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La Quebrada II. Un asentamiento hispanovisigodo en la vega del Valdejudíos (Carrascosa del Campo). Ss. VI al VIII d.C

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LOS PAISAJES CULTURALES EN EL VALLE DEL CIGÜELAED. CIENTÍFICO: JORGE MORÍN DE PABLOS

Madrid, 2014

DIRECCIÓN CIENTÍFICA

Jorge Morín de Pablos

DISEÑO Y MAQUETACIÓN

Auditores de Energía y Medio Ambiente, S.A.

Coordinación técnica y diseño gráfi co: Jorge Morín de Pablos y Esperanza de Coig-O´Donnell.

Maquetación: Esperanza de Coig-O´Donnell.

Impresión y encuadernación:

EDITA

Auditores de Energía y Medio Ambiente S.A.

ISBN: 978-84-942592-5-8

Depósito Legal: M-22648-2014

Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida en cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico,

incluido fotocopias, grabación o por cualquier sistema de almacenamiento de información sin el previo permiso escrito de los autores.

LOS PAISAJES CULTURALES EN EL VALLE DEL CIGÜELA

cCréditos

Coordinación general: Jorge Morín de Pablos.

Secretaría científi ca: Esperanza de Coig-O´Donnell Magro.

COORDINADORES CIENTÍFICOS DE ÁREA

Prehistoriay Protohistoria: Dionisio Urbina Martínez.

Mundo Romano: Jorge Morín de Pablos.

Antigüedad tardía: Isabel M. Sánchez Ramos.

Mundo Andalusí y Edad Media: Antonio Malalana Ureña.

COLABORADORES

Geoarqueología: Fernando Tapias Gómez.

Prehistoria Antigua: Mario López Recio.

Prehistoria Reciente: Germán López López.

Protohistoria: Catalina Urquijo Álvarez de Toledo.

Mundo Romano: Rui Roberto de Almeida.

Antiguedad Tardía y Alta Edad Media: Rafael Barroso Cabrera.

Militaria: Antxoka Martínez Velasco.

Hidráulica de la Antigüedad: Jesús Carrobles Santos.

Zooarqueología: José Yravedra Sainz de los Terreros y Verónica Estaca Gómez

Palinología, Carpología y Antracología: Manuel Casas Gallego.

Morteros: Pablo Guerra García.

AUDITORES DE ENERGÍA Y MEDIO AMBIENTE S.A.

DIRECCIÓN PROSPECCIONES ARQUEOLÓGICAS

Conducción Principal: Marta Escolà Martínez y Francisco José López Fraile.

Préstamo de El Esplegar: José Manuel Illán Illán y Francisco José López Fraile.

DIRECCIÓN SONDEOS ARQUEOLÓGICOS

La Quebrada: Dionisio Urbina Martínez.

La Peña I-II: Laura Benito Díez y Francisco José López Fraile.

Rasero de Luján: Ernesto Agustí García.

Casas de Luján II: Raúl Luis Pereira y Rocío Víctores de Frutos.

Pinilla I - Los Vallejos: Ana Ibarra Jímenez.

Arroyo Valdespino: Laura Benito Díez y José Manuel Curado Morales.

DIRECCIÓN CONTROL ARQUEOLÓGICO DE LOS MOVIMIENTOS DE TIERRAS

Marta Escolà Martínez, Antxoka Martínez Velasco, Marta Muñiz Pérez, Raúl da

Silva Pereira, José Antonio Gómez Gandullo, Rebeca Gandul García, Ivan González

García, Alfredo Rodríguez Rodríguez, Gonzalo Saínz Tabuenca.

DIRECCIÓN EXCAVACIONES ARQUEOLÓGICAS

El Esplegar: José Manuel Illán Illán y Francisco José López Fraile.

La Quebrada II: Jorge Morín de Pablos y Laura Benito Díez.

La Quebrada III: Jorge Morín de Pablos y José Manuel Illán Illán.

Madrigueras II: Jorge Morín de Pablos y Dionisio Urbina Martínez.

La Peña I: Jorge Morín de Pablos y Laura Benito Díez.

La Peña II: Francisco José López Fraile y Rui Roberto de Almeida.

Llanos de Pinilla: Jorge Morín de Pablos y José Manuel Illán Illán.

Los Vallejos: Jorge Morín de Pablos y Pablo Guerra García.

Los Vallejos II: Marta Escolà Martínez, Gonzalo Sainz Tabuenca e Iván González García.

Los Vallejos III: Marta Escolá Martínez.

La Excavación - Los Mausoleos: Jorge Morín de Pablos y Ernesto Agustí García.

Las Lagunas I-II: Jorge Morín de Pablos y José Manuel Illán Illán.

Casas de Luján I: Jorge Morín de Pablos y Dionisio Urbina Martínez.

Casas de Luján II: Jorge Morín de Pablos y Ernesto Agustí García.

Rasero de Luján: Jorge Morín de Pablos y Ernesto Agustí García.

Rasero de Luján II: Marta Escolà Martínez, Gonzalo Saínz Tabuenca e Iván González García.

Ermita de Magaceda II: Jorge Morín de Pablos y Dionisio Urbina Martínez.

Villajos Norte: José Antonio Gómez Gandullo y Javier Pérez San Martín.

Villajos: Javier Pérez San Martín y Ana Ibarra Jiménez.

Pozo Sevilla: Jorge Morín de Pablos y Marta Escolà Martínez.

Arroyo Valdespino: José Manuel Curado Morales.

METODOLOGÍA ARQUEOLÓGICA: PROSPECCIÓN, EXCAVACIÓN,

INVESTIGACIÓN, DIFUSIÓN Y DIVULGACIÓN 13

EL TERRITORIO. DE LA PREHISTORIA A LA EDAD MEDIA 51

PREHISTORIA ANTIGUA 53

Los primeros Pobladores

PREHISTORIA RECIENTE 54

Los primeros asentamientos humanos

LA EDAD DEL HIERRO 59

El mundo indígena

LA ÉPOCA ROMANA 61

La presencia de Roma

LA ÉPOCA TARDOANTIGUA Y VISIGODA 64

La cristianización del Territorio

LA ÉPOCA ANDALUSÍ 70

La articulación del territorio hispanomusulmán en la cuenca

del rio Cigüela (Provincias de Cuenca y Ciudad Real)

LOS REINOS CRISTIANOS 76

La repoblación temprana de la cuenca del Cigüela

(Provincias de Cuenca y Ciudad Real)

iÍndice

Los Yacimientos GEOARQUEOLOGÍA 89

El Valle del Cigüela

LAS OCUPACIONES HUMANAS EN LA VEGA DEL VALDEJUDÍOS 99

EL ESPLEGAR 105

Nuevos datos para el conocimiento de la Edad del

Bronce en la submeseta sur. Carrascosa del Campo.

III-II milenio B.P.

MADRIGUERAS II 121

Un vicus en el territorio segobricense.

Carrascosa del Campo, siglos V a.c. al V d.C.

LA QUEBRADA III 141

Nuevos datos para el estudio del poblamiento de

la Prehistoria Reciente en el entorno del arroyo del

Valdejudíos. Carrascosa del Campo. III al I milenio B.P.

LA QUEBRADA II 159

Una granja hispanomusulmana en la vega del

Valdejudíos. Carrascosa del Campo. Siglos IX-XI

LA QUEBRADA II 175

Un asentamiento hispanovisigodo en la vega del

Valdejudíos. Carrascosa del Campo. Siglos VI-VIII d.C.

LAS OCUPACIONES HUMANAS EN EL

TERRITORIO DE SEGÓBRIGA 197

LA PEÑA I 207

El sistema hidráulico de abastecimiento de aguas

a la ciudad de Segóbriga. Carrascosa del Campo y

Saelices. Siglo I d.C.

LA PEÑA II 239

Una explotación vitivinícola en el ager

segobricense. Saelices. Siglos I-III d.C.

LLANOS DE PINILLA 271

Un espacio productivo altoimperial en el territorio

segobricense. Saelices. Siglos I-III d.C.

LOS VALLEJOS 305

Una villa en el territorio segobricense. Saelices.

Siglos I-III d.C.

CAMINO DEL ESCALÓN - MAUSOLEOS 355

Nuevos datos para el conocimiento del suburbium

segobricense. Saelices. Siglos I-VIII d.C.

LAS LAGUNAS 373

La producción de miel en época romana en

el territorio de Segóbriga. Saelices. Siglos I

y II d.C.

CASAS DE LUJÁN 393

Una villae romana en el ager de Segobriga.

Saelices. Siglos I-III d.C.

CASAS DE LUJÁN II 415

Notas sobre el fi n de la Guerra Civil española

en la provincia de Cuenca. Saelices. 1939

RASERO DE LUJÁN II 425

Las producciones cerámicas en el territorio

segobricense. Saelices. Siglos I-III d.C.

RASERO DE LUJÁN 481

Rasero de Luján, Casas de Luján y Vallejos.

Vías y caminos en el entorno de la ciudad de

Segóbriga. Saelices. Siglos I-III d.C.

ERMITA DE MAGACEDA 499

Un asentamiento frustrado de la primera

repoblación de Uclés en el cauce del Cigüela.

Villamayor de Santiago. Siglos XII-XIII d.C.

LAS OCUPACIONES HUMANAS

EN EL CURSO BAJO DEL CIGÜELA 511

VILLAJOS NORTE 515

Una necrópolis de los inicios de la Edad del

Hierro de Villajos. Campo de Criptana. Siglos

VII-V a.C.

VILLAJOS 537

Un hábitat hispanomusulmán en la Mancha

alta. Campo de Criptana. Siglos IX-XI d.C.

POZO SEVILLA 549

Una casa-torre en la Mancha. Alcázar de San

Juan. Siglos I-IV d.C.

ARROYO VALDESPINO 593

Nuevos datos para el estudio de la

Protohistoria y la época andalusí en la

Mancha. Herencia. Siglos V-IV a.C. y

XI-XII d.C.

BIBLIOGRAFÍA 611

0 10 m.

177

LA QUEBRADA II UN ASENTAMIENTO HISPANOVISIGODO EN

LA VEGA DEL VALDEJUDÍOS.

CARRASCOSA DEL CAMPO, SIGLOS VI-VIII d.C.

Rafael Barroso Cabrera, Antonio Malalana, Jorge Morín de Pablos e Isabel M. Sánchez Ramos 1

Área de Arqueología Clásica y Tardoantigua de AUDEMA / Universidad CEU San Pablo.

La intervención arqueológica en el yacimiento de La Quebrada II (Carrascosa del Campo) ha permitido documentar un enclave

con tres momentos de ocupación. Los inicios de la actividad humana nos llevan a época romana y van ligados a la construcción del

abastecimiento de aguas de la ciudad de Segóbriga, que aprovecha los manantiales cercanos al yacimiento, como el de la Quebrada.

De este asunto nos ocupamos de forma monográfi ca en el capítulo dedicado a las excavaciones efectuadas en el sistema de abas-

tecimiento de aguas de la ciudad. Un segundo momento de actividad humana en la zona está ligado a la época hispanovisigoda,

localizándose un hábitat (“Silos” y “Basureros”) y su correspondiente necrópolis. Finalmente, la zona es poblada intensamente

coincidiendo con la implantación de las taifas andalusíes, en pleno siglo XI. Se ha podido localizar un “campo de silos”, que estaría

asociado a un hábitat cercano, así como su correspondiente necrópolis.

Este apartado se ocupa de la zona excavada en el Sector Sureste, que cuenta con dos fases de ocupación: la primera de época roma-

na y la segunda, hispanovisigoda. El primer momento son los restos de cimentación de un acueducto romano que capta aguas del

manantial cercano y que cruza el área excavada de Este a Oeste siguiendo la curva de nivel. Con posterioridad al nivel de construc-

ción del acueducto (U.E. 4.003), se identifi ca una segunda fase consistente en la utilización del espacio como área “suburbial” de un

hábitat con la presencia de “silos” y “basureros”. En un momento posterior el espacio se utilizó como emplazamiento de un pequeño

cementerio, del que se han excavado siete enterramientos.

En el capítulo anterior abordamos el estudio del hábitat andalusí, que ocupa el mismo espacio, tan sólo separado por unos metros,

lo que permite plantear la existencia de una continuidad de estas poblaciones desde época hispanovisigoda (ss. VI-VII d.C.) hasta

los primeros años del siglo XII.

1 Departamento de Arqueología, Paleontología y Recursos Culturales

Auditores de Energía y Medio Ambiente, S.A.

Calle Santorcaz, 4. 28002 Madrid.

www.audema.com; [email protected]

178

1.1. SECTOR 3. SURESTE

En el sector sureste del yacimiento de la Quebrada II, se han podido documentar

dos fases de ocupación: la primera de época romana y la segunda, hispanovisigoda.

FASE I: el primer momento de ocupación del espacio se produjo en época altoim-

perial romana con la construcción de un acueducto que capta agua de un manan-

tial cercano y conecta con el acueducto localizado en el sector noroeste.

FASE II: con posterioridad al nivel de construcción del muro U.E. 4003 (acueduc-

to), se identifi ca una segunda fase consistente en el uso del espacio como necrópo-

lis de inhumación, junto con la presencia de varios hoyos de almacenaje y basure-

ros. La construcción rectangular del sector noroeste debe ponerse en relación con

los “silos” de esta zona del yacimiento.

179

1.2. HOYOS Y BASUREROS

Se han identifi cado cuatro estructuras excavadas de planta circular que tendrían una función de almacenaje, además de un total de

diez estructuras de planta irregular utilizadas probablemente como basureros.

180

ESTRUCTURA 35

Estructura compuesta por las UU.EE. 1350 y 1351. U.E. 1350: unidad de tierra oscura con pre-

sencia de restos óseos de fauna y algunos restos cerámicos. U.E. 1351: fosa circular de sección

globular. Diámetro boca: 120 cm. Diámetro panza: 150 cm. Profundidad: 117 cm.

ESTRUCTURA 36

Estructura compuesta por las UU.EE. 1360 y 1361. U.E. 1360: unidad de tierra oscura con pre-

sencia de restos arqueológicos. U.E. 1361: fosa de planta circular y sección globular. Diámetro

boca: 102 cm. Diámetro panza: 130 cm. Profundidad: 114 cm.

ESTRUCTURA 37

Estructura compuesta por las UU.EE. 1370 y 1371. U.E. 1370: unidad de tierra oscura con pre-

sencia de restos arqueológicos. U.E. 1371: fosa de planta circular y perfi l irregular debido a que

se adapta a un afl oramiento de roca.

ESTRUCTURA 38

Estructura compuesta por las UU.EE. 1380 y 1381. U.E. 1380: unidad de tierra con presencia

abundante de piedras de tamaño medio. Apenas aparecen restos arqueológicos. U.E. 1381: fosa

de planta circular, paredes rectas y fondo cóncavo. Diámetro: 122 cm. Profundidad: 91 cm.

ESTRUCTURA 39

Estructura compuesta por las UU.EE. 1390 y 1391. U.E. 1390: unidad de relleno compuesta por

tierra marrón de tonalidad parduzca con presencia de cantos pequeños de caliza y escasez de

material arqueológico. U.E. 1391: fosa de planta circular y muy escasa profundidad. Diámetro:

146 cm. Profundidad: 20 cm.

ESTRUCTURA 40

Estructura compuesta por las UU.EE. 1400 y 1401. U.E. 1400: unidad de relleno de tonalidad

marrón oscuro muy suelta y con presencia de restos arqueológicos. U.E. 1401: fosa de planta y

sección completamente irregulares. Está cortada por la fosa E-46.

ESTRUCTURA 41

Estructura compuesta por las UU.EE. 1410 y 1411. U.E. 1410: unidad de relleno de tonalidad

marrón oscuro, textura suelta, con presencia de restos arqueológicos, sobre todo cerámica. U.E.

1411: fosa de planta y sección completamente irregulares.

ESTRUCTURA 42

Estructura compuesta por las UU.EE. 1420 y 1421. U.E. 1420: unidad de relleno compuesta por

una matriz de tierra areno-arcillosa de tonalidad marrón oscuro, textura suelta, con presencia

de caliza y cantos de cuarcita de pequeño tamaño. Presencia de restos arqueológicos. U.E. 1421:

fosa de planta circular y sección globular. Diámetro: 60 cm.

181

ESTRUCTURA 43

Estructura compuesta por las UU.EE. 1430 y 1431. U.E. 1430: relleno de fosa de forma alargada

con presencia de materiales arqueológicos, tierra de tonalidad marrón oscuro, textura suelta y

presencia de cantos de cuarcita. U.E. 1431: fosa de planta irregular que no pudo ser excavada en

su totalidad debido a que se extiende más allá del perfi l de la excavación.

ESTRUCTURA 44

Estructura compuesta por las UU.EE. 1440, 1441 y 1442. U.E. 1440: relleno de e-44 compuesto

por ceniza, sedimento areno-arcilloso del entorno y material arqueológico. Encima del hogar

aparecieron los restos de dos ollitas. U.E. 1441: fosa de tendencia circular y muy escasa profun-

didad. En su interior se localizaba el hogar U.E. 1442. U.E. 1442: unidad de tendencia circular

de arcilla rubefactada. Se ha documentado una pequeña olla colocada sobre ella. La estructura

44 aparenta ser una pequeña depresión en el terreno de origen antrópico para la protección del

hogar (U.E. 1442). Las paredes de dicha depresión se rubefactaron y terminó por colmatarse con

el material ceniciento procedente de la combustión y con el sedimento del entorno.

ESTRUCTURA 45

Estructura compuesta por las UU.EE. 1450 y 1451. U.E. 1450: relleno de fosa de forma irregular,

posiblemente para la extracción de árido, se rellenó con sedimento de matriz areno-arcillosa de

tonalidad marrón oscura, con presencia de cenizas, caliza y restos óseos y cerámicos. U.E. 1451:

fosa de planta irregular.

ESTRUCTURA 46

Estructura compuesta por las UU.EE. 1460 y 1461. U.E. 1460: unidad de relleno de sedimen-

to areno-arcilloso de color marrón con presencia de caliza, cantos de pequeño tamaño, restos

óseos y cerámicos. U.E. 1461: fosa de planta irregular que presenta una relación de corte con la

sepultura T.06.

ESTRUCTURA 47

Estructura compuesta por las UU.EE. 1470, 1471 y 1472. U.E. 1470: unidad de relleno de tierra

marrón de matriz areno-arcillosa con poca presencia de cantos o caliza, abundancia de res-

tos óseos animales y fragmentos cerámicos. U.E. 1471: restos óseos posiblemente femeninos de

edad joven o pequeño tamaño (1,40 m aprox.), depositados en posición decubito prono, cráneo

posiblemente trepanado, tobillos juntos que probablemente estuvieron atados, al igual que los

brazos. Sin estructura de fosa asociada. Descrito anteriormente como la sepultura T.05. U.E.

1472: fosa alargada y de gran tamaño. Posiblemente continúa por debajo del camino actual.

ESTRUCTURA 48

Estructura compuesta por las UU.EE. 1480 y 1481. U.E. 1480: tierra marrón oscuro, total ausen-

cia de restos arqueológicos. U.E. 1481: fosa resultante del vaciado de la U.E. 1480. En su interior

aparecen rocas de yeso pertenecientes al sustrato geológico.

182

TUMBA 1

Tumba en cista delimitada con piedras calizas de mediano tamaño orientada

este-oeste. Las lajas de la cista están bien escuadradas y se ha colocado una

piedra en la cabecera. La tumba se encuentra en una posición excéntrica en

relación con el resto de enterramientos. Se encontraron restos de un individuo

alofi so en decúbito supino. Pertenecen a un individuo infantil de una edad en-

torno a los 10 años. En el interior de la tumba se depositó un recipiente cerá-

mico a los pies del individuo. Es interesante señalar que está reaprovechando

una sepultura realizada para un adulto.

183

TUMBA 2

Sepultura en cista de lajas calizas. La tumba sigue la orientación habitual este-

oeste. En su interior se localizó un individuo en decúbito supino, mezclado con

los restos de otros 2 individuos en una reducción situada a los pies. Los restos

pertenecerían a un individuo adulto de entre 15 y 18 años de edad, mientras

que los restos de los otros dos individuos pertenecerían a infantes, uno entre 4

y 6 meses de edad y el otro de entre 4 a 5 años.

En este sentido señalar que la mortalidad infantil para el periodo es muy alta,

en especial en los primeros años de vida. Por otro lado, la mortalidad femenina

a causa de los partos también es altísima. Esta realidad es la que parece intuir-

se de los datos que proporcionan las tumbas excavadas en la necrópolis de la

Quebrada II, aunque el escaso número de sepulturas encontradas impide pro-

nunciarse con rotundidad al respecto, pero es tónica habitual en la necrópolis

de periodo con un mayor número de tumbas, como las madrileñas de Tinto

Juan de la Cruz y la Indiana, ambas en Pinto, y con cronologías diferentes, la

primera de la sexta centuria y la segunda de la séptima, pero con unos datos

demográfi cos muy parecidos.

184

TUMBA 4

Tumba en cista de lajas calizas, que ha perdido la cubierta. La tumba sigue

la orientación habitual este-oeste. En su interior depositado un individuo en

decúbito supino y en su lado inferior derecho un individuo infantil en idéntica

posición. El individuo adulto, con una edad entre 25 y 35 años abraza al indi-

viduo de entre 4 y 6 años de edad. Es evidente la relación familiar existente

entre ambos (madre/padre e hijo o, incluso, abuelo/abuela y nieto). En toda

la necrópolis excavada son claros los lazos familiares, típicos de las pequeñas

comunidades. En el interior de la tumba se localizó una lasquita de sílex. La

presencia de este material es usual y puede estar vinculado a la elaboración de

fuego.

185

TUMBA 5

Esta inhumación se localiza en el interior de la estructura 47 (U.E. 1471), apro-

vechando una fosa. El individuo, con una edad comprendida entre 13 y 17

años, parece haber sido arrojado con las manos atadas a la espalda. No se

trataría de un enterramiento habitual, sino excepcional, pero dentro del área

cementerial. Semejantes a éste son conocidos enterramientos excepcionales

en yacimientos madrileños como Arroyo Culebro (Leganés) o Las Charcas

(Madrid), pero allí los individuos fueron arrojados al interior de un silo, segu-

ramente como consecuencia de una vivencia violenta de carácter general, que

serán habituales en la séptima centuria, un periodo de profunda crisis social y

política en el reino visigodo. En nuestro caso, parece tratarse de una violencia

particular ejercida sobre un individuo joven de la comunidad, al que se le sigue

enterrando en el área periférica del área sacra.

186

TUMBA 6

Enterramiento en fosa simple con un individuo infantil de unos 8 años de edad en su interior. Se en-

cuentra en posición de decúbito supino. La tumba sigue la orientación habitual este-oeste. El enterra-

miento contaba con una reducción de un adulto entre 25 y 35 años de edad situado en la cabecera de

la fosa en una cota superior. Es decir, el adulto, del que sólo se ha conservado el craneo fue enterrado

con posterioridad al infante. Posiblemente nos encontramos ante una nueva relación familiar entre

individuos inhumados.

Martillo, yunque y estribo derecho pertenecientes al individuo adulto.

187

TUMBA 7

Enterramiento en fosa de un individuo en decúbito supino del que sólo se ha conservado el lado dere-

cho. Se trataría de un alofi so con una edad comprendida entre los 17 y 25 años. Señalar que se puede

apreciar la artrosis vertebral del mismo.

Artrosis vertebral.

188

2. CONCLUSIONES

Como hemos podido comprobar, el yacimiento de La Quebrada II presenta diferentes fases de ocupación. La más antigua de todas

se correponde con la construcción del sistema de abastecimiento de aguas de la ciudad romana de Segóbriga. La segunda fase de

ocupación pertenece a la época hispanovisigoda y se ha podido documenta un hábitat (cabaña y silos), así como su correspondiente

necrópolis. En la última fase de ocupación, la más extensa del yacimiento, se corresponde con un hábitat de cronología taifa que al

igual que el hispanovisigodo cuenta con un campo de silos y su correspondiente necrópolis.

2.1. UN HÁBITAT HISPANOVISIGODO EN

EL TERRITORIO DEL OBISPADO DE SEGÓBRIGA

El yacimiento hispanovisigodo de La Quebrada se dispone en la margen derecha del arroyo Valdejudíos. El terreno circundante

presenta unas elevaciones medias bastante suaves, propias de los cultivos de regadío y secano actuales. Es precisamente su posición

sobre el valle del río la característica principal de este enclave. Se han localizado cuatro silos de pequeño tamaño que aparecen

agrupados. Lógicamente la dispersión de los silos sería mucho mayor, ya que la excavación se ha limitado al arranque de la loma.

Probablemente el campo de silos ocuparía la práctica totalidad de la misma, como sucede en otros casos que conocemos en la Co-

munidad de Madrid, donde mejor se conocen este tipo de yacimientos, como sería el caso de Arroyo Culebro. La zona de hábitat

se localizaría en las inmediaciones o en la margen izquierda del Valdejudíos, como sucede en el yacimiento madrileño antes citado,

donde el campo de silos y el hábitat están separados por un pequeño arroyo.

En el yacimiento de La Quebrada II se ha podido documentar la existencia de un sistema de almacenaje a base de “silos subterrá-

neos”. En este capítulo no abordamos la problemática de la funcionalidad de este tipo de estructuras negativas, ya que se aborda en

profundidad en el capítulo dedicado a los silos con cronología andalusí. El tipo de estructuras localizadas en nuestro yacimiento no

permite plantear la posibilidad de su uso como “silos”. Por otro lado, la fl otación realizada tampoco ha permitido recuperar restos

carpológicos que permitan afi rmar este uso. Tendríamos que decantarnos entonces por plantear otras funcionalidades, aspecto

que se abordará en detalle en el referido capítulo. A pesar de las dudas que se han planteado recientemente, parece que este tipo

de sistemas de almacenamiento era relativamente frecuente en época tardoantigua e hispanovisigoda en asentamientos rurales,

en una continuatio desde épocas protohistóricas y altoimperiales. En este sentido, la excavación del yacimiento de Arroyo Culebro

ha permitido documentar la existencia de un campo de silos de época altoimperial, bien fechado gracias a la localización de un as

romano de la ceca Cascante, a la presencia en su interior de materiales cerámicos altoimperiales, así como a la propia disposición

de las estructuras excavadas, con silos de época visigoda cortando las unidades de época altoimperial (Barroso et al., 2002). Por

otro lado, en cuanto a la preparación de los silos de Arroyo Culebro, se trata de silos de gran tamaño cuyas paredes han sido rube-

factadas antes de su uso, lo que prueba que este sistema de almacenaje era habitual en este periodo y no existen dudas acerca de su

funcionalidad. Las fuentes clásicas de época romana también recogen la utilización de este sistema para almacenar el grano, que

estaría extendido en la Hispania Citerior y el Norte de África, como confi rma Plinio en su Historia Natural (Nat. Hist. XVIII, 28). En

resumen, parece claro que la utilización de los silos como sistema de almacenaje es habitual en época romana y su “marginalidad” o

inexistencia es una lectura que ha sido provocada por la metodología arqueológica utilizada y las líneas de investigación del mundo

romano, centrada en el estudio de las vías de comunicación, la ciudad o las grandes villae.

Para la época hispanovisigoda se sabe que la mayor parte de la población viviría en el medio rural, bien en vici (aldeas pequeñas), fundi

señoriales, castella (pequeñas agrupaciones urbanas fortifi cadas) y emplazamientos castreños en las zonas de montaña. El hábitat

sería de tipo disperso y con poca densidad. La población se concentraría en las cercanías de las vías de comunicación y en las vegas

fl uviales de los ríos, como en nuestro caso en la vega del Valdejudíos.

En general, la sociedad visigoda se encontraba condicionada en gran medida por las estructuras de la propiedad agraria. Las relaciones

sociales en la España visigoda fueron deslizándose paulatinamente y de forma gradual desde un sistema de relaciones regulado por la

ley a otro de tipo personal, establecidas entre una minoría poseedora de la propiedad agraria y una mayoría de la población cada vez

más vinculada a la tierra. Estas relaciones, desequilibradas a favor del patrono, se basaron, por un lado, en la institución romana del

patrocinio, y, por otro, en el clientelismo del comitatus germano.

189

La agricultura constituyó la base económica esencial del reino. El escaso

desarrollo técnico y una defi ciente utilización de la fuerza de trabajo

limitaban el rendimiento de las cosechas. Desde el punto de vista eco-

nómico, la diversidad geográfi ca que caracteriza la provincia de Cuenca

e, incluso, la misma zona del yacimiento de La Quebrada II -entre la

Alcarria y La Mancha- permitía un aprovechamiento diversifi cado de

los recursos naturales. Los cursos medios y bajos de los ríos madrileños

permitían dedicar parte de estas tierras a cultivos cerealísticos y hortí-

colas. Por el contrario, las tierras cercanas a la sierra y al gran bosque,

que se extendía desde ésta y cubría la mayor parte de la región, se des-

tinarían al cultivo de plantas forrajeras o se dejarían sin cultivar para

destinarlas a la práctica ganadera y forestal.

En los primeros siglos de la presencia visigoda se constata una cierta

continuidad con la tradición alimenticia romana, basada en los alimen-

tos panifi cables, las legumbres, el vino y el aceite de oliva. Sin embargo,

a partir del s. VII parece documentarse una preponderancia de los usos

ganaderos. Esta importancia de la actividad ganadera implicaría a su vez

un cambio en la dieta alimenticia, en la que cada vez cobrarían mayor

importancia los productos cárnicos, las grasas y los derivados lácteos.

En este contexto, nos encontramos con un “resurgimiento” del sistema de

almacenaje en silos. Los campos de silos cuentan con la ventaja de su esca-

so coste de construcción, frente a los graneros; su gran capacidad de alma-

cenamiento (algunos silos de gran tamaño permitirían almacenar más de

3.000 litros), indudablemente presentan más capacidad que los recipientes

cerámicos y, por último, su capacidad de almacenar excedentes durante

un largo período de tiempo, ya que en los silos las cosechas se conservan

durante años. Los silos se irían abriendo según las necesidades, quedando

intacto el grano almacenado en aquellos que continúan cerrados. En este

sentido creemos que se debe insistir en las ventajas del almacenamiento

del grano en silos, debido a su menor coste, accesibilidad y efi cacia, evi-

tando interpretaciones ligadas a los modos de producción y a las capaci-

dades técnicas. Es indudable que en la zona centro, debido a sus caracte-

rísticas geológicas y climatológicas, este tipo de almacenamiento ha sido

una constante que ha llegado prácticamente hasta nuestros días. Además

hay que señalar que, para el período que nos ocupa, parece que nos encon-

tramos con un clima ligeramente más calido que el actual, como ponen

de manifi esto las plagas de langosta en la Carpetania durante los siglos

VI y VII. La existencia de un clima aún más seco que el actual justifi caría

que el almacenaje del grano se realizase utilizando los silos subterráneos.

Por otro lado, no debemos de olvidar que este tipo de sistemas se hn uti-

lizado en todas las épocas para rehuir los controles fi scales, que en época

hispanovisigoda debieron de ser importantes, como parece deducirse de

parte de las pizarras numerales halladas en las provincias de Madrid, Ávi-

la, Salamanca, Zamora, etc. En época andalusí, a pesar de la idealización

del período que realizan algunos historiadores y arqueólogos, la presión

fi scal también debió ser signifi cativa, incluso mayor aún si cabe, dadas las

pretensiones centralizadoras del poder musulmán, y jugar un importante

papel en la difusión de este sistema. No hay que olvidar que los musulma-

nes confi guran un verdadero Estado fi scalizado.

Recópolis, Guadalajara. Horrea sobre planta L. Olmo.

El Tolmo de Minatera. Horrea sobre planta de S. Gutiérrez.

Monasterio servitano, Arcávica, cilla monástica.

190

La difusión de este sistema, al que irían asociados diversos sistemas de producción de abono y otras prácticas relacionadas con la

agricultura, no va en detrimento de otros tipos de almacenaje. En la zona de estudio están documentados dos tipos de almacenaje

bien diferenciados. En el monasterio Servitano en Ercávica se documentó la cilla monástica del siglo IX. Ésta ocupaba un espacio

rectangular de gran tamaño, subdividido en dos áreas y el almacenaje del grano se realizaba en grandes contenedores. Por otro lado,

en la cercana ciudad de Recópolis, recientemente Arce ha interpretado el gran edifi cio de la plaza superior, no como un espacio

palatino, sino como un horreo, en la línea de los que conocemos en otras zonas del centro peninsular como la villa de Saucedo en

Toledo y quizás el "palacio" del Tolmo de Minateda, Albacete.

2. 2. LA QUEBRADA II: UN CEMENTERIO HISPANOVISIGODO EN LA

SUBMESETA SUR

La necrópolis localizada en La Quebrada II pertenece a la última fase en los cementerios de la submeseta sur y se corresponde a

plena época visigoda. Podría fecharse entre el siglo VI-VIII, dada la tipología de los enterramiento en cistas típica de este momento.

UBICACIÓN

La primera división que podemos realizar sobre la situación de las necrópolis en la provincia de Cuenca es la que corresponde a

los cementerios “urbanos” y los rurales. Se trata de dos mundos con comportamientos y formas de vida diferentes. En opinión de

Cerrillo, los enterramientos en las ciudades parecen seguir un modelo similar al existente en época tardorromana, ubicándose casi

siempre extramuros de la ciudad, tal como era costumbre en época romana y disponía el código de Teodosio (IX 17 6, a. 381), que

ordenaba situar fuera de la ciudad las urnas y los sarcófagos: Omnia quae super terram urnis clausa vel sarcophagis corpora deti-

nentur extra urben delata ponantur (Mommsen y Meyer, 1905: 465; Ripoll, 1989). Este es el caso de la necrópolis tardoantigua e

hispanovisigoda de Segóbriga. Constituyen una excepción las agrupaciones ad sanctos en las cercanías de los lugares de martirio o

en el lugar de enterramiento de los mártires, con el fi n de estar cercanos a los que disfrutan de la vida eterna (Cerrillo, 1989; Duval,

1988). Este fenómeno se documenta en Ercávica, donde contamos con una necrópolis alrededor de la tumba de Donato y lo mismo

puede inferirse del enterramiento privilegiado de la "basílica" de Segóbriga. De hecho, el canon XVIII del Concilio de Braga I, ce-

lebrado en el año 561 d.C, resulta sumamente interesante a este respecto por cuento hace explícita la prohibición de enterrarse en

el interior de las iglesias: (Vives, 1963: 75). Según la mayoría de los autores, a partir de mediados del siglo VI los enterramientos se

realizarán por norma general fuera de los templos (Puertas Tricas, 1975: 90), aunque son múltiples las excepciones que demuestran

que la prohibición conciliar no se respetó nunca por completo.

Los cementerios rurales son más numerosos en la provincia de Cuenca y por tanto algo mejor conocidos, aunque ya se ha señalado

la carencia de publicaciones específi cas. En opinión de Cerrillo este tipo de necrópolis se situarían siempre en las inmediaciones

de las iglesias rurales que existirían en las propiedades rústicas (iglesias propias). Sin embargo, la realidad arqueológica muestra la

existencia de cementerios que no tienen por qué estar relacionadas necesariamente con un templo, sino sólo con una propiedad

fundiaria o con un núcleo de habitación vario (villae, vicus, castro, etc.). Éste sería el caso de la necrópolis de La Quebrada II, o

incluso en muchos casos no se pueden asociar a una población concreta, sino que se localizan en sus cercanías o en cruces de ca-

minos. Otros lugares de ubicación habituales en época visigoda serían los parajes próximos a los cursos de agua o lugares elevados,

relacionándose entonces esta costumbre con la intención de la Iglesia de sacralizar antiguos santuarios indígenas. Resulta también

frecuente encontrar necrópolis visigodas sobre antiguas villas, costumbre explicable por la necesidad de reutilizar los materiales

constructivos o el propio edifi cio en la elaboración de los enterramientos. Este uso se ve favorecido por la continuación del pobla-

miento en numerosas regiones.

ORGANIZACIÓN

La orientación habitual en las necrópolis hispanas desde el Bajo Imperio es la E.-O., con la cabecera hacia el Este, aunque a veces

aparecen orientaciones atípicas (N.-S. y S.-N.) siempre en porcentajes mínimos. La costumbre de colocar la sepultura orientada al sol

naciente se remonta a las primeras culturas del mundo mediterráneo y hay que ponerla en relación con la idea del sol como símbolo

del renacimiento. Las orientaciones especiales vendrían motivadas en la mayoría de los casos por factores externos más que por fac-

191

tores ideológicos, por ejemplo la adaptación

del cementerio a la topografía del entorno.

En cuanto a las pequeñas desviaciones de la

orientación general, éstas son consecuencia

de la diferente época del año en la que se

construye la sepultura.

En el caso que nos ocupa, en la que sólo se

ha excavado una parte marginal de la ne-

crópolis que se extendería a lo largo de una

loma de suave pendiente, la totalidad de las

tumbas se disponen E-O, excepto el ente-

rramiento de la tumba 5, realizado apro-

vechando una fosa, que tiene un carácter

excepcional. Este tipo de enterramiento no

es habitual, pero tampoco extraño. En el ya-

cimiento madrileño de Arroyo Culebro se

localizaron dos individuos arrojados a un

silo, fenómeno que se documenta en otros

yacimientos de la Comunidad de Madrid,

como Las Charcas (T.M. Madrid).

EL ENTERRAMIENTO

Dos son los aspectos que se deben valorar

a la hora de proceder al estudio de un ente-

rramiento: la construcción de la tumba y la

disposición del cuerpo del difunto. Cerrillo

señala que la existencia de tipos diferentes

de tumbas permite percibir dos sensacio-

nes. La primera se refi ere a las diferencias

sociales existentes entre los individuos en-

terrados en la necrópolis, para lo cual ha-

bría que valorar los diferentes datos que

aquélla proporciona al arqueólogo (ajuares,

posición de la tumba y calidad de los ma-

teriales empleados en su construcción). La

segunda permite distinguir áreas culturales

según sea la tradición utilizada en la cons-

trucción del enterramiento, las posibilida-

des tecnólogicas y las materias primas dis-

ponibles (Cerrillo, 1989: 98). El primer fac-

tor señalado por Cerrillo es sin duda mucho

más defi nitorio, ya que la tipología de los

enterramientos es prácticamente uniforme

en la Península Ibérica y por sí sola resulta

imposible distinguir una cista visigoda de

una hispanorromana. A pesar de lo dicho,

Abásolo y Rodríguez Aragón proponen una

La Quebrada II, tumba 5.

192

secuencia cronológica para los diferentes tipos de tumbas de las necrópolis tardías tarraconenses que es dif ícilmente extrapolable al

conjunto peninsular. El ataúd de madera sería el tipo más antiguo (siglo III-fi nales VI d.C.), junto con los de plomo, bastante más es-

casos. Posteriormente aparecen las fosas con cubierta de tejas o piedras (segunda mitad del siglo III-V d.C.) y después las sepulturas

de tégulas formando un tejadillo a dos aguas (primera mitad del siglo IV-V d.C.); éstas darían paso a los enterramientos en ánforas

con tégulas formando una cista rectangular (med. siglo IV-med. siglo V). Finalmente, ya en el s. V, los sarcófagos (aunque éstos se

documentan como hemos dicho desde el siglo III hasta el VI d.C.), las sepulturas de muretes (primera mitad del siglo IV-fi nales V

d.C.) y las cistas de piedra (mediados del siglo IV-comienzos VI d.C.) (Abásolo y Rodríguez, 1995).

Cerrillo a su vez establece una tipología de enterramientos basada en el coste que supone la erección del monumento y que, de mayor a

menor sería la siguiente: sarcófagos, cistas, ataúdes, enterramientos en tégulas, fosas y ánforas. Determinados tipos de tumba facilitan

una reutilización de ese espacio y, por tanto, permiten una mayor amortización. Este sería el caso de los sarcófagos y las cistas. El resto

de las tipologías propuestas son poco susceptibles de ser reutilizadas, puesto que en apenas unos años se encuentran deterioradas (ataú-

des de madera y plomo) o simplemente no permiten la reutilización (enterramientos en ánforas) (Cerrillo, 1989: 98s; fi g. 2. A). Además

incluye una gráfi ca con la frecuencia de tipos de enterramiento. Es importante señalar que el mayor porcentaje es el de las tumbas inde-

terminadas (30,7%). De los conocidos, el grupo más numeroso está compuesto por las fosas (22%), a las que siguen los enterramientos

en cistas (15,9%), ataúdes (13,2%), tegulas (5,1%), ánforas (2,2%), sarcófagos (1,7%) y otros (1,3%). Desgraciadamente no se citan cuáles

han sido las fuentes empleadas en la elaboración de esta estadística, aunque coincide en términos generales con otras propuestas (Fuen-

tes, 1989: 247-249): enterramientos indeterminados (25,4%), fosas (53,1%),

cistas (11%), el resto de los tipos presentan porcentajes muy minoritarios.

Las necrópolis madrileñas de Camino de los Afl igidos (Alcalá de Hena-

res) y Tinto Juan de la Cruz (Pinto) ofrecen también porcentajes similares,

siendo las fosas el tipo más representado, le siguen luego las cistas y otros

tipos, como los enterramientos en sarcófagos y tejas, aparecen de forma

minoritaria (Méndez y Rascón, 1989: 109-114 y Barroso et al., 1993: 296).

En La Quebrada II , donde se han excavado siete enterramientos cuatro

son en cistas (T. 1, 2, 3 y 4), de bastante buena factura, ya que las piedras

laterales están escuadradas. Dos son enterramientos en fosa (T. 6 y 7) y

una excepcional, la tumba 5 que aprovecha una fosa o basurero.

El segundo de los aspectos señalados a la hora de abordar el estudio del

enterramiento es la disposición del cadáver en el interior del mismo. Éste

se resume en cuatro posturas básicas: decubito supino (boca arriba), de-

cubito prono (boca abajo) y lateral a derecha o a izquierda (a veces con las

extremidades inferiores encogidas, en lo que se denomina genéricamente

posición fetal). La postura más extendida es la de decubito supino con sus

múltiples variantes: extremidades superiores paralelas al tronco, brazos

cruzados sobre el vientre o el tórax, etc. Sirva como ejemplo de lo dicho

anteriormente el cuadro elaborado por Cerrillo sobre las necrópolis de

Duratón y Herrera de Pisuerga, en ambas resulta abrumador el porcentaje

de enterramientos en decubito supino con los brazos extendidos a lo lar-

go del cuerpo (Cerrillo, 1989: cuadro 2). La reutilización de las sepulturas

introduce gran cantidad de variantes en la disposición de las reducciones

de cadáveres, cuyos restos se disponen a los pies o a la cabecera del ente-

rramiento, fuera de la tumba, en un lateral, etc.

En nuestro yacimiento en la práctica totalidad de los enterramientos son

en decubito supino, como en las tumbas 1, 2, 3 (ésta con una reducción a

los pies), la tumba 4 (con un individuo adulto y otro infantil en decubito

supino, aunque el adulto abraza al infante-y los dos enterramientos en

fosa, tumbas 6 y 7), también en decubito supino. Una excepción es el in-

dividuo alofi so de la tumba 5, arrojado con las manos atadas a la espalda.Arroyo Culebro, enterramientos en el interior de un silo. Fot.

ARTRA.

Las Charcas, enterramiento individual en el interior de un silo.

Fot. M. Rodríguez.

193

LOS DEPÓSITOS

Los elementos del depósito funerario pueden ser de tres tipos. En primer lugar se

encuentran todos los objetos que son indicadores de la existencia de un determi-

nado tipo de enterramiento, como los herrajes de los ataúdes y los catafalcos o los

pequeños fragmentos de tela pertenecientes al sudario. En segundo lugar, los restos

del adorno personal de los difuntos, generalmente metálicos, ya que el resto de los

materiales no suele conservarse (telas, vidrio, hueso, etc.); por último están los mate-

riales directamente relacionados con el ritual funerario y que son introducidos en el

interior de la sepultura, es decir, el ajuar funerario: recipientes cerámicos, de vidrio o

metálicos y todo tipo de ofrendas.

En la necrópolis no se han localizado elementos metálicos, lo que indica la ausencia

de ataúdes o catafalcos. Señalar que los difuntos tampoco contaban con elementos

de adorno personal, lo que evidentemente difi culta la datación de la necrópolis.

En cuanto a la existencia de piezas de ajuar, éstas constituyen una ofrenda al difunto en

el momento en que se produce la inhumación del cadáver, poco después e incluso a lo

largo de los años. Los ajuares que documenta el registro arqueológico suelen ser reci-

pientes de cerámica, metal o vidrio. Las cerámicas son las más numerosas y presentan

tipologías muy parecidas: jarras, botellas y, en menor medida, cuencos y platos. Los

vidrios son más variados tipológicamente, aunque el más abundante es el ungüenta-

rio. Menos frecuente en época visigoda es el recipiente metálico. En nuestro caso, sólo

se localizado una olla de pequeño formato en el enterramiento 1, que pertenecía a un

individuo infantil.

En general este tipo de materiales suele ir asociado a libaciones y ofrendas de ali-

mentos, costumbre que se ha constatado arqueológicamente (Lucas, 1971: 384 y 386;

Priego, 1982: 150) y a través de las fuentes literarias. Los romanos tenían la obligación

de alimentar a sus muertos, pues pensaban que los alimentos ofrecidos eran consu-

midos por el difunto en el más allá. Muy similar es la idea que subyace en el banquete

funerario, donde el muerto participa simbólicamente acompañando a los comensa-

les. El cristianismo perseguirá estas prácticas contrarias a las enseñanzas de la Iglesia.

En época visigoda es relativamente frecuente la condena de costumbres paganas en

los Concilios eclesiásticos, entre ellas a los que ofrecen alimentos y realizan prácticas

paganas en los cementerios, incluso en momentos tardíos como en el XII Concilio

de Toledo del año 681. La existencia de vasijas en los enterramientos es una prueba

de la pervivencia de este tipo de rituales o de otros, tanto en el mundo rural como

en el urbano, aunque es cierto que será en los ambientes rurales, generalmente más

apegados a la tradición, donde sobrevivan con más éxito estas prácticas.

EL RITO

La actitud de la iglesia visigoda ante el rito funerario se conoce bien gracias a las

fuentes literarias. En esta época se produce un abandono total de la práctica de la

incineración, típica del mundo altoimperial. El éxito de la inhumación vendría pro-

vocado por la conservación del cuerpo en espera de la resurrección. En este sentido,

el canon 21 del Concilio I de Toledo afi rma la creencia en la resurrección de la carne

en conformidad con la doxología cristiana (Vives, 1963: 26). De hecho esta creencia

es uno de los dogmas fundamentales de la fe católica (Act. XVII, 31-32; 1 Cor. XV,

12-58) y como tal se proclama en el símbolo que se recitaba diariamente en el ofi -

cio de la misa (fragmento del Credo epigráfi co de Toledo; Hild. Tol. De cogn. bapt.

LXXXIII-LXXXIV; Isid. Hisp. Sent. I, 26).

Ollita de borde exvasado y labio redondeado, cuerpo en el que predomina la verticali-

dad, con tendencia más cilíndrica que globular.

Detalle de cómo aparecieron los restos de esta pieza sobre un pequeño hogar de arcilla.

194

El ritual funerario aparece recogido con cierto detalle en el Li-

ber Ordinum y en algunas normativas de concilios, aunque es-

tas últimas se refi eren sobre todo a personajes consagrados a la

Iglesia, por lo que cualquier extrapolación para el conjunto de

la población debe tomarse con cierta cautela. En el Liber Ordi-

num se describen los actos que se realizaban una vez fallecida

la persona. El cuerpo era lavado y vestido; después se condu-

cía al difunto a la iglesia y de allí al cementerio. Si el sepulcro es

nuevo se procederá a la bendición del mismo y al enterramiento

del cadáver, acto que ponía fi n a la acción ritual. Sin embargo, el

registro arqueológico demuestra que en el desarrollo de ese pro-

ceso se producían a veces fi ltraciones de elementos del paganis-

mo, como las libaciones y ofrendas de alimentos. Estas costum-

bres de origen pagano debían estar muy extendidas en la época

pues son sumamente numerosas las disposiciones sinodales que

prohíben expresamente esta clase de prácticas populares. Así, el

canon XXXIV del Concilio de Elvira propone la expulsión de la

Iglesia para los fi eles que celebran ceremonias con cirios en el ce-

menterio (Vives, 1963: 7s). Más tardía es la prohibición del canon

69 del Concilio de Braga II (a. 572) que prohibe llevar ofrendas

de alimentos a las tumbas (Ibid: 132s). La perduración de estas

costumbres debe interpretarse más como supersticiones propias

del ámbito rural, más apegadas a la tradición que como una ver-

dadera pervivencia de la religión pagana.

Bibliografía específi ca de la

Quebrada II

MALALANA UREÑA, A.; BARROSO CABRERA, R. y MORÍN DE

PABLOS, J. -eds. científi cos- (2012) La Quebrada II: un hábitat de la tar-

doantigüedad al siglo XI. La problemática de los “silos” en la Alta Edad

Media hispana. en MArqAudema. Serie Época Medieval. Madrid.Olla. Ajuar de la tumba 1.

Cerámica de Dehesa de la Casa (Fuentes, Cuenca), según Barroso-López, 1994.

*

Anverso y reverso de lasca laminar de sílex. Tumba 4.

Cacera de las Ranas, Aranjuez. Tumba 55 -Según F. Ardanaz-.

Una lasca de sílex forma parte del adorno personal. Se guardaba en una

bolsa de cuero, junto a un eslabón de hierro, para hacer fuego.

*