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Tras las puertas del presente Mi vida ha sido muy larga, y como todos, yo también he cambiado. Aunque nadie pueda creerlo, he aprendido mucho de las miles de personas que he conocido, su historia es parte de la mía y yo formo parte de la suya. Algunos me recuerdan con cariño, otros sienten nostalgia al pensar en mí, y muchos más probablemente prefieren bórrame de su memoria. Pero algo que todos tienen en común es que una vez que me conocieron, su vida cambió para siempre. Podría relatar una infinidad de recuerdos desde que el presidente Porfirio Díaz abrió mis puertas el 2 de Septiembre de 1899, pero voy a contarte una historia que te hará reflexionar. Aún recuerdo cuando Erika tomó su maleta, corrió por el pasillo del segundo piso y llorando salió por mis puertas, abandonando sus sueños, sus ilusiones y a su gran amor, Iván. Pero no quiero adelantarme. Empezaré desde un año antes, cuando todo comenzó. Era el año 1974 y todo el personal trabajaba duro en los preparativos de una gran fiesta que organizó mi dueño, el Señor Saba, para recibir el nuevo año. Mientras caminaba elegantemente, supervisaba todas las actividades.

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Tras las puertas del presente

Mi vida ha sido muy larga, y como todos, yo también he cambiado. Aunque nadie pueda creerlo, he aprendido mucho de las miles de personas que he conocido, su historia es parte de la mía y yo formo parte de la suya. Algunos me recuerdan con cariño, otros sienten nostalgia al pensar en mí, y muchos más probablemente prefieren bórrame de su memoria. Pero algo que todos tienen en común es que una vez que me conocieron, su vida cambió para siempre.

Podría relatar una infinidad de recuerdos desde que el presidente Porfirio Díaz abrió mis puertas el 2 de Septiembre de 1899, pero voy a contarte una historia que te hará reflexionar.

Aún recuerdo cuando Erika tomó su maleta, corrió por el pasillo del segundo piso y llorando salió por mis puertas, abandonando sus sueños, sus ilusiones y a su gran amor, Iván. Pero no quiero adelantarme. Empezaré desde un año antes, cuando todo comenzó.

Era el año 1974 y todo el personal trabajaba duro en los preparativos de una gran fiesta que organizó mi dueño, el Señor Saba, para recibir el nuevo año. Mientras caminaba elegantemente, supervisaba todas las actividades.

–Bueno, señoras y señores, el gran baile debe ser todo un éxito. Vendrán muchas personas de renombre y todo tiene que estar impecable. ¿Está lista la decoración de las escaleras?

–Sí señor, está lista– dijo una vocecita a lo lejos.

–¿Y los pisos?

–Brillan como nuevos señor.

–¿Cómo vas con la iluminación, Juan?

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–Terminaré pronto–, respondió nervioso.

–¡Necesito que termines ahora! – exclamó el señor Saba.

Después de su recorrido por el lobby, se dirigió a mi cocina para aprobar el menú de la gran fiesta.

Finalmente todo estaba listo. El candelabro que cuelga en la entrada, resplandecía y contrastaba con la alfombra roja que cubría mis escaleras. Había flores de muchos colores que adornaban las mesas; el mármol de mis pisos y de mis muros brillaba. La herrería que complementa mi decoración sostenía guirnaldas que despedían un aroma relajante y todo esto estaba coronado por mi magnífico vitral de colores.

Los invitados comenzaron a llegar, todos vestidos a la usanza de la época del Porfiriato. Las mujeres llevaban vestidos en colores claros de lino o algodón, con encajes, corsé, una amplia crinolina y lujosas joyas rodeaban sus cuellos. Por su parte, los hombres llevaban trajes que se conocen como Frac de color negro, sombrero de copa, guantes blancos que combinan con la camisa y un bastón que le da el toque especial a su atuendo.

El señor Saba les daba la bienvenida en la entrada y todos le admiraban lo bien que se veía especialmente esa noche, a lo que él siempre respondía:

–La llegada de un nuevo año es como el arribo de una nueva vida. Hay que recibirla de una manera adecuada.

Todos sonreían al escuchar esto. Cuando por fin estuvieron sentados, el Señor Saba pasó al centro de la pista y dijo:

–Gracias a todos por venir, es un honor tenerlos aquí. Hoy celebraremos un nuevo comienzo. Disfruten de este hermoso lugar, de la música, de la

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compañía y del rico banquete que nos preparó nuestro querido Chef, Francesco.

Todos aplaudieron y los músicos comenzaron a tocar mientras que los meseros vestidos muy elegantes llevaban la comida a las mesas.

Después de la cena, el baile comenzó; no era el baile moderno que tú conoces, era al estilo francés del siglo XIX, el estilo favorito del General Porfirio Díaz. Todos se divertían mucho, se escuchaban risas por doquier. Las mujeres agitaban los abanicos y los hombres galantemente las invitaban a bailar. De pronto algo llamó mi atención. En una de las mesas estaba sentada una jovencita con vestido blanco que hacía resaltar su hermosa tez morena y su cabello negro, largo y ondulado. Ella miraba a los demás con sus ojos alegres y sonreía al ver cómo se divertían. Extrañamente nadie se acercaba para bailar con ella, a excepción de un señor mayor con mucho porte y elegancia.

–¿Muy bonita fiesta, no cree, señorita?- le preguntó con voz dulce.

–Por supuesto que sí señor- respondió ella con una gran sonrisa.

–Mi nombre es Delfino- dijo mientras estiró su mano

–Mucho gusto señor, yo me llamo Erika.

–Ahhh– suspiró Delfino– Esto me recuerda a cuando era joven y asistía a elegantes bailes con mi hermosa Isabel.

–¿Era parecido a esto señor?- dijo curiosamente Erika.

–Más bien esto es parecido a aquellos tiempos; pero ya tendremos oportunidad de hablar de ello. Por ahora quisiera saber si me concedería el honor de bailar conmigo–. Se levantó y le ofreció su mano, extendida con la palma hacia arriba.

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Erika se sentía muy avergonzada porque no sabía bailar y sus mejillas se enrojecieron, pero Delfino la convenció y ya en el centro de la pista, ella se divirtió aprendiendo tanto como Delfino disfrutó enseñándole a bailar.

Un joven alto que los había estado observando, se acercó.

–Disculpen la interrupción, pero es mi turno de bailar con la señorita- dijo amablemente.

–Por supuesto que si caballero, diviértanse- dijo Delfino.

Levantó ligeramente el sombrero, le dio la mano de Erika y tomó asiento en una de las mesas cerca de la pista junto al Señor Saba.

Después de bailar por un tiempo, cuando los músicos dejaron de tocar y ellos sintieron que ya no podían más, se sentaron en la misma mesa. Ambos hablaban de lo mucho que se estaban divirtiendo.

–Yo pensé que estaría muy aburrido cuando mi madre me dijo que nos habían invitado a un baile al estilo del Porfiriato, pero todo lo contrario. Creo que este lugar es mágico, parece que en verdad entras a una época distinta.- Dijo Erika mientras me observaba.

–Es hermoso- respondió el joven.

Seguían extasiados cuando los interrumpió la madre de Erika.

–Erika, ¿quién es tu amigo?- preguntó con tono serio.

Erika titubeó porque no lo sabía, así que el joven respondió.

–Mi nombre es Iván.

–Mucho gusto Iván, yo soy la madre de Erika y me temo de que ya es hora de que se despidan. Ya nos tenemos que ir.

Erika le pedía a su madre que la dejara estar más tiempo en la fiesta, pero Iván, al enterarse de que se hospedarían aquí, la animó al decirle

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que él también se hospedaría con su familia y sus hermanos dentro de mis muros.

Ambos sonrieron, se despidieron tímidamente y la joven se fue detrás de su madre mientras él se reunió con su familia.

** ** **

Al día siguiente, todo estaba en orden como todos los días. Erika se levantó temprano, se arregló y salió de prisa a la cafetería que se encuentra en mi lobby para encontrarse con Iván, pero al llegar ahí, él no estaba.

Mientras recorría el lugar con la mirada, vio en el fondo a dos hombres mayores y uno de ellos levantaba la mano, haciéndole señas. Ella se acercó.

–Buenos días señor Delfino.

–Buenos días Erika. Quisiera presentarle a mi amigo de toda la vida, Martín

Ella estrechó la mano del caballero.

–Mucho gusto Erika, precisamente estábamos hablando de usted. Delfino me dijo que había conocido a una jovencita encantadora en el baile y ahora me doy cuenta de que decía la verdad.

–Muchas gracias, son ustedes muy amables, pero por favor, háblenme de tú.

Continuaron disfrutando del desayuno, platicaban de muchas cosas y de vez en cuando, Erika miraba alrededor para ver si aparecía Iván, pero nunca llegó.

Cuando terminaron, salieron de la cafetería y se dirigieron al lobby. Iván entraba con su hermana. Su mirada se cruzó con la de Erika, sus ojos

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brillaron y ambos se sonrojaron. Sin embargo, ella se sentía un poco molesta por la tardanza de Iván pero no dijo nada, su felicidad opacaba su enojo. Iván se acercó a ellos y Erika los presentó.

–Mucho gusto señores. Les presento a mi hermana, Maya.

Ella ágilmente le dio un beso en la mejilla a cada uno y le dijo a Erika con una gran emoción:

–Es un gusto conocerte. Mi hermano no ha parado de hablar de ti desde anoche.

Erika se sonrojó.

–Nos dirigíamos a la terraza, ¿gustan acompañarnos? Íbamos a contarle a Erika cómo eran los bailes en nuestros tiempos–, dijo Martín.

Iván y Maya aceptaron. Todos subieron a mi elevador antiguo que los llevó a mi terraza; se sentaron en una mesa desde la cual podía verse con claridad el Zócalo. Para acompañar la charla, todos pidieron un café y luego de admirar la vista por un momento, Delfino rompió el silencio.

–Todo ha cambiado tanto–, dijo con nostalgia, –¿Recuerdas cómo era todo Martín?

–Jamás podría olvidarlo–, respondió.

Los tres jóvenes tenían mucha curiosidad por saber cómo era todo, así que les preguntaron.

–Bueno, antes que otra cosa, no había gente corriendo con prisa todo el tiempo y sin disfrutar de las maravillas que hay en este lugar. Tampoco había tantos coches yendo a toda velocidad. Antes, hermosas jardineras rodeaban la bandera; las mujeres, con hermosos vestidos y sombreros amplios, iban del brazo de un caballero. Se saludaban unos a otros cortésmente…

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–Todos disfrutaban de los maravillosos edificios que había mandado a construir el presidente de aquellos años-, interrumpió Martín. –Ahora sólo los extranjeros vienen y los admiran, mientras que nuestra propia gente los maltrata-, dijo con tristeza.

–¿Ya existía éste hotel? –, preguntó Maya.

–Por supuesto que sí-, dijo Delfino. –Pero en ese entonces no era un hotel; era conocido como el Centro Mercantil, la tienda departamental más grande, más importante y más lujosa de toda Latinoamérica.

Cuando dijo esto todos lo miraron con admiración y continuó.

–Han visto las iniciales CM en la entrada, flanqueada por dos leones? ¿O acaso las han visto en el vitral? – preguntó.

–Sí– contestó Iván–. Hacen referencia a la Ciudad de México, ¿no es así? –, preguntó.

–No, precisamente se refieren al Centro Mercantil, un hermoso lugar en el que la gente adinerada venía a comprar–.

–Mismo lugar en el que conocimos a Josefina e Isabel–, dijo Martín.

Los tres jóvenes los miraron al mismo tiempo y se podía percibir en sus rostros tristeza y nostalgia.

–Bueno Martín, no hay que contarles historias tristes a estos muchachos, ya habrá tiempo de hacerlo, por ahora sigamos disfrutando de la vista y de este delicioso café con un pedacito de pastel.

Estaban tan entretenidos que podían seguir hablando, pero los días son muy cortos y la tarde los alcanzó rápidamente. Iván y Maya bajaron a encontrarse con sus padres, mientras que Erika, apresurada, corrió con su madre, pues estaría preocupada. Cuando llegó a la habitación le dijo:

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–Erika, ¿dónde estabas? –, preguntó muy molesta–. De seguro estabas con ese muchachito Iván.

–Mamá, cálmate. Estaba platicando con el señor Delfino, el señor Martín, Iván y su hermana, Maya.

–Más te vale que sea cierto porque he estado muy preocupada.

–¿Y por qué no saliste a buscarme? Es porque siempre trabajas mamá.

–Bueno ya–. Respondió su madre–. No quiero seguir discutiendo.

Erika, muy molesta, salió de la habitación y se dirigió a la terraza. Admiraba los hermosos edificios iluminados cuando Iván la sorprendió y le preguntó qué le sucedía

–Es por mi madre, discutimos un poco.

–¿Quieres contarme?

–Es por la única razón de siempre. Siempre quiso que fuera como ella, una empresaria exitosa; pero no seguí sus pasos, yo decidí estudiar Arte. Ahora cree que puede controlar mi vida a pesar de que ya tengo 22 años.

–Bueno, te entiendo, pero no vale la pena estar así en los pocos momentos que se ven, ¿no crees? ¿Qué te parece si salimos?, podemos ir a cenar.

Erika aceptó. Pasaron por unos pastelillos a una panadería de tradición llamada La Ideal; recorrieron las calles y vieron hermosos edificios como el Palacio de Bellas Artes, el Palacio Postal, la famosa Casa de los Azulejos, y mis vecinos La Catedral y el Palacio Nacional. Juntos fueron descubriendo las bellezas que guarda el Centro Histórico. Te preguntarás cómo sé todo esto, yo que, como inmueble estoy atado a un

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mismo espacio, bueno pues escuché cuando Iván entusiasmado le contaba a Maya lo maravillosa que había sido su noche junto a Erika.

-Iván, ¿te das cuenta de lo que está sucediendo?, preguntó con seriedad. Pocas veces se le veía así, pues siempre estaba sonriendo y encantaba bromear.

-¿Qué?-, preguntó Iván desconcertado.

-¡Estás enamorado de ella!- gritó muy emocionada.

** ** **

Pasaron unos cuantos meses y la vida de los cinco había cambiado completamente. Erika y Maya se hicieron grandes amigas; Martín y Delfino encontraron en ellos a los nietos que siempre quisieron y el amor que sentía Iván por Erika crecía con cada día que pasaba. Después de muchas pláticas y de muchos paseos, decidieron estar juntos, a pesar de la oposición de su madre.

Un día Delfino y Erika se encontraban en la terraza. Él leía el periódico mientras que ella leía una novela, cuando de pronto ella preguntó:

-Señor Delfino, ¿por qué es tan difícil cumplir nuestros sueños?

-Bueno, eso depende de cuáles sean y de cuánto empeño pongas en cumplirlos.

-Pues mis sueños son ser una gran profesionista, viajar y algún día casarme con un buen hombre, formar una familia y, sobretodo, ser muy feliz.

-Me alegra que quisieras ser una gran profesionista. En mis tiempos, las mujeres sólo se dedicaban al hogar. Y lo de casarse y de formar una familia, es con el tiempo. No quieras correr antes de caminar. Primero Iván tiene que hablar con tu mamá y pedirle permiso de estar contigo,

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bueno, eso hacíamos en mis tiempos. Tienen que conocerse, saber cómo son el uno y el otro antes de dar el siguiente paso. El matrimonio no es cualquier cosa y mucho menos formar una familia, debes estar preparada. Y para ser feliz, tienes que aprender a vivir la tristeza, el enojo, las decepciones… para poder valorar la alegría porque no existen unas sin las otras.

-¿Y usted tiene sueños señor Delfino?- Preguntó Erika.

Delfino rio y dijo:

-Mi niña, ya soy un hombre viejo, esas cosas ya no son para mí; pero siempre quise ser maestro de baile.

-Pero, señor Delfino, no se necesita edad para soñar. Se necesitan ganas de querer hacer las cosas que más anhelamos, usted mismo lo dijo. A veces la gente mayor debería aprender del joven a arriesgarse a hacer las cosas sin miedo a lo que pueda suceder. Tanto los jóvenes como la gente mayor, tenemos la libertad de perseguir nuestros sueños. Tan sólo imagine cuántos de ellos están guardados en este lugar, probablemente algunos se cumplieron y otros sólo quedaron suspendidos en el tiempo.

Después de que le dijo eso, le dio un tierno beso en la mejilla y se fue. Las palabras de Erika dieron vueltas en la cabeza de Delfino el resto del día.

** ** **

En mi Gran Salón toda la gente del hotel se reunía para pasar el tiempo, algunos jugaban al billar, otros más disfrutaba de una buena charla acompañada con una copa de vino a o algunos preferían el ajedrez, como Martín e Iván.

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Mientras jugaban, platicaban de muchas cosas cuando de pronto salió al tema Erika:

-Dime Iván, tengo curiosidad. ¿Qué sientes por Erika?

Iván se desconcertó un poco, pues no esperaba esa pregunta. Después de pensar qué es lo que iba a responder, dijo tímidamente:

-La verdad, es algo que no puedo explicar. Desde el día que la vi por primera vez con su hermoso vestido blanco, no pude sacarla de mi mente. Después bailé con ella y sentí que ya no quería irme de su lado; deseaba que ese momento durara para siempre.

Martín, con una ligera sonrisa en su rostro, lo miraba como si conociera ese sentimiento. Después de escucharlo, le dio consejos a Iván sobre la vida y el amor.

–Me alegra que sientas cosas tan hermosas por Erika. Tienes que prometerme que pase lo que pase, siempre vas a cuidar de ella, así como yo lo hice con mi amada Josefina.

Después de dar un trago a su bebida, continuó:

–Este maravilloso lugar ha sido testigo de muchas historias como la tuya y como la mía. ¡Imagina todo lo que contaría el edificio si pudiera hablar!– exclamó. Estos inmuebles tienen un gran valor porque son testigos del pasado; debemos cuidarlos y atesorarlos–. Dijo firmemente.

Iván seguía pensando en lo que Martín le había dicho, cuando Maya llegó muy emocionada a contarles que el Señor Saba estaba organizando una pequeña fiesta para celebrar el Día de Muertos.

Tú sabes que esta tradición mexicana es muy valiosa. He escuchado que en algunos lugares es más importante que la navidad; además es muy admirada por los extranjeros.

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Nuevamente, el personal se apresuraba a tener todo listo para la fiesta en mi Gran Salón. Las mesas las decoraban con papel picado y en el centro colocaban un arreglo de flores de cempaxúchitl con velas alrededor. Esta vez la comida no se serviría en la vajilla elegante de la fiesta pasada sino en una de barro muy hermosa.

Cuando finalmente todo estaba en orden, los huéspedes comenzaron a llegar. Algunos niños estaban disfrazados, mientras que los adultos iban elegantemente vestidos.

Erika y Maya llegaron juntas, ambas vestidas de Catrina. Se acercaron a una mesa colocada cerca de la entrada, en la que había calaveritas de dulce, pan de muerto, chocolate caliente en tacitas de barro para acompañarlo, dulce de calabaza y otras delicias típicas de estas celebraciones.

Cuando se dirigían a sus lugares llegaron Martín, Delfino e Iván, vestidos de Catrines. Los cinco se sentaron en una misma mesa y platicaban de lo hermoso que habían decorado el Gran Salón.

Después de que el Señor Saba les dio una cálida bienvenida a todos los presentes, disfrutaron de un rico banquete preparado por Francesco, el Chef.

El baile no puede faltar en una fiesta mexicana. Delfino y Maya se divertían mucho en el centro de la pista, mientras que Martín disfrutaba la charla con otros invitados. Iván y Erika, sentados en la mesa, recordaban su primer baile. Platicaban, reían, bailaban, cuando de pronto ambos se quedaron en silencio, se miraron a los ojos y se dieron un tierno beso.

Maya había bailado mucho tiempo y, por primera vez desde que la conocí, estaba totalmente agotada. Decidió buscar a su hermano para que se fueran juntos a su habitación pero nunca lo encontró, ni a él, ni a

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Erika. Debido a esto, Martín y Delfino la acompañaron y después se fueron a sus respectivos cuartos.

A la mañana siguiente, Maya, Delfino y Martín estaban desayunando cuando Iván llegó y se sentó junto a ellos. Tenía un aspecto radiante, sus ojos brillaban y sonreía más que otros días. Todos lo notaban pero nadie decía nada, hasta que finalmente Maya rompió el silencio.

–¿Dónde estabas anoche Iván? Te estuve buscando para regresar al cuarto pero no te encontré.

Iván se sonrojó.

–Acompañé a Erika a su habitación porque ya estaba muy cansada y su madre me invitó a pasar. Cuando nos dimos cuenta ya era muy tarde y me fui–, dijo muy nervioso.

–¿Su madre te invitó a pasar? Pero si ella te odia–, respondió Maya y todos se rieron.

Después de desayunar, fueron por Erika y juntos salieron a caminar por el Centro Histórico.

******

Los paseos, las pláticas y las fiestas tuvieron que esperar, pues el final de semestre estaba cerca y los jóvenes tenían mucho por hacer. Sin embargo, Erika e Iván estaban más unidos que nunca. A pesar de que él estudiaba Ingeniería y ella Arte, todas las tardes se reunían para hacer tarea en la cafetería de mi lobby, después comían y en la noche se iban a sus habitaciones.

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Mientras ellos estaban apurados con sus obligaciones, Delfino y Martín jugaban ajedrez, subían a la terraza a tomar café o a leer el periódico, salían a caminar, pero nada era lo mismo sin los jóvenes.

–Sin los muchachos me siento más viejo– dijo Delfino.

–Es cierto, ellos me inyectan juventud. Ya los extraño–. Respondió Martín.

Después de todo un mes de presiones, desvelos y cansancio, llegaron las anheladas vacaciones. Los chicos se sentían relajados y tenían muchos planes para hacer junto con Martín y Delfino. Pero Erika se sentía diferente, algo había cambiado en ella y los demás lo notaron.

Al principio todo era felicidad, pero como fueron pasando los días, ella se comportaba de una manera extraña. Ya no pasaba tanto tiempo con Iván, casi siempre se la pasaba en su habitación. En una ocasión Delfino le comentó:

–Erika te noto diferente, ¿sucede algo malo? ¿Has tenido muchos problemas con tu madre?

–No señor Delfino, todo está muy bien– respondió Erika.

Pero Delfino estaba seguro de que algo raro pasaba a pesar de que ella siempre le decía que estaba bien.

Una noche él y Martín no querían ir a dormir, así que decidieron subir a la terraza a observar los edificios vecinos iluminados, acompañados de un café.

Al llegar ahí, vieron a Erika llorando en una de las mesas completamente sola, pues no había nadie en la terraza. Delfino y Martín preocupados se acercaron a preguntarle qué sucedía:

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–¡Erika! ¿Qué sucede?– preguntó Martín, al mismo tiempo que la abrazaba.

–¿Te peleaste con tu madre o con Iván? –, preguntó Delfino, pero ella respondió que no.

–¿Entonces qué pasa? –, preguntó de nuevo Martín con voz dulce.

–Estoy… embarazada– respondió entre sollozos.

Ambos se sorprendieron mucho, no podían creerlo. La sorpresa de Delfino pronto se volvió enojo.

–¡Erika por qué lo hiciste! Tenías todo un futuro por delante y ahora echas todo a la basura; el esfuerzo de tu madre, tu propio esfuerzo para llegar hasta donde estás. ¿Te das cuenta?

Erika lloró aún más. Martín miró a Delfino y le dijo:

–Tú, amigo mío, eres el menos indicado para decirle esas cosas. ¿Acaso ya olvidaste lo que pasó con Isabel? – dijo con tono severo.

Delfino, se quedó callado, guardó la calma y se sentó. Inmediatamente le pidió una disculpa por su reacción y le dijo:

–Te voy a contar mi historia. Cuando Martín y yo éramos muy jóvenes entramos a trabajar al Centro Mercantil; nos encargábamos de acomodar la nueva mercancía y de atender a los clientes. En una ocasión conocimos a Isabel y Josefina, dos hermanas cuyos padres eran funcionarios del gobierno. Ese día iban de compras, pues asistirían a un evento de gran envergadura y tenían que ir resplandecientes. Nuestro jefe nos asignó a ellas para atenderlas. Yo me enamoré de Isabel al verla; era de piel morena clara, debajo de su sombrero elegante llevaba su cabello negro sujeto por un listón, y su vestido se le veía hermoso. Cuando te vi la primera vez me recordaste a ella; tenía los mismos ojos alegres y una sonrisa encantadora que nadie podía quitarle. Josefina iba

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de un lado a otro con tanta gracia que contagiaba de alegría a los demás. Pero lo que más las hacía bellas es que no hacían diferencia entre la gente adinerada y los que no lo eran, como nosotros; trataban a todos por igual, eran humildes, carismáticas, nobles de corazón.

Volvieron en varias ocasiones y todos esos días bastaron para que nos enamoramos perdidamente; pero como era de esperarse, sus padres no lo aceptaban. Salimos por mucho tiempo los cuatro a escondidas. Nos enseñaron a vestir de una manera distinta, otras costumbres que no conocíamos y de vez en cuando nos llevaban a bailes elegantes. Todo era perfecto, sentíamos que teníamos el mundo en nuestras manos y que nada podía separarnos.

Sin embargo, la aventura terminó cuando Isabel quedó embarazada. Al principio podía ocultarlo; yo le prometí que me haría cargo de ambos y ella con dulzura aceptó. Pero no pasó mucho tiempo cuando sus padres se dieron cuenta. Muy molestos me buscaron, su padre nos enfrentó a Martín y a mí y nos dijo que jamás permitiría que sus hijas estuvieran con alguien como nosotros. No pude ver a Isabel el resto del embarazo.

Un día, mientras trabajábamos, llegó un señor con un bebé recién nacido entre sus brazos, se acercó y me dijo:

– ¿Usted es Delfino Saba?

Yo respondí que sí, me dio al bebé y continuó:

–Tenga a su hijo y no vuelvan a acercase a las señoritas nunca más.

Erika lo interrumpió y le preguntó asombrada.

–¿Usted es el padre del Señor Saba?

–Así es. Después de ese día, jamás volvimos a ver a Isabel y a Josefina. El dolor era inmenso pero tenía una parte de ella. Tenía por quién luchar, nuestro pequeñito que no tenía la culpa de nada. Nunca pude

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perdonarme que por mi culpa, la historia de amor de Martín y Josefina terminara, sin embargo, mi amigo si pudo perdonarme y siempre quiso a mi hijo como si fuera de él. Ambos seguimos trabajando en el Centro Mercantil hasta que cerró sus puertas en 1958. Permaneció cerrado durante diez años pero nosotros no podíamos perder el lugar en donde conocimos el verdadero amor, ese lugar que nos hacía sentir cerca de nuestras amadas. Trabajamos duro, le enseñamos a mi pequeño todo lo que Isabel y Josefina nos habían enseñado a nosotros y cuando ahorramos el dinero suficiente, compramos el edificio.

Después, cuando se había anunciado que las olimpiadas del 68 se celebrarían en México, creímos que sería una buena inversión hacerlo hotel para que la gente que asistiera al evento pudiera hospedarse ahí. Los trabajos de remodelación duraron un año y elegimos hacerlo al estilo de la época del Porfiriato porque fue la época que marcó nuestras vidas, a pesar de que ya no duró tanto.

Nunca le habíamos contado a nadie esta historia porque no queríamos que nadie supiera nuestro pasado y pudiera hacerle daño a mi hijo.

¿Ahora entiendes el por qué mi molestia?

–Más que molestia, es preocupación–, dijo Martín.

Erika, aún con lágrimas en los ojos, les dio las gracias por compartir su pasado con ella y por preocuparse.

–Ustedes son el padre que nunca tuve y los amo con todo mi corazón. No se preocupen, encontraré la solución a todo esto. Y por favor, no le digan nada a Iván todavía.

Les dio un beso en la mejilla y se fue a su habitación, pues había sido un día muy difícil. Martín y Delfino se fueron a dormir muy preocupados por la situación en la que se encontraba su querida niña.

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Una hora más tarde, Erika tomó su maleta, corrió por el pasillo del segundo piso y llorando salió por mis puertas, abandonando sus sueños, sus ilusiones y a su gran amor, Iván.

******

Al día siguiente Iván bajó a la cafetería de mi lobby junto con Maya para encontrarse con Erika. Alejandro, uno de los recepcionistas, se acercó a ellos y les dijo:

–Caballero, la señorita Erika dejó una carta para usted.

Iván le agradeció y ambos siguieron su camino un poco desconcertados.

Al llegar al Café, se reunieron con Martín y Delfino. Iván leyó la carta en silencio y salieron lágrimas de sus ojos. Maya le preguntó qué tenía y él dijo:

–No puedo creer que me hiciera esto. ¡Se fue! –, exclamó.

Todos estaban confundidos a pesar de que Martín y Delfino sabían la razón de su huida. Iván continuó:

–Dice que tuvo problemas con su madre otra vez y la corrió, pero lo que más me duele es que dice que conmigo no iba a encontrar la felicidad que ella soñaba. Ella nunca me amó. ¡Odio este lugar, maldito el día que la conocí! –, gritó con dolor.

Martín muy molesto por lo que había escuchado, se levantó.

–¡Ella está esperando un hijo tuyo! Tenía miedo de decírtelo porque pensaba que arruinaría tu vida, por eso se fue y tú te atreves a decir que no te amaba. Jamás vuelvas a decir que odias este lugar porque en él viviste lo mejor que te ha pasado en la vida. Gracias a este lugar la conociste, aquí se enamoraron y ahora forma parte de tu historia. Valóralo como tal.

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Maya, aún sin poder creerlo, consoló a su hermano y le dijo:

–Ve buscarla y lucha por ella. Si es cierto que su madre la corrió, no tiene a dónde ir.

Justo cuando Maya le estaba diciendo esto, Erika iba entrando al Café. Cuando Iván la vio, corrió hacia ella, le dio un fuerte abrazo y le dijo que él jamás la dejaría sola. Ella se disculpó por lo que había escrito en la carta y le aclaró que todo era mentira. Ella jamás había sido tan feliz como lo había sido con él y lo amaba con todo su ser.

Cuando terminaron de platicar, Erika e Iván subieron a mi elevador y se dirigieron a la habitación de los padres de Ivan y ella llamó a su madre para que escucharan la nueva noticia. Todos se pusieron contentos y, para su sorpresa, también la madre de Erika. Este era el comienzo de su nueva vida.

******

Después de un tiempo, todo volvía a tomar su curso. Un día, Maya, Delfino y Martín estaban sentados en la terraza, leyendo y tomando café como de costumbre. Erika e Iván los sorprendieron y se sentaron con ellos como antes.

–Tenemos que decirles algo importante–, dijo Erika con una gran sonrisa.

–Ahora que ya nació la bebé, hemos decidido bautizarla y que tú, Maya, seas la madrina–.

Maya gritó muy emocionada y corrió a abrazarlos.

–¿Y ya decidieron el nombre? –, preguntó Martín.

Ambos dijeron que sí, se miraron, sonrieron y respondieron:

–Se llamará Josefina Isabel

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De pronto, Delfino y Martín sonrieron dulcemente y lágrimas rodaron por sus mejillas.

Pero no eran las únicas noticias que tenían.

–También queremos decirles que nos gustaría casarnos en este lugar, donde todo comenzó. Señor Delfino me gustaría que usted me entregara y Señor Martín, queremos que usted sea el padrino de Iván-, dijo Erika.

Ambos aceptaron muy contentos.

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Después de un año de preparativos, el personal nuevamente se apresuraba a tener todo listo para una gran fiesta. Esta vez no sería una fiesta para recibir un nuevo año, tampoco era la celebración de alguna fecha en específico; esta vez sería la boda de Iván y Erika.

Todos los invitados estaban sentados. Maya llevaba en sus brazos a la pequeña Josefina Isabel. Por otro lado, Iván, viendo hacia la puerta, vestía un traje tipo Frac a la usanza del Porfirito y a su costado estaba Martín elegantemente vestido. Todos esperaban la llegada de la novia.

La canción con la que bailaron por primera vez Iván y Erika comenzó a sonar y en la puerta apareció ella, con un vestido blanco que resaltaba su hermosa tez morena, y Delfino iba vestido como le había enseñado su amada. Antes de que comenzara la ceremonia, Erika miró a Delfino y le dijo:

–Justo ahora estoy cumpliendo mi sueño, señor Delfino. Es hora de que usted persiga el suyo.

Él sonrió y juntos caminaron hacia el altar.

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Te preguntarás por qué decidí contarte este recuerdo y por qué no otro de los tantos que tengo. La respuesta es simple: es una historia que me marcó para siempre y creo que es necesario compartirla contigo.

Gracias a Martín, Delfino, Erika, Iván y Maya, comprendí que lo que nos hace importantes a nosotros los inmuebles, no sólo es nuestra arquitectura o nuestro gran tamaño. Son las historias de las personas que hemos conocido las que nos llenan de un gran valor, desde nuestros creadores hasta la última persona que ha entrado por nuestras puertas. Como dije antes, sus historias son parte de la nuestras y nosotros formamos parte de las suyas. Una vez que nos conocen, su vida cambia para siempre.

La próxima vez que visites a uno de nosotros, recuerda observar bien todo; nuestra arquitectura, nuestra decoración, el lugar en el que nos encontramos y la gente que nos visita. Una vez que lo hayas hecho, conocerás nuestro valor y quisiera pedirte un favor: cuídanos, porque nosotros somos una puerta abierta del presente para conocer el pasado.