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COSMOVISION BIBLICA SOBRE LA POLITICA
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Cosmovisión Bíblica sobre la Política / Página 1 de 17
COSMOVISION BIBLICA SOBRE LA POLITICA
Por Sugel Michelén
Introducción:
En su introducción al tema de Filosofía Política, Jonathan Wolff, un autor secular, nos dice
que su objetivo con esta obra “no es inculcar ninguna opinión a nadie, sino tan sólo ofrecer un
material que ayude a que la gente se forme su propia opinión. Obviamente, es posible que
alguien lea el libro y termine con las mismas incertidumbres que tenía al principio. Sin embargo,
no deberíamos subestimar el progreso efectuado cuando se ha pasado de la ignorancia confusa a
la perplejidad informada”1.
A pesar de su amplio conocimiento y brillantez intelectual, evidente en todo el libro, eso es
todo lo que este hombre puede ofrecer. Pero ¿qué de nosotros, los cristianos? ¿Tenemos algo que
decir en lo tocante al tema de la política? ¿Debe nuestro cristianismo moldear nuestras
perspectivas políticas? ¿Existe alguna relación entre mi fe en Jesucristo como el Señor y el
Salvador de mi alma, con mi participación ciudadana en la política? ¿Debería haber alguna
diferencia marcada entre un político incrédulo y uno que profesa ser cristiano?
Como espero probar en este trabajo, a pesar de que la Biblia no es un libro de filosofía
política, ella nos provee un marco de referencia acerca de toda la realidad creada, una
cosmovisión, que nos permite funcionar en todas las esferas de esta vida para la gloria de Dios,
el bien de nuestras almas y de la generación en la que nos ha tocado desenvolvernos y ministrar.
Como bien señala la Confesión de Fe de Londres de 1689: “Todo el consejo de Dios tocante
a todas las cosas necesarias para su propia gloria, la salvación del hombre, la fe y la vida, está
expresamente expuesto o necesariamente contenido en la Santa Escritura”2.
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El problema es que muchos cristianos han perdido de vista esta gloriosa realidad de su fe.
Únicamente relacionan su cristianismo con todo aquello que colocan en el compartimiento de
“vida espiritual”; pero pierden de vista el hecho de que el cristianismo posee una Cosmovisión
propia, una forma de ver y comprender todas las realidades que nos rodean.
Para tratar este tema, primero vamos definir lo que significa el término Cosmovisión; luego
pasaremos a contrastar la Cosmovisión secular humanista con la teísta judeocristiana en lo
tocante a la política; y finalmente traeremos algunas directrices prácticas que se derivan de estas
enseñanzas.
I. DEFINICION DE COSMOVISION:
Tal como lo indicia su etimología, la palabra “cosmovisión” señala la visión que tenemos
del mundo y nuestra relación con él. Es un marco de referencia que abarca las convicciones más
básicas del hombre: lo que presuponemos acerca de Dios, de la realidad, del conocimiento, de los
valores éticos y estéticos, del fin último de nuestra existencia en este mundo, etc.
Alguien ha dicho que “Las cosmovisiones funcionan en una forma muy parecida a los
lentes. Los lentes correctos pueden enfocar el mundo claramente, y la cosmovisión correcta
puede hacer algo similar. La realidad no tiene sentido para las personas que miran el mundo a
través de una cosmovisión incorrecta”3.
Ahora bien, es importante resaltar que todos los seres humanos poseemos una cosmovisión.
Esto es algo que vamos forjando a través de las presuposiciones que absorbamos a lo largo de
nuestra vida; es decir, aquellas creencias que damos por sentado, aunque no estén sustentadas por
otras creencias, argumentos o evidencias. Las presuposiciones son inevitables; ellas forman la
base del conocimiento humano. Antes de que un ser humano pueda conocer algo debe creer algo.
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Por ejemplo, todo científico debe presuponer que el conocimiento es posible de alcanzar,
que el universo es regular, que puede ser comprendido racionalmente y que los científicos deben
ser honestos al manejar los datos observados a través de la experimentación. Estas
presuposiciones deben ser aceptadas por fe antes de que el científico pueda hacer ciencia.
El problema es que muchas personas no están críticamente conscientes del hecho de que
poseen una cosmovisión y, por esa misma razón, no pueden evaluar objetivamente lo que creen.
Una de las cosas que fácilmente pasamos por alto al mirar el mundo a través del lente de nuestra
cosmovisión es el lente mismo. Pero el hecho de que pasemos por alto el lente a través del cual
interpretamos la realidad, no eliminará el efecto de verlo todo a través del prisma de nuestra
cosmovisión. Por eso, para pensar como cristianos y actuar como cristianos, tenemos que ser
capaces de examinar críticamente nuestras presuposiciones a la luz de la verdad de Dios revelada
en su Palabra.
II. LA COSMOVISION SECULAR HUMANISTA Y LA JUDEO CRISTIANA EN LO
REFERENTE AL ESTADO Y EL PODER POLITICO:
A. El secularismo humanista:
Aunque podríamos trazar la historia del secularismo muy atrás en el tiempo, sus raíces
modernas fueron plantadas en la Europa del siglo XIX y XX. La palabra “secular” proviene
del latín seculum que significa “mundo”, pero no en el sentido físico sino más bien
temporal; luego le añadimos el sufijo “ismo” que señala un sistema de pensamiento y de
valores, y lo que tenemos es una Cosmovisión que ignora la realidad más allá de este
mundo. Según el secularismo todo lo que ocurre en el universo puede ser explicado como un
fenómeno puramente físico y material, sin tomar en cuenta ninguna realidad más allá de la
materia, porque fuera de la materia no existe nada más.
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Esta filosofía cobró un impulso muy poderoso con la teoría de la evolución de Darwin,
que intenta convencernos de que la vida es el resultado de la interacción de la materia y la
energía, el tiempo y la casualidad.
En el primer Manifiesto Humanista (1933), en su página 8 dice claramente: “Los
religiosos humanistas conciben el universo como auto existente y no como algo creado. El
humanismo asegura que la naturaleza del universo descrita por la ciencia moderna hace
inaceptable cualquier garantía sobrenatural o cósmica de los valores humanos”4.
Esta perspectiva del universo ha calado tan profundamente en nuestra sociedad occidental,
que podemos decir sin temor a equivocarnos que el secularismo humanista es la filosofía
predominante de nuestros días. Y ¿cuál es el concepto que esta Cosmovisión tiene del
estado?
Debido a que el humanismo secular toma como punto de partida la premisa de que
somos parte de un proceso evolutivo, estos ven al hombre como siempre moviéndose hacia
un estrato superior, siempre moviéndose a la perfección. Dentro de ese proceso evolutivo, el
hombre del siglo XX alcanzó un nivel muy superior al que la humanidad había logrado hasta
entonces, porque ahora éramos conscientes del proceso en que estamos y podemos hacer los
ajustes necesarios para dirigir el futuro de ese proceso. En otras palabras, según los
humanistas el progreso está en nuestras manos, y uno de los agentes más poderosos que
podemos usar para efectuar el tipo de cambio que la humanidad necesita es precisamente el
poder que tienen los gobiernos humanos.
De hecho, según el humanismo secular el mismo desarrollo político y la formación del
estado, son el resultado del proceso evolutivo en que estamos envueltos. En los tiempos
primitivos el hombre era su propia ley y vivía separado de los demás. Pero a medida que la
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sociedad se fue desarrollando y haciéndose más compleja, los hombres se dieron cuenta que
no podían afrontar las dificultades de la vida en una forma aislada; y es así, según ellos,
como las sociedades humanas deciden unirse para alcanzar metas comunes.
Ahora bien, como el hombre es considerado en esta Cosmovisión simplemente como un
animal más desarrollado en el proceso evolutivo, uno más dentro del ecosistema único de
este mundo, los humanistas concluyen que el hombre está violando su lugar en la naturaleza
al dividir ese ecosistema en estados y naciones.
Timothy J. Madigan resume la postura secular humanista con estas palabras: “El
humanismo sostiene que el planeta Tierra debe ser considerado como un ecosistema único,
lo que equivale a decir que ya no resulta factible dividirlo arbitrariamente en estados
separados y esperar que cada uno pueda manejase a sí mismo satisfactoriamente… las
fronteras nacionales no pueden seguir siendo consideradas como sacrosantas cuando la
manipulación del entorno puede guiarnos fácilmente a una devastación mundial”5.
Los humanistas creen que la humanidad debe evolucionar hacia una comunidad
mundial la cual requerirá, a su vez, un gobierno mundial. Corliss Lamont, en su obra La
Filosofía del Humanismo, declara que “una civilización verdaderamente humanista debe ser
una civilización mundial”6. Y Paul Kurtz dice: “El humanista es genuinamente global en su
preocupación porque él entiende que ningún hombre es una isla separada y que todos
nosotros somos parte del continente de la humanidad”7.
Que ese es un concepto fundamental del humanismo, y no la opinión aislada de algunos,
lo vemos claramente en el Segundo Manifiesto Humanista (publicado en 1973, 40 años
después del anterior): “El futuro de cada persona está conectado de alguna manera con el de
todos. Por lo tanto, nosotros reafirmamos un compromiso de construir una comunidad
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mundial, reconociendo al mismo tiempo que esto nos compromete con algunas decisiones
difíciles”8.
Una de esas decisiones difíciles tiene que ver con la necesidad de un gobierno mundial.
Sigue diciendo el Manifiesto: “Deploramos la división de la humanidad sobre bases
nacionalistas. Hemos llegado a un punto decisivo en la historia humana donde la mejor
opción es trascender los límites de la soberanía nacional y movernos hacia la edificación de
una comunidad mundial en la cual todos los sectores de la familia humana puedan participar.
Por lo tanto, nosotros miramos hacia el desarrollo de un sistema de ley mundial y un orden
mundial basado en un gobierno federal transnacional”9.
Como el único organismo en la actualidad que tiene ese alcance global es las Naciones
Unidas, los humanistas centran en ella sus esperanzas, siempre y cuando este organismo
adquiera más poder en el futuro, a la vez que pueda avanzar el desarme mundial.
Esta perspectiva del secularismo humanista se opone radicalmente a la perspectiva del
teísmo judeocristiano.
B. El teísmo judeocristiano:
Esta Cosmovisión no solo parte de la premisa de que Dios existe y creó todas las cosas,
sino que ese Dios se ha revelado a través de Su creación y a través de Su Palabra. Por lo
tanto, la realidad de las cosas no depende de la percepción del hombre, sino de la perspectiva
de Dios. Las cosas son como Él dice que son; y Él ha revelado Su mente a través de un libro
infalible y sin error. Este libro, como bien ha dicho alguien, nos provee una cuadrícula de tres
partes por medio de la cual podemos “hacer una crítica de las visiones no bíblicas del mundo,
y al mismo tiempo… formular una visión bíblica de cualquier tema, desde vida en familia a
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educación, de política a temas científicos, de arte a cultura popular”10. Esta cuadrícula está
compuesta de estos tres lentes:
1. La creación: ¿De dónde venimos y quiénes somos?
2. La caída: ¿Qué es lo que ha sucedido con el mundo? ¿Por qué las cosas no andan
bien?
3. La redención: ¿Qué podemos hacer para solucionarlo?
Cuando vemos la realidad a través de estos lentes, entonces, y sólo entonces, podremos
actuar como cristianos en todas las áreas de nuestra vida. Pablo dice en 2Cor. 10:5 que
tenemos el deber de llevar todo pensamiento cautivo a la obediencia a Cristo. Y en 1Cor.
2:16 dice que los cristianos “tenemos la mente de Cristo”. Por medio de Su Espíritu y Su
Palabra Cristo nos enseña la verdad, y esa verdad debe guiar nuestras vidas en todos los
aspectos.
Eso quiere decir, en cuanto al tema que nos ocupa, que los cristianos deben tener una
perspectiva bíblica del Estado y su gobierno. Y ¿cuál es la perspectiva que la Biblia nos da
del estado y su gobierno?
Antes de enumerar algunos principios bíblicos generales, permítanme hacer una
aclaración. Henry Meeter, en su libro La Iglesia y el Estado, define el estado como “una
comunidad política que radica en un territorio determinado, que se organiza según una forma
de gobierno específico, y que es reconocido como supremo por el pueblo”11.
Como podemos ver en esta definición, el estado no puede ser equiparado con el gobierno
que lo dirige. Pero por fines prácticos en ocasiones usaremos los términos indistintamente,
por ser el gobierno el que ejecuta los poderes con los que Dios ha investido el estado.
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1. Dios creó el gobierno humano en Su gracia común, como un medio indispensable
para el buen funcionamiento de los pueblos:
La Palabra de Dios enseña que la formación del Estado, ni es producto de una
evolución casual, ni de un supuesto contrato social entre los hombres. El Estado tiene
un origen divino. Es Dios quien ha provisto en Su gracia común un gobierno humano
que rija sobre un determinado grupo de personas.
Ese gobierno puede ser monárquico, aristocrático o democrático, pero en su
origen es divino, porque es Dios quien ha decretado que exista el Estado y el gobierno
humano. Por eso, en Rom. 13:1-7 Pablo se refiere a los magistrados como “servidores
de Dios” (vers. 4 dos veces - del gr. diakonos) y “ministros de Dios” (vers. 6 - del gr.
leitourgoi). Pablo dice que resistir esa autoridad es resistir el diseño de Dios (Rom.
13:1). Es Dios quien quita reyes y pone reyes, dice en Dn. 2:20-21. Y a Pilato dice
Cristo, en Jn. 19:11: “Ninguna autoridad tendrías contra mí, si no te fuese dada de
arriba”. Por eso las autoridades civiles deben ser respetadas, porque el gobierno
humano no fue inventado por los hombres; el estado como institución tiene un origen
divino.
2. El Estado tiene como función promover los intereses y el bienestar de la
comunidad y administrar la justicia.
Esa es la enseñanza de Pablo en el texto de Romanos 13: “Porque los magistrados
no están para infundir temor al que hace el bien, sino al malo. ¿Quieres, pues, no
temer la autoridad? Haz lo bueno, y tendrás alabanza de ella; porque es servidor de
Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, teme; porque no en vano lleva la espada, pues
es servidor de Dios, vengador para castigar al que hace lo malo” (Rom. 13:3-4).
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Alguien ha dicho al respecto: “El estado es una institución de la gracia común de
Dios, por medio de la cual… frena la influencia del pecado y promueve un orden
moral general”12. El famoso legislador y filósofo griego Solón decía que la función de
todo gobierno consiste en dos cosas: “en remunerar a los buenos y castigar a los
malos; y si se pierden las tales, toda la disciplina de las sociedades humanas se disipa
y viene a tierra”13. A esto Calvino añade: “Vemos, pues, que los gobernantes son
constituidos como protectores y conservadores de la tranquilidad, honestidad,
inocencia y modestia públicas, y que deben ocuparse de mantener la salud y paz
común... Y como no pueden cumplir esto si no es defendiendo a los buenos contra las
injurias de los malos, y asistiendo y socorriendo a los oprimidos, por esta causa son
armados de poder, para reprimir y castigar rigurosamente a los malhechores, con cuya
maldad se turba la paz pública”14.
Todo esto podemos resumirlo en los dos encabezados que hemos usado:
promover los intereses y el bienestar de la comunidad, y administrar la justicia. (comp.
Gn. 9:6; Jue. 21:25; Sal. 72:12-14; Pr. 29:14; 31:4-5; Dan. 4:27). Y ¿cómo se supone
que el gobierno ha de lograr esto?
En primer lugar, el estado debe proteger a los gobernados contra todo aquello que
impida o perjudique sus legítimos intereses. “Porque los magistrados no están para
infundir temor al que hace el bien, dice Pablo en Rom. 13:3, sino al malo”.
Sabemos que muchas veces en este mundo caído en que vivimos las cosas no ocurren
así, pero a pesar de que los magistrados no sean creyentes, Dios los usa muchas veces
en Su gracia común para lograr este propósito. Siempre será mejor vivir bajo autoridad
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que vivir en una anarquía, aun cuando los que ocupen posiciones de autoridad no sean
creyentes.
En Hch. 23 vemos cómo las autoridades civiles libraron a Pablo de un complot
criminal. Más de 40 judíos juraron bajo maldición que no comerían nada hasta que
mataran al apóstol; y al enterarse Claudio Lisias del asunto le envió a Cesarea
custodiado por 200 soldados, 70 jinetes y 200 lanceros, todo eso para protección de ese
ciudadano romano llamado Pablo.
En segundo lugar, debe proveer de libertad a los gobernados para realizar las
funciones que les son propias en el ámbito de sus propias esferas. La autoridad del
estado no debe ser absoluta; el estado no debe interferir en el ejercicio de nuestras
obligaciones privadas como miembros que somos de una familia, de la sociedad, o de
la Iglesia. Esto lo ampliaremos en nuestro próximo punto.
En tercer lugar, el estado debe promover el bienestar material de sus gobernados.
Esto no significa que el estado deba asumir un papel paternalista. El estado no está
llamado, por ejemplo, a proporcionar alimentos a sus ciudadanos, excepto en
circunstancias muy inusuales, ya que Dios ha provisto otros mecanismos para
alimentar y vestir a la raza humana.
Como bien señala un autor: “Todos los hombres, individualmente, tienen el
mandato divino de procurar el sustento propio y familiar”. ¿Cuál es entonces, la
obligación del estado en esto? Este autor responde: “Promover condiciones apropiadas
que permitan al individuo lograr sus propios medios de vida en un grado competente
con la dignidad humana”15.
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Y en cuarto lugar, el estado debe garantizar los intereses espirituales de los
gobernados. Aquí incluimos: libertad de prensa, libertad de culto; en una sola palabra:
libertad de conciencia. Esto así porque nuestra consciencia debe estar atada
únicamente a la autoridad de Dios (Hch. 5:29).
3. El Estado tiene como límite en el ejercicio de sus funciones y su autoridad, las
otras esferas divinamente constituidas.
Existen tres esferas básicas de autoridad que Dios ha creado para el buen
funcionamiento de la raza humana: el hogar, el estado y la Iglesia. Cada una de estas
esferas tiene sus autoridades correspondientes, cada una de ellas tiene una esfera
distinta sobre la que ejerce autoridad, y cada una de ellas tiene una forma distinta de
hacer que dicha autoridad se cumpla.
El Señor Jesucristo dijo claramente que Su reino no era de este mundo,
diferenciando de ese modo dos clases de reinos que no se han de mezclar el uno con el
otro; cada uno ha de funcionar en la esfera que le es propia. Cuando estos límites han
sido traspasados el resultado siempre ha sido desastroso, sobre todo para los intereses
del reino de Dios. Cada una de estas esferas de autoridad tiene sus límites, no sólo de
poder, sino también de obligaciones.
Tanto el humanismo como el marxismo cometen un error fatal al intentar alcanzar
la transformación del hombre a través de los poderes del estado. Como bien ha dicho
alguien: “Aunque el gobierno tiene la responsabilidad moral de restringir el mal,
nunca puede cambiar los corazones y mentes de sus ciudadanos”16.
Pero esta es una verdad que muchos cristianos parecen haber olvidado. Algunos
parecen ver las instituciones gubernamentales como plataformas de poder desde la
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cual pueden promover sus propios intereses. Y no estoy juzgando aquí la naturaleza de
esos intereses. Simplemente estoy evaluando el mecanismo. Sobre todo en países
donde los gobiernos tienden a ser centralizados, esa es una tentación que seduce a
muchos.
Pero la iglesia no ha sido llamada a tratar de conquistar el gobierno para llevar a
cabo su tarea transformadora en la sociedad. Cristo nos ha provisto de otros medios
muy distintos (comp. 2Cor. 10:3-5). Como bien ha dicho John Stead: “La causa de
Cristo nunca ha florecido en ningún período de tiempo donde la iglesia… haya
dominado las instituciones políticas de la nación”17. Y en otro lugar añade: “El poder
del NT es radicalmente diferente del poder político. Es el poder de la cruz”18.
El cristianismo no puede ser impuesto con la fuerza de la espada. Aun en el AT,
cuando el pueblo de Dios vivía bajo una teocracia, no encontramos ningún mandato de
parte de Dios a los reyes de Israel para erradicar por la fuerza la idolatría en otras
naciones.
Debemos mantener estas esferas separadas, cada una cumpliendo con la misión
que el Señor le asignó. Cuando el pueblo de Israel pidió a Dios que le diera un rey
como las otras naciones, el Señor se encargó de demarcar claramente las funciones del
rey y del sacerdote. Saúl fue desechado cuando traspasó ese límite, como vemos en
1Sam. 13:8-14 (lo mismo ocurrió con el rey Uzías – 2Cro. 26).
Como cristianos no debemos renunciar a nuestra vocación como ciudadanos que
somos de una nación. Pero no se le hace ningún favor a la causa de Cristo, ni se
promueve la prosperidad del estado y de las familias que lo componen, cuando las
instituciones creadas por Dios comienzan a traspasar los límites que le son propios.
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Para finalizar, y mucho más brevemente, quisiera traer algunas observaciones
prácticas en cuanto a la participación del creyente en el liderazgo político y
gubernamental.
III. ALGUNAS OBSERVACIONES PRACTICAS EN CUANTO A LA
PARTICIPACIÓN DEL CREYENTE EN EL LIDERAZGO POLITICO Y
GUBERNAMENTAL:
Voy a introducir este último punto con una cita de David Noebel muy pertinente: “El poder
político es, claramente, una cosa peligrosa. Éste puede ser un fuego consumidor. El cristiano
especialmente, como conoce su propia naturaleza pecaminosa, se preocupa cuando se encuentra
en posiciones de liderazgo político. Pero esto no significa que deba evitar tales posiciones; por el
contrario, Dios prefiere líderes que le teman a Él. El líder político cristiano es capaz de servir a
Dios honorablemente en posiciones de poder siempre y cuando entienda, como Schaeffer dijo,
que ‘la meta para el cristiano no es el poder sino la justicia… Dios en Su poder cabal pudo haber
aplastado a Satanás en su rebelión… En vez de eso… Cristo murió para que la justicia, enraizada
en lo que Dios es, venga a ser la solución’”19.
Si un creyente es llamado por Dios a ocupar posiciones de liderazgo en la nación donde
vive, muy probablemente su labor será para beneficio de muchos y para la gloria de Dios,
siempre y cuando esta labor no se lleve a cabo por conveniencias personales o como un premio
por la participación en la campaña electoral; se trata de una vocación divina como cualquier otra.
“Por la bendición de los rectos la ciudad será engrandecida; mas por la boca de los impíos
será trastornada” (Pr. 11:11).
“La justicia engrandece a la nación; mas el pecado es afrenta de las naciones” (Pr. 14:34).
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“Cuando los justos dominan el pueblo se alegra; mas cuando domina el impío, el pueblo
gime” (Pr. 29:2).
Es perfectamente legítimo, entonces, que un creyente sirva a Dios desde una posición de
liderazgo político, si ha sido llamado y capacitado para ello. Pero al hacerlo debe recordar varias
cosas:
1.Que nuestra lealtad primaria es a Dios, no a los hombres o al partido. Estando en una
posición de liderazgo Daniel estuvo dispuesto a morir antes que violentar su
conciencia. Cuidado con la idolatría política y partidista.
2.Como en cualquier otra área de nuestras vidas, debemos mantenernos en guardia para
que el desempeño de nuestras obligaciones no se conviertan en un obstáculo entre
nosotros y Dios.
3.Debemos mantenernos en guardia para que el desempeño de nuestras obligaciones no
se conviertan en un obstáculo para las demás obligaciones como miembros de una
familia y de una iglesia. El testimonio sufre mucho cuando un creyente, en el
desempeño de su vocación política, descuida su familia o los deberes que conlleva su
membresía en una iglesia local. Pero este es un peligro muy real porque la política
tiende a absorber a sus adeptos.
4.Debe mantener una actitud cristiana hacia el poder político: se trata de una plataforma
desde la cual servir a otros y no servirse de otros o enseñorearse de otros (comp. Lc.
22:24-27). El creyente que participa del poder político debe mantener un testimonio de
honestidad sin tacha.
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5.El cristiano puede reconocer la aportación de otros que están en la oposición y servirse
de ello si es para el bien común. Debemos recordar que somos siervos de Dios en esa
posición, no siervos de un partido.
6.El creyente que sirve desde una posición de liderazgo político o gubernamental tiene la
obligación de ampliar sus conocimientos bíblicos y teológicos, de modo que no pueda
ser justamente acusado de ser un guía ciego (comp. Mt. 23:13-36).
Conclusión:
Como decíamos al principio, la Biblia no debe ser usada como una especie de manual de
filosofía política, porque no lo es; pero ella nos provee el marco de referencia necesario para el
desempeño de nuestra vida en este mundo, en todas las esferas en las que seamos llamados a
servir a Dios y a nuestra generación. Este es un aspecto de la fe cristiana que los pastores deben
enseñar en sus iglesias; de lo contrario, corremos el riesgo de que nuestros miembros no estén
debidamente preparados para comportarse como cristianos en todos los ámbitos de su vida.
1 Jonathan Wolf, Filosofía Política, Una Introducción, (Editorial Ariel, 2001), pg. 21.
2 Confesión de Fe Bautista de Londres de 1689, capítulo 1, párrafo 6.
3 Norman Geisler, William Watkins; cit. por David Noebel, Understanding the Times, (Harvest
House Publishers, 1991), pg. 8.
4 Francis Schaeffer, A Christian Manifesto, (Crossway Books, 1984), pg. 53
5 David Noebel; op. cit.; pg. 579.
6 Ibíd., pg. 580.
7 Ibíd.
8 Ibíd.; pg. 581.
9 Ibíd.
10 Charles Colson y Nancy Pearcey, Y Ahora ¿Cómo Viviremos? (Unilit, 1999), pg. 24.
11 H. Henry Meeter, La Iglesia y el Estado (TELL, 1968), pg. 103.
12 Ibíd., pg. 115.
13 Citado por Juan Calvino, Institución de la Religión Cristiana; Lib. IV, cap. XX.
14 Ibíd.15
Meeter, op. cit., pg. 162.
16 Citado por Noebel, op. cit., pg. 620.
17 John P. Stead, Think Biblically! (Crossway Books, 2003), pg. 293.
18 Ibíd, pg. 292.
19 Noebel, op. cit., pg. 631.
Bibliografía
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