revista Grifo número 25: crónicas

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  • 8/14/2019 revista Grifo nmero 25: crnicas

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    artista visual invitado:

    Vctor Espinozanmero veinticinco diciembre 2012issn0718-4786

    Crnicas

    escuela deliteratura creativauniversidaddiego portales

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    ISSN 0718-4786

    GRIFO, nmero veinticinco, 2012

    Santiago de Chile

    Escuela de Literatura Creativa

    Universidad Diego Portales.

    Editor generalVctor Ibarra B.

    EditorasPilar Guerrero, Anglica Vial

    Productora general Emiliana Pereira

    Encargadas de produccinCarolina

    Bravo, Nicole Jara, Daniela Olivares,

    Manola Prez

    Colaboradores

    Ahmad al-Shahawy, Mohamed Abuelata,

    Rodrigo Bobadilla, Lolita Bosch, Jorge

    Carrin, Cristin Cisternas Ampuero,

    Alejandra Costamagna, Mara Sonia

    Cristoff, Joaqun Edwards Bello, Rodrigo

    Fresn, Julio Gutirrez, Daro Jaramillo

    Agudelo, Matas Marambio de la Fuente,

    Ricardo Martnez Gamboa, Mara

    Moreno, Gabriel Nicols, Nadia Prado,

    Juan Manuel Silva B.

    Artista visual invitado Vctor Espinoza

    Pgina web www.flickr.com/photos/

    victorportafolios

    Diseo Daniela Escobar

    Impresin Andros Impresores

    [email protected]

    Pgina webwww.revistagrifo.cl

    Esta publicacin es parte del trabajo

    de alumnos de la Escuela de Literatura

    Creativa UDP en Produccin Editorial II,curso dirigido por Julieta Marchant. Todas

    las imgenes que componen este nmero

    de Grifopertenecen al artista visual

    invitado.

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    Incorregibles: una crnica nerd

    Por Julieta Marchant

    Media hora con el celular en la mano. Haba llamado varias veces, y nada. Algo que me deses-

    pera es que la gente con quien trabajo no conteste el celular. Siempre he sido un proyecto de

    jefa insoportable: no soporto casi nada y casi nada me soporta a m. Entraron antes del medio-

    da y ya eran las cinco. Se pusieron la grabadora en una manga; mujeres bellas que podran

    distraer con parpadeos la situacin de una manga con tumor. Luego supe que no las pillaron,

    que no las retaron, que no las echaron, pero que les advirtieron que si andaban grabando apa-

    garan todo. A Nicanor le haba dado con la Grifo, que lo fueran a ver. Y fueron. Yo pas porque

    prefiero el escritorio. Comieron porotos, escucharon inditos, se les acab la pila. Intentamos

    reconstruir los pedazos a travs de la memoria, de losflashbacks, del roce de la manga con el

    micrfono, cuando al fin contestaron el celular y abandonaron el sonido insistente de platos

    de la nana de Parra que, al parecer, nada quiso con la Grifoy mucho quiso con el ruido. La

    entrevista era sobre la intertextualidad, y Parra nunca habl de la intertextualidad.

    Llevaba como tres horas haciendozappingen piyama; habrn sido las cuatro de la tarde y

    figuraba con cara de domingo. Con un ojo miraba la tele y con el otro revisaba una entrevista a

    Piglia en YouTube. Me son el celular, por el enredo de frazadas casi no contesto. Hola, habla

    Ricardo. Ricardo? Piglia. Ah, mierda. S se ri. Casi salgo disparada con piyama a la calle.

    Haba hecho la estupidez ms grande esa maana: consegu el nmero del hotel donde Piglia

    se estaba quedando y le dej un mensaje en la contestadora: Hola, queremos entrevistarte,

    llmame al. Cort. Estaba sola y, aun as, fucsia. Me sent una idiota. Era y soy, posible-

    mente, una idiota. Hasta que llam de vuelta y de pronto me volv el sujeto ms inteligente

    de la Tierra o, al menos, uno de esos personajes que sienten la gloria y son coronados con un

    ohhh (en tono bblico) y una luz que, por supuesto, no viene de un foco o, al menos, no de

    uno visiblemente humano. Llegamos y ah estaba, como lo describe Mara Moreno, con sus

    rulos perfectos para hacer un nido de pjaros obra vanguardista y brillante. La entrevista

    era sobre la traduccin, y Piglia vaya que habl de la traduccin.

    Entr en la biblioteca que lleva el nombre de Nicanor y que, gracias a Andrea Palet, tiene

    una buena coleccin sobre edicin. TomErratas. Diario de un editor incorregibledel italiano

    Marco Cassini. Lo le de un tirn y me produjo una emocin de las que da vergenza hablar

    por dulzonas y cursis. En el libro contaba cmo su compaero y l sufrieron frente al fax

    esperando la respuesta de la viuda de Carver avisando si iban o no los derechos. Iban. El aviso

    era qu se siente ser el editor italiano de Carver?. La conmocin, la misma de la grabadora

    en la manga o la llamada de Piglia. Entend esa sintona, ese pulso en el estmago. Le escrib

    a Cassini. Lo gugle un rato y di con l. Respondi: Hay una sola manera de sobrevivir:

    inventar algo.

    Nosotros inventamos algo para sobrevivir o para pensar que sobrevivamos o, mejor, para

    sobrevivirnos. Y eso se llama Grifo, tiene cuarenta y ocho pginas, y nos mantiene ocupadosde marzo a diciembre. Ac aprendimos a editar, recibimos los correos ms insospechados,

    perseguimos a autores, escapamos de otros, descubrimos voces enormes encerradas en

    crculos pequeos y voces pequeas desplegadas en crculos enormes, y cuando perdimos

    la capacidad de sorpresa la recuperamos de golpe. Hicimos amigos y enemigos, y alzamos el

    vaso y el diccionario. Y, sobre todo, ac nos volvimos incorregibles.

    editorial

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    04 Leer hasta que la muerte nos separePor Mara Moreno

    07 Hebe Uhart: marciana domstica Por Alejandra Costamagna

    09 Entrevista a Jorge Carrin y Daro Jaramillo Agudelo:Emergencia crnica

    Por Equipo Grifo

    13 La tierra en la vida americana Por Joaqun Edwards Bello

    16 Cotidianidad transitoria (apuntes para un protocolo) Por Mara Sonia Cristoff

    19 Traduccin: Ahmad al-Shahawy: Poemas Por Mohamed Abuelata

    24 Mi idea favorita Por Ricardo Martnez Gamboa

    26 El tiempo fuera del tiempo Por Nadia Prado

    29 Indito: Cigeas de Lolita Bosch

    32 Apuntes para una teora del buscar (y encontrar ycomprar) libros

    Por Rodrigo Fresn

    Crtica de libros

    36 Recogiendo piedras:El hombre que fue viernes.Juan Forn Por Julio Gutirrez

    37 Matar al hijo: Las sienes del asno de oro. Alejandro Godoy

    Por Gabriel Nicols

    38 Tentaciones cronolgicas: La incapacidad. Daniel Campusano Por Matas Marambio de la Fuente

    39 Las formas del aire:

    Fuenzalida. Nona Fernndez Por Juan Manuel Silva B.

    40 Castellano Girn para rato: Llamaradas de nafta. Hernn Castellano Girn Por Cristin Cisternas Ampuero

    41 Los ensayos del mudo La caza sutil y otros textos.Julio Ramn Ribeyro Por Rodrigo Bobadilla

    Ganadores Concurso Literario Grifo 2012

    44 Primer lugar poesa: Variaciones sobre el cuerpo de Jess Por Luza Alvarado

    45 Primer lugar cuento: Lacedemonio Por Roberto Surez Prez

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    Leer hasta que la muerte nos separePor Mara Moreno

    No recuerdo una poca en la que no leyera. Debe ser porquelos recuerdos encubridores, reinventados una y otra vez,mientras se los arrastra a lo largo de las dcadas y de losrelatos interesados (seductores, victimistas, patticos)cuntas veces cont que mi madre, a poco de caminar, mellevaba con una correa?, que el primer da de clase llor noal entrar, sino al salir? se abren paso sobre la amnesia delos primeros aos en coincidencia con el aprender a leer.

    Al principio la literatura me llega resumida, adaptada ytraducida a travs de las voces del radioteatro. EscuchoCumbres borrascosas, Los miserables yFacundofascinada

    por tonos de recitacin y nfasis modulados. Ya entonces, odesde entonces, no me gustan las tramas. Cuando encuen-tro, muy temprano, las obras de Colette, me hipnotizala escritura de una voz que luego traducir cuando leacrnicas al problema del uso impreso del habla cotidiana(expresin de Carlos Monsivis). Ya mayor leo con insisten-cia diarios y autobiografas de Virginia Woolf, KatherineMansfield, Mara Bashkirtseff, Ana Frank buscando unainmediatez que favorezca la identificacin, pero tambinuna fenomenologa del dolor, quiz porque, como diceSilvio Mattoni en la contratapa de Una posibilidad de vidadeAlberto Giordano, en algunos casos el dolor, ese punto enque desaparecen las figuras heredadas o bien se deforman

    radicalmente, llega a intensificar de tal manera lo escritoque su lector, y nosotros con l, no puede dejar de percibirque algo pas, alguien se revel aunque no fuese sino unrelmpago que las frases rodean con su fondo de silencio.Entonces leo sin claves terico-crticas, aunque no se meescapa que Clarice Lispector no escribe el inconsciente, sinoa la manera del inconsciente; y que puede escribirse desdeel dolor, pero no en el instante del dolor; y que aquello quese escribe es otra cosa que el dolor mismo.

    Mi madre me enseaba a leer, antes de ingresar a la escuela,trazando letras con un palo sobre la tierra roja del JardnBotnico. Yo poda recitar sin mirar: Mam, nena (su

    pedagoga era narcisista). Pronto leer signific jugar: leeren los carteles de las vidrieras de los negocios de atrs paraadelante y del lado de adentro. An juego cuando, para dis-traerme, leo literalmente: me gusta encontrar en los cartelesHospital privado de ojos o Silencio hospital el sentido

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    de un hospital al que se le han sacado los ojos y otro al quese le pide silencio. A veces, como a tantos, leer jugando meha consolado de la tragedia. Cuando mi padre se estabamuriendo, yo miraba desde la sala de espera, con ciertapreocupacin, cmo mi madre, ya muy mayor, espiaba porel vidrio del lugar en que mi padre agonizaba. Su cara eracuriosa, un poco pcara, como si an no hubiera calculadola perspectiva del duelo. Tena el mentn entre las manosy una pierna cruzada sobre la otra. El efecto era cmico,porque en la ventana de la sala se lea Sala de observacinde hombres. Una viuda inminente se transformaba en unaanciana voyerista.

    Sylvia Molloy encuentra en las autobiografas de escritoresuna recurrencia que ella denomina escena de lectura.En esta el escritor se recuerda fingiendo leer un libro cuyocontenido adivina o sabe de memoria, porque le ha sidoledo en voz alta y adelanta su deseo de aprender a leerconvenciendo a un pblico. De esta manera, se insufla unavoluntad que se expresa leyendo antes de ser y siendo loque lee. Esta escena de lectura suele insistir en escrito-res en los que el acceso a la escritura ocurri desde ciertasituacin de ilegitimidad. Por ejemplo, en Victoria Ocampopor ser mujer, en Sarmiento por ser pobre; en ambos porser autodidactas. Y de all para abajo en el canon, si es que

    se cree en l, la escena es utilizada con ligeras variaciones.Supongamos que, tomndome por una escritora, yo aceptoseguir la cartilla y reconstruir esa escena para m. Pero conuna variante: no leo, se me da a leer.

    A los ocho aos recoga el ejemplar deFedraque me alcan-zaba mi madre y finga leerlo. No era la de Racine, sino unaadaptacin puerca de una editorial ignota. Las letras delttulo estaban groseramente en relieve. Yo no lea esaFedrani nada parecido. Cuando me aburra de fingir, apoyaba elejemplar sobre mis muslos y haca presin con el borde dela mesa. La piel me quedaba roja con la forma de la palabraFedra, escrita al revs sobre las marcas de las puntillas de

    la combinacin. En la carne tumefacta, casi sangrante, selea un bordado o un tatuaje. No se me haba ocurrido otroacceso al erotismo de los libros, ignoraba que el sadoma-soquismo prohbe los colores rosa (la combinacin), rojoy dorado (el libro), y que esa accin poda llegar a ser ms

    adelante una suerte de expresin artstica: cuntas conclu-siones sacaran los crticos de ese Fedra invertido sobreencaje de nailon!

    Durante la escuela primaria, en la divisin del primer gradocolegio Bernardino Rivadavia se admita a pupilas delPatronato de la Infancia para quienes ya no haba vacanteen la escuela de la Institucin. Todos sus nombres empe-zaban por el de la Virgen: Mara Rosa, Mara Amalia, MaraCelia. Con precoz orgullo porteo algo comedido en unamayora de nietas de inmigrantes tanos y gallegos, tache-ros y puesteros del Mercado de Abasto y comerciantes del

    Once judo, hijas de empleados pblicos o bancarios delinterior lanzbamos el anatema de provincianas a esascaras oscuras, separadas desde el vamos del anonimato ge-neral por los cortes de pelo en forma de taza, los cuellos delguardapolvo gastados y las medallas de hijas de Mara. Peromi curiosidad las prefera y en esa curiosidad ya haba unahuella libresca: la coleccin Robin Hood tena por hroes alos hurfanos y deslizaba un mensaje uniforme y, segura-mente, inadvertido: sin padres aprenders a luchar hastallegar a triunfar en la vida. Las del Patronato portabanel misterio de haber sido abandonadas por sus padres, devivir juntas y de no tener juguetes salvo en comn. No noshablaban; oponan un mutismo sonriente y una unidad que

    no se rompa ni en los recreos en los que, por una discutiblecompasin, se las haca pasar adelante a la hora del repartode la cocoa y el mdico pebete. Mara Amalia tena catorceaos y no saba leer. Cuando se nos haca pasar al frente ala hora de lectura, ella, imperturbable y con el libro en lamano, lo miraba con cierta actitud hipnotizada como si fue-ra un mandala. La maestra una y otra vez la haca detenerseen una frase, descomponerla en palabras, slabas, letras.Mara Amalia repeta mortecinamente, mientras el libro se leiba resbalando de las manos.

    A m me fascinaban sus piernas ya sensuales, bastantepeludas sobre sus medias chicle, y su peridico olor a

    menstruacin que solo conocera en masa, insoportableal entrar al liceo (haba una profesora que sin decir palabra,luego de entrar al aula, nos indicaba con las manos el gestode hacerse abluciones en un bid).

    Mi madre me enseaba a leer, trazando letrascon un palo sobre la tierra roja del JardnBotnico. Pronto leer signific jugar: leer enlos carteles de las vidrieras de los negocios deatrs para adelante y del lado de adentro.A veces, como a tantos, leer jugando me haconsolado de la tragedia.

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    aislado de sus compaeros, el Che lee. La razn podraexplicar que la guerra, aun la de guerrillas, combina el riesgoy la alerta con los tiempos muertos de la espera, el descansoobligado como regulacin de las fuerzas. Lo que asombra esese deseo ah, su persistencia.

    Esa gruta, cuyas joyas de Al Bab son los libros, recuerdaa otra gruta que, imaginada por Kafka, tambin analizaPiglia: Kafka quera, le escribe a Felice, vivir all encerradoescribiendo sin salir jams; alguien le acercara la comida ala puerta ms exterior, lejos de donde l estuviera instalado.Esta gruta en realidad Kafka dice cueva es diferente a la

    del Che: de ella se expulsa al mundo para inventarlo, en ladel Che se permite que entre el mundo mientras se lo cambia.

    Piglia sabe y escribe que leer es una droga, aunque por lo ge-neral se prefiera hablar de la relacin entre droga y escritura.Me gustara morir leyendo, nadie escuche en esta declara-cin la construccin pedante para una mitologa intelectual,ya que podra leer cualquier cosa. No deseara a mi lado lavigilancia ansiosa de parientes y amigos, sino unas ltimaslneas que me transportaran como siempre ms all, a lasvidas que no son mas, a palabras escritas por quienes quizhan muerto hace aos. Puede ser una vulgar lista de catlo-go, ms fcilmente un prospecto. Que la muerte me alcance

    en el momento en que el sentido se me escapa y no sepa sisueo que leo y si eso es morir, o si ya olvid mi lengua y loignoro. Irme como cuando no se recuerda en qu copa se va oen qu saque, como en una sobredosis (totalmente inofensi-va, ya que no me mata sino que me estoy muriendo).

    Yo soplaba a Mara Amalia, ms por impaciencia que porsolidaridad, y ella me miraba con la atencin que debaprestar al libro. Recuerdo un perodo de transicin en queMara Amalia empez a decir fonticamente las letras,pero no relacionaba. Cada letra sala sola, muchas vecestabicada, antes de la sucesin de las otras: Mmm-aaa-rrrr-iii-ppp-ooo-sss-aaa. Pasaba el tiempo. La maestra lallamaba al frente por inercia. Nosotras aprovechbamospara hablar, tirarnos papelitos, injuriarnos con dibujos. Unda Mara Amalia pas al frente, ya nadie le prestaba aten-cin. Tom el libro como siempre y como siempre empez aseparar las letras hasta que de pronto algo cambi; el mun-

    do, el suyo al menos, se dio vuelta. Primero dijo te (todojunto), luego trastabill rrrr-eee-sss-aaa, hasta que por finjunt Teresa. Y sigui amasa la masa, la mam barre elcomedor. Me sobrecog. Una emocin a la que no saba darnombre me hizo saltar las lgrimas. Vagamente comprendla fuerza del momento, cmo Mara Amalia entraba en elcampo de su libertad. De ah en adelante, le costara lo quele costara, podra evadirse por autopistas infinitas de vidasimaginarias; ella, presa de dos instituciones, podra escaparmoviendo los ojos de izquierda a derecha, de izquierda aderecha. No importaba que pronto los usara para leer listasde compras, para vigilar boletines o que, al contrario, loshiciera pasear aplomados por los saberes del mundo: su

    mutacin no tendra fin ni lmite. Yo lloraba y no tena ideapor qu, si aprovech esa escena para soltar calladas angus-tias o si me identifiqu con la palurda triunfante y vengativaque yo tambin soaba ser. En todo caso, no se trataba desentimientos altruistas o justicieros (de los que careca).No s si hoy Mara Amalia sigue leyendo, si sabe lo que esemomento, del que fui testigo, signific en su vida.

    EnEl ltimo lector, Ricardo Piglia lee a lectores y va tra-zando su propia vida lectora. All recoge una imagen quelo conmueve: la del Che Guevara. Ya en Bolivia, el Che haguardado en una gruta, cerca de donde se almacenaban losvveres y funcionaba el aparato emisor, su biblioteca. En

    ese botn pesado para la marcha, el volumen militante noexcluye al de poesa. Entonces, sentado a horcajadas en unarama, bajo el efecto de una inyeccin de adrenalina y hastapor qu no? llevando entre los labios uno de esos purosrepugnantes made inla fbrica de tabaco de Sierra Maestra,

    Me gustara morir leyendo, nadie escucheen esta declaracin la construccin pedantepara una mitologa intelectual, ya que podraleer cualquier cosa. No deseara a mi lado lavigilancia ansiosa de parientes y amigos, sinounas ltimas lneas que me transportarancomo siempre ms all.

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    Hebe Uhart: marciana domsticaPor Alejandra Costamagna

    Una rfaga de aire fresco, dicen sus adictos, una firma de

    culto. La autntica heredera del minimalismo, la revelacin

    de las letras argentinas. Y Hebe Uhart puede ser todo eso,

    pero no es una recin aparecida ni mucho menos. Quin es

    esta mujer con nombre de seudnimo, tan perifrica como

    elogiada, que a sus setenta y cuatro aos escribe como quien

    habla? Segn Fogwill, sin ir ms lejos, es la mejor escrito-

    ra argentina del momento, y se acab la discusin. Pero

    qu se va a acabar. Los intentos por descifrarla y acotarla

    recin empiezan. Que viene del lunfardo y la picaresca. Que

    corre en la liga de Carson McCullers. Que es la argentina

    ms italiana del mundo. Que est entre Cesare Pavese y

    Natalia Ginzburg. Que Felisberto Hernndez, que ClariceLispector, que Mario Levrero. Que no tiene edad, en fin, que

    es marciana.

    Es cierto que yo tengo la tcnica de hacerme la estpida,

    pero no me gusta que me digan escritora nave, porque nave

    lo veo un poco como que se hace la nena, qu s yo, admite

    la aludida, sin aires de suficiencia. Con pinta de afuerina,

    expresin genuinamente coloquial y un humor finsimo,

    la mujer que naci en la ciudad de Moreno en 1936, que

    estudi Filosofa, ley con devocin a Fray Mocho, huy de

    las aureolas del xito, trabaj como docente y cronista de

    viajes, public cuentos y novelas, viaj en bus por interio-

    res y exteriores de permetro amplio y hoy sigue viajandoy dicta talleres literarios en Buenos Aires, se define como

    una persona que mira. Y cuando dice mira quiere decir

    escucha. Quiere decir que en los relatos de la docena de

    libros publicados desde 1962 hasta la fecha sigue una lnea

    que jams se gua por el impacto de los acontecimientos,

    sino por el deseo humano de captar, encender las antenas,

    almacenar en la memoria el microcosmos contemplado. Y re-

    cin entonces traer las historias de vuelta como si estuvieran

    ocurriendo ahora, en este mundo, y el lector las escuchara

    en tiempo real.

    Para m escribir es comunicar, define. Y se permite una

    mnima concesin: Si sale lindo, mejor. El milagro es quelo suyo no solo sale lindo y comunica, sino que tambin

    conmueve. Porque lo que captan las antenas de la ms

    antisolemne de las escritoras argentinas, la ms exquisi-

    tamente coloquial, es ese brote intangible en ocasiones

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    delirante que termina por aflorar en los seres comunes

    y corrientes que trae a colacin. Como si los bajara direc-

    tamente del cielo. Y una vez en casa, bien sujetados, les

    extrajera el habla, con modismos y disparates incluidos.

    Puede ser la mujer del cuento Guiando la hiedra, por

    ejemplo, que mientras riega las plantas de su balcn y

    atribuye cualidades humanas a enredaderas y margaritas,

    detecta en s misma una veta grosera. O la abuela chaquea

    de Leonor, anulada por sus nietos y convencida de que los

    padres no deberan dar demasiada instruccin a sus hijos,

    porque despus los hijos la pordelantean a una. O en

    similar sintona, el muchacho de pueblo, trepador como las

    mismas hiedras del balcn, en la novelaCamilo asciende

    ,que se avergenza de su origen y enfrenta a los padres con

    desdn al ver a su hermana menor: Y esa chica sin bomba-

    chas? Qu futuro le estn preparando?.

    Y si en el relato Turistas la protagonista, una mujer que se

    empea en llevar de vacaciones al extranjero a su aburrida

    familia, asegura no saber en qu mundo viven los hombres,

    en El centro cultural la incgnita ser: de qu estn

    hechas las mujeres? Pero las de Uhart y sus personajes no

    son disyuntivas enquistadas en el gnero. Solo son pregun-

    tas acerca del tejido intrnseco de los seres humanos. O, ms

    bien, de los seres a secas. Porque la autora tambin inter-

    preta lo que eventualmente perciben los objetos. El vestidomustio y triste de una de las historias que pareca decir:

    nunca ms me vas a querer o la casita blanca recin cons-

    truida que pareca que dijera aqu estoy yo. Y tampoco

    descarta las percepciones del reino animal. Me paso horas

    observando a los monos, gorilas y chimpancs, admite.

    Me interesan muchsimo los chimpancs.

    Monos, perros, vestidos, humanos. Hacer un flan, echarse a

    la sombra, patear la calle. Podra decirse que en los relatos

    de Hebe Uhart no pasa nada. Y probablemente sea cierto.

    Pero habra que acotar: nada extraordinario. Y precisar

    tambin que no es el tipo de nada que enmascara el todo, al

    modo de Carver (del Carver editado por Lish) o Hemingway.

    Porque la nada de Uhart es la extraeza de la vida, nada me-

    nos. Y acaso habra que advertir que en estos escenarios no

    habr revelaciones ni nocauts y que las ancdotas no sern

    alineaditas, perfectas como un crculo. Y que en los cuentos

    de la mejor escritora argentina del momento nadie andar

    buscando tramas secretas donde lo que verdaderamente

    importa es la mirada excepcional, marciana, de Hebe Uhart.Mis cuentos son domsticos, aunque agrego disparates,

    decreta. Y se acab la discusin.

    Las de Uhart y sus personajes son preguntasacerca del tejido intrnseco de los sereshumanos. O, ms bien, de los seres a secas.Porque la autora tambin interpreta lo queeventualmente perciben los objetos.

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    Entrevista a Jorge Carrin y Daro Jaramillo Agudelo:

    Emergencia crnicaPor Equipo Grifo

    Recientemente se lanzaron las antologasMejor que ficcin

    (Anagrama), compilada por Jorge Carrin (Tarragona, 1976),yAntologa de crnica latinoamericana actual (Alfaguara),compilada por Daro Jaramillo Agudelo (Antioquia, 1947);libros que se suman al grueso de antologas que renencolumnas, crnicas, perfiles y artculos de escritores yperiodistas publicados en diarios y revistas. Unos dicenque presenciamos el boomde la crnica hispanoamericana.Otros, que ese boomse debe al estado de coma del periodis-mo tradicional. Algunos se han dado cuenta de la frmula,y el nmero de cronistas se ha vuelto inmanejable. Unosafirman que la web ha propiciado tal posibilidad y aplau-den esa democracia. Algunos sospechan: La nia mimadaactual del mundo editorial ha dicho Malena Azcona en

    Debate. Mara Moreno intuye que siempre escribi algocercano al periodismo y que ahora se top con la etiquetade la crnica. Alarcn fundaAnfibia, y todos lo saben. LaFundacin Nuevo Periodismo Iberoamericano (fnpi), conGarca Mrquez a la cabeza, aumenta semana a semana sulista de actividades. Y suma y sigue.

    Nos pareci indispensable, entonces, conocer el punto devista de los antologadores de las ltimas publicaciones queresponden a este fenmeno, para reflexionar en torno a lacrnica hispanoamericana, sus mutaciones, caractersticas ytensiones, tratando de dilucidar por qu resulta tan atracti-va para lectores y editores.

    LA INSISTENCIA DE LA CRNICA

    Considerando la tensin entre historia y literatura que sub-siste en la crnica, de qu manera crees que el gnero, ensus diversas mutaciones a lo largo del tiempo, ha sobrevi-

    vido? Te parece que la estetizacin de la crnica abre unaventana hacia la ficcionalizacin de su contenido?

    JC: El asunto de la dimensin esttica de la crnica escompleja y se puede abordar desde muchas perspectivas.Digamos que desde el siglo xixhay una corriente que guar-da relacin con el cientificismo y que insiste en la bsquedaimposible de antemano de la objetividad, que pasara porla anulacin del yo y por un lenguaje aparentemente neutro.

    Otra forma de concebirlo nos recordara que la cienciatambin ha sido una disciplina subjetiva, casi potica. Encualquier caso, tendramos una visin ms prctica quetal vez se acab de imponer en los aos sesenta si es quedesde el realismo y el modernismo no era la principal quedefiende la importancia primordial de comunicar. Y paracomunicar hay que seducir. Un cronista es sobre todo unescritor que tiene un arsenal de figuras del lenguaje y detcnicas literarias para llevar a cabo su tarea de seduccin.

    Hay elementos propios de lo ficcional? No s. Los meca-nismos de la narracin nacieron sin deslindar entre ficciny no ficcin. Y aunque antes del Nuevo Periodismo de los

    Estados Unidos encontremos pocos ejemplos de crnicaescrita con tcnicas claramente novelescas, es fcil rastrear-las en el memorialismo o en otros mbitos de la no ficcin.S que es incmodo, pero creo ms interesante y clarificadorpensar en no ficcin y no en periodismo.

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    DJA: La crnica ha sobrevivido precisamente por eso, porqueha mutado. Sus elementos definitorios durante la vigenciade la prosa modernista, por ejemplo, no equivalen a los dehoy, y viceversa. Justamente por esas mutaciones, el carcterliterario de la crnica actual no significa que reniegue de lahistoria; ms bien, la confirma. Creo que se puede escribirmaravillosamente con finura, precisin, ritmo, suspensosin faltar a la verdad.

    Por lo dems, la pretendida objetividad, la verdad, lafidelidad a los hechos no necesariamente se consiguen conla prosa seca delflashinformativo o del estilo impersonal. Se

    puede ser as y, a la vez, ejercer el embuste como oficio.

    La anttesis no es entre literatura y realidad. Segn HermannBroch, la realidad no es ms que el envilecimiento de nues-tras suposiciones. Y la estetizacin, pienso, tiene que vercon el carcter artstico de una manifestacin; en este caso,la crnica.

    No ser que la crnica contempornea ya no apela a unaverdad, sino que est dedicndose a fragmentar lo que larodea en muchas verdades posibles, cuestionando el poten-cial relato sobre lo real?

    JC: Hay crnicas que s, que trabajan simultneamente convarias versiones de lo real o de lo verdadero, o con variosniveles de representacin. Otras, en cambio, todava creenen una versin ms vlida que otras. Hay de todo. Yo, en esesentido, soy utpico: creo que hay que intentar defender laVerdad as, con mayscula, a sabiendas de que no existe,para acercarse a algo que sea ms vlido que la derrota deantemano, que el relativismo.

    DJA: No entiendo la pregunta y no la entiendo, a lo mejor,porque partimos de supuestos enfrentados. Creo que la frag-mentacin del conocimiento de la realidad es ineludible. Lootro, la visin totalizadora, es imposible. Cuando el indivi-

    duo ha intentado esas visiones abarcadoras, ha terminadopor ponerse al servicio de algn dogma, es decir, se hadistanciado todava ms de la realidad. Tal vez la crnica delbajo mundo de una ciudad o del alto mundo, que puedeser tan bajo, la crnica sobre un ser annimo, nos diga ms

    de la realidad que el intento totalizador. Sabemos ms delcapitalismo salvaje por las novelas de Dickens que por losmanifiestos de Marx.

    LA PROTENA DEL DATO

    Resulta evidente que hay un auge de la crnica, que ha sidocomparado al boomlatinoamericano. Consideras que laseditoriales estn impulsando este gnero como producto ymodelo de xito?

    JC: A m no me resulta evidente. No creo que exista un boom

    de la crnica. Que hayan aparecido un par de antologasy algunos libros no da cuenta de un boom: un boomescreado por cientos de miles de lectores, y la crnica literaria,lamentablemente, no los tiene. Tal vez s los tengan algunoslibros de crnicas que son escritos por autores best seller,como Javier Cercas, o que no tienen ambiciones literarias(ciertas biografas, libros sobre temas polticos o polmicos,etctera).

    DJA: Sin duda, hoy en da la crnica goza de cabal salud.Como siempre sucede, la atencin de las editoriales a lacrnica es posterior al auge. Si esto es cierto, lo que ocurries que el pblico lector de libros creci con el aadido de los

    lectores de crnicas, quienes que se sumaron a la libreradespusde haber sido lectores de revistas. De las editoria-les depende que el asunto sea una moda. De los cronistasdepender que mantengan unos cartabones de calidad quehagan perdurables sus textos.

    Algunos suponen que el xito de la crnica se debe a queotorga una alternativa al periodismo duro. Alarcn habla delestado de coma del periodismo tradicional y de la crnicacomo una especie de salvataje para un lector que desea unproductogourmet. Te hace sentido esta reflexin?

    JC: Cristian ha pensado en ello mucho ms que yo. Otro

    autor argentino, Nicols Mavrakis, habla de findelpe-riodismo, una etiqueta que le ha llevado a reflexionarjustamente sobre esa ficcin de clase, sobre ese prestigio

    gourmetopremium(por usar adjetivos culinarios) de lacrnica. Un producto desfasado, en su opinin, porque

    Creo que hay que intentar defender laVerdad as, con mayscula, a sabiendasde que no existe, para acercarse a algo quesea ms vlido que la derrota de antemano.

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    pone en escena una subjetividad de lujo que no es propiade la horizontalidad, de la democracia 2.0, de la textualidadmultimedia de nuestra poca.

    Yo pienso que crnica funciona como un buen cuento:tiene que leerse con calma (descargada en ele-booko eliPad), mientras que otro tipo de formatos, como la noticia,se pueden devorar en diagonal, a la velocidad del consumoinformativo de hoy.

    DJA: El consumidor de productosgourmetnecesita tambinla protena del dato. No creo que el periodismo de dato es-

    cueto ria con el universo de la crnica. Cada vez se ve mscrnica en los diarios. Algunos tienen suplementos de cr-nicas; otros, comoEl Tiempode aqu, de Bogot, incluyencrnicas de pgina entera en el cuerpo principal. No conoz-co ningn lector de crnicas que reniegue del periodismo dedatos. Entre ambos se complementan y retroalimentan. Enuno el arquetipo es la noticia. En la crnica, el asombro.

    Pensando en el ttulo de la antologa de crnicas Mejorqueficcin, qu sentido podra tener el calificativo mejor?Qu sera eso que la ficcin no tiene y que la crnica s?

    JC: El cronista lo tiene ms difcil. Debe esforzarse ms. Su

    investigacin es ms ardua y rigurosa, por lo general, y des-pus no puede (o no debera) inventar nada. En ese sentido,hacer una novela de no ficcin que sea tan buena como unade ficcin es ms difcil. Tampoco hay que tomrselo literal-mente: no se trata de comparar ni de establecer jerarquas,sino de tratar de comprender fenmenos que, en el fondo,son necesariamente complementarios. El ttulo es unatraduccin literal de better than fiction, algo as como unreclamo espectacular. Yo lo veo como una marca en relacincon el subttulo Crnicas ejemplares, que lo son al modo delasNovelas ejemplaresde Cervantes: ejemplos de s mismas,de su padre y de su madre.

    DJA: El grado de dificultad de la crnica es mayor. Hacemedio siglo, los periodistas queran escribir su novela; enestos tiempos, son bastantes los novelistas que intentanescribir crnica. El desafo del cronista es escribir una histo-ria sin echar ninguna mentira y que el lector no caiga en la

    tentacin de abandonarla. Puede inventar un orden, puedeinventar un punto de vista, puede inventar unas imgenesque le den calor al texto. Pero no puede inventar ningnhecho. Y esa limitacin aumenta la dificultad de la crnicafrente a la novela, que tolera que acte la imaginacin. Enel caso de la novela, el nico lmite son los propios lmitesdel talento del escritor: por eso mismo hay tantas malasnovelas.

    BUSCANDO LA FIRMA

    Crees que la relacin actual entre un escritor y los nuevos

    medios afecta en la forma de escribir? Es posible hablar deun resurgimiento del gnero de la crnica impulsado por laera digital?

    JC: Por supuesto, todo influye. Consciente o inconsciente-mente, todo lo que nos rodea nos influye, va cambiandolos modos de narrar. Desde la microcrnica, que supondrael estado de Facebook o el tuit, hasta la crnica de largoaliento. En todos esos grados tendramos la convivenciade distintos modos de narracin, provenientes de len-guajes textuales y audiovisuales. Por su conexin con laactualidad, a mi entender, el periodista tiene que ser parti-cularmente hbil en el manejo de esas herramientas.

    DJA: S. Y habr una adaptacin entre el medio y el men-saje. Y unas mutaciones. Por lo pronto, y en este terreno,considero que la aparicin deAnfibiaes muy saludable, aligual que la existencia de otras revistas comoHermanoCerdoy de blogs comoEl ojo en la pajade Camilo Jimnez o

    Hemeroflexiade Andrs Trapiello.

    Veo una diferencia entre la crnica producida hasta hacepoco para revistas y la producida para la red: la falta deeditores en la web, mientras que las revistas de crnicas hantenido excelentes editores. Por eso la aparicin deAnfibiaesun acontecimiento y su calidad la har cada vez ms leda.

    No conozco ningn lector de crnicas quereniegue del periodismo de datos. Entreambos se complementan y retroalimentan.En uno el arquetipo es la noticia. En lacrnica, el asombro.

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    Aira afirma que el lector de literatura tradicional entra auna librera preguntando por un escritor especfico o por unoque guarde relacin con otro de su gusto, mientras que el lec-tor de best seller se interesa ms por la temtica. Qu creesque pasa con el lector de crnicas?

    JC: Hay lectores que buscan, en efecto, la firma. La de JuanVilloro, Arcadi Espada o Martn Caparrs, por citar algunosejemplos; el lector los busca sea cual sea el medio en quecolaboren. Javier Cercas, autor de calidad y de best sellers,publicAnatoma de un instante, que es un ensayo o cr-nica histrica, y enseguida ingres en las listas de los ms

    vendidos.

    Pero me parece que son una minora. La mayora de lectores,ms all del gnero de la crnica (que seguimos unos pocosmiles), se interesan por un tema sobre todo de actualidadcomo el narcotrfico mexicano, celebridades, polticos oepisodios recientes (el asesinato de Bin Laden, la muertede Michael Jackson, un huracn, una campaa poltica,etctera).

    DJA: El lector de crnica no es el habitual cliente de librerabusque o no best sellers. Posiblemente una fraccin dellector de librera, en principio, tambin lea crnicas; por eso

    mismo, el xito comercial de los libros de crnicas.

    El auge actual de la crnica se inicia con la creciente y,hoy, alta demanda de revistas que traen crnicas. El iniciallector de Sohoo de Gatopardoprobablemente trabaja en unaagencia de publicidad, o en una compaa vendedora de ser-vicios, o en industrias como la moda, la televisin, la radio,la prensa. La edad promedio del lector de revistas es menorque la del cliente de librera. Lo que pasa es que esos univer-sos terminan juntndose o, al menos, estn conectados.

    El lector de crnica ha sido conquistado por el secreto peorguardado: el pecado mortal de la crnica es el aburrimiento.Este lector sabe que va a la fija y que difcilmente se aburrirleyendo una crnica. Entre el escritor de crnicas y ese lectorest el director o editor de la revista que sirve de aduana delaburrimiento, de polica de las repeticiones, de ta regaonacon los asomos de egolatra del cronista.

    El siguiente paso es que el lector de crnica se fideliza, lasrevistas crecen en lectores, consiguen anunciantes, en fin,se establece un mercado. Y los nombres de algunos cronistasdevienen sello de garanta. Ya el lector sabe que no pierde

    si Alberto Salcedo Ramos, por ejemplo, firma la crnica. Unpeldao ms arriba (y subsiguiente): ese lector se entera deque apareci un libro con crnicas de Salcedo, o de Villoro, ode Leila y sigue un extenso y riqusimo etctera, lo compray, para ello, tendr que ir a la librera. All, a lo mejor, tro-piece con una novela de Csar Aira y, gracias al acierto de sueleccin, tambin quede enganchado en la ficcin.

    El lector de crnica ha sido conquistado porel secreto peor guardado: el pecado mortalde la crnica es el aburrimiento. Este lectorsabe que va a la fija y que difcilmente seaburrir leyendo una crnica.

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    La tierra en la vida americanaPor Joaqun Edwards Bello

    En algunos pases la tierra aprisiona un significado bastantems directo e importante que en otros; tal es el caso del nues-tro, de Mxico, Bolivia, etctera.

    Vivimos en un pas de ambiente terroso; la tierra, disueltaen el aire que respiramos y en el agua que bebemos, es unaparte principal de la integridad corprea. En verano, tierra,mucha tierra; en invierno, barro a ratos, cuando llueve.Cont, ha poco, el caso de un diplomtico extranjero, que pi-di el retiro de nuestro pas a causa de una antigua dolenciade las vas respiratorias producida en Persia, donde el aireest asimismo saturado de tierra.

    No empleo deliberadamente la expresin polvo, espaola,por cuanto aqu se usa popularmente la mucho ms expresi-va de tierra. Se dice: Estoy entierrado, hay mucha tierra;la persona popular, cuando presiente la muerte, exclama:Me est llamando la tierra!.

    El doctor don Nacianceno Romero escriba, en un artculopublicado en estas columnas: Para comprobar el estadode limpieza del aire de la ciudad, basta subir a la terrazadel Santa Luca, si no a la del San Cristbal, desde donde seadvierte la tenue nube que flota sobre la capital.

    Este fenmeno, que alarmara a un ciudadano suizo u holan-ds, nos tiene sin cuidado. Nacimos, vivimos y morimos enmedio de la tierra. Quin recuerda los antiguos viajes en co-ches abiertos a los fundos cercanos a la capital? Llegbamosblancos de tierra, sin cejas ni pestaas, monocromados,como si el elemento hubiera querido devorarnos, atraernoso, por lo menos, mimetizarnos. Este fenmeno, cuya utilidaddurante una guerra no niego a causa de que constituye uncamouflagenatural contra los ataques areos, es perniciosopara los extranjeros y para los chilenos de arraigo relativa-mente reciente, no bien equilibrados con el clima.

    El chileno genuino, ms cerca del aborigen, est constituido

    en relacin con las condiciones climatricas: lo que ha per-dido en fuerza de las cuerdas bucales lo ha ganado en vista,capacidad torxica, cabellera, etctera.

    * Publicado enLa Nacinel 6 de febrero

    de 1938. Seleccionado para el quinto

    tomo de Crnicas reunidaseditado por

    Roberto Merino, prximo a publicarse por

    Ediciones Universidad Diego Portales.

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    Por lo dems, la gente genuinamente chilena vive metidaen la tierra. La frecuencia de los temblores y la costumbrehacen que el autctono se meta en la tierra para abrazarsey bailar con ella en caso de remezones, no dndole opor-tunidades a una estructura, salida de la tierra, para que lecaiga encima y lo triture. De ah el rancho, excrecencia de latierra, hinchazn del suelo; hecho de suelo, color de suelo.De ah la vivienda de barro seco y colige; el suelo pelado.Salgamos por un arrabal santiaguino para no ir ms lejos.Un poco ms all de los gasmetros, de los mataderos, delos rieles, de los canales. Esas casas de barro, esas viviendasdonde los cacharros, criaturas, miradas, pechos y vesti-

    mentas tienen algo de barroso, de elemento natural crudo,surgido de la tierra como montones de materia vagamenteviva. Los elementos que componen el rancho son tomadosde los contornos sin mediar apenas industria; son natura-leza levantada como ondulaciones o caprichos de planeta.Piedra, barro, totora, greda. El habitante est mimetizado,su color es de cacharro; cuando asoma se dira que sale porlas escotillas de la tierra. Gente que vive as, en la tierra, estms virginal, ms silvestre, ms cerca del origen. Es msnueva en el sentido evolutivo; sus pasiones no estn contro-ladas, son espontneas, aparte de clculos.

    Jean-Jacques Rousseau, al fin y al cabo, peda vivir como un

    chileno primitivo.

    El cuerpo humano es enfermedad constante, asegurAristteles. Lo es desde el momento en que ni est ni estuvojams terminado; ni estar, puesto que evoluciona. Haciaqu? Hacia dnde? Nada sabemos. Entonces, la tierra dilui-da en el aire hace bien o mal? Su presencia es molesta paranosotros, de abuelos o bisabuelos europeos. Ahora, todoconsiste en acostumbrarnos. Lo que a nuestros pulmonesdaa, a un mapuche podra servirle de alimento.

    Comparados con los catalanes o italianos, carecemos de gar-gantas musicales. Nuestra acstica percibe luego la calidadfornea de los hombres ortofnicos, como fue el queridoSalvador Nicosia. Es que vivimos impregnados de tierra, yla voz del cuerpo humano es una desligadura del cuerpo yde la tierra; es ansia de liberacin, hazaa vibrtil de querervolar, separando pensamientos de la tierra.

    Prescindo en esta oportunidad del humo de fbricas a quese refieren en segundo trmino los artculos del doctorNacianceno Romero. Me ocupo solamente de la tierra de laparte de suelo que vuela por el aire, de la parte de planeta

    suelto y pulverizado, en cuyo vrtice convivimos.

    No solamente se advierte en nuestra atmsfera una tenuenube que flota, al decir del doctor. Los extranjeros asegu-ran que nuestro cielo es de una blancura cegadora, parecidaa aquella de la luz de magnesio; recuerda tambin a unpapel plateado. No es nunca del color azul ail, como en lasciudades espaolas o italianas. Por qu? Porque el azul ailes color de profundidad, de distancia, lo cual se produceen capas atmosfricas lavadas o puras, en los das de buentiempo. En cambio, el cielo cegador es producido por losrayos del sol que hieren a la tierra pulverizada en el espacio.

    Sera preciso viajar al sur de nuestro pas para ver esoscielos azul ail o ndigo.

    En este artculo me refiero a las zonas nrdica y central,advirtiendo la existencia de cuatro climas en Chile. A lapersona que dudara de esto ltimo (los cuatro climas), leaconsejara darse una vueltecita por la central del telgrafo,donde aparece un estado cotidiano del rgimen atmosfricoen las diversas regiones.

    No obstante la diversidad de los climas y la frecuencia delas lluvias en la parte sur del territorio, la convivencia con latierra y la importancia de este elemento en nuestra existen-

    cia es extensivo, con mayor o menor intensidad, a todo elpas. Es natural que las zonas nrdica y central, terrosas, in-fluyen en el sur.

    Vivimos impregnados de tierra, y la voz

    del cuerpo humano es una desligadura delcuerpo y de la tierra; es ansia de liberacin,hazaa vibrtil de querer volar, separandopensamientos de la tierra.

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    El cielo cegador produjo esos ojos chilenos famosos, decrnea fuerte, pestaa recia y pupila infalible en puntera.Darwin se asombr del poder casi sobrenatural del indgenaamericano para adivinar la proximidad de escuadras en elmar meses antes de que llegaran a puerto.

    Las condiciones misteriosas, apartes, de la atmsferaamericana despertaron en los sabios ideas inslitas. Darwindescubri su teora de la evolucin de las especies enGalpagos, islas del Pacfico. Fue exactamente en la islaChatham, hace ciento tres aos. Una columna de basaltocelebra ese acontecimiento humano. Keyserling descubri

    en Bolivia que la puna no era enfermedad de altura, sinoalteracin producida por emanacin telrica de tierra.

    Nota. En la obra de Loti sobre Pequn, el lector chileno en-contrar la extraordinaria similitud entre el paisaje chino yel nuestro. La tierra en el aire impresion al marino francs;el rancho chino es muy parecido al chileno actual.

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    Cotidianidad transitoria(apuntes para un protocolo)Por Mara Sonia Cristoff

    El viaje romntico muri, como sabemos, desde que semodificaron irreversiblemente las condiciones histricasque dieron lugar a la exploracin de territorios que resulta-ban exticos o directamente desconocidos para el mundoeuropeo y blanco. Desde entonces, todo viaje indepen-dientemente de cun alternativa o aventurera sea sutraza participa de alguna forma del protocolo del turismo.O del viaje de negocios. Frente a esas dos alternativas, votodecididamente por el sedentarismo. Y no lo hago por elgesto esnob y a esta altura totalmente anacrnico: ya eracomn en los inicios del siglo pasado de identificarme conla figura del viajero y no querer asumirme como turista, que

    cuando tengo que serlo lo soy. Tampoco por el gesto anr-quico, y tambin anacrnico, de negar que los escritoresparticipamos en alguna medida del mercado y que tenemosnuestra propia versin del viaje de negocios. Voto por elsedentarismo frente a esas dos alternativas de viaje, deca,por lo que ambas tienen de cinta magntica: recorridospredeterminados y velocidad extrema. No creo que haya unafrmula ms eficaz de impedir el contacto con el lugar quese supone que queremos conocer. Sin embargo, as se hacenahora la mayora de los viajes. Sinceramente, insisto, votopor el sedentarismo. Puedo ver los mismos museos, parquesy zoolgicos tranquilamente desde mi computadora, ycambiar los horrendos trmites de aeropuerto por caminatas

    a travs de alguna zona todava desconocida de la ciudad enla que vivo.

    O pergeo otro tipo de viaje, busco una tercera va. Eso tratode hacer hace aos, reconozco, porque irme de la ciudaden la que vivo, y a la que amo, sigue siendo una de misprcticas favoritas. Ese otro tipo de viaje que pergeo tiene,por cierto, su propio protocolo. No puede ser relmpago nicronometrado. Tampoco puede abarcar muchos lugares: sies solo uno, mejor. Y requiere que vaya sola; tercera con-dicin indispensable para lograr sumergirme en un lugar.Se trata de pasar varios, muchos das all, hasta finalmentelograr una pequea rutina conformada por recorridos,

    horarios, cafs donde recalar y otros a evitar, nombres depersonas a las que ver.

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    Hasta armarme, en fin, lo que llamo una cotidianidad tran-sitoria: una cierta familiaridad con un lugar del que s queme ir, una impresin de estar en casa aunque despojadadel peso de la rutina, una extraeza que persiste. La ta-rea de escribir es mi aliada perfecta en esos casos: dichosviajes o debera llamarlos estadas? han estado rela-cionados con la investigacin para un libro o un artculo,la entrevista con un personaje insoslayable, la comproba-cin de un dato intransferible. Cada uno de esos adjetivos,se entiende, forma parte de la argumentacin que cons-truyo para que tanto yo como el resto de los involucradosestemos de acuerdo en la necesidad imperiosa de partir,

    normalmente con destino a algn pueblo de provincia o auna de las ciudades mitificadas por la literatura. De esa im-portancia crucial que juega la escritura, no se debe concluirque consisten en becas de residencia o programas de escri-tura: siempre me pareci que el cronograma preestablecidoy el poder de las instituciones confabularan contra mi an-siada cotidianidad transitoria. Esas experiencias han estadosiempre ms bien asociadas, para m, al viaje de negociosque la vida de escritor nos depara.

    Hasta que, como siempre, ocurre la excepcin. En este caso,un invitacin a viajar como escritora residente a Leipzig.Confieso que fui incluso preparada a que la disciplina fuera

    todava ms severa que en algn otro programa as deinfluenciados hemos quedado por las representacionesdel Este en tanto cine norteamericano. Sin embargo, a lamaana siguiente de llegar, en cuanto pude despejarmede un viaje extenuante y mirar alrededor, me encontr solaen un cuarto de hotel altamente acogedor. Nada de esashabitaciones con ventanas nfimas de impronta militarque haba imaginado, nada de colegas pululando por all.Nada, nadie. Una cita para almorzar con mis anfitriones dela Literaturhaus era todo el cronograma que se asomaba enmi horizonte.

    Un almuerzo que, cuando ocurri, me termin de confir-

    mar lo que eljet lag, o vaya a saber qu, todava no medejaba terminar de entender: estara sola durante un mesy medio en un hotel de Leipzig con la nica obligacin deescribir a mi ritmo y donde yo quisiera: en mi cuarto, enun caf, en un banco de plaza, en la baera entradas de

    un diario de viaje que alguien a quien nunca vera se encar-gara de subir a un blog. Mis anfitriones hablaban mientrascomamos, y tambin yo, pero lo cierto es que apenas po-da seguir la conversacin: hasta entonces, siempre habatrabajado mucho para organizar mis viajes-estada, nuncame haba tocado toparme con uno por sorpresa. En un mo-mento escuch a la directora de la Literaturhaus decirmeque, por cualquier cosa que necesitara, poda comunicarmecon Kristin W., que estaba all especialmente para asistir-me. Agradec con una sonrisa y pens para mis adentros quea Kristin la esperaba una linda temporada de vacacionesencubiertas, porque a m nada me interesa ms que desli-

    garme de los tratos institucionales. Cuando ya estbamostomando el caf, anunci en un rapto de entusiasmo mi de-cisin frrea de comprar una pava elctrica. Si iba a pasarlas maanas escribiendo en mi cuarto de hotel, necesitabalo indispensable para que no me faltaran mis litros infali-bles de t: la cotidianidad transitoria voy tomando notaspara completar el protocolo y as, quin sabe, volver estaexperiencia ms transferible requiere tambin su propiavajilla. Kristin ofreci acompaarme y nos fuimos caminan-do juntas. A las pocas cuadras, por una pregunta ma acercade las supuestas editoriales independientes que florecan enLeipzig, conversbamos con la fluidez y los sobrentendidosque aqu, en Buenos Aires, comparto solo con alguna gente.

    En esa caminata en busca del electrodomstico inspirador,confieso, comenz el derrumbe de las vacaciones encubier-tas de Kristin: estaba claro que acababa de dar con una deesas personas que nos resultan interlocutores valiossimos.Y esa figura, agrego, es otro de los componentes clave de lacotidianidad transitoria.

    Entonces, ah estaba yo, habitante provisoria de Leipzig. Alos pocos das ya tena armado mi circuito propio. Para leer,nada como el caf Pilot, especialmente si estaba lloviendo;solo esa tomatensuppepoda ayudarme a recobrar el calorperdido. Ah me daba cita con algunos de mis otros interlo-cutores en la ciudad. Una periodista cuya cara volv a ver,

    a los pocos das, en un pster que promocionaba su nuevolibro. Un mexicano que escribe en una revista onliney queno deja de preguntarse qu hace l all, en Alemania. Unestudiante del Literaturinstitut que vivi en Holanda y quehaba recalado en Leipzig solo por su Escuela de Escritura,

    Todo viaje independientemente de cunalternativa o aventurera sea su trazaparticipa de alguna forma del protocolo delturismo. O del viaje de negocios. Frente aesas dos alternativas, voto decididamentepor el sedentarismo.

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    gracias a la cual no estaba seguro de haberse convertido enmejor escritor, me dijo, pero sin duda s en mejor lector; yyo pens que en tantos aos de escuchar argumentaciones afavor y en contra ms en contra, porque en la Argentina to-dava cunde el mito del escritor romntico y outsider, sobretodo entre quienes no son realmente escritores pocas veceshaba escuchado una lnea tan lmpida y tan contundentea la vez. Recuerdo haberla anotado una vez que llegu a micuarto de hotel, sitio que funcion perfectamente como mihogar desde un primer momento. No haba un solo recovecode su considerable extensin que no tuviera rastro de mipresencia: desde los libros, mquinas y papeles sueltos que

    en menos de cuarenta y ocho horas convirtieron una mesalarga en mi escritorio de toda la vida, hasta los artculos debelleza y de limpieza que guardaba en los estantes del bao,pasando por las provisiones que amontonaba en el frigobar.La empleada sigilosa que me interrumpi durante las tresprimeras maanas para anotar qu es lo que haba consumi-do mir, al cuarto da, la bolsa en la que yo haba empacadolas botellitas y delicatesen para terminar de colonizardefinitivamente esos estantes refrigerados con alimentos deprimera necesidad, sonri, y nunca ms volvi a aparecer.En mi cuenta de consumos tampoco hubo rastros de esacolonizacin ma.

    Ocurre que, mientras los huspedes iban y venan, yopermaneca, y eso fue generando con algunos de losempleados del hotel una cierta complicidad; componenteesencial sigo apuntando del protocolo. Otra de lasempleadas un travesti al que le faltaba algo, no s sidinero o imaginacin, para terminar de producirse era micmplice favorita. Gracias a ella supe dnde ir a comprarcualquier cosa que necesitara, sin caer en los precios paraturistas que cobraban en los alrededores del hotel. A esetipo de compritas y trmites y a contestar mails, hablar portelfono, vagar por ah me dedicaba a la tarde, porque ala maana escriba o lea en completa reclusin. Tal comoen Buenos Aires, con la diferencia de que todos alrededor

    hablaban alemn. Un idioma totalmente desconocido param que, sin embargo, me fue permitiendo atisbar rasgos,escenas, peripecias, contradicciones y hallazgos de algunosde sus hablantes, de una franja de su cultura. Un atisbo devida cultural captado entre las gndolas del supermercado,

    los estantes de libreras repletos de ttulos incomprensibles,las mesas de caf, los transentes, las conversacionescon locales, elzappingen mi cuarto de hotel, las comprasde objetos nimios y alguna ocasional visita a una galerarecomendada in situ.

    A pesar de eso, cuando volv a Buenos Aires mis amigoscultos no podan dejar de enumerar la cantidad de salas,iglesias, conciertos, fachadas y museos que haban quedadofuera de mi recorrido. No podan creer el nmero de cosasque me haba perdido, decan. Yo sonrea y dejaba que meacusaran, una vez ms, de iconoclasta, de autista. No opuse

    resistencia ni argument a mi favor: los resabios de felicidadotorgados por la cotidianidad transitoria me vuelven, pormomentos, extremadamente tolerante.

    Un idioma desconocido me fue permitiendoatisbar rasgos, escenas, peripecias,contradicciones y hallazgos de algunos de sushablantes, de una franja de su cultura.

    * Una versin en alemn de este texto fue

    publicada en la seccin Cultura del diario

    Neue Zrcher Zeitungen junio de 2011.

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    La poesa de Ahmad al-Shahawy (Damietta, 1960) dialogacon los grandes maestros de la tradicin suf, desde Ibn Arabihasta los derviches turnantes de Turqua. Forma parte de esacaterva de poetas malditos difciles de clasificar por la crtica.Fetichista, amante de la vida, degustador de la oratoria delos clsicos, enamorado del color, de la plstica del espacio,coleccionista de objetos, mitos y leyendas, buen lector delCorn, escribe un verso desnudo, deshumanizado, icono-clasta, que asombra y atrae una agridulce admiracin de suslectores y, sobre todo, de tantos y tantos poetas y colegas delmbito de la lengua rabe.

    Es director de redaccin en Al-Ahram, considerada la mayorfundacin de periodismo en Egipto y en el mundo rabe.En 1995, obtuvo el Premio Unesco de Letras y, en 1998, elPremio Kavafis de poesa. Ha publicado los libros de poesaDos Rakaas para el amor(1988), Los dichos, primera parte(1991), El libro del amor(1992), Los dichos, segunda parte(1994), Estados del enamorado(1996), Los dichos, antologa(1996), El libro de la muerte(1997), Di ella(2000),Agua enlos dedos, antologa (2002), Los consejos en el amor de lasmujeres(2003), La lengua del fuego(2005), Una puerta ycasas(2009), Conduzco las nubes(2010) y Nadie piensa enmi nombre, antologa (2011). A este ltimo corresponden lospoemas aqu publicados.

    Ahmad al-Shahawy: Poemas

    T R A

    D U C

    C I N

    Por Mohamed Abuelata

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    Un todo es indivisible

    Dos interrogantes

    invertidos.

    Uno pregunta

    y el otro

    piensa despertar de su sueo

    y preguntar.

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    Nadie piensa en mi nombre

    Nadie piensa en mi nombreal haber puesto el sol en el infierno, al haber perdido el cielo cuya sabidura acaba de morir, despus de haber entrado solo a la morada del cero, precedido por una sombra negra.

    Deliro en la lejana,cuelgo mi letra como una estatua rota,entono una cancin con un sentimiento de prdidame amortajo con el agua seca,me hundo en la eternidad herido por noches perversas,mis pjaros agonizan silenciosos y cabizbajos.

    Aislado subo por el aire hecho una flauta hurfana.Me llega el llanto del mar por m, recorro la luz

    por si as llevo el sonido al fuego.

    Nadie piensa en una cueva silenciosa nadie piensa en un ngel perdido en la multitud, nadie entreteje con estrellas un fuego, nadie pinta los ojos con la imagen del mundo, nadie deja al nieto de herencia una lmpara apagada.

    Me vence el sueoporque nadie se fijar en un nombre fugaz, ni ningn espejo me ha de reconocer jams.

    Olvidado en lo desconocido,

    letra final del final de la noche.

    Me extiendo como un hilo asesinado por el habla,nadie nos protege del fro,nadie vuelve la cabeza cortada a la luna,tengo extendida la palma de la mano, y mi destino se ata a sus ojos.

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    Es 1994. Soy un alumno de literatura. El ms flojo de micurso: no voy a ninguna clase y suelo pasar los mediodasde la primavera tomando malta con huevo en Las Lanzas,que queda a un tiro de piedra de la universidad. En aquellosdas, aunque ya me ha dejado de interesar la lectura comoestudio y me encamino hacia el lado oscuro de la fuerza (lalingstica), me la paso la mayor parte del tiempo de vigiliahablando de libros, autores, movimientos. Creo que meocurre lo que a todos, o a casi todos, quienes siguen esa li-cenciatura: mi vida gira en torno a la narrativa y a la poesa.

    Estamos sentados en el local de la plaza uoa con Natalia

    Garca, una entraable amiga y compaera de correras,haciendo la chancha. En un momento de la conversatiro una bomba: Sabes, Natalia, para m que todoesliteratura?. La conversacin ha ido ms o menos as: altaliteratura, baja literatura, gneros, gneros orales, lasculturas que basan su memoria en la oralidad, la fantasay la ciencia ficcin, los autores debest seller, qu entende-mos por lo literario, el formalismo ruso, la literariedad, elextraamiento. Nos han educado en la universidad paraentender que el fenmeno literario tiene propiedades quelo distinguen del lenguaje cotidiano. Y de pronto se me haocurrido que eso no tiene ni pies ni cabeza; literatura haypor todas partes. Natalia me mira con extraeza y un poco

    de rabia: Si la literatura est en todos lados, nos vamos aquedar sin pega, o algo as.

    Muchos aos ms tarde, revisando en Internet me encon-tr con el siguiente prrafo (perdonar lo largo): La gentecuenta historias. En todo el mundo, y probablemente du-rante todo el tiempo que ha existido, la gente ha inventadopersonajes y ha contado sus hazaas ficticias. Esta aparentefrivolidad no es poca cosa para los asuntos humanos. Siuno tuviera que dimensionar el nmero de horas y recursosinvertidos en el disfrute de la ficcin en todas sus formas lanarracin, el juego de simulacin, los mitos y leyendas, loscuentos, las novelas, las historias breves, los poemas picos,

    la televisin, las pelculas, el teatro, la pera, las baladas,las pinturas narrativas, los chistes, las tiras cmicas, lasparodias y los juegos de video, sin duda representaranuna parte muy importante del tiempo de las personas y una

    Mi idea favoritaPor Ricardo Martnez Gamboa

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    gran parte de la actividad econmica moderna. Teniendoen cuenta los costos en tiempo, las oportunidades perdidaspara participar en actividades prcticas y los peligros deconfundir la fantasa con la realidad, nuestro anhelo deperdernos en la ficcin resulta un gran rompecabezas paracualquiera que busque comprender a los seres humanos(Steven Pinker).

    Cuando lo le ca en la cuenta de que esa era mi idea favo-rita. Una idea que fue pergendose por muchos lustros.Y hay ms. No solo hay literatura en los artefactos cultura-les de los que habla Pinker. La historia y la vida tambin

    la tienen. Los neurocientistas y los cientistas cognitivosdefienden que nuestra memoria funciona como la literatu-ra. El recuerdo de nuestra existencia se almacena y procesaen nuestra cabeza al modo de un relato. A eso se le llamala memoria episdica, postulada a inicios de los aossetenta por Tulving. No solo lo que nos pas en la infanciao hace tiempo, sino que tambin el registro cotidiano: AlanBaddeley sostiene, en 2006, que lo que recordamos deaquello que hemos hecho en los ltimos minutos, nuestramemoria de trabajo a veces llamada de corto plazo, tam-bin funciona como un relato. La mente es literaria (MarkTurner), todo es literatura.

    Cada ao me pasa lo mismo. Observo detenidamente enmis primeras clases de gramtica a la hornada o casieso de mechones que llegan a la universidad. Vienen consueos y esperanzas, muchos de ellos, muchas de ellas,queriendo escribir, queriendo leer. Pasan los semestresy normalmente la pasin se apaga. Sienten que estudianuna carrera que no sirve para nada. Hasta han levantadouna pgina de Facebook titulada a medias como irona,a medias como remedio: S, estudi literatura, y qu? Losprofesores hemos hecho lo nuestro gastando la mayor partedel tiempo ensendoles sobre los griegos y los medievales,sobre las vanguardias, las neovanguardias, las posvanguar-dias. Hemos hecho que se vuelvan aprendices y expertos

    en textos que no leern ms que ellos. Muchos pasarn susvidas leyendo libros que fueron escritos para estudiantesde literatura, para tesistas, para especialistas. Los estudiosde la literatura se habrn reducido a un corpus de escritos

    que solo circulan en la academia. Y claro, sentirn en sufuero interno que nadie los entiende, que saben algo que notiene ninguna utilidad en estos das de mercado, cuando sehabla de que la conicytse ir donde los economistas.

    Y sin embargo, hay una salida. Todoes literatura. Comodeca Pinker, hay literatura en la publicidad, en los cmics,en los videojuegos y hasta en la pornografa. Nuestrosestudiantes no son expertos en tal o cual autor, o en tal ocual perodo. Son expertos en entender los entramados ylos recursos de las narraciones. Perdn que ponga mi caso.En febrero de 2012 me pidieron que escribiera columnas

    paraLas ltimas Noticias. Y me dijeron que lo hiciera sobrela farndula. Y yo, en realidad, no saba mucho de farn-dula. Al menos eso crea. Hasta que di con una aplicacinsorpresiva de mi idea favorita: Leamos la farndula comosi fuera una gran narrativa. Creo que ha dado resultado.Lo que aprend en las pocas clases a las que fui como elestudiante ms flojo de mi curso y en las innumerablesconversaciones al calor de una cerveza helada me sirvipara entender la farndula como un tipo de relato literario.Finalmente, como una vez en Stanford dijo Steve Jobs: Lospuntos se conectaron. Realmente me gustara que eso lepasara a todos quienes siguen estos estudios; como rezala Desiderata: Mantn el inters en tu propia carrera,

    por humilde que sea, pues es un verdadero tesoro en lascambiantes fortunas del tiempo. Concuerdo.

    Los neurocientistas y los cientistascognitivos defienden que nuestramemoria funciona como la literatura.El recuerdo de nuestra existenciase almacena y procesa en nuestracabeza al modo de un relato.

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    En un afn por olvidar, llevaba viajando varios das porBolivia. Mucha tierra y joyas prehistricas, ciudades debarro, lluvia, lluvia, lluvia; largas horas para lograr solocien kilmetros. Y, finalmente, se aparece la Provincia deChiquitos, en el departamento de Santa Cruz. Es lo quellaman la zona de la Chiquitana, por la tribu de los chiqui-tos o chiquitanos. Las misiones jesuitas instalaron all suasunto. As llegu a la casa de Dios y puerta del cielo(Gnesis 28.17) en la misin La Concepcin. Me encontr conabundantes especies de rboles, algarrobos, quebrachos,palmeras, pjaros y bichos de mil maneras. Clima templado,pero lluvioso (ese pero corresponde a una zona o razn

    personal, ac; porque templado y lluvioso, all, es natural).

    Una enorme estructura de madera suba en espiral o caracolpara terminar en un montn de campanas, originalesy naturales; y no grabadas en casete o cdcomo habadescubierto en Espaa y Andacollo y que sonaban tanreales hasta que un da la cinta se enred y de pronto, entrela fuerza del repiqueteo, apareci Emmanuel. Claro que enEspaa solo escuch una disminucin de la velocidad del ta-ir de las campanas medievales, mientras que en Andacolloapareci la voz del cantante mexicano. Estas campanasverdaderaseran sostenidas por cuatro pilares perfectamen-te tallados en una sola pieza de madera, es decir, un solo

    rbol. Esa nica pieza, ese nico rbol tallado por los ind-genas haca trescientos aos, se ergua en trenzas y luego enrayas verticales y un par horizontales en ambos extremos, ypareca mover sus ramas inexistentes con el viento.

    Tres o cuatro campanadas y me despert enfrentando loscatorce pilares de la misin jesuita construida con rbolesenormes. El altar tena siete a cada lado. El techo lleno devigas cruzadas me haca pensar en un tipo de escrituraancestral en medio de la selva; dibujos cubran los impre-sionantes muros de barro. All un cierto origen se sostenay soportaba alguna genealoga castrada de un pueblo. Lostallados: las manos indgenas de cada rbol trenzado llegan-

    do hasta el cielo. Tejas, bosque, lluvia, cielo. Es un arcaicomundo el que visito. Siempre soy turista, cualquier preten-sin de no serlo es parte de la soberbia, no hay fusin conesa comunidad. Y si te toca ser parte de las fiestas y te tomanen cuenta en la celebracin, el mundo es solo un instante:

    El tiempo fuera del tiempoPor Nadia Prado

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    palmeras, rboles con enormes panzas como un cuerpogigante lleno de ramas (un nombre sostuve: toborochi),insectos (otro nombre: tucura), escasos cables de luz en elcielo limpio de La Concepcin. Ms de trescientos aos all,ocho campanas forman un carilln, la plaza an conservauna especie de instrumento que tambin, al igual que lascolumnas de la iglesia, ha de haber sido construido con unnico y enorme rbol. (Las misiones jesuitas de Chiquitos,desde el 12 de diciembre de 1990, estn en la lista delpatrimonio mundial, lo que confirma su valor excepcionaly universal como sitio cultural y natural que debe ser prote-gido para el beneficio de la humanidad, hasta que el dios

    inmobiliario alargue sus garras para pulverizarlas).

    En la iglesia cerca de treinta nios se confiesan con uncura enorme y rosado. Las nias salen primero, van condelantal extremadamente blanco, zapatillas multicolores ycalcetines arremangados; el pelo tomado en un moo conuna cinta blanca. Los nios: polera sumamente blanca ypantalones oscuros. El cura con su sotana como la piel delas baratas. Esta uniformidad exagerada me asusta. Losnios saludan y sonren: no les debe haber ido tan mal ensus revelaciones.

    Hay una enorme roca en medio de la vereda, es obvio que

    nada consigui derribarla o fue un alocado y afortunadodeseo esttico. En los quioscos del mercado de San Javierlas carnes vivas cuelgan de enormes ganchos. Recuerdo,entonces, una fotografa de Ruth Mayerson Gilbert en laportada deEl contagio de Guadalupe Santa Cruz. En mediode todo la leyenda: evo cumple. Las vitrinas con ruedasllenas de distintos tipos de pan, una variedad curiosaen bolsas listas para llevar. La mirada torpe, ingenua yavarienta del turista quiere entender. El letargo consume,agota.

    Una imagen se me devuelve todos los das: entramos a larecepcin del hotel La Casona y nos encontramos de lleno

    con elngelusde Millet. Antes de que alguien venga seme escapa de los labios una constatacin absurda: Es elngelusde Millet. El cuadro ah, en medio de la recepcin,es una mala copia pintada y firmada al lado derecho, en elborde inferior, por Flix Jara. Ni el mtodo paranoico crtico

    ni alguna posibilidad de funcionamiento simblico aclaranmi cabeza. En el cuadro, a los pies de la mujer, ningunamasa oscura devela un atad al que los personajes le recen.Lo suprimido aqu no son solamente Millet y Dal.

    Entre los dos campesinos piadosamente recogidos ningnatad que contenga al hijo muerto, ningn efecto melodra-mtico que esconder en esta copia, o quiz s. Si la mortajaera una capa de pintura representando la tierra, segn Daly su mtodo, en estengelusha desaparecido. El trazo esplano, sin detalles; tal vez el hijo muerto no alcanz a ser co-piado por desconocimiento o por premura del duplicado. Ni

    siquiera las dos figuras alcanzan su soledad. El argumentoprimordial que estaba ausente, escamoteado no interesa;lo escamoteadoes el autor. Y aqu, en la Chiquitana, estacopia es el cuadro verdadero, nico, cuya destreza falsarecibe a los visitantes. Soy el testigo, el tercero, en un tratofantasmtico que recorre la conversacin entre la mujerindgena que est a cargo de la recepcin y yo. Lo rascado,lo borrado es Millet, ni siquiera los rayos X buscando alhijo encontraran al autor. La nica masa que se precipita esel nombre de otro firmando la pintura de otro, pero que acno se conoce ni se verifica (la mquina ciberntica visco-sa, acno significa nada). Leo, entonces, en el prlogo de

    El mito trgico deEl ngelus de Millet(curiosamente viajo

    con el libro): Del constreimiento feroz de los coeficientesde elasticidad y de la viscosidad jesuticas por las estruc-turas ticas implacables de las tablas de la moral nacen lasgrandes obras de arte. En lo nico que concuerdo es enaquello de la viscosidad jesutica, eso me pareci ver en esosnios expectantes y en fila ante la confesin. Si no hay co-nocimiento, no hay absolucin (ni siquiera su posibilidad),as que este ladrn que ha robado a Millet es perdonado sinsancin. Sonro. Poda protegerme de lo visto, pero no delas palabras que me relataban sobre el cuadro, sucuadro.(Entre otro de los libros que llevo bajo el brazo, de Quignard,leo esa noche: El sonido ignora la piel, no sabe lo que esun lmite. La audicin no es como la visin, lo contemplado

    puede ser abolido por los prpados (). Or es ser tocado adistancia (). Or es obedecer).

    Tejas, bosque, lluvia, cielo. Es un arcaicomundo el que visito. Siempre soy turista,cualquier pretensin de no serlo es parte de lasoberbia, no hay fusin con esa comunidad.

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    Miramos el cuadro no viajo sola, mi compaera de rutatambin lee al mismo autor, pero otras sombras. El esta-blecimiento de la verdad no me inquieta, de inmediatocruzamos las miradas, ella sonre con ternura. Me quedomirando elngelus, sus mltiples versiones en el libro deDal, y pienso en la Ciudad de Itas: tantos barros y laberin-tos, cuevas y alturas, cactus creciendo sobre las tejas de lostechos. La imagen me persigue; eso es retrico: yo persigo laimagen.

    No deba decir nada. De eso estaba segura. Alguien no se dasu propia certeza para convencerse de algo: lo posible tiene

    que ver con lo que se ha visto o se ha escuchado. Or es sertocado de lejosy deseo esa lejana. Decido callarme. No setrata de un asunto tico por el que me siento interpelada adecir la verdad, sino de la creencia en la posesin y, comolo que importa es el poseer, debo dejar esa posesin intacta.No hay indicio en ella de otra posibilidad, elngelusestah, como un falso emblema del orgullo que recibe a todoslos visitantes (y la visita debe callar ante la falsa identidady el origen desconocido). La identidad original es restituidapor el silencio, una verdad de otra manera. La mujer no sabeque all se aloja el hijo muerto, pero me cuenta que ella haperdido un hijo. Cercanas y distantes a una verdad, habla-mos sobre el cuadro. Entonces reproduzco y extermino mi

    recuerdo. Digo: Es hermoso. Ella asiente y me dice legusta?. Antes de decir siempre me ha gustado, corrijoy digo: S, me gusta mucho. Ella vuelve la vista haciaelngelusfalsificado y sonre. Al da siguiente, desde mihamaca, la veo limpiar el cuadro afanada. Me mira, me miraverla, me mira ver el cuadro. Agrega algunos detalles sobrel. Ya no puedo decir nada, su cuadro es ms verdadero queel que sedimenta en mi cabeza. Me conmueve esa devocin:la codicia de sus ojos, aunque no lo sepa, es mejor que lama; siente ms orgullo que la ma. Experimento una admi-racin y sbita atraccin por el relato de la mujer indgenasobre el cuadro nico, suyo que habita en ese lugar tanalejado. Obedezco a ese relato, escucho sin refutar.

    Un turista francs que entra al hotel reconoce el cuadro.Tomo una actitud expectante y de plegaria como la mu-jer delngelus. Por suerte, la lengua chiquitana, con muypoco de espaol, no se logra comunicar con el francs: se veamenazada, pero se logra resguardar de la verdad.

    Millet es el pintor chiquitano y el pintor chiquitano es Millet.Solo elngeluses diferente. Que Millet sea el impostor, elanhelo por la certeza no hace falta aqu. La informacin yel saber se diluyen, y los objetos se defienden del foso de larazn. Adoro esa alteracin, esa inconsistencia abisman-te: que la utilidad de la persuasin se rompa, que reine laincoincidencia, aunque haga trizas la experiencia. El da ada en que el lenguaje se atasca en el borde de la falsedad,cuando pierde su lugar seguro y los medios de conviccin sedesalojan. No importa el parecido, ni siquiera el comosidelverosmil, sino lo visto por primera vez asegurado solo por eltraspaso de la informacin. La mmesis muere en esta opera-

    cin del verosmil, la fiel infidelidad de lo visto por primeravez, como cuando escuchamos una palabra desconocidasiendo nios que despus se va haciendo soportable.

    El horizonte es inseguro en la Chiquitana; la verdad, soloprobable. El cielo nmada por el que erramos despus demucho calor se vuelve una costra azul que trastorna cuandola cabeza no piensa ni la boca es capaz de gesticular unaaclaracin innecesaria. Qu se quiere decir y no se dice. Quno se quiere decir y se dice. El deseo manifiesta la inutili-dad de la lengua all donde los aparatos de la razn no sonsuficientes para explicar. No quiero defender nada, soloecharme en la hamaca y continuar mirando elngelusde

    Flix Jara, como si las campanas de una iglesia de hace tressiglos repicaran a Emmanuel.

    No deba decir nada. De eso estaba segura.Alguien no se da su propia certeza paraconvencerse de algo: lo posible tiene que vercon lo que se ha visto o se ha escuchado. Or esser tocado de lejosy deseo esa lejana.

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    (Barcelona, 1970). Licenciada en Filosofa por la Universidadde Barcelona, tiene un diplomado en Escritura Creativa y unamaestra en Letras Mexicanas por la Universidad NacionalAutnoma de Mxico. Autora de una extensa obra narrativapublicada en espaol y cataln: Esto que ves es un rostro /

    Aix que veus s un rostre(Sexto Piso, 2008 / cgdEdicions,2005); Elisa Kiseljak(La Campana, 2005); Tres historiaseuropeas(Caballo de Troya, 2006); La persona que fuimos /La persona que vam ser(Mondadori, 2006 / Empries, 2006);Inslita ilusin, inslita certeza / Inslit somni, inslita veritat(Mondadori, 2007 / Empries, 2007) y La familia de mi padre /La famlia del meu pare(Mondadori, 2008 / Empries, 2008).Editora de la antologa Hecho en Mxico(Mondadori, 2007)

    y directora del festival literario homnimo. Ha obtenido lospremios mnium Cultural d' Experimentaci Literria (2004) yNuevo Talento fnac(2006).

    I N D I T O

    Lolita Bosch

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    Las cigeas no beben en frente de la gente. Son animalesasustadizos y tmidos, van siempre en pareja y nicamentetoleran la mirada de los nios.

    Aunque tampoco beben en frente de ellos.

    Teodoro tiene ocho aos y ya lo sabe. No obstante esta maa-na, despus de desayunar, haya irrumpido alborotado en sucasa para contarle a la cocinera que ha visto a dos cigeasbebiendo en el estanque del jardn trasero. Cuando estabacontando cmo eran las cigeas y qu posicin adoptabanpara beber, ha entrado en la cocina su padre. Y se ha mo-lestado tanto porque Teodoro ha mentido, que ahora est

    castigado en su cuarto sin comer y sin cenar. Puede parecerun abuso, pero el padre de Teodoro es un hombre tajante. Sellama lmer y es propietario de una empresa que se dedicaa la colocacin de lmparas y cristales antirreflejantes enmuseos y exposiciones itinerantes. Su esposa no trabaja, peropasa poco tiempo en casa. As que todava no sabe lo que haocurrido.

    rsula sale todas las maanas sin decir dnde va. Nadie acos-tumbra a pensar nada extrao de ella, porque a pesar de noser una mujer transparente parece sincera. Una noche lmerle pregunt si deba sospechar algo y ella le contest que no.Desde entonces rsula sigue saliendo y despidindose de sumarido y de su hijo todas las maanas. Antes de hacerlo, le da

    instrucciones a la cocinera para la preparacin de la comiday de la cena. No es necesario que lo haga: la cocinera sabeperfectamente cmo hacerse cargo de la alimentacin de lafamilia. Hace treinta aos que trabaja en esta casa. Lo hacacuando la habitaban los padres de rsula. Y cuando la hija secas y ellos se mudaron fuera de la ciudad, opt por quedar-se. Aun as rsula le sigue dando instrucciones. Todas lasmaanas. Sabe que la cocinera no las cumple, pero le bastacon que haga ver que presta atencin y que est dispuesta aobedecerla.

    Es un juego.

    Cuando lmer se encierra en su estudio, la cocinera sube

    sigilosa las escaleras con una bandeja. Abre la puerta de lahabitacin de Teodoro sin haber llamado antes, avanza hastala mesita de noche, deja la bandeja con un vaso de leche ydos tortas dulces de naranja, le guia el ojo al nio y sale sin

    decir nada. Sabe que cuando termine, Teodoro esconderla bandeja con las migas de las tortas dulces y el vaso vacodebajo de su cama. Por la maana la sirvienta la encontrar ysin hacer preguntas la bajar a la cocina.

    Tambin es un juego.

    Teodoro se come las galletas y se bebe el vaso de leche. Des-pus apaga la luz y se duerme. La cocinera le pondr racinextra en el desayuno, sin hacer una sola mueca que la delate.Con lo que ha cenado esta noche, le basta para dormir sintener pesadillas.

    A la maana siguiente, lmer no ha salido todava de su

    estudio cuando Teodoro comienza a comer la racin extra decereales. lmer nunca deja de sentarse con su familia a lahora del desayuno, pero como es un hombre tajante nadie seatreve a importunarlo. Tiene un inquebrantable respeto porla intimidad. rsula ha estado esperando mucho rato que sumarido salga del estudio. Est comenzando a impacientar-se. Cuando terminan de desayunar, Teodoro sale al jardn yla sirvienta baja las escaleras con la bandeja en las manos.rsula est tan absorta esperando la aparicin de su marido,que no se da cuenta de nada. Ni siquiera sabe que ayer Teodo-ro estuvo castigado en su cuarto por decir mentiras. A mediamaana, con una mueca de fastidio, sube las escaleras y tocasuavemente la puerta del estudio privado de su marido. Ya me

    voy, dice. Nadie contesta. rsula abre la puerta lentamente ydescubre que la habitacin est vaca. Se dirige al cuarto, albao, al invernadero y a la biblioteca, pero no logra encontrara lmer.

    Habr salido esta maana temprano y no nos habremosdado cuenta le dice a la cocinera.

    Luego le da las instrucciones para preparar la comida y lacena, y abandona la casa.

    Cuando regresa por la noche, Teodoro ya est dormido y lacocinera la espera frente a la mesa del comedor con la cenaservida.

    Y el seor?

    No ha regresado, seora. Han llamado de la empresabuscndolo. No saba qu hacer. Pero como no tena dndelocalizarla, he decidido esperar.

    Cigeas

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    rsula cena. A pesar de no haber visto a lmer en casi dosdas, mastica pausadamente. Despus se levanta para ir a sucuarto.

    Buenas noches dice antes de empezar a subir las escaleras.

    La sirvienta recoge los platos de la cena y se acuesta tambin.Tras la desaparicin de su marido, rsula no se vuelve a casarni quiere tener ms hijos. Teodoro pasa las tardes entre el es-tanque del jardn y la cocina. A veces se sienta con la cocineraa leer un cuento junto al altar de tres piedras blancas y trespiedras negras que ha hecho construir su madre en honor auna novela que la impresion hace muchos aos.

    Cuando sea mayor de edad, se ir de casa.

    rsula y l se vern poco. La mujer no sabr exactamente dequ vive Teodoro. En una ocasin le dir a la cocinera que su-pone que hace traducciones o algo parecido. Nunca le pedirdinero y ella nunca se lo ofrecer.

    rsula sabe que dos veces al mes la cocinera ir a comercon su hijo. Nunca le dir nada a rsula y ella tampoco se lopreguntar.

    Y esto que puede parecer paralelo, es importante: no hayninguna teora cientfica que explique por qu las cigeas nobeben en frente de la gente. Algunos investigadores sostienen

    que es debido a una herencia gentica que tiene que ver conciertos pjaros que desaparecieron hace millones de aos.El hecho es indiscutible: las cigeas no pueden beber sialguien las mira. Y esos investigadores piensan que los nicosojos que son capaces de reconocer las cigeas, son los ojoshumanos. De hecho, hay algo en ellos que solo las cigeassaben presentir. Por eso creen intuir un peligro en nuestramirada. Pero como no es posible explicar qu reaccin podraprovocarles, resulta difcil saber de qu se trata exactamente.Otro grupo de investigadores, ms apegado a la teora de laevolucin, asegura que la especie inmediatamente anterior alas actuales cigeas se esconda para beber porque procedade cierta regin remota donde el agua era escasa. Aseguran

    que las cigeas heredaron esa costumbre, aunque ya noexista ningn motivo que la justifique. Cuando se convirtieronen el tipo de animal que son hoy, las cigeas dejaron por finsu hbitat natural y se expandieron por casi todo el planeta.En la actualidad, se pueden encontrar cigeas en regiones detodos los continentes.

    Y sin saber esto, rsula sale de su casa el da siguiente. Nodice dnde va. Despus de dar instrucciones a la cocinera,sube a su coche y desde la ventanilla se despide de Teodoroque en este momento est saliendo al jardn. El nio no ledevuelve el saludo a su madre. Cuando la cocinera le preguntapor qu se comporta de ese modo, l asegura que no se hadado cuenta de que rsula se estuviese despidiendo.

    La ha llamado rsula.

    Y si es cierta la segunda teora que explica la incapacidad quepadecen las cigeas de beber en frente de los humanos,la que asegura que es una costumbre innecesariamente

    heredada, el grupo de cientficos que la defiende no puedeaclarar el motivo que propici la migracin de las cigeashacia regiones tan distintas a su hbitat natural. Aseguran, detodos modos, que es imposible dudar que las aves migraroninmediatamente despus de haber padecido una mutacin.Aun as, no hay ninguna base cientfica que pueda sustentaruna afirmacin semejante:

    rsula nunca se enter de que antes de la desaparicin de sumarido su hijo haba mentido sobre las cigeas. La cocineraolvid contrselo. Adems, siempre ha protegido a Teodoro.

    Y es mejor que las cosas sigan siendo as.

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    Por Rodrigo Fresn

    uno. De todas las muchas orgsmicas ventajas que jadean yallan los extticos adoradores del libro electrnico1, la quemenos entiendo y a la que no le encuentro sentido algunoes a aquella de te compras un libro y lo tienes al minuto sinnecesidad de ir a buscarlo a ninguna parte2. De acuerdo,puedo apreciar la comodidad porttil de los dos mil ttulosah dentro3durante esos das terribles de una mudanza,pero se trata de un drama pasajero que de ningn modoalcanza para hacerme olvidar el placer y la expectacin desaber que en alguna parte fuera de casa, en ese segundohogar que es la librera favorita y de cabecera, nos esperaaquello que esperamos.

    Apuntes para una teora del buscar(y encontrar y comprar) libros

    1De paso: no es todo fresco/papiro/pergamino/manuscrito/

    libro electrnico desde el principio de los tiempos? No se

    activan todos con la indispensable electricidad del cerebro?

    Y no es conmovedor que los avances del libro electrnico se

    midan en cosas como la pantalla imita al papel o se emula

    la sensacin de voltear una hoja. Por qu me pregunto no

    ir mucho ms lejos, hasta el infinito y ms all. Por qu no

    jugarse el todo por el todo, ser tecnolgicamente extremos y

    crear un aparatoso libro que, cada vez que llegas al final de un

    captulo, te exija resumen y apreciacin crtica de lo que te ha

    contado y que, de no estar t a la altura de lo que te demanda,

    ese libro se acueste con tu mujer, te robe el cario de tus hijos

    y hable con tu jefe para que te deje en la calle. Un producto

    literalmente terrorista. Seguro que tendra mucho xito.2La instantnea y profilctica funcin de descargar un libro

    a un lector electrnico, en cambio, me parece demasiado

    parecida a la de abrir el refrigerador y ver qu hay ah dentro,

    listo para ser descongelado. Y no me gusta decir mi lector

    electrnico. Me gusta pensar que mi lector sigo siendo yo

    mismo, s?3Por lo general, quienes subrayan una y otra vez el potencial

    contenedor de Kindles & Co. son personas que jams leern

    dos mil libros en toda su vida. Tampoco doscientos.

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    dos. Dicho de otro modo: para m la lectura del libro (supuesta en marcha, su prefacio al prlogo) arranca ya conel pedido a mis libreros de confianza (en mi caso, Marta,Andrs & Co. en La Central de la calle Mallorca), los dasque demora en llegar y, por fin, el e-mailanuncindomeque ya est all. Entonces, unos doscientos metros hasta laestacin del funicular de Vallvidrera, el lento descenso deequis metros hasta la estacin del