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León Tolstoy
coleccin LIT-(H)ER-TICA de la BIBLIO-POP SECCIN JESUCRISTO PARA TODXS
CRISTIANSIMO
& ANARQUISMO
por
LEN TOLSTOY
Fuente: BIBLIOTECA VIRTUAL ANTORCHA
http://www.antorcha.net Compilacin y captura (4ta edicin ciberntica, I-2013): CHANTAL LPEZ Y OMAR CORTS Diseo de Texto y Tapa: GONZALO FINOCHIETTO Difunde: BIBLIOTECA POPULAR LOS LIBROS DE LA BUENA MEMORIA
http://editoresmatreros.blogspot.com http://issuu.com/labibliopop Buenos Aires [email protected] Julio de 2013
INDICE
pg.
CRISTIANISMO & ANARQUISMO por LEN TOLSTOY
SOBRE LA REVOLUCIN 03 LOS ACONTECIMIENTOS ACTUALES EN RUSIA 07 CARTA A NICOLS II 13 IMPORTANCIA DE NEGARSE AL SERVICIO MILITAR 17 A LOS HOMBRES POLTICOS 23
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CRISTIANISMO &
ANARQUISMO por LEN TOLSTOY
SOBRE LA REVOLUCIN (1)
o hay peor sordo que el que no quiere oir. Los revolucionarios dicen que su actividad tiene por objeto la
destruccin del tirnico estado actual de las cosas que oprime y deprava a los hom-bres. Pero, para aniquilarle hay que contar de antemano con los medios; tener cuando menos una probabilidad de que ha de lo-grarse dicha destruccin, y no hay el me-nor riesgo de que esto pueda suceder. Los gobiernos existen; desde hace mucho tiempo conocen a sus enemigos y los peli-gros que les amenazan, y por esta razn toman las medidas que hacen imposible la destruccin del estado de cosas por medio del cual se mantienen. Y los motivos y los medios que para esto tienen los gobiernos son los ms fuertes que pueden existir: el instinto de conservacin y el ejrcito disci-plinado.
La tentativa revolucionaria de 14 de di-ciembre se hizo en las condiciones ms fa-vorables; era en poca de un interregno, y la mayor parte de los revolucionarios per-tenecan al ejrcito. iY qu! En San Peter-burgo y en Toultchine la insurreccin se so-foc casi sin esfuerzos por las tropas sumi-sas al gobierno, luego vino el reinado de Nicols I, inepto, brutal, que deprav a los hombres y dur cerca de treinta aos. Y todas las tentativas de revolucin, no pala-ciegas, que siguieron a aqulla, empezan-do por las aventuras de algunas docenas de jvenes de ambos sexos que pensaron, armando a los campesinos rusos con una treintena de pistolas, vencer un ejrcito aguerrido de millones de soldados, hasta las ltimas manifestaciones de los obreros que con la bandera desplegada, gritaban: Abajo el despotismo! y que dispersaron fcilmente algunas docenas de polizontes y
(1) Este artculo sirvi de prefacio a un fo-
lleto de M. V. TCHERKOV, titulado, LA RE-VOLUCIN VIOLENTA O LA LIBERACIN CRIS-TIANA.
N
LEN TOLSTOY 4
de cosacos armados de ltigo, lo mismo que las explosiones y los asesinatos de 1870, precursores al 1 de marzo (2). To-das esas tentativas terminaron, y no pod-an terminar de otra manera, con la prdida de varias personas de vala y con un acre-centamiento de fuerza y brutalidad por par-te del gobierno. Las cosas no han cambia-do. En el lugar de Alejandro II vino Alejan-dro III, luego Nicols II. En el de Bogolie-pov, Glazov, en lugar de Spiagnine, Pleh-we; y a cambio de Bobrikov, Obolensky.
No he concluido an de escribir este trabajo cuando ya Plehwe no ocupa su cargo, y para sustituirle se piensa nombrar a otro an ms odioso que l, puesto que despus de la muerte de Plehwe, el go-bierno debe volverse ms cruel. Nadie puede negar el valor de los hombres como Khaltourine (3), Ryssakov y Mikhaikov (4), y de los que mataron a Bobrikov y a Plehwe, quienes sacrificaron sus vidas para alcan-zar un fin inaccesible. De igual manera tampoco puede dejarse de reconocer el va-lor y abnegacin de aquellos que a costa de los mayores sacriflcios empujan al pue-blo a la revolucin, de los que imprimen y propagan folletos revolucionarios.
Pero es imposible no ver que la activi-dad de esos hombres no puede guiarles ms que a su prdida y a la agravacin de la situacin general. Lo que hace que hombres inteligentes, morales, puedan en-tregarse por entero a una actividad con tanta evidencia intil, puede explicarse ni-camente porque en la actividad revolucio-naria, hay una parte de lucha de excitacin, de riesgo de la vida, que atrae siempre a la juventud. Es sensible ver la energa de hombres fuertes y capaces gastarse en matar animales, en recorrer grandes tra-yectos en bicicleta, en saltar obstculos, en luchar, etc., y es aun ms triste ver esta
(2) 1 de marzo de 1881. Muerte de Ale-
jandro II. (3) Trat de hacer volar el Palacio de In-
vierno en 1880. (4) Dos de los autores de la muerte de Ale-
jandro II.
energa gastarse en turbar a los hombres para arrastrarles a una actividad peligrosa que destruye su vida, o, lo que aun es peor, en todo aquello que no prohibe la ley, o, con ms exactitud, segn esta defini-cin, es la prohibicin igual para todos de cometer, bajo pena de castigo, los actos que atentan a lo que se reconoce ser el de-recho de los individuos. He aqu por qu con arreglo a esta deflnicin, se mira la li-bertad, en la mayora de los casos, como una violacin de la libertad del hombre. Por ejemplo, nuestra sociedad reconoce al go-bierno el derecho de disponer del trabajo (impuestos), hasta de la persona (servicio militar) de sus ciudadanos. Se reconoce que algunos hombres tengan el derecho de la posesin exclusiva de la tierra, y sin ern-bargo, es evidente que estos derechos, al proteger la libertad de unos, no solamente no dan libertad a los otros, sino que del modo ms brutal privan a la mayora de disponer de su trabajo y hasta de su per-sona.
De manera que la definicin de libertad como derecho de hacer todo lo que no co-harte la libertad de otro, todo lo que no est prohibido por la ley; evidentemente no co-rresponde al concepto que se le da a la pa-labra libertad. Y no puede ser de otro mo-do, porque una definicin semejante atri-buye al concepto de la libertad la cualidad de alguna cosa positiva, en tanto que la li-bertad es una concepcin negativa. La li-bertad es la ausencia de trabas. El hombre es libre, solamente cuando nadie le prohi-be, bajo la amenaza de la violencia, ejecu-tar ciertos actos.
He aqu por qu en la sociedad donde los derechos de las personas estn defini-dos de una manera u otra y donde se exige o prohibe bajo pena de castigo, ciertos ac-tos, en semejante sociedad los hombres no pueden ser libres. Pueden ser verdadera-mente libres slo cuando todos por igual estn convencidos de la inutilidad, de la ilegitimidad de la violencia y obedezcan a las reglas establecidas, no por miedo a la violencia o a la amenaza, y s, por la con-viccin razonable.
CRISTIANISMO & ANARQUISMO SOBRE LA REVOLUCIN 5
Pero no faltar quien me objete, que no hay una sociedad semejante, y he aqu por qu en ninguna parte puede existir la ver-dadera libertad; verdad es que no existe una sociedad en la que no se reconoce la necesidad de la violencia, pero esta nece-sidad tambin tiene sus diversos grados. Toda la historia de la humanidad es la sus-titucin cada vez mayor, de la conviccin razonable a la violencia. Adems la socie-dad reconoce claramente la estupidez de la violencia, y se acerca cada vez ms a la verdadera libertad. Esto es sencillo y debe-ra ser claro para todos, si desde hace mu-chos aos no se hubiese establecido entre los hombres la inercia ante la violencia y el embrollamiento voluntario de los concep-tos, para sostener esta violencia que slo es ventajosa para los dominadores.
La influencia mutua por la conviccin razonable, basada en las leyes de la razn comunes a todos, es propia de los hom-bres y de los seres razonables. Esta sumi-sin voluntaria de todos a las leyes de la razn y el hecho de proceder cada uno pa-ra con los dems en la misma forma con que quiere se proceda con l, son propias a la naturaleza del hombre razonable que es comn a todos. Esta relacin mutua de los hombres, que realiza el ms elevado ideal de justicia, es la propagada por todas las religiones, y la humanidad no cesa de aproximarse.
Por esta razn es evidente que nos es-pera una libertad cada vez ms grande, no por la introduccin de nuevas formas de violencia como hacen los revolucionarios que tratan de anonadar la violencia exis-tente con el empleo de otra violencia, y s propagando entre los hombres la concien-cia de lo ilegtimo, de la criminalidad, de la violencia y la posibilidad de ser sustituido por la conviccin razonable, al mismo tiempo que cada individuo vaya empleando cada vez menos la violencia. Y para espar-cir este convencimienlo y el abstenerse de la violencia, cada hombre tiene un medio accesible y el ms poderoso: explicarse es-te convencimiento a s mismo, es decir, a esta parte pequea del mundo que nos es sumisa, y gracias a este convencimiento,
separarse de toda participacin en la vio-lencia y llevar una vida en la cual sta deba resultar intil.
- Piensa con seriedad. comprende y de-fine el sentido de tu vida y de tu destino - la religin te lo ensear; - trata en todo lo que te sea posible, de realizar en tu vida lo que consideres como tu destino. No tomes parte en el mal que reconoces y censuras. Vive de manera que la violencia no te sea necesaria, y te ayudars de la manera ms eficaz a adquirir la conciencia de la crimi-nalidad, de lo intil de la violencia, y, pro-cediendo as, por la va ms segura podrs esperar la liberacin de los hombres, ese fin que persiguen los revolucionarios con-vencidos.
Pero no se me permite decir lo que pienso, ni vivir como lo creo necesario.
- Nadie puede obligarte a decir lo que t no crees que es til y ni a vivir como t no quieras, y todos los esfuerzos de los que te contradigan no harn ms que fortificar la influencia de tus palabras y de tus actos.
Pero esa negativa de actividad exte-rior, no sera un signo de debilidad, de co-barda, de egosmo? Ese apartamiento de la lucha no ayudara al aumento del mal?
Existe una opinin semejante; est pro-vocada por los revolucionarios. Pero esta opinin no es slo injusta, sino que revela mala fe. Que cada hombre que desee co-laborar al bien general de los hombres trate de vivir sin recurrir en ningn caso a la pro-teccin de su persona y de su propiedad con la violencia, que trate de no someterse a las exigencias de las supersticiones reli-giosas y gubernamentales, que en ningn caso tome parte en la violencia guberna-mental, sea en los tribunales, sea en las administraciones, o en cualquiera otro ser-vicio, que no se goce, bajo ninguna forma, del dinero arrancado al pueblo a la fuerza, que no tome parte en el servicio militar, fuente de todas las violencias, y este hom-bre sabr por experiencia, cuanto valor ms verdadero y cuantos sacrificios son necesarios para seguir este camino que para emplear una actividad completamente revolucionaria.
LEN TOLSTOY 6
La negativa de pagar los impuestos o de tomar parte en el servicio militar, se ba-sa en la ley religiosa y moral, que los go-biernos no pueden negar, esta sola negati-va, firme y atrevida, quebranta las bases sobre las que se sostienen los gobiernos, y esto ser mil veces ms seguro que el em-pleo de las huelgas por largas que sean, que los millones de folletos socialistas, que las revoluciones mejor organizadas o la matanza de polticos.
Y los gobernantes lo saben, el instinto de conservacin les ha dicho en donde es-t el peligro principal. No tienen miedo a las tentativas violentas, pues tienen en sus manos una fuerza invencible; pero saben que son impotentes contra la conviccin razonable, afirmada por el ejemplo de la vida.
La actividad espiritual es la fuerza ms grande y ms poderosa. Mueve al mundo. Pero para que sea la fuerza que mueva al mundo es preciso que los hombres crean en su potencia, que se sirvan de ella sin mezclar procedimientos de violencia qne destruyan su fuerza. Los hombres deben saber que todas las murallas de la violen-cia, aun aquellas que parecen ms fuertes, no se destruyen por las conjuraciones, por los discursos parlamentarios, o las polmi-cas de los peridicos, y mucho menos por las revoluciones y las matanzas; se destru-yen nicamente por la explicacin que ca-da uno se hace del sentido y del objeto de su vida y la ejecucin firme, valerosa, sin compromisos, en todos los casos de la vi-da, de las exigencias de la ley superior, in-terior de la vida. Seria muy de desear que los jvenes a quienes nada liga al pasado, que quieren con sinceridad servir al bien de los hombres, comprendan que la actividad revolucionaria que les atrae, no solamente no alcanza un fin persuasivo, sino que es completamente contrario, agota sus mejo-res fuerzas de la vida en la que pueden servir a Dios y a los hombres; que esta ac-tividad, con ms frecuencia, produce acti-vidad contraria, que el objeto que no se al-canza por la clara conciencia de cada indi-viduo sobre su destino y de la dignidad humana, y, en consecuencia. por la vida
firme, religiosa y moral que no admite nin-gn compromiso, ni de palabras ni de ac-tos, con el mal de la violencia que se cen-sura y se desea destruir.
Si la centsima parte de la energa gas-tada ahora por los revolucionarios para al-canzar fines exteriores inalcanzables hubiese sido empleada en el trabajo inter-ior espiritual, desde hace tiempo, como la nieve al sol del esto, hubiese derretido ese mal contra el cual los revolucionarios han luchado tanto y aun luchan en vano.
Yasnaia Poliana, 22 de Julio (4 Agosto) de 1904.
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LOS ACONTECIMIENTOS
ACTUALES EN RUSIA
ace dos meses, recib de un peri-dico de la Amrica del Norte un ca-blegrama con una contestacin pa-
gada de cien palabras: se me preguntaba mi opinin sobre la importancia, el objeto y las consecuencias probables de la agita-cin de los Zemstvos. Teniendo sobre este punto una opinin muy clara y en des-acuerdo con la mayora, creo necesaria darla.
He aqul lo que contest: La agitacin de los Zemstvos tiene por
objeto la limitacin del despotismo y la ins-titucin de un gobierno representativo. Los instigadores de esta agitacin espe-ran alcanzar con ella su objeto o la conti-nan para perturbar a la sociedad? En am-bos casos el resultado probable ser el aplazamiento del verdadero mejoramiento social, pues ste no se obtiene ms que por el perfeccionamiento religioso y moral del individuo. Mientras que la revolucin poltica, colocando ante los individuos la ilusin perniciosa de la mejora social por el cambio de las formas exteriores, detiene, generalmente, el verdadero progreso, cosa que puede verse en todos los Estados constitucionales: Francia, Inglaterra, Ame-rica.
El contenido de este telegrama apare-ci en el Moskovkia Videmosti con algu-nas inexactitudes, y en seguida empec a recibir y recibo an cartas llenas de repro-ches por la idea que he emitido; adems los peridicos americanos, ingleses y fran-ceses me preguntan qu es lo que pienso sobre los acontecimientos que en la actua-lidad se desarrollan en Rusia. No quisiera responder ni a los unos ni a los otros; pero despus de las matanzas de San Peters-burgo, y los sentimientos de indignacin, de miedo, de clera y de odio que han pro-vocado en la sociedad, creo es deber mo explicarme con ms detalles y claridad, de
lo que brevemente lo hize en las cien pala-bras al peridico americano.
Lo que he de decir tal vez ayudar a al-gunos hombres a verse libres de los sensi-bles sentimientos de censura, vergenza, irritacin y odio; del deseo de lucha, ven-ganza y de conciencia de su impotencia que ahora sienten la mayora de los rusos; tal vez esto les ayudar a reconcentrar su energa sobre esa actividad interior, moral, que slo procura el verdadero bien a los individuos lo mismo que a la sociedad, y que sin embargo, es tanto ms necesario cuanto que los acontecimientos que se desarrollan son ms complicados y ms sensibles.
He aqui lo que pienso de los aconteci-mientos actuales:
Considero no slo al gobierno ruso, si-no a cada gobierno, como una institucin complicada, consagrado por la tradicin y la costumbre para cometer impunemente la violencia, los crmenes ms espantosos, las matanzas, el pillaje, la promocin del alcoholismo, el embrutecimiento, la depra-vacin, la explotacin del pblico por los ri-cos y los fuertes. Por esta razn pienso que todos los esfuerzos de los que desean mejorar la vida social, deben tender a librar a los hombres de los gobiernos, cuya inuti-lidad es en nuestra poca cada vez ms evidente. Este objeto, segn mi entender, se consigue por un solo medio, el nico: por el perfeccionamiento interior, religioso y moral de los individuos.
Cuanto ms superiores sean los hom-bres bajo el punto de vista religioso y mo-ral, sern cada vez mejores las formas so-ciales bajo las cuales se irn agrupando, y el gobierno tendr que recurrir menos a los procedimientos de mal y violencia. Y por el contrario, los hombres de determinada so-ciedad irn resultando ms inferiores, bajo el punto de vista religioso y moral, y el go-bierno siendo ms poderoso, ser mayor el mal que cometa.
De manera que el mal causado a los hombres por el gobierno es siempre pro-porcional al estado moral y religioso de la sociedad, cualquiera que sea su forma.
H
LEN TOLSTOY 8
Sin embargo, ciertas gentes, ante todo el mal cometido en la actualidad por el go-bierno ruso -gobierno especialmente cruel, grosero, estpido y embustero- piensan que todo ese mal no se producira si el go-bierno ruso estuviese organizado como deba estarlo, sobre el modelo de otros go-biernos existentes (que son las mismas instituciones, buenas para cometer impu-nemente sobre sus pueblos toda clase de crmenes); y para buscar remedio, esas personas emplean todos los medios que estn en su mano pensando que el cambio de formas exteriores puede modificar el fondo.
Una actividad semejante me parece in-eficaz, fuera de razn, irregular (es decir, que los hombres se atribuyen derechos que no tienen) e intil.
Encuentro esta actividad ineficaz, por-que la lucha por la fuerza, y, en general, por las manifestaciones exteriores (y no por la sola fuerza moral) de un grupo pe-queo de personas contra un gobierno po-deroso que defiende su vida y que para ello dispone de millones de hombres arma-dos y disciplinados, y de millones de ru-blos, porque semejante lucha, bajo el punto de xito posible, no es ms que ridlcula, y es sensible bajo el punto de vista de la suerte de esos desgraciados que dejndo-se arrastrar pierden su vida en esta lucha desigual.
Esta actividad me parece irrazonable, puesto que hasta en la hiptesis ms pro-bable -el triunfo de los que luchan actual-mente contra el gobierno- la situacin de los hombres no podra mejorarse.
El actual gobierno, que procede por la fuerza, es tal, solamente porque la socie-dad que domina est compuesta de hom-bres moralmente muy dbiles, en la que unos, guiados por la ambicin, el lucro y el orgullo, sin ser molestados por la concien-cia, tratan por todos los medios de acapa-rar y retener el poder; los otros por miedo y tambin por amor a la ganancia y a la am-bicin, o gracias al embrutecimiento, ayu-dan a los primeros o se someten tambin. De cualquier modo y bajo cualquier forma que se agrupen esos hombres, resultar
siempre un gobierno semejante y asimismo violento.
Encuentro esta actividad irregular, por-que los hombres, que en la actualidad lu-chan en Rusia contra el gobierno -los miembros liberales de los Zemstvos, los mdicos, los abogados, los escritores, los estudiantes, los revolucionarios y algunos millones de obreros separados del pueblo influidos por la propaganda- por ms que crean y se titulen representantes del pue-blo, no tienen ningn ttulo para ello.
Esos hombres, en nombre del pueblo, reclaman del gobierno la libertad, libertad de la prensa, libertad de conciencia, liber-tad de reunin, la separacin de las Igle-sias y del Estado, la jornada de trabajo de ocho horas, la representacin nacional, etc. Y preguntad al pueblo, a los cien millones de campesinos qu piensan de esas re-clamaciones, y al verdadero pueblo le cos-tar bastante trabajo responder, porque to-das esas reclamaciones, hasta la jornada de trabajo de ocho horas, para la gran ma-sa de los campesinos no tiene ningn inte-rs.
Los campesinos no necesitan nada de todo esto, les hace falta otra cosa. Lo que esperan y desean desde hace mucho tiempo, en lo que piensan y hablan de con-tinuo -y de lo cual no hay ni una palabra en todas las proclamas liberales y discursos, y que apenas se ha mencionado en los pro-gramas revolucionarios y socialistas-, lo que el pueblo espera y desea, es la fran-quicia de la tierra del derecho de propie-dad, la socializacin de la tierra. Cuando el campesino gozar de la tierra, sus hijos no irn a las fbricas, y los que quieran ir es-tablecern por s mismos el nmero de horas de trabajo y de salario.
Se dice: dad libertad y el pueblo expon-dr sus reclamaciones. Esto es falso. En Inglaterra, en Francia, en Amrica, la liber-tad de la prensa es absoluta, sin embargo, en los parlamentos no se habla de la socia-lizacin de la tierra, no se habla apenas en los peridicos, y la cuestin del derecho del pueblo sobre la tierra, quedar relegada al ltimo trmino.
CRISTIANISMO & ANARQUISMO LOS ACONTECIMIENTOS ACTUALES EN RUSIA 9
Por esta causa los liberales y los revo-lucionarios, que dicen interesarse y cono-cer las dolencias del pueblo, no tienen nin-gn derecho para ello; no representan al pueblo, no se representan ms que a s mismos.
Tambin, segn mi opinin, esta activi-dad es ineficaz, irrazonable e irregular. Adems, es perjudicial, puesto que aparta a los hombres de la actividad nica, -el per-feccionamiento moral del individuo- por el cual, y exclusivamente por l, pueden lo-grarse los fines de los hombres que luchan contra el gobierno.
Lo uno no impide lo otro, se me objeta-r. Pero esto no es verdad. Nadie puede hacer dos cosas a la vez. Nadie se puede perfeccionar moralmenle, y al mismo tiem-po tomar parte en actos politicos que arras-tran a los hombres a las intrigas, las astu-cias, las luchas, la clera, llegando hasta el asesinato. La libertad poltica no solamente no ayuda a librarnos de las violencias gu-bernamentales, sino, por el contrario, hace a la vez a los hombres ms ineptos para la nica libertad que puede redimirles.
Mientras que los hombres sean incapa-ces de resistir a las seducciones del miedo, del lucro, de la ambicin, de la vanidad, que humillan a unos y depravan a otros, formarn siempre una sociedad compuesta de violadores, de impostores y de sus vfctimas. Para que esto no suceda, cada individuo debe hacer un esfuerzo moral sobre s mismo. Los hombres sienten esto en el fondo de su alma, pero quieren espe-rar de un modo cualquiera, sin hacer es-fuerzos, lo que no se ha conseguido por el esfuerzo.
Explicarse, por sus propios esfuerzos, su misin para con la sociedad, establecer su relacin para con los hombres, basn-dose sobre esa ley eterna: no hagas a los dems lo que no quieras que los dems te hagan a t, reprimir sus malas pasiones, que nos entregan al poder de los dems hombres, no ser ni amo ni esclavo de na-die, no fingir, no mentir, ni por temor ni por lucro, no eludir las exigencias de la ley su-prema de la conciencia. Todo esto exige esfuerzo.
Imaginarse, por el contrario, que la ins-titucin de determinada forma de gobierno, conducir por una va mstica cualquiera, a todos los hombres, a la equidad y a la vir-tud, y para llegar a esto, sin ningn esfuer-zo del pensamiento, repetir lo que dicen los hombres de un partido, moverse, discutir, mentir, fingir, insultar y batirse, todo esto se hace por s mismo, sin que haya necesidad de esfuerzos. Los hombres que quieren que as sea, se persuaden de lo que esto es.
Y entonces, aparece una teora con arreglo a la cual se trata de probar que los hombres pueden, sin esfuerzos, obtener los resultados del esfuerzo. Esta teorla es semejante a aqulla, con arreglo a la cual, la plegaria por su propia perfeccin, la fe en la redencin de los pecados por la san-gre de Cristo o la gracia divina transmitida por los sacramentos, pueden reemplazar al esfuerzo personal. Sobre la misma aberra-cin psicolgica est basada tambin esta teora extraordinaria de mejorar la vida so-cial por el cambio de las formas exteriores que ha producido y que producir tantos males horribles, y que ms que todo, im-pedir el verdadero progreso de la huma-nidad.
Los hombres reconocen que tienen en su vida, algo de malo, y que hay tambin algo que es preciso mejorar. Pero al hom-bre no le es factible ms que mejorar una cosa: a si mismo. Pero para mejorarse a s mismo, es preciso ante todo, reconocer lo que no es bueno, y esto, el hombre no lo quiere hacer. Y he aqu, por qu se fija to-da la atencin, no sobre lo que est siem-pre en nuestra facultad hacerlo, y s sobre las condiciones exteriores que no son de nuestra incumbencia y cuyo cambio no puede mejorar la situacin de los hombres, como tampoco trasegndole se mejoran las cualidades del vino. Y he aqu que em-pieza una actividad: 1 esteril, 2 enojosa. orgullosa (pues corregimos a los dems) perversa (se puede matar a los que sean un obstculo al bien comn) y depravada.
Reconstituyamos las formas sociales y la sociedad prosperar. Eso seria hermo-so si el bien de la humanidad se lograse
LEN TOLSTOY 10
tan fcilmente! Por desgracia, o mejor di-cho, por fortuna, pues si los unos pudiesen arrebatar la vida a los otros, esto seria la mayor desgracia de los hombres y esto no es as. La vida humana se modifica no por el cambio de las formas exteriores y s, so-lamente por el trabajo interior de cada indi-viduo sobre s mismo. Y cada esfuerzo pa-ra obrar sobre las formas exteriores o so-bre las dems, no hace ms que alterar, disminuir la vida de este o de aquellos que -como todos los hombres polticos, reyes, ministros, miembros del parlamento, revo-lucionarios de todas clases, liberales- ce-den a este error pernicioso.
Los hombres que juzgan de una mane-ra superficial, los hombres ligeros que con preferencia se emocionan con la carnicera fratricida cometida frecuentemente en San Petersburgo y con todos los acontecimien-tos que acompaaron a ese crimen, pien-san que la causa principal de dichos acon-tecimientos radica en el despotismo del gobierno ruso, y que si la forma autocrtica del gobierno ruso fuese reemplazada por la constitucional o republicana, semejantes acontecimientos no podran repetirse.
Pero el mal principal (si uno se penetra con atencin de toda su importancia) que sufre ahora el pueblo ruso, no est en los acontecimientos de San Petersburgo; est en la guerra afrentosa y cruel, comenzada a la ligera por una docena de hombres in-morales. Esta guerra ha matado ya a multi-tud de centenares de miles de rusos, y amenaza an matar o mutilar a otros tan-tos; no solamente ha arruinado a los hom-bres de esta generacin, sino, tambin a los de la generacin futura, que abrumada por impuestos enormes, bajo la forma de deuda perder las almas de los hombres que con ella se han depravado. Lo que ha pasado en San Petersburgo el 9 de enero no es nada comparndolo con lo que ocu-rre en el lugar de la guerra donde se muti-lan cien veces ms hombres que han pere-cido el 9 de enero en San Petersburgo. Y la prdida de esos hombres en la guerra no subleva a la sociedad, como las matanzas de San Petersburgo, sino que la mayora miran con indiferencia, otros con compa-
sin el hecho de que se enven all millares de hombres para la misma insensata ma-tanza, que no tiene objeto.
Este mal es horrible! As, pues, si se habla de los males del pueblo ruso hay que hablar de la guerra; los acontecimientos de San Petersburgo no son ms que una cir-cunstancia accesoria que acompaa al pro-fundo mal que existe, y si es necesario en-contrar el medio que libre de estos males, ha de ser de tal ndole, que libre al mismo tiempo de los dos.
El cambio de la forma desptica de go-bierno en forma constitucional o republica-na, no librara a Rusia ni de uno ni de otro mal. Todos los Estados constitucionales, lo mismo que el Estado ruso se arman est-pidamente, y, como Rusia, cuando se les pone en la cabeza, los pocos hombres que tienen el poder envlan a su pueblo a la lu-cha fratricida; guerra de Abisinia, del Transvaal, de Espaa, con Cuba y Filipi-nas, de China, del Thibet, guerra contra los pueblos de Africa, todas estas guerras hechas por los gobiernos ms constitucio-nales y ms republicanos; y lo mismo, to-dos esos gobiernos cuando lo creen nece-sario reprimen con la fuerza armada las re-vueltas y las manifestaciones de la volun-tad del pueblo cuando lo consideran como una violacin de la legalidad, es decir, de lo que el gobierno, en un momento dado con-sidera que es la ley.
Cuando en un Estado, habiendo una constitucin cualquiera, el poder se man-tiene por la violencia, y puede ser acapara-do por algunos hombres, por medios dife-rentes, y cualquiera que sea la forma, siempre habra probabilidad de que ocu-rran los mismos acontecimientos que ahora ocurren en Rusia -la guerra y la represin de las revueltas.
De manera que la importancia de los hechos que han acaecido en San Peters-burgo, no estn en nada de lo que piensan los hombres ligeros, a saber, que nos han mostrado el mal proceder del gobierno desptico de Rusia, y que por consecuen-cia hay que tratar de sustituirle por un go-bierno constitucional. La importancia de esos acontecimientos es mucho mayor; es
CRISTIANISMO & ANARQUISMO LOS ACONTECIMIENTOS ACTUALES EN RUSIA 11
que en sus actos el gobierno ruso es espe-cialmente grosero; vemos con ms claridad que en los actos de otros gobiernos el mal proceder y la inutilidad no de tal o cual go-bierno, sino, de todos los gobiernos, es de-cir, de un grupo de hombres que tienen la posibilidad de someter a su voluntad a la mayora del pueblo.
El conocimiento, la situacin, y las im-presiones de los rusos, de los europeos, y sobre todo de los americanos, son comple-tamente anlogas a la de dos hombres que llegaron al templo, y de uno de los cuales nos habla el evangelio de Lucas capitulo XVIII, v. 10, 11, 13. (fariseos y publicanos).
En Inglaterra, en Alemania, en Francia, en Amrica, los malos procederes de los gobiernos estn tan bien enmascarados, que los ciudadanos de estos paises, en vis-ta de los acontecimientos de Rusia, imagi-nan sencillamente que lo que pasa en Ru-sia no ocurre ms que en ella, y que ellos gozan de una libertad absoluta y que no tienen necesidad de mejorar su situacin, es decir que se encuentran en el estado ms excesivo de esclavitud: en la esclavi-tud de los que no comprenden que son es-clavos y estn orgullosos de su situacin.
Bajo este aspecto nuestra situacin, la de los los rusos, por una parte es ms sen-sible (en atencin de que las violencias cometidas son ms groseras) y de otra par-te mejor, porque a nosotros nos es fcil comprender de que se trata; y he aqu por qu cada gobierno, sostenido por la fuerza es un ltigo grande e intil; por esta razn, el deber de los rusos y de todos los hom-bres esclavizados por los gobiernos, est no en reemplazar una forma de gobierno por otra, sino en suprimir todo gobierno.
En resumen, mi opinin sobre los acon-tecimientos actuales es la siguiente: el go-bierno ruso como todos los gobiernos que existen - americano, francs, japons, in-gls -es un horrible, inhumano, impotente bandido cuya actividad malhechora se ma-nifiesla sin cesar. Por este motivo todos los hombres razonables deben con todas sus fuerzas, tratar de librarse de cualquiera forma de gobierno, como los rusos deben tratar de librarse del gobierno ruso.
Para librarse de los gobiernos no es necesario luchar contra ellos por las formas exteriores (insignificantes hasta el ridculo en atencin a los medios de que disponen los gobiernos) es preciso nicamente no participar en nada, no sostenerles y enton-ces caern anonadados. Y para no partici-par en nada de los gobiernos y no sosle-nerles es preciso estar libre de las debili-dades que arrastran a los hombres a los lazos de los gobiernos y les hacen sus es-clavos o sus cmplices.
Estar libre de estas debilidades no es posible, ms que para el hombre que se ha formado un juicio sobre el Todo, es decir, sobre Dios, y que segn la ley nica, supe-rior, lo que desliga de estas debilidades al hombre religioso y moral.
He aqu por qu los hombres ven y comprenden con claridad el mal proceder de los gobiernos -como actualmente, los rusos comprendemos, con claridad el mal de nuestro estpido gobierno, cruel y em-bustero, que ha perdido ya centenares de miles de hombres, que arruina y deprava millones de personas, y que ahora provoca a los rusos al fratricidio- ms claramente deben tratar de formar en ellos una con-ciencia limpia, firme, religiosa; con ms es-crupulosidad deben tratar de cumplir la ley divina que emana de esta conciencia y que exige de nosotros no la transformacin del gobierno existente o el establecimiento de esa organizacin social que, segn nues-tras limitadas opiniones, garantizarian el bien general, pero que exige de nosotros una sola cosa; el perfeccionamiento moral, es decir, el despojarnos de todas las debi-lidades, de todos los vicios que hacen de nosotros esclavos de los gobiernos y los cmplices de sus crmenes.
Haba terminado este artculo y me preguntaba si deba publicarlo o no, cuan-do recib una carta muy importante sin fir-ma.
Hela aqul: Desde hace bastantes das que no
puedo recobrar la calma. Cuando alguien comienza a hablarme de los obreros muer-tos, siento odio por elIos y sufro una espe-cie de mal flsico.
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Ha habido cadveres a montones, mu-jeres y nios ensangrentados conducidos en carruajes ... Pero es esto lo que es horrible? No!, son los soldados con sus semblantes bonachones, vulgares, sin pensamiento, sin comprensin, los que en realidad son horribles. Los soldados que golpean la nieve con la suela de sus botas, esperando la hora de fusilar a alguien. Es tambin el pblico, con su aspecto ordina-rio, curioso, quien es horrible. Hasta las personas ms buenas van por las calles para ver por s mismas o saber por los de-ms, cosas espantosas, cadveres ensan-grentados, mutilados, etc. Como si se pu-diese ver algo ms espantoso que esos soldados que son como siempre y esas buenas personas que slo quieren una co-sa: extremecimientos de horror.
No puedo definir lo que es ms terrible. Es, as me lo parece, el hecho de que ellos no comprendan y que sus semblantes sean vulgares, por ms que una hora despus vayan a matar, y que la sangre enrojezca el suelo; lo ms espantoso a mi modo de ver es el que entre los hombres no exista ningn lazo. S, yo creo que esto es lo ms terrible! Son de una misma aldea, so-lamente que los unos llevan capote gris y los otros gabn negro, y uno no puede comprender de ningn modo porque los grises bromean hablando del fro y miran pacficamente a los hombres vestidos de negro que pasan delante de ellos, mientras que cada cual sabe que tiene cartuchos para diez disparos y que una o dos horas ms tarde esos cartuchos se habrn gas-tado. Y los hombres vestidos de negro les miran como si eso debiera suceder.
Se lee en los libros, se habla sobre lo que desune a los hombres y nadie com-prende cun horrible es esto, y cuando es-to se vea en todas partes, como estos dias aqu, momentneamente todo lo dems deja de existir y no quedan ms que los capotes grises, los gabanes negros, las pe-llizas elegantes, y todos se ocuparn de una sola cosa, pero cada cual de manera diferente; nadie se admira, nadie entre ellos sabe por qu los unos tiran, por qu caen otros, por qu los dems miran.
De vez en cuando, no falta quien reco-rra la misma va terrible en donde estaba en el orden de las cosas tirar con arreglo a la voz de mando sin hostilidad ni odio! Pe-ro estos das todo lo dems se ha suspen-dido momentneamente! No queda ms que esta sola y espantosa cosa. Me parece que un abismo te separa de cada hombre y que t no puedes franquearle por dispuesto que ests a ello. Este sentimiento es es-pantoso!
Cinco veces he cogido y he dejado esta carta, al fin me he decidido a escribirla. Tal vez porque es sensible el callarse siempre. Todos hablan de la necesidad de ayudar a los obreros y parecen compadecerse de su suerte. Pero no es la situacin de los obre-ros lo que es horrible, no son ellos los que necesitan ayuda, y s los que arrastran a las gentes y las compadecen, y los que al da siguiente miran los cristales rotos, los reverberos caidos, las huellas de las balas, y sin ver la sangre helada sobre la acera, caminan pisotendola.
S, lo principal es que haya algo que desuna a los hombres, que no haya ningn lazo entre ellos. Lo importante est pues en separar lo que desune a los hombres y en reemplazarlo por lo que les una. Es toda forma exterior violenta de gobierno la que desune a los hombres; la nica cosa que les une, es la aproximacin hacia Dios la aspiracin hacia l, porque Dios est slo para todos y la aproximacin de los hom-bres hacia Dios es una.
Que los hombres lo quieran reconocer o no, ante todos nosotros se levanta el mismo ideal de perfeccin, superior, y slo la aspiracin hacia este ideal destruye la desunin y aproximacin a los hombres.
Yasnaia Poliana, Febrero de 1905.
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CARTA A NICOLS II
uerido hermano:
Este calificativo me parece el ms conveniente porque, en esta carta, me dirijo menos al emperador y al hombre, que al hermano. Y, adems, os escribo casi desde el otro mundo, encontrndome en espera de una muerte muy prxima.
No quisiera morirme, sin deciros lo que pienso de vuestra actividad presente, lo que podra ser, y el gran bien que podra reportar a millones de hombres y a vos mismo, y el gran mal que puede hacer si persiste en continuar por el camino que ahora sigue.
Una tercera parte de Rusia est some-tida a una continua vigilancia policiaca; el ejrcito de policas conocidos y secretos aumenta sin cesar; las prisiones, los luga-res de deportacin y los calabozos estn repletos; aparte de doscientos mil crimina-les de derecho comn, hay un nmero considerable de condenados polticos entre los cuales existen ahora multitud de obre-ros. La censura con sus medidas represi-vas ha llegado hasta un grado tal que no alcanz en los peores momentos de los aos que siguieron al de 1840. Las perse-cuciones religiosas no fueron nunca tan frecuentes ni tan crueles como lo son aho-ra, y cada vez van siendo ms frecuentes y ms crueles.
En las ciudades y en los centros indus-triales se han concentrado las tropas, que armadas de fusiles se han enviado contra el pueblo. En algunos puntos ya se han producido choques y matanzas y en otros puntos se preparan, y su crueldad aun ser mayor.
El resultado de toda esta actividad cruel del gobierno, es que el pueblo agricultor, los cien millones de hombres sobre los cuales est fundada la potencia de Rusia, a pesar de los gastos del Estado que cre-cen considerablemente, o mejor dicho gra-cias a este crecimiento del presupuesto, se
empobrecen de ao en ao, de manera que el hambre ha llegado a ser el estado normal, como igualmente el descontento de todas las clases y su hostilidad para el gobierno.
Y la causa de todo esto es clara y justa hasta la evidencia. Hela aqul: vuestros auxiliares os aseguran que deteniendo to-do movimiento de la vida del pueblo, ga-rantizan la felicidad de este pueblo, al mismo tiempo que vuestra tranquilidad y seguridad. Pero es ms fcil detener el curso de un ro que el eterno movimiento de la humanidad hacia adelante, estableci-do por Dios. Es muy fcil comprender que los hombres a quienes tal estado de cosas es ventajoso y que en el fondo de su alma se dicen: Despus de nosotros el diluvio! os hablan as; pero es sorprendente, que vos, hombre de inteligencia y bueno podis creerles, y que siguiendo sus abominables consejos, hagis o dejis hacer tanto mal por una idea tan quimrica como es el de-tener el eterno movimiento de la humani-dad.
Vos no podis ignorar que desde que estudiamos la vida de los pueblos, las for-mas econmicas y sociales, lo mismo que las polticas y religiosas de esta vida, han progresado de continuo hacia adelante, de groseras y crueles que eran, se han ido dulcificando, convirtindose en ms huma-nas, en ms razonables. Vuestros conseje-ros os dicen que esto no es verdad, os di-cen que la ortodoxia y la autocracia son necesarias al pueblo ruso, lo mismo ahora que antes, y que deben serIo hasta la con-sumacin de los siglos, de manera que pa-ra bien del pueblo, cueste lo que cueste, es preciso defender esas dos formas ligadas entre si; la creencia religiosa y el estado poltico. Pero es una doble mentira: 1 Na-die puede sostener que la ortodoxia, que en otra poca, era propia del pueblo ruso, lo pueda ser ahora; de los informes dados por el procurador general del Santo Slnodo resulta que las personas del pueblo espiri-tual, de inteligencia ms desarrollada, a pesar de todas las desventajas, de los pe-ligros que corren, se separan de la orto-doxia para ingresar cada vez en mayor
Q
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nmero en otras sectas. 2 Si fuera verdad que la ortodoxia es la religin propia del pueblo ruso, no habra necesidad de de-fender con tanta energa esta forma de creencia, y de perseguir con tanta crueldad a los que la niegan.
En cuanto a la autocracia, s, ha sido conveniente al pueblo ruso, cuando el pue-blo miraba al Zar como un Dios terrenal e infalible, dirigiendo por s solo los destinos del pueblo; ahora no es as, pues todos saben o llegan a saber: 1 Que un buen Rey no es ms que una casualidad feliz, que los reyes pueden ser y fueron tiranos o locos, como Juan IV y Pablo. 2 Que por bueno y sabio que sea el Zar, no puede di-rigir por s mismo un pueblo de cien millo-nes de hombres, que son los que estn al lado del Zar los que dirigen al pueblo, y que se cuidan ms de su propia situacin que del bien del pueblo.
Se dir: el Zar puede elegir por auxilia-res hombres desinteresados y buenos. Desgraciadamente el Zar no puede hacer-lo, porque no conoce ms que algunas do-cenas de hombres que, por casualidad o por diferentes intrigas se han acercado a l y separado cuidadosamente a los que po-dran reemplazarles. De manera que el Zar elige, no entre esos millares de hombres verdaderamente instruidos y honrados que aspiran a ocuparse de los negocios pbli-cos, y si entre aquellos de quienes ha di-cho Beaumarchais: El hombre mediocre y rastrero llega a serIo todo. Y si los rusos estn prontos a obedecer al Zar, no pue-den sin sentir ganas de rebelarse, obede-cer a las personas que desprecian. Vuestra errnea creencia en el amor del pueblo por la autocracia y por su representante el Zar, os la ha podido dar el hecho, de que cuan-do llegis a Mosc y a otras ciudades os sigue una multitud corriendo y gritando Hurra! No creais que esto sea expresin de afecto a vuestra persona. No, es una multitud de curiosos que corren de igual manera detrs de cada espectculo, poco frecuente. A menudo, estas gentes que vos tomis por representantes de los senti-mientos del pueblo no son ms que una
multitud arrastrada e instruda por la poli-ca.
Si vos pudierais pasearos durante el paso de un tren imperial, entre los campe-sinos colocados detrs del cordn de tro-pas, que estn a lo largo de la va y oir lo que dicen estos campesinos, los sndicos y otros funcionarios de las aldeas llevados all por la fuerza de las aldeas inmediatas, y que con fro o lluvia, sin ninguna recom-pensa, y llevndose sus provisiones, espe-ran algunas veces durante varios dias el paso del tren, entonces oirais a los verda-deros representantes del pueblo, a los simples campesinos, y sus palabras no ex-presan ningn amor por la autocracia ni por su representante.
Si, hace cincuenta aos, en tiempo de Nicols I, el prestigio del poder imperial era an muy grande, pero desde hace treinta aos no ha cesado de bajar, y, en estos l-timos aos ha cado tan bajo en todas las clases, que nadie se oculta en censurar abiertamente, no slo las rdenes del go-bierno, sino hasta las del propio Zar, y has-ta de burlarse de l o de insultarle.
La autocracia es una forma de gobierno que ha muerto. Tal vez responda an a las necesidades de algunos pueblos del Africa central, alejados del resto del mundo, pero no responde a las necesidades del pueblo ruso cada da ms culto, gracias a la ins-truccin que va siendo cada vez ms gene-ral. As es que para sostener esta forma de gobierno y la ortodoxia ligada a l, es pre-ciso, como ahora se hace, emplear todos los medios de violencia, la vigilancia poli-caca ms activa y severa que antes, los suplicios, las persecuciones religiosas, la prohibicin de libros y de peridicos, la de-formacin de la educacin, y en general de toda clase de actos de perversin y cruel-dad. Tales han sido hasta aqu los actos de vuestro reinado, empezando por vuestra contestacin, que provoc la indignacin general de toda la sociedad. Vuestro califi-cativo de sueos insensatos sobre los de-seos mas legtimos del hombre que os di a conocer la diputacin de zemstvos del gobierno de Tver. Todas vuestras rdenes sobre la Finlandia, sobre los acaparamien-
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tos en China, el proyecto de conferencia de La Haya, acompaado de un aumento de tropas, la restriccin de la autonoma local, el acrecentamiento de los abusos adminis-trativos, vuestro consentimiento a las per-secuciones religiosas, el consentimiento al monopolio del alcohol, es decir a la venta, por el gobierno, de un veneno que mata al pueblo, y por ltimo vuestra obstinacin a mantener la pena corporal, a pesar de to-das las peticiones que os han sido hechas para demostraros la necesidad de derogar tan insensata medida, absolutamente intil y que constituye la vergenza del pueblo ruso; todos estos actos, vos no podis haberlos cometido al no ser inspirado por el consejo de auxiliares poco serios, con el fin de detener la vida del pueblo y hasta con la intencin de volverle al antiguo es-tado de cosas, ya pasado.
Por la violencia se puede oprimir al pueblo, pero no dirigirle. En nuestro tiempo el nico medio de dirigir al pueblo de una manera efectiva, consiste en colocarse a la cabeza del movimiento del pueblo que buscando el bien combate el mal, de los que huyen de las tinieblas buscando la luz y de darle los mejores medios para lograr lo que anhela. Y para hallarse en condicio-nes de hacerlo, ante todo, hay que dar al pueblo facilidades para que exprese sus deseos y sus necesidades, y, una vez o-dos, satisfacer lo que corresponda, no a las necesidades de una clase, sino a las de la mayora del pueblo, a las de la masa del pueblo trabajador.
Y los deseos que ahora expresara el pueblo ruso, si se le diese posibilidad de poderlo hacer, seran los siguientes:
Ante todo, el pueblo trabajador diria que desea verse libre de esas leyes exclusivis-tas que le colocan en la situacin de un pa-ria, no gozando de los derechos de los dems ciudadanos. Adems dira que quie-re la libertad de viajar, la libertad de ense-anza, de la creencia que responda a sus necesidades espirituales. Y, principalmen-te, el pueblo de cien millones de habitan-tes, dira en una sola voz, que desea gozar libremente de la tierra, es decir, la abolicin del derecho de propiedad sobre la tierra.
Y la abolicin de este derecho de pro-piedad, segn mi parecer, es el problema principal y el ms perentorio que el gobier-no debe resolver.
En cada periodo de la vida humana, existe cierto grado de reforma que debe realizarse antes que otros, puesto que tiende a la mejoracin de la vida. Cincuen-ta aos antes, el problema ms interesante y perentorio que resolver era la abolicin de la esclavitud, en nuestros das es la emancipacin de las clases obreras, de esa tutora que pesa sobre ellas, de lo que se llama la cuestin obrera.
En la Europa occidental, el logro de es-te fin parece posible por la socializacin de las fbricas. Esta solucin del problema es justa o no? Es posible para los pueblos occidentales? Pero, para la Rusia actual esta solucin no es aplicable.
En Rusia, en donde una enorme parte de la poblacin vive de la tierra, y se halla bajo la absoluta dependencia de los gran-des propietarios terratenientes, la emanci-pacin de los trabajadores, es evidente, que no puede solucionarse por la sociali-zacin de las fbricas. Para el pueblo ruso, la liberacin no puede ejecutarse ms que por medio de la abolicin de la propiedad de la tierra y del reconocimiento de la libre posesin de la tierra. Desde hace mucho tiempo es este el deseo ms ardiente del pueblo ruso, y espera de continuo que sus gobiernos lo realicen.
S, que vuestros consejeros vern en estas ideas el colmo de la ligereza y la falta de sentido prctico de un hombre que no comprende toda la dificultad de lo que es gobernar, y sobre todo parecer semejante idea de reconocer la propiedad de la tierra como una propiedad comn, como el ma-yor de los absurdos, pero s tambin que para no tener por fuerza que cometer vio-lencias sobre el pueblo, que cada vez han de ser ms crueles, no hay ms que un so-lo medio: tomar por objeto lo que es el de-seo del pueblo y, sin esperar a que la ava-lancha caiga de la montaa y aplaste lo que encuentre, guiarla por s mismo, es decir, caminar delante para la realizacin de las mejores formas de vida. Para los ru-
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sos, este fin, no puede ser otro ms que la abolicin de la propiedad territorial. Sola-mente entonces podr el gobierno, sin hacer concesiones indignas, ejercer de la-zo de unin entre los obreros de las fbri-cas, y la juventud de las escuelas, y sin temer por su existencia, servir de gua a su pueblo y dirigirle de una manera real.
Vuestros consejeros os dirn que de-clarar libre la tierra del derecho de propie-dad, es una fantasa irrealizable. Segn ellos, forzar a un pueblo viviente, de cien millones de almas a dejar de vivir, a volver a meterse en la concha que desde hace tiempo es necesario romper, no es una fan-tasa, y s la realidad y la obra ms sabia y ms prctica, Pero basta con reflexionar seriamente lo que es irrealizable y enojoso, por ms que se haga, y por el contrario lo que es realizable, necesario y oportuno, por ms que an no se haya comenzado.
Yo, personalmente, pienso que en nuestra poca la propiedad territorial es una injusticia, tan evidente como hace cua-renta aos ya lo era la servidumbre. Pienso que su abolicin colocara al pueblo ruso en el mayor grado de independencia, de fe-licidad y de tranquilidad. Pienso tambin que esta medida destruira por completo esa irritacin socialista y revolucionaria que ahora caldea a los obreros y amenaza con mayores males al gobierno y al pueblo.
Pero puedo equivocarme y la solucin del problema no puede darse, por el mo-mento, ms que por el pueblo mismo, si tiene posibilidad de expresar este deseo. De manera que en todo caso, la primera misin que incumbe al gobierno es abolir el yugo que impide al pueblo a manifestar cules son sus deseos y sus necesidades. No se puede hacer bien al hombre que se ha amordazado con el fin de no oir lo que desea para su bien. Solamente conociendo los deseos y las necesidades del pueblo, o de la mayora, es como puede dirigrsele y hacerle bien.
Querido hermano, en este mundo vos no tenis ms que una vida, y la podis gastar en vanas tentativas para detener el movimiento de la humanidad desde el mal hacia el bien, desde las tinieblas hacia la
luz, movimiento establecido por Dios y que vos podis, teniendo conocimiento de los deseos y de las necesidades del pueblo, y consagrando vuestra vida a satisfacerlas, poner remedio al mal, vivir tranquilo y go-zoso, sirviendo a Dios y a los hombres.
Y, por grande que sea vuestra respon-sabilidad, por los ltimos aos de vuestro reinado durante los cuales podis hacer mucho bien o mucho mal, aun ms grande es vuestra responsabilidad ante Dios de vuestra vida en la Tierra, de la cual depen-de vuestra vida eterna, y que Dios os ha dado no para hacer obras perversas de to-das clases o tolerarlas, sino para cumplir su voluntad. Y su voluntad es hacer el bien a los hombres y no el mal.
Reflexionad sobre esto, no ante los hombres, y s ante Dios, y haced lo que Dios os diga, es decir, vuestra conciencia. Y no tengis miedo a los obstculos que podis encontrar, si entris en esta nueva va de la vida. Estos obstculos se destrui-rn por s mismos, y apenas les notaris, si solamente procedis no por la gloria humana, y s por vuestra alma, es decir, por Dios.
Perdonadme si, por casualidad os he ofendido o apenado con este escrito. Slo el deseo del bien del pueblo ruso y del vuestro me ha guiado.
He logrado mi intento? El porvenir lo dir; porvenir que segn todas las probabi-lidades, yo no ver. He hecho lo que crea era de mi deber.
Vuestro hermano que, sinceramente, os desea el verdadero bien.
Gaspra,
16 de Enero de 1902.
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IMPORTANCIA DE NEGARSE
AL SERVICIO MILITAR Existe un proverbio ruso que dice: Puedes desobedecer a tu padre y a tu madre, pero obeders a la piel del asno, es decir, al tambor. Y este proverbio se aplica hasta en el propio sentido, a los hombres de nuestro tiempo que no han aceptado la doctrina de Cristo, o que la aceptan deformada por la Iglesia, en cuya esencia deben renegar a todo sentimiento humano y no obedecer ms que al tambor. Y una sola cosa puede libertar del tambor: la profesin de la ver-dadera doctrina de Cristo.
A los pueblos europeos les ha parecido bien trabajar para establecer nuevas for-mas de vida, elaboradas desde hace largo tiempo en las conciencias, y siempre es el antiguo despotismo grosero quien gua la vida, y las nuevas concepciones de la vida no solamente no se han realizado, sino que hasta las antiguas, aquellas que la con-ciencia humana ha denunciado desde hace tanto tiempo, por ejemplo, la esclavitud, la explotacin de los unos por los otros en provecho del lujo y de la ociosidad; los su-plicios y las guerras se afirman cada dla de una manera cruel. La causa, es que no existe una definicin del bien y del mal aceptada por todos los hombres, de mane-ra que, cualquiera que sea la forma de la vida puesta en prctica, ha de ser sosteni-da por la violencia.
Al hombre le pareciera hermoso inven-tar la forma superior de la vida social, ga-rantizando, a su parecer, la libertad y la igualdad, no podra librarse la violencia, puesto que l mismo es un violador.
He aqu por qu causa, y por grande que sea el despotismo de los gobernantes, por terribles que sean los males a que este despotismo somete a los hombres, el hom-bre ligado a la vida social tendr que verse sometido siempre a l. Este hombre, o aplicar su inteligencia a justificar la violen-cia existente y a encontrar lo que es malo, o se consolar pensando en que muy pron-
to ha de hallar el medio de derribar al go-bierno y de establecer otro, tan bueno, que transformar todo lo que ahora es malo. Y, en espera de que se realice este cambio, rpido o lento, de las formas existentes, cambio con el cual espera la salvacin, obedecer con servilismo a los gobiernos que existen, sean las que sean, y cualquie-ra que sean sus exigencias, cierto es que no aprueba el poder que, en un momento dado, emplea la violencia, pero no sola-mente no niega la violencia, ni los medios de emplearle, sino, que les juzga necesa-rios. Y, por esta causa siempre obedecer a la violencia gubernamental existente. El hombre social es un violador, e inevitable-mente ha de ser tambin un esclavo.
La sumisin con la cual, y sobre todo los europeos que tan orgullosos se mues-tran de la libertad, han aceptado una de las medidas ms despticas, ms afrentosas que jams han podido inventar los tiranos como lo es el servicio militar obligatorio, lo prueba ms que nada. El servicio militar obligatorio, aceptado sin contradiccin por todos los pueblos, sin revolucionarse, has-ta con jbilo liberal, es una prueba resplan-deciente de la imposibilidad para el hombre social para librarse de la violencia y para modificar el estado de cosas existentes.
Qu situacin puede ser la ms in-sensata, ms sensible a la que se encuen-tran ahora los pueblos europeos que gas-tan la mayor parte de sus recursos en pre-parar las cosas necesarias para destruir a sus vecinos, a hombres con quienes nada les separa y con los cuales viven en la ms estrecha comunin espiritual? Qu puede haber de ms terrible para ellos, que tener siempre pendiente el que un loco que se llama emperador diga algo que pueda serle desagradable a otro loco semejante? Qu de ms terrible que todos esos medios de destruccin inventados cada da: caones, bombas, granadas, metralla, plvora sin humo, torpederos y otros ingenios de muerte! Y sin embargo todos los hombres, como las bestias empujadas por el ltigo hacia el hacha irn con docilidad all donde se les enve, perecern sin sublevarse y matarn a otros hombres hasta sin pregun-
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tarse por qu lo hacen, y no slo no se arrepentirn de ello, sino que se mostrarn orgullosos de esos cntajos que se les au-torizar para llevar por haber matado mu-cho, y levantarn monumentos al desgra-ciado loco, al criminal que les ha obligado a cometer actos semejantes.
Los hombres de la Europa liberal se re-gocijan de que est prohibido escribir toda clase de tonteras y de pronunciar cuanto les plazca en banquetes, en mitines, en las cmaras, y se creen completamente libres, lo mismo que los bueyes que pacen en el prado del carnicero se creen libres en ab-soluto. Y sin embargo, tal vez nunca el despotismo del poder ha causado tantas desgracias a los hombres como ahora, ni les ha despreciado tanto como hoy. Nunca el descaro de los violadores y la cobardia de sus vctimas ha alcanzado el grado que contemplamos.
Al presentarse los jvenes en los cuar-teles, les acompaan los padres y las ma-dres, y hasta los mismos que han prometi-do matar. Es evidente que no hay humilla-cin ni vergenza que no soporten los hombres de la actualidad. No hay cobardia ni crimen que no cometan, si esto les cau-sa el menor placer y les libra del peligro ms insignificante. Nunca la violencia del poder y la depravacin de los dominados lleg a tal extremo. Ha habido siempre y hay entre los hombres en posesin de su fuerza moral algo que tienen por sagrado, que no pueden ceder a ningn precio, en nombre de lo cual estn prontos a soportar privaciones, sufrimientos, hasta la muerte; algo que no cambiarian por ningn bien material. Y casi cada hombre, por poco desarrollado que est, lo posee. Decidle a un campesino ruso que escupa a la ostia o blasfeme del altar y morir antes que hacerlo. Est engaado, cree que las im-genes son sagradas y no tiene por tal lo que verdaderamente lo es (la vida humana) pero tiene por ley a una cosa sagrada que no cedera por nada. Hay un limite a la su-misin, hay en l un hueso que no se do-bla. Pero en dnde est este hueso en el civilizado que no se vende como esclavo al gobierno? Cul es la cosa sagrada que
nunca abandonar? No existe; es comple-tamente mudo y se pliega por entero. Si existiera para l alguna cosa sagrada, en-tonces, juzgando por todo lo que se cuenta en su sociedad con hipcrita patopeya, esa cosa debera ser la humanidad, es decir, el respeto del hombre en sus derechos, en su libertad, en su vida. Y qu? El, el sabio instruido que en las escuelas superiores ha aprendido todo lo que la inteligencia huma-na ha elaborado antes que l, l que se co-loca por encima de la multitud, l que habla de continuo de la libertad, de los derechos, de la intangibilidad de la vida humana, se le coge, se le reviste con un traje grotesco, se le manda levantarse, saludar, humillar-se, ante todos los que tienen un grado ms en su uniforme, prometer que matar a sus hermanos y a sus padres, y est pronto a todo esto, pregunta nicamente cundo y cmo se le ordenar. Maana, una vez li-bre, volver de nuevo y con ms ahinco a predicar los derechos de la libertad, de la intangibilidad de la vida humana, etc., etc.
Y ya lo veis! Con tales hombres que prometen matar a sus padres, los liberales, los socialistas, los anarquistas, en general los hombres sociales piensan organizar una sociedad en donde el hombre sea li-bre! Pero qu sociedad moral y razonable puede edificarse con semejantes hombres! Con semejantes hombres, en cualquiera combinacin en que se les meta no se puede formar ms que un rebao de ani-males dirigidos por los gritos y los ltigos de los pastores.
Un fardo pesado ha cado sobre los hombros de los hombres y les aplasta, y los hombres aplastados cada vez ms, buscan la manera de librarse de l.
Saben que uniendo sus fuerzas podran levantar el fardo y volcarle, pero no pueden ponerse de acuerdo sobre la manera de hacerlo, y cada cual se inclina cada vez ms, dejando que el fardo se apoye sobre los hombros de los otros. Y el fardo les aplasta cada vez ms, y todos hubiesen ya perecido, si no hubiese quin les guiara en algunos actos, no por las consideraciones de las consecuencias exteriores de los ac-
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tos, y s por el acuerdo de los ritos con la conciencia.
Esos hombres son los cristianos; en vez del fin exterior cuyo logro exige el con-sentimiento de todos, se consagran a un fin interior accesible sin que ningn consenti-miento sea necesario. En esto est la esencia del cristianismo. Por esto, la salva-cin del servilismo en que se encuentran los hombres, imposible para los hombres de ideas socialistas, se ha realizado por el cristianismo; la concepcin real de la vida debe ser reemplazada por la concepcin cristiana de la vida.
El fin general de la vida no puede ser enteramente conocido -dice a cada uno la doctrina cristiana- se presenta ante ti ni-camente como la aproximacin cada vez ms grande, de todos, hacia un bien infini-to; la realizacin del reino de Dios, mien-tras que t conozcas indubitablemente el objeto de la vida personal que consiste en realizar en ti la perfeccin ms grande, el amor necesario para la realizacin del re-ino de Dios. Y este fin, t le conocers siempre, y es siempre ascequible.
T puedes ignorar los mejores fines particulares exteriores; se pueden colocar obstculos entre ellos y t; pero nadie y nada pueden detener la aproximacin hacia el perfeccionamiento interior el au-mento de amor en ti y en los otros. Y que el hombre reemplace el objeto exterior, so-cial, embustero por el solo fin verdadero, indiscutible, accesible, interior de la vida, en seguida caern todas las cadenas que parecen imposibles de romper, y se sentir completamente libre.
El cristiano rechaza la ley del Estado porque no tiene necesidad de ella ni para l ni para los dems, puesto que juzga la vida humana ms garantizada por la ley del amor que profesa, que por la ley sostenida por la violencia.
Para el cristiano que conoce las nece-sidades de la ley del amor, las necesidades de la ley de la violencia, no solamente no pueden serle obligatorias, sino que se pre-sentan ante l como errores que deben ser denunciados y destruidos.
La esencia del cristianismo es el cum-plimiento de la voluntad de Dios que no puede ser posible ms que con la voluntad exterior absoluta. La libertad es la condi-cin necesaria de la vida cristiana. La pro-fesin del cristianismo libra al hombre de todo poder exterior, y al mismo tiempo le da la posibilidad de esperar el mejoramien-to de la vida que busca en vano por el cambio de las formas exteriores de la vida.
Les parece a los hombres que su situa-cin se ha mejorado gracias a los cambios de las formas exteriores de la vida, y, sin embargo esos cambios no han sido siem-pre la consecuencia de una modificacin de la conciencia.
Todos los cambios exteriores de las formas que no son consecuencia de una modificacin de la conciencia, no solamen-te no mejoran la condicin de los hombres, sino que con frecuencia la agravan. No son los decretos del gobierno los que han abo-lido las matanzas de nios, las torturas, la esclavitud, es la evolucin de la conciencia humana quien ha provocado la necesidad de estos decretos; y la vida no se mejora ms que en la medida en que sigue el mo-vimiento de la conciencia, es decir, en la medida en que la ley del amor ha reempla-zado en la conciencia del hombre la ley de la violencia.
Si las modificaciones de la conciencia ejercen influjo sobre las de las formas exte-riores de la vida, les parece a los hombres que la recproca deba ser verdadera, y como es ms agradable y ms fcil (los re-sultados de la actividad son evidentes) diri-gir la actividad sobre los cambios exterio-res, prefieren siempre emplear sus fuerzas no en modificar su conciencia y s en cam-biar las formas de vida, y por esta causa, en la mayora de los casos se ocupan no de la esencia del asunto sino de su forma. La actividad exterior intil, cambiadiza, que consiste en establecer y aplicar formas ex-teriores de vida, oculta a los hombres la ac-tividad interior, esencial del cambio de su conciencia, que es la nica que puede me-jorar su vida. Y este error es el que retarda cada vez ms el mejoramiento general de la vida de los hombres.
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Una vida mejor no puede lograrse ms que con el progreso de la conciencia humana, y por esto, todo hombre que des-ee mejorar la vida, debe dedicarse a mejo-rar su conciencia y la de los dems. Pero esto es precisamente lo que los hombres no quieren hacer, al contrario, emplean to-das sus fuerzas en el cambio de las formas de vida esperando que reportarn una mo-dificacin de la conciencia.
El cristianismo, y nicamente el cristia-nismo, libra a los hombres de la esclavitud en que en la actualidad se hallan, y slo el cristianismo les da la posibilidad de mejorar realmente su vida personal y la vida gene-ral. Esto deba ser claro para todos; pero los hombres no lo pueden aceptar, en tanto que la vida, segn las concepciones socio-lgicas, no sea completamente conocida, en tanto en el terreno de las costumbres, de las crueldades, de los sufrimientos de la vida social y gubernamental no sea estu-diado en todos sentidos.
Con frecuencia se cita como la prueba ms convincente de la insuficiencia de la doctrina de Cristo, que esta doctrina cono-cida desde hace diecinueve siglos no ha sido aceptada y admitida ms que de un modo exterior. Si es la doctrina conocida desde hace tanto tiempo, no es aun la gua de la vida de los hombres, si tantos mrti-res del cristianismo han sufrido en vano sin cambiar el orden de lo existente, no es una prueba evidente de que no sea la verdade-ra y no sea realizable?, dicen los hombres.
Hablar y pensar as es lo mismo que decir y pensar de un grano que no da in-mediatamente flores y frutos, y se disloca en la tierra que es mala y estril.
El hecho de que la doctrina de Cristo no fuese aceptada en toda su importancia desde el momento en que apareci, y no fuese admitida ms que en una forma exte-rior, alterada, era inevitable y necesario.
Una doctrina que destruy toda la anti-gua contemplacin del mundo y estableci una nueva, no poda ser aceptada de golpe en toda su importancia, no poda serlo ms que en un aspecto exterior y deforme. Y, al mismo tiempo, su aceptacin bajo esta forma, para que los hombres incapaces de
comprender la doctrina y la va moral fue-sen guiados por la misma va a aceptarla en toda su verdad.
Podemos nosotros imaginarnos a los romanos y a los brbaros aceptando la doctrina de Cristo en el sentido en que ahora la comprendemos? Es que los ro-manos y los brbaros podrian creer que la violencia no llevaba al aumento de la vio-lencia, que las torturas, los suplicios, las guerras no explican y no resuelven nada, pero que embrollan y complican todo?
La enorme mayora de los hombres de aquel tiempo no era apta para comprender la doctrina de Cristo por la va moral. Era necesario guiarles por la va misma, por los medios que mostraban en la prctica, que cada separacin de la doctrina entraaban un mal.
La verdad cristiana que, en otra poca, ms por el elevado espritu del sentimiento proftico, se converta en verdad accesible hasta para el hombre de espritu ms sen-cillo, y en nuestros dlas, esta verdad se impone a cada cual.
La evolucin de la conciencia no se hace por saltos, no es discontinua y nunca se puede encontrar el lmite que separa dos periodos de la vida de la humanidad; y sin embargo, existe, como existe entre la infancia y la adolescencia, entre el invierno y la primavera, etc. Si no hay un rasgo lim-trofe, hay un periodo transitorio, y es el que ahora atraviesa la humanidad europea. Todo est preparado para el paso de un perIodo al otro, no falta ms que el empuje que realice este cambio. Y este empuje puede darse a cada momento. La concien-cia social niega desde hace tiempo las formas antiguas de la vida, est pronta a adoptar las nuevas. Todos lo saben y lo sienten igualmente. Pero la inercia del pa-sado, el temor en el porvenir hacen que con frecuencia lo que est preparado des-de hace mucho tiempo en la conciencia de todos no pase an a ser una realidad, a veces basta una palabra para que la con-ciencia se imponga, y esta fuerza importan-te en la vida comn de la humanidad -opinin pblica- transforma inmediatamen-
CRISTIANISMO & ANARQUISMO IMPORTANCIA DE NEGARSE AL SERVICIO MILITAR 21
te, sin lucha y sin violencia, todo el orden existente.
La situacin de la humanidad europea con el funcionarismo, los impuestos, el cle-ro, las prisiones, las guillotinas, las fortale-zas, los caones, la dinamita, parece, en efecto, horrible, pero solamente lo parece. Todo eso, todos los horrores que se come-ten y los que se cometern, no se basan ms que en nuestra representacin. Todo eso, no slo no debe existir, sino que debe dejar de existir, con arreglo al estado de la conciencia humana. La fuerza no est en las prisiones, en los hierros, en los cao-nes, en la plvora, est en la conciencia de los hombres que aprisionan, cuelgan, ma-nejan los caones. Y la conciencia de esos hombres est en lucha con la contradiccin ms manifiesta, la ms temible, se ve atrada hacia dos polos opuestos. Cristo ha dicho que ha vencido al mundo, y en efecto le venci.
El mal del mundo, a pesar de todos sus horrores no existe ya, porque ha desapare-cido de la conciencia de los hombres. Y no hace falta ms que un empuje pequeo pa-ra que el mal se destruya, y haga sitio a una forma nueva de la vida.
En los primeros tiempos del cristianis-mo, cuando el guerrero Teodoro, declar al poder que l siendo cristiano no podla lle-var armas, y fue ejecutado por este hecho, los que le condenaron le miraban con fran-queza, considerndolo loco, y no solamen-te no se ocult tal acto, sino que se le en-treg a la reprobacin general.
Pero, ahora que en Austria, en Prusia, en Suecia, en Rusia, en toda Europa, el numero de refractarios crece de una mane-ra considerable, estos casos no parecen ahora a los potentados casos de locura; si-no hechos muy peligrosos, y no solamente los gobiernos no les lanzan a la execracin general, sino que les ocultan con cuidado, sabiendo que los hombres se librarn de su esclavitud, de su ignorancia, no por las revoluciones, las asociaciones obreras, los congresos de la paz, los libros, y s por el medio ms sencillo, esto es; que cada soli-citado para tomar parte en la violencia so-bre sus hermanos y sobre s mismo se pre-
gunte con asombro Por qu he de hacer-lo?
No son las instituciones complicadas, las asociaciones, los arbitrajes, etc., las que salvarn a la humanidad, ser el sim-ple razonamiento, cuando se haga general. Y puede y debe serlo muy pronto. La situa-cin de los hombres de nuestra poca, es semejante a la del hombre dormido ator-mentado por horrible pesadilla; el hombre se ve en una situacin espantosa, espera un mal horrible del que ya participa; com-prende que no puede suceder, pero no le es posible detenerse y el mal se aproxima cada vez ms, es presa de desesparacin, ha llegado hasta el fin y se hace esta pre-gunta: pero es esto verdad? Y basta que dude de la verdad del mal para que en se-guida se despierte y se disipen todas las angustias que sufra.
Est tambin en este signo de la vio-lencia, de la servidumbre, de la crueldad, de la necesidad de participar con esta te-rrible contradiccin, entre la conciencia cristiana y la vida brbara, en la cual se encuentran los pueblos europeos. Pero cuando se despierten del sueo en que es-tn sumidos, que se despierten para la contemplacin superior de la vida revelada por el cristianismo hace mil novecientos aos, que nos llam de todas partes, y, momentneamente, desaparecer todo lo que es tan terrible, y como sucede al des-pertarse de una pesadilla, el alma, la con-ciencia del que la sufre, se llenar de gozo, y hasta le ser difcil comprender como semejante insensatez podia haber sido un sueo.
Bastar despertarse un instante de ese aturdimiento perptuo en el cual el gobier-no trata de mantenernos, bastar contem-plar lo que hacemos bajo el punto de vista de esas exigencias morales que pedimos a los nios, y hasta a los animales, prohi-bindoles que se peguen, para horrorizar-los de toda la evidencia de la contradiccin en que vivimos. Se necesita slo que el hombre se despierte del hipnotismo en que vive, que mire sobriamente lo que el Esta-do exige de l para que, no slo se niegue a obedecer, sino que sienta un asombro y
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una indignacin indecibles porque se atre-van a tener con l semejantes exigencias.
Y este despertar puede producirse de un momento a otro.
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A LOS HOMBRES POLTICOS
The most fatal error ever happened in the world was the separation of political and ethical science.
SHELLEY En mi llamada a los trabajadores, he expli-cado esta idea: que los trabajadores, para librarse del estado de opresin en que se hallan, deben por s mismos cesar de vivir como viven en la actualidad en lucha co-ntra su prjimo por alcanzar el bien perso-nal y vivir segn el principio evanglico: procede con los dems como los dems quisieras que procediesen contigo.
Este medio que he propuesto ha provo-cado, como esperaba, los mismos razona-mientos, o mejor dicho, las mismas acusa-ciones por parte de los hombres de las ms encontradas opiniones.
Es una utopa, no es prctico. Esperar para libertar a los hombres que sufren opresin y violencia, a que todos sean vir-tuosos, esto equivale a condenarse a la in-accin a la vez que se reconocen los males existentes.
Y yo he querido decir en algunas pala-bras, el por qu opino que esta idea no es una utopa, al contrario, merece que se fije en ella la atencin con preferencia a cual-quier otro medio propuesto por los sabios para mejorar el orden social; he querido decrselo a los que francamente desean - no con palabras, sino con actos - servir a su prjimo.
A estos es a quienes me dirijo. 1 Las ideas de la vida social que guan la ac-tividad de los hombres, se modifican, y, con arreglo a esas modificaciones, cambia tambin el orden de la vida de los hom-bres. Hubo un tiempo en que el ideal de la vida social era la absoluta libertad animal durante la cual los unos, segn sus fuer-zas, en el sentido propio y figurado, devo-
raban a los otros. En seguida vino el tiem-po en que el ideal social era el podero de uno solo, en que los hombres adoraban a los potentados; no slo voluntariamente, sino con entusiasmo se sometan a ellos: Egipto, Roma, Morituri te Salutant. Des-pus los hombres tuvieron por ideal un arreglo de la vida, durante el cual el poder era admitido, no por s mismo, sino para regular la vida de los hombres. Las tentati-vas de realizacin de semejantes ideales duraron un cierto tiempo: la monarquia uni-versal; en seguida la Iglesia universal, puestas de acuerdo guiaron varios Esta-dos. Acto seguido apareci el ideal de la representacin nacional, en seguida el de la Repblica, con el sufragio universal o restringido. Hoy se estima que este ideal podr lograrse cuando la organizacin sea tal que los instrumentos de trabajo cesen de ser de la propiedad privada y sean un bien comn a todo el pueblo.
Cualquiera que sea la diferencia que esos ideales presentan en la vida para po-derse realizar suponen siempre el poder, es decir, la fuerza que obliga a los hombres a respetar las leyes establecidas. Hoy se supone la misma cosa. Se supone que la realizacin del bien ms grande se conse-guir porque los unos (segn la doctrina china, los ms virtuosos; segn la europea, los elegidos por el pueblo) reciban el po-der, y lo establezcan y sostengan con or-den, en el cual estn todos garante de fren-te a frente de los dems, contra los que atenten al trabajo, a la libertad y a la vida de cada cual. No solamente los hombres que ven en el Estado una condicin nece-saria de la vida humana, sino tambin los revolucionarios y los socialistas, por ms que consideren al Estado actual como ob-jeto de ser cambiado, reconocen hasta el poder, es decir, el derecho y la posibilidad de los unos a forzar a los dems a que acepten leyes establecidas, como condi-cin necesaria del bienestar de la socie-dad.
Esto ocurri as durante la antigedad y contina en nuestros dlas. Pero los hom-bres obligados por la fuerza a obedecer ciertas rdenes, no siempre las consideran
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como las mejores, por ello se sublevan a menudo contra sus dominadores, las derri-ban y reemplazan las antiguas rdenes por otras nuevas que, con arreglo a su convic-cin, les garantizen un bien mayor; y por su parte gozan de la autoridad menos para el bien comn que para su bien personal, de manera que el nuevo poder resulta como el antiguo, y con frecuencia aun ms injusto.
Igual acaeca cuando se levantaron co-ntra el poder existente y le vencieron. Cuando la victoria qued de parte del po-der existente, entonces ste, para garantir-se sigui aumentando los medios de de-fensa y cohart an ms la libertad de sus sbditos.
Siempre ha sucedido asi, en la antige-dad y en los tiempos modernos, y lo mismo sucedi con firme evidencia en nuestro mundo europeo durante todo el siglo XIX. En la primera mitad del citado siglo las re-voluciones, en su mayor parte, triunfaron, pero los poderes nuevos que vinieron a re-emplazar a los antiguos -Napolen I, Car-los X, Napolen III- no aumentaron la liber-tad de los ciudadanos; en la segunda mi-tad, despus de 1848, todas las tentativas de revolucin fueron suprimidas por los gobiernos y, gracias a las revoluciones an-tiguas y a las tentativas nuevas, los gobier-nos se defienden cada vez ms, y sirvin-dose de las invenciones tcnicas del siglo pasado que dieron a los hombres un impe-rio sobre la naturaleza que antes no tenan, aumentan su poder, por ms que hacia fi-nes del pasado siglo ese poder ha crecido hasta un grado tal que la lucha del pueblo contra ellos se ha hecho imposible.
Los gobiernos han acaparado en sus manos, no slo enormes riquezas de las que han despojado a los pueblos, no sola-mente ejrcitos disciplinados reclutados con cuidado, sino tambin los medios mo-rales de accin sobre las masas: la direc-cin de la prensa, de la religin, y princi-palmente, la educacin. Y estos medios es-tn tan bien organizados y son tan podero-sos que, desde 1848 no ha habido en Eu-ropa una sola tentativa feliz de revolucin.
2 Este fenmeno es completamente nuevo y peculiar de nuestro tiempo. Cualquiera que fuese el poder de Nern, Gengis-Kan, Car-lomagno, stos no podan reprimir las revo-luciones en sus reinos, y adems se en-contraban imposibilitados para guiar la ac-tividad intelectual de sus sbditos, su ins-truccin, su educacin, su religin. Ahora todos los medios estn en poder de los go-biernos.
No es solamente el sistema Macadam sustituyendo el viejo empedrado de Pars quien ha hecho imposible las barricadas que se han visto levantar en esta ciudad durante la Revolucin. En la ltima mitad del siglo XIX un Macadam semejante se encuentra en todas las ramas de la admi-nistracin pblica: la policla pblica, el es-pionaje, la vanalidad de la prensa, los fe-rrocarriles, el telgrafo, el telfono, las fo-tografas, las prisiones, las fortalezas, las inmensas riquezas, la educacin de las nuevas generaciones, y principalmente el ejrcito, no son ms que Macadams en las manos del gobierno.
Todo est tan bien organizado que los gobiernos ms insignificantes, los ms ne-cios, casi por accin refleja, por instinto de salvaguardia, no toman nunca ms que preparativos contra la revolucin, y, siem-pre sin hacer ningn esfuerzo, ahogan las tmidas tentativas de rebelin que los revo-lucionarios suelen hacer a veces, no lo-grando con ello otra cosa ms que aumen-tar el poder de los gobiernos.
El nico medio con que en la actualidad se puede vencer a los gobiernos es ste: que el ejrcito formado por hombres del pueblo, despus de haber comprendido la injusticia y el perjuicio que les causa, dejen de sostenerle.
Pero, bajo este punto de vista, los go-biernos saben que su fuerza principal est en el ejrcito, y han organizado tan bien el reclutamiento y la disciplina, que ninguna propaganda hecha por el pueblo puede arrancar al ejrcito de las manos del go-bierno. Ni un solo hombre perteneciente al ejrcito y que est sumido bajo el hipno-
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tismo que se llama disciplina, a despecho de toda conviccin polltica, no puede es-tando en las filas, sustraerse al mando, lo mismo que no puede bajar el prpado cuando le amenazan el ojo. Y los jvenes de veinte aos, que se reclutan para el servicio, educndoles en el espritu embus-tero, eclesistico o materialista, y tambin patritico, no pueden negarse a servir, lo mismo que los nios que se envan a la escuela no pueden negarse a ir. Al entrar esos jvenes en el servicio, cualesquiera que sean sus convicciones, gracias a la hbil disciplina elaborada por los siglos, en un ao, inevitablemente, sern transforma-dos en instrumentos dciles del poder. Si se presenta algn caso de negativa al ser-vicio militar, muy raro, uno por cada diez mil, este caso proviene nicamente de los titulados sectarios que proceden as, con arreglo a sus ideas religiosas, a las que el gobierno no reconoce. De manera que en nuestro tiempo, en nuestro mundo euro-peo, si el gobierno desea conservar el po-der, -y no puede dejar de desearlo puesto que la destruccin del poder seria la prdi-da de los gobernantes- no puede organi-zarse ninguna revolucin seria, y si se or-ganizara alguna tentativa de este gnero, en seguida ser suprimida, y no tendr otra consecuencia ms que la prdida de bas-tantes personas y el aumento del poder del gobierno. Los revolucionarios, los socialis-tas que se guan por las tradiciones, arras-trados por la lucha convertida para algunos en profesin, no pueden verlo; pero todos los hombres que juzgan con libertad los acontecimientos histricos, no pueden de-jar de notarlo.
Este fenmeno resulta completamente nuevo, y es porque la actividad de los hombres que desean cambiar el orden existente, debe conformarse con esta nue-va situacin del poder existente, en el mundo europeo.
3 La lucha entre el poder y el pueblo dura desde hace muchos siglos; trajo primero el cambio de un poder por otro, el de ste por
un tercero, etc. Desde la mitad del siglo l-timo, en nuestro mundo europeo, el poder de los gobiernos existentes, gracias a los perfeccionamientos tcnicos, se ha rodea-do de tales medios de defensa que la lucha contra l por la fuerza se ha hecho imposi-ble. Y, a medida que el poder se ha ido haciendo cada vez ms fuerte, ha mostra-do tambin cada vez ms su inseguridad, la contradiccin interior que excita entre el poder bienhechor y la violencia -pues esto es la esencia de todo poder- habiendo cre-cido la ltima cada vez ms. Resulta evi-dente que el poder -que para ser bien hecho debera estar en manos de los mejo-res hombres- se encuentra siempre en manos de los peores, pues los mejores hombres a causa de la esencia del poder en si, que consiste en el empleo de la vio-lencia para con los dems, no pueden de-searle, y por esta razn, no le alcanzan ni le conservan nunca.
Es tan evidente esta contradiccin, que parece que todos los hombres debern verla. Sin embargo, el solemne aparato del poder, el miedo que excita, la inercia de la tradicin son tan poderosos que siglos, mi-llares de aos, transcurrirn antes que los hombres comprendan su error. Solamente en los ltimos tiempos se ha empezado a comprender -a pesar de toda la solemnidad de que el poder sigue rodendose- que su esencia consiste en amenazar a los hom-bres con la privacin de la libertad, de la vida, y a poner en prctica estas amena-zas; por esta causa, los que como los re-yes, los emperadores, los ministros, los jueces, y los dems que consagran toda su vida a esto, sin otro pretexto que el deseo de guardar su situacin ventajosa, no so-lamente no son los mejores hombres, sino que son siempre los peores, y, sindolo, no pueden ayudar al bien de los hombres con su poder, al contrario, han suscitado y sus-citarn siempre una de las causas principa-les de los males de la humanidad. He aqu, por qu el poder que en otras pocas exci-taba en el pueblo entusiasmo y adhesin, ahora entre la mayor y mejor parte de los hombres provoca no slo indiferencia, sino tambin muy a menudo desprecio y odio.
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Esta clase de hombres, siendo los ms in-teligentes, comprende hoy que todo el apa-rato solemne de que se rodea el poder, no es otra cosa ms que la camisa roja y el pantaln de pana con que se viste el ver-dugo, para distinguirse de los dems pri-sioneros, puesto que l se encarga de la necesidad ms inmoral y ms repugnante del suplicio de los hombres.
Y el poder, conociendo la nueva forma de mirar las cosas, que cada vez se ex-tiende ms entre el pueblo, en la actualidad no se apoya ms que en la potencia espiri-tual sobre lo sagrado, sobre la eleccin; pero no se sostiene ms que por la violen-cia, pues ha perdido y sigue perdiendo la confianza del pueblo. Perdiendo esta con-fianza se ve forzado a recurrir cada vez ms al acaparamiento de todas las mani-festaciones de la vida del pueblo, y gracias a esto provoca un descontento general an ms grande.
4 EI poder se ha convertido en inquebranta-ble, pero ya no se apoya sobre uncin, la eleccin, la representacin u otros princi-pios espirituales; se mantiene por la fuerza, y al mismo tiempo, el pueblo cesa de creer en el poder y de respetarle, y slo se so-mete a el porque no puede hacer otra co-sa.
Desde la mitad del siglo ltimo, desde que el poder se hizo inquebrantable y al mismo tiempo perdi en el pueblo su justi-ficacin y su prestigio, empez a aparecer entre los hombres una doctrina de la liber-tad -no esa libertad fantstica que propa-gan los partidarios de la violencia afirman-do que el hombre est obligado bajo pena de castigo, a ejecutar las rdenes de los dems hombres, y si la sola y verdadera li-bertad, que consiste en que cada hombre pueda vivir y proceder segn su propia ra-zn; pagar o no los impuestos, entrar o no en el servicio, estar o no en buenas o ma-las relaciones con el pueblo vecino- que esta libertad sola y verdadera es incompa-tible con cualquier poder de los hombres sobre los dems.
Segn esta doctrina, el poder no es como antes se crea, algo de divino, de au-gusto, ya no es una condicin necesaria para ia vida social, sino, simplemente una consecuencia de la violencia grosera de unos sobre otros. Que el poder est en manos de Luis XVI o del Comit de Salva-cin Pblica, del Directorio o del Consula-do, de Napolen o de Luis XVI, del Sultn, del Presidente, dei Mikado o de los prime-ros ministros, en todas partes en donde existe el poder de los unos sobre los otros, no habr libertad y s opresin. Por esta causa el poder debe ser destruido.
Pero cmo destruirle? Y cmo una vez destrudo arreglarse para que los hom-bres no vuelvan al estado salvaje de grose-ra violencia ejercida por unos sobre otros?
Todos los anarquistas -como se llaman los propagadores de esta doctrina- estn completamente de acuerdo sobre la res-puesta a la primera pregunta, y dicen que el poder, para ser destrudo de un modo eficaz, debe ser destrudo, no por la fuerza, y si por la conciencia que tendrn los hom-bres de su inutilidad y de su peligro. Pero a la segunda pregunta: Cmo debe esta-blecerse la sociedad sin poder?, responden de diferentes maneras.
El ingles Godwin, que viva a fines del siglo XVIII y en los comienzos del XIX, y el francs Proudhon que escribi a mediados del siglo ltimo (siglo XIX), respondan a la primera pregunta que bastaba para destruir el poder, que los hombres tuvieran con-ciencia de que el bien general (Godwin ) y la justicia (Proudhon) eran violados por el poder y que si se extenda entre el pueblo la conviccin de que el bien general y la justicia pueden realizarse, pero nicamente con la ausencia del poder, ste se destrui-ra por si mismo.
A la segunda pregunta: cmo sin po-der podra garantirse el bienestar de la so-ciedad? Godwin y Proudhon respondan que los hombres guiados por la conciencia del bien general (Godwin) y por la justicia (Proudhon) encontraran necesariamente las formas de la vida ms razonables, ms justas, y ms ventajosas para t