CONFERENCIA PORFIRIO MUÑOZ LEDO “CIUDAD LIBRE”

CONFERENCIA DE PORFIRIO MUÑOZ LEDO FORO “CIUDAD LIBRE” 14 DE SEPTIEMBRE DE 2011 TEATRO POLYFORUM SIQUEIROS

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CIUDAD LIBRE

Quiero agradecer ante todo a mis compañeros del Movimiento

Ciudadano y al coordinador del Distrito Federal, Cuauhtémoc Velasco,

por su cordial invitación. Saludo al dirigente histórico de Convergencia

senador Dante Delgado y a todos los presentes. Agradezco la

presencia de antiguos amigos y en ellos incluyo a miembros del

cuerpo diplomático que nos honran con su presencia; no menciono a

todos pero hay distinguidos embajadores y embajadoras, Panamá,

Argelia, Palestina, Rusia, Malasia y representantes de otras

embajadas acreditadas.

Quiero subrayar que recibí hace meses un libro publicado por esta

institución sobre la ciudad de México. Es de una extraordinaria calidad

y está un tanto en el origen de la propuesta que voy a formular. Es un

libro espléndidamente escrito que recorre la historia de la ciudad

desde su fundación en 1325 hasta la época post revolucionaria.

Esta plática, que así la voy a denominar, no pretende ser una arenga,

ni un programa de gobierno –todavía no- ni una cátedra, sino una

reflexión de por qué, cómo y para qué estamos buscando desde hace

más de quince años la plena autonomía de la ciudad.

Primero decir que todas las grandes ciudades, sobre todo cuando son

capitales, tienen una calidad dicotómica: por una parte son sede de


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poderes políticos, militares, religiosos y económicos; en ese sentido

cargan con el peso de la autoridad, pero por otro lado adquieren con

frecuencia un status cosmopolita: son ciudades bulliciosas, afluentes y

diversificadas y pueden ser ciudades libertarias como -por ejemplo en

la tradición francesa: la ilustrada, la revolucionaria y la comunera.

Desde la antigüedad el poder político tenía la tarea de conquistar el

beneplácito de la ciudad; recordemos que los emperadores romanos

después de sus gestas armadas iban a seducir plebe, a pesar de la

gloria alcanzada.

En esta ciudad hemos vivido regímenes particularmente autoritarios;

no se trata del Estado ciudad griego, que era una sociedad bastante

homogénea y con niveles de igualdad muy altos, sino la sede a veces

aplastante de potestades ceremoniales. Esta fue la capital del más

grande imperio de Mesoamérica, el más extenso y el más poderoso;

esta fue la capital de la más importante de las ciudades coloniales del

continente americano, antes de que despegaran otras ciudades y otras

naciones. Aquí han convivido desde el principio, desde la conquista,

restos acotados, sobrevivencias de la baja edad media europea:

fundamentalmente el municipio destinado a equilibrar la concentración

de las autoridades virreinales.

El Municipio es de pronta creación en México (1522): se funda en

Coyoacán y lo trasladan después al centro de la ciudad; era la manera

como los conquistadores aseguraban que tendrían un ámbito de

libertades relativas en vista de que pronto vendrían a instalarse


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poderes metropolitanos. Quiero decir que dentro de esta dicotomía el

movimiento de independencia en sus primeras manifestaciones nace

en la conspiración de la ciudad de México, en la conspiración de

Primo de Verdad. Hubo una polémica mal intencionada cuando el

gobierno de la ciudad empezó a celebrar el bicentenario en 1808;

como si se tratara de opacar a Hidalgo o a Morelos. Tuve que salir al

paso y decir, ¿Qué fue lo más importante? ¿La primera idea o la

primera bala? La primera idea fue la devolución de la soberanía a los

municipios en vista de que el monarca español Fernando VII había

sido capturado por los franceses. Aquí se hizo la conspiración, aquí

los descubrieron, aquí los ahorcaron; pero la llama de la rebeldía se

trasladó a Querétaro y después fue a estallar en Dolores Hidalgo.

Durante la vida independiente del país se han dado no menos de 17

formas de gobierno en la ciudad; en ninguna de ellas desaparecieron

los municipios sino hasta 1828. Cuando se funda el sistema federal en

México en 1824, se asigna una superficie de 6 leguas a la redonda en

donde se instala el Distrito Federal, que se le resta a lo que era el

Estado de México; por cierto los diputados de esa entidad se

opusieron ferozmente a la partición y algunos de los grandes

adversarios que hemos tenido en la expansión y democratización de la

capital, han sido precisamente los vecinos conurbados de Edomex.

Cuando menos su clase política, ya que 4 millones de habitantes de

esa entidad vienen diariamente a la ciudad de México; somos, por

decir lo menos, una sola familia, pero los políticos del estado vecino


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siempre se han opuesto a la total independencia de la Ciudad de

México.

Tuvimos durante el siglo XIX distintas modalidades de organización de

la ciudad. Más conservadores eran los gobiernos, más reducían los

municipios y más rigidizaban la administración central de la capital.

Santa Ana, a lo que hoy serían las delegaciones les llegó a llamar

cuarteles. Fue Álvaro Obregón en su reelección, poco antes de ser

asesinado en “La Bombilla”, quién tomó la decisión de abolir la

reelección de los diputados y senadores, que hoy se está discutiendo,

la inamovilidad de los ministros de la Corte y someter al control directo

el poder federal mediante la supresión de los municipios a la Ciudad

de México. ¿Había desprecio por la ciudad? Sí, había desprecio por

sus habitantes; decía el caudillo que no habían sabido defender al

Presidente Madero y hay anécdotas varias que prueban este acertó.

Obregón entonces es el responsable de que durante muchos años

esta Ciudad haya sido el tercer pilar -como le llamaba Daniel Cosío

Villegas- del régimen pos revolucionario mexicano, uno fue el

presidencialismo exacerbado, otro fue la preeminencia de un partido

hegemónico y el tercero fue el control militar, territorial, político y

económico de la capital de la república. No quiero extenderme en más

antecedentes históricos; solamente digo que el hecho de que aquí

estén los poderes federales determinó una relación de vasallaje

político de los habitantes de la Ciudad respecto de las autoridades

federales implantadas.


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La evolución contemporánea de la Ciudad tiene directamente que ver

con acontecimientos ocurridos en de 1968, después de ellos

empezaron a tomarse decisiones cuando menos de descentralización

política en una primera fase, como fue la reforma del 1970 que creó

las actuales delegaciones. Fue una desconcentración de tipo vertical,

una especie de intendencias borbónicas que no se ha modificado en lo

substancial a pesar de que hoy sus dirigentes son electos. Pero el

parteaguas de esta Ciudad –que vamos a celebrar la semana próxima-

es el 19 de septiembre de 1985, el día del terremoto. Para mí ese

debería ser el Día de la Ciudad, para que esté entre las fiestas patrias;

porque en un terrible terremoto y frente a la contracción, atonía e

inacción del Gobierno Federal y de su delegado en la Ciudad, que era

el Regente, los ciudadanos tomaron por su cuenta y a su cargo el

rescate y, más tarde, la reconstrucción de la Ciudad, es una gesta

heroica y sostengo que desde entonces los ciudadanos no han

abandonado la posesión que ejercen sobre los espacios públicos de la

capital. Desde entonces -que yo recuerde- ningún gobernante ha

organizado un gran acto público en esta Ciudad; todos los ha hecho la

oposición desde 1988. Antes el Zócalo era el espacio del Presidente.

Ahora sólo el 15 de septiembre, aprovechando que el pueblo está

reunido por razones patrióticas, se aparece en el balcón; pero no hay

control político del gobierno federal y del partido en el poder respecto

de los habitantes de la Ciudad ni hegemonía sobre los espacios

públicos. Todo lo que ha ocurrido: los movimientos por la libertad,

hasta el último -el de Javier Sicilia- las movilizaciones de 1980, el

plebiscito de 1993 por la independencia de la ciudad, el rechazo del

desafuero en el 2005, la resistencia civil por el fraude electoral del


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2006 y, hasta el día de ayer, los trabajadores del Sindicato Mexicano

de Electricistas acampando en el Zócalo, éste ha sido el espacio

público de la protesta.

Nosotros encontramos en 1986, un año después del sismo, una

ciudad en efervescencia. La fundación de la Corriente Democrática se

selló con un inocente paseo que hicimos en el Zócalo unas 50

personas: una marcha por la libertad -por eso “Ciudad Libre”- y a la

vuelta de unos días ya había miles y miles de personas que se

estaban dando la vuelta al Zócalo con nosotros. Se juntaron el

Movimiento Urbano Popular, el movimiento estudiantil que entonces

era muy poderoso, el movimiento campesino que reaccionaba contra

la política económica neoliberal. Hubo una contradictoria coincidencia:

el comienzo del nefasto neoliberalismo y la liberación citadina. Se

juntan, se yuxtaponen y se suman con un feminismo creciente, un

movimiento por la diversidad sexual, movimientos de defensa de los

derechos humanos y la protección del medio ambiente. En esa

década hubo una eclosión de organizaciones no gubernamentales que

pasaron de ser, según los registros, de 350 a más de 2000. Entonces

no fueron los partidos políticos -de todo nuestro respeto- quienes

conmovieron a la ciudad, fueron vehiculares de una gran movilización

ciudadana preexistente a la victoria de los partidos de las izquierdas.

Aquellos que nos apoyaron no habían tenido más de diez o quince por

ciento entre todos en el Distrito Federal. Ifigenia Martínez y yo

obtuvimos el 52 por ciento de la votación en esta capital siendo los

primeros senadores electos por la oposición, sin dinero, sin estructura,


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recorriendo las escuelas, visitando las universidades, repartiendo

volantes en los mercados. Por cierto, Ifigenia se perdía porque iba a

hacer el mercado mientras estábamos volanteando y regresaba con su

canasta llena. También en los centros comerciales, en las esquinas

más concurridas, en las bocas del metro. Esa campaña nos dio más

de la mitad de la votación en la Ciudad. Nosotros planteamos desde

entonces la independencia de la capital. En el documento de la

Corriente Democrática de 1987 habíamos pedido la remunicipalización

y en el programa del FDN, que presentamos el 6 de enero de 1988 en

Veracruz, nos inclinamos abiertamente por la creación de una entidad

federativa a la que entonces llamamos -tomando la vieja idea del

Partido Popular Socialista- el Estado del Anáhuac. En las

negociaciones posteriores insistimos en el tema, en 1989 estuvo en la

mesa pero no quisieron discutirlo. Debo decir que el Partido

Revolucionario Institucional tuvo sistemáticamente y sigue teniendo

una clara resistencia a la autonomía de la Ciudad, porque sabe que no

va a ganar las elecciones y aún aspirándolo actúan por una especie de

atavismo presidencialista. Creo que es el exudado de una cultura

política tradicional y retardatoria.

Nosotros logramos en 1994 -me acompañaba el Embajador Ricardo

Valero que aquí está- una primera aproximación a la autonomía de la

ciudad, pero dificultades internas que afloraron en un mitin el 18 de

marzo hicieron que se diera marcha atrás en esa negociación. No fue

sino hasta 1996 que se logró el estatuto de autonomía que ahora

tenemos. Fue una negociación directa con el Presidente de la


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República quien nos lo había concedido antes de su toma de

posesión, porque le habíamos puesto como condición para negociar la

devolución de los derechos a los ciudadanos privados por razones de

domicilio. Esta frase -aparentemente sofisticada- encerraba dos

cosas; el derecho al voto de los mexicanos en el extranjero, que se

consiguió por la reforma al artículo 36 de la Constitución, aunque

luego se limitó al voto postal indebidamente y el derecho a elegir sus

gobernantes por los habitantes de la Ciudad de México. El argumento

fue claro y directo; la democratización. Se expresaba así: ¿tiene

derecho el gobierno federal a ejercer potestad política sobre una

ciudad en la cual su partido tiene minoría en las urnas, como se probó

en 1988? Respondían al argumento: como ustedes son mayoría no les

queremos dar el derecho al sufragio ni a la elección de sus

gobernantes. Ello resultaba una propuesta insostenible por su carácter

palmariamente antidemocrático. Llegamos a decirle, bromeando, al

Jefe del Estado que si tenían mucha preocupación por el buen

funcionamiento de las instituciones federales podríamos construir un

Vaticano, pero ante las dificultades de traer guardias suizos por

problemas migratorios, podríamos traer guardias tlaxcaltecas. Esta

conversación la tuvo el de la voz con el ciudadano Ernesto Zedillo.

Finalmente firmamos, junto con el propio presidente, su servidor que

era presidente del Partido de la Revolución Democrática, el

compañero Alberto Anaya del Partido del Trabajo y el presidente del

PAN, Felipe Calderón, sin embargo su partido nunca estuvo en esas

negociaciones. No hubo -quiero subrayarlo- un apoyo franco y abierto


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de Acción Nacional al principio esencial de democratización en la

Ciudad. Debo añadir que en virtud de que la negociación era cupular,

las decisiones tenían después que transformarse en mandato

Constitucional y leyes ordinarias y el partido del gobierno tenía

mayoría en el Congreso por lo que no siempre los acuerdos llegaron a

convertirse en legislación. Hubo incumplimiento de varias

determinaciones de ese ámbito de negociación que se llamó “La Mesa

de la Ciudad de México” y que terminó sus trabajos el 26 de julio de

1996. No se cumplió la facultad de la ciudad de fijar su propio techo de

endeudamiento y hoy la establece el Congreso Federal, no se cumplió

que el régimen competencial que negociamos fuera el mismo de los

Estados de la federación; -según el artículo 124,- que todo aquello

que no esté expresamente concedido a la federación queda reservado

a los congresos locales: los poderes residuales a las autoridades de la

Ciudad. Tampoco se cumplió la plena libertad del jefe de gobierno de

nombrar al procurador de justicia y al jefe de seguridad de la Ciudad,

que han quedado sometidos a la autorización del gobierno federal.

Estos son los principales acuerdos incumplidos.

Desde el año 2000, plateamos en la Comisión de Estudios de la

Reforma del Estado, que tuve el honor de presidir; “impulsar una

Constitución del Distrito Federal sin detrimento de que esta “albergue”

–la palabra es muy importante- a los poderes federales; con un

sistema competencial semejante al de los Estados de la Federación y

con la creación de instancias de gobierno equivalentes a los

municipios y dotados de un cabildo encabezado por un alcalde. Esta


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fue la conclusión de la Comisión aprobada por el recién electo

presidente de la República, pero que nunca se llevó a los hechos. En

2007, en el CENCA, presentamos un proyecto de Reforma al artículo

122 de la Constitución para que en vez de un catálogo de excepciones

que rige el estatuto de la Ciudad, hubiera unas cuantas disposiciones

que tomaran en cuenta las peculiaridades de la Ciudad; pero que le

otorgan todas las facultades y poderes de que goza el resto de las

entidades federativas, con las que debe ser equiparada. Hay en varios

países del mundo, en Europa, Asia o en América Latina, ciudades-

estado. En Alemania no sólo la capital, Berlín, sino Hamburgo y

Bremen. Son ciudades y son estados al mismo tiempo. No tiene nada

de extraño que puedan concurrir las dos características. No hay

ninguna razón para que la sola presencia de los poderes federales en

una ciudad disminuya facultades a sus habitantes, sus derechos

fundamentales. Llegamos a plantear en el proyecto del 2007, el

estatuto de capitalidad –que es una figura española contemporánea-

Por eso la palabra “alberga” los poderes federales es más precisa que

“sede”. Acaso todo el Distrito Federal es sede del Gobierno Federal.

¿Milpa Alta es su sede? o lo es Magdalena Contreras? ¿Se

encuentran en la Colonia del Valle? No, la Ciudad de México alberga

esos poderes, los acoge. Juntos o separados los edificios, ahí están

los tres poderes pero aposentados. Es un estatuto de capitalidad.

Además en el proyecto que votó la Asamblea Legislativa del Distrito

Federal hace trece meses y que está enterrado en el Senado de la

República, se determinó que nos pagarían los servicios que la Ciudad

les da. Los Pinos es parte del bosque de Chapultepec, los edificios

que están en el corazón de la Ciudad son parte del Centro Histórico.


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Nosotros les ofrecemos alojamiento y cuidado a cambio de que ellos

nos paguen los servicios que les damos. Ese es el estatuto de

capitalidad y ya está planteado formalmente.

Pensamos que una Constitución no solamente define una forma de

gobierno y establece una carta de derechos, sino que concebimos el

contenido y significado: que la ciudad se constituye a sí misma y

empodera a sus habitantes. Es la consecuencia del principio de

autodeterminación de los pueblos. El pueblo de la Ciudad de México

se autodetermina y define cuál es la manera en que quiere estar

organizado de acuerdo con la constitución federal y los tratados y

convenios internacionales que México ha suscrito y que hoy tienen

plena vigencia en el país.

He circulado un documento que contiene los elementos -no de la

Constitución del Distrito Federal, que todavía no tenemos,- sino de la

Constitución del Estado de Guerrero que ayer 13 de septiembre fue

anunciada –día de los sentimientos de la Nación- en que el Congreso

del Anáhuac honró a un gran militante de izquierda, el doctor Pablo

Sandoval. Ayer a las diez de la noche, el gobernador del estado de

Guerrero presentó los lineamientos de la Constitución más avanzada

que se ha proyectado en el país, en el que participa un grupo de

juristas integrados en un centro de Estudios Constitucionales que lleva

mi nombre. Este proyecto contiene derechos que no están en la

Constitución Federal pero que figuran en los tratados y convenciones.

Es la misma invocación que hicimos hace diez años en referencia a la


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Constitución de Buenos Aires, que actualizó todos los derechos,

declaraciones y garantías de la Constitución Nacional y aplicó los

tratados Internacionales ratificados. Crea además derechos

propiamente citadinos, en base a su propia determinación.

Pensamos en derechos diferenciados de los ciudadanos y de los

habitantes de la ciudad, diversos o coincidentes con los de todo el

país o de otras entidades de la República. Hemos pensado en una

muy amplia carta de derechos civiles y políticos que consagre una

gama de derechos de participación de la ciudadanía, derechos

económicos y sociales ampliados, exigibles y judiciales. No hay

ningún obstáculo para que tengan disposiciones en materia de trabajo

y de salarios; hay convenciones internacionales en la materia que

autorizan a la ciudad para tener sus propios regímenes salariales, sus

propios sistemas de relaciones laborales, para consagrar los derechos

de la tercera generación –los de la diversidad y el medio ambiente- en

los que se ha destacado la Ciudad de México y es pionera de

vanguardia. En los derechos reproductivos, en el derecho a la libre

disposición del cuerpo, de la equidad de género, de los derechos de la

diversidad sexual. Aunque no sea todavía campaña electoral es

conveniente adelantar que diecisiete estados de la república, han dado

marcha atrás en esos derechos conquistados en la Ciudad de México.

Congresos dominados por el PRI y por el PAN. Por eso no debemos

en ningún caso permitir un retroceso histórico en la capital. Las

izquierdas cometerían suicidio político si por imprevisión, por torpeza,

por clientelismo, si por cualquier otra razón perdieran el predominio


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político que el pensamiento libre y las ideas de progreso tienen ya

alcanzado en la Ciudad de México.

Necesitamos un amplio espectro de derechos sociales, el derecho a la

cultura, el derecho a la educación. Derechos por categorías sociales –

que tienen otras constituciones- los de los trabajadores, los

consumidores, las amas de casa, los derechos colectivos. Hay

agricultores en esta ciudad, necesitamos rescatar al campo de esta

Ciudad y establecerle un nuevo marco jurídico. Los más importantes

son los derechos de la familia en esta ciudad. El derecho de la familia

dejó de ser derecho privado para ser derecho social. Hay un libro

magnífico de Martí Batres, que se refiere precisamente a este tema.

En esta Ciudad debe haber derechos muy claros para los niños que no

están desplegados todavía de las constituciones mexicanas. La parte

más delicada, y más vulnerable de la sociedad son los niños de la

calle, los niños que van mendigando por las vías y las aceras. Esto no

puede seguir existiendo en una ciudad que tenga principios

medianamente igualitarios.

Necesitamos garantizar a cada categoría de habitantes adultos

mayores, madres solteras, discapacitados, personas en la pobreza

extrema, derechos plenos. Estamos transitando de la era de los

programas sociales a la de derechos exigibles. Al contrario de los

programas selectivos, paliativos del ciclo neoliberal, los derechos


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sociales, plenamente exigibles ante la autoridad. Para eso se requiere

un sistema de justicia que defienda los derechos humanos y pensar en

una defensoría del pueblo que tenga todas las causas y todas las

categorías de ciudadanos por especialidad, que contenga una

defensoría de niños, de discapacitados, de jóvenes. Una defensoría

del pueblo absolutamente autónoma capaz de promover juicios

restitutorios y compensación por daños causados. Necesitamos

obviamente una reforma en profundidad del aparato de justicia. La

Ciudad no es excepción en el terrible drama de la falta de acceso a loa

justicia, 97% de los crímenes cometidos no son castigados en la

Ciudad de México; ese es un problema mayor. No basta establecer los

derechos, son necesarias instituciones autónomas que los defiendan.

Voy a referirme a dos puntos más: el tema de la nueva

institucionalidad. Concebimos y lo hemos propuesto en otros textos

que el poder debe descentralizarse y desconcentrarse. Nosotros

prevemos una serie de instituciones autónomas, una plena autonomía

de los órganos electorales, un Consejo Económico y Social que de

verdad represente democráticamente a los sectores productivos y

sociales de la entidad; una institución de transparencia y protección de

datos personales completamente autónoma; un sistema universitario o

Universidad de la Ciudad de México. El Distrito Federal tiene que

gozar de sus propias instituciones, no sólo de la presencia benefactora

de grandes entidades nacionales, sino tiene que desarrollar las suyas

propias en todos los órdenes de la vida comunitaria. Hemos pensado

en un Consejo de la comunicación. Esta ciudad –aquí está el gran


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promotor de ello, Virgilio Caballero- debe tener su propio sistema de

radio y televisión. Hay televisiones de los estados pero no hay

televisión de la Ciudad de México. Un vasto sistema radiofónico

comunitario que preste servicio a la sociedad. Necesitamos que todas

esas instituciones sean ciudadanas, es decir, en ninguna de ellas está

previsto -como lo propusimos en el Estado de Guerrero- intervención

alguna del Jefe de Gobierno de la Ciudad en la integración y

funcionamiento de esos órganos. Tienen que ser propuestos,

conforme a principios internacionales, por las organizaciones

protectoras y defensoras de los Derechos Humanos, por instancias

especializadas: la judicatura, las academias, las organizaciones no

gubernamentales, los colegios profesionales. Ellos proponen y una

autoridad legislativa es la que da la investidura a órganos totalmente

ciudadanos. Por otra parte, una carta muy amplia de derechos y por

otra, una serie de organismos ciudadanizados que protejan y aseguren

su vigencia.

El propósito mayor es invertir la pirámide del poder. Se ha discutido si

deben ser o no municipios los que integren esta ciudad. Yo me he

inscrito desde el comienzo en esa reivindicación –desde la Corriente

Democrática- pero hay quienes tienen duda y dicen no es aplicable por

lo complejo de la trama urbana. Otros en realidad lo que temen es la

pulverización fiscal, porque el predial corresponde a los municipios; sin

embargo en el proyecto de la Asamblea Legislativa este tema está

resuelto. Aunque todavía no le pone nombre, los llama “órganos

colegiados” y propone una ley de coordinación fiscal, de modo que el


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problema pueda solventarse y haya además equidad en la

distribución de los ingresos entre varios municipios o demarcaciones

territoriales que tienen diferente nivel de ingreso y de riqueza. Pero la

idea no es tener dieciséis municipios, sino muchos más; hicimos un

estudio en 1988 coincidente con otros elaborados recientemente y

resultan entre cuarenta y cincuenta demarcaciones o municipios, con

un sentido identitario y hasta espíritu barrial. Iztapalapa tiene más de

dos millones de habitantes pero cuando se creó como delegación, sólo

tenía un millón. Cada una de las delegaciones se puede subdividir. Yo

nací en esta, a cuatrocientos metros de aquí, en la esquina de

Insurgentes y Xola. En donde estamos era el parque de la Lama, era

un parque privado, pero siendo amigos de los vigilantes veníamos

aquí de niños a jugar con los colorines, exactamente debajo de aquí.

Entonces yo soy de este barrio, se quienes son los míos y quienes los

vecinos. Los de la Nápoles son próximos pero no nuestros, entonces

no existían. Los de la Narvarte son más cercanos a los de la colonia

del Valle. Los del otro lado, los de la Roma, eran nuestros adversarios

históricos, todos los pleitos los teníamos donde está el Viaducto que

era el Río de la Piedad. Ahí, en el lecho del río, eran los agarrones

entre los grupos y las pandillas. Esto lo narro anecdóticamente, pero si

se estudian las iglesias, los mercados, los sistemas escolares, se

encontrarán las afinidades y las tradiciones. Es muy fácil construir un

mapa nuevo de la Ciudad en donde predomine lo que se llama el

“gobierno de cercanía” que ahora está en voga en el mundo entero: el

gobierno de proximidad a la gente, también la pluralidad de los

ciudadanos en la conformación de los municipios; hay quienes

proponen que en la vida municipal no intervengan los partidos políticos


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nacionales, quizás es un exceso, pero debería haber partidos políticos

locales. Ahí es donde vamos a ensayar las candidaturas

independientes; su campo de experimentación privilegiada está

justamente en las autoridades municipales. Pensamos que en el seno

del cabildo deben estar las organizaciones vecinales; no tiene sentido

que de un lado esté la autoridad y enfrente las organizaciones de

vecinos. Un cabildo es por definición la integración de los ciudadanos

a los gobiernos y el cabildo puede ser compuesto territorialmente, que

cada uno de los síndicos y regidores representen un territorio

específico, un barrio especifico, sin detrimento de los que tengan el

carácter de plurinominales.

La gran revolución del poder en México es convertir una cadena de

sumisiones que va de arriba abajo -el autoritarismo ancestral- por una

cadena libertaria que vaya de abajo hacia arriba. La soberanía de los

municipios, la soberanía de la gente es la base de la transformación

profunda del poder. Creo que debía consagrar esta Ciudad todos los

mecanismos y prácticas de la democracia participativa y directa, el

referéndum está consagrado pero no se practica, el plebiscito debe

ejercerse, que haya un tribunal constitucional para que defina cuándo,

cómo y en que circunstancias se celebran las consultas, para que no

sea arbitrario ni se abuse del derecho. Deben instituirse la revocación

de mandato, la contraloría social, la iniciativa ciudadana y desde

luego el presupuesto participativo que son temas de la democracia

directa. Debe además, darse paso a la democracia participativa que es

la asociación de los ciudadanos y de los usuarios en el diseño, la


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administración y la evaluación de los servicios y de las políticas

públicas: los derechohabientes del seguro social, los usuarios del

sistema escolar, los usuarios del sistema de transporte, los usuarios

del sistema del agua. A todo servicio público le debe corresponder un

consejo ciudadano que participe en su gestión; eso sería un modelo

de cohesión social que no existe en este momento en ningún lugar de

la República.

Queridos amigos, el tema fundamental de una ciudad de ciudadanos y

no de una ciudad del poder, es el de la cohesión social. Una ciudad de

estas proporciones, con esta fantástica concentración de recursos

tiene que ser primero una sociedad del conocimiento y de la cultura.

Aquí hay el mayor número de centros de investigación, de museos, de

universidades y de instituciones culturales de todo el país; es un

espacio cultural de excepción y como tal tiene que ser vivido y

reconocido mundialmente, pero ante todo ha de ser soldado por la

cohesión social. Sostengo la tesis de que bastaría dar una absoluta

prioridad, una prioridad definitoria a una generación de mexicanos

–del nacimiento a los veinticinco años- para cambiar cuantitativamente

al país. Es menester ADOPTAR una generación.

Los grandes países del mundo han progresado porque tienen una

política sustantiva para la niñez y la juventud. En algunos existen los

programas llamados 0-6 para las primeras edades, desde el tercer

mes del embarazo –en que ya es firme la existencia del ser humano-

hasta los seis años: un sistema universal de protección a la madre y


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de protección al hijo, que implique la educación, la alimentación y el

cuidado igualitario. Las diferencias que tienen los niños al ingresar a la

escuela primaria son insuperables durante toda la vida: es la

desigualdad estructural invencible, salvo en casos de absoluta

excepción. Esta ciudad debe dar el ejemplo de tener a todos los

jóvenes en la escuela hasta la edad de los 18 años: la preparatoria

obligatoria que hemos votado y en el Congreso debe llevarse a cabo

en esta Ciudad en un periodo de cinco años, con la creación y

diversificación de un número suficiente de centros de educación media

superior, así como la inversión conjunta con las Universidades

Públicas, el Politécnico y el Sistema de Educación Tecnológica y la

creación de nuestras propias instituciones educativas. Esta ciudad

debiera proponerse en una década la universalización de la educación

superior. Tiene con qué hacerlo y está obligada a lograrlo. Creo que

debemos transitar del tiempo de la equidad al tiempo de la igualdad.

La equidad es el trato diferenciado según sus condiciones –la justicia

aplicada al caso concreto diría Aristóteles- pero reconoce esas

diferencias y sólo trata de modo distinto a los desiguales. Nosotros

tenemos que ir a una política más avanzada y activa en pro de la

transformación de la sociedad. No sólo debemos atenuar sino

combatir a fondo las enormes brechas económicas, sociales y

culturales. Puede abatirse la desigualdad en una generación. En esta

ciudad puede habitar una sociedad verdaderamente libre e igualitaria.


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Oigo la voz de los jóvenes. Les agradezco que hayan venido porque

nuestra capital debe convertirse en la Ciudad de los jóvenes. Al leer

este libro evoqué que la Gran Tenochtitlán fue defendida por jóvenes

encabezados por el último Tlatoani y que los impecables defensores

de la Ciudad cuando la invasión extranjera –los niños héroes- eran en

realidad adolescentes. La alegría y la esperanza de la Ciudad está en

sus jóvenes, si nosotros dedicamos todo nuestro esfuerzo y todo

nuestro talento a salvar esta generación, ellos salvarán al país.

Muchas gracias.

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