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Por Luciana Peker

Mujeres Ferroviarias . Experiencias sobre Rieles

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Page 1: Mujeres Ferroviarias . Experiencias sobre Rieles

Por Luciana Peker

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AUTORIDADESPresidenta de la NaciónCristina FERNÁNDEZ DE KIRCHNER

Ministro del Interior y TransporteFlorencio RANDAZZO

Presidente de Nuevos Ferrocarriles Argentinos Operadora FerroviariaIgnacio CASASOLA

Vicepresidente Nuevos Ferrocarriles Argentinos Operadora FerroviariaSebastian BRUSCHETTI

Gerente General AdministrativoMarcelo KRAJZELMAN

Gerenta de Plani�cación y Control de Gestión Julieta RIZZOLO

Publicación realizada por la Subgerencia de Relaciones con la ComunidadNuevos Ferrocarriles Argentinos Operadora Ferroviaria.Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina 2015.Diseño y producción: Stuka Racuda CreatividadFotografía: Santiago Müller

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PRÓLOGO Por Florencio Randazzo ........................................................................................................... 4

INTRODUCCIÓN ................................................................................................................ 5

DANIELA CALEROLa Mascherano ferroviaria........................................................................................................ 6

NATALIA CAMPOS Mi hija la operadora ............................................................................................................... 14

CARLA GIRACCALa hija del 2001 ...................................................................................................................... 22

ALDANA MARIEL GONZÁLEZLa operadora multifunción ..................................................................................................... 26

CARLA IZAGUIRRE SECRETO La gurú ferroapasionada ......................................................................................................... 30

MIRTA LEIVA En el nombre de la libertad..................................................................................................... 36

STELLA MARIS MIRABELLILa primera guarda del Sarmiento ........................................................................................... 46

SILVIA MARCELA PORTUGAL La enamorada ......................................................................................................................... 56

NORA RÍOSEl jazz de la infancia .............................................................................................................. 60

INDICE

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PROLOGO

Nos encontramos frente a un desafío histórico donde por decisión de la Presidenta de la Nación Cristina Fernández de Kirchner hemos retomado por parte del Estado la política de desarrollo de los ferrocarriles. La reciente sanción de la Ley N° 27.132 para la es- tatización del sistema ferroviario argentino constituye el ejemplo acabado del mayor proceso de recuperación del sistema ferroviario de los últimos cincuenta años.

Asumiendo este espíritu de recuperación y fortale- cimiento del sector ferroviario por parte del Estado Nacional junto a sus trabajadores y trabajadoras, así como a la comunidad toda; desde el Ministerio del Interior y Transporte venimos implementando polí- ticas y acciones que fortalecen el lazo del tren y la comunidad, como eslabón esencial para garantizar la política de “ramal que arranca, no para nunca más”.

La transformación histórica que está atravesando el sector desde los últimos 50 años, no sólo consiste en

la renovación del material rodante por formaciones 0 km, la remodelación de las estaciones, la renovación de vías y el señalamiento, el regreso de trenes a pueblos que en la etapa privatista fueron aislados, la ampliación y mejora de los servicios de larga distancia e interna- cionales, sino fundamentalmente en la misión esencial de contribuir al desplazamiento de las personas, a la integración y el desarrollo económico y social del país, ubicando a la comunidad, a las personas usuarias y al colectivo de trabajadores como pieza fundamental frente a los nuevos criterios de gestión del servicio.

Uno de los ejes definidos es la Promoción de la Igualdad y el Acceso Universal al transporte ferro- viario. Como necesidad de esta nueva etapa, se hacía imperioso promover condiciones de igualdad para garantizar el acceso universal al uso del transporte público, pero también a la comunidad de trabajadores y trabajadoras ferroviarias, donde se potencie las con- diciones de igualdad de derechos para que las mujeres

se incorporen y ocupen lugares ilimitados en el ámbito ferroviario.

Hoy, parte del orgullo es el inicio de una gestión estatal que promueve la incorporación y el ascenso a más y mejores puestos a trabajadoras en igualdad de oportunidades y con mejores condiciones para una vida más digna para ellas y sus familias. Esta publicación es un reconocimiento a la lucha de las mujeres ferroviarias, en esta búsqueda de igualdad, en las condiciones de empleo que abre ramales y oportunidades, en una vuelta de página histórica y con la mirada puesta en un futuro mejor.

Florencio RandazzoMinistro del Interior y Transporte

“Va a pasar lo que ustedes quieran que pase. Porque ustedes son los que están empoderados, ustedes son los titulares de los derechos, son los millones y millones de jubilados; son los millones

y millones de trabajadores; son los millones de jóvenes; los miles de científicos, son también las mujeres trabajadoras que finalmente después de largas décadas tienen sus derechos consagrados”

Presidenta Cristina Fernández de KirchnerDiscurso en Conmemoración del 205° aniversario de la Revolución de Mayo, 25/05/2015

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Apasionadas. Autónomas. Soñadoras. Comprome- tidas. Solidarias. Trabajadoras. Libres. Optimistas. Las mujeres ferroviarias no son solamente mujeres con un oficio particular. Son una metáfora de la Argentina pujante, inclusiva e igualadora. Son una muestra de cómo la libertad de mercado quita libertad a las mujeres y el Estado presente iguala derechos, garantías y tam- bién posibilidades de felicidad y plenitud.

Hasta la presencia del Estado eran muy pocos los casos en que los padres varones podían trasmitir su oficio ferroviario (un oficio apasionado y en el que no se marca sólo tarjeta de horario sino que se deja corazón, tiempo y vida) a sus hijas mujeres. Ser hija o hijo de un ferroviario no daba igual. Ellas estaban vedadas para el trabajo y sus padres no tenían la misma tran- quilidad sobre su futuro. La diferencia era clara: un hijo varón podía -por uso, costumbre y tradición- heredar el oficio y entrar a trabajar en los trenes y las hijas mujeres no. Para las chicas la diferencia también era tajante: sus hermanos varones podían ser ferroviarios y ellas tenían coartadas sus posibi-lidades de supervivencia y su pasión por los trenes.

Con el Estado presente se empezó a terminar con esa desigualdad por género de la forma más inclusiva po- sible y con la meta en redoblar la apuesta. Por justicia social y de género. Pero también porque las trabaja-doras ferroviarias son una muestra de que el trabajo digno empodera, da autonomía, libertad y futuro.

Las trabajadoras ferroviarias son un reflejo de una Argentina que empuja a las mujeres por más y mejores

lugares laborales. Y de una inclusión concreta y palpa- ble de las mujeres a un mercado laboral digno, activo y en marcha. Ellas son más, muchas más de las que eran. Y ocupan más lugares. Algunas llegaron al máximo lugar que quieren ocupar y otras van por más y quieren ser conductoras y señaleras. Son cargos, puestos y salarios aún vedados para las mujeres. Son las barreras que faltan levantar. Pero que las ferroviarias, junto al Estado, ya están impulsando para que sus sueños se hagan realidad, que se democraticen los lugares para todos y todas sin barreras sexuales ni de género.

No es un trabajo prohibido para las mujeres. Pero eran pocas las jóvenes que lograban ingresar al ferrocarril y a puestos reducidos a limpieza, control o boletería. Las cifras son contundentes. Falta mucho. Pero ser ferroviaria pasó de ser una excepción a una fuerza plural y colec- tiva. Los ejemplos son claros: en 2012, una sola mujer ingresó al trabajo ferroviario en la línea Sarmiento. En cambio, con la mirada de la gestión pública en el aumento del empleo democrático e igualitario, en 2014, ingresaron, sólo a esa línea, 146 mujeres. Y, desde ese momento hasta la actualidad ya 226 mu-jeres, en total, ingresaron al servicio que sale desde Once y recorre el oeste del conurbano bonaerense.

Una de las mayores formas –y más silenciadas- de discriminación de género es la desigualdad laboral y salarial. Por eso, mostrar el valor, las historias, la pujan- za y la lucha cotidiana de las trabajadoras ferroviarias que aquí proponemos es visibilizar la importancia de su tarea y la pequeña y batalladora revolución que im- plica la llegada de las mujeres en la puesta en marcha

de los nuevos trenes. Pero, además, es plantar bandera en las reivindicaciones laborales de un país en donde la verdadera democracia aspira a ser más igualitaria en las condiciones económicas y sociales de varones y mujeres.

La participación femenina en el empleo que produce los trenes aumentó significativamente y de ser escasa o inexistente hoy ya implica que, aproximadamente, de cada diez trabajadores una es mujer. El desafío es igualar y subir la cantidad de trabajadoras y sus oportunidades en todos los ramales y en todas las tareas. Hay mucho por hacer. Las ferroviarias ya no son una excepción que confirma la regla de un trabajo de hombres. Pero la igualdad es un trabajo que se construye todos los días y que tiene como horizonte un tren cada vez más integrador y democrático.

Las trabajadoras ferroviarias son un conjunto diverso, multiplicador y potente de mujeres distintas. No hay un modelo válido, sino muchas mujeres que pueden conformar formas diferentes y entrelazadas de virtu- des y deseos femeninos. No hay una mujer. Hay una fuerza colectiva de mujeres distintas que eligen, cada una, su propio camino. Pero todas pelean una vida en donde la demanda de igualdad no se conforme sino que siga abriendo lugares.

A continuación la periodista Luciana Peker nos in- troduce a un viaje por la historia, la vida, los obstáculos y las pasiones de las mujeres que emprenden su pro-pio viaje, y el viaje de todo el país, hacía una Argenti-na más igualitaria y con más oportunidades.

Paula FerroSubgerenta de Relaciones con la Comunidad

INTRODUCCION “Para seguir transformando, este proyecto necesita de

hombres y mujeres comprometidas”Florencio Randazzo

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Daniela CaleroLa Mascherano ferroviaria

Retiro tiene el apuro en su pulso. Los que llegan quieren irse para llegar a su trabajo y los que van quieren volver a sus casas. Las masas y los panes se conjugan y multiplican. La oferta directa de fábrica de dos lactales al precio de uno es una de las pocas paradas que ameritan la tregua de los pasos. Las zapatillas también se ofrecen con colores que despabilan la fatiga y justifican –en el gusto de portar identidad- el sudor cotidiano, no solo del trabajo, sino de viajar hacia –o de vuelta- al trabajo. Mirar para abajo no es mi-rar a la nada. El piso tienta, se esquiva o se agita. Retiro tiene tantas vías que perderse es una opción entre sus entradas y salidas. La estación de estaciones, donde los ómnibus cargan sombrillas y termos, los colectivos derrochan los minutos que lleva ir del hogar al trabajo y del trabajo al hogar y los trenes montan pasajeras/os con zancadillas (para lograr el olimpo de doblar las rodillas y apaciguar el cuerpo derrotado de cansancio erguido). Es un mundo que cosquillea su propio hormigueo apresurado.

Nadie quiere perder el tiempo justo en el centro del universo donde la lotería es llegar a tiempo de conquistar arranque y asiento. Nadie quiere derrochar tiempo muerto –como muerto el tiempo sin sentido- para tomar el próximo tren o arribar el siguiente colectivo hacia el destino. No vale la pregunta sobre el destino. En Retiro, al menos, el destino casi siempre tiene nombre y dirección exacta. Retiro es un lugar de paso pero sin tiempo perdido ni que perder. No se pasea en Retiro. Se apura el paso.

Las cabezas se posan sobre el tren que llega o el colectivo que se va. Y si reposan bajan la vista hasta sus pantallas conectadas con el más allá que postea un amigo imaginario o sobre su última cena o su mejor chiste. Las chicas se comentan las conversaciones en whatsapp y las madres llaman para monitorear por el baby call, extendido a hijos/as de cualquier edad y distancia, los vaivenes de la vida doméstica que nunca afloja sobre el peso de sus espaldas y las demandas a sus oídos siempre atentos. Las pantallas se llevan el último atisbo de los ojos

“Si tanto luchamos por estar en el tren, también se puede luchar por conseguir más puestos”

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dormidos por el día que no termina de empezar o de la penumbra que todavía no acaba.

Las pestañas embebidas en rimmel, o pegadas todavía de resaca de almohadas, ya casi no se asoman al más allá. No miran enfrente. La Torre de los Ingleses es tan imponente como solitaria de ojos visitantes. El reloj no se mira entre las maxi agujas, porque está en las pantallitas personalizadas. La historia hace su propio din don y se yergue sobre ese centro neurálgico de los ires y venires. La Torre de los Ingleses tuvo su primera piedra en 1910 y fue un regalo –reintegrado con creces- de Inglaterra a la Argentina en nuestro primer centenario independiente.

No es raro que se pusieran a 75,5 metros de altura a hacer sonar una campana de siete toneladas que además de las horas marcaba sus intereses. Los ingleses dibujaron el mapa de la Argentina más conveniente desde mucho antes. Las redes ferroviarias se ampliaron, alrededor de 1880, para comunicar al puerto de Argentina con el país más rico de Europa de ese entonces. Las vías tendidas como huesos para que el país pudiera caminar con producción nacional no fue una decisión propia, caprichosa o equivocada, sino las que

Inglaterra consideraba indispensables para co- municar el puerto con las áreas que cultivaban el trigo que querían comer en pan y mojar en salsa inglesa.

El país con vías y vida alrededor de la estación de cada pueblo tomó forma de abanico en un regis- tro diseñado para que lo mejor de la tierra pudiera llegar al centro del universo porteño: el puerto y del puerto argentino al europeo. No es que espantara el calor de la patria ardiente, sino que el abanico recorría la pampa húmeda y la nación cosechada. En cambio, era desterrada de vías la tierra árida que no tenía corazón for export y no abanicaba el sopor del viejo continente.

La historia de Argentina ferroviaria, diseñada para favorecer un campo exportador y con el abanico dibujado por los ingleses, no es más que un recuerdo remoto entre las vías que transportan gente diariamente. Sin embargo, hay un recuerdo viviente, casi arrumbado en Retiro. Es un viejo mueble de madera demasiado grande para pasar inadvertido y, sin embargo, casi olvidado a un costado de la línea San Martín. Sólo es visto por quienes son capaces de levantar su mirada a la nobleza de la madera resistente. Sus teclas son tan ágiles como antiguas. Y, como si se tratara de

magia o de un viaje por el tiempo, aparecen los antiguos carteles indicadores de estaciones con ese tecleo que no es touch, sino que fuerza a los dedos a impregnar de fuerza los sentidos.

Igual que la pequeña voluntad con la que salían las palabras de una máquina de escribir, esa mínima fuerza que le daba convicción a las letras, también en este mueble, se necesita que los dedos activen su conquista. No tiene un lugar de museo, ni está señalizado como reliquia. Tal vez pide a gritos convertirse en una pieza histórica. Pero es en silencio y con pasión por la historia ferroviaria que la joven Daniela Calero invita a sorprenderse con la agilidad del mueble viejo para dar pistas de andenes, horas y salidas con las letras que, de a una, aparecen para dar información que ningún letrero en LED puede opacar.

El tren no es un invento posmoderno y esa antigüedad circulante genera más emoción y mística en quienes hacen que el tren circule. A solo cuatro meses del comienzo de 2015 se recuperó el viaje a Open Door, un barrio de Luján, a veinte minutos de la Catedral.

“Se necesitaba personal de guarda de larga distancia y no nos quedaba personal de larga

Mujeres ferroviarias. Experiencias de vidas sobre rieles.

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distancia desde que se perdieron las líneas férreas. Ahora se pudo solucionar y la gente que vive a dos horas de la capital puede unir los dos lugares con un solo viaje de tren”, dice Daniela Calero. Ella tiene 25 años y habla del pasado del tren, de sus inicios, de su devastación y de su resurrección, en un plural presente que no le pasa de costado, sino que es parte de lo que le pasa a muchos y, entonces, le pasa a ella.

Daniela Calero vive en Haedo, un pueblo fe- rroviario –define- con su madre, Graciela Silva Ríos, a la que también define como ex ferro- viaria de la Línea Sarmiento, que es viuda de su padre, Héctor Calero, también ex ferroviario de la Línea Roca y con sus dos hermanas, definitivamente ferroviarias, Luciana Calero (en la Línea Sarmiento) y Florencia Calero, del servicio médico de Castelar. Daniela es militante sindical, está de novia, juega al fútbol y es fanática de Racing.

Lo único que la hace ajena, a Daniela, de toda su familia ferroviaria es que sólo ella trabaja en la Línea San Martín. Y que sus hermanas ya tienen sus familias. Por ahora para ella el nosotros no es algo que defina a su propia vida, sino a la vida ferroviaria. Y eso comenzó hace mucho. Su tío abuelo, Osvaldo Bertozzetti, fue

tesorero de la línea Sarmiento e hizo ingresar a su madre. Su madre conoció a su padre, que ya trabajaba en los trenes, y así empezó a enca- rrilarse la familia. Ella a los 18 años, en 1989, empezó a trabajar en los trenes como boletera. Voz, voto y boletos eran conquistas que iban de la mano. Ser joven para ella no es sólo un dato anecdótico. Es una reivindicación política. Daniela integra la Juventud Sindical Ferroviaria en la Unión Ferroviaria y participa del programa “Descarrilados” en una radio de Sáenz Peña.

Actualmente es administrativa en la atención al pasajero. Atiende reclamos por teléfono o personalmente. Pero aspira a dejar de hacer un trabajo pensado para señoritas amables y llegar a ser auxiliar o conductora. “Deseo de corazón que la mujer pueda ingresar a cualquier puesto sin tener ninguna traba y, menos, que sea por su condición de género”, desea y plantea. Por lo pronto ya hizo el curso de banderillera. No quiere que el techo de cristal –que siempre aplana las posibilidades de ascenso, progreso, mejores salarios y condiciones- aplane sobre su cabeza la desigualdad de género. Tiene sed de progreso y de igualdad con sus compañeros varones.

-¿Desde cuándo estás en la Juventud Sindi- cal Ferroviaria?

-Hace dos años. Me gusta mucho la política. No milito aspirando a ser tal cosa. Si sucede, buenísimo. Hoy se milita para mejorar la calidad de vida de los compañeros y ayudamos en un montón de causas y en los barrios, sin banderas. Estuvimos ayudando mucho a Homero Silva, un chico de seis años con leucemia que, lamentablemente, falleció hace dos semanas. Hay gente que no le interesaba hasta que se acercó y ahora está muy predispuesta a trabajar.

-¿Cómo se organizan?

-Nos juntamos los miércoles, a las 22 horas, en Santo Lugares. Nuestra idea no es liberar al empleado de su puesto, sino que lo haga porque le gusta. Queremos que sea un sacri-ficio, sino lo hace cualquiera. Tenemos un lugar que llamamos “La casita” que la remodelamos toda y es nuestro lugar en el mundo.

- Para muchas mujeres el problema es que la militancia gremial implica una tercera jornada laboral además del empleo y del trabajo no remunerado en las tareas del hogar. ¿Cómo hacen para posibilitar la militancia femenina?

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-Es otra jornada. Si hay actos los domingos yo me vengo a Plaza de Mayo desde Haedo. Por eso cuando leo el comentario “lo hacen por el chori y la coca” me molesta mucho. Lo hacemos porque nos nace y hay compañeros que dejan a sus hijos y sus mujeres. Las esposas también bancan mucho a los compañeros. Por eso, en la línea San Martín, siempre hay pintadas para el día de la madre que dicen “Mamá ferroviaria feliz día”.

- ¿Te cuesta más ir a una reunión nocturna que a un varón?

-Yo creo que ya no hay diferencia entre el hombre y la mujer. No por ser feminista la mujer siempre puede con todo, el trabajo y los hijos. Tenemos que agradecerles a las mujeres de los hombres que vienen a participar. Y también son los maridos los que se quedan dándole de comer y bañando a sus hijos para que sus mujeres puedan venir a participar. Además, está la agrupación de mujeres ferroviarias en la que todas trabajan, todas tienen hijos y todas militan. Las 24 horas de las mujeres son full time.

-¿Te gustaría ser representante sindical en un gremio en el que históricamente los

dirigentes fueron varones?

-Sí, no tengo problemas. Creo profundamente en la igualdad. Es exactamente lo mismo que me represente un hombre o una mujer. Si puedo ser representante de un compañero, no tengo problema en enfrentarme a ningún tipo de hombre. No me da miedo para nada. Somos todos iguales.

Las 24 horas de las mujeresson full time.

-¿Te tuviste que enfrentar a varones en tu militancia?

-Me he ido enojada o llorando de alguna reunión. Soy un poco temperamental por mi personalidad y me gusta imponer ideas y el ambiente del tren fue muchos años machista y cuesta desde ese lado.

-¿Qué disfrutás?

-En el proyecto de la radio no hubo ningún problema. Fuimos a los locales a buscar gente

que colabore con 100 pesos por mes para bancarnos nuestro espacio. Se tocan muchos temas de resarcimiento económico, deportes, participación familiar.

-¿Cuál es tu sueño laboral?

-Siempre me gustó el puesto de auxiliar igual que el de maquinista. En un momento el problema era que las mujeres no podían enganchar la formación, pero hoy tenemos enganche automático y espero que se puedan abrir esos puestos, como se abrieron los puestos de guarda en donde ahora sí hay mujeres. - ¿Qué te gustaría hacer?

-Auxiliar de vía: es el que trabaja en conjunto con control de trenes. Es el que hace que el tren entre y habla con control para que el tren salga. Uno es el jefe y otro es la obrera. Yo quiero ser la obrera. Hay que estudiar para ocupar los puestos y con estudio lo puede ocupar una mujer.

- ¿No hay ninguna razón física que impida que ese puesto sea accesible a una mujer?

-No, ninguna. Igual no dejaría de haber hombres.

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Es importante que la mujer pueda incorporarse a otras tareas. Si los hombres quieren bajar a la vía se lo dejamos, no hay problema.

- ¿Cuáles son las trabas para que las trabajadoras puedan ocupar más y mejores puestos?

-La trabas para las conductoras mujeres pro- vienen de los gremios de la Unión Ferroviaria y La Fraternidad. Siempre los cursos y los exámenes se dan en los gremios. No sé cuáles son los motivos por los que no ingresan más mujeres, pero deseo de corazón por mis futuros compañeros y mis hijos que la mujer pueda ingresar a cualquier puesto sin tener ninguna traba y, menos, que sea por su condición de género. Así como esperamos tantos años para que la mujer ingrese al ferrocarril, espero que no pasen tantos años para ocupar esos puestos de trabajo.

-¿Qué hacés actualmente en el ferrocarril?

- Soy administrativa del Centro de Atención al pasajero de la línea San Martín que va de Retiro a Open Door. La atención es directa: telefó- nica, personal, escrita o vía web. Tratamos de solucionarle los inconvenientes a los usua-

rios. Somos el nexo entre la empresa y el pasajero.

-¿Las mujeres tienen un techo de cristal o de hierro para ascender en el ferrocarril?

-Cuando entrás a una empresa siempre aspirás a ascender. Yo arranqué en boletería a los 18 años y ascendí. Es un logro personal. Empecé en un sector con doscientas personas y ahora somos apenas tres en atención al pasajero. Vas saliendo del montón para hacer, cada vez más, lo que te gusta. Pero hay que poder acceder a otras categorías que nosotras no tenemos y ellos sí. Ahora la categoría más alta es la de guarda. Está difícil el ascenso. Pero estamos en otra época. Nos buscamos nuestro lugar. Nos merecemos nuestro lugar. Si tanto luchamos por estar en el tren también se puede luchar por conseguir más puestos.

Nos buscamos nuestro lugar.Nos merecemos nuestro lugar.

- ¿Es importante la participación gremial de las trabajadoras para que la lucha por la democratización de los puestos más cali-

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ficados y remunerados sea desde adentro de los gremios?

-Una revelación es la cantidad de mujeres que participan en el gremio. Nosotras no nos conformamos con el ingreso de las mujeres al ferrocarril. Siempre queremos un poco más. Vamos en la locomotora. Yo ya hice el curso de banderillera y si tengo que estar en una vía (y es para mejorar) lo voy a hacer. - ¿Muchas mujeres están capacitadas y no pueden acceder a un puesto de mejor calificación y remuneración y otras no tienen acceso a la capacitación para acceder a esas mejoras?

-Las personas que desarrollan esta tarea (de banderilleros) están en garitas sin buenas condiciones de trabajo. Por ahí un hombre sin un baño ya sabemos la manera en la que se arregla y, en cambio, para que una mujer pueda ocupar ese puesto tienen que existir condiciones: un baño de material, con un inodoro y con un ámbito seguro. Pero, a la mañana y a la tarde, sin que sea de noche lo podrían ocupar. - ¿Qué reivindicaciones hacés como joven?

-Las jóvenes tenemos mucha fuerza, estamos muy motivadas. Vemos un crecimiento muy grande. Conocemos la historia argentina (el radicalismo, el peronismo) dentro de la historia ferroviaria y sabemos como nos cerraron las vías. Hoy, el joven va por recuperar todos los viajes que había antes. El lema es “Me verás volver”. Nuestro sueño es que el ferrocarril vuelva a ser lo que era antes.

El lema es “Me verás volver”. Nuestro sueño es que

el ferrocarril vuelva a serlo que era antes.

- ¿Qué implica para vos el ferrocarril?

-Significa mucho para mí, porque es parte de mi vida y de mi historia y políticamente lo veo muy bien porque tuvimos, en poco tiempo, logros muy grandes como la modernización de las estaciones, los trabajos de obra, la gran cantidad de gente que pudo entrar al ferrocarril y la renovación de todos los rodantes de los trenes. Para nosotros trajo

un alivio, porque hay mucha menos cantidad de quejas, mejoró la calidad del trabajo para los maquinistas y hay menos trabajo para los auxiliares que no tienen que bajar a la vía. Esta época política nos trajo cosas muy positivas y espero que puedan entender que el ferrocarril es para el pueblo. Es el que más cuidado tiene que estar. No nos podemos dar el lujo que nos cierren un tren a Mendoza. Cuando han cerrado los trenes muchos pueblos han muerto porque quedaron a la intemperie. En los pueblos es muy lindo y cálido porque la gente se va con su termo y espera la llegada del tren como si fuera la llegada del Arsat (el primer satélite geocomunicacional argentino). Es todo un acontecimiento ver la llegada del tren en el interior. Por esa gente nos da ganas de luchar.

En los pueblos es muy lindo y cálido porque la gente se va con su termo y espera la

llegada del tren como si fuera la llegada del Arsat. Por esa gente nos da ganas de luchar.

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Daniela no es sólo una luchadora ferroviaria. No sólo es de las pocas y aguerridas mujeres que trabajan en los trenes, que aspiran a ser las primeras en puestos operativos, en hacer arrancar o conducir un tren y en militar para defender los derechos de los trabajadores a ganar mejores salarios y de las trabajadoras a también conquistar los mejores salarios dentro del escalafón ferroviario.

Además, a Daniela no le van los rótulos sociales y subirse a tacos altísimos e incómodos para caminar frenada por ser una buena dama. A ella, en cambio, le gustan los botines. Y ser una mujer que se come la cancha. Daniela juega al fútbol en el Social Club de Villa Sarmiento, de Haedo. “Es donde tengo mi equipo desde que soy chiquita”, relata.

En su infancia, por la década del noventa, la liberación femenina no había llegado a las niñas sin piernas cortadas para acarrear una pelota y deslizar un gol en una alegría de arco a arco. Daniela no conseguía amigas para jugar. Y, entonces, jugaba con varones. Daniela no conseguía escuela que le enseñara a gambetar y, después de mucho caminar, encontró una en Villa Estruga, Palomar, aunque eran tan poquitas que los partidos terminaban siendo

mixtos para llenar suficientes camisetas en la cancha. Daniela escuchó en sus oídos los prejuicios de ser una mujer sin lazos a las muñecas y las mamaderas que enseña el manual implícito de los roles de género. Daniela es- cuchaba su nombre sin A –Daniel- de la boca de su mamá para señalarle que parecía un varón por sus gustos y por ser traviesa.

- ¿Qué puesto te gusta?

-Medio campista, hago el enganche.

- ¿Sos la Mascherano de tu equipo?

-No me la creo. Te tiran Gago, Riquelme, Mascherano, pero me gusta hacer la asistencia para que otra pueda hacer la jugada. No soy la más rápida, sino la más pensante. Me gusta

Ser ferroviaria también es una pasión para mí. (...) Si escucho

que viene el tren lo miro enamorada por el terraplén.

mucho asistir y que las delanteras hagan el gol. Ellas tienen precisión y están entrenadas para romper el arco.

-Hay un espíritu Mascherano que tiene que ver con desgarrarse para defender y correr para atacar…

- Una vez me tocó atajar un penal y me temblaban las piernas. Una compañera me vino a decir “te convertís en héroe”. He ocupado muchos baches. Nosotros tenemos nuestra capitana que, cuando no da más, dice “es hasta el fin” y te estimula tener una capitana así, que lleva el fútbol en la sangre. A los hombres lo que más le molesta es que les discuta de fútbol. Y te puedo asegurar que les he dado lecciones a más de uno. Pero a veces te dicen “yo con vos de fútbol no hablo”. Discuto mucho y he ganado muchas apuestas, muchos fernet y muchos asados. El último River – Racing le gané la apuesta a un compañero que vino muy cocorito. Yo soy fanática de Racing. Voy a la cancha con compañeros del tren. Hay gente que me respeta mucho. Y hay gente que no.

- Hay conquistas que todavía faltan: que las mujeres ganen igual que los varones y que tengan el mismo derecho a hacer deporte y

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lo quiero mucho. Cada estación es un mundo, siempre me acuerdo de los compañeros que dejé de ver. Entré muy pequeña y estar en blanco, con un legajo, en un servicio público, es muy lindo.

Cada estación es un mundo.

Los ojos le brillan, las manos se arrastran por las piernas largas, las uñas negras se deslizan por su cuerpo estilizado, sin vedettismo y con la vitalidad expresada en jeans y zapatillas. El recuerdo trae una torta en un cumpleaños. Las familias sin lazos de sangre sino laborales. Los cachetes se le resalta con la sonrisa y los ojos se achinan. Hay algo que no se pude explicar, ni preguntar, una química que las palabras no definen: amor.

-¿Cómo es el enamoramiento por los trenes?

-Es incomprensible. Tenés que ser ferroviaria, sino no se puede entender. 3

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divertirse. ¿Cómo ves el panorama?

- A mí me dicen “A ver cuando jugás así me río un rato”. Siempre que no haya mala leche, o intención de golpear, juego con hombres y no hay diferencia física.

-¿Te tienta más jugar en la Primera A o ser conductora de un tren?

-Jugar en la primera división no, porque más allá de que sea mi pasión hay que alimentarse sano, trabajar los músculos, concentrar, no salir, un montón de cosas. Me lo tomo en serio al deporte, pero como cable a tierra. También hago cosas que me relajan como pintar. Encontré el equilibrio entre trabajar en el tren -que me gusta mucho- y jugar al fútbol que es mi pasión. Pero ser ferrovia- ria también es una pasión para mí. Tengo que combinar mis dos pasiones. A veces estoy con mi novio, Juan Monroy, paseando por Palermo y le digo: “mirá que lindo es el San Martín” y él me dice “es un tren”. Si escucho que viene el tren lo miro enamorada por el terraplén. Esas máquinas imponen respeto.

-¿La relación con el tren es de amor?

-Si, me ha ayudado a crecer. Es muy loco. Yo

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NATALIA CAMPOSMI HIJA LA OPERADORA

Tiene 24 años y su edad no es menor, no es un dato menor. La inserción de las mujeres en el tren no es sólo una puerta abierta para una vida hecha que se puede rehacer a partir de un trabajo digno y en acción. También es una forma de empezar la vida. No achicarse por ser chica. Ni mujer ni joven. Las palabras tienen su sentido y una chica, muchas veces, está acorralada a ser chica también en la vida. ¿Para qué crecer si un padre, si un marido las puede mantener? ¿A qué aspiran? ¿Qué ambicionan que no les puedan proveer? La sed de futuro se vuelve culpable cuando las preguntas acorralan a las jóvenes que no se conforman con cumplir años, sino que buscan crecer.

La sombra de los prejuicios agudiza la mirada prejuiciosa sobre las mujeres jóvenes. No son las que trabajan para salvar a sus hijos del hambre. Son las que tienen hambre de progreso y futuro. A veces las acorralan en el lugar de sospechosas. ¿Qué pretenden las que pretenden? El costo de la pretensión bienvenida de las nuevas generaciones es el propio sacrificio, pero también hacer oídos sordos a los rumores que las cuestionan y a las soledades de quienes pretenden congelarlas en el conformismo de lo que les tocó y no de lo que pueden conseguir con esfuerzo y garra.

Por eso, Natalia, también es un ejemplo de una joven que se planta por delante y que atraviesa

los prejuicios laborales, amorosos y sociales para empujar no sólo su propio destino, sino la deci- sión que tienen que atravesar las más jóvenes para pelear por una vida sin barreras bajas a sus deseos y donde ser chica no sea un obstáculo, una calificación despectiva, sino un orgullo.

Natalia es una chica ferroviaria. Una gran chica ferroviaria.

Su juventud se refleja en la charla chispeante, con sabor a conquista y en la alegría de su logro: es la primera operadora ferroviaria de la Línea Sarmien- to. Tiene el pelo largo, los ojos delineados con negro, dos perlitas sobre sus orejas y una camisa blanca. Transmite una frescura natural que no necesita

“A las mujeres, si nos ponen palos en la rueda, obviamente vamos a intentar superarlos”

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esconder ni resaltar. La juventud está a la vista. Todavía vive en la casa paterna. Pero ahora ya no comparten sólo el techo. También el oficio. Los dos son ferroviarios/as. Pero, incluso, Natalia superó a su papá. Desde el 3 de noviembre de 2014, se convirtió en la primera mujer operadora ferroviaria de la Línea Sarmiento.

La superación generacional es todo un hito. Las sociedades -o los tiempos históricos- en donde los hijos superan a los padres son prósperas. Y los tiempos en donde las hijas superan a sus propios padres son una clara señal de progreso. No sucedió antes ni hay que esperar a que suceda más adelante. Argentina 2015. Ese es el caso de Natalia y Roberto. “Lo pasé a papá y él está muy contento”, festeja Natalia. Su alegría no es sólo familiar, sino un reflejo de una sociedad más igualitaria y con más oportunidades.

Él es guardabarrera y ella, su hija, que nunca creyó que podría ser ferroviaria, porque el legado del trabajo era un privilegio de herencia para los hijos varones, que nacían con escarpines celestes (como la cultura cromática manda), con el club de fútbol tatuado entre los gritos paternos y con el (casi) seguro de sueldo bajo el brazo. Pero ella logró ingresar a trabajar al ferrocarril e, incluso, superar el puesto con el

que comió, creció y se educó toda su vida. El puesto de operadora es superior al de su papá y en esa línea ascendente se ve la posibilidad de ascenso social, generacional y de género. No todas lo logran, pero Natalia es un símbolo.

En los trenes la usanza es que los hijos también puedan ingresar a trabajar. Pero, hasta hace muy pocos años, la puerta abierta era sólo para varones. El ingreso de mujeres abrió la posibilidad a los padres (hay algunas pero son pocas, todavía, las madres que también pueden ampliar el horizonte de trabajo a sus hijas) a que puedan ayudar a que sus hijas consigan salario digno, empleo, asignación familiar, jubilación y la posibilidad –que moja los labios y el cosquilleo de esperanzas además de un recibo de sueldo- de progreso. Por eso, en esta renovación de género ferroviaria (que se traduce en más y mejores vidas y que, por supuesto, todavía tiene mucho espacio para ampliarse) se abre el abanico de múltiples posibilidades y potencias femeninas.

“Mi hijo el dotor” es la frase que define una conquista nacional: el sueño de inmigrantes con oficios básicos de albañil o panadero que en la Argentina generosa de mitad del Siglo XX pudieron lograr que sus hijos estudien

y se conviertan en profesionales. “Mi hija la operadora” también puede decirse de la apertura a las mujeres y los jóvenes que implica la promoción de igualdad de género en la carrera ferroviaria. Un padre abre y cierra las barreras y su hija decide cuando el tren pasa o no pasa. “Mi papá está contento y orgulloso. Yo entré gracias a él y si puedo darle orgullo es lo mejor”, se alegra Natalia que trabaja, actualmente, en Haedo.

El logro no llega solo. Su despertador suena cuando muchas chicas y chicos de su edad están a la mitad de la fiesta. A las tres y media se levanta en Marcos Paz. Se prepara y enfrenta la oscuridad de la noche con los ojos abiertos y valientes puestos en su día que comienza, oficialmente, a las seis de la mañana pero que ella arriba, siempre, media hora antes, para estar atenta antes que el trabajo empiece. Su primer valor es el sacrificio. También está el despojo de chats nocturnos y brindis de sábados que ella no tiene francos. Pero, a todo eso, se agrega sobrepasar el miedo a que una chica salga de su casa sin luz que le ilumine el camino. No hay noche que la frene, ni miedo, en el camino de Natalia.

Ella hizo el curso de operadora y se sacó mejor

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nota que sus dieciséis compañeros varones. Su primera calificación no dejó dudas: 9,6. Por eso, Natalia también da cátedra de por qué las chicas no se achican y van para arriba: “Ser mujer no es una limitación ni te impide nada. Si le ponés ganas vas a ser lo que deseas ser”.

Natalia estudiaba psicología en la UBA. Pero eligió hacer carrera en los trenes. También vive con su hermana Jessica Campos, que es ama de casa, y su sobrina Mara Bravo. A ella le gustaría que su hermana también trabaje en trenes, pero hay tiempo y ningún apuro para subirse al vagón de la conciliación entre empleo y maternidad.

Natalia tiene sed de progreso. Pero ningún tapujo para empezar de abajo. Comenzó el 7 de agosto de 2014, a los 23 años, en limpieza, en la estación Mariano Acosta. En el calendario es el día de la religiosidad católica y popular de pedirle y agradecer trabajo a San Cayetano, en Liniers, justo donde hacemos la entrevista. “Es el puesto más bajo, aunque no tan bajo porque más de uno quisiera estar ahí. Es un buen trabajo”, valora.

Lo cortés no quita lo valiente. La limpieza abarca a la estación y supera sus límites. Llega

hasta las vías, las diferentes alas, la boletería y la sala. Limpieza es una palabra pulcra en la que los detalles son, casi siempre, parte del invisibilizado mundo del esfuerzo femenino. Por eso vamos a dibujar con palabras eso que nunca se nombra y que transpira las manos, seca la piel, nubla la vista, doblega las rodillas y al rato se ensucia para desmentir el valor del trabajo que nunca termina. Hacer la limpieza de los trenes implica barrer, sacar telarañas, levantar papeles y toparse con la basura que no se quiere ver hasta que la ven quienes limpian.

Natalia, además, hacía la limpieza del tren diésel que va de Mariano Acosta a Lobos. “Es un tren viejito y lleno de tierra porque son los que van al campo”, cuenta. Y el cuento no muestra solo un paisaje de ventanilla sino que eso implica más trabajo. A ella le tocaba turno tarde y tenía que dejar limpio el tren para la mañana siguiente: baldear, barrer, pasar el trapo en los asientos. En poco tiempo debía remover mucha tierra entre la tierra del

campo. Tiraba agua y la mugre no aflojaba. La tierra mojada se volvía barro. “Es pesado, no es lo mismo que estar papeleando”, diferencia. Las comparaciones siempre son odiosas. Pero ella busca marcar que levantar papeles de caramelos, tickets de pancho o listas de compras, no es lo mismo que el barro que se multiplica. Por la naturaleza. Y por la falta de respeto de pasajeros y pasajeras que tiran desde pañales y preservativos, botellas de alcohol, latitas de gaseosas y otras desconsideraciones no aptas para todo público.

El barro no la tapó. A los cuatro meses logró ser operadora de estación. “Me interesé, estudié, me puse las pilas”, explica una fórmula que contagia. Y que no se queda de brazos cruzados frente a las barreras que, todavía, persisten. “Si se puede algún día me gustaría conducir un tren”, presagia. - ¿Cómo fue que lograste ascender?

-Yo trataba de pasar de puesto por un tema de salud, porque soy alérgica y la limpieza me estaba haciendo mal. Y también por querer más. No soy pretenciosa, pero quería más y, si se daba la oportunidad, mejor. Mi idea era pasar a guarda, pero empecé a averiguar

Me parecía que no podía.Pero acá estoy.

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que cursos había. Me dijeron que estaba el puesto de operador de estación. Pregunté si era exclusivo de hombres. Me dejaron en línea y, después de un rato, me dijeron que me podía anotar. Pero, al principio, lo dudé.

-¿Por qué dudaste?

-Lo dudé yo misma porque antes un puesto así no iba. Es como que era trabajo de hombre. Era muy raro que una mujer esté al mando de una estación y que todo recaiga sobre vos. Me parecía que no podía. Pero acá estoy.

-¿Cuál es tu tarea?

-Yo empecé con las prácticas y me pasaron por diferentes estaciones. Estuve en Mariano Acosta, en Las Heras y en Lobos haciendo

Un operador despacha trenes y está a cargo de todoel personal que está en la estación, porque es el

responsable de la estación”

práctica de operador de estación. El trabajo es ser retrasmisor o encargado de una estación. Por ejemplo, cuando tenés que sacar un tren dependés de la orden de control para que te ceda la vía libre o no, para eso se debe solicitar la orden de partida que permite al personal ocupar una sección de vía con su tren. Un operador despacha trenes y está a cargo de todo el personal que está en la estación, porque es el responsable de la estación.

-¿Con 24 años estás a cargo de personas que doblan tu edad?

-Sí, hay personas que doblan mi edad. Al principio es un poco chocante, pero la idea no es chocar con nadie, al contrario, sino trabajar en conjunto. No me puedo llevar mal con un cambista. Tenemos que trabajar a la par simultáneamente.

-¿Creés que hay una forma de liderazgo femenino?

-No me interesa hacerme la mandona con los otros. Al contrario; si todos formamos un equipo es mucho más fácil. El ferrocarril es una familia. Yo paso en el trabajo las mismas horas que con mi familia y con mis compañeros

estamos todos los días juntos. Por eso, nos llevamos todos bien. Así es mucho más fácil.

-¿Cómo es ser la primera mujer operadora?

-El curso fue en septiembre (de 2014) y éramos tres mujeres y dieciséis hombres, aproximadamente. Había que dar un examen de ingreso y el profesor no nos tenía mucha fe.

-¿Se sentía la mirada machista?

- (Elude la respuesta pero se ríe para esquivar la acusación directa)... Pero al final de toda la historia nos terminó felicitando.

-¿Era la primera vez que ese profesor tenía alumnas?

-Nunca había tenido mujeres. Y el curso lo hicimos tres chicas: Johann Corrales, Yara Howes y yo. No nos tenía mucha fe, pero terminamos quedándonos igual a pesar de sus intentos para que nos vayamos. Nos decía

El ferrocarril es una familia.

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que podía ofrecer puestos en boletería. Pero a las mujeres, si nos ponen palos en la rueda, obviamente vamos a intentar superarlo.

-¿El obstáculo te dio más ganas de superarte?

-Sí, queres pasar el curso a pesar de los peros. Ser mujer no es una limitación ni te impide nada. Si le ponés ganas vas a ser lo que deseás ser.

-¿Cómo fue el resultado del curso?

- Las mujeres pasamos el primer examen con las mejores notas. Yo aprobé el primer examen con 9,6. Y hubo una semana de curso y otro examen en el que volví a sacar 9,6. Se suponía que ya estábamos adentro. Nos dieron dos días y ya éramos egresados. Estoy entre las tres primeras notas y por eso me llamaron. Más allá de los prejuicios, el profesor nos terminó felicitando. Se dio cuenta que nos interesaba y le prestábamos atención. Ya a mitad del curso la integración a clase era otra. Dejamos de ser una sombra y éramos unas alumnas más.

-¿Cómo te llamaron para el puesto de operadora?

-El primer llamado fue para las primeras tres notas y me llamaron a mí. Empecé el 3 de noviembre en la estación Las Heras como practicante de operadora en estación.

-¿Qué sentiste el primer día?

-Estaba contenta y mi papá estaba contento y orgulloso. Yo entré gracias a él y si puedo darle orgullo es lo mejor, porque es devolverle lo que él me dio a mí.

-¿Tu papá se imaginó que su hija iba a llegar a ocupar ese puesto?

-Mi papá quería que entrara a la empresa porque sabía que es un buen trabajo y no me va a faltar nada. Él seguía bancándome los estudios y veía

como me superaba. Pero cambié 180 grados: de levantar los papeles a ser operadora. Y de estar rodeada de libros a trabajar en el tren. Pero si vamos a ser sinceras, me gusta más el ferrocarril que la psicología. Ahora prefiero leer libros de trenes. Cambió mucho mi perspectiva. Me gusta nutrirme de información. Me dejaron un tiempito en cada estación y cada operador, que también son profesores, me fueron nutriendo en cada lugar. El operador de estación se encarga de todo, así que aprendí mucho.

“Las mujerespasamos el primer examen

con las mejores notas”

Si le ponés ganas vas a serlo que deseás ser.

Estaba contenta y mi papáestaba contento y orgulloso.

-¿Te gustaría seguir creciendo?

-Sí, me gustaría mucho. No sé si algún día se podrá, pero me gustaría conducir un tren. Si algún día se da la oportunidad me gustaría. Pero por ahora no pretendo más porque me siento bien.

-¿Creés que se va a poder romper la barrera que frena que las mujeres sean conductoras?

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-¿Si somos operadoras de estación por qué las mujeres no vamos a poder conducir un tren? Es una discusión. No lo veo imposible. Se oponen, pero no todos. Algunos quieren y les parece justo. Pero hay otros que no. Son machistas todavía. Es un espacio de hombres. Aunque yo me metí en un espacio de hombres y nunca sentí una diferencia tan chocante.

- ¿Si son mujeres las que conducen el país en Brasil, Chile y Argentina por qué una mujer no puede conducir el tren?

-No a todo el mundo le gusta. Yo no era bien vista por los conductores que son los más machistas.

- ¿Qué argumentos hay para decir que una mujer no puede conducir un tren?

-No se necesita fuerza física sino ser respon-sable. No veo ningún impedimento para que una mujer con conocimiento pueda hacerlo. ¿Si ellos estudian para estar donde están por qué una mujer no puede lograrlo? En el depósito de Haedo el prejuicio se fue corriendo bastante y ahora todos me tratan bien y soy respetada. Me lo gané también. Yo no les falto el respeto a mis compañeros y ellos no me lo faltan a mí.

-¿Qué cambia en tu vida al tener un buen puesto laboral a los 24 años?

-Pasé a tener mi trabajo, una responsabilidad en serio, día a día estoy a cargo de gente. Si falto, el tren no sale. Por eso nunca falté. A los 24 años mi vida cambió mucho y todo ronda en la responsabilidad. No me molesta pero sé ubicarme. La tengo clara. Mi papá siempre me dio lo que pudo, nunca nos hizo falta nada. No la pase mal, pero me gustaría retribuirle a mi papá todo lo que hizo por nosotras.

- ¿Con qué cosas soñás?

- Me gustaría que mi hermana también ingrese.Puedo soñar con tener mi casa y mis propias cosas, pero lo principal es tener mi casa y algún día, si Dios quiere, la voy a tener.

¿Si somos operadoras de estación por qué las mujeres no vamos a poder conducirun tren? Es una discusión.

No lo veo imposible.

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- Me encanta que se pudieron abrir puesto de trabajo para hijas. Había toda una tradición que cambió. Mi viejo estuvo seis años para hacerme entrar. Ahora lo pasé a papá y él está muy contento.

- ¿Te imaginás teniendo hijos y trabajando en el tren?

-No pienso en hijos. Quiero disfrutar de lo que estoy haciendo y tener mi casa y mis pro- yectos. Mis viejos nos tuvieron de jóvenes, mi papá tenía 17 años y mi mamá 19 años. Lo material es importante. Un bebé necesita higiene y todo. Mi hermana con 17 años ya fue madre joven. A mí, hasta que no tenga la vida organizada, me gustaría disfrutar más de lo que estoy haciendo.

- ¿Es importante que las mujeres tengan más lugares en el tren?

-Sí, es un símbolo de integración. Estamos

integradas a un trabajo de hombres. Estamos distribuidas en diferentes puestos: hay mujeres guardas, de limpieza, banderilleras, adminis- trativas, operadoras de estación. Me parece importante y me da orgullo. Me pone contenta. Las tres chicas que hicimos el curso nos fuimos saltando en una pata cuando nos dijeron que éramos operadoras de estación. Si no nos llamaban íbamos a insistir.

- A no bajar los brazos…

-No, porque era lo que queríamos hacer y, si alguien se propone algo, tarde o temprano lo termina consiguiendo. Hay que ponerle un enfoque y se puede conseguir lo que una quiere.

-¿Te gustaría que tu historia empuje a otras chicas a crecer?

-¡Qué lindo! Aparte me gusta y disfruto el trabajo, eso es lo mejor. Uno no siempre disfruta de lo que hace. Si podés disfrutar eso, está perfecto.

- ¿Cómo evaluás los cambios en los trenes?

-Yo soy una mujer y estoy en un puesto de hombre. ¿En qué dictadura estoy? Veo libertad

Había toda unatradición que cambió.

-¿Cuál es el mayor sacrificio?

- Yo estoy en Marcos Paz. Me levanto a las tres y media y salgo a las cuatro de la mañana para estar a las cinco y media, porque me gusta llegar antes. Me gusta ser puntual. Mi papá siempre me dijo que esté antes. Antes de que surja un inconveniente ya estoy preparada y tranquila en el horario que estoy entrando. Mi horario es de seis a catorce horas. Me despierto a las tres y media y llego a casa a las dieciséis horas.

- ¿No podés ir a bailar?

-Ya no puedo ir a bailar porque sábados, domingos y feriados vengo a trabajar. No tengo mis salidas y mi vida de antes, pero siento que vale la pena. Me gusta ir a trabajar. Hay que ser agradecido, tengo trabajo que es lo más importante.

- ¿Valorás poder seguir en el trabajo de tu papá?

Si falto, el tren no sale.Por eso nunca falté.

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de expresión y todo está mejor. No todos vamos a coincidir en la opinión, pero el tren mejoró. Sé lo que era viajar antes y ahora. Ahora es un lujo: está todo hermético, hay aire, policía y seguridad. Nada que ver con lo que era viajar antes. Yo viajaba todos los días apretada, con demora, a veces me quedaba afuera. La gente se sigue quejando, pero hay más demanda. En el 2000 nadie se tomaba un tren porque no había trabajo ni razones para viajar. Ningún transporte te lleva a todos lados y a kilómetros por tres pesos. El tren pasó a manos de quien tendría que haber pasado hace mucho tiempo.

-¿Tenés más presión en demostrar tu capa- cidad por ser mujer y joven?

-Ser mujer y ser joven me juega un poco en contra: el respeto me lo tengo que ganar. El primer día fue “¿Vos sos la operadora?”

Ella se ríe y abre los brazos. El gesto quiere decir es lo que hay o hay lo que se logró. Pero sí, Natalia era y es la operadora. “A algunos les resulta un poco chocante que sea mujer y sea joven. Hoy en día me llevo bien con el personal y eso es lo importante. Pero soy la única mujer en todo el depósito de Haedo, más allá de las enfermeras”. Los logros a veces no se ven, como los vagones nuevos. Ni se sienten, como el aire fresco en el sofocón del verano. A veces son invisibles, pero abren más puertas que todas las que se abren para subir y bajar pasajeros/as. Son las puertas abiertas a que las mujeres puedan crecer.

Pasa un panadero por la mesa en la que las palabras se vuelven entrevista, donde el verano da sed, el triunfo arroja sonrisas y el día de trabajo despeja el hambre. El panadero no sopla, pero ventila los deseos. Falta. Faltan deseos por cumplir. Y la falta siempre es un motor para ir hacía adelante. Pero se ha

En el 2000 nadie se tomaba un tren porque no había trabajo ni razones para

viajar. Ningún transporte te lleva a todos lados y a

kilómetros por tres pesos. El tren pasó a manos de quien

tendría que haber pasado hace mucho tiempo.

llegado a mucho y no sólo por la inercia del viento de progreso. También por la voluntad de empezar. Y de ser pioneras para empujar la propia vida y la de otras mujeres. 3

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CARLA GIRACCALA HIJA DEL 2001

Carla Giracca nació en una familia numerosa y trabajadora. Sólo con la primaria com-pleta se convirtió en madre. Terminó el secundario y estudió en la Universidad de Buenos Aires mientras criaba a su hija. Se sobrepuso a los obstáculos y empezó a soñar con una vida en la que es posible desear cuando se viene de abajo. Una funcionaria mujer, joven y de origen humilde que hoy dirime las demandas laborales en un gremio tradicionalmente masculino.

Tiene 36 años y es una de las funcionarias centrales de la estatización de los ferrocarriles argentinos. Es mujer, es madre, es joven y es de origen humilde. La combinación empuja puertas que se cierran y aperturas que se aprenden a abrir por una ventana que termina ampliando la mirada. No es una carrera de escalones sencillos que se suben de a uno y desde el principio al final. Es, muy por el contrario, un precipicio en el que se camina con prudencia para no perder el equilibrio y que, para recuperar la carrera, se escala como el Himalaya, con más tiempo, tenacidad, valentía y esfuerzo. O una escalera caracol que donde se pensaba que terminaba, en realidad, recién se comienza a subir.

Carla Giracca es Licenciada en Relaciones del Trabajo. Pero su carrera no fue tan fácil como

caminar en una cinta mecánica y poner play en los pedales de la vida. En 2001, cuando Argentina cambiaba de presidentes como de días y las monedas rotaban de nombres según la fecha y provincia, ella tenía una hija recién nacida y el único título clavado en la primaria. El país retumbaba en Plaza de Mayo y no había agua que pareciera alcanzar para tanto fuego. El terremoto político pedía en asambleas y piquetes que se vayan todos. En el desfile de cinco mandatarios que giraban en una calesita de un poder sin volante; de ahorros blindados en los bancos (para quienes tuvieran ahorros); de exiliados económicos rumbo a lavar las copas que acá se rompían y de billetes que podían llamarse pesos, lecops o patacones pero que tenían el valor depreciado por la desesperación de sobrevivir a cualquier precio; Carla, todavía, no había llegado a ningún lado. Parió a su hija en 2001 y se

“En esta gestión se logró que haya primeras guardas y operadoras ferroviarias. Estoy convencida de que se ha

ganado un montón y que se puede ganar mucho más”

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parió a ella misma en 2002. Por eso, es hija del resurgimiento argentino siglo XXI.

Es una morocha de ojos penetrantes, labios rojos, rasgos sutiles y una belleza de arrabal que no se logra con maquillaje, sino con años de conurbano real. Ella no había terminado el secundario. Nada se lo impedía. El secundario obligatorio se aprobó, recién, en 2006. La única obligación era sobrevivir en una familia trabajadora y numerosa. Tenía quince años cuando se soltó del brazo escolar, con el que bailaba un vals al que no veía que iba a llegar a nada. En su casa de Moreno eran cuatro hermanos varones y cuatro hermanas mujeres y las carpetas sobraban igual que la necesidad de amucharse. Su mamá se levantaba siempre para hacer las camas temprano y su papá viajaba en el oficio de camionero para transportar mercadería y volver con el pan. La propiedad privada no manda entre la hermandad multiplicada.

Trabajó de muchas cosas porque cuando el trabajo falta paga poco, pide mucho, es in- formal y se pierde rápido. Fue vendedora de ropa, ofreció cosméticos a domicilio, cocinó panqueques industriales y fabricó tapitas para soda. Su vida no fue una burbuja.

A los veintidós años se convirtió en mamá de Malena. La maternidad joven no la frenó, sino que la impulsó a redoblar sus esfuerzos por dos: por ella y por su hija. Cuando la beba cumplió un año y medio, en 2002, ella decidió terminar el colegio. Malena iba al jardín y Carla al secun- dario. Malena iba a la primaria y Carla a la Universidad de Buenos Aires. Trasnochó con apuntes. Derrochó sábados y domingos frente a letras subrayadas. Se levantó a bajar la fiebre. Se propuso llegar a su meta y redoblar las posi- bilidades. Terminó la facultad. Y se convirtió en una de las funcionarias jóvenes en ascenso.

Logró crecer en la tarea de equilibrar entre las demandas de lo deseable y las posibilidades de lo real. En 2008 comenzó a trabajar. Así llegó a Directora de Recursos Humanos de la Agencia Nacional de Seguridad Vial. En la actualidad es la Subgerenta de Recursos Humanos de la Línea Sarmiento.

-¿Cómo terminaste el secundario?

-Hice primero, segundo y tercer año en un secundario acelerado. A mí el estudio me dio muchas herramientas y me abrió puertas.

-¿Llegar desde abajo da otra mirada para

actuar frente a conflictos laborales?

-Totalmente. Me costó mucho estudiar. Pero creo que cuanto más sacrificio te cuesta algo más lo valorás. No sería quien soy hoy, si no me hubiera pasado todo lo que me pasó.

-¿Cómo era estudiar con una hija?

-Yo iba al Ciclo Básico Común (CBC) con chicos de 18 años y mi hija estaba en primer grado. Ahora, también, a veces tengo que ir a hablar con los delegados a la una de la mañana por un conflicto y rezonga, pero ya lo entiende.

Yo creo que lo mejor que le dejo a mi hija es el ejemplo de que todo se consigue con

sacrificio. Es la mejor escuela. Nadie te regala nada. Si

trabajás y sos constante en la vida, podés tener tropiezos,

pero te va a ir bien.

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-¿Estudiar hace la diferencia?

-Sí. Es fundamental. Yo creo que lo mejor que le dejo a mi hija es el ejemplo de que todo se consigue con sacrificio. Es la mejor escuela. Nadie te regala nada. Si trabajás y sos constante en la vida, podés tener tropiezos, pero te va a ir bien.

-¿Cómo se hace para conciliar la vida laboral y familiar?

-Tiene que haber un equilibrio. No sos la mujer maravilla. Y esto tiene que ver con la gestión de Florencio (Randazzo) que es familiero y marca en el trabajo la importancia de la familia.

-Muchas de las mujeres ferroviarias rescatan que no sólo trabajan para darle de comer a sus hijos, sino porque aman su trabajo. ¿Vos sentís lo mismo?

-Sí. Hacer lo que a una le gusta apasiona. El ferroviario que ama al ferrocarril ha sufrido un montón. Nosotros cuando empezamos a pisar Castelar tuvimos aciertos y errores. Hay que conocer las historias y las razones para las demandas de los delegados. Hoy la discusión es con respeto.

-Una de las demandas de las guardas del Sarmiento es tener uniforme propio…

- Nos encontramos con una situación muy compleja: hemos mejorado muchas cosas y faltan muchas más. La demanda es real.

Es muy difícil que te tomen como representante porque

creen que no sabés nada hasta que les demostrás lo contrario. Me costó, pero fui ganando la confianza y hoy puedo discutir con cada uno desde su lugar.

-¿Qué diferencias sentís como pasajera del Sarmiento?

-Yo he sufrido robos, inseguridad, falta de respeto. Un montón de cosas.

-¿Sufriste acoso por ser mujer?

-Sí, me ha pasado. Tratábamos de defendernos y no viajar solas. Pero te daba mucha vergüenza que te toquen porque te pone en un lugar muy vulnerable.

-¿Cómo es en un gremio tan tradicional- mente masculino aceptar la negociación con una mujer?

-Si bien no te lo van a decir directamente es muy difícil que te tomen como representante porque creen que no sabés nada hasta que les demostrás lo contrario. Me costó, pero fui ganando la confianza y hoy puedo discutir con cada uno desde su lugar. Creo que están viendo que nuestra premisa es que el trabajador esté en las mejores condiciones.

-¿En qué sumaba que seas mujer a la tensión entre delegado sindical y representante de la empresa?

-Las cosas que yo decía pasaban como desapercibidas o me miraban como “ésta tonta qué viene a hacer acá”. Al principio costó un montón. Pero ya no hay tanto tire y afloje. El otro día me habían sacado dos muelas y tenía una reunión importante con los delegados. Quise ir igual y me dijeron: “Ah, vine a la

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Históricamente la respuesta del gremio de

La Fraternidad es que no (ante la consulta sobre si las

mujeres puedan conducir un tren). Nuestra postura

es que la mujer puede ocupar todos

los puestos de trabajo.

Entraron muchísimas mujeres en los puestos de

categorías más bajas y, por suerte, las chicas pudieron ir ascendiendo a más puestos,

en general, con pasión, sentido de pertenencia y

labor diaria.

reunión porque me dijeron que vos no podías hablar”. Y nos reímos todos. Aunque soy dura e inflexible en algunas cosas.

-¿Cómo es la apertura para que más mujeres trabajen en los trenes?

-Entraron muchísimas mujeres en los puestos de categorías más bajas y, por suerte, las chicas pudie- ron ir ascendiendo a más puestos, en general, con pasión, sentido de pertenencia y labor diaria. Los supervisores y referentes están súper contentos. Está bueno que, cada vez, sean más mujeres.

-Muchas de las trabajadoras ferroviarias quieren ser conductoras o señaleras. ¿Qué obstaculiza que puedan ocupar ese rol?

-Habría que intentar que los gremios se abran a dar la oportunidad a que esto pase. Si las mu- jeres tienen la oportunidad lo van a aprovechar.

-¿No hay reparos de parte de la gestión a que las mujeres puedan conducir un tren?

-No, no hay reparos de la gestión. Histórica- mente la respuesta del gremio de La Fraternidad es no. Nuestra postura es que la mujer puede

ocupar todos los puestos de trabajo. En ésta gestión se logró que haya primeras guardas y operadoras ferroviarias. Estoy convencida que se ha ganado un montón y que se puede ganar mucho más. Aunque, para las mujeres, es doble el trabajo y el esfuerzo.

-¿Te da temor ese esfuerzo o querés seguir creciendo?

-Yo no le tengo miedo a nada. Soy bastante audaz. 3

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Aldana Mariel GonZAlezLa operadora multifuncion

“En Tren de la Costa falta sola- mente una mujer en material rodante y en espacios verdes, después estamos en casi todos los lugares”

Cruzar barreras pero no de guapa ni de intempestiva: Aldana Mariel González hizo lo que tuvo que hacer para que las barreras de su vida se levantaran y la adversidad fuera quedando atrás. A los 35, es la primera mujer operadora del Tren de la Costa. Rodeada de varones y con un hijo de 18 años que sigue sus pasos ferroviarios, Aldana monitorea que las formaciones lleguen, seguras, con sus pasajeros a bordo.

Si se abre una puerta con la formación en movimiento. Si hay una falla en un paso a nivel. Si la alcoholemia. Si el ausentismo. Si hay que incorporar una falta en el libro de novedades. Y también si un compañero le tira el chiste de que está más gorda y deja de ser chiste para cruzar la línea del pudor y convertirse en una falta de respeto. Dice Aldana Mariel González que son tantas cosas a las que hay que estar atenta cuando se ocupa el cargo de operadora de trenes y que son algunas más cuando esa operadora de trenes es la única mujer en un equipo de varones. A los 35, Aldana Mariel González es la primera y todavía la única operadora en el Tren de la Costa.

En los ojos de Aldana descansa la seguridad de los pasajeros, porque Aldana revisa cons- tantemente los monitores y decide cuándo dar aviso a la cabecera Delta porque hay un

retraso a la altura de Borges, o cuándo llamar a Maipú porque es necesario mover la grilla de horarios. Es, para todos los que pagan su boleto y se suben a una vagón esperando llegar a donde necesiten llegar, una trabajadora invisi- ble, alguien que no está en ningún lado y, sin embargo, Aldana está en tantos y tan distintos y todos a la vez. “Los conductores son tus ojos en el trayecto. Yo veo a través de monitores como va el tren y tengo otro monitor donde tengo las alarmas y pasos a nivel. Ese monitor me avisa que tengo una falla en tal paso a nivel y yo le tengo que dar aviso a los de señalamiento. Y si el mismo conductor te avisa que no tiene aire o que se le abre una puerta, vos le das parte a la guardia de material rodante”, explica Aldana y luego remata: “Yo tengo el control”.

Aldana hizo el trayecto largo, ese que arranca

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en el subsuelo de las posibilidades y que no promete más que dolor lumbar y salario anémico: Aldana empezó trabajando en la limpieza del Tren de la Costa. Nueve años después, es un eslabón medular en la cadena de la seguridad de los pasajeros. Nueve años de no desvanecer, de no detener la marcha. Nueve años de barreras bajas que hubo que ir levantando mientras demostraba y se demostraba que ella también podía hacerlo.

-¿Cuántos varones trabajan con vos? -En el turno, son el encargado y el jefe. Y en total son cuatro varones con el mismo puesto, cuatro operadores, cuatro encargados y dos jefes. Diez varones en total.

-¿Y cómo es aprender a trabajar con todos ellos?

-Tenés que saber imponerte. Son todos res- petuosos, de eso no me puedo quejar, pero tampoco yo permito que nadie se pase. Hay roces por trabajo, como en todos los empleos. Y a veces son malhumorados. Y te juro, tenés que aprender a bancarte el humor de los varones.

-¿Son más duros, menos comprensivos?

-Nosotras nos fijamos en cosas que ellos no, ni las ven, como tener el espacio de trabajo bien acomodado, o poner en un rincón una plantita. Son pavadas, pero esas pavadas pueden significar mucho cuando el día de trabajo se complica y el estrés se multiplica. Yo he llevado flores y jazmines y, si te las pueden tirar te las tiran. Son detalles que tiene la mujer. Pero no es tan complicado o, por lo menos, yo no me la complico. Si bien se discute por laburo nunca me dejé pasar por arriba. Soy firme. Si bien los varones tienen su carácter, yo también demuestro que tengo el mío.

-¿Las bromas siempre son bromas?

-Las bromas no me van. A mí no me gusta. Yo se lo hago saber al jefe. Me hago respetar como mujer. Porque ¿sabés qué le digo? Yo primero soy mujer y después compañera de ustedes y operadora.

-Debe ser difícil de manejar.

-Yo no distingo si es con humor o falta de respeto. Por las dudas, no distingo y me hago respetar. Por ahí podés dejar pasar una estupidez. Pero yo no sé si me están haciendo un chiste o me están faltando el respeto, por

las dudas siempre me defiendo.

-¿Pueden ser chistes sexuales o acerca de cómo te vestís?

-Pavadas: estás gorda o estás flaca. Pero me hago respetar. Siempre fue igual. No ahora porque estoy en el puesto de operadora, sino desde que entre al Tren de la Costa. La falta de respeto no es una joda, es una falta de respeto.

Cuando el varón ferroviario sale del trabajo y llega a la casa, la mujer suele esperarlo con el día resuelto. Cuando la mujer ferroviaria termina con su día, llega a la casa y todavía queda el día por resolver. Dice Aldana que, de todas formas,

Cuando el varón ferroviario sale del trabajo y llega a la

casa, la mujer suele esperarlo con el día resuelto. Cuando la mujer ferroviaria termina con su día, llega a la casa y todavía

queda el día por resolver.

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un trabajo como éste, con esta carga de responsabilidad y su estrés inherente, no puede llevarse adelante sin una familia que respalde. Y la familia de Aldana se ha vuelto numerosa, porque, como ella dice, multiplicada la res-ponsabilidad, multiplicado el amor. Gastón es su pareja desde hace un año, y los hijos de Gastón son, cada vez más, un poco también sus hijos, además de los dos que Aldana ya había parido: Valentín, que ahora tiene 9 años. Y Agustín, de 18, que también es ferroviario, como su madre y que como su madre empezó en el primer escalafón de las cosas: trabaja en limpieza, en el ramal Mitre. Caminará, Agustín, como ha caminado Aldana. Como ella, irá dejando atrás las barreras que deba enfrentar y será, tal vez, Aldana espera que sí, un operador ferroviario. Y dirá, Aldana, que lo aprendió de su mamá.

-¿Sentís que tu hijo te entiende mejor?

-Sí, porque me vio crecer como ferroviaria y entonces su propio crecimiento está com- prometido con el mío. Agustín trabaja en la estación San Fernando, en el Mitre, y todos sus compañeros saben que su madre es operadora.

En los próximos meses, Agustín dejará atrás

el área de limpieza y, si todo sale como Aldana lo espera, va a pasar a Evasión, el sector donde se controla la compra de pasajes. Dice, orgullosa, la madre: “Antes el trabajo ferroviario se pasaba de varón a varón y ahora puede pasar de una mujer a un varón. Ese es un cambio fundamental”.

El único varón no ferroviario con el que Aldana comparte remo y espaldas es Gastón1, con quien convive desde hace seis meses. Tuvo que comprender, Gastón, que su compañera era una mujer haciéndose fuerte entre hombres. Al principio le pareció una rareza, pero cuando conoció su espacio de trabajo, de irla a buscar, de tanto llevarla, de acompañarla hasta la puerta o de escuchar lo que Aldana cuenta cuando vuelve de operar trenes y trayectos, supo que no era la única. “En Tren de la Costa falta solamente meter a una mujer en material rodante y en espacios verdes, después estamos en casi todos los lugares, en todas las áreas te vas a encontrar con una mujer trabajando. La mayoría de las mujeres son guardas”.

-¿Fuiste guarda vos también?

-Cuando trabajé en evasión hice algún relevo

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y me tocó estar arriba del tren, pero no es lo mismo. Arriba de la formación tenés la adrenalina de la gente que viaja, que está ahí con vos, que te mira como una presencia y vos siempre tenés que brindar tranquilidad. En cambio, como operadora, la adrenalina pasa por saber que esa misma gente tiene que llegar segura a su destino.

Dice Aldana que las seis horas de su turno pueden ser seis horas tan diferentes, como tan diferente puede ser un día de trabajo del día anterior, del día que le sigue. Hay jornadas largas, más o menos silenciosas, en las que Aldana mira la corrida del tren durante todo el turno, yendo y viniendo sin novedad y no

De las 25 personas que se postularon para cubrir los cinco

puestos fijos en el Tren de la Costa, Aldana quedó primera:

mejor promedio,mejor calificación.

pasa nada y esta todo bien y es un día relajado. Pero también están los días donde se rompe un paso a nivel, donde un vagón hace sonar la alarma de una falla técnica y entonces las seis horas se van en un suspiro. No pasó, y Aldana espera que nunca pase, pero el accidente es una inminencia muda, algo que todo el tiempo está presente en la cabeza del operador, de la operadora.

-Gracias a Dios nunca me tocó estar en un accidente, pero tengo compañeros que sí. No se como voy a reaccionar el día que me toque. Hay que darle contención al conductor, a las guardas que las mayorías son mujeres. Después llega la ART, pero en el primer instante estás vos. Vos das aviso a la policía, al servicio médico. Y hay que estar preparada.La preparación, esa es la otra carta fuerte que la llevó a Aldana hasta donde está hoy.

La preparación y su compromiso: de las 25 personas que se postularon para cubrir los cinco puestos fijos en el Tren de la Costa Aldana quedó primera: mejor promedio, mejor calificación. Fue en 2013, ese mismo año, llevando hasta un poco más allá su fuerza, su energía y su compromiso, también, que terminó el colegio secundario.

Quiere seguir ahí, Aldana, en ese lugar invi-sible pero sustancial de mujer que cuida a los demás sin que los demás sepan quien los prote- ge. A Aldana no le importa. Le importa seguir enfrentando esa responsabilidad, para después, finalmente, llegar a casa.3

1 Al momento de la impresión de la revista, Aldana nos contó emocionada que su pareja, Gastón, se incorporó al mundo ferroviario, en el sector de material rodante de la Línea Urquiza.

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Carla Izaguirre SecretoLa guRU ferroapasionada

Carla es ferroviaria y ferroaficionada. Es jefa de hogar y madre de dos hijos a los que ve a las doce de la noche y les trasmite su pasión y amor por el trabajo. Por ser mujer no podía ingresar a trabajar en el tren hasta que logró empezar a barrer los asientos. Hoy es parte del Centro de Atención al Pasajero, en Once. Ama trabajar en el mismo trabajo que amó su padre. Y disfruta de su soledad en armonía. Es una optimista em-pedernida. No se pone límites. Y sueña con ser señalera.

-Yo amo el ferrocarril, amo mi trabajo –dice Carla Lorena Izaguirre Secreto. Lo dice con la convicción fuerte, con los ojos grandes, con la voz grave y con la personalidad aguerrida. No es una joven que quiere sacar papas fritas rápido para ganarse un lugar en un cuadro de una empresa ajena, muy ajena, que enmarca su voluntarismo para sosegar almas fritadas en las ganancias ajenas, muy ajenas.

Es una mujer de 34 años, jefa de hogar, hija de ferroviario, que creció sintiendo que ser mujer era una barrera en su vida y, desde que le abrieron paso a poder trabajar en los ferrocarriles –a los que ella se niega a llamar solo trenes porque su amor empieza mirando debajo de la máquina y alargando el horizonte en el camino extendido de las vías-, no hay nada que la detenga.

Los ferrocarriles no son ajenos, nada ajenos. Son propios como su historia, como su padre, como sus viajes, como su pasión, como su mirada. Propios, muy propios. -Me fui enamorando más- confiesa sin rubor, una trabajadora que sabe de ferrocarriles y cuando no sabe pregunta y cuando no hay respuestas recurre a la lectura.

Carla no es sólo una trabajadora ferroviaria, es ferroaficionada y no es sólo una ferroaficio- nada, es, además, una trabajadora ferroviaria. Todo en ella se combina. Su padre, Luis Alber- to Secreto, fue ferroviario durante treinta años – su último puesto fue supervisor de tráfico- y es un flamante jubilado. La admiración de su hija es inconmensurable y el orgullo de seguir los pasos de su padre la convierten en una opti- mista empedernida en demostrar que si se ama

“El mayor cambio (desde que la gestión ferroviaria volvió a ser estatal) fue la opor- tunidad de progresar. Se les dio oportunidad a muchos y, sobre todo, a mujeres”

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el trabajo y hay salud de sus seres queridos no hay problemas capaces de derrotarla. Su Biblia es el Reglamento Interno Técnico Operativo (RITO) que cree que todo/a ferroviario/a, que lo sienta de alma y de corazón, tiene que conocerlo y su dios es Juan Alarcón, un ferroaficionado ferroviario al que le consulta todo lo que no sabe y con el que también aprende todo lo que quiere saber. Su ritual es mirar para abajo del tren como si en el boggie rodara el alma que excede la técnica del amor por los ferrocarriles.

Ella nació hace 34 años y renació hace 31 años. A los tres años la adoptaron, en Moreno, Luis Alberto Secreto y Silvia Mónica Fernández. Conoce a su mamá biológica pero sólo le dedica un mohín de distancia. Su papá adoptivo aparece, en cambio, en cada bocanada de aire que sale de la conversación de su hija. “Es mi referente de vida”, describe con devoción. Y seguir su camino, del que estaba desplazada por su género, es su mayor logro.

La igualdad ante la ley de las mujeres y los varones tenía una desigualdad invisible y dolorosa para las hijas mujeres que podían heredar el apellido, votar, estudiar y trabajar libremente, pero no heredar el oficio paterno en los trenes, una estirpe que Carla, como muchas

otras chicas, entronan en una mística de historia, presente y futuro en el que dejaron el lugar de excluidas y pasaron a ser protagonistas.

Ser mujer no es ser la mujer que los mandatos y comercios pretenden que sea. Carla se ríe de su desdén por tener el placard plagado de botas y carteras –en una sola cartera guarda las llaves y con un sólo par de botas camina- y, en cambio, está atenta a cada marcapasos del servicio de pasajeros. “Siempre fui medio Carlitos”, se divierte pícara. En realidad, ser mujer era jugar con muñecas cuando Carla era niña y los trenes para niños. Salirse de la ruta de género se cobraba peaje o se lograba con sobrenombres y hasta con humor. Ser mujer y amar a los trenes parecía que no encajaba con llamarse Carla, sino que tenía que masculinizarse con Carlitos. Ahora, en cambio, Carla representa a una generación de mujeres sin cámaras, ni luces, pero que son el motor de un cambio. No hay una sola forma de ser mujer y no ser la mujer de las publicidades de shoppping -con las bolsas llenas y la sonrisa plena por acumular paquetes o la de publicidades de latas de tomate que viven para tener lista la cena de la familia y sólo necesitan su sonrisa como gracia- no es la única femineidad posible. Y Carla lo demuestra.

Ella empezó en la limpieza de los trenes, controló que no haya evasión en el pago de boletos y ahora ocupa un lugar en el Centro de Atención al Pasajero (CAP) de la línea Sarmiento, en Once, una oficina pegada a una computadora con horarios y recorridos y con vista al mejor paisaje para Carla: las vías.

Eso sí, la discriminación –que proviene de algunos sectores gremiales todavía reacios a compartir el cielo y los mismos carriles con las laburantes- no se terminó. -Si hubiera sido varón sería señalera –cuenta como si tendría que cambiar su partida de nacimiento para que su vida pueda ser todo lo que ella quiera. El trecho que falta por recorrer, no parece, no a ella, poderla detener. -No nos pongamos límites, el límite es el tercer riel – enseña, didáctica, las posibilidades sin freno de una mujer apasionada, positiva, empoderada y enamorada.

Carla tiene dos hijos: Emiliano (14) e Iñaki (7) a los que ve a las doce de la noche, fuera de la maternidad convencional de ama de casa o de las labores que permiten esperar en la puerta de la escuela. Pero ella no les dice que mamá trabaja para que puedan comer, educarse y curarse. No los quiere cargar con culpas, sino con pasión para la vida. Ella trabaja porque

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es sostén de hogar pero, fundamentalmente, porque ama su trabajo y los ferrocarriles. Eso sí, quiere que sus hijos hereden, también, el legado familiar.

-Ustedes van a ser ferroviarios, no me vengan con ser policías ni nada de eso –les marcó a los suyos como si sonara la voz de Juan Carlos Baglietto dictando “mis hijos serán trompetistas o no serán nada” en una canción que exhala una pasión no autoritaria.

A su papá también le tuvo que poner un límite, un solo límite. -Mi viejo hubiera querido llevarme al altar vestida de qué se yo que color, pero estoy bien así. Yo le dije “lo siento viejo, pero en esa te vas a quedar con las ganas. Vas a tener hija para toda la vida”. A mi me nació la pasión por el ferrocarril. Yo tengo ese fanatismo. –marca, segura, mientras apenas titilan sus aros de flores.

Si alguien quiere traducción para la palabra power, si alguien quiere enmarcar qué es una mujer empoderada, si alguien quiere saber cómo se hace para que la felicidad no se escape entre el trajín de una vida dedicada al trabajo, si alguien quiere un optimismo que no tenga recetas de manual ni de lejanos orientes o de

fast food espiritual, le pueden preguntar a Carla.

- Yo soy una persona que no tiene problemas. No tengo problemas de marido y de peleas porque, por suerte, no tengo. Tengo problemas económicos como todo el mundo. Pero mis padres y mis hijos están bien. Y amo mi trabajo.

Empecé bien de abajo: barriendo el tren. Así comenzó

mi fervor ferroviario. Soy mujer, pero pienso de otra manera. Adoro mi trabajo.

El trabajo que ama comenzó con limpiar los trenes con distintos cepillos, prosperó en limpiar estaciones, escaló como asistente operativa en los molinetes y ahora tampoco tiene una carga liviana. Trabaja de lunes a viernes, de 14 a 22 horas, y los domingos de 12 a 20 horas. No es el único día que juega su propio partido. Es de River y sabe que, a muchos varones, les molesta hablar de igual a igual de fútbol. Y si les molesta la pelota, más el

engranaje de tuercas que mueven un ferrocarril. En algo más se parecen los trenes y la cancha.

-Yo tengo la camiseta puesta del ferrocarril –define.

-¿Cómo empezaste a trabajar en los trenes?

- Yo trabajaba como cadete de estudio jurídico y estudiaba hemoterapia. Mi papá había presentado mi currículum y en 2007 entré a la empresa cuando estaba TBA. Empecé bien de abajo: barriendo el tren. Así comenzó mi fervor ferroviario. Soy mujer, pero pienso de otra manera. Adoro mi trabajo. Yo lo amo.

-¿Para empezar en el ferrocarril hay que ir a limpieza?

-El lugar de la mujer en el ferrocarril es limpieza, evasión, boletería y gerencia. Porque el conductor de tren lo maneja La Fraternidad y el que conduce es el hombre.

-¿Qué es para vos ser ferroviaria?

-Levantarse todas las mañanas y pensar en el trabajo aunque tengamos otras preocupaciones en la vida. Yo soy sostén de familia y tengo que

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Yo soy sostén de familia y tengo que alquilar mi casa, pagarle a mi hijo el colegio privado,

comprarle la ropa al chiquito. Pero quiero estar de igual a

igual con un ferroviario.

alquilar mi casa, pagarle a mi hijo el colegio privado, comprarle la ropa al chiquito. Pero quiero estar de igual a igual con un ferroviario.

-¿Cómo es ser jefa de hogar?

-Yo estoy sola porque me gusta estarlo. Siempre quise ser como mi viejo que fue uno de los mejores ferroviarios.

-¿Cuándo eras nena soñabas con ser ferroviaria?

-Yo siempre fui medio Carlitos. A mí no me interesa tener diez mil carteras y diez mil zapatos. Tengo una cartera y un par de botas. Soy un desastre (se ríe). Soy mujer, pero pienso

de otra manera. Yo adoro mi trabajo. Lo amo.

-¿Cómo explicás esa pasión?

- Yo puedo mirar un avión y no me produce nada y mirar un barco y que me dé miedo. Pero es mirar un tren o una vía y que me guste.

-¿Te llevaban de chica a mirar que pase el tren?

-Siempre viajé y no me imaginé jamás que iba a ser una ferroviaria. Creí que sólo iban a ser ferroviarios mi viejo y mis hijos varones.

-¿Por qué no era un lugar posible para una mujer?

-Porque no lo era. Esto era una empresa de hombres hasta que, en 2007, TBA decide que las hijas mujeres ingresen al ferrocarril. Y cuando se da la posibilidad de entrar fue una emoción muy grande.

-¿El deslumbramiento con el tren decayó en la medida en que se convirtió en una rutina laboral o el amor a primera vista creció?

-Me fui enamorando más.

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-¿Cuánto influye el vínculo con tu papá?

-A mi papá lo empecé a ver más en el tren. Lo he visto correr, guiar locomotoras y conducir un tren cuando se quedaba en el medio de la nada y acoplarlo.

-¿Tus hijos se dan cuenta que trabajás para mantenerlos pero, además, por pasión?

-Sí. Yo llego a las doce de la noche, estoy un ratito y, al otro día, ya no están. No dejo de ser una madre ausente, pero voy al colegio a hablar con la maestra para que sepa que una se preocupa. Pero no les digo “mamá trabaja porque tiene que mantenerte” porque es un peso para el pibe y le genera culpa. Es horrible. En cambio, les enseño: “Mamá trabaja porque le gusta, porque está en la empresa donde estuvo el

Les enseño: “Mamá trabaja porque le gusta, porque está en la empresa donde estuvo

el abuelo, porque ama el ferrocarril”.

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abuelo, porque ama el ferrocarril”. Si yo hubiera nacido varón sería señalera.

-¿No podés ser señalera y mujer?

- No, porque en el gremio de señaleros todavía no hay mujeres.

-¿Y si se logra que haya señaleras?

-Vamos a ser mejores que ellos.

-¿Cuál fue el mayor cambio desde la vuelta estatal a la gestión ferroviaria?

-El mayor cambio fue la oportunidad de progresar. En siete años nunca vi tantas vacantes en tantos lugares. Ahí hubo muchas chicas que pasaron de limpieza a evasión y de evasión a boletería y de boletería a supervisoras de estación. Se les dio oportunidad a muchos y, sobre todo, a mujeres. Ahora tenemos guardas mujeres. Pero, todavía, las mujeres tenemos pocas oportunidades, en cambio, el varón tiene señaleros, conductores, pre-conductores, guardabarreras, operadores de control, cambistas y guardas.

-¿La posibilidad de ascender a mayores lugares también genera igualdad económica?

-Yo cobro lo mismo que el administrativo varón, pero cuando escalás cobrás mucho más y los varones tienen mucho para escalar.

Algunos compañeros me dicen que soy fanática. Cuando yo termino acá

comienza mi rol de madre. Pero nosotros estamos en contacto y sabemos lo que

pasa en la línea o llamamos todo el tiempo. Los nenes

vienen cenados de la casa del papá y yo si quiero cocino y

sino no.

-¿A las mujeres les cuesta más el trabajo por toda la carga doméstica?

-Depende como lo tomés. Una lo puede tomar como un sacrificio y estar cansada y llorar. Pero yo tengo un trabajo que me gusta y adoro venir.

-¡Sos muy apasionada!

-Algunos compañeros me dicen que soy fanática. Cuando yo termino acá comienza mi rol de madre. Pero nosotros estamos en contacto y sabemos lo que pasa en la línea o llamamos todo el tiempo. Yo llego a las doce y me pongo a tomar mate. Los nenes vienen cenados de la casa del papá y yo si quiero cocino y sino no. Vivo al revés y no me quejo absolutamente de nada. 3

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MIRTA LEIVAEN EL NOMBRE DE LA LIBERTAD

“El ferrocarril me cambió la vida. Recuperé mi dignidad, las ganas de vivir y a mis hijas”

Fue madre adolescente, sirvienta, niñera en la infancia, empleada en casas de familia y víctima de la violencia de género. Vivió la pobreza, el hacinamiento, los golpes y las marcas sexuales de un hombre que la creía su objeto. Ella se iba, sin poder despegar, de la casa donde le requisaban cada respiro y la golpeaban, hasta que empezó a trabajar en los trenes y con la posibilidad de armar su propia vida y alquilar otro refugio pudo cerrarle la puerta al maltrato y empezar una nueva vida. Sin boleto de regreso.

Libertad. El nombre del barrio donde vive Mirta Leiva es el nombre de su propia historia. No de un destino predeterminado a rendir cuenta de cada suspiro, de aceptar lo que la vida trae y padecer lo que falta, sino de la propia decisión de buscar la libertad como un tesoro que no tiene precio. Pero que sí se conquista, además de con ganas, con el respaldo de un trabajo digno. Ella empezó, en 2006, como una de las primeras mujeres que –en el área de limpieza- empezaron a barrer el tren Sarmiento. Desde hace cinco años es boletera –ahora se encuentra en la ventanilla agitada y populosa de Liniers- y ama un trabajo que le permitió salir de la pobreza y la violencia y por eso, también, tiene más paciencia y dedicación con quienes cargan de a poquito y poco su tarjeta para poder viajar hacia un destino mejor.

Mirta se crió sin mucho espacio para moverse. Una cama compartida entre muchas, sujeta el cuerpo, para no enrollar las rodillas cuando vienen las pesadillas, ni rodar entre sábanas para jugar a las cosquillas, ni leer cuentos en voz alta o resoplar demasiado fuerte. Mejor simplemente poner firme las piernas, pegar los brazos a los muslos para no robar centímetros al colchón y hacerse chiquita para no caer al piso de un empujón. Eso aprendió entre diez hermanos, una mamá jefa de familia cuidando ancianos, un papá desocupado y el hacinamiento de una casilla en Ituzaingó.

Hacerse grande tampoco le fue más fácil. La primera vez que quiso probar el sabor del cuerpo desperezándose del apretuje, no terminó de desenvolver las fiestas de la libertad, que ya le estaban cobrando un precio

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demasiado alto. Se quedó embarazada en su primera vez. No había escuela que le contara el abecedario de formas para disfrutar sin afrontar más responsabilidades que las busca- das, ni voces familiares que pudieran ocuparse de algo más que achicarse para entrar y hacer milagros para reproducir los guisos y las ollas.

Tuvo una hija y después otra antes de tener quince años. Ni vals, ni vestido con vuelo entre un cuerpito demasiado precoz para dar lugar al parto. Se vio desolada en un campo sin radios, ni escuela y volvió a la ciudad. Buscó trabajo y cuando creyó que un marido que llevara comida para ella y sus hijas era lo más parecido a la salvación que podía conocer, la dependencia le volvió a cobrar un precio tan alto como impagable. Su libertad. Se acostumbró a dar explicaciones por cada minuto en el que el colectivo se atrasaba o a poner la otra mejilla si ella o sus hijas traían un amigo a la casa. Todo tiempo fuera de control y sociabilidad estaban estrictamente prohibidos. El amor se tornó en una forma inconcebible que nada tiene de amor y su pareja se creyó con el poder de ejercer como dueño y verdugo. No era amor ni era vida temblar por cada retraso y pagar con el temblor de los golpes cualquier infracción a la ley no escrita y nunca cumplible

de una esclavitud con cama compartida.

Intentó irse como quien sueña sin poder despertarse. Sin casa, sin sueldo, sin ayuda sólo eran fallidos que acrecentaban la revancha de quien se creía su propietario. Por eso, él resistió que Mirta buscara trabajo en el tren y ella se escapó como si el pecado fuera a morder el compromiso de un esfuerzo extra, incluso de barrer los papeles de caramelos de viajeros, dejando el dulzor en el piso en movimiento.

Finalmente, Mirta entró a trabajar en los trenes. Él la buscaba, la controlaba, la hacía pasar vergüenza, le marcaba cada segundo de su reloj hasta dejarla sin pulso y le marcaba el cuello para que creyeran que era una yegua con dueño. Hasta que ella decidió vencer el miedo y festejar fin de año junto a sus compañeros. La recibió una piña cuando abrió la puerta. Su piel volvió a enrojecer del dolor titilante sobre su cara. Pero, esa vez, con un sueldo y un crédito por parte de la empresa, ella sí supo que era el último ardor que iba a soportar. Se fue. Y no volvió.

Ahora, quienes la busquen, la encuentran en Libertad. Un lugar sin retorno en el GPS de su vida. Un valor incalculable del que no se

cansa. Un puerto en donde sus ojos marrones se encandilan de perplejidad al decidir cada regalo de navidad –sin rendir cuentas más que a su propio bolsillo y a sus propias ganas- para llenar el arbolito de sorpresas para sus hijas y nietos. Libertad es una estación invisible, pero a la que el tren también llevó a Mirta.

Y Libertad es el barrio de Merlo en donde vive Mirta Leiva, a los 45 años, con Oscar Gallinoti, en una casa alquilada, que vale más que cualquier otra conquista. “Contra el amor no se puede”, sentencia Mirta, desde un bar en acorralado atrás de Liniers, unos pasos después de los laberintos de loterías, telefónicas y chipá que conducen a una gaseosa grande para amainar el calor del trajín laboral y en el que no hace falta esperar a encender la tele para que el amor saque chispas de novela.

Libertad no significa confinamiento, resigna- ción o soledad. Oscar y Mirta estaban casados. Pero no eran libres ni felices. Y cruzarse fue un impulso para que la vida no fuera solo ver girar un molinete.

-Estamos hace ocho años felices, luchándola, pe- ro contra el amor no se puede– sentencia Mirta.

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Ella empezó a trabajar en la limpieza de los trenes en 2006. Durante tres años barrió, baldeó y pasó el trapo a los papeles y botellas que los pasajeros dejan como si se los tragara la tierra. Después, ascendió una categoría: evasión. Fue a trabajar a la estación de Haedo. Ella controlaba que la gente comprara el boleto en los molinetes y Oscar vendía los boletos. Las monedas eran un bien escaso y requerido cuando para cada viaje se necesitaba algo menos que papel, pero con su peso propio. Hace tan poco y parece hace tanto. Hace apenas ocho años atrás la riqueza tenía que hacer ruido o no era riqueza. En 2007 no había SUBE con la que pagar el pasaje. En cambio, se erguía una máquina que devolvía monedas. Pero nada era perfecto. O casi. Porque la máquina de dar cambio se trababa y ahí era donde Oscar aparecía en acción a destrabar los pesos redondos imprescindibles para la circulación. Con una llave en la mano caían a sus palmas los centavos dorados y los pesos plateados. No es que era una hazaña o que Oscar lograra desblindar un tragamonedas de Las Vegas. Pero la habilidad para abrir las compuertas del cambio a Mirta le sobraba y le bastaba para fijar su mirada.

-Lo vi y dije “guau”. Me deslumbró con la primera

mirada– confiesa en una historia que podría agitar el suspenso de una novela ferroviaria, con los ojos puestos en develar la próxima parada.

Oscar no se dio cuenta de los ojos posados de Mirta en su destreza de liberador monetario. O no hizo que se notara. Sólo se presentó con su nombre y arrogó de su parquedad. No necesito decir nada más.

-La mirada es lo que más me gustó: su seriedad, su hombría, algo especial que todavía no lo había descubierto –describe ella, con el suspiro y suspenso de una historia donde la indes- cifrable química del enamoramiento enciende la llama del misterio. El misterio es un con-dimento indispensable. La novedad también.

Ser pioneras a veces trae beneficios colaterales.Y a Mirta ser la única y la primera en controlar boletos en Haedo la acercó a su héroe ferroviario.

Cuando las mujeres empezaron a trabajar en los trenes no había baños de mujeres.Las puertas cerradas de los espacios suelen comenzar por la puerta del baño, por la no puerta del baño. En cada escala hay, para las mujeres, obstáculos similares. Y también desafíos a no conformarse con las puertas selladas por portación de sexo y el destierro de los espacios públicos.

No entró en los libros de historia, pero Mirta también, como muchas mujeres invisibles, como una enorme fuerza colectiva, no se confor- maron con la pared vacía y se la rebuscaron para no desplomarse por la falta de un cartel con indicaciones de pollerita y sitio para damas. Por eso, tiene su lugar en este otro libro de historias plurales en donde cada nombre, como ella, se levanta de su propio pasado y hace de su condena un desafío al futuro.

Hace ocho años atrás, no le resultó raro que no hubiera baños o vestuarios para cambiarse. Estaba habituada a la falta de espacios. El lugar de los hombres era todo el lugar disponible y ser trabajador era sólo un sinónimo masculino. Por eso, aunque ella fue, igual que otras poquitas –que después fueron muchas- mujeres que se hicieron lugar, todo (hasta donde tomar un café o ponerse la remera) fue una conquista.

Cuando las mujeres empezaron a trabajar

en los trenesno había baños de mujeres.

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A ella le dieron, en la estación de Haedo, un lugar en la gerencia para ponerse el uniforme y tomar el refrigerio. Pero no se sentía cómoda en el cara a cara con el gerente, sin compañeros a la vista, y con el chusmerío que es otro de los sonidos que se encienden cuando las mujeres aparecen en el escenario laboral. Por eso, decidió ir a la boletería en esos ratitos libres para sacarse el frío en invierno y espantar el calor en verano. La palabra compañeros la cobijaba de los rumores y los escalafones y la hacía sentir más acompañada. Pero la igualdad no neutraliza los cuerpos y las pasiones titilantes.

Uno de los dos compañeros se fijaba en ella. Pero no era en él que ella se fijaba. Entonces el que gustaba de ella y ella no gustaba y él sabía que ella gustaba del otro compañero, la desalentaba por morocha y le decía que a Oscar le gustaban las rubias.

“Pero una mujer cuando pone el ojo…”, augura Mirta su deseo encarrillado en una sola vía.

-Yo decía pavadas para que él me mirara y él no me miraba, hasta que un día coincidimos en un franco solos. Ahí se dio cuenta lo que le pasaba conmigo. Yo lo conquisté, hice todo para que él me mirara y se fijara en mí- dice, orgullosa, Mirta,

porque el amor también, también es una conquista. Aunque ahí, cuando en las películas románticas suele aparecer el cartelito the end, es cuando aparecen los problemas. A Oscar y a Mirta les aparecieron a montones.

Mirta hoy tiene 45 años, vive en pareja, enamo- rada y tiene tres hijas: Irma Laura González, que hoy ya tiene 31 años (la edad que a la vista parece el rostro suave y encandilante de Mirta); Sandra Mariana González, de 30 años y Yanina Soledad Sosa, de 23 años. Mirta ya es abuela de cinco nietos. Laura fue mamá a los diecisiete años y tiene a Agustín, de nueve años y a Camila, de doce. Sandra también tiene a Nicolás, de nueve años y a Tobías, de cinco años. Y Yanina es la mamá de Jazmín, de cinco años.

La libertad para Mirta es comprarle regalos a sus hijas y sus nietos sin que nadie controle que hace con el fruto de su trabajo. Con el sueldo del trabajo al que el encierro de la violencia de género pretendía no dejarla ir porque el ferrocarril era un trabajo para hombres. “La independencia económica en una mujer es todo”, define sobre la autonomía que le permitió decir basta y despedirse de las marcas para que los demás supieran que era una presa sexual, una niña para no darle permiso de salir a la calle o un objeto a controlar minuto a minuto.

Mirta tiene una vida demasiado larga y todavía no llegó ni a la mitad de su vida. Ella fue una nena que en vez de estudiar, empezó a trabajar, en sexto grado. Hoy el trabajo infantil

La independencia económicaen una mujer es todo.

“Pero contra el amor no se puede”, se embandera Mirta como si el destino de alejarse de los brazos, que eran capaces de rendir a sus pies el volcán de monedas, hubiese sido un designio de infidelidad que no podía soportar y que la empujó a luchar por otras muchas conquistas. Mirta fue víctima de violencia de género física y emocional. Pero la salida no es –sólo- la denuncia, sino poder conquistar otro espacio de vida. “Yo tenía bien claro que me iba a separar, tenía que buscar la oportunidad y el momento justo. Por eso, cuando entré a trabajar me cambio la vida porque tenía libertad, bienestar económico, todo. Este trabajo es algo que Dios tenía guardado para mí porque cuando conseguí este trabajo recuperé mi libertad”.

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es un delito. Pero para ella simplemente fue supervivencia. Hasta los diez años no tuvo documento y no lleva el apellido de su papá, sino el de su mamá, porque él se cansó de ir a firmar nueve veces la partida de nacimiento de sus anteriores nueve hijos y a ella le tocó vivir en la casa de los Mora, pero con el apellido Leiva como si la portación materna fuera menos.

Lo que toca toca, la suerte es loca es un designio que le cede derechos al azar, pero que se tiene que contrarrestar con políticas públicas que no tocaban en la infancia y adolescencia de Mirta. También ausentes en esos años de NN, trabajo infantil, maternidad adolescente repetida y redoblada en esfuerzos y desamparos, violencia de género, desempleo y asentamientos precarios que marcaron la vida de esta mujer que lleva en su cuerpo los dramas de muchas. Y por eso, también, hoy transporta su esperanza.

Ella se crió con lo que quedaba de mirada y de recursos para la última de diez hermanos en una casilla de Ituzaingó, con amor y sin mucho espacio para ser mirada aparte de la multitud. No todo trabajo da autonomía e independencia. Ella fue niñera en el momento de ser niña, sirvienta por ser madre abnegada y esclava como precio de esposa. Sin ser mayor

de edad y con dos hijas a cargo empezó una relación de pareja -en medio del desamparo, la maternidad sobre sus hombros y la hiper- inflación remarcando cada día los precios de la leche o los fideos- con un hombre con el filoso poder de matarle el hambre, a ella, su mamá y sus hijas. No era amor, sino posesión. Él la controlaba permanentemente y la castigaba ante cualquier respiro de romper sus reglas. Ella no era dueña de su vida hasta que la independencia económica –real y no la explotación a cambio de dinero, ni el trabajo infantil, un empleo eventual o en negro, la búsqueda de pulcritud de los baños ajenos o la firma tercerizada como si fuese empleada pero sin serlo- le devolvió la posibilidad de decidir sobre su destino.

El trabajo digno, en el momento justo, y con hori- zonte de futuro, sí la sacó de una vida de pareja en donde la casa era su reja. “El ferrocarril me cambió la vida. Recuperé todo lo que había perdido: mi digni-dad, mis ganas de vivir y a mis hijas”, valora Mirta.

-¿Cuándo empezaste a trabajar?

- Yo empecé a trabajar a los 11 años en un trabajo que me consiguió mi hermana, Susana, cuando estaba de vacaciones en sexto grado.

Teníamos muchas dificultades económicas porque somos diez hermanos.

-¿Qué recuerdos tenés de la infancia?

-Nosotros vivíamos en una prefabricada en una casilla. Mi papá dormía solito, mis hermanos en la cocina - Estefanía Leiva-, mis hermanas y yo en una sola cama. Pasamos muchas necesidades. Mi papá estaba deso- cupado. La que mantenía la casa era mi mamá. Incluso yo tengo el apellido de mi mamá, nunca me supieron decir bien por qué. El chiste familiar es que mi papá se cansó de ir a firmar por los demás y conmigo ya no tenía ganas de firmar. Y el relato es que, supuestamente, estaba enfermo y no fue a firmar. Pero no tuve identidad hasta los diez años. Me acuerdo cuando fui con mi mamá a La Plata y me hicieron los documentos. Nunca me causó trauma.

-Era una familia sobrepasada para resolver trámites...

-Yo siempre fui muy compinche con mi mamá. Ella trabajaba en un hogar de ancianos. Me crié viendo a mi vieja trabajar. Me iba a dormir al hogar de ancianos con ella. Ya a los once años, en vacaciones, cuidaba a tres chicos en

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Once. Así fui creciendo hasta que conocí, a los once años, al padre de mis hijas. Vino a vivir de Formosa a tres casas de mi casa. Pero él recién me dio bolilla cuando yo ya tenía catorce años. Tuvimos una relación y quedé embarazada la primera vez. Antes se tenían los hijos chica. Mis hermanas tuvieron hijas chicas pero con sus maridos. Yo no tuve la misma suerte. A los quince o dieciséis todas tenían hijos, la más grande que tuvo fue a los dieciocho años. Yo tengo sobrinas de mi misma edad.

-¿Qué pasó cuando quedaste embarazada?

-Mi mamá se enojó mucho, me retó, pero ya no había nada que hacer. Encima yo estaba embarazada de ocho meses de Laura (que hoy ya tiene 31 años) cuando a él le dijeron que falleció el papá. Se fue y yo tuve mi hija sola. Mi hermana Susana me llevó al hospital de Morón porque él no estaba. Susana y mi mamá me ayudaban. El padre de mi hija, Mario, volvió cuando tenía tres meses. Estuve otra vez con él y me quedé embarazada de mi segunda hija, Sandra Mariana González.

-¿No te aconsejaron cómo cuidarte de un segundo embarazo?

-A mi primera hija la tuve por cesárea porque yo era muy chiquita y no tenía dilatación. Una médica me habló. Pero cuando él apareció, a los tres meses, fui inconsciente. Creí que él no iba a volver más.

-¿No te dieron anticonceptivos en el hospital después de una cesárea a los 14 años?

-No, no había la información que hay ahora. Era todo medio tabú. Ni se hablaba de preservativo, ni de como cuidarte. Mi mamá trabajaba todo el día y mucho no podía hacer pobrecita. Y mis hermanas no estaban pendientes.

- ¿Cómo fue tu segundo parto?

-Estuvo el papá de Sandra conmigo y fuimos al Hospital Carrillo. Ahí estuvo re bien. Pero éramos dos chicos. Mario tenía 18 años. Yo no lo culpo a él de nada. Hizo lo que pudo como yo. El problema es que después me llevó a vivir a Córdoba a la casa de unos parientes que me trataban re mal como a una sirvienta.

-¿Era una relación familiar o una forma de explotación?

-Al principio todo lindo, pero el cuñado me

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re-contra maltrataba. Yo les lavaba la ropa a los cinco chicos sólo por estar ahí y tenía quince años. Le pedí a Mario que me sacara, no aguantaba más. A los dieciséis años me vine a Buenos Aires con las dos nenas. Me subí en el tren con un bolso en el que no tenía ni pañales.

-¿Qué hiciste en Buenos Aires, sola, con dieciséis años y dos hijas?

-Conseguí un trabajo en una fábrica donde se envasaban tapas de tanques de autos. Las ponía en la cajita para venderlas. No me querían tomar porque era menor de edad, pero una amiga insistió y nadie veía nada. Me pagaban bien. Pero me iba de mi casa a las cinco de la mañana y volvía a las diez de la noche. El papá de mis hijas volvió a buscarme y me dijo que había encontrado una casa y que no íbamos a vivir con nadie. Me fui a un campo de Córdoba. No tenía nada. Un camión me traía dos veces por semana agua de aljibe. Vivía aislada del mundo. Horrible. Mi hija más grande tenía cuatro años y la otra tres. Yo pensaba: “¿Qué futuro les puedo dar a mis hijas acá?” No tenía tele, no tenía nada, nada, nada. Le pedí a su hermana, Hebe, que me sacara porque mis hijas no iban a poder ir al jardín, ni tener estudios. Volvimos en tren a Buenos Aires.

-Otra vez volviste a empezar sola y de cero en Buenos Aires, con menos de veinte años, y dos hijas pequeñas…

-Pasamos mucha necesidad. Mi mamá seguía teniendo lugar para sus hijos, pero éramos un montón. En una cama dormíamos cinco o seis o como podíamos. Después me instalé en una piecita con mis hijas. El padre de mis hijas me volvió a buscar por tercera vez, pero yo decidí terminar con él y vivir en Buenos Aires. Mi hermana Susana me consiguió trabajo en el hogar Martín Rodríguez en Ituzaingó con ochoscientos abuelos. Todas mis hermanas son enfermeras profesionales. Yo ya tenía dieciocho años y necesitaban una ayudante de cocina para la empresa de comida. Fue mi primer trabajo con recibo de sueldo. El lugar tenía guardería. Las dejaba a las nenas a la mañana y a las cuatro, cuando salía, las pasaba a buscar. Ahí conocí al papá de mi tercera hija, Julio.

-Tenías 18 años y dos nenas sola: ¿te sentías desamparada?

-El papá de mi tercera hija tenía diez años más que yo. El nos mató el hambre. Me dio de comer a mí, mi mamá (que ya no podía trabajar) y mi papá. Era la época de (Raúl)

Alfonsín que aumentaba todo. El tenía la posibilidad de sacar comida y siempre le voy a estar agradecida por darnos de comer a mí, a mis hijas y a mi familia, sólo por eso, nada más. Con él conviví dieciocho años que fueron muy malos. El se convirtió en una persona tomadora, agresiva, controladora y mala. No nos dejaba hacer nada. Lo peor que se puede imaginar una mujer.

-¿Fuiste víctima de violencia de género?

-Sí, mucho, no sólo yo, mis hijas también. Lo peor que me pasó es que mi hija Laura se fue, a los 15 años, con un muchacho mayor para escaparse, porque él no la dejaba salir, ni tener amigos. Era terrible. A veces nos dejaba encerradas con llave. No podía salir nadie.

-¿Cómo si fueran prisioneras?

-Sí, nos encerraba a las cuatro. Era muy celoso y posesivo. Él quería tener todo bajo control. Yo no podía salir sin su autorización. A mí casa no podía venir nadie si él no estaba. No podía ir con mi mamá si no estaba él. Y cuando llegaba del trabajo revisaba toda la casa. Se fijaba si había huellas de auto o bicicleta para ver si dejábamos entrar a alguien. Era loco.

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-¿No podías trabajar?

- A Yanina la tuve a los veinte años y cuando me quedé embarazada renuncié al trabajo en el que lo conocí, porque él no quería que trabaje. Pero necesitábamos entrada económica. Así que empecé a trabajar de limpieza y en un momento tuve como cinco casas para trabajar por hora. Pero después no todos pueden pagar una chica de limpieza y yo quería algo más. “Con esto no hacemos nada”, le dije. Con él fuimos a recorrer hospitales y conseguí trabajar de camarera en la Maternidad Sardá y otros hospitales con un contrato por tres meses. Una vez se me apareció en el Hospital Muñíz y cuando me vio con un compañero de trabajo se re enojó. Él se aparecía en todos lados, en cualquier lugar, en cualquier hora. Era terrible. Me controlaba los boletos del colectivo para ver a qué hora lo tomaba y me revisaba la cartera. No lo podés creer, pero es un círculo vicioso. Él me pegaba y me decía que yo era la culpable porque lo provocaba. No te das cuenta, hasta que no sabés todo lo que aguantás y todas las barbaridades que sufrís. Una vez me llevó de los pelos a preguntarle al boletero si realmente se había retrasado el tren, porque yo había llegado más tarde.Conocí a Susana Argañaraz, una amiga con

la que nos pasábamos las casas. Un día me dijo “Mirta, me llamaron del ferrorcarril para trabajar, parece que está bueno y es seguro”. Tenía que ir al otro día a las seis de la mañana. Yo sabía que Julio no me iba a dejar ir. Le dije y me contestó que era un trabajo de hombres, que iba a estar lleno de machos y que no, no, no. Le rogué y le supliqué. No dormí en toda la noche. A las cinco de la mañana le dije “por favor dejame ir”. Me dijo “Hacé lo que quieras”. Me levanté y me fui. Él no quería saber nada. Me cerraba la puerta para que no vaya a trabajar hasta que se convenció que no iba a dejar el trabajo. Me esperaba en la parada del colectivo, me espiaba detrás de la columna, todo el tiempo.

-¿También te golpeaba?

-Sí, yo he ido a trabajar con el ojo moreteado o me marcaba el cuello con chupones como para que los demás vean que era casada y tenía marido. Yo tenía que trabajar con un pañuelito, aunque haya treinta grados, porque él quería marcar que era suya. Creía que hacer eso era de hombría o de macho. Yo aguantaba y aguantaba.

-¿No te parecía que se podía salir de la violencia?

-No era el momento. Yo ganaba 800 pesos porque trabaja en Integral Clin que era una empresa tercerizada. No tenía la posibilidad de agarrar a mis hijas e irme a alquilar. No me alcanzaba. Usábamos la ropa ferroviaria pero no éramos ferroviarias. Yo entré en 2006 y cuando empezamos las mujeres no éramos ferroviarias todavía.

-¿Para vos el acceso a un trabajo estable, en blanco y con un futuro previsible te dio la posibilidad de dejar ser víctima de violencia?

-Sí, yo ahí empecé a planear la separación. El papá de mi hija se quedaba en casa y me hacía la vida imposible. Llegaba a la noche y me inventaba cualquier cosa, todas mentiras para buscarme algo.

-¿La independencia económica te salvó de los golpes?

-Sí. Me dieron un préstamo en la empresa de veinte mil pesos. Lo saqué, alquilé un negocio y le puse una parrilla para que él tenga trabajo. Él tenía su propio negocio, trabajo, todo. En cambio, yo no podía tener amigos, ni compañero, ni nada. Yo ya sabía que me tenía que ir de casa porque había cumplido con

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todo. Un fin de año nos fuimos a comer con mis compañeros. Yo le pedí permiso y él me dijo que no. Yo le dije “me quedo a comer con mis compañeros”. Lo desafié y sabía lo que me esperaba. Y en vez de quedarme hasta las doce llegué a las cinco. Abrí la puerta y me recibió una piña -cuenta Mirta con los ojos llorosos como si todavía tuviera que acordarse de esa fuerza sobre su voluntad y su mirada nublada por el miedo. -Agarré mi cartera y me fui a lo de mi mamá. Me alquilé una casa. Recuperé todo lo que había perdido: mi dignidad, mis ganas de vivir y mis hijas. Yo no guardo rencores. Mi hija ama a su padre porque yo no les llene la cabeza. Con el ferrocarril empecé a vivir de nuevo.

-¿Cuánto influyó la independencia econó-mica para poder salir de la violencia?

-Mucho. La independencia económica es todo en una mujer. Si vos te vas a lo de un pariente al quinto día te vas a sentir incómoda, que estas molestando o usurpando una familia. Por ejemplo, la última vez que me fui de mi casa volví porque dije “mejor malo conocido que bueno por conocer”. Tenía que seguir aguantando pero era mi casa. Por eso pensé que hasta que me pueda ir a un lugar

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mío no me iba a poder separar. Mi mamá vivía en un ambiente de dos por dos, era imposible volver con ella a un lugar con una piecita y un baño en donde no podíamos estar paradas las dos juntas y para dormir había que sacar y guardar la cama. El corazón de mi mamá es grande y nunca me voy a olvidar de eso. Pero

no puedo pedir. Tengo un hombre maravilloso que es un sol y me deja ser libre. Estamos juntos y la luchamos. Me da una libertad increíble y eso es invalorable.

-¿Qué es para vos; después de la pobreza, el trabajo infantil, la maternidad adolescente y la violencia de género; el trabajo?

-Este trabajo es todo. Me dio la vida. Yo trato de no faltar. Amo mi trabajo. Me pongo con todas las ganas porque esa gente que te carga dos o cinco pesos en la tarjeta SUBE por ahí salió de trabajar de una casa de familia para tomar un colectivo y vienen a boletería con las últimas moneditas y yo sé lo que es eso. Por eso me encanta trabajar. Yo me siento orgullosa porque empecé en limpieza, fui controladora de boletos y llegué a boletería. Empecé de abajo y sé que llegué hasta acá porque me lo fui ganando. No me lo regalaron. Ahora en todos lados hay mujeres y eso está bueno.

-¿Te gustaría ocupar otros puestos?

- No quiero más. Me gusta este trabajo. Porque yo me pongo en el lugar del pasajero. A veces un compañero dice “¡Qué rata!” y yo, en cambio, pienso que por ahí el pasajero carga

Yo me siento orgullosa porque empecé en limpieza, fui controladora de boleto y

llegué a boletería. Empecé de abajo y sé que llegué hasta acá

porque me lo fui ganando. No me lo regalaron. Ahora en todos lados hay mujeres y eso

está bueno.

recién con el préstamo pude conseguir una piecita para alquilar. Después me fui a vivir con Oscar y ahora estamos alquilando una casa más grande. Laura y Yanina pudieron entrar al ferrocarril y yo ya con eso compenso todo lo malo que viví. Ya estoy de vuelta, más

cinco pesos porque son los últimos cinco pesos que tiene. Acá puedo ser amable y ponerme en el lugar de la gente y es lo que más me gusta. A mí me encanta lo que hago: tener mi máquina y mi lugar de trabajo, abrir la ventanilla y que la gente venga a cargar la SUBE tranquila que yo le voy a cargar lo que tenga o lo que pueda. Vengo siempre a trabajar contenta y con ganas. No reniego, ni me peleo con la gente. Soy re feliz. Más no puedo pedir. Ojalá que mis hijas lo valoren tanto como yo el laburo. Acá en Liniers hay mucha gente que trabaja en casas de familia y en albañilería. Yo soy muy obrera. Me pongo en el lugar del otro.3

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Stella Maris MirabelliLa primera guarda del Sarmiento

“Las mujeres somos capaces de todo. Queremos igualdad”

Stella Maris Mirabelli tiene 34 años y es la primera guarda del Tren Sarmiento. Su papá y su abuelo fueron ferroviarios, pero ella no podía seguir la tradición por ser mujer. La barrera se alzó por la lucha colectiva de una agrupación de mujeres en la que par-ticipa, también, para que más jóvenes puedan ocupar más y mayores puestos. Nació en Mechita, un pueblo que surgió gracias al tren. Hoy vive en Ituzaingó. Tiene el sueño de hacer viajes más largos y, aunque le quite horas al sueño, ella no usa el tiempo con sus hijos para ser ama de su casa, sino para enseñarles el placer de viajar.

Sin que las uñas rosas de Stella Maris Mirabelli se posen en el botón rojo, nadie puede salir del vagón desde donde va y vuelve: de Capital Federal al Oeste. Ella camina por el vagón, mira, conversa con el policía a cargo de la seguridad, contesta preguntas sobre horarios de viajes, está atenta a tocar el botón y abrir la llave del arranque. A veces puede, desde arriba del tren, corroborar la luz roja o verde y otras muchas se baja al andén para asegurarse que todo esté bien y que nada tape las señales que tiene que ver con claridad. El mayor logro de Stella es ser una de las tres primeras guardas del tren Sarmiento. Y toma ese triunfo como un triunfo colectivo de las trabajadoras ferroviarias que luchan por igualdad de oportunidades y de derechos. Se queja que la ropa de varón que lleva puesta parece indicar

que es una mujer en un molde masculino. Ella no esconde su logro, sino que lo ilumina con sus brillitos en las orejas y la decoración de sus manos rosadas en un puesto en donde todo su cuerpo atento y vital se convierte en parte del trayecto.

La que camina, se para, habla, controla, se baja, sube y viaja atenta y energética es una mujer que luchó mucho para llegar a ser guarda y no quiere guardar ese privilegio para ella, sino abrirlo –como abre la puerta del tren con su llave en mano- para otras generaciones de chicas. Las más jóvenes, incluso, pueden soñar con ser maquinistas. Esa puerta sí la cerró, porque su edad no le permitiría empezar. Pero ella no lucha sólo por su propio futuro, sino también por el futuro de

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las que vienen. Stella integra y acompaña la agrupación “Mujer bonita es la que lucha”, de la Lista Bordó de la Unión Ferroviaria. El día de la mujer festejaron los logros obtenidos en cupo femenino en algunas especialidades y redoblaron sus objetivos para el futuro.

También su foto retrató el mensaje “Feliz día de la mujer. Construimos igualdad”, en las gigan- tografías de los carteles de todas las estaciones, a través del mensaje, para el 8 de marzo, de Trenes Argentinos Operadora Ferroviaria y el Ministerio del Interior y Transporte de la Nación. Su imagen se convierte en homenaje a las mujeres reales, fuera de las publicidades que incitan al consumo de carteras y que ensombrecen los pasos diarios de miles de mujeres que, como Stella Maris, avanzan.

Y avanzan a pesar de las barreras. Ella nació en el ex Hospital Ferroviario de Retiro. Pero como nació nena no podía ser ferroviaria. Por suerte hay historias que se cuentan en pasado y que en el presente se modifican y en el futuro se multiplican. En 2013, ingresó entre las primeras trece banderilleras del Sarmiento. Muchos de sus compañeros no las querían en las vías. Sin embargo, siguió avanzando y se convirtió, el 15 de julio de 2014, en una

de las tres primeras guardas de la línea que recorre el Oeste. Entre dieciséis varones que se postularon ella quedó seleccionada para ese puesto. No se pone límites ni le teme al horario nocturno, desde las 19:00 hasta las 2:30 de la madrugada.

Su papá, Rubén Antonio Mirabelli, es guarda y quería que sus hijos fueran guardas. Y cuando digo sus hijos no digo sus hijas e hijos, ya que sólo sus hijos varones podían cumplir ese sueño. Las mujeres tenían tapiado el ingreso al mundo de las vías, a menos que atendieran el teléfono para cubrir las necesidades de los trabajadores andantes.

La leyenda empezó con su abuelo, Higinio Mirabelli, que también fue ferroviario. Hay quienes quieren romper las tradiciones y hay a quienes les encanta poder incluirse en el ritual de la rueda histórica a la que no fueron convidadas. Stella Maris logró ser la tercera generación ferroviaria y festeja el triunfo que no es sólo inercia cronológica, sino continuidad y progreso.

Stella no esperaba la Navidad, los Reyes o el Día del Niño (que algún día se llamará también de la Niña) o no los esperaba tanto

como el mejor premio: emprender un viaje con Rubén. Él le adjudicaba la responsabilidad de señalarle qué encomiendas debía bajar en cada recorrido. La tarea era un lustre para la niña que separaba las cajas por estación y a los artefactos o heladeras les conocía el destino de memoria para que su papá los cargue. El premio del viaje era su mejor premio. Pero su papá lo hacía clandestinamente. Las niñas no eran bien vistas. Los niños, en cambio, sí y llegaban, al premio mayor de acompañar al maquinista. La discriminación se vestía de molestia. Los conductores debían ponerse un incómodo bozal si subía una niña y, en cambio, si los acompañaba un niño la comodidad compinche no afectaba su libre expresión de vociferar a su gusto.

Por suerte la idea de libertad fue tomando viento y viaje hacia la igualdad. A los reductos masculinos Stella no les teme. Al contrario, tal vez como recuerdo de su niñez, le gusta poder entrar y formar parte legítima de su barullo. La entrevista es en los alrededores de la estación Castelar. Stella hace de guía y saltea todos los bonitos y amables cafés para llegar a la reliquia del bar “Tarzán”, una galería de arte de fotos ferroviarias en blanco y negro, retratos de Isabel Sarli, recortes deportivos de

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“El Gráfico”, notas de diarios sobre el propio culto al bar reliquia, mesas sin modernizar y el ruido como música de fondo, donde la conversación se alza sublime sin silenciarse por las caras apoyadas en la propia pantalla.

A ella le gusta estar ahí, sentarse y pertenecer. Quiere ir a donde todos los ferroviarios van y a donde ella quería llegar. Se sonríe como un logro cuando relata el orgullo de su papá por su ascenso de molestia a laburante. La piel lisa no necesita maquillajes para mostrar la transparencia de su triunfo. Los ojos grandes se le encienden con una pasión que tiene reivindicaciones y conquistas en lista de espera, pero no la queja desazonada o el fastidio. Ella es una orgullosa madre ferroviaria que demuestra su alegría en el rosa que le sube de los dedos y se le trepa hasta los pómulos y encandila con la alegría de hacer lo que se quiere en el día a día.

Ella tuvo otra vida: estuvo casada once años y fue técnica ortopedista. Hacía corsets, fajas y plantillas. Se sentía atrapada por una es-tructura de vida que le asfixiaba su propio vuelo. Se separó hace cuatro años y apostó por la pasión, en los amores y en el trabajo. Estudió tres años para ser maestra de grado. Pero no

quería ser ni una cosa ni la otra. Su deseo estaba en movimiento. Siempre quiso trabajar en los trenes. Pero su papá le decía “mirá que a las mujeres no las están tomando, están tomando sólo varones”.

Rubén refunfuñaba por la herencia rota como si fuese una copa de la abuela destrozada en mil pedazos contra el piso. Sus dos hermanos varones, Ricardo Julio Mirabelli y Sebastián Mirabelli, no querían ser ferroviarios. Ricardo es instrumentador quirúrgico y Sebastián, al final, sí se subió al camino de los trenes. Pero ella fue la primera. Su otra hermana, Gabriela Mirabelli, es enfermera y siempre la alentó. “¿Viste que cuando yo te decía que si ponías tu fuerza en lo que deseabas sin dudarlo se te realizaría? ¡Y recibiste mucho más todavía!

Siempre quiso trabajaren los trenes. Pero su papá le

decía “mirá que a lasmujeres no las están tomando, están tomando sólo varones”.

¡Felicitaciones!”, le posteó Gabriela cuando la foto de Stella Maris se convirtió en el emblema del día de la mujer para todas las pasajeras y trabajadoras el 8 de marzo.

Hasta que la historia tomó otro rumbo. “Yo pensé que ninguno de mis hijos iba a seguir la tradición ferroviaria”, festejó su error desacertado Rubén, cuando Stella pasó a ser parte de su familia laboral. Él trabaja hace 45 años en el servicio ferroviario que va a La Pampa. Ya está a punto de jubilarse. Pero antes de retirarse puede disfrutar de convivir, en la misma empresa y en el mismo puesto, con su hija que hace un altar de orgullo con esa vía de la continuidad familiar.

Hoy, Stella Maris, a los 34 años, se siente más libre con sus dos hijos –con los que nunca se queda en casa- y con su pareja, José Alberto Quintero, también ferroviario (banderillero) y también viajero. Tanto Aylén Zoe Jujra, de trece años, como Máximo David Yujra, de nueve años, saben que compartir tiempo libre con su mamá no es aplastarse en un sillón ni encerrarse cada uno en un cuarto. Los tres se suben a un colectivo para hacer picnics o para conocer lugares nuevos. Viajar no es una obligación, es un deseo y un destino de una vida sin amarras.

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-¿Cómo te dijeron que no podías ser ferroviaria?

-Cuando quise ingresar me dijeron que no, a menos que sea administrativa. Pero ser administrativa nunca me interesó. A mí me gusta viajar y estar con las personas.

-¿Cómo sentías la diferencia con tus herma- nos varones en la posibilidad de continuar con el trabajo de tu papá?

-A mí siempre me interesó el ferrocarril, pero me decían que no podía trabajar por ser mujer. Y, en cambio, a mis hermanos no les interesaba. Mi papá estaba en el ferroviario pampeano y yo quería estar en Mercedes, Gorostiaga, Suipacha y Mechita que es de donde yo vengo. Antes vivía en Mechita, pero ahora, por trabajo, estoy en Ituzaingó.

La mecha de la pasión.

Stella Maris viene de Mechita, un pueblo a 199 kilómetros de Once, estación de la Línea Sarmiento desde donde va y vuelve, ahora, todos los días, para abrir las puertas y cerrarlas, en viajes más seguros. No es un pueblo por donde pasa el tren, sino un pueblo

que nació porque pasaba el tren. Es uno más, pero es un símbolo, de una Argentina ferroviaria, extendida en una geografía adoradora de las vías y de toda la vida que generaba el “ida y vuelta” de un medio de transporte que transportaba mucho más que gente y mercaderías.

Por eso, hay que transportarse en el tiempo y pensarse en 1904 para entender que, con la construcción de unos talleres ferroviarios para el antiguo Sarmiento del llamado Ferrocarril Oeste, nació Mechita. Gestado entre rieles y parido por la fuerza del tren que construía a su alrededor y era mucho más que una estela de paso.

Sin embargo, la ubicación de Mechita tiene su historia en la puja política y económica entre la empresa ferroviaria (en manos inglesas) y los dueños de los terrenos de Bragado, en donde querían ubicar a los talleres ferroviarios. Los ingleses no querían pagar y los terratenientes no querían bajarse el precio. La pulseada la ganó Inglaterra. El entonces Presidente Manuel Quintana donó campos de su propiedad para que se construyan allí los talleres y para evi-tarle pujas a los foráneos. Así se encendió la Mechita, cerquita de Bragado y de Alberti, en la Provincia de Buenos Aires, pero con esa

llamita propia en la historia ferroviaria. Y en la de Stella Maris, que sin metáforas, tenía a la vía como patio de su casa de la infancia.

El relato oficial cuenta el inicio, pero no el cause de las privatizaciones en los noventa y el desguace ferroviario. Mechita se convirtió, prácticamente, en un pueblo fantasma. Sobre-vivió entre los pocos habitantes que siguieron trabajando en el tren y por la instalación de una fábrica metalúrgica.

-¿Qué te gustaba de chica de la mística del tren?

-Yo lo acompañaba a mi papá cuando iba a Timote o a Lincoln. Él siempre pedía permiso a los otros guardas. Los ferroviarios, a veces, llevaban a sus hijos varones, pero a las nenas no.

-¿Ser niña era un obstáculo para acompañar al trabajo a tu papá?

-Claro. Él se fijaba quién estaba en el viaje y, a veces, me llevaba. Un recuerdo lindo es cuando fui a Timote, que es un pueblo her- moso pasando 50 kilómetros de Bragado, en la Provincia de Buenos Aires. Los guardias dormían ahí y después seguían. A mí me

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gustaba acompañar a mi viejo. Él me llevaba al sector de encomiendas y me hacía separarle los paquetitos que tenía que bajar en cada estación o me pedía que yo le haga acordar cuando había heladeras para algún pueblo.

-Era un momento único con él y de mucha complicidad. ¿Qué edad tenías?

-Tenía diez años y nos turnábamos entre los hermanos. Si te portabas bien en casa viajabas con papá.

-¿El viaje en tren era la fiesta?

-Claro. Lo único malo es que nunca pude subir a la máquina. Mis hermanos sí subieron.

-¿Por ser varones sí podían?

-Sí, mi papá no quería molestar. Ya era una molestia subir con una nena porque los hombres se tenían que comportar de otra forma. En cambio, con los hijos varones era distinto. Recién de grande, cuando ingresé a ferrocarriles, pude ver una máquina en funcionamiento.

-¿Qué sentiste?

-Es hermoso. Ya me entusiasmé cuando empecé a sentir el ruido. A mí me gustan los ramales y los viajes de larga distancia. El eléctrico es muy bonito, pero yo me siento guarda – guarda cuando hago los ramales. Ahora está el tren chino que va hasta La Pampa y después el pampeano que va hasta Bragado. Ese trayecto largo es lindo porque te hacés amigo de la gente, obviamente que cumplís tu rol de guarda, pero es otra cosa. A mí me gustaría llegar más lejos.

-¿Cómo lográs que la maternidad no sea un obstáculo para poder viajar?

-A mis hijos siempre les hablo, incluso en la separación con el padre y, por eso, no bajaron la nota de la escuela, ni nada. La maestra se sorprende que los chicos no tuvieron cambios y que la nena habla de cómo trabaja su mamá y dice “mi mamá viaja”.

-¿Las maestras siguen diciendo mi mamá me mima y preguntando de qué trabaja el papá el día del trabajo, en vez de aggiornarse a una realidad de madres trabajadoras?

- Al ser guarda, lamentablemente, hay cosas que tenés que dejar de lado de la familia: los actos del colegio, ciertas salidas que hacen los nenes con sus amiguitos que no los podés acompañar o algún día de la madre. Yo siempre les hablo: “es una cosa que a mamá siempre le gustó. Cuando sean grandes lo van a entender”. Y me contestan: “Ya lo entendemos ahora. Sabemos que es algo que te gusta”. A mí me gusta viajar. Cuando los tengo yo, no nos quedamos en casa. Siempre viajamos. Agarramos un colectivo y hacemos un picnic o lo que sea, pero adentro de la casa nunca. Los domingos el sol brilla de otra

Yo quiero enseñarles y,más que nada, a la nena, que

no se tiene que encerrar.Ya no es la ama de casa que

está con un delantalesperando al marido a que venga de trabajar. Hoy en

día la mujer es capaz de todo teniendo marido e hijos.

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manera porque la gente va a pasear y con esa culpa llegás a tu casa y llevás a los chicos a la plaza aunque sea de noche. Cuando sos mujer estás en el trabajo, en la comida, estás en todo.

-¿Por qué elegís decirles que no sólo trabajás para darles de comer sino porque te gusta?

-Yo quiero enseñarles y, más que nada, a la nena, que no se tiene que encerrar. Ya no es la ama de casa que está con un delantal esperando al marido a que venga de trabajar. Hoy en día la mujer es capaz de todo teniendo marido e hijos. Yo estoy juntada en este momento con mi pareja: José Alberto Quinteros, que es banderillero.

Hay chicas que son capaces y que estudiaron en

escuelas industriales para poder usar herramientas, entonces, que no puedan

hacerlo porque no aceptan mujeres es un poco chocante.

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-¿Vos no luchás sólo por conquistar tus deseos sino por conquistas colectivas?

- Sí. Conozco a una banderillera, que es hija de un motorman, sus dos hermanos son maquinistas y su sueño es ser maquinista, pero hay una gran traba, pobre. Se necesitaría que haya más gente para romper esas barreras. En “Mujer bonita” la apoyamos y le damos fuerza. Pero es difícil. Después de tantos años recién ahora hay tres mujeres guardas entre doscientos trece varones en el Sarmiento.

-¿El efecto de la discriminación por puestos también es económico porque en puestos inferiores se gana menos que en puestos superiores?

- Sí, cuando una está separada la prioridad son los hijos y yo veo que, con mi ascenso, traje

Cuando una está separada laprioridad son los hijos y yo veoque, con mi ascenso, traje pro- greso y felicidad a mi familia.

-¿Cómo es la reivindicación por el cupo de género?

-Se pelea por el cupo femenino en distintas especialidades. Se piden mejores condiciones para trabajar y que las mujeres, si son aptas, sin ningún acomodo, puedan trabajar en material rodante y estar en los talleres. Hay chicas que son capaces y que estudiaron en escuelas industriales para poder usar herramientas, entonces, que no puedan hacerlo porque no aceptan mujeres es un poco chocante para las pobres chicas. Por fin entró una chica, Karina Maiorano, a suministro eléctrico.

-¿Tu sueño es ser guarda y viajar a las provincias o ser maquinista?

-A mí no me da la edad para ser maquinista. Si fuera más joven sería fantástico ser conductora. Pero conozco muchas chicas que son jovencitas y están aptas.

-¿Por qué en un país conducido por una mujer se impide el acceso a las mujeres a conducir los trenes?

-Es un sector que todavía no se quebró. Si llegara una mujer la aplaudiría mil veces.

-¿Conociste el amor en el ferrocarril?

-Sí. Yo ingresé como banderillera entre las primeras trece banderilleras en la Línea Sarmiento en 2013. Pero no nos querían en las vías.

-¿Quiénes no las querían?

-Los hombres nos ven débiles y decían que no íbamos a soportar estar sucias o sin baño. Son funciones que no tienen todavía, ni para los varones ni para las mujeres, las condiciones necesarias. Hoy en día las garitas están con baños químicos. Una mujer no puede estar ocho horas con un baño químico por las enfermedades que podés agarrarte. Sin embargo, cuando entramos como banderilleras, ya en el área de tráfico, eso permitió que se pudiera poner la voz más fuerte y postular mujeres para guarda. Nosotras luchamos porque queríamos no sólo hacer limpieza, sino también pertenecer al área de tráfico. La organización “Mujer bonita es la que lucha”, de la lista bordó, es la que está hace años luchando por el cupo femenino para las distintas especialidades. El objetivo es que si una mujer cumple con las mismas condiciones de requerimientos –secundario y conocimientos básicos de electricidad- pueda ser guarda.

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progreso y felicidad a mi familia.

-¿En qué cosas repercute que tengas un puesto mejor?

-En este momento estoy ahorrando para poder comprarme una casa. Eso es lo que quiero. Cuando me casé tuve una casa y la pude armar. Pero cuando una se separa se quiebra todo. Por eso, ahora, estoy ahorrando para poder tener una casa que sea mía y de mis hijos. Mis hijos también tienen a su padre, pero yo trato de abarcar todo. Soy la mamá y la jefa de la familia y hay cosas que los chicos me piden a mí que no le piden a nadie más.

-¿El ascenso de los puestos rasos a mejores cargos te cambia la posición ante la vida?

-Es un progreso para la mujer. Si tenés un puesto bajo, tenés que trabajar en el ferrocarril y buscarte otro trabajo en otro lado. En cambio, con esto traes la mantención al hogar. Es distinto.

-¿No basta con tener trabajo, hay que luchar por un trabajo de calidad?

-Exacto.

-¿Qué falta?

-Ahora tengo puesta una chomba y me dieron una camisa de hombre. Todavía no está todo. -¿El reclamo es por uniformes femeninos con moldes basados en cuerpos de mujer para tra- bajos que no son exclusivamente masculinos?

-Somos tres guardas: Flor Serratore vino de limpieza y Susanita Sánchez de evasión. Susanita tenía camisa de mujer porque en evasión hay ropa de mujer. Pero para las guardas no hay ropa. Usamos un pantalón de hombre color gris (que es el que distingue a los guardas) pero no contamos con uniforme y tenemos que usar pantalón y camisa de hombre. La respuesta es sensata: dicen que es algo nuevo y que tenemos que aguantar hasta que hagan los uniformes. Nosotras queremos trabajar como guardas y lo conseguimos. Sabíamos que las condiciones no estaban. Pero yo ocupo el puesto hace más de seis meses y querría tener una camisa y un pantalón de mujer.

-No te gusta tener que parecer un hombre para ocupar un puesto que era exclusi-vamente masculino.

-Exacto. Nos aguantamos, pero la idea es que la empresa nos propicie uniformes para mujer.

-¿Cómo fue tu primer trabajo en el tren?

-Fui banderillera y tenía que estar en la barrera, con la bandera roja, para que el tráfico no pase cuando pasa el tren, porque siempre hay un desprevenido que quiere pasar. En cambio, el guardabarreras es el que está con la bandera verde. Hubo un banderillero que me enseñó todo. Me empezó a contar anécdotas, porque acá se aprende todo con anécdotas. La teoría está, pero para las soluciones tenés que usar tu criterio.

-¿Qué es lo más difícil?

-Hoy el respeto al guarda se perdió mucho. El público se lleva puesto a todo el mundo con tal de subir al tren y llegar a su casa. Ahora que están

Yo lo que veo diferente es que las mujeres se atreven

más a pedirte algo. Te tienen más confianza.

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-¿Hasta dónde te gustaría viajar?

-Me gustaría ir hasta Bragado y el viaje a Mar del Plata, pero eso ya no corresponde a mi línea.

-¿Tu papá se siente orgulloso de vos?

-Sí, siempre estuvo orgulloso, pero le provocó felicidad que siguiera la línea. Él pensó que ninguno iba a entrar al ferrocarril. Yo entré y al poco tiempo fui guarda. Él lo veía insólito. Finalmente mi abuelo guarda, mi papá guarda y yo guarda. El creía que su tradición la iba a

Los que tienen hijasse dan cuenta que la

incorporación de mujereses un progreso para la

familia. Si les entrás porel lado de la capacidad de

sus hijas muchos entienden que las mujeres tienen que

tener derechos.

las camaritas, más o menos, se controlan. Antes viajaba mucha gente con bebidas alcohólicas. Yo estuve dos meses con los trenes viejos y era muy estresante. Llegaba mal a mi casa. Trataba de estar bien para mis hijos, pero sabía que iba a trabajar y me podía encontrar cualquier cosa. Hoy en día alivió mucho saber que las puertas se cierran y que ningún pasajero se te va a caer que es lo esencial. También las cámaras sirven para la seguridad. Igualmente siempre hay alguno que se manda sus macanas, por eso exigimos que haya policía en la formación. Antes, al guarda se le escondía la gente o el que no tenía boleto para zafar. Hoy les da lo mismo. El tren nuevo trajo muchas ventajas. Igualmente hay cosas que se pueden mejorar.

-¿Qué tareas hacés como guarda?

-Ver la seguridad de los pasajeros. Abro y cierro la puerta. Pero cuando hay un accidente soy la primera en bajar y tengo que garantizar que no se acerque nadie hasta que llega la policía. Y mantener el orden en la gente. Hoy en día la gente no respeta nada. Si hay un muerto, la gente es capaz de patearlo para llegar a su casa. No es tan sencillo.

-¿Te parece que las guardas mujeres pueden

contribuir a que las mujeres viajen mejor?

-Hay gente educada, pero lamentablemente los sábados y domingos no te encontrás con esa gente. Yo lo que veo diferente es que las mujeres se atreven más a pedirte algo. Te tienen más confianza.

Él creíaque su tradiciónla iba a seguirun hijo varón

y fue una mujer.

-¿Qué situaciones difíciles viviste?

-Un hombre estaba fumando arriba del tren nuevo, le dije que lo apague y cuando me voy lo vuelve a prender. Le vuelvo a decir y me escupe. Yo no lo puedo tocar. Pero se levantó todo el vagón a decirle “Eh, lo único que te falta es que le pegues a una mujer”. Eso es lo bueno: que ahora al pasajero lo tenés de tu lado. Falta mucho, pero se están cumpliendo metas de a poquito.

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seguir un hijo varón y fue una mujer. Eso le gustó. Pero a las chicas les falta mucho. Tiene que haber igualdad para todos sin acomodo. Esa es la lucha de las mujeres. Yo ingresé a ser guarda gracias a un movimiento que está desde 2012. Es una lucha que viene de hace rato. Y agradezco la lucha de ese movimiento. Voy a seguir diciendo que las mujeres somos capaces para todo. Si nos instruyen y nos dan un curso somos capaces de todo. El problema es que no nos quieren instruir. Queremos igualdad.

Derechos de hija y para las hijas

“Primero dijimos no a las mujeres, pero después estuvo todo bien”, reconoce un compañero en la entrevista en movimiento, cuando el bar y la estación Castelar quedan atrás y las palabras se fluyen con la acción y el inter- cambio. La historia no es una postal quieta. La discriminación existe. Pero puede modi- ficarse. Los otros guardias reconocen sus recelos. Y también su cambio al compartir responsabilidades y complicidades con una guarda mujer. Y no sólo por ella. Stella cree

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que un factor importante para convencer a los trabajadores más ariscos a los cambios es que la amplitud favorece, también, a sus hijas: “Los que no tienen hijos o sólo tienen varones son ariscos, en cambio los que tienen hijas se dan cuenta que la incorporación de mujeres es un progreso para la familia. Si les entrás por el lado de la capacidad de sus hijas muchos entienden que las mujeres tienen que tener derechos”.

Stella en acción no se queda quieta. Habla con el policía que cuida la seguridad del tren que lleva a los pasajeros desde el oeste del conurbano hasta la Ciudad de Buenos Aires. Tiene sobre su cuello un silbato negro. Lo sopla para anunciar la salida y aprieta el botón rojo que permite que el tren arranque. Su trabajo tiene técnica, temple, firmeza y también la amabilidad en un manual invisible que sólo se ve en la práctica.

-Disculpe, ¿a qué hora vuelve el último tren? –le pregunta una señora que va en busca de regalos para sus nietos a las jugueterías ma- yoristas y no quiere quedarse varada. -A las 22:36, pero te aconsejo que estés a las 22:24 para viajar más tranquila- recomienda Stella Maris, que no deja ni un minuto de ser una madre en movimiento.3

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SILVIA MARCELA PORTUGALLA ENAMORADA

“ “Enamoradísima estoy de ser una trabajadora ferroviaria, de ser parte de ese tren que llega”

Silvia fue ferromoza y guarda en Córdoba y se enamoró de la libertad de viajar sin un traba-jo en tierra firme. También de la fraternidad con los viajeros y la gente de pueblos. La magia del interior, desde el interior de los vagones. Ahora es auxiliar en unidad de transporte y se declara enamorada de los trenes. Y agradece que el trabajo de ferroviaria le diera carácter.

Responde rápido, Silvia. Como si no necesitara pensarlo, como si el que respondiera fuese el cuerpo y no la cabeza. “Sí, del tren”, contesta cuando queda frente a la pregunta de si está enamorada. “De viajar, de bajar en los pueblos, de recibir el abrazo de la gente de los pueblos, porque el tren que va al interior no es como el tren de Buenos Aires. Cuando llegás a Toledo, a Río Segundo, a Laguna Larga, a Oncativo, la gente te reconoce y viene a saludarte. Lo importante que es en los pueblos que llegue el tren, y con el tren llegás vos. Así que sí, ena- moradísima estoy. De ser una trabajadora ferroviaria, de ser parte de ese tren que llega”. Silvia Marcela Portugal tiene 46 años y en el comienzo fue ferromoza. Sólo decirlo le llena a cualquiera la boca de un nombre singular, bellísimo: ferromoza. Pero parece que haberlo sido es todavía mejor. “Empecé en una coo- perativa que armaron los ex ferroviarios de Ferrocarriles Mediterráneos. Operábamos con

los trenes que iban a Villa María desde Cór- doba y era un servicio diario. El tren salía todos los días y yo empecé trabajando como una moza a bordo que vendía gaseosas, alimentos, sándwiches, galletas, alfajores. También le ofrecía café a los pasajeros sin cargo”.

-¿Eran varias mujeres?

-No, yo era la única.

-¿Antes de qué trabajabas?

-En el rubro del calzado, hacía la reparación de zapatos para damas.

-¿Qué te enamoró del tren?

-Siempre amé viajar en colectivo o en lo que fuere. Me dijeron: “mirá que tenés que pernoctar en Villa María”. Yo dije no importa.

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Tenía a mi único hijo ya grande, Mauricio Ezequiel, de 30 años. Ya estaba separada y no tenía que estar constantemente en un hogar.

Era la libertad, parece. La libertad de moverse, de trasladar el cuerpo y con el cuerpo, el espíritu. Salir de una ciudad, llegar a la otra, y trabajar en el trayecto. La ferromoza Silvia Portugal hacía lo que hacía, creyendo que eso sería todo, convencida de que servir el café y vender pebetes alcanzaba para agotar la experiencia de la mujer ferroviaria. Pero no. Un día, el experimentado guarda Roque Merlo vio algo en ella, algo que se parecía al deseo y la tomó de alumna. Merlo le enseñó a Silvia lo que hasta ese momento no le había enseñado a nadie y lo hizo con la generosidad de los grandes maestros.

-Con él aprendí todo. El manejo de las puertas, los secretos de los motores. Cómo funcionan las vías, los intercalados, el sistema de señales. Llegó el día en que pasé de ferromoza a guarda de la formación. -¿Cuándo fue?

-Estuve todo el año 2000 aprendiendo y en 2001, sin avisarme nada, un día me dijeron:

tenés que salir vos sola. -¿Qué hiciste?

-Me animé. Y de golpe iba y venía sola por los pueblos y las ciudades. Después la empresa quebró y nos quedamos sin trabajo. En agosto de 2004 abrió sus puertas Ferrocentral, donde seguí siendo guarda. Fueron los años de mi consolidación.

En 2005, Silvia sentía que sabía todo lo que necesitaba saber. Su viejo maestro, el guarda Roque Merlo, seguía de cerca sus pasos hasta que la apertura de nuevos ramales los separó como compañeros: Merlo se fue al tren de Buenos Aires, Silvia se quedó, ahora sí, completamente a cargo, a bordo de la formación que seguía saliendo de Villa María. No se dio cuenta como fue que ocurrió, ni cuando, pero llegó el día en que Silvia le enseñaba lo que había aprendido a los jóvenes recién llegados. Pasó de alumna a maestra. Omar Balut fue uno de sus mejores alumnos y, cuando estuvo listo, cuando las intimidades del tren y la vida ferroviaria dejaron de ser un secreto para él, Silvia le pasó su posta y, después de años de millaje, se bajó de los vagones e hizo pie en las boleterías.

Fue cambiar de mundo, sin salir del mundo ferroviario.

-¿Por qué te bajaste?

-Porque había demasiados hombres y viste cómo es.

-¿Cómo es?

-Como que había demasiados hombres y una mujer no puede estar cuando hay tantos hombres. Yo se lo que sé y todos mis compañe- ros saben que puedo llevar un tren. No tengo nada que demostrarle a nadie porque ya lo demostré todo, pero en ese momento quedé a cargo de la boletería.

-¿Fue una forma de discriminación o te hacían sentir mal?

-No, no me hicieron sentir mal y la verdad es que estaba un poco cansada de levantarme tan temprano. Los horarios del tren a bordo son duros y el tren traslada esa dureza al interior de tu vida.

Dice Silvia que siente nostalgia. Que ahora que la pasaron a la oficina de jefatura y se

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mueve cómoda como auxiliar de transporte de Nuevos Ferrocarriles Argentinos, está más cómoda, más relajada, pero que extraña. Que arriba de la formación era su lugar. Que se siente bien “aquí abajo”, pero que ir y venir es una sensación incomparable. Que fueron cinco años sobre las vías que los lleva encima, los lleva en el cuerpo, y que la memoria del cuerpo no se extingue.

Sos mujer y creenque sos débil,

pero yo desarrolléun carácter fuerte.

-¿Te gustaría que hubiera más chicas guardas?

-Me gustaría porque las chicas son necesarias para atender al pasaje femenino. Hay pasajeras que necesitan algo que un hombre no se los puede dar. Por ejemplo, se indisponen, o les sucede alguna cosa que no pueden hablar, o se descomponen, o que necesitan un analgésico

o una toalla higiénica y esa comunicación con un hombre es más difícil.

-¿Qué te dio el trabajo en el tren?

-Carácter.

-Imprescindible.

-Sí, porque sos mujer y creen que sos débil, pero yo desarrollé un carácter fuerte así que ando bien para manejar a las personas. Ahora estoy a cargo de diez o doce chicos y me respetan, más la gente de limpieza, con todos me llevo bastante bien. Cada uno hace su trabajo y yo hago el mío.

-¿Qué sueños tenés?

-Yo sueño con que el tren salga todos los días a Villa María y que el tren a Buenos Aires salga todos los días también, sería hermoso. El de Retiro sale dos veces a la semana y el de Villa María, tres. Para mí no alcanza.

-¿Qué diferencia hay con el micro o el auto?

-En el tren la gente trata de conversar y hacer amigos. En el micro uno se sienta, viaja y listo.

El tren tiene otra magia. Es otra cosa.

-¿Seguís enamorada?

-Sí, del tren.

-¿Cómo lo sabés?

-Porque donde hay un tren, me subo. 3

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NORA RIOSEl jazz de la infancia

“Lo bueno de esta gestión es que fomenta que la gente se quiera involucrar”

Nora Ríos es madre sola de Vita Aimé, de ocho meses. Es jefa de hogar y ella mantiene con su trabajo a su mamá, María Luisa González, que ya no trabaja limpiando otras casas de familia, sino que cuida a su nieta educada en el valor del trabajo materno. Nora se ocupa de la atención a pasajeros y quiere llegar a ser señalera, conocer los trenes del mundo y propone que la felicidad también es una meta propia. Una joven empoderada que, con derechos, no tiene techo.

Nora Ríos tiene veintinueve años y veinte atrás ya paseaba con su mamá y su tío en tren. El paseo no era sólo el lugar de llegada. Ni la aventura terminaba con la vuelta a casa. Ramón González (el nombre formal del mejor llamado tío “Cacho”) acompañaba el viaje con sonidos, relatos y significados. Él era fanático de los trenes y de la música. Nora recuerda que las palabras no silenciaban el ruido del tren, ese ruido que reproduce ahora, ya de grande, ya mamá, ya ferroviaria, con el énfasis de emoción de las melodías de la infancia: tatan tatan tatan tatan, casi canta para imitar el sonido del tren. No es el chucuchuuuuuuuuu chucu chu que tantas veces resumieron de un modo impostado los trenes que echaban humo por los dibujitos animados.

La melodía está sellada por la memoria viva

de una vida de paseos, escuela, desmayos, accidentes, solidaridades, egoísmos, trabajos y alegrías en el tren. Y la melodía tiene la percusión que transporta de la esclavitud a la libertad y del encierro al aire libre.

“Cuando viajaba en tren se escuchaba el tatan tatan y, cuando llegábamos a casa, mi tío me mostraba un tema de jazz que tenía la misma base. En Estados Unidos los negros se inspiraron en el sonido del tren para crear un ritmo. Ellos viajaban y escuchaban ese sonido todo el tiempo”, explica como le explicaron. El traslado de quienes llegaron de África en barco a Norteamérica para ser esclavos de quienes exprimían la libertad humana en nombre de la libertad de comercio se hizo baile, se hizo orquesta, se hizo grito, se hizo

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carrera y se hizo magia jazzera con el tren en círculo sobre sus gargantas, baterías, saxos y trompetas. “A mí me decía eso y me gustaba. Cuando sos chica mucha bolilla no le das, pero son cosas que te quedan y las vas procesando con el tiempo”, valoriza Nora.

El sonido se quedó como la poesía ferroviaria. Aunque Nora no hace pura mística y conoce, con sus propios ojos, el filo del tren acentuado por el riesgo abierto de la privatización sin cuida- do. Ella entró a trabajar, primero en la parte de limpieza, después rindió para ser promovida y entrar al CAP (Centro de Atención al Pasa- jero). La falta de cuidado, mantenimiento y calidad del servicio, apuntaban contra la segu- ridad y se hacían moneda corriente. No había alambres que detuvieran el paso por las vías y se acostumbraba a tomar el tren sin bajar por el túnel, como si las vías fueran una peatonal posible. Se acostumbraba a trabar –con el propio zapato- las puertas, para que corriera aire por amasijo a falta de aire acondicionado. Así las costumbres y el desamparo privado estallaban en accidentes que no se anotaban como efectos de la desinversión.

La comparación en un antes y después no es sólo de las nuevas máquinas, sino de las

puertas que se cierran y el tren que no arranca si están abiertas o las enredaderas de alambres para que nadie arriesgue su propia vida. También el oído atento. Nora realiza tareas administrativas en el Centro de Atención al Pasajero de la estación Once, donde escucha y le dice a los y las pasajeros/as que tienen derecho a ser escuchados, monitorea por computadora el tránsito ferroviario y pone sus ojos y oídos atentos en cada tarea.

Y levanta la vista para soñar sin límites. “Me gustaría recorrer todos los trenes del mundo”, exclama y en el detalle encajan los trenes modernos, precisos, herméticos y extendidos de Europa y los abultados de gente, olores y comidas de la India.

Su papá, Víctor Ríos, también es ferroviario, trabaja como soldador en los talleres de Castelar, aunque, además, es tornero. Nora sigue sus pasos, aunque quiere crecer y hacer su propio camino e, incluso, saltear las fronteras que hoy no la dejan cruzar de puesto. De chica no sabía si ser psicóloga, nadadora o directora de cine. Pero ahora sí tiene en claro que quiere trabajar en control. Está dispuesta a todo con tal de aprender y no hay razones a la vista para condenarla al analfabetismo de

oportunidades en una sociedad igualitaria. Una igualdad que descansa en los ojos de su mamá, María Luisa González, que se cierran cuando se sienta, porque sentarse era un privilegio al que no estaba acostumbraba. Ella limpiaba casas desde que el sol asomaba hasta que caía por las ventanas ajenas de vidrios más claros, gracias a sus manos trapeadas y de niños y niñas bañados y cenados en sus brazos mientras sus madres trabajaban. Ahora es Nora la que trabaja y con su trabajo sostiene, sola, a su madre y su madre cuida a su nieta para que su hija trabaje. Vita Aimé quiere decir vida amada entre el italiano y el francés, tiene un año de nacida y el doble de acunada. El embarazo de Nora empezó con pérdidas, así que tuvo que hacer reposo absoluto porque no podía viajar de su casa, en La Matanza, hasta su puesto de Once, ni siquiera sentada, aunque cueste, todavía, que el asiento se entienda como un derecho que preserva la salud de las embarazadas.

Ella se incomodaba con el derecho laboral de preservar a su hija por el látigo social que dice que la mujer embarazada se aprovecha del trabajo cuando, en realidad, es su respaldo y el de su hija y el de los otros miles de argentinos

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que necesitan una sociedad con nuevos chicos y chicas que sostengan el régimen de jubilaciones futuras. Pero, todavía, la maternidad es vista como un privilegio individual. Y a Nora le pesaba tomarse los días que necesitaba para preservar su panza envuelta de su propia pujanza por la vida. Ahora, en cambio, no le cuesta saberse una madre sola, que no necesita pareja para sentirse acompañada y que no quiere ver la desigualdad plasmada en su casa y que ella y su mamá, pueden hacer equipo para criar a su hija y enseñarle que el trabajo da pan, pero también alegría. “Soy una enamorada del tren”, se define.

-¿Quién te trasmitió amor por los trenes?

-El que más me hablaba de los trenes es mi tío “Cacho”, Ramón González. Él es fanático. Siempre, de chiquita, me impuso todo lo que es el jazz. Viajábamos en tren y se escuchaba el tatan - tatan y él, en casa, te mostraba un tema de jazz que tenía la misma base de los que viajaban en tren y escuchaban ese sonido todo el tiempo. Los negros se inspiraron en el sonido del tren para crear un ritmo. Me decía eso y me gustaba, aunque cuando sos chica mucha bolilla no le das, pero son cosas que te quedan y las vas procesando con el tiempo.

-¿Hay una poética del viaje en tren con el viento, los sonidos, las conversaciones?

-Todo tiene su parte linda. Yo miro de frente lo imponente que es y la altura que tiene. Me encantan las máquinas yankees que tienen esos paragolpes. Es un conjunto de cosas.

-¿Qué sentís por el tren?

-Soy una enamorada del tren y de todo lo que conlleva. Todo el predio ferroviario es lindo.

-¿Qué trenes te gustaría conocer?

-Me gustaría recorrer todos los trenes del mun- do porque cada uno tiene su particularidad.

-¿Qué diferencias ves a partir de la recu- peración estatal de los trenes?

- En la época de TBA había pocas formaciones y viajábamos todos apretados. Yo era boletera en Retiro y tenía que trabar la puerta del vagón con el taco para que entrara un poco de aire cuando viajaba. Estaba con el uniforme de saco, pollera y camisa y venía trabando la puerta porque el calor era insoportable. Eran cosas que no se debían hacer, pero que, en ese momento,

todo el mundo hacía por el calor y la costumbre.

-¿Cuáles eran los peligros de viajar con las puertas sin cerrar?

- Una de las cosas feas son los accidentes y des- graciadamente pasan. Un día trabé la puerta como siempre, pero era un servicio rápido que iba por una vía general, pegado a Rivadavia. Yo me había subido en Once, hace Flores, llega a Liniers, abre la puerta y sube la gente y vuelvo a trabar la puerta. Pero, en ese momento, era común que muchas personas se quisieran colar por las vías para cortar camino y no pasar por el túnel y, re- cién ahí, poder subir al andén de Ciudadela. Nada impedía esa costumbre porque había apenas un alambre roto y abandonado, pero las vías no estaban valladas como ahora. En ese momento, tres chicos querían ir al andén, pero no sabían que el tren era rápido y los pasó por arriba. Y sentí el corte y los ruidos y vi sus piernas y sus brazos. Ese fue el primer accidente que viví.

-¿Qué medidas de seguridad te parece que hay que mejorar?

-Mi mamá, María González, limpiaba en casas de familia, trabajó en fábricas también, pero la mayor cantidad de su vida limpió casas de

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familia. Ella tenía una casa de Villa Luro y por ahí cerca siempre me llevaba a ver la imagen de un nene. Yo entré a trabajar en limpieza, justo en Villa Luro y vi esa imagen: venía una mujer hablando por celular, amaga a cruzar las vías y retrocede cuando ve venir el tren, pero el nene no y se lo llevó puesto el tren. La policía tiene que retar a los nenes que están sueltos en los andenes porque siempre tienen que ir de la mano de sus padres. Son medidas de seguridad que en Argentina no estamos acostumbrados a cumplirlas. Tampoco con la prohibición de bebidas alcohólicas en el tren. Pero son cosas que se le escapan a una. El pasajero tiene sus derechos y obligaciones y los trabajadores también.

-¿Qué te dio fuerzas para seguir trabajando a pesar del impacto?

- Me gusta el tren. Cada vez que escuchó las conversaciones del control pienso “ay, si hubieran hecho esto o lo otro”. El motorman maneja el tren y acelera o frena. Los que manejan, si un tren avanza, si se queda esperando media hora a que le den vía o si no avanza, son los señaleros.

-¿Te gustaría más ser señalera que ser conductora?

-Toda la vida. Me encantaría. Los señaleros son los que manejan las líneas: el Roca, el Mitre, el Sarmiento... Todas.

-¿Tu aspiración es ser señalera?

-Síííí. Cuando hablo con control les digo que les llevo facturas, o lo que me digan, pero quiero estar ahí un rato y que me enseñen todo lo que saben.

-¿Se niegan?

-No es que se niegan.

-¿Por qué una mujer puede ser presidenta y no señalera?

- A mí me encanta escuchar hablar a la Presidenta porque es pilla. Los límites se los impone una. Hay gente que no quiere ser feliz, piensa que no se lo merece y no son felices: generan esa energía.

-¿La pasión por el trabajo es parte de la voluntad de ser feliz?

-Es que es lindo el tren. Es un estilo de vida. Lo usas para todo. Una de las cosas más lindas

es que anda por toda Argentina. Es barato, une pueblos ¡¡Es hermoso!!

-¿En qué trenes del mundo te gustaría viajar?

-En los de Europa que son todos herméticos y en los trenes norteamericanos. En la India tienen esos trenes que van repletos y también es pintoresco. Ellos comen picante, con calor, van todos amontonados y se trata de ver la parte linda que cada ciudad tiene.

-¿Qué te gustaría hacer para ayudar a que las mujeres viajen mejor?

-Se necesita un cambio cultural porque las mismas mujeres ven a una mujer embarazada y no le dan el asiento. Yo tuve problemas porque tenía pérdidas y podía perder el bebé y tuve que estar ocho meses en cama. Pero si viajás en un transporte público es muy probable que no te den el asiento, sino que lo tengas que estar peleando. El hombre se levanta más a dar el asiento que la mujer. O ven a una señora que se está cayendo a pedazos con un bastón y las minas la miran y siguen con el celular. No se trata de una pelea varón contra mujer, sino –también- de la relación mujer contra mujer que genera cierta fricción. Yo cuando viajaba desde

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Retiro que venía toda apretada en la formación trataba de buscar una mina para compartir espalda con espalda y cuidarnos entre las dos.

-¿Para qué no te toquen?

- Claro. Me acuerdo que viajaba sentada, en la época de TBA, venían los tipos que se colga- ban y te empezaban a rozar las piernas. Te corrías un toque, pero era demasiado obvio. Entonces te terminabas levantando porque si le decís algo sos una loca y si parás la formación toda la gente te va a atacar. Una vez me descompuse en Floresta y la gente me

bajó para que el tren siga. Es un tema cultural. No se desarraiga en diez años. Lleva tiempo.

-¿Se puede hacer algo para generar cambios?

-Sí, con los chicos. Eso pasó con el cigarrillo, el alcohol y el cinturón de seguridad. Los grandes le dan más bolilla a los chicos que a los grandes.

-¿Te da bronca tener que aguantar, por ser mujer, que un hombre te toque?

- A veces no te creen ni una violación zarpada. ¿Quién te cree? A veces ni tu mamá te cree. Una quiere buscarle la vuelta, pero si en tu casa decís que tu papá o el vecino o algún familiar te hizo algo y tu mamá misma no te cree es complicado querer encarar otros cambios. Igual, las mujeres, entre mujeres, en un servicio público, a veces no son solidarias y, a veces, se cuidan. Yo estudiaba en el Normal Nº4, en Caballito y me desmayaba siempre porque soy de presión baja. Cuando sos chica medís menos que la altura promedio y nadie te ve ni te piensa, quedás abajo y te desmayás más rápido. A mí me pasaba eso. Pero me salvaba la solidaridad del tren ¡Las veces que me han pagado remises, de chiquita, para irme de Morón a mi casa es impagable! Hoy un

poco eso se perdió por una cuestión de miedo o de no querer involucrarse. Pero lo bueno de esta gestión es que fomenta que la gente se quiera involucrar. El discurso es “yo sé que durante mucho tiempo no les prestaron atención, pero ahora hay gente que los escucha y que les presta atención”. A la gente le cuesta entender la transición, pero hay un Centro de Atención al Pasajero. Ahora tiene importancia el pasajero porque es el que lleva adelante el servicio.

-¿Cómo es ser mamá de una bebé y trabajar en el ferrocarril?

-A mí me daba vergüenza, prácticamente, estar embarazada. Todo bien, están las leyes laborales. Pero entré a trabajar y, en menos de un año, me quedé embarazada. Me daba calor la situación de tener que pedir los días. No quería perder a mi bebé porque ya había tenido dos pérdidas así que dije “si me echan me echan”. Pero a mí el trabajo me dio mucha satisfacción emocionalmente. Además me dio la oportunidad de decirle a mi mamá “Dejá de trabajar porque ahora te mantengo yo”.

-¿Vos ahora sos la jefa de hogar y pudiste lograr que no limpie más casas?

El discurso es “yo sé que durante mucho tiempo no les

prestaron atención, pero ahora hay gente que los escucha y

que les presta atención”. A la gente le cuesta entender la

transición, pero hay un Centro de Atención al Pasajero.

Mujeres ferroviarias. Experiencias de vidas sobre rieles.

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-Yo disfruto cuando la veo sentada y se duerme. Antes estaba despierta desde las cuatro de la mañana hasta las doce de la noche. Ahora, cuando se sienta, se duerme porque no está acostumbrada a estar quieta ¡Está bueno!

-¿Ella cuida a tu hija?

-Sí, yo estoy tranquila porque sé que está con ella y mi vieja ha cuidado a un montón de chicos. Me causa gracia porque me dice “vos eras re tranquila, ella nada que ver”.

-¿Vos le vas a explicar a tu hija que el trabajo es una necesidad o también un deseo?

-Si una pide igualdad tiene que generar, precisamente, igualdad. La típica de algunas mujeres, por suerte no de todas, es conseguir un hombre que te mantenga. Y la onda no es tener un hombre que te mantenga, sino compartir con una persona. Yo empecé a trabajar a los 18 años y me mantengo con mi plata. Mi primer sueldo fue de 800 pesos que no era nada, pero era mi plata y yo le podía comprar algo a mi mamá. Es una forma de independencia y te abre la cabeza porque te chocás con otra gente, con otra forma de vida y otra forma de pensar. Por ejemplo, a mí me rompe la cabeza de Lorena

(Carla Lorena Izaguirre, su compañera en el Centro de Atención al Pasajero, de Once) que te dice que no tiene problemas. Y es verdad, sus chicos y sus padres están bien y tienen salud. ¿Qué otro problema hay?

-¿Cómo se construye ese optimismo?

-La frase del Sarmiento es “El servicio tiene que seguir”. La gente viaja a la mañana, a la tarde y a la noche. Ya en Moreno se llenan las formaciones. La gente va a trabajar, no a rascarse.

- ¿Te pesa ser madre sola?

Si una pide igualdad tiene que generar, precisamente,

igualdad. (...)Es una forma de independencia y te abre la cabeza porque te chocás con otra gente, con otra forma de vida y otra

forma de pensar.

-Yo la crío sola, sola y tiene mi apellido. El otro día vi una pareja que estaba peleada, en Villa Luro, con una nena que quería unirlos. No quiero eso. Por ahora, como estoy ando tranquila. Estoy disfrutando de la nena, de mi tío y mi mamá, si viene viene y sino todo bien.

-¿Cómo es llegar a tu casa con todo el trabajo que te espera de la crianza, cambiar pañales y levantarte de noche?

-La última pareja que tuve era papá de una nena de seis años. Una noche ella se agarró los dedos con la puerta. No lloró, no pidió ayuda, se quedó callada. Yo vi la situación y que el padre no se había dado cuenta de nada y le dije: “Rocío, llorá”. Se largó a llorar fuerte y el padre seguía mirando la tele. Evidentemente tengo que aprender algo para conseguir una mejor pareja.

-¿Es más difícil todavía la equidad en la crianza de los hijos e hijas que en el trabajo?

-Es que de los hombres que he conocido que, incluso, pueden llegar a ser sensibles, muy pocos se ponen a la par de la mujer y te ayudan. Sacan a los hijos para la foto, pero no son par de la mujer. 3

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LA INCLUSIÓN DE LAS MUJERES: UNA VÍA PARA UNA DEMOCRACIA IGUALITARIA

Ser ferroviaria pasó de ser una excepción femenina que con�rmaba la regla de un o�cio exclusivamente para varones a convertirse en una fuerza colectiva, plural, diversa y pujante. En 2012 una sola mujer ingresó a la línea Sarmiento. En cambio, a partir del reingreso del Estado en la administración de los trenes, llegaron a 226 las trabajadoras que empezaron a cumplir nuevas funciones en la línea Sarmiento.

Falta mucho. El mayor desafío es que, pese a las resistencias arcaicas, las ferroviarias no tengan trabas laborales, ni techos económicos y puedan llegar hasta dónde quieran aprender o el cuerpo les permita esforzarse. Son muchas las que piden ser conductoras, un destino –todavía- vedado, pero al alcance de sus sueños. Y seguramente sus historias se iluminarán de futuro con más y nuevas conquistas.

Pero, en el camino recorrido, muchos triunfos colaterales no se pintan sólo de vagones nuevos, mayores tramos y vías que vuelven a explorarse. La inclusión de género en el ferrocarril implica un empleo de calidad y dignidad para mujeres que, a partir de un salario justo, pudieron terminar con la violencia de género, sacar de la explotación a sus propias familias y mantener solas a sus hijos con la potencia de su propia capacidad y el respaldo de un empleo que eleva la dignidad a pasión.

Por otro lado, la incorporación masiva de mujeres ferroviarias se plasma en que ellas ocupan más y mejores puestos. Atienden el Centro de Atención al Pasajero, son boleteras, ocupan puestos claves en recursos humanos e, incluso, son guardas y operadoras ferroviarias. Muchas de ellas creían que por ser mujeres no iban a poder heredar el o�cio de sus padres y abuelos. Sólo los varones podían continuar o empezar un legado que no es un mero traslado de estación, sino un transporte hacía el progreso de una nación comunicada e integrada. Ya no. El nuevo camino de los trenes como parte de una política pública activa no sólo rescata la historia de la autonomía productiva de un modelo de país federal, sino que democratiza a varones y mujeres la vía de un trabajo de avanzada.

Las mujeres ferroviarias son el espejo de un progreso mucho mayor. Un país que apuesta a la pasión y la capacidad de sus mujeres para redoblar la apuesta y hacer de la inclusión una realidad sin fronteras de género.

Luciana Peker