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 GUERRA Y REVOLUCIÓN: LA EDAD DE ORO DEL ANARQUISMO ESPAÑOL Julián Casanova L os li br os de historia ayudan a c omp render el pasado pero suel en resistir ma l el pas o del tiempo. Unos años después de su publicación -y algunos ni eso-, permanecen sólo en el recuerdo de un grupo de estudiosos cada vez más reducido. La ausencia de seminarios y debates que existe en nuestras universidades, las escasas o nulas  pretens ion es lit er ar ias de mu chos histo ria dores y el vac ío de teo ría his tór ica en el que estamos inmersos, no pueden ser nunca buenos compañeros de una disciplina interesada en reconstruir el pasado pero también en ser una fuente de inspiración para examinar el presente. Con este panorama, no es extraño que la necesaria relación entre el escritor y el lector, el historiador y el estudiante, no funcione. Existen algunos temas, no obstante, que escapan a simple vista a esa penosa realidad. La Guerra civil parece ser uno de ellos. Desde su estallido, atrajo la atención -e inventiva- de los observadores contemporáneos, fue fuente de inspiración literaria y en sólo unas décadas se ha convertido en un campo de estudio con una enorme  pro du cció n biblio grá fica. A un qu e las v ers ion es sim pl ifi ca do ra s e ideoló gicas do m in a ron hasta fechas muy recientes, es evidente que el influjo de la historiografía angloamericana a partir de los años 60, el fin del control ideológico de la dictadura, la divulgación de nuevas fuentes y la aparición de estudios de historia local y regional, han proporcionado la posibilidad de derrumbar algunos de los principales mitos  pro pag and ístic os y de in tro du ci r nu evo s pl an te am ie nt os en la invest igació n. Existe n todavía notables lagunas. Pero hay que reconocer que, pese a sus limitaciones, es difícil encontrar otro período de nuestra historia contemporánea que haya suscitado tanta reflexión y confrontación de ideas. 1 D e l  relato  mi l i tant e  a  l a  hi stor i a  aca démi ca Con algunas diferencias significativas, los estudios sobre el movimiento libertario en aquellos años han seguido una trayectoria similar. Desde el principio, fueron los  pr op ios mi lita nte s los que as um ier on la ta rea de n ar ra r esas luc has rev olu cio nar ias . Aquélla era una coyuntura única, ansiada, sin precedentes y, por consiguiente, digna de ser propagada. Si algo tenían en común esas descripciones era la pobreza de recursos materiales -cosa no sorprendente si se tienen en cuenta las condiciones en que se elaboraron-, la ausencia de análisis crítico y la parcialidad con que fueron 1 Una g uía general de los materiales para el estudio de es e período en Juan García Durán,  La guer ra  civil española: Fuentes (Archivos , bibliografía y fi lm o g ra fía),  Crítica, Barcelona, 1985. El cincuentenario del estallido de la guerra dio lugar a numerosos coloquios y congresos con resultados muy desiguales. No es éste el lugar para hacer una valoración apresurada pero, en cualquier caso, no parece que todas esas reuniones hayan aportado nuevos conocimientos. Buen ejemplo de ello son  L a I I Re bli ca: Una es pe ra nza fru str ada .   Ac tas de l Congre so Val encia Ca pi tal de la Re bli ca (ab ril 1986), Alfons el Magnanim, Valencia, 1987 y Socialismo y guerra civil,  Fundación Pablo Iglesias, Madrid, 1987. 63

Guerra y Revolución. La edad de oro del anarquismo español - Julián Casanova

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GUERRA Y REVOLUCIN: LA EDAD DE ORO DEL ANARQUISMO ESPAOLJulin Casanova

L o s libros de historia ayudan a comprender el pasado pero suelen resistir mal el paso del tiempo. Unos aos despus de su publicacin -y algunos ni eso-, permanecen slo en el recuerdo de un grupo de estudiosos cada vez ms reducido. La ausencia de seminarios y debates que existe en nuestras universidades, las escasas o nulas pretensiones literarias de muchos historiadores y el vaco de teora histrica en el que estamos inmersos, no pueden ser nunca buenos compaeros de una disciplina interesada en reconstruir el pasado pero tambin en ser una fuente de inspiracin para examinar el presente. Con este panorama, no es extrao que la necesaria relacin entre el escritor y el lector, el historiador y el estudiante, no funcione. Existen algunos temas, no obstante, que escapan a simple vista a esa penosa realidad. La Guerra civil parece ser uno de ellos. Desde su estallido, atrajo la atencin -e inventiva- de los observadores contemporneos, fue fuente de inspiracin literaria y en slo unas dcadas se ha convertido en un campo de estudio con una enorme produccin bibliogrfica. Aunque las versiones simplificadoras e ideolgicas domina ron hasta fechas muy recientes, es evidente que el influjo de la historiografa angloamericana a partir de los aos 60, el fin del control ideolgico de la dictadura, la divulgacin de nuevas fuentes y la aparicin de estudios de historia local y regional, han proporcionado la posibilidad de derrumbar algunos de los principales mitos propagandsticos y de introducir nuevos planteamientos en la investigacin. Existen todava notables lagunas. Pero hay que reconocer que, pese a sus limitaciones, es difcil encontrar otro perodo de nuestra historia contempornea que haya suscitado tanta reflexin y confrontacin de ideas. 1

D e l r e l a t o m i l i t a n t e a l a h i s t o r ia a c a d m i c a

Con algunas diferencias significativas, los estudios sobre el movimiento libertario en aquellos aos han seguido una trayectoria similar. Desde el principio, fueron los propios militantes los que asumieron la tarea de narrar esas luchas revolucionarias. Aqulla era una coyuntura nica, ansiada, sin precedentes y, por consiguiente, digna de ser propagada. Si algo tenan en comn esas descripciones era la pobreza de recursos materiales -cosa no sorprendente si se tienen en cuenta las condiciones en que se elaboraron-, la ausencia de anlisis crtico y la parcialidad con que fueron

1 Una gua general de los materiales para el estudio de ese perodo en Juan G arca Durn, La guerra civil espaola: Fuentes (Archivos, bibliografa y film ografa), Crtica, Barcelona, 1985. El cincuentenario del estallido de la guerra dio lugar a numerosos coloquios y congresos con resultados muy desiguales. No es ste el lugar para hacer una valoracin apresurada pero, en cualquier caso, no parece que todas esas reuniones hayan aportado nuevos conocimientos. Buen ejemplo de ello son La II Repblica: Una esperanza frustrada. Actas del Congreso Valencia Capital de la Repblica (abril 1986), Alfons el Magnanim, Valencia, 1987 y Socialismo y guerra civil, Fundacin Pablo Iglesias, Madrid, 1987.

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escritas. Parcialidad no slo anarquista, sino en favor de las posiciones concretas defendidas por cada uno. La guerra haba tenido un dramtico y triste final, y el largo exilio serva de reflexin pero tambin para purgar las posibles responsabilidades en el pasado. U na lectura de los libros de Horacio M artnez Prieto y Juan Garca Oliver -p o r seleccionar dos polos opuestos del mismo m ovim iento- puede ilustrar esa aseveracin. 2 Lo que podan haber sido autobiografas sinceras, con las que seguir la trayectoria de la CN T, se convirtieron en cnticos a la honradez personal, repletos de acusaciones contra aquellos com paeros que propugnaban opciones distintas. No todo lo que se haca desde el exilio, sin embargo, eran memorias o testimonios superficiales. A comienzos de la dcada de los 70 Csar M artnez Lorenzo y Jos Peirats vean publicadas sus versiones mucho ms slidas de la misma historia. En la prim era de ellas, encontramos -a l margen de una oculta admiracin filial hacia Horacio M. Prieto- la prim era reflexin seria sobre una de las cuestiones ms escabrosas y menos queridas de la historiografa libertaria. La de Jos Peirats es la obra mejor docum entada que ha salido de la pluma de un militante. Una historia institucional, cuyo objetivo principal es relatar las gestas del movimiento, que ha servido de soporte a numerosos trabajos posteriores. Sus lmites son tambin eviden tes: el camino descriptivo que escoge desde las primeras pginas deja escaso margen a la interpretacin y los anarquistas puros -pues tambin hay traidores y reformistasacaban siendo los mximos representantes de la bondad y virtudes verdaderas frente a la corrupcin de burgueses, fascistas y com unistas. 3 Hasta los aos finales del franquismo hubo escasas posibilidades de liberar a esa historia de algunas de las premisas construidas por las interpretaciones militantes. Los primeros historiadores profesionales -o personas reconocidas en el mundo acadmi co- que hicieron su aparicin en ese campo de estudio fueron, como era lgico, extranjeros. Siguiendo los pasos de autores que, como Franz Borkenau y Gerald Brenan, haban intentado dar una dimensin poltica y social a la explicacin del conflicto blico, Bum ett Bolloten y sobre todo John Brademas dirigieron sus preocu paciones hacia el estudio del anarcosindicalismo y su influencia revolucionaria en la sociedad espaola. En el caso de Bolloten, sus argumentos se volvan contra la supuesta legitimidad de sus intenciones. Al preparar este volumen me he guiado solamente por el deseo de revelar la verdad , declaraba en el prlogo a la primera edicin, donde citaba incluso a Cervantes para mostrar su conviccin de que los historiadores deban ser exactos, fieles y parciales. En realidad, su feroz anticom u nismo no era la mejor receta para seguir con firmeza ese camino. El libro caus un desproporcionado impacto en los ambientes universitarios angloamericanos, fue utilizado por los polticos de la derecha espaola -Fraga Iribame escribi el prlogo en la prim era edicin al castellano- y levant mltiples recelos entre los muchos historiadores espaoles. Lo que queda intacto de l es una abundantsima docum enta cin que ha servido de punto obligado de referencia a investigadores posteriores. En2 H oracio M a r t n e z P r ie t o , E l anarquism o espaol en la lucha poltica, Pars, 1966 y Juan G arca O l iv e r , E l eco de los pasos. R uedo Ibrico, Barcelona, 1978. 3 Csar M. L o r e n z o , L o s anarquistas espaoles y el poder. 1868-1969. Pars, R uedo Ibrico, 1972 y Jos P e i r a t s , La C N T en la revolucin espaola. Ruedo Ibrico, Pars, 1971 (3 tomos). Las acusaciones m utuas entre anarquistas y com unistas que se vierten en todas esas obras desde el exilio superan los m rgenes lgicos de un tradicional enfrentam iento. Las versiones com unistas tam poco ahorran calificativos cuando se trata de juzgar la actuacin libertaria. Ejemplos m uy significativos son los de Jess H e r n n d e z , Rojo y Negro. Los anarquistas en la Revolucin Espaola. La Espaa C ontem pornea, M xico, 1949, o la obra elaborada p o r una com isin del PCE y presidida por Dolores Ibarruri, Guerra y revolucin en Espaa. 1936-1939, Ed. Progreso, M osc, 4 tom os (1 9 6 6 , 1967, 1971 y 1977).

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John Brademas, por el contrario, estn todos los ingredientes de la historiografa poltica angloamericana sobre la G uerra civil: cuidado formal, solidez documental y renuncia -al menos en apariencia- a tomar posiciones para poder as lograr la mayor objetividad posible. El suyo no es un estudio de la sociedad espaola de los aos 30 -com o lo es por ejemplo el de Gabriel Jackson- pero se ha convertido en la nica obra general escrita por un historiador profesional sobre el anarcosindicalismo en la Segunda Repblica y en la prim era fase de la guerra. 4 Desde su publicacin en Espaa han pasado casi quince aos, un perodo en el que se han producido cambios substanciales en los estudios sobre el anarquismo. Como era previsible, la muerte de Franco no supuso de forma inmediata la crisis de la historiografa militante. Por el contrario, en los aos finales de la dcada de los 70 algunas editoriales especializadas inundaron el mercado de libros que no haban podido ver la luz antes. Los viejos dirigentes anarquistas se lanzaron a relatar sus experiencias y el tema de las colectivizaciones comenz a atraer a los estudiosos. Los resultados fueron muy desiguales. En trminos generales nos hallamos ante la reproduccin de viejos tpicos y de vicios ya sealados. No conviene, no obstante, despreciar demasiado sus mritos. Mientras que trabajos como los de Abad de Santilln o las polmicas memorias de Garca Oliver han ayudado a conocer mejor algunos aspectos de la ideologa y prctica libertarias, las obras de Leval y Mintz sobre las colectivizaciones han servido de fundamento a algunas aproximaciones ms sofisticadas sobre esa m ateria. 5 Si se examinan detalladamente, podr comprobarse que las deficiencias de sus argumentos no residen en la falta de informacin, ni en la tenaz defensa de los principios anarquistas, sino en que no proporcionan las claves para entender la evolucin del movimiento libertario y su relacin con la sociedad y la poltica de esa coyuntura blica. Para llegar a ellas, era preciso revisar las lneas fundamentales de esa historiografa y proporcionar nuevos planteamientos metodolgicos. Una tarea asumida casi siempre por historiadores jvenes que ha basado sus conocimientos en la localizacin de una docum entacin hasta entonces no explorada. Los caminos elegidos han sido mltiples, raramente coordinados, y proceden de dos fuentes principales de inspiracin: el enfoque ideolgico o el anlisis de los aspectos polticos y econmico-sociales de la revolucin. A las propuestas tericas de organizacin social elaboradas por los libertarios en los aos treinta dedica especial atencin la obra de Xavier Paniagua. En su inmersin

4 El relato contem porneo de Franz Bo r k e n a u , The Spanish C okpit (Faber and Faber, London, 1937) fue publicado en castellano en R uedo Ibrico, Paris, 1971. U na obra como la de G erald B r e n a n , The Spanish Labyrinth (Cambridge U niversity Press, 1943), tuvo que esperar tam bin veinte aos para ver la prim era edicin en castellano (Ruedo Ibrico, Paris, 1962). La obra original de B um ett Bo l l o t e n , The Grand Cam onflage (1961) fue editada p o r Luis de Caralt, Barcelona, 1961. En la versin posterior, am pliada y actualizada, se le cam bi el ttulo au nque se m antienen los principales argum entos: The Spanish Revolution. The Left and the Struggle fo r Power during the Civil War, Chapel H ill, 1979 (traduccin al castellano en Grijalbo, Barcelona, 1980). La o bra de John B ra d em a s a que nos referimos es A narcosindica lismo y revolucin en Espaa (1930-1937), A riel, Barcelona, 1974. 5 Vase Juan G arca O liver , E l eco de los pasos; Diego A bad de Santilln , E l anarquism o y la revolucin en Espaa. Escritos 1930/38, A yuso, M adrid, 1976 y Por qu perdim os la guerra. Una contribucin a la historia de la tragedia espaola, Plaza & Jans, Barcelona, 1977; G astn L eval , Colectividades libertarias en Espaa, A guilera, M adrid, 1977 (prim era edicin en Proyeccin, Buenos Aires, 1972) y Frank M intz , La autogestin en la E sp a a revolucionaria, La Piqueta, M adrid, 1977. De los logros y limites de esa historiografa sobre las colectivizaciones he tratado en Las colectividades cam pesinas turolenses: U n panoram a bibliogrfico dem asiado restringido , en Encuentro sobre historia contempornea de las tierras turolenses, Instituto de Estudios Turolenses, T eruel, 1986, pp. 252-254.

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B u e n a v e n tu ra D urruti en M adrid, 1936. (F oto de R obert Capa)

en el terreno de la historia de las ideas, Paniagua descubre los principales argum entos de las distintas tendencias doctrinales: desde el com unalism o agrarista de Federico U rales a la elaboracin industrialista y ms com pleja de A bad de Santilln, pasando por concepciones sim plistas com o la de Isaac P u en te. 6 Un necesario punto de partida que dejaba la va abierta a un nuevo enfoque que perm itiera contrastar ese pensa m iento explcito con las actitudes y com portam ientos polticos adoptados por el m ovim iento libertario. Reconocer, en definitiva, que una cosa es la articulacin interna de la ideologa com o conjunto de representaciones ideales y otra muy distinta su proyeccin prctica. La aplicacin de ese enfoque al contexto sociohistrico de la G uerra civil constituy una de las intenciones prim ordiales de m i estudio sobre anarquism o y revolucin en A ragn. La otra, definir con exactitud el carcter de las transform acio nes socioeconm icas en la zona republicana, presentaba m uchos puntos en com n con los trabajos de Luis G arrido y A urora Bosch. En los tres casos se optaba por la historia local - o regional- com o m todo de anlisis y se rom pa con la visin optim ista que sobre las colectivizaciones haban difundido los anarquistas. 7 Es

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6 X av ier P a n ia g u a , L a so cie d a d libertaria. A g ra rism o e in dustrializacin en el anarquism o espaol (1930-1939), C rtic a , B arcelona. 1982. Introducciones al p en sam ien to de algunos dirigentes anarcosindicalis tas del p ero d o p u e d en verse ta m b i n en el estudio p re lim in a r de A n to n io Elorza a la obra ya citada de A b a d d e S a n t i l l n , E l a n a rq u ism o y la revolucin en E spaa, y en los de Pere G abriel a Joan P e ir , Escrits. 1917-1939. E d icio n s 6 2 , B arcelona, 1975 y a Federica M o n t s e n y , E scrits politics, La G aya C iencia, B arcelona, 1979. 7 Luis G a r r i d o , C olectividades agrarias en A ndaluca: Ja n (1931-1939). Siglo X X I, M adrid, 1976; A u ro ra B o s c h , U getistas y libertarios. Guerra civil y revolucin en el Pas Valenciano, 1936-1939, Institu ci n A lfo n so el M ag n n im o , V alencia, 1983, y J u li n C a s a n o v a , A n a rq u ism o y revolucin en la

evidente que tal form a de abordar la historia no est exenta de peligros: un conocim iento excesivam ente especializado que puede conducir al olvido o ignorancia de la totalidad en el que est inm erso ese espacio reducido y una exposicin prolija y abrum adora de datos insignificantes que acaban en ocasiones desconcertando al lector. Pero historia local no significa necesariam ente -co m o algunos in terp retan proclividad al localismo. Cuando va acom paada de interpretacin, de un estudio crtico de las fuentes y de una utilizacin precisa de conceptos, puede convertirse en un instrum ento valiossimo para la reconstruccin del pasado. Una va interm edia o, si se prefiere, una com binacin del anlisis ideolgico y de los aspectos socioeconm icos, la hallam os en W a lth e r L. Bernecker. Junto a una indiscutible profundizacin en el aparato conceptual, hay en su obra -ed itad a en nuestro pas cuatro aos ms tarde que en A lem an ia- notables errores de interpreta cin debidos, en mi opinin, a la ausencia de puntos de vista crticos en la aceptacin de las fuentes anarquistas. No es de extraar, partiendo de tal actitud, que su planteam iento m onoltico ayude poco a explicar las causas y naturaleza de esas transform aciones revolucionarias y que sus argum entos apenas difieran, en definitiva, de los desarrollados por autores com o Peirats, Leval o M in tz. 8 As, el nico libro al que puede colocarse la etiqueta de estudio general del anarquism o en la guerra m uestra un evidente contraste entre la solidez y el rigor de sus conocim ientos tericos -vase por ejemplo la exposicin que hace de las versiones anarquista y com unista sobre los cambios socioeconm icos- y la im precisin al em itir juicios sobre aquella realidad histrica. Estamos, sin duda, ante una prueba evidente de que la sntesis entre los datos especficos aportados por las investigaciones locales y las apreciaciones generales es una tarea com pleja y m uy difcil de realizar en un am biente intelectual donde no abundan precisam ente las posibilidades de com unicar - y co m p artirproblem as metodolgicos e inquietudes tericas com unes. Esa sntesis supone un im portante desafo para futuros estudios. A m ostrar algunos de los posibles cam inos para llegar a ella, dedicarem os las lneas finales del presente artculo. A hora, es el m om ento de hacer una breve valoracin a este rpido recorrido bibliogrfico. 9 La emergencia, en la ltim a dcada de la historia acadm ica en los estudios sobre anarquism o y G uerra civil ha contribuido a m ejorar sensiblemente los conocim ientos

sociedad rural aragonesa, 1936-1938, Siglo X X I, M ad rid , 1985. V ase tam bin N atividad R o d r ig o , L as colectividades agrarias en C a stilla -L a M ancha, Servicio de P ublicaciones de la Ju n ta de C om unidades de C astilla-L a M ancha, T oledo, 1985. De los principales p ro b lem as form ulados p o r la bibliografa especfica ap arecid a sobre estos tem as en los ltim o s aos, he tra ta d o en Las colectivizaciones , en L a guerra c iv il , H istoria 16, vol. 16 (julio 1987), pp. 42-62. U n a d escrip ci n del am b ien te que rode a la revolucin en C atalu a puede verse en E nric U c e la y d a C a l , L a C a ta lunya populista. Im atge, cultura i poltica en l'eta p a republicana (931-1939), La M agrana, B arcelona, 1982, pero el origen de sus argum entaciones est, en mi opinin, en el anlisis q u e hace del perodo a n te rio r a la guerra y su valoracin escapa, p o r consiguiente, a este trabajo. 8 W alther L. B e r n e c k e r , C olectividades y revolucin social. E l a narquism o en la guerra civil espaola, 1936-1939, C rtica, B arcelona, 1982. P o r supuesto, n adie est a salvo de errores pero la critica no va dirigida ta n to h acia los descuidos irrelevantes -q u e los hay y m u c h o s- com o a los argum entos q u e inspiran su in terp retaci n . U n a am pliacin d e ta llad a de este ra z o n am ien to la he d a d o en L a s colectividades cam pesinas turolenses, pp. 255-257. 9 En l se han om itido, p o r n o considerarlas de especial inters, las referencias que en to m o al a n arq u ism o aparecen en las obras generales sobre la G u e rra civil. U n a excepcin a esa regla la constituye R o n ald F r a s er , R ecurdalo t y recurdalo a otros. H istoria de la guerra civil espaola, C rtica, B arcelona, 1979, especialm ente p o r su original form a de a p ro v e ch a r los testim onios orales en el relato de las ex p erien cias libertarias. T a m p o c o se incluyen, dadas las caractersticas de esta exposicin, trabajos sobre aspectos parciales del m o v im ien to libertario com o los de M ary N ash ( M ujeres Libres ), Jess Lpez S an ta m a ra (juventudes Libertarias) o R am n Safn y A. T ia n a F errer (la educacin libertaria). En c u an to a

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que hasta ese mom ento haban generado casi de forma exclusiva los relatos de los militantes. Las descripciones apologticas y el tono moralizante han dado paso, de esa forma, a anlisis con nuevos enfoques donde lo esencial era explicar la aportacin de los libertarios en la transformacin de las relaciones sociales, de la poltica y en el desarrollo de la guerra. Com o veremos, las lagunas son todava numerosas y, lo que es ms importante, resulta muy difcil encontrar en esos historiadores un planteamiento terico comn. El resultado lgico ha sido una serie de trabajos dispersos y unas formas muy diferentes de formular las preguntas al material investigado. No obstante, si se compara con los estudios existentes sobre los restantes movimientos sociales de la zona republicana -socialism o, republicanismo y comunismo, por ejemplo-, es indudable que la investigacin en tom o al anarquismo ocupa una posicin privilegia da. Curiosamente, la revisin que se ha hecho en los ltimos aos de los argumentos desarrollados por la historiografa libertaria no ha ido acom paada de un rigor similar a la hora de valorar crticam ente las posiciones ideolgicas y las actitudes de las otras fuerzas polticas y sindicales. No es ste el lugar para buscar sus posibles causas. Pero es algo que deberan tener presente los que consideran que sobre el tema de la Guerra civil -y especialmente con motivo de su cincuentenario- ha habido un verdadero debate historiogrfico. Las cuestiones sobre las que se han centrado esas investigaciones aparecen aqu sistematizadas en tres grandes apartados: la revolucin social, sus principales manifes taciones y sus lmites; la conexin entre anarcosindicalismo y poder; y los sucesos de mayo. Son, en realidad, aspectos de un mismo proceso que marcaron la evolucin del anarcosindicalismo durante la guerra.

U na re v o l u c i n q u e t r a n s f o r m a al a n a r q u ism o

Hasta su estallido, el sindicalismo cenetistas se haba consolidado como un movimiento social de protesta contra el orden existente pero nunca lleg a elaborar un plan de accin razonado para establecer algo distinto en su lugar. En la bsqueda de esa revolucin no se haban ahorrado energas. Varios movimientos insurrecciona les durante la Segunda Repblica, mal pertrechados y abocados al fracaso, haban servido de reflexin y de toque de atencin. En los primeros meses de 1936, los dirigentes sindicalistas repetan con insistencia que ante cualquier intento del fascis mo vaticanista por im poner sus criterios, la CNT respondera con la anunciada revolucin. La embestida de la reaccin provocara el derrum bam iento del gobierno y la CNT lanzara a las masas a la huelga general revolucionaria. Y una vez que el pueblo -necesariam ente identificado con esa actitud- estuviera en la calle, nada ni nadie podra detenerlo. Lo que no se haba previsto, sin embargo, eran las posibles consecuencias de un movim iento militar de la magnitud del preparado para julio de 1936, que nada tena que v e r -en sus objetivos e intenciones de aniquilamiento de la oposicin- con los clsicos pronunciam ientos. 1 0

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los libros no traducidos al castellano, apenas hay estudios que m erezcan atencin. El de R obert W. K e r n , R e d years, black years. A p o litical history o f Spanish anarchism, 1911-1937 (Filadelfia, 1978), no aporta nuevos conocim ientos a los ya ofrecidos por Brademas; y un estudio general como el de David M i l l e r , Anarchism (London, 1984), basa sus apreciaciones sobre el caso espaol en los trabajos de Borkenau, H. T hom as, Dolgoff , Leval o B rou-T m im e. 1 0 De ese resultado im previsto y de sus fatales consecuencias he tratado en A narquism o y guerra civil: Del poder popular a la b u ro cracia revolucionaria , en Socialism o y guerra civil, pp. 71-74.

Cuando se produjo ese golpe de Estado, la situacin general del sindicalismo cenetista no era -frente a lo que se ha sostenido en mltiples ocasiones- nada halagea. La persecucin de sus militantes y la represin generalizada contra la CNT -debida en buena medida al pulso constante m antenido con la legalidad republicana-, acabaron siendo malos compaeros de viaje de una organizacin que aspiraba a meter en sus filas a todo el proletariado. La gimnasia revolucionaria no slo daba resultados contrarios a los deseados sino que adems provoc la escisin de miles de militantes -y entre ellos, de importantes dirigentes- que abandonaron la disciplina cenetista. Cuando en la primavera de 1936 volvieron al verdadero redil, las heridas no estaban del todo cicatrizadas y la CNT se encontraba, tras la vuelta a la normalidad, en una fase de obligada reorganizacin. Por si faltara algo en ese escenario, la depresin econmica de los aos treinta golpe severamente a algunos sectores -en especial la construccin- que tradicionalmente haban reunido a los militantes ms combativos del anarcosindicalismo. En ciudades como Zaragoza y Barcelona, el elevado ndice de trabajadores parados en esos sectores contribuy a la debilidad organizativa y a exacerbar las divisiones dentro del movimiento obrero. Las circunstancias que rodearon al golpe militar obligaron a cambiar los mtodos y las tcticas utilizados durante veinticinco aos de historia. Pese a que para la mayora de los dirigentes de la poca esa explosin revolucionaria era el resultado lgico de la lucha continua y nada haba, por consiguiente, de extrao en ello, hubo quienes hacan un anlisis muy distinto de esa realidad. Helmut Rudiger, secretario de la AIT en Espaa, pensaba que la CNT tuvo que rom per con su concepcin romntica del comunismo libertario para llegar a com prender que el orden sindicalista haba de edificarse orgnicamente, preparar el ambiente para l, por medio de una actividad poltica y social en todos los terrenos de la vida . Esas jornadas gloriosas de julio de 1936 eran slo la primera etapa de la revolucin social espaola . 1 La confusin en la que incurrieron muchos cenetistas -y posteriores 1 estudiosos de esa historia- consisti en creer que con la destruccin de la legalidad vigente y el cambio de propietarios la revolucin era ya una cosa hecha. Los hechos demostraron, sin embargo, que el horizonte no estaba tan despejado. El nfasis puesto desde el primer momento en la revolucin condujo a los anarcosin dicalistas a despreciar el carcter internacional de la contienda. Siete meses despus de su inicio, las columnas confederales todava estaban enzarzadas en la disputa acerca de la necesidad o inconveniencia de la militarizacin. Las crticas y repulsa de esos grupos a incorporarse a un ejrcito regular no se deban tanto a la fidelidad a unas creencias fuertemente arraigadas como al temor a perder la iniciativa ya conseguida. En una coyuntura en la que un fusil vala ms que mil palabras, de poco servan los prejuicios antimilitaristas. Lo que preocupaba a los anarquistas era que esa militarizacin se hiciera sobre la base de que los mandos, tanto de compaas como de batallones, brigadas y divisiones, estn en poder de los camaradas responsables de la organizacin . 1 Mientras lo decidan, otros crearon el ejrcito popular y 21 Resulta sorprendente que los trabajos de H. Rudiger apenas hayan sido utilizados. En mi opinin, 1 constituyen la reflexin ms profunda hecha por un anarquista sobre los problem as planteados a la ideologa y al m ovim iento libertarios du ran te aquel perodo. Sus argum entos pueden verse en M ateriales para la discusin sobre la situacin espaola, en el Pleno de la A IT, el da 11 de junio de 1937 , pp. 1-7. U na ampliacin de esas tesis en E l anarcosindicalism o en la Revolucin Espaola, Comit Nacional de la C N T, Barcelona, 1938. A esa transform acin se ha referido tam bin X avier P a n i a g u a , El anarquism o tradicional, el com unalista, el de la accin directa, el antiindustrialista, el insurreccional, desaparece definitivam ente (La sociedad libertaria, p. 277). 1 Propuesta que, apoyada p o r otras colum nas, hizo el delegado de las M ilicias Confederales del C entro 2

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expresaban las mismas intenciones de llegar a los puestos de direccin militar. Como el conflicto blico entr muy pronto en una fase en que no slo se dependa de los efectivos armados propios sino sobre todo de la ayuda militar de pases extranjeros, la CN T se qued aislada y sin posibilidad de com petir en ese terreno con el Partido C om unista. 1 3 Pareca, sin embargo, que eso a los cenetistas, inmersos como estaban en la vorgine revolucionaria, no les im portaba demasiado. De ah que sus esfuerzos durante esos primeros meses se encam inaran a propagar la colectivizacin. Para ello no hacan falta demasiados conocimientos acerca del proceso econmico, estudiar detalladam ente los procedimientos de produccin o conocer las necesidades reales de la poblacin. Todo era mucho ms sencillo. Su concepcin idealista acerca de las capacidades de la clase obrera dejaba escaso margen a la duda. U na vez expropiadas las tierras y los instrumentos de trabajo e incautadas las fbricas, la administracin por parte de los propios trabajadores mejorara automticamente las condiciones de vida y laborales. Esa ausencia de programa econmico -o lo que Ucelay llam operar en trminos idealistas al margen del anlisis econmico- tuvo efectos gravsimos en la zona republicana porque tampoco las restantes organizaciones polticas mostraron ms predisposicin a la reflexin econmica que los libertarios. A qulla era una coyuntura vertiginosa -subordinada evidentemente a las necesidades de la guerra- donde faltaba tiempo para pensar. El cantonalismo econmico y la improvisacin acabaron imponindose. Y es que, como ya adverta H. Rudiger a sus com paeros espaoles, no hay prctica revolucionaria sin teora revolucionaria . 1 4 se era ya un tema viejo entre los anarquistas espaoles. Lo nuevo era, volviendo al argum ento fundamental de este apartado, que los acontecimientos de julio de 1936 haban dado una fuerza e influencia tan enorme a la CNT que ya no le permitan ejercer slo una aptitud puramente subversiva. Por el contrario, debi elegir caminos por los que nunca antes haba transitado. U no de ellos, su incorporacin al gobierno central, levant ampollas y ha hecho correr regueros de tinta en la prensa y literatura anarquistas. Dejemos los detalles y centrmonos en un aspecto mucho ms am plio que el mero hecho gubernamental.

A

LA CONQUISTA DEL PODER

N ada de extrao tiene, en efecto, que la llegada de los anarquistas al gobierno por prim era vez en la historia provocara un cmulo de reacciones y valoraciones tanal Pleno de C olum nas Confederales y A narquistas que se celebr en V alencia el 5 de febrero de 1937. Las actas de ese en cuentro constituyen un docum ento excepcional para analizar las diferentes posiciones de las colum nas anarquistas en to m o a esa cuestin y los enfrentam ientos entre los comits dirigentes de la C N T -q u e exhortaban a que la m ilitarizacin se realizase rp id am en te- y los representantes de algunas colum nas, que criticaban el olvido del sentido revolucionario -ausencia de dem ocracia directa- por parte de esos dirigentes. 1 Ese es, en mi opinin, el p u n to de partida para com prender las condiciones en las que se desarroll el 3 debate ideolgico -b astan te ftil, p o r o tra p a rte - acerca de la alternativa guerra o revolucin . H ay autores, no obstante, que prefieren hablar de las ventajas evidentes de la lgica m arxista en este punto. D onde sa se aplic -M ad rid , p o r ejem plo-, se lograron im portantes xitos; donde, por el contrario, predom in la ilgica libertaria -C a ta lu a y A ragn-, el fracaso fue rotundo. Vase A ntonio E l o r z a , En to m o a un debate clsico: guerra o revolucin , en Socialism o y guerra civil, pp. 85-86. Lo de ilgica libertaria es una deduccin ma a partir de la utilizacin del trm ino lgica m arxista que hace Elorza. 1 E l anarcosindicalism o en la Revolucin Espaola, p. 55. Lo de cantonalism o econm ico en 4 H oracio M. P r ie t o , Posibilism o libertario, Im prim erie des G ondoles, Choisy-le-Roi, 1966, p. 75. La

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disparatadas. Entre los libertarios, es evidente que haba motivos para ello. Pusieron tal afn en justificar esa posicin y prestaron tanta atencin al asunto que, al final, la colaboracin gubernamental se convirti en guillotina de muchos y en el eje fundamental de la escisin. Para los historiadores ha resultado, ms bien, una cuestin curiosa. Un juego a travs del cual sacar a la luz las contradicciones de los anarquistas. Queran una cosa pero hacan otra. La Guerra civil habra puesto, as, en evidencia la carencia de fundamento de su concepcin de poder. En realidad ese mtodo de anlisis aferrado en mostrar el choque entre los principios y la prctica apenas ha dado frutos. En su obsesin por subrayar la inconsecuencia de la ruptura de una tradicin antipoltica, se olvida que todas las organizaciones que actuaban en aquel escenario encontraron las mismas dificultades para articular una solucin poltica a las graves consecuencias planteadas por el golpe militar. El problema no resida tanto en la ausencia de programas como en el desconcierto existente ante una situacin imprevista que nadie saba cunto tiempo iba a durar. Ni el pueblo estaba tan armado como se ha dicho, ni era tan fcil llenar ese vaco de poder. Ciertamente, parece dudoso que la capacidad de decidir sobre la oportunidad de conquistar el poder central estuviera en esos meses iniciales en manos de los sindicatos. Las razones son varias y pueden llevar a preguntarnos por la verdadera naturaleza de aquella revolucin, un aspecto primordial que rara vez ha ocupado a los estudiosos de la guerra. Santos Juli ha llegado recientemente a la conclusin que aqulla fue una revolucin social sin toma del poder central . Los sindicatos, argumenta, asumieron responsabilidades y competencias en el mbito econmico, alcanzaron un protagonis mo decisivo en la rebelin e incluso ocuparon en muchos lugares el poder poltico local. Pero, a la hora de la verdad, no culminaron ese proceso con la conquista del poder central y el establecimiento de un control sobre el estado. Hubo diversos factores que influyeron en esa indecisin pero el decisivo hay que buscarlo, segn este autor, en los propios sindicatos como forma de organizacin dominante de la clase obrera espaola, en su historia peculiar y en su estructura . La tradicional rivalidad entre esas dos formas distintas de concebir el sindicalismo imposibilitaba a corto plazo una accin conjunta de gobierno y, por separado, poco o nada podan hacer. Tanto la U G T corno la CNT posean una estructura fuerte en el mbito local pero dbil en su ncleo central donde nadie mandaba con eficacia. As las cosas, en un momento en que nada les habra impedido asaltar el poder, las organizaciones obreras no convirtie ron su accin revolucionaria en un triunfo poltico. Y es que los sindicatos nunca toman el poder, por la sencilla razn de que no pueden tomarlo . 1 5 Aunque la formulacin de tal pensamiento no es novedosa, habr que reconocer que nos encontramos ante una de las pocas reflexiones serias sobre esa materia. El punto de partida del anlisis de Santos Juli parece derivar de la distincin hecha por Lenin entre conciencia sindical -q u e emerge espontneamente en el combate diario- y la conciencia poltica de clase (socialista), que le llega siempre a esa clase obrera desde fuera a travs del partido revolucionario. La primavera de 1936 y los meses de aquel verano estuvieron marcados por el ascenso sindical y el declive de los partidos polticos. En ese m omento de confusin inicial, de crisis de poder y de

ausencia de un program a econm ico en Enric U c ela y da C a l , L a Catalunya populista, pp. 160-167 y Josep M .a B r ic a l l , Poltica econmica de la G eneralitat (1936-1939). Evoluci i form es de la producci industrial, Edicions 62, Barcelona, 1970, p. 183. 15 Santos J u l i a , De la divisin orgnica al gobierno de unidad nacional , en Socialism o y guerra civil, pp. 234-238.

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hundimiento de las estructuras del estado, slo una organizacin fuerte, centralizada y acostumbrada a pensar en trm inos polticos poda haber asumido la tarea histrica de llevar al proletariado al poder. Como tal organizacin no exista, ese acto supremo jam s pudo consumarse. No es mi intencin polemizar la validez de las tesis leninistas sino plantear algunas objeciones sobre la adecuacin de esa argumentacin al caso espaol. En una coyuntura como aquella, donde las armas im ponan su ley, parece difcil hallar la lnea divisoria entre revolucin poltica y revolucin social. En prim er lugar, el colapso de los mecanismos de coercin del Estado no fue total porque, como se sabe, sectores im portantes del ejrcito y de las fuerzas de seguridad no secundaron el ataque a la legalidad republicana. Ciertamente, sin la oposicin de esas unidades militares, la sublevacin nunca hubiera desembocado en una guerra abierta. Pero tampoco parece probable que esos grupos de militares leales hubieran dejado el camino libre a las organizaciones obreras. Estaba claro que el asalto al poder, o la creacin de un gobierno revolucionario como paso previo, deba hacerse con el mismo procedimien to que haba servido para derrumbar la legalidad existente: por las armas. Desde Barcelona, la CN T no tena posibilidad alguna de hacerlo. Tam poco socialistas, republicanos o com unistas, a los que se supona un mayor inters por llegar a ese gobierno, estaban en ptim as condiciones. El fraccionamiento era el signo del momento: fraccionam iento territorial, poltico y militar. Sorprendentemente, el frac cionamiento creaba equilibrio. Nadie posea la fuerza necesaria para conducir la nave a su puerto preferido. Para la C N T , por otra parte, el poder era pura y simplemente el pueblo en arm as o, para ser ms precisos, sus afiliados en armas. Desde esa perspectiva, no haba necesidad de crear nuevos organismos de poder proletario. Se trataba, ms bien, de consolidar poltica y militarmente esas conquistas revolucionarias. Algo que, tras las primeras semanas de euforia, result ms difcil de lo esperado. Las milicias, una de las manifestaciones ms patentes de ese poder popular empezaron a mostrar sus debilidades. El gobierno central, despreciado desde el principio por su incapacidad para detener el avance fascista y por estar compuesto por los burgueses de siempre, era reorganizado en los primeros das de septiembre. Ahora, all haba republicanos, comunistas, socialistas y un lder obrero -respetado por la C N T - como presidente. Eso cambiaba las cosas y obligaba a modificar tambin la retrica. A partir de ese momento, la actitud de la CN T consisti en impedir que las dems organizaciones utilizaran exclusivamente ese poder en beneficio propio. Desde los rganos de propaganda, los lderes libertarios inventaban mltiples justificaciones y Joan Peir sentenciaba con una frase esa transformacin: cuando la historia no se pone de acuerdo con el anarquism o, que sea el anarquismo el que se ponga de acuerdo con la historia . 1 6 En definitiva, el error estriba en que se ha exagerado enormemente el alcance real de poder arm ado de la CNT y la naturaleza de ese ascenso sindical. Viendo las cosas en trm inos ms justos, resulta que la brecha abierta por los revolucionarios con la victoria conseguida en Barcelona ni siquiera pudo extenderse hasta Zaragoza. Por el camino, las milicias pretendan sembrar la revolucin social. Pero detrs de esa revolucin y de sus impulsores, no haba un sindicalismo de base organizado. Los esfuerzos por elaborar una alternativa revolucionaria al derrumbamiento del Estado republicano estuvieron siempre condicionados por circunstancias adversas que deja

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16 El Estado, el an arquism o y la historia , en Tim n, Barcelona, octubre de 1938, pp. 72-73.

ron escaso margen para la eleccin. Con el bagaje disponible, la conquista del poder central era inalcanzable. La nica va posible era institucionalizar, a travs de una organizacin estable, ese nuevo orden creado all donde los acontecimientos lo permitieron. En realidad, eso slo ocurri en la mitad oriental de Aragn y durante unos pocos meses. En las otras zonas del territorio republicano, la posicin lgica pareca ser la colaboracin. Los dirigentes libertarios, sin embargo, tardaron en decidirse. Cuando llegaron al gobierno, los mejores asientos estaban ya ocupados. 1 Su 7 incapacidad para plasmar los dispersos poderes revolucionarios en una poltica global les conden a partir del otoo de 1936 a ser actores de segunda fila. El invierno lo pasaron discutiendo sobre la militarizacin, el precio que -segn argumentaban los anarquistas ms crticos- deba pagarse por participar en el reparto del pastel. La primavera trajo el deshielo y nuevas energas revolucionarias. En mayo de 1937, sin embargo, las cosas ya no estaban en el mismo sitio que en aquellas jornadas gloriosas de julio de 1936.

Los

SUCESOS DE MAYO: EL PU N TO DE INFLEXIN

Estamos acostumbrados a pensar que los combates de mayo marcaron el punto culminante del enfrentamiento entre las dos posiciones polticas fundamentales articuladas en aquella coyuntura: los que queran ganar la guerra frente a los partidarios de hacer slo la revolucin. O al revs, porque en este caso el orden de los factores s altera el producto. Cuando hay un enfrentamiento, lo ms tentador -y casi siempre improductivo- es buscar al agente provocador, al que empez primero. Tanto la historiografa comunista como la libertaria gastaron bastantes pginas en ese juego. Y numerosas versiones posteriores asumieron el mismo planteamiento ampliando los protagonistas. Parece, en definitiva, que no existe medio alguno para salir de ese atolladero y que -al igual que ocurre con tantas otras cuestiones sobre la Guerra civiltodo depende del cristal con que se m ira.1 8 Si nos ponemos a salvo de ese lgico escepticismo, los sucesos de mayo pueden abordarse, en mi opinin, a travs de tres posibles lneas de investigacin complemen tarias y muy desatendidas por casi todos los historiadores. La primera, debera romper la rgida y habitual conexin entre esos acontecimientos y las luchas polticas, para situarlos en el contexto ms amplio de una crisis global que sacuda los ejes de apoyo del bando republicano y haca peligrar, por consiguiente, el logro de sus objetivos. Ah estn todos los problemas bsicos no resueltos desde el principio de la contienda y agravados por el paso del tiempo: la constante cosecha de fracasos militares -pese al sometimiento de las milicias-; la incapacidad gubernamental de organizar sobre bases equitativas el aprovisionamiento de una poblacin en guerra y la persistencia de un fraccionamiento que impeda la unificacin de esfuerzos en el mbito econmico, poltico y social. Barcelona va a proporcionar el escenario para esa confrontacin. Una ciudad

1 Unos aos despus, H oracio M. Prieto se lam entaba de las oportunidades perdidas por no haber 7 entrado antes en el gobierno: El resultado fue que pudiendo haber tenido seis m inistros en agosto, tuvim os cuatro en noviem bre (E l anarquism o espaol en la lucha poltica, p. 12). Para G arca Oliver, sin em bargo, aquel acto signific la renuncia total a los principios y finalidades de la revolucin social (El eco de los pasos, pp. 291-292 y 414). 18 De la interpretacin de esos sucesos y de la posicin adoptada por los comits dirigentes del m ovim iento libertario he tratado en Anarquism o y revolucin en la sociedad rural aragonesa, pp. 244-253.

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alejada del frente, smbolo de la revolucin, con peculiares caractersticas polticas -la Generalitat, el POUM y el PSUC-, econmicas -el peso del sector industrial- y demogrficas -alta densidad de poblacin y miles de refugiados- que creaban una atmsfera caliente, distinta a la existente en las otras partes del territorio republicano. La segunda lnea de investigacin requiere, por lo tanto, descender a ese escenario con un estudio monogrfico que incorpore a lo ya conocido sobre la poltica y economa nuevos elementos de decoracin. En mayo de 1937 se ratifican, por ltimo, los signos de transformacin del sindicalismo cenetista: ausencia de discusin interna, estructura jerarquizada y ruptu ra de los canales de comunicacin entre los dirigentes y la base sindical. Se trataba de la prueba definitiva de que no era precisamente la clase obrera quien ejerca la hegemona. Los que controlaban el poder conquistado en las jomadas revolucionarias de julio eran los militantes de un movimiento sindical que decan representarla. Sera arriesgado sugerir que poda ser de otra forma porque los acontecimientos impusieron su ley con crudeza: el movimiento suplant a esa clase, la direccin al movimiento y, al final, fueron los lderes -en teora elegidos- quienes tomaron todas las decisiones. La actitud conciliadora de los ministros cenetistas y del Comit Nacional ante los enfrentamientos entre las fuerzas de orden pblico y grupos radicales de militares anarquistas; la intervencin de algunos dirigentes de las Divisiones cenetistas para evitar el abandono del frente de Aragn y la expulsin de Los Amigos de D urruti, constituyen claros ejemplos de ese proceso de suplantacin. Vistos as los hechos, no parece exacto argumentar que las tesis de los partidos polticos triunfaron sobre las de los sindicatos. Ocurri, ms bien, que stos abandonaron la lucha sindical y adopta ron formas de funcionamiento muy prximas a las de los partidos. Se introdujeron bruscamente, en definitiva, en un terreno al que no estaban habituados. 1 9 Aquellas jomadas tampoco presenciaron propiamente la victoria de la contrarre volucin. El dilema revolucin-contrarrevolucin, si es que exista en esos trminos, se haba resuelto mucho antes. Mayo de 1937 no fue, por lo tanto, la lnea divisoria de dos estapas muy diferenciadas de la Guerra civil (revolucin social libertaria y reaccin comunista) o el punto de ruptura del anarquismo con sus concepciones revolucionarias. La tesis que he pretendido aqu defender es que los elementos fundamentales de esa confrontacin estaban ya presentes desde los inicios de la guerra. De lo que no cabe duda, sin embargo, es que a partir de esos sucesos algunas cosas cambiaron. El POUM fue liquidado, Largo Caballero se qued solo y los anarquistas vieron cmo se aceleraba la prdida de su poder poltico y armado. Lo cual no es poco si se tiene en cuenta el lugar privilegiado que esos actores haban ocupado en aquel drama.

A n a r q u is m o y g u e r r a : u n a i n v e s t i g a c i n n o c o n c l u id a

La sensacin que le queda al lector crtico de esa abundante bibliografa sobre anarquismo y revolucin es que, efectivamente, en la ltima dcada se han abierto1 9 Los peligros de la aparicin del substitucionismo en las revoluciones proletarias son analizados por E . J. H o b s b a w m en Class consciousness in history; en Istvn M s z r o s , Aspects o f history and class consciousness, Routledge & Kegan Paul, London, 1971, pp. 16-18. El triunfo de los partidos sobre los sindicatos a partir de los sucesos de mayo, en Raym ond C a r r , The spanish tragedy. The civil war in perspective, Weidenfeld & Nicolson, London, 1977, p. 199. Una explicacin ms amplia de esos sucesos a travs del enfrentamiento entre partidos y sindicatos en Santos J u l i , Partido contra sindicato: Una interpretacin de la crisis de mayo de 1937, en Socialismo y guerra civil, pp. 342-346.

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Campesinos armados en una colectivizacin. (Foto de H ans N am uth y Georg Reisner)

nuevos caminos en la investigacin pero, sin embargo, no se han definido los trminos en los que establecer un verdadero debate histrico. La descripcin se ha impuesto sobre la reflexin y falta todava desarrollar una estructura terica para la interpretacin de los conflictos sociales en aquel perodo. Lograr ese objetivo va a ser muy difcil, a menos que se posea una clara concepcin de los lmites y defectos de las interpretaciones hasta ahora dominantes. Cmo diagnosticarlos ha sido una de las tareas abordadas en este artculo, parece sensato finalizar sugiriendo algunas vas por las que intentar superarlos. Es evidente que cuando propongo la conexin entre historia y teora social no estoy abogando por la supresin de la investigacin emprica detallada y rigurosa. se ha sido un camino muy fructfero que, sin duda, ha permitido romper con versiones partidistas y manipuladoras de los hechos. Tambin ha mostrado, no obstante, sus debilidades. En la mayora de estos libros, no suele declararse expresamente el mtodo utilizado -aunque s las tcnicas de trabajo- o, en otras palabras, el enfoque que ha guiado esos descubrimientos. Curiosamente, al estudioso de la historiografa le resulta muy difcil encuadrar a los numerosos autores que han escrito sobre estas materias en una determinada corriente historiogrfica. Eso es una prueba evidente, como ya he apuntado, de que no se comparten problemas tericos comunes pero tambin de que por debajo de la mayora de esos trabajos hay un amplio stano hueco. No se trata, entindase, de tomar posiciones y adscribirse al modelo de moda. Basta con mostrar el terreno en el que el libro ha sido concebido. Eso ayuda a los dems a analizar crticamente su contenido, abre las puertas para sucesivos debates y contribuye a su necesaria revisin con el paso del tiempo.

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T al esfuerzo interpretativo debe estar acompaado, asimismo, de una ampliacin de los temas objeto de atencin. Aunque saber no ocupa lugar, no es aconsejable seguir investigando sobre lo que dijeron, hicieron y dejaron de hacer las vanguardias del m ovim iento. Si se excepta a la FAI, cuyas siglas se repiten hasta la saciedad pero nadie descifra qu haba detrs de ellas, se es un campo de estudio en el que las coordenadas bsicas estn ya trazadas. Por el contrario, apenas se ha penetrado en otros aspectos que en los ltimos aos han distinguido a la historia social moderna de la historia tradicional del movimiento obrero. As, continan incompresiblemente marginados fenmenos como el anticlericalismo -pese a la magnitud que adquiri-, las protestas populares contra la ineficacia del sistema de suministros (y contra las nuevas formas de poder que emergan de los comits), la intervencin de la mujer, el surgimiento de alternativas culturales y proyectos educativos revolucionarios y, en fin, m ltiples manifestaciones que contribuyeron a la configuracin de una vida cotidiana excepcional. De los adolescentes y de las formas de vida de los nios -burgueses o proletarios- en la guerra no se ha escrito nada. Y la biografa, con o sin el im portante auxilio de la historia oral, es un campo inexplorado. Tenemos, eso s, muchas memorias y varias hagiografas.20 Desgraciadamente, las perspectivas no son nada halageas. Es posible que tras la riada del cincuentenario, venga la calma en forma de hasto. Estamos, adems, en un pas con escasa tradicin de historia social y no debera extraar, por lo tanto, que persista el predom inio del enfoque poltico en las interpretaciones de los movimientos sociales. Quiz este final pesimista no sea el ms apropiado, pero si las futuras investigaciones histricas siguen dependiendo de nuestras universidades -algo, en teora, deseable-, no parece que haya motivos para rechazarlo. Ojal fuera slo un presagio equivocado.

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20 Sobre la FA I slo existe el libro general e impreciso de Juan G mez C asas, Historia de la FAI, Zero, Bilbao, 1977. El trabajo indito del anarquista escocs Stuart C hristie no aporta nada para este perodo: We, th e A narchists. A Study o f the Iberian A narchist Federation (FAI), 1927-1933 . Sobre anticlericalismo es interesante y desconocido el artculo de Bruce L incoln , R evolutionary exhum ations in Spain, july 1936 , en C om parative S tudies in Society and History, vol. 27, n. 2, abril (1985), pp. 241-260. Un planteam iento general de ese fenm eno en Joan C onelly U llm an , T he W arp and W oof o f Parliam entary Politics in Spain, 1808-1939: A nticlericalism versus N eo-C atholicism , en European Studies Review, vol. 13, n. 2, abril (1983), pp. 145-176. Sobre D urruti, el anarquista que ms veces ha sido subido a los altares, puede verse A bel Pa z , Durruti en la revolucin espaola, Laia, Barcelona, 1986, una versin parcial pero con datos interesantes para el estudioso del anarquism o.