Torres Bodet. Margarita de Niebla

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    Uno de esos meses de ~toño en que el ciclo

    maduro

    se abre

    en gajos de sol sobre la altiplanicie. Las cinco habían sonado

    hacía más de una hora en el reloj de la escuela y sin embargo 

    faltaba mucho aún para que llegara con sus seis pisadas isócro

    nas  el tiempo de la salida. La hora  como un globo de goma

    había ido llenándose de oxígeno y los minutos se alargaban 

    elásticos en las telas de araña del jardín.

    Desde la mañana habíamos permanecido sentados en una

    inmovilidad de escribas examinando como representantes de

    las escuelas oficiales a las alumnas de español de aquel colegio

    alemán del  u n

    Retiro

    cuyo nombre hubiera igualmente po

    dido convenir a un convento que a una cervecería. En los pri-

    - La señorita Miller s  anunció ladirectora del colegio

     

    en la

    silla destinada a las alumnas se instaló dentro de una cabellera

    de aire una mirada de zafiro.

    Habían desfilado antes de aquél tantos rostros morenos

    inexactos que su blancura y su precisión enfriaron la tarde

    como la aparición de un paisaje de invierno en el calor artificial

    de un cinematógrafo. Con la mirada oblícua el profesor de

    gafas que trabajaba a mi derecha atravesó el cuestionario y

    mecánicamente fue a aterrizar a esta pregunta:-  ¿Cuáles son

    los verbos irregulares?

    oethc

    Fausto.

    ¡Si me muevo de este sitio si me

    aventuro a acercarme no puedo verla

    sino envuelta en niebla

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    A partir de los exámenes  he pasado muchos días frente al Buen

    Retiro

    sin sonreír de la anticuada elegancia de este nombre

    que antes  sólo podía pronunciar disminuyéndolo en un decli-

    ve de burla adelgazando la consistencia de sus sílabas para ver

    al trasluz  l falso recato

     

    la sensibilidad desteñida que lo ins-

    piraron a su directora Acostumbro salir a pie durante estas se-

    manas de vacaciones  como si temiera que el automóvil me lle-

    vara más de prisa  a través del tiempo  hasta el umbral de los

    meses de trabajo en que me aguarda la promesa del año nuevo

    Escojo siempre una calle distinta para no dar al placer que dis-

    fruto el aspecto endurecido de la costumbre  A veces  la ruta

    elegida me transporta a través de algunos ángulos inéditos de la

    ciudad y  entonces descubro una sorpresa mezclada  en partes

    iguales de deleite y de rubor como la que conmovería al erudi-

    to que hallara en el libro más leído  el tesoro de una página

    desconocida  Cada esquina adquiere para mí las proporciones

    de un cabo de Buena Esperanza  Con la alegría de mis sentidos

    vacantes  voy creando la geografía de mi ciudad Los aromas

    hacen las veces de los alfileres en los mapas

     

    el perfume almi-

    donado de una tienda de ropa o el olor caliente de una panade-

    ría limitan las latitudes 

    Las calles que me acercan al

    Buen Retiro

    tienen nombres en

    que empieza a sonreírme una complicidad favorable Son nom-

    bres del antiguo México que las juntas municipales no han lo-

    grado todavía sustituir con los apellidos de sus miembros

    Alfonso Reyes

    [figenia

    ¿  

    habré de conducirla paso a paso

     omo ieg  extr vi d que t nte  el mino

    hasta dejarla donde la perdí 

    automóvil cargado de risas de mujeres que ti

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    francés de un texto hebreo, rico de elocuencia en el original

    pero organizado según las reglas de una arquitectura más lógica

      11

    la traducción. Como pianista, Margarita disfruta de la tradi

    ci ón

    clásica de su madre, pero, en algunos trémolos más lángui

     os

    o simplemente en la perezosa caricia con que resbala sobre

    l s pausas, adivino la influencia del padre, tan tírni en e arte

    l 1I1ll

    en la vida, disimulada también -como en la vida- bajo

    lil

    apariencia de una gran devoción por los severos métodos

    ,· )nyugales.

    \Iargarita de niebla

     

    de vida contemporánea? Sumisa en e ambiente de sus padres a

    la voluntad de los acontecimientos recobra los sábados, con

    la libertad perdida, la dureza, e silencio, los secretos andamios

    de su personalidad? No podría creerlo.

     

    En cada uno de los

    gestos con que nos sonríe durante las veladas de San Ángel hay

    una espontaneidad tan deliciosa Reparte las horas en torno su

    yo con un sentido del tiempo que recuerda

    el

    que los primitivos

    tenían de espacio. Las distribuye todas en un mismo plano de

    su sensibilidad, sin dar ocasión a que la distancia avalore los

    volúmenes según e compromiso de una perspectiva más sabia,

    o de una óptica menos convencional. Inmediatamente al lado

    de la hora breve de saludo en la antesala, dibuja, como uno de

    esos escenarios contiguos de que se vale el teatro moderno pa

    ra la representación de dramas simultáneos, la hora del té, am

    plio cuadro flamenco que adorna la mesa con todas las tenta

    ciones de la gula y ninguna de las cortesías de la sobriedad. Pero

    no se interrumpe allí la distribución de la tarde campestre. Des

    pués de la merienda, está ya prevista y como presente en los

    fragmentos anteriores, la hora de la música, intermedio mágico

    en que las melodías parecen fluir del silencio copioso de los co

    mensales. El violoncello de señor Millers se puebla entonces de

    una atmósfera sentimental. En cambio y como comprobación

    de que el arte no es nunca la expresión de la vida, sino, al con

    trario, la realización de las virtudes que la vida no dio al artista,

    la señora Millers que se entristece por la más leve tragedia y

    pone siempre un terrón más de azúcar en el té de sus invitados)

    no revela ternura en

    el

    piano, sino exactitud. Sus dedos oprimen

    las teclas con limpieza meticulosa, dando a todas sus interpre

    taciones un valor simbólico.

    Todo lo que interpreta se convierte, así, en ecuación de se

    gundo grado, desde la Sonata Patética de Beethoven, que mo

    dula con dicción implacable, hasta

    el

    Preludio más nebuloso de

    Chopin, tan depurado entre susmanos, que parece la traducción

    Torres odet  Narrativa completa

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      lI n una mano en que las venas, habitualmente invisibles, abul

      n

    los tallos de una enredadera azul, sostengo la voz de Mar-

    rita -pesada de lágrimas- sobre el disco del audífono que la

    traiciona. Me avisa que su padre ha resuelto partir con ella para

    Alemania. Saldrán esta misma semana en vista de que los nego

    dos de la Ferretería siguen cada vez peor . La frase que, des

      hace algunos meses, ha venido repitiendo la señora Millers,

    adquiere a través del teléfono -dicha por Margarita- un valor

    especialmente dramático. Oigo crecer, en torno a ella, ese silen

    cio musical de la casa de sus padres que la costumbre ha acaba

    do por convertir, aun cuando calla, en un cultivo de melodías

    latentes y pienso en el dolor que debe producirle el contacto

    de esas cosas cuya ternura +atenuada por el hábito= recobró,

    con la sola idea de perderlas,   sentido útil de su familiaridad.

    Yo también me siento conmovido. En vez de oír el mensaje de

    Margarita, me parece estar leyéndolo en el papel de un cable

    grama, traducido por el empleado que, a los rasgos de la cali

    grafía amiga, sust ituyó el abecedario inexpresivo, neutro, de

    una máquina de escribir.

    Como la tela mal resrirada de un retrato de mujer, la imagen

    de Margarita, ceñida apenas por

     l

    marco de la ventana en que

    mi fantasía la coloca,   llena de islas y de arbitrarios silencios.

    Una nube la abulta en l frente, otra, como una mirada, se le

    adormece en los ojos y los visillos de encaje, rizados por el

    G6ngora

    Desviase  buscandosus desvíos...

    La mirada de Paloma, fría ahora y magnética como una brúju

    la, señala la dirección de mi error. - Carlos, no trate de conven

    cerme de lo que no cree. Usted no toma en serio lo que ha di-:

    cho de su vejez y de la juventud de Otto. Lo que le desagrada

    es el interés que demuestra por Margarita y a mí también). 

    Nos interrumpe el señor Scheffler con esa impertinencia cor

    dial que da a los hombres, en la tardía madurez, un aspecto be

    névolo de militares retirados. ¿Será esta impresión un resultado

    más de la lucha por la existencia? _ ¡Ah señor Borja, lo descu

    bro

    en

    flagrante delito de

    flirt

    Margarita se vuelve hacia nosotros al oír las palabras de su

    tío. Por lo visto la indiscreción es, entre los Millers, una virtud

    familiar. Pero ... esa mirada que cruza con Paloma, esa impa

    ciencia por terminar  l partido que la aburre éno son acaso una

    prueba más del afecto que le inspiro? ¿Quién me salvará de

      ~ -

    ta duda, ahora que la timidez de Paloma ha vueltó a caer, como

    una lápida, sobre la inteligencia de sus observaciones precisas? 

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    Confieso que el proyecto de un viaje largo en compañía de

    Margarita  sobre todo en compañía de sus padres - no

    me

    ha

    hí  sonreído jamás. Tenía de ellos una noción estática como la

    que reúne a las figuras enla superficie de una tela. Sin embargo 

    su afición por la música ese arte de ausencias- debió haber

    me habituado al pensamiento de perderlos más aún al de no

    perderlos del todo sino en la medida en que el viaje respetara

    su inevitable lógica interior. Sólo ahora entiendo por qué tan

    tos errores de apreciación me lastimaban en el trato diario con

    los Millers. Quise juzgarlos con el criterio de un escultor pro

    yectándolos sobre la solidez de un espacio y ellos querían ser

    estimados como entidades musicales  es decir como un juego

    de sombras en la pantalla del tiempo.

    Por eso apenas iniciado  el viaje que me oscurece  los ilu

    mina. Su existencia cobra sentido a semejanza del pez que  tras

    una cruel odisea por

     l

    aire -todavía agitado por un resto de

    vida- cae de nuevo al agua. En este ambiente natural  el ro

    manticismo de la señora Millers   atenúa. Los ángulos obtusos

    de que está construida la pequeña inteligencia de su esposo se

    resuelven  como los senos de un problema de trigonometría  en

    la suavidad de una circunferencia más amplia.

     

    Margarita ...

    ¿Cómo definir  l cambio que el viaje realiza en ella? Tengo la

    impresión de no haberla visto hasta hoy sino de perfil. Elotro

    semblante que la visión lateral disimulaba  me explica  l que

    Sera peut etre endormie

    et

     

    toi nepensera guere 

    Guillaume de Lorris

     

    apoyando su brazo derecho sobre mi espalda  deposita en mis

    labios como un heliotropo un beso pequeño  oscuro y conccn

    tradamente sensual.

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     ¿y ahora -pregunta Margarita-,

    é st á

    usted más contento

    del viaje, amigo Carlos?

    ¿Por qué este brusco regreso al

    usted

    indiferente que me

    leja de ella, cuando existía ya entre nosotros la relación ina

    lámbrica, el espionaje del

    tú  é rá

    que mi actitud de ayer la

    molestó? Debí pasar por encima de su sueño; asediarla más Ín

    timamente; hacerla creer que la poseería por un abuso absurdo

    de fuerza y no por una concesión natural de su voluntad. Tal

    vez. [Pero esta mañana me siento tan alegre, tan dispuesto a

    traducirlo todo a un idioma optimista Desde el barco que he

    mos venido a visitar a hurto de sus padres, Margarita y yo con

    templamos el puerto por donde, dentro de algunas horas, va a

    huir de nosotros, ernpequeñe ién ose hasta deshacerse en bru

    ma, la realidad del país en 'que vivimos. Las casas, pintadas de

    brillantes colores, forman un contraste violento con el cielo y

    con la sorda blancura de los edificios oficiales, aterciopelados

    por el vaho de la costa. Demasiado grande para caber dentro de

    una tarjeta postal, este conjunto -que no es un panorama- no

    se atreve tampoco a adquirir las proporciones de una ciudad.

    Desde la borda, las distancias son tan breves que podríamos,

    con un fósforo, encender el faro de la capitanía, improvisando

    la noche. Después, como en un poema romántico, nos entriste

    cería el destino de las barcas. Pero esta poesía de los puertos

    no se ha hecho para olfatos delicados. Sube del muelle un olor

    Plotino,  né d s

    é

    Como puesto que los dos no son

    sino uno  launidad que forman se ha

    vuelto múltiple 

    IU hilllt lJ¡,¡enlCue Margarita, pero su superioridad IllQIVI U_

    Ir 01.1

     

    menos ante la superioridad hereditaria de su amiga. '

    dl,¡ es con quien debí casarme  pienso, mientras, entre las

    bijas del pullman, me huye la forma del reposo.

    Toda lo noche, a través de las ventanillas, desfila junto a

    un paisaje de dudas, acelerado por la velocidad opuesta del

    rrocarril.

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