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LA CONJURACIÓN DE CATILINA CAYO SALUSTIO

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L A C O N J U R A C I Ó ND E C A T I L I N A

C A Y O S A L U S T I O

ROBERTO FABIAN LOPEZ
EDITADO POR "EDICIONES LA CUEVA"

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PRÓLOGO

Mi intento en esta traducción es que puedan losespañoles, sin el socorro de la lengua latina, leer yentender sin tropiezo las obras de Cayo SalustioCrispo. Su hermosura, su gracia y perfección handado en todos tiempos que admirar a los sabios, loscuales a una voz le han declarado por el príncipe delos historiadores romanos. Ninguno de ellos es tangrave y sublime en las sentencias: tan noble, tan nu-meroso, tan breve y, al mismo tiempo, tan claro enla expresión. En él tienen las palabras todo el vigory fuerza que se les puede dar, y en su boca pareceque significan más que en la de otros escritores: tanjusta es la colocación y tan propio el uso que hacede ellas. Aun por esto, son casi inimitables sus

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primores, y no es menos difícil conservarlos en unatraducción. Pero si en algún idioma puede hacerse,es en el español. A la verdad nuestra lengua, por sugravedad y nervio, es capaz de explicar con decoro yenergía los más grandes pensamientos. Es rica,armoniosa y dulce; se acomoda sin violencia al girode frases y palabras de la latina; admite su brevedady concisión, y se acerca más a ella que otra alguna delas vulgares. Bien conocieron esto los sabiosextranjeros que juzgaron desapasionadamente; y aunhubo entre ellos quien la vindicó de ciertahinchazón y fasto, que algunos le han queridoinjustamente atribuir. Por otra parte, los geniosespañoles aman de suyo lo sublime y no secontentan con la medianía, y así nuestros escritoresde mayor crédito se propusieron imitar a Salustio,con preferencia a César, Nepote, Livio y demáshistoriadores latinos; como se echa de ver en donDiego de Mendoza, Juan de Mariana, don CarlosColoma, don Antonio Solís y otros. Pedro Chacón yJerónimo Zurita le ilustraron con eruditas notas. Ycuando todavía los griegos no habían renovado enel Occidente el buen gusto de la literatura, ya entrenosotros Vasco de Guzmán, a ruego del célebreFernán Pérez de Guzmán, señor de Batres, había

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hecho la traducción española de este autor, que sehalla manuscrita en la Real Biblioteca de ElEscorial, obra verdaderamente grande para aquellostiempos y de que no tuvo noticia don NicolásAntonio. De ella desciende la que en el año 1529publicó el maestro Francisco Vidal y Noya, el cual,especialmente en el Jugurta, apenas hizo otra cosaque copiar a este autor, aunque no le nombra. Otrahizo Manuel Sueiro, que se imprimió en Amberesen el año 1615. Y es bien de notar la estimación conque se recibieron en España estas traducciones,pues la del maestro Vidal y Noya, o bien se llame deVasco de Guzmán, se imprimió tres veces en pocomás de treinta años. La desgracia es que ninguna deellas se hiciese en el tiempo en que floreció másnuestra literatura y en que, por la misma razón, secultivó también la lengua con mayor cuidado.Realmente todas desmerecen cotejadas con eloriginal y distan mucho de aquel decir nervioso ypreciso que caracteriza al autor. Esto me ha movidoa emprender de nuevo el mismo trabajo, y aexperimentar si podría hacerse una traducción másdigna de la lengua española y que se acercase más ala grandeza del escritor romano. Para ello, en cuantoal estilo y frases, me he propuesto seguir las huellas

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de nuestros escritores del siglo xvi, reconocidosgeneralmente por maestros de la lengua; y evitar conla atención posible las expresiones y vocablos deotros idiomas, que muchos usan sin necesidad, nodebiendo esto hacerse sino cuando en español no sehalla su equivalente, o no puede explicarse conpropiedad y energía lo que se intenta declarar. Talvez porque huyo este escollo, habrá quien diga quedoy en el opuesto, y que en mi traducción usoafectadamente de alguna voz española ya anticuada.Si se creyese afectación, la misma notaron muchosen Salustio respecto de las voces latinas. Y ojalá quecon esto abriera yo camino a nuestros escritores,amantes de la riqueza y propiedad de su lengua, paraque hiciesen lo mismo y poco a poco le restituyesenaquella su nobleza y majestad que tuvo en susmejores tiempos. No puede verse sin dolor que sedejen cada día de usar en España muchas palabraspropias, enérgicas, sonoras y de una gravedad in-imitable, y que se admitan en su lugar otras, que nipor su origen, ni por la analogía, ni por la fuerza, nipor el sonido, ni por el número son recomendables,ni tienen más gracia que la novedad.

Para mayor exactitud en la traducción, heprocurado seguir, no sólo la letra, sino también el

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orden de las palabras y la economía y distribuciónde los períodos, dividiéndolos, como Salustio losdivide, en cuanto lo permite el sentido de la oracióny el genio del idioma. De suerte que en muchos deellos, si se cotejan, se hallará la misma estructura ylos mismos apoyos y descansos con que se sostieney suaviza la pronunciación

DE LA VIDA Y PRINCIPALESESCRITOS DE SALUSTIO

(86-35 a. de J. C.)

A Cayo Salustio Crispo hicieron famoso su viday sus escritos. La memoria de éstos durará cuantodurare el aprecio de las letras. Aquélla debierapasarse en silencio y aun sepultarse en el olvido.Diré, sin embargo, brevemente que nació en el año668, o en el 669 de Roma, en Amiterno, pueblo delos sabinos, en el mismo confín del Abruzo, nolejos de la ciudad de la Aquila, la cual, según Celarioafirma, se engrandeció con sus ruinas. Fue defamilia ilustre. De pequeño se aplicó a las letras, ytrasladado a Roma y a los negocios del foro, se dejóarrastrar de la ambición, vicio que no se avergüenzade confesar, o porque era general o porque, según

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frase del mismo, se acerca más a la virtud. De edadde treinta y cuatro años, en el de 702 de Roma,obtuvo el tribunado de la plebe. En estamagistratura se hubo muy mal; y en él y en los dossiguientes años dio motivo a que se le echase conignominia del Senado. Favorecióle Julio César y lerestituyó a su lugar y dignidad, honrándole despuéscon la cuestura y pretura y últimamente, por losaños 707 de Roma, con el gobierno de la Numidia,en cuyo empleo acabó de darse a conocersaqueando la provincia. Fastidiado de los negocios,quizá porque no le salían a su gusto, se resolvió avivir privadamente el resto de su vida. Murió decincuenta años (no de setenta, como Juan Clereafirma) si es cierto lo que también este autor, si-guiendo la común opinión, dice que nació en el año669 de Roma, en el tercer consulado de LucioCornelio Cina y Cneo Papirio Carbón, y que murióen el de 719, siendo cónsules Sexto Pompeyo ySexto (o Lucio) Cornificio, cuatro años antes de labatalla Acciaca.

En cuanto a sus obras hay varias opinionesacerca del tiempo en que las compuso. Juan Cleresospecha, que así el Catilina como el Jugurta seescribieron poco después de haber Salustio

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obtenido el tribunado. Pero sus conjeturas de habervivido entonces Salustio apartado de los negocios yde no ser enemigo de Cicerón, son muy endebles.Porque también después del gobierno de laNumidia vivió retirado, y en los últimos años de suvida en que pudo escribir sus obras, habría yacesado la enemistad con Cicerón, puesto que éstehabía muerto algunos años antes, en el de 711 deRoma. Fuera de que, con lo que el mismo Clereañade: no ser aquellos escritos de un hombre depocos años, destruye sus conjeturas, porqueacababa de decir que Salustio nació en el 669 deRoma y, según esta cuenta, en el de 702 tendríapoco más de treinta y tres años.

Soy de parecer que ambas obras se escribierondespués de la muerte de Julio César o de los idus demarzo del año 710 de Roma. Del Catilina lo da aentender claramente el mismo Salustio en lacomparación que hace entre César y Catón. Hubo-dice- en mi tiempo dos varones; y no hablaría deeste modo si entonces viviera Julio César. Siendo,pues, constante que el Catilina se escribió antes queel Jugurta, lo que además del generalconsentimiento de los doctos, se reconoce por elexordio del mismo Catilina, donde se muestra que

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éste fue el primer ensayo de sus escritos, en laspalabras: vuelto a mi primer estudio, de que laambición me había distraído, determiné escribir laHistoria del pueblo romano, se convence quetambién el Jugurta fue posterior a la muerte de JulioCésar.

Pero yo añado que esta última obra tardó aúnalgunos años en escribirse, y que lo indicabastantemente Salustio, cuando en su exordio,después de haber dicho: los magistrados ygobiernos, y en una palabra, todos los empleos de larepública son, en mi juicio, en este tiempo muypoco apetecibles, prosigue hablando de esta suertecontra los que atribuían su retiro o flojedad ydesidia: los cuales si reflexionan, lo primero, en quétiempos obtuve yo empleos públicos y qué sujetoscompetidores míos no los pudieron alcanzar; yademás de esto, qué clases de gentes han llegadodespués a la dignidad de senadores, reconocerán sinduda que no fue pereza la que -me hizo mudar depropósito, sino justa razón que para ello tuve.Porque las palabras en este tiempo, en qué tiemposobtuve yo y qué clases de gentes han llegadodespués, etc., manifiestan que había pasado muchotiempo desde que Salustio obtuvo empleos, esto es,

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desde los últimos años de Julio César hasta quetrabajó esta obra.

Aún más claro en el mismo exordio. Habiendodicho que los que obtienen con fraudes los empleosde la república, no por eso son mejores, o vivenmás seguros, prosigue así: El dominar un ciudadanoa su patria y a los suyos y obligarles con la fuerza,aun cuando se llegue a conseguir y se corrijan losabusos, siempre es cosa dura y arriesgada, por traerconsigo todas las mudanzas de gobierno: muertes,destierros y otros desórdenes; y por el contrario,empeñarse en ello vanamente y sin más fruto quemalquistarse a costa de fatigas, es la mayor locura, siya no es que haga quien, poseído de un infame ypernicioso capricho, quiera el mando para hacer unpresente de su libertad y de su honor a cuatropoderosos. Donde, en mi juicio, señala Salustiocomo con el dedo la mudanza de la república enmonarquía en las palabras: todas las mudanzas degobierno; la muerte de César y las proscripcionesque con ese motivo hubo en las inmediatas:muertes, destierros y otros desórdenes; la temeridady locura de Bruto y Casio, que prometiéndoserestituir la libertad a Roma con el asesinato de JulioCésar, no hicieron más que poner el gobierno en

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manos de los triunviros, en lo que sigue: es la mayorlocura, y hacer un presente de su libertad y de suhonor a cuatro poderosos. Y esto prueba bien queSalustio escribió el Jugurta cuando estaba en su augeel triunvirato, esto es, años después del 711 deRoma. No pudo Salustio hablar en otro tono deCésar, a fuer de agradecido; ni nombrarle nodeclarar a los triunviros, porque había en ello riesgo,y así se contentó con darlo a entender por estosrodeos.

La misma serie del Jugurta manifiesta queSalustio no acabó de perfeccionarlo, porque suúltima mitad está defectuosa en varias partes. Nonombra la ciudad que se tomó por la industria yvalor del ligur; ni el alcázar real, a cuya conquista fueMario cuando llegaron los embajadores de Boco alcampo de los romanos; y aun la prisión y entrega deJugurta a Mario y el triunfo de éste lo cuenta con lamayor frialdad, como quien solamente apunta y, pordecirlo así, toma los cabos de lo que se proponetratar con más extensión. Ni dice nada del paraderode Jugurta, que unos creen que murió de hambre yfrío en un silo, otros que fue precipitado de la RocaTarpeya y otros, con Paulo Orosio, que le fue dadogarrote en la cárcel.

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LA CONJURACIÓN DE CATILINA

Justa cosa es que los hombres, que deseanaventajarse a los demás vivientes, procuren con elmayor empeño no pasar la vida en silencio como lasbestias, a quienes la naturaleza crió inclinadas a latierra y siervas de su vientre. Nuestro vigor yfacultades consisten todas en el ánimo y el cuerpo:de éste usamos más para el servicio, de aquél nosvalemos para el mando; en lo uno somos iguales alos dioses, en lo otro a los brutos. Por esto meparece más acertado solicitar gloria por medio delingenio que de las fuerzas corporales, y puesto quela vida que vivimos es tan breve, eternizar cuantosea posible nuestro nombre, porque la gloria queproducen las riquezas y hermosura, es frágil y ca-

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duca; la virtud, ilustre y duradera. No obstante esto,hubo larga y porfiada disputa entre los hombres,sobre si el ejercicio de la guerra se adelantaba máscon las fuerzas del cuerpo o con el vigor del ánimo,porque para cualquiera empresa se necesita deconsejo; resuelta una vez, de pronta ejecución. Y asíel ánimo y el cuerpo, no pudiendo obrar por sisolos, mutuamente se necesitan y socorren.

En lo antiguo, los reyes (que éste fue el nombreque se dio en el mundo a los primeros quemandaron) ejercitaban ya el ánimo, ya el cuerpo,según el genio de cada uno; aún entonces pasabanlos hombres la vida sin codicia; todos estabancontentos con su suerte. Pero después que Ciro enAsia, y en Grecia los lacedemonios y ateniensescomenzaron a sojuzgar los pueblos y naciones, aguerrear por sólo el antojo del mando y a medir sugloria por la grandeza de su imperio, entoncesmostró la experiencia y los sucesos que el nervio dela guerra es el ingenio. Y a la verdad, si los reyes ygenerales hiciesen tanto uso de él en tiempo de paz,como en la guerra, con mas tenor e igualdad iríanlas cosas humanas, ni lo veríamos todo tan trocadoy confundido, porque el mando fácilmente seconserva por las virtudes mismas con que al

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principio se alcanzó. Pero luego que ocupa el lugardel trabajo la desidia, y el capricho y soberbia el dela moderación y equidad, múdase juntamente conlas costumbres la fortuna, y así pasa siempre elimperio del malo y no merecedor a los mejores ymás dignos. La tierra, los mares y cuanto encierra elmundo está sujeto a la humana industria, pero contodo hay muchos que entregados a la gula y alsueño pasan su vida como peregrinando, sinenseñanza ni cultura, a los cuales, trocado el ordende la naturaleza, el cuerpo sirve sólo para el deleite,el alma les es de carga y embarazo. Para mí no esmenos despreciable la vida de éstos que la muerte,porque ni de una ni de otra queda memoria, y meparece que sólo sirve y goza de la vida el queocupado honestamente procura granjearse fama pormedio de alguna hazaña ilustre o virtud excelente.Pero como hay tantos caminos, la naturaleza guía acada uno por el suyo.

Noble cosa es hacer bien a la república, pero niel bien hablar carece de su mérito. En paz y enguerra hay campo para hacerse un ciudadano ilustre,y así, no sólo se celebran muchos que hicieron cosasgrandes, sino también que las escribieron de otros.Y a la verdad, aunque nunca sea tan digno de gloria

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el que escribe como el que hace las cosas, meparece, sin embargo, muy difícil escribir bien unahistoria, ya porque para esto es menester que laspalabras igualen a los hechos, ya porque haymuchos que si el escritor reprende algún vicio, loatribuyen a mala voluntad o envidia; y cuando habladel valor grande y de la gloria de los buenos, creensin violencia lo que les parece que ellos puedenfácilmente hacer; pero si pasa de allí, lo tienen pormentira o por exageración. Yo, pues, en misprincipios, siendo mozuelo, me trasladé, como otrosmuchos, del estudio a los negocios públicos, dondehallé mil cosas que me repugnaban, porque, en lugarde la modestia, de la frugalidad y desinterés,reinaban allí la desvergüenza, la profusión y laavaricia. Y aunque mi ánimo no acostumbrado amalas mañas rehusaba todo esto, mi tierna edad,cercada de tantos vicios, se dejó corromper yapoderar de la ambición, de suerte que,repugnándome las malas costumbres de los otros,no me atormentaba menos que a ellos la envidia y laansia de adquirir honor y fama.

Ya, pues, que descansé de muchos trabajos ypeligros que había pasado, y que me resolví a vivir elresto de mi vida lejos de la república, no fue mi

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ánimo desaprovechar este buen tiempo, entregado ala ociosidad y a la desidia, ni ocuparme tampoco enel cultivo del campo o en la caza, dedicado a oficiosserviles, sino antes bien, vuelto a mi primer estudiode que la ambición me había distraído, determinéescribir la historia del pueblo romano, noseguidamente, sino eligiendo esta o aquella parte,según me pareciese más digna de contarse, tantomás que yo nada esperaba ni temía y que me hallabadel todo libre de partido. Así que, brevemente y conla puntualidad posible, contaré la conjuración deCatilina, cuyo hecho me parece uno de los másmemorables por lo extraordinario de la maldad y delpeligro a que expuso a la república. Pero antes dehablar en ello conviene decir algo de las costumbresde este hombre.

Lucio Catilina fue de linaje ilustre y dotado degrandes fuerzas y talento, pero de inclinación mala ydepravada. Desde mancebo fue amigo dependencias, muertes, robos y discordias civiles, y enesto pasé su juventud. Sufría cuanto no es creíble elhambre, la falta de sueño, el frío y demásincomodidades del cuerpo; en cuanto al ánimo eraosado, engañoso, vario, capaz de fingir y dedisimular cualquiera cosa, codicioso de lo ajeno,

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pródigo de lo suyo, vehemente en sus pasiones,harto afluente en el decir, pero poco cuerdo. Sucorazón vasto le llevaba siempre a cosasextraordinarias, desmedidas, increíbles. Desde latiranía de Lucio Sila se había altamenteencaprichado en apoderarse de la república, sindetenerse ni reparar en nada, con tal queconsiguiese su intento. Inquietaban cada día más ymás su ánimo feroz la pobreza y el remordimientode su conciencia, males ambos que había élaumentado con las perversas artes que se dijeronantes. Brindábanle además de esto las costumbresestragadas de Roma, combatida a un mismo tiempode dos grandes y entre sí opuestos vicios: el lujo y laavaricia. La cosa nos guía por sí misma (pues nosacuerda el tiempo las costumbres de Roma) atomarla desde su principio y tratar brevemente delas leyes y gobierno de nuestros mayores en paz yen guerra; del modo con que administraron la repú-blica; cuánto la engrandecieron y cómo poco a pocodegenerando, de muy frugal y virtuosa, ha venido aser la más perversa y estragada.

A Roma, según es tradición, fundaron yposeyeron en el principio los troyanos, queprófugos con su capitán Eneas andaban vagando

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sin asiento fijo, y con ellos los aborígenes, genteinculta, sin leyes, sin gobierno, libre y desmandada.Juntos estos dos pueblos dentro de un recinto demurallas, no es creíble cuán fácilmente sehermanaron, no obstante ser de linaje desigual y dediferente lengua y costumbres. Pero luego que suestado, creciendo en gente, cultura y territorio se viofloreciente y poderoso, su opulencia le acarreóenvidia, como sucede de ordinario en las cosashumanas; y así, los reyes y pueblos comarcanos loscomenzaron a inquietar con guerras, en que pocosde sus aliados les ayudaban, desviándose los demás,amedrentados del peligro. Pero los romanos,atentos a su policía y a la guerra, se daban prisa y seapercibían, animándose unos a otros; salían alencuentro del enemigo, defendían con las armas sulibertad, su patria y sus familias; y ya que habíanvalerosamente superado los peligros, se ocupabanen ayudar a sus confederados y amigos, y segranjeaban alianzas, no tanto admitiendo, comohaciendo beneficios. Su gobierno estaba ceñido adeterminadas leyes y daban nombre de rey al que leobtenía. Los ancianos, que aunque faltos de fuerzaconservaban vigoroso el ánimo por su sabiduría yexperiencias, eran los escogidos para consejeros de

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la república, y éstos, bien por su edad o porquetenían el cuidado de padres, se llamaban con estenombre. Pero después que el gobierno regio,establecido en los principios para la conservación dela libertad y aumento del Estado, degeneró ensoberbia y tiranía, mudando de costumbre,redujeron a un año el imperio y crearon doscónsules que les gobernasen, persuadidos a que deesa suerte era imposible que el corazón humano seengríese con la libertad del mando.

En este tiempo empezaron los romanos aseñalarse más y más y a dar a conocer su ingenio.Porque a los reyes no dan que recelar los flojos ycobardes, sino los buenos y valerosos, y siempre lavirtud ajena les causa sobresaltos. No es creíble,pues, cuanto vuelo tomó en breve tiempo la ciudad,una vez sacudido el yugo: tal deseo de gloria hablaentrado en sus ciudadanos. El primer estudio de lajuventud, luego que tenía edad para la guerra, eraaprender en los reales con el uso y trabajo el artemilitar, y ponía su vanidad más en las lúcidas armasy caballos belicosos, que en la lascivia y losbanquetes. A hombres, pues, como éstos ningúntrabajo les llegaba de nuevo, ningún lugar les eraescabroso o arduo, ni les espantaba la vista del

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enemigo armado; todo lo había allanado su valor. Sugrande y única contienda era por la gloria. Todosquerían ser los primeros en herir al enemigo, enescalar las murallas, en ser vistos y observadosmientras que hacían tales hechos. Estas eran susriquezas, ésta su buena fama y su nobleza mayor.Eran avaros de alabanza, despreciadores del dinero;amantes de gloria hasta lo sumo; de riquezas hastauna honesta medianía. Pudiera yo contar en cuántasocasiones deshizo el pueblo romano con un puñadode gente grandes ejércitos de enemigos, cuántasciudades por naturaleza fuertes ganó por asalto, siesto no hubiese de apartarme mucho de mi pro-pósito.

Pero a la verdad, en todo ejerce su imperio lafortuna, ensalzando o abatiendo las hazañas, máspor su capricho que según el merecimiento. Las delos atenienses fueron, según yo entiendo, hartoesclarecidas y magníficas, aunque en la realidad notanto como se ponderan; pero la copia que allí hubode ingenios grandes que las escribieron, hace quehoy se tengan por las mayores del mundo, y así elvalor de los que las hicieron llega en la estimacióncomún al mismo elevado punto de grandeza a quellegaron en su elogio los escritores más ilustres.

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Pero en Roma hubo siempre escasez de éstos,porque los sabios eran los que más se ocupaban enlos negocios públicos; nadie cultivaba las letras sinlas armas; los valerosos y esforzados preferían elobrar al escribir, y más querían que otros losalabasen por sus hechos que referir ellos los ajenos.

De esta suerte, en paz y en guerra reinaban lasbuenas costumbres; había entre los ciudadanosestrecha unión; la avaricia no se conocía; lo justo ybueno se observaba, más por natural inclinaciónque por las leyes. Sus contiendas, discordias yenemistades eran con los enemigos; entre ciu-dadanos no se disputaba sino de la primacía en elvalor.

Eran, además de esto, espléndidos en el culto ysacrificios de -los dioses, frugales en sus casas, fielescon sus amigos. El valor en la guerra y la equidad enla paz eran sus dos apoyos y los de la república. Paramí son pruebas muy claras de esto el que en tiempode guerra más veces castigaban a los que, llevadosdel ardor militar, peleaban contra el orden que se leshabía dado o empeñados en la batalla tardaban enretirarse a la señal, que a los que desamparaban lasbanderas y cedían su lugar al enemigo; y en la pazmantenían el imperio, más premiando que

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haciéndose temer, y si eran agraviados, antesquerían disimular que tomar satisfacción.

Pero después que con el trabajo y la justicia seacrecentó la república; que reyes grandes fuerondomados con las armas y sojuzgadas a viva fuerzanaciones fieras y pueblos numerosos; que Cartago,competidora del imperio romano, fue enteramentearruinada; que tierra y mar estaba llano a su poder,entonces comenzó a airarse la fortuna y a con-fundirlo todo. Los mismos que habían de buenavoluntad sufrido trabajos, peligros, sucesos adversosy de dudoso éxito, se dejaron vencer y oprimir delpeso de la ociosidad y las riquezas que no debierandesear. Primero, pues, la avaricia, luego fuecreciendo la ambición, y estos dos fueron como lamasa y material de los demás vicios. Porque laavaricia echó por tierra la buena fe, la probidad y lasdemás virtudes; en lugar de las cuales introdujo lasoberbia, la crueldad, el desprecio de los dioses, elhacerlo todo venal. La ambición obligó a muchos aser falsos, a tener una cosa reservada en el pecho yotra pronta en los labios, a pesar de las amistades yenemistades, no por el mérito, sino por el provecho,y, finalmente, a parecer buenos más que a serlo.Esto en los principios iba poco a poco creciendo y

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una u otra vez se castigaba; pero después que el malcundió como un contagio, trocóse del todo laciudad, y su gobierno, hasta allí el mejor y másjusto, se hizo cruel e intolerable.

Pero al principio más estrago que la avariciahizo en aquellos ánimos la ambición, que, aunquevicio, no dista tanto de la virtud, porque el bueno yel malo desean para sí igualmente la gloria, el honory el mando. La diferencia está en que aquél seesfuerza a conseguirlo por el camino verdadero;éste, como se halla destituido de mérito, pretendepor rodeos y engaños. La avaricia, al contrario,consiste en afición y deseo de dinero, que ningúnsabio apeteció jamás; y este vicio, como empapadoen mortal veneno, afemina el ,cuerpo y el ánimo delos varones fuertes, es siempre insaciable y sintérmino, ni se disminuye con la escasez ni con laabundancia. Pero después que ocupada a fuerza dearmas la república por Lucio Sila, tuvieron susbuenos principios tan desastrado fin, todo fueronrobos y violencias: unos codiciaban las casas, otroslas heredades ajenas; y sin templanza ni moderaciónalguna los vencedores ejecutaban feas y horriblescrueldades en sus conciudadanos. Contribuyótambién a esto el haber Lucio Sila, contra la

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costumbre de los mayores, tratado con demasiadaindulgencia y regalo al ejército que había mandadoen Asia, a fin de tenerle a su devoción. Los paísesdeleitosos y amenos, junto con el ocio, hicieronmuy en breve deponer a los soldados su ánimo fe-roz. Allí se vio por primera vez el ejército delpueblo romano entregado a la embriaguez y a lalascivia; allí comenzó a admirar el primor de lasestatuas, pinturas y vasos historiados, y a robarlos alos particulares y al público; allí a despojar lostemplos y a contaminar lo sagrado y lo profano. Enconclusión, estos soldados, después que obtuvieronla victoria, no dejaron cosa alguna a los vencidos.Porque si en la prosperidad, aun los cuerdosdifícilmente se moderan, ¿cuánto menos secontendrían unos vencedores de costumbresperdidas?

Desde que empezaron a honrarse las riquezas yque tras ellas se iba la gloria, la autoridad y elmando, decayó el lustre de la virtud, túvose lapobreza por afrenta y la inocencia de costumbrespor odio y mala voluntad. Así que de las riquezaspasó la juventud al, lujo, a la avaricia y la soberbia.Robaba, disipaba, despreciaba su hacienda,codiciaba la ajena, y, abandonado el pudor y

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honestidad, confundía las cosas divinas y humanassin miramiento ni moderación alguna. Cosa es queasombra ver nuestras casas en Roma y su campaña,que imitan en grandeza a las ciudades, y cotejarlascon los pequeños templos de los dioses, fundadospor nuestros mayores, hombres sumamentereligiosos. Pero aquéllos adornaban los templos consu piedad, las casas con su gloria, ni a los vencidosquitaban sino la libertad de injuriar de nuevo; éstos,al contrario, siendo como son hombres cobardes enextremo, quitan con la mayor iniquidad a sus confe-derados mismos lo que aquellos fortísimos varonesdejaron aún a los enemigos, después de haberlesvencido; como si el usar del mando consistiesesolamente en atropellar y hacer injurias.

Dejo de contar otras cosas, que nadie creerásino los que las vieron; haber, digo, muchosparticulares allanado montes y terraplenado mares,gente en mi juicio a quien las riquezas no sirvieronsino para desprecio y burla, porque pudiéndolasgozar honestamente, se daban prisa a despreciarlaspor modos vergonzosos. Ni era menor el exceso enla lascivia, en la glotonería y demás regalo delcuerpo. Prostituíanse infamemente los hombres;exponían las mujeres al público su honestidad;

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buscábase exquisitamente todo por mar y tierra parairritar la gula; no se esperaba el sueño para el reposode la cama; no el hambre, la sed, el frío, ni elcansancio; todo lo anticipaba el lujo. Estosdesórdenes inflamaban a la juventud, después quehabía disipado sus haciendas, para todo género demaldades. Su ánimo envuelto en vicios, rara vezdejaba de ser antojadizo; y tanto con mayordesenfreno se entregaba al robo y a la profusión.

En una ciudad tan grande y tan estragada en lascostumbres, fue cosa muy fácil a Catilina tener cercade sí, como por guarda, tropas de facinerosos ymalvados. Porque, cuantos con sus insolencias,adulterios y glotonerías habían destrozado suspatrimonios; cuantos por redimir sus maldades odelitos habían contraído crecidas deudas: fuera deesto, los parricidas de todas partes, los sacrílegos,los convencidos en juicio o que por sus excesostemían serlo; los asesinos, los perjuros y finalmenteaquellos a quienes algún delito, o la pobreza, o suconciencia traía inquietos, eran los allegados yamigos de Catilina. Y si por accidente entraba en suamistad alguno libre aún de culpa, con su cotidianotrato y añagazas se hacía en breve igual o semejantea los demás. Pero entre estas amistades, ninguna

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apetecía tanto como la de los jóvenes, que por lotierno y ocasionado de su edad caían fácilmente ensus lazos; porque, según la pasión que más reinabaen ellos, a unos presentaba amigas, a otros com-praba perros y caballos; en suma, no perdonabagasto alguno ni se avergonzaba por nada, a truequede tenerles obligados y seguros para sus ideas. Sétambién que hubo quien creía que los jóvenes quefrecuentaban la casa de Catilina, eran tratados conpoca honestidad en sus personas; pero este rumormás se fundaba en conjeturas que en cosa algunaaveriguada.

Lo cierto es que Catilina en su mocedad habíacometido excesos muy enormes con una doncellanoble, con una virgen vestal y otros semejantescontra todo derecho. últimamente, enamorado deAurelia Orestila, en quien ningún cuerdo halló quealabar sino la hermosura, porque ella no acababa deresolverse al casamiento temiendo a un entenado yacrecido, tiénese por cierto que con la muerte de supropio hijo quitó el estorbo a tan execrable boda.Éste, en mi juicio, fue el principal motivo deacelerar Catilina su malvado designio, porque suánimo impuro, aborrecible a los dioses y a loshombres, ni despierto ni durmiendo hallaba reposo;

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tanto le desvelaba y traía inquieto su conciencia. Asíque andaba sin color, los ojos espantosos, el pasotardo unas veces, otras acelerado; de suerte que aprimera vista descubría en la cara y gesto su furor.

Entretanto los jóvenes que, como se dijo antes,había atraído a sí con sus halagos, aprendían en suescuela toda suerte de maldades. Vendíanse algunosde ellos para testigos falsos y suplantadores detestamentos, tenían en poco su palabra, sushaciendas y sus vidas; y ya que les habla hechoperder su crédito y la vergüenza, los empleaba encosas mayores. Si no había de presente asunto porque hacer daño, no por eso dejaba de tender lazos yasesinar indistintamente a buenos y malos, porqueel miedo de que con la falta de uso se leentorpeciese el ánimo o las manos, le hacía de baldeser malvado y cruel. Confiado en tales compañerosy amigos Catilina, y en que por todas partes estabael pueblo sumamente adeudado, como también enque muchos de los que habían militado con Sila, porhaber malgastado sus haciendas y acordarse de losrobos y de la victoria antigua, deseaban mucho laguerra civil, resolvió tiranizar la república. En Italiano había ejército: Cneo Pompeyo hacía la guerra enlo más remoto del mundo, Catilina estaba muy

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esperanzado de ser cónsul, el Senado enteramentesin recelo, las cosas seguras y tranquilas; todo locual favorecía mucho el designio de Catilina.

Por los días, pues, últimos de mayo, o primerosde junio, en el consulado de -Lucio César y CayoFigulo, los fue primero llamando en particular;exhortó a unos, exploró a otros y les hizo patente sugran poder, lo desprevenida que se hallaba larepública y las ventajas grandes que de la conju-ración podían prometerse. Ya que hubobastantemente averiguado lo que quería, convoca encomún a los más necesitados y resueltos. De lossenadores concurrieron Publio Léntulo Sura, PublioAutronio, Lucio Casio Longino, Cayo Cetego,Publio y Servio Silas, hijos de Servio, Lucio Vargun-teyo, Quinto Anio, Marco Porcio Leca, LucioBestia, Quinto Curio; de los caballeros, MarcoFulvio Nobilior, Lucio Statilio, Publio GabinioCapitón, Cayo Cornelio, y con ellos mucha gentedistinguida de las colonias y municipios. Había,asimismo, varios que sin acabar de descubrirse, eransabedores de este tratado, a los cuales estimulabamás la esperanza de mandar que la pobreza u otroinfortunio. Pero lo más de la juventud, yespecialmente los nobles, favorecían abiertamente el

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designio de Catilina. Los mismos que en la quietudde sus casas podían tratarse con esplendidez y conregalo, preferían lo incierto a lo cierto, querían másla guerra que la paz. Tampoco faltó en aquel tiempoquien creyese que Marco Licinio Craso nadaignoraba de esta negociación. Porque como CneoPompeyo, su enemigo, se hallaba a la sazónmandando un grande ejército, inferían de ahí, quedesearla hubiese quien hiciera frente a su poder, yque podría, por otra parte, prometerse que, siprevalecía la conjuración, sería sin dificultad algunael principal entre sus autores.

Pero ya en otra ocasión se habían conjuradoalgunos, y entre ellos el mismo Catilina, cuyo hechoreferiré lo más puntualmente que pueda. SiendoLucio Tulo y Marco Lépido cónsules, PublioAutronio y Publio Sila nombrados para el mismoempleo en el siguiente año, fueron declarados porindignos de él, en castigo de haber sobornado losvotos. Poco después fue acusado Catilina decohechos y se le impidió pedir el consulado, por nohaberse purgado dentro del término de la ley. Vivíaal mismo tiempo Cneo Pisón, mancebo noble,sumamente arrojado, pobre y de genio turbulento, aquien su pobreza y malas costumbres incitaban a

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alborotar la república. Con éste comunicaronCatilina y Autronio su pensamiento por losprincipios de diciembre, y de resulta se apercibíanpara asesinar en el capitolio a los cónsules LucioCota y Lucio Torcuato el día 1 de enero; yarrebatando las insignias consulares enviar a Pisóncon ejército para que seapoderase de las dosEspañas. Descubierta esta trama diferieron suejecución hasta el día 5 de febrero, y entonces notrataban ya sólo de matar a los cónsules, sino a losmás de los senadores. Y a la verdad, si Catilina nohubiera dado antes de tiempo la señal a loscompañeros a las puertas de la corte, ese día sehubiera ejecutado en Roma la más execrable maldadque jamás se vio después de su fundación. No habíaaún llegado bastante gente armada, y estodesconcertó el designio.

Pisón después fue enviado a la España citeriorpor tesorero, con facultades de pretor, a instancia deCraso, porque sabia que era mortal enemigo deCneo Pompeyo. Ni el Senado se hizo muy de rogaren ello, porque deseaba alejar de la república a estehombre turbulento, y también porque muchos delos bien intencionados tenían puesta en él su es-peranza contra el poder de Pompeyo, que ya

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entonces daba que temer; pero sucedió que a estePisón mataron en su viaje al gobierno los caballerosespañoles que llevaba en su ejército. Dicen unos queaquella gente fiera no pudo aguantar su imperioinjusto, su soberbia y sus crueldades; otros, que losagresores, que eran fieles y antiguos ahijados dePompeyo, le habían muerto a su persuasión; y quenunca hasta entonces habían los españolesejecutado tal maldad, con haber padecido otrasveces muchos y muy malos tratamientos. Yo dejoesto en su duda y basta de la primera conjuración.

Catilina, luego que tuvo juntos a los que pocoantes nombramos, aunque varias veces, y muy a lalarga, había tratado con cada uno de ellos, creyendono obstante eso, que convendría hablarles yexhortarles en común, los retiró a una pieza secretade la casa, y allí, sin testigo alguno de afuera, leshabló de esta suerte:

«Si no tuviera yo bien conocida vuestra fidelidady esfuerzo, en vano se nos hubiera presentado unaocasión tan favorable, y venido a las manos la ciertaesperanza que tenemos del mando, ni con gentecobarde o inconstante me andaría yo tras las cosasinciertas, dejando lo seguro. Pero 4,como en variosy muy peligrosos lances os he experimentado

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fuertes y adictos a mi voluntad, por eso me he re-suelto a emprender la hazaña mayor y más gloriosa;y también porque entiendo que vuestros bienes ymales son los mismos que los míos; y aquélla al fines amistad firme, en que convienen todos en unquerer y no querer. Lo que yo pienso, lo habéisseparadamente antes de ahora oído todos de miboca; pero de cada día se inflama más y más miánimo, cuando considero cuál ha de serprecisamente nuestra suerte, si no recobramos conlas armas la libertad antigua. Porque después que larepública ha venido a caer en manos de ciertospoderosos, de ellos, y no del pueblo romano, hansido tributarios los reyes y tetrarcas: a ellos hanpagado el estipendio militar los pueblos y naciones,todos los demás, fuertes y honrados, nobles yplebeyos, hemos sido indistintamente vulgo, sinfavor, sin autoridad, sujetos a los mismos que nosrespetarían si la república mantuviese su vigor. Asíque todo el favor, todo el poder, la honra y lasriquezas las tienen ellos, o están donde ellosquieren; para nosotros son los peligros, los desaires,la pobreza y la severidad de las leyes. Esto pues, ohvarones fuertes, ¿hasta cuándo estáis en ánimo desufrirlo? ¿No es mejor morir esforzadamente que

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vivir una vida infeliz y deshonrada, para perderla alfin con afrenta, después de haber servido de juguetey burla a la soberbia de otros? Pero ¿qué digomorir? Júroos por los dioses y los hombres quetenemos la victoria en las manos. Nuestro ánimo yedad están en su auge; en ellos, al contrario, todo lohan debilitado sus años y riquezas. Basta empezar,que lo demás lo allanará la cosa misma. Porque,¿quién que piense como hombre tendrá valor parasufrir que a ellos les sobren riquezas paraderramarlas allanando montes y edificando hasta enlos mares, y que a nosotros nos falte hacienda aunpara el preciso vivir?; ¿que ellos junten en una, paramayor anchura, dos o más casas, y nosotros ni unpequeño hogar tengamos donde recogernos connuestras familias?; ¿que compren pinturas, estatuas,vasos torneados; que derriben para mudar por suantojo lo que acabaron de edificar; finalmente, quearrastrando y atormentando sus riquezas de milmodos, no puedan con sus enormes profusionesagotarlas, y que nosotros no tengamos sino pobrezaen nuestras casas, fuera deudas, males de presente ymucho peores esperanzas? Y, en fin, ¿qué otra cosanos queda ya, sino la triste vida? Siendo, pues, estoasí, ¿por qué no acabáis de despertar y resolveros? A

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la vista, a la vista tenéis aquella libertad que tantodeseasteis: a la vista el honor, la gloria y las riquezas.Todo esto propone la fortuna por premio a losvencedores. Sean la cosa misma, el tiempo, lospeligros, vuestra pobreza y los ricos despojos de laguerra más eficaces que mis palabras parapersuadiros. Vuestro general seré,o soldado raso,según quisiereis. Ni en obra, ni en consejo faltaré unpunto de vuestro lado: antes bien, esto mismo queahora, espero tratarlo otro día con vosotros siendocónsul; si ya no es que la voluntad me engaña y quequeráis Más ser esclavos que mandar.

Cuando esto oyeron unas gentes llenas detrabajos, que nada tenían que perder, ni esperanzade mejorar fortuna, aunque sólo el turbar la quietudpública era ya en su concepto una recompensagrande, no obstante eso, los más de ellos quisieronsaber qué suerte de guerra había de ser aquélla, quéventajas podrían prometerse y qué fuerzas oesperanzas tendrían, donde conviniese, paraproseguirla. Entonces les ofreció Catilina nuevastablas en que se cancelarían sus deudas,proscripciones de ciudadanos ricos, magistrados,sacerdocios, robos y lo demás que lleva consigo laguerra y el antojo de los vencedores. Añadió a esto

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hallarse Pisón en la España citerior, y en laMauritania Publio Sicio Nucerino con ejército,ambos sabedores de su pensamiento: que pretendíael consulado Cayo Antonio, al cual esperaba tenerlepor compañero; que éste era su estrecho amigo ysumamente pobre; y que junto con él, darla en suaño principio a la gra0nde obra. Al mismo tiempoacriminaba atrozmente a todos los buenos yensalzaba a los suyos, nombrando a cada uno por sunombre. A éste ponía delante su pobreza, a aquél loque sabía que deseaba, a otros su afrenta o supeligro, y a muchos la victoria de Sila, que tan ricapresa les había puesto en las manos. Ya que vioestar prontos los ánimos de todos, deshizo la junta,exhortándoles a que tuviesen gran cuenta con supretensión del consulado.

Hubo en aquel tiempo quien dijo que Catilina,concluida su arenga, al tiempo de estrechar a loscómplices de su maldad para que jurasen, lespresentó en tazas vino mezclado con sangrehumana, y que habiéndolo probado todos despuésdel juramento, según se practica en los solemnessacrificios, les descubrió de lleno su intención: yañadía que habla hecho aquello para que de esasuerte fuesen entre sí más fieles, sabiendo unos de

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otros un crimen tan horrendo. Algunos juzgan queéstas y otras cosas se fingieron con estudio por losque creían que el aborrecimiento, que se excitódespués contra Cicerón, se iría templando al pasoque se exagerase la atrocidad del delito de los quehabían sido castigados. Yo esto, con ser cosa tangrande, jamás he llegado a averiguarlo.

Había entre los conjurados un cierto QuintoCurio, sujeto de nacimiento ilustre, pero lleno demaldades y delitos, a quien por esto los censoreshabían echado del Senado con ignominia. Era nomenos vano que temerario y arrojado: no sabíacallar lo que oía de otros, ni ocultar él mismo susdelitos; en suma, hombre sin miramiento alguno enel decir y hacer. Tenía muy de antiguocorrespondencia torpe con una mujer noble llamadaFulvia; la cual, no gustando ya de él, porque supobreza no le permitía ser liberal, comenzó de re-pente a jactarse y prometerle mares y montes yalguna vez a amenazarla con el puñal si no se rendíaa su voluntad; últimamente, a tratarla con un modoimperioso y muy diverso del que había usado hastaentonces. Sorprendida Fulvía y entendido el motivode la novedad de Curio, no quiso tener oculto untan gran peligro de la república; y así contó

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menudamente a varios lo que había oído de laconjuración de Catilina, callando sólo el autor de lanoticia. Esto fue lo que más dispuso los ánimospara dar el consulado a Marco Tulio Cicerón:porque hasta entonces lo más de la nobleza no lepodía oír nombrar, y juzgaba que sería comodegradar al consulado si un hombre de su esfera,aunque tan insigne, llegase a conseguirle; pero todaesta altanería y odio cesaron a vista del peligro.

Llegado el día de la elección fueron declaradoscónsules Marco Tulio y Cayo Antonio, lo queaunque al principio sobrecogió a los conjurados, nopor eso disminuyó un punto el furor de Catilina;antes bien, cada día emprendían nuevas cosas:prevenía armas por Italia en los lugares oportunos;enviaba a Fésulas dinero, tomado a logro sobre sucrédito y el de sus amigos a un cierto Manlio, enquien recayó después el principal peso de la guerra.En este tiempo se dice que atrajo Catilina a supartido muchas gentes de todas clases y también aalgunas mujeres, que en su juventud habían so-portado inmensos gastos con la prostitución de suscuerpos; y después que la edad puso coto a susganancias, pero no su lujo, habían contraídograndísimos empeños. Por medio de éstas se

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lisonjeaba Catilina que podría sublevar a los4siervos que en Roma había, pegar fuego a laciudad, ganara sus maridos, y cuando no, matarlos.

Una de ellas era Sempronia, mujer que en variasocasiones había cometido excesos que piden arrojovaronil; harto afortunada por su linaje y hermosuray nada menos por el marido e hijos que tuvo. Sabíalas lenguas griega y latina; cantaba y danzaba conmás desenvoltura de lo que conviene la mujerhonesta; tenía muchas de aquellas gracias, que sonincentivos de la lujuria; pero nada estimaba menosque el pundonor y honestidad. Era igualmentepródiga del dinero que de su fama, y tan lasciva, quemás veces solicitaba a los hombres que esperaba aser solicitada. Había mucho antes en variasocasiones abandonado infielmente su palabra; ne-gado con juramento lo que tenía en confianza;intervenido en homicidios y arrojándoseprecipitadamente a todo por su liviandad y supobreza. Por otra parte su ingenio era feliz para lapoesía, para el chiste, para la conversación, fuesemodesta o tierna o licenciosa. En suma, teníamucha sal y mucha gracia.

Dispuestas así las cosas, persistía Catilina en supretensión del consulado, con la esperanza de que si

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le designaban para el siguiente año, dispondríafácilmente como quisiese de Cayo Antonio; pero nocesaba entretanto, antes bien, por mil caminosarmaba lazos a Cicerón. Tampoco a éste faltabamaña ni astucias para precaverse; porque desde elprincipio de su consulado había conseguido pormedio de Fulvia, a fuerza de promesas, que QuintoCurio, de quien se habló poco antes, le descubrieselos designios de Catilina.

Había, además de esto, obligado a sucompañero Antonio, con asegurarle para despuésdel consulado el gobierno de una provincia, a queno tomase empeño contra la república, y entreteníaocultamente cerca de su persona varios ahijados yamigos para su resguardo. Catilina, llegado el día dela elección, corno vio que ni su pretensión ni lasasechanzas puestas al cónsul le habían salido bien,determinó hacer abiertamente la guerra yaventurarlo todo, puesto que sus ocultas tentativasse le habían frustrado y vuelto en su daño.

Para esto envió a Cayo Manlio a Fésulas y aaquella parte de Etruria; a un cierto Septimio,natural de Camerino, a la campaña del Piceno; aCayo Julio a la Pulla; a otros finalmente a otraspartes, según y adonde creía que podrían convenir a

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sus intentos. Entretanto maquinaba en Roma a unmismo tiempo muchas cosas: tendía nuevos lazos alcónsul; disponía incendios; ocupaba las avenidas dela ciudad con gente armada, sin dejar un punto dellado su puñal. A unos daba órdenes, a otrosexhortaba a que estuviesen siempre atentos yprevenidos; no cesaba día y noche y andabadesvelado, sin que le quebrantase la falta de sueño,ni el trabajo. Pero viendo al fin que se le malograbacuanto emprendía, llama otra vez a deshora de lanoche a los principales conjurados a casa de MarcoPorcio Leca, donde habiéndose altamente quejadode su inacción y cobardía, les dijo: «que habíaenviado de antemano a Manlio para que gobernasela gente que tenía en la Etruria pronta para tomarlas armas, y a otros a varios lugares oportunos paraque comenzasen la guerra, y que él deseaba muchoir al ejército si antes lograba matar a Cicerán, cuyosardides desconcertaban en gran parte sus ideas.

Pasmados y suspensos al oír esto los demásconcurrentes, Cayo Cornelio, caballero romano, yLucio Vargunteyo, senador, se ofrecieron de suyo ydeterminaron ir poco después aquella misma nochecon gente armada a casa de Cicerón, como que leiban a visitar, y cogiéndole desprevenido matarle

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improvisamente. Vio Curio el gran peligro queamenazaba al cónsul y avisóle inmediatamente pormedio de Fulvia del lazo que se le preparaba; con loque, siéndoles negada la entrada, no tuvo efecto suexecrable designio. Entretanto Manlio en la Etruriaiba sublevando la plebe, que por su pobreza y eldolor de haber en tiempo de la tiranía de Silaperdido sus campos y haciendas, estaba deseosa denovedades, y asimismo a los forajidos de todasclases, de que había gran copia en aquellas partes, ya algunos de los que Sila había heredado en suscolonias, los cuales, con haber robado tanto, lohabían consumido todo con su lujuria y sus excesos.

Sabido esto por Cicerón y viéndose entre dosmales (porque ni podía ya por sí preservar mástiempo a la ciudad de las asechanzas de losconjurados, ni acababa de saber cuan numeroso erao qué designio tenía el ejército de Manlio),determinase a dar cuenta al Senado de lo que pasabay comenzaba ya a andar en los corrillos del vulgo.La resolución fue la regular en los casos del mayorpeligro: «que hiciesen los cónsules, cómo norecibiese daño la república, Por esta fórmulaconcede el Senado, según costumbres de Roma, almagistrado la suma del poder y le autoriza para

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juntar ejército, hacer la guerra, obligar por todosmedios a ella a los confederados y ciudadanos, yejercer en la ciudad y en campaña el supremoimperio y la judicatura: porque de otra suerte, sinmandamiento del pueblo, nada de esto puede hacerel cónsul.

De allí a pocos días el senador Lucio Senio leyóen el Senado una carta que dijo le escribían deFésulas, y el contenido era que Cayo Manlio el día27 de octubre había tomado las armas con grannúmero de gentes. Al mismo tiempo decían unos(corno acontece en semejantes casos) que en variaspartes se habían visto monstruos y prodigios: otrosque se tenían juntas, que se transportaban armas,que en Capua y en la Pulla1 estaban para levantarselos esclavos. Por esto ordenó el Senado que QuintoMarcio Rex pasase a Fésulas, y Quinto MeteloCrético a la Pulla y lugares circunvecinos. Estos dosgenerales estaban detenidos en las cercanías deRoma por la malignidad de algunos, queacostumbrados a venderlo todo, fuese justo oinjusto, les disputaban entrar en triunfo. Ordenósetambién que los pretores Quinto Pompeyo Rufo yQuinto Metelo Céler fuesen, aquél a Capua, éste a la 1 Apulia

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campaña del Piceno, liambos con facultad de juntarejército, según el tiempo y el peligro lo pidiesen.Además de esto «se ofrecieron premios a los quedescubriesen la conjuración contra la república, es asaber, cien sestercios y la libertad al siervo,doscientos al libre y la impunidad de su delito; y seordenó asimismo «que las cuadrillas de losgladiadores se repartiesen entre Capua y los demásmunicipios, según las fuerzas de cada uno, y quepor toda la ciudad hubiese de noche rondas a cargode los magistrados menores.

Con esto estaban los ciudadanos conmovidos ytrocado el semblante de la ciudad. De una suma yno interrumpida alegría, que había producido en ellala paz de muchos años, pasó de repente aapoderarse de todos la tristeza. Andaban azorados,medrosos, sin fiarse de lugar ni de persona alguna;ni estaban en guerra ni tenían paz: medía cada unolos peligros por su miedo. Las mujeres, por otraparte, poseídas de un desacostumbrado espanto avista de la guerra y de la grandeza del suceso, seafligían, alzaban las manos al cielo, lastimábanse desus tiernos hijuelos, todo lo preguntaban, todo lotemían; y olvidadas de la vanidad y los regalos, des-confiaban de su suerte, y de la salud de la patria.

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Pero el desapiadado Catilina no desistía por eso desu intento, aun viendo las prevenciones de genteque se hacían y que Lucio Paulo le había ya acusadopor la ley Plaucia de haber maquinado contra larepública; hasta que al fin, por disimular y enapariencia de querer justificarse, como si hubiesesido provocado por calumnia, se presentó en elSenado. Entonces el cónsul Marco Tulio, o porquetemiese al verle, o dejado llevar de su justo enojo,dijo una oración elegante y útil a la república, quepublicó después por escrito. Concluida que fue,Catilina, como era nacido para el disimulo, puestosen el suelo los ojos, comenzó en tono humilde arogar al Senado, que no diese ligeramente crédito alo que se decía de él: que de un nacimiento yconducta cual había sido la suya desde su mocedad,debían por el contrario prometerse todo bien; nipensasen jamás que un hombre patricio, como élera, cuyos mayores y aun él mismo, tenían hechostantos servicios a la plebe de Roma, pudieseinteresar en la ruina de la república, especialmentecuando velaba a su conservación un ciudadano talcomo Marco Tulio, que ni aun casa tenía en laciudad y añadiendo a ésta otras injurias, levantantodos el grito contra él, llamándole parricida y ene-

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migo público. Entonces, furioso, prorrumpiódiciendo:, «Ya que mis enemigos me tienen sitiado yme estrechan a queme precipite, yo haré que miincendio se apague con su ruina. - Y saliéndosearrebatadamente del Senado, se fue a su casa, donderevolviendo en su interior mil cosas (porque ni lesalían bien las asechanzas que había puesto alcónsul, y vela que no era posible dar fuego a laciudad por la vigilancia de las rondas) persuadido aque lo mejor sería aumentar su ejército y prevenircon tiempo lo necesario para la guerra, antes que elpueblo alistase sus legiones, partiése a deshora de lanoche con pocos de los suyos para los reales deManlio, dejando encargado a Cetego, a Léntulo y aotros, que sabía eran los más determinados, queafianzasen por los medios posibles las fuerzas delpartido, que hiciesen por asesinar presto al cónsul ypreviniesen muertes, incendios y los demás estragosde la guerra civil, ofreciéndoles que de un día paraotro se acercaría a la ciudad con un poderosoejército. Mientras pasaba esto en Roma, envió CayoManlio algunos de los suyos a Quinto Marcio Rexcon esta embajada:

«Los dioses saben y los hombres, QuintoMarcio, que ni, hemos tomado las armas contra la

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patria, ni con ánimo de dañar a nadie; sí sólo porlibertar nuestras personas de la opresión e injuria,viéndonos, por la tiranía de los usureros, reducidosa la mayor pobreza y miseria, los más fuera denuestras patrias, todos sin crédito ni hacienda, sinpoder usar, como usaron nuestros mayores, delremedio de la ley, ni aun siquiera vivir libres,después de habernos despojado de nuestrospatrimonios; tanta ha sido su crueldad y la delpretor. En muchas ocasiones vuestros mayores,compadecidos de la plebe romana, aliviaron sunecesidad con sus decretos: y últimamente ennuestros días, por lo excesivo de las deudas, seredujo a la cuarta parte el pago de ellas, a solicitudde todos los bien intencionados. Otras veces lamisma plebe, o deseosa del mando o irritada por lainsolencia de los magistrados, tomó las armas y seseparó del Senado. Nosotros no pedimos mando niriquezas, que son el fomento de todas las guerras ycontiendas: pedimos sólo la libertad, que ningúnhombre honrado pierde sino con la vida. Por esto, ati y al Senado os conjuramos que os apiadéis deunos conciudadanos infelices: que nos restituyáis elrecurso de la ley, que nos quitó la iniquidad delpretor, sin dar lugar a que obligados de la necesidad,

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busquemos como perdernos, después de habervendido bien caras nuestras vidas .Quinto Marciorespondió a esto: «que si tenían que pedir, dejasenante todo las armas, fuesen a Roma y lorepresentasen humildemente al Senado; el cual y elpueblo romano habían siempre usado con todos detanta mansedumbre y clemencia, que no habíaejemplar que hubiese alguno implorado en vano afavor. Catilina entretanto desde el camino escribió alos más de los consulares y a las personas de mayorautoridad de Roma, diciéndoles «que el verse ca-lumniosamente acusado por sus contrarios, a cuyopartido no podía resistir, le obligaba a ceder a lafortuna y retirarse desterrado a Marsella; no porquese sintiese culpado en lo que se le imputaba, sinopor la quietud de la república y porque de suresistencia no se originase algún tumulto. PeroQuinto Cátulo leyó en el Senado otra carta muydiferente, la cual dijo habérsele entregado de partede Catilina. Su copia es ésta:

«Lucio Catilina a Quinto Cátulo. Salud. Tu granfidelidad, que tengo bien experimentada, y que enmis mayores peligros me ha sido muy apreciable ygrata, me alienta a que me recomiende a ti. Por estono pienso hacer apología de mi nueva resolución,

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sino declarártela y sus motivos, para mi descargo,pues de nada me acusa la conciencia; y esto lopuedes creer sobre mi juramento. Hostigado devarias injurias y afrentas que he padecido, yviéndome privado del fruto de mi trabajo eindustria, y sin el grado de honor correspondiente ami dignidad, tomó a mi cargo, como acostumbro, lacausa pública de los desvalidos y miserables: noporque no pudiese yo pagar con mis fondos lasdeudas que por mí he contraído, ofreciéndose laliberalidad de Aurelia Orestila a satisfacer con suhacienda y la de su hija aun las que otros me hanocasionado, sino porque veía a gentes indignas enlos mayores puestos y honores, y que a mí, por solassospechas falsas, se me excluía de ellos. Por esto heabrazado el partido de conservar el resto de midignidad por un camino harto decoroso, según miactual desgracia. Más quisiera escribirte, pero se meavisa que vienen sobre mí. Encárgote a Orestila y tela confío y entrego, rogándote por la vida de tushijos que la defiendas de todo agravio. Adiós. PeroCatilina habiéndose detenido poco tiempo en lacampaña de Reate en casa de Cayo Flaminio,mientras proveía de armas a la gente de aquellascercanías que antes había solicitado, encaminase a

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los reales de Manlio, precedido de las hacesconsulares y demás insignias del imperio. Súposeesto en Roma y el Senado declara luego «a Catilina yManlio por enemigos públicos, y al resto de susgentes señala término, dentro del cual pudiesen sinrecelo alguno dejar las armas, excepto los yasentenciados por delitos capitales. Manda ademásde esto que los cónsules alisten gente, que Antoniosalga al instante con ejército en busca de Catilina yCicerón quede en guarda de la ciudad., En estaocasión me parece a mí que el imperio del puebloromano fue en sumo grado digno de compasión,porque obedeciéndole el mundo entero,conquistado por sus armas, desde Oriente aPoniente; teniendo en sus casas paz y abundancia deriquezas, que son las cosas que los hombres másestiman, hubo, sin embargo, ciudadanos tan duros yobstinados, que más que gozar de estos bienes,quisieron perderse a sí y a la república. Porque niaun después de repetido el decreto del Senado, sehalló siquiera uno entre tanta muchedumbre, quellevado del interés del premio descubriese laconjuración o desampararse los reales de Catilina;tal era la fuerza del mal, que como un contagio sehabía pegado a los más de los ciudadanos.

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Ni pensaban sólo así los que tenían parte en laconjuración; sino absolutamente toda la plebe,llevada del deseo de novedades, aprobaba el intentode Catilina; y en esto hacía según su costumbre,porque siempre en las ciudades los que no tienenque perder envidian a los buenos, ensalzan a los queno lo son, aborrecen lo antiguo, aman la novedad, ydescontentos con sus cosas y estado, desean que semude todo, alimentándose entretanto de losalborozos y tumultos, sin cuidado alguno, porqueen todo acontecimiento pobres se quedan. Pero laplebe de Roma se había dejado llevar del torrente dela conjuración por muchos motivos. En primerlugar, cuantos en todas partes eran señalados porsus infamias y atrevimientos; cuantos habíanperdido afrentosamente sus patrimonios; cuantospor sus excesos y delitos andaban desterrados desus patrias, todos habían acudido a Roma como auna santina de maldades. Había también muchosque acordándose de la victoria de Sila, y viendo a al-gunos que de soldados rasos habían llegado asenadores y a otros tan ricos que en la ostentación ytrato parecían reyes, se prometían para sí otro tanto,si tomaban las armas y quedaban vencedores. Fuerade esto los jóvenes del campo, que hasta allí habían

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vivido pobremente atenidos al jornal de sus manos,convidados por las públicas y privadas liberalidades,se hallaban mejor con el descanso de la ciudad, quecon su desagradable antiguo ejercicio. Éstos y losdemás que he referido, se mantenían a costa de lacalamidad pública. Por lo que no es tanto deadmirar que unos hombres pobres, viciosos y llenosde altas esperanzas, no mirasen mejor por larepública que por sí mismos. Por otra parte,aquellos cuyos padres en tiempo de Sila habían sidodesterrados o que habían perdido sus bienes opadecido algún menoscabo en sus privilegios, noesperaban con mejor intención el éxito de estaguerra, y generalmente cuantos no eran del partidodel Senado más querían ver la república revuelta queperder un punto de su autoridad; y este mal sehabía, después de muchos años, vuelto a introduciren la ciudad.

Porque habiéndose en el consulado de CneoPompeyo y Marco Craso restituido a su primerestado la potestad tribunicia, sucedía muchas vecesque ocupando este supremo magistrado gente depoca edad y de genio ardiente y fogoso, conmovíana la plebe acriminando al Senado y la inflamabanmás con sus liberalidades y promesas, haciéndose

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ellos por este medio ilustres y poderosos.Oponíaseles con el mayor empeño lo más de lanobleza, so color de favorecer al Senado; pero en larealidad por engrandecerse cada uno. Porque, paradecirlo breve y claro, cuantos en aquel tiempoconturbaron la república, afectando deseo del biencomún con coloridos honestos, unos como quedefendían los derechos del pueblo, otros como porsostener la autoridad del Senado, todos ponían suprincipal mira en hacerse poderosos; ninguno teníamoderación ni tasa en sus porfías: unos y otrosllevaban a sangre y fuego la victoria.

Pero después que Cneo Pompeyo fue enviado ala guerra de mar contra los piratas y luego contraMitrídates, decayó el poder de la plebe y se aumentóel de algunos particulares. Éstos obtenían losmagistrados, los gobiernos y los demás empleos;éstos vivían impunemente y sin cuidado en mediode la prosperidad, amedrentando a los demás conlos castigos, a fin de que no abusasen del tribunadopara irritar a la plebe. Pero a la menor esperanza quehubo de novedades, volvió la antigua contienda aponer en arma aquellos ánimos. Y a la verdad siCatilina hubiera quedado vencedor o a lo menos novencido en la primera batalla, sin duda alguna

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hubiera sobrevenido gran trabajo y calamidad a larepública; ni los vencedores mismos pudieran gozarpor mucho tiempo de la victoria; porque hallándoseya debilitados y rendidos, cualquiera otro máspoderoso les hubiera quitado de las manos elimperio y la libertad. Pero hubo muchos queaunque no eran de la conjuración, fueron desde elprincipio a unirse con Catilina. Uno de ellos fueFulvio, hijo de senador, a quien habiendo alcanzadoy hecho volver desde el camino, le mandó matar supadre. En este mismo tiempo Léntulo en Roma,según el orden que le había dejado Catilina, iba yapor si, ya por medio de otros, solicitando a cuantospor sus costumbres e infortunios creía ser a propó-sito para novedades; sin detenerse en que no fuesenciudadanos, sino a toda clase de gentes, con tal quefuesen de provecho para la guerra.

Encarga, pues, a cierto Publio Umbreno queexplore a los legados de los alóbroges y los induzcasi pudiere a la conjuración; esperando que lolograría fácilmente, porque estaban sumamenteadeudados por sí mismos y a nombre de su ciudad,y por ser de suyo los galos gente belicosa. Habíaeste Umbreno estado algún tiempo en aquella partede la Galia a sus dependencias, y así era conocido y

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conocía también a los más de los sujetos principalesde las ciudades de ella. Con esto, sin tardanzaalguna, en la primera ocasión que encontró a loslegados en el foro, se llegó a ellos, y preguntándolesligeramente acerca del estado de su ciudad, comoque se compadecía d e su desgracia, les añadió en elmismo tono de pregunta: ,«¿Qué fin creían quepodrían tener tan grandes males?, y como los vioquejarse de la avaricia de los magistrados, echar laculpa al Senado porque en nada les favorecía y queno hallaban otro remedio a sus trabajos que lamuerte, encarado a ellos les dijo:

«Pues yo os mostraré camino para salir de todo,si sois hombres.>. Oído esto por los legados,entrando en grande esperanza, ruegan a Umbrenose compadezca de ellos, protestándole que no habrácosa, por ardua y difícil que sea, que no esténprontos a ejecutar con el mayor gusto, a trueque desacar de empeños a su ciudad. Umbreno entoncesllévalos consigo a casa de Decio Bruto, la cual nodistaba del foro y era sabedora de la negociaciónpor Sempronia, pues Bruto se hallaba a la sazónausente. Llama además de esto a Gabinio para darmás autoridad a sus palabras, y en su presenciadescubre la conjuración, nombrando a los que la

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componían y a otros muchos de vurias clases, quenada sabían de ella, a fin de animar a los legados, ydespués que hubieron ofrecido que contribuirían asu intento, los envió para sus casas.

Pero ellos, no obstante su promesa, dudaronmucho tiempo qué resolución tomarían. Por unaparte se hallaban oprimidos de las deudas,lisonjeados de su natural inclinación a la guerra ycon esperanza de alcanzar grandes ventajas, sivencían, Por otra, veían un partido más fuerte,mayor seguridad en abrazarle y recompensas ciertasen lugar de inciertas esperanzas. Pesadas por loslegados estas cosas, cayó al fin la balanza a favor dela república. Vanse, pues, a Quinto Fabio Sanga,que era patrono de su ciudad y la favorecía mucho,y descúbrenle cuanto sabían. Cicerón, que entendiópor medio de Sanga lo que pasaba, manda a loslegados que afecten desear con grande ansia laconjuración, visiten a los demás cómplices, se lofaciliten todo y procuren que se abran y declarencon ellos lo más que sea posible.

Casi por el mismo tiempo hubo alborotos en laciterior y ulterior Galia, y también en la campaña delPiceno, en el Abruzo y en la Pulla, porque los queCatilina había anticipadamente enviado a aquellas

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partes, sin acuerdo ni reflexión alguna, y comogente desatinada, todo lo querían hacer a un tiempo;y juntándose por las noches, transportando de una aotra parte armas, acelerándose y moviéndolo todo,habían ocasionado más miedo que peligro. Ya amuchos de ellos había el pretor Quinto MeteloCéler puesto en la cárcel, después de procesados deorden del Senado, y lo mismo había ejecutado en laciterior Galia Cayo Murena, que gobernaba aquellaprovincia en calidad de legado.

Pero en Roma Léntulo y los demás cabezas de laconjuración, pareciéndoles que tenían bastantegente a punto, habían resuelto, que luego quellegase Catilina con su ejército a la campaña deFésulas, Lucio Bestia, tribuno de la plebe, sequerellase en una arenga al pueblo de la conducta deCicerón, atribuyendo a este insigne cónsul la culpade tan funesta guerra, y que esa arenga sirviese deseñal para que en la siguiente noche el resto de lamuchedumbre conjurada ejecutase cada uno lo quese había puesto a su cargo. Era, según decían, elproyecto que Statilio y Gabinio con buen trozo degente pegasen a un mismo tiempo fuego a la ciudadpor doce partes, las más acomodadas a su intento,que era facilitar, al favor de este alboroto, la entrada

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para el cónsul y para los demás a quienes queríanasesinar:

que Cetego se apostase a las puertas de la casade Cicerón y le acometiese abiertamente y los demáscada uno al suyo; que los hijos de familias, que porla mayor parte eran del cuerpo de la nobleza,matasen a sus padres; y dejando a la ciudad envueltaen muertes e incendios, saliesen a unirse conCatilina. Mientras esto se resolvió y dispuso, nocesaba Cetego de echar en rostro a sus compañerossu cobardía, diciéndoles que con su irresolución ylargas desaprovechaban las mejores ocasiones; queen un peligro como aquel, no era menester consejo,sino manos; que él mismo asaltaría la corte conpocos que le ayudasen, pues los demás andaban tanremisos. Como era de natural fiero y ardiente y porotra parte hombre de gran valor, creía que todo elbuen éxito consistía en la brevedad.

Pero los alóbroges, según la instrucción queCicerón les había dado, se vieron por medio deGabinio con los demás conjurados, y pidieron aLéntulo, Cetego, Statilio y Casio su juramentofirmado, para poderle llevar a sus conciudadanos,pues de otra suerte, decían, no sería fácil quequisiesen entrar en un negocio de tanta entidad. Los

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tres primeros danle sin la menor sospecha; Casioofrece volver allí dentro de poco, y pártese de Romaalgo antes que los legados.A éstos quiso Léntuloque acompañase un cierto Tito VolturcioCrotoniense, para que, de camino a su casa, seviesen con Catilina y ratificasen el tratado, dándosemutuamente su palabra y seguridad. Entregóademás de esto a Volturcio una carta para Catilinadel tenor siguiente:

«Cuya ésta sea, te lo dirá el dador. Mira bien elapuro enque estás y piensa como hombre. Atiende alo que tu situación pide y válete de todos, aun de losmás despreciables.

Encargóle además de esto de palabra que ledijese:«¿En qué se fundaba para no admitir a lossiervos, una vez que el Senado le había declarado yapor enemigo? Que en Roma estaba pronto cuantohabía mandado, y que no difiriese un momento elacercarse.

Hecho así esto, y determinada la noche en quehabían de partir, Cicerón, instruido de todo por loslegados, da orden a los pretores Lucio Valerio Flacoy Cayo Pontino, que emboscados en el puenteMilvio arresten la comitiva de los alóbroges. Dícelespor lo claro el fin por que los envía, y que en lo

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demás obren según convenga. Ellos, como gentemilitar que era, apostando sin ruido alguno suspatrullas, cercan ocultamente el puente, según se leshabía mandado. Cuando los legados llegaron conVolturcio a aquel sitio, levántase a un mismotiempo el grito de ambas partes. Los galos, queconocieron luego lo que era, se entregan al instantea los pretores. Volturcio al principio animando a losdemás, se hace con su espada lugar entre lamuchedumbre; pero viéndose abandonado de loslegados, después de haber rogado mucho a Pontino,cuyo conocido era, que le salvase la vida, temeroso ydesconfiado de alcanzarla, se rinde al fin a lospretores, no de otra suerte que si fueran enemigos.

Dase inmediatamente aviso de lo ejecutado alcónsul, el cual se vio a un mismo tiempo entre unaalegría y un cuidado sumo. Alegrábase al ver que,descubierta la conjuración, quedaba la ciudad librede peligro; pero le aquejaba la duda de lo queconvendría hacer, siendo comprendidos en tanatroz delito tantos y tan esclarecidos ciudadanos.Echaba de ver que el castigarlos redundaría en sudaño y el disimular sería la ruina de la república.Pero al fin, cobrando ánimo, manda comparecerante sí a Léntulo, a Cetego, a Stailio y Gabinio, y

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asimismo a Cepario, natural de Terracina, el cual sedisponía para pasar a la Pulla a sublevar a losesclavos. Todos acuden sin tardanza menosCepario, que habiendo poco antes de avisarle salidode casa y sabido que habían sido descubiertos, seescapó de la ciudad. El cónsul, tomando por lamano a Léntulo (por hallarse a la sazón pretor) lelleva por sí mismo al templo de la Concordia, paradonde había convocado al Senado, y manda que losdemás sean conducidos con guardas al mismo sitio.Allí, en presencia de gran número de senadores,introduce a Volturcio y a los legados, y manda alpretor Flaco presentar la valija y cartas que habíansido interceptadas.

Volturcio preguntado <acerca de su viaje y delas cartas, y últimamente del designio que llevaba ylo que le había movido a ello, al principio tiró aembrollarlo fingiendo cosas muy distintas yhaciéndose el desentendido de la conjuración; peroluego que se le mandó responder bajo el seguro dela fe pública, decláralo todo según había pasado, yañade «que él pocos días antes había tomado aquelpartido a solicitud de Gabinio y Cepario y que nadasabía más que los legados; sólo sí, que había variasveces oído a Gabinio que en este concierto entraban

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Publio Autronio, Servio Sila, Lucio Vargunteyo yotros muchos. Lo mismo declaran los legados. Perono contestando Léntulo, fue reconvenido con sucarta y sus conversaciones en que decíafrecuentemente: «que los libros de las `Sibilaspronosticaban el reino de Roma a tres de la familiaCornelia; que los dos habían sido Cina y Sila y él erael tercero, a quien la suerte daba, que había deapoderarse de la ciudad, y, además de esto, queaquel era el año veinte de la quema del capitolio;año que los adivinos, en vista de algunos prodigios,habían muchas veces dicho en sus respuestas, quesería sangriento por guerras civiles. Leída, pues, lacarta y reconocidas por todos sus firmas, mandó elSenado «que así Léntulo (degradado antes de suempleo) como los demás cómplices, se asegurasensin apremio alguno en casas particulares. Léntulofue dado en guarda a Publio Léntulo Spinter, queera a la sazón edil, Cetego a Quinto Cornificio,Statilio a Cayo César, Gabinio a Marco Craso,Cepario (a quien alcanzaron en su fuga y le habíantraído poco antes) a Cneo Terencio Senador.

Entretanto la plebe, que con el deseo denovedades había fomentado tanto la guerra civil enlos principios, trocada enteramente, luego que se

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descubrió la conjuración, detestaba el designio deCatilina, ponía a Cicerón en las nubes y como quese había librado de una inminente esclavitud seocupaba en regocijos y alegrías. Porque al prontocreyó que cualquier otro desorden de los que traeconsigo la guerra civil, más que daño, podríaocasionarla algún pillaje, pero el incendio desdeluego vio ser cosa atroz y enorme, y que había deserla muy funesto, pues todos sus haberesconsistían en lo que consumía diariamente la ciudaden el sustento y la decencia. El día siguiente fuellevado al Senado cierto Lucio Tarquinio, el cualdecían que yendo a encontrar a Catilina, había sidocogido en el camino. Rste ofreció que descubriría laconjuración, con tal que se le indultase, y siendomandado por el cónsul declarar lo que supiese, dijoal Senado casi lo mismo que Volturcio de lasdisposiciones tomadas para quemar la ciudad ymatar a los fieles a la república, y de la venida de losenemigos, añadiendo «que le había enviado MarcoCraso para decir a Catilina que no le acobardase laprisión de Léntulo, Cetego y otros conjurados, yque por lo mismo se diese más prisa en acercarse aRoma para sacarlos cuanto antes del peligro yanimar a los demás, Cuando oyeron nombrar a

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Craso, sujeto noble, riquísimo y de suma autoridad,unos teniéndolo por cosa increíble, otros, bien quelo creyesen, considerando que en un tiempo comoaquel convenía más templar que irritar a un hombretan poderoso, y los más de ellos por particularesobligaciones que a Craso debían, claman a una voz«que es falsa la declaración de Tarquinio, y pidenque se vuelva a tratar de ello en el Senado.Propónelo de nuevo Cicerón y resuélvese apluralidad de votos «que la noticia es falsa y queTarquinio se mantenga preso hasta declarar porsugestión de quién ha fabricado tan enormecalumnia,,. No faltó en aquel tiempo quiensospechase que Publio Autronio había sido elinventor de aquella máquina, con el fin de que elnombre y poder de Craso y el riesgo que igualmentecorrería su persona, pusiese más fácilmente acubierto a los demás. Otros decían que Tarquinioera un echadizo de Cicerón, por medio de queCraso alborotase la república, tomando a su cargo laprotección de los malvados, según tenía decostumbre. Yo mismo oí después a Craso decirpúblicamente que Cicerón era quien le había puestotan afrentosa nota.

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Pero esto se aviene mal con que en el mismotiempo ni Quinto Catulo, ni Cayo Pisón pudieronconseguir de él por amistad, por ruegos ni dinero,que los alóbroges u otro delator nombrasencalumniosamente a Cayo César, de quien amboseran mortales enemigos; Pisón, porque César lehabía convencido en juicio de haber por cohechosentenciado injustamente a muerte a ciertotranspadano; Catulo, porque siendo de avanzadaedad y habiendo obtenido los primeros empleos, nopodía sufrir que en competencia suya se hubiesedado el pontificado a César, que era aún mozo. Y laocasión no podía ser mejor para autorizar lacalumnia, porque César por su insigne liberalidadcon sus amigos y por los espectáculos magníficosque había dado al pueblo, se hallaba sumamenteadeudado. Pero al fin, desengañados de que nopodían inducir al cónsul a tan gran maldad, ellos porsí mismos (hablando a unos y a otros y fingiendocosas que decían haber oído a Volturcio y a losalóbroges) conciliaron a César tan grandeaborrecimiento, que algunos caballeros romanos delos que guardaban armados el templo de la Con-cordia, dejándose llevar de lo grande del peligro odel impulso de su generosidad para acreditar más su

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amor a la república, le pusieron al pecho las espadasal tiempo que salía del Senado.

Mientras en él se trataban estas cosas y seacordaba la recompensa que debía darse a loslegados de los alóbroges y a Tito Volturcio, porhaberse hallado ciertas sus declaraciones, loslibertos y algunos ahijados de Léntulo andaban cadauno por su lado solicitando por las calles a losartesanos y a los siervos para libertarle; otros hacíanpor ganar a los capataces de ciertas cuadrillas degente agavilladas, que solía alquilarse para inquietara la república. Cetego por su parte rogaba, pormedio de emisarios, a sus familiares y libertos, genteescogida y abonada para cualquier arrojo, quehechos un pelotón penetrasen con sus armas hastadonde él estaba. El cónsul, que entendió lo que seiba preparando, dispone su gente según el tiempo ycaso pedían, junta Senado y propone en él: ¿qué lesparecía se hiciese de los que estaban presos? Yapoco antes la mayor parte de los votos los habíadeclarado traidores a la república. Decio JunioSilano, que por hallarse designado cónsul fuepreguntado el primero, votó por entonces, quedebían condenarse a muerte, y no sólo ellos, sinotambién Lucio Casio, Publio Furio, Publio

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Umbreno y Quinto Anio, si pudiesen ser habidos.Pero después, haciéndole fuerza el razonamiento deCayo César, dijo se conformaría con el dictamen deTiberio Nerón, que era que se volviese a tratar elpunto y entretanto se doblasen las guardas. César,cuando le llegó su vez, siendo preguntado por elcónsul habló de esta suerte:

«Padres conscriptos: Los que han de dardictamen en negocios graves y dudosos deben estardesnudos de odio, de amistad, de ira y compasión.No es fácil que el ánimo descubra entre estosestorbos la verdad, ni nadie acertó jamás siguiendosu capricho. Prevalece el ánimo, cuando se aplicalibremente; si nos preocupa la pasión, ella domina,el ánimo nada puede. Gran copia de ejemplarespudiera yo traer padres conscriptos, de reyes yrepúblicas que por dejarse llevar de la compasión odel enojo tomaron resoluciones de Marco Crasopara decir a Catilina que no le acobardase la prisiónde Léntulo, Cetego y otros conjurados, y que por lomismo se diese más prisa en acercarse a Roma parasacarlos cuanto antes del peligro y animar a losdemás. Cuando oyeron nombrar a Craso, sujetonoble, riquísimo y de suma autoridad, unosteniéndolo por cosa increíble, otros, bien que lo

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creyesen, considerando que en un tiempo comoaquel convenía más templar que irritar a un hombretan poderoso, y los más de ellos por particularesobligaciones que a Craso debían, claman a una voz«que es falsa la declaración de Tarquinio, y pidenque se vuelva a tratar de ello en el Senado.Propónelo de nuevo Cicerón y resuélvese apluralidad de votos «que la noticia es falsa y queTarquinio se mantenga preso hasta declarar porsugestión de quién ha fabricado tan enormecalumnia,,. No faltó en aquel tiempo quiensospechase que Publio Autronio había sido elinventor de aquella máquina, con el fin de que elnombre y poder de Craso y el riesgo que igualmentecorrería su persona, pusiese más fácilmente acubierto a los demás. Otros decían que Tarquinioera un echadizo de Cicerón, por medio de queCraso alborotase la república, tomando a su cargo laprotección de los malvados, según tenía decostumbre. Yo mismo oí después a Craso decirpúblicamente que Cicerón era quien le había puestotan afrentosa.

Pero esto se aviene mal con que en el mismotiempo ni Quinto Catulo, ni Cayo Pisón pudieronconseguir de él por amistad, por ruegos ni dinero,

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que los alóbroges u otro delator nombrasencalumniosamente a Cayo César, de quien amboseran mortales enemigos; Pisón, porque César lehabía convencido en juicio de haber por cohechosentenciado injustamente a muerte a ciertotranspadano; Catulo, porque siendo de avanzadaedad y habiendo obtenido los primeros empleos, nopodía sufrir que en competencia suya se hubiesedado el pontificado a César, que era aún mozo. Y laocasión no podía ser mejor para autorizar lacalumnia, porque César por su insigne liberalidadcon sus amigos y por los espectáculos magníficosque había dado al pueblo, se hallaba sumamenteadeudado. Pero al fin, desengañados de que nopodían inducir al cónsul a tan gran maldad, ellos porsí mismos (hablando a unos y a otros y fingiendocosas que decían haber oído a Volturcio y a losalóbroges) conciliaron a César tan grandeaborrecimiento, que algunos caballeros romanos delos que guardaban armados el templo de la Con-cordia, dejándose llevar de lo grande del peligro odel impulso de su generosidad para acreditar más suamor a la república, le pusieron al pecho las espadasal tiempo que salía del Senado.

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Mientras en él se trataban estas cosas y seacordaba la recompensa que debía darse a loslegados de los alóbroges y a Tito Volturcio, porhaberse hallado ciertas sus declaraciones, loslibertos y algunos ahijados de Léntulo andaban cadauno por su lado solicitando por las calles a losartesanos y a los siervos para libertarle; otros hacíanpor ganar a los capataces de ciertas cuadrillas degente agavilladas, que solía alquilarse para inquietara la república. Cetego por su parte rogaba, pormedio de emisarios, a sus familiares y libertos, genteescogida y abonada para cualquier arrojo, quehechos un pelotón penetrasen con sus armas hastadonde él estaba. El cónsul, que entendió lo que seiba preparando, dispone su gente según el tiempo ycaso pedían, junta Senado y propone en él: ¿qué lesparecía se hiciese de los que estaban presos? Yapoco antes la mayor parte de los votos los habíadeclarado traidores a la república. Decio JunioSilano, que por hallarse designado cónsul fuepreguntado el primero, votó por entonces, quedebían condenarse a muerte, y no sólo ellos, sinotambién Lucio Casio, Publio Furio, PublioUmbreno y Quinto Anio, si pudiesen ser habidos.Pero después, haciéndole fuerza el razonamiento de

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Cayo César, dijo se conformaría con el dictamen deTiberio Nerón, que era que se volviese a tratar elpunto y entretanto se doblasen las guardas. César,cuando le llegó su vez, siendo preguntado por elcónsul habló de esta suerte:

«Padres conscriptos: Los que han de dardictamen en negocios graves y dudosos deben estardesnudos de odio, de amistad, de ira y compasión.No es fácil que el ánimo descubra entre estosestorbos la verdad, ni nadie acertó jamás siguiendosu capricho. Prevalece el ánimo, cuando se aplicalibremente; si nos preocupa la pasión, ella domina,el ánimo nada puede. Gran copia de ejemplarespudiera yo traer, padres conscriptos, de reyes yrepúblicas que por dejarse llevar de la compasión odel enojo tomaron resoluciones muy erradas; peromás quiero acordaros lo que nuestros mayores,sabiamente, y con grande acierto, ejecutaron envarias ocasiones contra lo que les dictaba su pasión.En la guerra de Macedonia que tuvimos con el reyPerseo, la ciudad de Rodas, grande y opulenta, quedebía sus aumentos al favor del pueblo romano, nosfue desleal y contraria, pero después que, concluidala guerra, se trató qué debería hacerse de los rodios,pareció a nuestros mayores dejarlos sin castigo, por

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que no se dijese que sus riquezas, más que la injuria,nos habían hecho tomar las armas. Asimismo en lastres guerras púnicas, habiendo los cartagineses entiempo de paz y treguas hecho muchas veces cosasindignas de contarse, jamás los nuestros, aunbrindados de la ocasión, quisieron imitarlos, porqueno miraban tanto a lo que podían justamente hacer,como a lo que correspondía a su decoro. Pues esto,esto mismo debéis vosotros, padres conscriptos,mirar atentamente, no sea que la maldad de PublioLéntulo y de los demás reos se haga más lugar envuestros ánimos que vuestra dignidad; ni tiréis mása desahogar la ira, que a mantener la reputación devuestro nombre. Porque si en la realidad se hallasecastigo correspondiente a su delito, me allano desdeluego a la novedad que se propone, pero si excedesu maldad a cuanto pueda discurrirse, ¿a qué finapartarnos de lo que tienen establecido nuestrasleyes? Los más de los que han votado hasta ahora sehan lastimado con grande afectación y pompa depalabras de la desgracia que amenaza a la república,contándonos menudamente cuán cruel guerra seríaésta y cuántas las calamidades de los vencidos, queserían robadas las doncellas y los niños, arrancadoslos hijos del regazo de sus madres, las matronas

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expuestas al desenfreno de los vencedores, los tem-plos y las casas saqueadas, que no habría sinomuertes e incendios, y últimamente que se llenaríatodo de armas, de cadáveres, de sangre y delamentos. Pero, por los dioses inmortales, ¿a quépropósito esto? ¿Acaso para irritaros contra laconjuración? Por cierto, que harán gran fuerza laspalabras a quien no la hiciese la realidad de unhecho tan atroz. No es esto, pues, sino que a nadieparecen pequeñas sus injurias, y que muchos lasllevan más allá de lo justo. Pero no todo, padresconscriptos, es permitido a todos. Los que vivenuna vida privada y oscura , si alguna vez searrebatan de la ira, lo saben pocos, ellos y sus cosasse ignoran igualmente; pero a los que obtienen elmando y están en grande altura, nadie hay que noles observe hasta los hechos más menudos, y así enla mayor fortuna hay menos libertad de obrar. Niapasionarse ni aborrecer pueden; pero muchomenos airarse, porque lo que en particular sería ira,en ellos se tiene por soberbia y crueldad. Yo, pues,conozco bien, padres conscriptos, que en la realidadno hay castigo que iguale a sus maldades; pero lasgentes por lo común se acuerdan sólo de lo últimoque vieron, y olvidándose del delito de los

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malhechores, murmuran de la pena, si es algúntanto rigurosa. Cuanto ha dicho Decio Silano, varónde esfuerzo y entereza, me consta haberlo dicho porel bien de la república, y que no es capaz de obraren un negocio tan grave por enemistad o por favor;tales son sus costumbres, tal su moderación, queconozco a fondo, pero su dictamen me parece, nodigo cruel (porque contra hombres tales, ¿qué habráque pueda serlo?), sino ajeno del espíritu de nuestrarepública. Porque a la verdad, oh Silano, sólo elmiedo a la república vindicta te ha podido inducir,hallándote cónsul designado, a establecer un génerode castigo desconocido en nuestras leyes. Del miedoes ocioso hablar, habiendo tanta gente en armas,por la oportuna providencia de nuestro insignecónsul. En cuanto al castigo, pudiera yo decir lo quehay en ello: que para los infelices la muerte, lejos deser pena, es descanso de sus trabajos, que con ellaexpiran los males todos y que después no queda yalugar al gozo ni al cuidado. Pero, por los diosesinmortales, ¿por qué no añadiste a tu voto, queantes de darles muerte fuesen azotados? ¿Acasoporque lo prohibe la ley Porcia? Pues no menosprohiben otras leyes que a los ciudadanos romanos,aun después de condenados, se les quite la vida,

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permitiéndoles que salgan desterrados. ¿Acaso porparecerte los azotes pena más dura que la muerte?¿Qué pena, habrá, pregunto, que pueda llamarsecruel o demasiadamente dura contra hombresconvencidos de un crimen tan enorme? Si alcontrario, ¿porque es pena más leve? Mal se avieneque la ley se observe en lo que es menos, y que enlo principal se traspase y atropelle. ¿Pero quiénpodrá reprender, me dirás tú, cualquiera resoluciónque se tomase contra unos parricidas de larepública?

¿Quién? El tiempo, el día de mañana, la fortuna,que gobierna los acaecimientos humanos por suantojo. A ellos por mucho que se les castigue, se lotendrán bien merecido, pero vosotros, padresconscriptos, mirad lo que al mismo tiempo vais aresolver contra los demás. Cuantos abusos vemos,tuvieron buen principio, pero si viene a caer elmando en manos de ignorantes o malvados, elnuevo ejernplar que se hizo con los merecedores ydignos de castigo, se extiende a los que no lo son.Los lacedernonios, después de haber vencido a losde Atenas, les pusieron treinta sujetos quegobernasen su república. Éstos en los principios acualquiera que veían pernicioso y malquisto, lo

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sentenciaban a muerte sin hacerle causa, de lo que elpueblo se alegraba y decía que era muy bien hecho;pero después que poco a poco fue esta libertadtomando ensanches, mataban indistintamente abuenos y malos por su antojo, llenando de terror alos demás. De esta suerte la ciudad esclava yoprimida pagó muy bien la pena de su necia alegría.Cuando en nuestros días Sila, dueño ya de todo,mandó matar a Damasipo y a otros tales que sehabían engrandecido a costa de la república, ¿quiénhubo que no lo celebrase? Decían todos que se lotenían bien merecido unos hombres turbulentos ymalvados, que habían inquietado a la república consediciones y tumultos. Pero esto fue origen de grancalamidad, porque después lo mismo era codiciaralguno la casa o heredad; no aun tanto, la alhaja o elvestido ajeno que procurar se desterrase a su dueño.De esta suerte los mismos que en la muerte deDamasipo se habían alegrado, poco después eranarrastrados al suplicio; ni cesó la carnicería hasta queSila llenó de riquezas a los suyos. No es decir que yotema esto siendo Marco Tulio cónsul o en nuestrostiempos, pero como en una ciudad grande, cual estaes, hay muchos y muy diversos modos de pensar,puede otro día, puede en el consulado de otro, que

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tenga también ejército a su mando, adoptarse algunasiniestra idea por verdad. Si entonces, pues, elcónsul autorizado con este ejemplar y con undecreto del Senado, llegase a desenvainar la espada,¿quién habrá que le contenga o le ponga coto?Nuestros mayores, padres conscriptos, nuncaestuvieron faltos de prudencia ni valor, pero no sedesdeñaban por eso de imitar lo que les parecía bienen las leyes y gobierno de otros pueblos. Laarmadura militar y las lanzas las tomaron en lamayor parte de los sanmitas, las insignias de los ma-gistrados de los etruscos, y en una palabra, cuantoen cualquiera parte fuese entre confederados oenemigos, encontraban útil, todo lo trasladaban conel mayor cuidado a su república; queriendo másparecerse que despreciar a los buenos. Esto hizotambién que adoptasen por el mismo tiempo lacostumbre de Grecia, castigando con azotes a losciudadanos, y una vez condenados, con el últimosuplicio. Pero después que fue creciendo larepública y con la muchedumbre de ciudadanos seengrosaron los partidos, caían en el lazo los que notenían culpa y se hacían muchas tropelías. Paraatajarlas se publicó entonces la ley Porcia y otras, enque se permite a los reos que salgan desterrados.

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Esta razón, padres conscriptos, es en mi juicio degrandísimo peso para que no se haga novedad. Sinduda los que de tan cortos principios tantoengrandecieron el imperio, tendrían más caudal devalor y sabiduría que nosotros, que apenas sabemosconservar lo que ellos tan justamente adquirieron.¿Pero qué? ¿Pensáis por esto que juzgo que se lessuelte y que se aumente con ellos el ejército deCatilina? De ningún modo, sino que sus bienes seconfisquen, sus personas se repartan y aseguren enlas cárceles de aquellos municipios que son másfuertes y poderosos, que nadie proponga al Senadoni trate con el pueblo acerca de ellos, y si de hechoalguno lo intentare, que el Senado desde luego ledeclare por enemigo del bien común y de larepública.

Habiendo César acabado de decir, los senadoresde palabra y de otros modos aprobaban entre sí suparecer. Pero Marco Porcio Catón, siéndole pedidosu dictamen, habló de esta suerte:

«Muy de otro modo pienso yo, padresconscriptos, cuando considero nuestra situación ylos peligros que nos cercan, Y especialmentecuando reflexiono los votos que acabo de oir aalgunos. Éstos, a mi entender, no han tratado sino

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del castigo de los que han intentado la guerra contrasu patria, sus padres, sus aras, y sus hogares; pero elcaso, más que consultas sobre la pena de los reos,pide que pensemos el modo de precavernos deellos. Porque otros delitos no se castigan hastadespués de ejecutados; éste, si no se ataja en losprincipios, una vez que suceda, no hay adondeapelar; perdida la ciudad, ningún recurso queda a losvencidos. Pero, por los dioses inmortales, convosotros hablo que habéis siempre tenido en másque a la república, vuestras casas, heredades,estatuas y pinturas; si queréis mantener, tales cualesson estas cosas, a que tan asidos vivís; si queréisgozar tranquilamente de vuestros deleites, despertaduna vez y atended a la defensa de la república. Nose trata por cierto ahora de tributos, ni de vengarinjurias hechas a nuestros confederados; trátase denuestra libertad y nuestra vida, que están a canto deperderse. Muchas veces, padres conscriptos, hehablado y largamente en este sitio, muchas hedeclamado contra el lujo y la avaricia de nuestrosciudadanos, con lo que me he granjeado hartosdesafectos. Como ni a mí mismo me hubiera yoperdonado, en caso de haber cometido o intentadoalgún exceso, tampoco me acomodaba fácilmente a

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disculpar los ajenos, atribuyéndolos a la ligereza desus autores. Y aunque vosotros ningún caso hacíaisde mis palabras, la república se mantenía firme, suopulencia sobrellevaba este descuido. Pero hoy nose trata de reforma de costumbres, ni de los límiteso de la magnificencia del imperio romano; sino, sitodas estas cosas sean en vuestro aprecio cualesfueren, han de permanecer nuestras o pasar,juntamente con nosotros, a poder de los enemigos.¿Y hay a vista de esto, quien tenga aliento paratomar en boca la mansedumbre y la piedad? Hamucho que se han perdido en Roma los verdaderosnombres de las cosas, porque el derramar lo ajenose llama liberalidad, el arrojarse a insultos ymaldades, fortaleza; a tal extremo ha llegado larepública. Sean, pues, enhorabuena liberales (ya queasí lo llevan las costumbres) con la hacienda de losconfederados, no con nuestra sangre. Sean piadososcon los ladrones del erario, pero por salvar la vida acuatro malhechores no quieran arruinar al resto delos buenos. Poco antes Cayo César habló en estelugar con gran delicadeza y artificio de la vida y de lamuerte, teniendo, a lo que parece, por falso lo quenos cuentan del infierno; es, a saber, que los malos,por diferente rumbo que los buenos, son destinados

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a unos lugares tristes, incultos, horribles yespantosos; y conforme a esto concluyó diciendo,que se les confisquen las haciendas y sus personasse repartan por las cárceles de los municipios, nosea que si quedan en Roma los cómplices de laconjuración el populacho ganado por dinero lossaque por fuerza de la prisión, como si sólo hubiesegente malvada en Roma y no sucediera lo mismo entoda Italia; o no fuese más de temer una violencia,donde hay menores fuerzas para oponerse a ella.Por cuya razón es poco sano este consejo, si Césarrecela algo de parte de los conjurados; pero si sóloél deja de temer, cuando están todos tan poseídosdel terror, tanto más conviene que yo tema; y nosólo por mí, sino por vosotros. Tened, pues, porcierto que lo que resolviereis contra Publio Léntuloy los demás reos, lo resolvéis al mismo tiempocontra el ejército entero de Catilina y contra losconjurados; que cuanto con más calor y aplicacióntratéis este negocio, tanto decaerán ellos de ánimo, yque por poco que vean que aflojáis, os insultaráncon más orgullo. No juzguéis que nuestros mayoresengrandecieron con las armas su pequeña república.Si fuese así, mucho más floreciente estuviera ahora,que tenemos más ciudadanos y aliados, y además de

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esto más copia de armas y caballos que tuvieronellos. Otras cosas los hicieron grandes de quenosotros enteramente carecemos: es, a saber, en lapaz la aplicación a los negocios, en tiempo de guerrael gobierno templado y justo, la libertad en dardictámenes sin miedo ni pasión. En lugar de estoreina en nosotros el lujo y la avaricia, el públicoexhausto, los particulares opulentos; queremos serricos y huimos el trabajo; no hay diferencia delbueno al malo; la ambición lleva los premiosdebidos a la virtud. Ni puede ser otra cosa, puestoque en vuestras resoluciones nadie mira sino por sí;que en vuestras casas servís a los deleites y placeres,aquí a vuestra codicia o al favor. De donde nace,que desamparada la república, la invade cualquierapor su antojo. Pero dejemos esto. Conspiraron unosciudadanos principalisimos a abrasar la patria;llamaron por auxiliares a los galos, mortalesenemigos del nombre romano; tenemos a sucaudillo con un ejército sobre nosotros, y aún ahoraestáis sin resolveros, dudando qué haréis de losenemigos cogidos dentro de vuestras murallas. Digoque os apiadéis de ellos, porque son unos jóvenesque no tienen más delito que haberse dejado llevarde la ambición, y aun añado que los dejéis ir

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armados. Yo sé que esta intempestiva mansedumbrey piedad, cuando otro día tomen las armas, seconvertirá en vuestra ruina. A la verdad el apuro esgrande, bien lo conocéis, pero afectáis no tener mie-do. SI, teméis, y mucho; mas por vuestra inacción yflojedad, esperándoos el uno al otro, tardáis enresolveros, fiados, a lo que parece, en los diosesinmortales, que en otras ocasiones libraron a estarepública de grandísimos peligros. Tened, pues,entendido que no se logra el favor de los dioses convotos ni plegarias de mujeres; que cuando se vela, setrabaja y consulta desapasionadamente, todo salebien; pero si nos abandonamos a la pereza y desidia,es ocioso clamar a los dioses: nos son entoncesadversos y contrarios. En tiempo de nuestrosmayores, Aulo Manlio, Torcuato, en la guerra quetuvimos con los galos, mandó matar a un hijo suyopor haberse combatido con su enemigo contra elorden que se había dado; y así aquel mancebo ilustrepagó con su cabeza la pena de su valor malcontenido: ¿y vosotros os detenéis en resolvercontra unos cruelísimos parricidas? Hacéis bien, queel resto de su vida disculpa esta maldad. Tened,tened, pues, miramiento a la dignidad de Léntulo, sile hubiese él jamás tenido a su honestidad, a su

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crédito, a los dioses o a los hombres. Perdonad a lospocos años de Cetego, si fuese ésta la vez primeraque hace guerra a su patria. ¿Y qué diré de Gabinio,Statilio y Cepario, los cuales si hubiesen alguna vezmirado a su deber, seguramente no hubieranpensado como pensaron contra la república? Enconclusión, padres conscriptos, si un delito pudierapermitirse, os juro que dejarla de buena gana que osescarmentase la experiencia, puesto que no hacéiscaso de mis palabras. Pero nos hallamos sitiados portodas partes. Catilina por un lado nos estrecha consu ejército, dentro de la ciudad y en su mismo senose abrigan otros enemigos; ni resolverse nada, niprevenirse puede sin que ellos lo sepan, por lo queimporta más la brevedad. Y así mi sentir es, quehabiendo la república llegado a un peligro extremo,por la traición de estos malvados ciudadanos, loscuales por las deposiciones de Tito Volturcio y delos legados de los alóbroges se hallan convictos yconfesos de haber maquinado incendios, muertes yotras enormes crueldades contra sus conciudadanosy la patria, se les imponga el último suplicio, segúnla costumbre de nuestros mayores, como a notoriasreos de delitos capitalesa.

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Sentado Catón, los consulares todos y gran partedel Senado aplauden su dictamen, poniendo suvalor en las nubes; otros se reprenden entre si sufalta de resolución; Catón es tenido por hombreilustre y grande, y el decreto del Senado sale segúnsu parecer. Pero yo, habiendo leído y oído muchode los heroicos hechos del pueblo romano, así enpaz como en las guerras que hizo por mar y tierra,tuve acaso la curiosidad de inquirir qué fue lo queprincipalmente pudo haber sostenido en Roma elpeso de tan grandes negocios. Porque veía que elpueblo romano había combatido contra grandeslegiones de enemigos, por lo regular con un puñadode gente; que había hecho guerra a reyes poderososcon ejércitos pequeños; que habla, asimismo,experimentado varios reveses de fortuna, y que erainferior a los griegos en elocuencia y a los galos encrédito de guerreros. Y después de mucha reflexióny examen, venía a concluir que todo se debía al granvalor de pocos ciudadanos, y que por ellos venció lapobreza a las riquezas y el corto número a grandesmuchedumbres. Pero después que la ciudad seestragó con el lujo y la desidia, sobrellevaba aún larepública con su grandeza los vicios de susgenerales y magistrados, sin haber dado a luz en

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muchos años, como madre ya infecunda, varónalguno de señalada virtud. No obstante esto, huboen mi tiempo dos que ciertamente lo fueron,aunque de costumbres diferentes. Marco Catón yCayo César; y pues nos los presenta la ocasion, noquiero dejarla pasar sin decir lo mejor que sepa elgenio y calidades de uno y otro.

Fueron, pues, éstos casi iguales en nacimiento,edad y elocuencia; iguales en grandeza de ánimo yen gloria, pero cada uno por su rumbo. César erareputado grande por su liberalidad y beneficios;Catón por la integridad de su vida. A aquél hizoilustre su piedad y mansedumbre; a éste, respetablesu severidad. César se granjeó fama dando, soco-rriendo y perdonando; Catón, sin dar a nadie nada.Uno era el asilo de los miserables; otro, la ruina delos malos. De aquél se alababa la afabilidad; de éste,la constancia. En suma, César tenía por máximatrabajar, desvelarse, atender a los negocios de susamigos, descuidando de los suyos; no negar cosaque fuese razonable; para sí apetecía dilatadomando, ejército y guerra nueva en que campease suvalor. Catón. ponía su mira en la moderación, en eldecoro y especialmente en la entereza de ánimo. Yasí no aspiraba a ser más rico, ni a tener más séquito

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que otros, sino a exceder al esforzado en valor, almodesto en honestidad, al virtuoso en integridad decostumbres; quería, en fin, más ser bueno queparecerlo, con lo que cuanto menos pretendíagloria, tanto se la conciliaba mayor.

Abrazado, como he dicho, por el Senado elparecer de Catón, el cónsul creyendo que lo mejorsería ganar la noche, que se iba ya acercando, nofuera que en ella ocurriese alguna novedad, mandaque los triunviros de las causas capitales prevenganlo necesario para la ejecución del castigo; yapostadas las guardas en los sitios convenientes,conduce a Léntulo a la cárcel y los pretores ejecutanlo mismo con los otros. Hay en ella (conformeempezamos a subir, a mano izquierda) un lugarllamado Tuliano, metido como doce pies debajo detierra, cercado por todos lados de pared y con subóveda de piedra encima. Su aspecto es horrible yespantoso por no habitarse y por su oscuridad y malolor. Metido allí Léntulo, los verdugos, según elorden que tenían, le dieron garrote, y de esta suerteaquel varón patricio, de la ilustrisima familia de losCornelios, que había obtenido el consulado, tuvo unfin correspondiente a sus costumbres y a sus obras.

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Lo mismo se ejecutó con Cetego, Statilio, Gabinio yCepario.

Mientras pasaba esto en Roma, Catilina, de todala gente que había llevado consigo y la que ya teníaManlio, formó dos legiones, llenando las cohortessegún lo permitía el número, y después conformefueron llegando otros a sus reales, ya fuesenvoluntarios, ya de los conjurados, los había idodistribuyendo igualmente entre ambas, de formaque en breve tiempo estuvieron completas, noteniendo al principio sino dos mil hombres, pero deesta gente sólo una cuarta parte estaba armadasegún el uso de la milicia; los demás llevabanganchos, lanzas o pértigas agudas, según armó acada uno de pronto la casualidad. Ya que se ibaacercando Antonio con su ejército, Catilina andabapor los montes moviendo sus reales, unas veceshacia Roma, otras hacia la Galia, sin dar jamás lugarde pelear al enemigo, porque esperaba de día en díagrandes socorros de gente si en Roma losconjurados perfeccionaban su empresa. Por lomismo persistía en no admitir a los esclavos, que engran número concurrieron a él en los principios, yaporque confiaba mucho en las fuerzas de laconjuración, ya porque le parecía contra su decoro

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dar parte a aquella gente baja y fugitiva en una causapropia de ciudadanos.

Pero cuando llegó el aviso a los reales de que enRoma se había descubierto la conjuración y quehabían sido castigados Léntulo, Cetego y los demásque referí antes, escapan los más de aquellos aquienes había atraído a la guerra la esperanza delpillaje o el deseo de novedades; el resto sigue agrandes jornadas a Catilina por unos montesásperos hacia el territorio pistoriense, con ánimo deretirarse por veredas ocultas a la Galia. Pero QuintoMetelo Céler mandaba con tres legiones en lacampaña del Piceno, y por el estrecho en que veíapuesto a Catilina, conjeturaba que haría lo mismoque se dijo poco antes. Y así luego que entendió porlos desertores adónde se encaminaba, mueve congran diligencia sus reales y apuéstase a las raícesmismas de los montes por donde había de bajarpara ir a la Galia. Ni Antonio estaba lejos de allí,dispuesto a seguir con el grueso del ejército por lallanura a los que quisiesen ponerse en huida. PeroCatilina cuando se vio cerrado entre los montes ylos enemigos, que en Roma todo había ido mal yque no quedaba esperanza alguna de socorro, ni deponerse en salvo, creyendo que en tal apuro lo

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mejor sería aventurar una batalla, resolvió pelearcuanto antes con Antonio, y llamando a su gente loshabló de esta suerte:

Sé bien, ¡oh soldados!, que las palabras a nadieinfunden valor, y que ningún ejército se hizoesforzado de cobarde, ni de tímido animoso por lasarengas de los generales. El fondo de valor quetiene en sí cada uno por su nacimiento, o su crianza,ése, y no más, se hace ver en la guerra. A quien ni elhonor ni los peligros mueven, es ocioso exhortarle:el miedo le tapa los oídos. Os he llamado, pues,para advertiros ciertas cosas y descubriros el motivode mi resolución. No ignoráis, soldados, cuánfunesta ha sido para Léntulo y dañosa para nosotrossu flojedad y su desidia, y de qué suerte, por esperarlos socorros de Roma, se me ha cortado la retirada ala Galia. Cuál sea ahora nuestra situación, lo sabéistodos no menos que yo. Estamos entre dos ejércitosenemigos: uno nos cierra el paso para Roma, otropara la Galia. Mantenernos más tiempo en este sitio,aunque queramos, es imposible por falta de víveres.Vayamos adonde quiera, es preciso abrirnos caminocon la espada. Por esto os ruego y amonesto que osesforcéis y dispongáis para la batalla, y puestos enella os acordéis que lleváis en vuestras manos las

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riquezas, la honra, la gloria y, además de esto,vuestra libertad y vuestra patria. Si venciéremos, encualquier parte estaremos seguros, tendremos copiade bastimentos, nos abrirán las puertas losmunicipios y colonias; pero si cedemos, todo sevolverá contra nosotros, y ni lugar ni amigo algunodefenderá a quienes no hayan antes defendido susarmas. Además de esto, ¡oh soldados!, es muy otranuestra precisión que la de los enemigos. Nosotrospeleamos por la patria, por la libertad y por la vida;a ellos nada les importa sacrificarse por el poder dealgunos pocos. Por eso debéis acometerlos con másbrío, trayendo a la memoria vuestro antiguo valor.En vuestra mano estuvo pasar la vidaafrentosamente en un destierro, y aun pudisteisalguno, después de haber perdido las haciendas,quedar en Roma, atenidos a la merced ajena. Porqueuno y otro os pareció cosa indigna e intolerable agente honrada, os habéis metido en este empeño.Para salir, pues, de él, es menester valor. Nadietrueca la guerra por la paz, sino el que vence; yesperar salvarse con la fuga, sin oponer al enemigolas armas con que el cuerpo se defiende, es locuradeclarada. Siempre en las guerras peligran más losque más temen; por el contrario, el valor sirve de

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muralla. Cuando pienso, ¡oh soldados!, quiénes soisy considero vuestras hazañas, entro en granconfianza de la victoria. Vuestro brío, vuestra edad,vuestro valor me alientan mucho; y también lanecesidad en que nos hallamos, la cual da esfuerzoaun a los cobardes, y más no pudiendo el enemigocercarnos con su muchedumbre, por la estrechezdel sitio. Pero si la fortuna fuese contraria a vuestrovalor, procurad no morir sin vender caras vuestrasvidas; y no queráis más que os degüellen después dehaberos preso y atado como ovejas, que dejar alenemigo en las manos una sangrienta y dolorosavictoria, peleando como varones esforzados.

Dicho esto, detúvose un poco; luego manda darla señal y conduce a un lugar llano la gente puestaen orden. Después, haciendo retirar todos loscaballos, a fin de que los soldados, viendo el peligroigual, se esforzasen más, él mismo a pie escuadronael ejército, según lo permitían el lugar y el número,porque conforme se extendía la llanura entre losmontes que tenía a su izquierda y un gran risco quehabía a la derecha, colocó ocho cohortes de frente,poniendo las demás compañías algo más apiñadasen el cuerpo de reserva, del cual entresacó a todoslos centuriones, a los veteranos voluntarios y a

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cuantos entre los soldados rasos veía bien armados,pasándolos a las primeras filas. Manda, asimismo,que Cayo Manlio cuide del ala derecha y ciertofesulano de la izquierda, quedándose él con suslibertos y colonos cerca del águila o bandera, quedecían ser la misma que tuvo en su ejército CayoMario en la guerra con los cimbros.

Por su parte, Cayo Antonio, hallándose enfermode la gota y no pudiendo asistir a la batalla, entregóel mando del ejército a Marco Petreyo, su legado.Este pone en el frente las cohortes veteranas, quehabla vuelto a alistar por causa de esta guerra; detrásde ella coloca el resto del ejército para el socorro y,girando a caballo por las filas, nombra a cada unode los soldados por su nombre y los exhorta y ruegaque miren que van a pelear con unos ladronesdesarmados, por la patria, por sus hijos, por sus arasy sus hogares. Como era hombre de guerra, quetreinta y más años que militaba con gran crédito yhabía sido tribuno, prefecto, legado y pretor en elejército, conocía a los más de ellos y sabía susparticulares hazañas, y con traérselas a la memoriainflamaba los ánimos de los soldados.

Pero después que reconocido todo, mandóPetreyo dar la señal con las trompetas, dispone que

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las cohortes se vayan poco a poco adelantando. Lomismo hace el ejército enemigo. Ya que llegaron atiro los ferentarios, trábase la batalla con grandisimavocería, dejan las armas arrojadizas y viénese a laespada. Los veteranos, acordándose de su valorantiguo, estrechan de cerca a los enemigos. Estosresisten con igual valor y así se pelea congrandísimo empeño de ambas partes. EntretantoCatilina con los más desembarazados andaba en elprimer escuadrón, socorriendo a los que lonecesitaban, sustituyendo sanos en lugar de heridos,acudiendo a todo, peleando mucho por sí mismo ehiriendo frecuentemente al enemigo. En suma,hacía a un mismo tiempo los oficios de buengeneral y de soldado valeroso. Cuando Petreyo, alrevés de lo que tenía creído, vio que Catilina resistíacon tanto esfuerzo, hace que la cohorte pretoriarompa por medio de los enemigos, con lo que,desordenándolos, mata a cuantos le hacían frente yacomete después por ambas partes a los de loslados. Manlio y el fesulano caen peleando entre losprimeros. Catilina, luego que vio deshecho suejército y que le habían dejado con muy pocos,acordándose de su nobleza y de su antiguo estado,

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métese por lo más espeso de los enemigos, dondepeleando cayó atravesado de heridas.

Acabada la batalla, se echó de ver cuántadeterminación y esfuerzo había en el ejército deCatilina, porque casi el mismo sitio que cadasoldado ocupó al darse la batalla, cubría despuéscon su cadáver; sólo aquellos pocos a quienesdesordenó la cohorte pretoria, rompiendo pormedio de ellos, murieron algo separados; pero todoshaciendo cara al enemigo. Catilina fue hallado entrelos muertos, lejos de los suyos, -que aún respiraba ymantenía en su rostro aquella fiereza, que habíatenido vivo. últimamente de todo aquel ejército nien la batalla ni en alcance se hizo siquiera unciudadano prisionero; de tal suerte habían todosmirado tan poco por sus vidas, como por las de susenemigos. Ni la victoria fue para el ejército delpueblo romano alegre o poco costosa, porque losmás valerosos o habían muerto en la batalla ohabían sido gravemente heridos, y muchos quesalieron de los reales por curiosidad o por despojara los enemigos, se encontraban entre los cadáveres,unos con el amigo, otros con el huésped o elpariente, y hubo algunos que aun a sus enemigosconocieron. De esta suerte la alegría y tristeza, el

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gozo y los llantos iban alternando por todo elejército.