Falange una mirada al futuro. Eduardo López Pascual

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Constituye un conjunto de meditaciones en torno a la Falange. En realidad, el espíritu y el mensaje nacional sindicalista ha sido siempre, una preocupación intelectual y una constante en la vida de este autor. Una necesidad que nace precisamente, tanto del desconocimiento de la historia y doctrina falangista, como de un trato injusto y falso, por parte de demasiada gente.Eduardo López y Pascual trata por eso, en esta obra, de hacer una reflexión seria y rigurosa de todo el proceso falangista, desde una perspectiva objetivamente nacional y analítica.Contribuye así, al mejor conocimiento de la Falange, siguiendo el camino emprendido con su novela-documento Proceso a un hombre muerto. En el texto que ahora les presentamos, se contempla un sincero ensayo sobre el amplio horizonte que ofrece el pensamiento y la práxis falangista.Asociación Cultural "Juntos" Cieza.

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FALANGE: UNA MIRADA AL FUTURO

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FALANGE: UNA MIRADA AL FUTURO

FALANGE:UNA MIRADA AL FUTURO(Apuntes sobre una reflexin falangista) Eduardo Lpez Pascual (Exsecretario Nacional de Formacin de FEA)

Este libro es una revisin de otro anterior: Reflexiones de un Falangista con Depsito Legal MU-429-1987

Una vez ms observ que muchsimas caras, al principio hostiles, se iluminaban primero con el asombro y luego con la simpata. En sus rasgos me pareca leer esta frase: "Si hubiramos sabido que era esto no estaramos aqu!" (del Testamento de Jos Antonio)

Eduardo Lpez Pascual Primera Edicin: Asoc. Cult. "Juntos". Cieza 1987 UN PRLOGO por MIGUEL ARGAYA ROCA .............................................................................................. 3 LA RESPUESTA FALANGISTA AL VIEJO ESTADO ................................................................................... 6 LOS FALANGISTAS ANTE LAS POLITICAS ACTUALES ........................................................................... 9 APROXIMACIN AL MARXISMO ............................................................................................................... 12 MS TARDE, EL FASCISMO...................................................................................................................... 16 Y AHORA EL NACIONAL SINDICALISMO, LA FALANGE......................................................................... 18 UN APUNTE NACIONAL SINDICALISTA ................................................................................................... 24 DOS IDEAS ESENCIALES PARA INTERPRETAR EL NACIONAL SINDICALISMO ................................ 28 PONER LA FALANGE EN SU SITIO .......................................................................................................... 30 LA VIA ECONOMICA DE LA FALANGE EL NACIONAL SINDICALISMO ................................................. 36 EL CAPITALISMO ....................................................................................................................................... 38 ENTONCES, UN POCO DE ECONOMIA MARXISTA. NOTAS ELEMENTALES ...................................... 40 ALGO DE ECONOMIA Y EMPRESA NACIONAL SINDICALISTA ............................................................. 43 UN NUEVO ESTADO PARA UN FUTURO NUEVO ................................................................................... 49 UNOS PASOS ADELANTE PARA LA FALANGE DE LOS AOS DOS MIL ............................................. 52

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UN PRLOGO por MIGUEL ARGAYA ROCALICENCIADO EN HISTORIA Y ESCRITOR

Este libro, amigo lector, se me hace que ha de ser insustituible. Y lo ha de ser, en primer lugar, por la cualificacin profesional y poltica de su autor: Eduardo Lpez Pascual nace en Baza (Granada) en 1939, aunque reside en Cieza, Murcia, desde la infancia. Maestro Nacional y Profesor de Institutos Tcnicos de Enseanzas Medias y, durante muchos aos, dirigente juvenil en el F de J. y la OJE, donde llega a dirigir la Escuela Provincial de Espeleologa. Por su labor en este campo es merecedor de la Orden Imperial del Yugo y las Flechas (1960) y de la Medalla de Bronce de la Juventud (197?). En 1966 entra a formar parte del equipo municipal de San Javier (Murcia), siendo designado Primer Teniente de Alcalde. En 1973 visita Alemania en viaje oficial, como especialista en dirigentismo juvenil y tiempo libre. Poco despus se traslada a Cieza donde se responsabiliza de la Delegacin Local de la Juventud, cargo que abandona en 1976, en cuanto se compromete pblicamente con la entonces recin nacida Falange Espaola de las JONS (Autntica) de la que es, sucesivamente, presidente local de Cieza, presidente regional de Murcia y Secretario nacional de Formacin. Tras la desaparicin formal de la organizacin, Lpez Pascual pasa a constituir con Ana Mara Llamazares, Manuel Velasco y otros antguos miembros de la "Autntica", un grupo autnomo (F.E.A.), que no tarda en disolverse. Ms tarde y animado por la dimisin de Fernndez Cuesta se afilia a FE de las JONS. bajo el nuevo liderazgo . por entonces an esperanzador, de Diego Mrquez, siendo designado otra vez presidente local de la organizacin en Cieza, y ms tarde Consejero Nacional, cargo del que no tarda en dimitir por discrepancias con la jefatura nacional. Sin abandonar el partido, constituye junto a Carlo,, Galn, Jaime Mir. Enrique Antigedad. Maku Garca o Teo Rojo, una informal plataforma crtica que se articula en torno a algunos Boletines provinciales (Falange Futuro, en Cieza; Rojo y Negro, de Pamplona, entre otros). En 1995, tras la llegada de Gustavo Morales en sustitucin de Diego Mrquez, a la Jefatura Nacional de FE de las JONS, Lpez Pascual es recuperado para el nuevo proyecto, concedindosele un Aspa al servicio, promovida por la Jefatura provincial de Toledo. Actualmente, sin embargo, encabeza dentro del partido un sector muy crtico con los planteamientos de la direccin nacional. Es, adems, excelente poeta de honda sensibilidad falangista. Como tal ha publicado: Buscando otra frontera(1974), Un tiempo para Murcia (Murcia, Artes grficas El Taller, 1978), Corno nacido del pueblo (Murcia, Poesa Siempre, 1883) Races de vida inacabada (Valencia, Poesa Siempre, 1991), Hablando a la madrugada de estas cosas (Murcia, Poesa Siempre, 1995) Versos proscritos (Oviedo Ed. Tarfe, 1966), y Esta noche recuerdo al Eugenio (Murcia, Poesa Siempre, 1998). Es autor tambin de varias novelas: Proceso a un hombre muerto ) Cieza, Im.Ros, 1980) 1 El autobs de las 7 no ha llegado (Murcia.lm. Ros, 1992), La otra cara de la luna (Murcia, Poesa Siempre, 1997). Desde 1996 organiza y dirige el Premio de internacional de Poesa Lyts Santa MarinaCiudad de Cieza. Todo esto ( lealtad a las ideas y no tanto a las personas o a las instituciones, espritu crtico, sensibilidad potica y capacitacin poltica e intelectual) avala, a mi entender, sobradamente, la cualificacin terica de este libro. Pero hay todava, algo ms que hace de estas Reflexiones para una Falange Autntica, un libro imprescindible: el que ya viniera haciendo falta un estudio as, que abriese la teora al siglo entrante, y tuviera la valenta de proponer con coherencia, amplitud y claridad expositiva una praxis tan radical como la que aqu se trata. Poco importa si se est o no de acuerdo. Desde cundo el acuerdo es el nico camino de crecimiento y maduracin? Dicho todo lo anterior, temo, amigo lector, que no sea necesario para nada este prlogo que ahora lees. Es el libro, su calidad intrnseca, la vala de su autor, en todo caso, lo que presenta y cualifica al prlogo, y no al contrario. De tal modo que, a no ser la amistad, se me hace difcil el imaginar otra razn que

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justifique mi presencia en estas pginas. No soy, desde luego, falangista; serlo, es militaren una organizacin poltica que se intitule como tal, lo que no es mi caso. Puedo definirme, eso s, como "joseantoniano", aunque ello no significa que Jos Antonio ocupe mi pensamiento de una manera absoluta, ni que yo suscriba el suyo al ciento por ciento. No soy Joseantoniano a la manera de ese " sebastianismo" intelectual que algunos se empecinan en mantener, sino matizado por la sutil barrera de la crtica, que me impide hacer de esa adscripcin una fe. De hecho, no tengo otra fe - no se porque cuesta tanto, en estos mbitos, decir esto -, que la catlica romana. Con las mismas o parecidas reservas mentales que para lo joseantoniano, puedo decir que soy tambin balmesiano, scheleriano, steineriano, y muchas cosas ms que sera largo y prolijo, y hasta intrascendente, relatar aqu. He de reconocer, sin embargo, que de entre todas, me resulta muy grata la compaa intelectual de Jos Antonio, si s apartarla, claro est, de ciertas rmoras, por otra parte tpicas de los trgicos y dolorosos aos treinta europeos; por ejemplo, esa confianza omnimoda en la capacidad higinica de la violencia, o la retrica totalitaria, o cierta querencia afectiva hacia los aspectos ms escenogrficos del fascismo italiano .... Y no se me diga que no es posible; con otros ya se ha hecho. Con Maquiavelo, por ejemplo. que ha terminado por Ocupar un puesto de honor en la historia de las ideas como una muestra intemporal de sofismo poltico en cuanto desproveemos de su cnica y hasta babosa sumisin a los intereses hegemnicos de la monarqua francesa de su tiempo. Y esto es as porque, en realidad, la autenticidad de un pensador verdadero no reside en la identificacin de su pensamiento con el tiempo en que vive, sometido como est siempre este a la urgencia y a la estrecha perspectiva del instante, sino en la coherencia intemporal de sus postulados ms hondos, aquellos que constituyen el sustrato metafsico y moral de su doctrina. La praxis poltica es mudable, la razn ltima que la fecunda, ese sentido del Hombre y del Universo que, en ltima instancia, las decide, no tanto. Olvidar esto, ha sido precisamente uno de los problemas principales del falangismo: cada militante se adscribe irreductiblemente a un Jos Antonio puntual y concreto: quin al elegante polemista acerca del fascismo en las pginas del ABC: quin al luminoso orador de la Comedia: quin al pattico y convulso camarada lleno de dudas que despide a Matas Montero; quin al brioso jefe que saluda el triunfo contrarrevolucionario del 34; quin al iluminado conspirador golpista de 1935; quin al radical revolucionario le los ltimos diez o doce meses; quin, en fin, al hondo y sincero catlico que se deja ver en su testamento y en su muerte. Un Jos Antonio unidimensional, pues, para cada da de la semana. Y todo, porque no se acude al fondo, a la koin tica y metafsica que une a todos ellos; esto es, a su sentido del Cosmo y del Hombre, que son los nicos " fundamentos" inalterables de su doctrina, aquello que no cambia nunca en su discurso pblico a lo largo del tiempo. Pero basta ya de chcharas que a pocos interesa. Dejemos paso ya a quin de verdad tiene algo que decir: paso al autor. Sepamos de estas hondas y razonadas "reflexiones". Sin ms prembulos.

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Reflexiones para una Falange Autntica, es un texto de Eduardo Lpez y Pascual que, tal como dice su ttulo, constituye un conjunto de meditaciones en torno a la Falange. En realidad, el espritu y el mensaje nacional sindicalista ha sido siempre, una preocupacin intelectual y una constante en la vida de este autor. Una necesidad que nace precisamente, tanto del desconocimiento de la historia y doctrina falangista, como de un trato injusto y falso, por parte de demasiada gente. Eduardo Lpez y Pascual trata por eso, en esta obra, de hacer una reflexin seria y rigurosa de todo el proceso falangista, desde una perspectiva objetivamente nacional y analtica. Contribuye as, al mejor conocimiento de la Falange, siguiendo el camino emprendido con su novela-documento Proceso a un hombre muerto. En el texto que ahora les presentamos, se contempla un sincero ensayo sobre el amplio horizonte que ofrece el pensamiento y la prxis falangista. Asociacin Cultural "Juntos" Cieza.

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LA RESPUESTA FALANGISTA AL VIEJO ESTADO

La historia de los hombres es irreversible; esto es progresiva en el tiempo y en los hechos. Y la historia de un pueblo o de un pas, se nos presenta de la misma naturaleza, de una forma u otra. Es por ello que en este quehacer devenir de los hombres aparece, claro est. La forma en que se construyen sus relaciones de arquitecturas gubernamentales o de estado. Por supuesto, todo esto que se dice. Nada novedoso por cierto, es parte del fondo de conocimientos y de experiencias que la humanidad ha ido logrando a lo largo del tiempo. Una supervisin por la historia nos recuerda y muestra los viejos modelos en que se estructuraban las sociedades ms antiguas, y las formas que adoptaban las naciones modernas; y del mismo mulo, los cambios que se introdujeron en esas sociedades, a raz de las distintas transformaciones que se conocen, desde los principios del hombre, hasta en las ya, clsicas revoluciones de Francia e Inglaterra. Lo que hoy no, admite duda alguna, es la enorme trascendencia que para el proceso del hombre, para sus progresos sociales, y en definitiva para el desarrollo de sus relaciones, supusieron aquellos dos hitos de la historia. Hasta entonces la andadura de toda la humanidad, aunque avanzante y en marcha hacia el futuro, llevaba un aire pausado que procuraba acomodarse a las exigencias del tiempo de modo apacible y sin violencias incontroladas por muy excesivas que cualquiera nos pueda parecer. Cierto es que en ocasiones, el mismo repaso de la historia, nos indicaba graves sobresaltos en las relaciones humanas, pero esto dentro de un caminar histrico progresivo, y que se justificaba en su propio devenir hasta las Revoluciones desarrolladas por britnicos, en su indudable transformacin de un sistema de agitacin intelectual y social que supuso la Revolucin francesa y sus conquistas de igualdad, fraternidad y libertad. Naturalmente fueron partos difciles de la humanidad; duros, y a veces con indudables seales de violencia, pero en definitiva traan, como todos los partos de la naturaleza, una nueva vida. O al menos, una nueva filosofa en las relaciones de los pueblos y de los hombres todos. Haba tambin, indefectiblemente, un espritu renovado de marcha hacia el futuro. Y es desde entonces, cuando a nivel de ciencia histrica, se puede afirmar la modernidad, la actualizacin tic las instituciones estatales y gubernamentales. En este sentido, incluso las formas de gobierno que de una manera u otra, podan enlazar con la nueva arquitectura de los Estados - quiz las instituciones inglesas en las Cartas de Juan sin Tierra, o algunas franquicias y derechos forales suscritas por los reinos hispnicos de la Reconquista -, tienen a adaptarse al nacimiento de otras alternativas y actitudes diferentes, a la hora de proceder en las normas que van a regir los derechos de los hombres en una sociedad concreta y en un Estado donde conviven. Y sobre todo, con el sistema que les est gobernando. En la revolucin poltica que al fin y al cabo es la que nos interesa para esta reflexin, queda perfectamente clara la conquista establecida. La divisin de poderes, de que hablara Montesquieu, reforzada y determinada por la triloga de la Ilustracin, fue el gran espaldarazo de esta lucha. Libertad, Igualdad y Fraternidad. Y en ello, reconocemos los presupuestos para las notas de identidad de los modernos grupos, asociaciones y partidos polticos, como instrumentos vlidos para representar la voluntad mayoritaria que expusiera Juan Jacobo Rouseau. La Revolucin Francesa no obstante, mostr al mundo la otra `_Lran divisin trada a los hombres desde ese mismo momento: el fraccionamiento en banderas, o partidos, sin que esto tenga el menor tono peyorativo aunque componga una irrefutable veracidad.

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No cabe la menor duda de que en todo este proceso, la humanidad da un salto cualitativo en su situacin ante las relaciones de los hombres, y lo que es ms importante, en sus relaciones con los poderes fcticamente constituidos, o legalmente formados, por ms que en ocasiones les faltaran la legitimidad moral y tica. O, simplemente, la razn. Pero lo que importa y lo que permanece, en definitiva, es el enorme trecho de camino andado por los hombres y las mujeres de todas las sociedades para organizarse en comunidad. Aparecieron as, las modernas formas de relaciones ciudadanas, ordenadas en rgimen democrtico, al intervenir y decidir en la gestin popular, las distintas bases humanas. Ocurri tambin en aquellos pueblos con reminiscencias absolutistas en mudo de monarquas o incluso de imperios cercanos en el tiempo, que no tuvieron aras remedio que atemperarse a las demandas de la nueva historia, y preparar frmulas que, aunque manteniendo la arquitectura envolvente, recogieran aquellas conquistas sociales y polticas nacidas del siglo XVIII y XIX como ciertamente pasaban en Austrohungra, Espaa, Portugal o Rusia, por citar algunos ejemplos en el primer cuarto del siglo actual. De ah en adelante, los hombres quisieron sentirse corresponsables en la direccin de sus sociedades respectivas; los pueblos deberan establecer los mecanismos precisos para que todos sus ciudadanos, sin la menor discriminacin por pensamiento o clase social, pudieran participar en el gobierno de las distintas naciones. Para la historia naci la democracia; el gobierno del pueblo. Sin embargo nosotros, esta realidad, la completamos con una matizacin al respecto: nosotros creernos en el gobierno del pueblo, estricta democracia, pero pensamos adems que sta no se invent en la doble revolucin habida a orillas del Canal de la Mancha. Y sobre todo, pensamos que ningn observador serio de la Historia, podra creerlo porque, en definitiva, la mayora de las innovaciones de la humanidad consisten en perfeccionar algunas de las experiencias ms antiguas. De esta manera recordamos como el gobierno del pueblo, la democracia - por cierto, palabra extrada del quehacer griego, aunque no explicada a nivel poltico -, era la forma de organizacin en las relaciones sociales y polticas presentes en numerosas civilizaciones ya desaparecidas. No sera ocioso traer aqu, las estructuras de sociedad que componan algunos pueblos de esa antigedad referida; ejemplos ms que notables nos la ofrecen culturas como las protoegipcias, la forma socializada y comunal le algunos pueblos helenos, o incluso las testimoniadas en las ms caracterizadas de las civilizaciones y pueblos precolombinos, algunos de los cuales, an arrastran una propiedad multicompartida perdidos en cualquier inaccesible rincn de las selvas amaznicas. De la misma forma podramos hablar de otras culturas oceanoasiticas, por otro lado maestras en tantas cosas. En fin, que la intencin por parte de casi todos y cada uno de los pueblos de la historia, y por tanto, de sus hombres y mujeres, ha sido y deber serlo en razn de sus reflexiones, de su intelecto, la participacin responsabilizada en las tareas de gobierno, cualquiera que fuera su escala, de sus propias sociedades y de sus convivencias. Otra cosa sera reducirlos a mera irracionalidad; de ah entonces el que se haya producido casi sin solucin de continuidad, toda clase de experiencias y prcticas que paulatinamente han contribudo y lo seguirn haciendo, a que esa participacin sea cada vez mayor y ms perfecta. No cabe ninguna duda, desde mi sincera reflexin, que en ese espritu sincero estamos los falangistas; est el falangismo, como actitud intelectual y como prxis formal. Constituimos en nuestro entorno histrico, y en orden a las aportaciones sociopolticas que al mejor de funcionamiento de la democracia ofrecemos, una alternativa que sin querer sealarse como ltima etapa, n4 siquiera la nica en el camino de la convivencia perfecta, posee al menos para cuantas personas lo analicen sin prejuicios negativos, indispensables elementos originarios y superadores de una esclerotizada alternativa de las democracias liberales burguesas, de un lado, o de las llamadas democracia populares, conocidas tambin como dictaduras de izquierda que, ahora, al socaire de su hundimiento, las han etiquetado bajo otros epgrafes ms confusos.

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No es por lo tanto, un esfuerzo exclusivo de la Falange. En absoluto nos sentimos excluyentes de nada, y no podemos caer tampoco en un dogmatismo cientsta - como Sastre deca del marxismo escolstico -, aunque por esta misma razn, se la debe asignar a ninguna singular iniciativa poltica presente, o de un tiempo atrs. En realidad, si se quiere tener un mnimo de objetividad, todo esto no es sino el natural deseo de la humanidad en mejorar sus condiciones de vida, en base a una ms completa organizacin y estructura de sus relaciones individuales y de grupo. La Falange entonces, es otra aportacin que en absoluto pretende aislarse ni en su formulacin ni en su desarrollo, a la mejor convivencia entre las mujeres y los hombres de nuestro mundo. La Falange aspira, al mismo tiempo, a ser depositaria de una filosofa de vida que se sustenta en el respeto a los dems, en el reconocimiento trascendente de las personas que componen el cuerpo histrico de la sociedad. La Falange contiene, eso creemos, el talante preciso para ejercer y practicar nuestros principios doctrinales, y para llevar a los pueblos el espritu que los movilice a la conquista de una sociedad ms justa y amable, donde hayan mejores cotas de participacin y de cultura, de trabajo y de pan. De dignidad y responsabilidad. Ese espritu, esa causa, esa idea es la que nosotros nos proponemos presentar en estas pginas de reflexin y anlisis. Intentaremos instrumentarlo a partir de un lenguaje sencillo y claro, aun en perjuicio de una hipottica brillantez, si fuera as, para que el mejor mensaje falangista - cuando menos desde mi sincera objetividad -, llegue simple y directo a la conciencia de todos. Desde la estricta presentacin intelectual de su doctrina, hasta las diferentes alternativas que la Falange aporta a los problemas que la sociedad de hoy vive, aunque sea en el lgico caminar de la historia. Bajo este criterio pretendemos, aunque sea a ttulo muy modesto, exponer una posicin crtica del pensamiento falangista. Desde luego a nivel individual, pero que entiendo y espero que sea aceptada como un intento serio y sincero de reflexin y praxis poltica, a partir de evidentes consideraciones personales e, inherentemente, de propias vivencias. No tiene por eso, ningn carcter oficial y ni siquiera oficioso, y por otra parte, no aspiramos a convertirnos en portavoz, ni caer en burda heterodoxia; aunque eso, s, reclamo mi irrenunciable vocacin falangista, y en ello justifico la voluntad de quienes de buena fe, intentamos escribir sobre y para la Falange.

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LOS FALANGISTAS ANTE LAS POLITICAS ACTUALES

Pienso que es una creencia generalizada, el considerar a los falangistas como una especie hurfana de racionalidad o, al contrario. llenos de elucubraciones meramente retricas, de ideas faltas de riguroso contraste e, incluso, de la mas mnima serenidad intelectual. Nada hay mas lejos de la realidad. Es posible que algunos de nosotros hayamos dado, en demasiadas ocasiones, algn motivo para esa opinin, desde luego muy estereotipada y que es posible que no la combatiramos correctamente. Pero sin embargo, ese juicio tan severo e interesado, no se ajusta a la verdad y, mal que le pese a alguien, el falangista - si lo es -, no habra obrado nunca con fantasa o romanticismo como filosofa poltica, sino como quien acepta el legado doctrinal nacional sindicalista tan alejado a estas interpretaciones. Mucho se nos ha criticado nuestra propia e individual pobreza doctrinal, y la verdad en este caso, es que hay quien participa de tal situacin. Pero la Falange preconiza la mejor formacin humana como insustituible de esa dignidad del hombre y de la mujer a la que aspiramos. Por ello es necesario luchar sin pausa y sin descanso, en dar la autntica imagen de unos falangistas que analizan. o lo quieren, con rigor y profundidad, los condicionamientos sociohistricos que en gran medida determinan el proyecto del hombre. El conocimiento de las realidades humanas aseguran un ms que acertado anlisis de la problemtica personal y de grupo, y le ofrece datos sociales y polticos que ayuden a su completa resolucin. Desde esta perspectiva, los falangistas debemos de conectar con el mundo del pensamiento, a fin de objetivizar sobre las alternativas que se presentan como mejoras en la condicin humana. As, el estudio de las filosofas polticas, cualquiera que fuera su origen, la consideramos como materia obligada de nuestro acerbo formal, como parte esencial en nuestra propia formacin y como eficaz instrumento para la defensa y desarrollo del argumento falangista. De esta actitud brota la necesidad de analizar las diferentes polticas actuales. Y en este orden de cosas, tres grandes grupos de teoras polticas se disputan la atencin de los individuos, de la humanidad, desde hace casi trescientos aos. El pensamiento liberal, en primer lugar; el pensamiento marxista, despus; y la teora fascista en ltimo trmino. Los tres tienen como raz un mismo hecho desde nuestro punto de vista: la Revolucin francesa y la ilustracin. El pensamiento liberal, que se impone y acepta como demanda poltica de la burguesa a lo largo del siglo XIX, con sus orgenes en Locke, y con Montesquieu como inspirador de la primera etapa de la Revolucin Francesa. En la segunda etapa de esta, los jacobinos, sustentadores de la democracia totalitaria ( aunque nos recuerde una contradiccin ), al estilo de J.J. Rouseau, fracasara en su intento de establecer una repblica laica e intervencionista, absoluta. Y de este fracaso surgir el liberalismo democrtico, como teora oficial de los estados occidentales al uso.

El liberalismo as concebido, tiene como trasfondo una concepcin individualista de la vida y de la sociedad. " El estado naturaleza" de las teora liberales, nos da una imagen del hombre como un ser aislado, y desligado de todo tipo de convivencia social, entendida esta como una reciprocidad de obligaciones, y desde luego, ajeno a lo que se entiende como expresin de autntica solidaridad humana. La sociedad, al parecer, se funda para salvaguardar los derechos de las personas, anteriores y superiores ( desde su ptica ) a la vida comunal, por ms que se acepte sta, como medio de mejorar su status singular. El bienestar de los

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ciudadanos son los fines de la sociedad, fundada adems, por un contrato. Nosotros diramos que viene sealizado por el Contrato Social, segn la obra del filsofo citado. El estado entonces, no tiene de hecho otra finalidad que defender las prerrogativas innatas en el hombre, especialmente las que se refieren a los conceptos de propiedad. Ahora bien, el modelo de hombre que el liberalismo nos deja, a tenor de sus experiencias, es poco halageo y solidario; segn los tericos liberales, el hombre es un ser egosta que se mueve por su propio inters, y slo renuncia al Estado naturaleza, y pasa al Estado sociedad, simplemente porque le resulta ms til. Un ser que busca ante todo el bien individual, el goce y la seguridad personal. Es al fin y al cabo, un buen retrato del ciudadano burgus y eso, en el mejor de los sentidos. Sobre este principio y esta definicin del hombre, movido tan solo por su propio inters, viene a colocarse la llamada por unos, Teora de las Armonas Naturales. Desde esta filosofa, el universo es un conjunto armnico que marcha por sus propias leyes de validez general e inmutables. El mximo bienestar social coincide con el mximo inters particular, ya que el bien comn no es sino la suma de los intereses particulares. As los hombres, dejados a s mismos, obtienen el mayor bien posible para la comunidad. Esta sera la ley universal que rige a la sociedad y, por tanto, el Estado no debe de intervenir jams. Reconocemos en esto, la mayor regla que omos como panacea de todos los problemas y dificultades de los hombres. El mundo marcha por s solo, y la injerencia de los poderes pblicos no hace sino alterar su mecanismo natural y, encima, con perjuicios para todos. Era el clsico "dejar hacer, dejar pasar". Finalmente el Estado liberal es un estado agnstico; es decir, no cree en nada. Para el liberalismo burgus, aunque un hombre liberal no crea en ALGO ABSOLUTO, a nivel individualizado, en realidad, no acepta ningn canon de verdad. Para el liberalismo todas las opiniones son vlidas porque todas no son ms que intentos de alcanzar una parte de la verdad. Si esto lo trasladamos a la funcin poltica o a la tica, objeto primero de estas reflexiones, nos encontramos que todas las opiniones son igualmente ciertas. Slo hay un lmite: la Ley. La Ley que, obviamente, es el producto de la mayora adivinado la voluntad general. Pero como el liberalismo es individualista y consideraba como una traba todo lo que ligara al individuo, destruy los grupos intermedios: gremios, corporaciones, entidades autnomas, entidades regionales, locales, etc., desapareciendo disueltos y dispersos en el huracn liberal, y as dej frente a frente, al individuo y al estado, cualquiera que fuera su condicin y cualidad. Cierto, y no vamos a ocultarlo, la brisa de los tiempos han supuesto una suavidad en su prctica, y tambin en los conceptos, sobre todo a raz de una lucha sin tregua, por parte de las gentes ms desvalidas, pero el hombre a partir de estas ideas, se encontr aislado de su propio entorno y de sus mismas necesidades. Y como en realidad no puede vivir de la soledad, se desentiende instintivamente de esa insolidaridad acaramelada y va en busca de la agrupacin social, y entonces, surgen en lo poltico los partidos, y en lo estrictamente laboral, los sindicatos. Por ltimo, el ideario liberal era el instrumento inconfesado de un grupo social: la burguesa, y era sin duda, el reflejo de una clase: la capitalista. Y as resultaba que all donde existan las mejores instituciones liberales, all era donde se practicaban las ms agudas explotaciones al hombre y a la mujer trabajadores por parte del capitalismo, que llegaba hasta lmites de verdadera indignidad. Como esa situacin comprenda una situacin intolerable para el mismo respeto humano, y no poda continuar, tuvo que aparecer - para disputar el predominio poltico y de poder, al liberalismo -, el socialismo marxista. Habra que recordar aqu, aunque sea de una forma muy somera, los anteriores intentos de un socialismo que llamaramos blanco, y anotamos el "falansteriano",

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que no encontr las motivaciones necesarias para un desarrollo prctico, y que en alguna manera, forz la presencia del socialismo materialista. Del marxismo.

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APROXIMACIN AL MARXISMO

BREVE NOTA

Nuestra propia identidad nacional sindicalista, estriba-entre otras cosas -, en el conocimiento objetivo de diferentes realidades polticas, como es el caso del marxismo. Ningn falangista consciente debera, desde mi opinin, carecer de un bagaje doctrinal de las ofertas que la filosofa poltica nos presenta como alternativa para la resolucin de los problemas en las relaciones humanas. Y a partir de esta premisa, podremos aparecer en mejores condiciones a la hora de refutar una idea (el marxismo) que, aunque aceptando su necesidad, creemos falsa y errnea como hiptesis, y aun ms, como prctica, rechazando no obstante cualquier descalificacin a ultranza y reconociendo sin el ms mnimo menoscabo a su cualidad, la indudable contribucin que supuso en la concienciacin de los colectivos trabajadores. Pero el falangista, que aporta su singular criterio tico, debe de acercarse al hecho marxista, precisamente para mostrar al mundo nuestra alternativa como medio de superar y fortalecer las condiciones humanas de libertad y de justicia. Para eso, hay que reconocerlo, naci en teora el socialismo marxista. Intelectualmente el marxismo arranca del filsofo alemn Hgel, mximo exponente de la escuela idealista germana. Es a partir de l, cuando el idealismo absoluto se formula; para Hgel, el Absoluto - Idea total -, es encontraren el mismo Absoluto. Esto es, el Ser puro. Pero el Ser puro es absoluta e inmediata vaciedad, y para salir de esa situacin insostenible, el Absoluto tiene que regresar a un principio que es el mismo Ser, para evitar no ser la. Este ir y volver de lo que Hgel denomina Absoluto sera lo que el filsofo alemn llama devenir. De ah que el Absoluto, slo se contempla, lo existe, deviniendo. Entonces desaparece la diferencia entre principio y lo principiado, y hay posesin plena en la actividad fundante que constituye el saber absoluto. Por esto al volver el sujeto sobre s mismo, encuentra no otra cosa que el sujeto mismo, y as construye la historicidad. Es decir el devenir. De ah que la continua tensin del Absoluto-el Todo absoluto de Hgel desemboque en un enfrentamiento dialctico de la idea, que en el hombre e haya regido por este, y pierda consistencia, se disminuye y se difumina. Hgel, apoyndose, formula su posicin desde los enfrentamientos repetios y constantes, a partir de sus Tridas, estructuradas en tres momentos: tesis, anttesis y sntesis. Con esta cimentacin, e integrado en la misma escuela idealista, Feuerbach se sita en la llamada Ala izquierda hegeliana, e opone a este, y reivindicara la posicin del hombre como parte inherente esencial de la ltima dualidad Hombre-Naturaleza entre la cual existe, y por eso justifica una eterna relacin mutua nacida precisamente, de la interpretacin del devenir hegeliano. O lo que es lo mismo, de la continua superacin de los contrarios: es en el ir y venir del Absoluto, para seguir estando. Existiendo. Y con todos esos precedentes surge en el universo de las ideas Karl Marx. Colaborador de la izquierda hegeliana, Karl Marx evoluciona desde sus coqueteos liberales, al socialismo. Trabaj en Francia en varias publicaciones como Ruge o la revista Anales Francoalemanes; fue expulsado de Pars por su participacin en el rgano de los refugiados alemanes "Adelante", marchando a Bruxelas, donde fue protegido por Engels, lo que le permiti seguir escribiendo. All public numerosos artculos, y apareci el Manifiesto Comunista. Pas despus a Colonia y tuvo que emigrar a Londres, continuando con la proteccin y ayuda de Engels, por lo que siguieron apareciendo ms escritos, entre ellos, Crtica de la filosofa hegeliana del derecho, La Sagrada familia o crtica de la crtica - que constituye una tesis sobre Feuerbach -; ms tarde viene Miseria de la filosofa y, sobre todo, El Capital.

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La filosofa derivada de Marx conforma, evidentemente, el marxismo. Aunque ste sea ms un revolucionario que un filsofo, Marx se apoya en los precedentes citados, pero los critica muy duramente y los acusa de burgueses, incluso a los jvenes hegelianos, por quedarse en una simple expectacin o pasividad, evitando involucrarse en las transformaciones a que estaban llamados en razn de su singularidad intelectual. Marx piensa que el filsofo no tiene como misin slo interpretar al mundo, sino transformarlo. Desde luego, los falangistas, al menos yo, personalmente creo en ese compromiso. De ah que el marxismo tenga que justificar su crtica partiendo del devenir de Hgel, pero limitando el pensamiento de aquel a la sola relacin HombreNaturaleza, en su nica acepcin econmica: la que expone una sociedad capitalista - Tesis - con una enfrentamiento - anttesis -, al proletariado, y una sntesis, que sera conquistar la sociedad para el comunismo. Marx critica el sentido pasivo de Hgel (como la de casi todos los idealistas) aun admitiendo la concepcin del devenir histrico; y es as igualmente, de la superacin de los contrarios por medio de la sntesis que, junto al principio de nica relacin Hombre-Naturaleza de Feuerbach, fundamenta los postulados de su doctrina en la clsica y ltima relacin de produccin econmica. De este modo para el marxismo, ese determinante econmico explica todo el proceso humano, desde las clases sociales a la religin, la cultura, el derecho, etc. Claro que para Marx, todo esto no son sino estructuras montadas sobre la economa, y en su razn, al analizar la historia y desarrollo de los pueblos de economa capitalista, desarrolla todo el discurso de su pensamiento. En el principio, la economa determina las clases sociales; luego, las clases burguesas, para defender su status, crean un rgimen poltico que como consecuencia, trae la alienacin al quitar al obrero una parte de s, en beneficio de otro. Lgicamente, esta alienacin se corta a los trabajadores cuando se les devuelven, se les dan, los medios de produccin. Y por ltimo, al desaparecer la alienacin econmica, se van tambin todas las desviaciones culturales, religiosas, polticas, etc. Con este proceso, el marxismo desemboca en el materialismo histrico. Pero el marxismo no formara un sistema completo si no se le sumara el materialismo dialctico, puesto que carecera de un fundamento metafsico - ms all de la fsica -, para comprender una doctrina que quiere abarcar toda la naturaleza y rebasar la historia. Y para entender este fundamento intelectual, volvemos a Hgel, quien expone que la evolucin ideal por la cual vive el Absoluto, es explicable desde la dialctica, es decir, aquel devenir de principio, ms aquella tensin o enfrentarse en los tres momentos: tesis, anttesis o contrarios, y sntesis o superacin de los mismos. Sin embargo Marx no aplica este mtodo a la idea, sino slo a la naturaleza del hombre y su relacin fundamental de la produccin. De este modo, la actividad humana es la produccin (le bienes: el hombre es alienado al perder en su trabajo alquilado, parte de su esencia a favor de otro, y nada ms es superable por la reintegracin de aquella esencial individual en una sociedad no privada, con lo que, evidentemente, hace un ejercicio de pura reduccin. Con estos bagajes, el nacional sindicalismo y la Falange como vehculo poltico, debe de partir del conocimiento mnimo y en rigor, necesarios para cuestionar al marxismo desde el anlisis serio y completo, y no caer en posturas o actitudes indefendibles a nivel de enfrentamientos tcnicos. El discurso utilizado tiene que poseer siempre una base intelectual, si se quiere ofrecer una imagen eficaz y consistente. Para nosotros, Marx habla de uno hombre nuevo, el hombre de Hischerbertger; nuevo y libre, obtenido de las abstracciones parciales, y an as, asumidas, pero que filosficamente no aclara cual ser su sentido y la definicin de ese hombre. Se nos aparece entonces, como incompleto y genrico; Marx cuenta que en ese hombre coincide individuo y sociedad, ms no expresa si quedar absorvido por esa misma sociedad, o ahogado en nuevas superestructuras. Marx, para argumentar ese nuevo hombre - para l una lgica de la historia cuanto son hombres que se unen al movimiento de ella -, se suma a la

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contingencia y, en definitiva, construye algo sin consistencia metafsica, aunque los heterodoxos del marxismo abandonaron la contingencia por la lgica. De otra parte Marx y el marxismo se exceden al limitar la condicin humana a la sola produccin de bienes, cosa que los propios revisionistas han superado por simplista y por inconsistente. Adems, el marxismo se ve involucrado en el error, imperdonable en la reflexin intelectual del empiristno ingls, Turgor, de considerar nico tipo vlido de experiencia real, la observacin sensible externa, cuando la verdad es que cualquier hecho aun no observado sensorialmente, puede ser y lo es, un claro dato de experiencias vitales: introspeccin, esttica, valoracin, etc. Ms aun, la homologacin de las ciencias fsicas con las naturales que hace Marx, constituye un error de metodologa. As, si se estudia el fenmeno econmico aislndolo del hombre, tal vez atienda a una concepcin naturalista pero entonces el capital, no puede ser nunca origen de ninguna idea general del hombre. Igualmente Marx cae en la equivocacin o error de principio, al partir de una ley general - Hombre en su acepcin, expresa su vida -, a una ley de conclusin menor: lo que el individuo es, coincide con su produccin. Y este error se aumenta al no reconocer en su produccin la intencin expresiva de todo ser humano, como sera la caracteriologa religiosa, cosmovisional, decorativa, etnogrfica, etc., y que son ajenos a la estricta relacin econmica, cometiendo as lo que se conoce como una peticin de principio, pues descalifica estas dimensiones por no econmicas, anulando datos del fenmeno humano a base de un criterio discriminativo a priori, cual es que lo que no sea material o econmico, no puede ser esencial para el hombre o su comprensin. Y desde luego, entiendo que en la filosofa se reconoce un mtodo donde se ajusten todos y cada uno de los datos de la experiencia, evitando caer en una unidimensionalidad tan insuficiente como incompleta. En otro sentido, el marxismo es slo materialismo, al recoger nada ms que las realidades sensibles externas, y al contrario, se apoya en el concepto de Engels segn el cual, cree con certeza ( no lo sabe con certeza ), que la naturaleza conforma un sistema cerrado en el que bajo una accin mtua versal, formara la esencia del movimiento. Se llega, inconscientemente, a vieja cuestin de la supremaca entre los clsicos valores de pensamiento y ser, mente y materia: incluso naturaleza y materia, homologando materia y ser, pero que al no dar a ste ms nivel que el material, produce una fibologa gravemente manifiesta. Incurre adems, claro que desde nuestro anlisis, en un dogmatismo contradictorio consigo mismo, pues condiciona al hombre con determinismo, al que concede unas limitaciones a la accin sensible de aquel. Como Lenn deca en numerosas oportunidades, y no se tiene porqu ocultarlo, " se niega toda moral tomada de conceptos que no sean las clases sociales, es decir, las clases econmicas". Y esto en el marxismo si lo es, es una falacia pues confunde condicin con causa, o expresado de una manera ms sencilla: la ventana es condicin para te haya luz, pero no causa esa luz. Se contradice tambin cuando condena o excluye a otro hombre distinto de ese " hombre liberado", por injusto, antitico, perveso, etc. Pero como estos y otros juicios parecidos no corresponden a la categora econmica, es necesario preguntarse dnde est su valor moral, si esa moral para ellos no pertenece a la realidad? O lo que es lo mismo en su discurso: lo justo o lo injusto no existen para los marxistas, ya que no se encuadran en una categora econmica, tal como se desprende de su teora filosfica, y por tanto, no cuenta. Y en definitiva, como el marxismo parte de la premisa por la que el hombre se justifica en cuanto produce, y como la relacin de produccin no se interpreta individualmente, sino en sociedad, la misma sociedad es un autntico proceso materialista y existe el socialismo marxista, anulando de esta manera cualquiera otra interpretacin, por lo que rechaza a la lgica filosfica y por supuesto al mismo hombre.

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Algunos neomarxistas analizan pasajes de Marx en los que niega la exclusividad de la economa, pero si fieles a su idea. juzgamos las realizaciones ms que las intenciones, vemos que lo definitivo para el Marx de Trvere, no era mostrar la preponderancia de la economa, sino su exclusividad, de donde todos esos intentos parecen falsos y en cierto modo manipulados. Tampoco se puede mantener, desde el rigor intelectual, la tesis de que la religin - y la religin cristiana en particular - , sea impasible ante la alienacin, cuando esto no es cierto ni lo ha sido nunca, ya que la moral cristiana jams dijo que nos resignramos ante la angustia o la indignidad, sino a transformarlas a partir de una actitud de amor, de caridad, (eso que ahora se llama solidaridad ), y de compromiso generoso. Desde luego, a nivel de interpretacin popular de un marxismo ms actual, o tal vez neomarxismos, podemos reconocer el abandono de ciertas posiciones dogmticas en beneficio de un pragmatismo que ya les parece irreversible, aunque tericamente mantengan, o lo intenten, sus viejos postulados. En este sentido, estudiosos marxistas inciden en el propio revisionismo de Marx, al tratar de fundamentar toda su carga de errores. Posteriormente los autnticos revisionistas se han encargado de corregir y pulir la doctrina y ponerla a un punto presentable, y as, por ejemplo, Luckas en su obra Historia y conciencia de clases, se opone a un marxismo restringido y pobre, que subordinaba todo el hombre a las meras condiciones econmicas. Por otro lado, autores como Ernest Bloch al escribir El espritu de la utopa, apoya la crtica de Luckas, y le suma unas fuerzas subjetivas inherentes a la esperanza, como medio eficaz en la abolicin y rechazo de la alienacin de los hombres. De otra parte Herbert Marcusse, en su libro Eros y civilizacin, se ayuda en recursos psicoanalticos para criticar a la tecnocracia - al fin y al cabo, una forma de materialismo -, y admite que el proletariado, al haber perdido sus fuerzas en falsas necesidades, no ser capaz de esa liberacin marxista. Y por ltimo, y para no hacer exhaustiva en demasa estas consideraciones, Sartre, ya no piensa que el marxismo sea una ciencia porque ve en el proceso marxista, fallos de reflexin, y a lo sumo l lo interpreta como simplemente cientismo. En suma, los revisionistas contemplan ahora aspectos de valores humanos, aunque tambin es verdad, o as lo parece, que todos ellos participan de un rgido dogmatismo, al no observar otros modos de convivencia. Ante esta exposicin, por lo dems no muy extensa, los falangistas y alquier otro colectivo poltico, debemos y tenemos que procurar una actitud expectante y seria, a fin de conseguir tanto el respeto de aquellos que tienden las tesis marxistas, como para potenciar nuestras propias argumentaciones de refutacin, siempre desde el contraste razonado de nuestra espectivas opiniones. Mucho ms, en tanto que el marxismo, sea como ere, constituye uno de los esfuerzos tericoprcticos ms importantes e fluyentes, en el camino de mejorar las condiciones de relacin entre los )cobres y la sociedad.

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MS TARDE, EL FASCISMO

Como una pretendida reaccin frente al individualismo liberal, y frente al socialismo marxista, nace tras la primera guerra mundial, un movimiento antidemocrtico, totalitario y nacionalista, que tratar de eliminar sobre todo, al comunismo igualmente totalitario, y utilizando unos mtodos similares a los de este ( principalmente en los periodos de Lenn y Staln, verdaderos ejemplos de furibundos dictadores ), y por lo mismo, tambin rechazables. Era el Fascismo. El Fascismo intenta ser de algn modo una contestacin, muy especial, a los problemas polticos, econmicos y sociales en los que haba fracasado el liberalismo, y constitua una falsa solucin el comunismo, desde unas actitudes extremadamente enrgicas y violentas. Al fin y al cabo, la nueva aparicin poltica, el Fascismo, fue elaborada por Mussolini que no hay que olvidar haba sido uno de los fundadores del partido Socialista italiano (PSI) y director de su rgano de expresin ms combativo: el diario "Avanti". La solucin fascista levantar frente a la democracia, la aristocracia del partido; frente a la libertad abstracta, el totalitarismo. Pero el fascismo es una solucin fracasada antes de llegar a la segunda guerra mundial; la teora fascista parta muy convenientemente de la consideracin de la nacin como un todo unitario, que era el estado. Este, segn los intelectuales fascistas, es anterior y superior a la sociedad y constituye la nacin. Y los fines la nacin son los fines del estado; los hombres y mujeres son simplemente unos elementos del mismo y no poseen ms derechos que los que el estado les reconoce, los cuales, slo se pueden ejercitar dentro de el, y de acuerdo con los fines del mismo. Es decir, el Estado da los derechos, establece su regulacin y su direccin sin importarle nada ms. Un espritu pantesta concede el monopolio al Estado. Adems, para el fascismo, todos los hombres y mujeres son esencialmente desiguales; la mayora son una masa dirigida por una minora selecta y preparada; esta minora es la portadora de la conciencia de nacin y se agrupa en torno al partido fascista y, como vemos, es en esta lgica, donde se dan ms las coincidencias con el marxismo-leninismo, cuando se concede a las "vanguardias", el papel de dirigentismo social y poltico " nico garante de la prosperidad comn". Naturalmente el partido fascista es el nico permitido y es el inspirador del Estado. Por eso, la confusin Estado-Partido es uno de los rasgos ms significativos de los Estados totalitarios, dado que este constituye a la sociedad como un todo, y es el instrumento de la conciencia nacional, toma Derecho a intervenir y regular la vida entera de esa misma sociedad. De ah -lee su lema, en palabras de su principal hacedor, Benito Mussolini, sea: "Todo en el estado, nada contra el Estado, nada fuera del Estado. Por supuesto aunque muchas veces las palabras no se convierten en realidades, lo cierto es que el espritu de la idea fascista es la supremaca del estado por encima de cualquiera otras circunstancias. El fascismo es de todas formas nacionalista y su mito es la grandeza de la nacin; para ello disciplina a la sociedad por medios de corporaciones que, en definitiva son instrumentos del Estado; consisten en una federacin de patrones, una federacin de asalariados, y en medio, una pieza de enlace: el representante del Estado. De esta manera se obtiene la sumisin comn del capital y del trabajo. Pero el fascismo falla porque deja intacto el sistema capitalista por el cual, los trabajadores alquilan su esfuerzo para poder subsistir, encontrndose en una situacin inferior que hoy llamaramos estructural, al trabajar en nombre, a beneficio y bajo la dependencia de otro. Por otra parte el fascismo, con su corporativismo no hace ms que mantener el sistema capitalista de tal suerte, que hace decir a Jos Antonio: "El Estado corporativo no es ms que un buuelo de viento". Adems, al subordinar el sistema

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a la expansin y a la potencia, destruye de manera obligada el bien comn, que es aleo bastante mayor que la fuerza. Por todo ello no nos cabe duda de que el fascismo es totalitarista porque supone arrebatar al hombre su derecho para intervenir. El totalitarismo a pesar de todo, quiere apoderarse ntegramente de los espritus y no reconocen parcelas individuales frente a la sociedad, de ah ( y no recurrimos a lo peyorativo ), que exista un arte fascista, una tcnica fascista, una ciencia fascista, etc. modos que en cierta medida nos recuerda a sus homologables marxistas-leninistas del " socialismo real", confirmndose de nuevo las races comunes de ambas ideologas. En fin, nosotros lo consideramos, al fascismo, como un desgraciado intento de retrotraer a los hombres a la poca anterior al cristianismo, cuando estos vivan en la plaza, en el gora, y no conocan una esfera privada en la cual, lo pblico ( el Estado), no podra intervenir, pesar de toda la influencia que tuviera. La conquista y prxis de este derecho, fue una conquista de raz cristiana, quiz por ello, apareciera un sentido paganizante y anticristiano, reaccionario, en el fascismo. Y ms all de todo, en esta interpretacin que pretendemos objetivizar al mximo, constatamos que inevitablemente el fascismo, que niega la libertad privada situando al individuo aislado e indefenso frente al estado, niega igualmente la autonoma de las entidades intermedias e implanta pura y simplemente, una tirana con una maquinaria moderna y eficaz. El fascismo as, necesita ser radicalmente superado y poder devolver al hombre sus derechos inalienables de dignidad y libertad. Y no puede serlo a travs del Estado liberal - en absoluta decadencia -, ni por el marxismo materialista que no es en sus aplicaciones prcticas, ms que una versin prefascista, eso s, teida de rojo. De forma que tena que aparecer, y lo hizo, aunque en medio de un proceso complejo y difcil, el Nacional Sindicalismo.

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Y AHORA EL NACIONAL SINDICALISMO, LA FALANGE

Naturalmente yo no voy a inventar nada. Y creemos, por otro lado, que tampoco se trata de eso; siempre me ha impulsado mi propia preocupacin formal por la Falange para considerar desde un punto de vista intelectual - perdnese la expresin -, tanto el fondo de sus propuestas sociopolticas como el desarrollo prctico de sus ideas. Quiz una fuerte desconexin entre la teora y la prctica, que pienso no ha sido estudiada por nadie desde una actitud crtica, es la base de este trabajo que ahora, corregido y aumentado - como se dice -, en segunda edicin, aparece ciertamente bajo un nimo de sinceridad y abierto espritu de autoanlisis. Una cuestin previa se nos presenta en el momento de iniciar un acercamiento intelectual al Nacional Sindicalismo. Cmo llegar a su conocimiento de forma que tengamos una imagen justa de su realidad'? O tambin, Por donde deberamos empezar el anlisis de su doctrina a fin de no desviar de sus fines y aspiraciones'? En verdad son estas, cuestiones que se tienen que dilucidar desde una interpretacin profunda y libre de prejuicios; y como no, de mixtificaciones absurdas. Tambin nos tenemos que plantear cual debe de ser la metodologa que nos lleve a su verdad filosfica; en esto, y como quiera que la Falange parte de una consideracin previa cual es reconocer al hombre, sujeto de la historia, donde podremos abrir el estudio de toda la doctrina y de toda la interpretacin falangista, como respuesta y alternativa al conflicto de las relaciones humanas, sociales y polticas. Por eso es que nuestra primera consideracin y nuestro primer anlisis sea respecto al hombre. Claro que nos referimos a un hombre concreto, definido, pero tambin imprescindible para saber como debera ser o como tendra que actuar. En definitiva, para intentar conocer al hombre en toda su dimensin, y como consecuencia, tratar de que nuestro hombre (sin partcula posesiva), sea coherente con el ideal que defendemos. Un proyecto que tiene que armonizarse con las aportaciones de cualquier reflexin humana que nos vengan de buena fe, y cualquiera que sea su origen. Entre un contexto histrico del hombre, debatindose entre el egosmo innato del liberalismo, el materialismo alienante de un marxismo radicalizado, y el principio totalitario del fascismo, aparece como un sistema doctrinal moderno y con capacidad de sntesis, el Nacional Sindicalismo. Las referencias de tiempo y lugar, y los precedentes que marcaron su nacimiento, se debieron al fracaso de aquellas teoras conocidas, y contribuyen a la elaboracin del pensamiento de Ramiro, de Onsimo, y sobre todo de Jos Antonio, que cristalizaron en la fundacin de Falange Espaola de las JONS. Naturalmente el Nacional Sindicalismo se ajusta a la presentacin intelectual de cualquier movimiento poltico coetneo, y se argumenta en un proceso filosfico de manifiesta categora que le confiere un cuerpo doctrinal; sin embargo vamos a ver aqu, lo que parece sus notas ms caractersticas y diferenciadoras que constituyen partes esenciales de nuestra teora poltica. Comprender esto es imprescindible para llegar a su completa identificacin. Frente al hombre individualista del liberalismo al uso, y frente al hombre-til utilizado por los marxistas dogmticos, ahogado por su propio mecanicismo, o frente al hombre-robot del fascismo disminuido en su irreductibilidad, irrumpe el nacional sindicalismo que viene a ofrecer su alternativa de hombre personalista. que ya defina Mounier, basado ticamente en la creencia de sus propios valores humanistas. Un hombre sobre el criterio para defender su singular identidad, la sntesis de sus circunstancias psicofsicas, sociales o culturales, y responsabilizado por su doble componente de su cuerpo y espritu. Es a raz del conocimiento de esa humanidad, cuando empezamos a priorizar los derechos y deberes en todas sus relaciones y en todos sus hechos. Bien, el

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nacional sindicalismo es por orgenes intelectuales y por construccin ideolgica, un movimiento poltico constituidor de un sistema; es decir, una interpretacin sociopoltica que da, o intenta dar, una respuesta a la problemtica de los hombres y las mujeres de la tierra. Y esto desde la contemplacin trascendente de su valor como persona, como seres ntegros. Sus apoyos filosficos que se asientan en Heidegger, y en Ortega; a partir de conceptos universalistas, le confieren ese poso que marca la categora de la doctrina falangista. Por principio este sistema se basa en el hombre, a partir de un hombre comprometido en la lnea de Enmanuel Mounier, sin duda conocido por Jos Antonio; es esa preocupacin del hombre lo que le distinguir de otras ideologas; pero un hombre concreto, pero siempre receptible y con el cual se estabiliza y desarrolla toda la teora nacional sindicalista. Pero en contra de una corta visin para entender el ncleo de nuestra teora poltica - el hombre -, desde una actitud de laboratorio o de simple y estricta expectacin, la autntica intuicin falangista era otra muy diferente, y por supuesto absolutamente opuesta a esa posicin de inmediata pasividad. Para nosotros la referencia de algunos miembros de determinados sectores autollamados falangistas hacia el hombre, incurra gravemente en una profunda equivocacin. Unos por adormecimiento poltico, otros por mera actitud conservadora, y los dems, por la repeticin constante y medida de una manipulacin prevista, estudiada y, posiblemente, pactada. De manera increble estos y otros grupos de personas hicieron factible, de algn modo, el lamentable error de considerar al hombre (eje del sistema, en palabras falangistas), como un ser aislado y como en soledad. Como hombre tratado preferentemente desde sus aspectos individual y unipersonalizado. Era en realidad una interpretacin del hombre muy diferente a la que tienen los falangistas, al menos desde una ptica progresista. Bajo la excusa de una atencin al hombre como individuo, como persona, se le aislaba de lo que era primordial en su misma existencia: su contexto sociopoltico. Era para nosotros una manera burguesa de desconectar el alma solidaria de los hombres y las mujeres del mundo, para poder as inmovilizar las voces unidas del pueblo, y de dirigir y manipular las aspiraciones y los deseos de ese mismo pueblo. Personalmente como falangista entiendo que de esta manera de interpretar la teora humanista del nacional sindicalismo, no era ni ortodoxa, ni rucho menos revolucionaria o nada semejante. Al contrario, suponemos que forma parte del secuestro que han hecho de la doctrina, sin que nos est permitido asumir esa actitud o permanecer impasible ante su utilizacin. El Falangista que lucha por recuperar su propia identidad y autenticidad, no puede estar en ninguna falsa posibilidad y menos todava instalado en la hipocresa. El nacional sindicalismo no puede optar nunca por otro camino ms que el que se comprende, sin engao, alguno de su idea sistemtica. Porque el hombre, y en eso coincidimos con Ortega, vive, y por eso pasa todo lo dems; y lo dems es que se subsiste en una situacin injusta, opresiva en muchos casos, que da lugar a un comportamiento absolutamente distinto a un pueblo solidario y justo. Es interesante incidir aqu, que es as como hay que encuadrar todo el sistema Joseantoniano. Porque lo cierto es que hay quienes, incluso de buena fe, movidos por esa falsificacin grave del nacional sindicalismo, lo llevan a una manifestacin intimista y espiritualizada del hombre, tergiversando una vez ms la doctrina. Consideraban nuestro sistema como la consecuencia de un individuo bueno y educado, segn la idea costumbrista; justificaban de esta manera una terminologa conformista. Y separado de todo, estaba el pueblo. El mundo. sus vidas, sus problemas. Una idea que defendida por los que deseaban que se aceptase, no impidiera que a su vez, se aferraran a los centros de poder y del dinero. O viceversa. Claro est que los falangistas no podamos admitir esa falsificacin de nuestro ideal poltico. El hombre espiritual, mstico y recargado de valores extraterrenos era para ellos, el nico hombre real, aun a costa de un cuidadoso manipulado de los textos

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falangistas. Y desde ese metaforizado futuro, los tiburones de la poltica, los brujos polticos, no tenan miedo a perder absolutamente nada ya que de alguna manera, pudieron confundir renovacin y conservadurismo reaccionario en la ms increble pirueta poltica que hayamos contemplado nunca. No obstante hubo gentes que pensaron honestamente en apoyar esa forma de entender al hombre que de alguna manera nos haban preparado: un hombre al que se le permitira expresarse desde un punto de vista tradicional de paz, de orden y convivencia. Y esto adems, como una va para defender la llamada cultura occidental y su civilizacin tecnolgica; pero naturalmente,-siempre desde el hecho aislado, en sutil cambio del sistema nacional sindicalista. De ah que, bajo esta circunstancia, el estudio de la poltica era limitado en cada indivduo, en cada persona, independientemente del entorno en que viva, del trabajo que realizaba y de la situacin general en donde estaba inmerso. De esta manera las soluciones a sus inquietudes tenan que ser vagas e imprecisas, llegado tan solo en la mayora de los casos, a demaggicas promesas a la defensa de la dignidad humana. Pero cuando el conocimiento de la realidad se hizo ms preciso, cuando aquellos valores recargados retricamente se fueron despejando poco a poco, aparece el hombre. El hombre con sus problemas y sus exigibles demandas de justicia; apareca el hombre y sus aires de miseria y marginacin. Apareca, en definitiva, el hermano angustiado. Entonces volva a quedar descalificada otra vez aquella perspectiva de vaga preocupacin por el hombre espiritualizado, unidimensional, como sealara Marcusse, aunque fuera en otra direccin. Se mostraba pues, la mentira de una manipulacin de nuestro sistema poltico. Podemos denunciar sin ningn rubor, el falseamiento que intentaron hacer de nuestro eje poltico-el hombre es el sistema -, que anunciaron Ramiro y Jos Antonio. Porque para nosotros el hombre es realmente el eje del sistema. Pero con honestidad habra que preguntarse: Qu hombre? Ser tal vez el hombre antiguo y primario, o el poetizado, quiz el hombre aislado en su soledad o en su insolidaridad? No me cabe la menor duda de que falangistas de la primera hora y aun los de hoy, fueran los que denunciaran con mayor nfasis esa increble caricatura humana. Nuestro hombre, desde la reflexin falangista que intentamos, y en coincidencia con un sustrato cristiano que de alguna manera les informa, es fundamentalmente el que necesita de nosotros; es el que vive y sufre situaciones opresivas cualquiera que sean su significacin y procedencia. Desde nuestra visin, el individuo se presenta envuelto en la comunidad en que se desarrolla, y en medio de la sociedad que le rodea que es, todava, una sociedad injusta porque permite formas de marginacin y explotacin entre sus miembros. Si nuestro sistema parte del hombre, es porque lo considerarnos de forma absoluta y global. Y mal podra ser as, si lo extraernos de su mundo, y de lo que pasa, para reducirlo al mero hecho de hombre que espera otro mundo para alcanzar una justicia y una felicidad que en la tierra le puede estar vedada. Podra parecer, aunque extrae, un marxismo al revs. Esta realidad la olvidaron muchas personas porque una vivencia histrica, indujo a que fueran poco sensibles a la racionalidad poltica. No obstante el falangista, y toda persona honesta o comprometida por una sociedad distinta y mejor, deben de conocer los mecanismos de una sociedad estructurada por el capitalismo o el estalinismo, una vez devaluado el peligro fascista. Y de ah que no nos conformemos con saber que existe el hombre sometido a circunstancias muy onerosas; que existe el hombre marginado, el pobre, sino que somos conscientes de los condicionamientos econmicos que son causa de la situacin de grave injusticia en que viven los ms pobres y dbiles de esta sociedad. Para la Falange, el hombre es el sistema, pero un hombre al que se le tenga en consideracin su aspecto integral; no luchamos por cambiar a un hombre, sino por transformar las estructuras sociales que lo aprisionan. No se trata de salvar a un hombre, por el contrario, hablamos de recuperar al universo de la marginacin, y esto es el compromiso que la Falange asurase.

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Personalmente creo que no se puede admitir en este compromiso, medias verdades que escondan la urgencia y la seriedad de quienes nos hemos identificado con los hombres que, de una forma u otra, son explotados, aunque sea en nombre de la cultura y el progreso. Y ello necesariamente exige hechos concretos de solidaridad, porque slo as ser efectiva una actitud de testimonio y apoyo. Negarnos a eso, es en el ms fiel sentido falangista, incluso desde el compromiso moral, sea cristiano o de cualquier otra confesin, bsicamente y antes que nada, un rechazo con el hombre, con el hermano, con el necesitado. Y desde luego muy alejado del verdadero espritu evanglico que se recoge en aquellas palabras esclarecedoras. Cuanto hicisteis, a m me lo hicisteis, cuanto no hicisteis, conmigo dejsteis de hacerlo y de vivirlo. Es posible que esto resulte muy difcil de entender para algunos, pero no puede serlo jams para quienes piensen en falangistas. Hemos encontrado, pues, al inconfundible hombre de nuestro sistema. Es prioritariamente el otro, el hermano, el que sufre cualquier modo de opresin; nunca es el hombre aislado y solo, sino como miembro protagonista de un colectivo que lucha por sus ms elementales derechos mientras exista la injusticia. Quiere decir esto, que slo reconocemos a esta clase de hombres? Qu no nos preocupamos por todos los dems'? Por supuesto que la Falange tiene presente en su intencin de compromiso con todos los hombres, sin ningn tipo de discriminacin ni reserva, ms queda claro que los falangistas hemos optado por el que sufre hambre y sed de justicia, de pan, de cultura. De igualdad en la oportunidad, porque sin duda, es quien de verdad nos necesita o nos puede necesitar. Y todo porque la Falange, incluso antes de aparecer esos aseo-movimientos de liberacin social (vengan de donde vengan), todo se proyectaba hacia esa persona menoscabada, oprimida, explotada. Parece lgico que quien no lo entendiera s, tal vez no supo nunca donde estaba realmente. Desde un anlisis riguroso y sincero, profundo, de toda la teora original, a m no me cabe otra interpretacin que ese compromiso del nacional sindicalismo por el hombre acosado, aplastado a veces, por las injusticias estructurales de una sociedad como la nuestra. Surgi como una opcin difana y rotunda a favor y al lado de los lados castigados moral y socialmente. Y en consecuencia, con sus luchas. Haba redescubierto el sentido solidario de la pobreza como protesta a la miseria institucionalizada, tanto de cuerpo como de espritu. La Falange s entenda al hombre como sistema; por eso los falangistas cuestionamos tanto los rdenes socoeconmicos dominantes hoy, como las alternativas que se presentan basadas casi siempre en meras manifestaciones programticas, huecas y falsas. La Falange pone en duda de manera radical unas formas y unas estructuras econmicas que, todava permiten la miseria atroz junto al lujo; que comparte el chabolismo miserable al lado de zonas residenciales; que hace convivir la incultura y el clasismo con las instituciones para privilegiados; que permite el paro ante quienes, en el proceso productivo, despiden a discrecin. Por eso hablamos de revolucin y no de reforma, aunque bien entendida aquella no como necia revuelta callejera o espordicas asonadas; hablamos, y luego insistiremos sobre este concepto de revolucin ms adelante, de un cambio absoluto tico y estructural como nico medio para desterrar los abismos, las diferencias, las clases en que todava estn encajonados los hombres y las mujeres de esta sociedad. A partir de esta reflexin, el nacional sindicalismo sabe que solo la superacin de situaciones de marginalidad, solo con la superacin de una sociedad dividida en clases, en grupos, que supone el dominio del fuerte sobre el dbil, del rico sobre el pobre, del poderoso sobre el oprimido, se podr conseguir un mundo mejor y ms justo. De ah que el nacional sindicalismo, como doctrina que comporta un sistema poltico ofrezca su proyecto, aun indito - y esto obligado reconocerlo -, de una nueva sociedad realizada por sus propios individuos. Pero la pregunta inmediata, clave para traducir esta demanda universal y esta aspiracin falangista en hechos concretos aparece desnuda y urgente. Cul es esa superacin? Cmo se va a conseguir? Es un interrogante que a muchos causa miedo e

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intranquilidad permanente. A otros no les interesa contestarlo. Desde luego para los falangistas, la respuesta directa y comprometida, sin rodeos ni ambigedades, est en el orden social injusto que origina la miseria y la pobreza. Superar esto sera la eliminacin ole aquello que es motivo y provocacin primera: la propiedad inicial de los medios de produccin. No se puede hablar interminablemente de remedios temporales e individuales; se trata definitivamente de saber, de sealar ya, que es el sistema capitalista basado en la acumulacin de dinero que revierte en poder, en riqueza, en abuso, en hiriente desigualdad, lo que debe de ser urgentemente rechazado. Slo as se puede interpretar el nacional sindicalismo, porque antes que otra cosa, es una idea que pretende el absoluto desmontaje de unas estructuras injustas, siempre en manos de las oligarquas. Y esto que es tan concreto, es algo que deben de tener muy en cuenta todos aquellos que parten de supuestos reales o pretendidamente morales o ticos, y que dicen, desde su compromiso interior, buscar la justicia. Quiz no sea justicia, esa que hace seguir siendo el amo de una tierra que no se trabaja, o tener la fbrica desde donde se contina olvidando revertir las plus-valas a los trabajadores asalariados. Conviene recordar aqu, aunque sea en un juego de abstraccin, el criterio que se dicta en el libro de los Hechos de los Apstoles, en donde con un lenguaje muy preciso, se expone: Comunicars en todas tus cosas con tu prjimo y no dirs que nada es tuyo, que algo propio es tuyo, porque si en lo incorruptible sois partcipes cuanto ms en lo que lo es'? La iglesia cristiana, esa gran desconocida y en demasiadas ocasiones manipulada -, lo mismo que tambin ha sido manipulada nuestra doctrina poltica -, declara su opcin por el dbil y el pobre, y rechaza la forma injusta de una situacin social privatizada. En este espritu podemos incardinar las palabras del Padre Alegra, tan criticado por las clases dominantes de la poca, que expone en su libro De la sociedad privada a la socializacin; luego de hacer un severo anlisis de intencin y prxis cristianas hace una concluyente afirmacin de que la conciencia y tica del cristianismo, es lo ms alejado de las tesis capitalistas basadas en el mayor desarrollo del dinero - no la economa -, por un falso orden impuesto por quienes desde el poder, postulan la insolidaridad y los intereses irreconciliables. El humanismo cristiano, paralela aspiracin nacional sindicalista, pues las dos coinciden en el hombre como eje de vida, es siempre incompatible con una prctica capitalista ms o menos escondida. Por la misma argumentacin, la Falange nunca puede ser " contra socialista", entendida esta como una justa distribucin de la riqueza. Desde estas premisas la propiedad privada, que no se puede confundir con la proyeccin del hombre sobre sus cosas, hablamos para entendernos de esos conceptos propios: casa, enseres, autos, y aun estos deberan de estar a las necesidades (honestas), que es tal y como lo formulara Jos Antonio, no puede ser considerada por los falangistas como un modelo de ideal. Por el contrario, es en la conciencia de los hombres justos, un tremendo y monstruoso engao; es todo lo opuesto a la Falange porque ella. en su doble inspiracin humanista y cristiana, no es dudosa en su exposicin. Nadie se puede escudar en malentendidos para seguir ocupando su particular posicin de equvocos; no obstante sera oportuno recordar lo que escribe Clemente de Alejandra en su obra Pedagogo, o San Basilio, en Patrologa =riega, San Jernimo en su Carta ??, o San Agustn su Espstola 153, y tantos otros muchos que dejan bien claro que la propiedad privada de la produccin nunca fue de derecho natural sino todo lo tiesto. Y si la Falange acepta esta interpretacin a partir de su raz cristiana y humanista, resultar imposible no desear la revocacin de un sistema tan denigrante para el hombre. Por eso es que la Falange, que lucha por la instauracin de una estructura social basada en la produccin, desde la propiedad comunitaria, abogue por una transformacin radical en las relaciones le trabajo. Es decir, hacia un medio que derive la propiedad de los medios le produccin a los trabajadores. La Falange entiende que solo cuando el nombre sea dueo de su propio trabajo, ser un hombre libre y con dignidad, y por tanto, su vida no ser ya un mero alquiler de su esfuerzo manual intelectual, para volver a ser director de su propio destino. Para los Falangistas esto, lejos de ser una simple declaracin de principios, se convierte en la nica justificacin de su doctrina y de su existencia como movimiento poltico.

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Y con estos fundamentos respecto al hombre, hombre - ya vemos -, personalista, contnuo e irreversible motivo para la Falange, podemos aventurarnos a un anlisis ms o menos extenso, pero acaso suficiente, de lo que es y comporta el nacional sindicalismo.

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UN APUNTE NACIONAL SINDICALISTA

A nosotros nos parece que desde excesivas instancias y opiniones se ha intentado dar explicacin acadmica e histrica a lo que es el nacional sindicalismo. Sin embargo tambin es cierto que en demasiadas ocasiones se ha llegado a su conocimiento a partir de simples careas sentimentaloides, de pesados prejuicios y de irregulares conclusiones. Y lo que puede ser mucho ms triste, incluso en personas o grupos que se definen como adheridos a esta nueva y radical opcin poltica. Esto todava persiste entre nuestra sociedad. Creemos que esa ltima situacin no puede ni debe mantenerse ms tiempo. Y es a nosotros, quienes nos sentimos falangistas, a los que nos cabe ms que a cualquiera otros, desterrarla de una vez por todas. Porque el nacional sindicalismo es una teora demasiado importante- parafraseando Samuelsson -, para dejarla al libre albedro de cualquiera que no se acerque con sincero rigor. En contra de quienes ligeramente dogmatizan sobre el simplismo del nacional sindicalismo, este, constituye lo que en filosofa, es decir en el universo de la razn pura, se denominara un sistema. Y sistema es el completo y complejo entendimiento sobre lo universal, lo que traducido a la idea poltica, sera la que en teora pretende dar respuesta posible y global a todas las necesidades que plantean las relaciones humanas. Resulta entonces que nuestra doctrina poltica no se reduce al enunciado de unos cuantos conceptos sociales o econmicos, sino que trasciende a todos los valores insustituibles de la persona. Y esto no debera de ser desconocido por los eruditos de la poltica y de la historia, por cuanto se reconoce en el primer pensador del nacional sindicalismo, Ramiro Ledesma Ramos, por matemtico y filsofo - vocacin truncada por su violenta desaparicin -, pero con el tiempo suficiente para exponer su decidida simpata por los pensadores elaboradores de sistemas filosficos, aun reconociendo unos tics centroeuropeos que escapaban de una lectura propiamente hispana. En este sentido, sus alusiones a Heidegger, ,orno un claro exponente de este estilo, apunta a la madurez en la reflexin, al estudio completo y metodolgico a la hora de dar a luz una aportacin al sistema ideolgico de la Falange. No obstante tambin esto ltimo ha sido causa de apreciaciones particulares de algunos estudiosos polticos, de tal forma que nosotros deberamos le estar listos para cuestionar o rechazar ciertas elucubraciones ajenas a un serio anlisis del nacional sindicalismo. Porque en definitiva, la Falange se basa en un slido sistema filosfico; por ello, desde nuestro punto de vista, no es vlido aceptar sin ms, una excesiva influencia, adems, unilateral, (le parte del filsofo irracionalista alemn Nieztche a la idea nacional sindicalista. Personalmente estimo que sera una aseveracin primaria e improcedente el involucrar de Nieztchearismo a toda la corriente falangista slo porque se recojan algunos valores que, por otra parte, vienen reconocidos por todos los pueblos antguos y modernos. Cierto es que en Nieztche se subraya de manera especial la voluntad individual del poder (As habl Zaratrustra), o se potencia la exaltacin del hroe y de las vanguardias (Genealoga de la moral), y por algunos otros supuestos principios antidemocrticos segn la concepcin de la Enciclopedia Francesa, pero as y todo, es precisamente este pensador quien iguala al cristianismo con un vulgar socialismo, y eso en un tono vulgarmente peyorativo. Es Nieztche quien descalifica toda la tabla de valores morales y en definitiva, del mismo cristianismo. Por eso pensamos que no har mucha falta el insistir y reprobar, en desautorizar, a quien quiere hacer de l, padre filosfico e intelectual del nacional sindicalismo. La base humana de sus fundadores invalida cualquier confusin; es por oposicin a este filsofo, el sustrato personalista y comprometido de la Falange, lo que nos acerca al mundo de "L' esprit- y las reflexiones del gran pensador francs E. Mounier; estoy convencido de que lo que

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dio consistencia al cuerpo doctrinal configurado por Jos Antonio, fue el conocimiento y la asimilacin de las obras del creador del Personalismo, el prestigioso autor francs. Cuando se hace un paralelismo entre el concepto " persona "de Jos Antonio, y la idea "personalista ' de aquel, no hay ms remedio que admitir su mutua influencia. Tomado muy simplemente se podran aceptar algunos principios universales, y que de ninguna manera chocan con el humanismo cristiano, tales corno herosmo, la generosidad, el patriotismo, etc. Y es tanto as que sus propias ideas de autoritarismo, o el rechazo a una conciencia moralista, e incluso su desprecio por la burguesa, podran constituir el esquema de cualquier ideologa de corte marxista. Algo en verdad paradgico porque sera la contradiccin a esos tericos de la confusin que ven en el filsofo germano, los fundamentos del prefascismo. Para nosotros queda probado que la argumentacin es ms fuerte en cuanto a su desvinculacin con el nacional sindicalismo, que la de los liberales y marxistas que lo critican. Y es que tenernos el convencimiento de que socialismo y marxismo (con todas sus variantes: socialismo, comunismo, maosmo, castrismo, etc.) en el fondo, arrancan de situaciones intelectuales muy similares y los dos tienen evidentemente demasiadas concomitancias. Lo que parece claro es que el nacional sindicalismo, la Falange, como corriente poltica con categora de sistema, no concuerda en absoluto con la de una ideologa que parte pro principio, de una constante oposicin al sentido de hombre trascendente. El hallazgo, por ejemplo de expresiones tales como "Arriba los valores hispanos", "Mitad monje, mitad soldado", etc. no alcanzan ms calificaciones que el reconocimiento de unas actitudes innovadoras en el lenguaje del resurgimiento de conciencia que, al fin y al cabo, las han tenido y las tienen todava la inmensa mayora de los pueblos del mundo. Por eso, el influjo que segn Gonzlez Sobejano, se intuye, no tiene a nuestro juicio ms valor que el anecdtico; estas tendencias de subversin, de podero y de profetismo o imperialismo histricos, se observan por donde quiera que haya estado el hombre en el tiempo y en el espacio. Y por supuesto, si esto se da en Lenn, a nadie que se defina marxista, se le ocurrir buscar sus antecedentes en Nieztche. Y nosotros tampoco lo aceptamos, al estar esas subjetividades basadas en aspectos meramente circunstanciales, o lo que es peor, en intenciones sesgadamente proyectadas. Ligado a esto. Ortega representa para los falangistas la marca esttica o de estilo, de un comportamiento, y sustrato de una tcnica intelectual, pero ciertamente ofrece de otro lado, contradicciones con un anlisis falangista completo y globalizado. Tampoco pensamos los falangistas, al menos as lo creo, que recojamos apreciaciones orteguianas, tales como su tono despectivo por la " democracia exasperada". Y no porque lo utilizara la filosofa marxista para combatirlo - Luckas -, que lo consideraba un tpico antidemcrata, sino porque escapa de nuestras ms ntimas consideraciones dirigidas al protagonismo del pueblo. Y adems, porque a derecho comparado, cmo podra decirse esto de Ortega, y no decirse del mismo Marx o Lenin? Pensamos igualmente que los principios desde los que Ortega construa la democracia, desembocan inexorablemente en la creacin de las masas annimas, y que al perder su identidad y su propia historia, esa historia del hombre medio que la compone, se convierten en pura amorfedad, en pura materia de inercia. Es lgico creer que el sentido del protagonismo humano, el arranque personalista del hombre como portador y dueo, que propugnaban nuestros fundadores, separan una conciencia simplista hacia el maestro Ortega. Tal vez esa masa de la que hablaba el filsofo espaol, sea necesaria para ciertas ideologas a la hora de suscitar una oportunidad de poder, de ah que el socialismo marxista, o el fascismo, sean precisamente tpicos movimientos de hombres masas, pero no menos cierto es que en verdad, existan condiciones para que el colectivo humano cristalizase en esas enormes masas que, al aire de su miseria, buscaban su propia identidad.

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En paralelo a esto, pero no identificables, el nacional sindicalismo compone desde su prisma inspiradamente orteguiano, una concepcin de la Teora vital. Es decir, el conocimiento de saber que vivimos, y por eso pasa todo lo dems. Y lo dems es, en cierto modo, la masa que no acta jams sobre o por s misma, lo que no es bice para que la idea falangista complete ese enjuiciamiento restrictivo porque la Falange, s cree en el pueblo. Nosotros entendemos que la masa por s misma, con democracias formales o sin ellas, no se coligen amorfas y sin cabeza, al contrario, aparecen con voces nacidas desde su propio seno. De manera que est, que viene formada por hombres libres, por hombres y mujeres dignificados en la idea nacional sindicalista se organiza y y dirige por sus representantes independientes, y por ello, desde una estructuracin natural y directa. Es entonces, que el nacional sindicalismo se aleja del sentido aristocrtico y peyorativamente jerarquizado de la sociedad -de nuevo Nieztche -, para formular una sociedad diferente en donde los hombres y las mujeres lleven a sus pueblos un protagonismo indisputado y definitivo. Hay que mirar en todo esto a Ramiro, quien con la vista en Ortega corrige su posicin y concepto de la masa o del pueblo, le da otra perspectiva y la enriquece desde una conciencia colectiva que supera las conciencias egoistamente individuales que la componen, pero no con un gesto limitativo, sino acumulativo e integrado. Personalmente, en este aspecto de la reflexin ramirista, me siento cmodo. Para los fundadores, segn mi opinin, el pensamiento nacional sindicalista apuntaba ya al hecho irrepetible de la responsabilidad y participacin del pueblo, que no es indisciplina, sino que sera el pueblo quien con ms propiedad pondra a sus gestores en su lugar. Evidentemente es el convencimiento de esta filosofa lo que lleva a aquellos a superar, principalmente en Ramiro, y desde esta reflexin, un sentido reminiscente antidemocrtico, para sentar las bases de una nueva formulacin en un sistema. Jos Antonio, reconocido lector de las doctrinas del estado de derecho, vendra a decir que, en definitiva, el fin de los pueblos era el de una vida apacible y democrtica, con lo que invalidaba cualquier restriccin a su pensamiento en este sentido. Por ello cualquier anlisis objetivo, tender a demostrar verdicamente su completa disparidad con cualquier otra veleidad que no se ajustara a derecho. De esta manera, el concepto Spengleriano del denominado Prusianismo - arrea arrojadiza de algn crtico inmaduro -, tampoco concuerda con el ltimo espritu falangista, generadora de una democracia natural y directa que, de ningn modo, supone un secuestro del sufragio universal secreto y libre, y el derecho a agruparse espontneamente para el logro de esas mismas calidades sociales. Al superar un humanismo estereotipado negamos la validez de la " democracia aristocrtica', con arreglo a categora de funcin. Expresamente consideramos que es contraria al deseo intelectual de la Falange, que asume los principios de propia gestin de los hombres y mujeres del mundo. Por eso, ver en las palabras de Spengler " Volvemos a ser otra vez sujeto y objeto de la historia", de claro sabor nacionalista, un antecedente nacionalsindicalista nos parece escasamente serio. Y por el contrario, sera la pista para calificar de fascistas a toda una corte de pases marxistas, sean o sovietizantes. Quin duda que esta frase, o alguna similar, la aplicaran acciones como la URSS, Cuba, Viet-Nam, Corea del Norte o la misma China? En mayo de 1928, Mao Ts Tung, al trmino de una gran batalla en la que su ejrcito logr vencer a dos divisiones enemigas, escribi estos versos: Al pi de las montaas ondeaban nuestras banderas/ sobre su cima sonaban nuestras cornetas y tambores/ Una mirada de enemigos nos rodean pero nos mantuvimos fuertes/ nuestra defensa fue fuerte como un poderoso muro.../ y el ejrcito de nuestros enemigos huy en la noche". Honestamente creemos que el fondo de estas palabras, el espritu del poesa lo firmara el mismo Spengler, pero nadie pondra en duda la distancia Mao con el autor de El ocaso de Occidente. En fin, la adopcin de expresiones o de mximas circunstanciales por parte de los fundadores de la Falange, no puede suponer nada en su detrimento. El que Jos Antonio est cerca de la definicin que da Spengler del estilo, no lo hace spengleriano; entre otras cosas porque se reduce a una interpretacin esttica, y esto es universal hasta el punto de que coincide

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plenamente con lo que se deriva del humanismo ms clsico. En lo profundo, en lo importante, Spengler, por rusianista, por burgus, quedaba muy alejado de la idea rompedora de Jos Antonio. Los intelectuales que han estudiado con rigor todo el proceso falangista, parecen convenir en una notable aproximacin de sus fundadores hacia Ortega. Y en verdad pensamos que hay un considerable poso del criterio orteguiano independientemente, claro, de las formas y estilos que aseguran a influencia del Maestro espaol. A pesar de ello, Jos Antonio pudo crear a partir de esta realidad, unas proposiciones de ciencia poltica que marcaron con carcter propio, la categora del nacional sindicalismo como experiencia ideolgica. Por eso el desarrollo doctrinal de la Falange evita algunas reflexiones de inmediato orillen orteguiano, porque resulta ntido para cualquier observador poltico, que el viejo concepto de sociedad-masa, repudiado por Ortega, es la conclusin de una interpretacin subjetiva, ya que aparentemente esa situacin que en trminos generales se presenta como verdad, es el resultado de una casualidad histrica, social y poltica, que hundi a los colectivos en entidades acfalas, hurfanas de criterios y despersonalizados que vemos alrededor nuestro de un modo ms o menos intenso. Pero el nacional sindicalismo no acta sobre los hombres como "masa" sino que les confiere unos valores, una dignidad que cuando canalizan sus particulares inquietudes en un servicio a los dems, es nuestro pueblo, el pueblo. Se llega as a una proyeccin racional que ampara todos los marcos de referencia para el nacional sindicalista. Distinto a otros, porque se contempla desde los estamentos que le conceden la conciencia personalista, la actitud de protagonismo, la responsabilidad solidaria, y englobndolo, un compromiso de rescatar al hombre masa, pero adems, insertndolo en el colectivo humano de las sociedades. Desde este prisma, se comprende entonces todo el sistema innovador de la doctrina nacional sindicalista, que parte del fundamento personalista del hombre y de la mujer, para incardinarlo en el compromiso de la sociedad de la que forma parte irreversible. Y adems, al menos para nosotros, categoriza a los colectivos humanos, eliminando la pobre idea de masa, para transformarlo en un afn comunitario, a travs de la contestacin rigurosa, metdica, de las realidades problemticas que la oprime, liberndola por una prxis poltica que es una neta opcin por los mas abandonados. Por ello el nacional sindicalismo, la Falange, acta por medio de todo el proceso humano y desde todas las proyecciones posibles como personas. Todo ello conlleva naturalmente una interpretacin y una respuesta histrica, moral y tica, econmica y cultural. Es por supuesto, una alternativa integral a las relaciones de convivencia social. Estas reflexiones son, hay que decirlo, una aproximacin al nacional sindicalismo a partir de una meditacin ntima. Por supuesto no se pretende hacer doctrina, pero me parece que es necesario intentar cundo menos, un esfuerzo en el camino de desarrollar, en la medida en que sea posible, la teora falangista.

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DOS IDEAS ESENCIALES PARA INTERPRETAR EL NACIONAL SINDICALISMO

Despus de todo lo que se ha reflexionado en estas pginas, parece necesario hacer un breve parntesis sobre el desarrollo de la doctrina que informa a la Falange, detenindonos en dos ideas que nos acerquen a la realidad prctica del nacional sindicalismo. Porque ocurre en muchas ocasiones que las ideologas polticas con una excelente presentacin en el nivel de presentacin, fallan luego al intentar hacerlas realidad y traducirlas en conductas y leyes corrientes. En este sentido, la Falange puede ofrecer dos principios que se deben de exponer y defender, en funcin de su propia identidad. Y sobre todo, porque pienso que no se ha dado la importancia que para el estudio de nuestro mensaje poltico, comporta su