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    , ANTONIO

    GOMEZ RO LEDO

    PL TONLOS SEIS GRANDES TEMAS

    ,

    DE SU FILOSOFIA

    .

    /

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    Entre las aulas y los patios y los rboles del viejo

    Mascarones (ltimo albergue del

    otium

    clsico en

    esta trepidante metrpoli) fue iniciado Antonio G-

    mez Robledo por Demetrio Frangos en la lectura

    directa de Platn, y desde entonces ha sido el fi-

    lsofo ateniense, 'para el humanista mexicano,

    compaero de vida y de viaje, en el largo peregri-

    nar del diplomtico en servicio de la Repblica. En

    Platn, despus del Evangelio, ha encontrado G-

    mez Robledo la fuente ms viva y el ms hondo

    repositorio de su energa espiritual. Fruto de tan

    dilatada y entraable convivencia es el presente

    libro, en el cual el autor ha intentado una nueva

    aproximacin a Platn por los temas cardinales de

    su filosofa. Despus de veinticinco siglos, o poco

    menos, de reflexin filosfica sobre Platn, nadie

    puede pretender hoy una originalidad absoluta.

    l

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    PLATN

    LOS SEIS GRANDES TEMAS DE SU FILOSOFA

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    ,

    PLATON

    LOS SEIS GRANDES TEMAS

    DE SU FILOSOFA

    ANTONIO G6MEZ

    RO LE O

    DEL COLEGIO NACIONAL

    FONDO DE CULTURA ECONMICA

    UNIVERSm.\D NACIONAL AUTNOMA DE MXICO

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    Primera edicin Centro de Estudios Filosficos de la UNAM, 1974

    Primera rcimpresin, Fondo de Culura

    Econmica,

    l 932

    Segunda reimprcsin, 1986

    PRLOGO

    .QUE HAYA un Platn ms,

    qu importa al mundo ... Segura-

    mente que as ha de ser, y sobre todo con un Platn mexicano,

    cuando los hispanoamericanos, en tanto que filsofos, estamos

    apenas

    --y

    esto en el mejor de los casos- en nuestra etapa pre-

    socrtica. De ella, sin embargo, no saldremos jams si no nos

    decidimos a hacer, por nuestra cuenta y riesgo, lo mismo que los

    superdesarrollados. En el campo de la economa hace ya tiempo

    que tomamos esta decisin, y no hay por qu no tomarla tam-

    bin en el de la cultura.

    En la circunstancia mexicana, concretamente, no es ya ninguna

    novedad el que nosotros mismos tratemos, con originaria res-

    ponsabilidad, de repensar las obras de los grandes pensadores.

    Con Grecia, ms en concreto, lo hicieron as, hace ms de medio

    siglo,

    todos

    los miembros de la generacin del Ateneo,

    y

    uno de

    ellos, Alfonso Reyes, persever en esta empresa casi por medio

    siglo, mientras tuvo vida. Y su aficin de Grecia, del mundo

    clsico en general, redund de hecho -quin podr negarlo?-

    en incremento de la cultura mexicana, as hayan podido encoger-

    se de hombros, ante su obra, ciertos scholars con los cuales nada

    nos va ni nos viene. Con respecto a otros pensadores o a otras

    corrientes filosficas se dividieron luego los

    atenestas,

    como tena

    que ser en una comunidad de espritus libres, pero en el culto

    de Grecia estuvieron unnimes siempre. En una de sus grandes

    humoradas, Vasconcelos lleg a escribir aquel infortunado artcu-

    10 de La Antorcha : Reneguemos del Iatinismo, pero nunca

    del helenismo. Tan lejos estaba de ello.' que

    10

    que buscaba era

    precisamente suprimir la mediacin de Roma para establecer la

    ms directa e inmediata comunin con Grecia.

    Ahora bien, y como lo dijeron explcitamente tantos de entre

    ellos -Reyes sobre todo-, era justo la circunstancia mexicana,

    y

    no una inclinacin cultural como cualquier otra, lo que les

    empujaba apremiantemente a buscar en Grecia lo que necesita-

    ban transvasar luego en sangre propia, en nuestros hbitos

    ms ntimos y en nuestra propia mentalidad. El culto de la

    Razn, el equilibrio espiritual, la

    sophrosyne

    sobre la

    hybris,

    ltantas cosas m.sl, deban convertirse tambin, como en otras

    partes, en patrimonio espiritual mexicano. Con slo Dyonisos

    -o sus mulos del Panten azteca-. nos haba ido como era tan

    f lNSnTUTO

    I o o

    D.R . .s1982,FONDO

    DE

    CULTURA

    ECONOMICA

    DoR. @1986, FONDO DE CULTURA ECONOMICA. S. A. DE C. v.

    Av. de la Universidad 975; 03100 Mxico, D. F'.

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    Impreso

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    Mxico

    [7J

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    8 PRLOGO

    PRLOGO

    9

    patente. A polo deba venir tambin, )' con l la medida, el orden

    y la claridad del espritu. Todava, sin embargo, parece que algo

    queda por hacer, cuando no hace tantos aos sentimos una vez

    ms cmo Huichilobos, segn deca el gran cronista, hcda muy

    malamente.

    Desde que me decid a lanzarme -un mexicano ms, enamora-

    do de Grecia- en este gnero de estudios, he tenido como pauta

    y

    gua la de aquellos varones, la ms ilustre promocin en la

    historia espiritual de Mxico. Con la equis en la frente -la del

    nombre de la patria- fueron ellos en procura de Grecia,

    y

    por

    esto fue su obra tan humanstica cuma mexicana. En ellos ope-

    r, instintivamente tal vez, pero no por esto con menos ~eguro

    discernimiento, un criterio selectivo por virtud del cual esco-

    gieron, en el inagotable legado clsico, los temas o motivos de

    que ms necesitamos para poder llegar algn da, nosotros tam-

    bin, a la plenitud del espritu.

    Mi

    criterio

    selectivo, en lo que concierne a Plarn, est patente

    en los que para m, naturalmente, son los seis grandes temas de

    su filosofa: la Virtud, las Ideas, el Alma, el Amor, la Educacin

    y el Estado. Podr haber errado por carta de ms o de menos,

    pero creo que nadie podr negar que se trata de temas indiscu-

    tiblemente platnicos. Y si los he tratado bien o mal, a otros toca

    decirlo, pero la operacin selectiva, en suma, me parece perfecta-

    mente legtima, como la que hizo Heimsoeth con los seis gran-

    des temas de la metafsica occidental . Mera coincidencia, como

    leemos en la pantalla, de hallazgo y nomenclatura.

    Me pareci asimismo que, consideradas todas las circunstan-

    cias, el enfoque temtico de Platn es el nico posible, en la

    actualidad, para un filsofo o filosofante hispanoamericano. Una

    biografa espiritual de

    Platn,

    acompasada con cada uno de los

    dilogos, pudo hacerla Wilamowirz, as como un estudio de la

    filosofa platnica, de dilogo en dilogo, con su anlisis ms o

    menos exhaustivo, fue la gran empresa amparada con nombres

    tales como los de Grote, Ritter, Taylor y Shorey, para no hablar

    de Uberweg, Zeller y Gomperz, los grandes historiadores de la

    filosofa helnica. Querer ponerse en el mismo plan de estos

    colosos es como ponerse con Golat, pero sin el auxilio divino.

    Lo que, en cambio, puede hacer cualquiera decorosamente, es

    discurrir libremente por el lema o temas elegidos, con slo que

    sus lucubraciones tengan primero el suficiente apoyo documental

    en los textos platnicos. Lo nico que no puede hacerse es dis-

    currir en el vaco o tomar a Platn como pretexto de nuestro

    diyagar.

    Y tam bin

    este gnero de platonismo libre, como si

    di -

    jcramos, tiene ilustres precedentes, como, por ejemplo, el clebre

    libro de Walter Pater.

    Con todo ello, podr siempre objetarse que esto de llevar un

    li bro

    ms a la biblioteca (bibliotecas mejor dicho) de los libros

    escritos

    sobre

    Platn,

    es tanto como querer llevar lechuzas a

    Atenas, segn decan los antiguos, o cocos a Colirna, para decirlo

    a la mexicana. As

    cs,

    desde luego, con tantos libros o libelos

    como andan por ah, y podra serlo tambin con el presente

    (los lectores lo dirn), cuando el libro en cuestin no aporta la

    menor novedad, en ningn sentido, a lo que ya consta en los que

    le precedieron. Slo que, cuando tal es el lamentable caso, la

    culpa entera es del autor y no de la materia, o dicho de otro

    modo, que no est clausurado, ni con mucho, el campo de la

    exe-

    tica platnica. Los grandes pensadores, en efecto, tienen en esto

    ~tl1

    destino anlogo al de Cristo, quien se defini a s mismo

    corno signo de contradiccin. Mientras los sintamos vivos, como

    lo sentimos a

    Platn,

    habr de seguir librndose, en torno a su

    mensaje, la eterna pelea, como lo dejarn ver -as lo espero por

    lo menos- las pginas que siguen. Ni sobre Platn mismo, ni

    sobre su filosofa, ha podido hasta hoy decirse la ltima palabra.

    :\ o hay uno solo. entre los grandes temas platnicos, que no sea,

    en el momento actual, campo de beligerancia,

    y

    en la afluencia

    de concurrentes bien puede entrar uno ms. Sera tan fcil como

    largo e impertinente hacer el catlogo de los contendientes en el

    palenque platonizante, los de hoy y los del pasado inmediato.

    Uno de los ltimos en haberse ido, Cassirer, expir, como quien

    dice (si ~omamos

    El mito del Estado

    como su testamento), com-

    batiendo contra Jaeger en la interpretacin, en puntos cardina-

    les, de la personalidad

    y

    de la obra de Platn,

    .1\0

    se ha dicho sobre l la ltima palabra, por la simple y

    buena razn de que Platn est vivo,

    y

    slo de los muertos hay,

    al enterrarlos definitivamente, ltimas palabras. Las hay de mu-

    chos filsofos que, con todos sus mritos,

    es tn

    bien muertos, pero

    no puede haberlas de quien prosigue actuando entre nosotros,

    en los problemas m s vitales del hombre y del Estado. Habr

    muerto slo cuando haya muerto la civilizacin occidental, la que

    lleva l (se ha dicho muchas veces) , hace veinticinco siglos, sobre

    sus anchas espaldas. Es una comparacin que, por verdadera que

    sea, no acaba de gustarme del todo, porque Atlas es un viejo

    cansado que soporta, a ms no poder, el peso del mundo, al paso

    que Platn est hoy entre nosotros, para dirigimos, con la misma

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    ajeno a Platn,

    y

    si de alguno de estos campos, como el de la

    poltica

    activa, le obligaron las circunstancias a retacr~e, p~de-

    mas estar ciertos

    -y

    su obra da de ello abundante teStlJl10111O-

    que fue una renuncia de gran sacrificio. Tanto

    ms

    cuanto .que,

    segn todas las apariencias, en

    Platn

    se dio, COl1l0 era el Ideal

    griego, el ms bello equilibrio del cuerpo y del espritu. La

    mejor cabeza del mundo le ha llamado Vasconcelos, y el nombre

    de Platn que recibi ms tarde (primero se le llam Aristodes)

    parece haberle venido por la anchura ~~).,a't?) de su fre~1te o de

    sus hombros. Bello y fuerte (x a A O C ; xaL LC JX U p O ;) lo describen sus

    bigrafos ms antiguos. Para lo nico que. no parece haber

    estado dotado Platn, fue para la elocuencia, para las gran-

    des batallas orales del gora o del Pnyx, Su voz, a lo que

    se dice, era tenue, y sobre esto an, no le ayudara mucho, para

    el arrojo que deben tener los hbiles en estas ,lides, una CIerta

    verecundia o timidez que en l era, por lo d:mas, u~ aspecto .de

    su compostura o elegancia espiritual. Es bien po.sIble,. en fin,

    que todos estos embarazos pudiera haberlos vencido SI le .hu-

    hiera sido necesario; pero otros fueron, por lo que haya SIdo,

    los teatros de su accin.

    Quisiramos seguir, como en el discurso de la :,ida de cual.quier

    otro personaje, con la narracin de lo que hizo o le aVl110 a

    Platn conforme fue creciendo; pero el hecho es que, con excep-

    cin de los viajes sicilianos, de los cuales s tenemos i,nfonnac~6n

    muy copiosa y de primera ~ano, en t?do lo demas_ s~~ bien

    escasas las noticias sobre su VIda. Es currosa la campar

    acion,

    he-

    cha por T'aylor, de que sabemos ms de Scrates, de su vida p -

    Llica y privada.s que de Platn: lo que acaso pueda :lebeJ'se tanto

    a la dramaticidad extraordinaria de la muerte de Scrates, sobre

    la cual se agolpa toda su vida, como al hecho, con

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    14

    PIArN y Sil POCA

    'LATN Y SU POCA

    15

    G Prot .

    325 d-326 c.

    Rep.

    401-d

    miembro adems de la nobleza ateniense, debi haber prestado,

    sin la menor duda, durante los aos que la ley prescriba. De los

    dieciocho a los veinte de su edad, todo efebo ateniense estaba en

    servicio constante, principalmente en las fronteras del tica,

    como defensor del pas

    (1 tEpG1tOA O< ; r fj< ; xw pa< ;) ;

    pero la milicia

    se extenda de ordinario hasta los veinticinco aos, y sobre todo

    cuando lo demandaban las circunstancias. Ahora bien, los siete

    aiios: 410403, que coinciden, para Platn, con el periodo de los

    18 a los 25 de su eelad, fueron para Atenas de los ms agitados

    y

    aflictivos. Entre ellos, en efecto, se sita el final de la guerra de

    Peloponeso, con las ms tremendas batallas terrestres y navales

    (Mitilene, las Arginusas, Egosptami) , despus de las cuales vino

    la rendicin de Atenas

    (404).

    seguida luego, en lo interior, de la

    ms grave revolucin poltica. En estos aos, pues, cuando Ate-

    nas fue, como dice Tucdides, ms una fortaleza que una

    ciudad, y cuando el teatro de la guerra, adems, fue tan vas-

    to y tan disperso, podemos tener por cierto que ningn ate-

    niense en edad militar habr dejado ni por un momento las

    armas,

    y

    que

    Platn,

    por tanto, en la infantera, en la caba-

    llera o en la armada, habr tomado toda la parte que corres-

    ponda a su sentido del honor y a su condicin social. Una

    confirmacin

    a posteriori

    de todo esto podramos tenerla en el

    alto aprecio que Platn tuvo siempre por la educacin militar.

    No hay que olvidar, en efecto, que la clase de los guardianes, en

    su Estado ideal, es apenas una seleccin de la clase dominante

    . de los guerreros.

    Volviendo a lo que de

    Platn

    nos interesa ms, parece que su

    irresistible vocacin de escritor se orient en un principio a la

    poesa, y ms concretamente a la poesa trgica. Segn va la

    leyenda, habra llegado a componer hasta una tetraloga con la

    que p;nsaba competir en el festival de Corinto, y que luego

    quemo, con otros versos, cuando, al encontrarse con Scrates,

    decidi consagrar su vida a la filosofa. Cierta o no la ancdota,

    es evidente el genio dramtico de Platn, que se acusa en tantos

    dilogos, sobre todo en los de la primera poca, siendo el PQ-

    tgoras, tal vez, la obra maestra.

    Antes del encuentro con Scrates, parece cierto tambin que

    ~latn se haba familiarizado bastante, a pesar de su extrema

    .Iuventu?, con los escrto~ de. los filsofos que circulaban por

    aquel tIempo en los medios intelectuales de Atenas: Herclito,

    P~rm~r:ides, Xenfanes, Zenn, Ernpdocles, Anaxgoras y los

    pltagoncos. De estos pensadores, Parrnndes y

    Zenn,

    el

    enfant

    habladas, les hace aqul que, sentados en sus bancos, lean las

    obras de los grandes poetas y les obliga a aprenderlas de memo-

    ria, por estar llenas de buenos consejos,

    de

    episodios y elogios

    en gloria de los hroes antiguos, a fin de que el alumno, lleno de

    emulacin, les imite y conciba el deseo de parecrseles.

    Los citaristas, a su vez, haciendo otro tanto en un dominio

    diferente, se esfuerzan en inspirar la templanza en los jvenes

    y en apartarles del mal. A ms de esto, y una vez que han apren-

    dido

    a

    taer la ctara, les dan a conocer las obras de otros buenos

    poetas, de los lricos esta vez, haciendo que las ejecuten e~ .la

    ctara, y obligando as

    a

    las almas de los educandos a familia-

    rizarse con los ritmos y las armonas, a fin de comunicarles un

    carcter ms apacible, y que, penetrados de ritmo y armona,

    puedan ms tarde revelar su capacidad en la palabra y en la

    accin, porque toda

    la

    vida humana tiene necesidad de ritmo y

    armona.

    No es todo an, sino que, despus de esto, mandan los pa-

    dres a sus hijos con el maestro de gimnasia. a fin de que su inte-

    ligencia, una

    vez

    formada, tenga a su

    servicio

    un .::uerpo en las

    mejores condiciones, y que su miseria fsica no les obligue .a

    huir cobardemente en el combate o en todo otro orden de acti-

    vidad ... Cuando, en fin, se han separado de sus maestros, la

    ciudad a su vez les obliga a aprender las leyes y a conformar a

    ellas su vida.?

    sta es, como all mismo dice Platn, la educacin para la

    virtud: 1t a .~ oE ta E t< ; < PET V , la que persigue conjuntamente la for-

    macin del mejor hombre y del mejor ciudadano. En ella, como

    se ve, tiene parte tan principal la msica, tal como hoy la en-

    tendemos, y no ciertamente para el virtuosismo del ejecutante,

    sino para la formacin espiritual en su estrato ms profundo.

    Por algo, aos ms tarde, dej Platn consignado en la

    Repblica

    este gran juicio: No es por ventura la msica, Glaucn, la edu-

    cacin soberana? Por ella, en efecto, la armona y el nmero se

    insinan hasta el fondo del alma, se apoderan de ella y la tor-

    nan bella por extremo.?

    Tal fue puntualmente, y as se nos revela en sus obras: bella

    por extremo, el alma de Platn; pero ju~tamente co~ su forma-

    cin literaria y musical, no debemos olvidar el otro Importante

    aspecto del servicio militar que un joven robu.sto como l, y

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    1 6

    PLATN Y POCA

    17

    LATN Y POCA

    terrible

    del eleatismo, haban visitado Atenas, medio siglo m.is

    o menos antes que naciera Platn, y Anaxagoras por su parte,

    aos

    ms tarde, haba tenido all mismo una larga residencia,

    habiendo sido uno de los ms allegados a Pcricles, En cuanto ;

    Herclito, quien nunca estuvo en Atenas,

    ense

    all su filosofa

    su discpulo Cratilo, de quien s sabemos, esta vez con toda

    certeza, haber sido, en los estudios fi losficos, el primer maestro

    de Platn. Ms tal vez que por sus propios merecimientos ha

    pasado a la inmortalidad por el dilogo platnico que lleva su

    nombre,

    y

    en el que encontramos expuesta, como tena que ser,

    la doctrina del movilismo universal.-

    Haya contribuido o no la convivencia C011 Scrates (quien

    ostensiblemente profesaba no saber ni ensear nada) a profun-

    dizar en Platn el conocimiento de la filosofa helnica, que por

    entonces se encontraba ya en tan alto punto de madurez, lo cierto

    es que todos los que hemos nombrado antes influyeron, en

    mayor o menor medida, en su propia filosofa. Herclito, Parm-

    nides y Pitgoras, seran, segn creemos, los nombres que princi-

    palmente habra que destacar. Toda su vida la pas Platn en

    dilucidar, como dira Antonio Caso, el problema Herclito-Eleti-

    co, en conciliar la movilidad del ente sensible con la inmovil idad

    del ente inteligible. Sus preferencias habrn estado por Parrnni-

    des (a quien unas veces llama venerable y otras terrible), en

    cuanto que el ser que verdaderamente es: 'to oV 'tw -;; ov, es, para

    Platn, no el fenmeno sensible, sino la Idea, pero no por esto

    neg, como Parrnnides, la realidad del devenir, y en la conci-

    liacin entre uno y otro mundo consumi su vida. Por ltimo,

    la doctrina pitagrica del nmero como principio de ordenacin

    csmica, y la armona musical resultante, es algo tan patente en

    Platn, que no vale la pena detenerse en discutirlo. Doctrina del

    movimiento, doctrina del reposo

    y

    doctrina del nmero, son en

    suma,

    y

    en estos trminos, para Walter Pater, las influencias

    primordiales en la filosofa platnica, y que podemos con cer-

    teza hacer remontar a sus aos juveniles.

    Sobre todas ellas, empero, se impone la influencia avasallado-

    ra de Scrates, con quien Platn parece haber convivido, segn

    los clculos ms verosmiles, entre los veinte y los veintiocho aos

    de su edad, hasta la muerte del maestro. Parmnides, por ejem-

    plo, habr sido sin duda, y Platn debi de comprenderlo as, un

    genio filosfico, por el aspecto puramente intelectual, mucho

    ms alto; pero por el lado del eticisrno no hubo, ni entonces ni

    despus, nadie que superara a Scrates,

    Ahora bien, la filosofa de Platn (es una i-mpresin muy per-

    sonal, pero muy sincera, y que no podemos dejar de consignar)

    es una filosofa [unuamentalmenteeticista, por amplio que sea

    el lugar que en ella ocupen las especulaciones cosmolgicas y

    metafsicas. Por su propio temperamento o por las circunstancias

    histricas y sociales que le rodearon, no es Platn, como s lo

    es, por el contrario, Aristteles, el contemplador puro, el O e :w p O C ;

    Ti j: ; e EWpLC ';

    EVEXCC Su teora de las ideas, si bien se mira, es sobre

    todo teora de los valores, y ms concretamente an, de aquellos

    que ms tienen que ver con la conducta humana: lo bello y lo

    bueno, lo justo y lo santo ... La importancia del mundo inteli-

    gible, para Platn, estriba en que de l depende, de la Idea del

    Bien en ltima instancia, la conducta humana, personal y social.

    A su percepcin, sin duda, no puede llegarse sino por el arduo

    sendero de la dialctica, y nada est tan lejos de Platn como

    el moralismo puro de Antstenes o Digenes; pero su preocupa-

    cin principal, una vez ms, es la reforma intelectual y moral del

    hombre y del Estado. As en toda su obra, y no slo en la cum-

    bre de ella, que son la

    Repblica

    y las

    Leyes.

    Y cuando se tras-

    pasa este eticismo, no es por el lado de la ciencia, sino por el de

    la religiosidad: en busca del centro divino , como ha dicho

    Werner jaeger.v

    Era sta precisamente, en lo sustancia], la tnica espiritual que

    animaba a Scrates, quien contaba entonces ms de sesenta aos,

    cuando el joven Platn entr para siempre en su esfera de in-

    fluencia. Haca ya tiempo que haban dejado de interesar a S-

    a-ates las especulaciones cosmolgicas a que fue tan adicto, se-

    gn su propia confesin, en cierta poca de su vida. Las haba

    dejado del todo para consagrarse, del todo tambin, a la misin

    q.ue, segn su ms firme persuasin, le haba intimado Apelo, el

    dIOS de Delfos: el celo o cuidado de las almas (E1t~ J. , e:~c 'tf.;

    tJ u x f c ; ) en aquella sociedad que naufragaba por haber perdido,

    por obra sobre todo de la Sofstica, la orientacin moral.w Pocos

    text~s ~ern tan expresivos de este celo, como ste de la Apologa

    platnica, en que Scrates habla de este modo a su imaginario

    9 Sitivit anima mea, the Athenian philosopher might sayo in Deum , in

    Deum inuuni, as He was known at Sion. Patcr, Plato antl Platonism,

    Nueva York, 1899, p. 76.

    10 La misin de Scrates es de orden religioso

    y

    mstico. en el sentido

    que damos hoya estas palabras; su cuscauza, tan perfectamente racional,

    Plato and Platonismo

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    18

    PLATN Y

    POCA

    PLATN Y SU

    i:poc;\.

    19

    est suspendida de algo que parece sobrepasar a la pura razn. Bergson,

    Les deux sources de la

    morale

    el de la

    religion, Pars, 1932, p. Go,

    11 Apol.

    29 d-e.

    12 Es la interpretacin que de la

    conversin

    de Platn

    encontramos

    en

    platonistas tan c>7rerrios como Burnet

    r

    Dies, Bis final conversion --dice

    6

    o . . .

    el primero.L datcd only from the sick-bed on which he was thcn lving .

    (Plato's Phaedo,

    p.

    XXIX)

    Y Dies, por su parte: On dit de Platon qu~

    disciple pendant huir ans de

    Socrate

    vivant ,

    e'est la

    mort

    de Socrate

    ql:

    en fit un apt re; du lit o l r;isait malade pendant que Socr at.e huvait

    la cigu,

    se releva un homme nouveau,

    (Autour de I'laton ,

    p. 174)

    trirrernes, y por ltimo, alianza forzosa con Esparta, cuya direc-

    cin en la poltica exterior se comprometa Atenas a seguir. No

    bien se hubo ratificado el tratado de paz, por no poder hacerse

    otra cosa, el general espartano Lisandro zarp con destino al

    Pireo, y al son de las flautas, como para acentuar el jbilo de

    su pas, dirigi personalmente la destruccin de las fortificacio-

    nes y de los Grandes Muros.

    Muy pronto se vio que no slo en la poltica exterior, sino en

    la interior tambin, Atenas iba a ir a la zaga de Esparta y como

    su feudatario. En el mismo ao de 404,

    y

    en buena parte tambin

    por la intervencin de Lisandro, fue abolida la democracia ate-

    niense, para ser suplantada por el rgimen oligrquico que pas

    a designarse en la historia con el nombre de los Treinta Tiranos.

    De ellos formaba parte, y por cierto entre los ms prominentes,

    Critias, el to de Platn.

    En parte por esta circunstancia, pero sobre todo porque no

    fue jams, ni tena por qu serlo, partidario de la democracia,

    podemos estar ciertos de que no habr contristado mucho a Pla-

    tn

    (esto por lo menos) la cada del rgimen que, adems, haba

    llevado a Atenas al desastre final. En la cuenta de la democra-

    cia, en efecto, deben cargarse, con otras muchas. cosas tales como

    la malhadada expedicin a Sicilia, resultado del mal consejo de

    demagogos como Alcibades, y el sacrificio, por otro lado, de sus

    mejores estrategos, como aquella ejecucin en masa -ejemplo

    tpico de la demencia popular- de los generales victoriosos en

    las Arginusas.

    Pero si Platn pudo acoger, con mayor o menor beneplcito,

    el advenimiento del rgimen autoritario, podemos estar seguros

    que hubo de ver luego con horror el proceso de aquella oligar-

    qua sanguinaria, nuevo flagelo que cay sobre Atenas despus

    de los desastres de la guerra. En sangre, literalmente, ahogaron

    los Treinta la simple veleidad de oposicin, y suprimieron igual-

    mente, como acostumbra hacerlo toda dictadura, la libertad de

    expresin. Si en Esparta estaban acostumbrados a esto, no as

    en Atenas, y menos en aquel siglo, el de Pericles y la Ilustracin.

    Si ya por todo esto y en general debi de haberle sido aborre-

    cible a Platn la conducta de los oligarcas, acab de confirmarle

    en esta disposicin la ojeriza que, muy lgicamente por lo dems,

    tomaron aqullos contra Scrates, Primero le prohibieron ha-

    blar, es decir conversar con los jvenes, o con cualquiera que

    (1uisera orle, sobre temas morales o polticos cuya libre discu-

    sin no podr consentir nunca ningn autcrata. Despus, algo

    interlocutor: Oh t el mejor de los hombres Cmo es posible

    que siendo, como eres, ateniense, ciudadano de la mayor ciudad

    y de la ms renombrada por su sabidura y su poder, no te

    avergences de no ocuparte sino de tu fortuna y de los medios

    de incrementarla lo ms posible, as como de tu reputacin y de

    tu honra, y que, en cambio, no pienses ni te preocupes de la

    sabidura, de la verdad ni de

    tu

    alma, procurando hacerla lo me-

    jor posible?>'

    Es, ni ms ni menos, el

    Porro unU11l est necessarium,

    de Jess

    a Marta; y es de creerse que este primado del alma por sobre

    todas las cosas, asent profundamente en el alma de Platn

    en sus aos de convivencia socrtica. Y esta conversin re-

    cibi su sello definitivo con la muerte de Scrates, el da

    en que el maestro apur el veneno en la prisin. As lo

    dice Platn: 't o

    eprl:pJ.axov E1tLEV

    'J ' ti l O E O ' .J . O ' tT l P I .q ' > ,con la misma

    simplicidad con que los evangelistas dirn despus de Jess:

    Cruciiixus

    es t.s

    A la vez que acababa de configurar en l del todo el hombre

    iruerior.zla muerte de

    Scrates

    fue para Piatn el elemento poi a-

    rizador, por decirlo as, de otras fuerzas espirituales que ya tra-

    bajaban en l, y que, entre todas, determinaron su escepticismo

    de la poltica militante, su alejamiento de la cosa pblica. Para

    comprenderlo as, no tenemos sino que recapitular sumariamen-

    te la situacin de Atenas en aquellos aos que coinciden con la

    juventud de Platn o con el principio de su madurez.

    En 404, segn dijimos, termin la guerra del Peloponeso con

    la victoria de Esparta sobre Atenas. No fue, para la noble ciudad

    v encida, una capitulacin honrosa, sino una derrota incondicio-

    nal. Los trminos de la paz que se le dict fueron, en efecto, de

    lo ms humillante y aflictivo: destruccin de los Grandes Muros

    de Atenas y de las fortificaciones del Pireo; prdida de todas sus

    posesiones en el exterior, quedando estrictamente reducida al

    tica y Salamina; prdida de toda su flota, con excepcin de doce

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    22

    PLATN Y su :;POCA

    PlArN y su POCA

    23

    Viajes

    sacerdote de Amn Ra, era este suceso del da de ayer apenas,

    como si dijramos. De cualquier modo, cierta o falsa la anc-

    dota, hay all, en aquellas palabras, una admirable descripcin

    de la eterna juventud espiritual de los griegos, gracias a la cual

    fueron en todo los renovadores del mundo.

    De cualquier modo tambin, Platn acepta por s gustosamente

    la leccin que recibi Saln, como se ve por estos pasajes, que

    ensamblamos libremente, del Timeo y las Leyes:

    Somos nios en verdad, nosotros los griegos, comparados con

    este pueblo de tradiciones diez veces milenarias. En tanto que

    nosotros no conservamos por mucho tiempo nada de los preciosos

    recuerdos del pasado, en Egipto inscriben y preservan eterna-

    mente en la piedra la sabidura de los tiempos antiguos. Los

    muros de los templos estn cubiertos de inscripciones, y los sacer-

    dotes tienen siempre ante sus ojos esta herencia divina. He gene-

    racin en generacin se trasmiten, sin la menor alteracin, las

    cosas sagradas: cantos, danzas, ritmos, ritos, msica, pintura,

    desde la edad inmemorial en que los dioses gobernaban el

    mundo.

    18

    A ms de todo esto, que hasta hoy hiere la vista de quien

    visita lugares como Sakara y Luxar, con el templo de Karnak y

    la necrpolis faranica del Valle de los Reyes, hay algo que es

    tal vez lo sobresaliente, y es la absorcin de aquella cultura y del

    pueblo que la produjo en un problema nico, en el gran pro-

    blema de la muerte. Desde el faran hasta el ltimo de sus sbdi-

    tos que podan hacerla, toda su preocupacin era la habitacin

    definitiva de la tumba, antes que la morada transitoria al aire y

    al sol. Ahora bien, y por ms que la culn-ra helnica haya sido, al

    contrario de la egipcia, una cultura no de la muerte sino de la

    vida, no por esto dej de inquietarles a los griegos cun lejos

    de ello el mismo gran problema del ms all. En mayor grado

    an, o de manera especial, a quien, como miembro del Crculo

    socrtico ms ntimo, tendra siempre presente la sentencia que

    Scrates haba pronunciado en su ltimo da: Filosofar es apren-

    der a morir. No slo esto haba dicho Scrates, sino tambin v

    en la misma ocasin, estas palabras que seguramente fueron p~r;1

    Platn la invitacin al viaje en general, y al de Egipto en par-

    ticular:

    Grande es la

    Hlade,

    Cebes, y no faltan en ella los hombres

    de mrito, pero muchos son tambin los pases extranjeros. Bus-

    de Atenas sino para hacerle volver a ella con una concepcin ms

    clara de la tarea que all le esperaba.t'w

    Una docena de aos aproximadamente: de 398 (Scrates haba

    muerto en

    399)

    l

    386,

    fecha de su regreso

    definitivo, se

    acepta

    comnmente que duraron los viajes de Platn por Egipto, Ci-

    rene, Italia meridional y Sicilia, en su primer visita a esta isla.

    y

    subrayamos lo de su regreso definitivo , porque es muy pro-

    bable la hiptesis, apoyada por Zeller, de que, toda vez que

    Platn no se alejaba de Atenas como un prfugo ni como un

    desterrado, sino por su voluntad, bien habr podido volver a su

    ciudad natal, y estarse en ella el tiempo que le acomodare, entre

    uno y otro desplazamiento a los indicados lugares. Como quiera

    que haya sido, acornpamosle con la imaginacin (que no ex-

    cluye, antes bien supone el apoyo en la historia) por esas esta-

    ciones de su periplo. .

    Egipto, en primer lugar, pas heredero de una antiqusima

    sabidura y fuente legendaria de todas las iniciaciones, tena que

    atraerle poderosamente. A todo hombre culto de aquellos tiem-

    pos, desde luego, pero ms an a quien, como Platn, se ufanaba

    de descender de Saln, del cual se deca que a sus andanzas por

    el valle del Nilo, con todo lo que all pudo ver y or, deba en

    gran parte aquella admirable sabidura que hizo de l uno de los

    Siete Sabios de Grecia y el mayor legislador de Atenas. Del fondo

    familiar de tradiciones y consejas que corran sobre el legendario

    personaje, debi extraer Platn la deliciosa ancdota que dej

    consignada en el Timeo: la conversacin que con Saln tuvo un

    viejsimo sacerdote egipcio, quien apostrof as a su interlo-

    cutor: Oh Saln, Saln Vosotros los griegos sois unos eternos

    nios, y no hay ningn griego que sea viejo ... J'lvenes sois todos

    vosotros por el alma, porque no guardis en ella ningn saber

    antiguo de tradicin remota, ni ciencia alguna que ostente las

    canas del tiempo.

    Esto se lo deca el hierofante egipcio al viajero griego cuando

    6Le pretenda, con juvenil jactancia, revelarle el origen del g-

    nero humano con la leyenda de Deucalin y Pirra, sobrevivientes

    del Diluvio y protoparentes de la nueva humanidad. Para el

    lfj

    Dies,

    Platon, Les g;rands coc urs

    Flamarion, 1930,

    p .

    72.

    )1

    'lirneo :.t:t

    IJ,

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    24

    PLAT= Y

    su

    POCA

    25

    LATN Y POCA

    cad en ellos, con diligencia, el encantador incomparable cuyos

    exorcismos disipen, en el

    nio

    que hay an en vosotros, el miedo

    de morir. No ahorris en esta bsqueda ni trabajo ni dinero, y

    tened por cierto que en nada podris gastar, ms a propsito,

    vuestra fortuna.?

    Cunto tiempo vivi Platn en Egipto y en qu lugares, no lo

    sabemos con exactitud; pero la tradicin constante en la anti-

    gedad, por lo primero, es que fueron varios aos, y por lo se-

    gundo, que su morada ms larga y predilecta fue en la ciudad

    sagrada de Helipolis. Tres siglos ms tarde todava, segn el

    testimonio de

    Estrabn,?

    quien afirma haber estado all, se mos-

    traba an a los visitantes, en los edificios destinados al alojamien-

    to de los sacerdotes, las cmaras que ocuparon Platn y Eudoxio

    de Cnido, el gran astrnomo que fue despus su colega en la

    Academia, y quien parece haberle acompaado en aquel viaje.

    Nada queda hoy desgraciadamente de la antigua

    Helipolis

    (en la actualidad una simple zona residencial del Cairo) , como

    para darnos ciertos elementos imaginativos del ambiente que ro-

    de a Platn; pero este vaco lo compensa ampliamente la admi-

    rable zona arqueolgica de Mernfis, distante de Helipolis a

    cosa de treinta kilmetros, y que seguramente habr visitado

    Platn.

    Ahora bien, parece que haba una cierta unidad estils-

    tica entre ambas ciudades, por haber dirigido la construccin

    de sus principales pirmides y templos el mismo personaje:

    Imhotep, sabio y poltico, arquitecto y gran visir del faran Dje-

    ser-Neterkhet. Todo esto se llev a cabo -y estos personajes

    florecieron- hacia el ao 2800 antes de nuestra era, durante la

    tercera dinasta memfita, fundada por Djeser. Estas obras gran-

    diosas, de las que nos han quedado por lo menos la pirmide y

    el templo funeral de Sakara, son anteriores en ms de un siglo

    a la Gran Esfinge y las tres conocidas pirmides de Keops, Kefrn

    y Mikerinos, obra de la cuarta dinasta.

    Todava veinticinco siglos despus, al llegar Platn por all,

    poda verse en todo su esplendor la ciudad a la que Imhotep, que

    era igualmente el Gran Sacerdote del Sol (Amn Ra), impuso por

    ello el nombre de Helipolis: la Ciudad del Sol, encarnacin

    plstica del principio luminoso que los egipcios adoraban como

    la divinidad suprema. En ella, segn el justo comentario de Ro-

    gcr Codel, el gellio de Imhotep supo unir los tres lemas mayores

    de la muerte, laerernidad y la luz en una sinfona nica . 1

    Una de las lecciones, la primera tal vez, que

    Platn

    recibi al

    meditar en toda aquella historia, tan lejana ya para l como lo

    est l mismo de nosotros, pero seguramente con pormenores que

    se perdieron luego irrevocablemente, habr sido la de que s era

    posible la realizacin del suefo- que desde entonces traera ya

    en su mente- del filsofo-rey o del rey-filsofo, o por lo menos,

    cuando no se diere la concurrencia de ambos caracteres en la mis-

    ma persona, el poder efectivo del sabio con el beneplcito regio,

    que era puntualmente lo que se haba dado entre Imhotep

    y

    su soberano. Antes que Platn conociera personalmente a Ar-

    quitas de

    T'arento,

    el otro caso ejemplar de lo mismo, tena ya

    en la historia una confirmacin esplendente de su gran ilusin.

    Sin tener de nuestra parte la pretensin, que sera ridcula,

    de hacer por nuestra cuenta el inventario de la riqueza espiritual

    que Platn llev consigo, por toda su vida, despus de su perma-

    nencia en Egi pto, s podemos permitirnos ciertas observaciones,

    con fundamento en las alusiones explcitas o implcitas a aqul

    pas, que encontramos en tantos dilogos platnicos, como el

    Fedon,

    el Fedro el

    Gorgias,

    la

    Repblica

    y las

    Leyes.

    De

    Heliopolis,

    en primer lugar, si no recibi Platn la ido-

    latra solar -ni cmo poda ser, con la espiritualidad tan alta

    de su religin ms ntimal-, s en cambio, con toda probabili-

    dad,22 la imaginera correspondiente, las metforas de la solari-

    dad, que encontramos en los libros

    VI

    y

    VII

    de la

    Repblica,

    en la

    alegora de la caverna y en la Idea del Bien, que es, sin duda

    alguna, la cumbre de la filosofa platnica. Dios no es, para

    Platn, el Sol, a buen seguro, pero como le es forzoso acudir a

    smiles sensibles para declarar lo inefable, no se le ocurre nada

    mejor que llamar a la Idea del Bien (que es Dios mismo) el

    fUI

    del mundo inteligible. Y es tambin un recuerdo de los obeliscos

    que habr visto en Helipolis y en Memfis, la verticalidad de la

    ascensin que emprenden los prisioneros de la Caverna, hacia la

    luz difusa en primer trmino, para poder al fin ver el sol cara a

    cara, como desde la punta del obelisco.

    La ms profunda huella tal vez, a nuestro modo de ver, que

    dej Egipto en

    Platn,

    fue la contemplacin de un orden eterno

    de justicia, vigente tanto en el universo como en la ciudad hu-

    n, Fedon 77 < ;-78 a.

    zo

    XVII,

    21).

    o, R. Godel, Plat on a Hliopolis d EgytJte Pars, 1956, p. 22.

    22

    Es la hiptesis, por ejemplo, de Godei,

    op. cit.,

    p. 48.

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    26

    I'LATN Y Sil l~POCA 27LATN Y

    su

    POCA

    mana y en el alma individual, en este mundo y en el otro, donde

    imperaba Osiris, el juez irreprochable de los muertos. Por di fe-

    rente que pueda ser, en sus matices, la concepcin de este orden

    en la filosofa platnica, nos parece innegable la concordancia

    radical.

    Por otra parte,

    y

    en lo que se refiere ya no a su filosofa

    objetivamente considerada, como cuerpo doctrinal, sino a los

    hbitos de su filosofar, pensamos igualmente que Platn habr

    aprendido de los sacerdotes heliopolitanos -o que le habrn

    confirmado en lo que ya le habra enseado su maestro Scrates=

    que el pensamiento es un ensimismamiento, un dilogo inte-

    rior y silencioso del alma consigo misma't.> Y este dilogo, en

    fin, habr tenido frecuentemente por materia el gran tema de

    la muerte. En ninguna parte como en Egipto le fue posible a

    Platn entregarse a la

    meditatio mortis,

    la cual deba ser, segn

    el magisterio socrtico, el ejercicio predilecto del filsofo. Da

    por da, a travs de los miles de aos de la historia egipcia, en

    cada despuntar del sol y anticipando su declinio, el sacerdote

    evocaba el anlogo curso de la vida humana

    y

    su destino lti-

    mo, con estas palabras:

    La muerte est

    ha)

    ante m

    como el perfume del incienso,

    como el reposo al abrigo de la tienda en un da de gran viento.

    La muerte est hoy ante m

    como el pe1fllme d e los lirios;

    como el reposo en la orilla de un pas de embriaguez.

    La muerte est hoy ante m

    como el fin de la tempestad;

    como el retorno a casa despus de una expedicin.

    La muerte est hoy ante m

    como cuando el cielo se descubre;

    como cuando se va de caza a un pas desconocido.

    La muerte est hoy ante mi

    como el deseo que tiene el hombre de volver a su patria

    despus de muchos aos de cautiverio.

    De Egipto pas Platn a Cirene, atrado esta vez por la fama

    del insigne matemtico y astrnomo Teodoro, en cuya compa-

    a pas algn tiempo tambin, aunque no tan largo, segn

    se cree, como en el Valle del Nilo. De all, por ltimo, se tras-

    lad a la Italia meridional

    y

    a Sicilia. Reservando, segn dijimos,

    la narracin de estos viajes para un captulo posterior, nos limi-

    taremos por ahora a decir que lo que buscaba esta vez Platn,

    en la Magna Grecia, era un conocimiento a fondo del pitagorismo

    en todos sus mltiples

    y

    complejos aspectos: las matemticas,

    tanto como saber formal como en cuanto mstica del nmero y

    la armona,

    y

    finalmente en el aspecto poltico, encarnado toda-

    va en aquella poca en la gran figura de Arquitas de Tarento.

    Por ayunos que estemos hoy de pormenores, que tanto nos

    deleitaran, de todos estos viajes de Platn, los pocos que de ellos

    tenemos son suficientes para revelarnos las direcciones funda-

    mentales de su espritu. Mstico y filsofo tanto como matem-

    tico y poltico, todo esto fue Platn, tan absorto en la vida

    de ultratumba o en la contemplacin del mundo inteligible,

    como en esta otra vida terrestre, activa y ciudadana. En perpe-

    tua tensin de todos estos requerimientos estuvo siempre su

    alma, y para

    satsfacerlos

    hizo su periplo mediterrneo, por

    los lugares o en procura de los hombres que pudieran darle tan

    variado saber. No la amorfa polimata de los sofistas, sino la

    El alma - Ba - se encamina al sitio que le es familiar,

    ten, pues, cuidado de tu morada de occidente, y

    embellece tu lugar en la necrpolis

    po? la rectitud y la prctica de la justicia,

    en la cual debe apoyarse el corazn del hombre.

    Muchos himnos como ste haba en el

    Libro de los Muertos;

    y como no podemos dejar de imaginar que Platn los habr

    odo o recitado, no resistimos a la tentacin de copiar algo del

    siguiente:

    La muerte est hoy ante m

    corno la salud del enfermo;

    como la salida al aire libre despus del confinamiento.

    23 Distribuyendo premios y castigos en la otra vida, segn la conducta

    personal de cada UllO en la vida terrestre, vemos a Osiris en las imgenes

    lapidarias de las tumbas egipcias; y no es posible que Platn no las haya

    recordado al introduc ir esta misma idea de la justicia de ultratumba en

    el mito del infierno que traz en el Gorgia.l.

    24 Solista

    26 3

    e: o

    L E V llV t oc ; - ; ' jc ; \~\J'l.fl~ ]1 :(1 0 ; u .- ;'j v

    Ot

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    28

    PLATN

    SI POCA

    PLATN Y SI POCA

    29

    I

    1 1:

    1 1'

    i

    La Academia piatnica

    La calle ms elegante de Atenas, en aquellos tiempos, se lla-

    maba el Dramas (el Cono de los italianos o la Carrera de los

    espaoles), y remataba en la Doble Puerta (Dipylon), que abra

    el camino hacia Eleusis. A la vera de l, una milla ms o menos

    de distancia de Atenas, en una propiedad con casa

    y

    jardn,

    que se encontraba bajo la advocacin tutelar .del hroe. Acad~-

    mo, fund Platn la escuela que, por esta circunstancia, reci-

    bi el nombre .de Academia. Si con el tiempo, y hasta nuestros

    das, pas a designarse con la misma voz todo centro corpora-

    tivo de una enseanza o investigacin superior, fue debido tanto

    a la novedad de la institucin como a su dilatada duracin,

    y

    de una y otra cosa conviene hacernos cargo.

    Si hoy no reparamos ya debidamente en lo primero, es jus-

    to en razn de que nuestras instituciones educativas son co-

    pia, en trminos generales, de la Academia platnica,

    y

    tomamos

    el modelo, en fuerza precisamente de la costumbre, como algo

    dado de suyo, impuesto por la naturaleza de las cosas. Pero re-

    flexionemos nada ms en que nunca hasta entonces haba asu-

    mido la educacin superior (aunque los pedagogos de primeras

    letras hayan podido tal vez tener escuelas como las de ahora)

    esa forma corporativa, organizada, sedentaria, con distribucin

    de cursos

    y

    materias y todo lo dems, que imprimi Platn en

    su Academia. Hasta all, la filosofa se haba trasmitido o bien

    por escritores y poetas solitarios, como

    Herclito, Parmni-

    des o Xenfanes, o por egregios vagabundos, como lo fueron

    Anaxgoras

    y

    los grandes sofistas (Hipias, Protgoras, Gorgi~s),

    o en comunidades de carcter mstico-esotrico, como los pita-

    gricos, o ya en fin -y era el ejemplo ms reciente- en la calle

    o en los gimnasios, en un vagabundeo ciudadano esta vez y

    sin la menor formalidad, como lo haba hecho Scrates. Pero

    una comunidad laica, por ms que se rindiera el debido culto

    a los dioses, al hroe tutelar Academo y a las Musas (y por esto

    la Academia fue tambin el primer [J. O U O E L O 'V) , organizada para la

    conquista metdica y racional del saber en todos sus aspectos,

    de todo esto no haba el menor precedente, y en esto fue Pla-

    tn, tanto o

    ms

    que en su filosofa, creador absoluto. Si su ge-

    nio de organizador pudo fracasar en la constitu~in del Estado

    ideal, se manifest en cambio, con absoluta plenitud, en la fun-

    dacin de la primera Universidad del mundo. .

    Esto fue exactamente, sin el nombre apenas.w la Academia

    platnica: la organizacin metdica, en su doble aspecto de in-

    vestigacin y docencia, del saber superior. Lo que ~s el. Estado

    en el orden poltico -deca Ne\vman- esto es la Universidad en

    el orden de la sabidura y de la ciencia: el poder soberano

    que protege y coordina todo saber. En su tiempo lo fue, para

    Atenas y la Grecia entera, la institucin f~ndada ,p~r Platn, y

    no slo en su tiempo,

    ya

    que la Academia

    platnica,

    aunque

    con mayor o menor prestigio, continu existiendo co~o. tal

    hasta el ao 549 de nuestra era, cuando el emperador ]ustIl1lanO

    orden la clausura de las escuelas de Atenas. Nueve siglos en

    nmeros redondos, desde el ao 386 antes de Cristo, o sea una

    duracin que no ha sido alcanzada an por las ms antiguas

    universidades de Europa. Su historia, adems, la conocemos tan

    bien, o poco menos, como la historia de la Sorbona, por ejem-

    plo. Tenemos la lista de todos sus recto~es, llamados escolar~as,

    a partir del segundo: Espeusipo, el sobnno de Platn, aqUlen

    ste encomend, antes de morir, la jefatura de la escuela.

    Podemos imaginarnos la Academia platnica, segn lo hace

    Friedlander.

    como una composicin de pitagorismo y socra-

    tismo. Es de creerse que Platn habr podido visitar algun~s

    comunidades pitagricas que quedaran an en. el sur de Italia

    despus de la tragedia de Crotona, y de. cu~~qUler m~d?, el he-

    cho es que tuvo siempre la mayor. ~~~I~aClo~ PO ' PItag~ras, a

    quien llama el lder de la educacin .: 'I 1yqL~\ I , ; '11< ;1taLn~ < ;. A

    sus discpulos, en efecto, haba comunicado

    Pitgoras

    no solo el

    saber formal, sino una religin, y en todo caso un estilo de

    vida, el llamado, por sus sucesores, 1 t u O a :y p E L O < ; ;P1 to < ; ;o u ~ L O U.

    y si comparamos ahora la escuela pitagrica con la escuela pl~-

    tnica, vemos cmo en sta

    tambin,

    no menos que en aque-

    lla, la formacin moral, religiosa y poltica ocupa un lugar tan

    importante por lo menos como la formacin intel,ectual. En. una

    y otra, adems, no se vende el saber, co~o l~ hacan los sO~lstas,

    sino que la escuela se sostiene con contribuciones voluntarias de

    25 El nombre de JtaV1tl

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    17/32

    30

    PLATN Y

    su

    POCA

    l'LATN Y Sil J~POCA

    31

    sus miembros o de extraos, particulares u hombres de Estado.

    En ciertas ocasiones llegaron a ser muy cuantiosas, pero no por

    esto dejaron de aceptarse.

    La comunidad platuica, no ohstante, difera profundamente

    de la pitagrica en el hecho fundamental de estar perrneada del

    espritu socrtico, de aquella simplicidad y falta de hinchazn,

    merced a cuyas cualidades, segn dice Plutarco, pudo Scrates

    humanizar la filosofa. Sin mengua de la veneracin que en

    una

    y

    otra comunidad se tena por el maestro, y que en ocasio-

    nes poda confinar con la apoteosis,

    elIpse dixit M rto ~ E q > X . )

    de los pitagricos no fue jams en la Academia la suprema ins-

    tancia dirimente, sino la razn, el

    lgos

    de la evidencia intelec-

    tual. As lo haba mantenido Scrates hasta el momento supre-

    mo: la obediencia a la razn , antes que a nada ni a nadie,

    segn lo dej Platn consignado en sus Dilogos, sobre todo en

    el

    Critn.

    El espritu socrtico nicamente -lo ms importante, por lo

    dems- era lo que haba trascendido a la Academia, y no los

    hbitos exteriores, en los cuales

    Platn,

    simplemente por su

    linaje, tenia que ser tan diferente de su maestro. Al contrario

    exactamente de lo que hiciera Aristfanes con Scrates y su

    crculo, al exhibirlos en su comedia como mendigos o poco me-

    nos, los poetas cmicos que satirizaron la Academia: Eipo, An-

    tfanes y otros, presentan a los platnicos como gentes finas y

    requintadas en su atuendo y en sus maneras, con elegantes san-

    dalias, mantos

    y

    bastones. Por ltimo, y como otra nota diferen-

    ciadora del estado llano que fue la comunidad socrtica, sea-

    lemos la divisin de clases, digmoslo as, que no tard en

    establecerse en la Academia, entre los jvenes

    (V E X . V L C T X O L )

    'Y

    los ancianos o mayores

    ( 1 t P E C T ~ - C E p O L ), y

    por encima de todos

    el escolarca

    (C T xo 'A . t i P X T l t ; ) .

    Todo esto sucedi no tanto porque Platn lo hubiera impues-

    to as desde el principio en su incipiente escuela, sino por el

    curso natural de los acontecimientos. La Academia, en efecto,

    no era un centro de educacin profesional, como las actuales

    facultades universitarias, a donde se va para sacar un ttulo

    cualquiera con que ganarse la vida; y que era tambin, ms o

    menos, lo que buscaba la juventud ateniense al ponerse bajo la

    direccin de un sofista, cuyo ttulo profesional, el que expedan

    estos profesores, era la retrica , instrumento nico, en aque-

    lla poca, para hacer carrera y fortuna. La Academia, por el

    contrario, era ante todo una organizacin del saber por el saber

    corno nico afn, y como su adquisicin no era nunca total,

    silla siempre perfectible, bien poda uno quedarse all indefi-

    nidamente, y sobre todo si con el tiempo pasaba a ser tambin

    maestro de las nuevas generaciones, y colaborador, ya no preci-

    samente discpulo, del escolarca. Fue el caso seguramente de

    miembros tan ilustres de la Academia como Eudoxio de Cnido

    y

    Aristteles de Estagira, el cual estuvo all veinte aos, de los

    18 a los 38 de su edad, y no es de creer que este genio incom-

    parable, por ms que su maestro fuera otro igual, haya sido, en

    tan amplio lapso de tiempo, simple discpulo de Platn, sino

    antes bien su colaborador ms egregio,

    y

    tambin -por qu

    no?- su opositor doctrinal. Todo induce a pensar, en efecto.

    que desde aquellos aos de convivencia cotidiana entre los dos

    filsofos, Aristteles habr madurado su propia posicin frente

    a la teora platnica de las ideas, el punto de discrepancia radi-

    cal, y que las objeciones que a s mismo se plantea Platn, en

    dilogos como el

    Parmnides,

    no son sino el eco de la polmica,

    muy amistosa tal vez pero muy viva ciertamente, librada entre

    aquellos gigantes de la filosofa. En el curso de aquellas discu-

    siones, con toda probabilidad, habr lanzado Aristteles el gen-

    til desafo que luego pas a la posteridad como el

    Amicus Plato,

    sed magis amica neritass

    Otro aspecto muy interesante de la Academia platnica, y

    que

    ha

    recibido diversas interpretaciones, es el de su proyeccin

    poltica. Hay quienes llegan a pensar que, por ms que la en-

    seanza fuera all de un nivel filosfico incomparablemente ms

    alto que con los sofistas, el designio final era exactamente el

    mismo: la capacitacin del alumno para lanzarse a la arena

    poltica y a la conquista del poder. De nuestra parte no cree-

    mos que pueda sostenerse con tal simplismo esta equiparacin,

    pues estamos convencidos de que el impulso fundamental o

    primer mvil era en un caso el afn de saber, y en el otro la

    ambicin de poder. Pero una vez hecha esta distincin, no es

    2 De genio Socratis, 12:

    23 :'\0

    se halla con estas palabras en los escritos aristotlicos; pero segu-

    ramente que aquella sentencia debi tomarse. como una glosa fiel. del pa-

    suje de la

    tica

    nicomaq

    uea

    donde dice Aristtcles que se le hace muy

    cuesta arriba oponerse a la teora

    de

    las ideas. por ser

    sus defensores

    ami-

    ~(S suyos; pero que, sindole igualmente queridas la verdad y la amistad.

    considera como un deber sagrado dar la preferencia a la verdad: U/lq>ov

    yrJ.Q OVtolV pl.o'v OCltOV {Qo1:l~tiiv 1:11V OJ .~O E tU V . E. N. IOg a 17.

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    1

    32

    PLATN Y

    su

    J~POCA

    PLATN Y

    ~J

    {POCA

    33

    menos indudable todo hombre serio se guardar mucho de tratar por

    e . I

    escrito cuestiones serias, y de entregar as sus pensamlentos a a

    envidia

    y

    a la incomprensin de la masa.

    Mucho quehacer han dado a los exegetas estas palabras,

    y

    fue, por cierto, uno de los motivos de que, en cierta poca, se

    impugnara la autenticidad de la Carta VII, cuando se pregun-

    taban aqullos cmo era posible. que desaconsejara escribir de

    filosofa, cuestin seria por excelencia, quien se haba pasado

    2

    Caria

    VI,

    3,23 d. Por ms que la antora platnica de esta carta no

    est tan slidamente establecida como la de las dos siguientes: vu )' \IIl,

    admiten su autenticidad itlogos tan respetables como Wilamowitz, Souilh

    y Howald. El prrafo citado responde,

    adems,

    a

    la

    teologa

    plarnica de

    las Leves.

    ao 1 l i totle, p.

    J

    1.(.

    31

    Corta

    VIL ,H4U,

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    i

    :1

    . 1

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    '1

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    11

    1:

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    i ~ : 1 :

    ' t , : :

    .

    ' Ii

    II \~

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    ' ,

    J Ij

    1,

    i

    1 :

    1

    i

    , I

    1

    34

    PLA TN Y

    su

    POCA

    la vida escribiendo sobre estos temas. A esto se han dado mu-

    chas respuestas, y la ms obvia parece ser la de que Platn en

    su vejez, harto de das

    y

    de desengaos, pudo considerar del

    todo intil lo que l mismo haba escrito, ya que la Carta

    VII

    es expresin de su profundo desencanto despus de la trgica

    experiencia siciliana. Mas por otra parte (y de aqu se ha de-

    rivado precisamente un argumento en favor de la autenticidad

    de la carta), PIatn haba dejado consignado muchos aos an-

    tes, en el

    Fedro

    el mismo pensamiento, al decir que todo

    cuanto se escribe es apenas por divertimiento, pero que tra-

    tar en serio de comunicar la verdad por escrito, es como es-

    cribir o sembrar en el agua, en el agua negra de la tnta . Y

    lneas arriba se nos dice que del discurso viviente y animado,

    que se inscribe en el alma, no es el discurso escrito sino un

    simulacro .

    Es clara la doctrina, a nuestro parecer, y perfectamente con-

    cordante en todos estos textos, aunque expresada tal vez con

    mayor acritud, por la amargura de la vejez, en la Carta

    VII.

    Nada

    impide escribir lo que se quiera

    y

    de lo que se quiera por di-

    vertimiento

    o

    pasatiempo

    ( l 1 : a : L O L . ),

    y con esta intencin pudo

    Platn haber escrito sus dilogos -quin se lo impeda?-, y de

    estos divertimientos se ha nutrido, durante veinticuatro siglos,

    para su educacin, la humanidad pensadora.s- Por algo escogi

    Platn esta forma de dilogo, que rehuye

    el

    aire

    proesoral,

    pues

    lo que refleja, cuando es un dilogo autntico y no un tratado

    disfrazado de dilogo, no es el magisterio del saber, sino su in-

    vestigacin. Lo escrito est bien para poner en movimiento el

    espritu, pero la sabidura es un fruto vital y no un conjunto de

    textos escritos. Esto es el platonismo,

    y

    as debi entenderse

    en la Academia; no que se tuviera una doctrina esotrica distinta

    de la exotrica que apareca en los dilogos escritos, sino simple-

    mente que la filosofa es asunto de trabajo personal y en comn,

    y

    la palabra hablada -cosa que ya no entendemos en nuestra

    edad Iibresca=, ms eficaz que la escrita.

    En la Academia transcurri la vida de Platn hasta el fin, sal-

    vo los intermedios de los viajes sicilianos, que merecen captulo

    aparte.

    11. PLATN y SICILIA

    Los tres viajes de

    Platn

    a Sicilia, segn dijimos antes, deben

    considerarse aparte de los dems que hizo el filsofo en el curso

    de su vida, porque representan una experiencia vital o ciclo

    nico de incalculable trascendencia en el destino personal de Pla-

    tn ante todo,

    y

    necesariamente, por ende, en su filosofa. Son

    estos viajes, adems, por sus peripecias

    y

    por los muchos y ex-

    traordinarios personajes que en ellos intervinieron, de gran

    colorido y dramatismo. De la vida de Platn, por ltimo, es este

    amplio episodio el que cuenta con la ms rica literatura, en la

    que sobresale el relato autobiogrfico del personaje central. Nin-

    guna otra de las andanzas de su vida, fuera de sta, parece ha-

    berla consignado Platn, por escrito, en una confesin personal.

    Con esto damos bien a entender que, siguiendo a la crtica

    moderna en lo que puede hoy considerarse su parecer unnime.

    tomamos aqu como fuente principalsima, de reconocida auten-

    ticidad, la famosa Carta

    VIl

    de Platn, al lado de las Vidas

    de Dion de Siracusa, escritas por Cornelio Nepote y por Plutarco.

    No es ste el lugar de historiar las vicisitudes por que ha pasado

    la crtica de las cartas platnicas. Para nuestro propsito actual.

    baste decir que despus de haber sido tenidas, en el siglo pasado,

    todas las cartas como apcrifas (as lleg a afirmarlo

    Zeller,

    despus de Karsten), no tard en sobrevenir la reaccin en fa-

    vor de su autenticidad, de algunas por lo menos, como resulta-

    do de las investigaciones estilsticas de Campbell, que mostra-

    ron la similitud de lenguaje entre ciertas Cartas

    y

    ciertos Di-

    logos.

    En el peor de los casos, segn observaba John Burnet, o

    sea en el de que las cartas no fueran de autora platnica, el

    dialecto tico en que estn escritas demuestra que su autor tuvo

    que ser forzosamente algn contemporneo de Platn. Fue por

    este camino, en suma, por el que los grandes platonizantes de

    este siglo: Apelt, Christ, Adam, Ritter, Wilamowitz (quien

    tuvo la honestidad de retractarse de su primer dictamen. que

    concordaba con el de Zeller), llegaron a la conclusin de que

    si bien no todas las cartas pueden tal vez considerarse como

    autnticas, si lo son, incuestionablemente, por lo menos la

    sp-

    tima y la octava, las cuales, como anota Souilh, son, en suma,

    las ms importantes; las que presentan mayor inters para el

    [35 ]

    32

    Fedro,

    276 c.

    33 En el idioma en. que escribi Platn, hay apenas una ligersima va-

    riante verbal entre divertimicnto

    y

    educacin:

    ltIllI'lU:h(ULbe.

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    36 PI.ATN Y SICIUA

    conocimiento de Platn y de su carcter, mtodos

    y

    doctrina.'

    Concedido, desde luego, que en esas cartas hay ciertos elcmcn-

    tos, sobre todo desahogos temperamentales, que no se encuen-

    tran por lo comn (pues tampoco estn excluidos en abso-

    luto) en los Dilogos; pero esto no es una razn para tener esas

    expresiones por indignas de

    Platu,

    ames bien es una

    COIl-

    firmacin ms de que nos las habemos con un hombre de

    carne y hueso, y no con un pensador, as restrictivamcnrc,

    en todos los momentos de su vida.

    C icer u ,

    Cornelio Nepote y

    Plutarco, que fueron tipos muy distinguidos , no se arredra-

    ron en lo ms mnimo por esas cosas para tener todos ellos p (Jr

    autntica, como la tuvieron, la Carta

    VII.

    Por lo dems, no

    deja de ser extrao cmo estos crticos modernos, despus de

    hacerle ascos al lenguaje de la Carta, en lo que tiene de ms

    privativarnente personal, pasan por alto, al parecer, la famosa

    digresin filosfica, q ue es por cierto algo de lo ms alto

    que Platn escribi, y en perfecta armona, como lo mostra

    remos en su lugar, con sus ms profundas concepciones. Y

    despus de sta que podramos, a nuestra vez, llamar la digre-

    sin filolgica, entremos de lleno en los viajes sicilianos de

    Platn.

    P rim er via Je

    Suele ubicarse, cronolgicameme, hacia el ao de 387, cuando

    Platn, por tanto, andara por la cuarentena. A dicho de Cor-

    nelio Nepote, la ocasin del viaje fue la visita que Platn hacia

    por entonces a Arquitas de T'arento.

    En esta ciudad, edificada alrededor de la antigua ciudade-

    la de Taras, en el extremo sur de Italia, all donde el Mar

    jnico baa el taln de la bota, haban encontrado su princi-

    pal refugio los miembros que quedaron de la comunidad pi-

    tagrica, despus de la matanza de sus jefes en Cretona, una

    de las tragedias ms estrcrnecedoras del mundo antiguo. A. la

    austera disciplina del pitagorismo atribuyen los historiadores

    el que Tarento no haya sucumbido, como su vecina Sharis,

    a la sensualidad

    y

    la indolencia. Por el contrario, fue, por mu-

    1 PIaton,

    Oeuures com-pletes,

    ed.

    Les

    Bellcs

    Lct.trcs,

    Pars, 19~6, t. XII.

    In. [utrtie, p. X\ 1.

    2 Carta VII, 3,12 a-3,14 d.

    Dion, ;:: ...

    rum Platoncm Tarenturn vcnisse fama in Siciliam essct

    pcrlat a ...

    1' I.ATr-; y SICILJA

    37

    chos alias, la fortaleza del helenismo, en el mejor sentido del

    trmino, en la Magna Grecia.

    Arquitas, adems, por sus cualidades personales de estadista

    y

    matemtico, como cumplido pitagrico, parece haber sido

    realmente un personaje extraordinario. Por siete veces, y no

    obstante estar prohibida la reeleccin por la constitucin de

    Tarento, gobern su ciudad natal como

    stralegs autocrior,

    ni ms ni menos que Pcricles, y como l tambin, con la auto-

    ridad absoluta que le daba no la fuerza, sino su sabidura.

    Cualesquiera que hayan sido las circunstancias concretas

    que llevaron a Platn, en el curso de sus peregrinaciones, a

    hacer su visita a Tarento y a su esclarecido gobernante, los

    motivos psicolgicos, por todo lo que sabemos de Platn, son

    bien patentes. Le hostigara, por una parte, el deseo de entrar

    en contacto vital, en sus ltimos representantes, con el pensa-

    miento rfico-pitagrico, en el que entraban tanto la ciencia

    como el misticismo, y que, por su creencia en la inmortalidad

    del alma, responda tan bien a los anhelos ultraterrenos o de

    pura espiritualidad que le animaron durante toda su vida.

    y

    en segundo lugar, por el lado de la vida activa, de la poltica

    -digmoslo sin reticencias- que estuvo igualmente, y con la

    misma fuerza, en el ideario y la preocupacin de Platn, parece

    indudable que ste crey ver, en Arquitas de Tarento y en la

    ciudad por l administrada, la realizacin de su gran sueo:

    la conjuncin

    alianza entre sabidura

    y

    poder, la nica que

    har posible la felicidad de la ciudad temporal.

    Que todo lo anterior est muy lejos de ser lucubraciones nues-

    tras, nada lo demuestra mejor que la confesin del mismo

    Pl at n, cuando nos dice que: Con este pensamiento llegu

    a Italia y a Sicilia cuando fui all por la primera

    ver:

    De

    qu pensamiento se trata? Pues sencillamente del que, en las

    lneas inmediatamente anteriores de su epstola, estampa el

    filsofo en estas palabras:

    No cesarn los males para el gnero humano mientras no

    llegue al poder poltico la raza de los puros

    y

    autnticos fi-

    lsofos, o mientras los quc tienen el poder en las ciudades,

    movidos de una gracia divina, no se pongan seriamente a filo-

    sofar. ,

    1

    Carta

    VII, 326 b.

    Con ligeras variantes verbales, reproduce el mismo pensamiento el cle-

    bre pasaje de La

    Repblica

    (V, 473 d), donde igualllHllte postula Platn la

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    38

    PLATN Y S CILIA

    39

    LATN Y SICILIA

    Hoy son stos, SI podemos decirlo as, lugares comunes del

    platonismo; y al pensamiento en ellos contenido se le mira

    comnmente como un sueo generoso, pero de cumplimiento

    imposible. Mas en aquel momento tena toda la fuerza de la

    aurora; la intrepidez de aquella filosofa -Platn no era por

    cierto el caso nico- para la cual todo en absoluto: el universo

    y

    la vida humana, poda someterse de algn modo a cnones ra-

    cionales. Fue el da en que, como deca Ortega y Gasset, los

    griegos se volvieron locos con la razn .

    Con todo esto, bueno ser tener en cuenta, sin embargo, la

    importante restriccin, hecha por Platn mismo, de que la apa-

    ricin del rey-filsofo, o del filsofo-rey, caso de darse alguna

    vez, no podr ser sin una especial gracia, favor o dispensacin

    divina: edoc ~o;poc,segn dice el filsofo. No lo remita, pues,

    todo, ni mucho menos, al arbitrio de la educacin, sino que

    comprenda muy bien que, en ltima instancia, dependa todo

    del querer divino,

    Si Platn encontr o no en Arquitas aquella soada coinci-

    dencia, no lo dice en ninguna parte. Lo seguro es que, cuan-

    do de Tarento pas a Siracusa, saba muy bien que iba a en-

    contrarse con un )efe de Estado: Dionisio 1, en quien la filo-

    sofa no haba hecho hasta entonces ninguna mella, pero que

    era, con todo, una personalidad extraordinaria. Para compren-

    derla, ubiqumosla en su momento histrico y en la tierra que

    fue el teatro de su accin.

    Dionisio 1, o Dionisio el Viejo, es la culminacin de una

    serie de brillantes tiranos de Siracusa, a los que, despus de

    todo, debe gratitud la historia, por el simple hecho de haber

    rechazado, antes que Roma, la invasin de Cartago. Ellos, los

    griegos del Oeste, hicieron en esto algo semejante a lo que hi-

    cieron los griegos del Este en las guerras mdicas: unos y otros

    representaron incuestionablemente la lucha de la civilizacin

    contra la barbarie.

    Dos hermanos: Geln y Hiern, ambos tiranos de Siracusa,

    hicieron as de esta ciudad, por sus guerras victoriosas contra

    Cartago (contra Etruria tambin, pues hasta Italia llevaron sus

    armas), hicieron de Siracusa, decimos, la principal ciudad de

    Sicilia. Por ltimo (y sin esto no se comprenderan los viajes de

    Platn) supieron atraer a la corte siracusana a los mayores ta-

    lentos de la poca. Huspedes de Hiern, en efecto, fueron Es-

    quilo (cuya tragedia

    Los Persas

    fue representada en Siracusar ,

    Pndaro, Simnides y Baqulides.

    . Despus de muchas vicisitudes que no es preciso mencionar,

    Siracusa lleg inclusive a ser victoriosa de Atenas, en la guerra

    del P.eloponeso, gracias desde luego a la ayuda de Esparta, pero

    tambin a la energa de su defensor Hermcrates. Este Her-

    mcrates fue luego desterrado al restablecerse en Siracusa la

    ?emocracia, pero muy pronto se aor su presencia, ya que,

    Imperando. ,el rgimen democrtico, Cartago, el enemigo heredi-

    tarro, volvi de nuevo sobre la isla, destruy Selinunte e Hi-

    mera,

    y

    se apoder de Agrigento. Hermcrates, entonces, des-

    pus de haber combatido con sus propios recursos a los car-

    tagineses, encontr la muerte al intentar volver a Siracusa por

    la fuerza: y fue .en .~se momento cuando uno de sus jvenes

    lugartellle~t~s, Dionsio, se hiz? nombrar estratego, y despus

    estratego urnco, hasta acabar finalmente por concentrar en su

    persona todo el poder.

    En el ao 387, cuando le visit Platn, llevara Dionisio al-

    rededor de diecisiete aos de tirana, durante los cuales haba

    acabado por relegar a los cartagineses a la extremidad occiden-

    tal de Sicilia;. haba. puesto la isla, casi en su totalidad, bajo

    la dependenc.la de Siracusa, y haba extendido sus conquistas

    hasta la Italia meridional. Y fue precisamente en este cenit

    de su prestigio cuando Dion, el joven cuado de Dionisio

    y

    que er~, .no ob.sta~lte su temprana edad, algo as como su ~ri-

    mer mimstro, invit a Platn -que se hallaba tan cerca en

    Taren~o- a vi.sitar la corte de Siracusa. De parte de PI~tn,

    como nemos ~~cho, no es creble que pensara como algo posi-

    ble la conversron completa a la filosofa de un tirano tan arrai-

    ?ado en la tirana; pero s podemos suponer que le lisonjeara la

    Idea de sembrar la buena semilla, si no en el mismo Dionisio

    s en Dion, ciertamente, que un da u otro poda llegar al su:

    premo poder en Sicilia. Dionisio mismo, adems, si no tocado

    precisamente del amor a la sabidura, no era ajeno al culto de

    las musas. En medio de sus empresas polticas ultivaba la poe-

    sa, y con tan grande afn, que ao con ao aspiraba al triun-

    fa, con sus dramas, en el festival de Atenas. Su vanidad li-

    tera:ia ~r,a tan grande, que el poeta Filoxeno, a lo que se deca,

    habla SIQOcondenado a trabajos forzados en las canteras de

    Sicilia por haber externado su desaprobacin de la poesa de

    unin, en el mismo sujeto. de poder y sabidura: E l; 'tamov au.t.J t00n, avu

    t; 'te ItOf_mxi] K al . c p ~ A ooO qJa .

    6 Jene Koinzdenz ist und bleibt Sache Gottes. Ernst Hoffman, Platon,

    Zrich, 1950.p. 45.

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    4 l'LATN Y SICIUA

    PLATN Y SIClLiA

    41

    Dionisio. Un da se le permiti volver a la COrLea or recitar

    la ltima composicin del tirano;

    y

    no bien la hubo escuchado

    cuando exclam: Que me vuelvan a las canteras Dionisio,

    entonces, ri de buena gana

    y

    perdon al que tan alto apre-

    ciaba su honor de hombre de letras.

    Con estos antecedentes, no debe sorprendemos lo que le su-

    cedi a Platn, cuando invitado solemnemente a dar una con-

    ferencia en presencia del tirano

    y

    su corte, se desarroll la es-

    cena que nos narra Plutarco:

    En esta reunin -dice-, en que el tema general fue la vir-

    tud del varn,

    y

    la discusin vers principalmente sobre la

    valenta (avopda), manifest Platn que, entre todos los hom-

    bres, los menos valientes eran los tiranos;

    y

    en seguida, abor-

    dando el tema de la justicia, sostuvo que Ia vida del justo era

    bienaventurada,

    y

    desdichada, a su vez, la del injusto. El

    tirano, entonces, sintiendo ser l mismo el reprendido, no pudo

    llevar estos discursos, y se irrit, adems, de que los asistentes

    admiraran al orador y estuvieran hechizados por sus palabras.

    Posedo, al fin, de una vehemente clera, pregunt al filsofo

    que con qu intencin haba venido a Sicilia;

    y

    habiendo con-

    testado Platn que con la de buscar un hombre virtuoso, replic

    el tirano: 'Pues parece, por los dioses, que no lo has encon-

    trado.' 7

    Menos mal si todo hubiera parado all; pero Dionisio no

    habra silla el hombre de accin que fue si no hubiera pasado,

    en esta ocasin tambin, de las palabras a los actos. Hizo, en

    efecto, lo ms vil, que fue saciar su despecho mediante la en-

    trega que hizo de Platn al embajador espartano Poli s, quien

    en esos das se aprestaba a zarpar de Siracusa, con destino a

    su patria. Polis, segn parece, recibi de Dionisio la comisin

    secreta de matar a su prisionero en el camino, o por lo menos

    venderlo como esclavo. Esto ltimo fue lo que llev a efecto

    Poli s , por humanidad tal vez. Podemos imaginar la terrible

    sorpresa de Platn cuando, al doblar la trirreme el Golfo

    Sarnico

    y ver de nuevo el cautivo, en lontananza, las mon-

    taas del tica, se encontr con que, en lugar de dirigirse al

    Pireo, atracaba la nave en la isla de Egina, entonces aliada de

    Lsparta, y por tanto en guerra con Atenas. All fue desembar-

    cado Plain sin mayores miramientos, para ser expuesto luego,

    como uno de tantos, en el mercado de esclavos. En otro tiempo,

    muchos aos antes, haba vivido en aquella isla Aristn su

    padre (y Platn mismo, segn dijimos, pudo haber nacido

    all), mientras subsisti la efmera colonia fundada en Egina

    por Pericles. Qu contraste entre aquellos recuerdos felices y

    la amarga realidad actual de verse ofrecido en el mismo sitio,

    como vil mercanca, al mejor postor

    Pocas veces habr sido la Providencia (que velaba por Platn,

    y

    despus de l,

    y

    mediante l, por la civilizacin de Occidente)

    t.an visible como en aquel trance. Por all, en efecto,

    y

    en

    aquel momento, acert a pasar el acaudalado Ankeris de Ci-

    rene, uno de los cofuncladores, bajo la direccin de Aristipo,

    de la escuela cirenaica,

    y

    quien parece haber conocido a Platn

    cuando ste fue a Cirene, atrado por el gemetra Teodoro,

    Al punto ofreci Ankeris la elevada suma de treinta minas

    que se peda por el rescate del ilustre cautivo, con lo que ste

    pudo al fin volver a su ciudad y a los suyos. Poco despus

    fundaba la Academia y se entregaba de lleno, en el acm de su

    vida

    y

    con la experiencia de toda ndole adquirida en sus via-

    jes, a la especulacin

    y

    al magisterio. Ankeris tambin, a lo

    que se cuenta, fue quien compr el terreno

    y

    el huerto que

    se pusieron bajo la advocacin tutelar del hroe Academo

    y

    de

    las Musas, En los aos de quietud y solaz que all pas, debi

    Platn,

    ms de una vez, haber recordado aquel infausto viaje

    siciliano como una pesadilla que haba pasado para siempre.

    S ~g un do v ia je

    Pero no iba a ser as. Veinte aos despus de aquel primer

    viaje y de la fundacin de la Academia, o sea en 367, mora

    Dionisio 1, VCtimade la eufrica embriaguez con que celebr

    su triunfo li terario, cuando al fin, despus de incontables

    aos

    de esfuerzos, obtuvo en Grecia el primer premio con Sil tra-

    gedia El rescate de Hctor ,8 Y no bien hubo fallecido el tira-

    no cuando Dion, su cuado,

    y

    quien sigui manteniendo con

    Dioriisio II el alto ascendiente que tena con su padre, juzg

    8

    f:ste fue, al parecer, el origen de la ltima enfermedad de Dionisio,

    aunque Camelia Nepote dice que fue Dionisio su hijo quien precipit, si

    110

    es que verdaderamente caus la muerte de su padre, hacindole ingerir

    un fuerte narctico, para evitar que Dion pudiera hablar con el paciente

    sobre los derechos sucesorios de los otros hijos de Dionisio el Viejo y 50-

    l .r inos de

    Don,

    como despus explicaremos (C. N.

    Dion

    II). De ser esto

    verdad, se comprende luego cun poco dispuesto dehia estar para la sabio

    du ua y la virtud quien comenzaba su carrera poltica por un parricidio.

    Dion, V.

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    42

    PLATN Y SICILlA

    43

    LATN Y SICILlA

    ser la ocasin propicia, excelente mejor dicho, para que Platn

    volviera a Siracusa, en condiciones que parecan ser las me-

    jores para la reforma moral del reino.

    Dion de Siracusa fue por cierto la mayor conquista espiri-

    tual de Platn en su primera visita a Sicilia; el nico fruto

    tangible de aquel viaje en lo dems frustrado. En el alma juve-

    nil de Dion fructific esplndidamente la semilla sembrada por

    Platn, como lo declara este mismo. Dion -dice- de fcil per-

    cepcin en todo y, con respecto a mis lecciones, me compren-

    da con una rapidez y un ardor como ninguno de los jvenes

    con quienes he topado despus; y resolvi vivir el resto de su

    vida de manera diferente que la mayora de los italianos y

    sicilianos, haciendo ms aprecio de la virtud que del placer

    y

    los dems modos de molce. Caso excepcional, sin duda,

    en la Siracusa de aquel tiempo, donde, como lo dice el mismo

    Platn, el da se iba en banquetes, y nadie dorma solo por la

    noche.w

    Considerando, por ltimo, la buena disposicin en que apa-

    rentemente estaba Dionisio el Joven, de recibir una adecuada

    educacin poltica y filosfica, crey Dion, en suma, que esta vez

    s se les deparaba, a l y a

    Platn,

    una suerte divina

    (8da

    ' t v X r ) que por motivo alguno podan desaprovechar, para im-

    plantar la vida verdadera y feliz, y que por esto Platn, no

    obstante' ser ya sexagenario, deba de nuevo trasladarse a

    Sici-

    lia. Al describimos estas consideraciones con todo pormenor,

    agrega Platn que a l tambin, por su parte, le haca mucha

    mella la reflexin de que, en caso de desor la invitacin que se

    le hada, mostrara ante todos que no era l mismo sino una mera

    voz

    (A.6yo~ l l O V O V ) ,

    sin la energa necesaria para pasar de la pa-

    labra a la accin. Es una confesin preciosa que nos prueba, por

    si no estuviramos de ello convencidos, que a Platn no le aban-

    don jams, todo lo noble y pura que queramos suponerla, la

    pasin poltica, el afn irreprimible de organizar en algn sitio,

    si ya no en su propia patria, la vida perfecta que haba delinea-

    do en la Repblica.

    Aceptado, pues, el envite, todo pareci sonrerle al filsofo a

    su desembarco en Sicilia. En un carro suntuosamente adornado

    fue llevado de su trirreme al palacio real, y el tirano ofreci

    a los dioses un sacrificio en accin de gracias. En los das que

    siguieron, pareci haber habido, por la virtud carismtica de la

    sola presencia de Platn, una mudanza completa en las costum-

    bres: sobriedad en los festines, modestia del tirano, y por feliz

    remate de todo, un entusiasmo general por las letras y la fi-

    losofa . As lo dice Plutarco, quien agrega, no sin cierta sorna,

    que el palacio estaba lleno de polvo, debido a la multitud de

    cortesanos que trazaban figuras geomtricas en la capa de arena

    que al efecto se haba depositado sobre el suelo.v Muy al pie

    de la letra, por lo visto, haban tomado estas gentes aquello

    de que la geometra es la

    propedutica

    de la filosofa. La corte,

    en suma, platonizaba de lo lindo.

    Pronto, sin embargo, comenzaron las cbalas e intrigas. El

    partido opuesto a Dion, acaudillado por Filisto, hall el modo

    de calentarle la cabeza a Dionisio, con la especie de que la

    venida de Platn no significaba, en el designio de Dion, sino

    el principio de una conspiracin enderezada, primero, a reducir

    al tirano a la impotencia poltica, por el influjo deletreo de la

    filosofa, y ltimamente a deponerlo, para poner en su lugar a

    uno de los hijos de Aristmaca, hermana de Dion. Conviene

    recordar, en efecto, que Dionisio Ihaba tenido simultneamente

    dos esposas: Doris, madre de Dionisio

    11,

    y

    Aristmaca,

    cuyos

    hijos, por lo mismo, haban sido excluidos de la sucesin. Por otra

    parte, Dion mismo, aparte de haber sido, por parte de Aristma-

    ea, cuado de Dionisio 1, haba llegado tambin a ser su yerno, al

    casarse con una de las hijas que el tirano haba tenido de Doris,

    su otra esposa; por lo cual poda reivindicar l mismo: Dion y no

    slo sus sobrinos, el supremo poder a la muerte de Dionisio.

    Excitadas de este modo las sospechas de Dionisio 11, lleg

    a su clmax la intriga cuando Filisto puso en sus manos una

    carta de Dion a los cartagineses (y que Filisto haba sabido in-

    terceptar, o de cualquier modo procurrsela), en que les deca

    que no fueran a tratar de la paz con Dionisio sino mediante

    l:

    Dion,

    por ser el solo y eficaz conducto para que todo tuviera

    arreglo completo y satisfactorio. Acto seguido, tuvo lugar la

    escena que Plutarco nos ha descrito as:

    Con el pretexto de que quera llegar con l, en lo privado,

    a una reconciliacin amistosa, llev Dionisio a Dion, al pie

    de la Acrpolis, hasta la playa. Luego de mostrarle la carta,

    le ech en cara el estar conspirando con los cartagineses contra

    l. Dion trat entonces de justificarse, pero el tirano no se lo

    9

    Carta

    VII, 327 3.

    10 Ibid., 326 b.

    11 Dion,

    XIII.

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    44

    I'LATN Y SICll.lA

    PLArN y

    SICILlA

    5

    permiti, sino que inmediatamente, as como estaba. le hizo

    abordar un esquife, y orden a los marineros llevarlo a la costa

    italiana.

    12

    Con razn se ha comparado esta situacin 13 con la que Ra-

    cine pint magistralmente en su

    Britannicus.

    Una vez que Nern

    se deja persuadir de que Agripina aspira a denocarlo, para poner

    en su lugar a Britnico, est resuelta en su nimo la muerte de

    ambos. A diferencia de Nern, Dionisio se contenta con el des-

    tierro de Dion, y le deja no slo la vida, sino el disfrute de

    su inmensa fortuna, con lo que Dion podr llevar, en los largos

    aos

    de exilio que le a~uardan en Grecia, una vida principesca.

    Pri vado as de su ms cierto amigo y protector, pas Platn

    por las ms extraas e impensadas peripecias. Ser mejor dejar,

    una vez

    ms,

    la palabra a Plutarco: . ..

    En cuanto a Platn -clice- se lo llev luego DlOl1lSlO a

    la Acrpolis, donde bajo la apariencia de una .ami~tosa hosp~ta-

    lidad, le puso una guardia, a fin de que no pudiera Irse con Dion

    y dar testimonio de la injusticia del tirano. Y. u n~. vez que con

    el tiempo y el trato se hubo acostumbrado DJOl11sJOa su com-

    paa y conversacin, del modo que una fiera aprende a tener

    trato con los hombres, concibi por l un amor tirnico (E p W ~

    't'vpavv~x~), exigiendo que a l solo le amase Platn y le admi-

    rase ms que a todos; y aun se mostr dispuesto a confiarle

    la administracin de la tirana, con tal que Platn lo amase, a su

    vez, ms que a Dion. Ahora bien, esta pasin fue una calamidad

    para Platn, pues el tirano, al igual que todos los amantes des-

    dichados, enloqueca de celos, y en un punto )' a menudo pa-

    saba con l de la clera a la reconciliacin. J1

    De mano maestra, por cierto, est pintada en este pasaje

    aquella naturaleza de Dionisio el Joven: e~fenniza .inestabil,i-

    dad, complejos de inferioridad de toda espeCle, de qUIen quena

    a todo trance,

    y

    con tan msera condicin, imponerse en todo

    por s mismo: en el gobierno, en el amor

    y

    en la filos.afa; todo

    lo contrario, en suma, del carcter entero y de una pIeza, hasta

    en su desmesura)' su soberbia, de Dionisio el Viejo. Fue en vano

    que Platn, como nos lo cuenta l mismo, se esforzase por cana-

    lizar aquella pasin hacia la Vida filosfica)' virtuosa.: .venci

    l -nos dice- con su resistencia.

    1,

    Jams pudo adquirir aque-

    lla armona interior, aquel dominio de s mismo 1; que

    Platn

    reclamaba de l como la primera condicin para todo

    ulterior programa de estudios o de gobierno, Finalmente, al es-

    tallar de repente una guerra que le obligaba a una larga au-

    sencia, consinti Dionisio en la liberacin de su amado y sufrido

    husped, mejor dicho su prisionero, a quien aqul prometi,

    adems, que hara repatriar a Dion as que acabara la guerra.

    A mediados de 365 estaba Platn de regreso en Atenas, termi-

    nando as su segundo viaje siciliano, tan desastrado como el

    primero.

    Tercer viaje

    Pocos aos dur el sosiego de que pudo disfrutar Platn, en-

    tregado de nuevo a sus labores en la Academia; y lo que le

    aconteci luego es una nueva confirmacin de que ningn

    hombre, por in