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Miguel Fleta, una voz para la Falange - Iván García Vázquez

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La apasionante biografía del tenor Miguel Fleta, la voz de la Falange. Amigo personal de José Antonio Primo de Rivera, triunfó en EE.UU., Europa e Hispanoamérica. Una voz prodigiosa y una persona de extraordinaria humanidad. Grande de la ópera comprometido con su tiempo.

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MIGUEL FLETA, UNA VOZ PARA LA FALANGE

(publicado en Milenio Azul nº 44. Edición digital, marzo 2006)

Iván García Vázquez

Historiador del Instituto Universitario de Historia Simancas

(Universidad de Valladolid)

De toda la “corte literaria de José Antonio”, siguiendo palabras de los hermanos Carbajosa, poco se ha

hablado de aquellos artistas a los que, sin ser escritores o poetas, cautivaron la personalidad de José Antonio y

la doctrina de la Falange. Como ejemplo de aquéllos, nos gustaría ahondar en la vida de aquel que pudo poner

su voz, al servicio de la Falange: el tenor Miguel Fleta.

Nacido en Albalate de Cinca, en Huesca, el 1 de Diciembre de 1897, era Miguel Burro Fleta el último

de una larga familia compuesta por catorce hermanos, de los que tan sólo vivían siete cuando éste vino al

mundo. Para lograr salir adelante, en una época tan amarga como fue el primer tercio del siglo XX, Miguel

tuvo que trabajar muy duro desde niño: trabajó en las obras del Canal de Aragón y Cataluña, se dedicó al

pastoreo desde su niñez en su Albalate natal, hasta que años después su familia se trasladó al zaragozano

barrio de Cogullada, donde habitó durante su adolescencia, y trabajó ayudando a sus dos hermanas mayores..

Miguel Asso, jotero de renombre en la época, y uno de los más afamados de todo Aragón, se fijó

pronto en el chico, tras escucharle cantar en el Festival de Jota de Villanueva de Gállego. Inmediatamente le

recomendó que se inscribiese en el Certamen Oficial de Zaragoza. A aquel concurso, Miguel acudía lleno de

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ilusión, pero finalmente pasó sin pena ni gloria, hecho que lo desanimó fuertemente. Su padre Vicente, viendo

no pocas posibilidades en él, decidió, sin embargo, enviarlo a Barcelona, donde uno de sus hijos tenía alguna

relación con el mundillo musical de la ciudad. Con la maleta llena de ilusiones, Miguel se encamina hacia la

Ciudad Condal.

Una vez instalado con la ayuda de su hermano, entra en contacto Miguel con el Conservatorio del

Liceo de Isabel II que dirige Lamotte de Grignon. La dirección del Conservatorio accede únicamente a

realizarle una prueba de compromiso, pues la matrícula para alumnos gratuitos está cerrada. Miguel se arma

de un torrente de voz para cantar una jota que será trascendental en su vida, ya que llega a oídos de la

profesora Luisa Pierrik, quien queda impresionada por el timbre de aquella voz que nunca antes había oído.

En tres años hace Fleta los estudios de solfeo y técnica de canto, francés e italiano y cultura general,

correspondientes a cinco, a la vez que es instruido en comportamientos sociales, "estudios" que Miguel no

acaba por asimilar.

LA VIDA EN EL TEATRO

En 1919 se traslada junto a su mentora Luisa Pierrik (a la que ya se halla sentimentalmente unido) a

Milán, donde consigue su primer contrato para representar en Triestre la ópera de Zandonai, sobre texto de

Gabrielle D´Annunzio. Mantiene una serie de contratos que le llevan a representar a Mario Caravadossi en

Tosca, obra por la cual deberá ampliar el contrato, y que supondrá su consagración. Gran éxito, de nuevo, en

Triestre, con Aida, de la que realiza trece actuaciones a partir del 24 de enero. El 9 de febrero, entre dos

representaciones de esta obra, nace su hijo Miguel, y vuelve a España para cantar en el Teatro Real, tras su

estancia en Praga, aunque es tan sólo un paréntesis, pues de nuevo deberá embarcar, esta vez rumbo a

América. La gira hispanoamericana es incansable: Cantará en Buenos Aires, Rosario, Montevideo, Veracruz,

La Habana... Durante tres años, Miguel Fleta ha logrado tantos triunfos profesionales y ha llevado tan lejos el

nombre de España, que el mismo Rey Alfonso XIII le impone la Gran Cruz de Isabel la Católica, en 1923,

tras cantar en el Teatro Real.

Poco después, acudirá otra vez al Nuevo Mundo, donde efectúa 34 representaciones en Estados

Unidos, e incluso se atreve con Pagliacci, reto al que ningún intérprete había intentado desde la muerte del

Gran Caruso. La ovación en el Matropolitan Opera Company es atronadora. Miguel en estos años, llega a

consagrarse como número uno del panorama musical mundial. Atrás había quedado su vida en el arrabal

zaragozano de Cogullada, y sus años de pastor en el pueblo de Albalate.

Entre 1924 y 1925, Miguel Fleta cosecha grandes éxitos, y es laureado, como una gran personalidad,

allí por donde actúa: recibe del Ministro de Instrucción Pública la Orden de Alfonso XII, y en Niza el gobierno

francés le otorga la Orden de Oficial de Instrucción Pública. El 26 de enero de 1926, se celebra el bautismo

de su hijo en la Costa Azul. El padrino es Alfonso XIII y asiste el General Primo de Rivera. El mismo día del

bautizo del pequeño, cantó Tosca a beneficio de los mutilados de la Gran Guerra, obteniendo para ellos más

de 100.000 francos, pero este mismo año muere la madre de Fleta. Por fin tras varios ruegos, Luisa Pierrik se

traslada a Madrid. Miguel le espera en Hendaya. A lo largo del año se va a hacer patente el distanciamiento

entre ambos. Miguel estaba deslumbrado por la admiración que hacia él se siente, y aturdido por el dinero y

por la fama, acaba rompiendo con Luisa Pierrik, con la que había convivido durante casi una década

UNA VOZ DAÑADA

En 1927, Fleta tiene algo tocada la voz. Pese a ello, sigue abarrotando teatros y firmando nuevos

trabajos. Este año resultará crucial. Tras incumplir por motivos de salud el contrato con el Metropolitan de

Nueva York, pierde prestigio profesional y debe hacer al año siguiente una gira centroeuropea para

recuperarse de la indemnización que ha tenido que pagar. Este año contrae matrimonio en Salamanca con

Carmen Mirat. Dos años después, tras su gira por Filipinas, Japón, China e Hispanoamérica, decide dedicarse

a la vida familiar.

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REPUBLICANO Y FALANGISTA

En 1931, cae la monarquía alfonsina. Fleta, al igual que muchos españoles de buena fe saluda con

entusiasmo el advenimiento de la República. Tiene la esperanza de que el nuevo régimen, avalado por

intelectuales de renombre (Agrupación de Intelectuales al Servicio de la República) haga resurgir la música y

el teatro (recordemos que desde 1925 no se representaba ópera en el Teatro Real). Se reengancha a la vida

profesional, con un notable deterioro de su voz. Ello no obsta para que Miguel se esfuerce mas y logre

magníficas críticas de la prensa nacional. Los dos siguientes años, Miguel explora nuevos campos. La falta

de contratos le facilitan la oportunidad de dedicarse al cine, y rueda Miguelón, o El último contrabandista.

Llega el año 1935. Miguel Fleta conoce a José Antonio en el Café de París, donde mensualmente se

reunía con camaradas y amigos para cenar. Entre los asiduos, se encontraban Rafael Sánchez Mazas, Agustín

de Foxá, Dionisio Ridruejo, Jacinto Miquelarena o el Marqués de Bolarque. El Jefe Nacional de la Falange y

el tenor maño entablan conversación. No necesita mucho tiempo José Antonio, para convencer a Miguel de

que su voz tiene que ser una voz para la Falange.

Con la llegada del turbulento 1936, Fleta se encuentra desocupado teatralmente. Ello le permite

entregarse en cuerpo y alma a la causa nacionalsindicalista. Pone a disposición de la Falange su automóvil,

con el que recorrerá junto a varios camaradas las calles de Madrid repartiendo octavillas que pedían Patria,

Pan y Justicia para todos los españoles. Profesionalmente, crea una compañía junto a dos amigos italianos, y

tiene algunas representaciones aún. Muy significado políticamente como activo falangista, el triunfo del

Frente Popular no es buen augurio. El 9 de Junio José Antonio ingresa en la prisión de Alicante. Al mes

siguiente, tiene que precipitar el fin de su descanso en un balneario santanderino, ya que el día 13 José Calvo

Sotelo, líder derechista de la oposición, había sido asesinado por agentes mandados por el gobierno, previa

amenaza en el Parlamento. Algo iba a pasar...

Ante la inseguridad que le suponen a Miguel y su familia las calles de Madrid, decide cerrar el piso de

la calle Serrano y dirgirse a la norteña localidad de El Espinar, pueblecito madrileño que ha visto las

vacaciones de los últimos años de la familia Fleta. Miguel ha salvado milagrosamente la vida de su familia.

Pocas horas después de irse, una patrulla de milicianos ha entrado en su casa y, al no hallar nadie dentro, ha

expoliado lo que allí había. Toda una vida consagrada al arte del bell canto concluye fatídicamente ante las

masas enaltecidas que no entienden de la belleza del alma comunicada a través la voz. Pero El Espinar

tampoco es seguro. Los aviones soviéticos de la aviación republicana bombardean la sierra. A pocos

kilómetros se ha establecido la línea de frente en el Alto del León, donde Fleta se presenta como voluntario.

Allí entonará una copla que se hará famosa:

Si al grito de viva España

con un viva no responde

si es hombre, no es español,

y si es español, no es hombre.

El inicial fracaso del golpe lleva a una guerra que se prevé larga. En agosto, Fleta decide llevar a su

familia a Salamanca. En una camioneta se dirigen hacia Valladolid, desde donde días antes había partido

Onésimo Redondo junto a un contingente de camaradas de Segovia y Valladolid para dirigirse a la línea de

frente. Fue el último viaje del Caudillo de Castilla. En Salamanca, el tenor pide a Millán Astray su traslado al

frente. El General le convence de que su voz en la retaguardia es mejor arma que un fusil en el frente.

Comienza Fleta a cantar para Frentes y Hospitales y Auxilio Social. En Valladolid, actúa en la Academia de

Caballería junto a Luis Sagi Vela. El 31 de Diciembre de 1936 moría en Salamanca el eterno Rector de la

Universidad Don Miguel de Unamuno. Allí estaba Fleta para "meter el hombro" bajo el féretro del filólogo

bilbaíno.

Miguel, viajante incansable, decide llevar a su familia a un clima menos duro que el castellano. La

Coruña, ciudad que le diera sonados triunfos y cálidas acogidas a cada regreso de Hispanoamérica es la

ciudad elegida. Allí continuará viajando por la España nacional cantando para recaudar fondos para los más

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necesitados del bando nacional: los ancianos y los niños. Es por ello que actuará en Abril de 1937 en Sevilla,

donde el falangista vallisoletano Javier Martínez de Bedoya, y Mercedes Sanz Bachiller, viuda de Onésimo

Redondo habían organizado una sesión especial para recaudar fondos para el Auxilio de Invierno, en el

Coliseo España. El 27 de abril canta en Lisboa en el coliseo dos recreios.

En Julio lleva a cabo una misión especial. Es comisionado para acompañar a un grupo de niños

huérfanos de la O.J., que han perdido a sus padres en acto de servicio o en cobarde paseíllo miliciano, en

grado de Instructor. De Sevilla parte el Heluan, barco de bandera italiana que les conducirá, en periplo

mediterráneo, a Génova, desde donde se dirigen a Roma en tren. El campamento estaba instalado en la playa

de Ostia. Allí Fleta, junto a los flechas, entona jotas y canciones, que hacen las delicias de los niños. Desfile

de 5000 balillas ante los invitados españoles. Fleta debe partir para España. El 23 de Agosto toma un avión y

regresa a casa. Al dolor de riñones que padece desde hace meses, se suma el de espalda.

El año 1938 resulta crucial. Miguel recibe un permiso para retirarse a sus casa. No tiene casi fuerzas en

las piernas. Psíquicamente se siente acabado. Se resiente por la crueldad de la guerra. Se desespera, por no

haber podido dedicar más tiempo a sus seis hijos. Tiene la voz quebrada. A pesar de todo, le reconforta recibir

las visitas de sus amigos. Pero todo está ya perdido. El diagnóstico médico es terrorífico: Miguel padece

uremia. los medicamentos nada pueden hacer. Tras dos dias de mejoría, las piernas se le paralizan y entra en

coma urémico. El 29 de Mayo, día nublado en la Coruña, muere Miguel Fleta junto a su familia. Amortajado

con hábito franciscano, tiene sobre su pecho una medalla de la Virgen María y un crucifijo de marfil. Al día

siguiente, seis falangistas azules sacan en hombros el féretro de Miguel. Sobre él, las banderas de España y de

la Falange. Amigos y camaradas del tenor se encuentran ya en el camposanto. La voz de Miguel está dentro

de cada uno de ellos. Un estruendo rompe el silencio sepulcral:

¡Camarada Miguel Fleta!

¡Presente!

En un nicho donado por el Ayuntamiento descansa Fleta. Algún tiempo después, al terminar la guerra,

su cuerpo es trasladado a Zaragoza. El atrezzo de su última función, había sido la camisa azul.