. Ahora, por lo que toca a la república,

cuyo encargo Ac ha traído acá, te digo en breve: que yo jamás hice, ni

quise que otro hiciese guerra al pueblo romano; lo que he hecho es

defender mis límites, oponiendo fuerza a fuerza, pero quede esto a un

lado. Vosotros, pues lo queréis así, haced la guerra a Jugurta como

mejor os parezca. Yo no pasaré jamás el río Muluca, que desde

Micipsa ha sido el lindero común de nuestro imperio, ni permitiré

tampoco que Jugurta lo pase. En lo demás, si otra cosa quisieres digna

de mí y de vosotros, te la concederé gustoso.

Page 98: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

98

www.elaleph.com

donde los libros son gratis Cayo Salustio

A esto respondió Sila muy poco y con gran modestia en lo que

miraba a sí, pero en lo tocante a la paz y a la república se alargó

mucho, y al fin vino a declararle «que el Senado y pueblo romano no

se satisfaría con sus ofertas, pues le obligaba a hacerlas la necesidad y

el haber sido vencido; que era menester hacer algo en que se viese más

el interés de la república que el suyo, lo que le era muy fácil, pues

tenía en su mano a Jugurta; que si lo entregaba, le quedaría el pueblo

en la mayor obligación; y la amistad y alianza, juntamente con la

parte de Numidia que ahora solicitaba, se le vendrían entonces de suyo

a las manos. El rey en los principios lo rehusó muchas veces,

«alegando la amistad, el parentesco y la alianza que con él tenía; y

asimismo el recelo de que si faltaba a su fe y palabra, enajenaría de sí

los ánimos de sus vasallos que amaban a Jugurta y aborrecían a los

romanos. Pero vencido al fin de las instancias de Sila se rinde y le

promete hacer en todo según su voluntad, y para fingir que trataban de

paz (que era lo que deseaba con la mayor ansia Jugurta, cansado de

tan larga guerra) se buscaron algunos coloridos a propósito, y urdido

de este modo el engaño, se disuelve el congreso.

Al día siguiente llama el rey a Aspar, enviado de Jugurta, y

dícele «haber entendido de Sila, por medio de Dabar, que la paz

podría ajustarse mediante algunas condiciones, y así, que explorase la

intención de su rey. Aspar vase muy alegre a los reales de Jugurta, y

habiéndole éste declarado su voluntad, vuelve con gran prisa después

de ocho días a Boco y dícele: «que Jugurta estaba dispuesto a cuanto

se le mandase, pero que desconfiaba de Mario, porque ninguno de los

acuerdos hechos por él hasta entonces con los generales romanos

había tenido efecto; por lo que si Boco deseaba mirar por ambos y que

la paz fuese estable y segura, procurase que, so color de tratar de ella,

se tuviese una junta en que los tres concurriesen y allí le entregase a

Sila; que si él lograba tener en su poder a un hombre de aquella

esfera, sin duda el Senado y pueblo romano mandaría efectuar el

tratado, por no abandonar a un personaje tan ilustre, que no por

Page 99: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

99

www.elaleph.com

donde los libros son gratis La guerra de Jugurta

cobardía suya, sino por el bien de la república, había caído en manos

del enernigo.

Boco, después de haber dado en su ánimo mil vueltas a esta

propuesta, ofrece al fin que lo ejecutaría. Si el tardar en resolverse fue

ficción o verdadera repugnancia, no puedo asegurarlo; lo cierto es que

los deseos de los reyes, por lo mismo que son más vehementes, suelen

ser menos estables, y aun a veces contrarios entre sí. Señalado tiempo

y lugar para tratar de la paz, Boco llamaba unas veces a Sila, otras al

enviado de Jugurta, hablando cortésmente a entrambos y ofreciendo a

cada uno que le pondría su enemigo en las manos, con lo que ellos

estaban contentos, y al mismo tiempo muy esperanzados. La víspera

en la noche del día aplazado para el congreso, llama el moro a sus

confidentes; pero mudando repentinamente de parecer, despídelos, y

habiendo quedado solo, dícese que estuvo mucho tiempo batallando

consigo mismo, demudado el semblante y el color, y atribulado a un

tiempo mismo de ánimo y de cuerpo, cuyos ademanes, aun callando

él, descubrían su interior agitación. Pero al fin manda llamar a Sila y

por su dirección arma el lazo al númida. Venido que fue el día y

avisado Boco de que Jugurta estaba no lejos de allí, sale, como por

hacerle obsequio, con pocos de sus amigos y con nuestro cuestor, a

encontrarle hasta un colladito que tenían muy a la vista del que

estaban emboscados. Llega a aquel sitio Jugurta con los más de sus

parientes y amigos, sin armas, según estaba convenido, y habiéndose

dado la señal, embístenle por todas partes los que le esperaban.

Cuantos con él venían fueron muertos; Jugurta, atado y entregado a

Sila, quien lo condujo a Mario.

Por este tiempo nuestros capitanes Quinto Cepión y Marco

Manlio fueron rotos por los galos, cuya noticia hizo estremecer a toda

Roma; por lo que ya entonces y hasta nuestra edad solía decirse que

todo lo demás era fácil de superar al valor de los romanos, pero que

con los galos no se peleaba por ganar gloria, sino por la libertad y por

la vida. Mas cuando se supo en Roma que se había concluido la guerra

de Numidia y que traían preso a Jugurta, Mario fue reelegido cónsul

Page 100: La Guerra de Jugurta Cayo Salustio Crispo

100

www.elaleph.com

donde los libros son gratis Cayo Salustio

en ausencia y se le encargó la administración de la Galia. Llegado a

Roma, triunfó con grande aplauso en las calendas de enero, primera

era de su nuevo consulado, y desde aquel tiempo estaban puestas en él

todas las esperanzas y la felicidad de la república.