La Conjuracion de Catilina Salustio

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    LA CONJURACIN DE CATILINACAYO SALUSTIO CRISPO

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    Justa cosa es que los hombres, que desean aventajarse a los dems vivientes,procuren con el mayor empeo no pasar la vida en silencio como las bestias, a

    quienes la naturaleza cri inclinadas a la tierra y siervas de su vientre. Nuestro vigory facultades consisten todas en el nimo y el cuerpo: de ste usamos ms para elservicio, de aqul nos valemos para el mando; en lo uno somos iguales a los dioses,en lo otro a los brutos. Por esto me parece ms acertado solicitar gloria por mediodel ingenio que de las fuerzas corporales, y puesto que la vida que vivimos es tan

    breve, eternizar cuanto sea posible nuestro nombre, porque la gloria que producenlas riquezas y hermosura, es frgil y caduca; la virtud, ilustre y duradera. Noobstante esto, hubo larga y porfiada disputa entre los hombres, sobre si el ejerciciode la guerra se adelantaba ms con las fuerzas del cuerpo o con el vigor del nimo,

    porque para cualquiera empresa se necesita de consejo; resuelta una vez, de prontaejecucin. Y as el nimo y el cuerpo, no pudiendo obrar por si solos, mutuamente senecesitan y socorren.

    En lo antiguo, los reyes (que ste fue el nombre que se dio en el mundo a losprimeros que mandaron) ejercitaban ya el nimo, ya el cuerpo, segn el genio decada uno; an entonces pasaban los hombres la vida sin codicia; todos estabancontentos con su suerte. Pero despus que Ciro en Asia, y en Grecia loslacedemonios y atenienses comenzaron a sojuzgar los pueblos y naciones, a guerrear

    por slo el antojo del mando y a medir su gloria por la grandeza de su imperio,entonces mostr la experiencia y los sucesos que el nervio de la guerra es el ingenio.Y a la verdad, si los reyes y generales hiciesen tanto uso de l en tiempo de paz,como en la guerra, con mas tenor e igualdad iran las cosas humanas, ni lo veramos

    todo tan trocado y confundido, porque el mando fcilmente se conserva por lasvirtudes mismas con que al principio se alcanz. Pero luego que ocupa el lugar deltrabajo la desidia, y el capricho y soberbia el de la moderacin y equidad, mdase

    juntamente con las costumbres la fortuna, y as pasa siempre el imperio del malo yno merecedor a los mejores y ms dignos. La tierra, los mares y cuanto encierra elmundo est sujeto a la humana industria, pero con todo hay muchos que entregadosa la gula y al sueo pasan su vida como peregrinando, sin enseanza ni cultura, a loscuales, trocado el orden de la naturaleza, el cuerpo sirve slo para el deleite, el almales es de carga y embarazo. Para m no es menos despreciable la vida de stos que lamuerte, porque ni de una ni de otra queda memoria, y me parece que slo sirve y

    goza de la vida el que ocupado honestamente procura granjearse fama por medio dealguna hazaa ilustre o virtud excelente. Pero como hay tantos caminos, lanaturaleza gua a cada uno por el suyo.

    Noble cosa es hacer bien a la repblica, pero ni el bien hablar carece de sumrito. En paz y en guerra hay campo para hacerse un ciudadano ilustre, y as, noslo se celebran muchos que hicieron cosas grandes, sino tambin que lasescribieron de otros. Y a la verdad, aunque nunca sea tan digno de gloria el que

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    escribe como el que hace las cosas, me parece, sin embargo, muy difcil escribir bienuna historia, ya porque para esto es menester que las palabras igualen a los hechos,ya porque hay muchos que si el escritor reprende algn vicio, lo atribuyen a malavoluntad o envidia; y cuando habla del valor grande y de la gloria de los buenos,creen sin violencia lo que les parece que ellos pueden fcilmente hacer; pero si pasa

    de all, lo tienen por mentira o por exageracin. Yo, pues, en mis principios, siendomozuelo, me traslad, como otros muchos, del estudio a los negocios pblicos,donde hall mil cosas que me repugnaban, porque, en lugar de la modestia, de lafrugalidad y desinters, reinaban all la desvergenza, la profusin y la avaricia. Yaunque mi nimo no acostumbrado a malas maas rehusaba todo esto, mi tiernaedad, cercada de tantos vicios, se dej corromper y apoderar de la ambicin, desuerte que, repugnndome las malas costumbres de los otros, no me atormentabamenos que a ellos la envidia y la ansia de adquirir honor y fama.

    Ya, pues, que descans de muchos trabajos y peligros que haba pasado, y queme resolv a vivir el resto de mi vida lejos de la repblica, no fue mi nimo

    desaprovechar este buen tiempo, entregado a la ociosidad y a la desidia, ni ocuparmetampoco en el cultivo del campo o en la caza, dedicado a oficios serviles, sino antesbien, vuelto a mi primer estudio de que la ambicin me haba distrado, determinescribir la historia del pueblo romano, no seguidamente, sino eligiendo esta oaquella parte, segn me pareciese ms digna de contarse, tanto ms que yo nadaesperaba ni tema y que me hallaba del todo libre de partido. As que, brevemente ycon la puntualidad posible, contar la conjuracin de Catilina, cuyo hecho me pareceuno de los ms memorables por lo extraordinario de la maldad y del peligro a queexpuso a la repblica. Pero antes de hablar en ello conviene decir algo de lascostumbres de este hombre.

    Lucio Catilina fue de linaje ilustre y dotado de grandes fuerzas y talento, perode inclinacin mala y depravada. Desde mancebo fue amigo de pendencias, muertes,robos y discordias civiles, y en esto pas su juventud. Sufra cuanto no es creble elhambre, la falta de sueo, el fro y dems incomodidades del cuerpo; en cuanto alnimo era osado, engaoso, vario, capaz de fingir y de disimular cualquiera cosa,codicioso de lo ajeno, prdigo de lo suyo, vehemente en sus pasiones, harto afluenteen el decir, pero poco cuerdo. Su corazn vasto le llevaba siempre a cosasextraordinarias, desmedidas, increbles. Desde la tirana de Lucio Sila se habaaltamente encaprichado en apoderarse de la repblica, sin detenerse ni reparar ennada, con tal que consiguiese su intento. Inquietaban cada da ms y ms su nimoferoz la pobreza y el remordimiento de su conciencia, males ambos que haba laumentado con las perversas artes que se dijeron antes. Brindbanle adems de estolas costumbres estragadas de Roma, combatida a un mismo tiempo de dos grandes yentre s opuestos vicios: el lujo y la avaricia. La cosa nos gua por s misma (puesnos acuerda el tiempo las costumbres de Roma) a tomarla desde su principio y tratar

    brevemente de las leyes y gobierno de nuestros mayores en paz y en guerra; delmodo con que administraron la repblica; cunto la engrandecieron y cmo poco a

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    poco degenerando, de muy frugal y virtuosa, ha venido a ser la ms perversa yestragada.

    A Roma, segn es tradicin, fundaron y poseyeron en el principio los troyanos,que prfugos con su capitn Eneas andaban vagando sin asiento fijo, y con ellos losaborgenes, gente inculta, sin leyes, sin gobierno, libre y desmandada. Juntos estos

    dos pueblos dentro de un recinto de murallas, no es creble cun fcilmente sehermanaron, no obstante ser de linaje desigual y de diferente lengua y costumbres.Pero luego que su estado, creciendo en gente, cultura y territorio se vio floreciente y

    poderoso, su opulencia le acarre envidia, como sucede de ordinario en las cosashumanas; y as, los reyes y pueblos comarcanos los comenzaron a inquietar conguerras, en que pocos de sus aliados les ayudaban, desvindose los dems,amedrentados del peligro. Pero los romanos, atentos a su polica y a la guerra, sedaban prisa y se aperciban, animndose unos a otros; salan al encuentro delenemigo, defendan con las armas su libertad, su patria y sus familias; y ya quehaban valerosamente superado los peligros, se ocupaban en ayudar a sus

    confederados y amigos, y se granjeaban alianzas, no tanto admitiendo, comohaciendo beneficios. Su gobierno estaba ceido a determinadas leyes y dabannombre de rey al que le obtena. Los ancianos, que aunque faltos de fuerzaconservaban vigoroso el nimo por su sabidura y experiencias, eran los escogidos

    para consejeros de la repblica, y stos, bien por su edad o porque tenan el cuidadode padres, se llamaban con este nombre. Pero despus que el gobierno regio,establecido en los principios para la conservacin de la libertad y aumento delEstado, degener en soberbia y tirana, mudando de costumbre, redujeron a un aoel imperio y crearon dos cnsules que les gobernasen, persuadidos a que de esasuerte era imposible que el corazn humano se engrese con la libertad del mando.

    En este tiempo empezaron los romanos a sealarse ms y ms y a dar aconocer su ingenio. Porque a los reyes no dan que recelar los flojos y cobardes, sinolos buenos y valerosos, y siempre la virtud ajena les causa sobresaltos. No es creble,

    pues, cuanto vuelo tom en breve tiempo la ciudad, una vez sacudido el yugo: taldeseo de gloria habla entrado en sus ciudadanos. El primer estudio de la juventud,luego que tena edad para la guerra, era aprender en los reales con el uso y trabajo elarte militar, y pona su vanidad ms en las lcidas armas y caballos belicosos, que enla lascivia y los banquetes. A hombres, pues, como stos ningn trabajo les llegabade nuevo, ningn lugar les era escabroso o arduo, ni les espantaba la vista delenemigo armado; todo lo haba allanado su valor. Su grande y nica contienda era

    por la gloria. Todos queran ser los primeros en herir al enemigo, en escalar lasmurallas, en ser vistos y observados mientras que hacan tales hechos. Estas eran susriquezas, sta su buena fama y su nobleza mayor. Eran avaros de alabanza,despreciadores del dinero; amantes de gloria hasta lo sumo; de riquezas hasta unahonesta mediana. Pudiera yo contar en cuntas ocasiones deshizo el pueblo romanocon un puado de gente grandes ejrcitos de enemigos, cuntas ciudades por

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    naturaleza fuertes gan por asalto, si esto no hubiese de apartarme mucho de mi pro-psito.

    Pero a la verdad, en todo ejerce su imperio la fortuna, ensalzando o abatiendolas hazaas, ms por su capricho que segn el merecimiento. Las de los ateniensesfueron, segn yo entiendo, harto esclarecidas y magnficas, aunque en la realidad no

    tanto como se ponderan; pero la copia que all hubo de ingenios grandes que lasescribieron, hace que hoy se tengan por las mayores del mundo, y as el valor de losque las hicieron llega en la estimacin comn al mismo elevado punto de grandeza aque llegaron en su elogio los escritores ms ilustres.

    Pero en Roma hubo siempre escasez de stos, porque los sabios eran los quems se ocupaban en los negocios pblicos; nadie cultivaba las letras sin las armas;los valerosos y esforzados preferan el obrar al escribir, y ms queran que otros losalabasen por sus hechos que referir ellos los ajenos.

    De esta suerte, en paz y en guerra reinaban las buenas costumbres; haba entrelos ciudadanos estrecha unin; la avaricia no se conoca; lo justo y bueno se

    observaba, ms por natural inclinacin que por las leyes. Sus contiendas, discordiasy enemistades eran con los enemigos; entre ciudadanos no se disputaba sino de laprimaca en el valor.

    Eran, adems de esto, esplndidos en el culto y sacrificios de -los dioses,frugales en sus casas, fieles con sus amigos. El valor en la guerra y la equidad en la

    paz eran sus dos apoyos y los de la repblica. Para m son pruebas muy claras deesto el que en tiempo de guerra ms veces castigaban a los que, llevados del ardormilitar, peleaban contra el orden que se les haba dado o empeados en la batallatardaban en retirarse a la seal, que a los que desamparaban las banderas y cedan sulugar al enemigo; y en la paz mantenan el imperio, ms premiando que hacindose

    temer, y si eran agraviados, antes queran disimular que tomar satisfaccin.Pero despus que con el trabajo y la justicia se acrecent la repblica; quereyes grandes fueron domados con las armas y sojuzgadas a viva fuerza nacionesfieras y pueblos numerosos; que Cartago, competidora del imperio romano, fueenteramente arruinada; que tierra y mar estaba llano a su poder, entonces comenz aairarse la fortuna y a confundirlo todo. Los mismos que haban de buena voluntadsufrido trabajos, peligros, sucesos adversos y de dudoso xito, se dejaron vencer yoprimir del peso de la ociosidad y las riquezas que no debieran desear. Primero,

    pues, la avaricia, luego fue creciendo la ambicin, y estos dos fueron como la masay material de los dems vicios. Porque la avaricia ech por tierra la buena fe, la

    probidad y las dems virtudes; en lugar de las cuales introdujo la soberbia, lacrueldad, el desprecio de los dioses, el hacerlo todo venal. La ambicin oblig amuchos a ser falsos, a tener una cosa reservada en el pecho y otra pronta en loslabios, a pesar de las amistades y enemistades, no por el mrito, sino por el

    provecho, y, finalmente, a parecer buenos ms que a serlo. Esto en los principios ibapoco a poco creciendo y una u otra vez se castigaba; pero despus que el mal cundi

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    como un contagio, trocse del todo la ciudad, y su gobierno, hasta all el mejor yms justo, se hizo cruel e intolerable.

    Pero al principio ms estrago que la avaricia hizo en aquellos nimos laambicin, que, aunque vicio, no dista tanto de la virtud, porque el bueno y el malodesean para s igualmente la gloria, el honor y el mando. La diferencia est en que

    aqul se esfuerza a conseguirlo por el camino verdadero; ste, como se halladestituido de mrito, pretende por rodeos y engaos. La avaricia, al contrario,consiste en aficin y deseo de dinero, que ningn sabio apeteci jams; y este vicio,como empapado en mortal veneno, afemina el ,cuerpo y el nimo de los varonesfuertes, es siempre insaciable y sin trmino, ni se disminuye con la escasez ni con laabundancia. Pero despus que ocupada a fuerza de armas la repblica por LucioSila, tuvieron sus buenos principios tan desastrado fin, todo fueron robos yviolencias: unos codiciaban las casas, otros las heredades ajenas; y sin templanza nimoderacin alguna los vencedores ejecutaban feas y horribles crueldades en susconciudadanos. Contribuy tambin a esto el haber Lucio Sila, contra la costumbre

    de los mayores, tratado con demasiada indulgencia y regalo al ejrcito que habamandado en Asia, a fin de tenerle a su devocin. Los pases deleitosos y amenos,junto con el ocio, hicieron muy en breve deponer a los soldados su nimo feroz. Allse vio por primera vez el ejrcito del pueblo romano entregado a la embriaguez y ala lascivia; all comenz a admirar el primor de las estatuas, pinturas y vasoshistoriados, y a robarlos a los particulares y al pblico; all a despojar los templos ya contaminar lo sagrado y lo profano. En conclusin, estos soldados, despus queobtuvieron la victoria, no dejaron cosa alguna a los vencidos. Porque si en la

    prosperidad, aun los cuerdos difcilmente se moderan, cunto menosse contendran unos vencedores de costumbres perdidas?

    Desde que empezaron a honrarse las riquezas y que tras ellas se iba la gloria, laautoridad y el mando, decay el lustre de la virtud, tvose la pobreza por afrenta y lainocencia de costumbres por odio y mala voluntad. As que de las riquezas pas la

    juventud al, lujo, a la avaricia y la soberbia. Robaba, disipaba, despreciaba suhacienda, codiciaba la ajena, y, abandonado el pudor y honestidad, confunda lascosas divinas y humanas sin miramiento ni moderacin alguna. Cosa es que asombraver nuestras casas en Roma y su campaa, que imitan en grandeza a las ciudades, ycotejarlas con los pequeos templos de los dioses, fundados por nuestros mayores,hombres sumamente religiosos. Pero aqullos adornaban los templos con su piedad,las casas con su gloria, ni a los vencidos quitaban sino la libertad de injuriar denuevo; stos, al contrario, siendo como son hombres cobardes en extremo, quitancon la mayor iniquidad a sus confederados mismos lo que aquellos fortsimosvarones dejaron an a los enemigos, despus de haberles vencido; como si el usardel mando consistiese solamente en atropellar y hacer injurias.

    Dejo de contar otras cosas, que nadie creer sino los que las vieron; haber,digo, muchos particulares allanado montes y terraplenado mares, gente en mi juicio

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    a quien las riquezas no sirvieron sino para desprecio y burla, porque pudindolasgozar honestamente, se daban prisa a despreciarlas por modos vergonzosos. Ni eramenor el exceso en la lascivia, en la glotonera y dems regalo del cuerpo.Prostituanse infamemente los hombres; exponan las mujeres al pblico suhonestidad; buscbase exquisitamente todo por mar y tierra para irritar la gula; no se

    esperaba el sueo para el reposo de la cama; no el hambre, la sed, el fro, ni elcansancio; todo lo anticipaba el lujo. Estos desrdenes inflamaban a la juventud,despus que haba disipado sus haciendas, para todo gnero de maldades. Su nimoenvuelto en vicios, rara vez dejaba de ser antojadizo; y tanto con mayor desenfrenose entregaba al robo y a la profusin.

    En una ciudad tan grande y tan estragada en las costumbres, fue cosa muy fcila Catilina tener cerca de s, como por guarda, tropas de facinerosos y malvados.Porque, cuantos con sus insolencias, adulterios y glotoneras haban destrozado sus

    patrimonios; cuantos por redimir sus maldades o delitos haban contrado crecidasdeudas: fuera de esto, los parricidas de todas partes, los sacrlegos, los convencidos

    en juicio o que por sus excesos teman serlo; los asesinos, los perjuros y finalmenteaquellos a quienes algn delito, o la pobreza, o su conciencia traa inquietos, eran losallegados y amigos de Catilina. Y si por accidente entraba en su amistad alguno librean de culpa, con su cotidiano trato y aagazas se haca en breve igual o semejante alos dems. Pero entre estas amistades, ninguna apeteca tanto como la de los

    jvenes, que por lo tierno y ocasionado de su edad caan fcilmente en sus lazos;porque, segn la pasin que ms reinaba en ellos, a unos presentaba amigas, a otroscompraba perros y caballos; en suma, no perdonaba gasto alguno ni se avergonzaba

    por nada, a trueque de tenerles obligados y seguros para sus ideas. S tambin quehubo quien crea que los jvenes que frecuentaban la casa de Catilina, eran tratados

    con poca honestidad en sus personas; pero este rumor ms se fundaba en conjeturasque en cosa alguna averiguada.Lo cierto es que Catilina en su mocedad haba cometido excesos muy enormes

    con una doncella noble, con una virgen vestal y otros semejantes contra tododerecho. ltimamente, enamorado de Aurelia Orestila, en quien ningn cuerdo hallque alabar sino la hermosura, porque ella no acababa de resolverse al casamientotemiendo a un entenado ya crecido, tinese por cierto que con la muerte de su propiohijo quit el estorbo a tan execrable boda. ste, en mi juicio, fue el principal motivode acelerar Catilina su malvado designio, porque su nimo impuro, aborrecible a losdioses y a los hombres, ni despierto ni durmiendo hallaba reposo; tanto le desvelabay traa inquieto su conciencia. As que andaba sin color, los ojos espantosos, el pasotardo unas veces, otras acelerado; de suerte que a primera vista descubra en la caray gesto su furor.

    Entretanto los jvenes que, como se dijo antes, haba atrado a s con sushalagos, aprendan en su escuela toda suerte de maldades. Vendanse algunos deellos para testigos falsos y suplantadores de testamentos, tenan en poco su palabra,sus haciendas y sus vidas; y ya que les habla hecho perder su crdito y la vergenza,

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    los empleaba en cosas mayores. Si no haba de presente asunto por que hacer dao,no por eso dejaba de tender lazos y asesinar indistintamente a buenos y malos,

    porque el miedo de que con la falta de uso se le entorpeciese el nimo o las manos,le haca de balde ser malvado y cruel. Confiado en tales compaeros y amigosCatilina, y en que por todas partes estaba el pueblo sumamente adeudado, como

    tambin en que muchos de los que haban militado con Sila, por haber malgastadosus haciendas y acordarse de los robos y de la victoria antigua, deseaban mucho laguerra civil, resolvi tiranizar la repblica. En Italia no haba ejrcito: CneoPompeyo haca la guerra en lo ms remoto del mundo, Catilina estaba muyesperanzado de ser cnsul, el Senado enteramente sin recelo, las cosas seguras ytranquilas; todo lo cual favoreca mucho el designio de Catilina.

    Por los das, pues, ltimos de mayo, o primeros de junio, en el consulado de-Lucio Csar y Cayo Figulo, los fue primero llamando en particular; exhort a unos,explor a otros y les hizo patente su gran poder, lo desprevenida que se hallaba larepblica y las ventajas grandes que de la conjuracin podan prometerse. Ya que

    hubo bastantemente averiguado lo que quera, convoca en comn a los msnecesitados y resueltos. De los senadores concurrieron Publio Lntulo Sura, PublioAutronio, Lucio Casio Longino, Cayo Cetego, Publio y Servio Silas, hijos de Servio,Lucio Vargunteyo, Quinto Anio, Marco Porcio Leca, Lucio Bestia, Quinto Curio; delos caballeros, Marco Fulvio Nobilior, Lucio Statilio, Publio Gabinio Capitn, CayoCornelio, y con ellos mucha gente distinguida de las colonias y municipios. Haba,asimismo, varios que sin acabar de descubrirse, eran sabedores de este tratado, a loscuales estimulaba ms la esperanza de mandar que la pobreza u otro infortunio. Perolo ms de la juventud, y especialmente los nobles, favorecan abiertamente eldesignio de Catilina. Los mismos que en la quietud de sus casas podan tratarse con

    esplendidez y con regalo, preferan lo incierto a lo cierto, queran ms la guerra quela paz. Tampoco falt en aquel tiempo quien creyese que Marco Licinio Craso nadaignoraba de esta negociacin. Porque como Cneo Pompeyo, su enemigo, se hallabaa la sazn mandando un grande ejrcito, inferan de ah, que desearla hubiese quienhiciera frente a su poder, y que podra, por otra parte, prometerse que, si prevalecala conjuracin, sera sin dificultad alguna el principal entre sus autores.

    Pero ya en otra ocasin se haban conjurado algunos, y entre ellos el mismoCatilina, cuyo hecho referir lo ms puntualmente que pueda. Siendo Lucio Tulo yMarco Lpido cnsules, Publio Autronio y Publio Sila nombrados para el mismoempleo en el siguiente ao, fueron declarados por indignos de l, en castigo de habersobornado los votos. Poco despus fue acusado Catilina de cohechos y se le impidi

    pedir el consulado, por no haberse purgado dentro del trmino de la ley. Viva almismo tiempo Cneo Pisn, mancebo noble, sumamente arrojado, pobre y de genioturbulento, a quien su pobreza y malas costumbres incitaban a alborotar la repblica.Con ste comunicaron Catilina y Autronio su pensamiento por los principios dediciembre, y de resulta se aperciban para asesinar en el capitolio a los cnsulesLucio Cota y Lucio Torcuato el da 1 de enero; y arrebatando las insignias

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    consulares enviar a Pisn con ejrcito para que seapoderase de las dos Espaas.Descubierta esta trama diferieron su ejecucin hasta el da 5 de febrero, y entoncesno trataban ya slo de matar a los cnsules, sino a los ms de los senadores. Y a laverdad, si Catilina no hubiera dado antes de tiempo la seal a los compaeros a las

    puertas de la corte, ese da se hubiera ejecutado en Roma la ms execrable maldad

    que jams se vio despus de su fundacin. No haba an llegado bastante gentearmada, y esto desconcert el designio.

    Pisn despus fue enviado a la Espaa citerior por tesorero, con facultades de pretor, a instancia de Craso, porque sabia que era mortal enemigo de CneoPompeyo. Ni el Senado se hizo muy de rogar en ello, porque deseaba alejar de larepblica a este hombre turbulento, y tambin porque muchos de los bienintencionados tenan puesta en l su esperanza contra el poder de Pompeyo, que yaentonces daba que temer; pero sucedi que a este Pisn mataron en su viaje algobierno los caballeros espaoles que llevaba en su ejrcito. Dicen unos que aquellagente fiera no pudo aguantar su imperio injusto, su soberbia y sus crueldades; otros,

    que los agresores, que eran fieles y antiguos ahijados de Pompeyo, le haban muertoa su persuasin; y que nunca hasta entonces haban los espaoles ejecutado talmaldad, con haber padecido otras veces muchos y muy malos tratamientos. Yo dejoesto en su duda y basta de la primera conjuracin.

    Catilina, luego que tuvo juntos a los que poco antes nombramos, aunque variasveces, y muy a la larga, haba tratado con cada uno de ellos, creyendo no obstanteeso, que convendra hablarles y exhortarles en comn, los retir a una pieza secretade la casa, y all, sin testigo alguno de afuera, les habl de esta suerte:

    Si no tuviera yo bien conocida vuestra fidelidad y esfuerzo, en vano se noshubiera presentado una ocasin tan favorable, y venido a las manos la cierta

    esperanza que tenemos del mando, ni con gente cobarde o inconstante me andara yotras las cosas inciertas, dejando lo seguro. Pero 4,como en varios y muy peligrososlances os he experimentado fuertes y adictos a mi voluntad, por eso me he resuelto aemprender la hazaa mayor y ms gloriosa; y tambin porque entiendo que vuestros

    bienes y males son los mismos que los mos; y aqulla al fin es amistad firme, enque convienen todos en un querer y no querer. Lo que yo pienso, lo habisseparadamente antes de ahora odo todos de mi boca; pero de cada da se inflamams y ms mi nimo, cuando considero cul ha de ser precisamente nuestra suerte, sino recobramos con las armas la libertad antigua. Porque despus que la repblica havenido a caer en manos de ciertos poderosos, de ellos, y no del pueblo romano, hansido tributarios los reyes y tetrarcas: a ellos han pagado el estipendio militar los

    pueblos y naciones, todos los dems, fuertes y honrados, nobles y plebeyos, hemossido indistintamente vulgo, sin favor, sin autoridad, sujetos a los mismos que nosrespetaran si la repblica mantuviese su vigor. As que todo el favor, todo el poder,la honra y las riquezas las tienen ellos, o estn donde ellos quieren; para nosotrosson los peligros, los desaires, la pobreza y la severidad de las leyes. Esto pues, ohvarones fuertes, hasta cundo estis en nimo de sufrirlo? No es mejor morir

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    esforzadamente que vivir una vida infeliz y deshonrada, para perderla al fin conafrenta, despus de haber servido de juguete y burla a la soberbia de otros? Peroqu digo morir? Jroos por los dioses y los hombres que tenemos la victoria en lasmanos. Nuestro nimo y edad estn en su auge; en ellos, al contrario, todo lo handebilitado sus aos y riquezas. Basta empezar, que lo dems lo allanar la cosa

    misma. Porque, quin que piense como hombre tendr valor para sufrir que a ellosles sobren riquezas para derramarlas allanando montes y edificando hasta en losmares, y que a nosotros nos falte hacienda aun para el preciso vivir?; que ellos

    junten en una, para mayor anchura, dos o ms casas, y nosotros ni un pequeo hogartengamos donde recogernos con nuestras familias?; que compren pinturas, estatuas,vasos torneados; que derriben para mudar por su antojo lo que acabaron de edificar;finalmente, que arrastrando y atormentando sus riquezas de mil modos, no puedancon sus enormes profusiones agotarlas, y que nosotros no tengamos sino pobreza ennuestras casas, fuera deudas, males de presente y mucho peores esperanzas? Y, enfin, qu otra cosa nos queda ya, sino la triste vida? Siendo, pues, esto as, por qu

    no acabis de despertar y resolveros? A la vista, a la vista tenis aquella libertad quetanto deseasteis: a la vista el honor, la gloria y las riquezas. Todo esto propone lafortuna por premio a los vencedores. Sean la cosa misma, el tiempo, los peligros,vuestra pobreza y los ricos despojos de la guerra ms eficaces que mis palabras para

    persuadiros. Vuestro general ser,o soldado raso, segn quisiereis. Ni en obra, ni enconsejo faltar un punto de vuestro lado: antes bien, esto mismo que ahora, esperotratarlo otro da con vosotros siendo cnsul; si ya no es que la voluntad me engaa yque queris Ms ser esclavos que mandar.

    Cuando esto oyeron unas gentes llenas de trabajos, que nada tenan que perder,ni esperanza de mejorar fortuna, aunque slo el turbar la quietud pblica era ya en su

    concepto una recompensa grande, no obstante eso, los ms de ellos quisieron saberqu suerte de guerra haba de ser aqulla, qu ventajas podran prometerse y qufuerzas o esperanzas tendran, donde conviniese, para proseguirla. Entonces lesofreci Catilina nuevas tablas en que se cancelaran sus deudas, proscripciones deciudadanos ricos, magistrados, sacerdocios, robos y lo dems que lleva consigo laguerra y el antojo de los vencedores. Aadi a esto hallarse Pisn en la Espaaciterior, y en la Mauritania Publio Sicio Nucerino con ejrcito, ambos sabedores desu pensamiento: que pretenda el consulado Cayo Antonio, al cual esperaba tenerle

    por compaero; que ste era su estrecho amigo y sumamente pobre; y que junto conl, darla en su ao principio a la gra0nde obra. Al mismo tiempo acriminabaatrozmente a todos los buenos y ensalzaba a los suyos, nombrando a cada uno por sunombre. A ste pona delante su pobreza, a aqul lo que saba que deseaba, a otrossu afrenta o su peligro, y a muchos la victoria de Sila, que tan rica presa les haba

    puesto en las manos. Ya que vio estar prontos los nimos de todos, deshizo la junta,exhortndoles a que tuviesen gran cuenta con su pretensin del consulado.

    Hubo en aquel tiempo quien dijo que Catilina, concluida su arenga, al tiempode estrechar a los cmplices de su maldad para que jurasen, les present en tazas

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    vino mezclado con sangre humana, y que habindolo probado todos despus deljuramento, segn se practica en los solemnes sacrificios, les descubri de lleno suintencin: y aada que habla hecho aquello para que de esa suerte fuesen entre sms fieles, sabiendo unos de otros un crimen tan horrendo. Algunos juzgan que stasy otras cosas se fingieron con estudio por los que crean que el aborrecimiento, que

    se excit despus contra Cicern, se ira templando al paso que se exagerase laatrocidad del delito de los que haban sido castigados. Yo esto, con ser cosa tangrande, jams he llegado a averiguarlo.

    Haba entre los conjurados un cierto Quinto Curio, sujeto de nacimiento ilustre,pero lleno de maldades y delitos, a quien por esto los censores haban echado delSenado con ignominia. Era no menos vano que temerario y arrojado: no saba callarlo que oa de otros, ni ocultar l mismo sus delitos; en suma, hombre sin miramientoalguno en el decir y hacer. Tena muy de antiguo correspondencia torpe con unamujer noble llamada Fulvia; la cual, no gustando ya de l, porque su pobreza no le

    permita ser liberal, comenz de repente a jactarse y prometerle mares y montes y

    alguna vez a amenazarla con el pual si no se renda a su voluntad; ltimamente, atratarla con un modo imperioso y muy diverso del que haba usado hasta entonces.Sorprendida Fulva y entendido el motivo de la novedad de Curio, no quiso teneroculto un tan gran peligro de la repblica; y as cont menudamente a varios lo quehaba odo de la conjuracin de Catilina, callando slo el autor de la noticia. Esto fuelo que ms dispuso los nimos para dar el consulado a Marco Tulio Cicern: porquehasta entonces lo ms de la nobleza no le poda or nombrar, y juzgaba que seracomo degradar al consulado si un hombre de su esfera, aunque tan insigne, llegase aconseguirle; pero toda esta altanera y odio cesaron a vista del peligro.

    Llegado el da de la eleccin fueron declarados cnsules Marco Tulio y Cayo

    Antonio, lo que aunque al principio sobrecogi a los conjurados, no por esodisminuy un punto el furor de Catilina; antes bien, cada da emprendan nuevascosas: prevena armas por Italia en los lugares oportunos; enviaba a Fsulas dinero,tomado a logro sobre su crdito y el de sus amigos a un cierto Manlio, en quienrecay despus el principal peso de la guerra. En este tiempo se dice que atrajoCatilina a su partido muchas gentes de todas clases y tambin a algunas mujeres, queen su juventud haban soportado inmensos gastos con la prostitucin de sus cuerpos;y despus que la edad puso coto a sus ganancias, pero no su lujo, haban contradograndsimos empeos. Por medio de stas se lisonjeaba Catilina que podra sublevara los 4siervos que en Roma haba, pegar fuego a la ciudad, ganara sus maridos, ycuando no, matarlos.

    Una de ellas era Sempronia, mujer que en varias ocasiones haba cometidoexcesos que piden arrojo varonil; harto afortunada por su linaje y hermosura y nadamenos por el marido e hijos que tuvo. Saba las lenguas griega y latina; cantaba ydanzaba con ms desenvoltura de lo que conviene la mujer honesta; tena muchas deaquellas gracias, que son incentivos de la lujuria; pero nada estimaba menos que el

    pundonor y honestidad. Era igualmente prdiga del dinero que de su fama, y tan

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    lasciva, que ms veces solicitaba a los hombres que esperaba a ser solicitada. Habamucho antes en varias ocasiones abandonado infielmente su palabra; negado con

    juramento lo que tena en confianza; intervenido en homicidios y arrojndoseprecipitadamente a todo por su liviandad y su pobreza. Por otra parte su ingenio erafeliz para la poesa, para el chiste, para la conversacin, fuese modesta o tierna o

    licenciosa. En suma, tena mucha sal y mucha gracia.Dispuestas as las cosas, persista Catilina en su pretensin del consulado, con

    la esperanza de que si le designaban para el siguiente ao, dispondra fcilmentecomo quisiese de Cayo Antonio; pero no cesaba entretanto, antes bien, por milcaminos armaba lazos a Cicern. Tampoco a ste faltaba maa ni astucias para

    precaverse; porque desde el principio de su consulado haba conseguido por mediode Fulvia, a fuerza de promesas, que Quinto Curio, de quien se habl poco antes, ledescubriese los designios de Catilina.

    Haba, adems de esto, obligado a su compaero Antonio, con asegurarle paradespus del consulado el gobierno de una provincia, a que no tomase empeo contra

    la repblica, y entretena ocultamente cerca de su persona varios ahijados y amigos para su resguardo. Catilina, llegado el da de la eleccin, corno vio que ni supretensin ni las asechanzas puestas al cnsul le haban salido bien, determin hacerabiertamente la guerra y aventurarlo todo, puesto que sus ocultas tentativas se lehaban frustrado y vuelto en su dao.

    Para esto envi a Cayo Manlio a Fsulas y a aquella parte de Etruria; a uncierto Septimio, natural de Camerino, a la campaa del Piceno; a Cayo Julio a laPulla; a otros finalmente a otras partes, segn y adonde crea que podran convenir asus intentos. Entretanto maquinaba en Roma a un mismo tiempo muchas cosas:tenda nuevos lazos al cnsul; dispona incendios; ocupaba las avenidas de la ciudad

    con gente armada, sin dejar un punto del lado su pual. A unos daba rdenes, a otrosexhortaba a que estuviesen siempre atentos y prevenidos; no cesaba da y noche yandaba desvelado, sin que le quebrantase la falta de sueo, ni el trabajo. Pero viendoal fin que se le malograba cuanto emprenda, llama otra vez a deshora de la noche alos principales conjurados a casa de Marco Porcio Leca, donde habindosealtamente quejado de su inaccin y cobarda, les dijo: que haba enviado deantemano a Manlio para que gobernase la gente que tena en la Etruria pronta paratomar las armas, y a otros a varios lugares oportunos para que comenzasen la guerra,y que l deseaba mucho ir al ejrcito si antes lograba matar a Cicern, cuyos ardidesdesconcertaban en gran parte sus ideas.

    Pasmados y suspensos al or esto los dems concurrentes, Cayo Cornelio,caballero romano, y Lucio Vargunteyo, senador, se ofrecieron de suyo ydeterminaron ir poco despus aquella misma noche con gente armada a casa deCicern, como que le iban a visitar, y cogindole desprevenido matarleimprovisamente. Vio Curio el gran peligro que amenazaba al cnsul y avisleinmediatamente por medio de Fulvia del lazo que se le preparaba; con lo que,sindoles negada la entrada, no tuvo efecto su execrable designio. Entretanto Manlio

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    en la Etruria iba sublevando la plebe, que por su pobreza y el dolor de haber entiempo de la tirana de Sila perdido sus campos y haciendas, estaba deseosa denovedades, y asimismo a los forajidos de todas clases, de que haba gran copia enaquellas partes, y a algunos de los que Sila haba heredado en sus colonias, loscuales, con haber robado tanto, lo haban consumido todo con su lujuria y sus

    excesos.Sabido esto por Cicern y vindose entre dos males (porque ni poda ya por s

    preservar ms tiempo a la ciudad de las asechanzas de los conjurados, ni acababa desaber cuan numeroso era

    o qu designio tena el ejrcito de Manlio), determinase a dar cuenta al Senadode lo que pasaba y comenzaba ya a andar en los corrillos del vulgo. La resolucinfue la regular en los casos del mayor peligro: que hiciesen los cnsules, cmo norecibiese dao la repblica, Por esta frmula concede el Senado, segn costumbresde Roma, al magistrado la suma del poder y le autoriza para juntar ejrcito, hacer laguerra, obligar por todos medios a ella a los confederados y ciudadanos, y ejercer en

    la ciudad y en campaa el supremo imperio y la judicatura: porque de otra suerte, sinmandamiento del pueblo, nada de esto puede hacer el cnsul.De all a pocos das el senador Lucio Senio ley en el Senado una carta que

    dijo le escriban de Fsulas, y el contenido era que Cayo Manlio el da 27 de octubrehaba tomado las armas con gran nmero de gentes. Al mismo tiempo decan unos(corno acontece en semejantes casos) que en varias partes se haban visto monstruosy prodigios: otros que se tenan juntas, que se transportaban armas, que en Capua yen la Pulla1 estaban para levantarse los esclavos. Por esto orden el Senado queQuinto Marcio Rex pasase a Fsulas, y Quinto Metelo Crtico a la Pulla y lugarescircunvecinos. Estos dos generales estaban detenidos en las cercanas de Roma por

    la malignidad de algunos, que acostumbrados a venderlo todo, fuese justo o injusto,les disputaban entrar en triunfo. Ordense tambin que los pretores Quinto PompeyoRufo y Quinto Metelo Cler fuesen, aqul a Capua, ste a la campaa del Piceno,liambos con facultad de juntar ejrcito, segn el tiempo y el peligro lo pidiesen.Adems de esto se ofrecieron premios a los que descubriesen la conjuracin contrala repblica, es a saber, cien sestercios y la libertad al siervo, doscientos al libre y laimpunidad de su delito; y se orden asimismo que las cuadrillas de los gladiadoresse repartiesen entre Capua y los dems municipios, segn las fuerzas de cada uno, yque por toda la ciudad hubiese de noche rondas a cargo de los magistrados menores.

    Con esto estaban los ciudadanos conmovidos y trocado el semblante de laciudad. De una suma y no interrumpida alegra, que haba producido en ella la pazde muchos aos, pas de repente a apoderarse de todos la tristeza. Andabanazorados, medrosos, sin fiarse de lugar ni de persona alguna; ni estaban en guerra nitenan paz: meda cada uno los peligros por su miedo. Las mujeres, por otra parte,

    posedas de un desacostumbrado espanto a vista de la guerra y de la grandeza delsuceso, se afligan, alzaban las manos al cielo, lastimbanse de sus tiernos hijuelos,

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    todo lo preguntaban, todo lo teman; y olvidadas de la vanidad y los regalos, des-confiaban de su suerte, y de la salud de la patria.

    Pero el desapiadado Catilina no desista por eso de su intento, aun viendo lasprevenciones de gente que se hacan y que Lucio Paulo le haba ya acusado por laley Plaucia de haber maquinado contra la repblica; hasta que al fin, por disimular y

    en apariencia de querer justificarse, como si hubiese sido provocado por calumnia,se present en el Senado. Entonces el cnsul Marco Tulio, o porque temiese al verle,o dejado llevar de su justo enojo, dijo una oracin elegante y til a la repblica, que

    public despus por escrito. Concluida que fue, Catilina, como era nacido para eldisimulo, puestos en el suelo los ojos, comenz en tono humilde a rogar al Senado,que no diese ligeramente crdito a lo que se deca de l: que de un nacimiento yconducta cual haba sido la suya desde su mocedad, deban por el contrario

    prometerse todo bien; ni pensasen jams que un hombre patricio, como l era, cuyosmayores y aun l mismo, tenan hechos tantos servicios a la plebe de Roma, pudieseinteresar en la ruina de la repblica, especialmente cuando velaba a su conservacin

    un ciudadano tal como Marco Tulio, que ni aun casa tena en la ciudad y aadiendoa sta otras injurias, levantan todos el grito contra l, llamndole parricida y ene-migo pblico. Entonces, furioso, prorrumpi diciendo:, Ya que mis enemigos metienen sitiado y me estrechan a queme precipite, yo har que mi incendio se apaguecon su ruina. -Y salindose arrebatadamente del Senado, se fue a su casa, donderevolviendo en su interior mil cosas (porque ni le salan bien las asechanzas quehaba puesto al cnsul, y vela que no era posible dar fuego a la ciudad por lavigilancia de las rondas) persuadido a que lo mejor sera aumentar su ejrcito y

    prevenir con tiempo lo necesario para la guerra, antes que el pueblo alistase suslegiones, partise a deshora de la noche con pocos de los suyos para los reales de

    Manlio, dejando encargado a Cetego, a Lntulo y a otros, que saba eran los msdeterminados, que afianzasen por los medios posibles las fuerzas del partido, quehiciesen por asesinar presto al cnsul y previniesen muertes, incendios y los demsestragos de la guerra civil, ofrecindoles que de un da para otro se acercara a laciudad con un poderoso ejrcito. Mientras pasaba esto en Roma, envi Cayo Manlioalgunos de los suyos a Quinto Marcio Rex con esta embajada:

    Los dioses saben y los hombres, Quinto Marcio, que ni, hemos tomado lasarmas contra la patria, ni con nimo de daar a nadie; s slo por libertar nuestras

    personas de la opresin e injuria, vindonos, por la tirana de los usureros, reducidosa la mayor pobreza y miseria, los ms fuera de nuestras patrias, todos sin crdito nihacienda, sin poder usar, como usaron nuestros mayores, del remedio de la ley, niaun siquiera vivir libres, despus de habernos despojado de nuestros patrimonios;tanta ha sido su crueldad y la del pretor. En muchas ocasiones vuestros mayores,compadecidos de la plebe romana, aliviaron su necesidad con sus decretos: yltimamente en nuestros das, por lo excesivo de las deudas, se redujo a la cuarta

    parte el pago de ellas, a solicitud de todos los bien intencionados. Otras veces lamisma plebe, o deseosa del mando o irritada por la insolencia de los magistrados,

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    tom las armas y se separ del Senado. Nosotros no pedimos mando ni riquezas, queson el fomento de todas las guerras y contiendas: pedimos slo la libertad, queningn hombre honrado pierde sino con la vida. Por esto, a ti y al Senado osconjuramos que os apiadis de unos conciudadanos infelices: que nos restituyis elrecurso de la ley, que nos quit la iniquidad del pretor, sin dar lugar a que obligados

    de la necesidad, busquemos como perdernos, despus de haber vendido bien carasnuestras vidas .Quinto Marcio respondi a esto: que si tenan que pedir, dejasenante todo las armas, fuesen a Roma y lo representasen humildemente al Senado; elcual y el pueblo romano haban siempre usado con todos de tanta mansedumbre yclemencia, que no haba ejemplar que hubiese alguno implorado en vano a favor.Catilina entretanto desde el camino escribi a los ms de los consulares y a las

    personas de mayor autoridad de Roma, dicindoles que el verse calumniosamenteacusado por sus contrarios, a cuyo partido no poda resistir, le obligaba a ceder a lafortuna y retirarse desterrado a Marsella; no porque se sintiese culpado en lo que sele imputaba, sino por la quietud de la repblica y porque de su resistencia no se

    originase algn tumulto. Pero Quinto Ctulo ley en el Senado otra carta muydiferente, la cual dijo habrsele entregado de parte de Catilina. Su copia es sta:Lucio Catilina a Quinto Ctulo. Salud. Tu gran fidelidad, que tengo bien

    experimentada, y que en mis mayores peligros me ha sido muy apreciable y grata,me alienta a que me recomiende a ti. Por esto no pienso hacer apologa de mi nuevaresolucin, sino declarrtela y sus motivos, para mi descargo, pues de nada me acusala conciencia; y esto lo puedes creer sobre mi juramento. Hostigado de variasinjurias y afrentas que he padecido, y vindome privado del fruto de mi trabajo eindustria, y sin el grado de honor correspondiente a mi dignidad, tom a mi cargo,como acostumbro, la causa pblica de los desvalidos y miserables: no porque no

    pudiese yo pagar con mis fondos las deudas que por m he contrado, ofrecindose laliberalidad de Aurelia Orestila a satisfacer con su hacienda y la de su hija aun lasque otros me han ocasionado, sino porque vea a gentes indignas en los mayores

    puestos y honores, y que a m, por solas sospechas falsas, se me exclua de ellos. Poresto he abrazado el partido de conservar el resto de mi dignidad por un camino hartodecoroso, segn mi actual desgracia. Ms quisiera escribirte, pero se me avisa quevienen sobre m. Encrgote a Orestila y te la confo y entrego, rogndote por la vidade tus hijos que la defiendas de todo agravio. Adis. Pero Catilina habindosedetenido poco tiempo en la campaa de Reate en casa de Cayo Flaminio, mientras

    provea de armas a la gente de aquellas cercanas que antes haba solicitado,encaminase a los reales de Manlio, precedido de las haces consulares y demsinsignias del imperio. Spose esto en Roma y el Senado declara luego a Catilina yManlio por enemigos pblicos, y al resto de sus gentes seala trmino, dentro delcual pudiesen sin recelo alguno dejar las armas, excepto los ya sentenciados pordelitos capitales. Manda adems de esto que los cnsules alisten gente, que Antoniosalga al instante con ejrcito en busca de Catilina y Cicern quede en guarda de laciudad., En esta ocasin me parece a m que el imperio del pueblo romano fue en

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    sumo grado digno de compasin, porque obedecindole el mundo entero,conquistado por sus armas, desde Oriente a Poniente; teniendo en sus casas paz yabundancia de riquezas, que son las cosas que los hombres ms estiman, hubo, sinembargo, ciudadanos tan duros y obstinados, que ms que gozar de estos bienes,quisieron perderse a s y a la repblica. Porque ni aun despus de repetido el decreto

    del Senado, se hall siquiera uno entre tanta muchedumbre, que llevado del intersdel premio descubriese la conjuracin o desampararse los reales de Catilina; tal erala fuerza del mal, que como un contagio se haba pegado a los ms de losciudadanos.

    Ni pensaban slo as los que tenan parte en la conjuracin; sino absolutamentetoda la plebe, llevada del deseo de novedades, aprobaba el intento de Catilina; y enesto haca segn su costumbre, porque siempre en las ciudades los que no tienen que

    perder envidian a los buenos, ensalzan a los que no lo son, aborrecen lo antiguo,aman la novedad, y descontentos con sus cosas y estado, desean que se mude todo,alimentndose entretanto de los alborozos y tumultos, sin cuidado alguno, porque en

    todo acontecimiento pobres se quedan. Pero la plebe de Roma se haba dejado llevardel torrente de la conjuracin por muchos motivos. En primer lugar, cuantos entodas partes eran sealados por sus infamias y atrevimientos; cuantos haban perdidoafrentosamente sus patrimonios; cuantos por sus excesos y delitos andabandesterrados de sus patrias, todos haban acudido a Roma como a una santina demaldades. Haba tambin muchos que acordndose de la victoria de Sila, y viendo aalgunos que de soldados rasos haban llegado a senadores y a otros tan ricos que enla ostentacin y trato parecan reyes, se prometan para s otro tanto, si tomaban lasarmas y quedaban vencedores. Fuera de esto los jvenes del campo, que hasta allhaban vivido pobremente atenidos al jornal de sus manos, convidados por las

    pblicas y privadas liberalidades, se hallaban mejor con el descanso de la ciudad,que con su desagradable antiguo ejercicio. stos y los dems que he referido, semantenan a costa de la calamidad pblica. Por lo que no es tanto de admirar queunos hombres pobres, viciosos y llenos de altas esperanzas, no mirasen mejor por larepblica que por s mismos. Por otra parte, aquellos cuyos padres en tiempo de Silahaban sido desterrados o que haban perdido sus bienes o padecido algnmenoscabo en sus privilegios, no esperaban con mejor intencin el xito de estaguerra, y generalmente cuantos no eran del partido del Senado ms queran ver larepblica revuelta que perder un punto de su autoridad; y este mal se haba, despusde muchos aos, vuelto a introducir en la ciudad.

    Porque habindose en el consulado de Cneo Pompeyo y Marco Crasorestituido a su primer estado la potestad tribunicia, suceda muchas veces queocupando este supremo magistrado gente de poca edad y de genio ardiente y fogoso,conmovan a la plebe acriminando al Senado y la inflamaban ms con susliberalidades y promesas, hacindose ellos por este medio ilustres y poderosos.Oponaseles con el mayor empeo lo ms de la nobleza, so color de favorecer alSenado; pero en la realidad por engrandecerse cada uno. Porque, para decirlo breve

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    y claro, cuantos en aquel tiempo conturbaron la repblica, afectando deseo del biencomn con coloridos honestos, unos como que defendan los derechos del pueblo,otros como por sostener la autoridad del Senado, todos ponan su principal mira enhacerse poderosos; ninguno tena moderacin ni tasa en sus porfas: unos y otrosllevaban a sangre y fuego la victoria.

    Pero despus que Cneo Pompeyo fue enviado a la guerra de mar contra lospiratas y luego contra Mitrdates, decay el poder de la plebe y se aument el dealgunos particulares. stos obtenan los magistrados, los gobiernos y los demsempleos; stos vivan impunemente y sin cuidado en medio de la prosperidad,amedrentando a los dems con los castigos, a fin de que no abusasen del tribunado

    para irritar a la plebe. Pero a la menor esperanza que hubo de novedades, volvi laantigua contienda a poner en arma aquellos nimos. Y a la verdad si Catilina hubieraquedado vencedor o a lo menos no vencido en la primera batalla, sin duda algunahubiera sobrevenido gran trabajo y calamidad a la repblica; ni los vencedoresmismos pudieran gozar por mucho tiempo de la victoria; porque hallndose ya

    debilitados y rendidos, cualquiera otro ms poderoso les hubiera quitado de lasmanos el imperio y la libertad. Pero hubo muchos que aunque no eran de laconjuracin, fueron desde el principio a unirse con Catilina. Uno de ellos fue Fulvio,hijo de senador, a quien habiendo alcanzado y hecho volver desde el camino, lemand matar su padre. En este mismo tiempo Lntulo en Roma, segn el orden quele haba dejado Catilina, iba ya por si, ya por medio de otros, solicitando a cuantos

    por sus costumbres e infortunios crea ser a propsito para novedades; sin detenerseen que no fuesen ciudadanos, sino a toda clase de gentes, con tal que fuesen de

    provecho para la guerra.Encarga, pues, a cierto Publio Umbreno que explore a los legados de los

    albroges y los induzca si pudiere a la conjuracin; esperando que lo lograrafcilmente, porque estaban sumamente adeudados por s mismos y a nombre de suciudad, y por ser de suyo los galos gente belicosa. Haba este Umbreno estado algntiempo en aquella parte de la Galia a sus dependencias, y as era conocido y conocatambin a los ms de los sujetos principales de las ciudades de ella. Con esto, sintardanza alguna, en la primera ocasin que encontr a los legados en el foro, se llega ellos, y preguntndoles ligeramente acerca del estado de su ciudad, como que secompadeca d e su desgracia, les aadi en el mismo tono de pregunta: ,Qu fincrean que podran tener tan grandes males?, y como los vio quejarse de la avariciade los magistrados, echar la culpa al Senado porque en nada les favoreca y que nohallaban otro remedio a sus trabajos que la muerte, encarado a ellos les dijo:

    Pues yo os mostrar camino para salir de todo, si sois hombres. Odo estopor los legados, entrando en grande esperanza, ruegan a Umbreno se compadezca deellos, protestndole que no habr cosa, por ardua y difcil que sea, que no estn

    prontos a ejecutar con el mayor gusto, a trueque de sacar de empeos a su ciudad.Umbreno entonces llvalos consigo a casa de Decio Bruto, la cual no distaba delforo y era sabedora de la negociacin por Sempronia, pues Bruto se hallaba a la

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    sazn ausente. Llama adems de esto a Gabinio para dar ms autoridad a sus palabras, y en su presencia descubre la conjuracin, nombrando a los que lacomponan y a otros muchos de vurias clases, que nada saban de ella, a fin deanimar a los legados, y despus que hubieron ofrecido que contribuiran a su intento,los envi para sus casas.

    Pero ellos, no obstante su promesa, dudaron mucho tiempo qu resolucintomaran. Por una parte se hallaban oprimidos de las deudas, lisonjeados de sunatural inclinacin a la guerra y con esperanza de alcanzar grandes ventajas, sivencan, Por otra, vean un partido ms fuerte, mayor seguridad en abrazarle yrecompensas ciertas en lugar de inciertas esperanzas. Pesadas por los legados estascosas, cay al fin la balanza a favor de la repblica. Vanse, pues, a Quinto FabioSanga, que era patrono de su ciudad y la favoreca mucho, y descbrenle cuantosaban. Cicern, que entendi por medio de Sanga lo que pasaba, manda a loslegados que afecten desear con grande ansia la conjuracin, visiten a los demscmplices, se lo faciliten todo y procuren que se abran y declaren con ellos lo ms

    que sea posible.Casi por el mismo tiempo hubo alborotos en la citerior y ulterior Galia, ytambin en la campaa del Piceno, en el Abruzo y en la Pulla, porque los queCatilina haba anticipadamente enviado a aquellas partes, sin acuerdo ni reflexinalguna, y como gente desatinada, todo lo queran hacer a un tiempo; y juntndose

    por las noches, transportando de una a otra parte armas, acelerndose y movindolotodo, haban ocasionado ms miedo que peligro. Ya a muchos de ellos haba el

    pretor Quinto Metelo Cler puesto en la crcel, despus de procesados de orden delSenado, y lo mismo haba ejecutado en la citerior Galia Cayo Murena, quegobernaba aquella provincia en calidad de legado.

    Pero en Roma Lntulo y los dems cabezas de la conjuracin, parecindolesque tenan bastante gente a punto, haban resuelto, que luego que llegase Catilinacon su ejrcito a la campaa de Fsulas, Lucio Bestia, tribuno de la plebe, sequerellase en una arenga al pueblo de la conducta de Cicern, atribuyendo a esteinsigne cnsul la culpa de tan funesta guerra, y que esa arenga sirviese de seal paraque en la siguiente noche el resto de la muchedumbre conjurada ejecutase cada unolo que se haba puesto a su cargo. Era, segn decan, el proyecto que Statilio yGabinio con buen trozo de gente pegasen a un mismo tiempo fuego a la ciudad pordoce partes, las ms acomodadas a su intento, que era facilitar, al favor de estealboroto, la entrada para el cnsul y para los dems a quienes queran asesinar:

    que Cetego se apostase a las puertas de la casa de Cicern y le acometieseabiertamente y los dems cada uno al suyo; que los hijos de familias, que por lamayor parte eran del cuerpo de la nobleza, matasen a sus padres; y dejando a laciudad envuelta en muertes e incendios, saliesen a unirse con Catilina. Mientras estose resolvi y dispuso, no cesaba Cetego de echar en rostro a sus compaeros sucobarda, dicindoles que con su irresolucin y largas desaprovechaban las mejoresocasiones; que en un peligro como aquel, no era menester consejo, sino manos; que

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    l mismo asaltara la corte con pocos que le ayudasen, pues los dems andaban tanremisos. Como era de natural fiero y ardiente y por otra parte hombre de gran valor,crea que todo el buen xito consista en la brevedad.

    Pero los albroges, segn la instruccin que Cicern les haba dado, se vieronpor medio de Gabinio con los dems conjurados, y pidieron a Lntulo, Cetego,

    Statilio y Casio su juramento firmado, para poderle llevar a sus conciudadanos, puesde otra suerte, decan, no sera fcil que quisiesen entrar en un negocio de tantaentidad. Los tres primeros danle sin la menor sospecha; Casio ofrece volver alldentro de poco, y prtese de Roma algo antes que los legados.A stos quiso Lntuloque acompaase un cierto Tito Volturcio Crotoniense, para que, de camino a sucasa, se viesen con Catilina y ratificasen el tratado, dndose mutuamente su palabray seguridad. Entreg adems de esto a Volturcio una carta para Catilina del tenorsiguiente:

    Cuya sta sea, te lo dir el dador. Mira bien el apuro enque ests y piensacomo hombre. Atiende a lo que tu situacin pide y vlete de todos, aun de los ms

    despreciables.Encargle adems de esto de palabra que le dijese:En qu se fundaba para noadmitir a los siervos, una vez que el Senado le haba declarado ya por enemigo? Queen Roma estaba pronto cuanto haba mandado, y que no difiriese un momento elacercarse.

    Hecho as esto, y determinada la noche en que haban de partir, Cicern,instruido de todo por los legados, da orden a los pretores Lucio Valerio Flaco yCayo Pontino, que emboscados en el puente Milvio arresten la comitiva de losalbroges. Dceles por lo claro el fin por que los enva, y que en lo dems obrensegn convenga. Ellos, como gente militar que era, apostando sin ruido alguno sus

    patrullas, cercan ocultamente el puente, segn se les haba mandado. Cuando loslegados llegaron con Volturcio a aquel sitio, levntase a un mismo tiempo el grito deambas partes. Los galos, que conocieron luego lo que era, se entregan al instante alos pretores. Volturcio al principio animando a los dems, se hace con su espadalugar entre la muchedumbre; pero vindose abandonado de los legados, despus dehaber rogado mucho a Pontino, cuyo conocido era, que le salvase la vida, temerosoy desconfiado de alcanzarla, se rinde al fin a los pretores, no de otra suerte que sifueran enemigos.

    Dase inmediatamente aviso de lo ejecutado al cnsul, el cual se vio a un mismotiempo entre una alegra y un cuidado sumo. Alegrbase al ver que, descubierta laconjuracin, quedaba la ciudad libre de peligro; pero le aquejaba la duda de lo queconvendra hacer, siendo comprendidos en tan atroz delito tantos y tan esclarecidosciudadanos. Echaba de ver que el castigarlos redundara en su dao y el disimularsera la ruina de la repblica. Pero al fin, cobrando nimo, manda comparecer ante sa Lntulo, a Cetego, a Stailio y Gabinio, y asimismo a Cepario, natural de Terracina,el cual se dispona para pasar a la Pulla a sublevar a los esclavos. Todos acuden sintardanza menos Cepario, que habiendo poco antes de avisarle salido de casa y sabido

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    que haban sido descubiertos, se escap de la ciudad. El cnsul, tomando por lamano a Lntulo (por hallarse a la sazn pretor) le lleva por s mismo al templo de laConcordia, para donde haba convocado al Senado, y manda que los dems seanconducidos con guardas al mismo sitio. All, en presencia de gran nmero desenadores, introduce a Volturcio y a los legados, y manda al pretor Flaco presentar

    la valija y cartas que haban sido interceptadas.Volturcio preguntado acerca de su viaje y de las cartas, y ltimamente del

    designio que llevaba y lo que le haba movido a ello, al principio tir a embrollarlofingiendo cosas muy distintas y hacindose el desentendido de la conjuracin; peroluego que se le mand responder bajo el seguro de la fe pblica, declralo todosegn haba pasado, y aade que l pocos das antes haba tomado aquel partido asolicitud de Gabinio y Cepario y que nada saba ms que los legados; slo s, quehaba varias veces odo a Gabinio que en este concierto entraban Publio Autronio,Servio Sila, Lucio Vargunteyo y otros muchos. Lo mismo declaran los legados. Perono contestando Lntulo, fue reconvenido con su carta y sus conversaciones en que

    deca frecuentemente: que los libros de las `Sibilas pronosticaban el reino de Romaa tres de la familia Cornelia; que los dos haban sido Cina y Sila y l era el tercero, aquien la suerte daba, que haba de apoderarse de la ciudad, y, adems de esto, queaquel era el ao veinte de la quema del capitolio; ao que los adivinos, en vista dealgunos prodigios, haban muchas veces dicho en sus respuestas, que serasangriento por guerras civiles. Leda, pues, la carta y reconocidas por todos susfirmas, mand el Senado que as Lntulo (degradado antes de su empleo) como losdems cmplices, se asegurasen sin apremio alguno en casas particulares. Lntulofue dado en guarda a Publio Lntulo Spinter, que era a la sazn edil, Cetego aQuinto Cornificio, Statilio a Cayo Csar, Gabinio a Marco Craso, Cepario (a quien

    alcanzaron en su fuga y le haban trado poco antes) a Cneo Terencio Senador.Entretanto la plebe, que con el deseo de novedades haba fomentado tanto laguerra civil en los principios, trocada enteramente, luego que se descubri laconjuracin, detestaba el designio de Catilina, pona a Cicern en las nubes y comoque se haba librado de una inminente esclavitud se ocupaba en regocijos y alegras.Porque al pronto crey que cualquier otro desorden de los que trae consigo la guerracivil, ms que dao, podra ocasionarla algn pillaje, pero el incendio desde luegovio ser cosa atroz y enorme, y que haba de serla muy funesto, pues todos sushaberes consistan en lo que consuma diariamente la ciudad en el sustento y ladecencia. El da siguiente fue llevado al Senado cierto Lucio Tarquinio, el cualdecan que yendo a encontrar a Catilina, haba sido cogido en el camino. Rsteofreci que descubrira la conjuracin, con tal que se le indultase, y siendo mandado

    por el cnsul declarar lo que supiese, dijo al Senado casi lo mismo que Volturcio delas disposiciones tomadas para quemar la ciudad y matar a los fieles a la repblica, yde la venida de los enemigos, aadiendo que le haba enviado Marco Craso paradecir a Catilina que no le acobardase la prisin de Lntulo, Cetego y otrosconjurados, y que por lo mismo se diese ms prisa en acercarse a Roma para

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    sacarlos cuanto antes del peligro y animar a los dems, Cuando oyeron nombrar aCraso, sujeto noble, riqusimo y de suma autoridad, unos tenindolo por cosaincreble, otros, bien que lo creyesen, considerando que en un tiempo como aquelconvena ms templar que irritar a un hombre tan poderoso, y los ms de ellos por

    particulares obligaciones que a Craso deban, claman a una voz que es falsa la

    declaracin de Tarquinio, y piden que se vuelva a tratar de ello en el Senado.Propnelo de nuevo Cicern y resulvese a pluralidad de votos que la noticia esfalsa y que Tarquinio se mantenga preso hasta declarar por sugestin de quin hafabricado tan enorme calumnia,,. No falt en aquel tiempo quien sospechase quePublio Autronio haba sido el inventor de aquella mquina, con el fin de que elnombre y poder de Craso y el riesgo que igualmente correra su persona, pusiesems fcilmente a cubierto a los dems. Otros decan que Tarquinio era un echadizode Cicern, por medio de que Craso alborotase la repblica, tomando a su cargo la

    proteccin de los malvados, segn tena de costumbre. Yo mismo o despus a Crasodecir pblicamente que Cicern era quien le haba puesto tan afrentosa nota.

    Pero esto se aviene mal con que en el mismo tiempo ni Quinto Catulo, ni CayoPisn pudieron conseguir de l por amistad, por ruegos ni dinero, que los albrogesu otro delator nombrasen calumniosamente a Cayo Csar, de quien ambos eranmortales enemigos; Pisn, porque Csar le haba convencido en juicio de haber porcohecho sentenciado injustamente a muerte a cierto transpadano; Catulo, porquesiendo de avanzada edad y habiendo obtenido los primeros empleos, no poda sufrirque en competencia suya se hubiese dado el pontificado a Csar, que era an mozo.Y la ocasin no poda ser mejor para autorizar la calumnia, porque Csar por suinsigne liberalidad con sus amigos y por los espectculos magnficos que haba dadoal pueblo, se hallaba sumamente adeudado. Pero al fin, desengaados de que no

    podan inducir al cnsul a tan gran maldad, ellos por s mismos (hablando a unos y aotros y fingiendo cosas que decan haber odo a Volturcio y a los albroges)conciliaron a Csar tan grande aborrecimiento, que algunos caballeros romanos delos que guardaban armados el templo de la Con-cordia, dejndose llevar de logrande del peligro o del impulso de su generosidad para acreditar ms su amor a larepblica, le pusieron al pecho las espadas al tiempo que sala del Senado.

    Mientras en l se trataban estas cosas y se acordaba la recompensa que debadarse a los legados de los albroges y a Tito Volturcio, por haberse hallado ciertassus declaraciones, los libertos y algunos ahijados de Lntulo andaban cada uno porsu lado solicitando por las calles a los artesanos y a los siervos para libertarle; otroshacan por ganar a los capataces de ciertas cuadrillas de gente agavilladas, que solaalquilarse para inquietar a la repblica. Cetego por su parte rogaba, por medio deemisarios, a sus familiares y libertos, gente escogida y abonada para cualquierarrojo, que hechos un pelotn penetrasen con sus armas hasta donde l estaba. Elcnsul, que entendi lo que se iba preparando, dispone su gente segn el tiempo ycaso pedan, junta Senado y propone en l: qu les pareca se hiciese de los queestaban presos? Ya poco antes la mayor parte de los votos los haba declarado

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    traidores a la repblica. Decio Junio Silano, que por hallarse designado cnsul fuepreguntado el primero, vot por entonces, que deban condenarse a muerte, y no sloellos, sino tambin Lucio Casio, Publio Furio, Publio Umbreno y Quinto Anio, si

    pudiesen ser habidos. Pero despus, hacindole fuerza el razonamiento de CayoCsar, dijo se conformara con el dictamen de Tiberio Nern, que era que se

    volviese a tratar el punto y entretanto se doblasen las guardas. Csar, cuando le llegsu vez, siendo preguntado por el cnsul habl de esta suerte:

    Padres conscriptos: Los que han de dar dictamen en negocios graves ydudosos deben estar desnudos de odio, de amistad, de ira y compasin. No es fcilque el nimo descubra entre estos estorbos la verdad, ni nadie acert jamssiguiendo su capricho. Prevalece el nimo, cuando se aplica libremente; si nos

    preocupa la pasin, ella domina, el nimo nada puede. Gran copia de ejemplarespudiera yo traer padres conscriptos, de reyes y repblicas que por dejarse llevar de lacompasin o del enojo tomaron resoluciones de Marco Craso para decir a Catilinaque no le acobardase la prisin de Lntulo, Cetego y otros conjurados, y que por lo

    mismo se diese ms prisa en acercarse a Roma para sacarlos cuanto antes del peligroy animar a los dems. Cuando oyeron nombrar a Craso, sujeto noble, riqusimo y desuma autoridad, unos tenindolo por cosa increble, otros, bien que lo creyesen,considerando que en un tiempo como aquel convena ms templar que irritar a unhombre tan poderoso, y los ms de ellos por particulares obligaciones que a Crasodeban, claman a una voz que es falsa la declaracin de Tarquinio, y piden que sevuelva a tratar de ello en el Senado. Propnelo de nuevo Cicern y resulvese a

    pluralidad de votos que la noticia es falsa y que Tarquinio se mantenga preso hastadeclarar por sugestin de quin ha fabricado tan enorme calumnia,,. No falt enaquel tiempo quien sospechase que Publio Autronio haba sido el inventor de aquella

    mquina, con el fin de que el nombre y poder de Craso y el riesgo que igualmentecorrera su persona, pusiese ms fcilmente a cubierto a los dems. Otros decan queTarquinio era un echadizo de Cicern, por medio de que Craso alborotase larepblica, tomando a su cargo la proteccin de los malvados, segn tena decostumbre. Yo mismo o despus a Craso decir pblicamente que Cicern era quienle haba puesto tan afrentosa.

    Pero esto se aviene mal con que en el mismo tiempo ni Quinto Catulo, ni CayoPisn pudieron conseguir de l por amistad, por ruegos ni dinero, que los albrogesu otro delator nombrasen calumniosamente a Cayo Csar, de quien ambos eranmortales enemigos; Pisn, porque Csar le haba convencido en juicio de haber porcohecho sentenciado injustamente a muerte a cierto transpadano; Catulo, porquesiendo de avanzada edad y habiendo obtenido los primeros empleos, no poda sufrirque en competencia suya se hubiese dado el pontificado a Csar, que era an mozo.Y la ocasin no poda ser mejor para autorizar la calumnia, porque Csar por suinsigne liberalidad con sus amigos y por los espectculos magnficos que haba dadoal pueblo, se hallaba sumamente adeudado. Pero al fin, desengaados de que no

    podan inducir al cnsul a tan gran maldad, ellos por s mismos (hablando a unos y a

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    otros y fingiendo cosas que decan haber odo a Volturcio y a los albroges)conciliaron a Csar tan grande aborrecimiento, que algunos caballeros romanos delos que guardaban armados el templo de la Con-cordia, dejndose llevar de logrande del peligro o del impulso de su generosidad para acreditar ms su amor a larepblica, le pusieron al pecho las espadas al tiempo que sala del Senado.

    Mientras en l se trataban estas cosas y se acordaba la recompensa que debadarse a los legados de los albroges y a Tito Volturcio, por haberse hallado ciertassus declaraciones, los libertos y algunos ahijados de Lntulo andaban cada uno porsu lado solicitando por las calles a los artesanos y a los siervos para libertarle; otroshacan por ganar a los capataces de ciertas cuadrillas de gente agavilladas, que solaalquilarse para inquietar a la repblica. Cetego por su parte rogaba, por medio deemisarios, a sus familiares y libertos, gente escogida y abonada para cualquierarrojo, que hechos un pelotn penetrasen con sus armas hasta donde l estaba. Elcnsul, que entendi lo que se iba preparando, dispone su gente segn el tiempo ycaso pedan, junta Senado y propone en l: qu les pareca se hiciese de los que

    estaban presos? Ya poco antes la mayor parte de los votos los haba declaradotraidores a la repblica. Decio Junio Silano, que por hallarse designado cnsul fuepreguntado el primero, vot por entonces, que deban condenarse a muerte, y no sloellos, sino tambin Lucio Casio, Publio Furio, Publio Umbreno y Quinto Anio, si

    pudiesen ser habidos. Pero despus, hacindole fuerza el razonamiento de CayoCsar, dijo se conformara con el dictamen de Tiberio Nern, que era que sevolviese a tratar el punto y entretanto se doblasen las guardas. Csar, cuando le llegsu vez, siendo preguntado por el cnsul habl de esta suerte:

    Padres conscriptos: Los que han de dar dictamen en negocios graves ydudosos deben estar desnudos de odio, de amistad, de ira y compasin. No es fcil

    que el nimo descubra entre estos estorbos la verdad, ni nadie acert jamssiguiendo su capricho. Prevalece el nimo, cuando se aplica libremente; si nospreocupa la pasin, ella domina, el nimo nada puede. Gran copia de ejemplarespudiera yo traer, padres conscriptos, de reyes y repblicas que por dejarse llevar dela compasin o del enojo tomaron resoluciones muy erradas; pero ms quieroacordaros lo que nuestros mayores, sabiamente, y con grande acierto, ejecutaron envarias ocasiones contra lo que les dictaba su pasin. En la guerra de Macedonia quetuvimos con el rey Perseo, la ciudad de Rodas, grande y opulenta, que deba susaumentos al favor del pueblo romano, nos fue desleal y contraria, pero despus que,concluida la guerra, se trat qu debera hacerse de los rodios, pareci a nuestrosmayores dejarlos sin castigo, por que no se dijese que sus riquezas, ms que lainjuria, nos haban hecho tomar las armas. Asimismo en las tres guerras pnicas,habiendo los cartagineses en tiempo de paz y treguas hecho muchas veces cosasindignas de contarse, jams los nuestros, aun brindados de la ocasin, quisieronimitarlos, porque no miraban tanto a lo que podan justamente hacer, como a lo quecorresponda a su decoro. Pues esto, esto mismo debis vosotros, padres conscriptos,mirar atentamente, no sea que la maldad de Publio Lntulo y de los dems reos se

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    haga ms lugar en vuestros nimos que vuestra dignidad; ni tiris ms a desahogar laira, que a mantener la reputacin de vuestro nombre. Porque si en la realidad sehallase castigo correspondiente a su delito, me allano desde luego a la novedad quese propone, pero si excede su maldad a cuanto pueda discurrirse, a qu finapartarnos de lo que tienen establecido nuestras leyes? Los ms de los que han

    votado hasta ahora se han lastimado con grande afectacin y pompa de palabras dela desgracia que amenaza a la repblica, contndonos menudamente cun cruelguerra sera sta y cuntas las calamidades de los vencidos, que seran robadas lasdoncellas y los nios, arrancados los hijos del regazo de sus madres, las matronasexpuestas al desenfreno de los vencedores, los templos y las casas saqueadas, que nohabra sino muertes e incendios, y ltimamente que se llenara todo de armas, decadveres, de sangre y de lamentos. Pero, por los dioses inmortales, a qu propsitoesto? Acaso para irritaros contra la conjuracin? Por cierto, que harn gran fuerzalas palabras a quien no la hiciese la realidad de un hecho tan atroz. No es esto, pues,sino que a nadie parecen pequeas sus injurias, y que muchos las llevan ms all de

    lo justo. Pero no todo, padres conscriptos, es permitido a todos. Los que viven unavida privada y oscura , si alguna vez se arrebatan de la ira, lo saben pocos, ellos ysus cosas se ignoran igualmente; pero a los que obtienen el mando y estn en grandealtura, nadie hay que no les observe hasta los hechos ms menudos, y as en lamayor fortuna hay menos libertad de obrar. Ni apasionarse ni aborrecer pueden;

    pero mucho menos airarse, porque lo que en particular sera ira, en ellos se tiene porsoberbia y crueldad. Yo, pues, conozco bien, padres conscriptos, que en la realidadno hay castigo que iguale a sus maldades; pero las gentes por lo comn se acuerdanslo de lo ltimo que vieron, y olvidndose del delito de los malhechores, murmurande la pena, si es algn tanto rigurosa. Cuanto ha dicho Decio Silano, varn de

    esfuerzo y entereza, me consta haberlo dicho por el bien de la repblica, y que no escapaz de obrar en un negocio tan grave por enemistad o por favor; tales son suscostumbres, tal su moderacin, que conozco a fondo, pero su dictamen me parece,no digo cruel (porque contra hombres tales, qu habr que pueda serlo?), sino ajenodel espritu de nuestra repblica. Porque a la verdad, oh Silano, slo el miedo a larepblica vindicta te ha podido inducir, hallndote cnsul designado, a establecer ungnero de castigo desconocido en nuestras leyes. Del miedo es ocioso hablar,habiendo tanta gente en armas, por la oportuna providencia de nuestro insignecnsul. En cuanto al castigo, pudiera yo decir lo que hay en ello: que para losinfelices la muerte, lejos de ser pena, es descanso de sus trabajos, que con ellaexpiran los males todos y que despus no queda ya lugar al gozo ni al cuidado. Pero,

    por los dioses inmortales, por qu no aadiste a tu voto, que antes de darles muertefuesen azotados? Acaso porque lo prohibe la ley Porcia? Pues no menos prohibenotras leyes que a los ciudadanos romanos, aun despus de condenados, se les quite lavida, permitindoles que salgan desterrados. Acaso por parecerte los azotes penams dura que la muerte? Qu pena, habr, pregunto, que pueda llamarse cruel odemasiadamente dura contra hombres convencidos de un crimen tan enorme? Si al

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    contrario, porque es pena ms leve? Mal se aviene que la ley se observe en lo quees menos, y que en lo principal se traspase y atropelle. Pero quin podr reprender,me dirs t, cualquiera resolucin que se tomase contra unos parricidas de larepblica?

    Quin? El tiempo, el da de maana, la fortuna, que gobierna los

    acaecimientos humanos por su antojo. A ellos por mucho que se les castigue, se lotendrn bien merecido, pero vosotros, padres conscriptos, mirad lo que al mismotiempo vais a resolver contra los dems. Cuantos abusos vemos, tuvieron buen

    principio, pero si viene a caer el mando en manos de ignorantes o malvados, elnuevo ejernplar que se hizo con los merecedores y dignos de castigo, se extiende alos que no lo son. Los lacedernonios, despus de haber vencido a los de Atenas, les

    pusieron treinta sujetos que gobernasen su repblica. stos en los principios acualquiera que vean pernicioso y malquisto, lo sentenciaban a muerte sin hacerlecausa, de lo que el pueblo se alegraba y deca que era muy bien hecho; pero despusque poco a poco fue esta libertad tomando ensanches, mataban indistintamente a

    buenos y malos por su antojo, llenando de terror a los dems. De esta suerte laciudad esclava y oprimida pag muy bien la pena de su necia alegra. Cuando ennuestros das Sila, dueo ya de todo, mand matar a Damasipo y a otros tales que sehaban engrandecido a costa de la repblica, quin hubo que no lo celebrase?Decan todos que se lo tenan bien merecido unos hombres turbulentos y malvados,que haban inquietado a la repblica con sediciones y tumultos. Pero esto fue origende gran calamidad, porque despus lo mismo era codiciar alguno la casa o heredad;no aun tanto, la alhaja o el vestido ajeno que procurar se desterrase a su dueo. Deesta suerte los mismos que en la muerte de Damasipo se haban alegrado, pocodespus eran arrastrados al suplicio; ni ces la carnicera hasta que Sila llen de

    riquezas a los suyos. No es decir que yo tema esto siendo Marco Tulio cnsul o ennuestros tiempos, pero como en una ciudad grande, cual esta es, hay muchos y muydiversos modos de pensar, puede otro da, puede en el consulado de otro, que tengatambin ejrcito a su mando, adoptarse alguna siniestra idea por verdad. Si entonces,

    pues, el cnsul autorizado con este ejemplar y con un decreto del Senado, llegase adesenvainar la espada, quin habr que le contenga o le ponga coto? Nuestrosmayores, padres conscriptos, nunca estuvieron faltos de prudencia ni valor, pero nose desdeaban por eso de imitar lo que les pareca bien en las leyes y gobierno deotros pueblos. La armadura militar y las lanzas las tomaron en la mayor parte de lossanmitas, las insignias de los magistrados de los etruscos, y en una palabra, cuantoen cualquiera parte fuese entre confederados o enemigos, encontraban til, todo lotrasladaban con el mayor cuidado a su repblica; queriendo ms parecerse quedespreciar a los buenos. Esto hizo tambin que adoptasen por el mismo tiempo lacostumbre de Grecia, castigando con azotes a los ciudadanos, y una vez condenados,con el ltimo suplicio. Pero despus que fue creciendo la repblica y con lamuchedumbre de ciudadanos se engrosaron los partidos, caan en el lazo los que no

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    tenan culpa y se hacan muchas tropelas. Para atajarlas se public entonces la leyPorcia y otras, en que se permite a los reos que salgan desterrados.

    Esta razn, padres conscriptos, es en mi juicio de grandsimo peso para que nose haga novedad. Sin duda los que de tan cortos principios tanto engrandecieron elimperio, tendran ms caudal de valor y sabidura que nosotros, que apenas sabemos

    conservar lo que ellos tan justamente adquirieron. Pero qu? Pensis por esto quejuzgo que se les suelte y que se aumente con ellos el ejrcito de Catilina? De ningnmodo, sino que sus bienes se confisquen, sus personas se repartan y aseguren en lascrceles de aquellos municipios que son ms fuertes y poderosos, que nadie

    proponga al Senado ni trate con el pueblo acerca de ellos, y si de hecho alguno lointentare, que el Senado desde luego le declare por enemigo del bien comn y de larepblica.

    Habiendo Csar acabado de decir, los senadores de palabra y de otros modosaprobaban entre s su parecer. Pero Marco Porcio Catn, sindole pedido sudictamen, habl de esta suerte:

    Muy de otro modo pienso yo, padres conscriptos, cuando considero nuestrasituacin y los peligros que nos cercan, Y especialmente cuando reflexiono los votosque acabo de or a algunos. stos, a mi entender, no han tratado sino del castigo delos que han intentado la guerra contra su patria, sus padres, sus aras, y sus hogares;

    pero el caso, ms que consultas sobre la pena de los reos, pide que pensemos elmodo de precavernos de ellos. Porque otros delitos no se castigan hasta despus deejecutados; ste, si no se ataja en los principios, una vez que suceda, no hay adondeapelar; perdida la ciudad, ningn recurso queda a los vencidos. Pero, por los diosesinmortales, con vosotros hablo que habis siempre tenido en ms que a la repblica,vuestras casas, heredades, estatuas y pinturas; si queris mantener, tales cuales son

    estas cosas, a que tan asidos vivs; si queris gozar tranquilamente de vuestrosdeleites, despertad una vez y atended a la defensa de la repblica. No se trata porcierto ahora de tributos, ni de vengar injurias hechas a nuestros confederados; trtasede nuestra libertad y nuestra vida, que estn a canto de perderse. Muchas veces,

    padres conscriptos, he hablado y largamente en este sitio, muchas he declamadocontra el lujo y la avaricia de nuestros ciudadanos, con lo que me he granjeadohartos desafectos. Como ni a m mismo me hubiera yo perdonado, en caso de habercometido o intentado algn exceso, tampoco me acomodaba fcilmente a disculparlos ajenos, atribuyndolos a la ligereza de sus autores. Y aunque vosotros ningncaso hacais de mis palabras, la repblica se mantena firme, su opulenciasobrellevaba este descuido. Pero hoy no se trata de reforma de costumbres, ni de loslmites o de la magnificencia del imperio romano; sino, si todas estas cosas sean envuestro aprecio cuales fueren, han de permanecer nuestras o pasar, juntamente connosotros, a poder de los enemigos. Y hay a vista de esto, quien tenga aliento paratomar en boca la mansedumbre y la piedad? Ha mucho que se han perdido en Romalos verdaderos nombres de las cosas, porque el derramar lo ajeno se llamaliberalidad, el arrojarse a insultos y maldades, fortaleza; a tal extremo ha llegado la

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    repblica. Sean, pues, enhorabuena liberales (ya que as lo llevan las costumbres)con la hacienda de los confederados, no con nuestra sangre. Sean piadosos con losladrones del erario, pero por salvar la vida a cuatro malhechores no quieran arruinaral resto de los buenos. Poco antes Cayo Csar habl en este lugar con grandelicadeza y artificio de la vida y de la muerte, teniendo, a lo que parece, por falso lo

    que nos cuentan del infierno; es, a saber, que los malos, por diferente rumbo que losbuenos, son destinados a unos lugares tristes, incultos, horribles y espantosos; yconforme a esto concluy diciendo, que se les confisquen las haciendas y sus

    personas se repartan por las crceles de los municipios, no sea que si quedan enRoma los cmplices de la conjuracin el populacho ganado por dinero los saque porfuerza de la prisin, como si slo hubiese gente malvada en Roma y no sucediera lomismo en toda Italia; o no fuese ms de temer una violencia, donde hay menoresfuerzas para oponerse a ella. Por cuya razn es poco sano este consejo, si Csarrecela algo de parte de los conjurados; pero si slo l deja de temer, cuando estntodos tan posedos del terror, tanto ms conviene que yo tema; y no slo por m, sino

    por vosotros. Tened, pues, por cierto que lo que resolviereis contra Publio Lntulo ylos dems reos, lo resolvis al mismo tiempo contra el ejrcito entero de Catilina ycontra los conjurados; que cuanto con ms calor y aplicacin tratis este negocio,tanto decaern ellos de nimo, y que por poco que vean que aflojis, os insultarncon ms orgullo. No juzguis que nuestros mayores engrandecieron con las armas su

    pequea repblica. Si fuese as, mucho ms floreciente estuviera ahora, que tenemosms ciudadanos y aliados, y adems de esto ms copia de armas y caballos quetuvieron ellos. Otras cosas los hicieron grandes de que nosotros enteramentecarecemos: es, a saber, en la paz la aplicacin a los negocios, en tiempo de guerra elgobierno templado y justo, la libertad en dar dictmenes sin miedo ni pasin. En

    lugar de esto reina en nosotros el lujo y la avaricia, el pblico exhausto, losparticulares opulentos; queremos ser ricos y huimos el trabajo; no hay diferencia delbueno al malo; la ambicin lleva los premios debidos a la virtud. Ni puede ser otracosa, puesto que en vuestras resoluciones nadie mira sino por s; que en vuestrascasas servs a los deleites y placeres, aqu a vuestra codicia o al favor. De dondenace, que desamparada la repblica, la invade cualquiera por su antojo. Perodejemos esto. Conspiraron unos ciudadanos principalsimos a abrasar la patria;llamaron por auxiliares a los galos, mortales enemigos del nombre romano; tenemosa su caudillo con un ejrcito sobre nosotros, y an ahora estis sin resolveros,dudando qu haris de los enemigos cogidos dentro de vuestras murallas. Digo queos apiadis de ellos, porque son unos jvenes que no tienen ms delito que habersedejado llevar de la ambicin, y aun aado que los dejis ir armados. Yo s que estaintempestiva mansedumbre y piedad, cuando otro da tomen las armas, se convertiren vuestra ruina. A la verdad el apuro es grande, bien lo conocis, pero afectis notener miedo. SI, temis, y mucho; mas por vuestra inaccin y flojedad, esperndoosel uno al otro, tardis en resolveros, fiados, a lo que parece, en los dioses inmortales,que en otras ocasiones libraron a esta repblica de grandsimos peligros. Tened,

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  • 8/3/2019 La Conjuracion de Catilina Salustio

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    pues, entendido que no se logra el favor de los dioses con votos ni plegarias demujeres; que cuando se vela, se trabaja y consulta desapasionadamente, todo sale

    bien; pero si nos abandonamos a la pereza y desidia, es ocioso clamar a los dioses:nos son entonces adversos y contrarios. En tiempo de nuestros mayores, AuloMa