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LA SITUACIÓN SOCIO-LABORAL DE LAS MUJERES EN LA OBRA DE EMILIA PARDO BAZÁN: LA TRIBUNA Y LOS PAZOS DE ULLOA Elena Márquez de la Cruz Departamento de Economía Aplicada III Universidad Complutense de Madrid [email protected] Ana Martínez Cañete Departamento de Economía Aplicada III Universidad Complutense de Madrid [email protected] INTRODUCCIÓN En la obra de Emilia Pardo Bazán aparecen fielmente reflejados distintos aspectos de la realidad económica y social de la España de finales del siglo XIX y parte del siglo XX. En este trabajo nos centraremos en dos de sus novelas, La Tribuna (1883) y Los Pazos de Ulloa (1886). La elección obedece, por una parte, a que en ellas la escritora gallega utilizó las técnicas características del naturalismo, influenciada por la obra de Émile Zola, y puesto que una de las notas distintivas de esta corriente literaria es la descripción detallada de los ambientes, ambas novelas proporcionan al lector una imagen precisa del contexto económico, social y político de la época. Por otra, a que en ellas se reflejan las relaciones entre los distintos status económicos y sociales; en el caso de La Tribuna, en el espacio urbano, la relación entre la burguesía y el proletariado, y en el caso de Los Pazos de Ulloa, en el marco de la Galicia rural, la relación entre la ya decadente nobleza y los trabajadores del campo. En ambas novelas, las mujeres tienen un papel protagonista, lo que le permite a Emilia Pardo Bazán mostrar de forma magistral la situación de éstas en los distintos ámbitos de la sociedad decimonónica española. Intentar cambiar esta situación, caracterizada por su falta de escolarización y subordinación al hombre, es una de las preocupaciones constantes de la condesa a lo largo de su vida. 1

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LA SITUACIÓN SOCIO-LABORAL DE LAS MUJERES EN LA OBRA DE EMILIA PARDO BAZÁN:

LA TRIBUNA Y LOS PAZOS DE ULLOA

Elena Márquez de la CruzDepartamento de Economía Aplicada III

Universidad Complutense de [email protected]

Ana Martínez CañeteDepartamento de Economía Aplicada III

Universidad Complutense de [email protected]

INTRODUCCIÓN

En la obra de Emilia Pardo Bazán aparecen fielmente reflejados distintos aspectos de la realidad económica y social de la España de finales del siglo XIX y parte del siglo XX. En este trabajo nos centraremos en dos de sus novelas, La Tribuna (1883) y Los Pazos de Ulloa (1886). La elección obedece, por una parte, a que en ellas la escritora gallega utilizó las técnicas características del naturalismo, influenciada por la obra de Émile Zola, y puesto que una de las notas distintivas de esta corriente literaria es la descripción detallada de los ambientes, ambas novelas proporcionan al lector una imagen precisa del contexto económico, social y político de la época. Por otra, a que en ellas se reflejan las relaciones entre los distintos status económicos y sociales; en el caso de La Tribuna, en el espacio urbano, la relación entre la burguesía y el proletariado, y en el caso de Los Pazos de Ulloa, en el marco de la Galicia rural, la relación entre la ya decadente nobleza y los trabajadores del campo. En ambas novelas, las mujeres tienen un papel protagonista, lo que le permite a Emilia Pardo Bazán mostrar de forma magistral la situación de éstas en los distintos ámbitos de la sociedad decimonónica española. Intentar cambiar esta situación, caracterizada por su falta de escolarización y subordinación al hombre, es una de las preocupaciones constantes de la condesa a lo largo de su vida.

El interés que presenta La Tribuna es doble. Por un lado, es considerada la primera novela española de protagonismo obrero. El ambiente obrero descrito en ella ilustra fielmente el nacimiento de la sociedad industrial en nuestro país, las condiciones de trabajo y de vida de gran parte de la población, así como la esperanza de las capas sociales más desfavorecidas en que la Revolución de 1868 y la proclamación de la Primera República mejorasen su precaria situación. Por otro, ese protagonismo recae en mujeres trabajadoras, las cigarreras de la fábrica de tabacos de La Coruña (Marineda, en la novela), lo que nos permite conocer gran cantidad de detalles de la industria que acogía un mayor número de empleadas que de hombres a finales del siglo XIX.

Por su parte, Los Pazos de Ulloa recoge minuciosamente la decadencia de la Galicia rural de la época, así como las enormes diferencias sociales, culturales y económicas entre la nobleza, la burguesía y la clase trabajadora. La actividad productiva agrícola carece de interés para el Marqués de Ulloa, dejando su cuidado en manos de terceros, sin mostrar preocupación alguna por las mejoras en la productividad ni por lograr un sector agrario capaz de sustentar el incipiente desarrollo de las ciudades.

Es pues de gran interés analizar de forma detallada los aspectos apuntados en los párrafos anteriores; la obra de Emilia Pardo Bazán no defraudará a los lectores interesados en conocer cómo la España del siglo XIX se iba sumergiendo en un proceso de cambio lento pero imparable hacia la modernidad.

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EMILIA PARDO BAZÁN: UNA MUJER SINGULAR

Emilia Pardo Bazán fue una mujer poco representativa de su época. En palabras de Jurado (2004):

“...La España finisecular no estaba preparada para mujeres de su talla; el terreno que conquistó a fuerza de talento, perseverancia y brío lo ganó palmo a palmo en una lucha que nunca la descorazonó (…) Sembró en terreno poco propicio, pero fue pionera de la emancipación femenina (…). Con su visión de cuestiones que apenas se insinuaban entonces y con la fuerza llena de verismo de su pluma, la condesa de Pardo Bazán bien puede considerarse una contemporánea nuestra.”

Nacida en una pudiente familia, Emilia Pardo Bazán destacó por su formación cultural y por defender la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, ocupando un puesto destacado en los círculos intelectuales en una sociedad en la que las mujeres tenían un papel limitado al entorno doméstico.

Vino al mundo en La Coruña el 16 de septiembre de 1851 y contó con la complicidad de un padre adelantado a su época que la animó a la lectura desde muy niña1. Aunque residían en La Coruña, pasaban los inviernos en Madrid donde Emilia asistía a un colegio francés. Cuando contaba con doce años de edad, la familia decidió quedarse en La Coruña de forma permanente y allí estudió con instructores privados, dedicando la mayor parte del tiempo a su verdadera pasión que no era otra que la lectura. Las clases de piano, en cambio, le resultaban detestables.

Su vida pegó un vuelco cuando muy joven, apenas una adolescente, se casó con José Quiroga, estudiante de Derecho en la Universidad de Santiago de Compostela. Sus enormes deseos de conocimiento, animaron a Emilia a ayudar a su joven esposo en las tareas universitarias, lo que le permitió ampliar su bagaje intelectual.

Cuando su padre se trasladó a Madrid para ocupar un lugar como diputado del Partido Liberal Progresista en las Cortes, Emilia Pardo Bazán y su esposo decidieron también trasladarse a la capital, que abandonaron poco tiempo después para pasar una temporada en Francia hasta que la situación política se estabilizó en España tras la Revolución de 1868. Ese viaje, que se extendió a Suiza, Italia y Austria, despertó en doña Emilia el interés por aprender el idioma inglés, decidida a leer a los grandes autores en su propia lengua.

De vuelta a España, el auge que estaba experimentando el krausismo despierta su curiosidad, por lo que decide estudiar alemán para entender esta corriente entre cuyos adeptos se encontraban algunas de sus amistades. Sin simpatizar realmente con esas ideas, esa etapa le sirvió para adentrarse en el estudio de la filosofía y la mística, completando así su formación autodidacta.

En 1876 nace el primero de sus tres hijos y único varón, Jaime, quien inspiraría su único libro de poesía publicado poco después. Ese mismo año ganó, compitiendo entre otros con Concepción Arenal, el certamen de ensayo convocado en Orense para celebrar el centenario del fallecimiento del Padre Feijóo, admirado por doña Emilia por lo que de defensa de las mujeres había en sus obras. En las votaciones se produjo un empate con Concepción Arenal, pero el voto del Claustro de la Universidad de Oviedo, a quien se encomendó la resolución del certamen, le fue finalmente favorable.

Tras un problema de salud, en 1880 el médico le recomienda las aguas de Vichy. A la vuelta del balneario se detiene en París donde conoce a Víctor Hugo en una tertulia literaria. Desde ese momento, sus sucesivas visitas a la ciudad del Sena le servirán para entrar en contacto con otros renombrados escritores de la época como Émile Zola, padre del naturalismo que tanto influyó en la obra de la escritora, y para familiarizarse con la literatura rusa, al ser frecuentados esos círculos literarios por exiliados de aquel país.

A pesar de su ferviente catolicismo, tanto en su obra como en su propia vida encontramos ejemplos impropios de una católica declarada. No obstante, ella misma se declaró “neo-

1 Véase en Bravo-Villasante (1973) una biografía detallada de Emilia Pardo Bazán.

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católica” y manifestó su descontento por el modo en que la Iglesia restringía a la mujer2. Por otro lado, su matrimonio fue un absoluto fracaso y, a falta de divorcio, se produjo un claro distanciamiento con su esposo y algunos sonados romances extramatrimoniales. Su correspondencia amorosa con Benito Pérez Galdós testimonia la apasionada relación que compartieron ambos literatos.

A la muerte de su padre en 1890, doña Emilia hereda el título de condesa de Pardo Bazán, título que había sido reconocido oficialmente por Amadeo de Saboya once años atrás, y que sería confirmado en 1908 por Alfonso XIII. A lo largo de toda su vida, la actividad literaria y periodística de la condesa fue frenética. Sin embargo, sus colegas se negaron a reconocer su labor impidiendo en varias ocasiones su entrada en la Real Academia Española. Una muestra de ello es la opinión de Valera al respecto: “el proyecto peca de inoportuno y se inclina a lo cómico… Las mujeres tienen otros deberes más importantes y grandes que cumplir sobre la tierra”3. Las actitudes machistas de sus contemporáneos desembocaron en una posición más radical de Doña Emilia que no desistió nunca en su empeño para que las mujeres fueran consideradas en sí mismas y no como meros instrumentos al servicio de los hombres: “…El error fundamental que vicia el criterio común respecto de la criatura del sexo femenino (…) es el de atribuirle un destino de mera relación; de no considerarla en sí, ni por sí, ni para sí, sino en los otros, por los otros y para los otros”4.

A pesar de las dificultades mencionadas, Emilia Pardo Bazán fue la primera mujer en ser nombrada en 1906 Presidenta de la sección de Literatura del Ateneo de Madrid, en 1910 Consejera de la Instrucción Pública y en 1916 Catedrático de Lenguas Neolatinas en la Universidad Central de Madrid, nombramiento éste mal recibido en el ámbito universitario, tanto por los profesores como por los alumnos, reacios a que una mujer ocupara ese puesto. La intensa vida de la condesa Pardo Bazán terminó en Madrid, el 12 de mayo de 1921.

LA UTILIDAD DEL NATURALISMO COMO FUENTE DE INFORMACIÓN ECONÓMICA Y SOCIAL

En 1881 se editaron en España L’assommoir, Nana y Teresa Raquin, tres obras de Émile Zola, el principal representante del naturalismo. Dos años después, Emilia Pardo Bazán publica La cuestión palpitante, un ensayo sobre dicho movimiento literario que desató una importante polémica en los círculos literarios y religiosos de nuestro país.

Tanto La Tribuna (1883) como Los Pazos de Ulloa (1886) son consideradas novelas naturalistas, aunque en sentido estricto se habla de que doña Emilia practica el naturalismo “a la española”. Los más puristas consideran imposible que una católica confesa pueda ser auténticamente naturalista, puesto que el determinismo que caracteriza a esta corriente literaria, la incapacidad del ser humano para luchar contra el entorno que le ha tocado vivir, es incompatible con la moral cristiana. De hecho, el propio Zola reconocía “…el naturalismo de esa señora es puramente formal, artístico y literario”.

De manera que si bien Emilia Pardo Bazán no practica el naturalismo en cuanto al contenido, sí lo practica en las formas. A este respecto, el naturalismo se caracteriza por el empleo de descripciones extremadamente detalladas y por la reiteración de datos físicos. Como consecuencia de ello, el lector de La Tribuna y de Los Pazos de Ulloa puede obtener un excelente conocimiento del medio que la autora describe en ambas obras5.

La Tribuna constituye una valiosa fuente de información sobre el mundo urbano de La Coruña del último tercio del siglo XIX, especialmente sobre el mundo de las trabajadoras de la 2 Véase Fages (2007), pp. 32.3 Valera (1961), pp. 860.4 Pardo Bazán (1892), pp. 76-77.5 En el prefacio a Un viaje de novios (1881) encontramos los elementos del naturalismo que agradan a la escritora gallega y aquellos que desaprueba: “…no censuro la observación paciente, minuciosa, exacta, que distingue a la moderna escuela francesa; al contrario, la elogio; pero desapruebo como yerros artísticos la elección sistemática y preferente de asuntos repugnantes o desvergonzados…”.

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fábrica de tabacos, donde se desarrolla la mayor parte de la novela. Para documentarse, Doña Emilia fue a la fábrica mañana y tarde durante dos meses. Al principio fue recibida con cierto recelo por las operarias, pero no dudó en llevar consigo a sus hijas pequeñas para suavizar esa frialdad inicial6. Esas visitas a la fábrica le permitieron observar las faenas de elaboración de puros y cigarrillos, así como las costumbres y las expresiones empleadas por las tabaqueras.

La novela cuenta la historia de Amparo, hija de un barquillero y de una cigarrera de Marineda. Poco antes de la Revolución de 1868, Amparo entra a trabajar en la fábrica de tabacos; a partir de ahí la novela se desarrolla a través de dos ejes: su enamoramiento de Baltasar, perteneciente a una acomodada familia burguesa, los Sobrado, y su implicación política a favor de la república federal, al ser la encargada de leer los periódicos a sus compañeras de fábrica, lo que le hace ganarse el apodo de “la tribuna”. Baltasar seduce a Amparo, asegurándole que se va a casar con ella (algo que los Sobrado desaprueban, dada su condición social) y finalmente la abandona una vez que se queda embarazada. La historia finaliza con el nacimiento del niño, el día en que se proclama la Primera República, en febrero de 1873.

Por su parte, Los Pazos de Ulloa ofrece una imagen clara del mundo rural en la Galicia de finales del Ochocientos. En la novela, el Marqués de Ulloa es un hombre con modales poco refinados que dedica su tiempo a la caza y en absoluto cuida de su patrimonio. Es el padre del hijo bastardo de Sabel, su criada y amante; Julian, el sacerdote, enviado a los pazos por el tío del Marqués, convence a éste para que se case con su prima Nucha, que vive en Santiago de Compostela con sus hermanas y su padre. Nucha es incapaz de dar al Marqués un hijo varón, lo que la hace extremadamente desdichada. Sabel lucha con todas sus fuerzas para que su hijo Perucho se convierta en el heredero del Marqués, ya que es su único hijo varón. Nucha morirá joven en los pazos tras una vida infeliz que comparte con Julian, su amigo y confidente. El entorno que se describe en Los Pazos es brutal, sólo apto para aquellos personajes que se presentan como animalizados, lo que les permite sobrevivir en una tierra bárbara y primitiva7: el Marqués de Ulloa, Primitivo, Perucho, Sabel. Del otro lado, están los que se salvan del proceso de animalización que la vida en los pazos conlleva: Nucha y Julián, finos, débiles, delicados y exquisitos, en los que la parte espiritual ha vencido8, pero que son incapaces de sobrevivir a las circunstancias que les rodean.

LA SITUACIÓN LABORAL Y SOCIAL DE LAS MUJERES EN EL SIGLO XIX Y SU REFLEJO EN AMBAS NOVELAS

Una de las grandes preocupaciones de Emilia Pardo Bazán a lo largo de su vida es el papel asignado a la mujer en la sociedad española de su época. Como decíamos al principio, Doña Emilia fue una mujer adelantada a su tiempo que trató de concienciar a la sociedad de la necesidad de cambiar la situación de las mujeres, haciendo de ellas seres libres y no meros instrumentos al servicio de sus esposos, hermanos o padres. El intento por acercarse a las mujeres la llevaría a crear en 1892 la colección “Biblioteca de la Mujer” en la que se incluirían, entre otros, la traducción al castellano de la obra de John Stuart Mill On the Subjection on Woman. No obstante, pronto se percató de que las cuestiones “universales” no eran del agrado de las españolas, por lo que decidió incluir en la colección dos recetarios de cocina española. En una carta remitida al Director de La voz de Galicia, Emilia Pardo Bazán hace referencia, no sin ironía, a su fracaso con la citada colección para mujeres y dice: “(…) ya que no es útil hablar de derechos y adelantos femeninos, (he resuelto) tratar gratamente de cómo se prepara el escabeche de perdices y la bizcochada de almendras”9.

6 Ver Osborne (1964), pp. 44.7 Véase Ayala (1997) en el Prólogo a la edición de Cátedra de Los Pazos de Ulloa.8 Véase Bravo-Villasante (1989).9 Bravo-Villasante (1973), pp. 285. Algunas de las pocas mujeres escritoras de la época tampoco apoyaron a la condesa en su lucha en defensa de los derechos de las mujeres, ya que consideraban que su

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La inquietud de Emilia Pardo Bazán por el rol que la sociedad había asignado a las mujeres aparece en muchas de sus obras. La mujer nueva que deseaba la condesa se caracteriza por tener independencia económica, lograda mediante un trabajo honrado, y por la igualdad social con el hombre, igualdad de educación, igualdad de oportunidades e igualdad en la moral10. La situación de la mujer en la España del siglo XIX en lo relativo a su alfabetización, su subordinación al hombre, y su escasa presencia en el mercado laboral justifica la preocupación de la condesa. Baste como ejemplo de lo primero que en 1869, el 86 por ciento de las mujeres eran analfabetas, frente al 64 por ciento de los hombres11. Por lo que respecta a la situación laboral, Los Pazos de Ulloa y La Tribuna ofrecen una clara visión de algunas de las actividades desempeñadas por las mujeres en el mundo rural y urbano decimonónico, que a continuación señalamos.

El ámbito rural de Los Pazos de Ulloa

Hasta su desarrollo industrial, España era un país agrario donde existían labores específicamente asignadas a las mujeres como la vendimia o la recogida de aceituna. En el norte del país se encargaban además de cuidar del ganado. En palabras de la propia Emilia Pardo Bazán: “…(las mujeres gallegas)…cavan, siembran, riegan y deshojan, baten el lino, lo tuercen, lo hilan, y lo tejen (…); ellas cargan (…) el saco repleto de centeno o maíz y lo llevan al molino (…); ellas apacentan el buey, y comprimen los gruesos ubres de la vaca para ordeñarla…marchan al mercado con la cesta en la cabeza para vender sus productos… esta mujer, que trabaja sin tregua, va a ser la criada y esclava de todos: del abuelo, del padre, del marido, del niño, de los animales que cuida…”12. De esta manera la autora da a conocer la dureza de la vida de las mujeres en las aldeas gallegas, trabajando de sol a sol y sin reconocimiento de su tarea.

En el mundo rural (y también en las ciudades, lógicamente) la presencia de las mujeres era patente asimismo en determinadas actividades como parteras, nodrizas y, sobre todo, en el servicio doméstico. La preponderancia de esta actividad queda claramente de manifiesto en el censo de Profesiones, Artes y Oficios de 1860, donde figuran 416.560 mujeres empleadas en el servicio doméstico frente a las 114.558 artesanas, 54.472 jornaleras y 54.455 mujeres industriales (López-Cordón Cortezo [1986], pp. 71)13.

Algunas de estas actividades laborales aparecen reflejadas en Los Pazos de Ulloa. Así, la hija del Marqués de Ulloa ha de ser amamantada por un ama de cría, dada la debilidad natural de su madre. El ama de cría elegida es la hija de un campesino arrendatario del Marqués. La escena en la que el Marqués habla con el médico sobre la cuestión de la nodriza pone de manifiesto que aún quedaba mucho de comportamiento feudal en la España de finales del XIX. Así, el médico que atiende a la Marquesa le confiesa a Julián, el sacerdote: “¿Cuándo se convencerán estos señoritos de que un casero no es un esclavo? Así andan las cosas de España: mucho de revolución, de libertad, de derechos individuales... ¡Y al fin, por todas partes la tiranía, el privilegio, el feudalismo! Porque, vamos a ver, ¿qué es esto sino reproducir los ominosos tiempos de la gleba y las iniquidades de la servidumbre? Que yo necesito tu hija, ¡zas!, pues contra tu voluntad te la cojo. Que me hace falta leche, una vaca humana, ¡zas!, si no quieres dar de mamar de grado a mi chiquillo, le darás por fuerza” (pp. 264).

Por otro lado, tenemos a Sabel, la criada del Marqués. Por ser la hija del mayordomo del Marqués, ha de ser la criada de éste; pero, además, la jerarquía social feudal aún dominante en la Galicia del siglo XIX, la obliga a ser también su amante. La figura de Sabel se contrapone

actitud era excesivamente atrevida y preferían un movimiento de liberalización de la mujer más suave y lento. Véase en este sentido Sánchez García (2001). 10 Véase Mayoral (2003), pp. 114.11 Véase Ballarín Domingo (2001), pp. 45-46.12 Véase Pardo Bazán (1900), pp. 123 y siguientes.13 El número de mujeres trabajadoras en aquella época era con certeza mucho mayor que el recogido en los censos. Como señala Sarasúa (2006), los censos no consideraban trabajo las actividades no remuneradas, excluían a gran parte de las trabajadoras sin contrato (aunque fueran asalariadas) y, además, muchas de las mujeres con contrato y trabajo remunerado se registraban como dedicadas a “sus labores” porque el trabajo fuera del hogar era considerado indecoroso.

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continuamente a la de Nucha, la esposa del Marqués, a lo largo de Los Pazos de Ulloa. Sabel es una mujer fuerte, una mujer de campo, acostumbrada a sobrevivir en un entorno hostil y brutal como es el de los pazos; a pesar de ser maltratada continuamente por el Marqués de Ulloa que la somete a todo tipo de humillaciones y vejaciones, es incapaz de rebelarse; su única ambición es que su hijo Perucho, aunque bastardo, herede la fortuna del Marqués al ser su único hijo varón, y en esta tarea pondrá todo su empeño. Nucha es la representante de la burguesía y es descrita como una mujer endeble y frágil, incapaz de darle un hijo varón a su marido y desgraciada por ello. Posee una esmerada educación burguesa y, como marcaban los cánones de la época, hace cuanto puede por satisfacer a su esposo. Ubicada en los pazos, Nucha se encuentra como un pez fuera del agua, lo que pone de manifiesto las enormes diferencias entre el mundo rural y el mundo urbano de la época.

A pesar de las diferencias entre ambas mujeres, Nucha está, al igual que Sabel, a merced de los deseos de su padre (que la entregó al Marqués) y de su esposo. En esta situación de subordinación al sexo masculino podían verse reflejadas la mayoría de sus contemporáneas, algo contra lo que Emilia Pardo Bazán se rebeló firmemente.

El ámbito urbano de La Tribuna : el trabajo en la Fábrica de Tabacos de La Coruña

España se incorporó tarde al proceso de industrialización, que se inició a mediados del siglo XIX, no consolidándose hasta principios del XX. La falta de una clase burguesa socialmente uniforme y el poder excesivo de los gremios que frenaban la libre iniciativa son dos de las causas esgrimidas para explicar este retraso, junto con los conflictos bélicos acontecidos entre 1808 y 1876 (Frutos [1985], pp. 34).

La presencia de las mujeres en la industria era escasa, si exceptuamos la industria textil y, sobre todo, la elaboración de tabaco, donde el número de mujeres trabajadoras superaba ampliamente al de los hombres. La incorporación de la mujer a las fábricas no fue fácil. El trabajo de la mujer en el siglo XIX estaba mal considerado socialmente, sobre todo en el caso de las mujeres casadas, ya que contradecía los papeles asignados al hombre y a la mujer en la sociedad. A esto se añadía, en el caso de las trabajadoras de las fábricas, que los obreros consideraban que su contratación causaba el despido de los mismos y la reducción de sus salarios.

Así pues, la llegada de la mujer a las fábricas se produjo no sólo con la desaprobación de los sectores próximos a la Iglesia, sino también, inicialmente, de los propios obreros. Estos tenían miedo de ser desplazados por las mujeres, que constituían, junto con los niños, una mano de obra más barata. Un ejemplo de esta hostilidad fue la movilización de los trabajadores textiles de Igualada en 1868 para denunciar el empleo de las mujeres en las fábricas del pueblo14. Con esta movilización consiguieron que los empresarios aceptaran el despido masivo de las mujeres una semana después. También la revista anarquista Acracia argumentaba que convenía a los intereses económicos del obrero que la mujer se quedase en casa ocupada de las labores domésticas (ver Nash [1993]). En cambio, en la revista El Socialista, en junio de 1888, podía leerse que, si bien era cierta la disminución del sueldo del obrero desde que las mujeres y los niños se habían incorporado al proceso productivo, “no hay más remedio positivo que atraer a la obrera a las filas societarias y reclamar para ellas el mismo salario que para el trabajador…el trabajo la coloca en condiciones, la proporciona medios para no estar supeditada a la voluntad del hombre…” (Cabrera Pérez [2005], pp. 32).

La mayor parte de La Tribuna está ambientada en la fábrica de tabacos de La Coruña. Dicha fábrica se abrió en 1804, aunque otros autores apuntan la fecha de 1809, en los locales que previamente ocupaban los correos marítimos de América. Un puerto con importante tráfico comercial y la disponibilidad de terrenos por parte de la Hacienda real son algunos de los factores que influyeron en que La Coruña fuera la ciudad elegida (ver Alonso Álvarez [2001]).

La elaboración de tabaco es la única industria que a lo largo del siglo XIX incorporó a un mayor número de mujeres que de hombres. El aumento de la demanda de tabaco de humo en

14 El peso de las mujeres trabajadoras en el sector textil en Cataluña era bastante importante. En 1839 existían en Cataluña 117.487 operarios en las fábricas de los cuales 45.210 eran mujeres y 10.291, niños (véase Izard [1973], pp. 67).

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detrimento del polvo condujo a que las distintas fábricas de tabaco contrataran un gran número de trabajadoras, ya que mientras que para la elaboración del polvo se requería fuerza física, para torcer y liar el tabaco se necesitaba sobre todo destreza (véase Gárate Ojanguren [2006]). Del elevado porcentaje de mujeres empleadas en las fábricas de tabaco dan fe los siguientes datos: las cuatro mayores fábricas en 1895 en cuanto a trabajadores se refiere, esto es, Sevilla, Madrid, Alicante y La Coruña, empleaban a 5.331, 4.586, 4.405 y 3.409 mujeres, respectivamente (véase Comín Comín y Martín Aceña [1999], pp. 332-333), lo que suponía más del noventa por ciento de sus plantillas. Las mujeres eran las encargadas de elaborar los cigarros y cigarrillos, mientras que de la picadura del tabaco se ocupaban, en general, los hombres.

En el momento de publicarse La Tribuna, la organización de la mano de obra en las fábricas de tabaco en nuestro país respondía al modelo artesanal; la elaboración de los cigarros y cigarrillos era manual. Este oficio era prácticamente hereditario (la madre de Amparo era cigarrera) y las madres transmitían a las hijas el aprendizaje de las labores. Con ello se aseguraba la lealtad de las trabajadoras a su puesto de trabajo: si abandonaban la fábrica sus hijas perdían la prioridad para incorporarse como aprendizas. Las operarias tenían un horario flexible, la retribución era a destajo y trabajaban en grupos.

Ese modelo artesanal, previo a la mecanización de las tareas, permitía aún separar el “tiempo de vida” del “tiempo de trabajo”. El tiempo de trabajo todavía no estaba sometido a la disciplina estricta que determina la máquina, por lo que la fábrica es un lugar donde se trabaja, pero también donde se establecen relaciones sociales; aún es posible en muchos momentos la charla distendida entre las compañeras de la fábrica15. La sociedad que se describe en La Tribuna puede considerarse en este sentido precapitalista (ver Durán Vázquez [2007]), aunque ya se observan indicios de cambio hacia el nuevo sistema productivo. En la novela, las trabajadoras de más edad recomiendan a las más jóvenes que corten más anchas las capas del tabaco para que el cigarro tenga mejor forma. Pero las jóvenes prefieren cortarlas más estrechas, para terminar antes de enrollar los cigarros y ganar así más dinero. La búsqueda de la rentabilidad, propio de las sociedades industrializadas, empieza a sustituir al deseo del trabajo bien hecho, fruto del dominio del oficio y del prestigio de quien lo desempeña, característico de las sociedades preindustriales.

Pese a las duras condiciones de trabajo, a las que nos referimos más adelante, las cigarreras constituían, por encima de las obreras de las fábricas textiles, la “élite” de las mujeres trabajadoras. Eran las únicas mujeres que ganaban un salario que, aunque inferior al de los hombres, les permitía conseguir un cierto grado de independencia, al menos a las más jóvenes y solteras16. A este respecto, en La Tribuna (pp. 95) leemos: “otra causa para que Amparo se reconciliase del todo con la fábrica fue el hallarse en cierto modo emancipada y fuera de la patria potestad desde su ingreso. Es verdad que daba a sus padres algo de las ganancias, pero reservándose buena parte; y como la labor era a destajo en las yemas de los dedos tenía el medio de acrecentar sus rentas, sin que nadie pudiese averiguar si cobraba ocho o cobraba diez”. Esa cierta independencia económica le permite a Amparo rechazar a Chinto, un muchacho que había trabajado con su padre haciendo barquillos, cuando le pide matrimonio. Y esa independencia también le permite espetarle a Baltasar Sobrado, cuando éste la abandona por su condición social: “¿tienes algo que echarme en cara? ¿No me gano yo la vida trabajando honradamente, sin pedírtelo a ti ni a nadie?” (pp. 234). No olvidemos que Emilia Pardo Bazán consideraba que la mujer no podría ser libre mientras dependiera económicamente de otra persona, por lo que el trabajo remunerado era fundamental para su liberación.

Peor sin duda era la situación de las mujeres que trabajaban en su domicilio. En las ciudades, muchas mujeres ejercían de bordadoras, costureras, etc., cobrando un salario inferior a

15 No por supuesto en los talleres de picadura, mecanizados, donde trabajaban los hombres. Las cigarreras dejaron de controlar su tiempo de trabajo cuando empezaron a mecanizarse las labores que ellas realizaban, lo que le llevó bastante tiempo a la Compañía Arrendataria de Tabacos debido la oposición inicial de las trabajadoras.16 El hecho de que el salario de las cigarreras fuera superior al de otros trabajos realizados típicamente por mujeres en aquella época ha sido señalado como una de las razones que provocó su escaso asociacionismo inicial. Véase en este sentido Bobadilla Pérez (2001).

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las obreras y sujetas a jornadas laborables interminables, impuestas por ellas mismas para garantizarse una subsistencia mínima. En La Tribuna, Carmela, una de las mejores amigas de Amparo, trabaja en casa haciendo encajes. Cuando reúne por fin la dote para meterse a monja, al resultar premiado un boleto de lotería comprado con el dinero extra sacado de unas puntillas, exclama: “….¡cuántas lagrimitas tengo lloradas aquí sin que nadie me viese! (…) Es mejor hacer pitillos que encajes, chica. ¡Fumar, siempre fuma la gente; pero los encajes en invierno…es como vivir de coser telarañas!” (pp. 204)17.

LA SENSIBILIDAD DE LA CONDESA HACIA LA CONDICIÓN DE LA CLASE OBRERA

Emilia Pardo Bazán era una mujer sensible a la que le preocupaban los problemas de las clases menos acomodadas. Nos hemos referido con anterioridad a cómo en Los Pazos de Ulloa la autora refleja el régimen casi feudal al que estaban sometidos los trabajadores del campo gallego. Tampoco en La Tribuna escatima palabras al describir las duras condiciones de trabajo y de vida de la población más desfavorecida de La Coruña, en particular de los trabajadores de la fábrica de tabacos, un infierno al que se referiría pocos años después en sus Apuntes autobiográficos en estos términos: “el verdadero infierno social a que puede bajar el novelista, Dante moderno que escribe cantos de la comedia humana, es la fábrica, y el más condenado de los condenados, ese ser convertido en rueda, en cilindro, en autómata”18.

Las condiciones higiénicas y de salubridad en las fábricas de tabacos eran pésimas antes del arriendo de la Compañía Arrendataria de Tabacos en 188719. Estas condiciones quedan claramente reflejadas en numerosos párrafos de La Tribuna. La atmósfera era irrespirable “saturada del olor ingrato y herbáceo del virginia humedecido… mezclado con las emanaciones de tanto cuerpo humano y con el fétido vaho de las letrinas próximas” (pp. 93-94), y el calor agobiante: “en el curso de las horas de sol… la atmósfera se cargaba de asfixiantes vapores... Penetrantes efluvios de nicotina subían de los serones llenos de seca y prensada hoja…; a veces una cabeza caía inerte sobre la tabla de liar…” (pp. 107). Las condiciones de trabajo eran aún más duras en los talleres donde se picaba el tabaco, labor ésta desempeñada básicamente por hombres. Cuando Amparo baja al taller al que va a incorporarse Chinto leemos: “(la picadura de tabaco) requería gran agilidad y tino, porque era fácil que, al caer la cuchilla, segase los dedos o la mano que encontrara a su alcance. Como se trabajaba a destajo, los picadores no se daban punto de reposo…” (pp. 166).

Las operarias empezaban a trabajar desde muy niñas: “… a su lado, encaramada sobre su almohadón, había una aprendiza, niña de ocho años, que con sus deditos amorcillados y torpes apenas lograba en una hora liar media docena de papeles” (pp. 117) y cuando perdían habilidad, medio ciegas ya, eran destinadas a los talleres de desvenado, cobrando menores salarios: “en el taller del desvenado daba frío ver (…) muchas mujeres, viejas la mayor parte, hundidas hasta la cintura en montones de hoja de tabaco, que revolvían con sus manos trémulas, separando la vena de la hoja…” (pp. 164-165).

17 De las jornadas maratonianas de trabajo, que acababan por dejar casi ciegas a las costureras a fuerza de coser a oscuras (la tía de Carmela es un ejemplo de ello), da muestra la respuesta de Carmela cuando Amparo le pregunta si no se sentirá presa entre las cuatro paredes del convento: “…Bien presa vivo yo desde que acuerdo… Siquiera los conventos tienen huerta, y vería una árboles y verduras que le alegrasen el corazón” (pp. 144).18 Los Apuntes autobiográficos se encuentran en el prólogo de Los Pazos de Ulloa. Véase Pardo Bazán (1973).19 Tras el arriendo, la Compañía acometió obras de acondicionamiento en las fábricas para mejorar la seguridad e higiene de los trabajadores, estableció la existencia de servicios médicos y llevó a cabo campañas de vacunación. Un riguroso estudio de las distintas etapas históricas de la industria del tabaco en nuestro país puede verse en Comín Comín y Martín Aceña (1999).

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La Tribuna es considerada la primera novela española de protagonismo obrero20. El tema de las clases más desfavorecidas había alcanzado bastante auge dentro de la novela-folletín entre 1848 y 1868, contribuyendo a la creación de una conciencia social en aquella época. Los autores de esos escritos eran en realidad políticos y escritores que representaban a los partidos más progresistas y que veían en los mismos, dada la gran circulación que tenían, el medio de difundir entre el pueblo las ideas de la revolución y la llegada de la democracia21. Sin embargo, esas novelas de “género menor” desaparecieron con la Restauración, que se encargaría de silenciar y reprimir el movimiento obrero. También los novelistas más prestigiosos de la época dejaron de lado la realidad obrera; de ahí el interés, por excepción a la norma, de La Tribuna. Pérez Minik (1957, pp. 111), en su estudio sobre los novelistas españoles de los siglos XIX y XX, señala que “es el primer libro español en que el obrero, en su condición de tal y hasta como clase social, hace su aparición dentro de un cuadro ausente de todo pintoresquismo y sujeto a una estricta y severa realidad”. En los mismos términos se pronuncia Fuentes (1971, pp. 90) al escribir que “con La Tribuna, la vida de la clase obrera se refleja por primera vez en nuestras letras, tal como era en la realidad”.

En la novela queda patente el ambiente de miseria y de explotación en que viven los trabajadores. La precisión de la descripción naturalista nos ofrece fotografías de las pobres y antihigiénicas viviendas del obrero y de las calles sucias en las que viven pescadores, cigarreras y niños con enfermedades hereditarias o adquiridas por el hambre. Sin embargo, a pesar de este protagonismo obrero, diversos autores cuestionan que La Tribuna sea, en sentido estricto, una novela social. Gullón (1976, pp. 44) considera que se trata de una novela social “frustrada”. En su opinión, la escritora gallega observa la diferencia entre las clases sociales y la tremenda injusticia -la presencia de una clase obrera, que vive y trabaja en condiciones penosas y una clase alta, que disfruta de una vida de riqueza y ocio- pero se preocupa más por el retrato de los personajes -Baltasar no se puede casar con Amparo, porque ésta pertenece a una clase no admitida en la sociedad burguesa- que por el conflicto entre la pobreza y la riqueza. A la autora le falta colocar a la colectividad en el primer plano y lograr así que las diferencias sociales de los personajes determinen la trama, algo que en la novela ocurre sólo a ratos. También Bobadilla Pérez (2001) opina que la novela no cuestiona el orden social. Es más, puede pensarse que la autora gallega “castiga” al personaje de Amparo, le “quita virtudes”, cuando ésta aspira a ascender a una posición social que no es la suya al iniciar su relación con Baltasar. Cuando Amparo empieza a salir con él cambia por completo, se vuelve una mujer coqueta y superficial y abandona la lucha política. Sólo una vez que Amparo es abandonada, embarazada, vuelve a implicarse con más vehemencia aún que antes en la defensa de la república federal. Es entonces cuando sus compañeras de fábrica celebran que han recuperado a “la tribuna”, que ha vuelto al espacio del que no debería haber tratado de salir.

Las terribles condiciones de los trabajadores en el siglo XIX, de las que se obtienen claros testimonios en La Tribuna y en Los Pazos de Ulloa dejan a la luz que España era un país carente de justicia social. La mayor parte de los asalariados estaban sujetos a unas condiciones extremas de trabajo, en cuanto a los salarios que cobraban y las jornadas que realizaban, por no hablar de la explotación de la mano de obra infantil y de las mujeres 22; de igual modo sus

20 No olvidemos la influencia de Zola en la literatura de la condesa y en L’assommoir (1877) el escritor francés sitúa la vida de la clase obrera en París como tema central de la trama. En sus Apuntes autobiográficos Emilia Pardo Bazán se refiere a la impresión que le causó su lectura de este modo: “leí una vez, dos y tres la novela, subyugada por el vigor y la exactitud de los caracteres, la maciza y admirable arquitectura del estudio”.21 Véase Fuentes (1971).22 La regulación de las condiciones de trabajo en las fábricas fue un proceso lento y, en muchos casos, cayó en saco roto. Así, un primer intento en forma de proyecto de ley llevado a cabo en 1855 por el Ministro de Fomento Manuel Alonso Martínez no vio la luz finalmente. Habría que esperar hasta julio de 1873 para que se aprobara la primera ley destinada a mejorar las condiciones de los trabajadores. Esta ley, conocida como ley Benot, el nombre del ministro de Fomento de la Primera República, marca el inicio de la legislación laboral en nuestro país. Prohibía, entre otras cosas, el trabajo en las fábricas, talleres y minas a los niños menores de diez años, y establecía límites a la jornada de los menores de quince años y las menores de diecisiete. Sin embargo, pese a que para vigilar el cumplimiento de dicha ley en la misma se creaban unos órganos de inspección laboral, los Jurados Mixtos, en la práctica fue incumplida

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condiciones de vida eran muy duras, en viviendas insalubres, sin acceso a la educación y castigados por el hambre.

En este contexto de ausencia de justicia social, gran parte del pueblo depositó sus esperanzas en la Revolución de 1868 y, posteriormente, en la llegada de la República. Y si bien es cierto que Emilia Pardo Bazán fue una mujer sensible a los problemas de las clases menos acomodadas, no es menos cierto que, aristócrata y muy vinculada al régimen canovista, sentía con respecto al movimiento obrero las mismas reservas que los otros novelistas de la Restauración23. Como señalamos a continuación, desconfiaba firmemente de que los “aires revolucionarios” en los que estaba inmerso nuestro país en aquel momento sirvieran para el progreso de la sociedad española.

LOS CAMBIOS POLÍTICOS COMO ESPERANZA PARA SUBSANAR LA INJUSTICIA ECONÓMICA: LA POSICIÓN DE DOÑA EMILIA

El deterioro del sistema político, una grave crisis financiera e industrial, y un periodo de escasez de alimentos entre la población conducen a un pronunciamiento civil y militar en septiembre de 1868, que acaba con la monarquía de Isabel II. El poder es asumido inicialmente por las llamadas Juntas Revolucionarias que demandan la instauración de un régimen democrático con sufragio universal, libertad de asociación y de culto, así como amplias medidas de reformas sociales. Una vez que la revolución triunfa en las distintas ciudades, el gobierno provisional, con Prim y Serrano a la cabeza, disuelve las Juntas y, puesto que la constitución de 1869 establece como forma de gobierno una monarquía constitucional, poco después las Cortes eligen a Amadeo de Saboya como nuevo rey de España.

Parte del pueblo que había depositado en “la Gloriosa” sus esperanzas para mejorar su situación económica y social, se sintió defraudado al considerar que dicha Revolución no había sido tanto una sublevación de los partidos más progresistas para defender a las clases más desfavorecidas, como un pacto entre diversas fuerzas políticas para favorecer un cambio de régimen que protegiera sus propios intereses financieros24, ya que la caída en Bolsa de las empresas ferroviarias estaba mermando seriamente los capitales de bastantes políticos que habían invertido su fortuna en el negocio del ferrocarril. De hecho, una vez que la Revolución hubo triunfado, el Gobierno provisional se apresuró a demandar “sensatez”, a que se conservara el orden y se respetara la propiedad, y a disolver las Juntas revolucionarias, con lo que se restablecía el orden político y también el económico. La cotización en Bolsa de las compañías ferroviarias españolas se había recuperado y todo parecía regresar a la normalidad previa a la Revolución (ver Fontana [1973], pp. 123 y siguientes).

El siguiente paso entre gran parte de la población menos acomodada fue confiar en que la llegada de la república instaurase la justicia social y económica. En las páginas de La Tribuna encontramos una valiosa información sobre el proceso de creciente conciencia revolucionaria del proletariado, algo que podemos agradecerle al método documental característico del naturalismo, que llevó a Emilia Pardo Bazán a investigar en los periódicos revolucionarios de la época para recrear el clima de intenso activismo republicano-federal que vivió La Coruña desde “la Gloriosa” hasta la proclamación de la Primera República en febrero de 187325. En la novela observamos cómo Amparo, mediante la lectura de los periódicos a sus compañeras de la fábrica de tabacos, les transmite el entusiasmo, que en ella misma se iba acrecentando, por el ideal

sistemáticamente. Cuando en 1883 se crea la Comisión de Reformas Sociales, destinada a mejorar el bienestar de las clases obreras y a regular las relaciones entre el capital y el trabajo, una de las tareas que se le asignaron fue elaborar un cuestionario para recabar información sobre la situación real social y económica de los trabajadores. Las respuestas a la pregunta “¿se ha cumplido en todo o en parte la ley de 24 de julio de 1873?” dejaron claramente de manifiesto ese incumplimiento. 23 Véase Fuentes (1971).24 Véase Durán Vázquez (2007).25 Un análisis del destacable papel que desempeñó el republicanismo federal entre la clase obrera gallega puede verse en Moreno González (1980).

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revolucionario. Al referirse a los delegados de Cantabria, llegados a Marineda para firmar la unión con los republicanos locales, la protagonista comenta: “… quisiera yo que estuviesen allí los que creen que la federal trae desgracias y belenes…el viejo no habló…sino de que nos quisiéramos mucho los republicanos, porque ya todo ha de ser concordia entre los hombres… el otro…predicó mucho de nuestros derechos…y de que las clases trabajadoras, si se unen, pueden con las demás… allí se cantaba clarito lo que somos: paz, libertad, trabajo, honradez y la cara y las manos muy limpias” (pp. 140-141). Asimismo, la narradora escribe: “… en sus labios (los de Amparo), la república federal no fue tan solo la mejor forma de gobierno, época ideal de libertad, paz y fraternidad humana, sino periodo de vindicta, plazo señalado por la justicia del cielo, reivindicación largo tiempo esperada por el pueblo oprimido...Una aura socialista palpitó en sus palabras, que estremecieron la fábrica toda…” (pp. 238-239).

Observamos también las reivindicaciones de las obreras, que preparan un motín cansadas de que el Estado se retrasara en el pago del trabajo que se les debía en la fábrica y convencidas de que a “los pícaros ministros” no les importaba que ellas y sus familias se muriesen de hambre: “… ¿hizo Dios dos castas de hombres, por si acaso, una de pobres y otra de ricos?…¿Qué justicia es ésta? Unos trabajan la tierra, otros comen el trigo… no es ley de Dios esa desigualdad y esa diferencia de unos zampar y ayunar otros. Lo que es yo, mañana, o me pagan o no entro al trabajo” (pp. 239 y 241).

Sin embargo, el modo en que está narrada La Tribuna se aleja de los cánones naturalistas en cuanto a que Emilia Pardo Bazán no actúa como un narrador objetivo que se mantiene al margen de la trama. En el prólogo de la novela la autora gallega señala que al escribirla sólo aspiraba inicialmente a retratar a una capa social, la obrera, pero que “se le presentó por añadidura la moraleja, y habría sido tan sistemático rechazarla como haberla buscado”. Esa moraleja se traduce en que las ideas revolucionarias no le han servido a la protagonista para progresar; en palabras de la escritora: “es absurdo el que un pueblo cifre sus esperanzas de redención y ventura en formas de gobierno que desconoce, y a las cuales por lo mismo atribuye prodigiosas virtudes y maravillosos efectos”26.

Doña Emilia no era partidaria del socialismo como fórmula para mejorar el bienestar social, y por ello se oponía también a la república federal, pues el federalismo compartió inicialmente las ideas de la revolución social27. Ella confiaba únicamente en la capacidad de los individuos como motor del desarrollo económico y social, idea propia del liberalismo en el que militó y se educó (“la sangre que afluye por su genealogía es, sin excepción alguna, sangre afrancesada y liberal”, Barreiro Fernández [1993], pp.19).

De forma que en esta novela se produce una cierta contradicción, pues la observación directa y el afán documentalista que distinguen al naturalismo la obligan a reflejar con fidelidad la vida y las aspiraciones de la clase obrera pero, al mismo tiempo, su ideología política, contraria al republicanismo, le hace “interferir en la acción, moralizar y tratar de sugerir al lector lo que debe pensar de la acción y de los personajes”28. Para ello, Emilia Pardo Bazán presenta esa fiebre revolucionaria de la novela cargada de ironía29. Por ejemplo, al referirse a Amparo la escritora escribe: “la fe virgen con que creía en la prensa era inquebrantable, porque le sucedía con el periódico lo que a los aldeanos con los aparatos telegráficos… lo que en el periódico faltaba de sinceridad, sobraba en Amparo de crédulo asentimiento” (pp. 106).

26 Pocos años después, en los Apuntes autobiográficos, la condesa explica cómo surgió la idea de escribir la novela, al evocar la salida de las obreras de la Fábrica de Tabacos de La Coruña: “Un día recordé que aquellas mujeres, morenas, fuertes, de aire resuelto, habían sido las más ardientes sectarias de la idea federal en los años revolucionarios, y pareciome curioso estudiar el desarrollo de una creencia política en un cerebro de hembra, a la vez católica y demagoga, sencilla por naturaleza y empujada al mal por la fatalidad de la vida fabril. De este pensamiento nació mi tercera novela, La Tribuna” (Pardo Bazán [1973], pp. 725).27 Al menos hasta 1870, año en que la Internacional decidió distanciarse de la burguesía republicana y presentar sus opciones revolucionarias sin apoyo de ningún otro partido (Barreiro Fernández [1993], pp.28 y 29).28 Gullón (1976), pp. 58. 29 Hay que tener en cuenta, además, que escribe la novela con posterioridad a los hechos que relata, por lo que ya conocía, lógicamente, cómo había terminado la República.

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Parece así que la escritora se empeña en evitar que consideremos a “la tribuna del pueblo” como una mujer con capacidad de raciocinio y discernimiento, para lo que tiende a caricaturizarla30. Sin embargo, probablemente sería injusto no reconocer que doña Emilia siente cierta “simpatía” por Amparo: aunque pretende desvalorizarla por defender una ideología que no comparte, como feminista que era siente cierta admiración por ella, por su deseo de emancipación económica y por su valentía al centralizar las reivindicaciones de sus compañeras.

La condesa de Pardo Bazán tampoco aceptaba el democraticismo del modelo republicano y llegó a criticarlo duramente. “Era monárquica ciento por ciento, y a veces se mofaba cruelmente de las ideas democráticas y del sufragio universal, como en algunos pasajes de Al pie de la Torre Eiffel. El hecho es que sencillamente no creía que las masas poseyeran la habilidad de gobernarse”31. En cuanto se disipó la revolución y se estableció la Restauración con la llegada al trono de Alfonso XII en 1875, doña Emilia la acató con entusiasmo.

Con el sistema diseñado por Cánovas del Castillo para asegurar la alternancia pacífica en el gobierno de su partido y el de Sagasta, el partido en el poder no era el resultado de la voluntad de los electores sino de la voluntad de los dirigentes, que lo habían acordado previamente. La soberanía estaba compartida entre el rey y las Cortes, de manera que el monarca tenía la facultad de designar Gobierno sin elecciones previas. Una vez constituido éste se procedía a la realización de las elecciones, en las que sólo participaban los mayores contribuyentes (es el llamado sufragio censitario), cuya única función era ratificar la decisión tomada por el rey. Así se introdujo el caciquismo político en España, sobre todo en el ámbito rural, pues era necesario controlar las elecciones para que el resultado de las mismas no contradijera la decisión del monarca.

En Los Pazos de Ulloa Emilia Pardo Bazán muestra la jerarquía caciquil y su funcionamiento. El Marqués se presenta como candidato a diputado por los conservadores y fracasa en su intento por no encontrar apoyo en uno de los grandes caciques y por el juego sucio de otros caciques “menores”, Barbacana y Trampeta. Ambos se encargan de comprar votos para que las elecciones lleven a los resultados que desean, bien con favores económicos o mediante amenazas o coacciones. Y si no logran los resultados esperados recurren al pucherazo electoral, cambiando las urnas en el momento del recuento de los votos. Sin embargo, la condesa de Pardo Bazán, cómoda en el sistema restauracionista, limitó su crítica del caciquismo a “la corteza más grosera” del mismo (Barreiro Fernández [2003], pp. 30). Criticó el papel desempeñado por los pequeños caciques de aldea, pero no la “esencia” del caciquismo, pues eso le supondría cuestionar a su admirado Cánovas32 y el papel desempeñado por la monarquía en el sistema elegido para la alternancia en el gobierno de los dos grandes partidos de la época33.

CONCLUSIONES

La denuncia del papel asignado por la sociedad a las mujeres de su época fue una constante a lo largo de la vida de Emilia Pardo Bazán; la condesa consideraba que eran las propias mujeres las que debían luchar por su liberación, algo que en su opinión pasaba por el acceso a una educación de calidad y a un trabajo remunerado. Estas reivindicaciones, sin embargo, se toparon con la indiferencia de gran parte de sus contemporáneas que, arrastradas por la inercia, consideraban demasiado atrevidas las propuestas de la autora gallega. Desanimada, en una entrevista concedida a José María Carretero, El Caballero Audaz, la

30 Véase Goldman (2006). 31 Véase Osborne (1964), pp. 46-4732 En la primera redacción, inédita, de sus Apuntes autobiográficos, Emilia Pardo Bazán se refiere a este político como “nuestro primer hombre de Estado”. En la edición publicada sustituye este juicio de valor por, simplemente, “Cánovas del Castillo” (véase Freire López [2001]).33 Tras la muerte de Alfonso XII, durante la regencia de María Cristina, la restitución del sufragio universal para los varones mayores de veinticinco años reduciría en parte esos “vicios electorales”.

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condesa de Pardo Bazán comentaba: “tengo la evidencia de que si se hiciese un plebiscito para decidir ahorcarme o no, la mayoría de las mujeres españolas votarían que ¡sí!”34.

Esta posición claramente progresista en cuanto a la defensa de los derechos de la mujer se contrapone a sus manifiestas reservas en lo que al movimiento obrero y la revolución social, que se gestaba en el último tercio del siglo XIX en nuestro país, se refiere. En La Tribuna y en Los Pazos de Ulloa se retratan con detalle, respectivamente, las pésimas condiciones de vida de los trabajadores en la incipiente industrialización y la persistencia del sistema semifeudal en el campo gallego y, en este sentido, su valía como fuente de información sobre la situación económica y social de la época es indiscutible. Sin embargo, Emilia Pardo Bazán no parece cuestionar en ellas el orden social establecido.

Sin negar el mérito que supone abordar por primera vez el tema obrero en la novela española con La Tribuna, ni el que una aristócrata muestre sensibilidad ante las condiciones de vida y de trabajo de las clases más desfavorecidas y llegue a referirse a la fábrica como “el infierno social”, lo cierto es que las ideas políticas de doña Emilia estaban condicionadas por su posición económica y social, y en ese contexto deben entenderse. Crítica con los ideales de la revolución, contraria al socialismo y al democraticismo del sistema republicano, tanto su corazón como sus intereses se ubicaron con comodidad en el sistema restauracionista diseñado por su admirado Cánovas del Castillo.

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34 Véase El Caballero Audaz (1943), pp. 273.

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