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DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE
R. MONNER SANS D e las Reales Academias de Buenas Letras de Sevi l la y de Barcelona
y de la de Artes N o b l e s de A r a g ó n ; Catedrát ico de Idioma y de Li teratura C o l e g i o N a c i o n a l Central de Buenos Aires .
PE GRAMÁTIG Y PE LENGUAJE
1915
M A D R I D B U E N O S AIRES Suc. de Hernando. Cabaut & C. a
ES P R O P I E D A D D E L A U T O R
MADRID . — I m p r e n t a de los Sucesores de Hernando, Quintana, 33.
ADVERTENCIA
Agrupo formando libro estos trabajillos, que, escritos en las fechas que se indican, aparecieron en diversos periódicos y revistas; y los lanzo al mercado intelectual en la creencia de que el lector — si lo logran — ha de encontrar: en los menos, ciencia y erudición; en los más, solaz y pasatiempo, ya que tengo por cosa agible hermanar el gracejo con la doctrina. En los asuntos que en este libro se tratan, bien pueden compaginarse, huyendo de dogmática seriedad, los decires del pueblo con los saberes de los entendidos.
Son muchos ya — forman ejército — los que se dedican a estudios de lenguaje para adoctrinar a las generaciones que avanzan y mostrarles las innúmeras bellezas de nuestro idioma. Nunca abrigué la pretensión de ser de tales huestes sobresaliente capitán; más modestos mis empeños, heme contentado con ser soldado de última fila.
R . M O N N E R S A N S .
B u e n o s A i r e s , 26 d e julio d e 1914.
PAREMIOLOGÍA INFANTIL
( F r a g m e n t o d e u n discurso.) (i)
Y o no sé qué atractivo poderoso ha tenido siem
pre para mí la ciencia de los refranes; y aun siendo
poco amigo de salpimentar con ellos mi conversación
y mis escritos, deleitóme leyéndolos , cotejándolos y
comentándolos a mi sabor; que si en unos descubro
gracia, en otros profundidad, en muchos picardía y
en no pocos sin igual donaire, muéstranme todos la
gran dosis de sentido común de que está dotado el
pueblo. Si no temiera que alguno de los que m e es
cuchan y los que más tarde han de leerme m e tacha
ran de exagerado, afirmaría que es la Paremiología
rama frondosísima y vigorosa, c o m o nutrida con las
savias de infinitas generaciones, del árbol de la hu
mana ciencia, y que el que l legase a dominar por
completo nuestro seductor y abrumador refranero,
(i) Pronunciado el 12 de diciembre de 1897.
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sabría lo suficiente para vivir en paz con Dios , con
sus semejantes y consigo mismo.
A este inmenso caudal de ciencia me acerqué en
diversas ocasiones, ansioso de columbrar en él lo que
m e negaban los l ibros por personas eruditas redac
tados; y de mí puedo decir que, más de una vez, un
refrán, un proverbio , un dicho, un apotegma, una
sentencia, una frase — que todas estas gradaciones
presenta el copioso caudal p a r e m i o l ó g i c o — r e s o l v i ó el
problema cuya solución busqué en vano en las obras
destinadas a dirigir al mísero mortal por el escabroso
sendero de la vida. Y es que en este inmenso libro
p o r el pueblo redactado, está nuestra alma con sus
anhelos y sus esperanzas, sus flaquezas y sus desma
y o s , sus aspiraciones al bien eterno, sus ansias de paz
terrena y sus deseos de substraerse al egoísmo ajeno
y a la ajena marrullería.
H o y , buscando asunto que pudiese ser de vuestro
agrado, y huyéndole a la empalagosa erudición de
que da muestras cualquier imberbe, acerquéme de
nuevo a la Paremiología, y pues me ocupo en educar
jóvenes, y padres sois la casi totalidad de los que en
este momento m e prestáis atención, creo puede e n
treteneros un rato admirar el ramillete que os pre
sento. S o n unas cuantas flores que os ofrezco para
que aspiréis su perfume; y pues gocé recogiéndolas
una a una, presumo no será menor vuestro gozo al
contemplarlas reunidas. Sólo reclamo benevolencia
si, inexperto jardinero, no supe presentar más artís
t icamente el ramo; si pésimo literato, no logré ataviar
DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE 9
con las seductoras galas del lenguaje los hermosos
conceptos populares que paso a consignar.
Hay un padre para cien hijos, y no cien hijos para
tin padre, dice viejo refrán, que si es bueno recordar
a las generaciones que nos empujan, bueno es lo ten
gan presente aun los y a adultos, que con él a la m e
moria sabremos dispensarles a los viejos sus lógicas
y naturales impertinencias. L o s que por suerte suya
tienen aún padres, ¡cómo olvidar el sin fin de sacri
ficios que les impusieran y el sin fin de disgustos que.
les causaran! ¿No ha de ser el cariño y la dulzura de
h o y pago — y s iempre será mezquino — de los c a r i
ños y de las dulzuras de antaño?
D i c e otro refrán, tan antiguo c o m o el anterior:
Costumbres de mal maestro, sacan el niño siniestro;
advirtiendo a los padres el cuidado con que deben
proceder al escoger maestro para sus hijos. N o basta
la ciencia para dirigir a la juventud; es menester que
el encargado de tan penosa tarea, en cuanto es huma
namente posible, sea espejo donde pueda mirarse el
alumno. P o r esto dijo nuestro simpático Samaniego ,
con su gran dosis de sentido c o m ú n :
Procure ser, en todo lo posible, el que ha de reprender, irreprensible.
A n t e s que el citado fabulista, el Sr . Francisco de
Guzmán, en una obra, De la flor de sentencias de sa
bios, había expresado la misma idea, si bien en forma
menos sintética. Dice este castellano v ie jo:
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No lo que reprendieres a los otros, tú harás, que mal ejemplo darás a quien doctrinar quisieres.
Y cuando fragilidad a la frágil voluntad guiare por vía tuerta, vaya la cara cubierta con velo de honestidad (i).
Tanto los padres c o m o los pedagogos , hemos de
emplear los medios preventivos; vale más prevenir
que castigar, y esto, que es de lógica irrebatible, nos
lo indica el pueblo cuando nos dice: Quien quita la
ocasión, quita el pecado. E n otras comarcas se dice:
Quien quita la ocasión, quita el peligro, etc.
M e declaro francamente enemigo del vino, y per
dóneme si hay entre mis oyentes algún discípulo de
Galeno. ¿Que por qué lo sirvo a mis alumnos? Pues.. .
para no ir contra la corriente, y no se crea que la
supresión obedece a economía. Sin ánimos de ofen
der a los fabricantes de vino, bien p o d e m o s asegurar
que el m a y o r número de los brebajes que nos sirven
no tienen ni una gota de lo que a N o é hizo perder su
seriedad; y si a esto, que y a es un grave mal,, se agre
ga que, conforme dice el pueblo, agua no enferma, ni
emborracha, ni adeuda, se comprenderá mi enemiga
hacia esos l íquidos negruzcos, que ni robustecen, ni
vigorizan, ni fortalecen, y sirven tan sólo para estro-
(i) Registrado por el P. Sbarbi en su luminosa y erudita obra Monografía de los refranes.
DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE I I
pear los aun no desarrollados estómagos de la j u
ventud.
H a y que rodear a los niños de mil y mil cu idados:
seres delicados, necesitan amparo, protección y cari
ño, y es conveniente anticiparse a sus racionales de
seos, y es necesario favorecer su desenvolvimiento.
Come, niño, y criarte has, dice un refrán, y otro m u y
poco conocido asegura que si quieres que tu hijo
crezca, lávale los pies y rápale la cabeza.
Pero conviene que estos m i m o s y cuidados no se
exageren, y sea la razón la que los presida. E s pru
dente recordar de continuo que hay cariños que ma
tan, y que tanto quiso el diablo a sus hijos, que les
sacó los ojos. Las complacencias exageradas suelen
ser funestas a los padres y a los hijos, y así debe en
tenderlo el pueblo cuando dice quien bien te quiera,
te hará llorar, indicando que acceder a los menores
caprichos del niño, más prueba falta de seso que so
bra de amor. Si es la vida una serie no interrumpida
de contrariedades, ¿por qué no acostumbrar al hijo a
sufrir algunas, para que las de mañana no le hagan
llorar sangre? Si accedemos a. sus deseos, por irracio
nales que sean, ¿no le damos una falsa idea de lo que
es la vida real? ¿No dicen los pedagogos que hemos
de educar desde la cuna? Pues preparemos al niño
para que sea hombre , y no le hagamos voluntarioso.
R e c o r d e m o s que al enhornar se cuece el pan; que dó
blase el mimbre cuando es tierno, y que los niños, de
pequeños, que no hay castigo después para ellos; refra
nes éstos que se encuentrau reunidos, o c o m o c o m -
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pendiados, en el siguiente proverbio , entresacado de
una colección existente en la Bibl ioteca Nacional de
M a d r i d :
¿Por qué medios se procura que sean los hijos buenos? Plantallos bien de pequeños, que después la rama es dura.
A f i r m a otro refrán antiquísimo que al niño y al
mulo, en el c... ( i ) , avisando que si hay que llegar a
vías de hecho, conviene vayan a dar los azotes en
parte blanda, no sea que nuestro momentáneo y qui
zás disculpable enojo cause la deformidad, y a que no
la rotura, de algún miembro.
Creen no pocos padres, con una sensibilidad raya
na en sensiblería y funestísima para sus mismos hijos,
que h a y que dejarle al t iempo el cuidado de corre
gir sus defectos. Cuando l legue la edad de la razón
— agregan — y a se enmendará. Olvidan estos padres
no sólo los refranes y a apuntados, sino que el loco por
la pena es cuerdo, y que el leño tuerto, con fuego se
hace derecho. N o saben estos padres, indignos del
honroso nombre , que ceño y enseño, de mal hijo ha
cen bueno; o séase, que para educar se necesita saber
y energía. Y cualquier p e d a g o g o medianamente ins
truido sabe que arco siempre armado, o flojo o que-
(i) Y otro refrán dice: Quien no castiga culiio, no castiga culazo; o séase, quien no castiga a tiempo, pierde autoridad para castigar más tarde.
DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE 13
brado; que si es funesto ser de continuo complacien
te, no lo es menos erigir la contrariedad en sistema.
El hogar, y todos lo sabéis, ejerce soberana influen
cia en la educación del niño. D a d m e un alumno, y a
los ocho días os diré qué piensan sus padres. Y no
creáis exagerada mi afirmación, pues cuantos vivimos
en continuo trato con la niñez y la juventud, sabemos
que el hijo de la gata, ratones mata; que el hijo del
asno, dos veces rebuzna al día; que el hijo de la cabra,
de una hora a otra bala, y que, finalmente, a uso de
la iglesia catedral, acales fueren los padres, los hijos
serán.
N o se recatan los padres de hablar ante sus hijos
juzgando actos y hechos ajenos con criterio que pue
de ser exagerado, y hasta hay p e d a g o g o que afirma
que en el seno de algunos hogares se comentan las
disposiciones del profesor, l legándose a poner en
tela de juicio su competencia. El pueblo les aconseja
prudencia cuando les advierte que dicen los niños en
el solejar lo que oyen a sus padres en el hogar, y que
no dice el mozuelo sino lo que oye tras el fuego.
Si es cierto, c o m o lo es, que lo que se aprende en
la cuna siempre dura, ¡qué tremenda responsabil idad
para los que no saben dirigir bien a sus hijos, no en
señándoles lo que deben saber para ser h o m b r e s
sanos de corazón!
T a m b i é n el pueblo, que se fija mucho, ha obser
vado que los que de niños fueron bien dirigidos,
cuando llegaron a ser hombres lo son de veras: seres
que no se abaten fácilmente por las contrariedades,
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ni la fortuna les envanece. El hijo del bueno, pasa
malo y bueno, asegura el pueblo, porque sabe que es
la buena educación una de las bases sobre que des
cansa la relativa tranquilidad terrena.
Disgústanse no pocos padres porque un extraño
reprende a sus hijos, sin recordar con el pueblo que
quien a mi hijo quita el moco, a mi me besa el rostro;
o lo que es lo m i s m o : quien a mi hijo corrige, a mí
me dispensa un gran favor. E l cariño pone una venda
en los ojos; sabemos todos que el amor es c iego.
¿Por qué disgustarse si otro corrige lo que nosotros
no vimos?
Las madres quieren mucho. ¡Oh!, no hay amor
comparable al amor materno; pero por regla general ,
y quizás por lo mismo que es tan grande, es un amor
completamente ciego; no sirve para educar. N o , y no;
lo digo y o , lo dice el pueblo cuando afirma que hijo
de viuda, o mal criado o mal acostumbrado. E l amor
paterno es más reflexivo; será menos profundo, pero
al hijo — y hablo s iempre en tesis general •— le es
más útil.
¡Cuánto quieren los abuelos! D e b e n de querer m u
cho cuando asegura un refrán que quien no sabe de
abuelo, no sabe de bueno; pero precisamente porque
este amor muéstrase exagerado, y son las exagera
ciones perjudiciales, otro refrán afirma que criado por
abuelo, nunca bueno.
Resumiendo lo dicho atropelladamente hasta aquí,
y que no alargo más para no abusar de vuestra pro
bada benevolencia, resulta que m u y útil es también
DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE 15
para el dificilísimo arte de educar la Paremiología. Y
aun resulta m á s : cualquiera puede convencerse de las
dificultades que presenta la educación del ser huma
no si prevalecen sobre los consejos de la razón los
cariños exagerados de que hablábamos al principio;
si irreflexivamente se le deja al t iempo, que es maes
tro, no lo niego, pero maestro despiadado, el encar
go de modelar el carácter o torcer aviesas tenden
cias. L a sociedad es cruel, pero a esta crueldad puede
y debe oponerse una sana y lógica educación, basada
no tanto en el amor, que es c iego, sino en la razón;
no en una tolerancia, que no vacilo en calificar de
criminal, sino en una cariñosa severidad. N o olvide
mos nunca que educamos, no hijos, esto es, seres que
han de vivir siempre con nosotros, sino hombres que
hemos de entregar al mundo templados para las lu
chas de la vida; hombres en c u y o cerebro hemos de
depositar la semilla de la buena doctrina, la cual,
dadas mis ideas, que creo son las vuestras, termino
sintetizando con las frases inmortales de nuestro cre
do inmortal: « A m a a D i o s sobre todas las cosas, y
al prójimo c o m o a ti mismo.»
PAREMIOLOGÍA MERCANTIL
(Fragmento de un discurso.) ( i )
Hablemos de Paremiología comercial , teniendo en
cuenta que al m a y o r número de los que m e escuchan,
comerciantes, industriales o estancieros, no les ha de
saber mal que refresque su memoria con páginas
arrancadas al libro del pueblo. E s pública mi afición
a tales estudios, y no ha de sorprender, por cierto, que
a ellos acuda para entreteneros un rato. O i d m e con
benevolencia.
Recordando que aunque seas muy sabio y viejo, no
desdeñes consejo, me atrevo a dirigirme a vosotros ,
sabios de una ciencia a mí vedada, la riqueza, para,
no daros, recordaros algunos consejos que pueden
haberse olvidado, ocupados c o m o estáis, la casi tota
lidad de los aquí congregados, a rendir culto al anti
pático Mercurio. Ant ipát ico dije y no retrocedo, y a
que vio antaño con malos ojos que me acercara a su
altar, y no cejó hasta que, no sé si en bien o en mal
(i) Pronunciado el 12 de marzo de 1899. 2
18 R. MONNER SA.NS
de mis pecados, me obl igó a afiliarme de nuevo en
las huestes que acaudilla Minerva, no para empuñar
dorada pluma, sino para que en mis ratos de ocio
quitase el polvo a envejecidos mamotretos .
A esta mi afición recurrí hoy , presumiendo no to
maríais a mal que en este deshilvanado trabajo cite a
algunos de vosotros, que he menester ejemplos de
carne y hueso para ayudarme a probaros lo que para
mí es y a verdad inconcusa; esto es, que es la ciencia
de los refranes la ciencia de las ciencias, y que ayuda
en mucho en la difícil tarea de vivir bien y en paz
con todos.
L o s hay para todos los gustos y para todos los
estados, y es que el p u e b l a tiene una gran dosis de
sentido común y una clara idea de lo que es esta
picara vida. Sancho, el sin par escudero, chorrea re
franes y los aplica con un arte que en vano han que
rido remedar luego los escritores; y es que en éstos,
si hay estudio no h a y la intuición de las necesidades
de la vida, con sus altibajos y sus vaivenes. U n o s pa
tentizan prudencia, descubren otros picardía, cuáles
muestran severas reglas de acertado vivir, cuáles ma
rrullería y mala intención; y de esta revuelta m e z c o
lanza de refranes, adagios, proverbios y apotegmas,
sacar puede cualquiera útiles enseñanzas, y a su m o d o
de ser sea el plácido y tranquilo de que ni envidiado
ni envidioso peregrina por la tierra, y a viva, se agite
y bulla en los no siempre transparentes mares de la
sociedad actual.
A este gran depósito de verdades acudí, deseoso
DE GRAMÁTICA ¥ DE LENGUAJE 19
de entresacar y mostraros aquellas que, a mi juicio,
habéis tenido presentes, quizás sin s a b e r l o — y esta
ignorancia os honra — , y otras que no holgará conoz
cáis y recordéis; que si es cierto que el saber no
ocupa lugar, cierto es que van las enseñanzas que
ellas implican sin átomo de interés.
Quizás alguno de los que me escuchan, y no lo
digo en son de censura, antes bien de alabanza, fué
cadete ( i ) y ha subido uno a uno los peldaños de la
escalera que conduce al templo de la Fortuna. É s t o s
hicieron bueno el refrán bastante ant iguo: El que está
en la aceña muele, que no el que va y viene; esto es ,
probaron con hechos que para conseguir algo es pre
ciso tener sufrimiento y constancia.
A l contrario, no algunos, todos, podéis repetir y
mandar grabar en vuestros escudos, a guisa de mote ,
los dísticos siguientes, que nos dio a conocer el emi
nente paremiólogo P. S b a r b i :
No puede el hijo de Adán, sin trabajo comer pan.
Frutos del trabajo justo, son honra, provecho y gusto.
Al fin se rinde fortuna si el trabajo la importuna.
Porque todos rendísteis culto al trabajo, y los más
recogido habéis opimos frutos, después de haber
(i) Cadete significaba en la Argentina aprendiz de comercio.
20 R. MONNER SAtíá
logrado vencer a la fortuna con las bien templadas
armas de la paciencia, de la constancia, del orden y
de la economía.
¿Veis al señor... fulano de tal? ¿A qué creéis que
debe su fortuna? ¿Al dios éxito? N o ; debe su actual
bienestar y la justa fama de que goza a que supo
poner en práctica, tal vez sin conocerlo, un antiquísi
mo refrán que d ice : Regla y compás, cuanto más, más.
Sí; regla, método, orden y compás , esto es, nada de
precipitaciones se han menester para labrar sólida
fortuna. Y a propósito de estas precipitaciones, os
diré que las improvisadas posiciones m e recuerdan
frecuentemente y sin querer un refrán que no he visto
impreso y que entraña, c o m o regla general, un gran
fondo de verdad, y es el s iguiente: Ningún río crece
sin aguas turbias. N o os fiéis, y lo repito, de las for
tunas improvisadas, que bien pueden derrumbarse
con la misma facilidad que se alzaron. Sabido es que
los dineros del sacristán, cantando se vienen y cantando
se van.
N o a los viejos, que en esto y en todo saben más
que y o , pero sí a los jóvenes un tantico amigos de
diversiones y jo lgorios , les recordaré con el pueblo,
que si quieres buena fama, no te dé el sol en la cama;
refrán que y a conocían ciertamente de esta manera
más vulgar: Al que madruga, Dios le ayuda.
Recuerden los que apenas comienzan, que quien
trabaja tiene alhaja, y que quien busca halla. N o se
desanimen si las contrariedades 'les salen al paso,
pues harto sabemos todos que no hay atajo sin tra-
DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE 21
bajo, y sobre • todo no cambien con frecuencia de
ramo, oficio u ocupación, y a que piedra movediza no
cría musgo, y no olviden que para prosperar es m e
nester ser m u y ducho y saber ponderar su mercancía,
pues, como dicen los ingleses, «el comerciante que
no sepa mentir, y a puede cerrar su t ienda».
A los que, dueños y a de comercio o tienda, tienen
gente que les sirva y buenos amigos y compañeros ,
no hacen bueno el refrán de cada uno quiere llevar el
agua a su molino y dejar en seco a su vecino; antes
bien, saben que cuando sale el sol sale para todos, m e
permitiré refrescar su memoria con algunos refranes
que pueden serles de utilidad. N o olviden que el ojo
del amo engorda el caballo; que quien a mano ajena
espera, mal yanta y peor cena. Sepan y digan con los
antiguos: Obreros a no ver, dineros a perder; hacien
da, tu dueño te vea, y , finalmente, quien tiene tienda,
que atienda.
Con respecto a mozos y criados, es de cuerdos no
olvidarse que no conviene ni mozo dormidor ni gato
maullador; que quien su carro unta, sus bueyes ayuda;
o séase, que hay que retribuir bien a quien sirve, y
porque al cabo de un año tiene el mozo las mañas de
su amo, conviene enseñarles bien.
¿Quieres hacer de un maravedí un cornado}; án
date de mercado en mercado; esto es, de tienda en
tienda o de registro en registro ( i ) , para poder c o m
parar precios y calidades y comprar lo que más a tu
(i) Tienda donde sólo se vende al por mayor.
22 R. MONNER SANS
bolsillo conviniere. Y en cuanto a comprar , no debe
olvidarse que el buen paño en el arca se vende, y no
se arrepienta luego de su trato, porque no se queje
del engaño quien por la muestra compra el paño.
A éstos que van a la husma en procura de gangas
comerciales no les vendrá mal recordar que cada
buhonero alaba sus agujas; cada ollero alaba su pu
chero; cada zmo alaba sus agujetas, y cada pulpero
alaba su queso; cuatro refranes diferentes y una sola
idea verdadera, la de que cada cual procura vender
lo que tiene con el m a y o r lucro posible.
Y , al revés, sabe m u y bien el que vende que quien
desalaba la cosa, ése la compra; que quien dice mal de
la yegua, ése la merca, y que quien desdeña la pera,
comer quiere de ella; y del maridaje de estos siete
refranes últ imos resulta el lógico mercadear, el de
seo en unos de vender a buen precio y en otros de
comprar barato, y así fueron siempre las mercantiles
transacciones, y así son y así serán mientras tenga
Mercurio discípulos y a unos sobre lo que a otros
falta.
Tratándose de negocios de monta, dice un antiguo
refrán caste l lano: Dormiréis sobre ello y tomaréis
acuerdo. Y que el dicho tiene miga pruébalo, a más
del propio criterio, el que un pueblo tan mercantil is-
ta c o m o el inglés lo tradujese a su idioma dic iendo:
Los asuntos importantes para mañana. A s í éste c o m o
el nuestro dan a entender que se debe proceder en
las cosas de importancia con la m a y o r madurez.
C o m o reglas generales para bien comerciar, y aun
DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE 23
para vivir en paz, pueden citarse, entre otros, los re
franes s iguientes:
No firmes carta que no leas, ni bebas agua que no
veas; saludable consejo que nos pone a cubierto del
mal que pudiera causarnos la torpeza o la villanía d e
un mal dependiente.
Entre dos amigos, un notario y dos testigos; porque
la seguridad y formalidad en lo que se trata no se
debe juzgar desconfianza; antes bien, sirve p a r a m a n -
tenería sin quiebra ni discordia.
Escribe antes que des y recibe antes que escribas,
que denota la precaución con que se ha de comer
ciar y tratar los negocios para no exponerse a las
pérdidas que ocasionan el descuido y la demasiada
confianza.
«La plaza está mal», oigo todos los días y a cada
paso, y a mí, lego en asuntos mercanti les, se m e an
toja que estamos sitiados y que a lo mejor el ene
migo va a colarse por las puertas de la ciudad. Mas
al ver la tranquilidad de sus habitantes y no oír ni
chocar de armas ni militares movimientos, colijo que
esa plaza de que m e hablan es el conjunto de pulpe
rías, tiendas, almacenes y comerc ios , y que al decir
nos que está mal nos dan a entender que don dinero
anda retraído, y que quién más, quién menos, busca
comerciar con los ajenos intereses, usando y aun
abusando del crédito.
Bueno es dar la mano al h o m b r e honrado y trabaja
dor; pero no es malo recordar que quien fía o prome
te, en deuda se mete; refrán que antaño se decía ni fía,
24 R. MONNER SANS
ni porfía, ni entres en cofradía, por los disgustos que
cada una de estas tres cosas solía dar. Más tarde se
fué ampliando el concepto y se dijo: Ni fíes, ni con
fíes, ni prestes, y vivirás entre las gentes; y aun se solía
decir: Ni fíes, ni porfíes, ni confíes, ni arriendes, y
vivirás entre las gentes; s iendo de notar que la pala
bra fiar consta en los cuatro refranes, prueba plena
d é que y a de antiguo se abusaba del crédito, y por
esto sin duda se encargaba no fiar, idea que un poeta
del siglo xv i (Antonio D é l o Frasso) puso en verso
diciendo :
las vuestras mercaderías si podéis vender contado excusar vender fiado;
prudente consejo, digno, me parece a mí, de ser te
nido en cuenta, y más si es verdad, c o m o aseguran,
que la plaza está mal.
L a s ventas al fiado crean los deudores, y la insol
vencia o mala fe de éstos da lugar a pleitos: hable
mos de unos y otros y s e p a m o s lo que nos enseña
la ciencia popular.
Para los deudores de buena fe, o séase para aque
llos que lo son bien a pesar suyo , dice un refrán an
tiquísimo registrado por Iñigo L ó p e z de M e n d o z a : El
debdor non se muera, que la debda pagarse ha; refrán
que se modernizó d ic iendo: El deudor no muera, que
la deuda en pie se queda. T a m b i é n se sabe que al buen
pagador no le duelen prendas, y para éstos, sin duda,
se inventó el de no hay plazo que no se cumpla, ni
deuda que no se pague.
DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE 25
Para los malos pagadores, para aquellos a quienes
se ha vendido gato por liebre, inventó el pueblo el del
mal pagador, siquiera en pajas; o séase, del que temes
que te pueda pagar en aquellos tres plazos de todos
conocidos, «tarde, mal y nunca», cóbrale pronto, de
cualquier manera, c o m o puedas, si no en moneda, en
pajas.
N o os deseo pleito; pienso con el vulgo que más
vale mal ajuste que buen pleito, y que más vale mala
avenencia que buena sentencia. S in embargo, si contra
vuestra voluntad hubiereis de pleitear, recordad siem
pre que pleito bueno o malo, de tu parte el escribano.
Pero, lo repito, temo a los curiales, quizás p o r q u e
no puedo olvidar la maldición de la gitana: «Pleitos
tengas y los ganes.»
Repasando l ibros antiguos descubro en las pasadas
generaciones un gran saber y una profunda intuición.
A l l á en el siglo x i alguien p r e v e y ó la existencia de la
Repúbl ica Argent ina , y con ella las leyes fiscales que
entorpecen hasta casi anularlo el comercio de caldos.
A aquellos de mis compatriotas que arriesgan sus
caudales en el zumo de la vid, bueno será recordarles
que alguien dijo : En vino nin en moro, non pongas
tu tesoro; y en verdad que la vigente graduación alco
hólica parece aconsejar que no se inviertan capitales
en la traída de caldos ( i ) .
A l saber que hay negociantes cariñosos amigos
unos de otros, adivino sin gran esfuerzo que la cul-
(1) Entiendo que esto se ha modificado ya.
26 R. MONNER SANS
tura social va reformando algunos refranes. E l ¿qtáén
es tu enemigo}; el de tu oficio, va resultando, sobre todo
aquí, incierto concepto; que en amistoso consorcio he
visto y con frecuencia veo gentes de la misma ocu
pación y en iguales tareas absorbidas.
¿No adivináis por qué mi amigo el señor X es h o y
h o m b r e de capitales? Pues sencil lamente porque supo
poner en práctica que quien bien ata, bien desata; esto
es, comprendió que el que emprende con conoci
miento y buena preparación cualquier negocio arduo,
sabrá salir en bien de él.
¿Sabéis por qué el señor Z, a pesar de sus hacien
das y millones, se levanta temprano y no deja a aje
nas manos el cuidado de sus asuntos? Pues porque
sabe, sin que nadie le enseñara, que quien el aceite
mesura, las manos se unta, y que administrador que
administra, y enfermo que se enjuaga, algo traga; avi
sando ambos refranes que los que manejan depen
dencias o intereses ajenos —• esto en tesis general —
suelen aprovecharse de ello más de lo justo.
T e n g o por costumbre, que estimo prudente, p r o
curarme lo que necesito s iempre en las mismas tien
das. Si me engañan sobre su conciencia vaya, que de
niño m e dijeron que suelen repetir los tenderos, y va
el dicho de generación en generación, que al ave de
paso, cañazo.
Consejos saludables son el no compres a regatón,
ni te embobes en mesón, que avisa que no se debe c o m
prar al que por fuerza tiene que vender caro, ni des
cuidarse en sitios en que la mucha concurrencia suele
DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE 27
dar lugar a hurtos; el de a dineros tomados, brazos
quebrados; pues sabido es que el que toma a présta
mo, sobre contraer deuda, tiene fiscal que investiga
sus actos coartando así su libertad; el de cuenta y
razón conserva amistad, así c o m o el de a cuentas vie
jas, barajas nuevas, demuestran cuan conveniente es
aun entre amigos llevar las cuentas claras y saldarlas
cuanto antes.
El comerciante ha de hablar poco; lo dice así un
refrán: Callar y obrar por la tierra y por el mar; y si
logró reunir caudal ha de recordar de continuo que
armas y dinero buenas manos quieren; y si aún no lo
reunió, saber que más valen amigos en la plaza que
dineros en el arca.
Paga lo que debes y sabrás lo que tienes, dice otro
refrán; y otro, ideado sin duda para animar a los p e
queños y cortar vuelo a los grandes, dice: No te aba
tas por pobreza, ni te ensalces por riqueza.
¿Van ustedes viendo cuan rica es la Paremiología
comercial?
Si los que aún no lo son llegan un día a ricos, p r o
curen que no se les pueda aplicar aquello de cuando
pobre, franco; cuando rico, avaro.
A b u n d a n t e es también mi idioma nativo en refra
nes y aforismos, y sin que se me ocurra, para no
aburriros más, daros a conocer los más curiosos, no
puedo resistir al deseo de traducir unos cuantos afo
rismos catalanes citados por el erudito C a m p m a n y
en su curiosa obra Memorias históricas de la ciudad
de Barcelona. D i c e n a s í :
28 R. MONNER SANS
«El mercader en la plaza, y el menestral en su
casa.»
«Si quieres vivir tranquilo, a tu hijo dale oficio.»
«Cuando la hormiga trabaja, no te sientes con ca
chaza. »
«La señora que trabaja, m u y poco dinero gasta.»
«La que trabajar no quiere, gastará mientras tu
viere.»
«El joven que no trabaja, viejo dormirá en la paja.»
«Casa en que se trabaja, nunca falta pan ni paja.»
Y basta y a de refranes, aforismos, sentencias y
apotegmas, que va siendo la cantilena pesada y ma
chacona y no es justo abusar por más t iempo de
vuestra paciencia.
Terminaré esta parte con un refrán indio que todos
conocéis , aunque pocos recordáis. D i c e n los hijos del
Celeste Imperio : «¿Queréis ser feliz un día?; estrenad
un traje. ¿Una semana?; matad un cerdo. ¿Un mes?;
ganad un pleito. ¿Un año?; casaos. ¿Queréis serlo
toda la vida?; sed honrados.»
Y eso digo y o : con honradez y laboriosidad se labra
la propia fortuna, se asegura la tranquilidad de con
ciencia, que vale más que las riquezas, y se contribu
y e a honrar a la patria, y a se viva en su regazo, y a
se esté ausente de ella, l levando, eso sí, su recuerdo
en el cerebro, su imagen en el alma.
NOTAS LEXICOGRÁFICAS
A l l á va un puñadito de observaciones arrancadas
del cuaderno en que suelo apuntar lo que en mis
lecturas m e llama la atención.
Las someto, sin pretensiones de ninguna clase, a
los lex icólogos y gramáticos, y holgárame saber que
alguna de ellas tuvo la suerte de aparecer lógica.
A L L E G A R . — T a n anticuado es allegar c o m o abajar, con la sola diferencia de que el segundo de estos
verbos halló cabida en el Diccionario académico y
el primero no.
Ant iguamente , más que llegar, significó aportar (n).
Con ambos significados lo encuentro empleado por
Cieza de L e ó n en La guerra de Quito:
«Allegó al nombre de Dios el v isorrey. . .» , etc.
«Allegado el v isorrey. . .», etc.
E n el Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano se encuentra la palabra, y se demuestra que la usa
ron en el sentido que dejo indicado Valdiv ie lso y
Mariana.
A N I V E L A R . — T a m p o c o consta este verbo en núes-
30 R. MONNER SAKS
tro Diccionario oficial, y su uso no es m u y remoto,
y a que, según mis apuntes, lo empleó con frecuencia
el docto C a m p m a n y en su luminosa obra Memorias
históricas sobre la marina, comercio y artes ele la anti
gua ciudad de Barcelona.
B A N C A R R O T E R O . — P a l a b r a usada por C a m p m a n y en
en vez de quebrado. Y no es feo el vocablo , y a que
a la quiebra se la l lama bancarrota.
B O T E R O . — ¿ Y por qué no persona que hace y ven
de botas? Si hay zapatero, calcetero, agujero, etc.,
¿por qué no botero en el sentido indicado?
CABEZA ( E N ) . —• Dícese aquí por destocada, o des
cubierta, o sin sombrero , etc.; esto es, con la cabeza
al aire.
A u n q u e no encontré hasta h o y la misma locución
en nuestros autores clásicos, hallo algo parecido. D i c e
L o p e de V e g a :
La blanca niña en cabello salió una mañana al río.
T a n figurado está en cabello c o m o en cabeza.
Y en otra poesía dice el mismo autor:
Con nuevos lazos como el mismo Apolo hallé en cabello a mi Lucinda un día.
C A B E Z C A Í D O . — A d j e t i v o , s inónimo, sin duda, pero
quizá más enérgico que cabizbajo. L o empleó , según
mis notas, F r . D i e g o de Estella en su l ibro De la va
nidad del mundo, cap. X X V I I I .
C A P A . — Falta en esta palabra el m o d i s m o «Se
DE GRAMÁTICA V DE LENGUAJE
compuso lo de Capanegra, que le ahorcaron», ci
tado por G o b e y o s , pág. 3 1 1 de sus Conversaciones
críticas.
Capanegra sería, sin duda alguna, un bandido
famoso.
CARNEAR. — H e aquí un verbo que pide a voz en
grito un sitio en el Diccionario oficial, tanto p o r q u e
Salva da y a noticia de él c o m o provincial ismo ame
ricano, cuanto porque su formación no es fea. D e
pez se hizo pescar, que significa coger peces , sin
duda para comerlos; de carne, haríamos carnear, que
significa coger y matar ganado, reses, carne, en una
palabra, para comerla, significado que aquí tiene el
verbo y que le da y a el mentado Sr. Salva.
C A S Q U E T E R O . — U s a d o por C a m p m a n y , y que no
consta en el Diccionario, será tan bueno c o m o za
patero.
CAVATIERRA. — Substantivo que no encuentro en
el Diccionario, y que vale tanto c o m o destripate
rrones.
L o empleó, según mis apuntes, el notable gramá
tico G a y o s o en su obra Conversaciones críticas, etc.,
año de 1789.
CEJIHECHA. — Y u x t a p o s i c i ó n usada por F r . A m
brosio Montesino en las Coplas de la Visitación de
Nuestra Señora:
Mas la viuda cejihecha que por calles se derrama.
C O R A C E R O . — S e r á no sólo cuanto el Diccionario in-
ftt MONNER SANS
dica, sino el que hace o fabrica corazas, y en este
sentido empleó C a m p m a n y la palabra.
C O R C U S O . — T e n e m o s el verbo corcusir y el adje
tivo participial corcusido, aun cuando la A c a d e m i a lo
registre c o m o substantivo. A m b o s constan en el
L é x i c o , y en cambio falta en él el verdadero subs
tantivo corcuso.
L o encuentro perfectamente usado por el gramá
tico G a y o s o (pág. 304, G o b e y o s ) , así:
«Pero por lo que toca a la entresaca y rebusca de
retales y corcusos, se hará más adelante.»
C O R P O R A D O . — «Oficios corporados» dice C a m p
many. A d j e t i v o derivado del substantivo corpóreo ,
del que nacen también corporación, corporal, etc.,
c o m o del verbo agremiar nace el adjetivo participial
agremiado.
Corporado y agremiado serían en este caso sinó
nimos.
C R I T I Q U I C I O S . — E x i s t e el verbo critiquizar. ¿Por qué
no el substantivo critiquicio, usado por T irso en su
comedia Celosa de sí misma}
CUCHILLERO. — A l l á va una verdad de a puño, y
dicha c o m o debe ser: con voz campanuda. N o siem
pre la terminación ero indica oficio, pues si bien
panadero es el que hace panes, enfermero no es el
que hace enfermos, por más que algunos galenos
merezcan tal nombre. Y así c o m o copero, por ejem
plo, es el que fabrica copas, y el que antiguamen
te las manejaba para dar de beber a su señor, cu
chillero será no sólo el que fabrica cuchil los, sino
DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE 33
el que los maneja. T o m a d a la palabra en ese sentido,
será hermana de espadachín; pero así c o m o éste se
apoya en la espada, el cuchillero hace descansar su
fama en el manejo del cuchillo.
C U E R O . — E n estilo j o c o s o , no sólo significa el
pellejo que cubre la carne de los animales, sino la
piel que cubre nuestro cuerpo.
Dice Castillejo hablando del agua:
En fin; fué tal el beber, que mi vientre todo entero se hinchó como pandero hasta que entrar ni caber no pudo más en el cuero.
T o d o el mundo dice en buen castellano «andar o
estar en cueros-».
DESVERGÜENZARSE. — N o consta en el Diccionario,
a pesar de haberlo usado, entre otros, Cieza de L e ó n .
Figura en el L é x i c o , c o m o anticuado, desvergüen-
zamieuto.
EJECUTRIZ. — D i c e C a m p m a n y (Mentor., I , pági
na 148).
Y esta terminación iz, que es m u y española, se
encuentra en diversos clásicos.
D i c e Tirso de Molina en el pr imer acto de El Burlador de Sevilla:
Pues es quien quiera una lavandriz mujer?
«Facultad ejecutriz» dice C a m p m a n y , tomo I, parte III, pág. 67.
3
34 R. MONNER SANS
E M B A J A T R I Z . — E m p l e a d o en el siglo vx iu .
V a c a de Guzmán llama a la aurora «del sol emba
jatriz» .
ENMOLDAR. — V e r b o éste que no figura en el L é x i
co, y cuya omisión no me expl ico, y a que registra el
adjetivo participial emnoldado.
v-Emnolda tu alma en Jesucristo» dice D i e g o de
Estella en el capítulo II de La vanidad del inundo.
FREGATIZAR. — V e r b o más enérgico que fregar.
F u é empleado por T irso de Molina en El Burla
dor de Sevilla.
G E N T E . — «Gente b ien», por gente decente; «Fu
lano no es gente», por no es persona bien educada,
decente, son frases, y otras parecidas, de uso m u y
c o m e n t e en estos pagos.
Gente, en el sentido que dejo indicado, no debe
ser enteramente desconocido en España, cuando C a l
dos en Fortunata y Jacinta d ice: «Me vestí de gen
te-», esto es, de persona decente.
G U I S A . — Define esta palabra el Diccionario, pero
no de m o d o tal que p o d a m o s los indoctos averiguar
el sentido de los siguientes versos de D. E. Manuel
de V i l l e g a s :
¿Qué placeres me guisa un árbol, pica seca cargado de mil hojas sin una fruta en ellas?
Porque aquí guisa "tampoco m e parece la tercera
persona del singular del presente de indicativo del
DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE 35
verbo guisar, en su tercera acepción; antes creyera
que está por procura.
INDUSTRIADOS. — P o r adiestrados, enseñados, etc.
Dice Cieza de L e ó n , refiriéndose a los indios: «Es
taban medianamente industriados-».
La palabra no consta en el Diccionario.
El verbo industriar, que tampoco consta, ha sido
empleado por Sor María de A g r e d a en Mística Ciu
dad de Dios: «Te señalo por maestra a mi Madre y
Virgen; ella te industriará y encaminará tus pasos a
mi agrado y beneplácito.» (Parte I, l ibro I, cap. I.)
MADRIZA. — «La escuela superior o -madriza» dice
Valera en la traducción de Schack; esto es, escuela
de madres.
El vocablo no consta en el Diccionario.
Con posterioridad lo he visto usado por Castelar.
PECHO. — A esta palabra falta el refrán (citado por
Gobeyos , pág. I O O ) «Tenga usted pecho y criará es
palda».
El conde de A r a n d a emplea la palabra. V é a n s e sus
cartas como embajador en Polonia.
PEZ o RANA. — E n cualquiera de estas dos pala
bras, aunque con más propiedad en la primera, falta
en el Diccionario oficial el m o d i s m o « A salga pez o rana».
R A E R . •—Paréceme que a este verbo le falta la acep
ción de borrar con que lo usa D i e g o de Estella, cuan
do dice, traduciendo el É x o d o 2 3 : «Al que pecó
contra mí raerlo he del l ibro de la vida.»
SILVATAR. — V e r b o caprichoso, más enérgico y ,
36 R. MONNER SANS
sobre todo, más despreciativo que silbar. L o empleó
Tirso en su comedia La ventara con el nombre:
No las hurto como algunos que a la postre se silvatan.
Recuérdese que en lenguaje familiar es m u y c o
rriente la palabra silbatina, que no registra el D i c c i o
nario, y que éste establece distinción, por ejemplo,
entre sermonar y sermonear.
SUBJECTO. — Busco la palabra y no la hallo en el
Diccionario, y si es anticuado subjeto y halló cabida
en el l ibro citado, ¿por qué no subjecto?
« A u n q u e todos los indios, que son vuestros sub-
jectos», dice L ó p e z de Gomara.
L a omisión es tanto más de notar, constando en
el L é x i c o el verbo subjectar, que emplea y a el citado
autor.
V A S E R Í A . — D e cristal , cristalería; de vaso hizo
C a m p m a n y vasería al hablar de las artes barcelo
nesas.
Y basta por h o y de observaciones.
(Revista Crítica de Instaría y Literatura, 31 de marzo d e 1899.)
LA LENGUA
N o pretendo perder t iempo, ni hacerlo perder , de
finiendo lo que es la lengua, pues el menos leído sabe
que con el sobrenombre de la sin hueso, lo mismo se
designa el órgano muscular situado en la cavidad de
la boca, que el conjunto de voces y términos con que
cada nación explica sus conceptos; surgiendo de estas
acepciones la capital diferencia de que sea la lengua,
para el galeno, objeto de estudio; para el filólogo,
materia de estudio y reflexión; para el filósofo, punto
de arranque de profundas meditaciones, y para el
pueblo, s iempre vehículo para la comunicación de
sus ideas, sin que se detenga en averiguar el sorpren
dente enlace que hay entre la idea y su exterioriza-
ción por medio de la palabra.
Aficionado a t iquismiquis gramaticales y filológi
cos, quise ponerme al habla con el pueblo para ave
riguar la relación que en su innegable buen sentido
establecía entre la lengua-órgano y la lengua c o m o
transmisora del pensamiento; y y a puesto en la faena,
di sin gran esfuerzo con los modismos, locuciones,
refranes y frases proverbiales que registra el L é x i c o
38 R. MONNER SANS
oficial, y que releer puede cualquiera con sólo tomar
se el trabajo de abrir el mentado l ibro.
Pero.. . y a este pero v o y a asirme para hilvanar este
articulito.
Falta, a mi entender, en el Diccionario académico
una frase que he oído y leído muchas veces, frase
que, nacida sin duda en los labios de algún galeno,
pasó al pueblo, tan amigo de retóricas imágenes:
«Al enfermo lo pr imero que hay que mirarle es
la lengua.-» «Tiene la lengua sucia.» «Limpiar el es
tómago, y por consiguiente la lengua, es el primer
deber de un médico.» E s t o se repite diariamente.
D e suerte que la lengua, mejor dicho, su limpieza
o suciedad, revela en el m a y o r número de los casos
el estado del enfermo.
A l g u i e n , aunque corto de letras largo de alcances
y de sentido común, hubo de fijarse en la frase tener
la lengua sucia c o m o delatora de enfermedad física,
y coligió, sirviéndose de una bella imagen, que si
quien está enfermo tiene el órgano muscular de la
boca sucio, el blasfemo, el mal hablado, el largo de
lengua tendrá sucia la sesera, y , claró está, siendo su
cias sus ideas, sucias han de ser las palabras que de
su boca se escapen; y si, a más de tener ideas bajas,
t iene pervertido el corazón, por aquello de que no
dice más la lengua que lo que siente el corazón, cuanto
diga y profiera, descubrirá a la legua la perversión
moral de su alma.
D e esta premisa, que al menos a mí m e parece l ó
gica, surge lo s iguiente:
DE GRAMÁTICA. Y DE LENGUAJE 39
l . ° Que con oír hablar a una persona, no en el
salón ante damas, que siempre cohiben, sino en el
seno de la intimidad, se puede apreciar fácilmente la
limpieza o suciedad de su mollera.
2° Que la juventud fin de siglo, m u y amiga del
lenguaje rufianesco, va poniendo de continuo en ri
dículo a los autores de sus días, pues si bien no todos
creemos que «dicen los niños en el solejar lo que
oyen a sus padres en el hogar», hemos de suponer, o
sobra de ligereza en el padre, o falta de dirección
educativa en los encargados de modelar el cerebro,
el corazón, el alma de sus hijos.
3 . 0 Q u e al escuchar ciertos vocablos o ciertas fra
ses, los que de pulcros nos prec iamos cerramos los
ojos y creemos ver en nuestro cerebro la imagen de
un mozo de cuadra, de un porquerizo o de un depra
vado faquín disfrazado de persona decente.
Y no vale decir, c o m o afirmó cierto autor ríopla-
tense, que el hi... de p... es frase m u y castellana, de
uso corriente en t iempo de Cervantes •— T i m o n e d a ,
anterior a él, la usó en sus célebres Cuentos—, porque
la frase apuntada" dejó y a de usarse a fines del si
glo x v n , y si no la rechazara el buen gusto, la recha
zaría la cristiana compasión que merecernos debe el
hijo de la ramera, y a que, a la postre, no puede ser
culpable de su bajo nacimiento.
Tener sucia la lengua equivale, pues, aunque en el
Diccionario no conste, a ser malhablado, a emplear
vocablos bajos, torpes o soeces; y si para limpiar la
lengua-órgano se emplea la magnesia, el acíbar, el
4 0 R. MONNER SANS
agua de Loeches y tantos otros productos naturales,
para limpiar la lengua, en el sentido social, no hay
más remedio que leer buenos autores y frecuentar el
trato de personas limpias.
¿Cuándo dejarán ciertas personas de tener la lengua
sucia}
Cuando se lo propongan.
(Boletín del Instituto Americano, 30 de sept iembre d e 1899.)
EX
L o s pequeños sólo p o d e m o s ocuparnos en peque
neces. Hablemos, pues, de la pequeña partícula que
sirve de epígrafe a estas líneas, y aun no de las diver
sas modificaciones que expresa según se anteponga
a unas u a otras palabras, sino del caso en que se
emplea para designar lo que fué y y a no es.
«Fray Gerundio» era de parecer que se suprimiera
en lo sucesivo esa voz para denotar lo que se ha ido
y dejado de ser, porque van siendo tantos los ex de
todas clases, que la excepción ha pasado a ser regla
general. Y en verdad que el insigne historiador tenía
razón, porque ¿cuántos mozalbetes hay de quince a
veinte años a quienes, por desgracia, se les puede lla
mar ex jóvenes}
Si se hubiese aprobado el divorcio, esta partícula
hubiera cobrado momentáneamente gran celebridad,
pues cuantos a tan moralizadora (?) ley se hubiesen
acogido, habrían mandado imprimir tarjetas con el
significativo título, puesto al pie del nombre , ex casa
do, que, c o m o se comprenderá, no es lo mismo que
viudo.
4 2 R. MONNER SANS
Basta fijarse un poco para ver que el mundo está
lleno de ex. H a y ex ministros y ex diputados, c o m o
hay ex beldades, ex virtudes, ex católicos, ex ?icos y
ex pobres. L o s franceses, c u y o gracejo no puede ne
garse, han dicho ex mujer virtuosa, si bien, para ha
blar con propiedad gramatical, debieran haber escrito
ex virtuosa mujer, porque si hay algo que no puede
variar es el sexo.
U n autor c u y o n o m b r e escapa en este m o m e n t o a
mi memoria, escribió la siguiente hermosa quintilla :
"Don Angelito Fierabrás, el de la persona ex casa, que nunca en tu casa estás, ¡quién estuviera en tu casa para no verte jamás!
Comentando estos versos dice el P. Sbarbi que
aquello de la persona ex casa por escasa, no puede
ser más apropiado ni de más fina invención.
Cuando la Revolución francesa, derribando institu
ciones seculares, hizo tabla rasa de cuanto por aquel
entonces existía, l lenó, sin sospecharlo, de ex la pa
tria de San Luis; y tan en m o d a se puso la partícula,
que un conterráneo del santo hubo de llamar en Ge
nova a D. V i c e n t e Moberso , y por ironía, ex jesuíta.
El discípulo de San Ignacio, que era en extremo in
genioso, contestó al francés con el siguiente soneto :
No me nombres el ex, por caridad, después que lo adoptó la Convención; debe Europa a la Francia su invención y fué su primer fruto la ex piedad.
DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE 43
Siguióse ex rey, ex reina, ex majestad, ex cura, ex fraile, ex -monje, ex devoción, ex papa, ex cardenal, ex religión, ex culto, ex templo, ex fe y ex castidad.
Mira si el ex que bien me nombras hoy un ex fatal para la Francia fué; otro ex menos fatal buscando voy,
y de encontrarle tengo viva fe : ya me parece que escuchando voy ex Parts, ex nación, ex liberte'.
El ex jesuíta fué profeta, pues todo se l legó a per
der en Francia tras la Revolución y el Imperio.
Parodiando al chispeante autor de las Calilladas,
v o y a ensayar un parrafillo en que j u e g u e el ex el
principal p a p e l :
«España, ex pobre pero ex feliz cuando ex había
ex hombres de ex buena fe y ex patriotas l lenos de
ex virtudes, l legará a ex España si D i o s no lo reme
dia; que la ex moral, la ex justicia y la ex honradez
son capaces de labrar un ex palacio a la ex nación
más ex poderosa.
(Revista de la Asociación Lacordaire, sept iembre de 1902.)
A PROPÓSITO DE «SANTO»
CARTA ABIERTA
Rdo. P. Fr. Julián B. Lagos.
Mi distinguido amigo :
Me pide usted algo para su Almanaque, y a fin de
que su petición prospere, invoca el n o m b r e de San
A n t o n i o . A u n cuando no debía recurrir a él para
pedir, pues usted manda y y o obedezco, queda dis
culpado y v o y a intentar complacerle.
Hablemos de santos, no sin antes encomendarme
a nuestro Padre San Francisco.
Poco t iempo hará que en uno de los diarios gran
des de la mañana l e í : «San Santiago A p ó s t o l » ; y
cuéntese que en la Redacc ión del periódico hay, no
uno, varios redactores que están en el caso de censu
rar el pleonasmo. Pero se trataba de un santo y , aun
notado el disparate, ¿para qué rectificar?
Santiago, patrón de las Españas, no admite el San
delante, por la potísima razón de que el adjetivo va
R. MONNER SAKS
yuxtapuesto al nombre. Santiago equivale a Sa/i Yago,
y éste a San Diego (Matamoros), «uno de los más
valientes santos y caballeros que tuvo el mundo y
tiene ahora el cielo». Decir , pues, San Santiago es
poner albarcla sobre albarda. Sabido es que en lo an
tiguo san se escribía saut.
Y y a que de la palabra san tratamos, hablemos de
ella con algún espacio.
Preguntaban a un chusco cuántos santos hay en el
cielo, y contestó rápidamente : «Sólo hay tres san
tos y un santito», refiriéndose a Santo T o m á s , Santo
D o m i n g o y Santo Tor ib io , y a San Tito. L o que decir
quería que el adjetivo santo se apocopa delante de
todos los nombres menos de los tres citados. Y eso
porque así lo afirma la Real A c a d e m i a en su Gramá
tica, al asegurar que santo sólo se antepone a los tres
indicados.
Mas es el caso que a los que cita la docta C o r p o
ración cabe agregar Santo Cristo, Santo Á n g e l , Santo
Tobías , Santo Job, Santo A l a n o , Santo D ios , Santo
Fuerte , Santo Inmortal, etc., etc., etc., tres etcéteras
que equivalen a asegurar que hay algunos más.
C o m o regla general no exenta de excepciones, San
Elias, por ejemplo, podría darse la siguiente i «El
adjetivo santo pierde su última sílaba delante de los
nombres que l levaron los perfectos que la Iglesia ha
reconocido por santos en el N u e v o T e s t a m e n t o , y la
conserva en los que se comprenden en el A n t i g u o .
N o decimos San]oh y diremos San Pedro.»
San, c u y o plural es sanes, usado sólo en las expre-
D E G R A M Á T I C A Y DE L E N G U A J E 47
siones familiares «¡Por vida de sanes!-» y «¡Voto a
sanes!», tiene una larga descendencia, en la que si
figuran no pocos vocablos de noble significado, otros
hay de significación despectiva y vulgarota.
Prueba al canto :
Santamente. — Con santidad. Sencil lamente.
Santera. — L a mujer del santero, o la que cuida de
un santuario.
Santero. — El que cuida de un santuario.
Santidad.— Calidad de santo. Tratamiento hono
rífico que se da al Papa.
A propósito de esto, bueno será advertir que refi
riéndonos a la cabeza visible de la Iglesia, d e b e m o s
decir Padre Santo y no Santo Padre, c o m o dicen y
escriben los galiparlistas.
Santificación. — A c c i ó n y efecto de santificar o
santificarse.
Sautificador. — (Adjetivo.) Que santifica.
Santificante. — (Participio activo.) Q u e santifica.
Santificar. — Hacer a uno santo, etc.
Santo. — P e r f e c t o y l ibre de toda culpa, etc.
Santoral. — L i b r o que contiene vidas o hechos de
santos. L ibro de coro.
Santuario. — T e m p l o en que se venera la imagen
o reliquia de algún santo.
A l laclo de estos p o d e m o s colocar :
Santero. — Dícese del que tributa a las imágenes
un culto indiscreto y supersticioso.
Santón. — H o m b r e hipócrita o que aparenta san
tidad.
4 8 R. MONNER SANS
Santucho. —• S inónimo de
Santurrón. — Nimio en los actos devotos; y
Santurronería. — Calidad de santurrón.
E n cuanto a refranes y modismos en los que figu
ran las palabras san o santo, puedo citar treinta y seis
registrados en mi l ibro La Religión en el idioma, y
otro que hube de omitir por no acertar a velar su
concepto. P o r donde se ve la larga prole y descen
dencia que tiene el adjetivo motivo de estas líneas.
Para desarrugar el entrecejo a los que hayan teni
do la paciencia de leer la anterior insulsa charla, refe
riré una discusión habida hace y a algunos años, no
sabré si siglos, entre un francés y un español.
Ponderaba cada cual la religiosidad de su país. A
cada santo que el francés nombraba oponía otro el
español, y la porfía se iba haciendo interminable. Por
fin, y para acabarla, el francés ofreció probar que
siendo ambas naciones católicas, el santoral de la
suya era más largo que el de España. V i v o de imagi
nación el peninsular, aceptó el reto creyéndolo una
fanfarronada, y contestó que a los santos registrados
en el martirologio común a ambos países, los españo
les añadían otro, sin vigil ia: sanseacabó. E l francés,
que a juzgar por su salida debía ser gascón, soltó la
carcajada al oír al peninsular, agregando en tono
triunfante : «A' este sanseacabó, que es uno y no más,
p o d e m o s los franceses oponer tres, que son san fasón,
san cump liman y san seremoní.» Y perdonen la irre
verencia religiosa y ortográfica los descendientes de
San Luis .
DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE 49
Basta de conversación. S é que lo escrito es una
nonada que no vale la pena de ver la luz pública.
Rómpalo , si opina c o m o y o , después de leído, y sír
vale para probar que si es mucha la voluntad de c o m
placerle, son, en cambio , diminutas las dotes de inge
nio de su buen amigo.
(Almanaque de San Antonio, n o v i e m b r e d e 1902.)
LA ENSEÑANZA DEL IDIOMA
Al Sr. Dr. Rodolfo Rivarola.
¿Me hablaba usted de mi pleito? A q u í traigo los
papeles. Esto pude contestar a usted cuando, con ga
lantería que estimo, tuvo la atención de darme a sa
borear el hermoso escrito del francés M. Pittolet,
titulado Los catedráticos de castellano en los Institutos
de segunda enseñanza de Francia. Por cierto, y dicho
sea c o m o previa digresión antes de entrar en mate
ria, que da motivo para hondas reflexiones el saber
que los literatos de m a y o r renombre en Francia, A l e
mania, Inglaterra y Estados U n i d o s , l levan su ad
miración por el idioma de Castilla hasta el extremo
de dedicar a su profundo estudio largas vigilias, en
tanto que los superficiales, los dilettanti en Gramática
y Fi lología abominan de él y tiran a bastardearlo.
¿Obedecerá la actitud de estos últimos a un exceso
de amor patrio, o estará inspirada por un sentimien
to menos noble, el temor de una, aunque lejana, po-
ft. MONNER SANS
sible competencia comercial? ¡ V a y a usted a saber! L o
único que puedo afirmarle es que son muchos, m u
chísimos los extranjeros — catalogándolos estoy hace
y a t i e m p o — q u e , sin abominar de su idioma nativo,
ponderan la nobleza y majestad del castellano, dipu
tándolo c o m o el idioma más hermoso de los habla
dos p o r el hombre .
Otra feliz casualidad puso en mis manos el Infor
me de la Comisión de los Diez, y , c o m o se compren
derá, m e leí con avidez cuanto escribieran los firman
tes sobre la enseñanza del inglés en los Estados
Unidos .
T i e n e para la tesis que hace años defiendo, el su-
pradicho Informe, la ventaja de estar redactado en
una antigua colonia inglesa que ha buscado y halla
do su prosperidad en el comerc io y en la industria,
no en el inocente e m p e ñ o de crear para su uso par
ticular un nuevo idioma que, a la postre, sólo se hu
biese formado barbarizando el de Shakespeare y
lord B y r o n .
Recojamos, pues, algunas de las ideas esparcidas
en el Informe de la Comisión de los Diez y en el cita
do trabajo de M. Pittolet.
E n la síntesis de la conferencia de inglés se lee :
«Tanto para las escuelas superiores c o m o para los
grados menores, la Conferencia declara que cada pro
fesor, cualquiera que fuere la materia, debe ser respon
sable del uso de buen inglés para sus alumnos.»
Y más adelante agrega :
«Hay en esta parte del Informe la idea fundamen-
DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE 53
tal de que el estudio de todas las demás materias debe
contribuir a la enseñanza del inglés.»
¿Qué le parece a usted, mi respetable doctor, de lo
que subrayado queda? Y que el concepto es lógico ,
se averigua con sólo parar mientes en la difícil situa
ción en que estamos colocados h o y en la A r g e n t i n a
los catedráticos de idioma, no i n c l u y e n d o , natural
mente, en esta categoría a los que dictan la materia
por exceso de benevolencia gubernamental . S e afana
el profesor por enseñar teórica y prácticamente el
acertado uso del patrio lenguaje, y a los p o c o s minu
tos, y a que no a las pocas horas, el a lumno recogerá
de doctos labios, o leerá en obras, por otro c o n c e p
to recomendables , palabras, oraciones y frases en
abierta oposición con lo que aprendiera en las c l a
ses de idioma. Y menos mal cuando se confiesa que
no se posee el nativo lenguaje, y se le aconseja al
alumno atemperarse a lo apuntado por el profesor
de Gramática, pues casos hay e n - q u e los laudables
esfuerzos del catedrático de idioma se ven esteriliza
dos por consejos en c u y o seno palpitan la rebeldía
y el desprecio por la lengua que, aun bastardeada,
tantas hermosuras nos muestra de continuo.
D e c í a m e un clía cierto compañero de tareas, que
no se distingue ciertamente por su respeto al id ioma:
«¡Cuánto deben ustedes padecer obligados a escuchar
a cada m o m e n t o verdaderos crímenes gramaticales,
y ver que sus empeños desvirtuados quedan no sólo
por el vulgo, sino por muchos que están en el deber
de secundar a ustedes!»
54 R. MONNER SANS
Sobrábale razón al estimado amigo, y todo porque
se le niega eficacia a un estudio que es de capitalísi
m a importancia para los h o m b r e s todos.
«¡Oh! ¡ L a G r a m á t i c a ! — d i c e n no pocos encogiéndose
de hombros — ; ¡hay aburrimiento mayor!» Cierto es
que no es asignatura agradable; pero dejando a un lado
que un profesor experto logra suavizar el tedio que
tal estudio causa a la juventud, los demás profesores
y el vulgo deben saber y recordar que así c o m o no
hay sociedad humana sin relaciones jurídicas, no hay
idioma alguno sin relaciones gramaticales entre las
palabras que le forman; luego la Gramática es esen
cialmente necesaria para aprender a hablar y escribir
correctamente. Quien no sepa Gramática, tropezará
s iempre con los escollos que de continuo se alzan al
pretender manifestar el pensamiento en forma correc
ta y bella.
A s í deben comprenderlo los ilustres firmantes del
aludido Informe, cuando lo comienzan escribiendo :
«Si el alumno debe considerar el conocimiento del
idioma c o m o un instrumento para expresar sus pen
samientos, es necesario que durante el per íodo de la
vida en que la imitación es el principio fundamen
tal de la educación, se le aleje lo más posible de la
influencia de los malos modelos y se le tenga bajo la
de los buenos; y que todo pensamiento que exprese
oralmente o p o r escrito, se considere c o m o materia
de crítica para el idioma. A s í , cada lección de Geogra
fía, de Física o de Matemáticas, puede y debe ser una
parte de la enseñanza del idioma para el alumno.»
DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE 55
U n mundo de ideas y otro de recuerdos se agolpan
a mi mente para demostrar que aquí seguimos cami
no diametralmente opuesto al aconsejado por los
profesores norteamericanos. U n a lastimosa conside
ración hacia el castellano correcto y los encargados
de enseñarle impera en todas las esferas, y sus resul
tados lógicos son la anarquía pedagógica y el triunfo
del barbarismo. E n vano pugnan por su pureza los
Mitres y Zeballos, los Cañés y Quesadas, que el mal
echó profundas raíces y falta en los médicos valor
para extirparlo.
Remacha el clavo la citada Comisión, d ic iendo:
«Si se descuida este principio, una clase de His
toria o de Geografía, por ejemplo, puede fácilmen
te deshacer todo lo eme se ha conseguido con un buen
ejercicio de inglés.»
¡Qué observación tan profunda! T a n t o que... Pero
queden por h o y en el fondo del tintero las anécdotas,
por cierto poco jocosas, que pudieran referirse a pro
pósito de la poca atención que merece la Gramática
de parte de muchos que están en el deber de cono
cerla y aplicarla.
«Solamente — agregan después — una cordial c o
operación de todos los profesores podrá dar en ese
sentido resultados satisfactorios.»
L a afirmación no puede ser más lógica, e inútil m e
parece perder el t iempo ampliándola con datos y no
ticias al alcance de quien quiera tomarse el trabajo
de compilarlas.
A l tratar de la enseñanza del inglés en las escuelas
5 6 R. MONNER SANS
superiores, dice «que cualquier profesor, cualquiera
que fuese la materia que le corresponda, debe ser
responsable del empleo de un buen inglés por parte
de sus a lumnos».
Dejando a un laclo y para mejor ocasión las otras
ideas contenidas en el Informe de referencia, decir
debo que los párrafos copiados tuvieron un fin, el de
demostrar el especial cariño con que en N o r t e - A m é
rica se trata cuanto al patrio lenguaje se refiere, aña
diendo, mejor dicho, haciendo mías las palabras del
ilustre venezolano R i v o d ó : «Nada enaltece más a
un pueblo que poseer correctamente su idioma na
tivo.»
El artículo de M. Camille Pittolet, escrito en un
castellano que para su cotidiano uso quisieran más de
cuatro literatos españoles y americanos, es un hermo
so canto a esa España mal juzgada porque es p o c o
conocida. Pittolet no es un discípulo, es un c o m p a ñ e
ro de Morel-Fatio, de Merimée y de Fastenrath.
Sorprende, en verdad, saber que en sus clases de
castellano, convertidas en verdaderos museos de vis
tas, tarjetas, caricaturas, etc., hispánicas, haya podido
poner un cartelón que reza a s í :
«Se prohibe, bajo la multa de una perra chica, ha
blar francés en clase.»
Y el autor asegura, y fuerza es creerle, que «todo
el que deja escapar un vocablo francés, tiene que sol
tar la mosca y abonar la cantidad precitada».
N o cabe intentar aquí la copia de modelo tan her
moso, pero en honra a los alumnos argentinos, debo
DE GRAMÁTICA V DE LENGUAJE 57
consignar el siguiente hecho, que cada año se repite
en mis clases, lo confieso, con gran contento mío :
A l comenzarse el curso, hay la orden de que cada
alumno ocupe su b a n c o : a las pocas lecciones, si hay
ausentes, se me pide permiso para ocupar los bancos
vacíos; al mes, en los primeros bancos están sentados
dos alumnos en vez de uno, con lo que queda llena
la primera mitad del aula y vacía la segunda mitad.
N o debe ser la Gramática tan árida, ni el alumno tan
refractario a ella, cuando en vez de alejarse del profe
sor quiere acercársele.
E n cuanto al castellano en Francia, y volviendo al
estudio de M . Pittolet, digno de saberse es «que cun
de cada día en Francia la enseñanza del castellano, y
engruesa aquí sin cesar el batallón de los hispanó
filos», dice el susodicho catedrático.
«Queremos — escribe — , y es nuestro deber, que
los alumnos salgan del Lycc'e capaces de hablar la len
gua castellana ante todo, y España, no y a A m é r i c a ,
es la que queda madre del habla castellana.»
A s í escriben cuantos no se dejan dominar por un
falso patriotismo.
Sería cosa curiosa poner frente a frente de los his
panófilos franceses, alemanes, ingleses y norteameri
canos esta media docena — afortunadamente no son
más — de hisponófobos que aquí sueñan con inven
tar una jerga, hija legítima de su ignorancia del es
pléndido idioma de Castilla, y que con tesón digno
de mejor causa se empeñan en aislarnos de los demás
países del habla castellana,
5§ R. MONNIill SANS
Mas, dígase lo que se quiera, lo cierto es que de
algunos años a esta parte hay en no pocos el plausi
ble deseo de manejar con soltura y elegancia el nati
vo idioma, depurándolo de barbarismos y giros con
trarios a su índole; y este deseo se ha extendido y a
tanto, que hasta se transparenta en los diarios. S e
m e asegura, si bien consigno la noticia con temor,
que cierto diario creó, hace y a dos o tres años, una
plaza, la de corrector de estilo, lo que quiere decir
que h a y en la Direcc ión de aquel diario el noble em
peño de que aparezca cuanto en él se estampa escri
to en correcto castellano.
N o quiero repetirme diciendo en distinta forma lo
que dicho queda en la Introducción de una obrita
m í a ( l ) , escrita con más cariño que fortuna.Pero lo que
sí añadiré es que, así c o m o creo en la actual superio
ridad de los gramáticos americanos sobre los penin
sulares, creo con V a l e r a en la aparición para las cas
tellanas letras de un siglo de oro, en el que nuestra
prosa rica y abundante del siglo x v i aparezca aún más
rozagante y hermosa, ataviada con las galas que pres
tarla pueden las fantasías de venezolanos y chilenos,
colombianos y argentinos. Y si este soñado día llega,
¡yo y a no lo he de ver!, lo deberemos a que nos d e s
pertaron de nuestro letargo y nos enseñaron a admi
rar nuestra armoniosa lengua franceses y alemanes,
ingleses y norteamericanos. ¡Benditos sean!
(Revista de la Universiada, 15 d e abri l de 1904.)
(1) Notas al castellano en la Argentina.
LA MUJER Y EL MATRIMONIO(t)
PAREMIOLOGÍA FEMENINA
Señoras, señores:
¡Cuánta indulgencia he menester! Y no brotó la exclamación de los puntos de mi pluma por falsa modestia o por estudiado efecto retórico. No; convencido estoy de que sólo vuestra excesiva benevolencia puede infundirme valor para tratar el tema que me he propuesto, y a ella me acojo, bien cierto de que vuestra bondad sabrá disculpar lo desgarbado de mi estilo y mi torpeza en ataviar conceptos.
Cuando, con galantería que estimo, el ilustrado director de este Centro, que tanta luz irradia ya gracias a sus esfuerzos, no sólo sobre La Plata, sino sobre la República entera; cuando con deferencia, repito, que agradezco me invitó a que ocupase esta tribuna por breves momentos , t i tubeé luengo rato, no porque la invitación no halagara mi honrilla, lo confieso, sino porque no acertaba a dar con un tema que
(i) Discurso leído en la Biblioteca Pública de La Plata el 14 de agosto de 1904.
(5o R. MONNER SANS
pudiese ser de vuestro agrado. Debía esquivar, a lo menos así lo creía yo, profundas investigaciones que mal se avienen con la pequenez de mis luces; no podía engolfarme en la solución de problemas sociales, para cuya sola enunciación tantos y tan varios conocimientos se requieren; no me era posible penetrar en el santuario de las ciencias exactas, porque sus puertas están cerradas para los profanos a piedra y lodo; y, os lo declaro, desmayaba ya, cuando se me apareció el recuerdo de una madre perdida al pisar yo los umbrales de la vida, y su sola memoria hizo br i l laren mi mente un nombre , «mujer», nombre que compendia cuanto de más grande y de más hermoso hay en la tierra, ora se trate de aquella por la que en el vigor de la juventud suspiramos, ora sea la que, ya a nuestro lado, en edad viril, nos ayuda a sobrellevar la pesada carga de la vida; bien la que, convertida en madre, disuelve su corazón en millonésimos átomos de cariño, cada uno de los que capaz es de conmover a un mundo; bien la de blanca cabellera, que mira reproducirse en sus nietos la juvenil estirpe, que como esfumada legión ve allá a lo lejos su, no por envejecida, menos amorosa mente.
De la mujer, pues, hablar quiero; pero hablaré a mi modo, que no ansio proclamar ninguna teoría nueva, ni levantar polémicas, ni suscitar discusiones. Modesto literato, aficionado a estudios de lenguaje, con los que honesto escasas ociosidades, al idioma voy a recurrir para entreteneros breves momentos .
Hablemos, pues, de «La mujer y el matrimonio»;
DE GRAMÁTICA V DÉ LENGUAJE
a la filosofía popular, a sea a la ciencia de los refranes, acudamos en demanda de noticias y datos que servir puedan a ellos y a ellas para que la corona de rosas que tejen galanes y galanas no sólo no pierda su perfume y hermosura en pocos años, sino que fresca y lozana se muestre mientras a Dios no le plazca llamar a uno de los desposados al Eterno Jardín do no se marchitan nunca las flores que en la tierra supo cultivar la virtud.
Inmenso es el caudal de refranes referentes a la mujer y al matrimonio que me ha sido posible recoger de las inmortales obras de nuestros clásicos: pasan de 900, los que he agrupado y dividido en secciones, y a este copioso caudal acudo hoy, y, cual en vasto jardín, a escoger voy unas cuantas flores, sintiendo que, pésimo jardinero, ande torpe mi mano en cortarlas, y más torpe aún en agruparlas para que el ramo se presente a vuestros ojos armónico de colores y bien combinados los perfumes. Hay violetas y rosas—y rosas con espinas— , y nardos y claveles, y la tierna sensitiva y la modesta malva de olor: que cada cual escoja o recuerde la que a su estado convenga, no olvidando que cada refrán es grave sentencia que de prudentes es no olvidar.
Ent remos en materia, comenzando por definir a la mujer, que, para un autor moderno, es :
«Soltera, una flor; casada, una semilla; viuda, una planta descuidada; monja, un hongo de la Humanidad; hermana de la Caridad, una planta medicinal, y solterona, una enredadera.»
62 R. MONNER SANS
No creo que del amor puro y casto no haya quedado rastro alguno sobre la haz de la tierra; no olvido do que D. Tomás de Iriarte, y refiriéndose, como es de suponer, a las jóvenes de su época, escribió:
¡Qué antigualla! Ya el amor se escoge como una tela : no se repara en que dure poco, si la vista es buena;
pero sé también que el amor santo patrimonio es de almas nobles y honradas, y que en todas edades y t iempos tuvo el hijo de Venus serios y abnegados servidores.
No ha de haber, ciertamente, entre los que me escuchan ningún doncel a quien aplicarse pueda el tan conocido amor trompero, cuantas veo tantas quiero,
que mi admirado Alarcón glosó en los siguientes versos que pone en boca de Tris tán:
Yo nunca he tenido aquí constante amor ni deseo; que siempre, por la que veo, me olvido de la que vi (i);
antes al contrario, pienso, y como verdad inconcusa defendiera, que esta juventud que me escucha, verdadera esperanza de la patria, gala y orgullo de esta simpática capital, sabe bien, y ni enmendarlo intenta, que el amor primero, dificultoso es de olvidar; refrán
(i) La Verdad sospechosa.
DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE 63
que los muy leídos habrán hallado de esta otra manera: Sopas y amores, los primeros los mejores. Y aun saben más, de acuerdo con el culto caballeresco que a la clama debemos, y es que, como dijo Cervantes, donde hay mucho amor no suele haber demasiada desenvoltura (1) .
«La ley de la cortesanía se reduce—decía un discret o — a dos preceptos; a saber: en viendo una mujer fea, no codiciar la mujer de tu prójimo; y en viéndola hermosa, amar al prójimo como a ti mismo»; acomodadiza ley, digo yo, que si platónicamente a nadie puede perjudicar, aceptada como verdad palmaria podría per turbar no pocos hogares.
¿Quién no sabe que el futuro esposo ha de tener, en cuanto sea posible, el «A B C de los enamorados»? Refiriéndose a este refrán, mejor dicho, explicándolo, pone Cervantes en boca de Leonela, doncella de Camila (2), esta especie de letanía, siguiendo el abecedario: «Agradecido, bueno, caballero, dadivoso, enamorado, firme, gallardo, honrado, ilustre, leal, mozo, noble, onesto, principal, quantioso, rico, sabio, tácito, verdadero»; y concluye con que la X no le cuadra porque es letra áspera. La Y ya está incluida en la I latina, y la Z es lo mismo que «zelador de su honra».
Hablemos un rato de la hermosura femenina, descartando cuanto de convencional y exagerado hay en
(1) Don Quijote de la Mancha, parte II. (2)' El C71rio.ro impertinente.
&4 R. MÓNNER SANS
lo que a la belleza se refiere. Dejando a un lado que, como dije en otra ocasión, con mejor deseo que poesía,
No ha}' mujer fea en el mundo, 3'0 sostengo y sostendré; para ser bella, le basta y sobra con ser mujer;
y que nadie, y menos si es mujer, se agremia de buen grado en las filas que capitanea Featriz, conviene recordar que no hay mujer con seso, delante del
espejo; refrán que le dio pie a Góngora para escribir:
En palacio la princesa, en la ciudad la señora, en la aldea la pastora y en la corte la duquesa, madre, a ninguna le pesa que le digan que es perfeta, que la más noble y discreta se pierde porque la alaben...
Respecto a la hermosura femenina, el vulgo nos participa una verdad que muchos de mis oyentes no han de conocer, y es que fea en faja, bonita en plaza,
y viceversa; refrán que significa que la niña fea al nacer, truécase en hermosa una vez desarrollada, y al contrario, la muy bella en su infancia suele más tarde afearse. Consolarse deben éstas, sin embargo, recordando que hay otro refrán que asegura que la fortuna de las feas, las bonitas la desean; lo que decir quiere que a veces suelen lograr matrimonio más conve-
DE GRAMÁTICA V DE LENGUAJE 65
niente las mujeres feas que las que no lo son. Quizás por esto exclamaría el inspiradísimo cuanto extraviado Espronceda:
¡Ay infeliz de la que nace hermosa!
La espléndidamente dotada por la Naturaleza, bueno es que recuerde que a mayor hermosura, mayor
cordura, idea que Lope de Vega glosó diciendo:
Que ha de ser la doncella virtuosa, más recatada mientras más hermosa (1);
y a la que se refería Calderón al escr ib i r :
Que en la muj'er la hermosura es la misma honestidad (2).
Como paréntesis a esta disquisición paremiológica, participaré a cuantos más clavan sus ojos en la hermosura del cuerpo que en la belleza del alma, que para que una mujer sea enteramente hermosa, ha de tener estas diez y ocho señales:
Ha de ser larga, pequeña, colorada, ancha, negra y blanca en tres lugares, y esto ha de ser de esta suer te :
Ha de tener el cuerpo medianamente largo. El cuello, largo. Los dedos de la mano, largos. Ha de tener pequeñas medianamente las narices. Pequeña la boca.
(1) La Gatomaquia. (2) La Devoción de la Cruz.
5
66 R. MONNER SANS
Y pequeños los pies. Ha de ser colorada en los labios. Colorada en las encías. Colorada en los carrillos. Ha 1 de ser ancha en los hombros . Ancha en las caderas. Ancha en los muslos. Ha de ser naturalmente negra en los cabellos y
cejas. Negra en las pestañas. Y negra en los ojos. Y finalmente, ha de ser blanca en el cuerpo. Blanca en la cara. Y blanca en los dientes. Y volviendo a tomar el hilo de mi discurso, diré
que mientras es la mujer más hermosa, es más peli
grosa; refrán que deben tener presente cuantos deseen ingresar en la Cofradía de San Marcos. A éstos de buena fe les aconsejó acepten la recomendación de García Arista, quien en sus Cantas baturras dice:
Mejor que una mujer bella (i), una güeña has de elegir, porque la bella es pa todos, la güeña sólo pa ti.
La que se elija por compañera, dice el pueblo que ha de ser ni hermosa que todos alaben, ni fea que a
(t) El original dice guapa, palabra que aquí se emplea tan sólo en el sentido de vállenle.
DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE 67
todos espante; porque si es muy hermosa, tendrá muchos perseguidores, y si es muy fea, quizás llegue un día a espantar al propio marido. Los gallegos tienen un cantar que dice:
Pequeñinas e ben feitas, así as quere o meu Pedro; nin moreniña que espante, nin blanca que pona miedo.
Bellezas femeninas "hay, no ciertamente entre las que me escuchan, a las que puede aplicarse este otro refrán: Hermosa que encanta, si es tonta que espanta,
buen músico y mala garganta, que el sin par mejicano Alarcón glosó en los siguientes versos, que pone en boca de Redondo:
¡Linda cosa! Porque si es boba la hermosa, es de teñido papel una bien formada flor que, de lejos vista, agrada, y cerca no vale nada, porque le falta el olor (i).
A los que andan aún por estos mundos de Dios buscando para compañera, más que la buena mujer, la mujer hermosa, no estará de más decirles con el refranero en mano : Al que tiene mujer hermosa, o castillo en frontera, o viña en carrera, nunca le ha de faltar guerra; porque, en verdad, las tres cosas son difíciles, de guardar.
(i) Mudarse j>or mejorarse.
68 R. MONNER SANS
Y tan universal es la idea de que la mujer excesivamente hermosa aumenta hasta lo increíble los cuidados del marido, que los árabes inventaron hace ya siglos un refrán que dice: Si te quieres vengar de un hombre, regálale una mujer hermosa.
E n este orden de ideas, no olviden los que aún no se ataron con las ligaduras y lazos al matrimonio, lo que Calderón afirma, esto es :
que para dama la hermosa, para mujer la prudente (i).
¿Cómo se alcanza una relativa belleza? El pueblo nos lo dice: Salud y alegría, belleza cría; atavío y
afeite, cuesta dinero y miente.
¡Afeites! ¡Atavíos! Sí, ya sé que compon un sapillo y parecerá bonillo, y que compuesta, no hay mujer fea,
pues, como afirmó Calderón,
A comprar espadas vengan, pues que son como las damas, que todas parecen bien en estando acicaladas.
Pero si no ignoro esto, ellas no recuerdan lo que dice D. Juan Ir iar te:
Aunque al espejo se miran las mujeres con frecuencia, en el vidrio nunca ven que es de vidrio su belleza.
Y no pocas a artes engañosas recurren, sin parar
(i) { Cuál es mayor perfección?
DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE 69
mientes en que son muchos los galanes que ya saben que a la mujer con afeite, vuélvele el rostro. Saben éstos que al referirse Ouevedo a las tales, las fustigó con saña en Las Zahúrdas de Pintón, escribiendo lo que por largo copiar no quiero, ni lo que el mismo autor asegura en El Mundo por dentro. Pero si renuncio a ello de buen grado, no puedo resistir a la tentación de daros a conocer dos cantares, uno andaluz y otro baturro, ambos referentes al asunto que nos ocupa. Dice el andaluz:
Si fueres a comprar paño, mira primero la muestra, porque en el paño hay engaño, como en la dama compuesta.
Y el galán baturro le dice a la niña:
Presumida, bien te paices a las malas alcachofas, que tienen poca cabeza y todo se vuelven hojas.
Burlándose donosamente de la mujer afeitada, escribía el epigramático Owen:
Otra suele amanecer con afeites Doña Juana; ved si es mudable mujer, pues muda de parecer de la tarde a la mañana.
Aun siendo hoy permitidas estas composturas, no han de ser excesivas; y sin que se me ocurra en esta ocasión declamar contra el lujo, calificado por doctos
7o R. M0NNER SANS
varones como la ruina de los hogares, recurriré, sin salirme de mi tema, al refranero popular, en el que leo esta grave sentencia: Mujer compuesta,y siempre en la calle puesta, a todo lo malo está dispuesta. El autor de la Tragicomedia de Lisaudro y Roselia escribe : «Mejor atavío es en la mujer la templanza en la lengua, que las ricas ropas en el cuerpo»; concepto que convendría no olvidasen cuantas cuidan más de engalanar su cuerpo que de ilustrar su entendimiento.
Don Juan Valladares, el desenfadado autor del Caballero venturoso, escribe, refiriéndose a los paseos y conversaciones:
En mirar y hablar doquiera y en irse a pasear fuera la casada se recate, porque cuando no se cate tendrá más duelos que quiera.
Cuantos arribar quieren al tálamo, suelen, si son jóvenes de seso, fijarse mucho en la madre de su ídolo, pues no olvidan que cabra por viña, cual la madre tal la hija, o también, de buena planta, planta la
viña, y de buena madre, toma la hija. Saben que de
mal cuervo, mal huevo; de ruin cepa, nunca buen sar
miento; de mala mata, nunca buena zarza, y de ruin
madera, nunca boa estela.
Madres hay, y esto no pocos lo saben, que por mal entendido cariño perjudican a sus hijas; de ahí que el pueblo diga: Madre pía, daño cría; o aún más claramente: Madre ardida, hace hija tollida; advertencia a las madres que por ser en extremo hacen-
DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE 71
dosas no dejan qué trabajar a sus hijas. Otro refrán dice: Si mucho las pintas y regalas, de buenas hijas
harás malas.
Hay que contraer vínculo de matrimonio, sí; soy partidario decidido del casamiento casto y honrado, que estimo como el más firme sostén de la sociedad; pero antes que te cases, mira que' haces, que no es nudo
que así desates. Y no se me diga, pretendiendo enmendar el refrán, que ahí está el divorcio, que desata el nudo. No, no lo desata; lo rompe, lo que no es lo mismo, y roto queda moralmente el hombre, y maltrecha la mujer; y, francamente, no parecería muy artística, o séase muy moral, una sociedad compuesta de rotos y maltrechos.
No hay que meterse, pues, a ojos ciegas en el matrimonio, del que debe excluirse la imprevisión y el atolondramiento. Alarcón nos advierte por boca de Jacinta:
Que el breve determinarse en cosas de tanto peso, o es tener muy poco seso, o gran gana de casarse.
El propio Alarcón tomó este consejo como punto de apoyo de su preciosa comedia El examen de maridos, y tan convencido estaba de esta verdad, que aun en otra de sus comedias vuelve a la carga, poniendo en boca de uno de sus personajes:
y que vamos paso a paso, pide también la gravedad del caso
72 R. MONNER SANS
que se juzga violento hecho de priesa un grande casamiento ( i ) .
Mejor es casarse que abrasarse, dijo San Pablo en su pr imera epístola a los corintios, y o mucho me engaño, o quiso el sapientísimo varón advertir que encierra el matrimonio graves peligros que sólo pueden salvar la suma prudencia, el mutuo respeto y el santo temor de Dios.
La evangélica idea arraigó en la popular inteligencia, y se exteriorizó en el refrán no ser barro casarse, que el eminente paremiólogo P. Sbarbi comenta diciendo :
«No ser cosa fácil y hacedera—el casarse—ni tan acomodaticia y manejable como lo es el barro, que así se presta a formar una teja como a modelar una estatua.»
Otros refranes hay para ponderar el cuidado con que debe procederse para tomar estado. Dice uno : El día que te casas, o te matas o te sanas; y otro, casar,
casar, suena bien y sabe mal. Porque en verdad, según he oído a difamadores — lo serán — del matr imonio, son los preliminares poéticos, poética la luna de miel; pero en eclipsándose ésta, aparece la prosa, la vil prosa, que sabe a rejalgar. Por esto, sin duda, se escribió:
El día que me casé pensé que estaba en el cielo, después en el purgatorio y hoy me encuentro en el infierno.
( i ) Los pechos privilegiados,
DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE 73
Para que los difamadores de la casaca tengan autoridad que les acompañe, a copiar voy un diálogo de Lope de Vega entre el Conde y Tamiro :
C O N D E Razonable bien levanto un buen costal. ¿Quieres tirarme un real o alguno que por vos hable? Dos pies os doy de ventaja con barra o piedra.
T A M I R O . No ha un mes
que a vos os diera yo tres. ¡Ya no levanto una paja!
C O N D E . ¿Tanto os heis debilitado en un mes de casamiento?
T A M I R O . Menos valiente me siento que muda el tomar estado (i).
Hay una sentencia bastante conocida en España, que dice: Soltero, pavón; desposado, león; casado, asno;
que el Dr. Luis Galindo explica diciendo: «Como en las edades, también en los estados hay
sus particularidades y costumbres, que son como inseparables en ellos. En el mancebo libre de matr imonio, nota nuestro castellano la gala, la soberbia y pompa que vemos en el pavón (símbolo de ella). En el recién casado, el celo y furores con que procede en la custodia y guarda de la desposada, y compárale al león, que entre los animales conoce por el olfato el adulterio de su leona y lo castiga celosa y severamente en ella. En el ya maduro y entrado en las cargas
( i ) El Molino,
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del matrimonio y experimentado de los cuidados y trabajos, hace su comparación el refrán con el asno, pacífico animal que tolera y sufre la carga que le imponen, sin muestras de repugnancia.»
De esta sentencia nacería, sin duda, el refrán casarás y amansarás, que Alarcón utilizó poniendo en boca de D . a Inés los siguientes versos:
Condición que muda el tiempo: casará y amansará al yugo del casamiento (i).
También dice el pueblo, para ponderar cuánto templan y amansan las penalidades y fatigas del matrimonio : Molinillo, casado te veas que así rabeas.
Cuéntase — y vaya de cuento — de un andaluz que al presenciar una tempestad viniendo de Europa a América, exclamó con acento de profunda convicción, apoyado en la borda del buque y dirigiéndose al m a r : «¡Casadito te quisiera ver!»
¿Qué idea tendría del matrimonio? (2). Más cristiana parece la intención del gallego que,
compadecido de la joven que va a casarse, la canta:
Dices que non tendes crus para rezar o rosario; cásate, miña minina, o terás crus e calvario.
(1) El examen de maridos. (2) Dice «Fernán Caballero»: «Señores, decía mi padre
(en gloria esté) que si el mar se casase había de perder su braveza», etc. (Doña Fortuna y Don Difiero).
DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE 75
Ya que del matrimonio hablo, y pues dije antes que en este ramillete habría flores para todos los gustos, allá van unas graciosisímas líneas de un escritor contemporáneo. Declaro, no obstante, con la seriedad propia a mis años y la energía de mi carácter, que no estoy conforme con ellas; pero.. . allá van:
«Si meditara quien se casa dónde va, a qué va, con quién va, para qué va y por cuánto t iempo va, fuera mayor el celibatismo en ambos sexos. Cambíese la voz «casar», y hallaremos que dice «sacar»; a saber: sacar de tino, de juicio, sacar del bolsillo, y siempre sacar. Por tanto, «para no la errar, sorna y cachaza dicen en mi lugar»; pues casar, sacar y rascar, son tres cosas en una sola con solo mudar la posición de las letras.»
Si hay alguno de los que me escuchan netamente enemigo del matrimonio, no se refriegue las manos de contento pensando que le he suministrado armas para defender su egoísmo. Mostrar quise el envés para poder luego, al contemplar la cara, asestar más certeros golpes a los difamadores de la mujer, a los empedernidos egoístas de sentimientos embotados y corazón enjuto, a los s implemente distraídos. Óiganme, que al palenque bajo armado de todas armas, con brazalete y escudo, adarga y cimera, para defender que «la mujer es corona y luz y bendición y alteza de su marido» (i) ; verdad tan palmaria para quien haya saludado la historia de la Humanidad, que al
(i) Fray Luis de León, La Perfecta casada.
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evocar el recuerdo de un hecho sobresaliente por el hombre realizado, ya en ciencias, ya en artes, ya en política, en cuanto espolea nuestra actividad, surge a la par el nombre de una mujer, fecunda inspiradora de grandes hazañas y perenne manantial de sublimidades sin cuento. Mujer era la que en el Calvario y por divino ruego se trocó en Madre de la Humani-nad, y mujer, señores, la que por celestial inspiración completó la Tierra.
Por esto puso Gil Polo en su célebre Diana, y en boca de Florisa, dirigiéndose a los hombres , las siguientes palabras:
Por ellas honras tenéis, hombres de malas entrañas; por ellas versos hacéis, y por ellas entendéis en las valientes hazañas.
Lo que la mujer quiere, Dios lo quiere, dice otro refrán registrado en el sapientísimo Libro de los Proverbios; y otro muy honroso para las hijas de Eva, nos participa que de buenas armas es armado quien
con buena mujer es casado. Y por si esto no fuese bastante, en el citado Libro de los Proverbios se asegura que la mujer hacendosa, corona es de su
marido.
Prudencia suma, tanto en holganzas como en estrecheces, muestra la inteligente matrona, y así el vulgo perspicaz, observador, asegura que : La mujer de buen recaudo, hinche la casa hasta el tejado; y también: La mujer buena, de la casa vacia hace llena; incon-
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trovertible verdad para los que por violentas contrariedades de la vida hemos tenido que cruzar largos trechos por entre abrojos y malezas.
Dícese también: A la buena, júntate con ella; refrán que nuestro incomparable Lope glosó diciendo:
Hablen los que las ofenden, que yo diré a boca llena que de una mujer que es buena mil cosas buenas se aprenden (i).
Tan convencido está el vulgo de lo que vale la mujer buena, que al que titubea en contraer estado, le dice: Al que tiene buena mujer, ningún mal le puede venir que no sea de sufrir; y al que padece un infortunio, consuélalo diciéndole que no hay mayor pena que perder una mujer buena.
Creen algunos casados que dan muestras de ser celadores de su honra tiranizando la libertad de su compañera, y aun sin llegar a la terrible pasión de los celos, suponen que una suspicaz vigilancia evitar puede femeninas debilidades. Olvidan estos risibles parodiadores de Ótelo que a la buena mujer poco freno le basta; y que el pueblo lo afirma: La mujer, mala o buena, más quiere freno 'que espuela. Y aun agrega más cuando afirma que el que mucho guarda a la mujer, mala la quiere hacer; refrán que puso en verso un poeta del siglo xvi, D . Juan Valladares, escribiendo :
No la cele ni recele, que es golpe que mucho duele
(i) El verdadero amante.
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a la mujer que es honrada, porque quizá, de indignada, no haga lo que no suele (i).
Lo cierto es, y otro refrán nos lo advierte, que si la mujer no quiere, ser guardada no puede; idea ésta que del pueblo pasó al libro. Ya un cantar antiguo dice:
Madre, la mi madre, guardas me ponéis; si yo no me guardo, mal me guardaréis.
Letrilla que, con ligeras variantes, transcribió el autor de Don Quijote en su Celoso extremeño. El propio autor escribe en La Gitanilla:
«Advierte Cristinica, y está cierta de una cosa, que la mujer que se determina a ser honrada, entre un ejército de soldados lo puede ser. Verdad es que es bueno huir de las ocasiones, pero han de ser de las secretas, no de las públicas.»
El que a tina imtjer guarde — dice otro refrán — no queriendo ella, alcanzará con la mano una estrella.
Calderón, el celoso defensor de la honra femenina, pone estos versos en boca de Inés:
Mas tengo por disparate el guardar a una mujer, si ella no quiere guardarse (2).
La razón de todo esto es obvia. Sabemos todos
(1) Caballero venturoso. (2) El Alcalde de Zalamea.
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que a la mujer buena y casta, Dios le basta. <¡ A qué, pues, celarla con desconfianzas injuriosas? Séneca ya nos lo dice en su Libro de Oro: «Amor de mujer casta, perpetuo es.»
El casado casa quiere, y harto sabe todo el mundo que a los que matrimonian les gusta vivir solos: en los primeros t iempos, porque la luna de miel es pudorosa; después, porque cada cual en su casa y Dios en la de todos. El simpático aragonés García Arista tiene una hermosa canta baturra aplicable al caso. D ice :
Aunque se empeñe tu madre en tu casa no vivimos: al pajarico le gusta hacerse él mismo su nido.
Supongamos que la novia se convirtió ya en esposa, y para aleccionarla recojamos algunas sentencias de los labios del pueblo.
Conformarse debe, con mayor motivo pues ella lo eligió, con el esposo que le cupo en suerte, y decir con sentida alegría y hasta con orgullo: Mi marido es tamborilero, Dios me lo dio y asi me lo quiero.
Ha de ser la mujer amiga del silencio, o a l o menos de poco hablar. La mujer y la pera, la que calla-es buena, dice el pueblo, valiéndose del símil de la pera, que si cruje al comerla es señal de que aun está verde, y por tanto en malas condiciones para ser recomendable; idea ésta que hallo consignada en un proverbio veneciano que asegura que la buena mujer, ni ha de oír ni ha de ver.
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Suponen algunas esposas, aunque pocas, que su dignidad se rebaja con someterlo todo a la opinión del marido; suposición que el refranero combate, diciendo : La casta matrona, obedeciendo a su marido es se
ñora; y también: La mujer artera, el marido por de
lantera; lo que quiere decir que la mujer sagaz se excusa con su marido para dejar de hacer lo que no le conviene.
Siempre que ello sea posible, y lo es en el mayor número de los casos, casa tu hijo con tu igual, y no
dirán de ti mal; porque no supondrán que buscas dineros, si es rica, o que encubres algún yerro , si es pobre. El tantas veces citado Alarcón escribe:
Pero cuando son en todo iguales los casamientos, no hay, si el amor los conforma, más paraíso en el suelo ( i ) .
Y ya ven los célibes que sólo en el matrimonio es posible encontrar el paraíso. Ot ro refrán dice: El que lejos va a casar, va engañado o va a engañar.
Vivimos en época por desgracia sobrado metalizada, tanto que — me lo aseguran, aunque yo no lo creo — algunos ellos y algunas ellas se prosternan, no ante el simpático Cupido, sino ante el antipático Mercurio. A ellos les diré tengan presente que en casa de mujer rica, ella manda y ella grita; lógica advertencia, porque, salvo raros ejemplos, las riquezas comunican soberbia.
( i ) El examen de maridos.
DE GRAMÁTICA. Y DE LENGUAJE 8 l
Dicen los franceses:
Femme riche n'estpas níafcmme; voulez vous savoir pourqtioi? c'est qu'au lieu d'étre madame elle serait monsieur pour moi.
Idea que un poeta español tradujo l ibremente de la siguiente manera:
Prisco, por qué no me caso, dices, con rica mujer; porque no quiero yo ser la mujer, éste es el caso.
Y a ellas les recordaré aquel otro refrán que dice: Por codicia del florín, no te cases con ruin, ya que está expuesto a grandes sinsabores matrimonio verificado por interés y a salga lo que saliere. Un cantar baturro dice:
Tú t'has inclinao al otro porque tiene muchas onzas, pero ten mucho cuidao no salga la nuez cocona.
Cocona quiere decir hueca, vana. Y los gallegos dicen:
Non te cases con haciendas que che son bes de fortuna; cásate con bon sangre porqu'a mala sempre dura.
Paréceme que ya abusé bastante de vuestra paciencia; pido, sin embargo, un poco más de atención, y termino.
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82 R. MONNER SANS
La moza que con viejo se casa, téngase por anciana.
La razón es clara, ya que la mujer ha de acomodarse, en cuanto sea posible, a las-costumbres y gustos del marido.
Refiriéndose el maestro Tirso a las angustias de matrimonios desproporcionados de edad, lanza esta delicada y hermosísima exclamación:
¡Castigo de quien fía en cano amor, que cuando abraza enfría!
Lope de Vega pone en boca de Lucindo, desdeñado por Gerarda, que va a casarse con un viejo, esta inspiradísima quintilla:
¡Plegué a Dios!... ¿Mas qué inhumanas maldiciones puedo hacer más que verte las mañanas como sierra amanecer con la nieve de sus canas? (i).
Un cantar andaluz pert inente al caso dice:
No te cases con viejo por la moneda;
la moneda se gasta y el viejo queda.
Y otro cantar baturro reza:
Desde que t'has casau, chiquia, te encuentro mucho esmirriada. ¡Si el casarse con un viejo es como ichar vino al agua!
(i) La Discreta enamorcida.
DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE 83
Como en todos estos casamientos no tercia Dios, y como en ellos en vez de la virtud, el interés o la irreflexión da las manos a los desposados, bien puede asegurarse sin ser zahori, que en lugar de la plácida alegría tomarán asiento en el nuevo hogar desconfianzas y recelos, desvíos y penalidades.
Antes de casarse, y a ellos principalmente me dirijo, deben ponderar sus propias cualidades, dejando a un lado la vanidad, ya que el que no sea para casado, que no engañe a la mujer; y, ya casado, tener muy presentes y no olvidar nunca estas frases de Lope de Vega: «... el casado ha de servir dos plazas, la de marido y la de galán, para cumplir con su obligación y tener segura compaña».
Voy a terminar. . Mezclé, como dijo el poeta,
el suave nardo con el rudo espino (2)
y mucho temo que esta mi conversación, pues no merece el pomposo nombre de discurso, haya tenido el triste don de no placer a nadie. Si así fuere, lo sentiría, no tanto por mí, aun cuando siempre amargan las censuras, cuanto por el distinguido compañero en letras el Dr . Fors , que con sobra de buena intención os condenó al sacrificio. Si anduviera desacertado en mi suposición, si ellos y ellas, jóvenes y viejos, casados y solteros, en una palabra, si todos vosotros habéis encontrado grato solaz en escuchar
la) Bretón de los Herreros.
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me, si no os aburrió la larga peroración, sabedlo, mozos que me prestasteis atención, hombres que me oísteis con benevolencia, no me lo debéis a mí, no; lo debéis a la mujer, ante la que respetuosamente me postro como cristiano y como caballero. -
Infúndeme piedad, señores, el célibe recalcitrante, verdadero paria social a quien le están negadas las castas afecciones de la esposa, el suave perfume de sus virtudes, los alientos que prestar suelen al ánimo varonil las amorosas frases de la idolatrada compañera. ¡Ay de quien, y al replegarse a su hogar, no encuentra brazos que lo estrechen, miradas que lo envuelvan, corazón que, rebosando ternura, cicatrice con amor las heridas que la cotidiana lucha le va abriendo. Y aún más infeliz el hombre que, olvidándose de que tuvo una madre, se complace en ultrajar y zaherir a las mujeres. Respeto, más que respeto, devoción, debe inspirarnos esa hermosa mitad del género humano, en la que Dios vaciara a manos llenos la gracia que cautiva, la debilidad que atrae, la belleza que encanta y la virtud que sublima.
Y bastará para no olvidar lo mucho que a ellas debe la Humanidad, que nos fijemos en que cuanto nos engrandece, cuanto nos eleva, cuanto nos dignifica, tiene nombre de mujer: la honra, la ciencia, la virtud, la patria, la religión, la gloria, la inmortalidad.
Mujer, y con decir mujer lo digo todo, alza tu frente y no te acobardes ante el sarcasmo de unos pocos, pues tú sola formas el hogar, único oasis de
DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE 85
( I ) Bretón de los Herreros.
amor en esta vida, y en el que reinas con soberano influjo; y ya hija, ya esposa, ya madre, tienes el envidiable don de trocar en plácido y tranquilo templo el hogar más combatido por el infortunio.
Y a vosotros, varones que me escucháis, os diré con el poeta:
Mientras el hombre bárbaro pelea; mientras de acero la discordia insana arma su diestra, o de encendida tea, sobria, dulce, benéfica y humana, paz amorosa la mujer ansia, fuente de dichas que incesante mana (i).
H E DICHO.
LAS REFORMAS ORTOGRÁFICAS DE BELLO
Y LA COPULATIVA «Y»
Se solicita, con recuerdo que me honra, mi modesta opinión sobre las reformas ortográficas patrocinadas por el eminente Dr. Bello y su erudito compañero de tareas D. Juan García del Río, y especialmente, si no entendí mal, que dé a conocer mi modo de pensar sobre la substitución de la y griega por la i latina.
Ya en otra ocasión una distinguida pedagoga argentina me tiró de la lengua a propósito de la copulativa j / , siendo de lamentar que no me quedase copia de mi larga epístola, pues, de tenerla a mano, aho-rrárame ahora el trabajo de redactar el presente artículo.
Desentierro apuntes y evoco recuerdos para decir lo siguiente:
Ante todo debo confesar que siento por Bello p ro funda admiración, casi diré religioso respeto, pues aun sin llegar a la altura del alemán Diez, creo que su Gramática castellana bastaría, si otras obras sapientísimas no tuviera, para inmortalizar su nombre .
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Pero esta mi veneración por el admirado maestro no me lleva hasta el extremo de aceptar a ojos cerrados todas sus teorías, que ni su fama ni su crédito han de sufrir menoscabo porque crea que no anduvo acertado, por ejemplo, en la invención del post-pretéri to de indicativo, ni en el mayor número de las reformas ortográficas por él propuestas.
En cuanto a éstas, bien puede asegurarse que no era un predicador convencido. Ahí están sus obras para demostrar que nunca puso especial atención en la ortografía del idioma castellano.
Gran conocedor Bello de nuestros clásicos y hablistas, sabía que el Dr. Mayans mostróse enemigo de la etimología como principio ortográfico, concediendo absoluta autoridad a la pronunciación, y afirmó él entonces que era un absurdo la regla que prescribe deslindar el origen de las palabras para saber de qué modo se han de trasladar al papel.
Declaro francamente que ambas afirmaciones me sorprenden. Si aceptamos como regla ortográfica la pronunciación, ya no podrá existir aquel famoso maestro de escuela andaluz que avisaba a sus alumnos que sordao se escribía con /. Si ellos, los andaluces, pronuncian sordao, ¿por qué han de escribir soldado? El que pronuncie bien, escribirá bien, y mal el que malamente pronuncie; y como para hacer bien una cosa se necesita conocer las reglas, el mismo t iempo perdemos o ganamos enseñando o aprendiendo que cuanto se ha de escribir con q y no con c, y viceversa.
D E G R A M Á T I C A Y D E L E N G U A J E 8 9
Soy partidario decidido de la etimología, porque creyendo que cada palabra tiene su historia, alterar su estructura se me antoja una profanación.
Vaya un ejemplo para demost ra r adonde pudiera llevarnos una exagerada independencia etimológica.
Homo dijeron los lat inos: h y ni. Hombre decimos en buen romance, conservando por respeto etimológico la h y la m. Supongamos que a unos se les ocurra, como sucedió cuando no había reglas gramatical e s — en tiempos del Rey Sabio se escribía orne: la primera Gramática es del año 1 4 9 2 — ; supongamos, repito, que se les ocurra escribir ombre suprimiendo la //; que a otros más tarde, y habida cuenta que en castellano no distinguimos el sonido de la b del de la v, se les antoja cambiar la primera de las citadas letras por la segunda, y escribir onivre; y que, finalmente, borrada ya por inútil la regla que dice que antes de b y de p se escribe m y no n, otros escriben onvre: ¿quiere decírseme quién sería capaz de establecer el origen de semejante vocablo?
No; no creo que las reformas propuestas por Bello prosperen. La Ortografía ciencia es, aunque modesta, y como ciencia, no puede estar a merced del vulgo indocto.
Vengamos ahora a esta famosa y griega, que ya en el siglo xvn armó gran polvareda — a estar a lo que asegura Juan Villar en su Tratado de Ortografía, impreso en 1 6 5 1 — , controversia gramatical que el citado autor asegura se hubiese excusado «con no haber tomado los españoles más de la latina de los latinos».
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Defendieron el empleo de la i latina varones tan doctos como Hernando de Her re ra /Berna rdo de Al -derete, P. Martín de Roa, Manuel de Faría, Juan de Jáuregui, Tomás de Vargas Tamayo, Antonio López de Vega,- Diego Saavedra Fajardo, Pedro Simón Abril , Mateo Alemán, Gonzalo Correas ( i ) , Jerónimo Mondragón, etc., etc., y entre los modernos la usa, que yo recuerde, el sabio Benot. Conforme se ve, el intento de reforma viene de lejos, y no he de ser yo ciertamente quien oculte el nombre de quienes la patrocinan. Pero.. . Play un pero, y es que «los antiguos empleaban ambos signos promiscuamente, sin regla alguna, usando con frecuencia la y en la inicial». " Las palabras entre comillas, copiadas son de la sa
pientísima Gramática de Diez, el alemán a que antes me refiriera, y la observación es lógica. Plasta el siglo xv la Gramática no aparece como arte, y aun después su desarrollo es lento, porque deduciéndose van las reglas de los escritos de los maestros de bien decir. Y en cuanto al punto especial que nos ocupa, ya sabemos por boca de Villar que a mediados del siglo xvii los gramáticos no andaban de acuerdo, referente al empleo de la i latina por la y griega y viceversa.
(i) «La y griega ia los doctos y advertidos la desecharon» (Ortografía kastellaua, por el maestro Gonzalo Rorreas; 1630), ¡La desecharon en el siglo xvn y, sin embargo, todavía se pavonea en los escritos del siglo xx!
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Paréceme a mí de muy difícil solución el problema que se plantea, si no se quiere convenir en que hay dos íes : la latina i, que es vocal, y la y griega (ypsilón), que es consonante.
Cuando la i es consonante hiere a las vocales, y por tanto ha de ser y griega; si no se apoya en ninguna consonante será vocal. La i de canario es vocal; la de leguleyo, consonante. Usar indistintamente una por otra, entiendo que es falta de ortografía.
Como ypsilón, debe servir para ligar una dicción con otra, si bien no olvido que esta consonante se trueca en la vocal e delante de nombres que empiecen por i o hi, menos en las frases interrogativas.
¿Cómo podría cambiarse una consonante por una vocal, si no tuviesen el mismo valor gramatical? Pregunta es ésta que dirigirse puede a los intransigentes en la materia. Y o que no lo soy, y que acostumbro a estudiar algo antes de afirmar nada en redondo, aseguro que si en cuanto a la distinción que dejo apuntada entre las dos íes no me cabe ningún género de duda, la abrigo referente al empleo de la_y en vez de la i para unir las palabras. Porque si observamos atentamente el oficio de las vocales, veremos que la a es preposición, y la e, la o y la u conjunciones. Entonces, ¿qué razón lógica hay para que la i, la única vocal que falta, no sea también conjunción? Creo que porque ello se declarase no había de sufrir mucho la lengua castellana; y si bien por tradición, por respeto a Nebrija, a Morales, a Valdés, a Vane-gas, a Nájera, a Villalón, etc., etc., y por costumbre,
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seguiré usando \ay como copulativa, no me causará enfado ver que emplean la i latina para unir, cuando en ocasiones nosotros mismos usamos otra vocal para reemplazarla, y siempre para separar (Pedro o Juan; honor u gloria).
Por otra parte, en esta copulativa no aparece ningún problema etimológico, como aparecería, verbigracia, en la voz yeso, que viene del latín gypsum, que la tomó a su vez del griego, en el que empieza por ypsilón. Y he aquí por qué no concedería gran importancia al cambio de la copulativa y griega por la latina i.
La consulta daría, ciertamente, lugar a que un gramático conocedor a fondo de los idiomas griego y latino, averiguase, mejor dicho, fijase de una vez, y de una manera definitiva, el empleo de la y. En tonces veríamos claramente que la i latina es vocal, y consonante l a j / griega, ya se halle al principio ya en medio de dicción. Y como la y griega usada como conjunción y en fin de sílaba tiene el mismo sonido que la i vocal, no vería, repito, inconveniente en que se escribiese rei, lei, en vez de rey, ley, y Pedro i Pablo, en lugar de Pedro y Pablo.
Esta es mi desautorizada opinión.
(Revista de Derecho, Historia y Letras, 24 de mayo de 1904.)
EL EPIGRAMA
Tarea de difícil, si no imposible ejecución, sería la de intentar averiguar quién fué el inventor del epigrama. Nacería indudablemente de los labios del primer hombre que supo ver la verdad y la expresó con gráfica viveza. Mas ya que no sea fácil trazar la historia literaria de composición tan pequeña, intentemos siquiera fijar sus caracteres y el papel que desempeña en la exuberante literatura castellana.
Es el epigrama composición breve; «la relación — según Milá — de un hecho gracioso o de un dicho agudo, y viene a ser como una corta satirilla»; docta definición que traza los aledaños que separan la sátira propiamente dicha, del epigrama. Con este nombre bautizaron los griegos y los latinos a muchos poemas que, por su extensión, por el estilo y por el asunto, más puntos de contacto tienen con el soneto, madrigal y oda, que con el verdadero epigrama, en el sentido que hoy clan a la palabra los preceptistas.
No leyendo, estudiando a Ticknor, ansiosos de la erudición literaria que almacenar debe quien a la en-
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señanza de la literatura se dedica, leímos las siguientes líneas:
«Lo cierto es que la agudeza y la severidad, en este género — el satírico — y bajo esta forma, nunca fueron muy del gusto de los españoles, los cuales, como nación, han sido en todo t iempo demasiado graves y formales para exigir o tolerar la censura personal que dichas composiciones llevan naturalmente en sí.»
Con todo el respeto debido al sobresaliente maestro, declaramos que, aun cuando halagaba nuestro orgullo nacional lo de graves y formales, si el español se sentía satisfecho, no así el literato, pues nuestras continuadas lecturas parecían demostrarnos lo contrario de lo aseverado por Ticknor. Porque creíamos, y aun seguimos creyendo, que la fina sátira, el delicado epigrama, por su misma índole y naturaleza, no pueden servirse al público en abultados volúmenes. Es la sal de nuestro idioma, y nunca los estimulantes o apetites se sirvieron en grandes fuentes.
Para fijar los caracteres de la composición de que tratamos, fuerza es recordar que hay notable diferencia entre la sátira y el epigrama: en aquélla tiene el poeta gran libertad, pudiendo tomar el tono que le convenga, ya el elevado, ya el sencillo, ya el florido, ya el austero, mientras que en el epigrama debe tender a la claridad, brevedad y sencillez. La sátira puede ser fina hoja toledana que vaya abriendo nuestras carnes hasta llegar a producir la muerte del ente real o moral a quien se hiere, en tanto que el epigrama es
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el alfilerazo que tan sólo produce momentáneo escozor. Parécenos, por consiguiente, que Ticknor, dando demasiada amplitud a su idea, olvidó lo que D. Francisco Cutanda aseguraba en 1 8 6 1 , o séase que «¡España!..., ésta es la tierra del epigrama, que aquí brota espontáneamente, mitad debido a nuestro carácter, mitad a nuestro idioma, y todo a nuestra dulcísima patria». Y al recordar las sátiras epigramáticas del arcipreste de Hita, de Lope de Vega, del donoso Quevedo y del procaz conde de Villamediana; al releer finísimos epigramas, y salgan rebujados de los puntos de la pluma, de Baltasar del Alcázar, Rebolledo, Polo, Salas Barbadillo, Francisco de la Torre , Colodrero, P. Isla, Pablo de Jérica, Iriarte, B. L. Ar -gensola, Castillejo, Martínez de la Rosa, Villergas, Manuel del Palacio, etc., etc., más nos afirmamos en nuestra opinión, conforme en un todo con la de Cutanda, y es que la innegable gravedad del carácter español no se opone a la sátira fina y delicada, como no está reñida la sana alegría con la austera severidad de las buenas costumbres.
Salvo el citado conde de Villamediana, no superado hasta hoy por autor alguno como epigramático, ninguno de los apuntados escritores deben su renombre al género literario que nos sirve de tema, siendo clara la razón, ya que no es posible estar inventando de continuo composiciones destinadas a destruir, mediante exagerada y ridicula caricatura, algún defecto social o personal imperfección.
Como las colecciones de epigramas que con títu-
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los más o menos chocarreros andan en manos de la juventud inexperta, más parecen bodrios mal condimentados para producir náuseas, que finas sales para despertar el gusto, aun a t rueque de sentar plaza de machacones, vamos a transcribir unos cuantos epigramas de autores diversos, para demostrar cómo idioma tan majestuoso y grave cual el castellano sabe plegarse, manejado por expertas manos, hasta producir el alfilerazo de que antes hablábamos. Exhuman otros las esculturales estancias de Fr. Luis de León, los tribunicios cantos de Herrera o las militares rimas de Ercilla; nosotros, con más modesto empeño, agruparemos algunas satirillas que, dejando a un lado su positivo valer literario, servirán para probar que nuestros escritores más condecorados no tuvieron reparo en cultivar el género. ¡No halla, acaso, albergue la malicia en el corazón humano!
LL Owen, el Marcial inglés, según Revilla, amalgamando sátira y epigrama, dio de ellos la siguiente definición, traducida del latín por nuestro Salinas:
La sátira sutil no es otra cosa que epigrama espaciosa; ni la breve epigrama otra cosa que sátira se llama.
La sátira que aguda se publica, si a epigrama no sabe, nada pica; y la epigrama airosa y ajustada, si a sátira no sabe, sabe a nada.
Nuestro preceptista Martínez de la Rosa dice del epigrama:
DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE 97
Más al festivo ingenio deba sólo el sutil epigrama su agudeza; un leve pensamiento, una voz, un equívoco le basta para lucir su gracia y su viveza, y, cual rápida abeja, vuela, hiere, clava el fino aguijón, y al punto muere.
La detenida lectura de los epigramas escritos por griegos, latinos y castellanos, demostrando va cómo se iba puliendo el género, y bien puede asegurarse que los modernos se ajustan más que los antiguos a los preceptos señalados por Owen. Hay, ciertamente, en Catulo y Marcial elegancia y sutileza; pero estas relevantes cualidades quedan las más de las veces obscurecidas por procacidad molesta. A q u e llas composiciones debieron lograr, no la plácida sonrisa del hombre culto, sino la brutal carcajada del salvaje.
Lógico es también suponer, sin que haya necesidad de apoyar mucho en ello, que no mostró el epigrama en los albores de nuestro idioma la finura y elegancia que más tarde se advierte al leer los de B. del Alcázar o de Iglesias, por ejemplo; así como fácil es también adivinar que, a medida que fué cundiendo la cultura, ganó en delicadeza el epigrama. Cada edad, cada época expresa su sentir y su pensar de modo diverso, y sufre el ingenio la influencia del ambiente; hoy no lograría renombre un nuevo Tassis, a bien que tampoco se publicarían ciertas comedias de Tirso y de Guillen de Castro, ni varias poesías de Juan Ruiz, Tárrega y otros.
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El epigrama puede dividirse o clasificarse, por su intención, en político, filosófico, social o personal, siendo su primera cualidad la unidad. «Preparar el chiste y dispararlo — dice Cutancla — antes que el oyente se ponga en guardia y se decida a no reírse, tal es el secreto.»
Porque Marcial goza de universal renombre y nuestro Baltasar del Alcázar le supera en punto a naturalidad y agudeza, comenzaremos por dar a conocer dos epigramas de éste, ambos poco citados. Dice el p r imero :
Entraron en una danza doña Constanza y don Juan; cayó danzando el galán, pero no doña Constanza.
De la gente cortesana que lo vio, quedó juzgado que don Juan era pesado, doña Constanza liviana.
La gracia del epigrama está en que se da al adjetivo liviana el sentido figurado. Reza el o t ro :
Tu nariz, hermosa Clara, ya vemos visiblemente que parte desde la frente; no hay quien sepa dónde fiara.
Mas puesto que. no haya quién, por derivación se saca que una cosa tan bellaca no puede parar en bien.
¿Quién no recuerda, al leer este epigrama, aquel
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célebre soneto, malogrado por la hermosa hipérbole contenida en el pr imer verso,
Erase un hombre a una nariz pegado...?
No se desdeñó el fénix de los ingenios, Lope de Vega, de cultivar la satirilla, y aunque pocas, nos ha dejado también en este género muestras de su privilegiado talento. Véanse si no los dos epigramas que copiamos a continuación:
Doña madama Roanza tan alta y flaca vivía, que mandó su señoría enterrarse en una lanza;
y aun hubo dificultad, porque de lo alto faltó, y de lo ancho sobró la mitad de la mitad.
Hendí, rompí, derribé, rajé, deshice, rendí, desafié, desmentí, vencí, acuchillé, maté.
Fui tan bravo, que me alabo en la misma sepultura. Matóme una calentura. ¿Cuál de los dos es más bravo?
Ya que antes hemos citado a Salinas, medítese la no pocas veces profunda verdad del siguiente epigrama:
Postumo, el oler tan bien tengo por mala señal, porque siempre huelen mal aquellos que huelen bien,
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Ocupa Salas Barbadillo honroso lugar entre nuestros primeros epigramáticos, y si bien sus conceptos son un tanto alambicados, no puede negársele fina y variada agudeza. Léanse si no los dos epigramas que pasamos a copiar, señalados en su colección con los números 18 y 1 4 0 :
El honor, que al rubio Apolo prefiere en luz soberana, en muchos actos se gana y se pierde en uno solo.
Hace, don Luis, tu vecina mucha fuerza en qué es doncella,
- y yo no acierto a creella ni a tal mi estrella me inclina.
Alumbra más que la esfera de diamantes adornada: calle tan bien empedrada, sin duda que es pasajera.
Hay que convenir en que corre parejas la corrección de la forma con la malignidad de la intención.
Polo de Medina, de quien nos es dado copiar en la edición príncipe de sus obras, compite en ocasiones con el donosísimo Alcázar. Véase si n o :
Vio a una mulata murciana un hombre, asomada un día a un esconce que servía de chimenea y ventana.
Ella se le queja viendo que no le habla, corrida por ser del tan conocida, y él se disculpa diciendo:
DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE 101
«Que pase, mire y te vea sin hablar, no es mucho, Clara, que entendí que era tu cara humo de esa chimenea.»
Si bien no sea prudente recomendar la forma de la composición, hay que confesar que el chiste con que termina es muestra de delicado ingenio.
Revuélvese airado D. L. Moratín contra los criticastros de su época, y escribe este hermoso epigrama :
Tu crítica majadera de los dramas que escribí, Pedancio, poco me altera: más pesadumbre tuviera si te gustaran a ti.
De D. Nicolás F . Moratín es el tan conocido
Admiróse un portugués, etc.;
y el no menos popular
Ayer convidé a Torcuato, etc.;
pero no tan repetido el finísimo
De imposibles Santa Rita es abogada; y Filena, con devoción muy contrita, reza a la santa bendita a fin de que la haga buena.
El carácter de Juan Pablo Forner bien se avenía con este género literario, y aunque tiene epigramas muy atrevidos, como aquellos que comienzan
Cuatro horas gasta en peinarse
102 R. MONNER SANS
y Era Inés de Gil querida,
en cambio escribió otros que son de constante aplicación, por desgracia. A b o n e nuestro aserto el siguiente :
Que siempre lastime y hiera mi estilo en prosa y en verso, culpas, Lupo; mas espera: si tú no fueras perverso, di, ¿satírico yo fuera?
Hablar bien de tu codicia, disolución 3̂ malicia, fuera calumnia mortal; hablar mal del que obra mal, Lupo, es hacerle justicia.
Sangrienta verdad, bien rimada y que presenta el carácter de su autor.
No queda rezagado D. Pablo Jérica al formar en las filas de los que con gracejo manejaron la satirilla. La falsa beata aparece magistralmente retratada en el siguiente epigrama:
— Que venga mi confesor — dijo, estando enferma, Inés. — Le llamaremos: ¿quién es? — El padre fray Salvador.—
Así que se le llamó dijeron en el convento: — Iría; pero es el cuento que ha diez años que murió.
Del mismo autor es el epitafio que sigue:
Aquí fray Diego reposa, y jamás hizo otra cosa.
DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE 103
Parecido a éste es el siguiente epigrama de autor anón imo:
Siempre, fray Carrillo, estás cansándonos acá afuera: ¡quién en tu celda estuviera para no verte jamás!
El célebre P. Isla, cuyo fino gusto literario es de todos alabado, comenzaba una décima epigramática con la siguiente hermosa redondilla:
Un libro siempre es igual, tenga o uo dedicatoria: si es bueno, sube a la gloria; si es malo, baja al corral.
Y ya que de libros hablamos, allá va otro finísimo epigrama que pinta a más de cuatro poseedores de libros que no hojean, recordando la fábula «El burro cargado de aceite»:
De libros un gran caudal aquí un ético dejó; no temáis comprarlos, no, que no se les pegó el mal.
Del mismo Juan de Iriarte, cuyo es el anterior, es el siguiente:
Que en casa nunca ha cenado bien puede Felón jurar, pues se queda sin cenar cuando no está convidado;
plagio más o menos consciente del que escribiera el
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infeliz conde de Villamediana, de quien luego habla
remos, y que dice:
Jura don Juan por su vida que nunca cena en su casa; y es que sin cenar se pasa cuando otro no le convida.
No podemos resistir a la tentación de copiar otros dos del ya citado Iriarte:
Dos credos, de penitencia, daba un confesor a un tuno, y él dijo con insolencia: «Récelos su reverencia, que yo no sé más que uno.»
' Un genovés padecía de España en un hospital, y un andaluz, por svi mal, de practicante servía.
Trájole una taza un día de caldo frío, y después de probarlo el genovés, — Oh, non ¿caldo!—exclamaba; y el andaluz replicaba: — Tómalo, que caldo es.
Del otro Iriarte, de D. Tomás, es el siguiente soneto epigramático, aplicado, con ligeras variantes por la moda introducidas, a más de uno de los vivientes:
«Levantóme a las mil, como quien soy; me lavo... Que me vengan a afeitar; traigan el chocolate, y a peinar; un libro... Ya leí... Basta por hoy.
D E GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE 105
»Si me buscan, que digan que no estoy-Polvos... Venga el vestido verde mar... ¿Si estará ya la misa en el altar? ¿Han puesto la berlina?... Pues me voy.
»Hice ya tres visitas; a comer... Traigan barajas; ya jugué. Perdí... Pongan el tiro. Al campo y a correr...
»Ya doña Eulalia esperará por mí... D i o la una. A cenar y a recoger...» ¿Y es éste un racional? Dicen que sí.
Despuntó también entre los epigramáticos del siglo XVIII el P. José Iglesias de la Casa, recomendable por su estilo y la pureza del lenguaje. Juzgúese de su mérito leyendo los dos epigramas que pasamos a copiar, confesando que nos violentamos para no transcribir aquel que termina
me miró, yo le miré y... fuese sin decir nada,
que trae a nuestra memoria el famoso es t rambote de Cervantes:
De toda la vida mía, los agüeros más siniestros fueron el tener maestros de quien el buen gusto huía.
Y si bien de ellos me río, si yo llego a tener fama, veréis como alguno exclama : «¿Ése?, es discípulo mío.»
Dorotea se sentó cerca de Tais, cortesana,
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y viéndola tan liviana, de ella con gran prisa huyó.
Díjola Tais: «Dorotea, no huyas con presteza tal; que no se pega mi mal si no es a quien lo desea.»
Y pues ya estamos en la pendiente, léase el de Tomás Moore, fielmente traducido, y ríase la gracia que sabe llegar a la linde sin rebasarla:
— Tiempo es que tomes mujer — dice su padre a Ventura—; no hay para tu travesura otro remedio, a mi ver.
•—El remedio bueno está — responde Ventura al punto —; pero, decidme, os pregunto, ¿la de quién tomo, papá?
A u n cuando vamos temiendo el cansancio del lector, permítasenos que, encariñados con el asunto, demos a conocer algunos más.
Dice D. Francisco de la Torre , y l íbreme el Cielo de creer que el epigrama es de actualidad :
Porque en la tela del juicio venga el corte a tu medida, más vale un dedo de juez que una vara de justicia.
Y el toledano Sebastián de Horozco, abogado por más señas, no tenía reparo en escribir:
Si pleito se ha de tratar, cierto está que un abogado
DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE 107
por su parte ha de abogar contrario al otro letrado.
Así que, por esta vía, hacen como marineros: uno boga y otro cía, y todos cogen dineros.
Fué D. Juan de Tassis, conde de Villamecliana, el hombre más atrevido de su época, el escritor más hiriente y mordaz que registran los anales de nuestra literatura.
Su sátira se distingue por un personalismo que la hace antipática. Su epigrama
Qué galán entró Verger con cintillos de diamantes, diamantes que fueron antes de amantes de su mujer,
que ha logrado el honor de la popularidad, demuestra que no se cuidaba el conde ni siquiera de desfigurar el nombre de aquellos a quienes zahería.
Quien quiera conocer la tr istemente célebre figura del asesinado Villamediana, hojee el notable discurso de Flartzenbusch leído ante la Academia en contestación al de Cutanda, y el trabajo más notable aún de Cotarelo, Estudio biográfico y crítico., interesante volumen que proclamando va la erudición de su autor.
El cordobés Colodrero escribía el siguiente, que bien puede pasar por fino madrigal:
Ya que a mi huerto gustosas entráis, damas, yo quisiera
R. MONNER SANS
ser ahora primavera para llenallo de rosas.
Del fecundo y elegante, y no pocas veces mordaz, D. Manuel del Palacio, tan conocido en el Río de la Plata, es el que sigue, cuya finura cautiva:
Si quieres con una planta curar mis males, Inés, en la estera de mi cuarto pon la planta... de tus pies.
Como ejemplo de repetición que resulta a la vez epigramático, solemos dar el siguiente de autor anónimo :
Cristo la pobreza amó porque Cristo rico era, que si Cristo pobre fuera, ¡por Cristo!, la aborreciera como la aborrezco yo.
La censura personal no debe nunca dar pie a la satirilla, ni aun a la verdadera sátira: en la t ransparencia, nunca en la exactitud, ha de procurar su encanto.
Si al prójimo ha de ofender tilde poniendo a su fama, sólo es bueno el epigrama que se queda por hacer.
Sí; opinamos con el bonísimo Hartzenbusch, cuya es la anterior redondilla, que estos epigramas no deben escribirse; y hoy, al releer por centésima vez los de Góngora, Quevedo, Lope de Vega, Montalván y
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Tirso contra el incomparable Ruiz de Alarcón, al recordar los más de Villamediana, algunos de Forner y otros atribuidos a Manuel del Palacio, sentimos que no se quedaran por hacer, que con ello nada perdieran las castellanas letras, ni hubiesen demostrado a la poster idad cuánto ofuscan las pasiones aun a los talentos más privilegiados.
Terminaremos, no sin asegurar, tal es nuestro convencimiento, que el epigrama sutil, fino, delicado, que lejos de obligar a fruncir el ceño incita a franca risa, el que pica pero no hiere profundamente, va siendo más raro de día en día, quizás porque anda más estragado el gusto popular o el ingenio más cohibido. Ciertos epigramas de los siglos xvn y XVIII,
de escribirse hoy, valieran a sus autores, no los tormentos de la Inquisición, pero sí la t remenda conspiración del silencio, que al correr tupido velo sobre un autor suele abrirle con descarnada mano las puertas de la indigencia.
¿Querrá esto decir que hemos progresado? T e m e mos que no; antes opinamos que la satirilla que nos sirvió de tema, comprensible en época en que la absoluta libertad de pensamiento no era conocida, ha muerto porque ya no era necesaria su existencia. ¿Para qué poner a contribución el ingenio a fin de decir, con mal velada transparencia, lo que decir podemos a la pata la llana y con toda claridad?
Sólo la política podrá dar pie en determinadas circunstancias al epigrama; mas como los políticos no suelen ser poetas, y éstos rara vez políticos, de ahí
1 1 0 E. MONNER SANS
que el epigrama irá cayendo al olvido, y sólo servirá para que alguien, como en el presente caso, exhuma los antiguos para tener en qué ocuparse, y solazar a quienes, aburridos de profundas lecturas, ansien desarrugar el entrecejo riendo y celebrando agudezas clásicas.
(Revista de la Universidad, mayo de 1905.)
EL «QUIJOTE» EN EL DICCIONARIO
Hojeando la duodécima edición del Diccionario oficial, hube de echar de menos la palabra celestina como sinónimo de alcahueta, lamentando que el genial autor de aquella joya literaria titulada Tragicomedia de Calixto y Melibea, no lograse para su personaje principal el honor de figurar en las columnas del Diccionario al lado de quijote y de gerundio.
Por aquellos años, mi admirado «Dr. Thebusem» echó también de menos en el léxico oficial varios derivados de la voz Cervantes, y como de todas estas fruslerías, en que quizás pierdo t iempo con nimiedad, tomo nota, ya se comprenderá mi agradable sorpresa cuando, al hojear la decimotercia edición del Diccionario, hallé registradas en él, no sólo la voz celestina, sino casi todos los derivados de Cervantes p ropuestos por el mentado doctor.
Ignoro quién honra a quién; esto es, no sé si es Cervantes el honrado al hacer que figuren los nombres de los personajes principales de su inmortal novela en las apretadas columnas del Diccionario acá-
1 1 2 R. MONNER SANS
démico, o si es la Real Corporación la honrada dando cabida a tales palabras en el catálogo de las voces castellanas. El retardo en aparecer en el léxico académico los vocablos que luego apuntaré, me inclina a creer lo último, pues el perfecto caballero honra fácilmente a los demás, pero repugna o tarda mucho en aceptar honra que no estima muy merecida. Recuerdo que cuando el don no era vulgar, sino título nobiliario, muchos blasonados lo rehusaban por no creerse merecedores de tanta distinción.
Llego ya al índice de las palabras con que han enriquecido nuestra habla los personajes de la novela más hermosa con que cuentan las literaturas todas. Ellas son, y desempeño oficio, que me cuadra, de copista, las siguientes:
Cervantesco. — Propio y característico de Cervantes como escritor, o que tiene semejanza con cualquiera de las dotes o calidades por que se distinguen sus producciones.
Cervántico. — Cervantesco. Cervantista. — Dedicado con especialidad al estu
dio de las obras de Cervantes y cosas que le pertenecen.
Dulcinea. — Mujer querida. Marito?'nes. — Moza ordinaria, fea y hombruna. Quijotada. — Acción propia de un quijote. Quijote.—-Hombre ridiculamente grave y serio.—•
Hombre nimiamente puntilloso. — H o m b r e que pugna con las opiniones y los usos corrientes, por excesivo amor a lo ideal. — Hombre que a todo trance
DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE 113
quiere ser juez o defensor de cosas que no le atañen. En este caso suele ir precedido del don.
Quijotería. — Modo de proceder, ridiculamente grave y presuntuoso.
Quijotesco. —• Que obra con quijotería. — Que se ejecuta con quijotería.
Quijotismo. — Exageración en los sentimientos caballerosos. — Engreimiento, orgullo.
El refrán allá va Sancho con su rocín que registra el Diccionario, bien pudo ver la luz pr imera en las páginas del inmortal Don Quijote de la Mancha.
A estas diez palabras creo se pudieran añadir t res más, dos apadrinadas por el mentado «Dr. Thebusem» y otra por mí, atrevimiento que espero se me disculpe en gracia siquiera a la buena intención.
Cervantismo. — La condición de cervantista, y Cervantófilo. — El apasionado de Cervantes, son
las dos voces propuestas por el «Cartero honorario». En cuanto a la mía, digo: si el pordiosero pordio
sea, el quijote quijotea, y si existe pordiosear, bien pudiera existir quijotear, que significaría realizar una serie más o menos larga de quijotadas. Recuérdese que Calderón, en Mañana será otro día, dice: «Enqui-
jotóseme el alma.» Tarea tentadora y un tanto quijotesca sería la de
averiguar el caudal de voces nuevas — entonces neologismos — que Cervantes regaló al lenguaje culto. Hablo de las yuxtapuestas y de las caprichosas de fácil formación, porque en cuanto a las que aparecen usadas por él y no por otros escritores, no las reputo
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« 4 R. MONNER SANS
nuevas, sino ennoblecidas, esto es, tomadas de boca del pueblo y llevadas al libro a fin de que, quedando estampadas en 61 per iu csteruum, sirvieran para p robar cuánta era la riqueza y majestad del habla castellana cuando el héroe favorito del pueblo acometía molinos y castigaba malandrines y follones.
(El Correo Español, 7 de mayo de 1905.)
¿DISTINGUIDO?
Hablábase en cierta reunión de un general que no contaba con ningún lance de guerra en su hoja de servicios, y cuando todos reían la munificencia gubernamental, uno de los presentes exclamó: «Pues a mí me gusta mucho y me es muy simpático este general.» «¿Por qué?», preguntaron varios. «Pues — replicó el chusco — porque no tiene nada de particular.»
Ha venido a mis mientes más de una vez el recuerdo, al ver con qué profusión prodigamos el adjetivo distinguido. Lo somos todos, por suerte o por desgracia, si bien creo que por desgracia, ya que lo que mucho se prodiga nada vale.
¿Será pobreza manifiesta de nuestra lengua la de no tener más que un adjetivo laudatorio, o la penuria estará, más que en el idioma, en la mollera de los vivientes y parlantes? Supongo lo último.
Dice la Real Academia que distinguido vale ilustre, noble, esclarecido, tres palabras que, si bien son sinónimas, no son homologas. Y ahora veremos con ejemplos cómo podemos cambiar la sobada palabre-
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ja, saliendo gananciosas en el cambio la claridad del pensamiento y la pureza del habla.
Copio de lo leído: «El distinguido médico, el distinguido diputado, el
distinguido orador, el distinguido comerciante, el dis
tinguido militar, el distinguido l i terato, el distingui-
do», etc., porque, como antes dije, todos somos distinguidos, si bien los más no nos distingamos en nada de nuestros semejantes.
Sin forzar la memoria ni recurrir a los diccionarios para entresacar la lista de los adjetivos laudatorios, salen de los puntos de la pluma los siguientes, que, usados discretamente y con la necesaria atención, prestarían a nuestros escritos la variedad de que hoy carecen:
Afamado, sabihondo, entendido, docto , notable, único, sin par, sin igual, abnegado, impertérri to, ilust r e , caballero, discreto, noble , valiente, reputado, estudioso, erudito, letrado, leal, sobresaliente, sabio, hábil, incomparable, bizarro, generoso, digno y esforzado.
Claro está que si de alabar a un médico se trata, no le l lamaremos valiente o impertérrito, sino docto,
reputado, hábil, etc.; y si encarecerle más queremos, le calificaremos de afamado, sin igual, incompara
ble, etc. Si este mismo discípulo de Galeno, en plena epidemia, se olvida de sí para arrebatar presas a la muerte, podremos llamarle abnegado, valiente, impertérrito. Si publica obra meritísima que atraiga sobre él la atención de sus colegas, lo distinguiremos de
DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE 117
los demás llamándole estudioso, erudito, sobresalien
te, sabio, etc. Si a más de médico es amigo de los enfermos y padre de los pobres, para rendirle un tributo de admiración y de justicia lo apellidaremos noble, generoso, digno, caballero, etc. Si rebasa en absoluto el común nivel, el sin par o único en su clase se impone.
Lo que del médico se dice, puede aplicarse con ligeras variantes a literatos, industriales, militares, etcétera. El toque en estos asuntos está en la acertada elección del vocablo, y si bien de zarramplín se graduara quien diera a un comerciante el dictado de valiente, nadie ríe, aun cuando reírlo debiéramos, el que se le llame ilustre. Ilustre será un estadista, un general que dio a su patria días de gloria, un escritor cuyo nombre rebasó las fronteras de su tierra, nunca el afortunado mercader que, gracias a su talento práctico, logró trocar sus níqueles en esterlinas.
El tema tiene más miga de lo que parece, y bueno sería que en él se fijase algún hablista para que, inventariando los adjetivos laudatorios que posee nuestro idioma, los tuviésemos a mano a fin de ir dejando reducido a sus justos límites el manoseado distinguido. De lo contrario, y a continuar el abuso, lo distinguido será no serlo.
Para terminar, leo y copio. El autor se refiere a una función teatral que no era ciertamente un acontecimiento artístico: «La numerosa y distinguida concurrencia que llenaba el teatro», etc. Al to aquí. Si era distinguida no era numerosa, pues lo distinguido,
n8 R. MONNER SANS
en su recto sentido, es raro, y si era numerosa no era distinguida.
Y porque no quiero distinguirme más, pongo punto y firmo.
(ElDiario Español, 21 de mayo de 1905.)
¿PRESTIGIAR?
Entre las obritas y obrazas publicadas recientemente con motivo del tercer centenario del Quijote, descuella, a nuestro modo de ver, la intitulada El Centenario Quijotesco, siendo su autor el atildado escritor y finísimo crítico P. Juan Mir y Noguera; libro pequeño en cuanto al número de páginas y a su tamaño, grande por la miga que contiene.
Dos veces hemos leído el libro y otras tantas o más hemos de hacerlo si a Dios le place alargar nuestra vida; y si la primera lectura nos entretuvo, la segunda, descartada ya la tiránica curiosidad, no sólo nos entretuvo, sino que nos deleitó provechosamente.
Restalla la fusta el erudito jesuíta contra quienes, y somos los más, por ignorancia o por distracción, afeamos nuestros escritos con groseros galicismos, y son tan numerosas las citas, y las observaciones tan documentadas, que el convencimiento se apodera del lector si es de gusto exquisito, haciendo nacer en su pecho saludable propósito de enmienda.
A veces, por suponer, sin duda, que se dirige a ce-
120 R. MONNER SANS
rebros. a lumbrados por el estudio de nuestros clási
cos, se limita a indicar el galicismo, en la confianza
de que será suficiente el aviso para que el vocablo
vuelva a la obscuridad, de donde no debiera haber sa
lido. Mas c o m o ni todos leemos clásicos, y muchos
aun leyéndolos somos olvidadizos, pues las preocu
paciones materiales logran borrar del cerebro no
pocas que debieran entretenerlo, de ahí que a veces,
y para éstos, resulte el libro deficiente.
E n la página 56 del libro a que nos referimos
se lee :
«¿Qué autor clásico hubiera imaginado que la voz
prestigio, por ejemplo, hubiese de tiranizar los ojos
con la significación de autoridad, influjo, dignidad
(que ni el latín ni el castellano en la dorada edad le
concedió) , para que a los galicistas se les represen
tase dulce y sabroso vocablo, de alto predicamento
y de nobilísima alcurnia, siendo de su nativo origen
sólo destinado al infame trato de brujos, nigrománti
cos y titiriteros?»
«¿Me hablaba usted de mi pleito? A q u í traigo los
papeles», dice frase y a antigua, que vino a nuestra
memoria al leer el párrafo transcrito, pues han pasa
do y a más de dos años cuando por vía de entreteni
miento, y a propósito del verbo prestigiar, escribi
mos lo siguiente, que probablemente hubiera perma
necido inédito sin las palabras del P. Mir:
Prestigiar. — H a y que prestigiar la candidatura
de etc.
V e a m o s si es posible prestigiar algo, y veámoslo
DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE 121
con calma, para que nuestra inteligencia no se confunda. .
Prestigiar, verbo activo y para más señas anticuado, nacería del substantivo prestigio, voz que, según la Real Academia, significa: «Fascinación que se atribuye a la magia o es causada por medio de un sortilegio. — Engaño, ilusión o apariencia con que los prestigiadores emboban y embaucan al pueblo. — Ascendiente,, influencia, autoridad.»
Si del substantivo pasamos al verbo, nos encontramos con que no ahora, sino en lo antiguo, significó «hacer prestigios, embaucar». Y nada más.
Denotando este verbo acción, y aceptando la última acepción de prestigio, prestigiar valdría hacer in
fluencia, hacer ascendiente, hacer autoridad, como prestigiar valió hacer prestigios.
Al idioma francés pr imero y al gongorismo después, debemos la voz castellana prestigio (en su significado de ascendiente, influjo, etc.), de limpio origen latino en el sentido de artificio, ilusión, embeleco, embaimiento, etc., etc.; pero ni los franceses usan el prestigiar, ni los gongoristas se atrevieron a dar al verbo español prestigiar el significado de defender, apoyar, proclamar, etc.
Una autoridad moral, política, literaria, artística, etcétera, influirá con mayor tesón en una decisión individual o colectiva; pondrá a contribución su bien
conquistado ascendiente para reducir a los más a que sigan su parecer; tratará por todos los medios a su
alcance de que el peso de su autoridad contribuya al
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logro de sus deseos; pero no embaucará, no engañará a nadie, que a esto, y sólo a esto, equivaldría el prestigiar que nos entretiene.
De suerte que, ateniéndonos al origen latino del vocablo prestigio, usado, según Littré, por Diderot (Salón de iyóy. Auv., tomo X V , pág. 76) y por Vi -llemain (Sour. Contemp. Lescent Jours), al empleo que de la voz hicieron nuestros hablistas y al anticuado significado del verbo prestigiar, creemos que no se puede prestigiar una candidatura, como no puede haber obras ni ideas prestigiadas, en el sentido de amparadas, apadrinadas, patrocinadas, defen
didas, etc., etc., por autoridades políticas o literarias.
(El Diario Español, 15 d e o c t u b r e d e 1905.)
SEÑOR Y DON
«No; ni que me emplumen, uso yo el señor don»; y como insistiese e intentara defender mi opinión de que pueden ir perfectamente juntos, sin que el uno sea redundancia del otro, el amigo a quien aludo agregó: «Es inútil que defienda usted su tesis; no me convencerá.»
Y esto precisamente voy a intentar : convencerle. Estudiaremos primero, aisladamente, cada una de las dos palabras, para deducir de ello que si son sinónimas no son homologas, lo que decir quiere, conforme pienso probar, que pueden ir juntas, como juntas van desde luengos años, robustecida toda la argumentación con citas de autoridades no académicas, ya que el origen de los vocablos, y aun el de su enlace, se remontan a épocas en que no había nacido la Real Academia Española.
I
Dice la docta Corporación en la decimotercia edición de su Diccionario, que la palabra señor, que pro-
124 R. MONNER SANS
cede del sénior latino, es «término de cortesía que se aplica a cualquier hombre , aunque sea igual o inferior».
Sénior ( i ) , comparativo de superioridad de senex (viejo) significa, por consiguiente, «más viejo», calificación que se daba en el siglo v, según Bastús, no solamente a los^hombres que comúnmente se llamaban señores — por tener señorío sobre los d e m á s — , «sino también a los santos; después se aplicó a los príncipes, a los obispos, a los abades y también a los monjes».
La voz, pues, señor, que sirve hoy para designar a cualquier persona, tuvo su origen, como se ve, en el respeto que los años inspiraron siempre. «Los indios filipinos — afirma el «Dr. Thebusem» —llaman hoy matando" (viejo) al jefe de la casa.
Mas ¿para qué salimos de la nuestra, cuando en ella tenemos continuado ejemplo? ¿Acaso en la Ar gentina no dan casi todos los hijos a sus padres el cariñoso título de «viejos»?
Se comprende así fácilmente que, andando el tiempo, el señor, que sólo debiera emplearse como término de elevada cortesanía, se aplicase a cualquier mortal, que no en balde fué el humano linaje crecien-
(i) Así se dijo primero en castellano, y así se lee en el Fuero de Aviles; después se trocó en sennor, doble ene, que, conforme se sabe, se substituyó más tarde con una ra-yita sobre la ene. De las seis combinaciones que dieron nacimiento a la eñe, una es ésta,
DE GRAMÁTICA Y D E LENGUAJE 125
do en cultura a medida que iba dejando la sinceridad envuelta en el polvo de los siglos.
Refiere Covarrubias que el emperador Augusto César prohibió por edicto que se le llamase sénior, prohibición que es la más agria censura que pudiera idearse contra quienes lo aceptan, así desempeñen los más bajos menesteres.
Mudaron los t iempos, pero no tanto que se haya borrado del todo el origen del vocablo, y con él su significación de alto respeto. Y en tanto es así, en cuanto el peninsular que quiere elevar una instancia al rey, sólo la encabeza con la palabra Señor, siendo bueno no olvidar que vivimos en época en que ni el rey es señor de vidas y haciendas, ni menos de horca y cuchillo, y que ya en la monarquía española los ciudadanos reemplazaron a los vasallos.
Abundan los señores en el Quijote, y señora es su sobrina, como señor es el barbero, lo que vale para probar que la palabra había descendido de los estrados de los magnates y se iba aplebeyando en labios del pueblo, que ayer como hoy tuvo siempre deseos de parecerse a los grandes.
Usando de la aféresis y del apócope, la palabra señor pasó en labios del vulgo a ser ño, y por aféresis y síncopa, la voz señora t rocóse en ña; ño y ña de que quedan aún vestigios en el campo argentino.
Fué costumbre antigua, que ha llegado hasta nosotros, anteponer como muestra de delicada cortesanía el posesivo mi a la voz de que tratamos; y así se decía, y aun decimos muchos, mi señor, mi señora.
i 2(5 R. MONNER SANS
De estas voces, mi señora nació, como probaron Z. Rodríguez y Rufino J. Cuervo, el misia americano, que, conforme apunté en un librito mío, espero en Dios volverá a la obscuridad para dejar el puesto al simpático señora.
Quedamos , por consiguiente, en que hoy, que todos somos libres e independientes, todos somos señores; mas como en los t iempos actuales hay muchos, muchísimos, que dependen materialmente de otros, y los más moralmente, de ahí que las modernas sociedades se compongan de señores vasallos, dos palabras que por su significado rabian de verse juntas .
II
Dice Covarrubias en su Tesoro de la lengua caste
llana o española: «Don es título honorífico eme se da al caballero y noble y al constituido en dignidad.»
La Real Academia Española, por su parte, define el don de la siguiente manera:
«Título honorífico y de dignidad que se daba ant iguamente a muy pocos, aun de la pr imera nobleza, que se hizo después distintivo de todos los nobles, y que ya no se niega a ninguna persona bien portada.»
La voz procede del latín clóminus (señor), que a su vez viene de domus (casa), y con ligeras modificaciones se encuentra en los demás idiomas romances.
E n Francia dicen dom (don). En Provenza, don, domjon. En Portugal, dom.
DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE
En Italia, donno, que se sincopó más tarde, quedando en don.
En el Fuero de A v i l e s se lee don, dono, dompno, y en el de Oviedo domno, variantes que no son raras, pues es fácil encontrar en documentos de aquellas épocas una misma palabra escrita de distinta manera. En el siglo xm, y en León, se decía dopne, dopnus.
Bastús afirma que los reyes franceses de la segunda raza usaron el título de don, y Onufrio dice que este título se dio pr imero al Papa solamente, luego a los obispos y a los abades, o a aquellos que tenían alguna dignidad eclesiástica o eran recomendables por su virtud y santidad, y úl t imamente le tomaron los simples monjes.
No faltan autores de nota que aseguren que los primeros que empezaron a usar el don fueron los judíos, siendo entonces un dictado bajo. Limitándome a hacer constar su antigüedad como título honorífico, recordaré que el verdadero fundador de la poesía epigramática en España, el arcipreste de Llita, tiene una hermosa composición titulada: «Ensiemplo de las ranas en como demandaban rey a don Júpiter»; que en el Libro de Alexandre se lee: «Estaua don Janero; estaua don Feurero; maduraua don Junio; trillaua don Agosto, y estaua don Othubrio»; que nos habla en son de burla de don Aquiles, don Burro y doña Cuaresma; que Gonzalo de Berceo comienza la Vida de Santo Domingo de Silos con estos versos:
En el nombre del Padre que fizo toda cosa, et de don Jesuchristo, fijo de la gloriosa...;
128 R. MONNER SANS
que en el Poema del Cid se pone siempre el don, doña ante los nombres de personas, no sólo ajustado a su valor etimológico, sino ante los nombres propios y los de títulos o dignidades, como don abbat ( i) ; y que Cervantes, a quien luego citaremos, nos habla de «don San Jorge, uno de los mejores andantes que tuvo la milicia» (2).
Que el don fué en otro t iempo, conforme indican Covarrubias y la Real Academia, título honorífico y de dignidad (3), se averigua con sólo leer la Cédula de almirante, visorrey y gobernador de las islas y tierra firme, expedida por los Reyes Católicos en abril de 1492 a favor de Cristóbal Colón, en la que se dice: «... que vos podades dende en adelante llamar e intitular don Cristóbal Colón»; «lo que prueba —-dice el erudito «Dr. Thebusem» — el enorme valor del don en aquella fecha»; tanto valor, agrego, que aceptando como buena la afirmación de Covarrubias, muchas casas de señores que comprendían el alto
(1) Gramática del Cid. ( 2 ) Quijote, parte II, cap. LVIII. «Este tratamiento se daba a Dios por los judíos en España,
y así en nombre de «don Dios, que en seis días fizo el cielo e la tierra e al seteno puso el fuego», tomaban juramento a los que profesaban la fe judaica.» (G. Maura, Rincones de la Historia, pág. 314.)
(3) Refiriéndose a D. Pelayo dice Salazar: «Diéronle sus vasallos el prenombre de don, que daban solamente a los santos, para más honrarle.» (Origen de las dignidades seglares de Castilla y León.)
D E GRAMÁTICA Y D E LENGUAJE 129
valor de este título lo rehusaban por no creerse merecedoras de él, en tanto que lo tomaban muchos a quienes no les convenía.
Burlóse Quevedo de este afán del vulgo por ennoblecerse, escribiendo: «Es de advertir que en todos los oficios, artes y estados se ha introducido el don en hidalgos y en villanos. Yo he visto sastres y al-bañiles con don.» Y en Visita de chistes, dice : «Y diles a todos los dones a teja vana, caballeros chirles, hacia-hidalgos y casi-do7ies que hagan bien por mí.»
Tanto se fué aplebeyando el vocablo y tanto se daba a cualquiera, aun a los jóvenes sin bozo, que... Pero cedo la palabra a Gaspar Lucas Hidalgo, quien en sus Diálogos de apacible entretenimiento pone en boca de D. Diego las siguientes frases:
«Dejando una materia por otra, hoy he oído en la calle que dicen que ha salido premática en Madrid que no se puedan llamar don los caballeros hasta edad de treinta años, porque dicen que el don en los hombres es para denotar autoridad, y hasta los treinta años no la pueden tener. í t em: que porque el don en las mujeres se les da, no a título de autor idad—que no se les pone bien—, sino a título de damería y hermosura, mandan que a ninguna mujer de sesenta años arriba la llamen don» ( i ) .
(1) T E O D O R A . ¿ E S Chichón? C H I C H Ó N . Mi presunción
a Chichón no te responde; que después que sirvo al Conde
9
130 R. MONNER SANS
La palabra doncel, diminutivo de don, que hoy se aplica a cualquier joven decente y bien trajeado, significó en lo antiguo «hijo adolescente de padres nobles», y también «joven noble que aun no estaba armado caballero»; y en buena lógica, de tales significados se sigue que para que correspondiese nobleza al hijo, necesario era que los padres la tuviesen. No podía ser doncel quien no fuese hijo de un don, como sólo es condesito o marquesi ta el hijo del conde o del marqués.
De lo expuesto se deduce que el don fué en los pr imeros t iempos título honorífico que no anulaba el de señor, como éste no se anula al anteponerle ilus-trísimo o excelentísimo; que fué tenido en mucha estima hasta que de él se apoderó el vulgo, y que fueron inútiles cuantas burlas escribieran Cervantes y Ouevedo contra el, ya en su época, popularizado título. ¿Quién no recuerda aquello de
que sienta mal el don con el Turuleque? (i).
Cervantes, persiguiendo la idea de desterrarlo de las costumbres populares, nos habla de don ladrón,
me llamo ya don Chichón,
heme aquí quitado el don y vuelto al primer estado.
(ALARCÓN, El Tejedor de Segnviti, acto I, esc. XVII.)
(i) Registra la Real Academia en su Diccionario la expresión familiar «Mal se aviene el don con el Turuleque.»
D E GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE 1 3 1
don villano, don patán, don bacallao, etc., y para más, doñas llama a las dos mozas de part ido que presencian el lance de la armadura de D. Quijote. E n su mismo inmortal libro, pone en boca de Teresa las siguientes palabras: «Teresa me pusieron en el bautismo, nombre mondo y escueto, sin añadiduras ni cortapisas ni arrequives de dones ni doñas..., y con este nombre me contento, sin que me le pongan un don encima que pese tanto que no lo pueda llevar.» Y en el mismo capítulo, que es el V de la segunda parte, dice Sancho, refiriéndose a su hija: « . . .pero si en dos paletas y en menos de un abrir y cerrar de ojos te la chanto un don y una señoría a cuestas», etc.
Siguiendo tales huellas, Quevedo, en su Boda y acompañamiento del campo, nos describe a don Repollo, doña Berza, doña Calabaza, doña Mostaza, don Melón, don Cohombro, etc., y en una de sus famosas letrillas afirma que «más estima un dan que un don».
III
¿Cuándo se asieron del brazo el señor y el don, y hermanados comenzaron a recorrer la península española y sus Indias? El «Dr. Thebusem» opina que no pasa de fines del siglo xiv y principios del xv, y, apasionado admirador del Quijote, diserta brillantemente, y con su particular gracejo, sobre los dones otorgados por Cervantes a nobles y plebeyos, grandes y chicos, demostrando que el inmortal autor, previendo que el don era el título apropiado para el
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carácter de los españoles, de suyo graves y p o m p o sos, como grave y sonora es la palabra, lo popularizó, fijó e inmortalizó en la fábula del ingenioso hidalgo.
Digno de llamar la atención es el uso de estos dos vocablos cuando se emplean juntos, pues acompañando el don al nombre de pila y el señor al apellido, parece que debiera decirse don señor y no señor don. ¿Por qué 'desde que se unieron va el don a retaguardia del señor} Por la razón que luego veremos,
Aqu í no usamos el señor y el don juntos . ¿Por qué? Dejemos a los peninsulares con sus costumbres, y
vengamos a la nuestra; mas como ésta, en el asunto que nos ocupa y preocupa, t iene su base en palabras castellanas, necesario fué averiguar, como acabamos de hacerlo, el valor etimológico de cada vocablo. Una vez logrado el propósito, sin gran esfuerzo se sabe que es diferente la raíz y diversa la etimología, y que, por consiguiente, no hay tal sinonimia, como pretenden algunos.
Si señor y don fuesen homólogos, podríamos e m plearlos indist intamente. ¿Quién, si es leído, a una pregunta que se le dirija, contestará: No don} ¿Quién dirá don Ribadavia? Y basta fijar un poco la atención para notar que el señor va con el apellido, y el don con el nombre de pila; y si no decimos don Ribadavia, ¿por qué decir señor Bernardino? Y a este respecto no estará por demás hacer constar que los mismos que rechazan el don lo emplean con ciertos y determinados personajes, ya que no dicen el señor Bernardino Ribadavia, ni el señor Juan Manuel Ro-
D E GRAMÁTICA Y D E LENGUAJE 133
sas, ni el señor José Manuel Estrada, sino don Ber-nardino Ribadavia, don Juan Manuel Rosas, don José Manuel Estrada.
E n el campo argentino es frecuente oír: «Diga, don.» «¿Cómo le va, don?»; frases lógicas aunque molesten hoy a oídos delicados. ¿No dec imos : «Diga, doctor.» «¿Cómo le va, marqués?» Pues si el don es título, los campesinos hablan lógicamente.
Como dato curioso apuntaré la noticia que los israelitas españoles de Oriente suelen anteponer el don al apellido, diciendo, por ejemplo, don Ribadavia.
IV
Teníamos ya el señor, vulgar, cuando a los monarcas se les ocurrió conferir a algunos el título de don ( i ) ; y como un título no quita otro si en el nuevo no va embebido el anterior, de aquí que el señor y el don puedan ir juntos, como juntos van señor marqués, señor duque, señor canónigo, señor magistrado, etc., etc. El que se llamaba señor Juan, después de obtenido el título de don se llamaría señor don Juan, y ésta es la razón que abona el que el señor preceda al don.
«Gil Blas» refiere que hallándose conFabr ic io Nuil ez, llegó un gent i lhombre y dijo:
«•Señor don Fabricio, vengo en busca de V m . para
(1) Los hidalgos necesitaban un cuento de renta perpetua para usar el don.
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decirle que el duque, mi señor, quisiera hablarle y espera a V m . en su casa...» Y o quedé muy admirado de haber oído tratarle de don y de mirarle así convertido en noble, a pesar de ser su padre maese Cri-sóstomo el barbero. . . «¿Buenos días—le dije—, señor •»don FabricioL.» Al oírme se echó a reír y contes tó : «¿Conque has notado que me han tratado de don}... E n verdad que si he tomado este dictado de honor, no es tanto por satisfacer mi vanidad como por acomodarme a la de los otros. Tú conoces a los españoles: maldito el caso que hacen de un hombre honrado, si tiene la desgracia de ser pobre o plebeyo, y aun te diré que veo tantas gentes... que hacen las llamen don Francisco, don Gabriel, don Pedro o don..., como tú quieras llamarle, que es preciso confesar que la nobleza es una cosa muy común, y que un plebeyo que tiene méri to la honra cuando quiere agregarse a ella.»
Señor don se lee dos veces en el transcrito pasaje; señor don se llama el Caballero de la Triste Figura ( i ) , y señor don usaron y usan las autoridades de la lengua, y ante hecho tan evidente, casi me atrevería a repetir aquello que de estudiantes decíamos:
Cuando Calderón lo dijo, estudiado lo tendría.
(i) En el mismo Quijote se lee: «... adonde está mi señora doña» (parte II, cap. X X X ) .
DE GRAMÁTICA Y D E LENGUAJE 135
V
Otra pregunta y termino. ¿Por qué razón damos aquí el título honorífico de
don al barrendero, al faquín, al menestral, y guardamos el hoy vulgar señor para las clases más elevadas de la sociedad?
No creo que sea por parecemos a los primitivos judíos, ni por exceso de modestia como aquellos no bles del siglo xv, ni por emplear el don como graciosa burla contra los desheredados de la suerte; antes opino que la supresión del don puede obedecer a galicísima sumisión, inclinándome a creerio al notar que este título fué empleado por los argentinos—juzgo por los escr i tos—hasta ya más que promediado el siglo anterior, y que fué desapareciendo poco a poco, a medida que Buenos Aires se acercaba a París. Si los franceses con el solo dictado de señor (monsieur) t ienen bastante, ¿para qué más los que nos pasamos la vida leyendo obras francesas y vertiendo de ellas vocablos y frases que cachetean la analogía y sintaxis castellana? ( i ) .
(1) En los Diálogos familiares de J. de Luna, y al razonar el discípulo con el maestro, dice aquél que «mejor hacen en Francia, que a todos los igualan diciendo vos*; a lo que el maestro responde que «esa sola razón muestra ser malo el uso de ella, pues iguala al príncipe con el ganapán y no hace distinción de persona, siendo justo la haya».
136 R. MONNER SANS
De suerte que lo que era en nosotros riqueza y abundancia lógica—ahí está la etimología histórica—, lo t rocamos en pobreza manifiesta sólo por rendir culto a la moda, olvidando que cada idioma tiene sus peculiaridades, y que pre tender vaciarlos todos en el mismo molde es tirar a obscurecer lo hermoso que cada uno en sí tiene, y a bastardearle sin gloria ni provecho.
(Revista de la Universidad, 1905.)
EL PLEITO DEL LENGUAJE
LA GRAMÁTICA
La contienda está empeñada. De un [lado el vulgo — que es numerosísimo — abominando de la Gramática y burlándose de sus cultores; del otro aquellos que la defienden con tesón por haberse con ella encariñado, o por momentáneo arrobamiento impuesto por causas que no es oportuno analizar.
No nos ocupemos en el vulgo. Dejemos eme contra la Gramática descarguen sus iras los que en sus conversaciones y en sus escritos la aporrean de continuo: es muy lógico y muy humano que los que delinquen con frecuencia hallen en extremo severas las leyes que t ienden a poner un freno a sus desmanes.
Nunca nos preocuparon, pues, las diatribas de los incultos, pero siempre lamentamos que las personas leídas, comenzando por la Superioridad, no dieran a tal estudio la importancia que por su innegable utilidad merece. Olvidan éstos que hay entre todos los conocimientos una hermandad íntima, y que desconocer el valer de la Gramática — arte y ciencia —
i3« R. MONNER SANS
equivale a romper la armonía de la Ciencia en su más amplio concepto. No ya el abogado, el médico, el ingeniero, necesitan a cada momento pedirle ayuda a la Gramática, petición que vergonzosamente se formula con dudas y vacilaciones que a las claras manifiestan la poca solidez de anteriores estudios.
Unos pocos de este grupo tratan de probar que las reglas gramaticales son innecesarias y que el gramático es un ente ridículo que pretende legislar sobre lo ilegislable. Los tales moverían a risa si a compasión no movieran, pues no saben que las reglas gramaticales aparecieron todas a posteriori, deducidas de los autores primitivos, maestros del bien hablar, sin que hasta la fecha haya nacido gramático que inventara una sola regla u ordenado tal o cual excepción. «Non sumus inventores vocum, sed custodes earum», decía Séneca, lo que, traducido en romance, quiere decir: «No son — los gramáticos — inventores, sino guardas o depositarios de las voces»; concepto que Salva glosó definiendo la Gramática de este m o d o : «Conjunto ordenado de las reglas del lenguaje que vemos observadas en los escritos o conversación de las personas doctas que hablan el castellano.»
«Dígame el rol de la preposición», oímos un día en un examen de Gramática; «¿Qué es paragogue}», preguntaba otro profesor; «Defina usted la tanguente», pedía un maestro de Geometría; «.Recientemente es un pronombre», afirmaba otro; y al oír estos dislates y otros que no consignamos en gracia a la brevedad,
B E GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE .139
venía a nuestra memoria aquel luminoso informe dirigido a la Comisión de los Diez por varias celebridades norteamericanas, y especialmente aquellas frases: «Así, cada lección de Geografía, de Física o de Matemáticas, puede y debe ser una parte de la enseñanza del inglés para el alumno» ( i ) , lo que pone de manifiesto la importancia que en los Estados Unidos se concede al idioma nacional.
Mas dejemos abandonados a su desenfado o a su ignorancia a los que, queriendo o sin querer, atrope-llan al gramático, y encarémonos con éstos.
Se dividen hoy en dos bandos : el que pre tende enseñar reglas y cree, al hacerlo, enseñar Gramática, y el que intenta enseñarla analizando trozos escogidos. Más claro: el uno quiere estudiar el vocablo; el otro, la frase.
Veamos lo que haya de verdad en cada una de las dos tendencias : las seculares luchas entre realistas y nominalistas, entre clásicos y románticos, entre idea
listas y prosistas, se repite hoy entre los gramáticos. Y así como había algo de verdad en cada una de las apuntadas escuelas, así creemos que algo hay de razonable en lo defendido por cada uno de los contendientes. A analizarlo se encaminarán las siguientes líneas.
«La Gramática es ciencia y es arte<—casi nos atreveríamos a afirmar que la Gramática castellana no tan
(1) Informe del Comité de los Diez, publicado por orden del ministro de Instrucción pública.
140 E . MONNER SANS
sólo es arte, sino ciencia —; pero concretándonos a aceptar como buena la definición corriente, podemos dejar sentado que la Gramática es un arte, el de hablar y escribir correctamente un idioma cualquiera, el castellano, por ejemplo.» Esto afirman los de un bando; los del otro a rguyen: «No hablamos con monosílabos, ni los diccionarios todos ni la Gramática constituyen la lengua, como los códigos de leyes no constituyen la nación. Para dominar bien un idioma no hay que estudiar el vocablo: hay que ahondar algo más, hay que penetrar en su vida, que está fuera del vocabulario.»
¿Por qué no juntar estas dos verdades y, hermanándolas, levantarlas a guisa de bandera para la enseñanza del idioma patrio? ¿Por qué empeñarse en desunir lo que por su naturaleza y sus fines es indisoluble?
Sentado el fundamento, que nadie niega, de que la Gramática sea un arte, evidente es que no hay arte sin reglas, negativas las más, pero reglas al fin. La Retórica es un arte de reglas negativas, y a nadie se le ha ocurrido cerrar contra la Retórica.
Que la idea es superior a la palabra, nadie lo duda ni discute, como nadie niega que el lienzo terminado, el edificio construido son superiores a la masa de piedra y a los colores en pasta. Pero el edificio puede estar bien o mal construido, el cuadro mejor o peor pintado, la idea puede expresarse ramplona o bellamente. Si el arquitecto, el pintor, el que habla desconocen las reglas de sus artes respectivas, casi pue-
DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE I 4 I
de asegurarse de antemano que sus obras distarán de ser bellas. Los «burros flautistas» van siendo cada día más raros.
La oración, un discurso se presentan a nuestros ojos como un edificio que, salido de expertas manos, será un grandioso monumento; si de manos torpes, una choza vulgar. Para que el arquitecto levante una hermosa catedral o un suntuoso palacio es menester que de antemano sepa las leyes de la Geometría, que no desconozca ni el peso ni la resistencia de los materiales, que no ignore el modo de combinarlos, para que su enlace proporcione seguridad y esbeltez a la obra. Para que un químico, un mero farmacéutico . invente un compuesto, necesario es que previamente conozca en sus menores detalles el valor de los simples.
Ahora bien: la oración, el discurso, ¿qué son sino grandiosos compuestos de simples bien o mal trabados, según sean los conocimientos del manipulador? ¿Qué sino edificios peor o mejor construidos, según sea la pericia técnica del arquitecto?
Si, dejando símiles a un lado, nos fijamos pura y simplemente en el lenguaje, a poco que reflexionemos con serenidad nos convenceremos de que cada idioma tiene su carácter distintivo, que se encierra en su morfología peculiar, en su léxico y en su fonética, elementos éstos que debemos estudiar por medio de reglas en la Gramática.
Cierto que en la actualidad hay en el estudio de este arte una bien definida tendencia sintética: no
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pasa día sin que algún gramático de nota no se rebele contra caprichosas subdivisiones que, si pueden halagar al analítico, fatigan al estudiante, embarazándole y estorbándole en su camino; mas cierto es también que una cosa es la Gramática y otra la Retórica, y que será siempre expuesto a error pretender enseñar el cálculo infinitesimal a quien no domine algo más que medianamente las Matemáticas.
El hablar bien, el escribir bien don es del Cielo, como lo son el pintar, el esculpir, el modelar bien. Se nace con predisposición particular para tal o cual arte, pero esta predisposición suele malograrse no pocas veces por abominar de las reglas que pueden pulirla y abrillantarla. Lo de que «el poeta nace y el orador se hace» no pasa de la categoría de frase: el poeta, como el orador, como el pintor, como el músico, etc., nacen y se hacen. Al talento natural hay que agregar el estudio de las reglas y de los modelos.
Decimos de las reglas y de los modelos , aunque aquéllas sean la lógica consecuencia de éstos, porque en unas veremos lo que no debemos hacer, y en otros el resultado de lo que se ha hecho. La fusión de lo negativo y de lo positivo nos dará el dominio de un arte cualquiera.
Acontece con esto de la Gramática algo digno de llamar la atención de cuantos gustan averiguar el porqué de las cosas. Se tilda una palabra, una frase, y ya se tiene preparada la respuesta: «Lo fundamental es la idea; la palabra es a lo sumo un signo o sonido convencional, que por lo mismo puede variarse a vo-
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luntad.» Hágasele entender al que así razona que las palabras son partes constitutivas de un gran caudal heredado que no debemos dilapidar; que las voces tienen su historia y su valor preciso, exacto, impuesto por radicales, raíces, flexiones y desinencias, y que es irreverente, si no criminal, que alguien, por su sola voluntad, quiera anular valores y borrar historias; que así como en el t rato de gentes cultas hay leyes sociales que nadie puede barrenar, así al hablar y al escribir debemos sujetarnos a ciertas leyes impuestas polla Gramática y la Retórica, si no queremos que se nos tache de ignorantes.
Es una verdad, por desgracia evidente, que los detractores de los estudios gramaticales son los que aporrean el nativo idioma; como otra verdad aparece también bastante clara, y es que hay quien gusta del análisis y quién de la síntesis. Gramáticos no los hay, pero aficionados a Gramática sí, que pretenden desterrar el análisis de la enseñanza, como existen aficionados para quienes toda enseñanza se reduce a la mecánica repetición de reglas, definiciones y excepciones. Unos quieren ir de lo compuesto a lo simple; otros se contentan con el conocimiento de la materia prima.
Quizás, extremando el concepto, haya más lógica en éstos que en aquéllos, ya que éstos enseñarán Gramática, que es de lo que se trata; los otros barbecharán en los campos de la Retórica, segunda etapa en los estudios del lenguaje.
Mas huyendo de extremos, que mal se avienen con
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la serenidad del que debe enseñar, encerraríamos la manifestación de estas ideas en los siguientes puntos :
I . ° Una cosa es la Gramática y otra la Retórica. 2 . ° Fluyamos de la frialdad de la definición, pero
esforcémonos en dar a conocer el valor de los simples. 3 . 0 Sin Gramática y sin léxico no hay idioma. 4 . 0 No hay arte sin reglas. 5.° Las reglas gramaticales no nos trocarán en
oradores, ni siquiera en hablistas, pero nos advertirán lo que no debemos decir para no caer en ridículo.
6° Para hablar bien es menester amoldarse a los cánones de la Gramática; y
7. 0 Dios le dé a la Superioridad buena manderecha para encarrilar por segura vía los harto descuidados estudios gramaticales.
(Revista ae la Universidad, marzo d e 1906.)
UNA OBRA GRAMATICAL
Harto se comprenderá , sin que lo digamos, dadas nuestras aficiones, que la alegría ha de bailarnos por dentro el cuerpo cuando a nuestras manos llega obra gramatical que, por separarse de los vulgares libros de texto, ofrezca sabrosa miga y dé lugar a meditación y aun a controversia. Cansados estamos todos los profesores de hojear obras que si alguna novedad ofrecen es la de una no siempre habilidosa facilidad en zurcir y pegar retales e hilvanar remiendos de otros libros diputados por la crítica como buenos. Batimos palmas, pues, cuando llegan a nuestras manos libros tan bien pensados como Oracionesy análisis, del reputado catedrático oriental D. Francisco Gámez Marín, cuya es la obra que pasamos a analizar.
Probable es, no probable, casi seguro, que este escrito no logre muchos lectores; que la Gramática fué siempre materia antipática a cuantos creen que se llega a escribir bien sin dominarla siquiera medianamente. No importa; escribimos para los aficionados a tales estudios. Si no podemos pasar a mayores sin detenernos, según Cervantes, en el atrio de la Gramática, hagamos alto en ella unos momentos y conver-
I O
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sernos un poco sobre la obra, que no vacilamos en calificar de notable, del citado Sr. Gámez Marín.
Una observación previa : ni conocemos personalmente a dicho señor, ni nos proponemos elogiar el libro. Vamos a criticar, según nuestro criterio, analizando lo bueno y lo, a nuestro entender, deficiente o erróneo que nos vaya saliendo al paso, razonando, aunque brevemente, las observaciones.
Desde luego hemos podido notar varias erratas de imprenta que, si afean cualquier libro, t ienden a matar una obra gramatical. Tan en el oído de los cajistas está el verbo ser en vez del verbo estar, que le hacen escribir al eximio profesor «El río de la Plata es formado», etc., por «está formado».
No debe sorprendernos el hecho. E n estos últimos t iempos la Intendencia mandó poner en las calles de Buenos Aires unos cartelitos que dicen: «Es prohibido escupir sobre las veredas», en cuya frase el menos entendido en materias de lenguaje puede notar tres faltas: es, sobre y veredas. Porque ni es, sino está, ni sobre, sino en (¿debajo de las veredas, sí?), ni vere
das, sino aceras. Todos sabemos que en una calle no puede haber veredas.
La división que el autor hace de los sujetos nos parece muy clara, siguiendo en parte a notables tratadistas. Sin embargo, al llegar a los colectivos creemos notar cierta confusión. Con todo el respeto que el autor nos merece, debemos decir que el ejemplo que comienza (pág. 1 2 ) «El pueblo quedó perplejo», exige en singular el verbo decidir.
B E GRAMÁTICA V DE LENGUAJE 147
Sabemos que en lo antiguo fué costumbre colocar el verbo en plural después de un colectivo; pero dejando a un lado que hoy aquella costumbre va cayendo en desuso, conviene no olvidar que una cosa es un colectivo (nominativo) incomplejo y otro un colectivo (sujeto) complejo. E n este último caso surge la duda de si el verdadero agente del verbo es el colectivo o las palabras que lo especifican, ya estén determinadas, ya implícitas, duda que sólo resolverá el sentido de la frase, y así en estas oraciones el verbo irá unas veces al singular y otras al plural.
Al pre tender reducir a reglas estas concordancias se nos ocurrió, no sabemos si por vez pr imera o si fué resurrección en la memoria de algo leído, que para saber si el verbo tiene que ir al singular o al plural, hay que atender al valor de la palabra dominante en la frase. Y así dir íamos: «La mitad de las ovejas pasaron el puente», porque son las ovejas las que pasaron el puente; y «La mitad de las langostas cayó sobre el campo; la otra continuó volando», po rque en esta frase la palabra mitad es la dominante.
A renglón seguido enumera el Sr. Gámez Marín las palabras que pueden representar al sujeto, y se nos ocurre, parodiando cierta célebre frase, decir que «ni están todos los que son, y huelgan muchos de los que están». Fácilmente se reducen los seis pr imeros en uno solo con decir que los pronombres personales agentes del verbo son sujetos, y varios de los demás con afirmar que cualquier par te de la oración se substantiva mediante la anteposición del artículo en unos
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casos, y sin él cuando el sentido es indeterminado. Al llegar a los sujetos que han de ir delante del
verbo y los que han de seguirle cabe preguntar : ¿No podríamos decir «Esperaremos a que vuelva Pedro»; «Lo he visto yo mismo»; «Tu hermano, ¿ha venido?», etc.? Ya sabemos que estas oraciones están en sintaxis figurada; pero si de ella nos servimos continuamente, ¿por qué decir que han de ir delante o después, sin agregar en rigurosa sintaxis regular?
Notable nos parece el capítulo III, dedicado a los complementos. LTay en él un sinnúmero de observaciones muy atinadas y de ejemplos bien escogidos. De acuerdo estamos en que con el ablativo pueden omitirse algunas veces las preposiciones; en lo que no nos conformamos es en que se omita la a entre el nombre de la población y la fecha, y menos aún en que se escriban con mayúscula los nombres de los meses.
Asegura el docto catedrático que no puede haber nunca tres complementos enclíticos, lo que en absoluto no creemos cierto. Un padre, refiriéndose a su hijo, dice a un p recep tor : «Aconséjesemele bien, y» , etcétera. ¿Por qué no? ¿Que la palabra resulta dura? Una cosa es la dureza y otra la exactitud de la palabra. Di remos : «Que me le traiga enseguida»; o bien, «Tráigasemele en seguida»: cualquiera de las dos formas puede emplearse, a nuestro modo de ver.
Clarísimas encontramos las reglas apuntadas para conocer los complementos, notándose en su exposición la benéfica influencia de Benot; lo que ya no nos
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lo parece tanto es el subdividir las oraciones incidentales en explicativas y determinativas. ¿No sería más claro separables e inseparables?
En pocas líneas demuestra el sabio profesor que «la concordancia de género y número no se podrá verificar nunca en los nombres» .
Hay en la página 40 algo que no encontramos expresado con claridad. Afirma el Sr. Gámez Marín que los pronombres personales y los adjetivos numerales cardinales no se prestan para servir de predicados por la facilidad que tiene el verbo ser de concertar con su segundo término, afirmación ésta que, a nuestro juicio, no viene apoyada más que con el último de los ejemplos. Porque «Ese soy yo», «El malo eres tú» y «Los patriotas era gente que no retrocedía ante el peligro», en buena sintaxis regular serían: «Yo soy ése»; «Tú eres el malo»; «Los patriotas, gente era», etc.; frases menos elegantes que las anteriores, es evidente, pero no por ello dejarían de estar lógicamente construidas dentro de la sintaxis regular. El ejemplo que nos parece bien hallado es : «El sueldo de un maestro son cuarenta" y dos pesos», porque en esta frase el verbo concuerda claramente con el predicado, anomalía del verbo ser que también se nota al invertir la oración, ya que diríamos: «Cuarenta y dos pesos es el sueldo de un maestro.»
También tropezamos con una regla que por lo absoluta no nos parece verdad, y es que en la pasiva se pone el verbo ser en el mismo tiempo, número y persona que tiene el verbo activo. Si decimos «Juan com-
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pra el l ibro», claro está que en la pasiva di r íamos: «El libro es comprado por Juan»; pero si el atributo predicado es plural, evidente es que al trocarse en suje to exigirá el verbo en plural, con lo que quedaría barrenada aquella ley: «Juan compra (singular) los libros»; pasiva: «Los libros son (plural) comprados por Juan.»
Hermosís imo, claro y metodizado encontramos el capítulo dedicado a la pasiva de las oraciones impersonales, y de veras nos agrada que un gramático de sus vuelos consigne, aunque de pasada, que una cosa son verbos unipersonales y otra verbos personales. ¡A quién no le agrada caminar en honrosa compañía!
Suspendemos la tarea no por propia fatiga, sino porque tememos a la ajena; que no son estos artículos de los que encuentran lectores a montones . Mas no hemos de es tampar la firma al pie de estas líneas sin felicitar al autor por su interesantísima obra y por la serie de «artículos gramaticales» que, referentes al grrran Cejador — como le llama un filólogo español que anda por Alemania y sabe dónde t iene la mano derecha —, ha publicado estos días en un periódico de Montevideo.
¡Cuánta falta están haciendo autores gramaticales del fuste del Sr. Gámez Marín!
(El Diario Español, 18 d e m a r z o de 1906.)
EN PLENO SIGLO XXI
FANTASÍA LEXICOLÓGICA
D i o vuelta a los anteojos, se arrellanó en su sillón de cuero cordobés y comenzó a leer el escrito que le había entregado el nuevo redactor del periódico. Durante la lectura, que fué rapidísima, como hombre avezado a extraerle en seguida el jugo a lo que en su cerebro penetrara por las ventanas del alma, ni sus ojos ni su cara delataron expresión alguna de complacencia o desagrado. Mas, no bien terminara, tocó el t imbre eléctrico, y un «Que venga el Sr. Antilo» fué lo único que dijo al aparecer el ordenanza.
En t ró a los pocos instantes el nombrado, a quien el director entregó el artículo diciénclole:
— Su trabajo es interesante, pero por parecer redactado en el siglo x ix o principios del x x no sería del agrado de nuestros lectores. Tiene miga, no lo niego, pero es arcaico. Nadie en nuestro siglo, como no sean unos cuantos retrógrados, se acuerda ya de los reyes, tan fabulosos como los ídolos chinos, y de nuestro lenguaje, en perpetua evolución, hemos ido
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descartando cuantas palabras directa o indirectamente nos recordaban una forma de gobierno ridicula y absurda.
Iba a replicar el Sr. Anti lo, pero el director se apresuró a agregar:
— A usted, según noticias, le sobra talento para comprenderme y complacerme, y no dudo que sabrá, sin modificar el fondo, cambiar el lenguaje, que peca de anticuado.
—• Intentaré serle agradable, si bien temo escollar en mi tarea: si empleo refranes, modismos.. .
— Pues no emplearlos o modificarlos; todo es preferible a disgustar al lector, que es quien paga.
— V o y a ver si logro obedecerle y dentro de cinco minutos traeré a usted los pr imeros párrafos de mi escrito.
Efectivamente, a los pocos momentos, y previo permiso del director, el Sr. Antilo leyó lo escrito, interrumpido, como se notará algunas veces.
— «El presidente de la creación, no puede negarse, camina republicanamente hacia su perfección. Las costumbres se van puliendo y la paz preside en el corazón de los ciudadanos.»
— ¿Cómo decía esto antes? — «La paz reina.»
— ¡Ah! Está bien; prosiga. — «Aun los poetas, más apegados a las antiguas
tradiciones, cantan a las hermosas, a las republicanas mozas...»
— ¿Mozas republicanas?
DE GRAMÁTICA Y D E LENGUAJE 153
— Sí, por no decir reales mozas. Sigo: «... las republicanas mozas en octavas republicanas, y en pleno idealismo abominan presidencialmente...»
— ¿Qué? — Por no emplear realmente. «... de cuanto puede
recordar t iempos pasados. El pueblo, si bien a veces se rebela y no le da la republicana gana...»
— ¡Qué asonancia ingrata! — No podía decir la real gana. «... de acatar leyes
dictadas por su bien, fué el pr imero en suprimir o modificar ciertos nombres que le recordaban antiguas costumbres, tanto que el presidente es el peón más fuerte en el ajedrez y la carta de mayor valor en los naipes, y es presidenta la de las abejas, y hay bienes republicanengos...»
— ¿Qué es esto? — Por no escribir bienes realengos. «... y pinos de
mocráticos, y no se da a lo verdadero más nombre que éste o el de republicano.»
— No comprendo . — Antes decía que «sólo se da a lo real el nombre
de realismo.» —¿Sabe que el párrafo resulta no ya confuso, enig
mático? — No es culpa mía, señor. A u n tardaremos algu
nos siglos en desarraigar de la mente del pueblo la idea de la realeza y del imperio, idea que, como la de Dios, señorea en su corazón. ¿No recuerda el señor director aquella graciosa exclamación de un ciudadano del siglo x ix : «Yo soy ateo, gracias a Dios»? Pues
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algo de esto ocurre en nuestros días con muchos de los republicanos, quienes — dicen — no obedecen una orden «porque no les da la real gana.»
•— Es un modo de decir. — Sí, es cierto; es una manera peculiar de expre
sarse, que si algo revela es que antaño cada nación tenía un rey y hoy cada ciudadano quiere serlo, y entre la tiranía de uno o la 'de muchos, los más prefieren la individual.
— Bueno, no discuto; pero su modo de pensar, de no modificarlo, no le conviene a mi periódico.
— Como dudo que lo modifique, me retiraré. — Como guste. Sobran pretendientes; a rey muer
to.. . — ¡Señor director! — Digo: «A presidente muerto o ido, nuevo pre
sidente.» — ¿Ve usted cómo no es tan fácil como usted creía
modificar el lenguaje, que es, quiérase o no, lo que mejor refleja el modo de ser y de pensar de un pueblo?
¿Tendrá razón el Sr. Antilo? Doctores hay en Córdoba o en Salamanca que podrán resolver el punto.
(El Diario Español, 12 d e enero d e 1907.)
CHABACANO ¿CON B O CON V?
Sr. D. F. Gómez Marín. — Montevideo.
Mi estimado amigo y compañero: Cada día me convenzo más de lo difícil que es fijar la etimología de un vocablo. No bien leí que usted había escrito cha-vacano con v, me dije: «Pues yo también lo hubiese escrito así», y aun me afirmé más en mi opinión al preguntarme usted si venía de chavó. Llegué a mi casa y, como era lógico, tomé el Diccionario académico y di con el chabacano con b y con la peregrina teoría del chavó.
Y entonces me asaltaron varias dudas. Si chavó, pr i mitivo, se escribe con v, ¿por qué chabacano se ha escrito con b? ¿Qué quiere decir chavó en jerga andaluza? ¿Por qué a ella recurre la Real Academia en busca de etimologías?
Chavó, si no oí mal, significa en mi patria nativa, a veces tipo, otras barbián, en ocasiones guapo. ¿Qué tiene que ver todo ello con grosero, burdo, falto de gracia, que es lo que significa chavacano? Confieso que lo ignoro.
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Acostumbrado a que la Real Academia se corrija frecuentemente a sí misma, tomo la duodécima edición de su Diccionario y leo:
«Del italiano ciabattino, el ignorante o negligente en su arte.»
Nueva confusión. ¿Por qué motivo la Real Academia relegó al olvido la etimología italiana, que siquiera legitimaba la b del vocablo que nos entretiene, para aceptar la andaluza de chavó?
No tengo el Barcia a mano; pero como cuantos hacen diccionarios se copian unos a otros, y todos en general andan flojos en cuanto a etimologías, abro a Echegaray, doy con la palabra escrita con b y con la siguiente etimología, que me va pareciendo más racional que las anteriores: «Del latín capa-fia, cabana, choza, vocablo rústico.»
Gracias a Dios, me dije, siquiera aquí hay base filológica, pues todos sabemos la frecuencia con que laj> latina se trueca en b castellana. El significado de la voz latina también dice relación con el significado español: generalmente las chozas son chavacanas.
Iba ya a dar el asunto por suficientemente estudiado, cuando se me ocurre abrir el Covarrubias, Tesoro de la lengua castellana, y cuál no sería mi sorpresa al leer:
«Chavacano (¡con v en el año l 6 l l ! ) . De este término usan en el Reyno de Toledo, y a unas ciruelas, que por otro nombre dicen porcales, o harta puercos, las llaman chavacanas, y chavacano al hombre grosero, vulgar e impert inente; del nombre griego Ka-
D E GRAMÁTICA Y D E LENGUAJE í 5?
vayo, fatiens, la ypsilón pronunciamos nosotros como v, pero más cierto tengo ser nombre hebreo.»
De suerte que chavacano puede venir: l.° De chavó.
2° De ciabattino.
3 . 0 Del latín. 4 . 0 Del griego; y 5. 0 También del hebreo. Y ¡échele usted un galgo!; pues si retrocedemos un
poquitico más nos vamos al sánscrito o al vasco, que, según los novísimos etimologistas, fué el idioma hablado por nuestros primeros padres.
Líbreme Dios de asegurar que chavacano procede del griego, o del hebreo, o del latín; pero lo que sí me parece evidente es que no viene del andaluz, y que la Real Academia no ha estudiado la voz en que me ocupo.
Opino, ya que opinar podemos todos, que el vocablo griego se latinizó en capona, y éste se españolizó en chavacano, regresando con la v al idioma primitivo, como acontece en no pocas voces españolas de origen latino. Porque — y esto lo sabe hoy todo el mundo — el latín tomó mucho del hebreo y del griego y, pulido, lo incorporó a su idioma, de donde lo tomaron luego españoles, franceses, italianos, catalanes, etc. Dar como primera y última etimología, en el mayor número de los casos, la voz latina, es sentarse por fatiga a poco de haber andado el camino que debiera recorrerse.
No sé, mi admirado compañero, si lo apuntado
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puede tener valor para usted, tan conocedor de los idiomas griego y latín; pero lo que sí puedo asegurarle es que su consulta me ha servido para desechar por ahora la b académica y quedarme con la v de Covarrubias; si he de escribir otra vez la palabra continuaré en mis trece, o sea empleando la v, y no por capricho, sino por encontrar más lógica en la etimología antigua que en la modernísima de la Academia Española.
Sabe es muy su amigo su atento y seguro servidor.
(El Diario Español, 26 d e enero d e 1907.)
EL CARNAVAL ENTRETENIMIENTO HISTÓRICO Y PAREMIOLÓGICO
Como no siempre se ha de hablar profundo, ni es para todos la tarea de resolver — o de enmarañar más — los problemas políticos, religiosos y sociales que traen a mal traer al mundo entero, al espaciar mi imaginación en busca de asunto que pueda servir de solaz a los lectores de El Diario Español, doy con el Carnaval, tema que, cuando no otro mérito, tendrá el de la oportunidad.
Comencemos por el principio, perogrullada no tan falta de lógica, hoy que el mayor número de los dis-cutidores no aciertan a colocar en orden los fundamentos de la argumentación.
La palabra carnaval es italiana; la genuina española sería antruejo. Más tarde se inventó la de carnestolendas. Ya veremos luego que en nuestro Refranero, verdadera ánfora donde se conserva puro y limpio nuestro sin par romance, no aparece la palabra carnaval.
Al hablar la Academia del vocablo antruejo, que define, nos remite a antruido, que deja sin definición. Y aun hay más. La palabra definida no lleva la nota
R. MONNER SANS
de anticuada en su artículo correspondiente , y en cambio la ostenta cuando la da como sinónima de antruido. Tampoco estampa la etimología en antrue
jo, a la que dedica ocho líneas, y nos la sirve en antruido, que se consigna tan sólo para participarnos que es sinónima de aquélla. ¿Por qué?
No discutiremos si tiene o no razón la Academia al hacer derivar la palabra de introitus, o si puede venir, como opina Covarrubias, del griego, si bien, no por razones filológicas, sino sociales y aun culinarias, bien pudiera valer antruejo «tanto como fiesta de las ollas grandes y ollas podridas».
Y pasemos a otras consideraciones. Hemos oído a no pocos peninsulares censurar con
acritud la costumbre de echar agua a las personas durante los tres días de Carnaval, no sabiendo, o no recordando, que tan pesada broma vino de España a estas tierras, con la circunstancia, atenuante para los argentinos, de que la mojadura, gracias a la estación, resulta en muchos casos agradable, mientras que había de ser irritante en pleno invierno. Dice Campma-ny en su Museo histórico que «en España, en muchas partes, se echa agua a las personas, se dan chascos, se ponen mazas y se hacen otras burlas». Y Luis de Quiñones y Benávente, en su gracioso entremés El Abadejillo, pone los siguientes versos en boca de uno de los personajes:
También es caballero, carrerita, paseo, el agua convertida en galanteo,
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(i) Sueños morales, pág. 17.
pues hay galán que remojar se deja embobado a los hierros de una reja, y el que, para mirar su sol divino, águila viene, vuelve palomino.
En Méjico, si no estoy mal informado, nació la frase «peladillas por antruejo», pues fué costumbre en Nueva España tirar puñados de peladillas a las damas, como en la Península huevos con agua de olor, que en mis mocedades vi llenos de harina. Porque la harina se convirtió más tarde en arena, y el agua de olor en líquidos malolientes, la autoridad hubo de prohibir expansiones tan poco cultas.
Entre las burlas de Carnaval que se hacían en el siglo xvni figuraba la siguiente, contada por Torres Villarroel: «... hacer provisión de naranjas para exprimirlas sobre el pescuezo de todo ganapán o aldeano, como si fueran pechugas de perdiz» ( i ) .
«Se ponen mazas», escribió Campmany, y bueno es recordar, para vituperarla con energía, la costumbre de molestar a los perros por Carnestolendas. A\ animal más simpático y más amigo del hombre se le perseguía durante los tres días locos, y no sólo se le ataban mazas a la cola, sino cuernos y vejigas, y en no pocos lugares se le manteaba. De tan fea costumbre nació el refrán «Yo soy perro con vejiga, que nunca me falta un Gil que me persiga»; ya que a los perros que iban corriendo por las calles todos les gritaban y daban con lo que habían a mano. ¿A cuántos
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se les puede aplicar hoy, en sentido figurado, el t ranscrito refrán? La Real Academia, en el artículo perro, registra este o t ro : «Como perro con cencerro, o con maza, o con vejiga»; modo de hablar, agrega, «con que se significa que alguno se retiró sentido de alguna especie, con precipitación y sonrojo».
El P. Sbarbi registra el «mantear a alguno como a perro por Carnestolendas», que explica diciendo: «... darle alguna broma pesada, aludiendo a ser costumbre antigua en España, practicada aún en tal cual pueblo, el mantear a los perros por Carnaval.»
Correas, considerado con razón como uno de los paremiólogos más antiguos y más autorizados, trae la siguiente significativa frase, que comenta así:
«Vióse en la de Mazagatos. —Varíase de muchas maneras, denotando peligro y trance o revuelta; fórmase el nombre Mazagatos de las mazas que ponen por el antruejo a perros y gatos, y los gatos atados a perros por maza, de donde unos y otros escapen con dificultad, y al que escapó decimos que escapó de la de Mazagatos, esto es, en tribulación, y úsase el nombre como propio de algún lugar en que se dio batalla, como la de Olmedo, la del Salado, la de las Navas, la de Roncesvalles, y no ha faltado quien fingiese historia de Mazagatos para comedia.»
El ya citado Quiñones, en su también indicado entremés, escribe:
Ahí te dejas, por olvido o yerro, tanta persecución de todo perro, que en maza y manta cruel corre fortuna.
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Por suerte para la raza canina, la infancia callejera de hoy no se entretiene en tan censurable faena, que, por otra parte, no tolerarían las Sociedades protectoras de los animales. Evidentemente, hemos progresado: ya no se ponen mazas a perros, contentándonos con colgar sambenitos a personas, gritando con poco cristiana fruición: «¡A ése, que es podenco!»
Fué también costumbre antigua la de celebrar las Carnestolendas comiendo más de lo ordinario, razón por la que soy partidario de la etimología de Cova-rrubias; y de aquella costumbre, sin hojear historias antiguas, nos informan los refranes «Sepan gatos que es antruejo»; «Sepan los gatos que ha venido el antruejo»; «Sepan los gatos que es mañana antruejo»; refranes que, en sentido figurado, se aplican en desdeño de alguno que cacarea mucho su riqueza y abundancia.
Recordando el pueblo que tras las fugaces horas de alegría suelen llegar las punzantes y duraderas del dolor, decía en otro t iempo: «Alegrías, antruejo, que mañana será ceniza.»
Las locuras de estos tres días suelen dejar recuerdos en no pocos mortales amigos de divertirse a costa ajena, y, en algunas, perdimiento de lo que es imposible de recobrar; de ahí que el vulgo inventara aquello de «la noche de antruejo se me tostó el pellejo». Y tanto arraigó la costumbre de holgar durante los tres días de Carnaval, que en las aldeas las mozas quemaban los copos en los días de antruejo a las
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que hallaban hilando. De aquí el refrán «Copete, está quedo, que aquí verás antruejo.»
Véase este otro, harto significativo: «Pascua de antruejo, pascua bona, cuanto sobra a mi señora, tanto dona; pascua mala, cuanto sobra a mi señora, tanto guarda», que censura a las personas que sólo dan las cosas cuando ya no les pueden servir.
El Diccionario oficial consigna este otro refrán: «Ni antruejo sin luna, ni feria sin ramera, ni piara sin artuña», que explica así: «Significa que en Carnestolendas hay siempre luna nueva, en las ferias malas mujeres y en los rebaños alguna oveja a quien se le haya muerto la cría.»
De todo lo conversado hasta aquí creo poder deducir lo siguiente:
l.° Que la palabra carnaval es italianismo introducido en España en el siglo xvm.
2° Que el vocablo castizo es antruejo, que hallo usado desde el siglo xvr.
3 . 0 Que el Refranero no ostenta ni una sola vez el italianismo y en cambio emplea siempre la voz antruejo, lo que prueba la pureza del vocablo.
4° Que la costumbre de echarle agua al prójimo durante las Carnestolendas nos vino de España.
5-° Que ya no se mantean perros, ni se les ata a la cola mazas, cuernos o vejigas.
6.° Que hoy como ayer se loquea bastante durante los tres días.
7° Que el pueblo no se harta hoy durante ellos tanto como se hartaba en pasados siglos; y
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8.° Que quizás lean este escrito los que estén fatigados de tantas disquisiciones políticas, religiosas y sociales, de tanta regeneración y europeización — |du-rejala palabra! — inventadas por modernos Dulcamaras o filósofos de similor.
(El Diario Español, 10 d e febrero d e 1907.)
LA PRESIDENCIA DE LA ACADEMIA
Desde que a D. Emilio Castelar se le ocurrió dividir a los académicos en dos grandes grupos, s iempre que se trata de llenar un sillón vacante nos preguntamos con comprensible interés : ¿Será el nuevo académico académico de verdad o simple figura decorati
va? Y téngase en cuenta que con exagerada modestia que le honra, el ilustre tr ibuno se contaba entre los que componían el segundo grupo.
La muerte del conde de Cheste, personalidad saliente por más de un concepto en la España del siglo xix, al dejar vacante la silla presidencial de la Academia tuvo el no esperado privilegio de interesar a todos, no tanto por su desaparición del mundo de los vivos, cuanto por dejar vacante la Presidencia de la Corporación más intelectual con que cuenta España. A u n se estaba velando el cadáver del l i terato-militar, cuando ya se lanzaban a volar los nombres de los candidatos para substituirle.
La opinión de los hombres de letras, de los políticos y de los periodistas se dividió al día siguiente en tres grandes grupos :
El que levantaba la candidatura de D. Alejandro
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Pidal, el que quería llevar a la Presidencia a D. Marcelino Menéndez y Pelayo, y el que, fingiendo reírse de los partidarios de ambos literatos, afirmaba que careciendo la Academia de autoridad, era indiferente que la presidiera uno u otro. La prensa vocinglera se declaró partidaria de D. Marcelino, no porque en el fondo le creyese con superiores méritos para el cargo, sino por llevar la contraria al elemento serio y reposado de la Academia, por lo que, según ella, tiene de retrógrada y obscurantista.
Los que afirmaban que el asunto carecía de interés para la intelectualidad española, pudieron convencerse de que su aserto no era fundado: el apasionamiento en todos por el triunfo de los respectivos candidatos probó, no sólo que el cargo tiene gran importancia moral, sino que no debe ser la Real Academia una agrupación de tontos — como aseguran unos cuantos—, cuando tanta resonancia logra la simple elección de su presidente.
A los que sin mayores averiguaciones insultan y denigran a la Academia porque aparecen deficiencias en el Diccionario oficial, o no nombran inmortal al autor de su predilección, bueno sería leerles los nombres de los treinta y seis académicos de número; esta sola lectura, el recuerdo de lo que cada uno ha producido y las diversas escuelas que ellos representan, bastaría para hacer enmudecer a cuantos convertidos en relojes de repetición afirman a cada paso que los académicos se pasan de tontos. ¿Quién puede regatear talento a Eduardo Benot, a Octavio Picón, a
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Menéndez Pidal, a Cotarelo, al conde de la Vinaza? ¿Quiénes sino los intransigentes — y distraídos por añadidura —• pueden negar méritos literarios a Mariano Catalina, a Commelerán, al P. Mir, a Montoto, a Liniers, etc., etc.? Pues ¿cómo Sociedad que cuenta en su seno con tantos talentos, tantas lumbreras intelectuales, puede ser tonta y mema, y torpe y caprichosa? ¿No hay en tales ataques falta, no ya a la lógica, sino al sentido común?
En la elección a que nos venimos refiriendo se dio el caso de que los más fogosos partidarios del nombramiento de Menéndez y Pelayo para cargo de director de la Academia fueron los que más alejados se hallan de sus ideas políticas. ¿Será porque al fin se convencieron de que un ferviente católico puede ser hombre de granelísimo talento? Nada de esto. Se supo que el elemento sensato, serio y reposado de aquella agrupación quería llevar al sillón presidencial a D. Alejandro, y en su enemiga contra todo lo que representa orden, disciplina, corrección y, ¡por qué no decirlo!, lógica, se levantó la candidatura de don Marcelino. Se necesitaba una bandera para introducir, o tratar de introducir, la división en la Academia, y ninguna más deslumbradora que aquella en que se inscribiese el nombre del autor de los Heterodoxos españoles. Menéndez y Pelayo era lo de menos; lo de más era ir contra esa «negra camarilla de obscurantistas», compuesta de Ferrari , Selles, Maura, Hinojo-sa, Saavedra, etc., etc. ¡Cuánta ceguera!
Vino la votación, y por unanimidad, ya que sólo
R. MONNER SANS
tres votos tuvo Menéndez y Pelayo, resultó nombrado director D. Alejandro Pidal. ¿Obraron bien los inmortales? Creemos que sí.
Para dirigir se requieren cualidades especiales que no todos tienen. Preguntábanle cierto día a un eminente general de la Orden ... quién debía ser guardián del convento X, si un sabio, si un santo o un prudente , y sin detenerse a pensar contestó el general : «El sabio que estudie, el santo que rece y el prudente que dirija.»
Y bien pudiera ser el caso, pues sobre sus méritos literarios, logrados tras larga y brillante carrera, tiene D. Alejandro, por su tacto y por sus prendas de carácter, las cualidades necesarias para ser un dignísimo sucesor del ilustre marqués de Villena.
(El Tiempo, 13 d e abril d e 1907.)
¿ACEITUNEMOS?
Y valga el neologismo, que no será mucho peor que varios de los que circulan por estas tierras, ya que de aceitunas vamos a tratar con algún espacio. Cosa chiquita es el fruto de la oliva, pero como no todos podemos ahondar en los pozos de la moderna ciencia, ni a todos nos es dado, convertidos en canal, traducir la forastera para servirla luego como propia, nos entre tendremos un rato hablando de un fruto que, a juzgar por lo que luego veremos, ha perdido la importancia de que antaño gozara.
Cuando por vez primera fuimos a Madrid — ¡cuántos años han pasado! — dimos con nuestra humanidad en una modestísima casa de huéspedes de la calle de la Abada. Terminada la frugal comida, y viendo que no nos servían los postres, los solicitamos cortes-mente, y cuál no sería nuestro asombro al ver que la apergaminada patrona colocaba en el centro de la mesa un platito con una docena escasa de aceitunas. Llegábamos del antiguo Principado, y allí no obtenía el mencionado fruto el honor de cerrar las comidas.
Poco duró nuestra sorpresa, ya que recordamos
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(i) Nuestro querido amigo, el doctor en Filología D. Pedro de Mugica, nos dio a conocer en un artículo publicado en El Lenguaje, de Madrid, las dos siguientes redondillas, que confirman lo aseverado:
Juan a c o m e r c o n v i d ó
a José , q u e fué en ayunas ,
y p o n i é n d o l e aceitunas
al principio, lo admiró.
Y dijo : «En mi tierra vi
q u e éstas s i e m p r e p o s t r e fueron.»
Juan rep l icó : «No mintieron,
q u e t a m b i é n lo son aquí.>
pronto las famosas redondillas de Baltasar del Alcázar, y con voz teatral recitamos la que dice :
Prueba el queso, que es extremo; el de Pinto no le iguala; pues la aceituna no es mala, bien puede bogar sin remo.
Si el celebrado autor de La Cena comía aceitunas de postre, bien podíamos saborearla nosotros, que no hemos de alcanzar, ciertamente, su celebridad.
Que así se servían durante los siglos xvi, xvn y xvm lo probarán, a más de la redondilla citada, las siguientes transcripciones ( i ) :
El regocijado Luis Quiñones y Benavente, en su Entremés famoso de Turrada, dice :
T U R R A D A . ¿Dónde vas, fiera? L U C Í A . A buscar quien me quiera
y siquiera me dé unas aceitunas.
¿Que podían no ser de postre? Bueno; pero casi de
DE GRAMÁTICA. Y DE LENGUAJE 173
seguro lo eran, ya que Luna, en su Diálogo VIII, escr ibe: «Trae, pues, la fruta de postre : camuesas, peras, aceitunas, nueces, avellanas y la caja de mermelada.» Y el mismo autor, en el Diálogo VI, dice: «Con esta pierna de cabrito beberá V m . otra vez, y trae unas aceitunas para la tercera.»
Esta última transcripción parece indicar que la aceituna, por ser un tantico cálida, solicita líquido, opinión ésta corroborada con el refrán «Con la aceituna, una», que Correas comenta diciendo : «Entienden vez de vino, y añaden: docena.»
El primitivo refrán fué «Aceituna, una», que algún aficionado a la bebida amplió en la forma que queda expuesta, ampliación que no sólo ha perdurado, sino que está en moda hoy más que nunca, pues hoy, al servirse en los cafés los mal llamados aperitivos ( i ) , suelen acompañarlos de un plato de aceitunas y cacahuetes, frutos oleaginosos que incitan a beber. El ya citado P. Correas dice que «muchas no hacen provecho y son melancólicas».
El Comendador Griego y cuantas colecciones pa-remiológicas se han impreso después, registran el siguiente refrán, que avalora el anter ior : «Ni bebas en laguna, ni comas más de una aceituna», que hemos leído también con la variante que se notará : «No bebas en laguna, ni comas más que una aceituna»; refrán que indica ser expuesto y contra la salud ejecutar ambas cosas.
(1) Apetites, en buen castellano.
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Como acontece siempre, tenía la aceituna ya en aquellos siglos sus partidarios y sus enemigos, y así al que decía: «Aceituna, una», se le contestaba: «Pero si es buena, una docena.» Los enemigos vengábanse entonces ensartando los siguientes refranes, tendentes todos a menoscabar la importancia del fruto de que tratamos :
«La aceituna, una; dos, mejor, y tres, peor.» «Aceituna, una es oro; dos plata, y la tercera mata.»
Opinión ésta de que participaba Correas, pues después de transcribir este último refrán, añade sentenciosamente : «Es lo más cierto.»
«Aceituna, una es plata, dos son oro, y tres son lodo.»
Palmireno, de quien es la curiosa colección de refranes sobre la salud, advierte la moderación con que se deben comer las aceitunas para que no hagan daño, y el famoso D. Juan Ruiz de Alarcón, en su celebérrimo Examen de maridos, desliza, a juzgar por los siguientes versos, la idea de que provocan mal aliento:
A enfado dice, señor, que provoca el aliento de tu boca; mira tú a quien has besado sobre ahito y en a3'unas o después de comer olla, ajos, morcilla, cebolla, habas verdes o aceitunas.
Ignoramos lo que puede haber de cierto en la anterior afirmación; pero lo que sí nos consta por propia
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experiencia es que comidas de noche fatigan el estómago y son causa de molestas pesadillas. Quizás por esta razón Palmireno y Correas aconsejan sean comidas con parquedad.
A los refranes ya apuntados, que hemos tomado en su sentido literal y recto, agregaremos otros empleados en sentido figurado, lo que acabará de probar, a nuestro parecer, en cuánta estima se tuvo en otro t iempo el fruto de la oliva.
El paso de las «aceitunas», delicioso entremés de Lope de Rueda, indica por su solo título que en los comienzos del teatro español gozaba la aceituna de gran fama, fama que más se alcanza recordando el refrán «Aceitunas, pan y queso, eso tiene la corte en peso».
«Fortuna y aceituna — dice otro —, a veces muchas y a veces ninguna»; lo que denota que así como la cosecha de la aceituna rara vez es mediana, así también es la fortuna, que rara vez se contenta con la medianía.
Para indicar que todo lo del mundo es proporcionado, aun cuando así no lo crean muchos de los modernos sabios, decían los antiguos : «Cuando mayores la aceituna, mayor es el hueso.»
Otro curioso refrán, un tanto enigmático, reza: «Una por una, la de la aceituna; vez por vez, la de la nuez; y alta y de peso, la del queso; y para más aína, la de la sardina; y regada por vegada, la de la ensalada.» Ningún paremiólogo de los consultados se atrevió a comentar el anterior refrán, que a nuestro
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entender se refiere a las libaciones con que deben acompañarse aceitunas, nueces, queso, sardinas y ensalada, afirmándonos en nuestra opinión aquel otro refrán: «Para beber mucho, mucha oliva y poco conducho.»
Y como «olivo y aceituno todo es uno» ( i ) , allá van tres refranes más que acreditan lo que éste asegura :
«No me digas oliva hasta que me veas cogida.» «Aceite de oliva, todo mal quita»; y «Aceite, vino y amigo, antiguo.» Como curiosidad municipal transcribiremos las
frases con que el nuevo académico Sr. Rodríguez Marín comenta el refrán «La aceituna la da Dios, y el aceite el maestro». Dice el genial poeta y clásico prosista :
«Pecado añejo debe de ser el de los molineros, cuando allá por los años de 1560 el Concejo, Justicia y Regimiento de la villa de Osuna, en Cabildo de 14 de noviembre acordaron : «Que por cuanto la or-»denanga primera que trata de la molienda de los »molinos de azeyte, prohybe y defiende que el mo-»linero no salga del molino de noche, ni saque azeyte »en ninguna manera so las penas en ella contenidas,
(1) Dice Quiñones y Benavente en su entremés el Baile del Aceituno :
M o c i t a s d e mi l u g a r :
en carnal o dia d e a y u n o ,
ol iva y ol ivo y aceituno
t o d o es u n o , t o d o es u n o .
DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE 177
»se entiende y agora de nuevo se ordena, manda y «defiende que en todo el t iempo desde que los mo-»linos comengaren a moler hasta que acaven de mo-»ler, y durare la molienda del azeytuna, de noche, ni »de día ninguna mujer, hija, ni criada, ni vezina de »los molinos y otros officiales que tratan en los dichos »molinos no puedan entrar en ellos so la pena de la »dicha ordenanga.»
Basta ya de aceitunas. Suponemos que lo que de escribir acabamos ni
tiene miga, ni substancia, ni interesa a nadie, y mucho tememos que, si alguien lo lee, criticará nuestra manía de buscar enseñanzas en lo antiguo, y aun se atreverá a murmurar de nosotros haciendo bueno en tal caso el refrán que asegura que «un poco de murmuración es aceituna del postre». Pero, en fin, lo escrito queda para probar, ignorando si lo hemos logrado :
I.° La importancia de la aceituna en los siglos citados.
2° Que antaño se sirvió de postre. 3 . 0 Que su abuso es perjudicial; y 4 . 0 Que de ser el último plato, o sea el que con
más tranquilidad se saborea, ha pasado a la categoría de vergonzante entremés o a ayudante de apetitos no siempre dispuestos a desempeñar el cargo que confiárseles quiere.
(El Diario Español, 12 de enero de 1908.)
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EL LENGUAJE NATIVO
Ignoráis quizás, los que nunca os alejasteis del natal terruño, o si de él salisteis fué para caer con vuelo de águila o lento andar de tortuga en otra región lingüísticamente hermana de la vuestra, el mágico encanto del nativo lenguaje, del idioma que aprendisteis a balbucir en el maternal regazo; que sólo se aprecia el bien cuando la adversidad se empeña en velarlo a nuestra vista.
. Vosotros no sabéis que al poderoso acento de la palabra de largo t iempo no oída surgen en nuestra mente ideas casi olvidadas, sentimientos adormecidos, sensaciones que yacían arrumbadas en la más diminuta celdilla de nuestro cerebro; que, no ya un cantar, una frase, una palabra, logra hacer revivir en nuestra mente seres que fueron, perfumes que se evaporaron, vibraciones del todo diluidas en el ambiente constantemente en renovación.
Vosotros no podéis estimar en su justo valor el poder evocativo del vocablo materno, que en su armonía traduce todo el pensamiento de vuestros pro-
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genitores, y hace desfilar en vuestro cerebro, cual si estuviesen impresos en cintas cinematográficas, el caliente hogar de vuestros padres, el aula bulliciosa frecuentada en vuestra niñez, los juegos de vuestra edad temprana, los pasajeros amoríos de la juventud o los bien raigados amores al campanario, a la calleja, a la huerta o a la playa.
Si acaso, como yo, habéis peregrinado un poco por el mundo y habéis morado largos años en tierras donde no resonaran los acentos escuchados al abrir vuestros ojos a la razón, sabréis cómo se acelera la respiración en nuestro pecho, cómo el alma entera se asoma a nuestros ojos cuando oímos una voz que nos recuerde la nativa comarca, y cómo va nuestra mirada tras el humano ser que, sin pretenderlo tal vez, nos t ransportó a t iempos que porque se fueron se nos presentan más risueños que los actuales. Y aquel semejante nuest ro , ser para nosotros desconocido, se nos antoja entonces un deudo , casi un hermano, ya que piensa y habla en nuestro mismo lenguaje, y oyéndolo, juntos lloraremos o reiremos, mientras los forasteros nos contemplarán indiferentes .
No hay idioma feo considerado aisladamente, pues con cualquier vehículo del humano pensar puede la madre arrullar al hijo, el doncel enamorar a la niña, el poeta cantar sus sentires y el orador enardecer a las masas. No le habléis a un pueblo de parangones filológicos, ni de agradable sucesión de sonidos, ni de melodiosos acentos, ni de rítmicas cadencias; los
DE GRAMÁTICA Y D E LENGUAJE
sabios están, afortunadamente, en minoría; él no os comprenderá. Mas si queréis moverlo, si pretendéis que su corazón lata al compás del vuestro, si ansiáis adueñaros de su alma, habladle su idioma, penetrad en su ser por las ventanas del oído. Sólo así se explican los ruidosos triunfos de la oratoria y de la declamación.
Vano intento pretender apagar los sonidos de una lengua, si ingrata para quien la desconoce, llena de encantos para quien la comprende. Empeño inútil el de quebrar liras o romper plumas, si no es posible, conjuntamente, aprisionar cerebros y encarcelar corazones. Que cada cual exteriorice su pensar en la forma más grata a su alma : la oración lo mismo sube al divino alcázar formulada en el brillantísimo idioma de Pineda que en el aún inculto lenguaje tagalo. Y si esto es cierto, como creo, ¿qué orquesta podrá compararse nunca a la que producirán en las célicas regiones los acentos de los cuatro mil idiomas habla-dos por el linaje humano?
No seamos intransigentes con lo ajeno; la voz más dulce, más cariñosa, más suave de un idioma desconocido, se nos antoja áspero sonido sin alma y vida; y por el contrario, la palabra más dura perderá sus aristas si, porque la comprendemos, llega con claridades de luz a nuestro cerebro.
Con hondo pesar dejaré el mundo de los vivos por no haber podido saborear en el mismo idioma en que fueron escritos, los delicados cuentos de Turguenef, las suaves poesías de Pleine y los geniales arranques
R. MONNER SANS
de Shakespeare. En cambio agradézcole al Cielo la merced que me dispensara al poder recrearme leyendo a Silvio Pellico, a Andrés Chenier, al divino Herrera y a Muntaner.
(El Diario Español, 22 d e n o v i e m b r e d e 1908.)
EL IDIOMA Y LA PATRIA
DESPERTEMOS
No hay para qué pregonar de nuevo la conveniencia de manejar con maestría el idioma heredado, ni por qué ensalzar sus bellezas, ni recordar que cuantos a estudios comparativos se dedican, lo diputan como el más armonioso, elegante y rico de los hablados por el linaje humano. Pálido sería cuanto dijérase, al lado de lo mucho y bueno que ya se ha escrito respecto a este asunto, como exentas de novedad las citas con que se pudieran documentar tales asertos.
Mas si no son del caso estas repeticiones, no holgarán ciertamente algunas consideraciones tendentes a probar que todo conspira para que el habla de nuestros mayores, de tropiezo en tropiezo, vaya a caer en la sima del olvido, que cuando los idiomas se bastardean a ciencia y paciencia de quienes debieran velar por su pureza, vuelan, que no corren, a su total aniquilamiento.
El patrio lenguaje se estudia, consciente o inconscientemente, en el hogar, en la escuela primaria, en
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el libro, en el periódico, en la enseñanza secundaria, en torpes traducciones y en las Facultades.
Veamos con impuesta rapidez cómo y en qué condiciones se verifica el estudio. Ya diremos luego que sobran argumentos para probar que el amor patrio nos aconseja también guerrear por la pureza del idioma.
El hogar puede estar constituido por padres nacionales o extranjeros, cuando no por cónyuges de diferentes nacionalidades, y en estos dos últimos supuestos, el idioma que aprenden los hijos dista mucho, no ya de ser correcto y puro, sino de ser comprensible para quien no se educara en aquel diminuto ambiente. Conste que entre éstos figuran no pocos hogares cuyos jefes son de origen peninsular, que creen obrar cuerdamente, por aquello de «en la tierra donde fueres haz lo que vieres», aceptando cuantas corruptelas idiomáticas recogen, y no por cierto de labios doctos.
Si el hogar es argentino, salvando, como se supondrá, varias y muy honrosas excepciones, los hijos aprenderán verdaderos atentados contra la exacta representación de varios vocablos, contra las elementales reglas de la Sintaxis, contra el alma y el espíritu del idioma patrio; alma y espíritu que constituyen su peculiar fisonomía y contra quienes a nadie le es dado atentar.
Grave mal es éste sin duda alguna, pero de todos el más fácil de corregir; pues de ello se encargarán, y la experiencia abona la afirmación, los mismos
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hijos a medida que, ensanchándose la esfera de sus conocimientos, comprueben que va siendo verdad inconcusa el «dime cómo hablas y te diré quién eres».
La escuela primaria poco se preocupa, por desgracia, de corregir dislates de lenguaje, aun suponiendo, y no es poco suponer, que quien la dirige no peque a cada momento contra las leyes que enseña y cuyo respeto debiera cariñosamente exigir.
Son tantos los retazos de ciencia con que hay que rellenar aquellas infantiles inteligencias, que no queda t iempo para hacerles comprender que el estudio del patrio idioma debería ser la preocupación de todos, ya que todos hemos de hablar mientras en pie nos mantengamos sobre la superficie de la tierra.
Apena observar cómo aquí, que por las causas antes apuntadas el niño va a la escuela en peores condiciones que en Francia, en Inglatera, en Italia, etc., el magisterio carece de t iempo para desarraigar en edad temprana vicios que luego crecerán con lozanía. A esta labor, que aquí debiera ser más intensa, concedemos menos espacio y t iempo.
Menudo mal si la escuela secundaria se encargase de depurar el habla de sus educandos de las corruptelas que la afean; males de poco trascendentales consecuencias serían sin duda si en las aulas de los colegios nacionales se pudiese dedicar a estudio tan importante el t iempo que su innegable utilidad reclama. Pero allí tampoco tiene ocasión el alumno de encenderse en el amor de su idioma, ya que todo, al
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contrario, conspira para ahogarlo, si por casualidad tiende a manifestarse en alguno. En los libros que en sus manos se ponen, en varios de los cuales se califican de modelos, trabajosos e incorrectos trozos de deslavazada prosa; en las lecciones orales que en algunas clases recoge; en las conversaciones que doquier oye el joven mejor dispuesto para el estudio que nos ocupa, se desencanta o tiende a rebelarse contra lo legislado en materias de lenguaje. Y hoy que la anarquía, cunde y hay que trocarse en héroe para no dejarse arrastrar por el aquilón demoledor, ]cuán fácil es poner en la picota preceptos que se abominan porque no se conocen, leyes que se atro-pellan porque de niños nos enseñaron a mofarnos de toda autoridad, a burlarnos de quienes con la fe del convencido enseñan y defienden la corrección en el hablar, la pureza en el escribir, la elegante claridad en la nítida expresión del propio pensar!
Sin base de griego ni de latín, los idiomas romances se van empobreciendo; aquellos estudios, ayudados del que podría verificarse meditando sobre grandes modelos, podrían salvarnos 'del derrumbe. Pero ya que por causas diversas, que no es posible analizar en estos momentos , no cabe pensar por ahora en el establecimiento de tales disciplinas, siquiera podríamos ir retrasando la hora del desastre leyendo y analizando metódicamente las obras de quienes gozan reputación de hablistas. Pero.. . falta t iempo, que en esta segunda etapa de los estudios son muchos también los retazos de ciencias diversas que el educando
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debe ir acopiando para adquirir el raro privilegio de poder hablar de todo sin saber de nada.
Las Facultades se han dado exacta cuenta del mal que estamos señalando, y los doctos varones que forman sus Claustros son los primeros en lamentarlo: grave injusticia sería la de suponer que ellos no advierten la insuficiente preparación de quienes penetran en sus aulas. Mas ¿qué pueden hacer en defensa propia y en interés de los que a sus clases llegan? Prácticamente, nada, y al verlos cruzados de brazos, aun dándose cuenta del conflicto, hay que convenir en que son las Facultades las que menos culpa tienen del pauperismo literario de las generaciones que avanzan.
Veamos ahora en qué medida la lectura contribuye a pulir o a bastardear el idioma.
Se lee mucho el periódico, algo la revista, poco, relativamente, el libro.
Al periodismo moderno no se le pueden exigir modelos de lenguaje. Escrito forzosamente a la ligera, se resiente, aun sin querer, de la lógica precipitación impuesta por la premura del t iempo; más informativo que instructivo, el diario moderno refleja forzosamente la atropellada nerviosidad que a todos agita, y sería infantil candidez pretender que la hoja del día pudiese señalarse como modelo digno de imitación. De buen grado debe, pues, reconocerse que no es posible pedirle al periódico lo que el periódico no puede dar; y así como nadie estudia una ciencia, un arte cualquiera, leyendo los escritos que
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referentes a ellos aparecen con frecuencia en los diarios, así nadie irá, no ya a pulir, pero ni siquiera a aprender, el patrio idioma leyendo las hojas volantes que en su tierra se publiquen. Mas como todo el mundo las lee y no es posible intentar tapar el cielo con un arnero, los encargados de dirigir a la juventud deberían procurar neutralizar en lo posible, con sabias y metódicas enseñanzas, los perjuicios que aquella lectura puede acarrearle.
Mejor escrita y pensada se nos presenta la revista, y las diversas firmas que en ellas aparecen, y que contrastan con la redacción anónima del diario, garantía suelen ser de acierto y de conocimientos en sus autores. Por desgracia, nuestras mejores publicaciones de esta índole viven tan precaria vida, que la misma anemia que padecen, a las claras muestra la falta de atención que la juventud les presta. ¡Ellas, que podrían contribuir a levantar el nivel intelectual de las clases todas y en particular de los jóvenes, se ven arrolladas por la hoja periodística, lógicamente interesada en satisfacer la insaciable curiosidad de un público que, atosigado por materiales luchas, no tiene t iempo para pensar en lo espaciosos y dilatados que son los horizontes intelectuales.
El libro puede ser nacional o extranjero; escrito en el propio idioma o en forastera lengua. Si es el libro nacional, bien puede predecirse, sin sentar plaza de zahori, que su circulación será modesta. ¡Quién compra libros de autor a quien conoce! ¿Qué influencia puede ejercer sobre la cultura general de un pue-
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blo obra de la que se imprimen 500 ejemplares, de los cuales se regalan IOO a los amigos? No hay que pensar, pues, en que por ahora el libro nacional contr ibuya a corregir el mal que nos ocupa.
En cuanto al libro extranjero, su lectura presenta graves inconvenientes. El estudio razonado de uno o más idiomas, lejos de ser un mal es un bien cuando se posee, regularmente siquiera, el idioma materno; mas cuando éste se conoce imperfectamente, se corre el albur, al tomar por costumbre leer obras escritas en otras lenguas, de lograr la rara habilidad de hablar algarabía con palabras castellanas. Los vocablos podrán ser de nuestra lengua; pero de lo que hablemos, de lo que escribamos, habrá huido el espíritu, el alma a que antes nos referíamos, y sin esta escondida savia, que sabe a mieles cuando se aprendió a gustarla, el idioma materno pierde todo su encanto y hermosura.
Sube aún de punto el perjuicio si leemos mendaces traducciones, de las que se ha alejado en no pocas ocasiones el sentido común. Verdaderos «intérpretes de hotel», la turbamulta de traductores del francés y del italiano, seducidos por el innegable parentesco de aquellos idiomas y por la aparente facilidad de su versión al nuestro, van llenando páginas y páginas, en las que no se sabe qué admirar más, si el atrevimiento del grafómano, la buena fe del lector o la paciencia casi heroica del autor, que ha permit ido se sirviese su obra a naciones forasteras, carnavalescamente ataviada con los abalorios de una jerga que de todo tiene menos de castellana.
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A fin de aminorar los funestos resultados de lecturas realizadas en tales condiciones, cabría volver la vista hacia atrás y recrearse en la lectura de los autores llamados del siglo de oro, ejercicio a la par provechosísimo para enriquecer el léxico individual. Pero en el mayor número de los casos tampoco puede ello realizarse en la enseñanza secundaria, porque las opiniones políticas y religiosas de aquellos autores pugnan con las modernísimas ideas de libertad, y más vale leer y estudiar el patrio lenguaje en traducciones de Voltaire, Rousseau y Schopenhauer, que en los originales concepciones de Gracián, Pineda, Rivadeneyra, etc.
De lo l igeramente expuesto y con brevedad razonado, se desprende que todo conspira entre nosotros para deslustrar un idioma que es el encanto de los extranjeros; que no pudiendo las Facultades atajar los estragos que lamentan, tienen que tolerar que trasponga sus atrios una juventud iliterariamente preparada; que la enseñanza secundaria, recomendando modelos que en muchos casos no son dignos de ser imitados, y dando de mano a los Barbadillos, Ayalas, Sigüenzas, Nierenberg, etc., cuando no burlándose de aquel genio colosal, asombro de todos los pueblos de la Tierra, del inmortal autor de La Galatea, no puede despertar la afición al estudio del nativo idioma; y que la escuela primaria, al tener que dedicar largas horas a desflorar las varias plantas que juntas forman el inmenso jardín de los saberes humanos, tampoco tiene t iempo para corregir vicios aprendí-
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dos en el hogar, ni enseñar el modo de servirse con galanura del habla que nos legaran nuestros antepasados.
¿Y hemos de cruzarnos de brazos al ver tamaño desastre? ¿No cabe reacción posible ante la ola demoledora? ¿Será prudente que cuando los pueblos todos de la Tierra se afanan por desear para sus respectivos idiomas el respeto y la admiración de todos, nosotros contemplemos impasibles cómo se va empobreciendo el nuestro, cómo se va bastardeando, dejando la belleza de sus encantos en los zarzales de la indeferencia y de la ignorancia?
No, por Cristo, que por egoísmo hemos de defender el patrio lenguaje, este lenguaje que dentro de un siglo, siguiendo el progresivo y fabuloso desenvolvimiento de la América hispánica, y principalmente de la nación argentina, ha de ser hablado po r 2 0 0 millones de habitantes, ya que al crecimiento vegetativo habrá que agregar su natural imposición a cuantos de forasteras regiones vengan a poblar estas juveniles Repúblicas.
La lucha está empeñada ya entre el inglés y el español, hoy que el francés se va mostrando en decadencia; hora es de despertar y abrir los ojos a la realidad, pugnando y batallando cada uno desde su sitio para que el estudio del patrio lenguaje ocupe a muchos y preocupe a todos.
Por razones de patriotismo, también debiera ser motivo de honda meditación el temido desastre, pues nadie ignora cuánto influye en la fisonomía
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moral de un pueblo la conservación de su idioma nativo. Arlequinemos éste con retazos de lenguas extranjeras, inoculemos en su organismo el ponzoñoso virus de idiomas extraños, y sin que lo advirtamos, sin quererlo quizás, a tentamos contra la indisoluble unidad de la patria.
Porque la patria es, sin que por fortuna tengamos hoy que detenernos mucho en probar la afirmación, no sólo el pedazo de suelo en que naciéramos, sino la comunidad de usos, de costumbres, de leyes, de creencias y aun de supersticiones, y de idioma, sí, de idioma, ya que por él, y a despecho de humanitarios cosmopolitismos, siempre nos sentiremos más ligados con peruanos, chilenos, mejicanos y españoles que con los que hablen forasteras lenguas, que serán todo lo sintéticas (como el inglés), todo lo afectivas (como el alemán), todo lo dulces (como el italiano) que se quiera, pero no será la lengua con que nos arrulló nuestra madre, ni aquella en la que aprendimos nuestros deberes de hijos y de ciudadanos; que es el idioma lazo de tan fuerte resistencia, que a través del t iempo y de la distancia une a las generaciones de pasados siglos con las de hoy, aproxima pueblos que centenares de leguas separan.
Recientemente la Sociedad «Alianza para la propagación de la lengua francesa en el extranjero», ha participado a sus asociados que M. Pichón dirigió, con fecha 2 de mayo del corriente año, una circular al Cuerpo diplomático para poner en conocimiento de los embajadores, ministros y cónsules el apoyo
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oficial del Gobierno a aquella Sociedad, y su interés por el desarrollo de esta obra, que no vacila en calificar de nacional por la bienhechora influencia que puede ejercer sobre el sentimiento patrio de los franceses que viven lejos de su tierra; recuerdo que bien vale para demostrar cuánto se preocupa el Gobierno francés de su idioma, y cómo comprende que conservarlo y extenderlo es realizar obra p a triótica.
Para que se pueda apreciar el laudable esfuerzo que realiza la mencionada Sociedad y el empeño con que defiende el uso de su idioma, citaremos la frase siguiente de M. Salone, secretario general de la Asamblea anual de 17 de mayo de este año: «Creo que la razón se abrirá paso, y que al fin se convendrá en que no hay más que dos esperantos naturales : el latín para el pasado, el francés para el p re sente.»
Aquella beneméri ta Sociedad, el Gobierno de M. Fallieres, los franceses todos, adivinan que el idioma es el vehículo importantísimo para la difusión del pensar nacional, y poderoso medio para afianzar la propia personalidad e influir en la ajena. Contribuir a extenderlo y popularizarlo, esforzarse en pulirlo y perfeccionarlo, enseñándolo con fe y estudiándolo con entusiasmo, sin arcaicas exagera-ciones, pero sin benevolencias que lo deslustren, es realizar obra patriótica, obra laudable que adivinó hace ya algunos años el beneméri to venezolano Ri-vodó, al estampar como lema de su copiosa labor
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gramatical esta salvadora máxima: «Nada enaltece tanto a un pueblo como poseer correctamente su idioma nativo.»
Del nuestro decía recientemente un gramático francés, M. Roble :
«La lengua española, enteramente calcada sobre la lengua latina, adoptó de ésta la osadía y la concisión; es decir, las inversiones graciosas y las construcciones elípticas.
»Rica, armoniosa y sonora, la lengua castellana fué gradualmente depurándose hasta llegar, bajo la pluma de autores clásicos, a ser lo que es : la más majestuosa de Europa.
»Parece, por la alternativa feliz de las consonantes con las vocales, que el genio de la Grecia haya presidido a su formación : melodiosa sin empalagamiento, nerviosa sin rigidez, grave sin rudeza, digna sin afectación; es la única entre las lenguas modernas que reúne la armonía griega junto con la majestad latina, y la pompa brillante de los hijos del desierto con el vigor varonil de los naturales de la Germania.»
Después de leer tales elogios, ¡cómo no lamentar que cerremos los ojos a la luz y nos complazcamos en hundirlos en las tinieblas!
¡Cómo no apesadumbrarse al contemplar que despreciamos purísimos chorros de oro por reemplazarlos por lingotes de áureo latón o pulido cobre!
Desper temos de una vez, y desde la cátedra, desde el libro, desde el periódico, desde la improvisada
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t r ibuna, avivemos en todos el amor al idioma que por vez primera resonó en las virginales selvas de América, no olvidando que con ello contribuímos a honrar y enaltecer a la patria.
(Revista Argentina de Ciencias Políticas, noviembre de 1910.)
CUESTIONES DE LENGUAJE
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Al Sr. Dr. D. Pedro de Mágica. — Berlín.
Muy queridísimo amigo mío: ¡Cuánto y cuánto me voy acordando de usted siempre que al hojear la prensa bonaerense encuentro noticias que podrían dar pie a entretenidas conversaciones lingüísticas, filológicas o simplemente gramaticales!
Viviendo usted en esa ciudad, albergue hoy del serio pensar, y dedicado durante largos años al estudio de temas que a ambos nos preocupan y que a usted dieron universal renombre; y habitando yo esta inmensa capital, en la que si hay algunos — ¡vaya si los hay! — que pulen y castigan el lenguaje, hay muchos, en cambio, que por ignorancia tiran a corromperlo y a bastardearlo, fácilmente adivinará quien en ello se fije que en ciertos puntos concretos no podemos estar en completo acuerdo, sin que valga asegurar— huyo de las afirmaciones en redondo — que no sea el error mi compañero.
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Dice Menéndez y Pelaj^o, no recuerdo dónde, que en todo conviene hacer muchas salvedades, y algunas hice durante veintitrés años, poniendo el tono oratorio y didáctico al compás del auditorio. Harto sabe usted que todo atropellado avance revolucionario en cualquier orden de ideas, trae lógicamente aparejada una reacción.
«No academice usted, ¡por Dios!», exclama en una de sus donosísimas e instructivas epístolas; pero.. . y hay van dos anécdotas r igurosamente históricas:
Como de acuerdo con Baralt, Bello, Suárez, A m u -nátegui, Cuervo, etc., americanos todos, volviese en una reunión por los fueros del idioma, torpemente atropellados, se me contestó, palabras textuales: «Nos hemos independizado de todo, incluso del idioma.»
E n otra ocasión se sostenía que «ni la Gramática ni la Retórica sirven para maldita de Dios la cosa, y que cualquiera, con un librejo de texto en la mano, puede enseñar ambas materias; lo difícil es enseñar Matemáticas».
Ya supondrá usted, mi erudito amigo, que estos dos botones de muestra pertenecen, no a una botonadura, sino a una gruesa de tan útil bagatela. Guardo para mejor ocasión otros recuerdos.
¿No le parece que con tales gentes es fuerza academizar} ¿No opina que es conveniente oponerse con arrestos sansonianos, si fuese posible, al avance de la anarquía lingüística, que acabaría de triunfar, dando al traste con la singular hermosura de nuestra lengua?
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No creo, como Fernando Ortiz en su reciente libro La reconquista de América, que deba reducirse a límites restringidos la fuerza del idioma; y menos aún, como Federico Manthuer en su obra Contribuciones a tina crítica de lenguaje, que «la Gramática es como un intento para ascender cómodamente al Himalaya con la ayuda de un mapa del Tirol»; antes entiendo que tiene el idioma un gran poder de asimilación, como opino que antes de entrar en el santuario de las ciencias conviene detenerse largo rato en el vestíbulo llamado Gramática. Nunca las reglas ataron vuelos al verdadero genio.
No sé, admirado maestro, si le ha llamado la atención el hecho siguiente : mientras los peninsulares, si no todos, muchos, y no pocos hispanoamericanos se complacen en barbarizar nuestro idioma, llenándolo de solecismos y plagándolo de forasteras voces, so pretexto de emanciparse de tutelas académicas, los franceses que piensan un poco en asuntos de lenguaje se alarman con razón ante la crisis por que atraviesa su idioma, asegurando Ai. Eugene Tavernier que «la décadence de la langue frangaise correspond á l 'abaissement de l 'esprit frangais. Les mots suivent le désordre des idees».
M. C. Vincent, en su libro Le féril de la langue frangaise, escribe : «Tous les bons frangais devraient unir leurs efforts pour arréter la décadence et la desagregación qui compromet le passe et l'avenir de notre langue nationale.»
Fál tame tiempo para copiar o traducir de la Revue
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Hebdomadaire un artículo de M. Parigot, titulado «La crise du frangais». Sin embargo, no puedo resistir a la tentación de transcribir una frase. Habla de la seu-dodemocracia actual y dice : «D'écrire et de parler proprement notre langue, l ' intéret ne lui paraí t pas essentiel.»
Opinando, pues, mi ilustre amigo, que es hacer obra meritoria en pro, si no se quiere de la raza, de la civilización hispanoamericana romper lanzas un día y otro en favor del idioma áureo y cadencioso de Pineda y de Cervantes, calcule con qué placer saboreo los muy substanciosos libros de usted; los bien pensados volúmenes de Toro y Gisbert; las brillantes disertaciones de D . a Blanca de los Ríos, de Rodríguez Marín, de Bonilla y San Martín, encaminado todo a avivar en las generaciones que avanzan el amor a esta lengua nuestra, sonora y gallarda, encanto de los leídos y desesperación de grafómanos, y pondere con qué alegría..., pero esto merece punto y aparte.
Hará poco t iempo, uno de los diarios de mayor circulación de este país se quejaba amargamente de que los avisos de la calle pecaran contra la Gramática y la Estética. De este artículo, muy juicioso y muy sensato, que honra por igual a su autor y al diario en cuyas columnas vio la luz, copio los dos parrafitos siguientes :
«¿Por qué no obligar a que todo letrero, cartel, aviso de cualquier especie que se fije en las calles escrito en idioma extranjero, ostente la correspondiente traducción castellana? ¿Y por qué también no
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hacer obligatoria una Ortografía y una Gramática decentes?
»Es poco pedir si se considera que debemos defender nuestro idioma, ya que es la representación de nuestra alma nacional y se confunde con ella misma.»
Lamentando otro diario el que a las conferencias de M. Martinenche asistieran más damas que caballeros, escribe las siguientes líneas, plañidera exclamación ante hechos reales y concretos :
«Para nosotros, en efecto — y especialmente para nuestra sociedad femenina —, no hay en toda Europa más que la capital de Francia. Este deplorable prejuicio ha traído como consecuencia la ignorancia y la indiferencia por todo lo que de allí no provenga, inclusive el habla. ¡Cuántas perfumadas cabecitas no meditan sus lindas cartitas confidenciales sino en francés!
»Y la gente de estudio, la gente de serio prestigio que profesa en nuestras Universidades, y que sabe la medida en que se ignora y «se desprecia groseramente la gloriosa literatura de nuestro riquísimo idioma», lejos de procurar una noble reacción, propicia una tendencia que puede ser muy mundana, pero que no es menos deplorable y funesta.»
Leído lo que transcrito queda, dirigí espiritual mirada al dios protector de las letras castellanas, subrayando con lápiz azul lo que aparece aquí subrayado, como contundente contestación a cuantos creen que es el heredado idioma propiedad de los que en poca
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estima lo tienen y prefieren el estudio de lo ajeno, dejando yermo el propio campo.
Y aun hay más, mi estimado señor y amigo. El Consejo Nacional de Educación ha abierto es
tos días un concurso llamando a los escritores para que ofrezcan obras que puedan ser representadas en el teatro de los niños; y por vez primera en certámenes de tal naturaleza se lee en la convocatoria el siguiente párrafo :
«Como las mismas obras contribuirán, al propio t iempo que a educar el sentimiento y el gusto artístico de los niños, a su perfeccionamiento en el idioma, se cuidará de que estén escritas en correcto y culto lenguaje castellano.»
Sonoro aplauso merece el Consejo Nacional de Educación al prevenir que las obras que aspiren a los premios ofrecidos deben estar redactadas, si no en galano y elegante estilo, al níenos exentas de los burdos atentados lexicológicos y sintácticos que en otras producciones del género se advierten.
Santo y bueno que quien conozca al dedillo el copiosísimo caudal de voces registrado en el léxico oficial, se permita crear un neologismo, y bueno también que se vayan ennobleciendo, pasando al común Diccionario, modos de decir y frases populares que como moneda de buena ley circulen en los vastos dominios del habla de Castilla; pero de ahí a pregonar irreverente desdén por leyes que se tildan de académicas, sólo porque la Academia las apadrina, media un abismo que la ignorancia no acierta a llenar.
DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE 203
En este país, en el que por causas ya apuntadas en el prólogo de una de mis obras, todo conspira contra la pureza del patrio lenguaje, hay que academizar por fuerza. No cabe el temor de que los jóvenes escritores se nos pasen a la otra alforja, resucitando giros y vocablos arrumbados ya. por inservibles; lo que conviene es mostrarles las innúmeras riquezas acumuladas por varias generaciones en el Diccionario oficial, y sobre todo familiarizarlos con nuestros clásicos, con nuestros incomparables místicos, arrinconados hoy por nuestros educadores a la violeta, que sólo aciertan a ver en estas obras ideas filosóficas y creencias religiosas en pugna con su indiferencia, cuando no contra su animadversión, que les veda saborear el caudal de verdad humana que contienen.
Las tres últimas transcripciones, recogidas en po - ' eos días, demuestran claramente, a mi ver, que no han perdido del todo el t iempo cuantos, un día tras otro, fueron predicando la buena doctrina; y demuestran más, y ello me llena a mí de gozo, como de contento le servirá a usted ciertamente, y es que son ya muchos los argentinos — la falange es numerosa, forma nutrida legión — que piensan que no es asunto baladí el de la pureza del idioma, y ya que a todos no nos sea posible pulirlo y acrecerlo, al menos a todos se nos puede exigir que no dilapidemos el caudal heredado.
En una de sus entretenidas cartas me habla usted de diminutivos y superlativos, quejándose de que unos y otros vayan cayendo en desuso, De esto ha-
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blaremos en ocasión más oportuna, pues me temo que a los ojos de mis lectores y a los de usted aparezca como el gaitero de Bujalance. Cierro el pico, lo que equivale a termino, deseándole a usted mucha salud para que vaya enriqueciendo con nuevas producciones suyas la biblioteca española, no tan esmirriada como creen muchos.
Soy de usted admirador y amigo.
(La Nación, 29 de noviembre de 1911.)
DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE 205
II
Al Sr. Dr. D. Pedro de Mugica. — Berlín.
Muy estimadísimo amigo : La carta que a usted dirigí con fecha 29 de noviembre y que vio la luz en La Nación, tuvo la fortuna de encontrar algunos lectores. Ent re éstos figura un anónimo escritor que, pidiendo sin duda hospitalidad en un periódico peninsular, y a propósi to de dicha carta, me concede un título que no poseo y me atiza un palo que no creo merecer.
Usted dirá, después de leerme, si tengo o no razón en lamentar ambas cosas.
Dice el articulista que soy «nada menos que académico correspondiente de la Real Española», afirmación que, al ser inexacta, prueba que aquella docta Corporación obra cuerdamente al no admitir en su seno a quien, entre otros pecadillos de lenguaje — muchos han de ser —, se permite escribir, y no ayer que, con saber poco, sabía menos que hoy, «muy queridísimo amigo».
No, no soy académico de la Lengua y harto lo lamento, porque creo de buena fe que todos los académicos, así los de número como los correspondien-
206 R. MONNER SANS
tes, manejan el idioma con más soltura que yo, conocen sus exquisiteces y no caen en errores de tanto bulto como el señalado por el articulista.
Refiriéndome ahora especialmente a ese doble superlativo por mí usado, que viene a ser, como afirma el escritor que lo censura, «lo de albarda sobre al-barda», puedo decirle que no ignoro lo que la Real Academia consigna en su Gramática, como sé que hay muchos tratadistas que fustigan ese doble superlativo. Y por saber, y algo es algo en quien no es académico, sé también que Gómez Manrique, en las Coplas a la muerte del marqués de Santillana, dice «por muy grandísima pieza»; que Jorge de Monte-mayor nos habla de «muy finísimo oro»; que Lope de Rueda escribió «muy bellaquísimamente»; que Hernán Pérez de Guzmán invoca a la Virgen María llamándola «muy Santísima Señora», y que, finalmente, el Príncipe de los Ingenios, aquel sin par Cervantes de Saavedra, en el capítulo LI de la parte primera de su inmortal novela, dice por boca de un cabrero «tengo fresca leche y muy sabrosísimo queso».
Ya ve mi desconocido censor que no voy mal acompañado; y bien puedo asegurarle, sospechando ser creído, que me diera yo con un canto en los pechos si a fuerza de castigar y pulir mi prosa y de estudiar uno y otro día hablistas de tanto renombre como los citados, lograra que lo por mí escrito no llegase a ser, que esto lo tengo por imposible, sino que se asemejase a las brillantes páginas por aquellos autores compuestas.
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Hace ya algunos años, otro crítico, al juzgar uno de mis escritos, hubo de afirmar, si no recuerdo mal, que mucho se parecía mi estilo al de Aparisi y Guijarro; y aun creyendo entonces, como sigo creyendo ahora, que había en tal aseveración mucho de lisonja, le confieso a usted, muy grandísimo amigo, que el dicho gustóme por demás, espoleando mi afición al casticismo para que a fuerza de trabajo, y al andar del t iempo, no me sonara a mí mismo tan a mentira lo afirmado por el aludido crítico.
Ya me dirá usted, admirado Mugica, cuando pueda dedicarme un rato, si en efecto pequé gravemente al emplear el doble superlativo, o si merezco absolución, ya que autores de nota lo usaron antes que este su muy devotísimo amigo.
(El Diario Español, 28 de diciembre de 1911.)
DOBLE SUPERLATIVO
Las cartas abiertas dirigidas con fechas de 2Q de noviembre y 28 de diciembre de 1 9 1 1 al docto filólogo español Dr. Pedro de Mugica, referentes al muy estimadísimo, han logrado la donosa contestación siguiente:
«Sr. D. R. Monner Sans,
»Mi querido amigo: Por poco se asusta el anonimista. ¿Qué diría, entonces, de la frase muy requetebién} ¡Vaya una serie de superlativos! ¿Y de luego, luego; casi, casi, y otras frases del Quijote, que Rodríguez Marín califica de superlativos? ¿Y qué diremos de chiquirritito, diminutivo elevado a la tercera potencia? ¿Y de desnudo, esto es, dos veces en pelota, pues primero fué nudo) Y de conmigo (cum mecum), que primero fué migo y cargó con otra albarda por no saber qué significaba go? (Y de le lendcmain (le le en de mane) con dos artículos?
»Por desgracia, en el lenguaje corriente se van perdiendo los superlativos en isimo, que no se conocían en los siglos xn y X I I I . Sólo quedan y florecen en las iglesias en frases como «el dulcísimo corazón de Jesús», pronunciada ante una imagen rubicunda, muy pulida, de ese artículo religioso de exportación francesa moderna.
«¿Qué diría el anonimista de la frase del Quijote «muy 14
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mucho discreto»? En el capítulo X L I , primera parte del Quijote, se lee: «y con lágrimas de muy alcgrísimo contento». Los franceses, que reciben una instrucción escolar muy superior a la nuestra, dicen, verbigracia: «Est-ce que vous, vous étes bien amusé? Mais, tres, tris bien.»
•» Mismísimo es un doble superlativo. »Basta por hoy. Suyisimo sunprisimo. — P. DE MUGICA. —
Berlín, 15 de febrero de 1912.»
(El Diario Español, 14 de marzo de 1912.)
i ESCRIBAN OS O NOTARIOS?
Cohibido anda el pensamiento y tembloroso el pulso, pues he de meterme con gentes de curia; y a la verdad que si sólo mirase el propio lucimiento, cosa sería de relegar al fondo del tintero lo que años ha pugna por salir de los puntos de la pluma. Pero como más que al propio bien enderezo mi trabajo al ajeno, a semejanza del cobarde que ante el peligro cierra los ojos para que él no lo amilane, así yo olvidóme de los tildes y reparos que a este trabajillo pueden oponerse, y paso a exponer lo que después de mucho cavilar he llegado a deducir.
Más de cuatro lustros hace, y esto que he tenido poquísimo que ver con curiales y letrados, que vengo preguntándome a mí mismo: ¿Por qué a los notarios se les llama escribanos} ¿Son homologas las dos voces? ¿Por qué razón rechazamos la primera de las dos palabras y con una sola voz designamos oñcios harto diversos?
Pidiendo disculpa a los interesados, si opinaren ellos que hay yerro en platicar sobre asuntos de su sola incumbencia, voy a demostrar, con la historia en una mano y la lógica en la otra, que convendría
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borrar la homología. Dije voy a demostrar , y casi me pesa la afirmación, por oler a alegato de defensor convencido, a bien que convencido estoy de que hay notable diferencia entre el depositario de la fe pública y el encargado de auxiliar al juez de sus harto delicadas funciones. De lo que ya no estoy tan cierto es de que el Cielo me depare la suerte de comunicar a mis lectores el propio convencimiento. Lo intentaré, no obstante, y como la intención es sana y. ella no puede perjudicar a tercero, confío que no acertarán a enojarse ni los unos ni los otros.
D o y de mano a la historia del origen y nacimiento de escribanos, notarios, tabeliones, cursores, etc., porque ello se puede fácilmente encontrar en cualquiera de las enciclopedias corrientes, no sin recoger ,antes lo aseverado por Bastús, dejándole toda la responsabilidad de la afirmación. Dijo este laboriosísimo autor :
«Todos los escribientes públicos, fuesen escribanos, tabeliones o notarios, eran en un principio esclavos públicos, es decir, pertenecían al cuerpo o municipalidad de cada población. Los notarios, aun en el día estipulan y aceptan por las partes lo que no hubieran podido hacer si ellos, en su origen, no hubiesen sido esclavos públicos, pues es un principio de Derecho que ninguna persona puede estipular por otra, de cuya regla solamente se hallaban exceptuados los esclavos, los cuales podían estipular y adquirir por su amo.»
Apuntando el dato sólo a título de curiosidad, co-
DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE 213
meneemos por copiar las definiciones que de ambas voces registra la decimotercia edición del Diccionario académico:
« N O T A R I O . (Del lat. notarías.) m. En lo antiguo, es
cribano público. Posteriormente se dio este nombre exclusivamente a los que actuaban en negocios eclesiásticos. Hoy es el funcionario público autorizado para dar fe de los contratos y otros actos extrajudi-ciales conforme a las leyes», etc.
«ESCRIBANO . (Del b . lat. scribamis; del lat. scriba.) m. El que por oficio público está autorizado para dar fe de las escrituras y demás actos que pasan ante él. Los hay de diferentes clases; como escribano de cámara, del rey, de provincia, del número y ayuntamiento, etc. En el día, los encargados de redactar, autorizar y custodiar las escrituras son los notarios, quedando reservada la fe pública a los escribanos en las actuaciones judiciales» ( i ) .
Basta leer atentamente ambas definiciones para comprender que si no huelgan los dos primeros párrafos de la segunda, debían ponerse los verbos en
(1) En el Libro o Poema de Alexandre, atribuido por algunos críticos, y por otros negado, a Juan Lorenzo Segura de Astorga, se lee:
Terne, se lo compriere, que soe bon escrivano;
si bien debo advertir que aquí la palabra está empleada en el sentido de autor.
También se dijo esclivano, aunque sospecho que esto sea un leonismo.
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copretérito de indicativo y decir estaban, pasaban, etcétera, ya que «en el día» los escribanos no dan fe de las escrituras, pues de acuerdo con la ley que luego citaré, tan elevadas funciones incumben exclusivamente a los notarios.
Estudiemos, sin embargo, el punto con la calma necesaria a fin de no embarullarnos, y procediendo con orden lógico hojeemos primero las primitivas leyes españolas, buscando en ellas lo que se refiera a tales funcionarios públicos.
En el Fuero Juzgo, romanceado, según la opinión más corriente, en 1 2 4 1 , se lee:
«Los males de algunos onmes nos facen poner ley pora los que son de venir e que aquellos que non se quieren castigar por palavra, si al que non, que se castiguen por la pena de la ley. E porque vimos ya algunos que escribían leyes de rey falsamientre, e que las alegaban falsamientre, o que las facían escre-vir a los notarios por las confirmar, onde metien muchas cosas en nuestras leyes hy escribien que non eran ordenadas, nin pora nos, nin eran convenibles a nuestro pueblo nin provechosas, e que facien grande danno a nuestros pueblos; por ende defendemos en esta nueva ley que ningún onme daquí adelante, si non fuere escrivauo comunal, de pueblo o del rey, o tal onme a quien mande el rey, que non ose allegar falsas constituciones, ni falsos escriptos del rey, nin escrivir, nin dar a ningún escrivano que escriva falsamientre. Mas los escrivanos del pueblo, o los nuestros, o a quien nos mandáremos las escrivan e
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las lean las nuestras constituciones e non otri. E si algún onme fuere contra este defendimiento si quier sea libre o siervo, el juez le faga dar ce azotes, e sea sennalado layclamientre; e fágale demás cortar el polgar de la mano diestra, por que vino contra nuestro mandado e contra nuestro defendimiento.» (Libro VII, título, V, párrafo IX.)
Se habrá notado en el párrafo transcrito, que se emplea una sola vez la palabra notario y tres la de escribano, y que del contexto se deduce que ambas voces eran por entonces homologas. También se habrá observado que ya se señala en esta ley la división que se hacía de los escribanos, pues según ella los había comunales, públicos y reales.
Las Leyes de Partida, escritas, como se sabe, algunos años después, aclaran esta división, pues definen al escribano «como orne que es savidor de escrivir, e son de dos maneras de ellos. Los unos que escriven los privilegios e las cartas e los actos de la casa del Rey, e los otros que son los escribanos públicos que escriven las cartas de las vendidas e de las compras e los pleytos e las posturas que los ornes ponen entre sí en las cibclades e en las villas. E el pro que nasce de ellos es muy grande cuando facen su oficio bien e lealmente».
En la Ley II, título VIII, libro I del Fuero Real, part iendo siempre de la homología que vengo notando, se lee:
«Que el oficio de escribano es público y comunal para todos, y necesario para que no se pusiesen en
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duda los derechos de cada cual en los contratos, en los juicios, en las demás transacciones civiles, y para que no hubiese pleitos y contiendas.»
Hemos de ver pronto cómo esta última idea del legislador no logró salir de la esfera del buen deseo.
Notario de María llama Berceo a un clérigo tahúr y ladrón, pero muy devoto de la Virgen, sin que por el contexto pueda averiguarse otra cosa que su devoción, mas no el cargo que tenía. Llámale también su cancellario, pero esto, lejos de darnos luz, contribuye a engendrar confusión.
Dissol Santa María: «Ficiestes desguisado, que iaz el mi notario de vos tan apartado» (i).
Valdés, el celebrado autor del nunca bastante alabado Diálogo de las lenguas, escribe:
« T O R R E S . — N o sé yo si osariades decir eso en la
Chancillería de Valladolicl. » V A L D É S . — ¿ P o r qué no?
« T O R R E S . — Porque os apedrearían aquellos nota
rios y escribanos.»
Me inclino a pensar, salvo más calificado parecer, que aquel doctísimo varón no empleó a humo de pajas la copulativa, y, antes al contrario, la estampó para hacer observar la diferencia que había entre los dos cargos. .
Si abrimos el pr imer Diccionario de la Lengua cas-
(i) Rufino Lanchetas.
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tellana, publicado en I Ó I I con el título de Tesoro de la Lengua castellana o española, compuesto por el licenciado D. Sebastián Covarruvias Orozco, podremos leer las siguientes definiciones, si bien de la segunda, que es sobrado extensa, sólo copiaré la parte per t inente:
«Notario.—El escribano y oficial público que en juicio y fuera de él escribe los autos judiciales y da fe de ellos. Ant iguamente eran los que escribían con abreviaturas, con gran velocidad.»
«Escribano.—Este nombre se dijo de escribir... Ant iguamente , y antes de que hubiese impresión, ganaban muchos su vida a escribir y copiar libros, y algunos se llamaban notarios, los cuales iban escribiendo con tanta presteza que seguían al que iba orando o recitando, y a éstos llamaron notarios, y por esto les dio Marcial el epíteto de veloces... Llá-manse también notarios los que escribían en los Tr i bunales los autos públicos.»
Refiriéndose a este arte de escribir por notas, o sea a los antiguos taquígrafos, escribía el P. Feijóo al promediar el siglo x v m :
«Una invención envidio mucho a los antiguos, la cual se perdió y no atinó hasta ahora a resucitarla el ingenio de los modernos; ésta es el arte de escribir con un género de notas o caracteres, de los cuales cada uno comprendía la significación de muchas letras; de modo que el que poseía este artificio podía trasladar al papel una oración que estaba oyendo, sin faltar una palabra, y sin que la lengua dejase
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atrás la pluma. De estas notas tomaron el nombre los que se llamaron entonces notarios, y tenían el ejercicio de escribir cuanto se profería en los actos públicos legales. Paulo Diácono dice que Ennio fué inventor de ellas. Plutarco, en la Vida de Catón el Menor, atribuye, no sé si la invención o la publicación, a Cicerón, con el motivo de referir cómo siendo cónsul hizo escribir una oración de Catón al paso que éste la iba pronunciando en la Curia, por unos escribientes a quienes él antes había enseñado el artificio.»
Hasta aquí nos vamos convenciendo de que ambas palabras son rigurosamente sinónimas para el legislador y la gente docta, ya que, con excepción de Valdés, los dos vocablos se usan indistintamente. Mas como para fallar en definitiva hemos de oír a la verdadera par te interesada, o sea al pueblo, vamos a interrogarle para saber cómo opinaba en este asunto, y si confundió alguna vez los que «escriven las cartas de las vendidas e de las compras» con los que escriben «los pleytos e las posturas que los ornes ponen entre sí», como apuntan las Leyes de Partida.
Declaro lealmente que en el paciente rebusco que hice en nuestros clásicos y aun en nuestros hablistas — los que hube a mano, se en t iende—, hasta la mitad del siglo anterior, no t ropecé con pulla o irónica alusión contra el funcionario encargado de dar fe de los contratos públicos, y en cambio almacené buena copia de insultos y diatribas contra los que acompañaban a los jueces para levantar informado-
DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE 2IQ
nes, tomar declaración a los testigos, encarrilar los pleitos, etc., etc.
No abusaré de la paciencia de mis lectores transcribiendo todos los apuntes recogidos; me limitaré a los siguientes:
Dice Cervantes en la segunda parte de su inmortal novela:
«Hubiera untado con ellos la péndola del escribano.»
Y en los Trabajos de Per siles y Segismunda:
«... en oliendo los escribanos que tenían lana los peregrinos, quisieron trasquilarlos, como es uso y costumbre, hasta los huesos.»
En el famoso poema de La danza, de la muerte, dice ésta a los escribanos:
Hiciste mentiras en tus escrituras, porque en lo demás de cuanto escribiste no pones verdades, mas todo figuras.
Don Antonio Enríquez Gómez, novelista del siglo xvn, escribe en la Vida de D. Gregorio Gua
daña :
« . . . , pero tal vez el juez se fía del escribano, y sin tener culpa en el cohecho le culpan en el hecho.»
«Esos escribanos, señor hidalgo, más son escribas que ministros de fe.»
Y más adelante: «Yo, que soy escribano, digo que vuelvo un pleito
lo de dentro afuera.» Quevedo arremetió contra ellos en distintas oca-
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siones, así en verso como en prosa. E n la letrilla VI de la Musa V escribe:
El escribano recibe cuanto le dan sin estruendo, y con hurtar escribiendo lo que hurta no se escribe: el que bien hurta bien vive.
Ha}' muchos rostros exentos, hermosos cuanto tiranos, que viven como escribanos de fes y conocimientos.
En la letrilla XII es aún más expresivo:
El signo del escribano, dice un astrólogo inglés que el signo de cáncer es que come a todo cristiano; es su pluma de milano, que a todo pollo da bote y también es de virote, tirando al blanco de un real, y no lo digo por mal.
Tal vez porque los azares de su vida le obligaron a tratar con más frecuencia de la que él deseare con jueces y alguaciles, corchetes y escribanos, o, pensando menos maliciosamente, porque quiso recoger en sus obras el común pensar, aludió el inmortal autor de La política ele Dios a tales funcionarios en varias de sus obras.
En Las zahúrdas de Plutón escribió: «... y noté que no hay cosa que crezca tanto en
DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE 221
tan poco t iempo como culpa en poder de escribano.»
«¿Has visto tú alguacil sin escribano algún día?»
«... Muchos hay buenos escribanos, y alguaciles muchos; pero de sí el oficio es con los buenos como la mar con los muertos, que no los consiente y dentro de los tres días los echa a la orilla.»
« Y acá dije y o : «¿Cómo no hay ninguno?» «Sí hay — me respondió—; mas no usan ellos de nombre de escribano, que acá por gatos los conocemos» ( i ) .
En la Visita de los chistes dice, glosando una de sus poesías:
«Volaráse con las plumas. Pensáis que lo digo por los pájaros, y os engañáis; que eso fuera necedad; dígolo por los escribanos y ginoveses, que éstos nos vuelan con las plumas el dinero de delante.»
En el Alguacil alguacilado pone la siguiente frase en boca de un personaje, empleando la palabra en tono despectivo:
«Yo no traigo corchetes, ni soplones, ni escriba-nito.»
(i) En la mojiganga que salió el martes de Carnaval del año 1 6 3 7 iba una cuadrilla de escribanos, cuyo letrero decía:
Todos los desta cuadrilla son los gatos de la Villa.
(Memorial Histórico Español, tomo XIV, pág 68.)
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Y, finalmente, en El sueño de las Calaveras:
«Dijeron lo pr imero: «Estos, señor, la mayor culpa suya es ser escribanos.» Y ellos respondieras a voces —pensando que disimularían algo—que no eran sino secretarios.»
«Aunque si no me lastimara a otra parte el afán con que una gran chusma de escribanos andaban huyendo de sus orejas, deseando no las llevar por no oír lo que esperaban.»
En Gil Blas de Sautillaua se lee:
«¿Crees, por ventura, que el caballo en que viniste se ha restituido a su dueño? No. lo creas; hállase en la caballeriza del escribano, donde se depositó como prueba del delito, y yo estoy persuadido de que su amo verdadero nunca volverá a ver ni siquiera la grupera.»
Debía por entonces gozar de poca estima la p rofesión, cuando en el expediente incoado para favorecer con el hábito de Santiago a D. Francisco de Rojas Zorrilla, se dice «que resultó probado el defecto de haber sido escribano el padre del aspirante» ( i ) .
Para terminar estas citas literarias antiguas, copiaré de un libro impreso en 1 6 7 1 , titulado Consejos, el dirigido a los escribanos; dice así:
Evitad siembre borrones en actos, y las postillas no digan son manganillas.
(1) Cotarelo y Mori, Francisco de Rojas, pág. 8 3 .
DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE 223
' Zorrilla, nuestro sin par poeta del siglo xix, aquel que a mi entender encerraba en su trovadoresco laúd todas las hermosuras de la tierra y todas las armonías de los cielos, también hizo sinónimas las voces en que me estoy ocupando, y buena prueba de ello son los siguientes versos, que copio de su piadosísima leyenda A buen juez, mejor testigo:
Escribano, al caer el sol, al Cristo que está en la Vega tomaréis declaración.
Hacia la severa imagen un notario se adelanta, de modo que con el rostro al pecho santo llegaba.
el notario a Jesucristo así demandó en voz alta.
Finalmente, no holgará recordar que en lo antiguo existió el cargo de protonotario, mas no el de pro-toescribano, y que en los actuales t iempos, si en la península española el ministro de Gracia y Justicia ostenta el título de notario mayor del reino, existen varios protonotarios apostólicos desparramados por el mundo.
De las anteriores citas, que no quise alargar por temerle al cansancio del lector, se desprenden varias enseñanzas. En el Fuero Juzgo se habla de escribanos
que en las actuaciones «metien muchas cosas», y ya hemos visto cómo el autor anónimo de los Consejos recomendaba algunos siglos después que no se abu-
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sase de las postillas, que podrían engendrar sospechas de parcialidad o cohecho. En el Fuero Real, con plausible buena fe se pondera el oficio de escribano «para que no hubiese pleitos y contiendas», y al andar el t iempo, Queveclo afirma que hacen crecer los pleitos; Cervantes alude a su venalidad, y Enríquez Gómez disculpa al juez volcando la animosidad del pueblo hacia el infeliz escribano. ¿Y quiérese aún más? Ya por aquellos siglos, y huyéndole a un vocablo que iba siendo sinónimo de desleal, cuando no de ladrón, comienzan a llamarse secretarios los que evacúan las diligencias judiciales.
Teniendo, sin duda, en cuenta todas estas apreciaciones, pudo escribir Martínez de la Rosa su conocido epitafio:
¡En sepulcro de escribano una estatua de la Fe! No la pusieron en vano, que afirma lo que no ve.
Recurramos ahora a la filosofía popular, o sea a nuestro copiosímo refranero, y veamos qué opinaba el pueblo. Una de las colecciones más antiguas es la del maestro Gonzalo Correas; de ella entresaco los tres siguientes, con la explicación que da de ellos el mismo compilador:
«Escribano y difunto todo es uno.» (Porque si el uno no tiene alma, el otro es desalmado. ¿En qué se parece el escribano al difunto? En que no tiene alma.)
«Escribano, p . . . y barbero, pacen en un prado y
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van por un sendero.» (Que todos pelan y rapan por su modo.)
«Escribanos, alguaciles y procuradores, todos son ladrones.» (Ojeriza que se les tiene.)
Otro refrán, registrado por el Comendador Griego, dice:
«Dios te guarde de recipes de médico, de párrafo de legista, de infra de canonista y de etcétera de escribano.»
Otro, no citado por ninguno de estos paremiólo-gos, es :
«Estar mano sobre mano, como mujer de escribano», que Rodríguez Marín comenta diciendo: «Se dijo por suponer el pueblo que los escribanos agencian tanto, que sus mujeres tienen muchas criadas y no necesitan trabajar»; añadiendo al comentario la siguiente copla vulgarísima:
Un pájaro con cien plumas no se puede mantener, y un escribano con una mantiene casa y mujer. — Y dama, si tiene alguna.
Otro reza: «Entró como escribano en el infierno»; «absurdo
— según Juan T a b o u r o t — , pues en el infierno no se encuentra un solo curial, por temer Satanás que le usurparan cetro y corona».
E n oposición a esta idea, escribe el «Dr. Thebus-sem» con aquella sal ática que todos le envidiamos:
i S
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«Refieren varios escritores que San Ivo — patrón hoy en España de los abogados — entró en el cielo sin ser llamado, y que trataron de arrojarle de aquel sitio; pero él manifestó que no saldría sin que un escribano se lo notificase y un alguacil lo lanzara, y como en el cielo no se hallaron ni alguaciles ni escribanos, de aquí la imposibilidad de que San Ivo desalojase el lugar que había usurpado.»
Don Fulgencio Afán de Rivera, en su Virtud al uso y mística a la moda ( 1729) , vierte también el mismo concepto:
«Si te llegaren a proponer el que seas escribano, dirás que naciste para salvarte y no condenarte, porque es oficio muy arriesgado, y si no, ¿cómo
¿Aun teniendo plumas, nunca vuela un escribano al cielo? Y es el motivo, porque le contrapesa el tintero» ( 1 ) .
¿Por qué ni los clásicos registran pulla alguna contra los notarios, ni en el refranero popular se encuentra la más ligera alusión contra tales funcionarios? Pues sencillamente porque ni unos ni otros
' tuvieron motivo de queja contra los depositarios de
( 1 ) Un cantar turolense dice:
En el cielo hay una uva que es para los escribanos;
y como no va ninguno, no le falta ningún grano.
DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE 227
la fe pública, contra los que intervenían en los contratos y redactaban testamentos. Su ojeriza se dirigió siempre contra los secretarios del juez, contra los escribanos del Juzgado, contra los que sabían volver lo del derecho al revés. Y tanto es así, que el pueblo, con esa marrullería desconcertadora a veces de doctos y letrados, inventó el conocidísimo refrán: «Por bueno o por malo, el escribano de tu mano»; indicando con él cuánto contribuye para el buen éxito de un negocio tener de su parte al principal agente de él, y en cambio para ponderar la confianza que le inspiraban los notarios y lo útiles que son para ponerse a cubierto de la mala fe o de perjudiciales olvidos, ideó el otro refrán, no menos conocido que el anterior: «Entre dos amigos, un notario y dos testigos» ( i ) .
Déjeseme batir palmas ante el buen sentido de este pueblo hispano, que con sólo dos refranes borró la sinonimia que no habían logrado extirpar ni las antiguas leyes, ni Váleles, ni cuantos intentaron defender a los escribanos de buena fe de los brutales ataques dirigidos a todo el gremio por las aceradas plumas de nuestros satíricos más insignes, y a este
( 1 ) El célebre D. Casiano Pellicer, hablando de Agustín de Rojas Villandrando, dice:
«... se acogió al oficio de escribano, que, juntamente con el de notario público de la Audiencia episcopal de Zamora, ejerció...», etc. (Tratado histórico sobre el origen, etc., de la comedia en España.)
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buen sentido apelaron, sin duda, los legisladores peninsulares para promulgar la ley de 29 de mayo de 1862, l lamada del Notariado, por la que se cambió por completo la faz de los funcionarios a que vengo refiriéndome, lográndose con ella que quedasen definitivamente separadas la fe judicial de la extrajudicial. Tanto que, según su artículo primero, «notario es el funcionario público autorizado para dar fe conforme a las leyes, de los contratos y demás actos extrajudiciales.»
¿Por qué repugnamos aquí la palabra? ¿Será por la consonancia con la voz que en el idioma del delito, según mi amigo el Dr. Antonio Dellepiane, equivale a hombre honrado?
Descartada esta suposición, pues de admitirla dirigiríamos grave ofensa a las clases cultas y elevadas de nuestra sociedad, por suponerlas capaces de admitir la tiranía de los criminales, queda la primera pregunta, a la que intentaré encontrar contestación admisible, ya que no completamente lógica.
La palabra escribano penetró en el Río de la Plata con el conquistador Garay; el acta de la fundación de Buenos Aires lleva la firma del escribano Xerez, y escribano tuvo S. M. el Rey en estos dominios, y escribano el Cabildo, y el pueblo, por no ser menos, sin duda, tuvo también su escribano, que recibió el subtítulo de público. La palabra adquirió, pues, carta de ciudadanía, y de la ciudad pasó al campo, no siempre con el significado que le asignaban las leyes españolas. «Es el secretario o, como le lia-
DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE 229
man los gauchos, el escribano, el t ramoyista de la comedia», dice el Dr. J. M. Ramos Mejía en su libro Las multitudes argentinas; lo que decir quiere que las gentes del campo tenían más en cuenta, al emplear el vocablo, el modesto oficio de escribiente que las elevadas funciones que según las leyes debía ejercer el depositario de la fe pública. Y véase cómo hemos llegado a dar la razón a los habitantes lugareños, ya que los escribanos de nuestros Tribunales secretarios son, como con este nombre, según recordaremos, querían encubrirse aquellos de que nos habló Ouevedo en El sueno de las Calaveras.
Roque Barcia, en la edición postuma, corregida y considerablemente aumentada, de su libro Sinónimos castellanos, no registra la palabra escribano; en cambio da como sinónimas las voces notario y actuario, que define de la siguiente manera, no sin recordar antes la diferencia que va entre sinonimia y homología:
«Actuario es el que evacúa diligencias, el que inst ruye expedientes, el que acciona, el que activa; más claro, el que actúa.
•¡¡Notario es el que notifica, el que da la noción del asunto, el que lo hace notorio.
»E1 actuario es el agente de la Escribanía. »E1 notario es el instructor.» Para este filólogo, el escribano peninsular y el se
cretario argentino son simplemente actuarios, y fuerza será convenir en que no le falta razón, ya que en estilo forense español, y la definición está consigna-
230 R. MONNER SANS
da en el léxico oficial, actuario es el «escribano ante quien pasan los autos».
Síntesis de todo lo expuesto, que por razones ya aducidas se ha acortado:
I.° Que los actuales secretarios de Juzgado, escribanos son encargados de dar fe en los asuntos judiciales, si bien para no darle la razón a Quevedo y enaltecer la profesión a los ojos del pueblo, para quien son escribanos todos los que escriben, llamá-ralos yo actuarios, de acuerdo con Barcia; y
2 . ° Que los funcionarios depositarios de la fe pública extrajudicial debieran llamarse notarios, voz, como hemos visto, de noble alcurnia, y cuyos pergaminos no puede obscurecer ni manchar la consonancia con la rufianesca voz otario. De ar rumbar vocablos puros de nuestro idioma porque la jerga carcelaria les dio otro significado, cosa sería de arcaizar a centenares las voces, pues por cientos se cuentan las que registra el ya mencionado Dr. Dellepiane en su interesante libro El idioma del delito, las que publica el sobresaliente abogado y literato español don Rafael Salillas en sus libros Hampa y El lenguaje de los criminales, y Bernaldo de Quirós, en colaboración con Llanas Aguilaniedo, en la obra La mala vida en Madrid.
Quien interviene en los tratos entre particulares, quien da fe de la última voluntad de un nacido, notario es; como escribano, y aún mejor actuario, el que auxilia al juez en sus delicadas funciones, y asevera bajo su honrada palabra que verdaderas son
DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE 231
las declaraciones recibidas de los testigos y lo afirmado por cuantos intervienen en el curso de un proceso.
Este es, al menos, mi modestísimo y desautorizado parecer.
(Revista Argentina de Ciencias Políticas, junio de 1911.)
CUESTIONES GRAMATICALES
GARANTO.-EL POR L A — H O M Ó L O G O S
Al Sr. Dr. José Chiola.
Ya que usted gusta de los estudios gramaticales y oyó mi corta polémica con un simpático compañero nuestro, a usted dedico este trabajillo, tendente a probar que mis opiniones en asuntos gramaticales hijas son de un no interrumpido estudio de nuestros clásicos y de las obras de los más afamados gramáticos hispanoamericanos. No tengo la pretensión •— pido a Dios que de ella me libre — de creer que no sean controvertibles mis ideas; mas defiendo éstas con tesón cuando son hijas de profundos gramáticos a quienes respeta y venera el mundo hispanoamericano, ideas que conscientemente se arraigaron en mi cerebro para hacer más fructífera la labor instructiva que el Gobierno de la Nación me encomendara.
Mi estimado contrincante opina que el verbo garantir es anticuado, y, partiendo de esta falsa suposición, entiende que la forma garanto es, por tanto, anticuada y no incorrecta.
234 R. MONNER SANS
En mi Gramática de la Lengua castellana, pág. 1 8 7 ,
se lee lo siguiente : «Abolir sólo se emplea en las formas cuya termi
nación es i o principia por i, dejando de usarse, por consiguiente, en las tres personas del singular y la tercera del plural del presente de indicativo y en el singular del imperativo. En iguales circunstancias están los verbos aguerrir, arrecirse, aterirse, blandir,
empedernir, despavorir, manir, garantir, colorir, pre
terir y algún otro. Es, por consiguiente, grave falta y disparate mayúsculo decir yo garanto, tan frecuente en este país, como lo sería decir abuelo.»
Veamos en qué opiniones me fundo para afirmar lo que transcrito queda, no sin antes hacer notar que el verbo garantir no es anticuado : no figura en el Diccionario de Covarrubias ni en el de Autoridades, y en el de la Real Academia Española puede leerse :
«Garantir, a. Garantizar.» «Garantizar, a. Salir fiador, etc.» La a que estampa la docta Corporación no es abre
viatura de anticuado, sino de activo. Oigamos ahora a gramáticos que gozan de justa
reputación. Dice la Real Academia en su Gramática : «Hay, en fin, varios verbos de la tercera conjuga
ción que, ya por el sentido anfibológico, ya por lo extraño o malsonante de las voces que, conjugándolos, resultarían en algunos t iempos y personas, se emplean tan sólo en aquellas que en sus desinencias t ienen la vocal i; estos verbos son abolir, aguerrir,
DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE 235
arrecirse, aterirse, despavorir, embaír, empedernir,
garantir, manir y quizá algún otro.» Don Rafael Freyre , en su interesante libro Lexico
logía de la Lengua española, escribe :
«Hay varios verbos de la tercera conjugación que sólo se emplean en aquellas personas que en sus desinencias tienen la vocal i; tales son abolir, arrecirse, aterirse, garantir, etc.»
Matías Salieras, en su conocida Gramática razonada de la Lengua española, trata de estos verbos en la siguiente forma :
«Abolir, arrecirse, aterirse, empedernir, garantir, se usan en todas aquellas formas cuya desinencia principia por i.»
Joaquín de Avendaño, siempre estudiado con fruto por cuantos sentimos cariño por la Gramática, dice :
«Abolir, arrecirse, blandir, empedernir, garantir,
manir, suelen sólo emplearse en las desinencias que comienzan con la letra i.»
Díaz Rubio, conocido por los estudiosos por el seudónimo de El Misántropo, en su libro titulado Primera Gramática española razonada, escribe :
«Abolir, blandir, garantir, manir, desmarrirse y despavorir, son regulares, pero defectivos, faltándoles todas aquellas personas en que no entra la i.»
Salvador Padilla, en su reciente obra Gramática histórica de la Lengua castellana, dice lo siguiente :
«Abolir, blandir, manir, garantir, aterirse, arrecir
se, empedernir, despavorir, se conjugan en todas aquellas formas en que siga al radical una z.»
236 R. MONNER SANS
Lorenzo Elizaga, en su curiosísimo libro Los diez mil verbos castellanos, estampa lo que sigue :
«Garantir suele conjugarse únicamente en las desinencias que principian por la letra i.»
¿Que los autores hasta ahora citados son peninsulares? Dejando a un lado que tengo mis dudas sobre la nacionalidad de Elizaga, a quien creo americano, allá van unos cuantos pareceres de gramáticos nacidos en el continente colombino.
Leo en la Gramática de la Lengua castellana de Bello, comentada por Cuervo, americanos ambos :
«Así como las formas que faltan a blandir y garantir se suplen con las de blandear y garantizar,
que son completos, las que faltan a otros verbos defectivos se suplen, etc.»
Y por nota se agrega : «Muchos escritores americanos han usado las for
mas garanto, garanta, que no han tenido aceptación hasta ahora.»
El eminente venezolano Rivocló escribe en uno de sus sabrosos Entretenimientos gramaticales :
«Sabido es que los verbos defectivos terminados en ir sólo se usan en las inflexiones en que la terminación es i o principia por i, y a veces ni aun en todas ellas. Las formas que son inusitadas se suplen en algunos con las de sus afines en ar, ear, ecer, izar; tales son fallar..., garantizar.»
En las Curiosidades gramaticales del cubano Ramón Martínez y García se dice :
«Abolir, aguerrir, arrecirse, aterirse, blandir, empe-
DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE 237
dernir, garantir, manir, desmarrirse y despavorirse se conjugan sólo en aquellas personas que tienen i en la terminación.»
El colombiano Emiliano Isaza, en su Diccionario de conjugación castellana, dice del verbo en cuestión lo s iguiente:
«.Garantir. Este verbo es defectivo, y sólo se usa en las formas cuya terminación es i o comienza por i; las demás se suplen con las correspondientes de garantizar. »
Más explícito es aún en su Gramática práctica de
la Lengua castellana.
Oigámosle: «Hay otros verbos de la tercera conjugación que,
a semejanza de abolir, están reducidos a las terminaciones en i o que principian por i; tales son aguerrir, arrecirse, atetarse, despavorir, empedernir, colorir, ga
rantir, manir. Ni todas las terminaciones que principian por i pueden usarse cuando la i hace parte de un diptongo; pues aunque el oído no extraña abolió, aboliese, le chocarían sin duda aterió, ateriese. Mas para suplir las formas que a estos verbos faltan se echa mano casi siempre de verbos terminados en ecer, ear, ezar, como empedemecer, colorear, garan
tizar. »
Dejo de transcribir otras apuntaciones ya tomadas, porque la tarea va resultando sobrado fatigosa. Las antecedentes citas creo demostrarán a usted plenamente que lo aseverado por mí en mi Gramática en curso, se ajusta al parecer de verdaderas autoridades
E. MONNER SANS
en estos estudios; y que, en síntesis, ni garantir es defectivo ni debe decirse yo garanto.
El por la. — «El artículo masculino el (según uso constante y por razón de eufonía) se puede juntar a substantivos femeninos que empiezan con la vocal a acentuada, o con h muda seguida de la misma vocal, s iempre que éstos no sean nombres propios de mujer.»
En las frases anteriores, que copio de la Gramática de la Real Academia, se sienta una verdad a medias, la que aparece entre paréntesis; pero se le da al estudiante o al estudioso una falsa idea: la de creer lo que aseveran también otros gramáticos, esto es, que el artículo la se ha convertido en el por razón de eufonía. A este cambio llaman algunos tratadistas substitución del artículo.
En mi Gramática — octava edición — después de transcribir lo que dice la Real Academia, agrego :
«Bueno será advertir a los estudiosos, de acuerdo con Unamuno y Mugica, que no hay tal cambio de artículo. La forma femenina antigua era ela, forma que perdió la e, y así decimos la casa; pero en los nombres que comienzan por a ésta se fundió con la final del artículo, conservándose, por tanto, la inicial de dicho artículo; y así, en vez de decir ela agua, ela alma, se dijo el agua, el alma.»
A u n cuando en las frases transcritas aparece sinte-
DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE
tizada la teoría científica, síntesis forzosa en una obra elemental, apelaré a indiscutibles autoridades para demostrar que no fué mi aserto a humo de pajas.
Dice Bello : «Antiguamente el artículo femenino de singular era
ela. Díjose, pues, ela agua, ela águila, ela arena; y confundiéndose la a final del artículo con la a inicial del substantivo, se pasó a decir y escribir el agua, el águila, el arena. De aquí proviene que usamos, al parecer, el artículo masculino de singular antes de substantivos femeninos que principian por a.»
Comentando esta opinión dice el eminente colombiano Cuervo":
«Las formas antiguas del artículo definido adjetivo eran el, ela, elos, elas, como se ve en estos versos del Alejandro :
Por vengar ela ira olvidó lealtad. Fueron elos troyanos de mal viento feridos. Exian de Paraíso elas tres aguas sanctas.
En la versión castellana del Fuero Juzgo leemos : «De las bonas costumes nasce ela paz et ela concor
dia.» «Todos querían para sí retener elos príncipes.» Como nuestro el femenino es el antiguo ela, parece
que deberíamos señalar la elisión del a escribiendo el'alma, como en francés lame y en italiano lanima.
Ya antes que Bello y que Cuervo había dicho el alemán Federico Diez ( 1 7 9 4 - 1 8 7 6 ) en su monumental Gramática histórica:
«El uso de el delante de las voces femeninas es de-
240 R. MONNER SANS
bido, según la afirmación de Delius Jahrb IX, 9 5 , a una elisión de la a en la antigua forma ela : el águila por el'águila.»
Que las formas del artículo antiguo eran elo, ela, elos, elas, parece ya definitivamente demostrado. El colombiano Marco Fidel Suárez, comentando a Bello, nos da a conocer la opinión al respecto de Ticknor y Max Müller.
E n más modernos tiempos, el erudito Menéndez Pidal, reconocida autoridad en estas materias, habla extensamente del nacimiento de nuestro artículo determinante , en su libro Cantar de Mío Cid. Texto, Gramática y Vocabulario; y con no menos precisión, pero con mayor claridad, en su Manual elemental de Gramática histórica española. A ambas obras remito a usted, pues las transcripciones, por lo extensas, lograrían aburrir a los lectores.
Opina lo mismo que Diez, Bello, etc., etc., el señor Salvador Padilla, autor de una compendiada Gramática histórica de la Lengua castellana, y Miguel Una-muno, quien, en nota que se lee en la Gramática del castellano antiguo, de mi admirado Mugica, resume así la buena teoría :
«La regla, bien formulada, acerca de la colocación de la primera mitad (el) del antiguo artículo femenino (ela) ante nombres que empiezan por a, verbigracia, la abundancia, es ésta. Los nombres femeninos que empiezan por a acentuada (a en sílaba, tónica) llevan ante sí la primera mitad del artículo femenino ela; ejemplo: el águila.-»
Í>É GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE 2 4 I
Dígame usted ahora, mi buen amigo, después de leído lo que de escribir acabo, si anduve desacertado al consignar en mi Gramática lo que antes copié, y si no hago bien en demostrar sintéticamente en mi libro, y después más ampliado de viva voz, que no hay tal substitución de artículo y que el el de el agua no es más que la apócope del antiguo artículo femenino ela.
* *
Y llego, por fin, a los homólogos, por mí apadrinados y negados en absoluto por mi ilustrado compañero.
Comenzaremos por definir la palabra para luego demostrar que no huelga en Gramática, y que no son lo mismo términos sinónimos que términos homólogos.
La Real Academia define así la voz : «Homólogo. Lóg. Dícese de los términos sinónimos o que significan una misma cosa.»
Vea ahora cómo define la palabra sinónimo : «Dícese de los vocablos o palabras que tienen una misma o parecida significación.»
De ambas definiciones, harto deficientes las dos, se desp rende :
l.° Que hay palabras que tienen una misma significación.
2. 0 Que hay palabras que tienen una parecida significación.
1 6
242 R. MONNER SANS
3 . 0 Que al decir «vocablos o palabras» claramente afirma que ambas voces tienen en este caso una misma significación.
A estos vocablos, a estas palabras, a estas voces, a estos términos, llaman las autoridades que luego c i taré homólogos, dejando la palabra sinónimo para las voces de parecida significación.
Mi estimado compañero afirmaba, y yo con él, que no hay voces sinónimas, en el sentido que a esta voz daban los gramáticos antiguos; pero como existen algunas, aunque pocas, que son de exacto significado, a estas tales se les dio el nombre de homólogos o términos equivalentes.
¿Está bien hallada la voz? Veámoslo. Significa : en Anatomía, partes idénticas de nom
bre y de funciones; en Filosofía se dice de los términos sinónimos o que signifiquen una misma cosa; en Música, sonidos que guardan entre sí las mismas relaciones de intervalos, y en Química son cuerpos homólogos las substancias orgánicas que desempeñan las mismas funciones y siguen las mismas leyes de metamorfosis.
De acuerdo con estas ideas, y estableciendo la lógica diferencia que debe haber entre voces de significado igual y voces de parecido significado, digo en mi Gramática:
«Homólogos, o términos equivalentes, son dos o más modos distintos de nombrar un mismo objeto o expresar una misma idea.
»Sinónimos son aquellos términos o voces que,
DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE
con apariencia de equivalentes, ofrecen, sin embargo, en su uso diferencias quizás pequeñas, pero claras y conocidas.
«Preséntanse casos no solamente de dos, sino también de tres, cuatro y aun mayor número de términos equivalentes u homólogos, como, por ejemplo :
«Aceituna y oliva. «Carnaval y Carnestolendas. «Bacalao, abadejo y curadillo. «Himeneo, boda y casamiento. «Beodo, borracho, ebrio, espita y temulento. «Diablo, diantre, demonio, demontre , pateta, Luci
fer, Luzbel, Satanás y mandinga. «Gólgota y Calvario. «Pleder y apestar.» Claro está que para afirmar en mi libro lo que
acabo de copiar, debí tener en cuenta no sólo el propio criterio, sino el parecer de reconocidos maestros. Me permitiré llamarlos a juicio para que depongan en pro o en contra, o sea, leeremos lo que al respecto han escrito para que nos ilustren.
Covarrubias, el inmortal autor del pr imer Diccionario de la Lengua castellana, no habla de homólogos, voz entonces desconocida; pero define con rigurosa exactitud los sinónimos, que para él «son dos nombres o verbos que significan una misma cosa, con alguna diferencia de más o menos.»
Confieso que me agrada más esta definición, dada trescientos años atrás, que la que nos da hoy la Real Academia. En aquélla se deja abierta la puerta para
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que puedan pasar los homólogos] en la de de la docta Corporación se engloban sinónimos y homólogos.
Oigamos al erudito Campmany: «Otro de los riquísimos tesoros de nuestra lengua
es el gran caudal de sinónimos; es a saber, de aquellas voces de una misma especie que, siendo idénticas entre sí respecto a la significación objetiva de la idea principal que todas representan, son distintas en cuanto a la significación formal de la idea accesoria que cada una determina y caracteriza. Por consiguiente, no hay rigurosos sinónimos en el sentido riguroso que hasta ahora nos habían explicado nuestros gramáticos, que sin aumentar el número de las ideas multiplicaba sin necesidad el de las palabras.»
Para Campmany, pues, no existen los homólogos, y las voces sinónimas ofrecen siempre entre sí notable, aunque pequeña diferencia.
Años más tarde, Monláu afirmaba que «si dos vocablos significasen idénticamente la misma cosa, tendríamos dos signos diferentes para una misma idea, lujo absurdo que ninguna lengua se ha permit ido jamás».
Sin duda, nuestro insigne filólogo, en lo que acabo de copiar, no hizo más que glosar la siguiente idea de Dumarsais. Escribió éste:
«Si hubiese sinónimos perfectos — llamados hoy homólogos—, habría dos lenguas dentro de una misma lengua; cuando se ha llegado a obtener el signo exacto de una idea, no se busca otro.»
Ya rebatiré luego esta opinión; continuemos con
DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE 245
Monláu, quien a pesar de que lo afirmó, y como si se arrepintiera de su intransigencia, añade luego:
«Parecen perfectamente iguales: «Aceituno y olivo. »Agudez y agudeza. «Abecedario y alfabeto. »Almodí y almudí. «Detalle, detall y detal. «Entraña y viscera. »Pato y ganso. «Vidrio y vidro.» Y sin embargo hay entre ellos las diferencias que
establecen la edad del vocablo, su forma, su origen, su uso, etc., por lo cual no pueden usarse indistintamente en todos los casos.
Con el mayor respeto debo afirmar que si no hubiese entre los sinónimos más diferencias que las que nota Monláu entre las palabras copiadas, sería cosa de afirmar que los sinónimos rigurosos, o sean lor homólogos, alcanzan a un número crecidísimo. El que una palabra esté arcaizada, el que su uso sea poco frecuente, porque el pueblo haya encontrado otra voz a su parecer más sonora, la misma edad del vocablo, no son argumentos convincentes. De lo que se trata es de saber, prescindiendo de edad, forma, origen y uso, si hay voces de exacto significado, así como las hay de parecido significado.
Dice Sanmart í en la decimoquinta edición de su Gramática:
«•Homólogos o equivalentes son las dicciones que
246 R. MONNER SANS
tienen estructura diferente y significado igual: aceituno y olivo, ateo y ateísta; tontada, tontedad, tontería
Y tontuna.»
Oigamos ahora a dos autoridades modernas : una americana y otra peninsular; ambas dedicaron varias páginas a esclarecer el punto que nos preocupa. Sintetizaré en cuanto me sea posible las opiniones de ambos maestros.
Habla Rivodó, eminente gramático venezolano: «Homólogos o términos equivalentes. No tratamos
aquí de los sinónimos propiamente dichos, sino de los términos equivalentes; esto es, dos o más modos distintos de nombrar un mismo objeto o expresar una misma idea.»
Y a renglón seguido da ejemplos de varios términos equivalentes, y como se presentan casos de dos, tres y aun mayor número de homólogos, los pasa en revista llegando a encontrar doce palabras homologas para expresar el mismo concepto.
Ampliando su idea, agrega los luminosos párrafos siguientes:
«Generalmente se dice que no hay en el idioma dos palabras que tengan exactamente el mismo significado, pero esto es un error manifiesto. Lo más que podría asentarse sería que no sea permitido usarlas indistintamente en todos los casos.
»Es también de notar que algunas hay que son equivalentes en una de sus acepciones, y no en otras. Tal acontece entre dicción, voz y palabra.
»Suele igualmente acontecer que la una sea anti-
DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE 247
cuada o inusitada, y la otra sea voz de uso corriente. (Diríase que contesta a Monláu.)
»Por lo regular, una es la expresión literaria, culta, técnica, científica, poética, y la otra es la palabra de uso vulgar. De ahí la calificación de voces eruditas y voces populares.»
Ahondando en el tema, el infatigable rebuscador demuestra que hay casos en que el equivalente de una voz no es otra voz, sino una yuxtaposición o una frase, y lo demuestra con ejemplos; y conforme en esto con Monláu, afirma y prueba que las voces homologas provienen unas veces de la misma et imología y otras de diversas. Por fin trata de los nombres propios personales, que ofrecen rarísimas homologías.
Cedamos ahora la palabra a un autor peninsular, al erudito y cáustico José María Sbarbi, uno de los más profundos conocedores de nuestra hermosa lengua. Seis páginas de muy menuda prosa dedica a demostrar que hay verdaderos sinónimos, o séase que existen homólogos, llegando en su argumentación a desafiar a cualquiera a que le pruebe la diferencia que existe entre añalejo, burrillo, cartilla, epacta, gallofa y diatal; junípero y enebro; bisílabo y disílabo; ascua y brasa; almanaque y calendario; suficiente y bastante; cucaracha, curiana y corredera, etc., etc., porque la lista es larguísima.
«No se me oculta — dice luego — que, dadas dos voces exactamente sinónimas, la una suele no ser tan usada como la otra, cual sucede con can y perro; ni
24S R. MONNER SANS
tampoco desconozco que algunas, aun cuando de uso corriente en la actualidad, no son empleadas arbitraria o indiferentemente, pues nadie dice hambre perruna ni tos canina, sino hambre canina y tos perru
na. Al ver semejante disconformidad, me hallo en el caso de decir que esto no pasa de ser uno de tantos caprichos de que hace alarde el despótico uso, etc.»
Finaliza el admirado autor de Doña Lucía el trabajo que después de varios años acabo de releer, con estas atinadas observaciones:
«Creo que a medida que vayan pasando los años y desapareciendo con ellos las distancias, a beneficio de los más rápidos medios de comunicación, la lengua castellana se irá haciendo más y más española, hasta llegar a serlo por completo al recibir progresivamente en su seno un caudal considerable de términos provinciales idénticos en valor a otros que poseyera de antemano. ¿No cuenta ya con azucarillo, bolado y esponjado, y tal vez también con panal, en la acepción todos cuatro de azúcar rosado, como se llamó en lo antiguo?»
Y adviértase que el aplaudido autor del Ambigú literario no tuvo en cuenta los muchos americanismos que pueden aspirar a que el Diccionario oficial les abra la puerta, ya que de este honor gozan en la actualidad no pocos provincialismos peninsulares.
Resumen : en los sinónimos hay diferencias; en los homólogos o términos equivalentes no las hay; y como éstos no son en tan corto número como creen algunos, conviene tratar de ellos de un modo espe-
DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE 249
cial a fin de llegar a la conclusión a que arribaron los modernos tratadistas, o sea que hay dos o más voces que expresan exactamente una misma idea, voces que podrían llamarse sinónimos absolutos, por ser absolutamente igual el significado. Pero si ya tenemos la voz homólogo, ¿para qué recurrir a dos palabras para nombrar lo que podemos con una sola?
¿Quiere usted decirme, amigo mío, qué diferencia hay entre nosotros garantimos y nosotros garantizamos? Ninguna, cier tamente. ¿Y entre aguzanieve, chirivía y pizpita? Tampoco existe, como no la hallará ciertamente entre diablo, demomio, Luzbel, pateta, patillas, mandinga, etc., aunque esta voz no figure en el Diccionario ele la Real Academia.
Usted ya sabe cuánta es mi afición por los estudios paremiológicos, pues en verdad creo que encierran los refranes la sabiduría de las naciones. Pues bien: antes que a ningún gramático se le ocurriese pensar en que existiesen voces homologas, ya el pueblo las daba por reales, cuando decía, y aun dice:
«Hiede que apesta.» «Olivo y aceituno tocio es uno.» «Ganso, pato y ansarón, tres cosas suenan y
una son.» Leído cuanto antecede, si su paciencia llegó a tan
to, creo se habrá convencido de que mis afirmaciones no eran hijas de momentáneo capricho, sino el resultado de lecturas bien digeridas. Respeto mucho a los antiguos maestros y me descubro ante el más humilde y modesto gramático de los pasados t iem-
250 R. MONNER SANS
pos; pero a la par atento estoy a cuanto se va publicando y a mis noticias llega, y me lo proporciono y lo saboreo, ansioso, no de dar al traste con lo de antaño por el hecho de ser viejo, pero sí de modificar opiniones o pareceres sobre asuntos no bastantemente estudiados en pasados t iempos.
Recordará usted, estimado amigo, que compelido a ofrecer en el acto ejemplos de homólogos, expuse los tres siguientes:
Olivo y aceituno. Diablo, demonio, Lucifer, etc. Casamiento y matrimonio. Como de los dos pr imeros se ha hablado ya, paso
a tratar de casamiento y matrimonio, a los que no sin cierta impudicia se les agrega enlace, rechazado hoy por las personas de gusto refinado en materias de lenguaje.
Dice la Real Academia: «•Casamiento. — Contrato hecho entre hombre y
mujer con las solemnidades legales para vivir matri-monialmente.»
«Matrimonio. — Unión perpetua de un hombre y una mujer libres, con arreglo a derecho.»
«Enlace. — Parentesco, casamiento.» Si no ha olvidado usted lo asegurado por Sbarbi,
adivinará que en muchas ocasiones son homologas las tres palabras, y que se puede invitar a los amigos de los contrayentes a presenciar la ceremonia del casamiento o del matrimonio.
Si he de referirme a mi compañera, huyendo del
DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE
cursi y antipático mi señora, por las razones ya aducidas en mi libro Notas al castellano en la Argentina,
diré: mi mujer, mi esposa, palabras ambas rigurosamente sinónimas, o sea homologas.
Paréceme que cuanto he escrito, que aun pudiera ampliar si se me hurgara, prueba plenamente que una cosa son los sinónimos y otra los homólogos, como creo que leyendo mucho, compulsando autores y estudiando un poco, se van saboreando bellezas ignoradas, y se adquiere la difícil habilidad de hacer agradable el estudio de la Gramática, de esa asignatura anatematizada por quienes no pasaron de sus elementos, privándose, al no profundizarla, de experimentar los puros goces que su conocimiento proporciona.
De mí diré a usted que lamento mucho que mi texto, modesto por ser mío, no sea el más metódico y el más nutrido de ideas entre los que circulan, pu-diendo asegurarle, y esto les consta a algunos compañeros míos, que he aceptado, durante los años mediados entre la primera edición y la octava en curso, varias observaciones tendentes a modificar conceptos, precisar definiciones o corregir ligeras oscitancias, y que hoy experimento un verdadero pesar al no poder diferir en ninguno de los tres temas al parecer de mi querido compañero y amigo, que sólo por momentánea preocupación hubo de combatir lo afirmado verbalmente por mí.
Una duda me asalta al terminar este ya largo escrito, y es la de si mi colega se propuso tan sólo, al
2 j 2 E. MONNEE SANS
controvert irme, t irarme de la lengua, como vulgarmente se dice. Si así fuere, se lo agradecería también, porque la ligera discusión sostenida me ha obligado a refrescar ideas y me ha permit ido escribir a usted esta carta abierta, delatora de la sincera simpatía que por usted siente su muy atentísimo y seguro servidor.
(Revista de la Universidad, febrero de 1 9 1 2 . )
CAMBIAR IDEAS.
Señores redactores de la «Revista del Centro de Estudiantes».
Colegio Nacional de Buenos Aires.
Presumo que antes de resolver la publicación de esta hoja periodística se reunirían ustedes, cambiarían ideas, y después de tomar algunas medidas conducentes a asegurar la vida futura de la revista, acordaron a una voz que al público saliera pregonando su valentía y buen deseo.
Y, ya lo ven ustedes, «al primer tapón, zurrapas». Me favorecen pidiéndome un artículo de colaboración, suponiendo, dejándose engañar por fama mendaz, que lo que escribir lograra estaría siquiera escrito en regular castellano, y las primeras líneas que salieron de los puntos de mi pluma escritas van en jerigonza, en jerga, en bárbaro.
Porque releído el pr imer párrafo, advierto que cambiar ideas es un disparate de tomo y lomo, y no me convencerán de su casticismo aunque me lo prediquen frailes descalzos. A b r o el Diccionario oficial y leo y copio :
«Cambiar.—Trocar una cosa por otra, mudar, variar, alterar, etc., etc.»
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Cambiamos dinero, de domicilio, de ocupación, etc. Los clásicos nunca usaron el verbo cambiar como neutro, lo que vale decir que lo emplearon siempre como transitivo. Extremando la lógica, el individuo cambia de opinión, pero no puede cambiar su opinión por la ele otro, so pena de que el t rastrueque resulte inconcebible, pues este otro debería quedarse con el parecer del pr imero.
Sé que alguien que sabe donde le aprieta el zapato ha zamarreado donosamente la frase que censuro, mas no recuerdo quién, ni tengo t iempo para averiguarlo. Basta a mi intento dar la voz de alerta a los que gustan de estos tiquismiquis lingüísticos.
¡Tomar medidas! ¡Otra te pego, Mateo! ¡Si Baralt viviera! Antes tomaban medidas sastres y zapateros, modistas y corseteras, arquitectos y agrimensores. H o y toma medidas todo el mundo, desde el Gobierno hasta el último zascandil. No hay conflicto en perspectiva, hecho anormal, acontecimiento imprevisto que no exija en seguida que se tomen medidas para resolverlo, encauzarlo o siquiera atenuarlo.
Como al buen entendedor con media palabra basta, pongo ya punto en boca, habiendo demostrado a ustedes con estas líneas dos cosas a cual más importantes, al menos para mí, y es que mi colaboración había de resultar ñoña y molesta y que, a pesar de este convencimiento, ha tenido empeño en complacerles su seguro servidor.
(Revista del Centro de Estudiantes, octubre de igi2.)
ETIMOLOGÍAS
PERRO
¿Cuál es la verdadera etimología de esta palabra? Porque es el caso que entre unos y otros me han
metido en un mar de confusiones, del que, lo confieso no sin vergüenza, no acierto a salir.
Abro el Covarrubias y leo : «... por su calidad ígnea se llamó perro: de pyr,
ignis, etc.» Tomo la duodécima edición del Diccionario oficial
y copio de la voz perro : «¿Del zendo vekrka, lobo?» Y de la decimotercia edición : «¿Del bajo latín canis petronius, perro de ganado;
del latín petro, carnero?» De suerte que la misma docta Corporación abriga
sus dudas al respecto, y se limita a preguntar, en la primera de las citadas ediciones, si viene del persa, y en la segunda si del latín.
Eduardo Echegaray, autor de un estimable Diccionario general etimológico, abriga también sus dudas, pues obligado a consignar la etimología de cada voz,
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lo hace con la timidez que revelan las siguientes preguntas :
«¿Del zendo vehrka, lobo? ¿Del árabe dirá (?), lobo? ¿Del bajo latín petruncuhts canis?»
Por su parte, el infatigable Mugica escribe : «Perro: etimología persa, dice la Academia. Knapp
cree patrio (como sapiat, saipa, sepa), paitro, petro.
Pero aquí Knapp tropieza con la voz Pedro (nótese que no hay Pedra, sino Petra), y acude a una ley morfológica francesa, según la cual tr=rr. Se apoya además en patula (extensa), patla, patra, parra. Pe-rrín es el apellido de un actor cómico; acaso Pedrín, que dicen los chicos en la frase «Me c... en San Pedrín.» (Dialectos castellanos.)
La ley morfológica a que se refiere Knapp no es privativa del francés, pues la tenemos también en castellano. Véase si no :
De pa-dr-e, hacemos pa-ter-no, pa-tri-monio,
pa-rr-icida.
D e p i e - d r - a , hacemos pe'-tr-eo.
De Pe-dr-o, Pe-tr-ona.
Flojeando la erudita obra de D. Estanislao Sánchez Calvo, titulada Los nombres de los dioses, tropiezo con el luminoso párrafo siguiente :
«No hay nada en el mundo que tenga tanta vida como las palabras. En aquellas que Platón no puede resolver, en - A O U J V , knón, perro; en uSwp, udor, agua, y sobre todo en itop, pyr, fuego, se nota esa especie de inmortalidad. El chino kouen, el sánscrito c.van, el aryaco kuum, el griego v.uwv, el latín canis, el céltico
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cu, el francés chien, el alemán liund, el español can, se elevan todos, como cha-cu-rra, éuscaro, forma aglutinada ya de una más primitiva, a otra cuyo núcleo es ese cu o gu, onomatopeya del ladrido.»
Por su parte, Littré explica de la siguiente manera la etimología de la palabra chien :
«Picare!, kieu, et, dans le Sauterre, tchén; rouchi, tien; wallon, chcu; Berry, chen, chin; chian, chine,
chienne; Santouge, chein et cheune, chienne; bour-guig., chen; p rovenc , can; ital., cañe, du latin, canis; au m i m e radical appart iennent le grec v.uiuv le gaé-lique cu, le bas-breton ki, le gothique hunts (allemand líuud, anglais hound), le lithuanien, szu; le zend, epa; le sanscrit, svana.i>
De ambas citas deduzco, dejando a un lado cuanto se refiere a la voz can, que quizás tuvo razón Cova-rrubias en suponer que es pyr el origen de la voz
perro. En t re el zendo o el griego, me quedo en este caso con la procedencia helénica.
Que Pedro tenga el mismo origen que perro no he de discutirlo, y menos con un romanista de la talla de Mugica; mas como opinar podemos todos, diré que Pedro me recuerda el Petrus, piedra (de ahí
pétreo, Petra, Petroua, petrificar, etc.), y perro el pyr
de los griegos. Galinclo y Vera, en su curioso libro Progreso y
vicisitudes del idioma castellano, al tropezar por vez primera con la palabra en que me ocupo, escribe:
«Afirman algunos que la palabra perro viene de la griega pyr, por el temperamento seco de estos ani-
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males. Otros suponen que se deriva del latín a pede rodeudo. Hemos oído decir a una persona competentísima en la materia que la creía céltica.»
Si perro es cu en céltico, a esta voz corresponde la de can en castellano, que es lo que nos han dicho Sánchez Calvo y Littré.
En mi libro, ya bastante adelantado, El perro en el idioma castellano he de volver sobre este extremo; debiendo confesar ahora que las anteriores líneas fueron escritas, no con el deseo de demostrar pacientes lecturas, sino con el de que los Mugica, los Hui-dobro, los Robles, los Toro y Gisbert, los Aicar-do, etc., me ilustren con sus observaciones.
(El Lenguaje, revista de Filología.—Madrid, febrero de 1913.)
CELESTINA
Ele aquí una palabra que anduvo peregrinando más de trescientos años en las mentes españolas e hispanoamericanas, sin poder hallar sitio en el Diccionario oficial hasta el año 1899, en que la Academia resolvió su admisión, en la decimotercia edición de su léxico, como sinónima de alcahueta, pero asqueando su etimología.
¡Y cuidado si era fácil dar con ella! A b r o el poco consultado Tesoro de la Lengua cas
tellana o española, de Covarrubias, copiado pocos años después por Alderete , y leo :
«Celestina.—Nombre de una mala vieja, que le dio
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a la tragicomedia española tan celebrada. Díjose así cuasi scelestina a scelere, por ser malvada alcahueta embustidora; y todas las demás personas de aquella comedia tienen nombres apropiados a sus calidades. Calixto es nombre griego, pulcro; Melivea vale tanto como dulzura de la vida, miel, vida. Éstos son los personajes principales de la obra.»
Ahora bien: de esto resulta que celestina viene del latín scehts, -ris, grande, disforme, pecado, maldad; y aún más ampliado el origen, de scelestus, a, um, cosa cargada y llena de grandes y disformes pecados, substantivos ambos que tienen larga progenie. Scele-rante, sceleratus, sceleritas, scelero, sceleste, etc., palabras en las que domina siempre la idea del primitivo.
Si de la etimología, que como se ve es perfecta, pasamos al uso que de la palabra han hecho clásicos y hablistas modernos, podría acumular tantas citas que su lectura causaría enfado. Véanse algunas :
En el Vejamen, de Anastasión Pantaleón de Ribera, leo :
«... y vi que le habitaba un hombre moreno de rostro y azul de traje; sus grigüescos eran tan justos que merecieron ser celestes; su ropilla, ni sé si por el color o la vejez, era celestina.»
Juan Navarro Espinosa, en su Entremés famoso de la Celestina, no sólo, como se ve, usa la palabra en el título, sino que crea el caprichoso verbo celestini-zar, cuando dice :
Pues ya las tías y suegras de oficio cehstinizan.
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El célebre D. Antonio de Mendoza escribe en uno de sus donosos romances :
Tenga vergüenza en mal hora, que esas gloriosas boquillas, cansadas de ser celestes, ya se han vuelto celestinas.
E. Carrére, en El espadín del Caballero guardia,
siguiendo el ejemplo de Navarro, inventa otro derivado de la palabra al decir: «... aparecía el perfil celestinesco de la doncellona sobornada», citas que no amplío para no fatigar a los lectores; de lo que se deduce que el vocablo tenía derecho a figurar en las ediciones del Diccionario oficial, y que en la edición en curso debía haberse estampado su etimología.
Littré, al tratar de la palabra scéle'rat, dice : «De sceleratus de scelus, crimen. En el siglo xvi se
decía scelerá; scelerat (que en francés equivale a criminal) es un latinismo o un italianismo (scclerato).»
De scelerat nacieron sce'le'ratesse, sce'lératisme.
En el Vocabulario della lingua italiana, de Giovanni Gherardini (seis tomos; Milano, 1878), no encuentro la voz scelerato, indicada por Littré, pero hallo el verbo scelerare, verbo activo que significa «contaminar, manchar con crímenes»; sirviendo estos dos recuerdos para probar que en los tres idiomas (castellano, italiano y francés) la palabra celestina tiene el mismo origen, y que en los tres, díganlo o no sus Diccionarios, dio lugar a lá formación de derivados.
CEl Lenguaje, revista de Filología.—Madrid, noviembre de 1913.)
DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE 2 6 l
ESPLÍN
Dice el Diccionario de la Real Academia : «Del inglés spleen. — H u m o r tétrico que produce
tedio de la vida.» Algunas líneas antes había escrito : «Esple'nico, del griego. — Perteneciente o relativo
al bazo.» Ojeando y hojeando el Diccionario de Autoridades,
ha nacido en mi ánimo una duda. ¿Piafaremos tomado, conforme indica la Real Academia, la palabra del inglés, o será precisamente lo contrario, que el inglés la ha tomado de nosotros? Veamos .
En el citado Diccionario de Autoridades leo : «Splénico, ca.—Adjetivo que se aplica a los vasos
del bazo. Mart. Anot . Complet. Indic. Lat. Spleni-cus, a, um.»
Esta palabra spléuico aparece ya con la e antepuesta en el Diccionario de la Academia de 1 7 8 3 ; y en el de la misma Corporación de 1 7 9 1 , además de esta voz figura otra nueva: «Esplene'Hco, lo perteneciente al bazo.»
En latín tenemos : Splen, is. — El bazo. Spleuicus, a, um. — Enfermo del bazo. Splenium, ii. — La hierba espiono, medicinal para
el bazo. Palabras las tres que dieron lugar al nacimiento de las siguientes voces castellanas :
Esplenectomía. — Extirpación del bazo.
262 R. MONNER SANS
Esplenectómico.—Relativo a la extirpación del bazo. Esplenético.-—Se dice de las personas sujetas a las
afecciones del bazo. Esple'nico. — Concerniente o relativo al bazo. Esplenitis. — Inflamación del bazo. Esplenocele. — Hernia del bazo. Esplenografía. — Descripción del bazo. Esplenográfico. — Relativo a la Esplenografía. Esplenógrafo. — El que se dedica al estudio de la
Esplenografía. Esplenoideo. — Que tiene la apariencia del bazo. Esplenología. — Tratado acerca del bazo. Esplenológico. —Relativo a la Esplenología. Esplenologista. — El que se dedica a la Espleno
logía. Esplenoncia. — Infarto o ingurgitación del bazo. Espleroparectamo. — Aumen to de volumen del
bazo. Esplenopatía. — Enfermedad del bazo. Esplenorragia. — Hemorragia del bazo. Esplenotomía. — Disección del bazo. Esplenotómico. — Relativo a la Esplenotomía o di
sección del bazo. A n t e tal cúmulo de palabras derivadas fundamen
talmente del latín splen, surgió la duda a que antes me referí, duda que, lejos de disiparse, se arraigó aún más al abrir el Diccionario inglés y l ee r :
«Spleen. — Bazo, par te del cuerpo que está en el hipocondrio izquierdo.»
Y como, según mis vulgares conocimientos médi-
DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE 263
eos, el hipocondrio segrega un humor que engendra la hipocondría, deduzco :
l.° Que esplín es sinónimo de hipocondría; y 2° Que no procede del inglés, sino del latín, y
que es voz muy antigua.
(Revista de Derecho, Historia y Letras, noviembre de 1913.)
LENGUA Y LITERATURA ARGENTINAS
El tema no puede ser más tentador para quien ha pasado cerca de cinco lustros oyendo hablar un castellano estropeado y leyendo libros, folletos y per iódicos de los que se alejó, sin duda enojado, el elegantísimo corte del idioma español. Mas aseverado lo que antecede, cabe afirmar, sin temor de verse desmentido, que media enorme diferencia entre lo que ayer se escribía y lo que se escribe hoy; los mismos que por una mal entendida independencia hacen gala en sus conversaciones de ridiculizar el amanerado estilo de Valera o de Pereda, por ejemplo, liman y pulen cuando escriben lo que va brotando de su pluma, siquiera para que no aparezcan, con su firma al pie, dislates de aquellos que patentizan crasa ignorancia de las reglas más elementales del buen decir.
Apun ta r las causas del barbarismo, aun reinante aquí en materias de lenguaje, me llevaría muy lejos. Me limitaré por hoy a indicarlas, dejando para otro día, si llega, el glosarlas con atención y documentarlas ampliamente.
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Como causas principales pueden señalarse las siguientes :
1 . a Exagerado culto al idioma francés: la aparente facilidad de traducir palabra por palabra, engaña a los que no conocen a fondo ni la lengua de Bossuet ni la de Ovalle. Y así se oye a cada paso «la fiesta tuvo lugar (eut lien); por esto es que (c'estpour cela que); le dio un golpe de puño (coup de poiug)», etc. Leyendo todo el santo día de Dios o libros franceses o libros castellanos pésimamente traducidos, ¿puede sorprender a alguien que, no ya el vocablo, el giro francés, se haya infiltrado en nuestras conversaciones y en nuestros escritos?
2 . a La independencia a que antes me referí nos lleva como de la mano a no ti tubear nunca en materias de lenguaje, y así se inventan verbos, o de un. verbo se hace derivar un substantivo. Los que cometen tales desaguisados son los que aseguran, suelta la lengua y en tono enfático, que el idioma castellano es pobre. ¡Como si la vida de un hombre bastara para conocerlo a fondo!
3 . a Los dislates de que están plagados los libros de lectura para las escuelas primarias, y aun los de texto para la enseñanza secundaria; debiendo agregarse a esto, que no es poco, las incorrecciones que el menos avisado nota en los supuestos Trozos selectos de ciertos autores, que si acertaron a pensar, no supieron escribir correctamente lo pensado. Las generaciones, pues, en formación beben en aguas muy turbias la linfa transparente de nuestro gallardo ro-
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manee. ¿Ejemplos? A cientos, por no decir a millares, pueden recogerse con sólo hojear los libros que se ponen en manos de la juventud y de la infancia; y
4 . A La desbordante emigración que nos invade, t rayendo todos sus peculiares lenguajes y dialectos, que al mezclarse con el idioma del país forman momentáneamente una arlequinada jerigonza que del hogar va a la calle, encaramándose no pocas veces a las columnas de los periódicos populares. ¿Quién es capaz de poner vallas a tan desbordado torrente?
Sin embargo, repito lo dicho: hay gentes que desean hablar bien el español; hay periodistas, y eso que en su oficio hay faltas disculpables, que ponen especial empeño en escribir con cierto casticismo. Diario hay que ya arrumbó la palabra changador, substituyéndola por la de faquín. Pocos días hará pude leer en un suelto de gacetilla la palabra febricitante en lugar de febriciente.
«Poco a poco hila la vieja el copo», dice antiguo refrán, y en estos pulimentos suelen andar los pueblos muy despacio. A los desplantes revolucionarios de años atrás va sucediendo el plausible deseo de hablar y escribir en buen romance; los mismos que antaño casi a gala tenían ser cultores de una jerga sólo comprensible en esta capital, hogaño se afanan por ciar a sus frases el culto sabor a que aspiran los hablistas.
Pasando del vocablo y de la frase a la producción literaria argentina, bien puede asegurarse también, sin temor de verse desmentido, que ella es todavía muy escasa, a pesar de que éste es el país en que
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quizás hay más autores de un solo libro o folleto. Este fenómeno tiene para mí una explicación.
Es el argentino, por regla general, vivaz, de imaginación rica, y dotado por ende de un gran poder de asimilación. La juventud lee mucho, atropelladamente, sin orden ni concierto, y sin sujeción, por lo tanto, a ninguna disciplina mental, y con este bagaje literario, en la edad de las ilusiones y de los atrevimientos, ya se cree capacitada para enriquecer la patria literatura con algún fruto de su soñadora mente . La obra aparece, pero no se vende, y la realidad se encarga de demostrar al autor, que falta, para lo de casa, público, ambiente; y al recordar que fulano de tal, que se estrenó muy bien y a quien la Prensa colmó de elogios, dejó de escribir para dedicarse a más lucrativos quehaceres, y al convencerse de que vive en una tierra donde es práctico el que sólo en terrenas cosas se ocupa, y soñador, sinónimo de loco y pobre, el que aislado quiere dar pasto a su espíritu, alejado del materialismo que todo lo afea, rompe la pluma con que escribiera su primer libro, y torciendo de rumbo aplica su actividad a empresas que si no han de llevarle de la inmortalidad al alto asiento, lograrán en cambio acrecer su caudal, rodeándole este solo hecho de la estima de sus semejantes. «¿Cuándo hubo pobreza sabia, ni cuándo abundancia necia?»
A esto hay que agregar que aquí, como en España, no se olvida que «nadie es profeta en su tierra». José María Ocantos, novelista muy distinguido y muy
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simpático, es más conocido fuera de su patria que en ella; Ugarte aun viviría en la penumbra si no hubiese cruzado el Atlántico; Ángel de Estrada no sería quien es si no se alejara de cuando en cuando de su regia morada de la calle de Bolívar. ¡Y tantos otros! Porque ¿ quién va a convenir en que es escritor de muchísimo talento aquel joven que ni nos mira cuando pasamos por su laclo; aquel hombre que por el mero hecho de serlo tiene sus defectillos, y su manera de sentir el arte y ver las cosas, en pugna no pocas veces con nuestro modo de pensar o de entender la vida?
Mas también en esto de la producción literaria hemos adelantado relativamente mucho en poco tiempo, pues dejando a un lado las osadas medianías, que suelen escribir de todo y sobre todo sin saber nada de nada, hoy ya se publican obras en este país dignas de ser leídas y gustadas por los estudiosos; obras que, de ver la luz en nación más poblada y con habitantes menos dados a literaturas forasteras, alcanzarían la circulación a que por su fondo y forma tendrían derecho.
Pugnan por salir nombres de los puntos de la pluma; pero pongo freno al deseo para que estas líneas no se estimen como dictadas por personales simpatías. Lo que sí puedo asegurar es que tengo al alcance de mi mano trabajos que patentizan la sólida preparación de sus autores, obras que revelan profundos conocimientos en quien las escribiera.
Ignoro aún si es un bien o es un mal, pero he de
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sentar el hecho: aquí no tenemos centros intelectuales. Hubo un Ateneo , y tuvo que cerrarse por falta ele socios. Se trató de fundar una Academia correspondiente de la Real Española, a semejanza de otras — no discuto ni su utilidad ni su opor tunidad—, y todo quedó en agua de cerrajas. Diríase que la gente que en asuntos literarios anda metida tiene horror a las Asociaciones; no puedo, no quiero suponer que sea el gusanillo roedor de la envidia el que ponga traba al sentimiento naturalísimo en el hombre a agruparse; antes bien, pláceme creer que siendo todavía muy reducido el número de los cultores de las letras, aun reuniéndose, poca influencia podrían ejercer sobre la inteligencia argentina en general.
Resumen: que el castellano en la Argentina, lejos de bastardearse más y más cada día, lo que nada tendría de particular si se recuerdan las causas apuntadas, t iende a pulirse, a perfeccionarse, y esto se nota no sólo en el libro, sino en la 'hoja diaria; que los que soñaron un día en un idioma especial y aislador para los ríoplatenses, se convencieron de que perdían lastimosamente el t iempo, y que la producción argentina, con ser diminuta, porque pequeño es aún el país en cuanto al número de lectores, debe ya tenerse en cuenta cuando se pase en revista el movimiento intelectual de la América de origen español.
Ceñí ideas y apreté conceptos para no alargar este escrito. Ocasión no faltará, ciertamente, para decir lo mucho que puede decirse.
(El Lenguaje, revista de Filología.—Madrid, agosto de 1912.)
EL ACENTO
DISQUISICIÓN GRAMATICAL JOCOSERIA
Dejaremos por un momento el tono ex cáthedra con que solemos hablar los que de la cátedra vivimos, y en lenguaje liso y llano, sin las ampulosidades de que alardean los que pretenden hablar hondo, t rataremos del acento gramatical, este leve trazo que al lector le indica dónde, en qué sílaba debe apoyar la voz.
No pretendemos ahora enseñar; más modesto hoy nuestro propósito, se encamina tan sólo a distraer; distracciones que bien se le pueden tolerar a quien de continuo — ¡y hace ya muchos años! — se ve obligado, por mandatos de la profesión, a enfurruñarse cuando sin razón se corren los acentos, falseando en ocasiones, con falta al parecer tan leve, el verdadero alcance de una palabra. Decir méndigo por mendigo es barbarismo de tomo y lomo, que va afortunadamente desterrándose de nuestra habla, pero que en nada perjudica el significado de la palabra, la idea que con ella queremos expresar. Pero si decimos que San
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Martín fué un hombre celebre, así, sin acento sobre la primera e, falseamos la idea, pues el menos leído sabe que media enorme diferencia entre célebre, celebre y celebré; lo que demuestra, burla burlando, que si bien el acento ortográfico se inventó para ser usado, debe ponerse sobre la sílaba que lo reclama. No hay que olvidar lo que los latinos afirmaban del acento en general, o sea del ortográfico y del prosódico : Velut anima vocis, o sea, que el acento viene a ser «el alma de la voz», y esta alma ni debe aniquilarse ni trasegarse, so pena de incurrir en crimen de leso lenguaje.
Recuérdese la gracia con que el bonísimo Hartzen-busch fustigó a los maniáticos esdrujulizadores de su t iempo, y los trabajos en serio y bien pensados de Relio, de la Barra, Benot, Cuervo, Rivodó, R. Robles y otros, sobre la conveniencia y utilidad de acentuar bien las palabras para no obscurecer su significado.
Y ya que acabamos de escribir el verbo acentuar, no pecaremos de atrevidos l lamando la atención de los inteligentes sobre el abuso que de él se hace y, lo que es aún peor, del torcido significado que se le da.
Decir, por ejemplo, «se acentúa la oposición al Gobierno»; «se va acentuando la mejoría del enfermo»; «la crisis se acentúa cada día más», es sencillamente disparatar, pues basta abrir el Diccionario para convencerse de que se le da en tales casos a este verbo un significado que no tiene.
DE GRAMÁTICA Y DÉ LENGUAJE 273
No hace muchos años reía un profesor, por cierto ele idioma, nuestra candidez al oír que pronunciábamos medula, así, sin acento, en vez de medida, • creyendo que al hacerlo queríamos lograr el título de eruditos, cuando a lo único que aspirábamos era a demostrar que habíamos leído, no sólo el entremés de Cervantes, titulado El rufián viudo, donde dice :
Los muchachos han hecho pepitoria de todas tus medulas y tus huesos,
sino lo que respecto a esta palabra escribiera el inmortal Bello ( i ) .
Ant iguamente reinó verdadera anarquía en cuanto a la colocación de los acentos, y nuestros poetas de los siglos xv al XVII nos ofrecen ancho campo en que espigar ejemplos de cómo, tiranizados por la rima, no tenían reparo en colocarlos, no donde lo exigía la corrección ortográfica, sino donde a ellos les convenía.
De que no exageramos, vayan unas cuantas muestras.
Todo el mundo recuerda el pr imer verso de La vida es sueño
Iiipógrífo violento,
y sin embargo, Calderón debía saber—¡vaya si lo sabría! — que la palabra subrayada no es esdrújula, como no es aguda la que aparece en letra bastardilla
( 1 ) Opúsculos gramaticales. 1 8
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en los siguientes versos de La Dama duende, del p ropio autor :
No se hilan las cuentas tan delgadas como en casa, que vive en sus porfías la cuenta y la razón por lacerías.
Si Segura de Astorga, en el Poema de Alejandro — en el supuesto de que sea suyo — hace rimar Darío con secretario y falsario, el Arcipreste de Hita escribe :
Non has miedo nin vergüenza de Rey nin Reina Mudaste dó te pagas cada día aína;
donde podemos notar disuelto el diptongo en la palabra reina.
Juan de Mena no quiso ser menos que sus antecesores, y aun si cabe cargó más la mano, escribiendo en un romance que hemos leído en la Colección de Duran :
Ca vos me engañáis riendo y cngauaísvie liorando, engañaísme vos durmiendo y más me matáis no os viendo que me penáis en mirando.
Hagamos constar que, aunque bien se ve que esto no es romance, no nos creemos autorizados para cambiar el título puesto por su autor.
F r ay Diego González, aquel insigne poeta de quien dice Ticknor : «imitó a Luis de León, y lo hizo con tanto éxito, que en algunas de sus odas y en algunas do sus versiones de los Salmos, podríamos pensar que estamos oyendo los tonos solemnes de su maes-
DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE 275
t ro», escribió en la poesía que titula El digamos de Míreo :
Paróse a ver la cara del bello fenómeno;
trocando en grave una palabra esdrújula. Pérez de Hita reproduce un romance, callando el
nombre del autor, en que se dice :
Que en perder tales varones es mucho lo que perdía : hombres, mujeres y niños lloran tan grande perdida.
Luis Gómez de Tapia, el casi siempre fiel t raductor de Os Lusiadas, de Camoens, hace rimar rico con único e impúdico; y Cristóbal de Castillejo, en el célebre Diálogo que habla de las condiciones de las mujeres, escribe :
Curiosa y apasionada y a locuras, y deleites y blanduras, y a caricias y halagos, y a revueltas y tráfagos, y secretas travesuras.
Esteban Manuel de Villegas, poeta harto discutido, pero de quien dice Maurice-Kelly que sus imitaciones de Anacreonte y Catulo son maravillas de precocidad, corría también el acento. Véase si no :
Al Tálamo hospedado de Venus Cipriota, y de Baco Tebéo al néctar y a la ambrosia;
¿76 R. MONNER SANS
y a las pocas páginas dice :
No, no verá Prosérpina por más que ande solícita.
Un poeta cuyo nombre calla el conocido Rengifo, hablando de San Lorenzo, dijo :
El fuego ni los tormentos no pudieron divertir el ánimo y la constancia de este glorioso mártir.
Y finalmente, porque tanta cita ha de fatigar ciertamente , nuestro admirado Guillen de Castro escribió en La piedad en la justicia o La justicia cu la
piedad:
Dando aplauso general a los suyos en su tierra, donde, después que en la guerra, f u é otro Pirro, otro Aníbal.
Recordamos que hace pocos años se nos preguntó cómo debía decirse : vacían o vacian, y, es natural, hubimos de contestar que lo correcto es lo segundo, por no haber olvidado que Ouevedo había dicho :
Bestia de noria, que ciega con los arcaduces andas; y en vaciándolos los llenas, y en llenándolos los vacias.
Y en un entremés titulado El Alcalde registrador,
DE GRAMÁTICA. Y DE LENGUAJE 277
de autor anónimo, del siglo XVII , hemos leído con posterioridad :
No entendéis vos el enredo : que estas doncellas se casan como las nubes de invierno, que vemos adonde vacian, mas donde hinchen no lo vemos.
¿Quién no conoce aquellos versos cómicos que comienzan
En tiempo de los apostóles, etc.?
Y como no faltaron nunca poetas juguetones para regocijo de las gentes sencillas, ahí van dos coplas burlescas poco conocidas, y en las que se notará, especialmente en la segunda, la gracia con que está suprimido el acento ortográfico. Dicen así :
Estaba la Virgen María debajo de unos arboles, comiéndose unos pámpanos con los santos apostóles.
Ayer tarde en las vísperas te vide desde el pulpito, que estabas en el órgano hablando con el músico.
Y basta de conversación tendente a probar, mitad en broma, mitad en serio, dos cosas : primera, que los señores poetas abusan en no pocas ocasiones de la libertad de que gozan, a cambio de la esclavitud a
278 R. MONNER SANS
que les sujeta la tiránica rima; y segunda, que de prudentes es acentuar ortográficamente y con sumo cuidado las palabras, consultando, en caso de duda, cualquier buen Diccionario. No olvidemos que las faltas ortográficas, y falta ortográfica es omitir un acento o variar su situación, son en los escritos lo que las manchas en los trajes. ¡Qué importa que la levita esté bien cortada si está llena de lamparones!
(Revista de la Universidad, julio de 1914.)
NOTAS LEXICOGRÁFICAS
Declaro, y aun lo jurara si ello fuese permit ido y no trascendiera a rufianesco, que el estudio del Diccionario, sobre ser provechoso, pues enriquece el léxico individual, proporciona placeres que no son para despreciados en épocas en que, como la presente, los hombres todos parecen empeñados en anubarrar horizontes, en entristecer ánimos y en sembrar, en fin, sobre la haz de la tierra temores, recelos y desconfianzas.
Huyéndole al ruido que de ultrapuertos llega, t rocado por propia voluntad en sordo — de los peores, pues no quiero oír — , y buscándole distracciones a mi anacorética vida, repaso el montón de notas lexicográficas que poseo, y de las mil y pico que logré reunir, entresaco algunas, pocas, que ofrezco a la consideración y al estudio de los entendidos, y no digo de la Real Academia, porque ésta, más atenta a cortesías sociales que a trabajos de erudita y paciente investigación, no se cura de aquilatar la verdad de las observaciones que ha sugerido y de continuo su-
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giere el detenido análisis de su monumental Diccionario.
Holgárame saber que hay algo aprovechable en las observaciones que siguen; pues siempre place enterarse de que no se perdió del todo el t iempo ocupado en tales inquisiciones. Si así no fuere, sería el pr imero en lamentarlo, a bien que, aun en este supuesto, nadie podrá trocar en amargas las agradables horas empleadas en la redacción de estas papeletas. Encogiéndome de hombros , diría, parodiando a un clásico que no cito, pero sé quien es :
Señores, lo que he bailado no lo puedo desbailar.
Si, lo que no es probable, pues la precisión en el vocablo y su acertado empleo no es para todos los entendimientos, gustaren estas observaciones, otras y otras y aún más podrán seguir. En mi rincón está el telar, y como el tejedor halla placer en la faena, diré con el hijo del campo argent ino: «Qué más quiere el pato, sino que lo echen al agua.»
Allá va, pues, un puñadito de notas :
ACHANTAR
Verbo, dicen, de Germania — Hidalgo no lo regist r a — que significa reservar, ocultar, esconder; luego su participio pasivo equivale a oculto, escondido, y en tal sentido lo emplea Galdós en Torquemada en el
DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE 2 8 l
Purgatorio, cuando dice: «... achantados en un extremo de la mesa lateral», etc.
Según el erudito Dr . Pedro de Mugica, en dialecto vizcaíno se emplea este verbo, que en gallego equivale a aguantarse, y en bable a esperar, aguardar oca
sión, significados ambos que no pugnan con el fundamental de ocultar, esconder, ya que, metafóricamente, no .pocas veces oculta, esconde sus designios el que se achanta o espera.
El verbo, trocado en reflexivo, se usa en estas tierras, y el participio, en el significado de vencido, es de uso bastante frecuente, aunque vulgar.
AGUAZADO
No figura este adjetivo participial en el Diccionario, por la sencilla razón que no existe el verbo aguazar.
Pero es el caso que el substantivo aguaza consta en el léxico oficial, como figura en el llamado de Autoridades, si bien conviene hacer notar que la Academia opina que aguaza es un humor acuoso que arrojan de algunos tumores los animales, mientras que las Autoridades nos dicen que es «un humor que se cría y junta entre cuero y carne, del que suele resultar algún tumor o hinchazón»; con la cual definición, que de tal enfermedad no excluye a las personas, se comprende bien el alcance de las siguientes palabras de Alejo Venegas:
«Mas el que todo esto vence, queda más victorio-
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so que el que conversare entre mujeres que tuviesen rostro de carátulas arrugadas, desnudas, llorosas, mudas, aulladoras, apelmazadas, estando él aguazado, hambriento y muerto de frío.» (La agonía del tránsito de la muerte.)
Nótese aquí, de paso, el verdadero significado de la voz carátula.
Para aguazado, ¿no habría un lugarcito en el Diccionario oficial?
ATIERRAR m
Por derribar, no figura tampoco en el léxico académico, si bien en él se lee atierre.
Que el verbo es castellano lo probarán tres citas. Dice Cervantes en la jornada primera de La Nu-
mancia:
¿Pensáis que sólo atierra la muralla el ariete de ferrada punta?
Y en El trato de Argel escribe:
Señora, tengo un recelo que me consume y atierra.
Cristóbal Suárez de Figueroa dice en El Pasajero:
Gigante a quien tu dilación atierra.
Si de batir se hizo abatir—de a y batir—, por de-
( i ) Opina Mugica, después de leída esta papeleta impresa, que podría usarse por aterrizar. (Traslado a Ja Academia.)
DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE 2S3
rribar, echar por tierra, no creo pueda haber inconveniente en dar cabida en el léxico oficial a atierrar —de a y tierra—, máxime después de haber demostrado que emplearon el verbo Suárez de Figueroa y el príncipe de nuestros ingenios.
CAZOLERÍA
De grada nació gradería; ergo, siguiendo la misma lógica, de cazuela pudo nacer y nació cazolería, y aun cazolerilla.
Vamos a demostrar que un autor digno de que no le olviden, Luis de Quiñones y Benavente, empleó ambas palabras.
Bueno será probar con citas, que servirán a la par para atenuar la aridez de este trabajillo, cómo autores y actores intentaban atraerse la benevolencia de las damas concurrentes a la cazuela. Ellas nos dirán de pasada que aquel lugar distaba mucho de ser, en los antiguos corrales, modelo de prudencia y comedimiento.
Según el ya citado Diccionario de Autor idades , el pueblo, muy aficionado a símiles, recordando que el guisado compuesto de diferentes legumbres y carne picada se llama cazuela, con este nombre designó el sitio de los teatros en que «entran todo género de mu
jeres, y están mezcladas unas con otras». Graciosamente bautizó tal lugar Quiñones y Benavente con el significativo nombre de jaula de las nmjeres. En la Loa con que empezó en la Corte, después de dirigirse
284 R. MONNER SANS
a toda clase de espectadores, dice refiriéndose a las que ocupaban tal sitio:
Damas que en aquesa jaula nos dais con pitos y llaves por la tarde alboreada, a serviros be venido...;
de lo que se colige que las damas de aquellos t iempos eran un tantico aficionadas al jolgorio, suposición que se robustece con las siguientes líneas que copio de Los Avisos, de D. José Pellicer, pág. 1 3 9 :
«Los reyes se entretienen en el Buen Retiro oyendo las comedias en el coliseo, donde la reina, nuestra señora, mostrando gusto de oírlas silbar, se ha ido haciendo con todas, malas y buenas, esta misma diligencia. Asimismo, para que viese todo lo que pasa en los corrales en la cazuela de las mujeres, se ha representado bien al vivo, mesándose y arañándose unas, dándose vaya otras y mofándose los mosqueteros. Han echado entre ellas ratones en cajas, que, abiertas, saltaban; y ayudado este alboroto de silbatos, chiflos y castraderas, se hace espectáculo más de gusto que de decencia.»
También ayer como hoy, no pocas damas frecuentaban los teatros más para lucir hechizos y galas que para saborear las hermosuras del arte escénico. Con éstas se encara Pedro Francisco Lanini, diciéndoles en el Baile de la entrada de la Comedia:
También hay muchas damas que a la cazuela
la comedia a ver vienen por su belleza;
DE GRAMÁT7CA Y DÉ LENGUAJE 285
y aun convencido, como no pocos autores, que mucho se lleva ganado en la partida que se juega, si se asegura la femenina aprobación, escribe en la Loa para ¡a Compañía de Vallejo :
De la cazuela asegura la dicha su rosicler, pues la hermosura
y aplauso es.
Llegando ahora a la base de esta ya larga nota, diré que Quiñones y Benavente, en una de sus «Jácaras» llama cazolerilla a una de la cazuela, y que la segunda parte de su entremés titulado El Gíiarda infante, comienza a s í :
Escuchad, cazolería, escuchad vuestra Jusepa.
La actriz en boca de quien ponía estas palabras, se llamaba Josefa Román.
No abogo por la inclusión en el léxico de las palabras cazolería y cazolerilla, derivados graciosos de cazuela, y bien pudiera, ya que tertuliano, que figura en el Diccionario, es el que concurre a una tertulia o a la tertulia ( i ) .
CHINGA. — CHINGARSE
A decir verdad, el erudito Cejador espoleó en mí el dormido deseo de estudiar estas voces. Había lle-
( 1 ) El mentado Mugica me pregunta por carta: «¿Por qué no admitir cazolería habiendo cazolero} Hay la forma.»
286 R. MONNER SANS
gado a mis oídos, no sé cómo, que eran palabras de Germania; si ello era así, ¿para qué intentar ennoblecer vocablos canallescos? Mas después de leído lo que luego diré del admirable filólogo, abrí el Vocabulario de Germania de Juan Hidalgo, y pude cerciorarme de que en él no se registran tales voces.
Aquietada, pues, mi primera miajilla de escrupulosidad, estudiaremos el substantivo y el verbo que figuran en la cabecera de esta nota. Ármense de paciencia los estudiosos, y sírvales de consuelo saber que si ellos consumen una chinga, digo, una poca, mayor dosis debió gastar el colector o comentador para consultar textos y ordenar apuntes.
Dice Membreño en sus Honduñerismos : «Chingaste. —Res iduo , etc. Es palabra de origen
mejicano.» «Chingo. — H o y sinónimo de corto.» «Chingar. — Hacer burla, y como pronominal, un
chasco.» Si de Honduras nos vamos a San Salvador, nos
dirá el Dr. Barberena, en su libro Quicheismos, que de la palabra chinga, técnico del juego de gallos, se ha formado el verbo chingar, sinónimo de molestar. Según este autor, la palabra se compone de tres raí-
-ces quichés : chi = para. in = producir, multiplicar. gag, raíz de gagaben = enojar. Así, chi - j - in -\- gag, significa literalmente para
producir enojo, explicándose entonces que a la voz
DE GRAMÁTICA Y DÉ LENGUAJE 287
chingarse se le dé la significación de chasquearse,
frustrarse, fracasar.
El mismo Dr. Barberena nos avisa que en Costa Rica la palabra chinga y sus derivados entrañan la idea de falta, disminución, quite, pequenez.
En Colombia, según Rufino José Cuervo, chingarse equivale también a chasquearse.
Ricardo Palma registra chingarse y chingado en su libro Papeletas lexicográficas; y si bien al verbo le da el mismo significado que Cuervo y Barberena, en cambio al participio o adjetivo participial, además del sentido originario, le da el de chiflado.
Z. Rodríguez en su conocido libro Chilenismos, y Echevarría y Reyes en s¿ obra Voces usadas en Chile, convienen con los autores antes citados en que chingarse vale tanto como chasquearse, fracasar.
Don Samuel Lafone Quevedo, en su Tesoro de cata-mar queñismos, no registra el verbo, pero sí la palabra chingado, con el significado de perdido, de un tiro que
no sale, y lo hace derivar del quichua chinea, perder. El polígrafo Ciro Bayo, merecedor del aplauso de
todos los estudiosos, en su Vocabulario criollo-español, da igualmente al verbo idéntico significado.
Y por último, Tobías Garzón, en su no despreciable Diccionario argentino, estampa también el verbo con significación idéntica.
De todo lo cual resulta que el verbo chingarse, en el sentido de chasquearse, fracasar, etc., se emplea en Honduras , San Salvador, Costa Rica, Colombia, Perú, Chile y la Argentina, esto es, en una gran por-
¿88
ción de la América española, y sin embargo no ha logrado un sitio en el Diccionario académico, donde se pavonean provincialismos de todas las regiones españolas, y aun comarcas harto más pequeñas en cuanto a extensión territorial que las naciones que emplean este americanismo que apadrino.
Pasando ahora a la etimología del vocablo, llama mi atención que Barberena lo haga descender del quiche, y Lafone Ouevedo del quichua. Sin embargo, nada objetaría, dejando que estos conocedores de los idiomas indígenas de América contendieran entre sí, ya que la etimología influiría poco en la decisión académica, si Cejador no nos asegurara que chinga viene del éuscaro clúnka, que vale chispa, un poquillo, casi nada. Ya acabamos de ver que chingaga-ste significa en Honduras residuo y en San Salvador entraña la idea de pequenez; debiendo agregar, además, que en Venezuela chinga es sinónimo de colilla de ciga
rro, y aun de cantidad pequeña de una cosa. ¿Cómo hermanar, entonces, las etimologías ameri
canas con la éuscara? ¿Pasaría el vocablo de España a las tierras del Darien, para desparramarse después por toda la América del Sur?
Tienen la palabra los sabios. El ya citado Cejador nos participa, a mayor abun
damiento y para que se sumen dudas, haber oído en Andalucía y en Málaga la frase dar chingare', por dar molestias, y si no olvidamos que chingar vale en estas Américas chasquear, notaremos la casi igualdad de significado entre dar chingaré y chingar a uno.
DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE 289
DESGALGAR
Dice la Academia, advirtiendo que el verbo puede usarse como reflexivo: «Arrojar, precipitar de lo alto»; haciéndolo derivar de galga, piedra.
Todo ello anclaría bien hilado si no me cosquilleara una duda.
Galga, además del anterior significado, t iene otros varios, incluso el de designar con tal nombre la hembra del galgo, casta de perros que se distinguen por su ligereza. De aquí la frase «¡Échale un galgo!», y en el refranero se nos habla de «la galga de Lucas».
Ahora bien: como no siempre la partícula des indica privación, desgalgarse bien puede equivaler a •agitarse, correr como galgos en pos de una cosa.
¿No les parece a los señores académicos que el verbo está empleado en este sentido en el siguiente pasaje de Suárez Figueroa : «Desgalgábanse a buscar los monscos»? (El Pasajero, pág. 287.)
Si opinaren de conformidad, no estaría por demás que así se estampase en la nueva edición del Diccionario.
ENROLAR
Verbo caprichoso, formado de en y rolar, pero «orno rolar no significa listar o alistar, de ahí que el verbo huelgue, por no expresar lo que se pre tende.
Cierto que existe el substantivo rol — que no vale 19
2Q0 R. MONNER SANS
papel, como creen los galiparlistas — en su significado de lista, nómina o catálogo, término de marinería, pero ello no autoriza para crear el verbo rolar.. ¡Donosos desatinos saldrían de verbalizar todos los substantivos!
E n buen castellano, enrolarse será alistarse. E n algunas comarcas peninsulares he oído emban
derarse, en el sentido de sentar plaza de soldado, p o nerse bajo banderas.
ESCUDERAJE
Define esta palabra la Real Academia diciendo i «Servicio de asistencia que hace el escudero como criado de una casa.»
Muy bien; pero indicando en ocasiones la terminación aje conjunto, reunión, como balconaje, corda
je, fardaje, etc., escuderaje bien vale «reunión de escuderos», y así lo empleó Antonio de Mendoza en Querer por sólo querer, cuando escribe :
¿No les dije que no es gente de historia el escuderaje?
E n Vida del escudero Marcos de Obregón, leo : «Pasando por la plaza, haciendo mil escuderajes,
con los demás genti leshombres de casa», etc. El francés tiene su equivalente en valetage. ¿Podría añadirse a escuderaje la acepción que
apuntada queda? La Academia resolverá.
DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE
EXIDO
Del latín exítus, salida.
El Diccionario oficial registra exida, con la nota de anticuado, por salida, pero no el masculino exido. ¿Por qué?
E n el Poema de Mío Cid, leo :
El día es exido, la noch querie entrar.
Sorprende más el adjetivo participial femenino sin el masculino, al comprobar que en el mismo Diccionario figura el infinitivo exir, y con justo motivo.
De la Disputa del alma y el cuerpo, copio :
Un sábado exient, domingo amanezient;
y en el pr imer poema lírico castellano Rason feyta de amor o Romance de Lope de Moros, se encuentran los versos siguientes :
Mas ell olor que d'i yxia a omne muerto rressucetarya.
Entiendo, salvo mejor parecer, que en el léxico académico debería figurar, no el femenino, sino el masculino.
REBENCAZO
No figura en el Diccionario, y sí el primitivo rebenque, y como la palabra es tan lógica y expresiva como latigazo, y rebencazo se usa mucho por estos pagos, no me parece pueda haber inconveniente para
292 R. MONNER SANS
su admisión en el léxico oficial, ya que en él figuran, además del citado latigazo, codazo, porrazo, sa
blazo, etc.
TENIENTE
Teniente cura se dice por aquí, en vez de vicario,
que se emplea en España, y como entiendo que la voz teniente es castellana, en el sentido de «persona que en las Ordenes regulares tiene las veces y autoridad de alguno de los superiores mayores, en caso de ausencia, falta o indisposición», definición ésta entre comillas que se lee en la palabra vicario, y como conviene también a teniente, debiera hacerse constar así en el Diccionario.
Leo en El Pasajero, de Suárez de Figueroa : «Cierto que en las dos iglesias que tuve debajo de
mi amparo y administración procuré diesen los sacerdotes que servían en ellas buen olor de su proceder en toda parte . Mis tenientes advertía fuesen varones hábiles», etc.
Por donde se ve que la acepción propuesta a la voz no es forastera en nuestro idioma.
TREPIDAR
Algo llevo leído en este picaro mundo, y en ningún escrito clásico tropecé con este verbo, que si se lee en el Diccionario de la Real Academia, no se re gistra, en cambio, en el llamado de Autor idades .
DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE 293
En éste figura la voz trepidación, y al ejemplo allí impreso puedo agregar el siguiente :
«... mas luego creemos las cosas que nos ponen temor o trepidación.» (Juan López de Palacios Rubio, Tratado del esfuerzo bélico.)
No porque exista la voz trepidación debemos dar por válida la voz trepidar, como no porque tengamos genuflexión inventaremos genuflexar.
ín ter in no se me demuestre que doctos varones emplearon trepidar en el sentido de vacilar, titubear,
estremecerse, continuaré creyendo que empleando la voz con tales sentidos, es bárbara, extraña a nuestro idioma.
A pesar de lo expuesto, y para que no se diga que soy muy arrimado a la mía, haría la siguiente distinción : trepidar es vacilar, temblar, en sentido material; el tableteo del trueno, el paso de un tren, la repercusión del sonido de un cañonazo hace trepidar el suelo, un edificio, pero no la gravedad de un asunto; esto nos hará vacilar, titubear, estar perplejos, y aun quizás, según de qué carácter sea, nos hará estremecer.
Digo al terminar este artículo lo que al principio apunté, o sea que tengo más ajos en el mortero, y hallóme dispuesto a machacarlos si me entero de que hay alguien que me lleva el apunte — anote el modismo la Real Academia —; de lo contrario, y allá va otra frase hermosa por lo significativa, meteré violín en bolsa.
(Revista de Derecho, Historia y Letras, noviembre de 1914.)
A S N O
Dice el Diccionario de la Real Academia: «Del latín asinus. m. Animal cuadrúpedo. En lenguaje figurado, persona ruda y de muy poco entendimiento.»
Quien desee noticias sobre el origen del vocablo, puede consultar, y con esto me evito el trabajo de copiar cuanto en él se dice, el Diccionario filológico comparado de la Lengua castellana, de Matías Calan-drelli, tomo II, pág. 5 4 7 -
El erudito filólogo expuso allí brevemente cuanto puede decirse al respecto, y nada, por lo tanto, me es dado agregar.
Pero si en este extremo fuerza es asentir, en cambio me rebelo, no contra el Diccionario, sino contra el vulgo, que a ciegas, a tontas y a locas, sin ton ni son, estableció absoluta sinonimia entre burro y torpe, asno e ignorante, jumento y estúpido.
¿Torpe el asno} ¿Desde cuándo y en qué se fundó el pueblo para denigrar de tal suerte a tan simpático, a tan útil, a tan pacienzudo animal?
(i) Del vocabulario que precede a un libro próximo a publicarse, titulado Paremiología asnal.
2QG R. MONNER SANS
No quiero referirme al poema Asuelda, original de Cosme de Aldana (véase la voz asuelda), por cuanto arroja poca luz sobre el tema que vamos a ventilar; pero a los curiosos recomiendo sí lo que escribió nuestro Pedro Mexía, autor del siglo xvi, a imitación de Luciano y Apuleyo, en alabanza del asno; ello anda impreso con los Coloquios y Diálogos de dicho autor. Léase con calma, sin prevención, y estoy cierto que después de la lectura, si no convienen con Unamuno en que es el asno un asceta y hasta un místico, averiguarán que dista mucho de ser un torpe, un ignorante, un animal despreciable.
Como algo he dicho ya en defensa de cuadrúpeda tan interesante en la introducción de esta obrilla, y mucho se puede leer en su favor en las páginas d e este libro, sólo agregaré ahora que su carácter sufrido, su proverbial paciencia, la conformidad con que conlleva las privaciones y los vapuleos de i rascibles bípedos racionales, más que abdicación de su dignidad asnal, retratan un carácter, un temperamento muy conocedor del papel que desempeña en el seno de la sociedad. No pretende, como ciertos seres, pasarse a mayores; está convencido de que «el que nace para ochavo no puede llegar a cuarto»; sabe bien que «adonde irá el buey que no are», y que es inútil pretender «dar coces contra el aguijón»; y con filosofía que ya quisieran para sí más de cuatro mor tales, se aviene con su suerte, con el papel que le toca representar en el engranaje económico-rural de los pueblos modernos. No siente el orgullo como el
DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE
caballo, que mal se compaginaría vicio tan feo con quien es el protot ipo de la mansedumbre , y así, lo mismo le da llevar sobre sus lomos a una garrida moza, que a un apestoso trajinero; acarrear bolsones repletos de oro, que serones rebosantes de estiércol. Trabajar es su divisa, y al trabajo se doblega con paciencia digna de admiración, que no de vilipendio.
Acabo de decir que lo mismo le da llevar en sus lomos a una bella moza que a un descendiente de Picio, y ahora añadiré que fué antaño costumbre no sólo llevar al patíbulo a los reos, caballeros en burros o asnos, sino vapulear a ciertos delincuentes, brujos, hechiceros, judaizantes, etc., paseándolos desnudos de medio cuerpo hacia arriba, mientras los representantes de la Justicia descargaban sobre los culpados los golpes de sus flexibles varas. A esta tarea el caballo no se hubiese prestado; el asno sí, porque adivinó el alcance de la humana justicia.
Mentís como borracho, y llevíüs talle de que os haga subir sobre una calle, y aunque más me lo rueguen, que por los asnos públicos os lleven,
dice Quiñones y Benavente en su entremés El retablo de las maravillas ( i ) .
Muéstrase a veces burlón el animal en quien me ocupo, que es propio del filósofo reírse de la ajena tontería, y buena prueba de esto nos suministra el
( i ) Véase la voz borriquito.
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citado autor en su Entremés de los pareceres. En él pone en boca del licenciado el siguiente sucedido:
Eso parece un hombre que prestado pidió un jumento a cierto licenciado, y excusándose dijo: «Perdonadme, que no está en casa el tal asnificante.» Y el asno rebuznó en el mismo instante. Dijo el amigo: «¿No es él que rebuzna? ¿Pues cómo me decís que no está en casa?» Y el dueño respondió con grande cólera: «¡Cuerpo de Dios con vuestro desatino! ¿Quién es más de creer, yo o el pollino?»
Sucedido, cuento o chascarrillo que Montalván repitió en la jornada primera de su comedia Los hijos
de la fortuna, metrificándolo de la siguiente manera:
Tenía un lindo borrico para sus necesidades cierto alcalde, y como un día un su compadre llegase a pedírselo prestado, él, por librarse de darlo, dijo que en el monte estaba; pero como rebuznase el borrico a esta sazón, dijo el otro: «Veis, compadre, cómo el borneo está en casa y que vos os engañasteis?» A lo cual, muy enojado, el alcalde sin turbarse le respondió: «No está tal, y miente quien lo pensare, que aunque el borrico lo dice con suspiros desiguales,
DE GRAMÁTICA Y DE LENGUAJE 299
yo digo aquí lo contrario; y es muy mal dicho que nadie más crédito quiera dar a un borrico que a un alcalde, siendo yo un hombre de bien • y el burro un pécora campi.»
Siendo el hecho el mismo, aunque narrado de distinto modo, bien sirve para probar que es el burro (el asno) amigo de la verdad, y que oída la mendaz afirmación, quiso poner en ridículo al mentiroso.
Don asno llegó a decirse por aquellos siglos en que andaba muy despierta la sana gracia española, cosa que a nadie sorprenderá ciertamente. Si el A r cipreste de Hita escribió don melón, y Silva don be-llacazo, y López de Ubeda don papel, etc., etc., porque se podrían amontonar muchas citas, López de Rueda escribió con singular donaire:
«Pues yo os prometo , don asno, que si apaño un garrote, que yo os haga ir presto» ( i ) .
Resumen, porque esta papeleta va resultando larga en demasía: que es el asno un animal inteligente, cachazudo, porque sabe que chi va piano, va ratto, paciente, filósofo, m u y amigo del pobre , a quien presta útilísimos servicios, y que arguye, sobre ignorancia, ingratitud abrumarle con denigrantes epítetos.
(Revista Nosotros, diciembre de 1914.)
( 1 ) Los Engañados.
ÍNDICE
Páginas.
ADVERTENCIA 5
Paremiología infantil 7 Paremiología mercantil 17 Notas lexicográficas 29 La lengua 37 E x 4 1
A propósito de Santo 45 La enseñanza del idioma 5 1
La mujer y el matrimonio. (Paremiología femenina).. 59 Las reformas ortográficas de Bello y la copulativa y.. S7 El epigrama 93 El Quijote en el Diccionario 111 ¿Distinguido? 115 ¿Prestigiar? 119 Señor y don 123 El pleito del lenguaje 137 Una obra gramatical 145 En pleno siglo xxi. (Fantasía lexicológica) 151 Chabacano. (¿Con b o con v?) 155 El Carnaval. (Entretenimiento histórico y paremioló-
lógico) 159 La Presidencia de la Academia , 167 ¿Aceitunemos? 171 El lenguaje nativo 179 El idioma y la patria 183
302 ÍNDICE
Páginas.
Cuestiones de lenguaje 197 Doble superlat ivo 2 0 9 ¿Escribanos o notarios? 2 1 1
Cuestiones gramaticales 2 33 Cambiar ideas 2 53 Etimologías 2 5S Lengua y literatura argentinas 2 ° 5 El acento 2 7 I
Notas lexicográficas 2 7 9 Asno • 295
OBRAS DE R. MONNER SANS
VERSO
Fe y amor. Colección de poesías, con un prólogo de don José Selgas.—(Agotada.)
Las justicias del Rey Santo. Tradición toledana.—(Agotada.) El juramento de Theolongo. Romance—(Agotado.) La Huérfana. Comedia infantil. Oraciones, rimas y cantares. - (Agotado.) Más rimas. Colección de poesías. A histórico pasado, risueño porvenir. Poema argentino. Dos madres. Apropósito lírico-dramático. Desde La Falda. Colección de poesías. Mis dos banderas. Poema hispanoargentino.
PROSA
Cuentos incoloros .—Folleto (agotado). Cuatro palabras sobre la cuestión naviera.—Folleto ( ago
tado). El reino de Hawaii. Estudio histórico y geográfico.— Un
tomo (agotado) . Liberta. Estudio histórico y geográfico.—Folleto (agotado) . La República de Orange. Estudio histórico y geográfico.—
Folleto (agotado). Discurso sobre la importancia de la Geografía—Folleto
(agotado). Crespo. Apuntes biográficos.—Folleto (agotado) . La Baronesa de Wilson. Estudio biográfico y literario.—
Folleto (agotado). Breves noticias sobre la novela española. — Folleto ( ago
tado). Almanaque histórico argentino. Años 1891 y 1892. —(Ago
tado.) Ciencia española. Notas.—Folleto (agotado). Dr. Andrés Lamas. Estudio crítico-literario.—Folleto (ago
tado). El lector argentino. Primero y segundo libro de lectura
para las escuelas.—Dos tomos (agotados). Pinceladas históricas. Misiones guaraníticas, 1607-1800.—
Un tomo (agotado). Los Dominicos y Colón. Estudio histórico.—Folleto (ago
tado) . Gramática de la Lengua castellana. Novena edición.—
Tres tomos.
Los catalanes en la defensa y reconquista de Buenos Aires (1806-1807).—Folleto histórico (agotado).
Efemérides argentinas. Notas históricas, 1810-92.—Un tomo. La España de hoy. Recuerdos y estadísticas.—Folleto. De algunos catalanes ilustres en el Rio de la Plata.—Fo
lleto (agotado). Desvestirse. Pasat iempo lexicográfico.—Un tomo. Lecciones de Geografía física y política de la República Ar
gentina.—\]n tomo. Minucias .lexicográficas. (Tata, tambo, Poncho, Chiripá, e t
cétera.)—(Agotado.) Gramática elemental, para uso de las escuelas comunes.—
Tres tomos (agotados). Apuntes e ideas sobre educación.—Un tomo. Cuentos— Un tomo. España y Norte-América. Antecedentes y consideraciones.—
Un tomo. La Religión en el idioma. Ensayo paremiológico.— Un tomo. La dama en el siglo XVII. Discurso.— Folleto (agotado). La Argentina y Cataluña. Discurso.—Folleto. Cristóbal Colón. Rectificaciones e hipótesis. —Folleto (ago
tado). Notas al castellano en la Argentina. — Un tomo (agotado). Ruidos, gritos.y voces especiales de algunos animales.—F'o-
lleto (agotado). Hilemos. Disquisición paremiológica.—Folleto. Teatro infantil. Monólogos, diálogos y comedias .—Untomo. Cómo deben escribirse las cartas.—•Folleto. Desastres. Entretenimiento paremiológico.—Folleto. Amor. Monólogos y diálogos para jóvenes.— Un tomo. ¿Petrarca plagiario?—'Folleto. Ensayos dramáticos.— Un tomo. Conversaciones sobre Literatura preceptiva.—Un tomo. Importancia y necesidad de los estudios literarios.—•Folleto. El neologismo.—Folleto. Un novelista español: Pío Baroja.—Folleto. Un critico español en Alemania: Dr. Pedro de Mágica.—
Folleto. Enseñanza del castellano.—•Folleto. El amor de los extranjeros a la patria argentina— Folleto. Nieves. Novela y cuentos. Guillen de Castro. Crítica literaria. Labor de confraternidad. Conferencias en España.
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