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Julio 2016 IDEAL Alcalá 7

Con el grito ‘No nos re-presentan’ por bande-ra los integrantes del 15M ponían de mani-

fiesto la enorme distancia que existía entre la ciudadanía y la cla-se política española. Se trataba de un secreto a voces que hasta ese momento nadie se había atrevi-do a denunciarlo de forma colec-tiva con tanta contundencia. Era un hecho, muchos de los políti-cos de este país no tenían cone-xión alguna con la realidad que vivían los ciudadanos a los que debían representar, que apunta-ba directamente a uno de los ele-mentos claves de nuestra demo-cracia: la legitimidad de los repre-sentantes.

Aparece entonces la regenera-ción política como punto cardi-nal de la agenda política de los partidos. Ante unos ciudadanos que no se sienten representados y unos partidos políticos sumer-gidos en casos de corrupción y comportamientos difíciles de en-tender, se estima necesario un cambio en los valores que inspi-ren las formas de actuación de los partidos en España. Se trata de una mera cuestión de higiene de-mocrática. Las similitudes entre el comienzo del declive del el bi-

partidismo imperfecto actual y la época de la crisis del denomina-do turno de partidos de finales de SXIX y el regeneracionismo son inevitables

La regeneración política, uni-da a conceptos como la transpa-rencia y la lucha contra la corrup-ción, emergió como elemento cen-tral del debate político. Listas abiertas, medidas más participa-tivas y de democracia directa en la elección de cargos en los par-tidos, limitaciones de mandatos, legislación de las puertas girato-rias, revocatorios, lucha contra la corrupción...son medidas que to-dos hemos escuchado en las úl-timas campañas electorales. Pero una cosa es que estos asuntos ocu-pen párrafos en programas elec-torales, portadas de periódicos o debates televisivos y otra cosaes que se implementen medidas para llevar a cabo una regenera-ción real en la política española.

Generalizar algo es equivocar-se inevitablemente pero, a pesar de la existencia de (muchos) po-líticos honestos, honrados y que tienen el servicio público en el centro de su actuación, lo que per-ciben los ciudadanos es justamen-te lo contrario. Entienden que los partidos conforman estructuras

de poder interno, en las que el primer objetivo es su manteni-miento y en las que no se premian la preparación, la dedicación o el trabajo, sino que se recompensan el servilismo y el vasallaje que, en bastantes ocasiones, conlleva la lealtad pero también la mediocri-dad. Ya lo decía Frank Under-wood, protagonista de House of Cards, «El camino hacia el poder está pavimentado de hipocresía». Desde esta perspectiva, al final los ciudadanos ven a los partidos como algo ajeno, y consideran que conforman una élite extrac-tiva cerrada que sólo le interesa su propia supervivencia y que no considera los problemas de los ciudadanos. Quizás por eso tuvo tanto éxito la expresión ‘casta’, ahora casi olvidada.

El problema de fondo sería la generosidad y altura de miras que deberían tener nuestros políticos para asumir la situación actual, si realmente quieren luchar contra esta crisis de legitimidad y desa-fección ciudadana. Al fin y al cabo, apostar por la regeneración su-pondría el final de la carrera po-lítica de muchas personas que lle-van ocupando durante años pues-tos de responsabilidad pública y de carácter orgánico en los par-

tidos. Es decir, los encargados de llevar a cabo la regeneración de-berían o bien abandonar sus res-ponsabilidades políticas o perder el control de sus organizaciones. Este es el quid de la cuestión, por-que, como diría Alan Moore ¿quién vigila a los vigilantes?

No obstante, se debe recono-cer que se han intentado poner medidas de regeneración políti-ca, sobre todo gracias al empuje de los nuevos partidos que han emergido en el sistema partidis-ta español, pero en la práctica es-tán realizando una interpretación errónea, o interesada, de la mis-ma.

Los partidos han entendido que regenerar significa poner en po-lítica la juventud como valor por el mero hecho de ser joven. Así, grandes históricos se han ido ju-bilando de la escena pública, al mismo tiempo que han apareci-do nuevos rostros cuya único de-nominador común es que se tra-ta de personas menores (o apro-ximadamente) de 40 años. Y que alguien sea joven no quiere decir que sus ideas sean regenerado-ras. Se puede tener 60 años y ser más innovador y joven política-mente que alguien de 30 años. Al contrario, para evitar quiebras en los status de poder de los parti-dos, en la mayoría de ocasiones los viejos rostros han sido susti-tuidos por otros más jóvenes, sí,

pero que son, o han sido, los cua-dros de las propias organizacio-nes juveniles de los partidos que vienen reproduciendo en ellas las prácticas que se pretenden re-generar. Es decir, adolecen de la cultura de la regeneración por-que han sido participes, o inclu-so protagonistas, de las prácticas que se procuran erradicar. De esta manera se perpetúa el sistema clientelar y el mantenimiento del poder, pero tratando de ofrecer imagen de renovación. La típica treta lampedusiana que exige que todo cambie para que nada cam-bie.

Esa es la trampa. Porque re-generar no es cambiar porque sí, sino que estamos hablando de éti-ca pública, de aprehender unos valores regidos por la búsqueda del interés colectivo y que con-ducen, inevitablemente, a otra for-ma de actuar y de hacer política en la que la ciudadanía y sus ne-cesidades deben ocupar el centro de la misma. Responsabilidad, rendición de cuentas, nuevas for-mas, procesos y aire e ideas fres-cas en la escena de la representa-ción política española. Lo contra-rio no deja de ser un maquillaje estético, mera apariencia, un au-toengaño del que no deberíamos de formar parte. Aunque viendo los últimos resultados electorales se pueda pensar que igual tene-mos lo que merecemos…

OPINIÓN

FRAN DELGADO MORALES, POLITÓLOGO

Regenerando que es gerundio