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La mirada salvaje

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28. naturaleza

La fotografía de naturaleza exige una pasión especial. Hay que conocer profundamente a los animales y saber buscarlos o esperarlos, pero además reclama técnica, oportunidad y suerte. Cuando todo confluye, apenas se necesitan palabras para disfrutar del resultado. Fotos y textos de andoni Canela

Ojo salvajeUn lince ibérico en el paisaje quemado por el sol de verano en la sierra de Andújar, en Sierra Morena

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28. naturaleza

La fotografía de naturaleza exige una pasión especial. Hay que conocer profundamente a los animales y saber buscarlos o esperarlos, pero además reclama técnica, oportunidad y suerte. Cuando todo confluye, apenas se necesitan palabras para disfrutar del resultado. Fotos y textos de andoni Canela

Ojo salvajeUn lince ibérico en el paisaje quemado por el sol de verano en la sierra de Andújar, en Sierra Morena

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00 de meS de 0000 0 30 magazine 14 de febrero del 2010 31

Un lobo ibérico en la sierra de la Culebra, en Zamora, donde vive la mayor población de lobos de España y una de las mayores de toda Europa. A la derecha, una hembra de oso pardo junto a sus cachorros en un paraje rocoso de la cordillera Cantábrica, entre los límites de Asturias y León. Debajo, a la izquierda , un pato colorado en las Tablas de Daimiel. A la derecha, un águila real caza una liebre ibérica en las Bardenas Reales, en Navarra

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Un lobo ibérico en la sierra de la Culebra, en Zamora, donde vive la mayor población de lobos de España y una de las mayores de toda Europa. A la derecha, una hembra de oso pardo junto a sus cachorros en un paraje rocoso de la cordillera Cantábrica, entre los límites de Asturias y León. Debajo, a la izquierda , un pato colorado en las Tablas de Daimiel. A la derecha, un águila real caza una liebre ibérica en las Bardenas Reales, en Navarra

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Arriba, un macho de cabra montés en la sierra de Gredos, en Ávila, en plena época de celo, y una pareja de buitres negros, una especie muy escasa, se acaricia durante el cortejo en primavera en Cabañeros, Ciudad Real. Debajo, un saltamontes conocido como chicharra alicorta retoma la vida activa con la llegada de la primavera en el Cadí, Pirineo catalán, y un delfín común nada en las aguas del océano Atlántico

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Arriba, un macho de cabra montés en la sierra de Gredos, en Ávila, en plena época de celo, y una pareja de buitres negros, una especie muy escasa, se acaricia durante el cortejo en primavera en Cabañeros, Ciudad Real. Debajo, un saltamontes conocido como chicharra alicorta retoma la vida activa con la llegada de la primavera en el Cadí, Pirineo catalán, y un delfín común nada en las aguas del océano Atlántico

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a214 x 273 mm

naturaleza OJO SALVAJE

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A comienzos de enero, en las espesuras de Sierra Morena, las rocas de granito aparecen cubiertas de musgo. La humedad es elevada, llueve y, en las montañas más altas entre Jaén, Córdoba y Ciudad Real, incluso nieva. Pero es justo en estas fechas cuando el lince ibérico vive uno de los momentos más activos e importantes del año. Está en celo. Se mueve inquieto entre las encinas, los acebuches, los lentiscos y otras especies mediterráneas que componen el paisaje formando una auténtica selva. Aunque este lince, el felino más amenazado del mundo, se encuentra en peligro de extinción, se está recuperando y hay argumentos para un moderado optimismo.

Muchos kilómetros al norte, una especie más común y fácil de observar vuela majestuosamente. Es la otra cara de la moneda. Mientras que el lince ibérico se localiza sólo en unos pocos lugares de Sierra Morena y Doñana, el buitre leonado es habitual en muchos sitios, con una clara recuperación en la últimas décadas. La envergadura de esta ave carroñera, cercana a los dos metros, hace que no pase inadvertida. Suele moverse en grandes grupos buscando carroña entre barrancos y cortados. En lugares como la Foz de Lumbier, en Navarra, se puede escuchar el sonido de sus alas surcando el viento.

Ser testigo de cualquiera de estos espectáculos no deja indiferente. Estremece. Y, afortunadamente, la variada fauna ibérica ofrece buenas y amplias oportunidades de observación y disfrute. No hay que olvidar que España, con 121 hábitats distintos contabilizados (el 54% del total de los existentes en toda la Unión Europea), es precisamente el país con mayor índice de biodiversi-dad de toda Europa. Dentro de su territorio se hallan representadas la mitad de las especies del Viejo Continente. Así, en el Pirineo, se puede encontrar al urogallo cantando para conquistar a su hembra en los bosques de pino negro, al rebeco saltando por las cumbres alpinas o al quebrantahue-sos sobrevolando los despeñaderos. Cerca de Portugal, en la sierra de la

Culebra, en Zamora, está el lobo ibérico, majestuoso e inquietante. En Cabañeros, el águila real y, al sur, en los humedales de Doñana o Fuente de Piedra, el espectacular flamenco.

Pero, a pesar de estos datos alentadores, lo cierto es que cuando se trata de fotografiar especies amenazadas siempre resulta difícil llegar hasta la imagen deseada. Incluso, en ocasiones, ni siquiera es posible avistar el animal que se pretende. Las especies en peligro son más escasas y también más esquivas, y a la hora de fotografiar-las se ha de tomar una serie de precauciones que garanticen no añadir ninguna nueva amenaza en su vida y en la de los otros seres vivos que le rodean. Antes que nada, la prioridad del fotógrafo naturalista debe ser precisamente el bienestar y la conservación de las especies que retrata. No tiene ningún sentido perseguir hasta el hastío animales como el oso o el lince, de los que sólo hay unos 200 ejemplares, por el puro placer de verlos o fotografiar-los.

Esta parte atañe a la ética profesional y personal, y después viene el desafío de obtener una buena fotografía documental, una imagen que explique el estado de una especie en su hábitat natural sin olvidar el componente artístico y el estilo de cada fotógrafo (que, de hecho, queda impreso también en la forma como se logra la foto). No es lo mismo ni tiene el mismo sentido fotografiar un animal salvaje que un animal que vive en un zoológico o en un recinto cerrado. Y eso no quiere decir que no sean válidas las fotos hechas en los zoos o con animales cautivos. De esta manera, se puede obtener fotos de gran belleza y fuerza visual, aunque con un valor documental muy distinto al citado. Estas fotos preparadas a veces son necesarias para captar primeros planos o detalles de animales, muy útiles en determina-dos contextos. Pero, en cualquier caso, el lector siempre tiene derecho a saber de qué manera han sido tomadas las imágenes que contem-pla, a saber qué es lo que cuentan exactamente.

La gran mayoría de las fotos de fauna salvaje se suele hacer en torno al amanecer o al atardecer. Esas son las horas mágicas para observar animales porque es cuando están más activos y, por lo tanto, es cuando son más visibles. Pero en ese momento la luz también es más escasa y utilizar la cámara resulta más complicado. Algunas veces, es del todo inviable. Por ese motivo, muchas imágenes al filo de la oscuridad de la noche quedan azuladas, borrosas o simplemente se graban en la memoria de quien las toma sin llegar a convertirse nunca en fotografías. Pero, si se tiene en cuenta la valía de esos encuentros, de las horas de espera y la intriga que las acompaña, las imágenes digitalizadas o impresas acaban siendo una pequeña parte de todo el proceso.

El oficio de fotógrafo de la naturaleza tiene más que ver con lo que no se ve que con lo que se ve. En ese sentido, y volviendo a la rica biodiversidad que ofrece el territo-rio español, vale la pena recordar lo que dice Edward O. Wilson, reconocido entomólogo norteame-ricano: “La biodiversidad es una de las riquezas más grandes del planeta y, sin embargo, la menos reconocida como tal”. Esta idea tiene muchos matices. Wilson se refería al gran valor de la diversidad de especies y a sus innegables posibilidades científicas, productivas y económi-cas, que sin duda las tienen. Pero también existe otro valor más espiritual, menos tangible, porque golpea la puerta más íntima del ser humano, esa parte animal que también posee. Es la capacidad que tiene la vida salvaje para despertar en los seres humanos emociones que vienen desde muy hondo, o quizás desde muy atrás, cuando ni siquiera eran humanos. Para entender y disfrutar de algo así simplemente hay que vivirlo. Y no es necesario ir de safari a África o a perseguir pingüinos a la Antártida. En la península Ibérica existe una cantidad sorprendente de especies animales que, día y noche, de la primavera al invierno, desde las montañas a las costas, se dedican sin desmayo a sus trajines cotidianos.°

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A comienzos de enero, en las espesuras de Sierra Morena, las rocas de granito aparecen cubiertas de musgo. La humedad es elevada, llueve y, en las montañas más altas entre Jaén, Córdoba y Ciudad Real, incluso nieva. Pero es justo en estas fechas cuando el lince ibérico vive uno de los momentos más activos e importantes del año. Está en celo. Se mueve inquieto entre las encinas, los acebuches, los lentiscos y otras especies mediterráneas que componen el paisaje formando una auténtica selva. Aunque este lince, el felino más amenazado del mundo, se encuentra en peligro de extinción, se está recuperando y hay argumentos para un moderado optimismo.

Muchos kilómetros al norte, una especie más común y fácil de observar vuela majestuosamente. Es la otra cara de la moneda. Mientras que el lince ibérico se localiza sólo en unos pocos lugares de Sierra Morena y Doñana, el buitre leonado es habitual en muchos sitios, con una clara recuperación en la últimas décadas. La envergadura de esta ave carroñera, cercana a los dos metros, hace que no pase inadvertida. Suele moverse en grandes grupos buscando carroña entre barrancos y cortados. En lugares como la Foz de Lumbier, en Navarra, se puede escuchar el sonido de sus alas surcando el viento.

Ser testigo de cualquiera de estos espectáculos no deja indiferente. Estremece. Y, afortunadamente, la variada fauna ibérica ofrece buenas y amplias oportunidades de observación y disfrute. No hay que olvidar que España, con 121 hábitats distintos contabilizados (el 54% del total de los existentes en toda la Unión Europea), es precisamente el país con mayor índice de biodiversi-dad de toda Europa. Dentro de su territorio se hallan representadas la mitad de las especies del Viejo Continente. Así, en el Pirineo, se puede encontrar al urogallo cantando para conquistar a su hembra en los bosques de pino negro, al rebeco saltando por las cumbres alpinas o al quebrantahue-sos sobrevolando los despeñaderos. Cerca de Portugal, en la sierra de la

Culebra, en Zamora, está el lobo ibérico, majestuoso e inquietante. En Cabañeros, el águila real y, al sur, en los humedales de Doñana o Fuente de Piedra, el espectacular flamenco.

Pero, a pesar de estos datos alentadores, lo cierto es que cuando se trata de fotografiar especies amenazadas siempre resulta difícil llegar hasta la imagen deseada. Incluso, en ocasiones, ni siquiera es posible avistar el animal que se pretende. Las especies en peligro son más escasas y también más esquivas, y a la hora de fotografiar-las se ha de tomar una serie de precauciones que garanticen no añadir ninguna nueva amenaza en su vida y en la de los otros seres vivos que le rodean. Antes que nada, la prioridad del fotógrafo naturalista debe ser precisamente el bienestar y la conservación de las especies que retrata. No tiene ningún sentido perseguir hasta el hastío animales como el oso o el lince, de los que sólo hay unos 200 ejemplares, por el puro placer de verlos o fotografiar-los.

Esta parte atañe a la ética profesional y personal, y después viene el desafío de obtener una buena fotografía documental, una imagen que explique el estado de una especie en su hábitat natural sin olvidar el componente artístico y el estilo de cada fotógrafo (que, de hecho, queda impreso también en la forma como se logra la foto). No es lo mismo ni tiene el mismo sentido fotografiar un animal salvaje que un animal que vive en un zoológico o en un recinto cerrado. Y eso no quiere decir que no sean válidas las fotos hechas en los zoos o con animales cautivos. De esta manera, se puede obtener fotos de gran belleza y fuerza visual, aunque con un valor documental muy distinto al citado. Estas fotos preparadas a veces son necesarias para captar primeros planos o detalles de animales, muy útiles en determina-dos contextos. Pero, en cualquier caso, el lector siempre tiene derecho a saber de qué manera han sido tomadas las imágenes que contem-pla, a saber qué es lo que cuentan exactamente.

La gran mayoría de las fotos de fauna salvaje se suele hacer en torno al amanecer o al atardecer. Esas son las horas mágicas para observar animales porque es cuando están más activos y, por lo tanto, es cuando son más visibles. Pero en ese momento la luz también es más escasa y utilizar la cámara resulta más complicado. Algunas veces, es del todo inviable. Por ese motivo, muchas imágenes al filo de la oscuridad de la noche quedan azuladas, borrosas o simplemente se graban en la memoria de quien las toma sin llegar a convertirse nunca en fotografías. Pero, si se tiene en cuenta la valía de esos encuentros, de las horas de espera y la intriga que las acompaña, las imágenes digitalizadas o impresas acaban siendo una pequeña parte de todo el proceso.

El oficio de fotógrafo de la naturaleza tiene más que ver con lo que no se ve que con lo que se ve. En ese sentido, y volviendo a la rica biodiversidad que ofrece el territo-rio español, vale la pena recordar lo que dice Edward O. Wilson, reconocido entomólogo norteame-ricano: “La biodiversidad es una de las riquezas más grandes del planeta y, sin embargo, la menos reconocida como tal”. Esta idea tiene muchos matices. Wilson se refería al gran valor de la diversidad de especies y a sus innegables posibilidades científicas, productivas y económi-cas, que sin duda las tienen. Pero también existe otro valor más espiritual, menos tangible, porque golpea la puerta más íntima del ser humano, esa parte animal que también posee. Es la capacidad que tiene la vida salvaje para despertar en los seres humanos emociones que vienen desde muy hondo, o quizás desde muy atrás, cuando ni siquiera eran humanos. Para entender y disfrutar de algo así simplemente hay que vivirlo. Y no es necesario ir de safari a África o a perseguir pingüinos a la Antártida. En la península Ibérica existe una cantidad sorprendente de especies animales que, día y noche, de la primavera al invierno, desde las montañas a las costas, se dedican sin desmayo a sus trajines cotidianos.°

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La puesta en escena para fotografiar viene determinada por los dos grandes retos con los que habitualmente se enfrenta el fotógrafo de la naturaleza: no alterar el entorno ni la vida del animal fotografiado y poder sorprenderlo para obtener una buena imagen documental. Por eso, a la hora de fotografiar fauna salvaje, deben utilizarse numerosas técnicas de campo que pasan por la construcción de pequeños hides (escondite, en inglés) o la utilización de telas de camuflaje y estructuras que simulen arbustos o rocas. Otras veces uno opta por esconderse tras la vegetación del lugar o por vestirse con ropa de los colores del paisaje. Casi siempre son necesarios objetivos de muy largo alcance (hasta de 600 mm) que permitan

acercarse al animal desde cientos de metros de distancia. Al contrario, para insectos o criaturas pequeñas hace falta un macro con el que se obtiene una perspectiva casi microscópica. Pero, sobre todo, son imprescindibles altas dosis de paciencia e incontables horas de espera. Eso sí, estas deben realizarse en momentos y lugares donde, previsiblemente, pueda sorprenderse al animal que se pretende fotografiar. Por eso, es fundamental conocer las costumbres de cada especie, saber los sitios que frecuentan y, a poder ser, tener algún dato fresco sobre los últimos avistamientos (por ejemplo, realizados por los guardas del lugar) o la situación del animal cuando se inicia la búsqueda. También se debe tener presente

que, aunque las especies más comunes son las más fáciles de localizar, no ofrecen siempre la posibilidad de obtener una buena imagen. La luz, el paisaje y el instante del encuentro son los ingredientes que, sin duda, determinarán la calidad de la fotografía. Y, por supuesto, nunca se debe olvidar que la naturaleza a veces proporciona una serie de encuentros fortuitos que representan el lado más imprevisible del mundo animal. De repente y sin esperarlo, un lobo puede sacar la cabeza en una zona donde uno jamás lo hubiera imaginado o un oso pardo puede pasar a pocos metros de nuestra espalda mientras mirábamos justo en dirección contraria intentando localizar unos de sus congéneres al otro lado del barranco.

la guarida del especialistael libro La mirada salvaje. Encuentros con la fauna ibérica, de andoni Canela, publicado por editorial Blume, es una obra de gran formato con 348 páginas. muestra osos, linces, urogallos, quebrantahuesos, lobos y un centenar de animales salvajes fotografiados en libertad, en sus hábitats naturales, a lo largo de 15 años.

el contenido de la obra puede verse en una exposición fotográfica montada en colaboración con la Fundación Biodiversidad en el museo de Ciencias naturales de Valencia (Jardines de Viveros, 46010 Valencia) del 3 de febrero al 21 de marzo. También es posible recorrer la exposición on line en www.lamiradasalvaje.com

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La puesta en escena para fotografiar viene determinada por los dos grandes retos con los que habitualmente se enfrenta el fotógrafo de la naturaleza: no alterar el entorno ni la vida del animal fotografiado y poder sorprenderlo para obtener una buena imagen documental. Por eso, a la hora de fotografiar fauna salvaje, deben utilizarse numerosas técnicas de campo que pasan por la construcción de pequeños hides (escondite, en inglés) o la utilización de telas de camuflaje y estructuras que simulen arbustos o rocas. Otras veces uno opta por esconderse tras la vegetación del lugar o por vestirse con ropa de los colores del paisaje. Casi siempre son necesarios objetivos de muy largo alcance (hasta de 600 mm) que permitan

acercarse al animal desde cientos de metros de distancia. Al contrario, para insectos o criaturas pequeñas hace falta un macro con el que se obtiene una perspectiva casi microscópica. Pero, sobre todo, son imprescindibles altas dosis de paciencia e incontables horas de espera. Eso sí, estas deben realizarse en momentos y lugares donde, previsiblemente, pueda sorprenderse al animal que se pretende fotografiar. Por eso, es fundamental conocer las costumbres de cada especie, saber los sitios que frecuentan y, a poder ser, tener algún dato fresco sobre los últimos avistamientos (por ejemplo, realizados por los guardas del lugar) o la situación del animal cuando se inicia la búsqueda. También se debe tener presente

que, aunque las especies más comunes son las más fáciles de localizar, no ofrecen siempre la posibilidad de obtener una buena imagen. La luz, el paisaje y el instante del encuentro son los ingredientes que, sin duda, determinarán la calidad de la fotografía. Y, por supuesto, nunca se debe olvidar que la naturaleza a veces proporciona una serie de encuentros fortuitos que representan el lado más imprevisible del mundo animal. De repente y sin esperarlo, un lobo puede sacar la cabeza en una zona donde uno jamás lo hubiera imaginado o un oso pardo puede pasar a pocos metros de nuestra espalda mientras mirábamos justo en dirección contraria intentando localizar unos de sus congéneres al otro lado del barranco.

la guarida del especialistael libro La mirada salvaje. Encuentros con la fauna ibérica, de andoni Canela, publicado por editorial Blume, es una obra de gran formato con 348 páginas. muestra osos, linces, urogallos, quebrantahuesos, lobos y un centenar de animales salvajes fotografiados en libertad, en sus hábitats naturales, a lo largo de 15 años.

el contenido de la obra puede verse en una exposición fotográfica montada en colaboración con la Fundación Biodiversidad en el museo de Ciencias naturales de Valencia (Jardines de Viveros, 46010 Valencia) del 3 de febrero al 21 de marzo. También es posible recorrer la exposición on line en www.lamiradasalvaje.com