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REALISMO, CONVENIENCIA, PROVIDENCIA. UNA INDAGACIÓN SOBRE LAS EXPRESIONES DE ADHESIÓN AL RÉGIMEN DE FRANCO (1940-1960) 1 Ana Cabana Iglesia Universidade de Santiago de Compostela 1. CONSENTIR CON EL FRANQUISMO No ha sido usual plantearse la razón por la cual cuando un régimen dictatorial se impone por la fuerza y en contra de los deseos de buena parte de la sociedad sólo una ínfima parte de ésta se convierte en oposición y trabaja por su derrocamiento. Resultaba una obviedad dada por la propia condición humana que la oposición fuera asunto de un puñado de individuos y no de todo un pueblo. El conjunto de una sociedad, consciente de tener que pagar el precio de una lucha que sentía muchas veces como profundamente ajena, se mostraba dispuesta a adaptarse ante aquel que pareciera más fuerte y peligroso en ese contexto. Pero existen condiciones específicas que ayudan a explicar las razones de este comportamiento más allá de causas genéricas relacionadas con la naturaleza del ser humano, y en ellas es en las que pretendemos detenernos. Porque cualquier sistema político, incluida la dictadura, es incapaz de mantenerse únicamente mediante la represión, necesita generar cierto nivel de consenso. Esta premisa es la que nos ha hecho preguntarnos no estrictamente sobre los apoyos sociales con los que contó la dictadura franquista en sus casi cuatro décadas de existencia, sino sobre un aspecto tangencial del mismo, el de las actitudes sociales. En los últimos años la historiografía española ha avanzado mucho en el estudio de la generación de consenso hacia el franquismo, amén de desgranar en las diferentes causas explicativas de la opción de consentir a partir de análisis enfocados a diferentes grupos sociales 2 . Nuestra reflexión parte del cuestionamiento inicial tanto sobre el modo en que 1 Este trabajo se inscribe dentro del Proyecto de Investigación del Plan Nacional del Ministerio de Educación “La representación de intereses agrarios en las economías periféricas europeas. Un modelo multifuncional a partir del caso del noroeste peninsular (1890-1975)”. Investigador Principal: Ramón Villares Paz. Un estudio más pormenorizado y amplio del fenómeno del consentimiento en Ana CABANA IGLESIA, Xente de Orde. O consentimento cara ao franquismo en Galicia, Santa Comba: tresCtres, 2009 2 Francesco BARBAGALLO; Silvio LANARO, «Debat», en VV.AA., Franquisme. Sobre resistència i consens a Catalunya (1938-1959), Barcelona: Crítica, 1990, págs. 32-49; Borja de RIQUER, «Rebuig, passivitat i suport. Actituds polítiques catalanes davant el primer franquisme (1939-1950)», en VV.AA., Franquisme. Sobre resistència i consens a Catalunya (1938-1959), Barcelona: Crítica, 1990, págs. 179- 193; Carme MOLINERO; Pére YSÁS, Productores disciplinados y minorías subversivas. Clase obrera y conflictividad laboral en la España franquista, Madrid: Siglo XXI, 1998, págs. 26-29; José María GARMENDIA.; Manuel GONZÁLEZ PORTILLA, «Crecimiento económico y actitudes políticas de la

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REALISMO, CONVENIENCIA, PROVIDENCIA. UNA INDAGACIÓN SOBRE LAS EXPRESIONES DE ADHESIÓN AL RÉGIMEN DE FRANCO (1940-1960)1

Ana Cabana Iglesia Universidade de Santiago de Compostela

1. CONSENTIR CON EL FRANQUISMO

No ha sido usual plantearse la razón por la cual cuando un régimen dictatorial se

impone por la fuerza y en contra de los deseos de buena parte de la sociedad sólo una

ínfima parte de ésta se convierte en oposición y trabaja por su derrocamiento. Resultaba

una obviedad dada por la propia condición humana que la oposición fuera asunto de un

puñado de individuos y no de todo un pueblo. El conjunto de una sociedad, consciente

de tener que pagar el precio de una lucha que sentía muchas veces como profundamente

ajena, se mostraba dispuesta a adaptarse ante aquel que pareciera más fuerte y peligroso

en ese contexto. Pero existen condiciones específicas que ayudan a explicar las razones

de este comportamiento más allá de causas genéricas relacionadas con la naturaleza del

ser humano, y en ellas es en las que pretendemos detenernos. Porque cualquier sistema

político, incluida la dictadura, es incapaz de mantenerse únicamente mediante la

represión, necesita generar cierto nivel de consenso.

Esta premisa es la que nos ha hecho preguntarnos no estrictamente sobre los apoyos

sociales con los que contó la dictadura franquista en sus casi cuatro décadas de

existencia, sino sobre un aspecto tangencial del mismo, el de las actitudes sociales. En

los últimos años la historiografía española ha avanzado mucho en el estudio de la

generación de consenso hacia el franquismo, amén de desgranar en las diferentes causas

explicativas de la opción de consentir a partir de análisis enfocados a diferentes grupos

sociales2. Nuestra reflexión parte del cuestionamiento inicial tanto sobre el modo en que

1Este trabajo se inscribe dentro del Proyecto de Investigación del Plan Nacional del Ministerio de Educación “La representación de intereses agrarios en las economías periféricas europeas. Un modelo multifuncional a partir del caso del noroeste peninsular (1890-1975)”. Investigador Principal: Ramón Villares Paz. Un estudio más pormenorizado y amplio del fenómeno del consentimiento en Ana CABANA IGLESIA, Xente de Orde. O consentimento cara ao franquismo en Galicia, Santa Comba: tresCtres, 2009 2 Francesco BARBAGALLO; Silvio LANARO, «Debat», en VV.AA., Franquisme. Sobre resistència i

consens a Catalunya (1938-1959), Barcelona: Crítica, 1990, págs. 32-49; Borja de RIQUER, «Rebuig, passivitat i suport. Actituds polítiques catalanes davant el primer franquisme (1939-1950)», en VV.AA., Franquisme. Sobre resistència i consens a Catalunya (1938-1959), Barcelona: Crítica, 1990, págs. 179-193; Carme MOLINERO; Pére YSÁS, Productores disciplinados y minorías subversivas. Clase obrera y

conflictividad laboral en la España franquista, Madrid: Siglo XXI, 1998, págs. 26-29; José María GARMENDIA.; Manuel GONZÁLEZ PORTILLA, «Crecimiento económico y actitudes políticas de la

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se ha planteado el estudio de éstas en el marco de los regímenes dictatoriales como

sobre el concepto que se usa para referirse a las actitudes sociales que transmiten

adhesión o adaptación al régimen, el de consenso. En cuanto al primero, cabe señalar

que tradicionalmente el análisis del consenso de la población respeto a sus gobernantes

y a los designios de estos ha sido percibido como el estudio de todas aquellas realidades

y ámbitos en los que se mostraba una actitud totalmente antagónica a la oposición y a la

protesta, un error que comienza a evitarse en las investigaciones más actuales. Estas

tienen ya en cuenta que las actitudes sociales son tremendamente complejas y se

combinan de modo variable en los diferentes colectivos sociales. El sistema político

salido del golpe de Estado de julio del 36 dio origen a reacciones claras en sentido

contrario y a favor, pero, sobre todo, generó actitudes vagas, poco claras, ambivalentes.

El consentimiento es parte de ellas y, así, se muestra inestable en el tiempo, en el propio

individuo, puntual (con respecto a cada medida emanada del poder) y lleno de

concomitancias con la resistencia cotidiana3. Igualmente, entendemos que tampoco se

puede analizar el consenso desde un planteamiento dicotómico entre represión-consenso

por resultar tremendamente reduccionista4. Jordi Font es uno de los autores que más se

ha interesado en el estudio de las diferentes actitudes políticas que implican

consentimiento de la población y su trabajo constituye uno de los mejores ejemplos de

la fecundidad interpretativa que supone la superación del estudio de las actitudes

sociales partiendo de la simplicidad consenso-represión como marco5.

En lo relativo al segundo de los cuestionamientos a los que hacíamos referencia, apuntar

que como herramienta analítica prestada de la Ciencia Política «consenso» presenta, a

nuestro entender, el problema de haber nacido para dar cuenta de actitudes de

identificación e integración con los objetivos y organizaciones estatales en sistemas

burguesía vasca en la posguerra», Isidro SÁNCHEZ SÁNCHEZ et al., España franquista. Causa General

y actitudes sociales ante la dictadura, Ciudad Real: Universidad de Castilla La Mancha, 1993, págs. 179-195; Francisco COBO ROMERO, De campesinos a electores. Modernización agraria en Andalucía,

politización campesina y derechización de los pequeños propietarios y arrendatarios. El caso de la

provincia de Jaén, 1931-1936, Madrid: Biblioteca Nueva, 2003; Francisco SEVILLANO CALERO, «Consenso y violencia en el ´Nuevo Estad` franquista: historia de las actitudes cotidianas», Historia

Social, 46, (2003), págs. 159-171 3 Sobre estas últimas, vd. Óscar J. RODRÍGUEZ BARREIRA, Migas con miedo. Prácticas de resistencia

al primer franquismo, 1939-1953, Almería: Universidad de Almería; Ana CABANA IGLESIA, «Passive Resistance. Notes for a more complete understanding of the resistance practices of the rural population during the Franco dictatorship» Amnis: Revue de Civilisation Contemporaine de l'Université de Bretagne

Occidentale, 9 (2009) 4 Antonio CAZORLA SÁNCHEZ, «Sobre el primer franquismo y la extensión de su apoyo popular», Historia y política, 8 (2002), págs. 303-320 5 Jordi FONT I AGULLÓ, ¡Arriba el campo! Primer franquisme i actituds polítiques en l´àmbit rural

nord-català, Girona: Deputació de Girona, 2001, págs. 224-342.

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democráticos donde existen sociedades plurales y márgenes previstos para la

demostración de disenso y protesta. En este sentido, su adopción para conceptualizar

aspectos de un sistema como el franquista puede criticarse en tanto que no es

demostrable ni aplicable por defecto a las actitudes sociales existentes bajo un régimen

que no permite muestras de disconformidad6. No puede probarse en esas circunstancias

que toda muestra de consenso se trate de una actitud activa, positiva, ni voluntaria por

parte de la población, sino que puede ser obtenida por una combinación de represión y

control social, y acostumbra ser muestra de la efectividad de la decisión de sobrevivir

más que de una activa o manifiesta adhesión7. La existencia de consenso implica una

elección en cuanto a comportamiento que demanda en sí la existencia de un régimen

democrático ya que las contingencias de un sistema dictatorial y/o autoritario suponen

no poder analizar el elemento fundamental que demuestra su existencia y grado, el

cumplimiento de las disposiciones emanadas del Estado porque en estos sistemas se da

una ausencia real de alternativas. En línea con esta definición, nosotros compartimos lo

expuesto por aquellos autores que consideran más acertado hablar de «consentimiento»

para referirnos a la amplia gama de relaciones y actitudes entre gobernantes y

gobernados que posibilitan la estabilidad de un sistema político no democrático.

Consentimiento no remite a la armonía entre los dos sujetos ni denota un grado de

cohesión significativo como sí lo hace el concepto de consenso. Tampoco imprime un

carácter horizontal al acuerdo por la estabilidad, reduciendo así la incidencia de un

conflicto o muestra de disenso, ni se muestra continuo en el tiempo8. El consenso está

más próximo de lo que podríamos denominar afinidad ideológica o acuerdo con el tipo

de sistema político, de ahí la necesidad de recurrir a tratar de afinar el sentido del

término (pasivo/activo) mientras que consentimiento puede remitir a ese aspecto

ideológico pero lo transciende añadiendo aspectos como la obediencia habitual, los

costes de oportunidad, los incentivos y la presión9.

6 Sobre lo problemático del uso del término «consenso», vd. Ismael SAZ CAMPOS, «Entre la hostilidad y el consentimiento. Valencia en la posguerra», en Ismael SAZ; José Alberto GÓMEZ RODA, (eds.), El

franquismo en Valencia. Formas de vida y actuaciones en la posguerra, Valencia: Episteme, 1999, págs. 9-35 7 Una crítica certera y documentada en este sentido a partir del estudio de la sociedad italiana que vivió el fascismo en Marinella CHIODO, (ed.), Geografía e forme del dissenso sociale in Italia durante il

fascismo (1924-1934), Cosenza: Pellegrini Editore, 1990; Paul CORNER, «Italian Fascism: Wathever happened to Dictatorship?», The Journal of Modern History, 72, (2002), págs. 325-351 8 Philip MORGAN, “«The years of consent? Popular attitudes and resistance to Fascism in Italy, 1925-1940», en Tim KIRK; Anthony McELLIGOTT, (ed.), Opposing Fascism. Community, Authority and

Resistance in Europe, Cambridge: Cambridge University Press, 1999, págs. 133-149, págs. 163-179 9 Margaret LEVI, Consent, dissent and patriotism, Cambridge: Cambridge University Press, 1997

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Partiendo del ejemplo del estudio de Font sobre el rural de Girona y tomando como

referencia de análisis y de comparación la categorización realizada por Fhilippe Burrin

para el régimen colaboracionista de Vichy y como objeto de estudio el rural gallego,

nosotros pretendemos acercamos al análisis de las realidades involucradas en la

generación de las actitudes sociales que mostraron consentimiento. Burrin distingue tres

grandes grupos de comportamiento dentro de las actitudes de adaptación10. El primero

es aquel que puede definirse como «colaboración realismo», que tiene varios móviles

pero que parece proceder, sobre todo, de la resignación del individuo; el segundo sería

es la «colaboración conveniencia», motivada por la voluntad de defender unos intereses

personales o corporativos en una coyuntura incierta; y el tercero la «colaboración

providencia», una adaptación política en el sentido amplio del término11. Las tres vías

de adaptación están también presentes durante el franquismo, aglutinando múltiples

formas, y dan cuenta de los diferentes niveles del consentimiento de una manera

diferenciada.

2. RESIGNARSE AL DÍA A DÍA: LA COLABORACIÓN REALISTA

En la «colaboración-realismo» se denotan sobre todo las huellas de la represión, el

hambre y el control social vividos en el rural gallego de los años cuarenta y cincuenta.

Esta categoría estaría en relación con dos de las tres claves que Miguel Ángel del Arco

enuncia como razones para que el franquismo lograra generar consenso entre sus apoyos

sociales a la vez que excluía a los vencidos de su proyecto político, «la represión de los

vencidos y la gestión del hambre»12. Pero, más allá del miedo, el hambre y la sensación

de continua vigilancia inoculados en la sociedad, creemos que existen dos aspectos más

a tener en cuenta dentro de esta categoría: las ansias de volver a la «normalidad» de la

población y la falta de expectativas con respecto a toda oposición al régimen. Ambos se

muestran muy relevantes en la memoria de la población a la hora de argumentar

posturas adaptativas con respecto al entramado de poder franquista y tendrían un difícil

encaje a la hora de poder ser definidos como muestra clara de un consenso activo o

pasivo. 10La fuente oral será usada de manera sistemática para tal fin. Los fondos empleados son entrevistas del HISTORGA (Archivo de Historia Oral de Galicia) que actualmente forman parte de los fondos del UPDOC (Unidad de Patrimonio Documental y Oral Contemporáneo) que puede ser consultado en http://www.usc.es/updoc/. 11 Philippe BURRIN, Francia bajo la ocupación nazi, 1940-1944, Barcelona: Paidós, 2004, págs. 197-198 12 Miguel Ángel DEL ARCO BLANCO, “«El secreto del consenso en el régimen franquista: cultura de la victoria, represión y hambre», Ayer, 76, (2009), págs. 245-268

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En el franquismo consentimiento y aceptación fueron inseparables de la coerción y la

violencia ejercida por el Estado. Parece innecesario recordar aquí el carácter represivo

del franquismo durante toda su vigencia. Cabe insistir en que en la comparativa con el

régimen nazi alemán o con el fascismo italiano no puede conllevar a menospreciar el

perfil represivo de aquel, ni en cuanto a la presencia de violencia ni en la eficacia de la

misma13. Y cabe hacerlo, sobre todo, para aquellos espacios geográficos que, como el

gallego, no tuvieron frente de guerra. La ausencia de ésta no minimiza en absoluto la

intensidad de la violencia desplegada por los sublevados, como demuestran las cifras de

víctimas de represión arrojadas por los estudios más recientes14. La Galicia rural fue

objeto de una atención especial por parte de los sublevados, lo que tiene mucho que ver

con las necesidades alimentarias del Estado franquista y también con la entidad

alcanzada por el movimiento guerrillero. Una frase del Jefe de Falange de A Coruña en

su informe mensual de junio en 1940 resulta suficientemente esclarecedora «el temor,

más que la comprensión, hacen que el orden público no se vea alterado»15. Uno de los

aspectos más repetidos por la fuente oral para explicar la sensación de terror que sentían

y que impedía que sopesaran siquiera la opción a avalar o protagonizar alguna forma de

resistencia está en el peligro existente, incluso, en no hacer nada. La sensación de que

los actos de violencia podían recaer en cualquiera, en los menos combativos, en los más

débiles, en fin, en los que menos lo pudieran prever, frenó al conjunto de la población.

Ésta racionalizó que «los intelectuales», «los que andaban metidos en política» habían

podido ser «merecedores», si acaso, de algún castigo, pero no pudo articular una

explicación para la represión de los no activistas y para los abusos cometidos para

castigar las culpas de los que no podían ser «culpables» de algo. Tratos vejatorios y

correctivos desmedidos a niños, mujeres, «hombres buenos que no se habían metido con

nadie, que eran buena gente, buenos vecinos», a mayores o enfermos son

13 El cuestionamiento del «bajo perfil represivo» del franquismo ya era apuntada por Ismael Saz hace una década y los diferentes estudios sobre represión publicados desde entonces no han hecho sino incidir en esta apreciación. I. SAZ, «Entre la hostilidad y el consentimiento», pág.14. 14 Un excelente análisis de la violencia de los sublevados durante la guerra civil asociada a la existencia de frentes bélicos y en la retaguardia en Javier RODRIGO SÁNCHEZ, (ed.), Retaguardia y cultura de

guerra, 1936-1939, Ayer, (76), 2009. Sobre la incidencia de la represión en Galicia, vd., Jesús de JUANA; Julio PRADA (ed.), Lo que han hecho en Galicia. Violencia política, represión y exilio (1936-

1939), Barcelona: Crítica, 2006; Antonio MÍGUEZ MACHO, Xenocidio e represión franquista en

Galicia: a violencia na retagarda en Galicia na Guerra Civil (1936-1939), Santiago de Compostela: Lóstrego, 2009 o la base de datos sobre represaliados elaborado por el Grupo de Investigación Interuniversitario “«As vítimas, os nomes e as voces» Investigador Principal: Lourenzo Fernández Prieto: http://nomesevoces.net/ 15Archivo General de la Administración. Presidencia. Jefatura Provincial de Falange. A Coruña. Parte del mes de junio de 1940. Caja 51/20529.

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representaciones que copan los primeros lugares del imaginario colectivo y que están en

la base de la explicación de una opción consentidora con el sistema político existente16.

El régimen generó consentimiento al grueso de la población mediante un sistema de

intimidación, basada en la creación de un clima violento y de contención que tiene

mucho que ver con la intervención en la vida personal y con el control moral o la

imposición de actitudes17. En las grandes ciudades aún podía salvaguardarse una parte

de la vida personal pero en los pueblos pequeños no era posible porque el control

cotidiano era (o se percibía) muy efectivo18. El férreo dispositivo de control reposaba en

asuntos cotidianos como la presentación obligatoria de los cupones de la cartilla de

racionamiento para obtener alimentos, los salvoconductos para desplazarse, la necesidad

de firmas para conseguir algún tipo de subsidio, la fiscalización de los bailes y otras

fórmulas de ocio, la necesidad de realizar labores del campo en la fecha consignada, etc.

La fuente oral trasmite un sentimiento arraigado de que la esfera personal estaba

expuesta al control, por lo que incluso se adoptaba una máscara de consentimiento en

círculos familiares y de amistades. Este autocontrol, mantenido en el tiempo, llevó a

muchos hacia una ruptura con la propia identidad y a una conversión, a la manera de

«colaboración providencia» del sujeto. La simulación, la máscara, acabaron

convirtiéndose en una parte de la identidad individual y parte del legado que heredaron

a sus descendientes.

Los fuertes deseos de que el «desorden» que había reinado después del golpe de Estado

pasara, están detrás de muchas actitudes acomodaticias en la sociedad rural gallega. No

es una salvedad. Los proyectos de historia oral realizados por la Alltagsgeschichte

demostraron que los relatos que los contemporáneos hacen de los años del

nacionalsocialismo presentan un criterio casi unánime: el de centrarse en la normalidad

16Sobre esa sensación de “terror”, vd. Manuel ORTIZ HERAS, «Instrumentos ´legales` del terror franquista”», Historia del Presente, 3, (2004), págs. 203-220, p. 206; Antonio CAZORLA SÁNCHEZ, Fear and progress. Ordinary lives in Franco´s Spain 1939-1975, Chichester ; Malden: Wiley-Blackwell, 2010, págs. 17-49 17Se trata de un aspecto desmovilizador porque se bien aumentó el «marco de la injusticia» e incluso el «marco de la identidad», dos de los parámetros de la acción colectiva, anuló el «marco motivacional», aquel que repara en las diferentes racionalidades de llevar a cabo una protesta. Sobre los marcos de acción colectiva, vd. Bert KLANDERMANS, et al., «Injusticie and adversarial frames in a supranational political context: Farmer´s protest in the Netherlands and Spain», en Donatella DELLA PORTA, et al., (ed.), Social Movements in a Globalizing World, Basingstoke: MacMillan Press, 2000, págs . 134-147 18 Como demuestran los trabajos realizados para comarcas rurales da provincia de Sevilla, Girona o Soria, vd. Jordi FONT I AGULLÓ, «Nosotros no nos cuidábamos de la política”. Fuentes orales y actitudes políticas en el franquismo. El ejemplo de una zona rural, 1939-1959», Historia Social, 49, (2004), págs. 49-66; Alfonso LAZO DÍAZ, (1998), Retrato de fascismo rural en Sevilla, Sevilla: Universidad de Sevilla; Carmelo GARCÍA ENCABO et al., Cartas Muertas. La vida rural en la posguerra, Soria: Ámbito, 1996

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de ese período. Dichos estudios identifican los modos en los que los nazis lograron

ajustar sus discursos y acciones para que los diferentes grupos sociales asumieran las

fórmulas excepcionales impuestas por el régimen como algo normal en sus vidas. El

factor decisivo, señalan los historiadores alemanes, no era su habilidad para controlar la

vida diaria de la población, sino, más bien, aprovechar el hecho de que ésta, después de

la devastación causada por la I Guerra Mundial, de la depresión económica, del

desempleo, etc. estaba preparada para colaborar con cualquiera que hubiera jugado la

baza de luchar por la normalización de los parámetros en los que se movía su vida

cotidiana (trabajo, familia, etc.). Para muchos alemanes, el estado de excepción lo

marcaba la guerra y la confusión de la posguerra, lo que dio a los nazis la oportunidad

de presentar a Hitler cómo un salvador de ese caos, como el que garantizaba la

tranquilidad y el orden anheladas por la mayoría. F. Trommler insiste en que parte de

los esfuerzos nazis por el control de la sociedad se basaron en buscar que la población

sintiera que vivía dentro de la normalidad, conscientes de que era suficiente para que

muchos ciudadanos mostraran la voluntad de suspender sus convicciones políticas y/o

morales, en aras de preservar sus papeles básicos de trabajadores, ciudadanos, vecinos,

etc. Dicho autor da cuenta del increíble aislamiento de la población dentro de su

microcosmos, un constructo autónomo de factos y creencias que fue defendido hasta el

punto de superar las actitudes de consentimiento y colaborar activamente con el régimen

nazi19.

Para aquellos que se adaptaron en el rural gallego es posible también definir los años del

franquismo como una etapa dominada por la normalidad. La insistencia en esa

normalidad resulta de la adaptación de las expectativas del individuo, una reacción

frente a lo que se asume que debieran ser sus expectativas en ese momento20. Las

circunstancias instrumentalizaron la percepción de la realidad. Cualquier adaptación

fuerza a cambiar los parámetros de un individuo y una adaptación activa supone la

interiorización de la realidad externa dentro de dichos marcos, para ordenarla dentro de

los esquemas propios. Este intencionalismo, iniciado bajo diversas emociones como la

ansiedad, la ambición personal o la solidaridad de grupo, trae consigo un modo de

dominación vital para lo cual el planteamiento de posiciones y actitudes como la

19 Frank TROMMLER, “«Between normality and resistance: catastrophic gradualism in Nazi German», Journal of Modern History, 64, (1992), págs. 82-101 20 En la perentoria necesidad que existía entre la población de Madrid de restaurar la normalidad una vez finalizada la contienda civil insisten también los testimonios recogidos por Pilar FOLGUERA, “«La construcción de lo cotidiano durante los primeros años del franquismo», Ayer, 19, (1995), págs. 166-187

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complacencia o la resistencia son totalmente secundarias. La cuestión central es que

períodos como el definido por las primerias décadas de franquismo pueden ser descritos

como normales a nivel personal porque, entre otras circunstancias, el mundo de lo

«político» fue expulsado del ámbito de la conciencia individual- incluso con efectos

retroactivos- con la finalidad de tratar de vivir mejor o meramente de sobrevivir. El

apoliticismo se interiorizó como la manera de conservar amistades y convivir en cierta

armonía de tal manera que se convirtió en una verdad refrendada en ambientes

familiares nada hostiles (reuniones, cartas a familiares emigrados, etc.) e incluso ante

antiguos correligionarios políticos, evidenciando una asunción total de la

desmovilización política y social. La tensión que provocaba entrar en el ámbito de lo

político y valorar situaciones de oposición rompía con la normalidad que se asumía

garante de una vida diaria segura y mantenían a sus protagonistas dentro de parámetros

de certidumbre vital. La despolitización de la sociedad fue el grande éxito del

franquismo. La equiparación mental que se hizo de política y peligro para el común de

la sociedad y política y corrupción para el beneficio de unos pocos fue un triunfo de la

dictadura. Este logro comportó, más allá de la despolitización de las generaciones que

vivieron los primeros años del franquismo, un efecto alienante en las siguientes21.

Para muchos la normalidad no fue el fruto de no ver de cerca la impunidad con la que el

régimen se imponía o de no querer percibirlo aferrándose a aspectos cotidianos de la

vida. Fue el resultado de la suspensión de sus convicciones morales, que es lo que

permite deshistorizar del período. La asunción de violencia gratuita y terror como un

aspecto más de la vida diaria fue el costo de sentir que «todo era normal». Se trató,

como señala Trommler para el caso alemán, de un «habituarse gradual» de la población

a las maneras del régimen, de un acostumbrarse poco a poco a las situaciones de

violencia, a recibir órdenes y no poder deliberar su cumplimiento, a creer que la

situación era tan complicada que el gobierno tenía que actuar con la gente que lo

cuestionaba. Aclimatarse a la sensación de miedo, a la violencia, a la corrupción, etc.

fue la respuesta de la mayoría para tratar de recuperar el grado suficiente de normalidad

que permitía sobrellevar la vida diaria. Muchos rituales franquistas más o menos

simbólicos se asumieron dentro del ritmo que toman las actividades cotidianas y, así,

dejaron de percibirse como los actos de represión que eran. El calado del deseo de que

21 Narotzky y Smith describen esta forzada reclusión en el ámbito de lo privado a causa de la represión y la expulsión del espacio público y sus implicaciones políticas y en la memoria social. Susana NAROTZKY; Gavin SMITH, «´Being político` in Spain: an etnographic account of memories, silences and public politic», History and Memory, 14, 1-2, (2002), págs. 189-228

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todo volviera a la normalidad, el anhelo de llevar una vida con la mínima tensión

posible, hizo que situaciones incómodas o llenas de coerciones no desembocaran en un

conflicto. La presión social quedaba contenida por la irresistible atracción de resguardar

la normalidad. En la misma línea que el régimen de Hitler, el franquismo coaccionó a la

mayoría de la población a tantos niveles «próximos» (seguridad laboral, supervivencia

familiar, etc.) que evitó e imposibilitó la reflexión sobre la situación política a nivel

macro. Uno de sus éxitos fue el de derivar y circunscribir la potencial oposición hacia

muestras de resistencia civil que cabían dentro de la tónica general de adaptación y

consentimiento.

La colaboración realista partía también del análisis negativo de las alternativas

existentes. Esta valoración tenía en cuenta el poder del régimen y la estimación de su

duración, igual que la imagen de los posibles opositores, que no consiguieron

fundamentar una opinión positiva sobre un cambio en la situación. La perspectiva de

una dominación duradera, sobre todo a partir de la constatación que la derrota del Eje en

la Segunda Guerra Mundial no iba a suponer un cambio de sistema político en España,

condujo a muchas personas a la adaptación y a la aceptación del régimen. La no

intervención de los Aliados dejó sin ánimos a una población que tenía cifradas sus

esperanzas de acabar con el régimen en la ayuda exterior y, a su vez, también supuso un

punto y aparte para la oposición armada interior. Como hemos señalado, el creciente

desinterés de la población por la política ayudó a aislar al movimiento guerrillero, al

igual que sus constantes bajas. En la fuente oral recogida se encuentra la huella del

estado de ánimo colectivo: un generalizado sentimiento de aversión hacia los

franquistas y a las autoridades, pero también de miedo hacia la guerrilla, por lo que su

presencia suponía de peligroso y por el recrudecimiento de la represión que conllevaba

su acción. Las constantes visitas de las fuerzas franquistas a las zonas donde se ayudaba

a la guerrilla hacían que el miedo estuviera siempre presente y que, en muchos casos, no

se dude en reconocer que la muerte o prisión de los guerrilleros supuso un alivio. En

esta ausencia de consciencia sobre el papel de la guerrilla como opción de cambio

debemos ver la incapacidad del propio movimiento opositor para hacer prender en las

comunidades rurales el «mito del bandolerismo social» en los parámetros expresados

por Eric Hobsbawm22. Víctor Klemperer, en su obra La lengua del Tercer Reich,

plantea que las palabras pueden actuar como dosis ínfimas de arsénico que parecen no

surtir efecto pero a la postre son tóxicas. En este sentido hay que valorar la influencia de 22 Eric HOBSBAWM, Bandidos, Barcelona: Ariel,1976

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las reiteradas denominaciones de bandoleros, atracadores, asesinos, ladrones, etc. con

las que autoridades y medios de comunicación nombraban a los guerrilleros. Estas

fórmulas, en nada inocuas, ayudaron a la que la población interiorizara en su propio

discurso este tratamiento oficial que minimizaba su potencial político. El franquismo,

sin duda, ganó no sólo la batalla bélica sino también la «guerra de las palabras»23. Se

convirtió en el dueño absoluto del discurso público y, con ese dominio, procedió la

destruir las representaciones que de sí tenían los sujetos y los colectivos. La represión

simbólica, por la que era la dictadura quien elegía nombres y significados, trató de

mudar rasgos de identidad social y política de los sujetos y, como en el caso de la

guerrilla, consiguió mantener latente una cosmovisión y un lenguaje degradador y

envilecido que caló en buena parte de la sociedad que no consiguió ver en ella un atisbo

de esperanza en el cambio.

3. CUANDO EL FRANQUISMO CONVIENE: COLABORAR POR INTERÉS

Esta es la categoría quizás más fácilmente explicable: el franquismo, sus modos y sus

leyes supusieron beneficios para muchos individuos que, basándose en su condición de

favorecidos, ofrecieron su consentimiento al régimen. Subrayamos de nuevo la idea de

que el consentimiento no es para nada una actitud estable ni genérica ni por lo tanto

incompatible con actitudes de descontento y disenso para con otros rasgos y medidas

del régimen. Así, es totalmente factible topar individuos que encuentran en su subsidio

de vejez o un cargo de guarda rural un método de anclaje con el régimen sin dejar de

sentir miedo ante una posible represión, pero sin dejar tampoco pasar la ocasión de

provocar incendios en la repoblación forestal por estar en total desacuerdo con esa

media. Como hemos señalado, no puede hacerse referencia únicamente a factores de

carácter negativo a la hora de reflexionar sobre las causas del consentimiento. Su

motivación no debe reducirse a una explicación basada en la capacidad de ejercer la

fuerza, imponer miseria y generar miedo por parte del régimen porque es claramente

engañoso, además de reduccionista. El Estado franquista fue capaz de, usando y

ampliando algunos mecanismos propios de todos los regímenes políticos, incitar,

inducir, seducir y facilitar que miembros de la sociedad participaran en la imposición de

sus medidas sin estar o sentirse sometidos por la fuerza y la capacidad de coacción.

Algunas personas vieron una oportunidad para el lucro personal en las nuevas leyes e 23 Parafraseando el célebre artículo de Paul PRESTON, «Introducción. Guerra de palabras: los historiadores ante la guerra civil española», en Paul PRESTON, (ed.), Revolución y guerra en España,

1931-1939, Madrid: Alianza, 1984, págs. 15-24.

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intentaron crecer profesional y/o económicamente a la sombra del régimen. Como

demuestra, por ejemplo, la doble cara del mercado negro o las políticas sociales

desplegadas, lo que para unos marcaba un ámbito de exclusión para otros operaba como

un mecanismo de integración: grandes estraperlistas que nunca tuvieron que temer la

acción de la justicia versus protagonistas de un mercado negro de poca monta que

acumulaban multas y sanciones24; subsidios a madres de familia numerosa cuya unión

santificaba la iglesia versus rechazo a las madres solteras, etc, etc. Esta ambivalencia va

a ser una constante en el conjunto de políticas y estrategias que el franquismo va poner

en marcha para conseguir la adaptación y colaboración de la que hablamos. La división

social acontecida en la guerra civil no se hizo permeable por los mecanismos de

atracción generados sino todo el contrario, éstos ahondaron en esa línea divisoria entre

población afín, debidamente cribada y seleccionada, y el resto de la sociedad, donde aún

había posibilidad de diferenciar grupos más aislados como los vencidos y colectivos

desheredados. Represión y paternalismo era una mezcla muy cotidiana en las medidas y

políticas del régimen. Estas, como otros mecanismos creadores de consentimiento,

insisten en la consolidación de la división social, entre beneficiarios y excluidos,

dejando los principios de hermandad y comunidad nacional exclusivamente para el

campo discursivo. Dionisio Ridruejo señalaba que el régimen franquista se sirvió de dos

instrumentos para llegar a destruir toda vida civil. El primero el terror, el segundo la

corrupción sistemática. La gestión desigual de los recursos sirvió tanto para fomentar la

exclusión social como para generar consentimiento. La corrupción económica y política

resultó uno de los mayores desestabilizadores de las comunidades rurales en tanto que

establecía nítidas líneas de fractura. Favorecidos y sancionados se sabían pertenecientes

a grupos diferenciados en cuanto a su relación con la Administración. Así, pues, una

época de escasez general, para ciertos grupos, empezando por algunos campesinos

propietarios, fue una etapa dorada en la que, como bien apunta Antonio Cazorla, se

sintieron muy a gusto con esta política autárquica de la dictadura25. Tanto las medidas

intervencionistas como las de abastecimiento, igual que las relativas a las obras sociales,

dejaban grandes posibilidades para el fraude, el favoritismo y el abuso, y es en relación

con poder beneficiarse de ellos con lo que muchos individuos otorgan su

24 Miguel GÓMEZ OLIVER; Miguel Ángel DEL ARCO BLANCO, «El estraperlo: forma de resistencia y arma de represión en el franquismo», Studia Histórica. Historia Contemporánea, 23, (2005), págs. 179-199 25Antonio CAZORLA SÁNCHEZ, Las Políticas de la victoria: la consolidación del Nuevo Estado

franquista (1938-1953), Madrid: Marcial Pons, 2000, pág. 85

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consentimiento al régimen. Como señala Carme Molinero, para los regímenes

autoritarios como el franquismo, responder a las necesidades materiales de su población

se convertía en un de los símbolos de la construcción de la patria26. Es evidente la

relación entre aliviar las necesidades básicas de la población y sacar rendimientos

políticos, cosa que hizo sobre todo con la implantación de seguros sociales.

Bases sociales consentidoras fueron también los que se beneficiaron de la legislación

que recompensaba a los que habían participado de una o de otra manera a favor del

triunfo franquista en la contienda civil. Voluntarios, excombatientes, prisioneros del

bando sublevado, mutilados, etc. fueron gratificados de múltiples formas: puestos de

trabajo, pensiones, recompensas económicas, mejores condiciones a la hora de obtener

subsidios, reservas de plazas en oposiciones, etc. Toda la sociedad reconocía su

condición de privilegiados dentro de las comunidades. El consentimiento y, por

supuesto el activismo, ofrecía y lo más importante, se sabía que brindaba, oportunidades

reales de promoción socioeconómicas, nada desestimables dadas las difíciles

condiciones de la vida diaria. Lo cotidiano estaba así marcado por un acentuado

servilismo en el que los privilegios se utilizaban como líneas de fractura. En ocasiones

encontramos que el beneficio obtenido era puntual (recomendación, algún reparto de la

Hermandad etc.), pero era lo suficiente para que el favorecido considerara que el

régimen de Franco no era merecedor de recibir fuertes críticas, pese a no concordar

ideológicamente con él.

Lo más interesante quizás de las fórmulas que pueden definirse como «colaboración

conveniencia», además del hecho de que aúnen consentimiento con sometimiento y

exclusión o directamente represión, es que el franquismo apenas necesitó más que

enunciarlas y ponerlas en práctica de manera incipiente. El ejemplo más claro de ello

quizás esté en las políticas sociales. Los diferentes estudios de caso muestran que, en el

rural gallego, éstas apenas tuvieron entidad en asuntos relevantes como la sanidad, la

vivienda o la organización del ocio, pero aún así, la memoria de la población denota su

calado27. La explicación a este aparente desfase puede encontrarse en dos hechos que no

26Carme MOLINERO, «La política social del régimen franquista. Una asignatura pendiente de la historiografía”», Ayer, 50, (2003), págs. 319-331; Carme MOLINERO, La captación de las masas.

Política social y propaganda en el régimen franquista, Madrid: Cátedra, 2005 27 Entre dichos estudios cabe citar, Daniel LANERO TÁBOAS, D., « ¿La salud es lo que importa? La O.S. de 18 de Julio y la asistencia médica en Galicia», Historia Social (en prensas); Margarita VILAR RODRÍGUEZ, «El sistema de cobertura social en la inmediata posguerra civil (1939-1958): una pieza más en la estrategia represiva franquista», en VI Encuentro de Investigadores sobre el Franquismo, Zaragoza: Universidad de Zaragoza & Fundación Sindicalismo y Cultura de CCOO Aragón, 2006, págs. 619 – 634

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tienen por qué entenderse como excluyentes. Por una parte, y como señalan autores

como Antonio Míguez, en que el efecto de la represión por sí sola habría hecho

innecesario un esfuerzo por parte del Estado en medidas que generaran consentimiento

más activamente28. Por otra parte, entendemos que no se debe olvidar el efecto

provocado por la labor propagandística asociada tanto al ejercicio como al mero anuncio

de ejercicio de la asistencia social. El régimen aprovechó cada ocasión, efemérides,

discurso, etc. para autofelicitarse por su obra social y recordar su protagonismo en su

consecución y los beneficiarios de la misma sirvieron de poderosos altavoces en sus

comunidades. En esto insistiremos al hablar de la «colaboración providencia», pero

cabe señalar que pese a que la «llegada al campo de la justicia social» no fuera sentida

más que por una minoría, una gran mayoría ofreció su consentimiento convencida de

que se trabajaba para ello desde las instancias oficiales.

4. CUANDO EL FRANQUISMO CONVENCE: LA COLABORACIÓN

PROVIDENCIA

La colaboración basada en el convencimiento es la que está más próxima a la adhesión,

que supone un paso más allá de la adaptación, siendo los límites entre ambas de muy

difícil aprehensión. La divisoria entre adheridos y consentidores la trazamos entre

aquellos que, incluso convencidos por los principios del franquismo (reales o

discursivos), no participaron de facto en la organización e instauración del régimen, de

modo que, no se contaron entre los cuadros dirigentes de Falange ni en los órganos

políticos de la dictadura franquista y aquellos que sí lo hicieron. El salto cualitativo

entre unos y otros es evidente y, como tal, fue sancionado socialmente.

En el campo tres estrategias fueron seguidas por el político franquista para generar

«colaboración-providencia»: la manipulación ideológica, basada en la propaganda

positiva sobre sus logros y la publicitación de una imagen negativa de la oposición

(discurso ruralista, mito de la “paz de Franco”, etc.) para lo que empleó de manera

pródiga simbologías extendidas ya en el imaginario colectivo del campesinado; las

operaciones de interiorización de modelos y pautas acordes con el sistema, en el que la

enseñanza y la labor de la iglesia tienen un lugar preferente, pero también organismos

como la Sección Femenina y las Hermandades Sindicales de Labradores y Ganaderos;

28 Antonio MÍGUEZ MACHO, «Políticas sociales y dictaduras genocidas. La política de bienestar social de la dictadura franquista en un nuevo marco comparativo», en VII Encuentro de Investigadores sobre el

Franquismo, Santiago de Compostela, 2009 [texto completo puede ser consultado en http://investigadoresfranquismo.com/encuentro/comunicaciones-aceptadas]

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y, finalmente, las actuaciones relacionadas con la puesta en marcha de la obra social

que, como venimos de mencionar, sirvieron sobre todo para el control social y la

consolidación de grupos afines al régimen en tanto que beneficiarios de él, pero no

puede olvidarse como hemos enunciado su papel como creadora de consentidores

convencidos. En las primeras dos décadas del régimen medios como la escuela o el

encuadramiento empezaron a dar sus frutos, pero sobre todo funcionaron otros canales

más informales, y sobre dos de ellos insistiremos aquí por entender que fueron de

capital importancia. El primero, la labor de los soldados movilizados por el bando

sublevado, el segundo, muy en relación con esa búsqueda de la normalidad que hemos

citado como factor de la «colaboración realismo», el segundo, la fortaleza del

sentimiento de respetar la legalidad.

Un papel muy destacado para lo adoctrinamiento en los primeros años de conformación

del régimen y en la creación de consentimiento fue la participación de muchos

labradores en la guerra y, posteriormente, en el servicio militar. Filas y trincheras

sirvieron de plataformas de conversión, primero, del personal movilizado y,

posteriormente y, a través de éste, de sus familias y grupos de sociabilidad. La

incorporación a filas fue masiva en Galicia- conceptualizada cómo un vivero de tropas

franquistas junto a Navarra y a Marruecos- por lo que importantes contingentes de

varones entre los 18 y los 30 años entraron a formar parte de los destacamentos del

ejército sublevado y, por ello, objetivo fácil para el adoctrinamiento. Las informaciones

recabadas en las entrevistas y en algunas memorias indican que esta incorporación

estaría en relación con el éxito de las campañas de propaganda, que a través de prensa,

radio y púlpitos ensalzaban el papel del ejército de manera retórica. Además, en la

incorporación a filas tampoco se puede olvidar la influencia de la represión y el miedo

a los castigos por deserción y la problemática que llevaba aparejada la huida. En otras

ocasiones la incorporación a filas o a los cuerpos de voluntarios como la Legión Gallega

o las diferentes Banderas era vista como un trampolín de salvación para personas

adscritas a organizaciones de izquierda con anterioridad a la guerra.

A la hora de entender la participación en el contingente bélico como elemento de

consentimiento debemos tener presente que muchos soldados tenían una idea sesgada de

la guerra al haber tomado parte sólo en acciones menores o haber tenido un papel sólo

en la retaguardia (sanitarios, transporte, etc.). El recuerdo del compañerismo, de los

lugares nuevos a los que se va, de las novias, de la oportunidad de formación, etc. llenan

las memorias de los que no entraron en combate directo. Para otros, sin embargo, el

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consentimiento parte de haber participado activamente en el frente. Para ellos al

contrario el recuerdo de la barbarie y el horror de la guerra les hizo concebir a los

miembros del bando contrario como verdaderos criminales, merecedores de pagar por el

horror vivido. El resultado de las dos experiencias redundó en cualquiera caso a favor

del franquismo. En un caso por no llegar a conceptualizar a guerra como la experiencia

terrible que es y vislumbrar aspectos positivos de la movilización; en el otro por

conseguir una identificación del bando que luchaba por la legalidad republicana como

enemigo. La experiencia en las trincheras, con un sufrimiento común y un enemigo

común, camaradería y adoctrinamiento político, jugó un papel importante en el cambio

individual de muchos movilizados del rural, hasta convertirlos incluso en furibundos

franquistas, superando así los lindes de la adaptación. Pero, lo que nos interesa subrayar

aquí, incluso, es que se convirtieron en transmisores y alabadores del régimen y de sus

“mitos” entre sus familiares y vecinos. Discursos y doctrinas de cuarteles y trincheras

no cayeron en saco roto sino que combatientes y excombatientes que los habían

asumido como axiomas ciertos se arrogaron un papel de receptores convencidos y de

primeras espadas del aparato publicitario franquista. Su versión tenía mucho peso entre

la comunidad rural, pues se entendía que, en su condición de protagonistas de la guerra,

eran conocedores y transmisores veraces de la realidad. Ellos habían estado allí, ellos

habían oído a Franco directamente, ellos habían visto las atrocidades de los «rojos»,

ellos habían formado parte de las campañas bélicas heroicas, ellos sabían de la situación

de manera certera y, por lo tanto, ellos pudieron convencer mejor que cualquier

autoridad a la población para ofrecer su consentimiento al régimen.

Hubo individuos que consintieron con el franquismo porque optaron por no cambiar

pautas asumidas de tener un comportamiento legal y decidieron respetar la legislación

vigente. Entendían que eran normas legítimas y legitimadas por venir del Estado y por

no considerar el origen de éste palmariamente ilegal. «Fueron los que ganaron» y «eran

los que mandaban» acostumbran a ser las explicaciones dadas por aquellos que

consintieron con el franquismo en virtud de esta premisa. Esta actitud acostumbra a ir

asociada a los principios de orden y jerarquía, señas de identidad de muchos

comportamientos seguidos en el rural gallego. Este respeto por la legalidad vigente no

impedía una visión crítica de la realidad e incluso la crítica de situaciones como las

causadas por la carestía o las erróneas políticas agrarias, pero no dejaba duda sobre la

necesidad de obedecer «a los que habían ganado la guerra» y a la autoridad (maestro,

guardia civil y sacerdote).