Algo hay de mágico e hipnótico en el baile,

ese que sucede en las fiestas y los bares.

La multitud que rodea a la pareja, dedicados

a los mismos menesteres, los mantiene cerca.

Hombres y mujeres intercambian compañero,

como buscando algo que en el otro no encuentran.

Van así, entre vueltas, risas y espuma de cerveza.

Aquellos que en su búsqueda acertaron relucen

a simple vista. Se miran, se tocan y respiran

a un solo ritmo con sorprendente sincronía.

Y cada paso premeditado y cada vuelta perfecta.

Y en espectáculo voyeurista se deleitan aquellos

que no bailan, ante la inmensa orgía que se

extiende ante a sus ojos.

Porque el baile no es más que otra forma de hacer

el amor. Porque existe cadencia, sudor, espíritu y

movimiento de caderas.

Debería dejar de escribir y buscar pareja.