8
Letras SUPLEMENTO DE CULTURA DE CAMBIO DE MICHOACÁN SUPLEMENTO DE CULTURA DE CAMBIO DE MICHOACÁN SUPLEMENTO DE CULTURA DE CAMBIO DE MICHOACÁN SUPLEMENTO DE CULTURA DE CAMBIO DE MICHOACÁN SUPLEMENTO DE CULTURA DE CAMBIO DE MICHOACÁN | NUEVA ÉPOCA NUEVA ÉPOCA NUEVA ÉPOCA NUEVA ÉPOCA NUEVA ÉPOCA | COORDINADOR: VÍCTOR RODRÍGUEZ MÉNDEZ | 19DEOCTUBREDE2013| DE CAMBIO [ Letras ] Alice Munro, un cuento Voces | PAG. 5 PAG. 5 PAG. 5 PAG. 5 PAG. 5 Munro y la vida de las mujeres AGENCIAS|PAG.5 PAG.5 PAG.5 PAG.5 PAG.5 Fritz Kahn Genio olvidado ÁLVARO CORCUERA ÁLVARO CORCUERA ÁLVARO CORCUERA ÁLVARO CORCUERA ÁLVARO CORCUERA | PAG. 2 PAG. 2 PAG. 2 PAG. 2 PAG. 2 Inteligencia artificial MANUEL LÓPEZ MICHELONE | PAG. 4 PAG. 4 PAG. 4 PAG. 4 PAG. 4 FICM: cine y consumo cultural VÍCTOR RODRÍGUEZ MÉNDEZ | PAG. 8 PAG. 8 PAG. 8 PAG. 8 PAG. 8

Letras 19 de octubre

Embed Size (px)

DESCRIPTION

 

Citation preview

Page 1: Letras 19 de octubre

LetrasSUPLEMENTO DE CULTURA DE CAMBIO DE MICHOACÁN SUPLEMENTO DE CULTURA DE CAMBIO DE MICHOACÁN SUPLEMENTO DE CULTURA DE CAMBIO DE MICHOACÁN SUPLEMENTO DE CULTURA DE CAMBIO DE MICHOACÁN SUPLEMENTO DE CULTURA DE CAMBIO DE MICHOACÁN | NUEVA ÉPOCA NUEVA ÉPOCA NUEVA ÉPOCA NUEVA ÉPOCA NUEVA ÉPOCA | COORDINADOR: VÍCTOR RODRÍGUEZ MÉNDEZ | 19 DE OCTUBRE DE 2013 |

D E C A M B I O[Letras]Alice Munro,un cuentoVoces| PAG. 5 PAG. 5 PAG. 5 PAG. 5 PAG. 5

Munro y la vidade las mujeresAGENCIAS | PAG. 5 PAG. 5 PAG. 5 PAG. 5 PAG. 5

Fritz KahnGenio olvidado

ÁLVARO CORCUERA ÁLVARO CORCUERA ÁLVARO CORCUERA ÁLVARO CORCUERA ÁLVARO CORCUERA | PAG. 2 PAG. 2 PAG. 2 PAG. 2 PAG. 2

Inteligenciaartificial

MANUEL LÓPEZ MICHELONE | PAG. 4 PAG. 4 PAG. 4 PAG. 4 PAG. 4

FICM: ciney consumo

culturalVÍCTOR RODRÍGUEZ MÉNDEZ | PAG. 8 PAG. 8 PAG. 8 PAG. 8 PAG. 8

Page 2: Letras 19 de octubre

2 2 2 2 2 | LETRAS ~ CAMBIO DE MICHOACAN SÁBADO 19 DE OCTUBRE DE 2013

Fritz KahnUn médico judío alemán, genio olvidadoPOR ÁLVARO CORCUERAPOR ÁLVARO CORCUERAPOR ÁLVARO CORCUERAPOR ÁLVARO CORCUERAPOR ÁLVARO CORCUERA

erminada la Primera Guerra Mun-dial, Alemania se enfrentaba no soloa los miedos de un país destrozadopor la contienda y enfangado enuna difícil situación económica, si-

no también a los temores más universalesde la década. Los años veinte vieron cómola tecnología se expandía a gran velocidad,las máquinas comenzaban a invadir la vidacotidiana, y esto preocupaba a la socie-dad. Eran además tiempos en los que elcuerpo humano era tabú: “Había que ta-parse, nadie se miraba en el espejo, nadiehablaba de sexualidad y estaba prohibidohacerse preguntas sobre uno mismo”, sub-raya Uta von Debschitz, una arquitecta ale-mana reconvertida en periodista y autoracultural desde 2002.

Por eso resulta extraordinaria la imagi-nación y el atrevimiento de Fritz Kahn(1888-1968), un médico alemán que ex-plicaba el funcionamiento de nuestro cuer-po mediante dibujos que imitan la activi-dad de una fábrica, o que comparan la tec-nología de las máquinas con la de la natu-raleza. Sus metáforas y analogías fueronmuy exitosas, rompieron muchas fronte-ras y permitieron que la gente conociera,desde un punto de vista que mezclaba loartístico con lo científico, cuestiones en-tonces poco divulgadas. “Los avances in-dustriales vivían un boom en 1920. A lagente le fascinaban por un lado, pero ledaban miedo por otro. Fritz Kahn intentóconsolar a sus lectores diciéndoles: ‘notengáis miedo; si te fijas, hombre y máqui-na son parecidos”, relata Von Debschitz

Cuando esta mujer terminó el colegioen 1983, la figura de Fritz Kahn había caídoen el olvido. Aquel verano decidió viajar aEstados Unidos de vacaciones, pero nun-ca imaginó que eso le llevaría, años des-pués, al descubrimiento de uno de los cien-tíficos alemanes más apasionantes de prin-cipios del siglo XX, un pionero que por sucondición de judío tuvo que huir en 1933de su país, coincidiendo con la llegada deAdolf Hitler al poder. “Una amiga de mimadre me dio una lista de amistades enAmérica, para que yo las conociera. Entreellos estaba la familia Kahn”, recuerda VonDebschitz. Durante años mantuvo la amis-tad con Emanuel Kahn, ya fallecido, y suesposa, Sho-shana, de origen alemán, quie-nes en varias ocasiones le contaron cómosobrevivieron a la persecución nazi. Elhermano pequeño de Uta, Thilo von Deb-schitz, conoció al matrimonio Kahn des-pués, a principios de los noventa, y al igualque su hermana comenzó a cartearse y lla-marse con ellos.

Un día, una revista rumana cambió lavida de los hermanos Von Debschitz. Cayóen manos de Thilo: “Descubrí una imagendel increíble Palacio industrial, con un cré-dito debajo que decía ‘Fritz Kahn’. Por al-guna razón recordé que un día Emanuelme había hablado de su padre, con el quetenía una relación horrible porque lesabandonó por otra mujer, y al que llamóFritz. El nombre vino a mi memoria y

T

Vía Láctea (1914), La célula (1919) y Losjudíos como raza y pueblo cultural(1920). En este último, Fritz Kahn, que eraun librepensador y un pacifista convenci-do, atacaba el antisemitismo y el naciona-lismo que comenzaban a estallar, y quetiempo después le obligarían a exiliarse.

Todos estos datos los fueron descu-briendo Uta y Thilo von Debschitz poco apoco. Habían pensado que sería muy inte-resante publicar un libro en el que recu-perar la vida y obra del doctor Kahn. “Selo comentamos a Emanuel, pero al princi-pio no le hizo mucha gracia”, recuerdaUta. Más tarde cambió de idea. “Se diocuenta de la pasión que estábamos po-niendo mi hermana y yo en el proyecto, yle entró también la curiosidad. Nos per-mitió bucear en varias cajas llenas de polvoque tenía guardadas en su casa desde hacíacincuenta años. De ahí sacamos informa-ción muy valiosa, y también del Instituto

llamé por teléfono a Emanuel. Fue aluci-nante cuando me dijo que quizá esa ima-gen pertenecía a los libros de su padre. Medi cuenta de que llevaba años hablandocon el hijo de un genio”.

Fritz Kahn era el hijo de un doctor judíoque le proporcionó una educación huma-nística y le inculcó sus creencias religio-sas y su interés por la medicina, carreraque estudió en la Universidad de Berlín.También le interesaron la filosofía, la as-tronomía o la aviación. Tras sus estudios,Fritz Kahn comenzó a trabajar en un hos-pital como ginecólogo y cirujano, y desa-rrolló el interés por la escritura de librosy la divulgación científica. En 1912 comen-zó a colaborar con la editorial Franckh’s-che Verlagshandlung, que le encargó unlibro de biología humana, y al estallar laguerra mundial en 1914 ejerció de doctormilitar en los frentes de Francia e Italia.Publicó varios libros en aquella época: La

Page 3: Letras 19 de octubre

SÁBADO 19 DE OCTUBRE DE 2013 LETRAS ~ CAMBIO DE MICHOACAN | 33333

Leo Baeck en Nueva York y de la Bibliote-ca Central de Zúrich, así como de libreríasde antigüedades en otras partes del mun-do”, rememora Thilo.

El resultado de esa labor de investiga-ción fue el libro Fritz Kahn, el hombremáquina, publicado en 2009 en Alemaniay EE.UU., y que recupera ahora la edito-rial Taschen, “en un formato mayor en in-glés, alemán y francés, y que se venderáen todo el mundo”, según una responsa-ble de la editorial. En el libro de los her-manos Von Debschitz se cuenta, por ejem-plo, cómo Fritz Kahn maravilló al mundocon el trabajo que realizó entre 1922 y1931, un libro en cinco volúmenes llama-do La vida del hombre. Con un estilo quehuía de la dureza de los libros de texto tra-dicionales, pero también alejado de unentretenimiento superficial, “a Kahn lepreocupaba la iluminación”, según los VonDebschitz. Es decir, que los lectores seasombrasen y entendiesen el mensaje.

“Kahn sabía muy bien de la importan-cia de los dibujos en la educación. Muchaslitografías se creaban según sus instruc-ciones en el departamento de diseño de laeditorial. También trabajó con especialis-tas freelance, un pequeño círculo de pin-tores científicos, diseñadores gráficos yarquitectos que transportaban las ideas deKahn al papel”, cuentan Thilo y Uta en sulibro. Así, la obra más conocida de Kahn,el póster El hombre como un palacio in-dustrial, ese que Thilo descubrió por ca-sualidad en una revista rumana, fue en rea-lidad dibujado por el arquitecto FritzSchüler. De aquella obra, a Uta von Deb-schitz le gusta “enfatizar” el nombre de lamisma: “Es un palacio, y no una casa, por-que un palacio siempre es un edificio ad-mirado, algo que se coloca entre lo másalto de la tecnología y del arte, algo real-mente especial, con glamour”.

En 1933, los nazis llegan al poder en Ale-mania. Fritz Kahn es expulsado del país,como otros tantos intelectuales judíos, yhuye a Palestina. Con el éxodo forzado,Kahn pierde su trabajo como doctor enBerlín y el contacto cercano con el círculode intelectuales que le rodeaban en Berlín–entre los cuales estaba Albert Einstein,también huido, él a EE UU, a finales de1932– y pierde su principal editorial, laFranckh’-sche Verlagshandlung, que leabandona por órdenes del Tercer Reich.Los libros de Kahn, especialmente a partirde 1936, son borrados de Alemania: con-fiscados, prohibidos y quemados. La edi-torial, que temía perder suculentos ingre-sos, negoció con los nazis poder usar lasilustraciones con la firma “Archivo pictó-rico Franckh”, e increíblemente estos fue-ron utilizados por Gerhard Venzmer, unnazi que se convirtió en el autor médicode más importancia de entonces y quepublicó su propio libro del cuerpo huma-no. Era una copia del de Kahn, una viola-ción de los derechos de autor. Para mayorvergüenza del original, Venzmer añadióun capítulo extra dedicado a los estudiosraciales, en el que lanzaba todo su odiohacia gitanos y judíos.

Fritz Kahn no podía hacer nada (solodespués de la Segunda Guerra Mundialpudo demandar a la editorial, que tuvo quepagarle una compensación). Desde suexilio en Palestina, donde estuvo cuatroaños, se interesó por la construcción delEstado judío y entabló amistad con ChaimWeizmann, futuro primer presidente deIsrael. En 1937 regresó a Europa, a Neui-lly-sur-Seine, a las afueras de París, y pu-blicó dos nuevos libros, Nuestra vida se-

xual (1937) y El hombre en la salud y laenfermedad (1939), con una editorial suizacuyo director había trabajado antes en laFranckh’sche Verlagshandlung.

A partir de 1940, Fritz Kahn tuvo queescapar de París. Primero hacia Burdeos,y después, en 1941, a EE.UU. Lo hizo atra-vesando España y llegando a Portugal.“Quería ir a Lisboa, como muchos otrosinmigrantes, porque la única manera deescapar era consiguiendo los papeles en laEmbajada americana en Lisboa, la últimaque quedaba abierta en Europa”, explicaUta von Debschitz. “Consiguió huir graciasa Varian Fry y a su Emergency RescueComittee, que ayudó a decenas de intelec-tuales a marchar hacia EE.UU.”. Eso y lacarta que envió Albert Einstein al cónsulde Estados Unidos en Lisboa, en la que elfísico alemán pedía el visado para Kahn,fueron decisivos. Ya en América, el doc-tor Kahn publicó nuevos libros, como Pri-meros auxilios (1942), El átomo (1949) oEl libro de la naturaleza (1952).

En 1956 regresa a Europa, a Suiza yDinamarca, donde vivirá hasta su muerte.Un tiempo en el que poco a poco la magiade Fritz Kahn irá perdiendo valor, al con-siderarse su obra anticuada. “Lo extraor-dinario de su trabajo fue su habilidad paracombinar lo científico y lo artístico. Esoes algo que se dejó de hacer. O hacías unacosa o la otra, pero no se mezclaba. Poreso la gente empezó a considerar que suobra no era muy científica y la desprecia-ba”, relata Uta. Tuvieron que pasar déca-das para que ella y su hermano Thilo –gra-cias a una casualidad y a que conocían, sinsaberlo, al hijo de aquel doctor y científi-co judío que revolucionó la explicación delcuerpo humano en los años veinte– recu-peraran su figura.

Fritz Kahn, el hombre máquina (Taschen)salió a la venta el 25 de septiembre.Más información en: www.fritz-kahn.com

© El País, España

Page 4: Letras 19 de octubre

4 4 4 4 4 | LETRAS ~ CAMBIO DE MICHOACAN SÁBADO 19 DE OCTUBRE DE 2013

Inteligencia artificialARTÍCULOARTÍCULOARTÍCULOARTÍCULOARTÍCULO:: Para mejorar las relaciones interpersonales. POR MANUEL LÓPEZ MICHELONEPOR MANUEL LÓPEZ MICHELONEPOR MANUEL LÓPEZ MICHELONEPOR MANUEL LÓPEZ MICHELONEPOR MANUEL LÓPEZ MICHELONE

os investigadores del Media Lab del MITestán trabajando en un sistema automa-tizado con la intención de ayudar a me-jorar las relaciones interpersonales en-tre seres humanos, amén de hacer más

fluida su capacidad de conversación.El software, llamado MACH, que es acró-

nimo de My Automated Conversation coacH,usa un rostro humano simulado para hacerconversaciones interactivas. Hace un análi-sis del rostro, de cómo se habla y cómo secomporta para emular respuestas humanas.Al final de la sesión, el sistema da al usuarioretroalimentación de su desempeño.

Se ha mostrado como una idea interesanteen técnicas para conseguir trabajo y otrosusos potenciales en hablar con otras perso-nas e incluso, en las citas amorosas. El equi-po de investigación en el grupo AffectiveComputing del Media Lab del MIT está ex-pandiendo esta tecnología con la intenciónde tratar personas con el síndrome de Asper-ger y otros desórdenes de stress post trau-mático. Igualmente, puede ayudar a termi-nar con las fobias sociales.

En el siguiente video, el estudiante de doc-torado, M. Ehsan Hoque, quien lleva el lide-razgo de la investigación, explica que el sis-tema fue diseñado para lidiar con fobias so-ciales, teniendo así “algún tipo de sistemaautomático con el cual puedan practicar lainteracción social dentro de su propio medioambiente... Mucha gente quiere controlar elritmo de la interacción, practicando tantocomo deseé y en sus propios términos”.

http://youtu.be/l3ztu9shfMgUsando una webcam, el programa analiza

las expresiones faciales, incluyendo el son-reír, así como los gestos de la cabeza, mien-tras que un sistema de reconocimiento de vozanaliza no solamente lo que se está diciendosino que nota la manera de vocalizar, Comoretroalimentación se puede ver el video ge-nerado con el comportamiento analizado porla computadora.

La efectividad de MACH se probó con 90alumnos del MIT en un largo fin de semana.Los estudiantes que interactuaron con MACHfueron valorados por expertos humanos so-bre el desempeño en general. Hubo entrevis-tas posteriores a la experiencia en dondemuchos expresaron su intención de usarMACH en el futuro.

Quizás en un futuro cercano este tipo deprogramas se puedan instalar en las compu-tadoras caseras. Finalmente la máquina es unaliado y socio en muchísimas actividades delser humano. No estaría de más que pudieseecharnos una “manita”, en esto de tratar conotras personas sin cometer incluso, erroresburdos .

L

Page 5: Letras 19 de octubre

SÁBADO 19 DE OCTUBRE DE 2013 LETRAS ~ CAMBIO DE MICHOACAN | 55555

Munro y la vida de las mujeresRESEÑA RESEÑA RESEÑA RESEÑA RESEÑA :: AGENCIASAGENCIASAGENCIASAGENCIASAGENCIAS

“Así, en paralelo a nuestro mundo,estaba el mundo de tío Benny, comoun perturbador reflejo distorsionado,que era lo mismo pero sin serlo deltodo. En ese mundo la gente podía

hundirse en arenas movedizas, ser derrotadapor fantasmas o por horribles y vulgares ciu-dades; la suerte y la maldad eran colosales eimpredecibles; nada era merecido, todo po-día suceder; las derrotas eran recibidas condemencial satisfacción. Era su gran logro sinél saberlo, hacérnoslo ver.”.

“Siempre que la gente dice que tendrás queafrontar algo algún día y te empuja con todanaturalidad hacia el dolor, la obscenidad o larevelación indeseada que te acecha, en susvoces hay una nota de traición, un frío y maldisimulado júbilo, algo ávido de tu dolor. Sí,en los padres también; en los padres sobretodo.” .

“Había descartado las ideas de cariño, con-suelo y ternura que mi amor por FrankWales había alimentado; todo eso parecíade pronto insignificante y extraordinaria-

A mente pueril . En la violencia secreta delsexo había un reconocimiento que iba másallá de la amabilidad, la buena voluntad olas personas.”.

“No se parecía en nada al del David de már-mol, y se erguía recto frente a él, tal comohabía leído que hacía. Tenía una especie decapucha, como un champiñón, y era de uncolor morado rojizo. Tenía un aspecto embo-tado y estúpido, comparado, por ejemplo,con los dedos de las manos y de los pies,llenos de inteligente expresividad, inclusocon un codo o una rodilla. No me horrorizó,aunque tal vez esa había sido la intención delseñor Chamberlain, de pie con su mirada vigi-lante, abriéndose los pantalones con las ma-nos para enseñarlo. Tosco y embotado, deldesagradable color de una herida, me pare-ció vulnerable, juguetón e inocente como unanimal de hocico duro cuyo aspecto simple ygrotesco es una especie de garantía de buenavoluntad.” .

Alice Munro, La vida de las mujeres. Lumen.Traducción de Aurora Echevarría.

VocesAlice Munro

C R E A C I Ó NC R E A C I Ó NC R E A C I Ó NC R E A C I Ó NC R E A C I Ó N

uando mi madre era una cría, iba con todala familia a los bailes. Solían celebrarse enla escuela, o a veces en una granja que tu-viera un salón lo bastante grande. Jóvenesy viejos acudían a esos bailes. Alguien to-

caba el piano, ya fuera el de la casa o el quehabía en la escuela, y alguien habría llevado unviolín. Los bailes de cuadrilla habían complica-do las pautas o los pasos, que un buen conocedor(siempre un hombre) iba marcando a voz engrito con una especie de prisa desesperada quede todos modos no servía de nada a menos quete supieras los pasos. Y todo el mundo se lossabía desde los diez o doce años.

Casada ya, con nosotros tres a cuestas, mimadre aún tenía edad y temperamento parahaber disfrutado de esos bailes que todavía sehacían en el campo. Y se lo hubiera pasado engrande con las danzas en ronda por parejas, quehasta cierto punto iban suplantando el viejoestilo. Pero estaba, estábamos, en una situaciónque no era ni fu ni fa: aunque vivíamos fuera delpueblo, tampoco podía decirse que estuviéra-mos en el campo.

Mi padre, un hombre que se ganaba muchosmás aprecios que mi madre, creía que había queaceptar las cosas como vinieran. Ella no era así.Aunque había superado la vida en la granja don-de se crió para convertirse en maestra de escue-la, no había bastado, no había conseguido laposición a la que aspiraba ni los amigos que lehubiera gustado tener en el pueblo. Vivía en ellugar equivocado y no le sobraba el dinero, y de

todos modos tampoco hubiera dado la talla.Sabía jugar al euchre, pero no al bridge. Que unamujer fumara le parecía ofensivo. Creo que lagente la consideraba avasalladora y demasiadocelosa de la gramática. Decía cosas como «asaz»o «sobremanera». Sonaba a que se hubieracriado en una familia rara en la que se hablaraasí. Y no. Mis tías y mis tíos vivían en granjas yhablaban como todo el mundo. Y a ellos mi ma-dre tampoco les caía demasiado bien.

No es que mi madre desperdiciara el tiempodeseando que las cosas fueran de otra manera.Como cualquier mujer sin agua corriente que sepasara el día acarreando barreños a la cocina ycasi todo el verano preparando las conservaspara el invierno, llevaba mucho trajín. Ni siquie-ra podía dedicar mucho tiempo a desilusionarseconmigo, como habría hecho en otras circuns-tancias, preguntándose por qué nunca llevaba acasa amigas de la escuela que fueran de suagrado, o cualquier clase de amigas. O por quéme escaqueaba de los recitados de catequesis,que antes no me saltaba nunca. Y por qué volvíaa casa con los tirabuzones deshechos, unsacrilegio que empecé a cometer antes de ir a laescuela, porque nadie llevaba aquel peinado queella se empeñaba en hacerme. O por qué diantrehabía borrado de mi memoria prodigiosa deotros tiempos las poesías que recitaba, negán-dome a volver a usarla nunca más para lucirme.

Pero no soy una chica protestona que se pasael día enfurruñada. Aún no. Aquí estoy, con diezaños más o menos, entusiasmada por ponerme

un vestido bonito y acompañar a mi madre a unbaile. El baile iba a celebrarse en una de las casasde nuestra calle, decentes en conjunto sin llegara parecer prósperas. Una casona de maderadonde vivía una gente de la que sólo sabía queel marido trabajaba en la fundición, aunque poredad bien podría haber sido mi abuelo. En aque-llos tiempos la fundición no se dejaba, uno tra-bajaba hasta que podía, procurando ahorrardinero para cuando el cuerpo dijera basta. In-cluso en medio de lo que luego aprendí a llamarla Gran Depresión, era una deshonra recurrir ala pensión de la vejez. Era una deshonra que loshijos mayores lo consintieran, por más estre-checes que se pasaran.

Me vienen a la cabeza preguntas que enton-ces no se me ocurrieron.

La gente que vivía en la casa donde se daba elbaile, ¿lo hacía simplemente para armar un pocode jarana, o se cobraba entrada? Quizá estabanatravesando dificultades, por más que el hom-bre tuviera trabajo. Igual había facturas delmédico por pagar. Bien sabía yo cuánto podíanpesar en una familia. Mi hermana pequeña esta-ba delicada de salud, como se decía entonces, yya le habían extirpado las amígdalas. Mi her-mano y yo sufríamos unas bronquitis tremen-das todos los inviernos, que requerían visitasdel médico. Los médicos costaban dinero.

Puede que también me preguntara por quéme habían elegido a mí para acompañar a mimadre, en lugar de que lo hiciera mi padre, aun-que eso no tiene tanto misterio. Igual a mi pa-

C

Page 6: Letras 19 de octubre

6 6 6 6 6 | LETRAS ~ CAMBIO DE MICHOACAN SÁBADO 19 DE OCTUBRE DE 2013

dre no le gustaba bailar y a mi madre sí. Además,en casa había que cuidar de dos niños pequeños,y yo aún no estaba en edad de hacerme cargo deellos. No recuerdo que mis padres llamaran nun-ca a una niñera. Ni siquiera sé si entonces se esti-laba. De adolescente hice de niñera, pero los tiem-pos habían cambiado. Íbamos de punta en blan-co. En los bailes campestres que mi madre recor-daba de la infancia nunca aparecía nadie con losllamativos trajes folclóricos que luego se veríanpor televisión. Todo el mundo se ponía sus mejo-res galas, y aparecer con cualquier cosa semejan-te a esos volantes y pañuelos atados al cuello quepresuntamente llevaba la gente del campo habríasido un insulto, tanto a los anfitriones como alresto de la gente. Yo llevaba el vestido de suavepaño de lana que me había hecho mi madre. Lafalda era rosa y el cuerpo amarillo, con un cora-zón de paño rosa cosido donde algún día estaríami pecho izquierdo. Iba repeinada, con el pelohumedecido para moldearlos largos tirabuzonesgruesos como salchichas que cada día me desha-cía camino de la escuela. Protesté por tener que iral baile con aquel peinado que nadie llevaba, y lacontestación de mi madre fue que ya les gustaría alas demás. Dejé de protestar porque me moría deganas de ir, o tal vez pensando que al baile no iríanadie más de la escuela, así que daba igual. Eranlas burlas de mis compañeros lo que siempre temía.

Mi madre no llevaba un vestido hecho en casa.Era el mejor que tenía, demasiado elegante parala iglesia y demasiado festivo para un funeral, porlo que apenas se lo ponía. Confeccionado con ter-ciopelo negro, tenía mangas hasta el codo y unescote cerrado, pero el detalle realmente mara-villoso era la proliferación de cuentas diminutas,doradas y plateadas y multicolores cosidas alcorpiño, llenándolo de destellos cada vez que mimadre se movía o simplemente respiraba. Se ha-bía trenzado el pelo, que conservaba práctica-mente negro, y se lo había prendido en una diade-ma tirante en la coronilla. En cualquier otra mu-jer, su porte me habría parecido arrebatador. Creoque me lo pareció, pero en cuando entramos en lacasa extraña noté que su mejor vestido era dis-tinto de todos los demás, aunque seguro que lasotras mujeres también lucían sus mejores galas.

Esas otras mujeres estaban en la cocina, dondenos detuvimos a admirar las cosas dispuestas enuna mesa grande. Había toda clase de hojaldres ygalletas y tartas y pasteles. Mi madre también dejóallí encima no sé qué elaborada receta que habíapreparado y empezó a pasearse de un lado a otropara hacerse notar. Comentó que se le hacía laboca agua mirando aquellos manjares.

¿Seguro que dijo eso, que se le hacía la bocaagua? En cualquier caso, el comentario no sonódel todo bien. Deseé que estuviera allí mi padre,que siempre parecía decir lo correcto para la oca-sión, incluso cuando cuidaba la gramática. En casalo hacía, pero fuera se contenía un poco. Al me-terse en una conversación cualquiera, entendíaque nunca había que decir algo especial. Mi ma-dre hacía justo al revés, con comentarios grandi-locuentes que servían para llamar la atención yno dejaban lugar a dudas.

Era lo que hacía justo entonces, y la oí reírse,alborozadamente, como para compensar el he-cho de que nadie se hubiera acercado a hablarcon ella. Estaba preguntando dónde podíamosdejar nuestros abrigos. Por lo visto podíamos de-jarlos en cualquier sitio, pero alguien dijo que siqueríamos los dejáramos en la cama del cuarto.Había que subir una escalera con paredes a am-bos lados, oscura salvo por la luz que llegaba dearriba. Mi madre me pidió que me adelantara, ellasubiría enseguida, y eso hice.

Puede que si realmente había que pagar paraasistir a ese baile, mi madre se quedara abajo poreso. Pero ¿era posible que se pagara y aun así lagente llevara toda aquella comida? Y ¿de verdadserían platos tan suculentos como los recuerdo?¿Con lo pobres que eran todos? Aunque quizá, conlos puestos de trabajo que generó la guerra y el

dinero que los soldados mandaban a casa, ya nose sintieran tan pobres. Si yo tenía entonces diezaños, como creo, las cosas habían empezado acambiar uno o dos años atrás.

La escalera arrancaba en la cocina, y tambiénen el salón, unidos por un tramo de peldaños quesubía a los dormitorios. Después de quitarme elabrigo y las botas en la habitación pulcramenteordenada que daba a la fachada, seguía oyendo lavoz estridente de mi madre resonando en lacocina, pero también me llegó el son de la músicadel salón, así que bajé y fui hacia allí.

Habían despejado todos los muebles menos elpiano. Las cortinas, de un verde oscuro especial-mente sombrío, estaban corridas. En el salón, detodos modos, el ambiente distaba mucho de sersombrío. Había mucha gente bailando, parejasabrazadas sin faltar al decoro, arrastrando los pieso balanceándose en círculos. Un par de chicas que

habría imaginado que a esa edad se pudiera sertan refinada, fornida y grácil aun tiempo, atreviday aun así poderosamente digna. Se la podía tacharde desvergonzada, y acaso mi madre luego lo hizo:era una de esas palabras que ella solía emplear.Mirándola con mejores ojos, se la podía calificarde imponente. No es que se propusiera dar la nota,más allá del efecto de conjunto y el color del ves-tido. Ella y el hombre que la acompañaba bailabancon un estilo solemne, bastante despreocupado,como un matrimonio.

Yo no sabía su nombre. No la había visto nun-ca. No sabía que en el pueblo, y quizá en otrossitios, todo el mundo la conocía. Creo que siestuviera escribiendo ficción, y no recordandoalgo que sucedió, jamás le habría puesto ese ves-tido. Era una especie de anuncio que no le hacíafalta. De haber vivido en el pueblo, en lugar delimitarme a hacer el trayecto de ida y vuelta los

aún iban a la escuela bailaban de un modo queempezaba a hacerse popular, apartándose una dela otra en un vaivén, a veces cogidas de la mano,otras veces no.

Al verme me saludaron con una sonrisa, y paramí fue una gozada, como siempre que una chicamás mayor y segura de sí misma me prestaba algode atención.

En el salón había una mujer que no pasaba de-sapercibida, con un vestido que desde luego hacíasombra al de mi madre. Debía de ser un poco ma-yor que ella: tenía el pelo blanco ondulado contenacillas en un sofisticado recogido muy pegadoal cuero cabelludo. Era una mujer grandota, conhombros nobles y caderas anchas, y llevaba unvestido de tafetán naranja en tonos dorados, conun generoso escote a la caja y una falda que ape-nas le cubría las rodillas. Las mangas cortas ceñíanunos brazos recios, de carne suave y blanca comola manteca. Era una estampa sorprendente. Jamás

días de colegio, quizá hubiera sabido que era unadistinguida prostituta. Seguro que la habría vistoen alguna ocasión, aunque no con aquel vestidonaranja. Y no habría empleado la palabra prosti-tuta. Mujer de mala vida, probablemente. Habríasabido que la rodeaba un halo repugnante, peli-groso y temerario, aun sin identificar exactamentepor qué. Si alguien hubiera tratado de explicár-melo, creo que no le habría creído.

En el pueblo había varias personas que teníanuna pinta inusual, y tal vez la hubiera metido en elmismo saco. Estaba el jorobado que todos los díassacaba brillo a las puertas del ayuntamiento y,por lo que yo sabía, no hacía otra cosa. Y la mujerde aspecto recatado que siempre iba hablandosola, reprendiendo a gente que no se veía por nin-gún lado.

Habría sabido de antemano cómo se llamaba lamujer, y con el tiempo me habría enterado de quede verdad hacía cosas que a mí me parecían in-

Page 7: Letras 19 de octubre

SÁBADO 19 DE OCTUBRE DE 2013 LETRAS ~ CAMBIO DE MICHOACAN | 77777

creíbles. Y que el hombre que bailaba con ella ycuyo nombre quizá nunca supe era el dueño de lasala de billar del pueblo. Cuando ya estaba en elinstituto, un par de chicas me desafiaron a entraren los billares un día que pasamos por delante, yal hacerlo me topé con aquel hombre. Era él, aun-que más calvo y con más peso y no tan bien vesti-do. No recuerdo que me dijera nada, pero tampo-co hizo falta. Giré sobre mis talones y volví conmis amigas, que tampoco eran tan amigas, y noles conté nada.

Al ver al dueño de la sala de billar me vino a lamemoria la escena del baile, el piano aporreado yla música del violín y el vestido naranja, que aesas alturas habría calificado de ridículo, y la apa-rición repentina de mi madre con el abrigo queprobablemente había llegado a quitarse. Allí es-taba, llamándome a gritos por encima de la músi-ca en un tono que me disgustaba especialmente,porque parecía querer recordarme que estaba eneste mundo gracias a ella

-¿Dónde está tu abrigo? -me dijo, como si lohubiera abandonado de cualquier manera

-Arriba.-Bueno, pues ve a buscarlo.Ella misma lo habría visto si hubiera subido.

Seguro que no había pasado de la cocina, debía dehaber ido atolondradamente de un lado a otro al-rededor de la comida, con el abrigo desabrochadopero sin quitárselo, hasta que entró en el salóndonde se hacía el baile y supo quién era la bailari-na de naranja

-Y no te entretengas -dijo.No era mi intención. Abrí la puerta de la esca-

lera y subí corriendo los primeros peldaños, peroal doblar el recodo vi a varias personas sentadasque impedían el paso. No me vieron llegar, pare-cían enfrascados en algo serio. No exactamenteuna discusión, más bien una forma de comunica-ción apremiante.

Dos eran hombres. Jóvenes con el uniforme delas Fuerzas Aéreas. Uno sentado en un escalón,otro inclinado hacia delante con una mano apo-yada en la rodilla. Entre ambos había una chicasentada, a la que el hombre que tenía más cerca ledaba palmaditas, como si la consolara. Pensé quese habría caído por la angosta escalera y se habíahecho daño, porque lloraba.

Peggy. Se llamaba Peggy.-Peggy, Peggy -decían los jóvenes, en aquel

tono apremiante, e incluso tierno.Ella dijo algo que no alcancé a entender. Tenía

voz de niña. Protestaba, como cuando uno sequeja porque algo no es justo. Repite una y otravez que no es justo, pero sin esperanza, como sino creyera que esa injusticia pueda repararse.Malo es otra palabra a la que se suele recurrir enesas circunstancias. Ha pasado algo malo. Alguienha hecho algo malo.

Al oír a mi madre hablando con mi padre cuan-do volvimos a casa, me enteré un poco de lo quehabía pasado, pero no fui capaz de sacar nada enclaro. La señora Hutchinson había aparecido enel baile, acompañada del dueño de los billares,que entonces yo no sabía que fuera el dueño delos billares. No sé con qué nombre se refirió a élmi madre, pero sí que su comportamiento le ha-bía parecido deplorable. La noticia del baile ha-bía llegado hasta Port Albert, y a algunos mucha-chos de la base aérea militar se les ocurrió pre-sentarse allí. Si la cosa hubiera quedado en eso,no hubiera pasado nada, desde luego. Los mucha-chos de las Fuerzas Aéreas sabían comportarse.La vergüenza era lo de la señora Hutchinson. Y lac h i c a .

Se había llevado con ella a una de sus chicas-Igual le apetecía salir un poco -dijo mi padre-

. Igual le gusta bailar.Mi madre ni siquiera dio muestras de haber

oído el comentario. Dijo que era una lástima. Parauna vez que se podía pasar un buen rato, disfrutarde un baile decente y divertido en el vecindario,todo se había ido a pique.

A esa edad me fijaba mucho en el aspecto de las

chicas más mayores. Peggy no me había parecidoparticularmente bonita. Puede que se le hubieracorrido el maquillaje con el llanto. A su pelopajizo, peinado con rulos, se le habían soltadovarias horquillas. Llevaba las uñas de las manospintadas, pero de todos modos parecía que se lasmordía. No aparentaba mucha más edad que cual-quiera de las chicas mayores quejicas y chivatasa las que yo conocía. Y sin embargo aquellos sol-dados jóvenes la trataban como si no merecierapasar nunca un mal rato, como si solo se la pudie-ra mimar y consentir y agachar la cabeza ante ella.

Uno de ellos le ofreció un cigarrillo de unacajetilla, que en sí mismo me pareció un lujo, por-que mi padre se los liaba a mano, igual que todoslos otros hombres que conocía. Sin embargo,Peggy negó con la cabeza y con voz lastimera dijoque no fumaba. Entonces el otro hombre le ofre-ció un chicle, y ello la aceptó.

¿Qué pasaba? Cómo iba yo a saberlo. El chicoque le había ofrecido el chicle me vio mientrasseguía rebuscando en el bolsillo.

-¿Peggy? -dijo-. Peggy, creo que esta chiquillaquiere ir arriba.

Ella agachó la cabeza para que no le viese lacara. Al pasar olí a perfume. También olí a ciga-rrillos, y los varoniles uniformes de lana, las botaslustradas.

Cuando volví a bajar con el abrigo puesto se-guían allí, pero como me esperaban guardaronsilencio y se quedaron quietos mientras pasaba.Salvo porque Peggy se sorbió ruidosamente lanariz y el hombre más cerca de ella seguía acari-ciándole el muslo. La falda se le había levantado yvi el liguero que sujetaba la media.

Tardé mucho en olvidar sus voces. Las recor-daba, intentando distinguir sus matices. No la vozde Peggy, sino la de los hombres. Más tarde supeque algunos de los hombres de las Fuerzas Aéreasdestinados en Port Albert a principios de la gue-rra venían de Inglaterra, y se entrenaban parapelear con los alemanes. Así que me pregunto sisería el acento de alguna parte de Gran Bretaña loque me resultaba tan dulce y fascinante. Desdeluego nunca había oído a un hombre hablar así,tratando a una mujer como si la considerara unacriatura tan perfecta y valiosa que cualquier actode maldad que la tocase de cerca iba en contra deuna ley misteriosa, era un pecado.

¿Qué creí que había hecho llorar a Peggy? Lacuestión no me interesó mucho entonces. Yo mis-ma no era valiente. Lloré cuando me persiguierona pedradas camino de casa desde mi primera es-cuela. Lloré cuando la maestra de la escuela del

pueblo me señaló, delante de toda la clase, paraponer en evidencia el increíble desorden de mipupitre. Y cuando a raíz de eso la maestra llamó ami casa, mi madre colgó el teléfono y también seechó a llorar, desconsolada de que yo no fuera unmotivo de orgullo. Por lo visto había gentevaliente por naturaleza, y gente que no lo era. Al-guien debía de haberle dicho algo a Peggy, y allíestaba moqueando, porque a ella, al igual que amí, le faltaba curtirse.

Seguro que la mala había sido la mujer del ves-tido naranja, pensé, sin una razón concreta. Teníaque haber sido una mujer, porque de haber sidoun hombre, uno de los muchachos de las FuerzasAéreas que la consolaban le habría dado su mere-cido. Le habrían advertido que se anduviera concuidado con lo que iba diciendo, y puede que in-cluso lo hubieran sacado a rastras de la casa y lehubieran dado una paliza.

Así pues, no me interesaba Peggy, ni sus lágri-mas, ni su aspecto desvalido. Me recordaba de-masiado a mí misma. Quienes me maravillaronfueron los chicos que la consolaban, el modo enque parecían postrarse y declararse ante ella. ¿Quéera lo que decían? Nada en particular. No pasanada, decían. No pasa nada, Peggy, decían. Va-mos Peggy. Ya está, ya está.

Aquella ternura. Que alguien pudiera ser tant ierno.

Es verdad que esos muchachos, enviados anuestro país para instruirse en misiones de bom-bardeo en las que tantos de ellos morirían, quizásimplemente hablaran con el acento de Cornualleso Kent o Hull o Escocia. A mí, sin embargo, mepareció que cada palabra que saliera de sus bocasera una bendición, una bendición del momento.No se me ocurrió pensar que sus destinos estabaninextricablemente unidos al desastre, o que susvidas corrientes se habían escapado por la venta-na antes de acabar hechas añicos contra el suelo.Solo pensé en la bendición, en qué maravillosodebía de ser recibirla, en la extraña suerte quetenía Peggy, sin merecerla.

Y, durante no sé cuánto tiempo, pensé en ellos.En la oscuridad fría de mi cuarto, me acunabanhasta que me dormía. Podía recordarlos, evocarsus caras y sus voces. Oh, pero además entoncessus voces se dirigían a mí, en lugar de a otras queno pintaban nada. Sus manos bendecían mismuslos flacos y sus voces me aseguraban que yotambién merecía amor.

Y mientras aún habitaban mis fantasías, que nollegaban a ser eróticas, se marcharon. Algunos,muchos, se fueron para siempre.

Page 8: Letras 19 de octubre

8 8 8 8 8 | LETRAS ~ CAMBIO DE MICHOACAN SÁBADO 19 DE OCTUBRE DE 2013

na marca registrada de las ciudades moder-nas es su calidad de mercancía. Productos fe-tiche, las ciudades medias y muchos pueblos

rústicos, más que una experiencia de conocimien-to y vivencia, se han convertido en una promo-ción calificada como una “experiencia cultural”.Sólo que la dimensión de esa cultura es el consu-mo y su principal oferta es el turismo. Morelia esuna de tantas ciudades que, como producto in-dustrializado, forma parte más de la amplia ofertaturística en la que se ha convertido la cultura enla actualidad.

Italo Calvino decía que las ciudades son unconjunto de muchas cosas: memorias, deseos,signos de un lenguaje; son lugares de trueque demercancías, pero también de intercambio de pa-labras, deseos y recuerdos. Y aquí es donde cabeprecisamente esa otra noción de “vivir una ciu-dad”, y no sólo vivir en ella. No se trata sólo deuna economía cultural y muchos menos de una

economía de la experiencia —promotora de orga-nizar experiencias específicas que proporcionen“sensaciones especiales”—, sino de que la culturase convierta en una experiencia sustancial encuanto a que lo que se ve, se oye, se come, sesiente y se vive; que se convierta, en fin, en unreferente simbólico que, incluso, reafirme la iden-tidad personal.

Todo lo anterior sirva para confirmar que, des-pués de diez ediciones, el Festival Internacional deCine de Morelia (FICM) ha logrado elevar su estatusen la animación cultural de la entidad. Ya nadieduda que el festival cinematográfico —con sus másluces que sombras en cuanto a imagen y organiza-ción— sea un referente de una nueva tradición quese suma a otras tantas que en teoría hacen de More-lia una ciudad eminentemente “cultural”.

No es un secreto que el FICM es una empresa ycomo tal busca y lograr un beneficio comercial yeconómico; y claro está que la infraestructura

turística de la capital se ve beneficiada tambiéndurante unos cuantos días de intensa actividad (yhasta sirve para que las instituciones locales hagancaravanas con sombrero ajeno). Es acaso su bo-yante dinámica y extraordinaria programación loque hace del FICM algo más que una oferta deconsumo cultural, porque a final de cuentas de loque se trata en esencia es que lo que brilla y des-taca por sí mismo es esa expresión mágica llama-da el séptimo arte: el cine. “Cine, cine, cine, máscine por favor…”, canta Eduardo Aute, “que todoen la vida es cine y los sueños, cine son”.

El FICM es para mucha gente una sola cosa, in-mensa y ensoñadora, beatífica y gratificante: cine.Es cine de todos colores y sabores, visto en salasconfortables y a precios accesibles. Es eso queJean Luc Goddard llamaba “una verdad 24 vecespor segundo”. Así las cosas, es de agradecer queel FICM nos siga ofreciendo muchas más verda-des, maravillosas y lúdicas verdades.

FICM: cine y consumo culturalPOR VÍCTOR RODRÍGUEZ MÉNDEZ

U