Belcebú - Pardo Bazán

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    BELCEB

    Emilia Pardo Bazn

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    Nada equivale al dominio sobre lasalmas.

    NAPOLEN.

    Atal hora, y alumbrados por romntica luna, los vetustosedificios se ennoblecan. Sus cerradas puertas sugeranmisterios; sus ventanas, inquietud. El arquelogo recordaba ge-nealogas, lamentaba ruinas, ausencias y decadencias.

    El palacio de San Julin Lo han adquirido los Paulistas.El de Noaa ste s que tiene empaque Qu Atlante el quecorona el tico, aguardando, segn la tradicin, a que pase unamujer de bien, para soltar la bola que agobia sus hombros. Yaes dueo del palacio Carozo, que abri almacn de mercera enlos bajos. El casern de Andianes Veinte mil duros dio por lSaete, el prestamista Puso tiendas Si levantase su cabezael constructor, el orgulloso caballero portugus, emparentadocon los Braganzas! Aguarde usted. Con la Inquisicin he-mos topado. En el da, Administracin de Rentas Estancadas

    Pues no le encuentro aire siniestro al edificio.

    Pch No, en realidad; y registrando papelotes, tampocoparece esta Inquisicin de las ms temerosas. Al contrario: lla-ma la atencin el espritu de benignidad de sus sentencias.Benignidad relativa, claro, como todo es relativo en este mun-do. Los tribunales ordinarios aplicaban entonces los mismosprocedimientos e igual penalidad que el Tribunal de la Fe: latortura, la horca, la hoguera y as suceda en toda Europa.Lo que sorprende, dada la leyenda, es que muchos de los reos

    que gimieron en esos calabozos hoy stanos, depsitos de taba-co fueron reclamados por el Santo Tribunal a la justicia seglar,que los haba condenado a muerte de fuego; y la Inquisicin noslo les salv la vida, sino que los ech a la calle previa, eso s, laazotaina y la pblica vergenza. En los procesos que he des-

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    tripado, en todo el siglo XVII no encuentro aplicado una sola vezel brasero por esta Inquisicin. Astrlogos y brujas cumplieron conlos azotes.

    Astrlogos y brujas? repet.Bah! Gentuza aldeana; rameras de un gnero especial, ena-

    moradas de unos diablos fingidos; buhoneros portugueses quejudaizaban y no coman torreznos Supersticiones groserasNi aun existieron aqu de esas beatas alumbradas, tan curiosascomo la clebre de Piedrahta, de esos conventos de posesas

    nicamenteQu? pregunt ansiosa, olfateando drama.nicamente repiti con nfasis. Pero se trata de un

    estudio hecho por m, sobre documentos que nadie conoce; un ver-dadero descubrimiento que creo haber realizado

    Comprend que, como todo hombre obsesionado por unaidea, el arquelogo deseaba la confidencia, y como todo in-vestigador erudito, la admiracin hacia sus indagaciones, y

    apret.Va usted a ser la primer persona a quien confe Porquehay mucha gente envidiosa, grajos que se vestiran de las plu-mas ajenas Me robaran el fruto de mis vigilias

    Me guard de advertirle que lo que suele correr peligro deser robado es el dinero y los jamones, no las sabiduras, y ofre-c absoluta reserva.

    Mire usted bien me dijo esa fachada de la Inquisicin,

    con su portn macizo, su arco de robustas dovelas; ese huertoque la rodea, y en el cual existi su quintana de muertos o seacementerio: en l sepultaban secretamente a los que fallecan enlas crceles; ah dormirn los huesos del protagonista de mi re-lacin, y ah se enterr con l la solucin de un enigma oscur-simo de la historia de Espaa en los ltimos aos del siglo XVIIY ahora venga usted conmigo: contemplaremos la vivienda don-de se inici el drama.

    Al travs de callejas con soportales, costanillas y escalinatas,fuimos a parar frente a un palacio, el ms solemne de todos losvendidos por sus arruinados o antojadizos dueos. Es difcil de-cir en qu consiste el toque del seoro y la dignidad en los edi-ficios; sin embargo, nadie ignora qu impresin de respeto cau-

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    san ciertas piedras antiguas. Quizs el mismo deterioro del pa-lacio, lo negruzco de su cantera, su aire de abandono, presta-

    ban grandiosidad al amplio escusado, con dos sirenas por te-nantes.

    Fjese usted indic el arquelogo. La luna permitever Es el blasn de Mario y Lobera; las sirenas recuerdan laaventura del caballero que am a un monstruo marino en figurade mujer; las veneras y las ondas con tres peces, la del que viovenir por el mar la barca prodigiosa de granito del Apstol y seconvirti. La fbula y la leyenda se renen en tan ilustres ape-llidos. Un Lobera, virrey del Per, construy este palacio y lega sus descendientes un caudal, reunido despus de dos suce-siones en cabeza de doa Juana Mario, unida en matrimonio adon Fernando de Aponte, conde de Landoira. El palacio tenasombroso jardn; actualmente lo han aprovechado para insta-lar una tintorera.

    Bien contemplado el sugestivo edificio, nos retiramos a la fon-

    da, y, en su salita, nos sentamos en sillones revestidos de anti-macasares de crochet, el mobiliario ms prosaico El reloj dela catedral dej caer con majestad infinita doce distantes cam-panadas en la transparencia de la noche, y por la abierta ven-tana entr, envuelto en blanca lumbre, el leve fantasma del pa-sado.

    Va usted a or murmur el arquelogo. Ah!, el daen que yo me decida a publicar mi libro sobre el asunto Ten-

    dr que editarlo en Madrid, y recurrir a la amistad de usted;aqu no me fo de las imprentas; a lo mejor, el catedrtico Del-gadillo, que siempre anda a la husma, se adelanta

    La historia! exig, refrenando la divagacin manitica delerudito. Es tarde, y no quiero dormir antes de orla. Es decir,usted tiene el deber de que, despus de haberla odo, no pue-da dormir tampoco.

    * * *

    Para desvelar es el caso Sepa que la historia empieza exac-tamente el 28 de febrero de 1689, o sea once aos antes de fi-nalizar aquel siglo en que Espaa, la del sol nunca puesto, pa-

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    reci hundirse en las tinieblas El 12 del mismo mes, en Ma-drid, haba fallecido, casi sbitamente, a los veintisiete aosde edad, la reina doa Mara Luisa de Orleans, primera mujer deCarlos II, a quien llamaron despus el Hechizado.

    La pobre nia estaba casada, desde los diez y ocho, con unesposo melanclico, ltimo y nico superviviente de los varo-nes que dio a luz doa Mariana de Austria, y que, retoos deuna cepa sin savia y jugo vital, se extinguieron a poco de nacer.Sobre la cabeza de la gentil francesita coloc el monarca espa-

    ol corona cerrada de diamantes; rode su cuerpo con vellu-dos bordados y cndidos armios; ci su garganta con perlasgruesas como lagrimones de una giganta triste; la festej con co-rridas de toros en que picaron y rejonearon los grandes losCamarasa, los Ribadavia, los Medina Sidonia, y con un autode fe esplndido, el postrer auto que vio la corte de las Espa-as. No obstante, desde su alto trono, la reina se aoraba de Ver-salles, y no la distraan las caricias de un infantito, porque su

    vientre no era fecundo. Bajo sus ventanas, la serenata espao-la, en vez de hiprboles de adoracin, repeta una redondillaconceptuosa, que encerraba una amenaza de divorcio:

    Parid, bella flor de lis,en afliccin tan extraa;si pars, pars a Espaa,si no pars a Pars!

    Y la flor de lis se secaba de puro aburrimiento cuando apa-reci en la corte un meteoro ruidoso y brillante: la clebre con-desa de Soissons, princesa de Carignan

    Olimpia Mancini! La sobrina de Mazarino! repet, em-pezando a vislumbrar un punto de luz rojiza entre las tinieblasdel anunciado enigma histrico.

    La misma, lanegra Olimpia que no fue tan negra; que to-

    dava, a los cincuenta aos, conservaba mucho del perversoatractivo que estuvo a pique de hacerla reina de Francia, y nohaba interrumpido sus galanteras, como que apenas llegada aMadrid se murmur de su intimidad con el embajador de Ale-mania, conde de Mansfeld. Traa Olimpia en sus faldamentas de

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    brocado, en sus encajes exquisitos, en sus lazos de rasols, el aireembriagador de aquel Versalles donde se cortejaba, se bailaba,

    se conversaba ingeniosamente y se mora de pronto, conmuerte inexplicable. Desde la llegada de la Soissons, la reinade Espaa no tuvo ms afn que verla, hablar con ella de Fran-cia, de la corte, de los que all alegremente haban quedadomientras ella pasaba el Pirineo, hacia sus nostlgicos destinos.Carlos II se opona. Bueno y dbil, el Austria amaba a su espo-sa, y no ignoraba que ardorosas ambiciones polticas y combi-naciones europeas pendan de la existencia de Mara Luisa de Or-leans. La francesa estorbaba en el trono, y el rey tema queOlimpia, entre sus frascos y pomos de oro llenos de blanquete,colorete y esencias, trajese otros de las aguas letales que la ha-ba enseado su padre a preparar En el Pars con el cual so-aba Mara Luisa, una gavilla de envenenadores y sacrlegos erajuzgada en aquellos das por la Cmara ardiente, y la venida deOlimpia tena trazas de fuga

    No lograron las razones del rey convencer a la reina. Por unaescalera secreta de palacio fue la Mancini diariamente introduci-da en la regia cmara. Carlos II suplic que, al menos, no proba-se su esposa manjar que no hubiese catado l, y orden que sepidiesen a Francia contravenenos. La joven reina sonrea aturdi-damente, y Carlos, desde la llegada de Olimpia, se mostraba msabatido, ms flojo que nunca; ms dominado por indefinibles te-rrores, quejndose dealgo que no acertaba a explicar: desmayo

    de su virilidad, decadencia de sus energas Un da se esparcila fatal nueva: la reina se mora, la reina haba muerto La tria-ca pedida a Francia lleg veinticuatro horas despus.

    Susurr la gente; hubo en la opinin ese estremecimiento hon-do que sigue a las tragedias. Sin embargo, como del monstico yaustero palacio real no sali un ruido ni una voz; como la Man-cini se evapor lo mismo que haba venido, camino de Bruselas,sin que la persiguiesen; los vasallos de la catlica majestad en-

    mudecieron tambin y se dedicaron a esperar que la princesa ale-mana que haba de sustituir en el trono de Espaa a Mara Lui-sa no fuera tambin estril y naciese el ansiado heredero. Slo doso tres duendes cortesanos soltaron la especie que la justicia bus-caba a los servidores de la Mancini, para aplicarles el tormento y

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    descubrir una horrenda trama. O los servidores supieron ponerseen cobro, o no encerraba verdad el sordo rumor.

    * * *

    Dos semanas despus cuando todava en las iglesias espa-olas se elevaban preces por el alma de la tronchada flor de lis,lleg a esta metropolitana ciudad de Estela un hombre joven, detraza distinguida, con seales de haber caminado a pie largo tiem-

    po. Algo de dejo extranjero tena su habla, y sus modales erancorteses y reservados. Los zapatos a la francesa que calzaban sucurvo pie, los revesta espeso polvo y se caan de viejos; su equi-paje era menguado hatillo. Pregunt por la residencia de donFernando de Aponte, conde de Landoira, y le guiaron a ella. So-licit el derrotado viajero ver al conde, para quien traa, segndijo, una carta comendatoria, y admitido a la presencia del se-or present la misiva, en la cual don Nicols de Guzmn y Ca-

    raffa, prncipe de Astigliano y servicial amigo de don Fernan-do, recomendaba eficazmente al portador recomendado a suvez del embajador alemn, que deseaba seguir la carrera ecle-sistica, y careciendo de dineros se prestaba a cualquier traba-

    jo si le mantenan y le dejaban horas disponibles para el estu-dio. La carta llevaba fecha del 2 de febrero y, sin duda pordescuido, no expresaba el nombre del portador, pero ste seapresur a decirlo: llambase el caballero Justino Rolando, na-

    tural de Npoles, en Italia. El hecho de que un extranjero vi-niese a cursar Teologa y Cnones en Estela no era extraordi-nario, y en las casas ilustres rara vez faltaba el sirvienteestudiante.

    Algunos de stos llegaban con el tiempo a obispos. Don Fernan-do dispuso que se previniese cama y cena al forastero.

    La familia del conde de Landoira se compona de su esposadoa Juana Mario y de dos hijos: don Enrique, de catorce aos,y doa Colomba, de doce a trece. No faltaban en el palacio due-

    as y pajes, cocinero y marmitn, y un mayordomo; pero con-viene advertir que el personal y el tren de la casa eran a la an-tigua espaola, sin refinamientos ni fausto, pues don Fernandopecaba de mezquino, con harta desazn de doa Juana, amigade sacar los pies del plato y disfrutar de su riqueza. En aquellos

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    tiempos, las mujeres y los hijos estaban sometidos a la autori-dad conyugal y paternal, y ni la condesa, a pesar de ser la ha-

    cienda suya, se atreva a gastarla ni a intervenir en la educaciny futura suerte de sus hijos.

    Haba resuelto el conde que don Enrique no tardara en serenviado a la corte para ceirse la espada, y doa Colomba, alcumplir la edad de diez y seis aos, se casara con su primo elmarqus de Armariz, boda concertada casi desde el nacimientode los novios.

    Lisonje la avaricia del conde de Landoira el encontrar en elforastero una persona de entendimiento sutil, conocimientosvariados y letra clarsima que, sin sueldo, le sirviese de secretario,ayudndole a desenredar la madeja de varias cuestiones y litigiosque le traan a mal traer. Desde el primer momento, Rolando secapt la confianza del seor. El resto de la familia no le miraba contanta benevolencia, y aun puede decirse que al principio senta in-definible prevencin, que acab por disiparse.

    Las maneras polticas y la dulzura insinuante del italiano consi-guieron quitar todo pretexto de hostilidad contra l. La superio-ridad de la educacin se impone hasta a los que no la poseen, y lagente de escalera abajo tambin lleg a profesar involuntario res-peto al estudiante. Rolando jams tena una exigencia, jams sedescompona; trataba con igual consideracin a las dueas que ala condesa; y en cualquier asunto, sin alardes vanidosos, demos-traba saber y prctica del mundo. Sus movimientos eran cautelo-

    sos: dijrase que viva sordamente; se deslizaba con felina suavi-dad y evitaba hasta el roce. Por otro lado, ni sombra de tacha ensu conducta; cuando sala era a la catedral, a rezar muy devoto,como quien ha de ser de Iglesia; y aun las devociones las practi-caba sin afectacin, sin estruendo. Su mayor cuidado era no mo-lestar a nadie y eclipsarse en lo posible. Tal gnero de modestia ytanta prudencia le ganaron las voluntades y le envolvieron en lapenumbra discreta en que pareca aspirar a esconderse.

    * * *

    Slo una persona influyente en la casa mostr al pronto, y mscada da, violenta repulsin a Rolando. Esta persona, conocid-

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    sima y casi dira popular en Estela, fue el Inquisidor y padre Vi-sitador del convento de San Francisco, fray Diego de las Llagas.Para explicarse aquella relativa benignidad de la Inquisicin deEstela, de la cual hemos hablado, es preciso saber que andabamanejada por fray Diego, hombre de sanas entraas si los hubo,opuesto a toda crueldad intil, y que disputaba a la justiciasecular su presa, libertando de la hoguera a los que slo habanpecado de ignorancia y obtusidad de entendimiento. Cuandono se piensa por papeletas rutinarias y se examinan de cerca los

    documentos histricos, aparecen bastantes inquisidores cle-mentes siempre dentro de su poca y de su medio, que otracosa fuera milagro. No solamente fray Diego gustaba sacar delas uas de los alguaciles a las ilusas y supersticiosas sin maldad,sino que ejercitaba la caridad con ardiente celo, y a l acudanpedigeos y mendicantes de muchas leguas en contorno. De-can que su sayal tena virtud y besaban con fe su grueso y lus-troso rosario de huesos de aceituna del Olivete.

    Por deberes de su cargo de Visitador de toda una provinciaSerfica, cargo que ejerca con celo incansable, fray Diego se ha-llaba ausente de Estela cuando Rolando se cobij en el palaciode Landoira. Una tarde ya a fines de mayo presentose im-pensadamente el fraile, a la hora del chocolate, en el saloncitodonde sola sentarse don Fernando, a mirar al travs de los vi-drios el gento que pasaba camino de la catedral. Entrometin-dose amistosamente, pregunt el franciscano qu ocurra de

    nuevo, y le noticiaron la llegada del forastero, que ya en el con-vento le haban dicho, y que don Fernando refiri ensalzandolas cualidades del napolitano. Imperioso mohn de disgustoarrug la faz morena y expresiva del fraile. Maldita la graciaque le hacan los italianos a l; Italia era una tierra corrompi-da, y lo bueno que de all viniese, en la frente se lo haban declavar!

    Pues el santo patriarca san Francisco de Ass, en Italia ha

    nacido observ con alguna picarda don Fernando.Hace ya muchos siglos! replic el inquisidor al aplastan-

    te argumento. Y no ha vuelto a nacer otro por el estilo, queyo sepa Hgame la merced el seor conde de dejarme que veala cara de ese pjaro. Llmele aqu, si lo ha por bien.

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    Compareci el caballero Rolando y, al cruzarse con la delfraile su mirada, la propia sacudida elctrica, misteriosa, de an-

    tipata total, retembl en los nervios de ambos. Impresin no ra-zonada, que viene del fondo del instinto, y por lo mismo es msfuerte, se afirm en fray Diego al examinar, con su ojeada deconfesor e inquisidor experto, el talle y cara de Rolando. Sin em-bargo, ste, que representaba apenas veintitrs aos, y contabaen realidad veintiocho, era guapo, apuesto y de buen porte. Ves-ta de pao negro, con sencillez severa, y su cabeza aristocrti-ca se ergua sobre un cuello largo y nervudo. Su rostro, de per-filada y recta nariz, corto de barbilla, descolorido y bello,recordaba un poco la fisonoma triangular y enigmtica de losgatos, y sus ojos aumentaban la semejanza, vastos y verdes, delverde lquido, agrisado e irisado del agua de mar encharcadaen las peas. Sus manos llamaban la atencin por lo pulidas yflexibles. Aunque adamado, sus piernas torneadas descubranmusculatura de acero. El franciscano, guiando las pupilas, le

    consideraba, y discurra, con la angustia que produce el quererfijar un recuerdo y no lograrlo:Dnde he visto yo una faz, un gesto parecido al de este ber-

    gante?Apenas hubo salido Rolando, hizo explosin el fraile, vehemen-

    te, como todo el que sufre la impulsin de la corazonada.Ni una hora le tendra yo en casa, ni disfrutara un mo-

    mento tranquilo si le tuviese! ste aadi, dndose una pu-

    ada al lado izquierdo sobre la regin cordial no me engaanunca!Don Fernando lo ech a broma, pues gastaba muchas y muy sa-

    zonadas con el fraile, y gustaba de hacerle rabiar un poco.Sea mejor pensado su paternidad! Qu pecado ha come-

    tido este galn, si puede saberse?Hum, hum! replicaba el inquisidor, no hallando res-

    puesta categrica.

    l estudia, l siempre a vueltas con sus librotes. l no salesino a la iglesia, al anochecer. l no levanta la voz a nadie. l notiene un vicio

    Hum, hum! insisti el franciscano. Peor, peor, peor!Conque sin vicios? Un santomocardo? Tomara yo que echase

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    el conde, apto para la labor de secretara, aplicado y callado, eradifcil regatearle los elogios que le prodigaba don Fernando con

    cierta maligna satisfaccin de haber acertado y de alardear deindependencia y perspicacia ante el inquisidor. Callbase ste,sin renunciar a vivir alerta; pero haba algo que le preocupabaespecialmente en casa de Landoira, y era doa Colomba, la hijade los condes. Conviene saber que fray Diego adoraba en ella;era su confesor, y conoca las maravillas de su alma, amasada connieve y fuego, y las gracias de su espritu, tempranamente ador-nado con perfecciones propias de los serafines. AproximbaseColomba a los catorce aos, y pareca trasunto de una de esasvrgenesnias, de frente espaciosa, cndidos ojos y formas in-decisas, asexuales, que se ven en las tablas de los primitivos, arro-dilladas, esperando al ngel, ante un reclinatorio, donde enbcaro ligero se yergue tersa vara de azucenas. Para que se com-prenda bien el sentimiento que a fray Diego de las Llagas ins-piraba doa Colomba, debe decirse que era un cario protec-

    tor, unido a una especie de alarma medrosa. Hay purezas queasustan, como asusta lo excesivo, lo que es ms que humano; yel inquisidor, hombre en el mejor sentido de la palabra, temaen la hija del conde de Landoira las enfermizas exaltaciones,como se teme que ha de romperse, aun sin tocarle, el cristalfragilsimo que se enciende con los colores del cielo. Los temo-res, los presentimientos, mejor dicho, de fray Diego, parecanempezar a tener fundamento aquel ao, en aquella grata tem-

    porada veraniega, en que las uvas que dan el vino dorado y per-fumado maduraban en los hojosos parrales, y los mirtos en flor,en el condal jardn, atraan a las aterciopeladas mariposas y alas abejas borrachas de miel, con una alegra pagana, entera-mente opuesta al misticismo que invada el espritu milagro-samente precoz de la doncella.

    Se enter con pena y aprensin fray Diego de que Colombahaca rigurosas penitencias y se pasaba horas enteras con los bra-

    zos en cruz en la capilla, donde se guardaba la imagen de cera desu patrona, la mrtir santa Comba, suntuosamente ataviada ycon la garganta sangrienta, degollada casi. Las dueas hablabande cilicios y disciplinas, secretamente usados por la nia; de ha-berla hallado en su cuarto en algo que pareca xtasis. Sin sa-

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    ber por qu, a no ser que fuese por algn aviso de aqul, quejams le engaaba, el fraile relacion dos hechos sin conexinaparente, pero que los dos le dolan: la exaltacin de la nia yla presencia del italiano. Fijose en ambos cuando los vea jun-tos, y crey advertir que Colomba, ms bien que sentir atraccinhacia Rolando, se encoga y se estremeca en su presencia. Enel confesionario pudo cerciorarse: Colomba declar que Ro-lando y los ojos de Rolando producan en ella una impresinde azoramiento inexplicable, una especie de pena punzadora,

    y que la hacan sufrir hasta en sueos.Relucen de noche como los de los gatos aada la nia ba-jando la voz y como invadida por extrao escalofro.

    Antes de despedirse de los condes de Landoira, fray Diego ce-lebr con ellos una conferencia detenida, y de tal manera supopintarles los riesgos que corre una tierna jovencita en el mun-do mientras no la ampara un esposo, que logr la promesa deque doa Colomba pasara en el convento de la Santa Enseanza

    los peligrosos aos que separan a la niez de la adolescencia yslo saldra para unirse a su prometido. Raro parecer que paracurar la crisis del naciente misticismo de Colomba discurrieseel inquisidor enviarla a un convento; pero ha de advertirse queno era la Santa Enseanza un monasterio de contemplativas yexaltadas, propensas a la iluminacin, como el de Belvista, sinouna especie de colegio de seoritas, animado y bullicioso, don-de Colomba encontrara amigas de su edad, y donde las mon-

    jas pensaban, ante todo, en ensear labores y msica, y en pre-parar mermelada de membrillo, dulce industria que ayudaba alsostenimiento de la Comunidad. La eleccin de la Santa Ense-anza como asilo provisional de Colomba probaba la sagacidadde fray Diego; y ste respir al dejarla aislada entre aquellas pa-redes, lejos del sospechoso Rolando y con elementos de dis-traccin y hasta de inocente alegra.

    El mismo invierno en que Colomba entr en la Santa Ense-

    anza, su hermano don Enrique fue enviado a la corte, bajo laproteccin del prncipe de Astigliano, a seguir la carrera de lasarmas, nica digna de la estirpe de Aponte Mario. Los condesde Landoira quedronse solos. Dos o tres aos despus de lapartida del mayorazgo y la reclusin de la hija, empez a ad-

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    vertirse transformacin gradual en las costumbres y en el trende la casa, que, por decirlo as, gir en sentido opuesto al anti-

    guo. El mando y direccin, ejercidos hasta entonces por el jefede la familia, fueron pasando de un modo insensible a manos dela esposa doa Juana, cuyos gustos y aficiones visiblemente pre-valecieron; y no slo se aumentaron el gasto y el boato, sino quela condesa de Landoira, antes vestida con la sencillez que con-viene a una matrona y a una mujer de su casa, apareci, no sinsorpresa de la gente, compuesta, emperifollada y retocada comouna coqueta de la corte de Luis XIV, poniendo en Estela las mo-das francesas y viviendo pendiente del espejo y del tocador, en-cendido su grave otoo por una llamarada de ardor placente-ro y frvolo. Era su consejero y director de vanidades quinlo pensara?Justino, convertido de oscuro estudiantillo en aba-te refinado y almizclado, maestro en las artes de la molicie y dellujo. Posea el caballero secretos aprendidos, segn deca, deun alumno del clebre perfumista Renato, brazo derecho de Ca-

    talina de Mdicis no slo para adobar pieles, guantes, posti-zos y unturas, sino para defender y conservar la belleza madu-ra y hacerla ms provocativa y tentadora. En los desvanes delPazo de Landoira haba instalado una especie de laboratorio qu-mico, y all compona y destilaba menjurjes, drogas y cosmti-cos, blandurillas, potingues y tintes variados, merced a los cua-les una frescura trasaeja y una turgencia de formas remozadasremanecieron en doa Juana, con esplendor de ocaso inflama-

    do de clidos tonos. Los servidores de la casa notaron con asom-bro y hasta con risa, disimulada por el trampantojo del respe-to, que el conde, tan honesto marido siempre, pareca ahora, aveces, trasnochado galn de su mujer, al paso que los cordonesde su apretada bolsa iban aflojndose sin protesta, pagando ga-las, joyas, muebles y regalos de la mesa, nunca conocidos en elpalacio de Landoira. Las relaciones y amistades de los condes;la aristocracia entonada y timorata de Estela; los Tors, los Lan-

    zs, los Resende, los Pardo, los Lage, principiaron a murmurarsin tasa de tanta novedad y tanto derroche, y, sobre todo, de lascomposturas y descomposturas de doa Juana, de sus profanosescotes, de sus collares y piochas, de su calzado con tacn alto,de las empecatadas esencias que, segn el seor cannigo dig-

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    nidad de maestrescuela de la catedral, olan a infierno. La comi-dilla y el escndalo diario en Estela fue la casa de Landoira.

    Andaba a la sazn fray Diego de las Llagas viajando largo paraatender a muy diversos asuntos, unos terrenales y otros espiri-tuales, que interesaban a su convento y a su Orden, y que le obli-garon a pasarse cosa de ao y medio en Roma, donde desenre-d activamente varias maraas y dio muestras de su aptitudconciliadora. Al regreso a Estela, y en su propia celda, visitadapor clero y seoro, se enter inmediatamente de la chismografa

    atrasada. Carg sobre todo la mano en los detalles y en apre-ciaciones seversimas el antes nombrado cannigo maestres-cuela, don Toms Resende, hombre de rgidos principios,inquisidor tambin, pero de los literales, partidarios de hacer es-carmiento. Por gusto de don Toms, a ms de cuatro se hubie-se achicharrado, y no perda ocasin de echar pullas a fray Die-go con motivo de su lenidad. En esta ocasin, sin embargo,coincidieron los dos inquisidores: meneando la cabeza, el maes-

    trescuela sugiri:Que me emplumen si eso no es obra del italianoY fray Diego, fiel a su corazonada, metiendo las manos en

    las mangas del sayal, actitud franciscana por excelencia,asinti:

    De quin haba de ser?La conversacin entonces tom un giro tortuoso, y las reti-

    cencias fueron ms que las frases.

    * * *

    Preocupado y ensimismado el fraile, sali del convento y su-bi la prolongada cuesta que, al travs de dos o tres callejas em-pinadas y sombras, conduce desde San Francisco a la Santa En-seanza. Antes de dirigirse al locutorio para preguntar porColomba, quiso entrar en la iglesia del monasterio a rezar una

    estacin. La iglesia estaba solitaria a tales horas; ante el altar ma-yor, una figura negra, esbelta, se postraba. La sangre le dio unvuelco al franciscano; haba reconocido a Rolando en el devo-to, que ya se levantaba haciendo una genuflexin, y se retiraba,no sin mirar repetida y fijamente hacia el coro alto, donde se

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    oa el rezo un poco gangoso, cadencioso, porfiado como lluviamansa, de las monjitas.

    A qu viene este pajarraco aqu?La interrogacin que a s propio se diriga fray Diego, da a

    entender que no se encontraba dispuesto ya a enfrascarse en re-zos y devociones. Slo su boca oraba. Su pensamiento volabacomo una flecha, y su mirada, que se posaba en el altar distra-da, de pronto se fij fascinada en algo no percibido antes. Lasacudida fue tal, que el fraile se tambale, balbuciendo:

    Jess, Jess! Mi santo Patriarca!En la hornacina central del altar, de honda y rica talla dora-

    da, campeaba un grupo de san Miguel y el dragn. El prnci-pe de las milicias celestiales era, como es siempre, un lindomancebo, de cara de mujer y cuerpo gallardo y musculoso. Suvestidura, magnficamente pintada y estofada, y el empluma-do casco de oro que cea sus negros bucles, le asemejaban alas miniaturas de los cdices, que le representan elegante y te-

    rrible. Hincaba el pie con energa sobre las roscas escamosas yverdes del monstruo infernal, y asestaba virilmente el hierro dela lanza hacia su jeta, contrada por la rabia y el dolor. El es-cultor haba dado al dragn cuello y cabeza humana, y cabezano repugnante, sino tambin hermosa, juvenil y como im-pregnada de una desesperacin infinita. Un rayo de sol, al tra-vs de la ventana ojival, vena a iluminar la frente plida y losojos de vidrio del Malo, y fray Diego, espantado, crey estar mi-

    rando la propia frente, los mismos ojos lquidos, submarinos delcaballero.Momentos despus, en el locutorio, la abadesa daba al alar-

    mado inquisidor noticias de la hija de los condes de Landoira.Noticias excelentes: una santita, y el asombro de madres y edu-candas por sus precoces virtudes y su continua y frvida devo-cin. El genio, eso s, algo triste; pocas migas con las compae-ras, ninguna travesura, ninguna chiquillada. Su futuro esposo,

    el joven marqus de Armariz, haba venido un da a visitarla, yedific a todas la modestia con que le recibi, y como ni un pun-to alz la vista del suelo, tanto que al otro da corri por Estela undicho del marqus: No he conseguido saber de qu color lostiene.

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    Rumiando estos informes que parecan ptimos y no aca-baban de agradarle, y volviendo a ver en su imaginacin la caradel desesperado a quien el arcngel pisotea, se encamin frayDiego al palacio de Landoira. Desde el portal pudo advertir lasinnovaciones que los murmuradores comentaban. Encantadorastapiceras francesas de vivos tonos revestan las paredes de la es-calera y la antecmara; criados de librea, ceremoniosos, abrieronpuertas y precedieron al visitante, que refunfuaba para s, depuro asombrado y descontento. En los salones que tuvo que cru-

    zar para llegar hasta la cmara de don Fernando de Aponte, ad-virti tambin la metamorfosis: en lugar de los serios y altanerosmuebles a la espaola, bargueos y sitiales, vio dorados espejosy estofas sedeas, y en la pared cuadros de asuntos lascivos, des-nudos clsicos y mitologas erticas. Si fray Diego de las Llagasse deja llevar del asco, hubiera escupido. Aquel trozo de Versa-lles representaba la prdida del alma y del honor de la casa deLandoira

    Y su indignacin subi de punto al ser introducido en la es-tancia donde sola pasar las tardes el conde. Revestanla sedasostentosas, y en una especie de lecho de aparato reminiscen-cia versallesca tambin yaca tendido el seor de Aponte, conun gorro fino en la cabeza y una rameada bata de floripones,todo de francesa hechura; al alcance de su mano, en una mesi-ta, tallados frascos colmos de vino, pasteles, dulces, grajeas y pas-tillas en cajas de plata; quemndose en un pebetero, un perfu-

    me que daba vrtigo, y al lado de su esposo doa Juana,escotada, peinada a la Montespan, cubierta de joyas y encajesde oro, y prodigando mimos y carantoas al conde, que sonreaimbcilmente, con baboso libertinaje

    No supo el inquisidor hacer otra cosa ms que persignarse. Sepersignaba a prisa, susurrando los nombres del Padre, del Hijoy del Espritu Santo en ardiente invocacin. Avanz despus, ysin poderse contener, dirigindose a la condesa, exclam:

    Hermana, cubra ese pechoDio un respingo la seora y aplic sobre su escote maduro y

    mrbido el pauelo de encaje que tena en la mano.El conde se enderez apenas: su cara revelaba el estrago de

    algo que no se poda definir a primera vista; sus ojos brillaban

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    en su cara demacrada y pintada de colorete, como los de unroedor saturado de rejalgar. Era aqul don Fernando de Apon-

    te? El fraile se detuvo, mudo y cortado. Qu iba a decir, quconsejo dar, qu resolucin esperar de un hombre que en tal es-tado se encuentra?

    Doa Juana, entre tanto, convidaba al inquisidor a vino deMlaga y golosinas; y ante la vehemente negativa de fray Die-go, se sentaba silenciosa, como el que da a entender que una vi-sita molesta.

    Qu buen viento le trae, fray Diego? articul al fin el con-de lnguidamente. Cmo le ha ido por Roma? Se ha sola-zado mucho su paternidad? Est reconciliado con Italia?

    Un momento titube el fraile antes de contestar. Se le atro-pellaban en la boca palabras y conceptos furiosos.

    Al cabo solt aquellos que le parecieron propios del caso pre-sente.

    Mal pudiera reconciliarme con Italia, como su seora dice

    articul en tono incisivo y mirando fijamente a doa Juanacuando all he averiguado que tiene doble motivo para renegarde las artimaas italianas el que sea buen espaol y sbdito leal denuestro seor el rey. En Roma se sabe cuanto ocurre por el mun-do, y se murmura todava de lo sucedido en el palacio real, almorir la reina doa Mara Luisa. Sepa su seora que se col alluna italiana, hija y sobrina de italianos, y con ella entr, no slola muerte, sino la brujera; porque embrujado est el rey nues-

    tro seor, y exorcismos hay que aplicarle, a ver si logran des-hacer la obra de la malvada, y que la monarqua, con esta nue-va reina, consiga heredero De Italia, spalo el seor donFernando si lo ignora, viene ese arte maldito de los hechizosy de algo ms!, y con las drogas de Italia se sazonan los platosy se componen los filtros que han de atontar y barajar el sesoLos perfumistas son otra cosa, otra cosa y apoyaba el fraile so-bre la enigmtica frasecilla. As como han atentado a la sacra

    vida de la reina de Espaa, y a la sacra salud del rey, atentaronen Francia a la del monarca Luis el Grande. Castigo de Diospor sus desrdenes!

    Doa Juana temblaba, lvida bajo el colorete. Una involuntariamirada de angustia que le dirigi, enardeci ms al franciscano.

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    Hermanitos gemelos son el pecado y la muerte: no lo olvi-de, seor conde de Landoira Por los sentidos entra el peca-do, y por la boca la droga impura. Vivir honestamente, con sen-cillez, ejercitando buenas obras, rigiendo su casa y familia, es elmodo de llegar a viejo Y, hablando de la familia: cundo ca-samos a doa Colomba? Diez y siete aos ha cumplido; urge dar-la esposo. Su primo el marqus de Armariz es por todos estilosdigno de ella. El da de su salida de la Santa Enseanza debeser el de sus bodas.

    Se se har lo conveniente No es cierto, do doaJuana? balbuce aleladamente el seor.

    As es; lo conveniente respondi evadiendo la respuestala seora, cuya turbacin iba en aumento.

    De de mi hija dispongo yo afirm don Fernando.Lo mismo que de mi mujer Y encandilado, dejando fluirde su boca un hilo de baba, alarg los dedos y toc la barbilla ygarganta de la seora, que se ech atrs, confusa por la presencia

    del Inquisidor. ste, gravemente, se levant, dirigindose haciala puerta, y exclamando:Aqu ni se puede admitir convite de vino ni silla de amigo

    Queden en paz los condes de Landoira; no crean que si fray Die-go se marcha, dejar de encomendarles a Dios en sus cortas ora-ciones

    Al salir, desbordante de indignacin tropezronse el fraile queiba y Rolando que vena. Los ojos gatunos fosforescieron y el in-

    quisidor volvi a persignarse, sintiendo que, a cada cruz traza-da sobre frente y pecho, el hierro agudo de una resolucin vio-lenta se le afincaba en el alma

    ..

    Hay pensamientos y zozobras cuyo peso difcilmente soportael hombre sin confiarlo a nadie. Al cruzar por delante de la casa

    de los marqueses de Noaa, el Inquisidor alz los ojos, mir alagobiado Atlante que pareca sudar y jadear bajo la pesadum-

    bre del globo que sus hombros hercleos sufran, y se comparcon l, y la afirmacin legendaria acudi a su mente: Cuandopase una mujer honrada Desech la amarga idea: si doa

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    Juana estaba embrujada ya, Colomba era inocente y apremia-ba defenderla.

    Aquel mismo anochecer, en un vasto y sombro aposentoamueblado con libreras cargadas de pergaminosos infolios y de-corado con pinturas religiosas en cobre, departan el cannigodon Toms Resende y fray Diego de las Llagas. La claridad deun veln de tres mecheros puesto sobre una tallada mesaes-critorio, alumbraba la estancia dbilmente, pero de cerca acu-saba con vigorosos contrastes de claroscuro los rasgos de las fi-sonomas graves de los dos inquisidores. Fray Diego abra sucorazn oprimido, contaba sus ansiedades y sus sospechas, co-mentadas por don Toms.

    Hartas veces tengo dicho a su paternidad, que gastar blan-dura con los malos es peor que ser malo declar don Toms,as que oy la relacin del fraile. Si desde que apareci en Es-tela ese hechicero se pudriese en un calabozo, no podra habermaleficiado a toda la familia de Landoira.

    Alto ah, seor maestrescuela, que no es todo tan llano comosu merced lo pinta. No quisiera yo presentarme al juicio de Dioscargado con la culpa de pudrir en un calabozo a quien no meconste que lo merece en justicia y ley. Indicios vehementsimos,no son certidumbres.

    De tales escrpulos de monja se prevalen los malos arguydon Toms, alzando un dedo amenazador. Ya no hay Tribu-nal de la Fe; ya no hay verdaderamente Inquisicin en Estela,

    ni tampoco en Espaa. A nadie se castiga. Valientes sandios es-tamos y buen papeln el que hacemos. Parceme su paternidada aquel maridazo, que lo negaba porque no haba visto sino unavez. Y ahora no alegar su paternidad que hay pecado de ig-norancia. El dichoso caballero Rolando figrome, al contrario,que sabe tanto o ms que su patrn y abogado Belceb

    Por lo menos tiene la misma cara y los mismos ojos pro-nunci abismado en pensares el franciscano.

    Y los mismos hechos. Se figura, hermano, que ese peje sevino a esconder a Estela por haber rezado rosarios y cantadoletanas? Algn moscardn le zumbara a los odos, que si noEstn los tiempos, fray Diego, que es cosa de jurar que elenemigo anda ms suelto que nunca anduvo. Antes san Miguel

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    lo tena sujeto por la punta del rabo, y ahora, ni por ah. Su pa-ternidad, no ha odo contar en Roma cosas que erizan el ve-llo?

    S, por cierto Cosas he odo que apenas pueden creerseni que las consientan arriba sin mandar un rayo!

    Le han hablado de la misa negra? La misa al revs?La misa sacrlega?

    S, s, a mi noticia lleg En Pars, en medio de tantos lu-jos y tanto arte como dicen que all florece y con lo devoto que

    es el rey Luis, aunque pecador hombres que han recibido elsacramento del Orden sacrifican nios, empapan en su sangrela partcula (el Santo Sacramento sea loado) y dicen esa misa in-fame sobre el cuerpo de una mujer

    De alguna meretriz?De grandes seoras las ms ilustres S, repito, maes-

    trescuela, que no puede creerse!Todo cabe en la naturaleza humana, corrompida por el pe-

    cado y manejada por el tentador Esos ritos del averno llega-rn tambin aqu y los cumplir, si logra ordenarse, el caballe-ro Justino Rolando, protegido del muy necio seor conde deLandoira.

    Para que remediemos ese y otros males que amagan, hevenido yo aqu a consultar al docto maestrescuela.

    Pues no hay que quebrarse tanto los cascos ni hace falta sa-bidura. La Inquisicin echa mano maana mismo al brujo Y

    en asegurndoleY un escndalo inaudito en Estela; y los Landoira, mis ami-

    gos, afrentados, sealados No, procedamos con maa y har-tmonos de razn; reunamos cargos fundados, irrebatibles,contra el que llamamos brujo, y entonces

    Brava flema! Cargos! No me ha dicho, hermano, que esehombre o diablo tiene en Landoira un gabinete escondido don-de manipula drogas y potingues?

    No basta. En esos hornillos har arrebol para doa Juana,ofilosofar, como tantos, buscando la alquimia del oro.

    Entr en aquel punto la criada del cannigo, portadora de labandeja con los hondos pocillos rebosantes de soconusco. Y alensopar los inquisidores el primer tajo del famoso bizcochn de

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    las monjas de Belvista, repuso don Toms, siguiendo el hilo de lapltica:

    Lo que l filosofa no quisiera yo tomrmelo disuelto eneste chocolate!

    Por la tarea de absorber el suyo, o de puro consternado, ca-ll fray Diego. Fue el maestrescuela quien tom la ampolleta otravez.

    Puesto que no quiere su paternidad avenirse a lo ms acer-tado, que sera echar el guante al brujo y quemarle en debidaforma, al menos urge ponerle en estrecha vigilancia por los me-dios de que siempre ha dispuesto nuestro Santo Tribunal, y queya apenas practica, desdichadamente. Esta vigilancia no la fia-remos a ningn familiar: correremos con ella en persona. Y nosencargamos tambin de casar cuanto antes a doa Colomba y asu noble pretendiente, don Ramn Nonnato Armariz.

    Eso sobre todo! Antes que nada! exclam fray Diego, re-velando cmo le interesaba, ms que castigar a Justino, prevenir

    el dao de la hija de los condes.Poco a poco; ahora soy yo quien lo dice Hay que proce-der con tino. Vea su paternidad al joven marqus y entrele, no dela verdad completa, sera imprudente, pero s de que hay in-fluencias que podran aunarse para estorbar su matrimonio; queviva prevenido y dispuesto a lo que se ofrezca. Y maana,Deovolente, doa Cabreira, duea mayor de la condesa de Landoi-ra y pariente del padre lvaro de San Benito, comparecer aqu

    y har declaracin jurada de cuanto sepa y haya visto en casa desus amos. Su declaracin ser contrastada por la del mayordo-mo don Segundito, que antes mandaba all y ahora est a las r-denes del brujo, cosa que no le ser gustosa, ni se lo puede serhumanamante. Y si hace falta delacin expresa, la habr.

    Concertados quedaron los dos inquisidores en poner por obraal otro da su acuerdo; pero cuando fueron a ejecutarlo, supie-ron que don Fernando y doa Juana, con la servidumbre, ha-

    ban salido hacia el Pazo de Landoira, en la Ribadulla. Nada te-na de extrao el caso, pues en mayo acostumbraban siempreir a disfrutar de la hermosura del campo los seores; y sin em-bargo, fray Diego se admir, porque, habindoles visto la vs-pera, natural pareca que se lo anunciasen. Adivin una mar-

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    cha sbita, dispuesta, acaso, para librarse de l. No quedaba enel palacio sino el portero, viejo pasivo y taciturno, del cual nose podan esperar declaraciones importantes.

    Ante el imprevisto obstculo, nuevamente conferenciaron losinquisidores. En el primer momento no saban qu partido to-mar; las comunicaciones eran en aquel tiempo difciles, y Lan-doira dista ocho leguas de Estela. Don Toms, siempre amena-zado de ataques de gota, no sufra ni el zarandeo de la litera.Fray Diego, ms gil, podra hacer la jornada si, recin llegado

    de Roma, no le obligasen estrictamente a permanecer en el con-vento lo menos doce o quince das el despacho y arreglo de losasuntos que tanto importaban a su Orden.

    Pues djelo para entonces, fray Diego aconsej don To-ms. Repare que doa Colomba, a pesar de las aprensionesde su paternidad, no corre peligro; en el convento est bienguardada. Aprovechemos estos das para entendernos con elmarquesito de Armariz y apurar la boda.

    * * *

    Hzose as, y fray Diego, agobiado por quehaceres inaplaza-bles, si no olvid el inters que le inspiraba la suerte de doaColomba, hubo de relegarlo a segundo trmino. El cannigo,ms desocupado, fue quien activ la secreta negociacin matri-monial. Cierta tarde, ya a boca de noche, pasaba fray Diego por

    una calleja que forman las tapias del huerto de la Santa Ense-anza y las del antiguo Hospital de leprosos. Cruzose con l unasombra, una figura de hombre, suelta y airosa, recatada por som-

    brero ancho y capa oscura. Sinti fray Diego algo singular, unavibracin en el pecho, aquel aviso proftico que se jactaba de re-cibir en las horas crticas; y, volvindose, quiso seguir al embo-zado; dobl la esquina de la tapia Ni en los cercanos agros, nien el estrecho y ftido callejn que serpeaba al pie de ellos, vio

    a nadie. Dijrase que la tierra se haba tragado a la figura mis-teriosa. Flotaba no ms en el aire un resplandor de ojos entre-vistos, una centella verde

    Lleno de indecible inquietud, corri al otro da fray Diego ainterrogar a la abadesa, cuya respuesta fue tranquilizadora. Co-

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    lomba estaba all, como siempre, tranquila, melanclica, muy asi-dua al rezo. El clavo de la ansiedad qued, a pesar de todo, hin-

    cado en el alma de fray Diego de un modo intolerable. Qu ha-ca en Estela el brujo? Atropellando negocios, expedienteos ycabildeos con padres graves, sali el franciscano al decaer la fuer-za del sol, caballero en lucia mula, hacia Landoira.

    Todo el camino experiment una impresin singular, acen-tuada a medida que la noche se acercaba; parecale que, a unadistancia siempre igual, preceda al choque de las herradurasde su mula contra los pedruscos un ruido idntico, ms lejano,como si otro viajero le antecediese. Aunque ni era apocado nisupersticioso, el franciscano se persign y rez bajito. Cuandola ceniza delicada del crepsculo fue envolviendo el valle delUlla, dej de orse el son metlico distante. Fervorosamente, frayDiego recit un Ave Mara; una campana argentina acababa dellorar, a lo lejos, elngelus.

    No era tan sencillo fray Diego que se dirigiese al Pazo de Lan-

    doira. Tom por conocidos atajos, y se hall pronto en la Rec-toral. Seguro estaba de la amistad del abad de Landoira, y has-ta de su cooperacin y obediencia: llevbale un nombramientode familiar de la Inquisicin de Estela, y tena derecho a recla-mar sus servicios, su silencio y su hospitalidad.

    Empez el abad por disponer suculenta cena al husped; des-pachados los huevos frescos, las magras de jamn con torreznos,el vinillo del pas que huele a violetas y fresa silvestre, el queso de

    tetilla y la jalea, conferenciaron el eclesistico y el religioso. stedeslizaba preguntas, formulaba interrogaciones hbiles.Infestado anda el pas de brujera declar el abad.

    Nunca he visto igual descaro. Se renen las hechiceras en lafuente de los ngeles y en la cueva de la Pena, que estn al piedel ro. Bailan y pecan al aire libre, con mil obscenidades queno refiero, porque ofenden las pas orejas Maravillado me te-na que no tomase mano en esto el Santo Tribunal. Y en cuan-

    to al caballero, no s qu decir A las altas horas, en el desvndel Pazo, se ve desde afuera rojear la llama de sus hornillos, ysi no elabora ms que unturas para la condesa, mucha lea gas-ta l es all el amo, en eso no hay duda. Por cierto que me con-t ayer mi criada, que se lo oy a la moza que apaa hierba para

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    las vacas en Landoira, una cosa rara de ese italiano. Es el casoque ha mandado matar, en diferentes pocas, hasta tres cochi-nos magnficos, cebados y enormes. Despus los ha hecho abriren canal, y colgar en la bodega. As los dej quince o veinte das,sin salarlos, hasta que se pudrieron, y apestaban que confun-dan. Luego orden que se quemasen Y esto no fue una vez;el hecho se repiti, y se han perdido ah algunos doblones Nohallo explicacin a tal capricho.

    Call el abad, de pronto, al notar que a fray Diego se le des-

    compona el semblante. No en balde vena el fraile de Roma, deescuchar cien veces la historia o la leyenda delacqua Tofana, de lahorrible cantarella, el clebre veneno de los Borgias, obtenidofrotando con arsnico el cuerpo de un cerdo abierto en canal,y recogiendo cuidadosamente el lquido que gotea de la carnedescompuesta y saturada de ponzoa Un temblor nervioso seapoder del Inquisidor Ya no poda caberle duda Oh, co-razn profeta, corazn zahor!

    Proporcion el abad a fray Diego el disfraz que deseaba; ro-pas no eclesisticas, las que gastaba el mismo abad para ahorrarla sotana y salir en busca de la perdiz en el otoo. Seran las oncecuando, provisto de cuchillo, yesca, pedernal y recio bastn, cal-zado de pao, sali recatadamente el fraile, y se enhebr por lassendas floridas que conducan al Pazo de Landoira. Era su in-tencin ver si arda el satnico hornillo, y acechar lo que a taleshoras sucediese en el Pazo. Se saba de memoria entradas, sali-

    das y rincones, y conoca una puerta mal cerrada de la sacris-ta, un paso por la tribuna de la capilla, que iba a dar al interiorde la mansin de los condes. La aventura soliviantaba el espri-tu del hombre de accin y de sentimiento. Estaba en campaacontraBelceb.

    * * *

    De la tribuna de la capilla, por la cual pas deslizndose, sa-li a la balconada descubierta de granito, toda entapizada de en-redaderas y hiedras, por donde se acceda a distintas habitacio-nes del palacio, entre ellas la que sola ocupar el mismo frayDiego cuando le hospedaba el conde. Alz el pestillo de la ven-

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    tana desde afuera con la hoja del cuchillo que llevaba para talfin, y entr en el aposento. Ech yesca y encendi una vela de

    cera, puesta en alto candelero. Un silencio medroso reinaba enaquella parte del vasto edificio. Alumbrndose con la vela, re-conoci el fraile el trascuarto que serva de desahogo al apo-sento, y vio en l una portezuela nunca usada, que sala a unaantecmara y a un pasadizo angosto, abierto en el espesor delos muros, y en desuso tambin. Conduca el pasadizo a una an-tesalilla ahogada, convertida desde el arreglo de la residenciaseorial en almacn de trastos de desecho; y la puerta de estaantesala condenada y sin llave daba en otro tiempo ingresoal saln principal del Pazo. El franciscano apag la vela, se en-caram a un mueble carcomido y acerc el rostro al mainel en-cristalado, iluminado por luces que en el saln ardan. MirSus ojos, fascinados por el espanto, no podan apartarse de laextraa escena.

    En el testero del saln, revestido de pardiazules tapiceras fla-

    mencas, arda la chimenea, a pesar de haber pasado la estacindel fro. Las ventanas estaban cerradas; las velas de los cande-labros y las lmparas que pendan del techo, encendidas. Y cer-ca del fuego, ante soberbia mesa de mrmoles, doa Juana y Ro-lando, en pie, con las cabezas muy prximas, se dedicaban a unatarea que al pronto pareca humorstica, infantil. Armada la con-desa de tijeras, dedal, agujas e hilo, y teniendo delante un ces-tillo lleno de retazos de tela, cortaba diminutas prendas de ropa,

    a la medida de un mueco de cera, como de media vara de alto,en cuyo semblante pens fray Diego hallar vaga semejanza conel de don Fernando de Aponte, conde de Landoira. Las mr-bidas manos de doa Juana, donde brillaban esmeraldas y sua-vemente refulgan perlas, no descansaban en la febril labor deadaptar a la figurilla un ropaje parecido tambin al que solausar el esposo de doa Juana. Como que los retazos procedande trajes de don Fernando, y los galones de plata y oro que guar-

    necan la casaca del mueco, eran arrancados a una del conde.De cuando en cuando, la condesa se detena un momento paramirar a Rolando, para intentar acariciarle. Pero el italiano dabaprisa.

    Pronto, pronto Antes de la media noche

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    Y las tijeras rechinaban y la aguja corra, corra Cuando elmueco estuvo vestido del todo, Rolando apremi otra vez:

    Los cabellos, los cabellos Las raeduras de uas El dienteDe un papel doblado extrajo doa Juana unos bucles de pelo,

    un diente blanco y pequeo, lechal. Eran reliquias de la infanciade don Fernando, conservadas por la madre, ahora entregadaspor la esposa para el horrendo maleficio. Con arte y presteza, Ro-lando adopt a la testa del mueco los bucles; en la hendidura dela boca, implant el diente; en las manos hinc las uas cortadas.

    Hecho esto, desprendi del corpio de la condesa un largo alfi-ler de oro. Al auxiliarle para que encontrase fcilmente el alfiler,doa Juana se inclin con vehemente anhelo, y recogi de la bocade cinabrio del brujo la irritante miel que buscaba, en sorbo lar-go, chupn y goloso. En esta actitud les sorprendi la hora de lamedia noche, que son en el aparatoso reloj de caja uno de losprimeros que vinieron a Espaa con flauteada y plateada seriede golpecitos temblones. Rolando rechaz a la seora, y toman-

    do el mueco, en el lugar del corazn clav lenta y reiteradamenteel alfiler, murmurando las palabras de un conjuro, jerga brbaraque pronunciaba con impresionante solemnidad. As que tuvo

    bien acribillado el pecho de la figura, enrojeci el alfiler en las bra-sas, y tendindolo candente a doa Juana, murmur:

    Ahora t, condesa.Horripilada, vacilaba la seora; pero el brujo busc a su vez

    los labios sedientos, y despus del halago, la mano de la espo-

    sa, esgrimiendo el alfiler, apual nuevamente el pecho del mu-eco, representacin del marido Al hacerlo, crey or nopoda decir dnde sonaba una queja sorda, un lamento delotro mundo Era fray Diego, que lloraba y ruga a la vez, dedolor, de indignacin, de grima

    Ahora dispuso Rolando al fuego con lDoa Juana cumpli la orden Sobre las brasas de la mori-

    bunda chimenea deposit la figurina; la llama prendi en las te-

    las, abras en un segundo los bucles, derriti la cera, socarr eldientecillo. El olor de chamusquina era sofocante. Se oy otrogemido Un reguero de chispas vol al consumirse todo

    * * *

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    Fray Diego se baj del mueble de un salto, y despavorido, cie-go, huy, tropezando con las paredes, salvando puertas, pasa-

    dizos y recovecos con alocada rapidez. Nunca supo cmo ni enqu tiempo salv la distancia que separa el Pazo de Landoira dela Casa Rectoral. Al llegar a sta, el abad, que baj a abrir y alum-brar al Inquisidor, se espant de la alteracin de sus facciones.Daba diente con diente como si hiciera fro con ser la nochetemplada, primaveral; su boca salmodiaba rezos, sus rodillasse entrechocaban, y lo nico que pudo decir fue:

    Voy a acostarme No estoy bueno cheme encima algnabrigo

    Sin ms aclaraciones se dej caer, tiritando, sobre el limpio le-cho que el abad, preparada su propia cama en un mal catre, ce-da a su husped. La fiebre se declar a las pocas horas; antesde que amaneciese, fray Diego deliraba. Hablaba de filtros, dehogueras, de alfileres de oro, de una mujer perdida, de brujos;discursos sin ilacin que el prroco no entenda. Qu poda ha-

    cer? Bastbale la brega de asistir al enfermo, de sujetarle, de cui-darle a su modo, con los escasos recursos que ofreca la medicinacasera de entonces. Muy apurado se vea el buen abad, y ya iba adespachar un propio a Estela en busca del mejor mdico, cuan-do la criada, vieja comadre labriega, sabidora a su modo, corrial tapial, colm su manteo de picote de haces de ortigas frescas,y se las present a su amo, borbotando humildemente:

    No he de ser yo quien le asacuda, que sera vergenza

    Asacdale, seor; dele bien, que le salte la sangre, y se le ir delcuerpo toda la malinid del padecer. Yo arrimar al fuego coci-miento de ruda y hierba virge en aceite, y con tal aceite le amosde curar despus la descueradura del cuero.

    Resolviose el abad a practicar la rstica receta, cuya eficaciano ignoran los cazadores, y fustig piadosa y reciamente las car-nes del franciscano con las bravas ortigas que levantaban milesde ampollas. Le puso las carnes del color de los pimientos ro-

    jos maduros en la solana; y mano de santo fue la ortigada, quedevolvi a fray Diego la razn y acaso la existencia. Cambi elcurso de su sangre, helada por el horror; ces la fiebre, y al abrirlos prpados despus de un sueo de los que reparan las fuer-zas y cran nueva vida, al pronto le cost trabajo recordar la cau-

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    sa de su trastorno. Acudi la memoria al fin, e incorporndoseen la cama, grit:

    Landoira! Landoira! Abad, pronto, dgame, qu ha su-cedido en el Pazo?

    Si ha sucedido contest el prroco evasivamente, no espara pensar en ello ahora! Duerma y sane

    Dgamelo, no recele. Estoy muy bien, Dios sea loado. Mesiento ya fuerte; maana espero poder levantarme. Le mandoque me cuente cuanto sepa.

    Pues oiga su paternidad Ms valiera dejarlo hasta que selevante y tome un buen caldo de gallina!

    No, no; squeme de esta angustiaPues al otro da de caer su paternidad enfermo, se corri

    por la aldea que a la una de la madrugada haba fallecido el se-or conde de Landoira

    Jess, mil veces! exclam el franciscano. Seor, t queves la iniquidad! De sbito! Sin confesin! A la una de la ma-

    drugada? repiti, confirmando con el detalle exacto la horrendaverdad.Esto decan l ya hace tiempo que andaba malucho Le

    enterraron al otro da, a las nueve de la maana, en el pantende la capilla

    Tan pronto? No expusieron su cadver, segn es cos-tumbre, para que los caseros y foreros de la casa, con lobas depao negro, le velasen y le rezasen?

    No tal y el cura baj la voz. Decan que estaba muydesfigurado con manchas oscuras La rapaza Carmela, queapaa hierba en casa del conde, se lo cont a mi criada Hubomucho que hablar de eso, por cierto, en la aldea! Dicen que laseora condesa est como lela, y que no tiene entendimientopara cosa ninguna y que, al otro da de morir el conde, salicamino de Estela el italiano, con la litera

    La litera? La litera? Para qu? tartamude fray Diego,

    que tema comprender.Para traer a doa Colomba a la hija de los condes. Ya est

    aqu desde hace das.Arrojando con violencia las mantas y las sbanas que le cubran,

    salt al suelo el fraile, y sin or objeciones ni consejos, grit:

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    Mis hbitos, mis sandalias! Ni un instante de demora!He de verla, he de ver a doa Colomba ahora mismo!

    * * *

    Mientras fray Diego se dispona a lanzarse en busca de la hijadel conde de Landoira, sta, sentada en una piedra, al pie de lafuente antigua que en la aldea llamaban de los ngeles, por elasunto del gastado relieve romnico que la adorna, una orquestade ngeles taendo arpas y violas, oa atentamente las palabras deRolando, de pie ante ella, y responda lenta y profundamente,como si el comps rtmico y musical de las gotas de agua quefluan del cao esmaltado de roja herrumbe, diese el tono a lacanturia de su hablar. El caballero y ella vestan de luto, y el ne-gro intenso del damasco de seda de las faldas de la nia realzabael ncar amortiguado de sus delicadas mejillas, que semejabanalumbradas desde adentro por una lmpara de iglesia, y el rubio

    luminoso de su cabellera sideral.Puedes quererme sin temor, azucena ma murmuraba Ro-lando, envolvindola en el efluvio de sus ojos sobrenaturales.Yo tambin s preferir la pureza a los dems dones; yo tambinanso que la azucena florezca en mi jardn. Yo lo deseo ms quenadie; es mi ensueo, por mi desgracia, nunca realizado. Queun alma sea completamente ma, ma como es ma la ma pro-pia, todava con mayor dominio si cabe; y que esa alma sea la

    ms escogida, la ms alta, la ms infinitamente inmaculada,como la tuya A eso aspiro! Y por eso, Colomba, entrgate am sin miedo, sin que tus mejillas rojeen. Has hecho voto eter-no de castidad, dices? Mejor! Blanca eres, blanca sers, mien-tras me ames Porque es amor lo que sientes ahora, y era amorlo que sentas en la Santa Enseanza, cuando desde el coro tro-cabas conmigo largas miradas en que me enviabas el azul del cie-lo El cielo! Y Rolando suspir hondamente.

    No s lo que era entonces, ni s lo que es ahora, lo que sien-to, Justino De amor hablan los libros que he ledo y los sal-mos que he rezado; pero yo no entiendo qu cosa es el amor. Siel amor es mancharse, reniego de l. Si el amor es compasin,amor te tengo; porque al ver en el altar una cara tan semejan-

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    te a la tuya, y que tiene como la tuya una expresin de dolor sinconsuelo, la piedad me derreta las entraas. Cuando no esta-

    bas t, me embelesaba en contemplar tu efigie, y al contemplarlame iba naciendo dentro el afn de estar yo no menos triste quet, y por las mismas penas. Quiero para m tu dolor y tu casti-go. Al pronto, tu presencia me oprima; cuando te conoc sentcuriosidad y miedo. Ahora conozco que soy tu sbdita, tu her-mana, tu esposa.

    Era el mismo presentimiento de que yo sera tu dueo ab-

    soluto lo que te angustiaba S, eso era, Colomba: me perte-neces ya en muerte y en vida.Te pertenezco repiti Colomba pensativa, dejando caer

    las manos, que sostenan un ramo de madreselva, sobre el fal-delln de seda negra arrugado en hondos y castos pliegues.Estoy pronta a lo que ordenes para demostrrtelo A todomenos a

    Vive segura, paloma! Mi destino en muerte y en vida ser

    el tuyo, y tu pureza me es sagrada y admirable. Ella es lo queme atrae en ti. Si te mancharas, perdera mi nica ilusin, minico bien. Despreciemos y repugnemos los dos lo que t re-pugnas.

    No s contestarte. Estoy sujeta a ti por una fuerza que nocomprendo. He odo en el convento hablar de monjas tentadaspor el demonio de la impureza, que turbaba su sueo con as-querosas representaciones, y me pareca increble que tan sucio

    dogal pudiera atar a un espritu Cmo las despreciaba, Ro-lando! Ves cmo tena razn?

    La tenas de sobra. Azucena, a m sers consagrada porsiempre y ms all de este mundo!

    Y Rolando, aproximndose, sopl suavemente sobre los ojosy los cabellos de la nia la fascinacin del hlito y a paso len-to se alej, volvindose para mirarla.

    * * *

    Fray Diego encontr a Colomba en la misma postura: una ac-titud de exttica; ambas manos sobre el corazn y los ojos per-didos en algo lejano, muy hermoso o muy terrible. A las pri-

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    meras, a la proposicin de apresurar la boda con el marqus deArmariz, Colomba se levant serena, muda, desdeosa. Insisti

    el franciscano, y la hija del conde acab por responder:He hecho voto murmur con tenaz dulzura de perpe-

    tua virginidad.Sin consultarme a m, a tu confesor! Hija ma repiti casi

    con lgrimas el fraile, ese voto no es vlido. Obedceme; ven-te a Estela ahora mismo, en mi compaa, y maana te despo-sars con el novio que tus padres te haban destinado. Vengo asalvarte.

    De qu? murmur desdeosamente la nia. No pue-do casarme. Vivo sin vivir en m. Mi voluntad no es ma: la heenajenado.

    El Inquisidor retrocedi un momento, y haciendo la seal dela cruz, exclam:

    Perteneces al Malo! Ests poseda!Y la azucena de pistilos de oro, clavando en fray Diego sus pu-

    pilas claras, del color del ro cuando est limpio el cielo y de-rrama en el agua su divino azul, contest:Al Malo? Por qu? Mi cuerpo es un vaso de cristal donde

    no hay empaadura.Qu importa! tron el fraile. Por dentro, tu alma es ya

    negra como el pecado mismo Acepta el esposo que te ofrez-co; es tu nica salvacin, Comba, hija ma!

    Un hombre! Bodas!

    Y Colomba, haciendo un gesto de inmenso desdn, sacudisu ropaje de seda, sacudi el polvo del borde de su falda y se alejpor donde haba desaparecido Rolando, destacndose su figura,grcil hasta lo inmaterial, sobre el fondo verdoso y luminoso delponiente, donde se destacaban como negros obeliscos los viejoscipreses del cementerio de la aldea

    * * *

    El franciscano cabalg en su mula, sin querer esperar al otroda. Dbil y fatigado por la enfermedad, su ansia de salvar degrado o por fuerza a Colomba le prestaba nimos. Lleg a Es-tela rendido, extenuado; pero sin perder momento psose al

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    habla con el maestrescuela. Encerrados y juntos estuvieron cer-ca de dos horas ambos inquisidores. La misma tarde sali nue-vamente fray Diego hacia Landoira; pero esta vez no iba solo:llevaba de escolta, caballeros en matalones, no una hueste de al-guaciles y corchetes, que hubiesen escandalizado y revuelto deantemano a la ciudad, y despus a la aldea, sino a tres hombresseguros, callados, ya viejos, avezados a realizar las prisiones y jus-ticias que ejecutaba el Tribunal de la Fe.

    Alojose la corta hueste en la casa del abad, el cual inform a

    fray Diego de que la osada y desvergenza de los brujos y he-chiceros del contorno ya no conoca freno ni valla, hasta el ex-tremo de tener espantadas a las gentes sencillas del pas.

    He tenido delacin aadi el prroco de que se juntanen concilibulo semanal, para ritos nefandos, en la fuente lla-mada de los ngeles, y all cometen toda especie de sacrilegiosy profanaciones. Bueno sera hacer un escarmiento, toda vez queno pueden sospechar ellos que est aqu la Santa Inquisicin.

    Se reunirn esta noche? interrog mediatabundo elfranciscano.Con seguridad, porque es plenilunio, noche de San Juan,

    y le atribuyen en esta comarca mgico influjo. Creen que la fuen-te est encantada, y que el diablo acude a ella para recibir unculto muy propio de tal seor.

    Record fray Diego que la fuente era la misma en que habavisto a Colomba, y sin saber por qu asoci la idea de la captu-

    ra que iba a realizar con la de los sacrlegos ritos y abominacio-nes que acababan de delatarle. Quin sabe si Rolando acudi-ra al concilibulo maldito, y si all sera ms fcil echarle mano?De todas suertes, convena enterarse. Orden que se embosca-se su tropa al amparo del cementerio, no lejos de la fuente, con-viniendo una seal para llamar apenas fuese precisa ayuda. FrayDiego y el prroco, vestidos con ropa seglar, se ocultaran de-trs del ruinoso paredn que sostena la fuente, entre los sau-

    zales y matas tupidas, a fin de sorprender los ritos negros, si esque realmente iban a celebrarse.

    Cay la noche despus de largusimo crepsculo; noche de-liciosa, nupcial, saturada de fragancias agrestes de madreselvasy hierbas aromticas. La luz lunar plateaba los agros y se ador-

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    ma en los alindes del ancho espejo del ro, all donde se hacams recatada y densa la sombra de los altos peascos. A lo lejos,

    en las laderas de las montauelas, oanse los cantos prolonga-dos de los labriegos, los gritos de jbilo y reto, los aturutos alsaltar las hogueras de San Juan; pero segn fue avanzando lavelada, los ruidos se extinguieron y la poesa novelesca del pai-saje se acentu con el silencio y la quietud. La fuente de losngeles derramaba su hilito plaidero gota a gota, en el pilnde piedra enverdecido de musgo. La plazoleta estaba desiertaan.

    * * *

    Una sombra grotesca avanz penosamente: era una viejaapoyada en dos muletas. A la primer hechicera coja sigui unajorobada, otra tripona, otra que era un puro esqueleto. Hom-bres de catadura igualmente risible las escoltaban: un patizam-

    bo, un jayn tuerto y fornido, uno sin piernas, que lagarteabasobre las manos. La luna exageraba en caricaturas de pesadillalas sombras de aquellos seres, confusos y deformes como larvas.Acarreaban algunos pesados haces de lea; los unieron, los api-laron, y pegndoles fuego, pronto la hoguera sanjuanesca cre-pit. Entonces se vio una cosa ridcula y espantable: los vestiglosse desnudaron a prisa de sus andrajos, y cogindose de las ma-nos, parodiaron, en ronda empecatada y bufonesca, el ances-

    tral baile aldeano, que termina con el salto de la fogarada. Can-taban injurias al Bautista y letanas al revs, invocando alMaldito. En vez de ora pro nobis, repetan los labios blasfemos,entre carcajadas pecapro nobis Y la parodia del pecado, msrepugnante que el pecado mismo, haca de la rueda ende-moniada un cuadro del Bosco, una comedia satnica, juego debufones sardescos que quieren distraer el aburrimiento deldiablo

    De pronto, se par la rueda. Avanzaban hacia el centro de laplazoleta dos figuras vestidas de negro. Desde su escondite, frayDiego se conmovi hasta la ltima fibra Eran Rolando y Co-lomba dndose la mano, hermosos los dos, a la luz de la lunaque enverdeca sus semblantes y de la llama que los enrojeca,

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    igualmente desesperados e igualmente soberbios. Las melenasde Rolando, foscas y rizadas a lo Carlos II, eran de un tono deala de cuervo; las de Colomba, a la llamarada de la hoguera, unarutilacin de oro, el inmenso nimbo esplendente y afiligranadode una efigie. Los brujos se postraron, adorando; sentose el ita-liano en la piedra, y la hueste de sortlegos vino a besarle el pie.

    Habis hecho todo el mal posible? pregunt l, ceudo.S, s exclamaron todas las voces.Habis secado a la vaca, chupado al nio, consumido con

    hierbas de ponzoa el corazn del hombre?S, s, prncipe!Habis quemado la casa, inficionado el agua, arrasado la

    cosecha, avivado con filtros el ardor de los siete pecados capi-tales?

    S, s, ilustre seor!Entonces sois dignos de ver a vuestra reina. Miradla qu

    hermosa; no os acerquis, es inmaculada como la nieve. Desde

    lejos os ser permitido admirar su milagrosa belleza y asistir asu consagracin. Colomba, ha llegado el momento, aadi elbrujo sin gestos, con la sencillez del que puede mandar.

    Fray Diego senta sus venas heladas; el mismo entorpeci-miento inexplicable que le haba acometido al presenciar cmoembrujaban al conde, le sujetaba ahora; quizs no era sino la cu-riosidad de lo desconocido, delms all negro

    Colomba avanz sumisa. Rolando, con la varita de avellano

    que empuaba, y situndose hacia Oriente, traz rpidamenteel pantaclo, y despus el crculo mgico, en el suelo argentadode luna. Sus labios borbotaban las palabras de la evocacin,su-per flumina chobar mientras diseaba en los dimetros del pan-taclo la cruz y los signos de la kbala. Terminada la operacinhizo una seal a Colomba, y sta se adelant sin miedo, colo-cndose en el centro del pantaclo. Rolando recitaba las palabrasdel pacto en bastardo latn y la joven las repeta exactamente con

    su voz angelical; irona horrible, or salir tales vocablos de talboca.Et tibi polliceor quod faciam quotquot malum potero, et atraheread mala per omnes Brujos y brujas rugieron de alegra al or lapromesa confirmada al final por los invocados nombres de Le-viatn, Astarot, Belceb Los ojos fascinados de aquella mse-

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    ra grey creyeron entonces percibir que surga la sombra gigan-tesca del macho de cabro, erguido sobre la piedra en que Ro-

    lando se haba sentado antes. La luz de la hoguera encenda supelaje, y el monstruo barbudo y sardnico pareca hecho de co-bre a martillo. A otra seal del caballero, Colomba, automti-camente, empez a despojarse de sus ricas vestiduras de luto.Fue todo como un relmpago: a la claridad del satlite, y al res-plandor moribundo de la llama, el cuerpo de la nia aparecicomo estatuilla de ncar blanco con vislumbres rosa; sobre sudesnudez no quedaban sino dos rectngulos relucientes en es-palda y pecho; el escapulario de las monjas, el escapulario desan Miguel Arcngel, prncipe de las milicias celestes, bordadode talco y lentejuelas chispeantes. Rolando extendi la mano yarranc el escapulario; al hacerlo, roz uno de sus dedos la pielde seda de Colomba, y una ampolla se alz, roja como brasa.Otro signo prostern un instante a la hija de los condes de Lan-doira ante la piedra, donde los brujos crean ver en la hedion-

    da figura que reviste, para presidir el sbado, al propio Belce-b Y cuando la bruja joven se irgui, ya consagrada,permaneci de pie un instante, vacil, y cay tendida en tierra,rgida, inerte.

    El Inquisidor y el abad haban presenciado los ritos embar-gados de espanto y tambin de aquel sentimiento complejo, lapunzante curiosidad, la que impulsa a rasgar velos y presenciar,entre crispaciones, espectculos crueles y malsanos. La fasci-

    nacin, nudo de la impa maraa, les someti tambin a su en-canto letal, como si el ungento fro de las brujas les hubiese tu-llido los miembros. Para recobrarse, necesit el franciscano vercaer a Colomba cuan larga era, blanca bajo la claridad del pleni-lunio

    Aplicando a los labios fray Diego el pito de plata que llevabacolgado del cuello, silb para llamar a sus hombres, y stos sa-lieron rpidos del matorral donde se ocultaban, armados de es-

    padines y estoques, las cuerdas arrolladas al brazo. Prendan atodos menos Fray Diego no se atreva a pronunciar el nom-bre de doa Colomba y, veloz, recogi las vestiduras de negraseda crujiente y con ellas cubri, volviendo el rostro, la escul-tura luenga y fina como las que se adivinan al travs de los ro-

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    pajes simtricos de las santas en el sublime prtico de la GloriaMientras los corchetes se apoderaban de Rolando y de un parde brujos en dispersin los restantes como asquerosos ani-malejos nocturnos que se agazapan en sus guaridas el inqui-sidor repeta, recobrado ya el uso de la palabra:

    Jess! Santa Mara! San Silvestre! Brujas fuera!Rolando, maniatado, envuelto en una capa, fue conducido se-

    cretamente a los calabozos secretos de la Inquisicin de Estela.Se encarg el sigilo ms absoluto a los tres esbirros que asuman

    las funciones de dar tormento y aun de ejecutar, si bien este l-timo caso no llegaba nunca.La hija de los condes de Landoira quedaba con su madre en el

    Pazo; fray Diego no quiso ni aplicarla los exorcismos que enaquel momento se aplicaban al desgraciado monarca espaol.

    Anhelaba el fraile, ante todo, sofocar el escndalo, apagar las ha-blillas; despus se pensara en el remedio de lo dems: en de-sembrujar a la infeliz posesa.

    * * *

    Fue encerrado Rolando en la mazmorra ms oscura, y all, encompleta incomunicacin, se le dej algn tiempo, el necesariopara que se reuniese el Tribunal y deliberase lo que convenahacer. Consult a Madrid; vinieron rdenes de conferir el asun-to a fray Diego y a Resende, actuando el primero de fiscal, y, sin

    pensar en moniciones, abreviando el procedimiento, se acordaplicar al reo la tortura para arrancarle una completa confesinque justificase el castigo ms severo. Tres meses despus de lanoche de San Juan, trajeron al caballero a la cmara de la tor-tura, no muy angosta, baja de techo y abovedada, que recibaluz de estrecho ventanillo con reja. Para mayor reserva, el maes-trescuela actuara y recogera las declaraciones del reo. Los treshombres que haban capturado a Rolando serviran de verdu-

    go y ayudantes. Se prescindi del mdico de la crcel: haba fa-cultades para eso y ms.

    Trajeron al italiano extenuado por el cautiverio, ajados los ri-cos terciopelos y los encajes de su vestidura, y enmaraada lasombra y sedosa melena felipea. Sus facciones, acentuadas por

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    el enflaquecimiento, expresaban desdn, irona y reto orgullo-so. En muchos condenados al ansia se vieron rostros as, antes

    de probar el suplicio; el maestrescuela se lo hizo notar a fray Die-go, el cual, antes de que entrase Rolando, pareca el reo verda-deramente, segn estaba de abatido y escalofriado, oprimido sucorazn benigno por la atroz necesidad de aquella hora. Ape-nas hubo visto al brujo, sinti la conmocin de antipata, se acor-d de sus fechoras, y se resolvi a proceder.

    Dos cadenas bajaban de las muecas a los tobillos del caba-llero. Fueron abiertas las esposas, y el maestrescuela, instaladoante su mesilla, con provisin de papel de barba y ajuar de tin-tero de asta y plumas de ganso, requiri al reo a que confesasecuantos hechizos hubiese practicado antes y durante su estan-cia en Estela y en Landoira.

    No dir palabra respondi l framente. Hagan de mlo que quieran.

    Despojronle de sus ropas, dejndole slo el pao femoral.

    El torso del reo estaba demacrado, pero era hermossimo, de l-neas helnicas como el de un Antino. Amarraron cuerdas a sustobillos y muecas, y le tendieron sobre el potro El potro pudeyo verlo an en los stanos advirti el narrador. Era una ta-rima que alzaba del suelo algo menos de tres cuartas, y cuyas ta-blas, en vez de ser planas, tenan una arista aguda hacia arriba,donde haba de recostarse el cuerpo del paciente. Las cuerdasde pies y manos fueron pasadas por cuatro argollas sujetas a la

    pared, y al extremo de las cuerdas se adapt una especie de tor-niquete, para hacer fuerza y atirantar mejor. Estiraron prime-ro los pies, las manos luego y Rolando qued en cruz, hincn-dosele en las carnes los cortantes barrotes del potro. Su pechoanhelaba y jadeaba; revolva la lengua seca en la boca, apreta-ba los dientes; pero a la nueva intimacin de confesar, slo res-pondi con obstinado, altivo silencio.

    Una por una forzaron las cuerdas. Se oy el estallido y cruji-

    do de los huesos, al distenderse con violencia ligamentos y ar-ticulaciones. Repitiose la intimacin, y el reo contest con unmovimiento negativo de la cabeza, que penda hacia atrs, comosi se le hubiese tronchado el cuello. La tercer vuelta la ltimaque la naturaleza humana puede resistir sin que sobrevenga la

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    muerte arranc al reo un No! que pareca el aullido de unafiera. Las costillas se marcaban en el pecho, aplanado, por de-cirlo as; su vientre pareca vaciarse al prensar los intestinos lapiel, prolongada por la tirantez del brazo y piernas; su carneamoratada haca cojn sobre las sogas, ya salpicadas de sangre

    No resistir balbuci fray Diego, ms blanco que el papelen que garrapateaba don Toms. Basta, basta Ya se ve queno confiesa

    Aun tendr su paternidad compasin de este sacrlego? Si

    no confiesa en el potro, confesar por el agua. En el agua en-contraremos la verdad; pero antes le daremos vino para quevuelva en s.

    Rolando, en efecto, sufra un sncope. Se le desat, tendin-dole sobre un jergn, y se le hizo beber un trago de aejo; el ja-rro estaba prevenido ya, para el desfallecer del reo y el cansan-cio de los verdugos. Al abrir los ojos, Rolando suspir:

    Agua agua!

    La tendrs abundante advirti el maestrescuela si noconfiesas ahora mismo, y de grado, todos tus sortilegios y ma-leficios y no te prestas a deshacer el de doa Colomba de Apon-te y Mario y el de su madre doa Juana Mario, por tus artesdiablicas embrujadas y posesas.

    No hubo respuesta. La resistencia de bronce del brujo conti-nuaba. Dejronle reposar una hora; los atormentadores salierona tomar un bocado; don Toms hizo lo mismo; fray Diego slo be-

    bi un poco de tisana. Despus se prepar la nueva tortura. Suje-to el reo en cruz, con los mismos cordeles, sin estirar, slo para in-movilizarle, se le tendi, no en el potro, sino en una tarima cameracorriente. Hecho esto con suma celeridad, se coloc sobre su bocaun pao y un embudo. Lentamente, casi goteando, dejaron caerel agua, descansando para que el torturado no se asfixiase, y el cho-rro fuese colocndose y repartindose en el interior del doloridotronco, causando un sufrimiento ms cruel, una agona ms in-

    tolerable que todos los martirios anteriores Rolando haba sali-do de su modorra. Al principio resisti con firmeza; slo cuandohubo trasegado una azumbre, empez a gemir y a querer soltar-se, rechazando el embudo con instintiva defensa. Se lo quitaron.

    Confiesas?

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    Los dedos, hinchados y sujetos por la argolla, dijeronqueno.

    Libertas el alma de doa Colomba? implor fray Diego.Otra negativa muda. Despus, los ojos fosfricos fulguraron,

    y de la garganta sali una arrogante protesta.Esa alma es ma. Ma para siempre.La segunda azumbre! dispuso el maestrescuela. Y lue-

    go otra!Al ir entrando el lquido, se vio una cosa espantosa en el es-

    culido tronco: el estmago y el vientre empezaron a formar unacolina; luego una redonda vejiga, que fue inflndose como unbuche de sapo hostigado. El atroz temblor del cuerpo haca re-temblar y crujir la tarima.

    Si l resiste, yo no, Resende intercedi fray Diego, msblanco que el papel. Destenle, por Jesucristo, y pidmosle al y a su gloriosa Madre que le inspire arrepentirse y confesar!

    Desataron al reo, y, cogindole por piernas y brazos, volvie-

    ron a tenderle en el colchn. El franciscano mand alejarse alos verdugos, y se hinc de rodillas al lado de la vctima, ins-tndole a decir la verdad. El caballero se volvi hacia el fraile.

    Queris saberla? contest l en voz quebrantada, perocuajada en desprecio. Preprate, fraile, y no te acerques; noshemos detestado desde que nos conocimos. Ahora que no es eltormento el que me obliga, voy a hablar. Haced lo que queris dem; no podis quitarme mi victoria.

    Cules fueron tus propsitos al embrujar a doa Colom-ba de Landoira y a su madre? interrog el inquisidor. Sa-ciar tus torpes apetitos? Apoderarte de la hacienda de esa fa-milia, perdida por ti?

    Los ojos, ya casi apagados como dos gotas enfriadas de la ceraverde que gastaba la Inquisicin, se encandilaron y fosforescie-ron de nuevo al replicar:

    Necios! Hay algo mejor que la posesin del oro, mejor que

    la carne, mejor que los sentidos; hay un tesoro, que es el alma, lade doa Colomba me pertenece, justamente porque no la hemanchado con torpeza ninguna. Puedo deshacer las ceremoniascon que la inici de bruja; pero nadie impedir que su espritusea mo, y mo por la eternidad. Este goce no lo comprendis

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    Sois unos miserables sandios, que no creis sino en la materia!Con doa Juana, que es como vosotros, he usado drogas; sualma, si es que existe, os la regalo A doa Colomba no me laquitaris nunca. No sabis su precio. La guardo para m. Cuan-tas palabras murmure la boca, y cuantos crculos trace al revsla varilla, no desharn lo que hizo el espritu, seor de la carney de la voluntad.

    Le damos a beber sin sed otros pocos tragos? propuso,destellando enojo, Resende.

    Ser en balde!

    suspir fray Diego, que se reconoca ven-cido, y crea or la voz del Malo, all en el altar donde san Mi-

    guel vibra hacia l su lanza, repitiendo: Hireme, acribllame;no me vencers!

    Comprendi el brujo la derrota de los inquisidores, y aun qui-so abrumarles ms bajo el peso de la grandeza satnica, y pro-longar y complicar su triunfo, como ellos haba prolongado ycomplicado la tortura.

    Pensaris que slo he logrado a doa Colomba? Que meha bastado la familia de Landoira, el padre muerto, la madreperdida, la hija posesa, infundido en ella mi ser y unida a midestino? Pensaris eso de m? Pues sabed que cuando he lle-gado a esta ciudad oscura, ya dejaba cumplida una obra sin nom-

    bre! Dejaba en su fretro a la reina, y ligado y maleficiadoal rey!

    De esta vez, los inquisidores se alzaron aterrados, con el mis-

    mo grito en la garganta:Maldito!Maldito, vade retro!A la reina nuestra seora has osado!Al rey nuestro seor!A fuego lento! A fuego de lea verde hay que quemarle!Mientes, maldito! exclam al fin fray Diego No has he-

    cho tal cosa!La hemos hecho de acuerdo madona Olimpia, mi hermo-

    sa amante, y yo. Ella dispuso, yo ejecut lo dispuesto. No en-tendis la delicia de hacer el mal! Prepar la pcima, recit elconjuro, realic la evocacin. La reina tena calor una tarde, ensu regio aposento de Madrid; quera beber leche, y se la servan

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    caliente y turbia. Madona Olimpia corri a buscar leche exqui-sita, helada. En ella, mi mano verti unas gotas deacqua, de esa

    agita admirable que tanto ha influido en los destinos del mun-do, en la existencia de los reyes Vert la dosis atemperada, laque no mata instantneamente, y por eso la reina an tuvo tiem-po de decir a sus mdicos: No defiendan mi vida, que no valela pena . Porque la reina vivi triste, triste, sin amor, sin

    juventudLa hoguera! repiti Resende. La hoguera, y las ceni-

    zas al viento!Lo que queris! No impediris que esto haya sucedido

    como lo os! Ni impediris que est hechizado el rey Carlos II;que se hayan secado en l las fuentes de la vida, incapacitndo-le para transmitirla. La nueva reina no parir; el reino ser de-vastado por reida y larga guerra, y la sangre y el llanto corre-rn a mares; las llamas del incendio subirn al cielo, y todo esoser mi obra, la obra de este hombre cuya carne habis rasga-

    do, cuyos miembros habis descoyuntado, pero sobre cuya esen-cia no tenis poder!

    * * *

    Mirronse los dos inquisidores con inmenso desconsuelo. Elrprobo deca verdad. Bajaron las cabezas consternados, y de-jando a la vctima exhausta por el esfuerzo que acababa de ha-

    cer, salieron a deliberar en la sala ahumada y lbrega que pre-cede a la cmara del tormento.Buscaremos la lea ms verde de Torozos para la quema

    fue cuanto se le ocurri al maestrescuela, que, como al fin erahombre, aadi una ristra de los ternos de entonces por vi-das, reniegos y pesias.

    Don Toms eso es imposible! No podemos sacar a quemarni a morir en la horca a este hombre! contest despus de un

    momento de hosco silencio el franciscano.Es que no lo tiene merecido? Es que tambin de ste ser

    capaz su paternidad de sentir compasin?No hay tal! estall fray Diego, espantado y tembloroso,

    enjugndose el sudor fro que le corra por la piel con ancho pa-

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    uelo de hierbas. No es compasin! Slo la gran santa Te-resa de Jess ha compadecido al demonio! Es que tenemos queguardar el silencio y echar tierra, como hicieron en MadridEllos con su conducta nos dan la norma La muerte de la rei-na Mara Luisa, a quien Dios haya, no ha sido vengada por elrey Carlos: se ha permitido que la envenenadora pasase la fron-tera y se pusiese fuera del alcance de toda persecucin. Y enRoma me ha dicho nuestro padre prepsito, que tampoco el reyLuis de Francia quiso encarcelar a las encumbradas seoras y

    princesas de la sangre que terciaban en las brujeras y venenos,y sobre cuyo cuerpo se dijo la misa de Satans Ah, seormaestrescuela de mi alma! Ojal se pudieran enterrar talesabominaciones a siete estados bajo tierra, para que nunca se sos-pechasen!

    Razn lleva su paternidad, y convencido me ha contestfrancamente el cannigo. Son secretos de Estado; el vulgo nodebe ni olfatear siquiera Tierra, s, que la tierra todo lo cu-

    bre, y a ella van los muertos con la carga de sus pecados paraque Dios se encargue all del condigno castigo!As ser El brujo no volver a salir de entre estas paredes.

    A su mazmorra incomunicado; la comida por el ventanilloSlo en el caso de que pida confesin

    Confesin l!Quin sabe? Resende, de la misericordia divina no hay

    que desconfiar nunca

    * * *

    Hzose puntualmente como haban determinado los inquisi-dores. Con absoluto sigilo fue vuelto a sepultar el caballero Jus-tino Rolando en la prisin casi subterrnea que aun puede us-ted ver, si maana tiene curiosidad de enterarse de este detallede la historia. La puerta, defendida y resguardada con barras de

    hierro, cerrojos y candados, no volvi a abrirse. Los otros bru-jos, presos en el sbado de la fuente de los ngeles, salieron li-bres, con algunos verdugones y cardenales de la azotaina; ycuando la gente de Estela susurr algo de la suerte de aquelitaliano protegido de los condes de Landoira, otros