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Vacío (cuento concurso)

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Page 1: Vacío (cuento concurso)

VACÍO

Todo empezó la primera tarde del invierno de 2015. Recuerdo estar muy cansado después de un largo día dando clase. Por aquel entonces yo era profesor de Física Teórica en la universidad. Cuando acabé la última clase, cogí mi coche y me dirigí a mi casa. Pero, cuál fue mi sorpresa cuando me di cuenta de que al llegar a mi barrio no había edificios, ni gente, ni carretera, ni suelo. Intentaré explicarme. Conducía por la carretera principal, cogí un desvío, giré una glorieta, y al coger el siguiente desvío, ya no había nada. El suelo se cortaba abruptamente y más allá de ahí no se podía ver nada, ni tan siquiera el cielo. Eran las cinco y media de la tarde, y el día era soleado, pero ni tan siquiera los rayos del sol lograban penetrar un ápice de esa especie de masa negra. Aparqué el coche como pude y bajé. Entonces me fijé en que la gente no prestaba atención a que gran parte de la ciudad había desaparecido. Todo el mundo caminaba con normalidad. Algunos con más prisas, otros más relajadamente, pero todos estaban inmersos en sus asuntos. Unos llamando por teléfono. Otros escribiendo mensajes de texto. Otros haciendo videollamadas. Algunos reían, otros chillaban enfadados, pero nadie, nadie parecía darse cuenta de lo que a mí me aterraba.

No sabía qué hacer, por lo que cogí una piedra que estaba en el suelo y la tiré hacia la masa negra. En cuanto traspasó la barrera entre el mundo normal y la oscuridad, la piedra desapareció sin hacer un sonido, sin cambiar su dirección. Simplemente desapareció.

Volví a mirar a la gente. Nada. Nadie se inmutaba. Entonces vi a una mujer. Llevaba una blusa blanca ligeramente rota por el hombro y unos pantalones negros. Unos zapatos de tacón morados cubrían sus pequeños pies. Llevaba un collar grande y aparatoso, que contrastaba con los pequeños y delicados pendientes de plata que portaban sus orejas. Su pelo era castaño, peinado con una trenza perfecta e impecable. Cuando la vi, sentí algo raro. Se podría decir que sentí algo de falta de humanidad. Sé qué es raro que pensase en eso en aquel momento, pero no lo pude evitar, simplemente lo sentí. Por tanto, me acerqué a ella.

-Perdona, no nos conocemos, pero me ha sucedido algo inusual, me dirigía a mi domicilio, y entonces me he dado cuenta de que mi barrio entero ha desaparecido, y al verte, he sentido que quizás pudieses saber algo— dije con una elocuencia que me sorprendió a mí mismo.

-Pues, ahora que me fijo, tienes razón, ha desaparecido toda la zona del barrio que se encontraba aquí, pero me temo que no puedo ayudarte, porque no sé nada— dijo la mujer sin mostrar la más mínima señal de sorpresa en su rostro.

La respuesta de la mujer me impresionó por su indiferencia. Es decir, no es algo normal que desaparezca un barrio entero, pero pareció que yo hablaba de que había salido un nuevo ejemplar del periódico.

- Eh, bueno, pues si no sabes nada, no te molesto más. Que tengas un buen día.

La mujer se fue, y, como no se me ocurría qué podía hacer, me senté en un bordillo a observar y a intentar llegar a una conclusión mínimamente factible. En mi búsqueda de respuestas, me quedé absolutamente atónito con una escena. Un hombre de unos cuarenta y cinco años iba andando mientras escribía en su teléfono móvil. Vi que el hombre se dirigía hacia el vacío, pero no le dije nada puesto que en ese momento no pensé que el hombre no viese lo que había detrás de su pantalla. Pero el hombre tropezó con una piedra, lo que hizo que su móvil se cayese en el límite del todo con la nada. El hombre por suerte no se cayó al suelo, por lo que se aproximó a la zona donde se encontraba su teléfono, y, al agacharse para cogerlo, metió la cabeza en aquel vacío. Oí entonces un alarido de unas décimas de segundo, y me abalancé hacia el hombre para sacarle, pero, aunque lo intenté con todas mis fuerzas, no pude. Aterrorizado, empecé a pedir ayuda a las personas que pasaban, pero nadie parecía oírme. Todos parecían zombies incapaces de recibir un estímulo y actuar en consecuencia. No sabía qué hacer, por lo que, desesperado, solté la mano del hombre. Sí, solté la mano del hombre, y será algo de lo que me arrepentiré toda mi vida. En aquel momento no podía parar de llorar. Imploraba auxilio, pero nadie movía un solo músculo. No tardó más de unos minutos en repetirse la escena. Una adolescente que hablaba por teléfono se precipitó, y segundos

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después, un hombre que escribía algo en una tablet. Yo estaba aterrorizado. ¿Por qué no se dan cuenta de que existe ese vacío? La gente siguió cayendo. Y, cuando me quise dar cuenta, me encontraba completamente solo. Todo el mundo se había caído. Yo estaba pálido, sentí un mareo que nunca había sentido. Me sentía en una película de ciencia ficción. Todo aquello era surrealista. Me tumbé en el asfalto y empecé a reflexionar. Y de pronto, una idea empezó a rondar por mi mente.

Nadie ve el vacío, porque, en realidad, el vacío forma parte de ellos. El vacío está en sus interiores. Todos están tan absortos en sus asuntos que no piensan en darle un sentido a sus vidas, ni en disfrutar, ni en sentir. Todos han caído en su propio vacío.

Y aquí sigo, sigo esperando a que aparezca alguien que siga viviendo realmente. Alguien, alguien que no caiga. Que no caiga en su propio vacío.

Carlos Fulgado Claudio, 3ºA IES. Los Castillos (Alcorcón)