DIRECCIÓN CIENTÍFICA
Jorge Morín de Pablos
DISEÑO Y MAQUETACIÓN
Auditores de Energía y Medio Ambiente, S.A.
Coordinación técnica y diseño gráfi co: Jorge Morín de Pablos y Esperanza de Coig-O´Donnell.
Maquetación: Esperanza de Coig-O´Donnell.
Impresión y encuadernación:
EDITA
Auditores de Energía y Medio Ambiente S.A.
ISBN: 978-84-942592-5-8
Depósito Legal: M-22648-2014
Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida en cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico,
incluido fotocopias, grabación o por cualquier sistema de almacenamiento de información sin el previo permiso escrito de los autores.
cCréditos
Coordinación general: Jorge Morín de Pablos.
Secretaría científi ca: Esperanza de Coig-O´Donnell Magro.
COORDINADORES CIENTÍFICOS DE ÁREA
Prehistoriay Protohistoria: Dionisio Urbina Martínez.
Mundo Romano: Jorge Morín de Pablos.
Antigüedad tardía: Isabel M. Sánchez Ramos.
Mundo Andalusí y Edad Media: Antonio Malalana Ureña.
COLABORADORES
Geoarqueología: Fernando Tapias Gómez.
Prehistoria Antigua: Mario López Recio.
Prehistoria Reciente: Germán López López.
Protohistoria: Catalina Urquijo Álvarez de Toledo.
Mundo Romano: Rui Roberto de Almeida.
Antiguedad Tardía y Alta Edad Media: Rafael Barroso Cabrera.
Militaria: Antxoka Martínez Velasco.
Hidráulica de la Antigüedad: Jesús Carrobles Santos.
Zooarqueología: José Yravedra Sainz de los Terreros y Verónica Estaca Gómez
Palinología, Carpología y Antracología: Manuel Casas Gallego.
Morteros: Pablo Guerra García.
AUDITORES DE ENERGÍA Y MEDIO AMBIENTE S.A.
DIRECCIÓN PROSPECCIONES ARQUEOLÓGICAS
Conducción Principal: Marta Escolà Martínez y Francisco José López Fraile.
Préstamo de El Esplegar: José Manuel Illán Illán y Francisco José López Fraile.
DIRECCIÓN SONDEOS ARQUEOLÓGICOS
La Quebrada: Dionisio Urbina Martínez.
La Peña I-II: Laura Benito Díez y Francisco José López Fraile.
Rasero de Luján: Ernesto Agustí García.
Casas de Luján II: Raúl Luis Pereira y Rocío Víctores de Frutos.
Pinilla I - Los Vallejos: Ana Ibarra Jímenez.
Arroyo Valdespino: Laura Benito Díez y José Manuel Curado Morales.
DIRECCIÓN CONTROL ARQUEOLÓGICO DE LOS MOVIMIENTOS DE TIERRAS
Marta Escolà Martínez, Antxoka Martínez Velasco, Marta Muñiz Pérez, Raúl da
Silva Pereira, José Antonio Gómez Gandullo, Rebeca Gandul García, Ivan González
García, Alfredo Rodríguez Rodríguez, Gonzalo Saínz Tabuenca.
DIRECCIÓN EXCAVACIONES ARQUEOLÓGICAS
El Esplegar: José Manuel Illán Illán y Francisco José López Fraile.
La Quebrada II: Jorge Morín de Pablos y Laura Benito Díez.
La Quebrada III: Jorge Morín de Pablos y José Manuel Illán Illán.
Madrigueras II: Jorge Morín de Pablos y Dionisio Urbina Martínez.
La Peña I: Jorge Morín de Pablos y Laura Benito Díez.
La Peña II: Francisco José López Fraile y Rui Roberto de Almeida.
Llanos de Pinilla: Jorge Morín de Pablos y José Manuel Illán Illán.
Los Vallejos: Jorge Morín de Pablos y Pablo Guerra García.
Los Vallejos II: Marta Escolà Martínez, Gonzalo Sainz Tabuenca e Iván González García.
Los Vallejos III: Marta Escolá Martínez.
La Excavación - Los Mausoleos: Jorge Morín de Pablos y Ernesto Agustí García.
Las Lagunas I-II: Jorge Morín de Pablos y José Manuel Illán Illán.
Casas de Luján I: Jorge Morín de Pablos y Dionisio Urbina Martínez.
Casas de Luján II: Jorge Morín de Pablos y Ernesto Agustí García.
Rasero de Luján: Jorge Morín de Pablos y Ernesto Agustí García.
Rasero de Luján II: Marta Escolà Martínez, Gonzalo Saínz Tabuenca e Iván González García.
Ermita de Magaceda II: Jorge Morín de Pablos y Dionisio Urbina Martínez.
Villajos Norte: José Antonio Gómez Gandullo y Javier Pérez San Martín.
Villajos: Javier Pérez San Martín y Ana Ibarra Jiménez.
Pozo Sevilla: Jorge Morín de Pablos y Marta Escolà Martínez.
Arroyo Valdespino: José Manuel Curado Morales.
METODOLOGÍA ARQUEOLÓGICA: PROSPECCIÓN, EXCAVACIÓN,
INVESTIGACIÓN, DIFUSIÓN Y DIVULGACIÓN 13
EL TERRITORIO. DE LA PREHISTORIA A LA EDAD MEDIA 51
PREHISTORIA ANTIGUA 53
Los primeros Pobladores
PREHISTORIA RECIENTE 54
Los primeros asentamientos humanos
LA EDAD DEL HIERRO 59
El mundo indígena
LA ÉPOCA ROMANA 61
La presencia de Roma
LA ÉPOCA TARDOANTIGUA Y VISIGODA 64
La cristianización del Territorio
LA ÉPOCA ANDALUSÍ 70
La articulación del territorio hispanomusulmán en la cuenca
del rio Cigüela (Provincias de Cuenca y Ciudad Real)
LOS REINOS CRISTIANOS 76
La repoblación temprana de la cuenca del Cigüela
(Provincias de Cuenca y Ciudad Real)
iÍndice
Los Yacimientos GEOARQUEOLOGÍA 89
El Valle del Cigüela
LAS OCUPACIONES HUMANAS EN LA VEGA DEL VALDEJUDÍOS 99
EL ESPLEGAR 105
Nuevos datos para el conocimiento de la Edad del
Bronce en la submeseta sur. Carrascosa del Campo.
III-II milenio B.P.
MADRIGUERAS II 121
Un vicus en el territorio segobricense.
Carrascosa del Campo, siglos V a.c. al V d.C.
LA QUEBRADA III 141
Nuevos datos para el estudio del poblamiento de
la Prehistoria Reciente en el entorno del arroyo del
Valdejudíos. Carrascosa del Campo. III al I milenio B.P.
LA QUEBRADA II 159
Una granja hispanomusulmana en la vega del
Valdejudíos. Carrascosa del Campo. Siglos IX-XI
LA QUEBRADA II 175
Un asentamiento hispanovisigodo en la vega del
Valdejudíos. Carrascosa del Campo. Siglos VI-VIII d.C.
LAS OCUPACIONES HUMANAS EN EL
TERRITORIO DE SEGÓBRIGA 197
LA PEÑA I 207
El sistema hidráulico de abastecimiento de aguas
a la ciudad de Segóbriga. Carrascosa del Campo y
Saelices. Siglo I d.C.
LA PEÑA II 239
Una explotación vitivinícola en el ager
segobricense. Saelices. Siglos I-III d.C.
LLANOS DE PINILLA 271
Un espacio productivo altoimperial en el territorio
segobricense. Saelices. Siglos I-III d.C.
LOS VALLEJOS 305
Una villa en el territorio segobricense. Saelices.
Siglos I-III d.C.
CAMINO DEL ESCALÓN - MAUSOLEOS 355
Nuevos datos para el conocimiento del suburbium
segobricense. Saelices. Siglos I-VIII d.C.
LAS LAGUNAS 373
La producción de miel en época romana en
el territorio de Segóbriga. Saelices. Siglos I
y II d.C.
CASAS DE LUJÁN 393
Una villae romana en el ager de Segobriga.
Saelices. Siglos I-III d.C.
CASAS DE LUJÁN II 415
Notas sobre el fi n de la Guerra Civil española
en la provincia de Cuenca. Saelices. 1939
RASERO DE LUJÁN II 425
Las producciones cerámicas en el territorio
segobricense. Saelices. Siglos I-III d.C.
RASERO DE LUJÁN 481
Rasero de Luján, Casas de Luján y Vallejos.
Vías y caminos en el entorno de la ciudad de
Segóbriga. Saelices. Siglos I-III d.C.
ERMITA DE MAGACEDA 499
Un asentamiento frustrado de la primera
repoblación de Uclés en el cauce del Cigüela.
Villamayor de Santiago. Siglos XII-XIII d.C.
LAS OCUPACIONES HUMANAS
EN EL CURSO BAJO DEL CIGÜELA 511
VILLAJOS NORTE 515
Una necrópolis de los inicios de la Edad del
Hierro de Villajos. Campo de Criptana. Siglos
VII-V a.C.
VILLAJOS 537
Un hábitat hispanomusulmán en la Mancha
alta. Campo de Criptana. Siglos IX-XI d.C.
POZO SEVILLA 549
Una casa-torre en la Mancha. Alcázar de San
Juan. Siglos I-IV d.C.
ARROYO VALDESPINO 593
Nuevos datos para el estudio de la
Protohistoria y la época andalusí en la
Mancha. Herencia. Siglos V-IV a.C. y
XI-XII d.C.
BIBLIOGRAFÍA 611
177
LA QUEBRADA II UN ASENTAMIENTO HISPANOVISIGODO EN
LA VEGA DEL VALDEJUDÍOS.
CARRASCOSA DEL CAMPO, SIGLOS VI-VIII d.C.
Rafael Barroso Cabrera, Antonio Malalana, Jorge Morín de Pablos e Isabel M. Sánchez Ramos 1
Área de Arqueología Clásica y Tardoantigua de AUDEMA / Universidad CEU San Pablo.
La intervención arqueológica en el yacimiento de La Quebrada II (Carrascosa del Campo) ha permitido documentar un enclave
con tres momentos de ocupación. Los inicios de la actividad humana nos llevan a época romana y van ligados a la construcción del
abastecimiento de aguas de la ciudad de Segóbriga, que aprovecha los manantiales cercanos al yacimiento, como el de la Quebrada.
De este asunto nos ocupamos de forma monográfi ca en el capítulo dedicado a las excavaciones efectuadas en el sistema de abas-
tecimiento de aguas de la ciudad. Un segundo momento de actividad humana en la zona está ligado a la época hispanovisigoda,
localizándose un hábitat (“Silos” y “Basureros”) y su correspondiente necrópolis. Finalmente, la zona es poblada intensamente
coincidiendo con la implantación de las taifas andalusíes, en pleno siglo XI. Se ha podido localizar un “campo de silos”, que estaría
asociado a un hábitat cercano, así como su correspondiente necrópolis.
Este apartado se ocupa de la zona excavada en el Sector Sureste, que cuenta con dos fases de ocupación: la primera de época roma-
na y la segunda, hispanovisigoda. El primer momento son los restos de cimentación de un acueducto romano que capta aguas del
manantial cercano y que cruza el área excavada de Este a Oeste siguiendo la curva de nivel. Con posterioridad al nivel de construc-
ción del acueducto (U.E. 4.003), se identifi ca una segunda fase consistente en la utilización del espacio como área “suburbial” de un
hábitat con la presencia de “silos” y “basureros”. En un momento posterior el espacio se utilizó como emplazamiento de un pequeño
cementerio, del que se han excavado siete enterramientos.
En el capítulo anterior abordamos el estudio del hábitat andalusí, que ocupa el mismo espacio, tan sólo separado por unos metros,
lo que permite plantear la existencia de una continuidad de estas poblaciones desde época hispanovisigoda (ss. VI-VII d.C.) hasta
los primeros años del siglo XII.
1 Departamento de Arqueología, Paleontología y Recursos Culturales
Auditores de Energía y Medio Ambiente, S.A.
Calle Santorcaz, 4. 28002 Madrid.
www.audema.com; [email protected]
178
1.1. SECTOR 3. SURESTE
En el sector sureste del yacimiento de la Quebrada II, se han podido documentar
dos fases de ocupación: la primera de época romana y la segunda, hispanovisigoda.
FASE I: el primer momento de ocupación del espacio se produjo en época altoim-
perial romana con la construcción de un acueducto que capta agua de un manan-
tial cercano y conecta con el acueducto localizado en el sector noroeste.
FASE II: con posterioridad al nivel de construcción del muro U.E. 4003 (acueduc-
to), se identifi ca una segunda fase consistente en el uso del espacio como necrópo-
lis de inhumación, junto con la presencia de varios hoyos de almacenaje y basure-
ros. La construcción rectangular del sector noroeste debe ponerse en relación con
los “silos” de esta zona del yacimiento.
179
1.2. HOYOS Y BASUREROS
Se han identifi cado cuatro estructuras excavadas de planta circular que tendrían una función de almacenaje, además de un total de
diez estructuras de planta irregular utilizadas probablemente como basureros.
180
ESTRUCTURA 35
Estructura compuesta por las UU.EE. 1350 y 1351. U.E. 1350: unidad de tierra oscura con pre-
sencia de restos óseos de fauna y algunos restos cerámicos. U.E. 1351: fosa circular de sección
globular. Diámetro boca: 120 cm. Diámetro panza: 150 cm. Profundidad: 117 cm.
ESTRUCTURA 36
Estructura compuesta por las UU.EE. 1360 y 1361. U.E. 1360: unidad de tierra oscura con pre-
sencia de restos arqueológicos. U.E. 1361: fosa de planta circular y sección globular. Diámetro
boca: 102 cm. Diámetro panza: 130 cm. Profundidad: 114 cm.
ESTRUCTURA 37
Estructura compuesta por las UU.EE. 1370 y 1371. U.E. 1370: unidad de tierra oscura con pre-
sencia de restos arqueológicos. U.E. 1371: fosa de planta circular y perfi l irregular debido a que
se adapta a un afl oramiento de roca.
ESTRUCTURA 38
Estructura compuesta por las UU.EE. 1380 y 1381. U.E. 1380: unidad de tierra con presencia
abundante de piedras de tamaño medio. Apenas aparecen restos arqueológicos. U.E. 1381: fosa
de planta circular, paredes rectas y fondo cóncavo. Diámetro: 122 cm. Profundidad: 91 cm.
ESTRUCTURA 39
Estructura compuesta por las UU.EE. 1390 y 1391. U.E. 1390: unidad de relleno compuesta por
tierra marrón de tonalidad parduzca con presencia de cantos pequeños de caliza y escasez de
material arqueológico. U.E. 1391: fosa de planta circular y muy escasa profundidad. Diámetro:
146 cm. Profundidad: 20 cm.
ESTRUCTURA 40
Estructura compuesta por las UU.EE. 1400 y 1401. U.E. 1400: unidad de relleno de tonalidad
marrón oscuro muy suelta y con presencia de restos arqueológicos. U.E. 1401: fosa de planta y
sección completamente irregulares. Está cortada por la fosa E-46.
ESTRUCTURA 41
Estructura compuesta por las UU.EE. 1410 y 1411. U.E. 1410: unidad de relleno de tonalidad
marrón oscuro, textura suelta, con presencia de restos arqueológicos, sobre todo cerámica. U.E.
1411: fosa de planta y sección completamente irregulares.
ESTRUCTURA 42
Estructura compuesta por las UU.EE. 1420 y 1421. U.E. 1420: unidad de relleno compuesta por
una matriz de tierra areno-arcillosa de tonalidad marrón oscuro, textura suelta, con presencia
de caliza y cantos de cuarcita de pequeño tamaño. Presencia de restos arqueológicos. U.E. 1421:
fosa de planta circular y sección globular. Diámetro: 60 cm.
181
ESTRUCTURA 43
Estructura compuesta por las UU.EE. 1430 y 1431. U.E. 1430: relleno de fosa de forma alargada
con presencia de materiales arqueológicos, tierra de tonalidad marrón oscuro, textura suelta y
presencia de cantos de cuarcita. U.E. 1431: fosa de planta irregular que no pudo ser excavada en
su totalidad debido a que se extiende más allá del perfi l de la excavación.
ESTRUCTURA 44
Estructura compuesta por las UU.EE. 1440, 1441 y 1442. U.E. 1440: relleno de e-44 compuesto
por ceniza, sedimento areno-arcilloso del entorno y material arqueológico. Encima del hogar
aparecieron los restos de dos ollitas. U.E. 1441: fosa de tendencia circular y muy escasa profun-
didad. En su interior se localizaba el hogar U.E. 1442. U.E. 1442: unidad de tendencia circular
de arcilla rubefactada. Se ha documentado una pequeña olla colocada sobre ella. La estructura
44 aparenta ser una pequeña depresión en el terreno de origen antrópico para la protección del
hogar (U.E. 1442). Las paredes de dicha depresión se rubefactaron y terminó por colmatarse con
el material ceniciento procedente de la combustión y con el sedimento del entorno.
ESTRUCTURA 45
Estructura compuesta por las UU.EE. 1450 y 1451. U.E. 1450: relleno de fosa de forma irregular,
posiblemente para la extracción de árido, se rellenó con sedimento de matriz areno-arcillosa de
tonalidad marrón oscura, con presencia de cenizas, caliza y restos óseos y cerámicos. U.E. 1451:
fosa de planta irregular.
ESTRUCTURA 46
Estructura compuesta por las UU.EE. 1460 y 1461. U.E. 1460: unidad de relleno de sedimen-
to areno-arcilloso de color marrón con presencia de caliza, cantos de pequeño tamaño, restos
óseos y cerámicos. U.E. 1461: fosa de planta irregular que presenta una relación de corte con la
sepultura T.06.
ESTRUCTURA 47
Estructura compuesta por las UU.EE. 1470, 1471 y 1472. U.E. 1470: unidad de relleno de tierra
marrón de matriz areno-arcillosa con poca presencia de cantos o caliza, abundancia de res-
tos óseos animales y fragmentos cerámicos. U.E. 1471: restos óseos posiblemente femeninos de
edad joven o pequeño tamaño (1,40 m aprox.), depositados en posición decubito prono, cráneo
posiblemente trepanado, tobillos juntos que probablemente estuvieron atados, al igual que los
brazos. Sin estructura de fosa asociada. Descrito anteriormente como la sepultura T.05. U.E.
1472: fosa alargada y de gran tamaño. Posiblemente continúa por debajo del camino actual.
ESTRUCTURA 48
Estructura compuesta por las UU.EE. 1480 y 1481. U.E. 1480: tierra marrón oscuro, total ausen-
cia de restos arqueológicos. U.E. 1481: fosa resultante del vaciado de la U.E. 1480. En su interior
aparecen rocas de yeso pertenecientes al sustrato geológico.
182
TUMBA 1
Tumba en cista delimitada con piedras calizas de mediano tamaño orientada
este-oeste. Las lajas de la cista están bien escuadradas y se ha colocado una
piedra en la cabecera. La tumba se encuentra en una posición excéntrica en
relación con el resto de enterramientos. Se encontraron restos de un individuo
alofi so en decúbito supino. Pertenecen a un individuo infantil de una edad en-
torno a los 10 años. En el interior de la tumba se depositó un recipiente cerá-
mico a los pies del individuo. Es interesante señalar que está reaprovechando
una sepultura realizada para un adulto.
183
TUMBA 2
Sepultura en cista de lajas calizas. La tumba sigue la orientación habitual este-
oeste. En su interior se localizó un individuo en decúbito supino, mezclado con
los restos de otros 2 individuos en una reducción situada a los pies. Los restos
pertenecerían a un individuo adulto de entre 15 y 18 años de edad, mientras
que los restos de los otros dos individuos pertenecerían a infantes, uno entre 4
y 6 meses de edad y el otro de entre 4 a 5 años.
En este sentido señalar que la mortalidad infantil para el periodo es muy alta,
en especial en los primeros años de vida. Por otro lado, la mortalidad femenina
a causa de los partos también es altísima. Esta realidad es la que parece intuir-
se de los datos que proporcionan las tumbas excavadas en la necrópolis de la
Quebrada II, aunque el escaso número de sepulturas encontradas impide pro-
nunciarse con rotundidad al respecto, pero es tónica habitual en la necrópolis
de periodo con un mayor número de tumbas, como las madrileñas de Tinto
Juan de la Cruz y la Indiana, ambas en Pinto, y con cronologías diferentes, la
primera de la sexta centuria y la segunda de la séptima, pero con unos datos
demográfi cos muy parecidos.
184
TUMBA 4
Tumba en cista de lajas calizas, que ha perdido la cubierta. La tumba sigue
la orientación habitual este-oeste. En su interior depositado un individuo en
decúbito supino y en su lado inferior derecho un individuo infantil en idéntica
posición. El individuo adulto, con una edad entre 25 y 35 años abraza al indi-
viduo de entre 4 y 6 años de edad. Es evidente la relación familiar existente
entre ambos (madre/padre e hijo o, incluso, abuelo/abuela y nieto). En toda
la necrópolis excavada son claros los lazos familiares, típicos de las pequeñas
comunidades. En el interior de la tumba se localizó una lasquita de sílex. La
presencia de este material es usual y puede estar vinculado a la elaboración de
fuego.
185
TUMBA 5
Esta inhumación se localiza en el interior de la estructura 47 (U.E. 1471), apro-
vechando una fosa. El individuo, con una edad comprendida entre 13 y 17
años, parece haber sido arrojado con las manos atadas a la espalda. No se
trataría de un enterramiento habitual, sino excepcional, pero dentro del área
cementerial. Semejantes a éste son conocidos enterramientos excepcionales
en yacimientos madrileños como Arroyo Culebro (Leganés) o Las Charcas
(Madrid), pero allí los individuos fueron arrojados al interior de un silo, segu-
ramente como consecuencia de una vivencia violenta de carácter general, que
serán habituales en la séptima centuria, un periodo de profunda crisis social y
política en el reino visigodo. En nuestro caso, parece tratarse de una violencia
particular ejercida sobre un individuo joven de la comunidad, al que se le sigue
enterrando en el área periférica del área sacra.
186
TUMBA 6
Enterramiento en fosa simple con un individuo infantil de unos 8 años de edad en su interior. Se en-
cuentra en posición de decúbito supino. La tumba sigue la orientación habitual este-oeste. El enterra-
miento contaba con una reducción de un adulto entre 25 y 35 años de edad situado en la cabecera de
la fosa en una cota superior. Es decir, el adulto, del que sólo se ha conservado el craneo fue enterrado
con posterioridad al infante. Posiblemente nos encontramos ante una nueva relación familiar entre
individuos inhumados.
Martillo, yunque y estribo derecho pertenecientes al individuo adulto.
187
TUMBA 7
Enterramiento en fosa de un individuo en decúbito supino del que sólo se ha conservado el lado dere-
cho. Se trataría de un alofi so con una edad comprendida entre los 17 y 25 años. Señalar que se puede
apreciar la artrosis vertebral del mismo.
Artrosis vertebral.
188
2. CONCLUSIONES
Como hemos podido comprobar, el yacimiento de La Quebrada II presenta diferentes fases de ocupación. La más antigua de todas
se correponde con la construcción del sistema de abastecimiento de aguas de la ciudad romana de Segóbriga. La segunda fase de
ocupación pertenece a la época hispanovisigoda y se ha podido documenta un hábitat (cabaña y silos), así como su correspondiente
necrópolis. En la última fase de ocupación, la más extensa del yacimiento, se corresponde con un hábitat de cronología taifa que al
igual que el hispanovisigodo cuenta con un campo de silos y su correspondiente necrópolis.
2.1. UN HÁBITAT HISPANOVISIGODO EN
EL TERRITORIO DEL OBISPADO DE SEGÓBRIGA
El yacimiento hispanovisigodo de La Quebrada se dispone en la margen derecha del arroyo Valdejudíos. El terreno circundante
presenta unas elevaciones medias bastante suaves, propias de los cultivos de regadío y secano actuales. Es precisamente su posición
sobre el valle del río la característica principal de este enclave. Se han localizado cuatro silos de pequeño tamaño que aparecen
agrupados. Lógicamente la dispersión de los silos sería mucho mayor, ya que la excavación se ha limitado al arranque de la loma.
Probablemente el campo de silos ocuparía la práctica totalidad de la misma, como sucede en otros casos que conocemos en la Co-
munidad de Madrid, donde mejor se conocen este tipo de yacimientos, como sería el caso de Arroyo Culebro. La zona de hábitat
se localizaría en las inmediaciones o en la margen izquierda del Valdejudíos, como sucede en el yacimiento madrileño antes citado,
donde el campo de silos y el hábitat están separados por un pequeño arroyo.
En el yacimiento de La Quebrada II se ha podido documentar la existencia de un sistema de almacenaje a base de “silos subterrá-
neos”. En este capítulo no abordamos la problemática de la funcionalidad de este tipo de estructuras negativas, ya que se aborda en
profundidad en el capítulo dedicado a los silos con cronología andalusí. El tipo de estructuras localizadas en nuestro yacimiento no
permite plantear la posibilidad de su uso como “silos”. Por otro lado, la fl otación realizada tampoco ha permitido recuperar restos
carpológicos que permitan afi rmar este uso. Tendríamos que decantarnos entonces por plantear otras funcionalidades, aspecto
que se abordará en detalle en el referido capítulo. A pesar de las dudas que se han planteado recientemente, parece que este tipo
de sistemas de almacenamiento era relativamente frecuente en época tardoantigua e hispanovisigoda en asentamientos rurales,
en una continuatio desde épocas protohistóricas y altoimperiales. En este sentido, la excavación del yacimiento de Arroyo Culebro
ha permitido documentar la existencia de un campo de silos de época altoimperial, bien fechado gracias a la localización de un as
romano de la ceca Cascante, a la presencia en su interior de materiales cerámicos altoimperiales, así como a la propia disposición
de las estructuras excavadas, con silos de época visigoda cortando las unidades de época altoimperial (Barroso et al., 2002). Por
otro lado, en cuanto a la preparación de los silos de Arroyo Culebro, se trata de silos de gran tamaño cuyas paredes han sido rube-
factadas antes de su uso, lo que prueba que este sistema de almacenaje era habitual en este periodo y no existen dudas acerca de su
funcionalidad. Las fuentes clásicas de época romana también recogen la utilización de este sistema para almacenar el grano, que
estaría extendido en la Hispania Citerior y el Norte de África, como confi rma Plinio en su Historia Natural (Nat. Hist. XVIII, 28). En
resumen, parece claro que la utilización de los silos como sistema de almacenaje es habitual en época romana y su “marginalidad” o
inexistencia es una lectura que ha sido provocada por la metodología arqueológica utilizada y las líneas de investigación del mundo
romano, centrada en el estudio de las vías de comunicación, la ciudad o las grandes villae.
Para la época hispanovisigoda se sabe que la mayor parte de la población viviría en el medio rural, bien en vici (aldeas pequeñas), fundi
señoriales, castella (pequeñas agrupaciones urbanas fortifi cadas) y emplazamientos castreños en las zonas de montaña. El hábitat
sería de tipo disperso y con poca densidad. La población se concentraría en las cercanías de las vías de comunicación y en las vegas
fl uviales de los ríos, como en nuestro caso en la vega del Valdejudíos.
En general, la sociedad visigoda se encontraba condicionada en gran medida por las estructuras de la propiedad agraria. Las relaciones
sociales en la España visigoda fueron deslizándose paulatinamente y de forma gradual desde un sistema de relaciones regulado por la
ley a otro de tipo personal, establecidas entre una minoría poseedora de la propiedad agraria y una mayoría de la población cada vez
más vinculada a la tierra. Estas relaciones, desequilibradas a favor del patrono, se basaron, por un lado, en la institución romana del
patrocinio, y, por otro, en el clientelismo del comitatus germano.
189
La agricultura constituyó la base económica esencial del reino. El escaso
desarrollo técnico y una defi ciente utilización de la fuerza de trabajo
limitaban el rendimiento de las cosechas. Desde el punto de vista eco-
nómico, la diversidad geográfi ca que caracteriza la provincia de Cuenca
e, incluso, la misma zona del yacimiento de La Quebrada II -entre la
Alcarria y La Mancha- permitía un aprovechamiento diversifi cado de
los recursos naturales. Los cursos medios y bajos de los ríos madrileños
permitían dedicar parte de estas tierras a cultivos cerealísticos y hortí-
colas. Por el contrario, las tierras cercanas a la sierra y al gran bosque,
que se extendía desde ésta y cubría la mayor parte de la región, se des-
tinarían al cultivo de plantas forrajeras o se dejarían sin cultivar para
destinarlas a la práctica ganadera y forestal.
En los primeros siglos de la presencia visigoda se constata una cierta
continuidad con la tradición alimenticia romana, basada en los alimen-
tos panifi cables, las legumbres, el vino y el aceite de oliva. Sin embargo,
a partir del s. VII parece documentarse una preponderancia de los usos
ganaderos. Esta importancia de la actividad ganadera implicaría a su vez
un cambio en la dieta alimenticia, en la que cada vez cobrarían mayor
importancia los productos cárnicos, las grasas y los derivados lácteos.
En este contexto, nos encontramos con un “resurgimiento” del sistema de
almacenaje en silos. Los campos de silos cuentan con la ventaja de su esca-
so coste de construcción, frente a los graneros; su gran capacidad de alma-
cenamiento (algunos silos de gran tamaño permitirían almacenar más de
3.000 litros), indudablemente presentan más capacidad que los recipientes
cerámicos y, por último, su capacidad de almacenar excedentes durante
un largo período de tiempo, ya que en los silos las cosechas se conservan
durante años. Los silos se irían abriendo según las necesidades, quedando
intacto el grano almacenado en aquellos que continúan cerrados. En este
sentido creemos que se debe insistir en las ventajas del almacenamiento
del grano en silos, debido a su menor coste, accesibilidad y efi cacia, evi-
tando interpretaciones ligadas a los modos de producción y a las capaci-
dades técnicas. Es indudable que en la zona centro, debido a sus caracte-
rísticas geológicas y climatológicas, este tipo de almacenamiento ha sido
una constante que ha llegado prácticamente hasta nuestros días. Además
hay que señalar que, para el período que nos ocupa, parece que nos encon-
tramos con un clima ligeramente más calido que el actual, como ponen
de manifi esto las plagas de langosta en la Carpetania durante los siglos
VI y VII. La existencia de un clima aún más seco que el actual justifi caría
que el almacenaje del grano se realizase utilizando los silos subterráneos.
Por otro lado, no debemos de olvidar que este tipo de sistemas se hn uti-
lizado en todas las épocas para rehuir los controles fi scales, que en época
hispanovisigoda debieron de ser importantes, como parece deducirse de
parte de las pizarras numerales halladas en las provincias de Madrid, Ávi-
la, Salamanca, Zamora, etc. En época andalusí, a pesar de la idealización
del período que realizan algunos historiadores y arqueólogos, la presión
fi scal también debió ser signifi cativa, incluso mayor aún si cabe, dadas las
pretensiones centralizadoras del poder musulmán, y jugar un importante
papel en la difusión de este sistema. No hay que olvidar que los musulma-
nes confi guran un verdadero Estado fi scalizado.
Recópolis, Guadalajara. Horrea sobre planta L. Olmo.
El Tolmo de Minatera. Horrea sobre planta de S. Gutiérrez.
Monasterio servitano, Arcávica, cilla monástica.
190
La difusión de este sistema, al que irían asociados diversos sistemas de producción de abono y otras prácticas relacionadas con la
agricultura, no va en detrimento de otros tipos de almacenaje. En la zona de estudio están documentados dos tipos de almacenaje
bien diferenciados. En el monasterio Servitano en Ercávica se documentó la cilla monástica del siglo IX. Ésta ocupaba un espacio
rectangular de gran tamaño, subdividido en dos áreas y el almacenaje del grano se realizaba en grandes contenedores. Por otro lado,
en la cercana ciudad de Recópolis, recientemente Arce ha interpretado el gran edifi cio de la plaza superior, no como un espacio
palatino, sino como un horreo, en la línea de los que conocemos en otras zonas del centro peninsular como la villa de Saucedo en
Toledo y quizás el "palacio" del Tolmo de Minateda, Albacete.
2. 2. LA QUEBRADA II: UN CEMENTERIO HISPANOVISIGODO EN LA
SUBMESETA SUR
La necrópolis localizada en La Quebrada II pertenece a la última fase en los cementerios de la submeseta sur y se corresponde a
plena época visigoda. Podría fecharse entre el siglo VI-VIII, dada la tipología de los enterramiento en cistas típica de este momento.
UBICACIÓN
La primera división que podemos realizar sobre la situación de las necrópolis en la provincia de Cuenca es la que corresponde a
los cementerios “urbanos” y los rurales. Se trata de dos mundos con comportamientos y formas de vida diferentes. En opinión de
Cerrillo, los enterramientos en las ciudades parecen seguir un modelo similar al existente en época tardorromana, ubicándose casi
siempre extramuros de la ciudad, tal como era costumbre en época romana y disponía el código de Teodosio (IX 17 6, a. 381), que
ordenaba situar fuera de la ciudad las urnas y los sarcófagos: Omnia quae super terram urnis clausa vel sarcophagis corpora deti-
nentur extra urben delata ponantur (Mommsen y Meyer, 1905: 465; Ripoll, 1989). Este es el caso de la necrópolis tardoantigua e
hispanovisigoda de Segóbriga. Constituyen una excepción las agrupaciones ad sanctos en las cercanías de los lugares de martirio o
en el lugar de enterramiento de los mártires, con el fi n de estar cercanos a los que disfrutan de la vida eterna (Cerrillo, 1989; Duval,
1988). Este fenómeno se documenta en Ercávica, donde contamos con una necrópolis alrededor de la tumba de Donato y lo mismo
puede inferirse del enterramiento privilegiado de la "basílica" de Segóbriga. De hecho, el canon XVIII del Concilio de Braga I, ce-
lebrado en el año 561 d.C, resulta sumamente interesante a este respecto por cuento hace explícita la prohibición de enterrarse en
el interior de las iglesias: (Vives, 1963: 75). Según la mayoría de los autores, a partir de mediados del siglo VI los enterramientos se
realizarán por norma general fuera de los templos (Puertas Tricas, 1975: 90), aunque son múltiples las excepciones que demuestran
que la prohibición conciliar no se respetó nunca por completo.
Los cementerios rurales son más numerosos en la provincia de Cuenca y por tanto algo mejor conocidos, aunque ya se ha señalado
la carencia de publicaciones específi cas. En opinión de Cerrillo este tipo de necrópolis se situarían siempre en las inmediaciones
de las iglesias rurales que existirían en las propiedades rústicas (iglesias propias). Sin embargo, la realidad arqueológica muestra la
existencia de cementerios que no tienen por qué estar relacionadas necesariamente con un templo, sino sólo con una propiedad
fundiaria o con un núcleo de habitación vario (villae, vicus, castro, etc.). Éste sería el caso de la necrópolis de La Quebrada II, o
incluso en muchos casos no se pueden asociar a una población concreta, sino que se localizan en sus cercanías o en cruces de ca-
minos. Otros lugares de ubicación habituales en época visigoda serían los parajes próximos a los cursos de agua o lugares elevados,
relacionándose entonces esta costumbre con la intención de la Iglesia de sacralizar antiguos santuarios indígenas. Resulta también
frecuente encontrar necrópolis visigodas sobre antiguas villas, costumbre explicable por la necesidad de reutilizar los materiales
constructivos o el propio edifi cio en la elaboración de los enterramientos. Este uso se ve favorecido por la continuación del pobla-
miento en numerosas regiones.
ORGANIZACIÓN
La orientación habitual en las necrópolis hispanas desde el Bajo Imperio es la E.-O., con la cabecera hacia el Este, aunque a veces
aparecen orientaciones atípicas (N.-S. y S.-N.) siempre en porcentajes mínimos. La costumbre de colocar la sepultura orientada al sol
naciente se remonta a las primeras culturas del mundo mediterráneo y hay que ponerla en relación con la idea del sol como símbolo
del renacimiento. Las orientaciones especiales vendrían motivadas en la mayoría de los casos por factores externos más que por fac-
191
tores ideológicos, por ejemplo la adaptación
del cementerio a la topografía del entorno.
En cuanto a las pequeñas desviaciones de la
orientación general, éstas son consecuencia
de la diferente época del año en la que se
construye la sepultura.
En el caso que nos ocupa, en la que sólo se
ha excavado una parte marginal de la ne-
crópolis que se extendería a lo largo de una
loma de suave pendiente, la totalidad de las
tumbas se disponen E-O, excepto el ente-
rramiento de la tumba 5, realizado apro-
vechando una fosa, que tiene un carácter
excepcional. Este tipo de enterramiento no
es habitual, pero tampoco extraño. En el ya-
cimiento madrileño de Arroyo Culebro se
localizaron dos individuos arrojados a un
silo, fenómeno que se documenta en otros
yacimientos de la Comunidad de Madrid,
como Las Charcas (T.M. Madrid).
EL ENTERRAMIENTO
Dos son los aspectos que se deben valorar
a la hora de proceder al estudio de un ente-
rramiento: la construcción de la tumba y la
disposición del cuerpo del difunto. Cerrillo
señala que la existencia de tipos diferentes
de tumbas permite percibir dos sensacio-
nes. La primera se refi ere a las diferencias
sociales existentes entre los individuos en-
terrados en la necrópolis, para lo cual ha-
bría que valorar los diferentes datos que
aquélla proporciona al arqueólogo (ajuares,
posición de la tumba y calidad de los ma-
teriales empleados en su construcción). La
segunda permite distinguir áreas culturales
según sea la tradición utilizada en la cons-
trucción del enterramiento, las posibilida-
des tecnólogicas y las materias primas dis-
ponibles (Cerrillo, 1989: 98). El primer fac-
tor señalado por Cerrillo es sin duda mucho
más defi nitorio, ya que la tipología de los
enterramientos es prácticamente uniforme
en la Península Ibérica y por sí sola resulta
imposible distinguir una cista visigoda de
una hispanorromana. A pesar de lo dicho,
Abásolo y Rodríguez Aragón proponen una
La Quebrada II, tumba 5.
192
secuencia cronológica para los diferentes tipos de tumbas de las necrópolis tardías tarraconenses que es dif ícilmente extrapolable al
conjunto peninsular. El ataúd de madera sería el tipo más antiguo (siglo III-fi nales VI d.C.), junto con los de plomo, bastante más es-
casos. Posteriormente aparecen las fosas con cubierta de tejas o piedras (segunda mitad del siglo III-V d.C.) y después las sepulturas
de tégulas formando un tejadillo a dos aguas (primera mitad del siglo IV-V d.C.); éstas darían paso a los enterramientos en ánforas
con tégulas formando una cista rectangular (med. siglo IV-med. siglo V). Finalmente, ya en el s. V, los sarcófagos (aunque éstos se
documentan como hemos dicho desde el siglo III hasta el VI d.C.), las sepulturas de muretes (primera mitad del siglo IV-fi nales V
d.C.) y las cistas de piedra (mediados del siglo IV-comienzos VI d.C.) (Abásolo y Rodríguez, 1995).
Cerrillo a su vez establece una tipología de enterramientos basada en el coste que supone la erección del monumento y que, de mayor a
menor sería la siguiente: sarcófagos, cistas, ataúdes, enterramientos en tégulas, fosas y ánforas. Determinados tipos de tumba facilitan
una reutilización de ese espacio y, por tanto, permiten una mayor amortización. Este sería el caso de los sarcófagos y las cistas. El resto
de las tipologías propuestas son poco susceptibles de ser reutilizadas, puesto que en apenas unos años se encuentran deterioradas (ataú-
des de madera y plomo) o simplemente no permiten la reutilización (enterramientos en ánforas) (Cerrillo, 1989: 98s; fi g. 2. A). Además
incluye una gráfi ca con la frecuencia de tipos de enterramiento. Es importante señalar que el mayor porcentaje es el de las tumbas inde-
terminadas (30,7%). De los conocidos, el grupo más numeroso está compuesto por las fosas (22%), a las que siguen los enterramientos
en cistas (15,9%), ataúdes (13,2%), tegulas (5,1%), ánforas (2,2%), sarcófagos (1,7%) y otros (1,3%). Desgraciadamente no se citan cuáles
han sido las fuentes empleadas en la elaboración de esta estadística, aunque coincide en términos generales con otras propuestas (Fuen-
tes, 1989: 247-249): enterramientos indeterminados (25,4%), fosas (53,1%),
cistas (11%), el resto de los tipos presentan porcentajes muy minoritarios.
Las necrópolis madrileñas de Camino de los Afl igidos (Alcalá de Hena-
res) y Tinto Juan de la Cruz (Pinto) ofrecen también porcentajes similares,
siendo las fosas el tipo más representado, le siguen luego las cistas y otros
tipos, como los enterramientos en sarcófagos y tejas, aparecen de forma
minoritaria (Méndez y Rascón, 1989: 109-114 y Barroso et al., 1993: 296).
En La Quebrada II , donde se han excavado siete enterramientos cuatro
son en cistas (T. 1, 2, 3 y 4), de bastante buena factura, ya que las piedras
laterales están escuadradas. Dos son enterramientos en fosa (T. 6 y 7) y
una excepcional, la tumba 5 que aprovecha una fosa o basurero.
El segundo de los aspectos señalados a la hora de abordar el estudio del
enterramiento es la disposición del cadáver en el interior del mismo. Éste
se resume en cuatro posturas básicas: decubito supino (boca arriba), de-
cubito prono (boca abajo) y lateral a derecha o a izquierda (a veces con las
extremidades inferiores encogidas, en lo que se denomina genéricamente
posición fetal). La postura más extendida es la de decubito supino con sus
múltiples variantes: extremidades superiores paralelas al tronco, brazos
cruzados sobre el vientre o el tórax, etc. Sirva como ejemplo de lo dicho
anteriormente el cuadro elaborado por Cerrillo sobre las necrópolis de
Duratón y Herrera de Pisuerga, en ambas resulta abrumador el porcentaje
de enterramientos en decubito supino con los brazos extendidos a lo lar-
go del cuerpo (Cerrillo, 1989: cuadro 2). La reutilización de las sepulturas
introduce gran cantidad de variantes en la disposición de las reducciones
de cadáveres, cuyos restos se disponen a los pies o a la cabecera del ente-
rramiento, fuera de la tumba, en un lateral, etc.
En nuestro yacimiento en la práctica totalidad de los enterramientos son
en decubito supino, como en las tumbas 1, 2, 3 (ésta con una reducción a
los pies), la tumba 4 (con un individuo adulto y otro infantil en decubito
supino, aunque el adulto abraza al infante-y los dos enterramientos en
fosa, tumbas 6 y 7), también en decubito supino. Una excepción es el in-
dividuo alofi so de la tumba 5, arrojado con las manos atadas a la espalda.Arroyo Culebro, enterramientos en el interior de un silo. Fot.
ARTRA.
Las Charcas, enterramiento individual en el interior de un silo.
Fot. M. Rodríguez.
193
LOS DEPÓSITOS
Los elementos del depósito funerario pueden ser de tres tipos. En primer lugar se
encuentran todos los objetos que son indicadores de la existencia de un determi-
nado tipo de enterramiento, como los herrajes de los ataúdes y los catafalcos o los
pequeños fragmentos de tela pertenecientes al sudario. En segundo lugar, los restos
del adorno personal de los difuntos, generalmente metálicos, ya que el resto de los
materiales no suele conservarse (telas, vidrio, hueso, etc.); por último están los mate-
riales directamente relacionados con el ritual funerario y que son introducidos en el
interior de la sepultura, es decir, el ajuar funerario: recipientes cerámicos, de vidrio o
metálicos y todo tipo de ofrendas.
En la necrópolis no se han localizado elementos metálicos, lo que indica la ausencia
de ataúdes o catafalcos. Señalar que los difuntos tampoco contaban con elementos
de adorno personal, lo que evidentemente difi culta la datación de la necrópolis.
En cuanto a la existencia de piezas de ajuar, éstas constituyen una ofrenda al difunto en
el momento en que se produce la inhumación del cadáver, poco después e incluso a lo
largo de los años. Los ajuares que documenta el registro arqueológico suelen ser reci-
pientes de cerámica, metal o vidrio. Las cerámicas son las más numerosas y presentan
tipologías muy parecidas: jarras, botellas y, en menor medida, cuencos y platos. Los
vidrios son más variados tipológicamente, aunque el más abundante es el ungüenta-
rio. Menos frecuente en época visigoda es el recipiente metálico. En nuestro caso, sólo
se localizado una olla de pequeño formato en el enterramiento 1, que pertenecía a un
individuo infantil.
En general este tipo de materiales suele ir asociado a libaciones y ofrendas de ali-
mentos, costumbre que se ha constatado arqueológicamente (Lucas, 1971: 384 y 386;
Priego, 1982: 150) y a través de las fuentes literarias. Los romanos tenían la obligación
de alimentar a sus muertos, pues pensaban que los alimentos ofrecidos eran consu-
midos por el difunto en el más allá. Muy similar es la idea que subyace en el banquete
funerario, donde el muerto participa simbólicamente acompañando a los comensa-
les. El cristianismo perseguirá estas prácticas contrarias a las enseñanzas de la Iglesia.
En época visigoda es relativamente frecuente la condena de costumbres paganas en
los Concilios eclesiásticos, entre ellas a los que ofrecen alimentos y realizan prácticas
paganas en los cementerios, incluso en momentos tardíos como en el XII Concilio
de Toledo del año 681. La existencia de vasijas en los enterramientos es una prueba
de la pervivencia de este tipo de rituales o de otros, tanto en el mundo rural como
en el urbano, aunque es cierto que será en los ambientes rurales, generalmente más
apegados a la tradición, donde sobrevivan con más éxito estas prácticas.
EL RITO
La actitud de la iglesia visigoda ante el rito funerario se conoce bien gracias a las
fuentes literarias. En esta época se produce un abandono total de la práctica de la
incineración, típica del mundo altoimperial. El éxito de la inhumación vendría pro-
vocado por la conservación del cuerpo en espera de la resurrección. En este sentido,
el canon 21 del Concilio I de Toledo afi rma la creencia en la resurrección de la carne
en conformidad con la doxología cristiana (Vives, 1963: 26). De hecho esta creencia
es uno de los dogmas fundamentales de la fe católica (Act. XVII, 31-32; 1 Cor. XV,
12-58) y como tal se proclama en el símbolo que se recitaba diariamente en el ofi -
cio de la misa (fragmento del Credo epigráfi co de Toledo; Hild. Tol. De cogn. bapt.
LXXXIII-LXXXIV; Isid. Hisp. Sent. I, 26).
Ollita de borde exvasado y labio redondeado, cuerpo en el que predomina la verticali-
dad, con tendencia más cilíndrica que globular.
Detalle de cómo aparecieron los restos de esta pieza sobre un pequeño hogar de arcilla.
194
El ritual funerario aparece recogido con cierto detalle en el Li-
ber Ordinum y en algunas normativas de concilios, aunque es-
tas últimas se refi eren sobre todo a personajes consagrados a la
Iglesia, por lo que cualquier extrapolación para el conjunto de
la población debe tomarse con cierta cautela. En el Liber Ordi-
num se describen los actos que se realizaban una vez fallecida
la persona. El cuerpo era lavado y vestido; después se condu-
cía al difunto a la iglesia y de allí al cementerio. Si el sepulcro es
nuevo se procederá a la bendición del mismo y al enterramiento
del cadáver, acto que ponía fi n a la acción ritual. Sin embargo, el
registro arqueológico demuestra que en el desarrollo de ese pro-
ceso se producían a veces fi ltraciones de elementos del paganis-
mo, como las libaciones y ofrendas de alimentos. Estas costum-
bres de origen pagano debían estar muy extendidas en la época
pues son sumamente numerosas las disposiciones sinodales que
prohíben expresamente esta clase de prácticas populares. Así, el
canon XXXIV del Concilio de Elvira propone la expulsión de la
Iglesia para los fi eles que celebran ceremonias con cirios en el ce-
menterio (Vives, 1963: 7s). Más tardía es la prohibición del canon
69 del Concilio de Braga II (a. 572) que prohibe llevar ofrendas
de alimentos a las tumbas (Ibid: 132s). La perduración de estas
costumbres debe interpretarse más como supersticiones propias
del ámbito rural, más apegadas a la tradición que como una ver-
dadera pervivencia de la religión pagana.
Bibliografía específi ca de la
Quebrada II
MALALANA UREÑA, A.; BARROSO CABRERA, R. y MORÍN DE
PABLOS, J. -eds. científi cos- (2012) La Quebrada II: un hábitat de la tar-
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Cerámica de Dehesa de la Casa (Fuentes, Cuenca), según Barroso-López, 1994.
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Anverso y reverso de lasca laminar de sílex. Tumba 4.
Cacera de las Ranas, Aranjuez. Tumba 55 -Según F. Ardanaz-.
Una lasca de sílex forma parte del adorno personal. Se guardaba en una
bolsa de cuero, junto a un eslabón de hierro, para hacer fuego.
*