REALISMO, CONVENIENCIA, PROVIDENCIA. UNA INDAGACIÓN SOBRE LAS EXPRESIONES DE ADHESIÓN AL RÉGIMEN DE FRANCO (1940-1960)1
Ana Cabana Iglesia Universidade de Santiago de Compostela
1. CONSENTIR CON EL FRANQUISMO
No ha sido usual plantearse la razón por la cual cuando un régimen dictatorial se
impone por la fuerza y en contra de los deseos de buena parte de la sociedad sólo una
ínfima parte de ésta se convierte en oposición y trabaja por su derrocamiento. Resultaba
una obviedad dada por la propia condición humana que la oposición fuera asunto de un
puñado de individuos y no de todo un pueblo. El conjunto de una sociedad, consciente
de tener que pagar el precio de una lucha que sentía muchas veces como profundamente
ajena, se mostraba dispuesta a adaptarse ante aquel que pareciera más fuerte y peligroso
en ese contexto. Pero existen condiciones específicas que ayudan a explicar las razones
de este comportamiento más allá de causas genéricas relacionadas con la naturaleza del
ser humano, y en ellas es en las que pretendemos detenernos. Porque cualquier sistema
político, incluida la dictadura, es incapaz de mantenerse únicamente mediante la
represión, necesita generar cierto nivel de consenso.
Esta premisa es la que nos ha hecho preguntarnos no estrictamente sobre los apoyos
sociales con los que contó la dictadura franquista en sus casi cuatro décadas de
existencia, sino sobre un aspecto tangencial del mismo, el de las actitudes sociales. En
los últimos años la historiografía española ha avanzado mucho en el estudio de la
generación de consenso hacia el franquismo, amén de desgranar en las diferentes causas
explicativas de la opción de consentir a partir de análisis enfocados a diferentes grupos
sociales2. Nuestra reflexión parte del cuestionamiento inicial tanto sobre el modo en que
1Este trabajo se inscribe dentro del Proyecto de Investigación del Plan Nacional del Ministerio de Educación “La representación de intereses agrarios en las economías periféricas europeas. Un modelo multifuncional a partir del caso del noroeste peninsular (1890-1975)”. Investigador Principal: Ramón Villares Paz. Un estudio más pormenorizado y amplio del fenómeno del consentimiento en Ana CABANA IGLESIA, Xente de Orde. O consentimento cara ao franquismo en Galicia, Santa Comba: tresCtres, 2009 2 Francesco BARBAGALLO; Silvio LANARO, «Debat», en VV.AA., Franquisme. Sobre resistència i
consens a Catalunya (1938-1959), Barcelona: Crítica, 1990, págs. 32-49; Borja de RIQUER, «Rebuig, passivitat i suport. Actituds polítiques catalanes davant el primer franquisme (1939-1950)», en VV.AA., Franquisme. Sobre resistència i consens a Catalunya (1938-1959), Barcelona: Crítica, 1990, págs. 179-193; Carme MOLINERO; Pére YSÁS, Productores disciplinados y minorías subversivas. Clase obrera y
conflictividad laboral en la España franquista, Madrid: Siglo XXI, 1998, págs. 26-29; José María GARMENDIA.; Manuel GONZÁLEZ PORTILLA, «Crecimiento económico y actitudes políticas de la
se ha planteado el estudio de éstas en el marco de los regímenes dictatoriales como
sobre el concepto que se usa para referirse a las actitudes sociales que transmiten
adhesión o adaptación al régimen, el de consenso. En cuanto al primero, cabe señalar
que tradicionalmente el análisis del consenso de la población respeto a sus gobernantes
y a los designios de estos ha sido percibido como el estudio de todas aquellas realidades
y ámbitos en los que se mostraba una actitud totalmente antagónica a la oposición y a la
protesta, un error que comienza a evitarse en las investigaciones más actuales. Estas
tienen ya en cuenta que las actitudes sociales son tremendamente complejas y se
combinan de modo variable en los diferentes colectivos sociales. El sistema político
salido del golpe de Estado de julio del 36 dio origen a reacciones claras en sentido
contrario y a favor, pero, sobre todo, generó actitudes vagas, poco claras, ambivalentes.
El consentimiento es parte de ellas y, así, se muestra inestable en el tiempo, en el propio
individuo, puntual (con respecto a cada medida emanada del poder) y lleno de
concomitancias con la resistencia cotidiana3. Igualmente, entendemos que tampoco se
puede analizar el consenso desde un planteamiento dicotómico entre represión-consenso
por resultar tremendamente reduccionista4. Jordi Font es uno de los autores que más se
ha interesado en el estudio de las diferentes actitudes políticas que implican
consentimiento de la población y su trabajo constituye uno de los mejores ejemplos de
la fecundidad interpretativa que supone la superación del estudio de las actitudes
sociales partiendo de la simplicidad consenso-represión como marco5.
En lo relativo al segundo de los cuestionamientos a los que hacíamos referencia, apuntar
que como herramienta analítica prestada de la Ciencia Política «consenso» presenta, a
nuestro entender, el problema de haber nacido para dar cuenta de actitudes de
identificación e integración con los objetivos y organizaciones estatales en sistemas
burguesía vasca en la posguerra», Isidro SÁNCHEZ SÁNCHEZ et al., España franquista. Causa General
y actitudes sociales ante la dictadura, Ciudad Real: Universidad de Castilla La Mancha, 1993, págs. 179-195; Francisco COBO ROMERO, De campesinos a electores. Modernización agraria en Andalucía,
politización campesina y derechización de los pequeños propietarios y arrendatarios. El caso de la
provincia de Jaén, 1931-1936, Madrid: Biblioteca Nueva, 2003; Francisco SEVILLANO CALERO, «Consenso y violencia en el ´Nuevo Estad` franquista: historia de las actitudes cotidianas», Historia
Social, 46, (2003), págs. 159-171 3 Sobre estas últimas, vd. Óscar J. RODRÍGUEZ BARREIRA, Migas con miedo. Prácticas de resistencia
al primer franquismo, 1939-1953, Almería: Universidad de Almería; Ana CABANA IGLESIA, «Passive Resistance. Notes for a more complete understanding of the resistance practices of the rural population during the Franco dictatorship» Amnis: Revue de Civilisation Contemporaine de l'Université de Bretagne
Occidentale, 9 (2009) 4 Antonio CAZORLA SÁNCHEZ, «Sobre el primer franquismo y la extensión de su apoyo popular», Historia y política, 8 (2002), págs. 303-320 5 Jordi FONT I AGULLÓ, ¡Arriba el campo! Primer franquisme i actituds polítiques en l´àmbit rural
nord-català, Girona: Deputació de Girona, 2001, págs. 224-342.
democráticos donde existen sociedades plurales y márgenes previstos para la
demostración de disenso y protesta. En este sentido, su adopción para conceptualizar
aspectos de un sistema como el franquista puede criticarse en tanto que no es
demostrable ni aplicable por defecto a las actitudes sociales existentes bajo un régimen
que no permite muestras de disconformidad6. No puede probarse en esas circunstancias
que toda muestra de consenso se trate de una actitud activa, positiva, ni voluntaria por
parte de la población, sino que puede ser obtenida por una combinación de represión y
control social, y acostumbra ser muestra de la efectividad de la decisión de sobrevivir
más que de una activa o manifiesta adhesión7. La existencia de consenso implica una
elección en cuanto a comportamiento que demanda en sí la existencia de un régimen
democrático ya que las contingencias de un sistema dictatorial y/o autoritario suponen
no poder analizar el elemento fundamental que demuestra su existencia y grado, el
cumplimiento de las disposiciones emanadas del Estado porque en estos sistemas se da
una ausencia real de alternativas. En línea con esta definición, nosotros compartimos lo
expuesto por aquellos autores que consideran más acertado hablar de «consentimiento»
para referirnos a la amplia gama de relaciones y actitudes entre gobernantes y
gobernados que posibilitan la estabilidad de un sistema político no democrático.
Consentimiento no remite a la armonía entre los dos sujetos ni denota un grado de
cohesión significativo como sí lo hace el concepto de consenso. Tampoco imprime un
carácter horizontal al acuerdo por la estabilidad, reduciendo así la incidencia de un
conflicto o muestra de disenso, ni se muestra continuo en el tiempo8. El consenso está
más próximo de lo que podríamos denominar afinidad ideológica o acuerdo con el tipo
de sistema político, de ahí la necesidad de recurrir a tratar de afinar el sentido del
término (pasivo/activo) mientras que consentimiento puede remitir a ese aspecto
ideológico pero lo transciende añadiendo aspectos como la obediencia habitual, los
costes de oportunidad, los incentivos y la presión9.
6 Sobre lo problemático del uso del término «consenso», vd. Ismael SAZ CAMPOS, «Entre la hostilidad y el consentimiento. Valencia en la posguerra», en Ismael SAZ; José Alberto GÓMEZ RODA, (eds.), El
franquismo en Valencia. Formas de vida y actuaciones en la posguerra, Valencia: Episteme, 1999, págs. 9-35 7 Una crítica certera y documentada en este sentido a partir del estudio de la sociedad italiana que vivió el fascismo en Marinella CHIODO, (ed.), Geografía e forme del dissenso sociale in Italia durante il
fascismo (1924-1934), Cosenza: Pellegrini Editore, 1990; Paul CORNER, «Italian Fascism: Wathever happened to Dictatorship?», The Journal of Modern History, 72, (2002), págs. 325-351 8 Philip MORGAN, “«The years of consent? Popular attitudes and resistance to Fascism in Italy, 1925-1940», en Tim KIRK; Anthony McELLIGOTT, (ed.), Opposing Fascism. Community, Authority and
Resistance in Europe, Cambridge: Cambridge University Press, 1999, págs. 133-149, págs. 163-179 9 Margaret LEVI, Consent, dissent and patriotism, Cambridge: Cambridge University Press, 1997
Partiendo del ejemplo del estudio de Font sobre el rural de Girona y tomando como
referencia de análisis y de comparación la categorización realizada por Fhilippe Burrin
para el régimen colaboracionista de Vichy y como objeto de estudio el rural gallego,
nosotros pretendemos acercamos al análisis de las realidades involucradas en la
generación de las actitudes sociales que mostraron consentimiento. Burrin distingue tres
grandes grupos de comportamiento dentro de las actitudes de adaptación10. El primero
es aquel que puede definirse como «colaboración realismo», que tiene varios móviles
pero que parece proceder, sobre todo, de la resignación del individuo; el segundo sería
es la «colaboración conveniencia», motivada por la voluntad de defender unos intereses
personales o corporativos en una coyuntura incierta; y el tercero la «colaboración
providencia», una adaptación política en el sentido amplio del término11. Las tres vías
de adaptación están también presentes durante el franquismo, aglutinando múltiples
formas, y dan cuenta de los diferentes niveles del consentimiento de una manera
diferenciada.
2. RESIGNARSE AL DÍA A DÍA: LA COLABORACIÓN REALISTA
En la «colaboración-realismo» se denotan sobre todo las huellas de la represión, el
hambre y el control social vividos en el rural gallego de los años cuarenta y cincuenta.
Esta categoría estaría en relación con dos de las tres claves que Miguel Ángel del Arco
enuncia como razones para que el franquismo lograra generar consenso entre sus apoyos
sociales a la vez que excluía a los vencidos de su proyecto político, «la represión de los
vencidos y la gestión del hambre»12. Pero, más allá del miedo, el hambre y la sensación
de continua vigilancia inoculados en la sociedad, creemos que existen dos aspectos más
a tener en cuenta dentro de esta categoría: las ansias de volver a la «normalidad» de la
población y la falta de expectativas con respecto a toda oposición al régimen. Ambos se
muestran muy relevantes en la memoria de la población a la hora de argumentar
posturas adaptativas con respecto al entramado de poder franquista y tendrían un difícil
encaje a la hora de poder ser definidos como muestra clara de un consenso activo o
pasivo. 10La fuente oral será usada de manera sistemática para tal fin. Los fondos empleados son entrevistas del HISTORGA (Archivo de Historia Oral de Galicia) que actualmente forman parte de los fondos del UPDOC (Unidad de Patrimonio Documental y Oral Contemporáneo) que puede ser consultado en http://www.usc.es/updoc/. 11 Philippe BURRIN, Francia bajo la ocupación nazi, 1940-1944, Barcelona: Paidós, 2004, págs. 197-198 12 Miguel Ángel DEL ARCO BLANCO, “«El secreto del consenso en el régimen franquista: cultura de la victoria, represión y hambre», Ayer, 76, (2009), págs. 245-268
En el franquismo consentimiento y aceptación fueron inseparables de la coerción y la
violencia ejercida por el Estado. Parece innecesario recordar aquí el carácter represivo
del franquismo durante toda su vigencia. Cabe insistir en que en la comparativa con el
régimen nazi alemán o con el fascismo italiano no puede conllevar a menospreciar el
perfil represivo de aquel, ni en cuanto a la presencia de violencia ni en la eficacia de la
misma13. Y cabe hacerlo, sobre todo, para aquellos espacios geográficos que, como el
gallego, no tuvieron frente de guerra. La ausencia de ésta no minimiza en absoluto la
intensidad de la violencia desplegada por los sublevados, como demuestran las cifras de
víctimas de represión arrojadas por los estudios más recientes14. La Galicia rural fue
objeto de una atención especial por parte de los sublevados, lo que tiene mucho que ver
con las necesidades alimentarias del Estado franquista y también con la entidad
alcanzada por el movimiento guerrillero. Una frase del Jefe de Falange de A Coruña en
su informe mensual de junio en 1940 resulta suficientemente esclarecedora «el temor,
más que la comprensión, hacen que el orden público no se vea alterado»15. Uno de los
aspectos más repetidos por la fuente oral para explicar la sensación de terror que sentían
y que impedía que sopesaran siquiera la opción a avalar o protagonizar alguna forma de
resistencia está en el peligro existente, incluso, en no hacer nada. La sensación de que
los actos de violencia podían recaer en cualquiera, en los menos combativos, en los más
débiles, en fin, en los que menos lo pudieran prever, frenó al conjunto de la población.
Ésta racionalizó que «los intelectuales», «los que andaban metidos en política» habían
podido ser «merecedores», si acaso, de algún castigo, pero no pudo articular una
explicación para la represión de los no activistas y para los abusos cometidos para
castigar las culpas de los que no podían ser «culpables» de algo. Tratos vejatorios y
correctivos desmedidos a niños, mujeres, «hombres buenos que no se habían metido con
nadie, que eran buena gente, buenos vecinos», a mayores o enfermos son
13 El cuestionamiento del «bajo perfil represivo» del franquismo ya era apuntada por Ismael Saz hace una década y los diferentes estudios sobre represión publicados desde entonces no han hecho sino incidir en esta apreciación. I. SAZ, «Entre la hostilidad y el consentimiento», pág.14. 14 Un excelente análisis de la violencia de los sublevados durante la guerra civil asociada a la existencia de frentes bélicos y en la retaguardia en Javier RODRIGO SÁNCHEZ, (ed.), Retaguardia y cultura de
guerra, 1936-1939, Ayer, (76), 2009. Sobre la incidencia de la represión en Galicia, vd., Jesús de JUANA; Julio PRADA (ed.), Lo que han hecho en Galicia. Violencia política, represión y exilio (1936-
1939), Barcelona: Crítica, 2006; Antonio MÍGUEZ MACHO, Xenocidio e represión franquista en
Galicia: a violencia na retagarda en Galicia na Guerra Civil (1936-1939), Santiago de Compostela: Lóstrego, 2009 o la base de datos sobre represaliados elaborado por el Grupo de Investigación Interuniversitario “«As vítimas, os nomes e as voces» Investigador Principal: Lourenzo Fernández Prieto: http://nomesevoces.net/ 15Archivo General de la Administración. Presidencia. Jefatura Provincial de Falange. A Coruña. Parte del mes de junio de 1940. Caja 51/20529.
representaciones que copan los primeros lugares del imaginario colectivo y que están en
la base de la explicación de una opción consentidora con el sistema político existente16.
El régimen generó consentimiento al grueso de la población mediante un sistema de
intimidación, basada en la creación de un clima violento y de contención que tiene
mucho que ver con la intervención en la vida personal y con el control moral o la
imposición de actitudes17. En las grandes ciudades aún podía salvaguardarse una parte
de la vida personal pero en los pueblos pequeños no era posible porque el control
cotidiano era (o se percibía) muy efectivo18. El férreo dispositivo de control reposaba en
asuntos cotidianos como la presentación obligatoria de los cupones de la cartilla de
racionamiento para obtener alimentos, los salvoconductos para desplazarse, la necesidad
de firmas para conseguir algún tipo de subsidio, la fiscalización de los bailes y otras
fórmulas de ocio, la necesidad de realizar labores del campo en la fecha consignada, etc.
La fuente oral trasmite un sentimiento arraigado de que la esfera personal estaba
expuesta al control, por lo que incluso se adoptaba una máscara de consentimiento en
círculos familiares y de amistades. Este autocontrol, mantenido en el tiempo, llevó a
muchos hacia una ruptura con la propia identidad y a una conversión, a la manera de
«colaboración providencia» del sujeto. La simulación, la máscara, acabaron
convirtiéndose en una parte de la identidad individual y parte del legado que heredaron
a sus descendientes.
Los fuertes deseos de que el «desorden» que había reinado después del golpe de Estado
pasara, están detrás de muchas actitudes acomodaticias en la sociedad rural gallega. No
es una salvedad. Los proyectos de historia oral realizados por la Alltagsgeschichte
demostraron que los relatos que los contemporáneos hacen de los años del
nacionalsocialismo presentan un criterio casi unánime: el de centrarse en la normalidad
16Sobre esa sensación de “terror”, vd. Manuel ORTIZ HERAS, «Instrumentos ´legales` del terror franquista”», Historia del Presente, 3, (2004), págs. 203-220, p. 206; Antonio CAZORLA SÁNCHEZ, Fear and progress. Ordinary lives in Franco´s Spain 1939-1975, Chichester ; Malden: Wiley-Blackwell, 2010, págs. 17-49 17Se trata de un aspecto desmovilizador porque se bien aumentó el «marco de la injusticia» e incluso el «marco de la identidad», dos de los parámetros de la acción colectiva, anuló el «marco motivacional», aquel que repara en las diferentes racionalidades de llevar a cabo una protesta. Sobre los marcos de acción colectiva, vd. Bert KLANDERMANS, et al., «Injusticie and adversarial frames in a supranational political context: Farmer´s protest in the Netherlands and Spain», en Donatella DELLA PORTA, et al., (ed.), Social Movements in a Globalizing World, Basingstoke: MacMillan Press, 2000, págs . 134-147 18 Como demuestran los trabajos realizados para comarcas rurales da provincia de Sevilla, Girona o Soria, vd. Jordi FONT I AGULLÓ, «Nosotros no nos cuidábamos de la política”. Fuentes orales y actitudes políticas en el franquismo. El ejemplo de una zona rural, 1939-1959», Historia Social, 49, (2004), págs. 49-66; Alfonso LAZO DÍAZ, (1998), Retrato de fascismo rural en Sevilla, Sevilla: Universidad de Sevilla; Carmelo GARCÍA ENCABO et al., Cartas Muertas. La vida rural en la posguerra, Soria: Ámbito, 1996
de ese período. Dichos estudios identifican los modos en los que los nazis lograron
ajustar sus discursos y acciones para que los diferentes grupos sociales asumieran las
fórmulas excepcionales impuestas por el régimen como algo normal en sus vidas. El
factor decisivo, señalan los historiadores alemanes, no era su habilidad para controlar la
vida diaria de la población, sino, más bien, aprovechar el hecho de que ésta, después de
la devastación causada por la I Guerra Mundial, de la depresión económica, del
desempleo, etc. estaba preparada para colaborar con cualquiera que hubiera jugado la
baza de luchar por la normalización de los parámetros en los que se movía su vida
cotidiana (trabajo, familia, etc.). Para muchos alemanes, el estado de excepción lo
marcaba la guerra y la confusión de la posguerra, lo que dio a los nazis la oportunidad
de presentar a Hitler cómo un salvador de ese caos, como el que garantizaba la
tranquilidad y el orden anheladas por la mayoría. F. Trommler insiste en que parte de
los esfuerzos nazis por el control de la sociedad se basaron en buscar que la población
sintiera que vivía dentro de la normalidad, conscientes de que era suficiente para que
muchos ciudadanos mostraran la voluntad de suspender sus convicciones políticas y/o
morales, en aras de preservar sus papeles básicos de trabajadores, ciudadanos, vecinos,
etc. Dicho autor da cuenta del increíble aislamiento de la población dentro de su
microcosmos, un constructo autónomo de factos y creencias que fue defendido hasta el
punto de superar las actitudes de consentimiento y colaborar activamente con el régimen
nazi19.
Para aquellos que se adaptaron en el rural gallego es posible también definir los años del
franquismo como una etapa dominada por la normalidad. La insistencia en esa
normalidad resulta de la adaptación de las expectativas del individuo, una reacción
frente a lo que se asume que debieran ser sus expectativas en ese momento20. Las
circunstancias instrumentalizaron la percepción de la realidad. Cualquier adaptación
fuerza a cambiar los parámetros de un individuo y una adaptación activa supone la
interiorización de la realidad externa dentro de dichos marcos, para ordenarla dentro de
los esquemas propios. Este intencionalismo, iniciado bajo diversas emociones como la
ansiedad, la ambición personal o la solidaridad de grupo, trae consigo un modo de
dominación vital para lo cual el planteamiento de posiciones y actitudes como la
19 Frank TROMMLER, “«Between normality and resistance: catastrophic gradualism in Nazi German», Journal of Modern History, 64, (1992), págs. 82-101 20 En la perentoria necesidad que existía entre la población de Madrid de restaurar la normalidad una vez finalizada la contienda civil insisten también los testimonios recogidos por Pilar FOLGUERA, “«La construcción de lo cotidiano durante los primeros años del franquismo», Ayer, 19, (1995), págs. 166-187
complacencia o la resistencia son totalmente secundarias. La cuestión central es que
períodos como el definido por las primerias décadas de franquismo pueden ser descritos
como normales a nivel personal porque, entre otras circunstancias, el mundo de lo
«político» fue expulsado del ámbito de la conciencia individual- incluso con efectos
retroactivos- con la finalidad de tratar de vivir mejor o meramente de sobrevivir. El
apoliticismo se interiorizó como la manera de conservar amistades y convivir en cierta
armonía de tal manera que se convirtió en una verdad refrendada en ambientes
familiares nada hostiles (reuniones, cartas a familiares emigrados, etc.) e incluso ante
antiguos correligionarios políticos, evidenciando una asunción total de la
desmovilización política y social. La tensión que provocaba entrar en el ámbito de lo
político y valorar situaciones de oposición rompía con la normalidad que se asumía
garante de una vida diaria segura y mantenían a sus protagonistas dentro de parámetros
de certidumbre vital. La despolitización de la sociedad fue el grande éxito del
franquismo. La equiparación mental que se hizo de política y peligro para el común de
la sociedad y política y corrupción para el beneficio de unos pocos fue un triunfo de la
dictadura. Este logro comportó, más allá de la despolitización de las generaciones que
vivieron los primeros años del franquismo, un efecto alienante en las siguientes21.
Para muchos la normalidad no fue el fruto de no ver de cerca la impunidad con la que el
régimen se imponía o de no querer percibirlo aferrándose a aspectos cotidianos de la
vida. Fue el resultado de la suspensión de sus convicciones morales, que es lo que
permite deshistorizar del período. La asunción de violencia gratuita y terror como un
aspecto más de la vida diaria fue el costo de sentir que «todo era normal». Se trató,
como señala Trommler para el caso alemán, de un «habituarse gradual» de la población
a las maneras del régimen, de un acostumbrarse poco a poco a las situaciones de
violencia, a recibir órdenes y no poder deliberar su cumplimiento, a creer que la
situación era tan complicada que el gobierno tenía que actuar con la gente que lo
cuestionaba. Aclimatarse a la sensación de miedo, a la violencia, a la corrupción, etc.
fue la respuesta de la mayoría para tratar de recuperar el grado suficiente de normalidad
que permitía sobrellevar la vida diaria. Muchos rituales franquistas más o menos
simbólicos se asumieron dentro del ritmo que toman las actividades cotidianas y, así,
dejaron de percibirse como los actos de represión que eran. El calado del deseo de que
21 Narotzky y Smith describen esta forzada reclusión en el ámbito de lo privado a causa de la represión y la expulsión del espacio público y sus implicaciones políticas y en la memoria social. Susana NAROTZKY; Gavin SMITH, «´Being político` in Spain: an etnographic account of memories, silences and public politic», History and Memory, 14, 1-2, (2002), págs. 189-228
todo volviera a la normalidad, el anhelo de llevar una vida con la mínima tensión
posible, hizo que situaciones incómodas o llenas de coerciones no desembocaran en un
conflicto. La presión social quedaba contenida por la irresistible atracción de resguardar
la normalidad. En la misma línea que el régimen de Hitler, el franquismo coaccionó a la
mayoría de la población a tantos niveles «próximos» (seguridad laboral, supervivencia
familiar, etc.) que evitó e imposibilitó la reflexión sobre la situación política a nivel
macro. Uno de sus éxitos fue el de derivar y circunscribir la potencial oposición hacia
muestras de resistencia civil que cabían dentro de la tónica general de adaptación y
consentimiento.
La colaboración realista partía también del análisis negativo de las alternativas
existentes. Esta valoración tenía en cuenta el poder del régimen y la estimación de su
duración, igual que la imagen de los posibles opositores, que no consiguieron
fundamentar una opinión positiva sobre un cambio en la situación. La perspectiva de
una dominación duradera, sobre todo a partir de la constatación que la derrota del Eje en
la Segunda Guerra Mundial no iba a suponer un cambio de sistema político en España,
condujo a muchas personas a la adaptación y a la aceptación del régimen. La no
intervención de los Aliados dejó sin ánimos a una población que tenía cifradas sus
esperanzas de acabar con el régimen en la ayuda exterior y, a su vez, también supuso un
punto y aparte para la oposición armada interior. Como hemos señalado, el creciente
desinterés de la población por la política ayudó a aislar al movimiento guerrillero, al
igual que sus constantes bajas. En la fuente oral recogida se encuentra la huella del
estado de ánimo colectivo: un generalizado sentimiento de aversión hacia los
franquistas y a las autoridades, pero también de miedo hacia la guerrilla, por lo que su
presencia suponía de peligroso y por el recrudecimiento de la represión que conllevaba
su acción. Las constantes visitas de las fuerzas franquistas a las zonas donde se ayudaba
a la guerrilla hacían que el miedo estuviera siempre presente y que, en muchos casos, no
se dude en reconocer que la muerte o prisión de los guerrilleros supuso un alivio. En
esta ausencia de consciencia sobre el papel de la guerrilla como opción de cambio
debemos ver la incapacidad del propio movimiento opositor para hacer prender en las
comunidades rurales el «mito del bandolerismo social» en los parámetros expresados
por Eric Hobsbawm22. Víctor Klemperer, en su obra La lengua del Tercer Reich,
plantea que las palabras pueden actuar como dosis ínfimas de arsénico que parecen no
surtir efecto pero a la postre son tóxicas. En este sentido hay que valorar la influencia de 22 Eric HOBSBAWM, Bandidos, Barcelona: Ariel,1976
las reiteradas denominaciones de bandoleros, atracadores, asesinos, ladrones, etc. con
las que autoridades y medios de comunicación nombraban a los guerrilleros. Estas
fórmulas, en nada inocuas, ayudaron a la que la población interiorizara en su propio
discurso este tratamiento oficial que minimizaba su potencial político. El franquismo,
sin duda, ganó no sólo la batalla bélica sino también la «guerra de las palabras»23. Se
convirtió en el dueño absoluto del discurso público y, con ese dominio, procedió la
destruir las representaciones que de sí tenían los sujetos y los colectivos. La represión
simbólica, por la que era la dictadura quien elegía nombres y significados, trató de
mudar rasgos de identidad social y política de los sujetos y, como en el caso de la
guerrilla, consiguió mantener latente una cosmovisión y un lenguaje degradador y
envilecido que caló en buena parte de la sociedad que no consiguió ver en ella un atisbo
de esperanza en el cambio.
3. CUANDO EL FRANQUISMO CONVIENE: COLABORAR POR INTERÉS
Esta es la categoría quizás más fácilmente explicable: el franquismo, sus modos y sus
leyes supusieron beneficios para muchos individuos que, basándose en su condición de
favorecidos, ofrecieron su consentimiento al régimen. Subrayamos de nuevo la idea de
que el consentimiento no es para nada una actitud estable ni genérica ni por lo tanto
incompatible con actitudes de descontento y disenso para con otros rasgos y medidas
del régimen. Así, es totalmente factible topar individuos que encuentran en su subsidio
de vejez o un cargo de guarda rural un método de anclaje con el régimen sin dejar de
sentir miedo ante una posible represión, pero sin dejar tampoco pasar la ocasión de
provocar incendios en la repoblación forestal por estar en total desacuerdo con esa
media. Como hemos señalado, no puede hacerse referencia únicamente a factores de
carácter negativo a la hora de reflexionar sobre las causas del consentimiento. Su
motivación no debe reducirse a una explicación basada en la capacidad de ejercer la
fuerza, imponer miseria y generar miedo por parte del régimen porque es claramente
engañoso, además de reduccionista. El Estado franquista fue capaz de, usando y
ampliando algunos mecanismos propios de todos los regímenes políticos, incitar,
inducir, seducir y facilitar que miembros de la sociedad participaran en la imposición de
sus medidas sin estar o sentirse sometidos por la fuerza y la capacidad de coacción.
Algunas personas vieron una oportunidad para el lucro personal en las nuevas leyes e 23 Parafraseando el célebre artículo de Paul PRESTON, «Introducción. Guerra de palabras: los historiadores ante la guerra civil española», en Paul PRESTON, (ed.), Revolución y guerra en España,
1931-1939, Madrid: Alianza, 1984, págs. 15-24.
intentaron crecer profesional y/o económicamente a la sombra del régimen. Como
demuestra, por ejemplo, la doble cara del mercado negro o las políticas sociales
desplegadas, lo que para unos marcaba un ámbito de exclusión para otros operaba como
un mecanismo de integración: grandes estraperlistas que nunca tuvieron que temer la
acción de la justicia versus protagonistas de un mercado negro de poca monta que
acumulaban multas y sanciones24; subsidios a madres de familia numerosa cuya unión
santificaba la iglesia versus rechazo a las madres solteras, etc, etc. Esta ambivalencia va
a ser una constante en el conjunto de políticas y estrategias que el franquismo va poner
en marcha para conseguir la adaptación y colaboración de la que hablamos. La división
social acontecida en la guerra civil no se hizo permeable por los mecanismos de
atracción generados sino todo el contrario, éstos ahondaron en esa línea divisoria entre
población afín, debidamente cribada y seleccionada, y el resto de la sociedad, donde aún
había posibilidad de diferenciar grupos más aislados como los vencidos y colectivos
desheredados. Represión y paternalismo era una mezcla muy cotidiana en las medidas y
políticas del régimen. Estas, como otros mecanismos creadores de consentimiento,
insisten en la consolidación de la división social, entre beneficiarios y excluidos,
dejando los principios de hermandad y comunidad nacional exclusivamente para el
campo discursivo. Dionisio Ridruejo señalaba que el régimen franquista se sirvió de dos
instrumentos para llegar a destruir toda vida civil. El primero el terror, el segundo la
corrupción sistemática. La gestión desigual de los recursos sirvió tanto para fomentar la
exclusión social como para generar consentimiento. La corrupción económica y política
resultó uno de los mayores desestabilizadores de las comunidades rurales en tanto que
establecía nítidas líneas de fractura. Favorecidos y sancionados se sabían pertenecientes
a grupos diferenciados en cuanto a su relación con la Administración. Así, pues, una
época de escasez general, para ciertos grupos, empezando por algunos campesinos
propietarios, fue una etapa dorada en la que, como bien apunta Antonio Cazorla, se
sintieron muy a gusto con esta política autárquica de la dictadura25. Tanto las medidas
intervencionistas como las de abastecimiento, igual que las relativas a las obras sociales,
dejaban grandes posibilidades para el fraude, el favoritismo y el abuso, y es en relación
con poder beneficiarse de ellos con lo que muchos individuos otorgan su
24 Miguel GÓMEZ OLIVER; Miguel Ángel DEL ARCO BLANCO, «El estraperlo: forma de resistencia y arma de represión en el franquismo», Studia Histórica. Historia Contemporánea, 23, (2005), págs. 179-199 25Antonio CAZORLA SÁNCHEZ, Las Políticas de la victoria: la consolidación del Nuevo Estado
franquista (1938-1953), Madrid: Marcial Pons, 2000, pág. 85
consentimiento al régimen. Como señala Carme Molinero, para los regímenes
autoritarios como el franquismo, responder a las necesidades materiales de su población
se convertía en un de los símbolos de la construcción de la patria26. Es evidente la
relación entre aliviar las necesidades básicas de la población y sacar rendimientos
políticos, cosa que hizo sobre todo con la implantación de seguros sociales.
Bases sociales consentidoras fueron también los que se beneficiaron de la legislación
que recompensaba a los que habían participado de una o de otra manera a favor del
triunfo franquista en la contienda civil. Voluntarios, excombatientes, prisioneros del
bando sublevado, mutilados, etc. fueron gratificados de múltiples formas: puestos de
trabajo, pensiones, recompensas económicas, mejores condiciones a la hora de obtener
subsidios, reservas de plazas en oposiciones, etc. Toda la sociedad reconocía su
condición de privilegiados dentro de las comunidades. El consentimiento y, por
supuesto el activismo, ofrecía y lo más importante, se sabía que brindaba, oportunidades
reales de promoción socioeconómicas, nada desestimables dadas las difíciles
condiciones de la vida diaria. Lo cotidiano estaba así marcado por un acentuado
servilismo en el que los privilegios se utilizaban como líneas de fractura. En ocasiones
encontramos que el beneficio obtenido era puntual (recomendación, algún reparto de la
Hermandad etc.), pero era lo suficiente para que el favorecido considerara que el
régimen de Franco no era merecedor de recibir fuertes críticas, pese a no concordar
ideológicamente con él.
Lo más interesante quizás de las fórmulas que pueden definirse como «colaboración
conveniencia», además del hecho de que aúnen consentimiento con sometimiento y
exclusión o directamente represión, es que el franquismo apenas necesitó más que
enunciarlas y ponerlas en práctica de manera incipiente. El ejemplo más claro de ello
quizás esté en las políticas sociales. Los diferentes estudios de caso muestran que, en el
rural gallego, éstas apenas tuvieron entidad en asuntos relevantes como la sanidad, la
vivienda o la organización del ocio, pero aún así, la memoria de la población denota su
calado27. La explicación a este aparente desfase puede encontrarse en dos hechos que no
26Carme MOLINERO, «La política social del régimen franquista. Una asignatura pendiente de la historiografía”», Ayer, 50, (2003), págs. 319-331; Carme MOLINERO, La captación de las masas.
Política social y propaganda en el régimen franquista, Madrid: Cátedra, 2005 27 Entre dichos estudios cabe citar, Daniel LANERO TÁBOAS, D., « ¿La salud es lo que importa? La O.S. de 18 de Julio y la asistencia médica en Galicia», Historia Social (en prensas); Margarita VILAR RODRÍGUEZ, «El sistema de cobertura social en la inmediata posguerra civil (1939-1958): una pieza más en la estrategia represiva franquista», en VI Encuentro de Investigadores sobre el Franquismo, Zaragoza: Universidad de Zaragoza & Fundación Sindicalismo y Cultura de CCOO Aragón, 2006, págs. 619 – 634
tienen por qué entenderse como excluyentes. Por una parte, y como señalan autores
como Antonio Míguez, en que el efecto de la represión por sí sola habría hecho
innecesario un esfuerzo por parte del Estado en medidas que generaran consentimiento
más activamente28. Por otra parte, entendemos que no se debe olvidar el efecto
provocado por la labor propagandística asociada tanto al ejercicio como al mero anuncio
de ejercicio de la asistencia social. El régimen aprovechó cada ocasión, efemérides,
discurso, etc. para autofelicitarse por su obra social y recordar su protagonismo en su
consecución y los beneficiarios de la misma sirvieron de poderosos altavoces en sus
comunidades. En esto insistiremos al hablar de la «colaboración providencia», pero
cabe señalar que pese a que la «llegada al campo de la justicia social» no fuera sentida
más que por una minoría, una gran mayoría ofreció su consentimiento convencida de
que se trabajaba para ello desde las instancias oficiales.
4. CUANDO EL FRANQUISMO CONVENCE: LA COLABORACIÓN
PROVIDENCIA
La colaboración basada en el convencimiento es la que está más próxima a la adhesión,
que supone un paso más allá de la adaptación, siendo los límites entre ambas de muy
difícil aprehensión. La divisoria entre adheridos y consentidores la trazamos entre
aquellos que, incluso convencidos por los principios del franquismo (reales o
discursivos), no participaron de facto en la organización e instauración del régimen, de
modo que, no se contaron entre los cuadros dirigentes de Falange ni en los órganos
políticos de la dictadura franquista y aquellos que sí lo hicieron. El salto cualitativo
entre unos y otros es evidente y, como tal, fue sancionado socialmente.
En el campo tres estrategias fueron seguidas por el político franquista para generar
«colaboración-providencia»: la manipulación ideológica, basada en la propaganda
positiva sobre sus logros y la publicitación de una imagen negativa de la oposición
(discurso ruralista, mito de la “paz de Franco”, etc.) para lo que empleó de manera
pródiga simbologías extendidas ya en el imaginario colectivo del campesinado; las
operaciones de interiorización de modelos y pautas acordes con el sistema, en el que la
enseñanza y la labor de la iglesia tienen un lugar preferente, pero también organismos
como la Sección Femenina y las Hermandades Sindicales de Labradores y Ganaderos;
28 Antonio MÍGUEZ MACHO, «Políticas sociales y dictaduras genocidas. La política de bienestar social de la dictadura franquista en un nuevo marco comparativo», en VII Encuentro de Investigadores sobre el
Franquismo, Santiago de Compostela, 2009 [texto completo puede ser consultado en http://investigadoresfranquismo.com/encuentro/comunicaciones-aceptadas]
y, finalmente, las actuaciones relacionadas con la puesta en marcha de la obra social
que, como venimos de mencionar, sirvieron sobre todo para el control social y la
consolidación de grupos afines al régimen en tanto que beneficiarios de él, pero no
puede olvidarse como hemos enunciado su papel como creadora de consentidores
convencidos. En las primeras dos décadas del régimen medios como la escuela o el
encuadramiento empezaron a dar sus frutos, pero sobre todo funcionaron otros canales
más informales, y sobre dos de ellos insistiremos aquí por entender que fueron de
capital importancia. El primero, la labor de los soldados movilizados por el bando
sublevado, el segundo, muy en relación con esa búsqueda de la normalidad que hemos
citado como factor de la «colaboración realismo», el segundo, la fortaleza del
sentimiento de respetar la legalidad.
Un papel muy destacado para lo adoctrinamiento en los primeros años de conformación
del régimen y en la creación de consentimiento fue la participación de muchos
labradores en la guerra y, posteriormente, en el servicio militar. Filas y trincheras
sirvieron de plataformas de conversión, primero, del personal movilizado y,
posteriormente y, a través de éste, de sus familias y grupos de sociabilidad. La
incorporación a filas fue masiva en Galicia- conceptualizada cómo un vivero de tropas
franquistas junto a Navarra y a Marruecos- por lo que importantes contingentes de
varones entre los 18 y los 30 años entraron a formar parte de los destacamentos del
ejército sublevado y, por ello, objetivo fácil para el adoctrinamiento. Las informaciones
recabadas en las entrevistas y en algunas memorias indican que esta incorporación
estaría en relación con el éxito de las campañas de propaganda, que a través de prensa,
radio y púlpitos ensalzaban el papel del ejército de manera retórica. Además, en la
incorporación a filas tampoco se puede olvidar la influencia de la represión y el miedo
a los castigos por deserción y la problemática que llevaba aparejada la huida. En otras
ocasiones la incorporación a filas o a los cuerpos de voluntarios como la Legión Gallega
o las diferentes Banderas era vista como un trampolín de salvación para personas
adscritas a organizaciones de izquierda con anterioridad a la guerra.
A la hora de entender la participación en el contingente bélico como elemento de
consentimiento debemos tener presente que muchos soldados tenían una idea sesgada de
la guerra al haber tomado parte sólo en acciones menores o haber tenido un papel sólo
en la retaguardia (sanitarios, transporte, etc.). El recuerdo del compañerismo, de los
lugares nuevos a los que se va, de las novias, de la oportunidad de formación, etc. llenan
las memorias de los que no entraron en combate directo. Para otros, sin embargo, el
consentimiento parte de haber participado activamente en el frente. Para ellos al
contrario el recuerdo de la barbarie y el horror de la guerra les hizo concebir a los
miembros del bando contrario como verdaderos criminales, merecedores de pagar por el
horror vivido. El resultado de las dos experiencias redundó en cualquiera caso a favor
del franquismo. En un caso por no llegar a conceptualizar a guerra como la experiencia
terrible que es y vislumbrar aspectos positivos de la movilización; en el otro por
conseguir una identificación del bando que luchaba por la legalidad republicana como
enemigo. La experiencia en las trincheras, con un sufrimiento común y un enemigo
común, camaradería y adoctrinamiento político, jugó un papel importante en el cambio
individual de muchos movilizados del rural, hasta convertirlos incluso en furibundos
franquistas, superando así los lindes de la adaptación. Pero, lo que nos interesa subrayar
aquí, incluso, es que se convirtieron en transmisores y alabadores del régimen y de sus
“mitos” entre sus familiares y vecinos. Discursos y doctrinas de cuarteles y trincheras
no cayeron en saco roto sino que combatientes y excombatientes que los habían
asumido como axiomas ciertos se arrogaron un papel de receptores convencidos y de
primeras espadas del aparato publicitario franquista. Su versión tenía mucho peso entre
la comunidad rural, pues se entendía que, en su condición de protagonistas de la guerra,
eran conocedores y transmisores veraces de la realidad. Ellos habían estado allí, ellos
habían oído a Franco directamente, ellos habían visto las atrocidades de los «rojos»,
ellos habían formado parte de las campañas bélicas heroicas, ellos sabían de la situación
de manera certera y, por lo tanto, ellos pudieron convencer mejor que cualquier
autoridad a la población para ofrecer su consentimiento al régimen.
Hubo individuos que consintieron con el franquismo porque optaron por no cambiar
pautas asumidas de tener un comportamiento legal y decidieron respetar la legislación
vigente. Entendían que eran normas legítimas y legitimadas por venir del Estado y por
no considerar el origen de éste palmariamente ilegal. «Fueron los que ganaron» y «eran
los que mandaban» acostumbran a ser las explicaciones dadas por aquellos que
consintieron con el franquismo en virtud de esta premisa. Esta actitud acostumbra a ir
asociada a los principios de orden y jerarquía, señas de identidad de muchos
comportamientos seguidos en el rural gallego. Este respeto por la legalidad vigente no
impedía una visión crítica de la realidad e incluso la crítica de situaciones como las
causadas por la carestía o las erróneas políticas agrarias, pero no dejaba duda sobre la
necesidad de obedecer «a los que habían ganado la guerra» y a la autoridad (maestro,
guardia civil y sacerdote).