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3V. Las vicisitudes de la pulsión de saber en ciertos duelos especiales Julia Braun de Dunayevich María Lucila Pelento Saber es la ordenación de lo que una época puede decir (sus enunciados) y ver (sus evidencias).' Michel Foucault Durante el siglo XX dos acontecimientos de inusitada gravedad, el ho- locausto judío y el genocidio de Hiroshima, produjeren efectos tales que condujeron a psiquiatras y psicoanalistas a enfrentarse con nuevas rea- lidades clínicas. El "síndrome del sobreviviente”, así como el "síndrome del sobrevi- viente de situaciones extremas", revela el esfuerzo realizado en el ámbito psicopatológico por delimitar el tipo de daño psíquico provocado por este tipo de catástrofes sociales. (E. G. Niederland,1968; Robert Lifton, 1976; Moisés Kijak y Silvio Funtowicz, 1980; Juan Carlos Suárez, 1983).- En épocas más recientes, los problemas planteados por las tiranías latinoamericanas fueron estudiados por psicólogos, psiquiatras y psicoa- nalistas, quienes investigaron algunos tópicos en particular relacionados con las distintas modalidades locales de violación de los Derechos Humanos, a saber: consecuencias de la prisión clandestina prolongada, de la tortura, del relegamiento,1 del exilio y del retorno, de los estados pro- longados de amenaza y terror, etc. Revisando en conjunto las Investigaciones realizadas, sa observa que éstas se centraron en dos tipos de cuestiones: a) las atinentes a los efectos sufridos por las víctimas directas (sobre- vivientes de campos de exterminio, de campos de concentración, de la explosión atómica de Hiroshima, torturados, etc.), y b) las referidas al problema planteado por los duelos y su repercusión, que en el caso del holocausto judío se estudió en segunda, tercera y hasta cuarta generación. Presentaremos nuestro aporte al segundo de los problemas mencio- nados: el de los duelos y su procesamiento pero, en este caso, ligados a un fenómeno específico: el de la "desaparición”. *Savoir, c'es! l'ordonnancement de ce qu'une époque peut dire (ses énoncés) et voir (ses évidences). Michel Foucault, Les mots et les choses, Paris, Gallimard, 1960. ' El relegamiento es un método de represión utilizado por la dictadura chilena con- sistente en el traslado forzado de una persona de un punto a otro del mismo país.

Las vicisitudes de la pulsión

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3V. Las vicisitudes de la pulsión de saber en ciertos duelos especiales

Julia Braun de Dunayevich María Lucila Pelento

Saber es la ordenación de lo que una época puede decir (sus enunciados) y ver (sus evidencias) . '

Michel Foucault

Durante el siglo XX dos acontecimientos de inusitada gravedad, el ho­locausto judío y el genocidio de Hiroshima, produjeren efectos tales que condujeron a psiquiatras y psicoanalistas a enfrentarse con nuevas rea­lidades clínicas.

El "síndrome del sobreviviente”, así como el "síndrome del sobrevi­viente de situaciones extremas", revela el esfuerzo realizado en el ámbito psicopatológico por delimitar el tipo de daño psíquico provocado por este tipo de catástrofes sociales. (E. G. Niederland,1968; Robert Lifton, 1976; Moisés Kijak y Silvio Funtowicz, 1980; Juan Carlos Suárez, 1983).-

En épocas más recientes, los problemas planteados por las tiranías latinoamericanas fueron estudiados por psicólogos, psiquiatras y psicoa­nalistas, quienes investigaron algunos tópicos en particular relacionados con las distintas modalidades locales de violación de los Derechos Humanos, a saber: consecuencias de la prisión clandestina prolongada, de la tortura, del relegamiento,1 del exilio y del retorno, de los estados pro­longados de amenaza y terror, etc.

Revisando en conjunto las Investigaciones realizadas, sa observa que éstas se centraron en dos tipos de cuestiones:

a) las atinentes a los efectos sufridos por las víctimas directas (sobre­vivientes de campos de exterminio, de campos de concentración, de la explosión atómica de Hiroshima, torturados, etc.), yb) las referidas al problema planteado por los duelos y su repercusión, que en el caso del holocausto judío se estudió en segunda, tercera y hasta cuarta generación.

Presentaremos nuestro aporte al segundo de los problemas mencio­nados: el de los duelos y su procesamiento pero, en este caso, ligados a un fenómeno específico: el de la "desaparición” .

*Savoir, c'es! l'ordonnancement de ce qu'une époque peut dire (ses énoncés) et voir (ses évidences). Michel Foucault, Les mots et les choses, Paris, Gallimard, 1960.' El relegamiento es un método de represión utilizado por la dictadura chilena con­sistente en el traslado forzado de una persona de un punto a otro del mismo país.

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Este término ''desaparición’’, remite en la Argentina a una metodología del asesinato de personas ocurrida en un contexto histórico particular: el implantado por el terrorismo de Estado que rigió de 1976 a 1983.

Como los duelos de los que nos ocuparemos son duelos consecu­tivos a esta forma de pérdida, creemos necesario describir dicha metodo­logía de la desaparición y el tipo de discurso autoritario implementado en si momento en que aquélla se practicaba.

1. Fenóm eno de la “ desaparic ión "

La desaparición empleada como método de represión ideológica implicó el secuestro, la detención clandestina y eJ posterior asesinato de adultos, adolescentes y niños de distinta extracción sociocultural y política (podían o no ser militantes políticos).

Estos secuestros fueron realizados mediante procedimientos, muchas veces cruentos, efectuados por personas uniformadas o de civil que podían identificarse o no como pertenecientes a fuerzas de seguridad, llevándose a cabo en las casas, lugares de trabajo o en la vía pública.

La característica esencial fue-la pérdida, después del secuestro, de toda referencia acerca del secuestrado y del secuestrador. Ninguna auto­ridad competente daba cuenta del hecho, ni lo reconocía y menos aun se hacía responsable de éste.

El prólogo del escritor Ernesto Sábato para el libro Nunca más des­cribe en forma dramática los efectos de esta nueva, por lo masiva, pero conocida metodología empleada por el terrorismo de Estado, que produjo en' la Argentina que una cifra indeterminada de personas — calculada aproximadamente en 30.000— se encuentren hasta la fecha en situación de detenidos-desaparecidos (CONADEP, 1984).

Dice Ernesto Sábato: “Arrebatados por la fuerza, dejaron de tener pre­sencia civil. ¿Quiénes exactamente los hablan secuestrado? ¿Por qué? ¿Dónde estaban? No se tenia respuesta precisa a estos interrogantes: las autoridades no habían oído hablar de ellos, las cárceles no los tenían en sus celdas, la justicia los desconocía y los hábeas corpus sólo tenían por contestación el silencio. En torno de ellos crecía un ominoso silencio. \lunca un secuestrador arrestado, jam ás un lugar de detención clandestino ndividualizado, nunca la noticia de una sanción a los culpables de los lelitos. Así xranscurrian días, semanas, meses, años de incertidumbre y lo lor de padres, madres e hijos, todos pendientes de rumores debatién­dose entre desesperadas expectativas, de gestiones innumerables e nútiles, de ruego a influyentes, a oficiales de alguna fuerza armada que liguien les recomendaba, a obispos y capellanes, a comisarios. La res­puesta era siempre negativa".

>„ El d iscurso au to rita rio im plem entado por el te rro rism o de Estado

La descripción realizada por Sábato pone al descubierto una organi- ■ación social configurada en torno de un poder monopólíco y genocida.

Prueba de ello fueron las respuestas dadas a los familiares por dis- rtas instancias del poder. Durante los dos primeros años aproximada-

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mente la respuesta haiSitual fue negativa ("aquí no está” ; “no sabemos nada”, etc.); luego el discurso oficial, a través de sus distintos represen­tantes, se expresó mediante los siguientes enunciados;

• "Los desaparecidos son autodesaparecidós o autoexiliados”;• "Han sido asesinados por sus propios correligionarios o se han

suicidado”;• "Están siendo rehabilitados en establecimientos especiales para ser

reinsertos en la sociedad”;• “Se ha vivido una guerra y como en toda guerra hay desaparecidos".

Este poder monopólico fue acompañado por un dispositivo de legiti­mación compiejo, formado por dos instancias distintas pero ¡nterdepen- dientes. Por ¿in lado, un discurso autoritario con las características seña­ladas por Lía Ricón,..y por otro por prácticas extradiscursivas, consistentes en ceremonias, rangos, distribución de espacios, ruidos y silencios, que, como lo señala Mari "ponen al hombre en relación con la solemnización de la palabra" (Enrique Mari, i 986).

Todas estas prácticas se constituyen en técnicas de solicitación y manipulación del psiquismo.

¿Cuál fue la reacción de la sociedad? Una parte de ésta, por razones de supervivencia y para evitar el dolor que provoca percibir y pensar el sistema social represivo en el que se está inmerso, optó por adosarse al discurso dicho por el poder alienándose en él (Piera Aulagnler, 1979). Otro sector de la sociedad formó parte del mismo sistema represivo. Y, por último, otros grupos sociales advirtieron con mayor claridad la política implantada por el terrorismo de Estado o fueron — por razones tácticas— bruscamente sacados del estado de alienación.

Estos dos últimos grupos abarcan a los testigos y a las víctimas directas e indirectas del poder genocida. Entre ellos sa encuentran las familias de los desaparecidos.

3. El proceso de duelo en fam iliares de desaparecidos: un duelo especial

La descripción que acabamos de realizar delimita un momento histó­rico social particular, caracterizado por un cúmulo de acontecimientos de gran poder traumático.

Estos acontecimientos impidieron el cumplimiento de ciertas premisas que damos por sentadas en duelos habituales y que son las que permiten que al proceso de duelo se ponga en marcha, a saber;

a) el conocimiento directo o la información adecuada de la muerte de la persona y da su causa;b) la existencia de ciertos elementos simbólicos, entre los que podría­mos incluir; los rituales funerarios, las prácticas comunitarias y una adecuada respuesta social.

La primera de estas condiciones se vincula con lo que Freud deno­minó examen de realidad. Recordemos que en Inhibición, síntoma y an-

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gustia, Freud señala: “El duelo se genera bajo el influjo del examen da realidad que exige categóricamente separarse del objeto porque éste ya no existe más" (Freud, 1926).

En situaciones habituales de pérdida de un ser querido, sin embargo, el yo tiende, en un primer momento, a negar una parcela significativa de la tealidac). Las expresiones vertidas por los deudos en esas circunstan­cias, tales como "no puede ser”, "no lo puedo creer”, dan cuenta de lo que Freud denominó la "comprensible renuencia del yo a seguir la exhortación del examen de realidad, que exige quitar la libido del objeto porque éste no existe más" ( Freud, 1917, 1915).

Esta negativa del yo a admitir, una realidad dolorosa, si es medida, si es ponderada constituye una especie de moratoria: da tiempo al aparato psíquico para acercarse a un saber doloroso. Más aún, los mismos juicios vertidos — mencionados anteriormente— permiten al aparato adquirir un cierto saber a través del símbolo de la negación.

En los duelos que estamos comentando, tanto los juicios de atribución como los de negación están obstaculizados. El examen de realidad sólo puede dar cuenta de que el objeto fue secuestrado, si los familiares fueron testigos, o que desapareció si no presenciaron el secuestro; pero no puede afirmar si la ausencia es momentánea a irreversible, si es secuestro o asesinatG.

Paradójicamente, en una situación en que el derecho deja de tener vigencia, el término “ausente” recobra su significado jurídico. En Derecho, "ausente” significa "persona.de quien se ignora si está viva o m uerta ". La incertidumbre reemplaza en estos casos los juicios de atribución y de ne­gación.

Sin el sostén de lo simbólico, e l’ objeto desaparecido adquiere en el psiquismo una representación fantasmática. El imaginario social captó esta represantación, como se pudo observar en las siluetas humanas sin rostro, dibujadas en los carteles que llevaban los familiares en las marchas por los Derechos Humanos.

De este modo el vacío, que ocupa en un primerísimo momento el lugar de la ausencia, es poblado inmediatamente por demonios fantasmas (Salomón Resnik, 1985). Representaciones éstas que, como lo afirma Freud, deslizan las vivencias al campo de lo siniestro (Freud, 1919). El Carácter oosedante de ellas revela que el funcionamiento psíquico se mueve an el sentido de la repetición. Frecuentemente su representación en la mente es la de un tormento al cual no se le puede poner fin.

Pasaremos a analizar ahora algunos de los elementos simbólicos qua hemos planteado, como premisas necesarias para poner en marcha y sos­tener el proceso de duelo. Esto nos servirá de hilo conductor para poder apreciar los efectos que su disloque y ausencia produce en los duelos especiales que estamos considerando.

Entre estos elementos ocupan un lugar central los rituales funerarios, íntimamente asociados con el cuidado por el cadáver. Tal como lo afirman en la actualidad antropólogos y sociólogos, el cuidado por el cadáver, la prohibición del incesto y del canibalismo constituyen los tres hechos que posibilitan el acceso a la cultura.

Su significado inconsciente iue estudiado por Freud en Tótem y tabú, desprendiéndose de este iexio la idea de que los rituales funerarios posibilitan que los deudos se beneficien por su efecto catártico y ordena-

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dor de las cargas de amor,, odio y culpa (Sigmund Freud, 1913; Moisé Kijak y María Lucila Pelento, 1985).

Además de los rituales funerarios, otras prácticas comunitarias tale; como los ritos de pasaje, las condolencias, las ceremonias recordatoria? han favorecido en todos los tiempos al reconocimiento de la muerte y d> los afectos que ésta despierta. En la actualidad, las investigaciones lleva das a cabo por sociólogos, historiadores y psicoanalistas coinciden en I; afirmación de que estas prácticas son imprescindibles, ya que al exteric rizar la situación de duelo ayudan a su elaboración (G. Gorer, 1965; Phili- ppe Aries, 1978; Carlos Mario Asían, 1978).

¿Qué ocurre en los duelos especiales que estamos considerando? En estos casos, el terrorismo de Estado crea situaciones en las que ningunc de estos .elementos pueda estar presente. Al desaparecer ei cadáver e impedirse de este modo los rituales funerarios se priva a los deudos dei soporte brindado por ellos y, al mismo tiempo, se los obliga a tolerar en el espacio de la mente un muerto sin sepultura (Moisés Kijak y María Lucila Pelento, 1985).

Paralelamente, la metodología de la desaparición crea un vacío de función social que impide las prácticas comunitarias habituales.

Este vacío de función social se produce tanto en el microgrupo de referencia y de¡ pertenencia como en el macrogrupo social. En el primero, el fenómeno observado es la disgregación de los grupos de pertenencia y referencia al sucumbir las personas al pánico y al terror al contagio. Para el deudo esto significa la pérdida de lo que J. Puget denomina "represen­tación mental de lo social”, representación que sostiene la identidad e incluye el discurso social, portador de las normas de interacción y de los valores e ideales sociales (Janine Puget, 1985; Julia Braun de Dunayevich y María Lucila Pelento, 1985).

El macrogrupo social también pierde su función de sostén en la medida en que queda sometido a una situación de irracionalidad. Se desatienden las reglas habituales de convivencia, surgen reglas enigmá­ticas, no enunciadas, que impiden la comprensión de los derechos y deberes de las personas. Cambia el sentido semántico de los términos, aparece un léxico nuevo, se pierde el referente de la culpa (¿Somos todos culpables?), el estado de amenaza impide toda discriminación. Gran parte de la sociedad cae en una conspiración de silencio y apela a la renega­ción. Como lo señalamos anteriormente, esta situación conduce a un estado de alienación.

Este estado de cosas produce entonces un doble efecto; por un lado, en la medida en que prevalece la renegación, dejan de tener lugar aquellas prácticas sociales necesarias para el procesamiento de estos secuestros, detenciones y asesinatos. Por otro lado, el enmascaramiento de los hechos desestructura aun más el aparato psíquico del deudo al ser atacado su pensamiento y obturado su saber.

4. Ei problem a del saber

Estamos ahora en condiciones de referirnos a un fenómeno que, como lo pudimos observar en la clínica, domina la marcha, las vicisitudes y los desenlaces de estos duelos. Aludimos al hecho“ de"'(icTpoder "saber17

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y a sus efectos sobre el psiquismo. Para acercarnos a estos efectos creemos necesario revisar ei concepto de saber, cuya forma sustantivada y verbal posee una rica semántica.

“Saber” (como infinitivo susiantivado) significa, según el Diccionario de la Lengua Española, "sabiduría", conocimiento profundo de alguna mate­ria o ciencia y también "ciencia o facu ltad". Como verbo significa "conocer una cosa o tener noticia de ella”; "estar informado de la existencia, para­dero o estado de una persona o cosa” , así como también "sujetarse o acomodrse a una cosa ".

En el campo filosófico (y desde Parménides) se definió como aquello qus permite discernir las cosas que hay en el mundo, incluye por ende la idea de distinguir o separar una cosa de otra. A esta nota de discernimien­to se une a partir de Aristóteles la de definición: saber es definir, pesquisar la esencia de una cosa.

Este saber del cual se ocupó la filosofía adquiere un sentido particular en la teoría psicoanalítica, al postular Freud que el inconsciente constituye un saber no sabido.

La teoría construida y expuesta en La interpretación de los sueños revela cómo, mediante el trabajo de interpretación, el sujeto puede reco­brar un saber no sabido conscientemente. Sin embargo, en el capítulo VII de esta obra Freud delimita, a través de >lá metáfora, una zona de mayor, densidad que no admite interpretación. Este ombligo del sueño— tal como lo llamó Freud— circunscribe un saber imposible por razones estructura­les: lo incognoscible o impensable, formado por un cúmulo de represen­taciones sofocadas que jamás se volverán conscientes (Freud, 1900).

En el segundo de los Tres ensayos para una teoría sexual, Freud señala que el deseo de saber nace en el niño entre los tres y los cinco años. Sostiene que son los intereses prácticos y no sólo los teóricos los que ponen en marcha este deseo de saber: frente al temor de que un nuevo bebé (real o supuesto) implique para él una disminución de cuidado y de amor, el niño comienza a investigar acerca de su oriqen (Freud, 1905,1901).

Afirma luego, en el mismo texto, que la pulsión de saber no puede contarse entre los componentes pulsionales elementales, no es una pul­sión en el mismo sentido que las pulsiones sexuales o de autoconserva- ción. Señala, sin embargo, que posee relaciones importantes con la vida sexual. Su actividad corresponde — continúa diciendo Freud— por una parte a una sublimación de la pulsión de dominio y, por otra, actúa con la energía del placer de contemplación.

En su estudio sobre Leonardo, Freud sostiene que el desarrollo en grado máximo de una pulsión, como el deseo de saber en Leonardo, revela que ésta surgió con enorme fuerza en la primera infancia y que debe su soberanía sobre las demás a esa función representativa de la pulsión sexual ( Freud, 1910 b).

En algunos desarrollos posfreudíanos se señaló que el deseo de saber nace con la entrada del niño en el lenguaje. Al comienzo está presente en las demandas que hace a sus padres, a los que supone imbuidos de un saber absoluto. Posteriormente esta creencia se rompe cuando el niño descubre dolorosamente la mentira que subyace al discu' so familiar. Esta decepción, más punzante cuanto más precoz, conduce al niño a operar una prignera renuncia: renunciar a creer que otro puede

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garantizarle siempre la verdad de lo dicho. .Dicha renuncia, que siempre es parcial —como lo revela la nostalgia

de una certeza perdida— , está presente en el pensamiento mítico y en el científico, y requiere como sostén la constitución de puntos de certeza. Estos puntos de certeza, precipitados identificatorios, le permiten al niño sostenerse, admitir su ignorancia y explorar el saber.

A la pregunta sobre el origen, sobre cómo nacen tos niños, reformu- lada luego como interrogante acerca del origen del yo, del hombre y de la realidad social, le sigue "como en filigrana un querer saber sobre el firí' (Piera Aulagníer, 1979): ¿Qué es morir?; ¿adonde van las personas muertas?; ¿qué se hace cuando se muere?; ¿quién se va a morir prime­ro?; ¿yo también me voy a morir?; yo no me quiero morir...

A lo largo-*de la vida se repite esta exploración sobre la muerte impregnada de una doble posición: un reconocimiento de la mortalidad propia y de los otros y un rechazo profundo del yo a admitir este destino. Este rechazo da cuenta de la necesidad universal de preguntarse acerca de la huella dejada en los otros después de la muerte y acerca de los efectos sobre la escena de la realidad “de la vida que eligió o que le imputan haber elegido" (Piera Aulagnier, 1979).

Ahora bien, ¿cómo se introduce la cuestión del saber en este tipo de duelos especiales que estamos investigando?

Para responder a esta pregunta es necesario recordar que uno de los objetivos esenciales de la metodología de la desaparición es emprender acciones genocidas y borrar luego todo rastro de éstas. Este borramiento implica la creación de un dispositivo que impida el acceso a cualquier tipo de información verdadera sobre dichas acciones.

Como pudimos obsevar en la clínica, la obturación del saber que la metodología de la desaparición instrumenta, produce en los familiares de los desaparecidos — tomando un eje temporal— los siguientes efectos: al comienzo, y como consecuencia de su potencialidad traumática rompe puntos de certeza elementales, al mismo tiempo que intensifica el deseo de saber. Pensamos que esta intensificación es producto del mismo efecto traumático, que exacerba los componentes propios de la pulsión de saber. Recordemos que uno de sus componentes — la pulsión de dominio— se manifiesta en todos aquellos fenómenos en que se trata de dominar la excitación traumática.

Entendemos, por lo tanto, que en un primer momento la búsqueda de un saber: saber quién secuestró a la víctima, por qué y dónde está, opera rescatando mínimamente al sujeto de la desestructuración.

A esta función se le agrega casi inmediatamente otra: la de ayudar al sujeto a rescatarse del discurso renegador y mentiroso del poder.

En este punto es importante señalar que la transformación del saber que produce el discurso del poder — que transforma un saber posible en imposible, un saber permitido en prohibido— provoca en las personas un deslizamiento del saber del campo de la verdad al campo de la certeza. De este modo, la pulsión de saber se convierte en una perentoria exigen­cia de obtener certezas y evidencias, lo que origina una búsqueda impa­rable de información.

Nos parece necesario insistir en el hecho de que en un primer momento la búsqueda de certezas —que ocupa en estos duelos el lugar del examen de realidad— inducida por la obturación del saber, enfrenta

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a los familiares y a las personas ligadas afectivamente con los desapa­recidos con vivencias catastróficas:

a) porque sus preguntas dirigidas a las distintas instancias del poder son despojadas por éstas de sentido y realidad; o contestadas con mensajes falsos y confusionales que alteran tanto al representante materno, sostén y cualificado.r,semántico de experiencias, como representante paterno, instaurador del orden y de la ley;b) por recibir un trato despreciativo y sádico, y ser expuestos a situa­ciones regresivas, corruptas y de engaño; lo que produce un senti­miento abismal de desamparo. Incrementado por la caída de valores g ideales.

Sin embargo, hemos observado que esta búsqueda de información, a pesar de los elementos traumáticos que contiene, va dejando como resi­duo ciertos indicios y datos que a! ser organizados y sistematizados por el sujeto le permiten construir cierta escenificación imaginaria de los hechos.

Un momento clave lo' constituye aquél en que el familiar está en con- ■ diciones'>de procesar dichos indicios y dfe admitir la posibilidad de que su familiar esté siendo torturado o ya lo haya sido.

Puede instalarse en este segundo tiempo un rechazo defensivo a "querer saber”, apareciendo síntomas sexuales (inhibiciones y otros) por identificación inconsciente con el objeto torturado. La necesidad de creer que "eso” no le puede estar pasando, alterna con momentos en que la vivencia de lo siniestro ocupa el centro de la escena psíquica.

El mutismo en sesión o la dificultad de encontrar palabras que des­criban el horror atestiguan da! impacto de lo siniestro sobre el aparato psíquico. Suelen aparecer cuerpos fragmentados así como imágenes oníricas condensadas en las que se pueden observar rasgos del victimario y de la víctima (figuras humanas monstruosas con expresión de sufrimien­to, figuras ensangrentadas con miradas sádicas, etc.).

, Surgen, en algunos casos, deseos de muerte ligados al deseo de evitarle sufrimiento a la victima. Los sentimientos de culpa que estos deseos producen se intensifican cuando comienzan a circular rumores contradictorios que vinculan imaginariamente las conductas de los familia­res con la acción de los torturadores. Por un lado, se afirma que la tortura a la victima se detiene si el familiar presenta un hábeas corpus. Simultá­neamente, otro rumor enuncia que la tortura se intensifica si se presenta el hábeas corpus.

Hemos observado que si el sujeto logra sostener esta idea acerca del sufrimiento de su familiar, a pesar de su alto potencial traumático, cambia la representación de objeto y esto prepara al aparato psíquico para admitir la idea de objeto asesinado.

Librado el sujeto a sus propias fuerzas, sin el sostén del discurso ins­titucional y social, sin posibilidad de ver el cadáver, con informaciones fragmentarias, debe llegar — a pesar de todo— a la certeza de que el objeto fue asesinado y "como para el inconsciente la cuestión de la muerte está indisolublemente ligada al deseo de muerte, este juicio de realidad conduce a Ia persona a experimentar sentimientos de culpa muy intensos ya que darlo por muerto es como haberlo matado" vivenciado como

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haberlo abandonado o desamparado (Moisés Kijak y María Lucila Pelento, 1985).

Ahora bien, este proceso desemboca en la constitución de un nuevo juicio de realidad que admite el asesinato del ser querido y moviliza nuevamente, por los elementos que contiene, la pulsión de saber.

Por un lado, surge la necesidad acuciante de conocer las últimas cir­cunstancias y vivencias del objeto perdido. También en los duelos habituales los deudos pasan por momentos fugaces en los que aparece el impulso de romper la categoría de no transparencia y conocer el detalle de la causa de muerte de la persona fallecida y sus más Intimas y últimas vivencias. Habitualmente este deseo se esfuma y al esfurmarse revela la aceptación de un límite al saber posible en el deudo. En este tipo de duelo especial que estamos considerando, este impulso es mucho más prolon­gado e interino y expone al familiar a sentimientos muy profundos de dolor e impotencia por no haberlo podido amparar.

Por otro lado, esta pulsión de saber se halla intensificada por la existencia misma de un asesinato sin muerto y sin sepultura. Este hecho incrementa la necesidad de saber acerca de la ubicación del cadáver. Pero, a su vez, puede transformarse en un deseo de no saber, ya que el saber implica el encuentro con el fantasma.

En unm ornento histórico posterior, observamos que la circulación de noticias sobre la posibilidad de recobrar restos, sin tener la seguridad de identificarlos, precipitó nuevamente una exacerbación de vivencias sinies­tras.

5. M agia, regresión, om nipotencia

Uno de los fenómenos observados y promovidos por la obturación del saber es la necesidad ilusoria y regresiva de obtener a través de la magia, la información que no se puede lograr por los canales institucionales co­rrespondientes: nos referimos a las consultas a videntes efectuadas dentro y fuera del país por familiares de desaparecidos.

Un hecho-curioso a consignar es que esta regresión al pensamiento mágico indujo en la misma época a otro grupo de personas a consultar a videntes para adquirir, en lo manifiesto, algún saber acerca de su futuro.

Desde el punto de vista social, esto confirmaría lo señalado por algunos sociólogos acerca de que "siempre que aumentan los factores de incertidumbre puede esperarse que aparezca la magia u otros fenómenos funcionalmente equivalentes" (Talcott Parsons, 1969).

Otro de los fenómenos registrados, como fantasía o como hecho, giró en torno de la cuestión de dar dinero a cambio de información sobre la víctim a.' Estas fantasías o hechos, inducidos por representantes da un poder perverso, arrojaron a los familiareá a vivencias intensamente traumáticas:

a) por la significación de corrupción implícita en el concepto jurídico y social de soborno y la alternativa — casi sin salida— entre renunciar a saber, equiparado a abandonar al familiar a su suerte, u obtener un saber equiparado a ampararlo pero al precio de establecer un vínculo corrupto; r

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b) por su significado inconsciente de ofrenda, de don entregado aalguien que aparece como poseedor de todo el saber.

Este funcionamiento regresivo crea una esperanza ilusoria que cae bruscamente en el momento en que el sujeto descubre el engaño al cual fue sometido. La punzante herida que esta decepción produce disminuye aun más la autoestima, exigiéndole al sujeto un nuevo duelo por las partes perdidas de su propio yo.

6. Características del traba jo ps íqu ico en los due los especiales

Sostuvimos con Freud que la puesta en marcha del trabajo de duelo comienza con el examen de realidad, realidad de una muerte que no puede aceptarse de entrada más que bajo el signo de la negación. Negación que protege al yo del impacto producido por la muerte de un ser querido.

El objeto que ha muerto en la realidad, sigue vivo durante un tiempo más en el mundo interno de los deudos: les parecerá todavía oír su voz, creerán verlo fugazmente a la distancia, estará vivo en sueños y fantasías diurnas, se imaginarán diálogos; pero la realidad volverá a marcar impla­cablemente que ha muerto y dará pruebas de ello. El entorno hablará del muerto, los trámites oficiales y jurídicos certificarán ese fallecimiento, la visita al cementerio y las ceremonias ofrecidas por los ritos ratificarán la realidad de la pérdida; el saber social impondrá un reconocimiento de la evidencia.

Todo trabajo de duelo exige este requerimiento de la realidad. Sus di­ferentes indicios y enunciados jurídicos, religiosos, sociales, etc. portado­res de un saber certificado sobre la muerte ocurrida, funcionan para el deudo como puntos de certeza. Al sostener la verdad, le permiten ejercer la negación mediante la creación de un marco espaciotemporal en el que puede proliferar el mundo de las fantasías, la cuestionabilidad (¿Puede ser cierto que haya muerto?), pero también la verificabilidad en múltiples idas y vueltas.

La mirada de un otro significativo certifica el quantum de saber que se obtiene en cada una de estas operaciones en las que confluyen prueba de realidad y prueba de sufrimiento (Piera Aulagnier, 1984a).

Los sueños son buenos indicadores del proceso de duelo. Marcan las sucesivas transformaciones del objeto. El destiempo entre realidad que reconoce la muerte y el yo que no puede aceptarla, se evidencia en los primeros sueños inmediatos a ia muerte. En ellos el objeto está vivo, luego puede aparecer sufriente muerlo-vivo, hasta que al final de la elaboración es una persona más, a Igual título que los distintos personajes que pueblan los sueños (Willy Baranger, 1980).

El objeto muerto pasa a ser un objeto de la memoria, se lo recuerda en distintas épocas de la vida, en diversas actitudes, lugares, momentos, mezclados de variados sentimientos; objeto a fque se puede amar, odiar, culpabilizar o sentirse en deuda con él. El deudo lentamente se va libe­rando de una investidura dolorosa particular que lo acompaña durante lodo el proceso, rescatando simultáneamente un quantum de energía hasta ese momento ligada al objeto.

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Que el objeto muerto pase a ser un objeto de la memoria implica la entrada de aquél en una trama significativa para la historia del sujeto. Es el pasaje del destiño, tal como es la muerte — punto final de la existencia, hecho biológico— , a la significación que ésta cobra para cada sujeto en particular. En ese momento, el yo puede saber quién murió, qué murió con el que murió, qué partes del yo murieron con él.

A partir de ese momento el yo ya no es el mismo. Un hecho histórico significativo modificó su estructura psíquica. Mundo interno y mundo exter­no vuelven a coincidir en un saber: el objeto ha muerto.

Muy diferente es el estado de cosas en el tipo de duelos especíales que estamos considerando. El punto de certeza no existe, falta el orden jurídico y social, el discurso social es ambiguo; falta la mirada confirmatoria de un otro significativo, se desarticula el contrato narcisista, se dislocan y destruyen los rituales funerarios.

La negación, primera aproximación al conocimiento de la muerte, es sustituida por la ¡ncertidumbre. Incertidumbre que incrementa el efecto dei trauma, se pierde el referente primario y la función organizadora del discurso social.

Se constituye en la mente un objeto "desaparecida”. Sus caracterís­ticas corresponden a las de un objeto fuera del tiempo y del espacio. Sus familiares no pueden saber si es recuperable o irrecuperable, si se lo volverá a ver o no, si sufre, si está siendo maltratado o aceptablemente cuidado, si está vivo o muerto. Su representación en la mente es la de un objeto fantasma.

La necesidad de saber, que se apoya en puntos de certeza, se trans­forma en búsqueda de certeza. Búsqueda que, a diferencia de la necesa- riedad de puntos de certeza sobre los que puede desarrollarse el saber — que implica precisamente una renuncia a dicha certeza— , pone en riesgo al yo de entrar en un funcionamiento de tipo delirante. Este riesgo es mayor cuanto más intensa sea lá intolerancia previa del sujeto a la incertidumbre.

Puede ocurrir que la certeza sea asumida por el yo (certeza delirante) o que ésta sea requerida a la realidad al extinguirse la tolerancia a un saber parcial; o bien puede suceder que el yo advenga lentamente al espacio extrapsíquico, que en esta situación histórica implicó de entrada violencia en exceso.

En este caso, como lo señalamos anteriormente, el yo es forzado a realizar un trabajo adicional: el de la evaluación de los datos contradicto­rios de la realidad. Por este motivo a la dificultad para la aceptación de la muerte por causas internas se le superpone la dificultad proveniente de los datos contradictorios emanados del discurso social, que dice: el objeto está vivo, está muerto, está escondido, está exiliado, está preso, etc. etc.; no está en la lista de detenidos, no está en la lista de traslados, debe haber entrado en la clandestinidad con su grupo político, etcétera.

Mientras que un duelo en condiciones habituales se desarrolla a partir de un saber permitido y facilitado desde lo social, los duelos que caen bajo la figura de la desaparición están en cambio obstaculizados, pues deben desarrollarse bajo el peso de un saber distorsionado impuesto por el poder genocida.

Justamente la distorsión permanente de la información apunta a ocultar la intención primordial de producir ignorancia prohibiendo al saber.

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El acatamiento a ciertas consignas alienantes del poder condujo en algu­nos casos a una detención del proceso de duelo o a un procesamiento en falso, basado en la mentira.

En otros sujetos, una vez rescatada la capacidad de p e n sa r— que implica necesariamente renunciar a la búsqueda de certezas— se abre un camino que puede conducir a la elaboración y, por ende, al encuentro con una verdad singular. Son condiciones necesarias, aunque no suficientes, que el yo tolere la idea de tortura del ser querido, el sufrimiento del objeto y su propio sufrimiento y que pueda contener en el espacio de su mente la ¡dea de asesinato y de muerte sin cadáver y sin sepultura.

Este encuentro con fa verdad dolorosa — la verdad del asesinato del ser querido— puede tener varios destinos posibles:

a) la verdad puede resultar intolerable para el yo. En este caso, o bien la búsqueda de la verdad se obtura y el vo'transforma prematuramente este duelo especial en un duelo normal apelando a la renegación, o bien el yo puede tomar el camino regresivo de búsqueda compulsiva de certezas, en ambos casos con el riesgo psíquico consiguiente;b) la búsqueda de la verdad puede llevar a un saber culpable, produ­ciéndose una elaboración melancólica del duelos Puede ocurrir enton-

; ces que el asesinato de la víctima se convierta para el yo det familiar en un suicidio ("él buscó eí camino de su propia muerte") o' en un homicidio del que el mismo deudo se cree el causante ("yo tendría que haberlo cuidado”). Es importante enfatizar en este caso el papel que cumple la culpa inducida por si mismo poder genocida —y parcialmen­te por el resto de la sociedad— al entrar en concordancia con funcio­namientos regresivos del psiquismo;c) la búsqueda de la verdad puede también asumir formas paranoides cuando el yo se amuralla en certezas desde el inicio o no puede cesar en su búsqueda acuciante;d) por último el yo, como lo señalamos anteriormente, puede tolerar la verdad (de la detención clandestina, de la tortura, del asesinato, de una muerte sin cadáver ni sepultura) construyendo representaciones de lo sucedido. En una primera etapa, mediante la elaboración de fantasías que cumplen la función de organizadores inconscientes. Este momento de “puesta en escena” ofrece la posibilidad do despliegue de una dramática de objetos, vínculos y sentimientos en relación con el desaparecido. La etapa siguiente lleva a la "puesta en sentido” , a la significación singular que para el deudo tiene una muerte de cuyo sentimiento había sido despojada.

Así como Piera Aulagnier señala en Los destinos del placer, al refe­rirse a la propia muerte, que “e l yo no puede pensar que esta tierra permanezca indiferente a su desaparición, que nada de sí mismo persista en ella... ” y que “el yo quiere creer y necesita creer que su existencia tiene un sentido" , también podríamos decir, parafraseando a esta autora, que el yo quiere creer y necesita creer que la existencia y la muerte del ser querido tiene un sentido.

Si el poder genocida se propuso como meta “matar la muerte”, el impulso a saber — cuyo laberíntico proceso de búsqueda y de renuncia tratamos de describir— permite que el yo atraviese el demencia! fantasma

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de ía desaparición y se enfrente con el asesinato del ser querido y con s' duelo.

Terminado este recorrido, sólo quisiéramos enfatizar el carácter necp sarlamente parcial del saber que hasta ahora hemos podido procesar co respecto a estos duelos. Al escuchar a nuestros pacientes sa nos hizo evi dente que estos duelos se juegan en la intersección da la historia individué y de la historia social. Por ende, el conocimiento del proceso de esto’ duelos es parcial en un triple sentido:

a) porque todo saber es pardal;b) porque dado el poco tiempo transcurrido desde el genocidio sólt pudimos seguir a nuestros pacientes durante un tiempo limitado en s¡ proceso de duelo;c) porque dadn ¡a estrecha dependencia de estos duelos con io- procesos históricos, no podemos predecir cómo los puede llegar . afectar el curso y la cualidad de los mismos.

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