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Diciembre 2013 Lonely Planet Traveller 21 Lonely Planet Traveller Diciembre 2013 20 ZONA DE EMBARQUE ZONA DE EMBARQUE S OBRE LA MURALLA DEL PASEO MARÍTIMO DE ALGUER, a pocos metros de la Torre di Sulis, coros de jubilados se cuen- tan la vida a media maña- na. Está nublado y el agua es hoy de un gris plomizo que no hace justicia a una de las costas más hermosas del Mediterráneo. Pero igualmente hipnotiza. Efi- sio y Aru charlan sin mirar- se, con los ojos clavados en el horizonte. Me acerco a S AINT-MALO ES UNA CIUDAD como la que uno imagina que pueblan las novelas juveniles, amurallada, un istmo rodeado por islas a las que se puede llegar a pie cuando baja la marea, o quedarse varado en ellas cuando ésta sube. Esta ciudad de Bretaña es un lugar con aroma a salitre y a algas, en la que se puede tomar un aperitivo en un barco de época –el Etoile du Roy, que ha aparecido en series y películas–, visitar un abigarrado café con, posiblemente, el nombre más largo del mun- do –Le Cafe du Coin d’en Bas de la Rue du Bout de la Ville d’en Face du Port–, darse un tratamiento de talasoterapia, descubrir el pasado corsario de la villa –de aquí salieron muchas de las expediciones que se dedicaban a piratear a la armada británica– o visitar su centro histórico, reconstruido con pul- critud tras las sangrientas batallas de la Segunda Guerra Mundial. No hay que perderse el paseo que rodea la ciudad por el perímetro de la muralla y la posibilidad de entrar en su curiosa catedral, cuya original nave principal se sitúa debajo del nivel del suelo. El visitante haría bien en reservarse unas ho- ras para visitar la cercana Cancale, una bella bahía en la que se pueden degustar sus famosísimas ostras o practicar la vela. De vuelta entre los muros de Saint-Malo, en la playa junto a la muralla, una curiosa piscina na- tural aparece con la pleamar y la figura del explo- rador Jacques Cartier, descubridor de Canadá, que mira hacia la inmensidad del Atlántico, el océano que tanto marca el pasado y el carácter de la orgu- llosa Saint-Malo. l Más información: saint-malo-tourisme.es Apuntes de la Cerdeña septentrional La ciudad de los corsarios Recorrido por la costa sarda disfrutando de su paisaje, su gente y su gastronomía Rodeada por el océano mar, Saint-Malo es un navío que zarpa hacia el Atlántico Mar Calpena es colaboradora habitual de la sección Gourmet de Lonely Planet Traveller. Daniel Martorell es colaborador de Lonely Planet Traveller. dadosos, pero implacables si traicionas su confianza. Me cuentan que la isla es una mezcla de costumbres y dialectos; dos mundos diferenciados: el interior, el de la vida tradicional, los pastores y el queso pecorino, y el de la costa, el del turismo de playa, los mejillones y el frutti di mare. Ambos unidos por un carácter enérgico. No es de extrañar que de aquí saliera Garibaldi, en 1861, ellos y escucho una lengua que no es italiano ni cata- lán, ni todo lo contrario. Parlano algherese?”, les pregunto. Ambos ancia- nos se giran lentamente, sonríen y me contestan al unísono un “certo!”, llenos de orgullo. Tienen 82 años por cabeza y disfrutan hablando de su tierra. De repente, son como niños. Me explican que los sardos son de naturaleza hospita- laria, pero reservados; bon- con el firme propósito de unificar Italia. “Hay mucha gente que emigró en el pasado”, cuenta Efisio. “Yo mismo me tuve que buscar la vida en Francia. Pero el sardo siempre vuelve a casa. Nuestras raíces están aquí”. “Aquí” es Cerdeña, la isla de los mil rostros. Como no dispongo de tiempo para adentrarme en la región montañosa del interior de la isla –sólo tres días–, decido explorar el noroeste. Las recomendaciones que me han dado mis veteranos cicerones en S’Alighèra (como ellos llaman a Al- guer) me empujan hacia el golfo dell’Asinara. Rumbo norte. Porto Torres es la primera ciudad costera con la que me topo. Hasta su puerto llegan los bu- ques desde Barcelona –la naviera italiana Grimaldi Lines une las dos ciuda- des– y, desde aquí, sólo 30 kilómetros más al norte se llega a Stintino, un apaci- ble pueblo pesquero que se apoya sobre la playa de La Pelosa –imprescindible– y desde donde se divisa la isla Asinara. Para llegar a la isla, sólo hay dos opciones: el ferri desde Stintino o desde Porto Torres. Con 18 kilómetros de longitud, la isla es un auténtico edén de costas abruptas en el oeste y pla- yas de arena blanca en el este. Sin duda, un lugar para abandonarse a la vida contemplativa. Caballos, asnos albinos y jabalíes campan a sus anchas. En- tre las pocas edificaciones que se conservan destacan los calabozos de la cárcel de máxima seguridad de Fornelli –hoy ya clausu- rada–, por donde pasaron muchos miembros de las Brigadas Rojas, así como jefes mafiosos como Totò Riina, capo de la Cosa Nostra. De vuelta a Stintino, la ruta me lleva rumbo este. El objetivo es llegar a cabo Testa, el punto más sep- tentrional de Cerdeña. La ruta, de aproximadamente 130 kilómetros, discurre durante algunos tramos pegada a la costa –hay una vía más rápida, pero se aleja del mar– y permite disfrutar de las playas de arena de la Marina di Sor- so y de las calas recónditas de la costa Paradiso. En definitiva, la costa sarda en su máximo esplendor. A medio camino, la locali- dad de Castelsardo es una opción ideal para pasar la noche. El pueblo, construi- do a la sombra de una im- ponente fortaleza del siglo XII, se descuelga sobre el puerto en una maraña de calles estrechas, rampas y escalinatas. Aprovecha la última hora del día para disfrutar del capricho del sol, que suele jugar a pintar el pueblo de ocre y pastel. Y si aprieta el hambre, apuesta por la langosta, es la especialidad de la casa. Al día siguiente, la ruta desemboca en Santa Te- resa Gallura, un pequeño pueblo fundado en el siglo XIX, coronado por la torre de Longosardo –construi- da por orden de Felipe II– y centro turístico desde los años 60. Su popularidad se justifica con creces cuando uno visita la playa de Rena Bianca, la de Marmorata o Cala Spinosa. A escasos cuatro kilómetros de Santa Teresa se encuentra cabo Testa, una pequeña pe- nínsula al final de la cual un faro indica que hemos llegado al punto más sep- tentrional de Cerdeña. Gra- nito, viento y, sobre todo, agua, dominan la escena aquí, donde la isla de las mil caras termina. O em- pieza, según se mire. l Más información sobre cómo llegar: grimaldi-lines.com

LONELY PLANET TRAVELLER

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Diciembre 2013 Lonely Planet Traveller 21Lonely Planet Traveller Diciembre 201320

Z O N A D E E M B A R Q U EZ O N A D E E M B A R Q U E

SOBRE LA MURALLA DEL PASEO MARÍTIMO DE ALGUER, a pocos

metros de la Torre di Sulis, coros de jubilados se cuen-tan la vida a media maña-na. Está nublado y el agua es hoy de un gris plomizo que no hace justicia a una de las costas más hermosas del Mediterráneo. Pero igualmente hipnotiza. E�-sio y Aru charlan sin mirar-se, con los ojos clavados en el horizonte. Me acerco a

SAINT-MALO ES UNA CIUDAD como la que uno imagina que pueblan las novelas juveniles, amurallada, un istmo rodeado por islas a las

que se puede llegar a pie cuando baja la marea, o quedarse varado en ellas cuando ésta sube. Esta ciudad de Bretaña es un lugar con aroma a salitre y a algas, en la que se puede tomar un aperitivo en un barco de época –el Etoile du Roy, que ha aparecido en series y películas–, visitar un abigarrado café con, posiblemente, el nombre más largo del mun-do –Le Cafe du Coin d’en Bas de la Rue du Bout de la Ville d’en Face du Port–, darse un tratamiento de talasoterapia, descubrir el pasado corsario de la villa –de aquí salieron muchas de las expediciones que se dedicaban a piratear a la armada británica– o visitar su centro histórico, reconstruido con pul-critud tras las sangrientas batallas de la Segunda Guerra Mundial. No hay que perderse el paseo que rodea la ciudad por el perímetro de la muralla y la posibilidad de entrar en su curiosa catedral, cuya original nave principal se sitúa debajo del nivel del suelo. El visitante haría bien en reservarse unas ho-ras para visitar la cercana Cancale, una bella bahía en la que se pueden degustar sus famosísimas ostras o practicar la vela.

De vuelta entre los muros de Saint-Malo, en la playa junto a la muralla, una curiosa piscina na-tural aparece con la pleamar y la �gura del explo-rador Jacques Cartier, descubridor de Canadá, que mira hacia la inmensidad del Atlántico, el océano que tanto marca el pasado y el carácter de la orgu-llosa Saint-Malo.

l Más información: saint-malo-tourisme.es

Apuntes de la Cerdeña septentrional

La ciudad de los corsarios

Recorrido por la costa sarda disfrutando de su paisaje, su gente y su gastronomía

Rodeada por el océano mar, Saint-Malo es un navío que zarpa hacia el Atlántico

Mar Calpena es colaboradora habitual de la sección Gourmet de Lonely Planet Traveller.

Daniel Martorell es colaborador de Lonely Planet Traveller.

dadosos, pero implacables si traicionas su con�anza. Me cuentan que la isla es una mezcla de costumbres y dialectos; dos mundos diferenciados: el interior, el de la vida tradicional, los pastores y el queso pecorino, y el de la costa, el del turismo de playa, los mejillones y el frutti di mare. Ambos unidos por un carácter enérgico. No es de extrañar que de aquí saliera Garibaldi, en 1861,

ellos y escucho una lengua que no es italiano ni cata-lán, ni todo lo contrario. “Parlano algherese?”, les pregunto. Ambos ancia-nos se giran lentamente, sonríen y me contestan al unísono un “certo!”, llenos de orgullo. Tienen 82 años por cabeza y disfrutan hablando de su tierra. De repente, son como niños. Me explican que los sardos son de naturaleza hospita-laria, pero reservados; bon-

con el �rme propósito de uni�car Italia. “Hay mucha gente que emigró en el pasado”, cuenta E�sio. “Yo mismo me tuve que buscar la vida en Francia. Pero el sardo siempre vuelve a casa. Nuestras raíces están aquí”.

“Aquí” es Cerdeña, la isla de los mil rostros. Como no dispongo de tiempo para adentrarme en la región montañosa del interior de la isla

–sólo tres días–, decido explorar el noroeste. Las recomendaciones que me han dado mis veteranos cicerones en S’Alighèra (como ellos llaman a Al-guer) me empujan hacia el golfo dell’Asinara. Rumbo norte. Porto Torres es la primera ciudad costera con la que me topo. Hasta su puerto llegan los bu-ques desde Barcelona –la naviera italiana Grimaldi Lines une las dos ciuda-des– y, desde aquí, sólo 30 kilómetros más al norte se llega a Stintino, un apaci-ble pueblo pesquero que se apoya sobre la playa de La Pelosa –imprescindible– y desde donde se divisa la isla Asinara. Para llegar a la isla, sólo hay dos opciones: el ferri desde Stintino o desde Porto Torres. Con 18 kilómetros de longitud, la isla es un auténtico edén de costas abruptas en el oeste y pla-yas de arena blanca en el este. Sin duda, un lugar para abandonarse a la vida contemplativa. Caballos, asnos albinos y jabalíes campan a sus anchas. En-tre las pocas edi�caciones que se conservan destacan los calabozos de la cárcel de máxima seguridad de Fornelli –hoy ya clausu-rada–, por donde pasaron muchos miembros de las Brigadas Rojas, así como jefes ma�osos como Totò Riina, capo de la Cosa Nostra.

De vuelta a Stintino, la ruta me lleva rumbo este. El objetivo es llegar a cabo Testa, el punto más sep-tentrional de Cerdeña. La ruta, de aproximadamente 130 kilómetros, discurre durante algunos tramos pegada a la costa –hay una vía más rápida, pero se

aleja del mar– y permite disfrutar de las playas de arena de la Marina di Sor-so y de las calas recónditas de la costa Paradiso. En de�nitiva, la costa sarda en su máximo esplendor. A medio camino, la locali-dad de Castelsardo es una opción ideal para pasar la noche. El pueblo, construi-do a la sombra de una im-ponente fortaleza del siglo XII, se descuelga sobre el puerto en una maraña de calles estrechas, rampas y escalinatas. Aprovecha la última hora del día para disfrutar del capricho del sol, que suele jugar a pintar el pueblo de ocre y pastel. Y si aprieta el hambre, apuesta por la langosta, es la especialidad de la casa.

Al día siguiente, la ruta desemboca en Santa Te-resa Gallura, un pequeño pueblo fundado en el siglo XIX, coronado por la torre de Longosardo –construi-da por orden de Felipe II– y centro turístico desde los años 60. Su popularidad se justi�ca con creces cuando uno visita la playa de Rena Bianca, la de Marmorata o Cala Spinosa. A escasos cuatro kilómetros de Santa Teresa se encuentra cabo Testa, una pequeña pe-nínsula al �nal de la cual un faro indica que hemos llegado al punto más sep-tentrional de Cerdeña. Gra-nito, viento y, sobre todo, agua, dominan la escena aquí, donde la isla de las mil caras termina. O em-pieza, según se mire.

l Más información sobre cómo llegar: grimaldi-lines.com