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Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

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EL CORREO

por Terry Pratchett

Una novela de Mundodisco

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El prólogo de 9.000 años

Las flotillas de muertos navegaban alrededor del mundo sobre ríos

submarinos.

Casi nadie sabía de ellos. Pero la teoría es fácil de comprender.

Dice así: el mar es, después de todo y en muchos sentidos, sólo una

forma más mojada de aire. Y se sabe que el aire es más denso cuanto más

bajo esté, y más leve cuanto más alto. Por lo tanto, cuando una

embarcación sacudida por una tormenta zozobra y se hunde, debe llegar a

una profundidad donde el agua debajo de ella es exactamente lo bastante

viscosa parar detener su descenso.

En pocas palabras, deja de hundirse y termina flotando en una

superficie submarina, más allá del alcance de las tormentas pero lejos del

fondo marino.

Allí hay calma. Una calma muerta.

Algunas embarcaciones destrozadas tienen aparejos; algunas incluso

tienen velas. Muchas todavía tienen tripulación, enredada en el aparejo o

sujeta a la rueda.

Pero los viajes todavía continúan, sin rumbo fijo, sin puerto a la vista,

porque hay corrientes bajo el océano y por lo tanto las naves muertas con

sus tripulaciones de esqueletos navegan alrededor del mundo, sobre

ciudades sumergidas y entre montañas hundidas, hasta que la putrefacción

y los gusanos de las naves las comen y se desintegran.

A veces cae un ancla, hasta el fondo de la calma oscura y fría de la

llanura abisal, y agita el silencio de siglos levantando una nube de cieno.

Una casi golpeó a Anghammarad, donde estaba sentado observando las

embarcaciones pasar, lejos por encima de su cabeza.

Lo recordaba, porque fue la única cosa realmente interesante que

ocurrió en nueve mil años.

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El prólogo de un mes

Estaba esta... enfermedad que pescaban los hombres de los clacks. Es

como la enfermedad conocida como "calentura" que los marineros

experimentan cuando, después de estar sin viento durante semanas bajo un

sol despiadado, de repente creen que la embarcación está rodeada por

campos verdes y saltan por la borda.

A veces, los hombres de los clacks creían que podían volar.

Había unas ocho millas entre las grandes torres de clacks y cuando uno

subía a la cima estaba tal vez a ciento cincuenta pies por encima de la

llanura. Trabaja allá arriba demasiado tiempo sin sombrero, decían, y la

torre sobre la que estás se volverá más alta y la torre más cercana se verá

más cerca y tal vez creas que puedes saltar de una a la otra, o cabalgar

sobre los mensajes invisibles que van entre ellas, o quizás pienses que eres

un mensaje. Quizás, como decían algunos, todo esto no era nada más que

una perturbación cerebral causada por el viento en los aparejos. Nadie lo

sabía con seguridad. Las personas que suben a ciento cincuenta pies sobre

la tierra rara vez tienen mucho que decir después.

La torre se movía suavemente en el viento, pero eso estaba bien. Había

muchos nuevos diseños en esta torre. Almacenaba el viento para mover sus

mecanismos, más que quebrarse cedía, actuaba más como un árbol que

como una fortaleza. Uno podía construir la mayor parte de ella en el suelo y

levantarla en su sitio en una hora. Era algo con gracia y belleza. Y podía

enviar mensajes hasta cuatro veces más rápido que las viejas torres, gracias

al nuevo sistema de obturadores y las luces de colores.

Al menos, lo haría en cuanto hubieran solucionado algunos problemas

persistentes...

El joven trepó rápidamente a la cima de la torre. Durante la mayor

parte del ascenso estaba metido en una cerrada y gris niebla matutina, y

luego subía a través de la gloriosa luz del sol, la niebla extendida por debajo

hasta el horizonte, como un mar.

No le prestó atención al paisaje. Nunca había soñado con volar. Él

soñaba con mecanismos, con hacer que las cosas trabajaran mejor de lo que

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jamás habían hecho antes.

Ahora mismo, quería averiguar qué estaba atorando el nuevo conjunto

de obturadores otra vez. Aceitó los deslizadores, verificó la tensión en los

cables, y luego se balanceó en el aire fresco para controlar los mismos

obturadores. No era lo que se suponía debía hacer, pero todos los hombres

en la línea sabían que era la única manera de tener las cosas hechas. De

todos modos, era perfectamente seguro si uno...

Escuchó un tintineo. Miró hacia atrás y vio el gancho de su soga de

seguridad tendido sobre la pasarela, vio la sombra, sintió el terrible dolor en

sus dedos, escuchó el grito y cayó...

... como un ancla.

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CAPÍTULO 1

El ángel

En el cual nuestro Héroe experimenta la Esperanza, el Obsequio Más

Grande - El Sándwich de Tocino del Remordimiento - Sombrías Reflexiones

del Verdugo sobre la Pena de Muerte - Las Famosas Últimas Palabras -

Nuestro Héroe Muere - Ángeles, conversaciones sobre ellos - Imprudencia de

Inadecuadas Ofertas referidas a Palos de Escoba - Un Paseo Inesperado - Un

Mundo Libre de Hombres Honestos - Un Hombre Atareado - Siempre Hay

una Elección

Dicen que la perspectiva de ser colgado por la mañana concentra la

mente de un hombre de una manera maravillosa; por desgracia, la mente

inevitablemente se concentra es que está en un cuerpo que por la mañana

va a ser colgado.

El hombre que iba para ser colgado había sido nombrado Moist von

Lipwig por ocurrencia de padres poco sabios, pero no iba a avergonzarse del

nombre, en la medida en que todavía fuera posible, por ser colgado con él.

Para el mundo en general, y en particular para esa parte de él conocida

como orden de ejecución, era Albert Spangler.

Y adoptó un enfoque más positivo de la situación y había concentrado

su mente en la posibilidad de no ser colgado por la mañana, y más en

particular sobre la perspectiva de quitar toda la argamasa desmoronada de

alrededor de una piedra en la pared de su celda con una cuchara. Hasta

ahora, el trabajo le había llevado cinco semanas, y redujo la cuchara a algo

como un clavo afilado. Por fortuna, nadie jamás vino a cambiar la cama, ni

tampoco habían descubierto el colchón más pesado del mundo.

Actualmente, el objeto de su atención era la piedra grande y pesada, y

en algún momento una enorme grapa que había sido clavada en ella como

ancla para esposas.

Moist se sentó mirando hacia la pared, agarró el anillo de hierro con

ambas manos, apoyó las piernas contra las piedras a cada lado, y tiró.

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Sus hombros se calentaron y una niebla roja llenó su visión pero el

bloque se deslizó, con un apagado e inapropiado ruido metálico. Moist logró

sacarlo a un lado fuera del agujero y espió adentro.

En el otro extremo había otro bloque, y la argamasa a su alrededor se

veía sospechosamente resistente y fresca.

Justo enfrente de él había una nueva cuchara. Era brillante.

Mientras la estudiaba, escuchó un aplauso detrás de él. Giró la cabeza,

los tendones vibrando en un pequeño grito de agonía, y vio que varios

celadores lo miraban a través de los barrotes.

—¡Bien hecho, Sr. Spangler! —dijo uno de ellos—. ¡Ron me debe cinco

dólares! ¡Le dije que usted era tenaz! ¡Es tenaz, le dije!

—Usted armó esto, ¿verdad, Sr. Wilkinson? —dijo Moist débilmente,

observando el reflejo de la luz sobre la cuchara.

—Oh, no nosotros, señor. Órdenes de Lord Vetinari. Insiste en que se

les ofrezca a todos los presos condenados la perspectiva de la libertad.

—¿Libertad? ¡Pero hay una maldita gran piedra ahí, del otro lado!

—Sí, la hay, señor, sí, la hay —dijo el celador—. Es sólo la perspectiva,

mire. No la verdadera libertad libre como tal. Ja, sería un poco tonto, ¿eh?

—Eso supongo, sí —dijo Moist. No dijo ‘ustedes bastardos’. Los

celadores lo habían tratado muy civilizadamente estas seis semanas

pasadas, y él era partidario de llevarse bien con la gente. Era muy, pero

muy bueno en eso. El don de gentes era parte de su especialidad; era casi

toda ella.

Además, estas personas tenían grandes palos. De modo que, hablando

con cuidado, añadió:

—Algunas personas podrían considerarlo cruel, Sr. Wilkinson.

—Sí, señor, le preguntamos sobre eso, señor, pero dijo que no, que no

lo era. Dijo que proporcionaba... —su frente se arrugó—... oc-up-aci-ón-

todo-ese-gol-pe-teo, ejercicio saludable, evitando la depresión y ofreciendo

el más grande de todos los tesoros que es la Esperanza, señor.

—Esperanza —farfulló Moist con desánimo.

—No está disgustado, ¿verdad, señor?

—¿Disgustado? ¿Por qué debería estar disgustado, Sr. Wilkinson?

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—Es que el último tipo que tuvimos en esta celda logró meterse por ese

desagüe, señor. Hombre muy pequeño. Muy ágil.

Moist miró la pequeña reja en el piso. La había descartado por

imposible.

—¿Conduce al río? —preguntó.

El celador sonrió.

—Eso creería, ¿verdad? Estaba muy disgustado cuando lo pescamos. Es

bueno ver que ha entrado en el espíritu de la cosa, señor. Ha sido un

ejemplo para todos nosotros, señor, por la forma en que persistía. ¿Metió

todo el polvo en su colchón? Muy inteligente, muy ordenado. Muy ordenado.

Realmente nos ha animado, tenerlo aquí. A propósito, la Sra. Wilkinson dice

muchas gracias por la canasta con frutas. Muy fino, eso es. ¡Incluso tiene

quinotos!

—No lo mencione, Sr. Wilkinson.

—El alcalde estaba un poco envidioso por los quinotos porque sólo tenía

dátiles en la suya, pero le dije, señor, esas canastas de fruta son como la

vida: hasta que uno ha sacado la piña de arriba, nunca sabe qué hay

debajo. Él dice gracias también.

—Me alegro que le gustara, Sr. Wilkinson —dijo Moist, distraído. Varias

de sus ex-arrendadoras habían traído regalos para ‘el pobre muchacho

confuso’, y Moist siempre invertía en generosidad. En una carrera como la

suya, todo era estilo, después de todo.

—Sobre ese tema general, señor —dijo el Sr. Wilkinson—, los

muchachos y yo nos estábamos preguntando si querría desahogarse, en este

momento, sobre el asunto del paradero donde ubicar el sitio donde, para no

andarse con rodeos, escondió todo ese dinero que robó...

La cárcel quedó silenciosa. Hasta las cucarachas estaban escuchando.

—No, no podría hacerlo, Sr. Wilkinson —dijo Moist en voz alta, después

de una decente pausa para el efecto dramático. Se palmeó el bolsillo de su

chaqueta, alzó un dedo e hizo un guiño.

Los celadores le devolvieron una sonrisa.

—Lo comprendemos totalmente, señor. Ahora, descanaría un poco si

fuera usted, señor, porque lo estaremos colgando en media hora —dijo el

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Sr. Wilkinson.

—Hey, ¿no tengo un desayuno?

—El desayuno no es hasta las siete, señor —dijo el celador, con tono de

reproche—. Pero, le diré, le conseguiré un sándwich de tocino, porque es

usted, Sr. Spangler.

Y ahora faltaban unos pocos minutos para el amanecer y era llevado por

el corto corredor hacia afuera, a la pequeña habitación debajo del cadalso.

Moist se dio cuenta de que se estaba mirando desde cierta distancia, como si

parte de él estuviera flotando fuera de su cuerpo como el globo de un niño,

listo por así decir para soltarse del cordel.

La habitación estaba iluminada por la luz que atravesaba las grietas en

el piso del cadalso arriba, y más significativamente desde el contorno del

borde de la gran trampilla. Las bisagras de dicha puerta estaban siendo

aceitadas cuidadosamente por un hombre con capucha.

Se detuvo cuando vio llegar la partida y dijo:

—Buenos días, Sr. Spangler. —Levantó la capucha, servicial—. Soy yo,

señor, Daniel "Una Caída" Trooper. Soy su ejecutor para hoy, señor. No se

preocupe, señor. He colgado a docenas de personas. Pronto lo tendremos

fuera de aquí.

—¿Es cierto que si un hombre no es colgado después de tres intentos es

indultado, Dan? —preguntó Moist, mientras el ejecutor limpiaba con cuidado

sus manos en un trapo.

—Eso he escuchado, señor, eso he escuchado. Pero no me llaman Una

Caída por nada, señor. ¿Y querrá el señor la bolsa negra hoy?

—¿Ayudará?

—Algunas personas creen que las hace parecer más gallardas, señor. Y

cubre esa expresión de ojos saltones. Es más una cosa de la multitud,

realmente. Una bastante grande ahí afuera esta mañana. Bonito artículo

sobre usted en el Times de ayer, pienso. Todas esas personas diciendo qué

buen joven era usted, y todo eso. Er... ¿Le molestaría firmar la soga por

anticipado, señor? Quiero decir, no tendré la oportunidad de pedírselo

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después, ¿eh?

—¿Firmar la soga? —dijo Moist.

—Sísseñor —dijo el verdugo—. Es algo tradicional. Hay muchas de las

personas ahí afuera que compran soga vieja. Coleccionistas especialistas,

podría decir. Un poco extraño, pero los hay de todos tipos, ¿eh? Vale más

firmada, por supuesto. —Blandió un trozo de soga sólida—. Tengo una

pluma especial que firma sobre la soga. ¿Una firma cada par de pulgadas?

Firma sencilla, no se necesita ninguna dedicatoria. Vale dinero para mí,

señor. Quedaré muy agradecido.

—¿Tan agradecido que no me colgará, entonces? —dijo Moist, tomando

la pluma.

Esto ganó una carcajada elogiosa. El Sr. Trooper lo observó firmar a

todo lo largo, asintiendo con felicidad.

—Bien hecho, señor, lo que está firmando es mi plan de pensiones.

Ahora... ¿estamos listos, todos?

—¡No yo! —dijo Moist rápidamente, para otra ronda de diversión

general.

—Usted es muy gracioso, Sr. Spangler —dijo el Sr. Wilkinson—. No será

lo mismo sin usted por aquí, y ésa es la verdad.

—No para mí, en todo caso —dijo Moist. Esto fue, otra vez, tratado

como un toque de ingenio. Moist suspiró—. ¿Realmente piensa que todo esto

disuade el crimen, Sr. Trooper? —dijo.

—Bien, en la generalidad de las cosas diría que es difícil saberlo, ya que

es difícil encontrar pruebas de crímenes no cometidos —dijo el verdugo,

dando un golpe final a la trampilla—. Pero en lo específico, señor, diría que

es muy eficaz.

—¿Que significa qué? —dijo Moist.

—Quiero decir que nunca he visto aquí arriba a nadie más de una vez,

señor. ¿Nos vamos?

Se escuchó cierta agitación cuando subieron al frío aire matutino,

seguida por algunos abucheos e incluso algunos aplausos. La gente era así

de extraña. Robas cinco dólares y eres un ladronzuelo. Robas miles de

dólares y eres gobierno o héroe.

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Moist se quedó mirando hacia adelante mientras el rollo de sus

crímenes era leído en voz alta. No podía evitar sentir que era muy injusto.

Nunca había hecho algo más que golpear la cabeza de alguien. Ni siquiera

había derribado una puerta, nunca. Había forzado cerraduras de vez en

cuando, pero siempre las había cerrado otra vez detrás de él. Aparte de

todas esas desaposesiones, quiebras y repentinas insolvencias, ¿qué había

hecho en realidad que fuera malo, como tal? Sólo había estado cambiando

números de lugar.

—Bonita multitud ha venido hoy —dijo el Sr. Trooper, lanzando el

extremo de la soga sobre la viga y ocupándose con los nudos—. Montones

de la prensa, también. «¿Qué Ahorca?» los cubre a todos, por supuesto, y

está el «Times» y el «Pseudopolis Herald», probablemente por ese banco

que quebró allí, y escuché que hay un hombre del «Planicies de Sto Dealer»,

también. Una muy buena sección financiera -siempre tengo vigilados los

precios de las sogas usadas. Parece que muchas personas quieren verlo

muerto, señor.

Moist vio que un coche negro se había acercado a la parte posterior de

la multitud. No tenía ningún escudo de armas sobre la puerta, a menos que

uno conociera el secreto, que era que el escudo de armas de Lord Vetinari

tenía como protagonista un escudo negro. Negro sobre negro. Uno tenía que

admitir que el bastardo tenía estilo...

—¿Huh? ¿Qué? —dijo, en respuesta a un codazo.

—Le pregunté si tenía alguna última palabra, Sr. Spangler —dijo el

verdugo—. Es lo acostumbrado. ¿Me pregunto si ha pensado en alguna?

—En realidad, no estaba esperando morir —dijo Moist. Y eso era todo.

No lo había hecho, hasta ahora. Había estado seguro de que algo aparecería.

—Ésas son buenas, señor —dijo el Sr. Wilkinson—. Comencemos con

eso, ¿quieren?

Moist estrechó los ojos. La cortina sobre una ventana del coche había

temblado. La puerta se había abierto. Esperanza, el más grande de todos los

tesoros, se arriesgó a brillar un poco.

—No, no son mis verdaderas últimas palabras —dijo—. Er... Déjeme

pensar...

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Una figura leve y con aspecto de secretario estaba bajando del coche.

—Er... no es una cosa tan mala lo que hago ahora... er... —Ajá, todo

tiene alguna clase de sentido ahora. Vetinari estaba ausente para asustarlo,

eso era todo. Eso sería exactamente típico del hombre, según lo que Moist

había escuchado. ¡Iba a haber una suspensión!

—Yo... er... yo...

Abajo, el secretario estaba teniendo problemas para pasar a través del

dique de la gente.

—¿Le molestaría apresurarse un poco, Sr. Spangler? —dijo el verdugo—

. Lo justo es justo, ¿eh?

—Quiero decirlo bien —dijo Moist, arrogante, observando al secretario

abrirse paso alrededor de un gran troll.

—Sí, pero hay un límite, señor —dijo el verdugo, enojado por este

incumplimiento de la etiqueta—. De otra manera usted podía seguir, ah, er,

um, ¡por días! Breve y dulce, señor, ése es el estilo.

—Correcto, correcto —dijo Spangler—. Er... oh, mire, ¿ve a ese hombre

allí? ¿Saludándolo?

El verdugo echó un vistazo al secretario que había logrado pasar al

frente de la multitud abajo.

—¡Traigo un mensaje de Lord Vetinari! —gritó el hombre.

—¡Correcto! —dijo Moist.

—¡Dice que siga adelante con esto, que ya pasó el amanecer! —dijo el

secretario.

—Oh —dijo Moist, mirando el coche negro. Ese maldito Vetinari tenía el

sentido del humor de un celador, también.

—Vamos, Sr. Spangler, usted no quiere que me meta en problemas,

¿verdad? —dijo el verdugo, palmeándole el hombro—. Sólo algunas

palabras, y luego todos nosotros podemos seguir con nuestras vidas.

Excepto la compañía actual, obviamente.

Así que eso era todo. Era, de alguna extraña manera, bastante

liberador. Uno ya no tenía que temer lo peor que podía ocurrir, porque esto

lo era, y casi había terminado. El celador tenía razón. Lo que uno tenía que

hacer en esta vida era ir más allá de la piña, se dijo Moist. Era grande, ácida

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y nudosa, pero podría haber duraznos debajo. Era un mito por qué vivir y

por eso, ahora mismo, totalmente inútil.

—En ese caso —dijo Moist von Lipwig—, encomiendo mi alma a

cualquier dios que pueda encontrarla.

—Bueno —dijo el verdugo, y tiró de la palanca.

Albert Spangler murió.

Todos en general estuvieron de acuerdo en que habían sido unas

buenas últimas palabras.

—Ah, Sr. Lipwig —dijo una voz distante, acercándose—. Veo que está

despierto. Y todavía vivo, en el momento presente.

Hubo una leve inflexión en esa última frase que le dijo a Moist que la

longitud del momento presente era por completo un obsequio del que

hablaba.

Abrió los ojos. Estaba sentado en una cómoda silla. En un escritorio

enfrente de él, sentado con las manos unidas reflexivamente delante de sus

labios fruncidos, estaba Havelock, Lord Vetinari, bajo cuyo gobierno

idiosincrásicamente despótico Ankh-Morpork se había convertido en la

ciudad donde, por alguna razón, todos querían vivir.

Un antiguo sentido animal también le dijo a Moist que otras personas

estaban paradas detrás de la cómoda silla, y que podía ser sumamente

incómodo si hacía movimientos repentinos. Pero no podían ser tan terribles

como el delgado hombre vestido de negro, con una pequeña barba espesa, y

manos de pianista que lo estaba mirando.

—¿Le cuento sobre ángeles, Sr. Lipwig? —dijo el Patricio de manera

agradable—. Conozco dos hechos interesantes sobre ellos.

Moist lanzó un gruñido. No había ninguna obvia ruta de escape enfrente

de él, y dar media vuelta era imposible. Su cuello le dolía horriblemente.

—Oh, sí. Usted fue colgado —dijo Vetinari—. Una ciencia muy precisa, el

ahorcamiento. El Sr. Trooper es un maestro. La debilidad y el grosor de la

soga, si el nudo es colocado aquí y no allí, la relación entre peso y

distancia... oh, estoy seguro de que el hombre podría escribir un libro. Usted

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fue colgado hasta menos de media pulgada de su vida, entiendo. Sólo un

experto parado justo a su lado lo habría descubierto, y en este caso el

experto era nuestro amigo el Sr. Trooper. No, Albert Spangler está muerto,

Sr. Lipwig. Trescientas personas jurarían que lo vieron morir. —Se inclinó

hacia adelante—. Y por eso, apropiadamente, es de ángeles que deseo

hablarle ahora.

Moist logró soltar un gruñido.

—La primera cosa interesante sobre los ángeles, Sr. Lipwig, es que a

veces, muy raramente, en un punto en la carrera de un hombre donde ha

hecho un horrible y enredado desorden de su vida, cuando la muerte parece

ser la única alternativa sensata, aparece un ángel, o, debería decir, a él, y le

ofrece la oportunidad de volver al momento cuando todo salió mal, y esta

vez hacerlo bien. Sr. Lipwig, me gustaría que usted piense en mí como... un

ángel.

Moist se quedó mirándolo. ¡Había sentido la presión de la soga, el

ahogo del lazo corredizo! ¡Había visto brotar la negrura! ¡Había muerto!

—Le estoy ofreciendo un trabajo, Sr. Lipwig. Albert Spangler está

enterrado, pero el Sr. Lipwig tiene un futuro. Podría, por supuesto, ser uno

muy breve, si es estúpido. Le estoy ofreciendo un empleo, Sr. Lipwig.

Trabajo, por un sueldo. Me doy cuenta de que el concepto puede no serle

familiar.

Sólo como una forma de infierno, pensó Moist.

—El empleo es como Director General de la Oficina de Correos de Ankh-

Morpork.

Moist continuó mirándolo.

—Puedo agregar, Sr. Lipwig, que detrás de usted hay una puerta. Si en

cualquier momento de esta entrevista usted siente que desea partir, sólo

tiene que caminar a través de ella y nunca escuchará de mí otra vez.

Moist lo archivó bajo ‘profundamente sospechoso’.

—Para continuar: el empleo, Sr. Lipwig, involucra la renovación y

administración del servicio de correos de la ciudad, preparación de paquetes

internacionales, mantenimiento de propiedad de la Oficina de Correos,

etcétera, etcétera...

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—Si me mete una escoba por el culo probablemente podría barrer el

piso, también —dijo una voz. Moist se dio cuenta de que era la suya. Su

cerebro era un desorden. Había llegado como una conmoción descubrir que

la vida después de la muerte es esta misma.

Lord Vetinari le lanzó una larga, pero muy larga mirada.

—Bien, si lo desea —dijo, y se volvió hacia un secretario que rondaba—.

Nudodetambor, ¿tiene el ama de llaves una alacena para guardar en este

piso, lo sabes?

—Oh, sí, milord —dijo el secretario—. ¿Voy a...?

—¡Era una broma! —interrumpió Moist.

—Oh, lo siento, no me di cuenta —dijo Lord Vetinari, volviéndose hacia

Moist—. Dígame si se siente impulsado a hacer otra, ¿quiere?

—Mire —dijo Moist—, no sé qué está ocurriendo aquí, ¡pero no sé nada

sobre repartir correo!

—Sr. Moist, esta mañana usted no tenía ninguna experiencia en

absoluto en estar muerto y con todo, de no ser por mi intervención, ha

resultado ser sumamente bueno en eso, sin embargo —dijo Lord Vetinari,

cortante—. Eso va como se ve: uno nunca lo sabe hasta que lo intenta.

—Pero cuando usted me sentenció...

Vetinari levantó una pálida mano.

—¿Ah? —dijo.

El cerebro de Moist, por fin consciente de que necesitaba hacer algo de

trabajo aquí, intervino y respondió:

—Er... cuando usted... sentenció a... Albert Spangler...

—Bien hecho. Continúe.

—¡... dijo que era un criminal nato, un defraudador por vocación, un

mentiroso empedernido, un genio pervertido y totalmente deshonesto!

—¿Está aceptando mi ofrecimiento, Sr. Lipwig? —dijo Vetinari, cortante.

Moist lo miró.

—Excúseme —dijo, poniéndose de pie—, sólo me gustaría verificar algo.

Había dos hombres vestidos de negro parados detrás de su silla. No era

un negro particularmente neto, más bien el negro que llevan las personas

que no quieren mostrar pequeñas marcas. Parecían secretarios, hasta que

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uno miraba sus ojos.

Se quedaron a un lado mientras Moist caminaba hacia la puerta que,

como dijera, estaba efectivamente ahí. La abrió con mucho cuidado. No

había nada más allá, y eso incluía un piso. A la manera en que uno prueba

todas las posibilidades, sacó el resto de la cuchara de su bolsillo y lo dejó

caer. Pasó mucho tiempo antes de que escuchara el tintineo.

Entonces volvió y se sentó en la silla.

—¿La perspectiva de libertad? —dijo.

—Exactamente —dijo Lord Vetinari—. Siempre hay una elección.

—Quiere decir que... ¿podría elegir la muerte segura?

—Una elección, sin embargo —dijo Vetinari—. O, quizás, una

alternativa. Mire, yo creo en la libertad, Sr. Lipwig. No muchas personas lo

hacen, aunque por supuesto protestarán lo contrario. Y ninguna definición

práctica de libertad estaría completa sin la libertad de asumir las

consecuencias. Efectivamente, es la libertad sobre la que se basan todas las

otras. Ahora... ¿aceptará el empleo? Nadie lo reconocerá, estoy seguro.

Nunca nadie lo reconoce, al parecer.

Moist se encogió de hombros.

—Oh, de acuerdo. Por supuesto, lo acepto como criminal nato natural,

mentiroso empedernido, defraudador y genio pervertido totalmente

deshonesto.

—¡Estupendo! ¡Bienvenido al servicio del gobierno! —dijo Lord Vetinari,

extendiendo su mano—. Me enorgullece haber sido capaz de escoger al

hombre correcto. El sueldo es de veinte dólares por semana y, creo, el

Director General puede usar un pequeño departamento en el edificio

principal. Creo que hay un sombrero, también. Requeriré informes regulares.

Buen día.

Bajó la mirada a sus papeles. Levantó la mirada.

—¿Parece que todavía está aquí, Director General?

—¿Y eso es todo? —dijo Moist, aterrado—. ¿Un minuto estoy siendo

colgado, al siguiente usted me está dando un empleo?

—Déjeme ver... sí, eso creo. Oh, no. Por supuesto. Nudodetambor,

entrégale al Sr. Lipwig las llaves.

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El secretario se adelantó y le pasó a Moist un inmenso llavero oxidado

lleno de llaves, y extendió una tablilla.

—Firme aquí, por favor, Director General —dijo.

Espera un minuto, pensó Moist, es sólo una ciudad. Tiene puertas. Está

completamente rodeada por diferentes direcciones para correr. ¿Importa lo

que firmo?

—Indudablemente —dijo, y garabateó su nombre.

—Su nombre correcto, por favor —dijo Lord Vetinari, sin levantar la

mirada de su escritorio—. ¿Qué nombre firmó, Nudodetambor?

El secretario estiró la cabeza.

—Er... Ethel Snake, milord, según puedo descifrar.

—Trate de concentrarse, Sr. Lipwig —dijo Vetinari cansadamente,

todavía al parecer leyendo sus papeles.

Moist firmó otra vez. Después de todo, ¿qué importaría a largo plazo? Y

sería una larga carrera, sin duda, si no podía encontrar un caballo.

—Y eso deja sólo el tema de su oficial de libertad condicional —dijo Lord

Vetinari, todavía absorto en el papel delante de él.

—¿Oficial de libertad condicional?

—Sí. No soy totalmente estúpido, Sr. Lipwig. Lo encontrará fuera del

edificio de la Oficina de Correos en diez minutos. Buen día.

Cuando Moist partió, Nudodetambor tosió cortésmente y dijo:

—¿Piensa que aparecerá por allá, milord?

—Uno siempre debe considerar la psicología del individuo —dijo

Vetinari, corrigiendo la ortografía en un informe oficial—. Es lo que hago

todo el tiempo, y lamentablemente tú, Nudodetambor, no siempre haces. Es

por eso que se ha marchado con tu lápiz.

Muévete siempre rápido. Nunca sabes qué te está persiguiendo.

Diez minutos después, Moist von Lipwig estaba bien lejos de la ciudad.

Había comprado un caballo, que era un poco embarazoso, pero la esencia

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había sido la velocidad y sólo tuvo tiempo de agarrar una de las reservas de

emergencia de su escondite secreto y tomar una vieja jaca flaca de la Caja

de Gangas en el Establo de Alquiler de Hobson. Por lo menos significaba que

ningún ciudadano indignado iría a la Guardia.

Nadie lo había molestado. Nadie lo había mirado dos veces; nunca

nadie lo hacía. Las puertas de ciudad estaban efectivamente abiertas de par

en par. La llanura estaba tendida ante él, llena de oportunidades. Y él era

bueno para convertir nada en algo. Por ejemplo, en el primer pequeño

pueblo al que llegara trabajaría sobre esta jaca vieja con algunas técnicas e

ingredientes simples que la harían valer dos veces el precio que había

pagado por ella, por lo menos durante unos veinte minutos o hasta que

lloviera. Veinte minutos serían suficiente tiempo para venderla y, con un

poco de suerte, tomar un mejor caballo que valiera ligeramente más que el

precio inicial. Lo haría otra vez en el siguiente pueblo y en tres días, tal vez

cuatro, tendría un caballo que valiera la pena tener.

Pero sólo sería un espectáculo secundario, algo para mantener las

manos ocupadas. Tenía tres anillos de casi diamante cosidos en el forro de

su abrigo, uno legítimo en un bolsillo secreto en la manga, y un dólar casi de

oro cosido mañosamente en el cuello. Éstos eran, para él, lo que la sierra y

el martillo son para un carpintero. Eran herramientas primitivas, pero lo

pondrían otra vez en el juego.

Hay un refrán que dice "No puedes engañar a un hombre honesto" que

es muy citado por las personas que llevan una vida provechosa engañando a

los hombres honestos. Moist nunca lo intentó a sabiendas, de todos modos.

Si uno engañaba a un hombre honesto, éste tendía a quejarse en la Guardia

local, y en estos días eran difíciles de comprar. Engañar a los hombres

deshonestos era mucho más seguro y, de algún modo, más deportivo. Y, por

supuesto, había muchos de ellos. Uno apenas tenía que apuntar.

Media hora después de llegar al pueblo de Hapley, donde la gran ciudad

era una torre de humo en el horizonte, estaba sentado fuera de una posada,

cabizbajo, con nada en el mundo sino un verdadero anillo de diamante que

valía cien dólares y una imperiosa necesidad de volver a casa en Genua,

donde su pobre madre envejecida estaba muriendo de Jejenes. Once

Page 19: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

minutos después estaba de pie, con paciencia, fuera de la joyería, dentro de

la cual el joyero le estaba diciendo a un ciudadano comprensivo que el anillo

que el desconocido estaba preparado a vender por veinte dólares valía

setenta y cinco (incluso los joyeros tienen que ganarse la vida). Y treinta y

cinco minutos después de eso estaba cabalgando en un mejor caballo, con

cinco dólares en su bolsillo, dejando atrás a un regocijado ciudadano

comprensivo que, a pesar de haber sido lo bastante inteligente para mirar

con cuidado las manos de Moist, estaba a punto de volver con el joyero para

tratar de venderle por setenta y cinco dólares un anillo de latón brillante con

una piedra de vidrio que valía cincuenta peniques del dinero de cualquiera.

El mundo estaba, ¡qué reconfortante!, libre de hombres honestos, y

maravillosamente lleno de personas que creían que podían distinguir la

diferencia entre un hombre honesto y un bribón.

Palmeó el bolsillo de su chaqueta. Los carceleros le habían quitado el

mapa, por supuesto, probablemente mientras estaba ocupado siendo un

hombre muerto. Era un buen mapa, y al estudiarlo el Sr. Wilkinson y sus

amigos aprenderían un montón sobre cifrado, geografía y cartografía

engañosa. No encontrarían en él el paradero de los 150.000 dólares de

Ankh-Morpork en monedas variadas, sin embargo, porque el mapa era una

ficción completa y compleja. Sin embargo, Moist disfrutaba de una tibia y

maravillosa sensación por dentro al pensar que ellos, durante algún tiempo,

poseerían el más grande de todos los tesoros, que era la Esperanza.

Cualquiera que no pudiera recordar dónde había escondido una gran

fortuna merecía perderla, según opinión de Moist. Pero, por ahora, tendría

que mantenerse lejos de ella, mientras la tenía para esperarla...

Moist ni siquiera se molestó en notar el nombre del siguiente pueblo.

Tenía una posada, y eso era suficiente. Tomó una habitación con vista a un

callejón en desuso, verificó que la ventana se abriera fácilmente, comió una

comida adecuada, y se fue a dormir temprano.

No está mal en absoluto, pensó. Esa mañana había estado sobre el

cadalso con un verdadero lazo corredizo alrededor de su verdadero cuello,

esta noche estaba otra vez en el negocio. Todo lo que necesitaba hacer

ahora era dejarse crecer la barba otra vez, y mantenerse lejos de Ankh-

Page 20: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

Morpork por seis meses. O quizás sólo tres.

Moist tenía un don. También había adquirido muchas habilidades de

modo tan completo que eran su segunda naturaleza. Había aprendido a ser

afable, pero algo en su genética le hacía no-recordable. Tenía el don de no

ser notado, de ser una cara en la multitud. Las personas tenían problemas

para describirlo. Era... era ‘más o menos’. Tenía más o menos veinte, o más

o menos treinta. En los informes de la Guardia a través del continente

estaba en algún lugar entre, oh, más o menos seis pies dos pulgadas y cinco

pies nueve pulgadas de estatura, pelo de todas las gamas desde marrón

mediano hasta rubio, y la falta de características distintivas incluían toda su

cara. Era más o menos... promedio. Lo que las personas recordaban era el

mobiliario, cosas pequeñas como lentes y bigotes, de modo que siempre

llevaba una selección de ambos. Recordaban los nombres y los gestos

también. Tenía centenares de ellos.

Oh, y recordaban que habían sido más ricos antes de conocerlo.

A las tres de la mañana, la puerta se abrió con un estallido. Fue un

verdadero estallido; trozos de madera rebotaron de la pared. Pero Moist ya

estaba fuera de la cama y se zambulló hacia la ventana antes de que el

primero de ellos tocara el piso. Era una reacción automática que no se debía

al pensamiento. Además, lo verificó antes de acostarse, había un gran tonel

de agua afuera que frenaría su caída.

No estaba ahí ahora.

Quien se lo había robado no había robado el suelo sobre el que se

apoyaba, sin embargo, y frenó la caída de Moist torciéndole el tobillo.

Se levantó, lamentándose suavemente de dolor, y saltó a lo largo del

callejón, usando la pared para sostenerse. Los establos de la posada estaban

en la parte posterior; todo lo que tenía que hacer era subirse a un caballo, a

cualquier caballo...

—¿Sr. Lipwig? —bramó una gran voz.

Oh, dioses, era un troll, sonaba como un troll, uno grande también, no

sabía que no había ninguno aquí, fuera de las ciudades...

—¡No Puede Correr Y No Puede Esconderse, Sr. Lipwig!

Espera, espera, no le había dado su verdadero nombre a nadie en este

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lugar, ¿verdad? Pero todo esto era pensamiento de fondo. Alguien estaba

tras él, por lo tanto correría. O saltaría.

Se arriesgó a mirar detrás de él cuando llegó al portón posterior hacia

el establo. Había un brillo rojo en su habitación. ¿Seguramente no le estaban

prendiendo fuego al sitio por un asunto de algunos dólares? ¡Qué estúpido!

Todos sabían que si eras pescado con una buena falsificación, la endosabas

a algún otro imbécil lo antes posible, ¿verdad? No había ayuda para algunas

personas.

Su caballo estaba solo en la cuadra, y no parecía impresionado al verlo.

Sujetó la brida mientras saltaba con un solo pie. No tenía ningún sentido

preocuparse por una silla de montar. Sabía cómo montar sin ella. Infiernos,

una vez había montado sin pantalones, también, pero por fortuna todo el

alquitrán y las plumas le ayudaron a sujetarse al caballo. Era el campeón del

mundo en salir aprisa de la ciudad.

Iba a sacar el caballo fuera del compartimiento, y escuchó el tintineo.

Bajó la mirada, y pateó un poco de la paja.

Había una brillante barra amarilla que unía dos breves tramos de

cadena que terminaban en unas esposas amarillas, una para cada pierna

delantera. La única manera en que este caballo iría a cualquier lugar era

saltando, exactamente como él.

Lo habían atrapado. Lo habían atrapado con puñeteras esposas...

—¡Oh, Sr. Lipppppwig! —La voz resonó a través del patio del establo—.

¿Quiere Conocer Las Reglas, Sr. Lipwig?

Miró a su alrededor, desesperado. No había nada aquí para usar como

un arma y en todo caso las armas lo ponían nervioso, por eso nunca las

llevaba. Las armas subían demasiado los costos. Eran mucho mejor confiar

en un obsequio para conversar su salida de las cosas, confundiendo el

asunto y, si eso fallaba, unos zapatos de buena suela y un grito de “¡Mire!

¿Qué es eso por ahí?”

Pero tenía una clara sensación de que mientras podía hablar tanto como

quisiera, allí afuera nadie iba a escuchar. En cuanto a salir a gran velocidad,

sólo tendría que depender del salto.

Había una escoba de patio y un balde de madera para forraje en la

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esquina. Metió la cabeza de la escoba bajo su axila para usarla como muleta

y agarró el asa de balde mientras unas pesadas pisadas sonaban hacia la

puerta del establo. Cuando la puerta fue abierta, balanceó el balde tan

fuerte como pudo, y sintió que se hacía añicos. Unas astillas llenaron el aire.

Un momento después, escuchó el ruido sordo de un pesado cuerpo que

chocaba con el suelo.

Moist saltó sobre él y se zambulló en la oscuridad, inseguro.

Algo tan duro y firme como unas esposas se cerraron alrededor de su

tobillo sano. Colgó del asa de la escoba durante un segundo, y entonces se

desplomó.

—¡No Tengo Nada Más Que Buenos Sentimientos Hacia Usted, Sr.

Lipwig! —bramó la voz alegremente.

Moist gimió. La escoba debía haber sido guardada como un adorno,

porque era evidente que no había sido muy usada en las acumulaciones en

el patio del establo. Desde el punto de vista positivo, significaba que había

caído en algo blando. Desde el negativo, significaba que había caído en algo

blando.

Alguien agarró su abrigo en un puño y lo levantó físicamente afuera de

la mugre.

—¡Arriba Nos Vamos, Sr. Lipwig!'

—Se pronuncia Lipvig, tú, imbécil —gimió—. ¡Una uve, no una doble

uve!

—¡Arriba Nos Vamos, Sr. Lipvig! —dijo la voz tronante, mientras su

escoba-muleta era empujada bajo su brazo.

—¿Qué diablos eres? —logró decir Lipwig.

—¡Soy Su Oficial De Libertad Condicional, Sr. Lipvig! —Moist pudo dar

media vuelta, y levantar la vista, y luego otra vez, hacia la cara de galleta

de jengibre con dos brillantes ojos rojos en ella. Cuando habló, su boca fue

un vistazo a un infierno.

—¿Un golem? ¿Eres es un maldito golem?

La cosa lo recogió con una mano y lo cargó sobre su hombro. Se agachó

al entrar en las cuadras y Moist, cabeza abajo con la nariz apretada contra la

terracota del cuerpo de la criatura, notó que estaba levantando su caballo

Page 23: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

con la otra mano. Escuchó un breve relincho.

—¡Debemos Apurarnos, Sr. Lipvig! ¡Es Esperado Por Lord Vetinari A Las

Ocho En Punto! ¡Y En El Trabajo Antes De Las Nueve!

Moist gimió.

—Ah, Sr. Lipwig. Por desgracia, nos encontramos otra vez —dijo Lord

Vetinari.

Eran las ocho de la mañana. Moist se balanceaba. Su tobillo se sentía

mejor, pero era la única parte de él que se sentía mejor.

—¡La cosa caminó toda la noche! —dijo—. ¡Toda la maldita noche!

¡Cargando un caballo también!

—Siéntese, Sr. Lipwig —dijo Vetinari, levantando la vista de la mesa y

haciendo un gesto cansado hacia la silla—. A propósito, “la cosa” es un "él".

Un título honorífico en este caso, claramente, pero tengo grandes

esperanzas en el Sr. Bomba.

Moist vio el brillo sobre las paredes cuando, detrás de él, el golem

sonrió.

Vetinari bajó la vista a la mesa otra vez, y pareció perder interés en

Moist por un momento. Un tablero de piedra ocupaba la mayor parte de la

mesa. Lo cubrían pequeñas estatuillas esculpidas de enanos y trolls. Parecía

alguna clase de juego.

—¿Sr. Bomba? —dijo Moist.

—¿Hmm? —dijo Vetinari, moviendo la cabeza para mirar el tablero

desde un punto de vista ligeramente diferente.

Moist se inclinó hacia el Patricio, y sacó su pulgar en dirección al golem.

—¿La cosa —dijo— es el Sr. Bomba?

—No —dijo Lord Vetinari, inclinándose de repente hacia adelante, total

y desconcertantemente concentrado en Moist—. Él... es el Sr. Bomba. El Sr.

Bomba es un oficial del gobierno. El Sr. Bomba no duerme. El Sr. Bomba no

come. Y el Sr. Bomba, Director General de Correos, no se detiene.

—¿Y eso significa qué, exactamente?

—Significa que si usted está pensando en, por decir, encontrar una

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embarcación en camino a Fourecks, sobre la base de que el Sr. Bomba es

grande y pesado y sólo viaja caminando, el Sr. Bomba lo seguirá. Usted

tiene que dormir. El Sr. Bomba no. El Sr. Bomba no respira. Las profundas

llanuras abismales de los océanos no representan una barrera para el Sr.

Bomba. Cuatro millas por hora son seiscientas setenta y dos millas por

semana. Todo suma. Y cuando el Sr. Bomba lo atrape...

—Ah, ya —dijo Moist, alzando un dedo—. Permítame interrumpirle allí.

¡Sé que no se permite a los golems lastimar a las personas!

Lord Vetinari levantó las cejas.

—Santo cielo, ¿dónde escuchó eso?

—¡Está escrito en... algo dentro de sus cabezas! Un rollo, o algo.

¿Verdad? —dijo Moist, con creciente incertidumbre.

—Oh, cielos. —El Patricio suspiró—. Sr. Bomba, quiebre uno de los

dedos del Sr. Lipwig, ¿quiere? Con cuidado, por favor.

—Sí, Su Señoría. —El golem avanzó pesadamente.

—¡Hey! ¡No! ¿Qué? —Moist agitó sus manos con desenfreno y volteó las

piezas del juego—. ¡Espere! ¡Espere! ¡Hay una regla! ¡Un golem no debe

dañar a un ser humano ni permitir que un ser humano sea dañado!

Lord Vetinari levantó un dedo.

—Espere sólo un momento, por favor, Sr. Bomba. Muy bien, Sr. Lipwig,

¿puede recordar la siguiente parte?

—¿La siguiente parte? ¿Qué siguiente parte? —dijo Moist—. ¡No hay una

siguiente parte!

Lord Vetinari levantó una ceja.

—¿Sr. Bomba? —dijo.

—... A Menos Que Se Lo Ordene Una Autoridad Debidamente

Constituida —dijo el golem.

—¡Nunca antes escuché esa parte! -—dijo Moist.

—¿No la escuchó? —dijo Lord Vetinari, con evidente sorpresa—. No

puedo imaginar quién dejaría de incluirla. Apenas se puede permitir que un

martillo se niegue a golpear el clavo en la cabeza, tampoco que una sierra

haga juicios morales sobre la naturaleza de la madera. En todo caso, empleo

al Sr. Trooper el verdugo, a quien por supuesto usted ha conocido, y a la

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Guardia de la Ciudad, los regimientos y, de vez en cuando... otros

especialistas, que tienen el completo derecho de matar en defensa propia o

en protección de la ciudad y sus intereses. —Vetinari empezó a recoger las

piezas caídas y a reponerlas con delicadeza sobre el tablero—. ¿Por qué

debería el Sr. Bomba ser diferente sólo porque está hecho de barro? En

última instancia, también nosotros. El Sr. Bomba lo acompañará a su lugar

de trabajo. La ficción dirá que es su guardaespaldas, como corresponde a un

funcionario público superior. Sólo nosotros sabremos que tiene...

instrucciones adicionales. Los golems son criaturas muy virtuosas por

naturaleza, Sr. Lipwig, pero usted podría encontrar su moral un poco...

¿pasada de moda?

—¿Instrucciones adicionales? —dijo Moist—. ¿Y le molestaría decirme

exactamente cuáles son esas instrucciones adicionales?

—Sí. —El Patricio sopló una mota de polvo de un pequeño troll y lo puso

sobre su cuadro.

—¿Y? —dijo Moist, después de una pausa.

Vetinari suspiró.

—Sí, me molestaría decirle exactamente cuáles son. Usted no tiene

ningún derecho en este asunto. Hemos embargado su caballo, a propósito,

ya que fue usado para cometer un crimen.

—¡Es un castigo cruel y desusado! —dijo Moist.

—¿De veras? —dijo Vetinari—. Le ofrezco un liviano trabajo de

escritorio, una relativa libertad de movimiento, trabajando al aire libre... no,

siento que mi ofrecimiento bien podría ser desusado, ¿pero cruel? Creo que

no. Sin embargo, creo que tenemos abajo en los sótanos algunos antiguos

castigos que son extremadamente crueles y en muchos casos muy

desusados, si quisiera probarlos para comparar. Y, por supuesto, siempre

está la opción de bailar el «dos pasos de sisal».

—¿El qué? —dijo Moist.

Nudodetambor se inclinó y susurró algo en la oreja de su amo.

—Oh, pido disculpas —dijo Vetinari—. Quería decir por supuesto el

fandango de cáñamo. Es su elección, Sr. Lipwig. Siempre hay una opción,

Sr. Lipwig. Oh, y a propósito... ¿sabe la segunda cosa interesante sobre los

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ángeles?

—¿Qué ángeles? —dijo Moist, enfadado y desconcertado.

—Oh, cielos, las personas no prestan atención —dijo Vetinari—.

¿Recuerda? ¿La primera cosa interesante sobre los ángeles? ¿Se lo dije

ayer? Supongo que estaría pensando en otra cosa. La segunda cosa

interesante sobre los ángeles, Sr. Lipwig, es que uno sólo tiene uno una vez.

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CAPÍTULO 2

La Oficina Postal

En el cual conocemos al Personal - Oscu���ad de la No��e -

Disertación sobre Argot Rimado - ¡Debería haber estado ahí! - Las Cartas

Muertas - La Vida de un Golem - El Libro de las Reglas

Siempre había una perspectiva. Siempre había un precio. Siempre había

un modo. Y mirado así, Moist pensó: una muerte segura había sido

reemplazada por una muerte incierta, y era mejor, ¿verdad? Era libre de

andar por allí... bueno, renguear, por el momento. Y era posible que en

algún lugar de todo esto hubiera un beneficio. Bien, podía ocurrir. Era bueno

para ver oportunidades donde otras personas veían tierra estéril. De modo

que no le haría daño jugar sin trampas durante unos pocos días, ¿sí? Le

daría a su pie la oportunidad de mejorar, él podía espiar la situación, podía

hacer planes. Incluso podía averiguar qué tan indestructibles eran los

golems. Después de todo, estaban hechos de cerámica, ¿verdad? Las cosas

podían romperse, tal vez.

Moist Von Lipwig levantó los ojos y examinó su futuro.

La Oficina Central de Correos de Ankh-Morpork tenía una fachada

siniestra. Era un edificio diseñado para un propósito. Era, por tanto, más o

menos, una caja grande donde poner empleados, con dos alas en la parte

posterior que encerraban el gran patio del establo. Habían cortado algunos

pilares ordinarios por la mitad y pegado sobre el exterior, tallaron algunas

ninfas en variadas piedras y las colocaron entre ellos, alinearon algunas

urnas de piedra a lo largo del parapeto, y por tanto, la Arquitectura había

sido creada.

En apreciación de la idea que entrara en la obra, los buenos

ciudadanos, o más probablemente sus hijos, habían cubierto las paredes

hasta una altura de seis pies con grafitis de muchos colores brillantes. En

una banda a lo largo de la cima de la fachada colocaron algunas palabras en

letras de bronce que teñían la piedra en verdes y marrones.

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NI LA LLUVIA NI LA NIEVE NI LA OSCU���AD DE LA NO��E

PUEDEN ALEJAR A ESTOS ME�SAJEROS D� SU DEBER

Moist lo leyó en voz alta.

—¿Qué diablos significa eso?

—La Oficina De Correos Fue Una Vez Una Institución Orgullosa —dio el

Sr. Bomba.

—¿Y esas cosas? —señaló Moist. Sobre un tablero mucho más abajo en

el edificio, en pintura desconchada, se leían palabras menos heroicas:

NO NOS PREGUNTE SOBRE:

Rocas

Trolls con palos

Toda clase de dragones

Sra. Cake

Enormes cosas verdes con dientes

Cualquier clase de perro negro con cejas naranja

Lluvias de spaniel

Niebla

Sra. Cake

—Dije Que Era Una Institución Orgullosa —tronó el golem.

—¿Quién es la Sra. Cake?

—Lamento No Poder Ayudarlo Con Eso, Sr. Lipvig.

—Parecen tener mucho miedo de ella.

—Así Parece, Sr. Lipvig.

Moist miró a su alrededor en este concurrido cruce en esta concurrida

ciudad. La gente no le estaba prestando ninguna atención, aunque el golem

estaba recibiendo casuales miradas que no parecían muy amistosas.

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Todo esto era demasiado extraño. Tenía —¿cuánto, catorce años?—

cuando usó su verdadero nombre por última vez. Y el cielo sabía cuánto

tiempo había pasado desde que saliera sin alguna marca distinguible

fácilmente removible. Se sentía desnudo. Desnudo e inadvertido.

Sin que le interesara a nadie, subió los peldaños manchados y giró la

llave en la cerradura. Ante su sorpresa, se movió con facilidad, y las puertas

salpicadas de pintura se abrieron sin crujir.

Se escuchó un ruido rítmico y hueco detrás de Moist. El Sr. Bomba

estaba aplaudiendo.

—Bien Hecho, Sr. Lipvig. ¡Su Primer Paso En Una Carrera De Provecho

Tanto Para Usted Mismo Como Para El Bienestar De La Ciudad!

—Sí, correcto —farfulló Lipwig.

Entró en el inmenso y oscuro vestíbulo que sólo estaba iluminado

débilmente por una cúpula grande pero mugrienta en el techo; nunca podía

haber más que crepúsculo aquí, incluso al mediodía. Los artistas del graffiti

habían estado trabajando aquí también.

En la penumbra pudo ver un mostrador largo y roto, con puertas y

casillas detrás de él.

Verdaderas casillas.1 Unas palomas anidaban en las casillas. El olor

ácido y salobre de guano viejo saturaba el aire, y, cuando las baldosas de

mármol sonaron bajo los pies de Moist, varios cientos de palomas volaron

frenéticamente e hicieron una espiral ascendente hacia un panel roto en el

techo.

—Oh, mierda —dijo.

—Las Palabrotas Son Desalentadas, Sr. Lipvig —dijo el Sr. Bomba,

detrás de él.

—¿Por qué? ¡Están escritas sobre las paredes! ¡De todos modos, era

una descripción, Sr. Bomba! ¡Guano! ¡Debe haber toneladas de esa cosa! —

Moist escuchó el eco de su propia voz desde las paredes distantes—.

¿Cuándo fue abierto este lugar por última vez?

—¡Hace veinte años, Director General!

1 Casillas. En inglés pidgeon hole, que literalmente significa ‘hoyo de paloma’. (N del T)

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Moist miró a su alrededor.

—¿Quién dijo eso? —preguntó. La voz parecía haber venido desde todas

partes.

Escuchó un movimiento y el clic-clic de un bastón, y una anciana figura

inclinada apareció en el aire gris, muerto y polvoriento.

—Groat, señor —dijo, resollando—. Cartero Subalterno Groat, señor. A

su servicio, señor. Una palabra suya, señor, y me lanzaré, señor, me lanzaré

a la acción, señor. —La figura dejó de hablar para toser, larga y

penosamente, con un ruido como de una pared golpeada repetidamente por

una bolsa de rocas. Moist vio que tenía una corta barba del tipo erizado que

sugería que su propietario había sido interrumpido a medio camino de comer

un erizo.

—¿Cartero Subalterno Groat? —dijo.

—Efectivamente, señor. Siendo la razón que nunca nadie se quedó el

tiempo suficiente para ascenderme, señor. Debería ser Cartero Titular Groat,

señor —añadió el anciano con intención, y otra vez tosió como un volcán.

Ex-Cartero Groat suena más, pensó Moist. En voz alta dijo:

—Y usted trabaja aquí, ¿verdad?

—Sí, señor, eso hacemos, señor. Estamos sólo yo y el muchacho ahora,

señor. Es entusiasta, señor. Nosotros mantenemos limpio el lugar, señor.

Todo de acuerdo con las Reglas.

Moist no podía dejar de mirarlo. El Sr. Groat usaba un peluquín. En

realidad debía haber un hombre en algún sitio al que un peluquín le quedara

bien, pero quien fuera ese hombre, no era el Sr. Groat. Era de color marrón

castaño, del tamaño equivocado, de la forma equivocada, del estilo

equivocado y, considerándolo todo, equivocado.

—Ah, veo que está admirando mi pelo, señor —dijo Groat, con orgullo,

mientras el peluquín giraba suavemente—. Es todo mío, sabe, no unas

ciruelas.

—Er... ¿ciruelas? —dijo Moist.

—Lo siento, señor, no debería haber usado el argot. Ciruelas como en

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"jarabe de ciruelas", señor. Argot de Dimwell.2 Jarabe de ciruelas: peluca.

No muchos hombres de mi edad tienen todo su pelo propio, supongo que es

lo que está pensando. Hace la vida limpia, adentro y afuera.

Moist miró el aire maloliente y los montones de guano.

—Bien hecho —farfulló—. Bien, Sr. Groat, ¿tengo una oficina? ¿O algo?

Por un momento, la cara visible por encima de la barba deshilachada

era la de un conejo en un faro.

—Oh, sí, señor, técnicamente —dijo el anciano con rapidez—. Pero ya

no entramos allí, señor, oh no, por el piso. Muy poco seguro, señor. Por el

piso. Podría ceder en cualquier momento, señor. Nosotros usamos el

vestuario del personal, señor. ¿Si le importa seguirme, señor?

Moist casi se echó a reír.

—Bien —dijo. Se volvió hacia el golem—. Er... ¿Sr. Bomba?

—¿Sí, Sr. Lipvig? —dijo el golem.

—¿Se le permite ayudarme de alguna manera, o sólo espera por allí

hasta que llega el momento de golpearme la cabeza?

—No Hay Necesidad De Comentarios Hirientes, Señor. Se Me Permite

Dar La Ayuda Apropiada.

—¿Así que podría limpiar la mierda de paloma y dejar entrar un poco de

luz?

—Por Cierto, Sr. Lipvig.

—¿Puede?

—Un Golem No Huye Del Trabajo, Sr. Lipvig. Buscaré Una Pala.

El Sr. Bomba se puso en camino hacia el mostrador distante, y el

barbado Cartero Subalterno entró en pánico.

—¡No! —chilló, tambaleándose tras el golem—. ¡No es realmente una

buena idea tocar las pilas!

—¿Pisos propensos a derrumbarse, Sr. Groat? —dijo Moist alegremente.

2 Argot Arrítmico Rimado de Dimwell: se conocen varios argots rimados, y han dado al universo términos

tales como ‘manzanas y peras’ (escaleras), ‘basura-apodar’ (bar) y ‘abeja ocupada’ (Teoría General de la

Relatividad). El Argot Callejero de Dimwell es probablemente único porque, de hecho, no rima. Nadie sabe por qué,

pero las teorías hasta ahora son: 1) que es bastante complejo y en realidad sigue reglas ocultas; o: 2)Dimwel está

bien nombrado; o: 3) es inventado para molestar a los extranjeros que es el caso para la mayoría de tales argots.

(N del A)

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Groat miró de Moist al golem, y de vuelta a Moist. Su boca se abría y

cerraba mientras su cerebro buscaba palabras. Entonces suspiró.

—Es mejor que bajen al vestuario, entonces. Pisen por aquí, caballeros.

Moist se dio cuenta del olor del Sr. Groat mientras lo seguía. No era un

mal olor, como tal, sólo... raro. Era vagamente químico, mezclado con el

aroma picante de cada tipo de medicina para la garganta que uno alguna

vez haya tragado, y con apenas un dejo de papas viejas.

El vestuario resultó estar bajando unos escalones en el sótano donde,

presumiblemente, los pisos no podían desplomarse porque no había nada

hacia dónde desplomarse. Era largo y angosto. En un extremo había un

horno monstruoso el cual, Moist supo después, había sido una vez parte de

alguna clase de sistema de calefacción; la Oficina de Correos había sido un

edificio muy avanzado para su tiempo. Ahora habían instalado a su lado una

pequeña cocina redonda, brillando casi rojo cereza en la base. Sobre ella,

una inmensa tetera negra.

El aire indicaba la presencia de medias, carbón barato y falta de

ventilación; algunos maltratados armarios de madera se lineaban a lo largo

de una pared, descascarados los nombres pintados. La luz entraba,

posiblemente, por unas ventanas mugrientas cerca del techo.

Fuera cual fuera el propósito original de la habitación, aunque ahora era

el lugar donde vivían dos personas; dos personas que se llevaban bien pero

que, sin embargo, tenían un claro sentido de lo mío y de lo tuyo. El espacio

estaba dividido en dos, con una angosta cama contra la pared de cada lado.

La línea divisoria estaba pintada sobre el piso, subía por las paredes y

cruzaba el techo. Mi mitad, tu mitad. Mientras lo recordemos, indicaba la

línea, no habrá ningún... problema.

En el medio, de modo que cabalgaba la línea de límite, había una mesa.

Un par de jarros y dos platos de estaño se veían cuidadosamente colocados

en cada extremo. Había un pote de sal en medio de la mesa. La línea, en el

pote de sal, se convertía en un pequeño círculo para abarcarlo en su propia

zona desmilitarizada.

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Una mitad de la angosta habitación contenía un banco demasiado

grande y desordenado, ocupado con pilas de potes, botellas y papeles

viejos; parecía la zona de trabajo de un químico que lo llevaba a cabo

mientras podía o hasta que estallaba. La otra tenía una vieja mesa de juego

sobre la que aparecían apiladas con una precisión ligeramente preocupante

pequeñas cajas y rollos de fieltro negro. También la lupa más grande que

Moist jamás hubiera visto, sobre un pie.

Ese lado de la habitación estaba limpio. El otro era un desorden que

amenazaba con pasar sobre la línea. A menos uno de los trozos de papel del

lado más sucio tenía una forma graciosa; parecía que alguien, con cuidado y

precisión, y presumiblemente una hoja de afeitar, había cortado esa esquina

que había ido demasiado lejos.

Un joven permanecía de pie en medio de la mitad limpia del piso.

Obviamente esperaba a Moist, como Groat, pero no dominaba el arte de

cuadrarse en atención o, más bien, lo había comprendido sólo en parte. Su

costado derecho estaba considerablemente más en atención que el izquierdo

y, como consecuencia estaba parado como un plátano. Sin embargo, con su

inmensa sonrisa nerviosa y sus grandes ojos brillantes irradiaba interés,

muy posiblemente más allá de los límites de la cordura. Tenía una definitiva

sensación de que mordería en cualquier momento. Y usaba una camisa de

algodón azul sobre la que alguien había impreso ‘¡Pregúnteme Sobre

Alfileres!’.

—Er... —dijo Moist.

—Cartero Aprendiz Stanley —masculló Groat—. Huérfano, señor. Muy

triste. Nos vino de los Hermanos de la Casa de Caridad de Offler, señor.

Ambos padres fallecieron de Jejenes en su granja en las regiones salvajes,

señor, y fue criado por arvejas.

—¿Seguramente quiere decir con arvejas, Sr. Groat?

—Por arvejas, señor. Caso muy insólito. Un buen muchacho si no se

disgusta pero tiende a curvarse hacia el sol, señor, si capta lo que quiero

decir.

—Er... quizás —dijo Moist. Se volvió rápidamente hacia Stanley—. De

modo que sabes algo sobre alfileres, ¿verdad? —dijo, con lo que esperaba

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fuera una voz jovial.

—¡Nosseñor! —dijo Stanley. Casi saludó.

—Pero tu camisa dice...

—Sé todo sobre alfileres, señor —dijo Stanley—. ¡Todo lo que hay que

saber!

—Bien, eso es, er... —empezó Moist.

—Cada uno de los hechos sobre alfileres, señor —continuó Stanley—.

No hay nada que no sepa sobre alfileres. Pregúnteme cualquier cosa sobre

alfileres, señor. Lo que quiera en absoluto. ¡Vamos, señor!

—Bien... —vaciló Moist, pero los años de práctica llegaron en su

ayuda—. Me pregunto cuántos alfileres fueron hechos en esta ciudad el año

pas...

Se detuvo. Había ocurrido un cambio en la cara de Stanley: más suave,

sin la vaga sugerencia de que su propietario estaba a punto de morderte una

oreja.

—El año pasado, el conjunto de talleres (o ‘alfileterías’) de Ankh-

Morpork produjo veintisiete millones, ochocientos ochenta mil novecientos

setenta y ocho alfileres —dijo Stanley, con la mirada fija en un universo

secreto lleno de alfileres—. Eso incluye alfileres con cabeza de cera, de

acero, de latón, con cabeza de plata (y todo de plata), extra grandes,

hechos a máquina y a mano, doblados y de fantasía, pero no prendedores

que no deben ser agrupados con los verdaderos alfileres en absoluto, ya que

son técnicamente conocidos como ‘deportes’ o ‘blasones’, señor...

—Ah, sí, creo que una vez vi una revista, o algo —dijo Moist,

desesperado—. Se llama, er... ¿Alfiler Mensual?

—Oh, cielos —dijo Groat, detrás de él. La cara de Stanley se retorció en

algo que parecía el trasero de un gato con nariz.

—Eso es para aficionados —siseó—. ¡No son verdaderos

‘coleccionistas’!3 ¡No les importan los alfileres! Oh, lo dicen, pero ahora

tienen toda una página de agujas todos los meses. ¿Agujas? ¡Cualquiera

podría coleccionar agujas! ¡Son sólo alfileres con agujeros! De todos modos,

3 Sutilezas del idioma: coleccionista y persona de poco seso se dicen ‘pinhead’. (N del T)

Page 35: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

¿qué hay de Agujas Populares? ¡Pero ellos no quieren saber!

—Stanley es el editor de Total Alfiler —susurró Groat, detrás de Moist.

—No creo haber visto ésa... —comenzó Moist.

—Stanley, vete y ayuda al asistente del Sr. Lipwig a buscar una pala,

¿quieres? —dijo Groat, levantando la voz—. Luego vete y ordena tus alfileres

otra vez hasta que te sientas mejor. El Sr. Lipwig no quiere ver uno de tus

Berrinches. —Lanzó una mirada en blanco hacia Moist.

—... pusieron un artículo el mes pasado sobre alfileteros —farfulló

Stanley, saliendo de la habitación pisando con fuerza. El golem lo siguió.

—Es un buen muchacho —dijo Groat, después que salieron—. Sólo un

poco flojo de cabeza. Déjelo solo con sus alfileres y no será problema en

absoluto. Se pone un poco... intenso a veces, eso es todo. Oh, y sobre ese

tema del tercer miembro de nuestro muy pequeño y alegre equipo, señor...

Un enorme gato negro y blanco había entrado en la habitación. No le

prestó atención a Moist, ni a Groat, sino que avanzó despacio a través del

piso hacia una maltratada y enredada canasta. Moist estaba en el camino. El

gato continuó hasta que su cabeza topó suavemente contra la pierna de

Moist, y se detuvo.

—Ése es el Sr. Tiddles, señor —dijo Groat.

—¿Tiddles? —dijo Moist—. ¿Quiere decir que es realmente el nombre de

un gato? Pensé que era una broma.

—No es tanto un nombre, señor, más una descripción —dijo Groat—. Es

mejor que se mueva, señor, de otra manera estará parado allí todo el día.

Veinte años, tiene, y un poco mañoso.

Moist se hizo a un lado. Imperturbable, el gato continuó hacia la

canasta, donde se hizo un ovillo.

—¿Es ciego? —preguntó Moist.

—No, señor. Tiene su rutina y se ajusta a ella, señor, al segundo. Muy

paciente, para ser un gato. No le gusta que cambiemos el mobiliario de

lugar. Ya se acostumbrará a él.

Sin saber qué decir, pero sintiendo que debería decir algo, Moist señaló

con la cabeza la selección de botellas sobre el banco de Groat.

—¿Juega con la alquimia, Sr. Groat? —preguntó.

Page 36: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

—¡Nosseñor! ¡Ejerzo la medicina natural! —dijo Groat, con orgullo—.

¡No crea en doctores, señor! ¡Nunca un día enfermo en mi vida, señor! —

Golpeó su pecho, haciendo un ruido zlap no normalmente relacionado con

tejido viviente—. ¡Franeleta, grasa de ganso y budín de pan caliente, señor!

¡Nada como eso para proteger sus tubos contra los efluvios nocivos! Pongo

una capa nueva cada semana, señor, y no encontrará un estornudo pasando

mi nariz, señor. ¡Muy saludable, muy natural!

—Er... bueno —dijo Moist.

—El peor de todos ellos es el jabón, señor —dijo Groat, bajando la voz—

. Cosa terrible, señor, lava los humores beneficiosos. ¡Deje que las cosas

sean, digo yo! ¡Mantenga los tubos circulando, ponga azufre en sus medias y

preste atención al protector de su pecho, y puede reírse de cualquier cosa!

Ahora, señor, estoy seguro de que un joven como usted se estará

preocupando por el estado de su...

—¿Qué hace esto? —dijo Moist, apresuradamente, recogiendo un pote

de una pegajosa sustancia verdosa.

—¿Eso, señor? Cura verrugas. Cosa maravillosa. Muy natural, no como

la basura que un médico le daría.

Moist olfateó en el pote.

—¿De qué está hecho?

—Arsénico, señor —dijo Groat, con calma.

—¿Arsénico?

—Muy natural, señor —dijo Groat—. Y verde.

De modo que por dentro, pensó Moist mientras dejaba el pote con

extremo cuidado, es evidente que la normalidad de la Oficina de Correos no

tiene una relación de uno a uno con el mundo exterior. Podría perder las

pistas. Decidió que aquí tendría que jugar el rol de director entusiasta pero

desconcertado. Además, la parte del aspecto ‘entusiasta’ no necesitaba de

ningún esfuerzo.

—¿Puede ayudarme, Sr. Groat? —dijo—. ¡No sé nada sobre el correo!

—Bien, señor... ¿qué solía hacer antes?

Robar. Trampear. Falsificar. Desfalcar. Pero nunca —y esto era

importante— usaba ningún tipo de violencia. Nunca. Moist siempre había

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sido muy cuidadoso al respecto. Trataba de no andar a hurtadillas, también,

si podía evitarlo. Ser atrapado a las 1 a.m. en la bóveda de depósito de un

banco usando un traje negro con muchos bolsillos pequeños podía ser

considerado sospechoso, ¿por qué hacerlo entonces? Con una cuidadosa

planificación, el traje correcto, los papeles correctos y, sobre todo, las

maneras correctas, uno podía entrar en el sitio a mediodía y el director

mantendría la puerta abierta cuando uno partiera. Esconder anillos en la

palma y aprovecharse de la codicia de los estúpidos rurales era sólo una

manera de no perder la práctica.

La cara, eso era todo. Tenía una cara sincera. Y le encantaban esas

personas que lo miraban con firmeza a los ojos para ver su interior, porque

tenía todo un juego de identidad interiores, una para cada ocasión. En

cuanto al firme apretón de mano, la práctica le había dado uno al que se

podrían amarrar botes. Era el don de gentes, eso era todo. Un especial don

de gentes. Antes de que uno pudiera vender vidrio como diamante tenía que

hacer que las personas realmente quisieran ver diamante. Ése era el truco,

el truco de todos trucos. Uno cambiaba la manera en que la gente veía el

mundo. Uno les permitía verlo como ellos querían que fuera...

¿Cómo diablos conocía Vetinari su nombre? ¡El hombre había abierto

von Lipwig como un huevo! ¡Y la Guardia aquí era... demoníaca! En cuanto a

poner un golem tras un hombre...

—Era secretario —dijo Moist.

—¿Qué, papeleo, esa clase de cosa? —dijo Groat, mirándolo con

atención.

—Sí, todo bastante papeleo. —Eso era verdad, si uno incluía naipes,

cheques, cartas de crédito, letras bancarias y escrituras.

—Oh, otro más —dijo Groat—. Bien, no hay mucho para hacer.

Podemos usar la pala y hacer sitio aquí para usted, no hay problema.

—Pero se supone que tengo que hacerlo trabajar otra vez como antes,

Sr. Groat.

—Sí, correcto —dijo el anciano—. Entonces venga conmigo, Director.

¡Calculo que hay una o dos cosas que no le han dicho!

Se dirigió hacia afuera, de regreso al sucio salón principal, un pequeño

Page 38: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

rastro de polvo amarillo escapando de sus botas.

—Mi papá solía traerme aquí cuando era un muchacho —dijo—. Muchas

familias eran familias de la Oficina de Correos en aquellos días. Tenían

colgando en el techo grandes cosas tintineantes de vidrio allá arriba,

¿correcto? ¿Para luces?

—¿Arañas de luces? —sugirió Moist.

—Sí, probablemente —dijo Groat—. Dos de ellas. Y había latón y cobre

por todos lados, lustrado como oro. ¡Había balcones, señor, todo alrededor

del salón grande en cada piso, hechos de hierro, como encaje! Y todos los

mostradores estaban hechos de maderas raras, decía mi papá. ¿Y la gente?

¡Este lugar se llenaba! ¡Las puertas nunca dejaban de menearse! Incluso por

la noche... oh, por la noche, señor, afuera en el gran patio posterior,

¡debería haber estado ahí! ¡Las luces! Los coches, entrando y saliendo, el

sudor de los caballos... oh, señor, ¡debería haberlo visto, señor! Los

hombres sacando los caballos... tenían esta cosa, señor, este dispositivo,

usted podía entrar un coche en el patio y hacerlo salir en un minuto, señor,

¡un minuto! ¡El bullicio, señor, el bullicio y el alboroto! ¡Decían que uno

podía venir desde Hermanas Dolly o incluso desde Caos, y enviarse una

carta a usted mismo, y tendría que correr como una llamarada, señor, como

una llamarada, señor, para llegar a su puerta antes que el cartero! ¡Y los

uniformes, señor, azul real con botones de latón! ¡Debería haberlos visto!

Y...

Moist miró por encima del hombro del hombre que parloteaba hacia la

montaña de guano de paloma más cercan, donde el Sr. Bomba había hecho

una pausa en su excavación. El golem había estado trabajando en la horrible

y fétida porquería y, cuando Moist lo miró, se enderezó y fue hacia ellos con

algo en la mano.

—... y cuando entraban los grandes coches, señor, todo el camino

desde las montañas, ¡se podían escuchar los cuernos a millas de distancia!

¡Debería haberlos escuchado, señor! Y si algún bandido intentaba algo,

estaban unos hombres que salían y...

—¿Sí, Sr. Bomba? —dijo Moist, deteniendo a Groat en el medio de la

historia.

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—Un Sorprendente Descubrimiento, Director De Correos. Los Montones

No Están, Como Conjeturé, Hechos De Bosta De Paloma. Ninguna Paloma

Podría Lograr Esa Cantidad En Miles De Años, Señor.

—Bien, ¿de qué están hechos, entonces?

—Cartas, Señor —dijo el golem.

Moist bajó la mirada hacia Groat, que se removió inquieto.

—Ah, sí —dijo el anciano—. Estaba llegando a eso.

Cartas...

... cartas sin fin. Llenaban cada habitación del edificio y se volcaban

hacia los corredores. Era verdad, técnicamente, que la oficina del director de

correos no se podía usar por el estado del piso: estaba a doce pies por

debajo de las cartas. Todos los corredores estaban bloqueados con ellas. Las

alacenas atiborradas; abrir una puerta sin precaución era quedar enterrado

en una avalancha de sobres amarillentos. Las tablas del suelo se combaban

sospechosamente hacia arriba. A través de las rajaduras del yeso del

combado techo, aparecía papel.

La habitación de clasificación, casi tan grande como el salón principal,

tenía montones que llegaban hasta veinte pies en algunas partes. Aquí y

allá, los gabinetes de clasificación surgían del mar de papel como icebergs.

Después de media hora de exploración Moist quería un baño. Era como

caminar a través de tumbas desiertas. Sentía que se ahogaba con el olor de

papel viejo, como si su garganta estuviera llena de polvo amarillo.

—Me dijeron que tenía un departamento aquí —gruñó.

—Sí, señor —dijo Groat—. El muchacho y yo le echamos una mirada el

otro día. Escuché que estaba del otro lado de su oficina. Así que el

muchacho entró atado a una soga, señor. Dijo que sentía una puerta, señor,

pero para entonces estaba enterrado a seis pies bajo el correo y sufría,

señor, sufría. Así que tiré de la soga y lo saqué.

—¿Todo el lugar está lleno de correo no entregado?

Estaban otra vez en el vestuario. Groat había llenado la tetera negra de

una batea de agua, y estaba hirviendo. En el otro extremo de la habitación,

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sentado en su pequeña mesa pulcra, Stanley estaba contando sus alfileres.

—Casi, señor, excepto el sótano y el establo —dijo el anciano, lavando

un par de jarros de estaño en un cuenco de agua no muy limpia.

—¿Quiere decir que incluso la oficina del Di... mi oficina está llena de

correo viejo pero que nunca llenaron el sótano? ¿Qué sentido tiene?

—Oh, uno no podría usar el sótano, señor, oh, no el sótano —dijo

Groat, escandalizado—. Es demasiado húmedo allí abajo. Las cartas serían

destruidas enseguida.

—Destruidas —dijo Moist sin tono.

—Nada como la humedad para destruir cosas, señor —dijo Groat,

asintiendo sabiamente.

—Destruir el correo enviado por personas muertas a personas muertas

—dijo Moist, con la misma voz sin tono.

—No lo sabemos, señor —dijo el anciano—. Quiero decir, no tenemos

ninguna verdadera prueba.

—Bueno, no. ¡Después de todo, algunos de esos sobres sólo tienen cien

años! —dijo Moist. Tenía dolor de cabeza por el polvo y dolor de garganta

por la sequedad, y había algo en el anciano que le estaba crispando los

nervios. Estaba escondiendo algo—. Eso no es tiempo en absoluto para

algunas personas. Apuesto a que la población zombi y la vampiro todavía

están esperando junto al buzón de cartas todos los días, ¿correcto?

—No necesita ser así, señor —dijo Groat con calma—, no necesita ser

así. No puede destruir las cartas. Simplemente no puede hacerlo, señor. Eso

es Manipular el Correo, señor. No es exactamente un crimen, señor. Es un,

un...

—¿Pecado? —dijo Moist.

—Oh, peor que un pecado —dijo Groat, casi con desdén—. Por los

pecados sólo se mete en un aprieto con un dios, pero en mis días si uno

interfería con el correo uno quedaba sometido al Inspector en Jefe de

Correos Rumbelow. ¡Hah! Y hay una gran diferencia. Los dioses perdonan.

Moist buscó cordura en la cara arrugada enfrente de él. La barba

despeinada estaba surcada por bandas de diferentes colores, sea suciedad,

té o pigmento celestial aleatorio. Como un ermitaño, pensó. Sólo un

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ermitaño podía usar una peluca como ésa.

—¿Perdone? —dijo—. ¿Y usted quiere decir que meter la carta de

alguien bajo las tablas del suelo durante cien años no es manipular el

correo?

De repente, Groat se veía desgraciado. La barba se estremeció.

Entonces empezó a toser, grandes golpes secos, tiesos y crujientes de tos,

que hicieron temblar los potes y que una niebla amarilla subiera de la parte

inferior de su pantalón.

—Excúseme un momento, señor —jadeó, entre toses, y rebuscó en su

bolsillo una lata raspada y maltratada—. ¿Usted chupa alguna, señor? —dijo,

las lágrimas corriendo por sus mejillas. Ofreció la lata a Moist—. Son las

Número Tres, señor. Muy suaves. Las hago yo mismo, señor. Remedios

naturales con ingredientes naturales, ése es mi estilo, señor. Tengo que

mantener los tubos limpios, señor, de lo contrario se vuelven contra uno.

Moist tomó una gran pastilla ovalada y violeta de la caja y la olfateó.

Olía ligeramente a semillas de anís.

—Gracias, Sr. Groat —dijo, pero en caso de que eso contara como un

intento de soborno, añadió severamente—: El correo, Sr. Groat. Meter el

correo no entregado donde haya espacio, ¿no es manipularlo?

—Es más como... retrasar el correo, señor. Sólo, er... hacerlo más

lento. Un poco. No es como si no hubiera ninguna intención de repartirlo,

señor.

Moist se quedó mirando la expresión preocupada de Groat. Sentía esa

sensación de la tierra en movimiento que se experimenta cuando uno cae en

la cuenta de que está lidiando con alguien cuyo mundo está conectado con

el propio sólo por las puntas de sus dedos. No era un ermitaño, pensó, es

más como un marinero náufrago, viviendo en esta seca isla desierta de un

edificio mientras el mundo exterior sigue adelante y toda la cordura se

evapora.

—Sr. Groat, ¿sabe?, no quiero molestarlo o algo, pero hay miles de

cartas allí afuera bajo una gruesa capa de guano de paloma... —dijo con

lentitud.

—En realidad, sobre ese punto, señor, las cosas no son tan malas como

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parecen —dijo Groat; hizo una pausa para chupar ruidosamente su natural

pastilla para la tos—. Es una cosa muy seca, la cagada de paloma, y forma

una corteza protectora bastante dura sobre los sobres...

—¿Por qué están todas aquí, Sr. Groat? —preguntó Moist. Don de

gentes, recordó. No se permite que lo sacudas.

El Cartero Subalterno evitó su mirada.

—Bien, ya sabe cómo es... —intentó.

—No, Sr. Groat. Creo que no lo sé.

—Bien... tal vez un hombre está ocupado, tuvo una ronda completa, tal

vez es Vigilia de los Puercos, muchas tarjetas, mire, y el inspector está tras

él por su horario y por tanto tal vez mete media bolsa de cartas en algún

lugar seguro... pero las repartirá, ¿correcto? Quiero decir, no es su culpa si

ellos siempre lo presionan, señor, lo presionan todo el tiempo. Entonces es

mañana y tiene una bolsa aun más grande, porque están presionando todo

el tiempo, por eso razona, sólo dejaré algunas hoy, también, porque el

jueves es mi día libre y podré recuperarme entonces, pero uno ve para el

jueves que está detrás de más de un día de trabajo porque ellos siempre

siguen presionando, y de todos modos está cansado, cansado como un

perro, así que se dice, pronto llegará una licencia, pero toma su licencia y

para entonces... bien, todo se puso muy desagradable hacia el final. Había...

desavenencias. Habíamos llegado demasiado lejos, señor, eso era todo, lo

habíamos intentado con demasiado coraje. A veces las cosas se hacen

añicos y es mejor dejarlas solas que tratar de recoger los trozos. Quiero

decir, ¿por dónde empezaría usted?

—Creo que entiendo la situación —dijo Moist. Usted está mintiendo, Sr.

Groat. Usted está mintiendo por omisión. Usted no me está diciendo todo. Y

lo que no me está diciendo es muy importante, ¿verdad? He convertido la

mentira en un arte, Sr. Groat, y usted es sólo un aficionado talentoso.

La cara de Groat, inconsciente del monólogo interior, intentó una

sonrisa.

—Pero el problema es... ¿cuál es su nombre, Sr. Groat? —preguntó

Moist.

—Tolliver, señor.

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—Buen nombre... la cosa es, Tolliver, que la imagen que veo en su

descripción es, para los propósitos de analogía, a lo que me podría referir

como un camafeo, mientras que todo esto... —Moist movió su mano para

incluir el edificio y todo lo que contenía—... ¡es un tríptico de tamaño

completo que muestra escenas de la historia, la creación del mundo y la

disposición de los dioses, combinado con un techo de capilla que retrata el

glorioso firmamento y el boceto de una dama con una rara sonrisa para que

no falte! Tolliver, creo que no está siendo franco conmigo.

—Lamento eso, señor —dijo Groat, echándole el ojo en una especie de

desafío nervioso.

—Podría despedirlo, lo sabe —dijo Moist, sabiendo que era una cosa

estúpida para decir.

—Usted podría, señor, podría intentar hacerlo —dijo Groat, tranquilo y

despacio—. Pero soy todo lo que tiene, aparte del muchacho. Y usted no

sabe nada sobre la Oficina de Correos, señor. Usted no sabe nada sobre las

Reglas, tampoco. Soy el único que sabe qué se necesita hacer por aquí.

Usted no duraría ni cinco minutos sin mí, señor. ¡Usted ni siquiera se

encargaría de llenar los tinteros todos los días!

—¿Tinteros? ¿Llenar los tinteros? —preguntó Moist—. ¡Éste es sólo un

viejo edificio lleno de... de... de papel muerto! ¡No tenemos clientes!

—Tiene que mantener los tinteros llenos, señor. Reglas de la Oficina de

Correos —dijo Groat con voz dura—. Tiene que seguir las

Reglas, señor.

—¿Para qué? ¡Parece que no recibimos correo ni repartimos correo!

¡Sólo estamos aquí sentados!

—No, señor, no sólo estamos sentados aquí —dijo Groat con paciencia—

. Seguimos las Reglas de la Oficina de Correos. Llenar los tinteros, lustrar el

latón...

—¡Usted no barre la mierda de paloma!

—Curiosamente, eso no está en las Reglas, señor —dijo el anciano—. La

verdad es, señor, que ya nadie nos quiere. Todo son los clacks ahora, los

malditos clacks, clack, clack, clack. Todos tienen una torre de clacks ahora,

señor. Es la moda. Rápido como la velocidad de la luz, dicen. ¡Ja! No tiene

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alma, señor, ni corazón. Los odio. Pero estamos listos, señor. Si hubiera

algún correo, lo procesaríamos, señor. Entraríamos en acción, señor,

entraríamos en acción. Pero no lo hay.

—¡Por supuesto que no lo hay! ¡Esta ciudad claramente se ha dado

cuenta hace mucho tiempo que tanto podría tirar sus cartas como dárselas a

la Oficina de Correos!

—No, señor, equivocado otra vez. Todas están guardadas, señor. Es lo

que hacemos, señor. Guardamos las cosas como son. No tratamos de

perturbar las cosas, señor —dijo Groat con calma—. ¡Tratamos de no

perturbar nada!

La manera en que lo dijo, hizo que Moist vacilara.

—¿Qué clase de nada? —preguntó.

—Oh, nada, señor. Nosotros sólo... vamos con cuidado.

Moist miró la habitación a su alrededor. ¿Parecía más pequeña? ¿Acaso

las sombras estaban más oscuras y largas? ¿Había una repentina sensación

fría en el aire?

No, no la había. Pero había perdido una oportunidad definitivamente,

sintió Moist. Los pelos de la nuca se le estaban erizando. Moist había oído

que era porque los hombres habían sido hechos de los monos, y significaba

que había un tigre detrás.

De hecho, el Sr. Bomba estaba detrás, simplemente parado, los ojos

brillando más intensamente que lo que cualquier tigre alguna vez haya

logrado. Esto era peor. Los tigres no podían seguirlo al otro lado del mar, y

tenían que dormir.

Se rindió. El Sr. Groat estaba en algún pequeño mundo extraño y

mustio, muy suyo.

—¿Usted llama vida a esto? —dijo.

Por primera vez en esta conversación, el Sr. Groat lo miró directamente

a los ojos.

—Mucho mejor que una muerte, señor —dijo.

El Sr. Bomba siguió a Moist a través del salón principal y afuera de las

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puertas principales; en ese punto Moist se volvió hacia él.

—Muy bien, ¿cuáles son las reglas aquí? —exigió—. ¿Va a seguirme a

todos lados? ¡Sabe que no puedo correr!

—Se Le Permite El Movimiento Autónomo Dentro De La Ciudad Y Sus

Alrededores —tronó el golem—. Pero Hasta Que Esté Instalado También

Tengo Órdenes De Acompañarlo Para Su Propia Protección.

—¿De quién? ¿De alguien molesto porque el correo de su tatarabuelito

no apareció?

—No Podría Decirlo, Señor.

—Necesito un poco de aire fresco. ¿Qué ocurrió ahí dentro? ¿Por qué es

tan... escalofriante? ¿Qué le sucedió a la Oficina de Correos?

—No Podría Decirlo, Señor —dijo el Sr. Bomba plácidamente.

—¿No lo sabe? Pero es su ciudad —dijo Moist con sarcasmo—. ¿Ha

estado atorado al fondo de un agujero en el suelo durante los pasados cien

años?

—No, Sr. Lipvig —dijo el golem.

—Bien, por qué no puede... —empezó Moist.

—Fueron Doscientos Cuarenta Años, Sr. Lipvig —dijo el golem.

—¿Qué fue?

—El Tiempo Que Pasé Al Fondo Del Agujero En El Suelo, Sr. Lipvig.

—¿De qué está hablando? —dijo Moist.

—Vaya, El Tiempo Que Pasé Al Fondo Del Agujero En El Suelo, Sr.

Lipvig. Bomba No Es Mi Nombre, Sr. Lipvig. Es Mi Descripción. Bomba.

Bomba 19, Para Ser Preciso. Estaba A Cien Pies De Profundidad Al Fondo De

Un Agujero Y Bombeaba Agua. Durante Doscientos Cuarenta Años, Sr.

Lipvig. Pero Ahora Estoy Caminando A La Luz Del Sol. Esto Es Mejor, Sr.

Lipvig. ¡Esto Es Mejor!

Esa noche Moist yacía tendido mirando el techo. Estaba a tres pies de

él. Colgando de él, a cierta distancia, había una vela en una linterna de

seguridad. Stanley había insistido sobre eso, y no le asombraba. Este lugar

ardería como una bomba. El muchacho lo condujo hasta allí arriba; Groat

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refunfuñaba en algún lugar. Tenía razón, maldito sea. Necesitaba a Groat.

Groat era prácticamente la Oficina de Correos.

Había sido un largo día y Moist no había dormido bien la noche anterior,

colgado cabeza abajo sobre el hombro del Sr. Bomba y ocasionalmente

pateado por el frenético caballo.

No quería dormir aquí tampoco, los cielos lo sabían, pero ya no tenía

alojamientos que pudiera usar, y en todo caso eran muy solicitados en esta

ciudad colmena. El vestuario no le interesaba, no, en absoluto. De modo que

simplemente había trepado a la pila de cartas muertas en lo que era, en

teoría, su oficina. No era gran molestia. Un hombre de negocios como él

tenía que saber dormir en toda clase de situaciones, a menudo mientras una

muchedumbre lo estaba buscando a una distancia del grosor de una pared.

Por lo menos los montones de cartas estaban secos y tibios, y no llevaban

armas afiladas.

El papel crujió bajo de él cuando trató de acomodarse. Ocioso, recogió

una carta al azar; estaba dirigida a alguien llamado Antimony Parker en

Lobbin Clout Nº 1, y en el dorso, en mayúsculas, decía S.C.U.B.A. Lo abrió

con una uña; el papel dentro casi se desintegró al tocarlo.

Mi Muy Querido Timothy,

¡Sí! ¡Por qué debería una Mujer, Sabiendo del Gran Honor que un

Hombre le está haciendo, Jugar a la Tímida Coqueta en tal

momento! Sé Que ha hablado con Papá, y por supuesto Yo

Consiento en convertirme en la Esposa del Más Amable, Más

Maravilloso...

Moist echó un vistazo a la fecha de la carta. Había sido escrita cuarenta

y un años atrás.

No tenía como regla propender a la introspección, siendo una

desventaja muy importante en su línea de trabajo, pero al volver a echar un

vistazo a la carta no pudo evitar preguntarse si ‘Su Afectuosa Agnathea’

alguna vez se había casado con Antimony, o si el romance había muerto

justo aquí, en este cementerio de papel.

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Se estremeció, y se metió el sobre en su chaqueta. Tendría que

preguntar a Groat qué significaba S.C.U.B.A..

—¡Sr. Bomba! —gritó.

Escuchó un pálido retumbo desde la esquina de la habitación donde

estaba el golem, hundido hasta la cintura en el correo.

—¿Sí, Sr. Lipvig?

—¿No hay alguna manera en que pueda cerrar sus ojos? No puedo

dormir con dos brillantes ojos rojos observándome. Es un... bueno, es algo

de la infancia.

—Lo Siento, Sr. Lipvig. Podría Volverle La Espalda.

—Eso no resultará. Todavía sabría que están ahí. De todos modos, el

brillo se refleja en la pared. Mire, ¿a dónde podría ir?

El golem lo pensó un poco.

—Me Iré y Me Pararé En El Corredor, Sr. Lipvig —decidió, y empezó a

caminar hacia la puerta.

—Hágalo —dijo Moist—. Y por la mañana quiero que encuentre mi

dormitorio, ¿de acuerdo? Algunas de las oficinas todavía tienen espacio

cerca del techo; usted puede mudar las cartas allí.

—Al Sr. Groat No Le Gusta Que El Correo Sea Movido, Sr. Lipvig —tronó

el golem.

—El Sr. Groat no es el director de correos, Sr. Bomba. Yo lo soy.

Buenos dioses, la demencia es contagiosa, pensó Moist, cuando el brillo

del golem desapareció en la oscuridad de afuera. No soy el director de

correos, soy un pobre bastardo víctima de algún estúpido... experimento.

¡Qué lugar! ¡Qué situación! ¿Qué clase de hombre pondría a un conocido

criminal a cargo de una muy importante rama del gobierno? Aparte, por

decir, del votante promedio.

Trató de encontrar el enfoque, la escapatoria... pero todo el tiempo una

conversación seguía rebotando desde el interior de su cerebro.

Imagina un agujero, a cien pies de profundidad y lleno de agua.

Imagina la oscuridad. Imagina, al fondo del agujero, una figura con una

burda forma humana, girando una enorme asa en esa oscuridad, una vez

cada ocho segundos.

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Bombea... Bombea... Bombea...

Durante doscientos cuarenta años.

—¿No le importaba? —le había preguntado Moist.

—¿Quiere Decir Si Albergué Resentimiento, Sr. Lipvig? ¡Pero Estaba

Haciendo Un Trabajo Útil Y Necesario! Además, Tenía Mucho Que Pensar.

—¿Al fondo de cien pies de agua sucia? ¿Qué diablos encontró para

pensar?

—En Bombear, Sr. Lipvig.

Y entonces, dijo el golem, vino el cese, y la débil luz, el descenso de los

niveles, el cierre de cadenas, un movimiento hacia arriba, y emergió dentro

de un mundo de luz y color... y otros golems.

Moist sabía algo sobre golems. Solían ser horneados de arcilla, miles de

años atrás, y traídos a la vida mediante algún tipo de rollo puesto dentro

que la cabeza, y nunca se gastaban y trabajaban, todo el tiempo. Uno los

veía con escobas, o haciendo el trabajo pesado en depósitos de madera y

fundiciones. Uno nunca veía a la mayoría de ellos. Hacían que las ruedas

ocultas giraran, abajo en la oscuridad. Y ése era más o menos el límite de su

interés en ellos. Eran, casi por definición, honestos.

Pero ahora los golems se estaban liberando. Era la revolución más

silenciosa y más socialmente responsable en la historia. Eran propiedad y

por lo tanto ahorraban y se compraban.

El Sr. Bomba estaba comprando su libertad limitando seriamente la

libertad de Moist. Un hombre podía disgustarse por eso. ¿No era así como se

suponía que la libertad funcionaba?

¡Los dioses, pensó Moist, de regreso al aquí y ahora, no le asombraba

que Groat chupara dulces para la tos todo el tiempo, el polvo en este lugar

podía ahogarlo!

Rebuscó en su bolsillo y sacó la pastilla para la tos con forma de

diamante que el anciano le había dado. Parecía bastante inofensiva.

Un minuto más tarde, después de que el Sr. Bomba entrara

tambaleante en la habitación y le palmeara pesadamente la espalda, la

humeante pastilla quedó clavada en la pared del otro lado de la habitación

donde, por la mañana, había disuelto un montón de yeso.

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El Sr. Groat tomó una mesurada cucharada de tintura de ruibarbo y

pimienta de cayena, para mantener los tubos abiertos, y verificó que todavía

tenía el topo muerto alrededor del cuello, para prevenir cualquier ataque

repentino de los doctores. Todos sabían que los doctores te enfermaban, era

lógico. Los remedios de la naturaleza eran el truco todo el tiempo, y no

alguna poción infernal hecha con los dioses sabían qué. Se relamió los labios

con fruición. Pondría azufre fresco en sus medias esta noche, también, y

podía sentir que le hacía bien.

Las dos linternas de vela brillaban en la aterciopelada oscuridad de

papel de la oficina de clasificación principal. La luz brillaba a través del vidrio

exterior, lleno de agua de modo que la vela se apagara si se caía; eso hacía

que las linternas se vieran como las luces de algunos peces abismales de las

calamarosas profundidades de acero.

Se escuchó un pequeño gorgoteo en la oscuridad. Groat repuso el

corcho en su botella de elíxir y siguió con sus asuntos.

—¿Están los tinteros llenos, Cartero Aprendiz Stanley? —entonó.

—Sí, Cartero Subalterno Groat, llenos hasta la profundidad de un tercio

de pulgada hasta el borde, según las Reglas de Mostrador de la Oficina de

Correos, Observancias Diarias, Regla C18 —dijo Stanley.

Se escuchó un crujido cuando Groat pasó las páginas de un inmenso

libro sobre el atril enfrente de él.

—¿Puedo ver la figura, Sr. Groat? —dijo Stanley, con ansiedad.

Groat sonrió. Se había convertido en parte de la ceremonia, y dio la

respuesta que daba todo el tiempo.

—Muy bien, pero ésta es la última vez. No es bueno mirar la cara de un

dios demasiado a menudo —dijo—. O cualquier otra parte.

—Pero usted dijo que solía haber una estatua de oro suya en el gran

salón, Sr. Groat. Las personas deben haberlo mirado todo el tiempo.

Groat vaciló. Pero Stanley era un muchacho en crecimiento. Lo tendría

que saber tarde o temprano.

—La verdad es que no creo que las personas miraran mucho la cara —

Page 50: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

dijo—. Miraban más las... alas.

—En su sombrero y sus tobillos —dijo Stanley—. De esa manera podía

volar los mensajes a la velocidad de... los mensajes.

Una pequeña cuenta de sudor bajó de la frente de Groat.

—Principalmente su sombrero y tobillos, sí —dijo—. Er... pero no sólo

allí.

Stanley miró con atención la figura.

—Oh, sí. Nunca antes las noté. Tiene alas en...

—La hoja de higuera —dijo Groat rápidamente—. Así es como lo

llamamos.

—¿Por qué tiene una hoja allí? —preguntó Stanley.

—Oh, todos las tenían en los días antiguos, porque era “Clásico” —dijo

Groat, aliviado por alejarse del meollo del tema—. Es una hoja de higuera.

De un árbol de higos.

—¡Ja, ja, es una broma para ellos, no hay ningún árbol de higos por

aquí! —dijo Stanley, a la manera de uno que expone la falla en un dogma

sostenido por mucho tiempo.

—Sí, muchacho, muy bien, pero era una de estaño de todos modos —

dijo Groat, con paciencia.

—¿Y las alas? —preguntó el muchacho.

—Bie-en, supongo que pensaban que cuantas más alas mejor —dijo

Groat.

—Sí, pero suponiendo que las alas del sombrero y de los tobillos

dejaran de funcionar, quedaría sostenido por las...

—¡Stanley! ¡Es sólo una estatua! ¡No te excites! ¡Cálmate! No quieres...

molestarlos.

Stanley colgó su cabeza.

—Han estado... susurrándome otra vez, Sr. Groat —le confió en voz

baja.

—Sí, Stanley. Me susurran, también.

—Las recuerdo la vez pasada, hablando en la noche, Sr. Groat —dijo

Stanley, con voz temblorosa—. Cierro mis ojos y sigo viendo la escritura...

—Sí, Stanley. No te preocupes por eso. Trata de no pensar. Es por culpa

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del Sr. Lipstick, agitándolas. Déjalas tranquilas, digo. Nunca escuchan, ¿y

luego qué ocurre? Lo averiguan de la manera difícil.

—Me parece sólo ayer, esos guardianes dibujando con tiza un perfil

alrededor del Sr. Mutable —dijo Stanley, empezando a temblar—. ¡Él lo

averiguó de la manera difícil!

—Cálmate, ahora, cálmate —dijo Groat, palmeándole suavemente el

hombro—. Ya te las quitarás. Piensa en alfileres.

—¡Pero es cruel, Sr. Groat, nunca vivió lo suficiente para convertirlo en

Cartero Titular!

Groat sorbió.

—Oh, ya basta de eso. No es importante, Stanley —dijo, su cara como

trueno.

—Sí, Sr. Groat, pero usted es un hombre muy pero muy viejo y todavía

es sólo un Cartero Subalt... —insistió Stanley.

—¡Dije que ya es suficiente, Stanley! Ahora, levanta esa lámpara otra

vez, ¿quieres? Bueno. Eso está mejor. Leeré una página de las Reglas, eso

siempre las calma. —Groat se aclaró la garganta—. Ahora leeré del Libro de

Reglas, Tiempos de Entrega (Metropolitano) (Domingos y Octedías

exceptuados) —anunció al aire—. Dice: «Las horas en que las cartas

deberían ser puestas en las casas receptoras en la ciudad para cada reparto

dentro de los muros de la ciudad de Ankh-Morpork son como siguen: por la

noche antes de las ocho, el primer reparto. Por la mañana antes de las ocho,

el segundo reparto. Por la mañana antes de las diez, el tercer reparto. Por la

mañana antes de las doce, el cuarto reparto. Por la tarde antes de las dos, el

quinto reparto. Por la tarde antes de las cuatro, el sexto reparto. Por la tarde

antes de las seis, el séptimo reparto.» Éstas son las horas, y las he leído. —

Groat bajó la cabeza por un momento, y luego cerró el libro con un golpe.

—¿Por qué estamos haciendo esto, Sr. Groat? —preguntó Stanley,

mansamente.

—Por arro-gancia —dijo el Sr. Groat—. Es por eso. La arro-gancia mató

a la Oficina de Correos. La arro-gancia y la codicia y Puñetero Estúpido

Johnson y el Nuevo Pie.

—¿Un pie, Sr. Groat? ¿Cómo podría un pie...?

Page 52: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

—No preguntes, Stanley. Se vuelve complicado y no hay nada allí sobre

alfileres.

Apagaron las velas, y partieron.

Cuando se habían ido, empezó un apagado susurro.

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CAPÍTULO 3

Nuestra Propia Mano, O Ninguna

En La Cual nuestro héroe descubre el mundo alfileres - El Apóstrofe de

Verdulero - S.C.U.B.A. - El sendero del Destino - La Dama Golem - El

Negocio de los Negocios y la Naturaleza de la Libertad Discutida Una Vez

Más - El Secretario Brian se entusiasma

—Levántese Y Brille, Sr. Lipvig. ¡Su Segundo Día Como Director De

Correos!

Moist abrió un ojo legañoso y miró furioso al golem.

—Oh, ¿de modo que es un reloj despertador también? —dijo—. Aargh.

Mi lengua. La siento como atrapada en una ratonera.

Medio gateó, medio rodó a través de la cama de cartas y logró ponerse

de pie justo fuera de la puerta.

—Necesito ropa nueva —dijo—. Y comida. Y un cepillo de dientes. Voy a

salir, Sr. Bomba. Usted va a quedarse aquí. Haga algo. Ordene el sitio. Quite

los graffiti de las paredes, ¿quiere? ¡Por lo menos podemos hacer que el sitio

se vea limpio!

—Lo Que Usted Diga, Sr. Lipvig.

—¡Correcto! —dijo Moist, y salió a grandes zancadas, una zancada, y

luego lanzó un aullido.

—Tenga Cuidado Con Su Tobillo, Sr. Lipvig —dijo el Sr. Bomba.

—¡Y otra cosa! —dijo Moist, saltando sobre una pierna—. ¿Cómo puede

seguirme? ¿Cómo es posible que pueda saber dónde estoy?

—Firma Kármica, Sr. Lipvig —dijo el golem.

—¿Y eso qué significa, exactamente? —exigió Moist.

—Significa Que Sé Exactamente Dónde Está, Sr. Lipvig. —La cara de

cerámica estaba impasible. Moist se rindió.

Salió cojeando a lo que, para esta ciudad, era una fresca nueva

mañana. Había habido un toque de escarcha durante la noche, apenas

Page 54: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

suficiente para poner algo de brío en el aire y darle apetito. La pierna

todavía dolía, pero por lo menos hoy no necesitaba la muleta.

Aquí estaba Moist von Lipwig caminando a través de la ciudad. Nunca

ante lo había. El difunto Albert Spangler sí, y también Mundo Smith y Edwin

Streep y media docena de otras identidades que había adoptado y

descartado. Oh, había sido Moist por dentro (vaya nombre, sí, había

escuchado todas las bromas posibles), pero ellos estaban en el exterior,

entre el mundo y él.

Edwin Streep fue una obra de arte. Había sido un aprovechador de la

falta de confianza, y necesitaba ser notado. Era malo, de un modo tan

patente y obvio, para jugar el truco de Encontrar la Dama y otras estafas

callejeras que las personas efectivamente formaban fila para engañar al

tonto timador y se alejaban sonriendo... hasta el momento en que trataban

de gastar las monedas que le habían arrebatado tan rápidamente.

Hay un arte secreto en la falsificación, y Moist lo había descubierto: de

prisa, o excitadas, las personas completarían la falsificación por propia

codicia. Estarán tan entusiasmadas por arrebatarle el dinero al obvio idiota

que sus propios ojos se llenaban de todos los pequeños detalles que no

estaban allí, sobre las monedas que tan rápidamente se guardaban. Todo lo

que tenía que hacer era insinuarlo.

Pero era sólo para principiantes. Algunos clientes nunca jamás

descubrieron que ponían monedas falsas en su monedero, revelando al

incompetente Streep en qué bolsillo lo guardaban. Más tarde aprendían que

Streep podía ser inútil con un mazo de naipes, pero que también esta falta

era más que compensada por su excepcional destreza como carterista.

Ahora Moist se sentía como un langostino pelado. Se sentía como si

hubiera salido desnudo. Y con todo, todavía, nadie le estaba prestando

atención. No escuchaba ningún grito de ‘Hey, tú’, ninguno de ‘¡Es él!’. Era

sólo otra cara en la multitud. Era una nueva y extraña sensación. Nunca

antes, en realidad, había tenido que ser él mismo.

Lo celebró comprando una guía de calles en el Gremio de Comerciantes,

y tomó un café y un sándwich de tocino mientras hojeaba, grasosamente, a

través de la lista de bares. No encontró allí lo que estaba buscando, pero lo

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encontró en la lista de peluqueros, y sonrió. Era bueno tener razón.

También encontró una mención de Cambio de Alfileres de Dave, en

Dolly Sisters, en un callejón entre una casa de citas y una de masajes.

Compraba y vendía alfileres a los aficionados.

Moist terminó su café con una expresión sobre su cara que los que lo

conocían bien, un grupo de hecho consistente en completamente nadie,

habría reconocido como la formación de un plan. En última instancia, todo se

trataba de personas. Si iba a quedarse aquí durante un tiempo, se pondría

cómodo.

Fue caminando hasta el auto-denominado ‘¡¡¡Hogar de Acufilia!!!’.

Fue como levantar una piedra menospreciada y encontrar todo un

nuevo mundo. El Cambio de Alfileres de Dave era esa clase de pequeña

tienda donde el propietario conoce a cada uno de sus clientes por el nombre.

Era un mundo maravilloso, el mundo de los alfileres. Era un pasatiempo que

podría durarte toda una vida. Moist lo sabía porque gastó un dólar en

alfileres de J. Lanugo Owlsbury, aparentemente la última palabra sobre el

tema. Todos tenían sus pequeñas manías graciosas, reconocía Moist, pero

no se sentía completamente cómodo entre personas que, si veían un pin-up,

prestarían atención a los pins.4 Algunos de los clientes que revisaban los

estantes de libros (Diseños Raros, Puntas Dobles y Defectos, Alfileres de

Uberwald y Genua, Primeros Pasos en Alfileres, Aventuras en Acufilia...), y

que miraban con codicia el estante de alfileres colocados bajo el vidrio

tenían una intensidad en la expresión que lo asustó. Se parecían un poco a

Stanley. Eran todos varones. Evidentemente, las mujeres no eran "cabezas

de alfiler" naturales.

Encontró Alfileres Totales en el estante inferior. Tenía un aspecto

manchado, como producido en casa; la letra era pequeña y apretada,

carecía de sutilezas tales como párrafos y, en muchos casos, de puntuación.

La coma tenía la expresión de Stanley y decidió no perturbarlo.

Cuando Moist puso la pequeña revista sobre el mostrador, el propietario

de la tienda, un inmenso hombre barbudo con rastas, un alfiler a través de

4 Pin-up, se refiere a una imagen con alguna mujer provocativa; pin es alfiler; el juego de palabras no tiene

sentido al ser traducido. (N del T)

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su nariz, una panza de bebedor de cerveza que pertenecía a otras tres

personas, y las palabras ‘Muerte o Alfileres’ tatuadas sobre un bíceps, la

recogió y la dejó con desdén.

—¿Seguro sobre eso, señor? —dijo—. Tenemos Alfileres Mensual,

Nuevos Alfileres, Alfileres Prácticos, Alfileres Modernos, Alfileres Extra,

Alfileres Internacional, Hablando de Alfileres, Mundo Alfiler, Alfileres del

Mundo, Mundo de Alfileres, Alfileres y Alfileteros... —La atención de Moist se

desvió durante un momento pero volvió para escuchar—... el Compendio de

Acufilia, Alfileres Extremos, Stifte!... es de Uberwald, muy bueno si

colecciona alfileres extranjeros Empezando Alfileres... es un fascículo, señor,

con un nuevo alfiler todas las semanas... el Times Alfiler, y —aquí el gran

hombre hizo un guiño—, Alfileres de Callejón Posterior.

—Noté ésa —dijo Moist—. Tiene muchas figuras de jóvenes mujeres en

cuero.

—Sí, señor. Pero, para ser justo, en general sostienen alfileres. Bien,

entonces... ¿todavía es Alfileres Totales para usted, verdad? —añadió, como

dándole a un tonto la última oportunidad de arrepentirse de su locura.

—Sí —dijo Moist—. ¿Qué tiene de malo?

—Oh, nada. Nada en absoluto. —Dave se rascó el estómago,

pensativo—. Sólo que el editor es un poco... un poco...

—¿Un poco qué? —preguntó Moist.

—Bien, pensamos que es un poco raro con los alfileres, para decirle la

verdad.

Moist miró la tienda a su alrededor.

—¿De veras? —dijo.

Moist fue hasta un café cercano y hojeó la revista. Uno de los dones de

su vida previa había sido la habilidad de aprender sólo lo suficiente sobre

algo para sonar como un experto, por lo menos ante los no-expertos.

Entonces regresó a la tienda.

Todos tenían sus palancas. A menudo era la codicia. La codicia era un

viejo recurso confiable. A veces era el orgullo. Ésa era la palanca de Groat.

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Quería el ascenso desesperadamente; uno podía verlo en sus ojos.

Encuentra la palanca, y entonces es navegación libre de obstáculos.

Stanley, ahora, Stanley... sería fácil.

Gran Dave estaba examinando un alfiler bajo un microscopio cuando

Moist regresó a la tienda. La hora punta para la compra de alfileres debía

haber casi terminado, porque sólo quedaban algunos rezagados comiéndose

con los ojos los alfileres bajo el vidrio, o revisando los estantes.

Moist se acercó al mostrador y tosió.

—¿Sí, señor? —dijo Gran Dave, levantando la vista de su trabajo—. De

regreso otra vez, ¿eh? Son atrapantes, ¿verdad? ¿Ve algo que le guste?

—Un paquete de papeles de alfiler pre-perforados y una caja de

sorpresas de diez peniques, por favor —dijo Moist en voz alta. Los demás

clientes levantaron la vista un momento cuando Dave sacó los paquetes del

estante, y luego la bajaron otra vez.

Moist se inclinó sobre el mostrador.

—Me estaba preguntando —susurró roncamente—, si usted tuviera algo

un poco... ya sabe... ¿más afilado?

El gran hombre le lanzó una mirada cuidadosamente en blanco.

—¿Qué significa, más afilado? —dijo.

—Ya sabe —dijo Moist; se aclaró la garganta—. Más... puntiagudo.

La campanilla de la puerta sonó cuando el último de los clientes,

satisfecho de alfileres por un día, salió. Dave los observó partir y luego

regresó su atención hacia Moist.

—Algo conocedor, ¿verdad, señor? —dijo, haciendo un guiño.

—Un serio estudiante —dijo Moist—. La mayoría de las cosas aquí,

bien...

—No toco clavos —dijo Dave cortante—. ¡No los tendré en la tienda!

¡Tengo una reputación en que pensar! ¡Aquí entran niños pequeños, ya

sabe!

—¡Oh, no! ¡Estrictamente alfileres, para mí! —dijo Moist,

apresuradamente.

—Bueno —dijo Dave, relajándose—. Da la casualidad que podría tener

uno o dos artículos para el genuino coleccionista. —Hizo un gesto con la

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cabeza hacia una cortina de cuentas al fondo de la tienda—. No se puede

poner todo en exhibición, no con jóvenes por aquí, ya sabe cómo es...

Moist lo siguió a través de la sonora cortina hacia la pequeña y

atiborrada habitación atrás, donde Dave, después de una mirada cómplice,

sacó una pequeña caja negra de un estante y la abrió bajo la nariz de Moist.

—No algo que encuentre todos los días, ¿eh? —dijo Dave.

Cielos, es un alfiler, pensó Moist, pero dijo:

—¡Vaya! —en un tono de genuina sorpresa bien logrado.

Unos minutos más tarde, salió de la tienda, luchando contra un impulso

de girar el cuello. Ése era el problema con ciertas clases de locura. Podían

atacar en cualquier momento. ¡Después de todo, acababa de gastar 70

dólares AM en un maldito alfiler!

Se quedó mirando los pequeños paquetes en su mano y suspiró.

Cuando los ponía en el bolsillo de su chaqueta con cuidado, su mano tocó

algo de papel.

Oh, sí. La carta S.C.U.B.A.. Estaba a punto de volver a meterla cuando

su ojo captó el antiguo cartel con el nombre de la calle: Lobbin Clout. Y

cuando su mirada se movió por ella también vio, sobre la primera tienda en

la angosta calle:

Nº 1 A. PARKER & HIJO

VERDULERÍA

FRUTA Y VERDURA DE BUENA CALIDAD

Bien, ¿por qué no entregarla? ¡Hah! Era el director de correos, ¿verdad?

¿Qué daño podría hacer?

Entró a la tienda. Un hombre de edad madura estaba presentando

zanahorias frescas, o posiblemente una zanahoria, en la vida de una mujer

voluminosa con una gran bolsa de compras y verrugas peludas.

—¿Sr. Antimony Parker? —dijo Moist, con urgencia.

—Estaré con usted en apenas un momento, señor, estoy... —empezó el

hombre.

—Sólo necesito saber si usted es el Sr. Antimony Parker, eso es todo —

dijo Moist. La mujer giró para lanzar una mirada furiosa al intruso, y Moist le

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brindó una sonrisa tan ganadora que se ruborizó y deseó -apenas por un

momento- haberse puesto maquillaje hoy.

—Ése es papá —dijo el verdulero—. Está afuera, en la parte posterior,

plantando una col difícil...

—Esto es suyo —dijo Moist—. Entrega postal —Puso el sobre encima del

mostrador y salió de la tienda rápidamente.

Tendero y cliente se quedaron mirando el sobre rosa.

—¿S.C.U.B.A.? —dijo el Sr. Parker.

—Ooh, eso me trae recuerdos, Sr. Parker —dijo la mujer—. En mis días

solíamos poner eso en nuestras cartas cuando estábamos cortejando. ¿Usted

no? Sellado Con Un Beso Amoroso. Había S.C.U.B.A., y L.A.N.C.R.E. y... —

bajó la voz y rió tontamente—, K.L.A.T.C.H., por supuesto. ¿Recuerda?

—Todos eso se me pasó, Sra. Goodbody —dijo el verdulero, tieso—. Y si

significa que los jóvenes están enviando a nuestro papá un sobre rosa con

“scuba” en él, estoy agradecido. Tiempos modernos, ¿eh? —Giró y alzó la

voz—. ¡Papá!

Bien, era la buena acción del día, pensó Moist. O una acción, en todo

caso.

Parecía como si el Sr. Parker hubiera logrado adquirir a algunos hijos,

de una u otra manera. Sin embargo, era... raro pensar en todas esas cartas

apiladas en el viejo edificio. Uno podía imaginarlas como pequeños paquetes

de historia. Si las entregaba, la historia iba de una manera. Pero si uno las

dejaba caer en la ranura entre las tablas del suelo, iba de otra.

Ha. Sacudió la cabeza. ¡Como si una diminuta elección por alguien sin

importancia pudiera hacer tanta diferencia! La historia tenía que ser un poco

más resistente que eso. Todo volvía atrás al final, ¿verdad? Estaba seguro

de haber leído algo, en algún lugar. Si no fuera así, nunca nadie se atrevería

a hacer nada.

Estaba en la pequeña plaza donde se encontraban ocho calles, y decidió

irse a casa por Calle Mercado. Era un camino tan bueno como cualquier otro.

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Cuando estuvo seguro de que tanto Stanley como el golem estaban

ocupados en las montañas de correo, el Sr. Groat se escurrió a través del

laberinto de corredores. Los bultos de cartas estaban apilados tan altos y tan

apretados que fue todo lo que pudo hacer para pasar, pero al fin alcanzó el

tiro del viejo ascensor hidráulico, en desuso por mucho tiempo. El tiro había

sido llenado hasta arriba con cartas.

Sin embargo, la escalerilla del ingeniero todavía estaba despejada, y

por lo menos, ésa llegaba al techo. Por supuesto, había la escalera de

incendios por fuera, pero estaba afuera, y a Groat no le gustaba ir afuera en

el mejor de los casos. Habitaba la Oficina de Correos como un caracol muy

pequeño en una concha muy grande. Estaba acostumbrado a la penumbra.

Ahora, lenta y dolorosamente, con las piernas temblorosas, trepó a

través de los pisos de correo y abrió la trampilla en la cima. Parpadeó y se

estremeció ante la poco familiar luz del sol, y se alzó hasta el techo plano.

Nunca le había gustado hacerlo, realmente, pero ¿qué más podía haber

hecho? Stanley comía como un ave y Groat se mantenía principalmente a té

y bollos, pero todo costaba dinero, incluso si te dabas una vuelta por los

mercados justo cuando cerraban; y en algún lugar del pasado, décadas

atrás, el sueldo había dejado de llegar. Groat se había sentido demasiado

atemorizado para subir al palacio y averiguar por qué. Tenía miedo de que si

pedía dinero fuera botado. Así que empezó a alquilar el viejo desván de

palomas. ¿Dónde estaba el daño? Todas las palomas se habían reunido con

sus hermanas salvajes muchos años atrás, y no se despreciaba un cobertizo

decente en esta ciudad, incluso si apestaba un poco. Había una escalera de

incendio exterior y todo. Era un pequeño palacio comparado con la mayoría

de los alojamientos.

Además, a estos muchachos no les importaba el olor, dijeron. Eran

aficionados a las palomas. Groat no estaba seguro de lo que implicaba,

excepto que tenían que usar una pequeña torre de clacks para atraerlas

apropiadamente. Pero pagaban, eso era lo importante.

Rodeó el gran tanque de agua de lluvia para el elevador difunto y se

deslizó alrededor del tejado hacia el cobertizo, donde golpeó con cortesía.

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—Soy yo, muchachos. Sólo vengo por el alquiler —dijo. La puerta

estaba abierta y escuchó un fragmento de la conversación:

—... las conexiones no lo soportarán durante más de treinta segundos...

Oh, Sr. Groat, pase —dijo el hombre que había abierto la puerta. Era el Sr.

Carlton, con una barba de la que un enano estaría orgulloso, no, de la que

dos enanos estarían orgullosos. Parecía más sensato que los otros dos,

aunque eso no era difícil.

Groat se quitó el sombrero.

—Vengo por el alquiler, señor —repitió, espiando alrededor del

hombre—. Tengo un poco de noticias, también. Sólo pensé que mejor se los

diría, muchachos, tenemos un nuevo director de correos. ¿Si pudieran ser un

poco cuidadosos durante un tiempo? Una inclinación de cabeza es tan buena

como un guiño, ¿eh?

—¿Cuánto tiempo va a durar éste, entonces? —dijo un hombre que

estaba sentado sobre el piso, trabajando en un gran bidón de metal lleno de

algo que, según el Sr. Groat, parecía mecanismo de relojería muy

complicado—. Lo empujará del techo antes del sábado, ¿correcto?

—Bueno, bueno, Sr. Winton, no le reclamo reírse de mí de ese modo —

dijo Groat, nervioso—. En cuanto haya estado aquí algunas semanas y se

instale le daré algo como... una pista de que ustedes están aquí, ¿de

acuerdo? Las palomas siguen bien, ¿verdad? —Echó una mirada alrededor

del desván. Sólo una paloma era visible, acurrucada arriba en una esquina.

—Están afuera haciendo ejercicio ahora mismo —dijo Winton.

—Ah, correcto, eso será, entonces —dijo Groat.

—De todos modos, estamos un poco más interesados en los pájaros

carpinteros por el momento —dijo Winton, sacando una barra de metal

doblada del tambor—. ¿Ves, Alex? Te lo dije, se ha doblado. Y dos

engranajes están gastados...

—¿Pájaros carpinteros? —preguntó Groat.

Sintió cierto descenso de la temperatura, como si hubiera dicho la cosa

equivocada.

—Eso es correcto, pájaros carpinteros —dijo una tercera voz.

—¿Pájaros carpinteros, Sr. Emery? —El tercer aficionado a las palomas

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siempre ponía nervioso a Groat. Era la manera en que sus ojos siempre

estaban en movimiento, como si tratara de ver todo al mismo tiempo. Y

siempre sostenía un tubo del que salía humo, u otra pieza de maquinaria.

Todos parecían muy interesados en tubos y ruedas dentadas, a propósito.

Bastante curioso, Groat nunca los había visto sostener una paloma. No sabía

cómo eran atraídas las palomas, pero había supuesto que tenía que ser de

cerca.

—Sí, pájaros carpinteros —dijo el hombre mientras el tubo en su mano

cambiaba del rojo al azul—. Porque... —y aquí pareció parar y pensar por un

momento—, estamos viendo si se les puede enseñar a... oh, sí, golpetear el

mensaje cuando llegan allí, ¿lo ve? Mucho mejor que las palomas

mensajeras.

—¿Por qué? —preguntó Groat.

El Sr. Emery observó el mundo entero por un momento.

—Porque... ¿pueden entregar los mensajes en la oscuridad? —dijo.

—Bien hecho —murmuró el hombre que desmontaba el tambor.

—Ah, podría salvar una vida, puedo verlo —dijo Groat—. ¡No puedo

verlo derrotar a los clacks, sin embargo!

—Eso es lo que queremos averiguar —dijo Winton.

—Pero estaríamos muy agradecidos si no le contara a nadie sobre esto

—dijo Carlton rápidamente—. Aquí tiene sus tres dólares, Sr. Groat. No

querríamos que otras personas roben nuestra idea, sabe.

—Mis labios están sellados, muchachos —dijo Groat—. No se preocupen

por eso. Pueden confiar en Groat.

Carlton sostenía la puerta abierta.

—Sabemos que podemos. Adiós, Sr. Groat.

Groat escuchó que la puerta se cerraba detrás de él mientras regresaba

a través del techo. Dentro del cobertizo, parecía comenzar una discusión;

escuchó que alguien decía, ‘¿Para qué tuviste que ir y contarle eso?’

Eso fue un poco doloroso, que alguien pensara que no podía ser

confiable. Y, mientras hacía su camino bajando la larga escalerilla, Groat se

preguntó si debía haber señalado que los pájaros carpinteros no vuelan en la

oscuridad. Era asombroso que unos muchachos brillantes como ellos no

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hubieran descubierto esta falla. Pensó que eran un poco crédulos.

Cien pies abajo y un cuarto de milla de distancia, mientras el pájaro

carpintero vuela a la luz del día, Moist siguió el sendero del destino.

En ese momento estaba caminando por un vecindario que estaba sobre

la parte baja de cualquier curva donde uno esperaba haber comprado su

propiedad sobre la parte alta. Aquí había graffiti y basura por todos lados.

Estaban en todos lados de la ciudad, a decir verdad, pero en otro lugar la

basura era basura de mejor calidad y los graffiti estaban cerca a ser escritos

con buena ortografía. Toda el área estaba esperando que algo ocurriera,

como un incendio de veras malo.

Y entonces lo vio. Era el frente de una de esas tiendas pequeñas y sin

esperanza que alojan empresas con la vida medida en días, como ¡¡¡Gran

Venta Liquidación!!!, de medias con dos talones cada una, mallas con tres

piernas y camisas con una manga de cuatro pies de largo. La vidriera estaba

entablada, pero apenas visibles detrás de los graffiti estaban las palabras: El

Golem Trust.

Moist abrió la puerta. El vidrio crujió bajo sus pies.

Una voz dijo:

—¡Las manos donde pueda verlas, señor!

Levantó las manos con cautela, mientras observaba la penumbra.

Había, definitivamente, una ballesta empuñada por una figura tenue. La luz

había logrado escurrirse entre las tablas y destellaba en la punta de la

flecha.

—Oh —dijo la voz en la oscuridad, como ligeramente molesta porque no

había excusas para dispararle a nadie—. Muy bien, entonces. Tuvimos

visitantes anoche.

—¿La vidriera? —preguntó Moist.

—Ocurre más o menos una vez al mes. Sólo la estaba barriendo. —

Escuchó el raspar de un fósforo, y una lámpara se encendió—. Por lo general

no atacan a los mismos golems, no ahora que hay gratis por todas partes.

Pero el vidrio no se defiende.

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Cuando la lámpara fue alzada reveló a una joven mujer, alta, con un

ajustado vestido de lana gris, el pelo negro carbón tan aplastado que parecía

de muñeca y forzado en un rodete ajustado en la parte posterior. Se veía

una leve rojez en sus ojos que indicaba que había estado llorando.

—Tiene suerte de haberme encontrado —dijo—. Sólo entré para

asegurarme que no habían tomado nada. ¿Viene a vender o a contratar?

Puede bajar las manos ahora —añadió, poniendo la ballesta debajo del

mostrador.

—¿Vender o contratar? —dijo Moist, bajando las manos con cuidado.

—Un golem —dijo, en una voz para los lentos de cerebro—. Somos Go-

lem Trust. Compramos o contratamos go-lems. ¿Quiere vender un go-lem o

contratar un go-lem?

—Ninguna de las dos cosas —dijo Moist—. Tengo un go-lem. Quiero

decir, uno traba-ja para mí.

—¿De veras? ¿Dónde? —preguntó la mujer—. Y probablemente

podemos apresurarnos un poco, creo.

—En la Oficina de Correos.

—Oh, Bomba 19 —dijo la mujer—. Dijo que era un servicio del

gobierno.

—Lo llamamos Señor Bomba —dijo Moist, remilgadamente.

—¿De veras? ¿Y obtiene una tibia y maravillosa sensación comprensiva

cuando lo hace?

—¿Perdón? ¿Qué? —preguntó Moist, perplejo. No estaba seguro si ella

se estaba riendo de él detrás de su gesto fruncido.

La mujer suspiró.

—Lo siento, estoy un poco irritable esta mañana. Eso logra el aterrizaje

de un ladrillo sobre tu escritorio. Digamos que no ven el mundo de la misma

manera que nosotros, ¿de acuerdo? Tienen sentimientos, a su propia

manera, pero no son como los nuestros. De todos modos... ¿cómo puedo

ayudarlo, señor...?

—Von Lipwig —dijo y agregó—, Moist Von Lipwig —para conseguir lo

peor. Pero la mujer ni siquiera sonrió.

—Lipwig, pequeño pueblo en Cercanías de Uberwald —dijo, recogiendo

Page 65: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

un ladrillo entre el vidrio roto y los escombros sobre su escritorio, mirándolo

críticamente; luego giró hacia el antiguo gabinete de clasificación detrás de

ella y lo colocó bajo la L—. Exportación principal: sus famosos perros, por

supuesto, segunda importante exportación su cerveza, excepto durante las

dos semanas de Sektober-fest, cuando exporta... ¿cerveza de segunda

mano, probablemente?

—No lo sé. Nos fuimos cuando era niño —dijo Moist—. Hasta donde me

preocupa, es sólo un nombre gracioso.

—Pruebe Adora Belle Dearheart alguna vez —dijo la mujer.

—Ah. Ése no es un nombre gracioso —dijo Moist.

—Totalmente —dijo Adora Belle Dearheart—. Ahora no tengo sentido

del humor en absoluto. Bien, ahora que hemos sido apropiadamente

humanos uno con otro, ¿qué exactamente quería usted?

—Mire, Vetinari me ha cargado o algo así con el Sr... con Bomba 19

como un... un ayudante, pero no sé cómo tratar... —Moist buscó en los ojos

de la mujer para alguna pista respecto al término políticamente correcto, y

optó por ‘él’.

—¿Huh? Sólo trátelo normalmente.

—¿Quiere decir normalmente para un ser humano, o normalmente para

un hombre de cerámica lleno de fuego?

Ante el asombro de Moist, Adora Belle Dearheart sacó un paquete de

cigarrillos de un cajón del escritorio y encendió uno. Confundió su expresión,

y le ofreció el paquete.

—No, gracias —dijo, rechazándolo con la mano. Aparte de una ocasional

anciana con una pipa, nunca antes había visto fumar a una mujer. Era...

extrañamente atractivo, especialmente porque, como resultó, fumaba el

cigarrillo como si le tuviera rencor, chupando el humo y soplándolo casi de

inmediato.

—Le está tomando la mano a todo eso, ¿correcto? —dijo. Cuando la

Sra. Dearheart no estaba fumando sostenía el cigarrillo a la altura del

hombro, el codo de su brazo izquierdo apoyado en su mano derecha. Adora

Belle Dearheart daba la definitiva sensación de que una tapa estaba apenas

reteniendo una completa feminidad de cólera.

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—¡Sí! Quiero decir... —comenzó Moist.

—¡Ja! Es exactamente como la campaña para Alturas Iguales y toda esa

basura de la condescendencia que ellos declaman sobre enanos y por qué no

deberíamos usar términos como la "pequeña charla" y "sentirse pequeño".

Los golems no tienen nada de nuestro equipaje sobre "¿quién soy yo, por

qué estoy aquí?", ¿de acuerdo? Porque lo saben. Fueron hechos para ser

herramientas, para ser propiedad, para trabajar. Lo que hacen es trabajar.

En cierto modo, es lo que son. Fin de la angustia existencial.

La Sra. Dearheart aspiró y luego sopló el humo en un movimiento

nervioso.

—Y entonces la gente estúpida va por allí llamándolos ‘personas de

arcilla’ y ‘Sr. Llavedetuercas’, y así, que ellos encuentran bastante extraño.

Comprenden la libre voluntad. También comprenden que no la tienen. A

decir verdad, en cuanto un golem se posee, es un asunto diferente.

—¿Se posee? ¿Cómo se posee una propiedad? —preguntó Moist—.

Usted dijo que eran...

—¡Ahorran y se compran, por supuesto! El dominio absoluto es el único

camino a la libertad que aceptan. En realidad, lo que ocurre es que los

golems libres sostienen el Trust, el Trust compra golems siempre que puede,

y entonces los nuevos golems se compran al Trust a precio de costo. Está

funcionando bien. Los golems libres ganan veinticuatro sobre ocho y hay

más y más de ellos. No comen, no duermen, no usan ropa ni comprenden el

concepto del ocio. Un tubo ocasional de cemento cerámico no cuesta mucho.

Ahora están comprando más golems todos los meses, y pagan mi sueldo, y

el inicuo alquiler que el arrendador de este basurero está cobrando porque

sabe que lo está alquilando a los golems. Nunca se quejan, ya sabe. Pagan

lo que les pidan. Son tan pacientes que podrían volverlo loco.

Tubo de cemento cerámico, pensó Moist. Trató de fijar esa idea en caso

de que le viniera útil, pero algunos procesos mentales estaban

completamente ocupados con la creciente comprensión de qué tan bien se

veían algunas mujeres con un vestido severamente liso.

—¿Seguramente no pueden ser dañados, verdad? —logró decir.

—¡Por cierto que sí! Un mazazo sobre el sitio correcto realmente los

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estropearía. Los golems de propietarios sólo se quedarán allí y lo soportarán.

Pero a los golems del Trust se les permite defenderse, y cuando alguien que

pesa una tonelada te arrebata un martillo de la mano tienes que soltarlo

realmente rápido.

—Creo que al Sr. Bomba le permiten golpear a las personas —dijo

Moist.

—Muy posiblemente. Muchos de los liberados están en contra de eso,

pero otros dicen que una herramienta no puede ser culpada por el uso que

le den —dijo la Sra. Dearheart—. Lo debaten mucho. Durante muchos días.

Ningún anillo en sus dedos, notó Moist. ¿Qué clase de muchacha

atractiva trabaja para un grupo de hombres de arcilla?

—Todo esto es fascinante —dijo—. ¿Dónde puedo averiguar más?

—Hacemos un folleto —dijo la casi-indudablemente Srta. Dearheart,

abriendo un cajón y colocando un delgado folleto sobre el escritorio—. Son

cinco peniques.

El título sobre la tapa era Arcilla Común.

Moist entregó un dólar.

—Guarde el cambio —dijo.

—¡No! —dijo la Srta. Dearheart, rebuscando monedas en el cajón—.

¿No leyó lo que decía sobre la puerta?

—Sí. Decía "Hagan Añicos A Los Barsturdos" —dijo Moist.

La Srta. Dearheart se puso una mano sobre su frente cansada.

—Oh, sí. El pintor no ha venido aún. Pero debajo de eso... mire, está en

la parte de atrás del folleto...

Moist leyó, o por lo menos lo miró.

—Es una de sus propias lenguas —dijo ella—. Es todo un poco...

místico. Se dice que lo hablan los ángeles. Se traduce como ‘Por Nuestra

Propia Mano, O Nada’. Son ferozmente independientes. No tiene idea.

Ella los admira, pensó Moist. ¡Vaya! Y... ¿ángeles?

—Bien, gracias —dijo—. Mejor será que me vaya. Definitivamente...

bien, gracias, de todos modos.

—¿Qué está haciendo en la Oficina de Correos, Sr. von Lipwig? —dijo la

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mujer mientras abría la puerta.

—Llámeme Moist —dijo Moist, y un poco de su yo interior se

estremeció—. Soy el nuevo director de correos.

—¿No bromea? —dijo la Srta. Dearheart—. Entonces me alegro de que

tenga a Bomba 19 con usted. Los últimos directores de correos no duraron

mucho tiempo, supongo.

—Creo que escuché algo sobre eso —dijo Moist alegremente—. Me

suena como si las cosas eran muy malas en los viejos días.

La frente de la Srta. Dearheart se arrugó.

—¿Viejos días? —dijo—. ¿El mes pasado era viejos días?

Lord Vetinari estaba de pie mirando por su ventana. Su oficina alguna

vez había tenido una maravillosa vista de la ciudad y, técnicamente, todavía

la tenía, aunque ahora el perfil de los techos era un bosque de torres de

clacks, guiñando y centelleando a la luz del sol. Sobre el Tump, el montículo

del viejo castillo del otro lado del río, la gran torre, un extremo del Gran

Tronco que serpenteaba más de dos mil millas a través del continente hasta

Genua, destellaba con el semáforo.

Era bueno ver el impulso vital de los negocios, comercio y diplomacia

bombeando tan regularmente, especialmente cuando uno empleaba

secretarios que eran excepcionalmente buenos para descifrar. Blancos y

negros durante el día, iluminados y oscuros durante la noche, los

obturadores se detenían sólo por niebla y nieve.

Por lo menos, hasta los últimos meses. Suspiró, y volvió a su escritorio.

Había un archivo abierto. Contenía un informe del comandante Vimes

de la Guardia de la Ciudad, con muchos signos de exclamación. También

contenía un informe más mesurado del secretario Alfred, y Lord Vetinari

había rodeado la sección titulada “El Ñu Fumador”.

Escuchó un suave golpe en la puerta y el secretario Nudodetambor

entró como un fantasma.

—Los caballeros de la compañía de semáforos Gran Tronco están todos

aquí ahora, señor —dijo. Colocó sobre el escritorio varias hojas de papel

Page 69: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

cubiertas de diminutas e intrincadas líneas. Vetinari le echó una mirada

superficial a la taquigrafía.

—¿Cháchara ociosa? —dijo.

—Sí, milord. Uno podría decir que excesiva. Pero estoy seguro de que la

boca del tubo de hablar es invisible en el enyesado, milord. Está escondido

muy astutamente en un querubín dorado, señor. El secretario Brian lo ha

incorporado en su cornucopia, que aparentemente recoge más sonidos y

puede ser girado hacia cualquiera...

—Uno no tiene que ver algo para saber que está ahí, Nudodetambor. —

Vetinari golpeó el papel con un dedo—. Éstos no son hombres estúpidos.

Bien, algunos de ellos, al menos. ¿Tienes los archivos?

La pálida cara de Nudodetambor mostró por un momento la expresión

dolorida de un hombre forzado a traicionar los altos principios del archivado.

—Por así decirlo, milord. En realidad, no tenemos nada sólido sobre

ninguna de las acusaciones, no realmente. Estamos llevando a cabo un

Concludium en la Galería Larga, pero son todas habladurías, señor, me

temo. Hay... insinuaciones, aquí y allá, pero realmente necesitamos algo

más sólido...

—Habrá una oportunidad —dijo Vetinari. Ser hoy un gobernante

absoluto no era tan simple como la gente pensaba. Por lo menos, no era

simple si tus ambiciones incluían ser un gobernante absoluto mañana. Había

sutilezas. Oh, uno podía ordenar a los hombres hacer añicos las puertas y

arrastrar a las personas a los calabozos sin juicio, pero mucho de ese tipo de

acciones carecía de estilo y de todos modos era malo para el negocio,

adictivo y sumamente peligroso para la salud. Un tirano pensante, creía

Vetinari, tenía un trabajo mucho más difícil que un gobernante puesto en el

poder por un algún sistema idiota de vótese-usted-mismo como la

democracia. Por lo menos, ellos podían decirle a la gente que era su culpa.

—... normalmente no habríamos empezado carpetas individuales en

este momento —Nudodetambor estaba agonizando—. Mire, simplemente los

habría mencionado en el diario...

—Tu interés es, como siempre, ejemplar —dijo Vetinari—. Veo, sin

embargo, que has preparado algunas carpetas.

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—Sí, milord. He llenado algunas de ellas con copias del análisis de la

producción de cerdos del secretario Harold de Genua, señor. —

Nudodetambor se veía desdichado mientras entregaba las carpetas de

cartulina. Un archivo mal hecho pasaba las uñas por la pizarra de su propia

alma.

—Muy bien —dijo Vetinari. Las dejó sobre su escritorio, sacó otra

carpeta de un cajón del escritorio para ponerla encima, y movió algunos

otros papeles para cubrir la pequeña pila—. Ahora, por favor, haz pasar a

nuestros visitantes.

—El Sr. Tendencioso está con ellos, milord —dijo el secretario.

Vetinari mostró su sonrisa triste.

—¡Qué sorprendente!

—Y el Sr. Reacher Gilt —añadió Nudodetambor, observando a su amo

cuidadosamente.

—Por supuesto —dijo Vetinari.

Cuando los financieros desfilaron algunos minutos después, la mesa de

conferencias en un extremo de la habitación estaba limpia y brillante, a

excepción de un bloc de papel y la pila de archivos. El mismo Vetinari estaba

parado frente a la ventana otra vez.

—Ah, caballeros. Tanta gentileza al venir a esta pequeña charla —dijo—

. Estaba disfrutando la vista.

Dio media vuelta bruscamente, y enfrentó una hilera de caras perplejas,

excepto dos. Una era gris y pertenecía al Sr. Tendencioso, que era el

abogado más renombrado, costoso e indudablemente más viejo en la

ciudad. Había sido zombi por varios años, aunque al parecer el cambio de

hábitos entre la vida y la muerte no fue notable. La otra cara pertenecía a

un hombre con un ojo y un parche negro, y sonreía como un tigre.

—Es particularmente placentero ver al Gran Tronco en operación otra

vez —dijo Vetinari, ignorando esa cara—. Creo que estuvo inactivo todo el

día de ayer. Estaba pensando para mí mismo que era una lástima, siendo el

Gran Tronco tan vital para todos nosotros, y que lamentablemente haya sólo

uno. Desgraciadamente, tengo entendido que los patrocinadores del Nuevo

Tronco tienen ahora una confusión, lo cual, por supuesto, deja al Gran

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Tronco operando en solitario esplendor y a su compañía, caballeros, sin

competencia. Oh, ¿en qué estoy pensando? Tomen asiento, caballeros.

Le ofreció otra sonrisa amistosa al Sr. Tendencioso mientras se sentaba.

—Creo que no conozco a todos estos caballeros —dijo.

El Sr. Tendencioso suspiró.

—Milord, permítame presentarle al Sr. Greenyham de Ankh-Sto

Asociados, que es el tesorero de la Compañía Gran Tronco. El Sr. Nutmeg de

Propiedades Planicies de Sto; el Sr. Horsefry del Banco de Crédito Mercantil

de Ankh-Morpork; el Sr. Stowley de Futuros Ankh (Consejeros Financieros) y

el Sr. Gilt...

—... como yo mismo —dijo el hombre de un ojo con calma.

—Ah, el Sr. Reacher Gilt —dijo Vetinari, mirándolo directamente—.

Estoy tan... complacido de conocerlo por fin.

—Usted no viene a mis fiestas, milord —dijo Gilt.

—Discúlpeme. Los asuntos de estado toman demasiado de mi tiempo —

dijo Lord Vetinari bruscamente.

—Todos deberíamos hacer tiempo para relajarnos, milord. Todo trabajo

y nada de juego hacen de Jack un chico aburrido, como dicen.

Varios en la asamblea suspendieron su respiración cuando lo

escucharon, pero Vetinari simplemente parecía en blanco.

—Interesante —dijo.

Hojeó los archivos y abrió uno de ellos.

—Ahora, mi personal ha preparado algunas notas para mí, de la

información públicamente disponible en el Barbican —dijo al abogado—. Las

direcciones, por ejemplo. Por supuesto, el misterioso mundo de las finanzas

es un libro cerrado, ja, ja, para mí, ¿pero me parece que algunos de sus

clientes trabajan, por así, unos para otros?

—Sí, milord —dijo Tendencioso.

—¿Es eso normal?

—Oh, es muy común que personas con pericias especiales estén en la

junta de varias compañías, milord.

—¿Incluso si las compañías son rivales? —preguntó Vetinari.

Hubo sonrisas alrededor de la mesa. La mayoría de los financieros se

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acomodaron un poco más en sus sillas. El hombre era evidentemente un

tonto sobre el tema de los negocios. ¿Qué sabía sobre interés compuesto,

eh? Había sido educado tradicionalmente. Y entonces recordaron que su

educación había sido en la Escuela del Gremio de Asesinos, y dejaron de

sonreír. Pero el Sr. Gilt miraba a Vetinari atentamente.

—Hay maneras... maneras sumamente honorables de garantizar la

confidencialidad y evitar los conflictos de intereses, milord —dijo el Sr.

Tendencioso.

—Ah, esto sería... lo que ahora es... ¿los techos de vidrio? —dijo Lord

Vetinari alegremente.

—No, milord. Eso es otra cosa. Creo que usted puede estar pensando

en el ‘Muro Agatano’ —dijo el Sr. Tendencioso suavemente—. Esto asegura

cuidadosa y exitosamente que no habrá incumplimiento de la

confidencialidad si, por ejemplo, una parte de una organización entra en

posesión de información privilegiada que podría posiblemente ser utilizada

por otro departamento para una ganancia poco ética.

—¡Esto es fascinante! ¿Cómo funciona, exactamente? —dijo Vetinari.

—Las personas se ponen de acuerdo en no hacerlo —dijo el Sr.

Tendencioso.

—¿Perdón? Pensé que usted dijo que hay una pared... —dijo Vetinari.

—Es sólo un nombre, milord. Para el acuerdo de no hacerlo.

—¿Ah? ¿Y lo hacen? ¡Qué estupendo! ¿Aunque en este caso la pared

invisible debe pasar por el medio de sus cerebros?

—¡Tenemos un Código de Conducta, lo sabe! —dijo una voz.

Todos los ojos excepto los que pertenecían al Sr. Tendencioso se

volvieron hacia el que habló, que había estado inquieto en su silla. El Sr.

Tendencioso era un estudioso de mucho tiempo del Patricio, y cuando su

tema parecía ser el de un funcionario confundido haciendo preguntas

inocentes era el momento de observarlo atentamente.

—Estoy muy feliz escucharlo, Sr... —empezó Vetinari.

—¡Crispin Horsefry, milord, y a mí no me gusta el tono de su

interrogatorio!

Por un momento pareció que incluso las mismas sillas se alejaban un

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poco de él. El Sr. Horsefry era un hombre bastante joven, no simplemente

corriendo hacia la gordura sino saltando, brincando y zambulléndose hacia la

obesidad. Había adquirido a los treinta una impresionante selección de

barbillas, y ahora temblaban con orgullo airado.5

—Tengo una cantidad de otros tonos —dijo Lord Vetinari con calma.

El Sr. Horsefry miró a sus colegas, que estaban de algún modo y de

repente, en el horizonte lejano.

—Sólo quería aclarar que no hemos hecho nada malo —farfulló—. Eso

es todo. Hay un Código de Conducta.

—Estoy seguro de no haber sugerido que usted haya hecho nada malo

—dijo Lord Vetinari—. Sin embargo, tomaré nota de lo que me dice.

Acercó una hoja de papel hacia él y escribió, en una cuidadosa letra

inglesa, ‘Código de Conducta’. Al mover el papel reveló un archivo marcado

“Desfalco”. El título estaba por supuesto al revés para el resto del grupo y,

ya que presumiblemente se suponía que ellos no debían leerlo, lo leyeron.

Incluso Horsefry retorció la cabeza para una mejor vista.

—Sin embargo —continuó Vetinari—, ya que la cuestión de malas

acciones ha sido planteada por el Sr. Horsefry —y ofreció una breve sonrisa

al joven—, estoy seguro de que ustedes son conscientes de rumores que

sugieren una conspiración entre ustedes para mantener precios altos y

competencia nula. —La frase salió rápida y suave, como una lengua de

serpiente, y el golpecito de la punta fue—: Y, efectivamente, algunos

rumores sobre la muerte del joven Sr. Dearheart el mes pasado.

Un revuelo en el semicírculo de hombres decía que el zapato había

caído. No era un zapato bienvenido, sino que era un zapato que había

estado esperando y acababa de caer.

—Una mentira procesable —dijo Tendencioso.

5 Está mal juzgar por las apariencias. A pesar de su expresión, que era la de un cochinillo teniendo una

idea brillante, y su modo de hablar, que podía poner en su mente un perro pequeño, jadeante y neurótico pero

ridículamente caro, el Sr. Horsefry bien podría haber sido un hombre gentil, generoso y piadoso. De la misma

manera, el hombre que trepa hasta su ventana con un mono rayado, una máscara y gran prisa podría simplemente

haberse perdido de camino a la fiesta de disfraces, y el hombre con peluca y toga en el centro de la corte podría

ser sólo un travestido que entró a protegerse de la lluvia. Los juicios apresurados pueden ser muy injustos. (N del

A)

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—Por el contrario, Sr. Tendencioso —dijo Vetinari—, la simple mención

de la existencia de un rumor no es procesable, como estoy seguro que usted

sabe.

—No hay pruebas de que tuviéramos que ver con el homicidio del

muchacho —dijo Horsefry con brusquedad.

—Ah, ¿de modo que usted también escuchó a la gente decir que fue

asesinado? —dijo Vetinari, los ojos sobre la cara de Reacher Gilt—. Estos

rumores vuelan por todas partes, ¿verdad...?

—Milord, las personas hablan —dijo Tendencioso cansadamente—. Pero

los hechos son que el Sr. Dearheart estaba solo en la torre. Nadie más subió

ni bajó. Su línea de seguridad estaba sujeta aparentemente a nada. Fue un

accidente, como ocurre a menudo. Sí, sabemos que la gente dice que sus

dedos estaban fracturados, pero con una caída desde esa distancia,

golpeando la torre en el camino, ¿puede eso ser realmente sorprendente?

Para nuestro pesar, la Compañía Gran Tronco no es popular en este

momento y por eso se hacen estas acusaciones difamatorias e infundadas.

Como el Sr. Horsefry señaló, no hay ninguna prueba de que lo que ocurrió

fuera algo más que un trágico accidente. Y, si puedo hablar francamente,

¿cuál es exactamente el propósito de llamarnos aquí? Mis clientes son

hombres ocupados.

Vetinari se reclinó y unió sus dedos.

—Consideremos una situación en la que algunos hombres entusiastas y

muy ingeniosos inventan un notable sistema de comunicación —dijo—. Lo

que tienen es una especie de ingenuidad apasionada, en grandes

cantidades. Lo que no tienen es dinero. No están acostumbrados al dinero.

De modo que se encuentran con algunas... personas, que los presentan a

otras personas, personas amigables, quienes por, oh, un cuarenta por ciento

de interés en la empresa les dan el muy necesitado efectivo y, muy

importante, mucho consejo paternal y una presentación para una muy

buena firma de contadores. Y entonces prosiguen, y pronto el dinero entra y

el dinero sale, pero de algún modo, aprenden, no están económicamente tan

estables como creen y realmente necesitan más dinero. Bien, todo esto está

bien porque está claro para todos que la empresa básica va a ser un árbol

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de dinero algún día, y ¿acaso importa si firman por otro quince por ciento?

Es sólo dinero. No es importante como lo son los mecanismos de obturador,

¿verdad? Y entonces descubren que sí, lo es. El dinero es todo. De repente

el mundo está patas arriba, de repente esas buenas personas ya no son tan

amigables, de repente resulta que esos trozos de papel que firmaron con

prisa, aconsejados de firmar por personas que sonreían todo el tiempo,

significan que en realidad no poseen nada en absoluto, ni patentes, ni

propiedad, nada. Ni siquiera el contenido de sus propias cabezas,

efectivamente. Al parecer, cualquier idea que tengan ahora no les pertenece.

Y de algún modo todavía están en un aprieto por el dinero. Bien, algunos

corren, algunos se esconden, algunos tratan de pelear, que es

extremadamente tonto, porque resulta que todo es legal, realmente.

Algunos aceptan empleos de bajo nivel en la empresa, porque tiene que vivir

y en todo caso la empresa incluso posee sus sueños por la noche. Y con

todo, una real ilegalidad, al parecer, no ha tenido lugar. Negocios son

negocios.

Lord Vetinari abrió los ojos. Los hombres alrededor de la mesa lo

miraban fijamente.

—Sólo pensaba en voz alta —dijo—. Estoy seguro de que ustedes

señalarán que ése no es un asunto del gobierno. Sé que el Sr. Gilt lo hará.

De todos modos, ya que ustedes adquirieron el Gran Tronco a una fracción

de su valor, noto que las fallas están aumentando, la velocidad de los

mensajes ha disminuido y el precio a los clientes ha aumentado. La semana

pasada el Gran Tronco estuvo cerrado durante casi tres días. ¡Ni siquiera

podíamos hablar a Sto Lat! Apenas ‘Tan Rápido Como La Luz’, caballeros.

—Eso fue para mantenimiento esencial... —empezó el Sr. Tendencioso.

—No, fue para reparaciones —interrumpió Vetinari—. Bajo la

administración anterior el sistema se cerraba una hora todos los días. Eso

era para mantenimiento. Ahora las torres corren hasta que se averían. ¿Qué

piensan que están haciendo, caballeros?

—Eso, milord, y con respeto, no es asunto suyo.

Lord Vetinari sonrió. Por primera vez aquella mañana, era una sonrisa

de genuino placer.

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—Ah, Sr. Reacher Gilt, me estaba preguntando cuándo tendría noticias

de usted. Ha estado inusitadamente silencioso. Leí su reciente artículo en el

Times con gran interés. Usted es un apasionado por la libertad, deduzco.

Utilizó la palabra ‘tiranía’ tres veces y la palabra ‘tirano’ una vez.

—No sea condescendiente, milord —dijo Gilt—. Poseemos el Tronco. Es

nuestra propiedad. ¿Lo comprende? La propiedad es la base de la libertad.

Oh, los clientes se quejan del servicio y de los precios, pero los clientes

siempre se quejan de tales cosas. No estamos escasos de clientes sin

importar lo que cueste. Antes del semáforo, las noticias desde Genua

tardaban meses en llegar aquí, ahora tardan menos de un día. Es magia

asequible. Somos responsables ante nuestros accionistas, milord. No, con

respeto, ante usted. No es su negocio. Es nuestro negocio, y lo

administraremos de acuerdo con el mercado. Espero que no haya ninguna

tiranía aquí. Ésta es, con respeto, una ciudad libre.

—Tal cantidad de respeto es gratificante —dijo el Patricio—. Pero la

única elección que tienen sus clientes está entre ustedes y nada.

—Exactamente —dijo Reacher Gilt con calma—. Siempre hay una

elección. Pueden cabalgar unos cuantos miles de millas, o pueden esperar

con paciencia hasta que podamos enviar su mensaje.

Vetinari mostró una sonrisa que duró tanto tiempo como un relámpago.

—O financiar y desarrollar otro sistema —dijo—. Aunque noto que todas

las otras compañías que últimamente han tratado de organizar un sistema

de clacks en oposición han fallado muy rápidamente, a veces en

circunstancias angustiosas. Caídas desde la punta de las torres de clacks, y

esas cosas.

—Los accidentes ocurren. Es sumamente desafortunado —dijo el Sr.

Tendencioso, estirado.

—Sumamente desafortunado —repitió Vetinari. Acercó de nuevo el

papel hacia él, desacomodando los archivos ligeramente, de modo que

algunos nombres más quedaron visibles, y escribió ‘Sumamente

desafortunado’.

—Bien, creo que eso cubre todo —dijo—. A decir verdad, el propósito de

esta reunión fue decirles que, por fin, estoy reabriendo oficialmente la

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Oficina de Correos como tenía planeado. Éste es sólo un anuncio de cortesía,

pero sentí que debía decírselos porque están, después de todo, en el mismo

negocio. Creo que la reciente serie de accidentes está ahora termi...

Reacher Gilt se rió entre dientes.

—¿Perdone, milord? ¿Lo entendí correctamente? ¿Realmente piensa

seguir con esta locura, ante todos los hechos? ¿La Oficina de Correos?

¿Cuando todos sabemos que era un lugar monstruoso, pesado, petulante,

con exceso de personal y sobrepeso? ¡Apenas ganaba para su sustento! ¡Fue

la misma esencia y ejemplo de una empresa pública!

—Nunca logró grandes ganancias, es verdad, pero en las áreas de

comercios de esta ciudad había siete entregas por día —dijo Vetinari, frío

como la profundidad del mar.

—¡Ja! ¡No al final! —dijo el Sr. Horsefry—. ¡Era condenadamente inútil!

—Efectivamente. Un ejemplo clásico de una oxidada organización

gubernamental rascando el monedero público —añadió Gilt.

—¡Total verdad! —dijo el Sr. Horsefry—. ¡Solían decir que si uno quería

librarse de un cadáver debería llevarlo a la Oficina de Correos y nunca sería

visto otra vez!

—¿Y lo era? —dijo Lord Vetinari, levantando una ceja.

—¿Era qué?

—¿Era visto otra vez?

Hubo una repentina mirada acorralada en los ojos del Sr. Horsefry.

—¿Qué? ¿Cómo lo sabría?

—Oh, ya veo —dijo Lord Vetinari—. Era una broma. Ah, bien. —Removió

los papeles—. Por desgracia, la Oficina de Correos llegó a ser vista no como

un sistema para mover el correo con eficiencia, para beneficio y ganancia de

todos, sino como una caja fuerte. Y así que quebró, perdiendo tanto el

correo como el dinero. Una lección para todos nosotros, quizás. De todos

modos, tengo grandes esperanzas en el Sr. Lipwig, un joven lleno de nuevas

ideas. Una buena cabeza para las alturas, también, aunque imagino que no

estará trepando a ninguna torre.

—Espero que esta resurrección no resulte ser un drenaje de nuestros

impuestos —dijo el Sr. Tendencioso.

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—Le aseguro, Sr. Tendencioso, que aparte de la moderada suma

necesaria para, por decir, cebar la bomba, el servicio postal será

económicamente independiente como, efectivamente, solía ser. No podemos

permitir que rasque el monedero público, ¿verdad? Y ahora, caballeros, soy

consciente de que los estoy alejando de sus muy importantes negocios.

Confío en que el Tronco estará otra vez en servicio muy pronto.

Cuando se pusieron de pie, Reacher Gilt se inclinó sobre la mesa y dijo:

—¿Puedo felicitarlo, milord?

—Estoy encantado de que usted quiera felicitarme por algo, Sr. Gilt —

dijo Vetinari—. ¿A qué debemos este suceso único?

—A esto, milord —dijo Gilt, haciendo un gesto hacia la pequeña mesa

lateral sobre la cuál había un trozo de piedra tallada en bruto—. ¿No es una

laja Hnaflbaflsniflwhifltafl original? Chalcantita de Llamedos, ¿verdad? Y los

trozos parecen basalto, que es el mismo diablo para esculpir. Una valiosa

antigüedad, creo.

—Fue un regalo del Bajo Rey de los enanos —dijo Vetinari—. Es,

efectivamente, muy antiguo.

—Y tiene una partida en marcha, veo. Usted está jugando del lado

enano, ¿sí?

—Sí. Juego por clacks contra un viejo amigo en Uberwald —dijo

Vetinari—. Por suerte para mí, la falla de ayer me ha dado un día extra para

pensar mi próximo movimiento.

Sus ojos se encontraron. Reacher Gilt rió en grande. Vetinari sonrió. Los

otros hombres, que no necesitaban reír, rieron también. Mire, somos todos

amigos, somos como colegas realmente, nada malo va a ocurrir.

La risa se apagó, con un poco de inquietud. Gilt y Vetinari mantuvieron

las sonrisas, mantuvieron el contacto ocular.

—Deberíamos jugar un partido —dijo Gilt—. Tengo un tablero bastante

bueno. Juego del lado troll, por preferencia.

—¿Despiadado, inicialmente superado en número, inevitablemente

derrotado en manos del jugador descuidado? —dijo Vetinari.

—En efecto. Exactamente como los enanos dependen de mañas, fintas

y rápidos cambios de posición. Un hombre puede aprender todos los

Page 79: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

defectos de un adversario sobre ese tablero —dijo Gilt.

—¿De veras? —dijo Vetinari, levantando las cejas—. ¿No debería estar

tratando de aprender sobre sí mismo?

—¡Oh, ése es Zud! ¡Es fácil! —ladró una voz.

Ambos hombres giraron para mirar a Horsefry, que se había animado

por el alivio total.

—Solía jugarlo cuando era niño —farfulló—. Es aburrido. ¡Los enanos

ganan siempre!

Gilt y Vetinari cruzaron una mirada. Decía: mientras lo odio a usted y a

cada aspecto de su filosofía personal hasta una insondable profundidad por

cualquier línea, le daré el crédito de que por lo menos no sea Crispin

Horsefry.

—Las apariencias son engañosas, Crispin —dijo Gilt, con jovialidad—.

Un jugador troll necesita no perder nunca, si pone su mente en eso.

—Sé que una vez tuve un enano atorado en mi nariz y mami tuvo que

sacarlo con una horquilla —dijo Horsefry, como si fuera fuente de un

inmenso orgullo.

Gilt pasó su brazo alrededor de los hombros del hombre.

—Eso es muy interesante, Crispin —dijo—. ¿Cree que es posible que

ocurra otra vez?

Vetinari estaba parado delante de la ventana después de que partieran,

observando la ciudad debajo. Después de algunos minutos, Nudodetambor

entró sin ruido.

—Hubo un breve intercambio en la antesala, milord —dijo.

Vetinari no dio media vuelta, pero alzó una mano.

—Déjame ver... Imagino que uno de ellos empezó a decir algo como

“¿Piensa que él...?”, y Tendencioso lo hizo callar muy rápidamente. El Sr.

Horsefry, sospecho.

Nudodetambor echó un vistazo al papel en su mano.

—Casi textualmente, milord.

—No se necesita ningún gran salto de imaginación —suspiró Lord

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Vetinari—. Querido Sr. Tendencioso. Es tan... confiable. A veces realmente

pienso que si ya no fuera un zombi sería necesario convertirlo en uno.

—¿Ordeno una Investigación Número Uno sobre el Sr. Gilt, milord?

—Santo cielo, no. Es demasiado inteligente. Ordénala sobre el Sr.

Horsefry.

—¿De veras, señor? Pero usted dijo ayer que creía que él no era nada

más que un tonto avaro.

—Un tonto nervioso, lo cual es útil. Es un cobarde sobornable y un

glotón. Lo he observado sentarse ante una comida de cazuela de frijoles

blancos, y fue una visión impresionante, Nudodetambor, que no olvidaré

fácilmente. La salsa corría por todos lados. Esas camisas rosas que lleva

cuestan más de cien dólares, también. Oh, adquiere el dinero de otras

personas, de una manera segura, secreta y no muy ingeniosa. Envía... sí,

envía al secretario Brian.

—¿Brian, señor? —dijo Nudodetambor—. ¿Está seguro? Es maravilloso

con los dispositivos, pero muy inepto en la calle. Será visto.

—Sí, Nudodetambor. Lo sé. Me gustaría que el Sr. Horsefry se pusiera

un poco... más nervioso.

—Ah, ya veo, señor.

Vetinari regresó a la ventana.

—Dime, Nudodetambor —dijo—, ¿dirías que soy un tirano?

—Indudablemente no, milord —dijo Nudodetambor, ordenando el

escritorio.

Pero por supuesto ése es el problema, ¿verdad? ¿Quién le dirá al tirano

que es un tirano?

—Eso es tramposo, milord, por supuesto —dijo Nudodetambor,

alineando los archivos.

—En sus Pensamientos, que siempre he siempre considerado mal

traducido, Bouffant dice que intervenir para prevenir un homicidio es reducir

la libertad del asesino y con todo esa la libertad, por definición, es natural y

universal, sin condiciones —dijo Vetinari—. Puedes recordar su famoso

dictamen: «Si algún hombre no es libre, entonces también soy un pequeño

pastel hecho de pollo», que ha conducido a una considerable cantidad de

Page 81: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

debate. Por lo tanto, podríamos considerar, por ejemplo, que sacarle la

botella a un hombre que se mata con la bebida es un acto caritativo, más

aún, digno de elogio, y con todo la libertad es reducida otra vez. El Sr. Gilt

ha estudiado su Bouffant pero, me temo, no pudo comprenderlo. La libertad

podría ser el estado natural de la humanidad, pero está sentada en un árbol

comiendo su cena mientras todavía se retuerce. Por otro lado, Freidegger,

en Contextidades Modales, afirma que toda libertad es limitada, artificial y

por lo tanto ilusoria, como máximo una alucinación compartida. Ningún

mortal cuerdo es realmente libre, porque la verdadera libertad es tan terrible

que sólo el loco o la divinidad pueden enfrentarla con los ojos abiertos.

Agobia el alma, muy parecido al estado que en otro lugar describe como

Vonallesvolkommenunverstandlichdasdaskeit. ¿Qué posición tomarías aquí,

Nudodetambor?

—Siempre he pensado, milord, que lo que el mundo realmente necesita

está llenando cajas que no son tan delgadas —dijo Nudodetambor, después

de una pausa de un momento.

—Hmm —dijo Lord Vetinari—. Un punto en qué pensar, por supuesto.

Se detuvo. En los adornos tallados sobre la chimenea de la habitación

un pequeño querubín empezó a girar, con tenue crujido. Vetinari levantó una

ceja hacia Nudodetambor.

—Tendré una palabra con el secretario Brian de inmediato, milord —dijo

el secretario.

—Bien. Dile que es tiempo de salir más al aire fresco.

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Capítulo 4

Una Señal

Oscuros Secretarios y Directores de Correos muertos - Un Lobizón en la

Guardia - El maravilloso alfiler - El Sr. Lipwig lee letras que no están ahí -

Hugo el peluquero es sorprendido - El Sr. Parker compra baratijas - La

Naturaleza de Falsedades Sociales - Princesa en la Torre - Un hombre no

está muerto mientras su nombre sea todavía mencionado.

—Bueno, Entonces, Sr. Lipvig, ¿Qué Bien Hará La Violencia? —tronó el

Sr. Bomba. Se balanceaba sobre sus enormes pies mientras Moist forcejeaba

entre sus manos.

Groat y Stanley estaban acurrucados en el otro extremo del vestuario.

Uno de los remedios naturales del Sr. Groat burbujeaba hacia el piso,

donde las tablas se estaban manchando de púrpura.

—¡Fueron todos accidentes, Sr. Lipwig! ¡Todos accidentes! —dijo

Groat—. ¡La Guardia estaba por todo el lugar por el cuarto! ¡Fueron todos

accidentes, dijeron!

—¡Oh, sí! —gritó Moist—. Cuatro en cinco semanas, ¿eh? ¡Apuesto a

que eso ocurre todo el tiempo por aquí! ¡Los dioses, ahora sí que la hice

buena! Estoy muerto, ¿correcto? ¡Sólo que no tumbado todavía! ¿Vetinari?

¡Ése es un hombre que sabe cómo ahorrar el precio de una soga! ¡Estoy

acabado!

—Usted se sentirá mejor con una buena taza de bismuto y té de

sulfuro, señor —tembló Groat—. Tengo la tetera hirviendo...

—¡Una taza de té no va a ser suficiente! —Moist se controló, o al menos

empezó a actuar como si así fuera, y respiró honda de una manera teatral—.

De acuerdo, de acuerdo, Sr. Bomba, ya puede soltarme ahora.

El golem aflojó los puños. Moist se enderezó.

—¿Bien, Sr. Groat? —dijo.

—Parece que usted es genuino después de todo, entonces —dijo el

Page 83: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

anciano—. Uno de los secretarios oscuros no se habría vuelto tesorero de

ese modo. Pensamos que usted sería uno de los caballeros especiales de su

señoría, mire —Groat dio vueltas alrededor de la tetera—. Sin ofender, pero

usted tiene un poco más de color que el burócrata medio.

—¿Secretarios oscuros? —preguntó Moist, y luego recordó—. Oh...

¿quiere decir esos pequeños hombres rechonchos con trajes negros y

sombreros de bombín?

—Los mismos. Muchachos becados en el Gremio de Asesinos, algunos

de ellos. Escuché que pueden hacer algunas cosas desagradables cuando

tienen mente.

—Pensé que los llamaba burócratas.

—Sí, pero no dije dónde, jejeje —Groat pescó la expresión de Moist y

tosió—. Lo siento, no quise decirlo, sólo una pequeña broma. Consideramos

que el último nuevo director de correos que tuvimos, el Sr. Whobblebury,

era un secretario oscuro. Apenas puedo culparlo, con un nombre así.

Siempre estaba husmeando.

—¿Y por qué piensa que lo era? —dijo Moist.

—Bien, Sr. Mutable, fue el primer tipo decente, se cayó en el gran salón

desde el quinto piso, tortazo, señor, tortazo sobre el mármol. De cabeza.

Fue un poco... salpicoso, señor.

Moist echó un vistazo a Stanley, que estaba empezando a temblar.

—Entonces vino el Sr. Sideburn. Cayó por la escalera de servicio y se

quebró el cuello, señor. Excúseme, señor, son las once y cuarenta y tres. —

Groat caminó hasta la puerta y la abrió, Tiddles la cruzó, Groat cerró la

puerta otra vez—. A las tres de la mañana, fue. Cayó cinco tramos. Se

quebró cada hueso que se podía quebrar, señor.

—¿Quiere decir que estaba rondando sin una luz?

—No lo sé, señor. Pero sé de la escalera. La escalera tiene lámparas

encendidas toda la noche, señor. Stanley las llena todos los días, regular

como Tiddles.

—Usa mucho esa escalera, entonces, ¿verdad? —dijo Moist.

—Nunca, señor, excepto por las lámparas. Casi todo de ese lado está

bloqueado con el correo. Pero es una Regla de la Oficina de Correos, señor.

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—¿Y el siguiente hombre? —preguntó Moist, un poco ronco—. ¿Otra

caída accidental?

—Oh, no, señor. El Sr. Ignavia, ése era su nombre. Dijeron que fue su

corazón. Estaba tumbado muerto en el quinto piso, muerto como una

manija, la cara toda retorcida como si hubiera visto a un fantasma. Causas

naturales, dijeron. Biennnn, la Guardia estaba por todo el lugar para

entonces, puede confiar en ello. Nadie había estado cerca de él, dijeron, y

no había marcas sobre él. Me sorprende que no supiera todo esto, señor.

Estaba en el periódico.

Excepto que tienes muchas alternativas de mantenerte informado de

las noticias en una celda condenada, pensó Moist.

—Oh ¿sí? —dijo—. ¿Y cómo supieron que nadie había estado cerca de

él?

Groat se inclinó hacia adelante y bajó la voz, con tono conspirador.

—Todos saben que hay un lobizón en la Guardia y uno de ellos podría

oler casi condenadamente bien qué color de ropa de color estaba usando.

—Un lobizón —dijo Moist, sin tono.

—Sí. De todos modos, el anterior...

—Un lobizón.

—Eso es lo que dije, señor —dijo Groat.

—Un maldito lobizón.

—Se necesitan de todos los tipos para hacer un mundo, señor. De todos

modos...

—Un lobizón. —Moist despertó del horror—. ¿Y no se lo dicen a los

visitantes?

—Ahora, ¿cómo lo harían, señor? —dijo Groat, con voz amable—. ¿Lo

pondrían en un cartel afuera? ¿‘Bienvenidos A Ankh-Morpork, Tenemos Un

Lobizón’, señor? La Guardia tiene montones de enanos y trolls y un golem,

un golem libre, con perdón de su presencia, Sr. Bomba, y un par de gnomos

y un zombi... incluso un Nobbs.

—¿Nobbs? ¿Qué es un Nobbs?

—El Cabo Nobby Nobbs, señor. ¿No lo conoce todavía? Dicen que tiene

una credencial oficial que dice que es humano, y quién necesita una de ésas,

Page 85: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

¿eh? Por fortuna hay sólo uno así que no puede reproducirse. De todos

modos, tenemos un poco de todo, señor. Muy cosmopolita. ¿No le gustan los

lobizones?

Saben quién eres por tu olor, pensó Moist. Son tan brillantes como un

ser humano y pueden rastrearte mejor que cualquier lobo. Pueden perseguir

un rastro de muchos días atrás, incluso si te cubres con perfume,

especialmente si te cubres con perfume. Oh, hay costumbres por aquí, si

sabes que habrá un lobizón sobre tu rastro. No me asombra que me

pescaran. ¡Debería haber una ley!

—No mucho —dijo en voz alta, y echó un vistazo a Stanley otra vez. Era

útil mirar a Stanley cuando Groat estaba hablando. Ahora el muchacho tenía

los ojos girados hacia arriba de modo que eran prácticamente todo blanco.

—¿Y el Sr. Whobblebury? —dijo—. Estaba investigando para Vetinari,

¿eh? ¿Qué le pasó?

Stanley estaba temblando como un arbusto en un fuerte viento.

—Er, ¿le dieron el llavero grande, señor? —preguntó Groat, su voz

temblando de inocencia.

—Sí, por supuesto.

—Apuesto a que falta una llave —dijo Groat—. La Guardia la tomó. Fue

sólo una. Algunas puertas deberían quedar cerradas, señor. Está todo

terminado y listo, señor. El Sr. Whobblebury murió de un accidente

industrial, dijeron. Nadie cerca de él. Usted no quiere ir allí, señor. A veces

las cosas se rompen tanto que es mejor alejarse, señor.

—No puedo —dijo Moist—. Soy el Director General de Correos. Y éste es

mi edificio, ¿verdad? Decidiré donde voy, Cartero Subalterno Groat.

Stanley cerró los ojos.

—Sí, señor —dijo Groat, como si le hablara a un niño—. Pero usted no

quiere ir allí..., señor.

—¡Su cabeza estaba por toda la pared! —tremoló Stanley.

—Oh, cielos, ahora lo ha provocado, señor —dijo Groat, corriendo hacia

el muchacho—. Está todo bien, muchacho, te daré tus pastillas...

—¿Cuál es el alfiler más costoso hecho alguna vez comercialmente,

Stanley? —dijo Moist rápidamente.

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Fue como tirar de una palanca. La expresión de Stanley pasó de dolor

angustiado a reflexión erudita en un instante.

—¿Comercialmente? Dejando al margen esos alfileres especiales hechos

para exhibiciones y ferias comerciales, incluyendo el Gran Alfiler de 1899,

entonces probablemente sea el Número Tres de Cabeza Ancha ‘Gallina’ Extra

Largo hecho para el mercado de fabricantes de encaje por el famoso

alfiletero Josiah Doldrum, diría. Eran hechos a mano y tenían su típica

cabeza de plata con un grabado microscópico de un gallo. Se cree que hizo

menos de cien antes de su muerte, señor. De acuerdo con el Catálogo de

Alfileres de Hubert Spider, los ejemplares pueden venderse entre cincuenta

y sesenta y cinco dólares cada uno, dependiendo de su condición. Un

Número Tres de Cabeza Ancha Extra Largo adornaría cualquier colección de

un verdadero coleccionista de alfileres.

—Es que... descubrí esto en la calle —dijo Moist, extrayendo una de las

compras de aquella mañana de su solapa—. Estaba caminando por la Calle

del Mercado y allí estaba, entre dos adoquines. Pensé que se veía anormal.

Para ser un alfiler.

Stanley empujó al preocupado Groat y tomó con cuidado el alfiler de los

dedos de Moist. Una lupa muy grande apareció como por arte de magia en

su otra mano.

La habitación contuvo la respiración mientras el alfiler era sujeto a un

serio escrutinio. Entonces Stanley levantó la vista hacia Moist, con asombro.

—¿Lo sabía? —dijo—. ¿Y lo encontró en la calle? ¡Pensé que no sabía

nada sobre alfileres!

—Oh, no realmente, pero tuve algunos escarceos cuando niño —dijo

Moist, agitando una mano con reprobación para sugerir que hubiera sido

demasiado estúpido convertir un pasatiempo escolar en la obsesión de una

vida—. Ya sabe... algunos de los viejos Imperiales de latón, una o dos

rarezas como un par entero o un doble cabeza, el ocasional paquete barato

de alfileres mezclados con aprobación... —Agradezco a los dioses, pensó, la

habilidad de la lectura veloz.

—Oh, nunca hay nada valioso en ésos —dijo Stanley, y volvió otra vez a

la voz del académico—: Mientras la mayoría de los coleccionistas de alfileres

Page 87: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

efectivamente comienzan con un novedoso alfiler llamativo adquirido de

manera casual, seguido por el contenido de los alfileteros de sus abuelas,

jajaja, el camino a una colección realmente valiosa no está en el simple

desembolso de dinero en el emporio de alfileres más cercano, oh no.

Cualquier diletante puede convertirse en el ‘rey alfiler’ con suficiente gasto,

pero para el verdadero coleccionista de alfileres el real placer está en el

placer de la cacería, las ferias de alfileres, las liquidaciones de casas y, quién

saber, un casual destello en el canalón que resulta ser un bien conservado

Doublefast, o un dos puntas entero. Bien se dice: "Vea un alfiler y recójalo,

y todo el día tendrá un alfiler".

Moist casi aplaudió. Era literalmente lo que J. Lanugo Owlsbury había

escrito en la introducción de su trabajo. Y, mucho más importante, ahora

tenía un amigo inquebrantable en Stanley. Eso era decir, sus más oscuras

regiones añadidas, Stanley lo sentía su amigo. El muchacho, su pánico

subsumido por el placer de los alfileres, sostenía su nueva adquisición a la

luz.

—Magnífico —susurró, todos los terrores ahuyentados—. ¡Limpio como

un alfiler nuevo! ¡Tengo un lugar listo y esperándolo en mi carpeta de

alfileres, señor!

—Sí, pensé que lo tendrías.

Su cabeza estaba por toda la pared...

En algún lugar había una puerta con llave, y Moist no la tenía. Cuatro

de sus predecesores habían muerto antes en este mismo edificio. Y no tenía

escapatoria. Ser el Director General de Correos era un trabajo para toda la

vida, de una o otra manera. Fue por eso que Vetinari lo había puesto aquí.

Necesitaba a un hombre que no podía irse, y que era a propósito totalmente

sacrificable. No importaba si Moist von Lipwig moría. Ya estaba muerto.

Y entonces trató de no pensar en el Sr. Bomba.

¿Cuántos otros golems habían trabajado su camino hacia la libertad al

servicio de la ciudad? ¿Habría habido un Sr. Serrucho, recién salido de cien

años en un hoyo de aserrín? ¿O el Sr. Pala? ¿El Sr. Hacha, tal vez?

Y había uno aquí cuando el último pobre tipo encontró la llave de la

puerta cerrada, o una buena ganzúa, y estaba a punto de abrirla cuando

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alguien detrás de él, llamado tal vez Sr. Martillo, sí, oh dioses, sí, ¿levantó

su puño para un golpe repentino y final?

¿Nadie había estado cerca de él? Pero ellos no eran personas,

¿verdad...? Eran herramientas. Sería un accidente industrial.

Su cabeza estaba por toda la pared...

Voy a averiguarlo. Tengo que hacerlo, de otro modo estará

esperándome. Y todos me dirán mentiras. Pero soy el maestro de las

mentiras.

—¿Hmm? —dijo, sintiendo que se había perdido algo.

—Dije, ¿podría ir y poner esto en mi colección, Director de Correos? —

dijo Stanley.

—¿Qué? Oh. Sí. Muy bien. Sí. Dale un muy buen pulido, también.

Cuando el muchacho desgarbado se alejó hacia su extremo del

vestuario, y era desgarbado, Moist pescó a Groat mirándolo con astucia.

—Bien hecho, Sr. Lipwig —dijo—. Bien hecho.

—Gracias, Sr. Groat.

—Buena vista la que tuvo allí —continuó el anciano.

—Bien, la luz se reflejaba en él...

—Na, quise decir ver adoquines en la Calle del Mercado, siendo toda

pavimentada con ladrillos.

Moist le devolvió su mirada sin expresión con una con aun menos

expresión.

—¿Ladrillos, adoquines, a quién le importa? —dijo.

—Sí, correcto. No es importante, en realidad —dijo Groat.

—Y ahora —dijo Moist, sintiendo la necesidad de un poco de aire

fresco—, hay una pequeña diligencia que tengo que hacer. Me gustaría que

venga conmigo, Sr. Groat. ¿Puede buscar una palanca en algún lugar?

Tráigala, por favor. Y lo necesitaré a usted también, Sr. Bomba.

Lobizones y golems, golems y lobizones, pensó Moist. Estoy atorado

aquí. Sería mejor que lo tomara seriamente.

Les mostraré un cartel.

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—Hay un pequeño hábito que tengo —dijo Moist, mientras los dirigía

por las calles—. Está relacionado con los carteles.

—¿Carteles, señor? —dijo Groat, tratando de mantenerse cerca de las

paredes.

—Sí, Cartero Subalterno Groat, carteles —dijo Moist, notando la manera

en que el hombre hacía una mueca a ‘Subalterno’—. En particular con

carteles con letras faltantes. Cuando veo uno, automáticamente leo lo que

las letras ausentes dicen.

—¿Y cómo puede hacer eso, señor, cuando están faltando? —dijo Groat.

Ah, de modo que hay una pista respecto a por qué todavía estás

sentado en un viejo edificio descuidado haciendo té de rocas y malas hierbas

todo el día, pensó Moist. En voz alta dijo:

—Es un don. Ahora, podría estar equivocado, por supuesto, pero... Ah,

doblamos a la izquierda aquí...

Era una calle bastante concurrida, y la tienda estaba frente a ellos. Era

todo que Moist esperaba.

—Voila —dijo y, recordando a su audiencia, añadió—: En otras palabras,

allí lo tenemos.

—Es una barbería —dijo Groat, inseguro—. Para damas.

—Ah, usted es un hombre de mundo, Tolliver, nada lo engaña —dijo

Moist—. ¿Y el nombre sobre la vidriera, en esas grandes letras verde

azulado, es...?

—Hugos —dijo Groat—. ¿Y?

—Sí, Hugos —dijo Moist—. No tiene un apóstrofe allí, a decir verdad, y

la razón para esto es... ¿podría trabajar conmigo un poco aquí, quizás...?

—Er... —Groat miró a las letras con desesperación, desafiándolas a

revelar su significado.

—Bastante cerca —dijo Moist—. No hay ningún apóstrofe ahí porque no

hay ni había ningún apóstrofe en el edificante lema que adorna nuestra

amada Oficina de Correos, Sr. Groat. —Esperó que la idea le entrara—. Esas

grandes letras de metal fueron robadas de nuestra fachada, Sr. Groat.

Quiero decir, del frente del edificio. Son la razón para Os���idad de la

No��e, Sr. Groat.

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El amanecer mental del Sr. Groat llevó un poco de tiempo, pero Moist

estaba listo cuando llegó.

—¡No, no, no! —dijo, agarrando el grasiento cuello del anciano cuando

se tambaleó hacia adelante, y casi levantándolo en el aire—. No es así cómo

nos enfrentamos a esto, ¿verdad?

—¡Es propiedad de la Oficina de Correos! ¡Es peor que robar, lo es! ¡Es

traición! —gritó Groat.

—Exactamente —dijo Moist—. Sr. Bomba, si usted sujeta a nuestro

amigo aquí, iré y... discutiré el asunto. —Moist le entregó el furioso Cartero

Subalterno y se acomodó la ropa. Se veía un poco arrugada pero tendría que

servir.

—¿Qué va a hacer, entonces? —dijo Groat.

Moist le mostró su radiante sonrisa.

—Algo en lo que soy bueno, Sr. Groat. Voy a hablar con las personas.

Cruzó la calle y abrió la puerta de la tienda. La campana sonó. Dentro

de la peluquería había una serie de pequeñas cabinas, y el aire olía dulce y

empalagoso y, de algún modo, rosa; junto a la puerta había un pequeño

escritorio con un gran diario abierto. Había montones de flores por aquí, y la

joven mujer en el escritorio le lanzó una arrogante mirada que le iba a

costar mucho dinero a su empleador.

Esperó que Moist hablara.

Moist puso una expresión seria, se inclinó y dijo en una voz que tenía

todas las características de un susurro pero también parecía capaz de durar

mucho tiempo:

—¿Puedo ver al Sr. Hugo, por favor? Es muy importante.

—¿Sobre qué asunto será?

—Bien... es un poco delicado... —dijo Moist. Pudo ver girar las puntas

de las cabezas haciéndose la permanente—. Pero puede decirle que son

buenas noticias.

—Bien, si son buenas noticias...

—Dígale que creo que puedo persuadir a Lord Vetinari que esto puede

arreglarse sin presentar cargos. Probablemente —dijo Moist, bajando la voz

justo lo suficiente para incrementar la curiosidad de los clientes, pero tanto

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que no fuera audible.

La mujer lo miró con horror.

—¿Puede usted? Er... —Buscó a tientas un ornamentado tubo de hablar,

pero Moist lo tomó de su mano con suavidad, silbó con experiencia, lo

levantó hasta su oreja y le sonrió.

—Gracias —dijo. Por qué no importaba; sonríe, di el tipo adecuado de

palabras en la clase adecuada de voz, y siempre, siempre, irradia confianza

como una supernova.

Una voz en su oreja, tenue como una araña atrapada en una caja de

fósforos, dijo:

—¿Scitich wabble nabnab?

—¿Hugo? —dijo Moist—. Es bueno que usted se haga tiempo para mí.

Soy Moist, Moist von Lipwig. Director General de Correos. —Echó un vistazo

al tubo de hablar. Desaparecía en el techo—. De modo que es muy gentil al

ayudarnos, Hugo. Son estas letras faltantes. Cinco letras faltantes, para ser

exacto.

—¿Scrik? ¿Shabadatwik? ¡Scritch vit bottofix!

—Realmente no tolero esa clase de cosas, Hugo, pero si se molesta en

mirar por la ventana, verá a mi asistente personal, el Sr. Bomba. Está

parado del otro lado de la calle.

Y mide ocho pies de altura y carga una enorme palanca, añadió Moist

mentalmente. Hizo un guiño a la dama sentada en el escritorio, que lo

miraba con una especie de temor. Uno tenía que mantener el don de gentes

pulido siempre.

Escuchó el improperio amortiguado a través del piso. Por el tubo de

hablar llegó:

—¡Vugrs nickbibble!

—Sí —dijo Moist—. Quizás debería subir y hablar con usted

directamente...

Diez minutos después Moist cruzó la calle con cuidado y sonrió a su

personal.

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—Sr. Bomba, ¿si fuera tan gentil de caminar hasta allí y quitar nuestras

letras, por favor? —dijo—. Trate de no dañar nada. El Sr. Hugo ha sido muy

cooperativo. Y Tolliver, usted ha vivido mucho tiempo aquí, ¿verdad?

¿Conocerá dónde se contratan hombres con sogas, reparadores en alturas,

esa clase de cosa? Quiero esas letras otra vez en nuestro edificio antes del

mediodía, ¿de acuerdo?

—Eso costará un montón de dinero, Sr. Lipwig —dijo Groat, mirándolo

con asombro. Moist sacó una bolsa de su bolsillo, y la hizo sonar.

—¿Cien dólares deberían más que cubrirlo? —dijo—. El Sr. Hugo estaba

muy compungido y muy, pero muy inclinado a ser amable. Dice que se las

compró a un hombre en un bar hace muchos años y que sólo se siente muy

feliz de pagar para devolverlas. Es asombroso qué tan buenas pueden ser

las personas, si uno les habla de la manera correcta.

Se escuchó un sonido metálico del otro lado de la calle. El Sr. Bomba ya

había retirado la H, sin ningún esfuerzo evidente.

Hablar suave y emplear a un enorme hombre con una palanca, pensó

Moist. Esto podría ser soportable después de todo.

La débil luz del sol destelló sobre la S cuando fue puesta en posición.

Había una pequeña multitud. La gente de Ankh-Morpork siempre prestaban

atención a las personas sobre los tejados, en caso de que hubiera

oportunidad de un interesante suicidio. Se escuchó una aclamación, sólo una

base general, cuando la última letra fue martillada otra vez en su sitio.

Cuatro hombres muertos, pensó Moist mirando el techo. Me pregunto si

la Guardia hablaría conmigo. ¿Saben de mí? ¿Creen que estoy muerto?

¿Quiero hablar con los policías? ¡No! ¡Maldición! La única manera en que

puedo salir de esto es corriendo hacia adelante, no volviendo atrás. Maldito,

maldito Vetinari. Pero hay una manera de ganar.

¡Podía hacer dinero!

Era parte del gobierno, ¿verdad? Los gobiernos toman dinero de las

personas. Para eso estaban.

Tenía don de gentes, ¿verdad? Podía persuadir a las personas de que el

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latón era oro que se había quedado un poco sin brillo, que el vidrio era

diamante, que mañana habría cerveza gratis.

¡Se burlaría de todos ellos! ¡No trataría de escapar, no todavía! ¡Si un

golem podía comprar su libertad, entonces también él! ¡Se pondría a

trabajar en serio, y se apresuraría, y parecería ocupado, y enviaría todas las

facturas a Vetinari, porque éste era trabajo del gobierno! ¿Cómo podía

oponerse el hombre?

Y si Moist von Lipwig no podía aplastar una pequeña co... una gran cosa

de la cima, y del fondo, y tal vez un poco de los costados, ¡entonces no se lo

merecía! Y entonces, cuando todo estuviera yendo bien y el efectivo

llegando en gran cantidad... bien, entonces sería tiempo de hacer planes

para el grande. Suficiente dinero compraba un montón de hombres con

mazas.

Los obreros se subieron al techo plano. Se escuchó otra aclamación

disonante de una multitud que consideraba que no había sido un mal

espectáculo aunque nadie había caído.

—¿Qué piensa, Sr. Groat? —dijo.

—Se ve bien, señor, se ve bien —dijo Groat, mientras la multitud se

dispersaba y caminaban hacia el edificio de la Oficina de Correos.

—¿Nada preocupante, entonces? —dijo Moist.

Groat palmeó el brazo del sorprendido Moist.

—No sé que por qué su señoría lo envió, señor, realmente no lo sé—

susurró—. Usted tiene buenas intenciones, puedo ver. Pero tome mi consejo,

señor, y váyase de aquí.

Moist echó un vistazo hacia la puerta del edificio. El Sr. Bomba estaba

parado junto a ella. Simplemente parado, los brazos colgando. El fuego en

sus ojos era un brillo acumulado.

—No puedo hacerlo —dijo.

—Muy gentil por decirlo, señor, pero este no es lugar para un hombre

joven con futuro —dijo Groat—. Ahora, Stanley está bien si tiene sus

alfileres, pero usted, señor, usted podría llegar lejos.

—No-o, no creo que pueda —dijo Moist—. Sinceramente. Mi lugar, Sr.

Groat, está aquí.

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—Los dioses lo bendigan por decirlo, señor, los dioses lo bendigan —dijo

Groat. Las lágrimas empezaron a correr por su cara—. Solíamos ser héroes

—dijo—. La gente nos quería. Todos estaban alertados por nosotros. Todos

nos conocían. Éste fue un gran lugar, una vez. ¡Una vez, éramos carteros!

—¡Señor!

Moist giró. Tres personas se acercaban aprisa hacia él, y tuvo que

reprimir un impulso automático de girar y correr, especialmente cuando uno

de ellos gritó:

—¡Sí, es él!

Reconoció al verdulero de esa mañana. Un par de ancianos se

arrastraba tras él. El hombre más viejo, que tenía una cara resuelta y el

comportamiento erguido de un hombre que dominaba coles diariamente,

paró a una pulgada enfrente de Moist y bramó:

—¿Es usted el cartero, joven?

—Sí, señor, supongo que lo soy —dijo Moist—. ¿Cómo puedo...?

—¡Usted me entregó esta carta de Aggie! ¡Soy Tim Parker! —El hombre

bramaba—. ¡Ahora, hay algunas personas que dirían es fue un poco del lado

atrasado!

—Oh —dijo Moist—. Bien, yo...

—¡Eso necesitó un poco de coraje, joven!

—Lamento mucho que... —empezó Moist. El don de gentes no era muy

bueno ante el Sr. Parker. Era una de esas personas insensibles, cuya

comprensión del control del volumen era tan buena como su conocimiento

del espacio personal.

—¿Lo lamenta? —gritó Parker—. ¿De qué se lamenta? No fue su culpa,

muchacho. ¡Usted ni siquiera había nacido! Más tonto de mí por pensar que

a ella no le importaba, ¿eh? Ja, estaba tan desanimado, muchacho, que me

fui y me uní a... —Su cara roja se arrugó—. Ya sabe... lo de camello,

sombrero raro, arena, donde uno se va para olvidar...

—¿La Legión Extranjera Klatchiana? —dijo Moist.

—¡Allí fui! Y cuando volví conocí a Sadie, y Aggie había conocido a su

Frederick, y ambos estábamos tranquilos y olvidamos que el otro estaba

vivo y ¡entonces derríbeme si esta carta no llega de Aggie! ¡Mi muchacho y

Page 95: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

yo pasamos la mitad de la mañana buscándola! Y para cortar una historia

larga, muchacho, ¡nos estamos casando el sábado! ¡Por usted, muchacho!

El Sr. Parker era uno de esos hombres que se convierten en teca con la

edad. Cuando le palmeó la espalda a Moist fue como ser golpeado con una

silla.

—¿Frederick y Aggie no se opondrán...? —dijo Moist, resollando.

—¡Lo dudo! ¡Frederick pasó al otro lado hace diez años y Sadie ha

estado enterrada en Dioses Menores por los últimos cinco! —bramó el Sr.

Parker alegremente—. Y sentimos mucho verlos irse pero, como Aggie decía,

era todo lo que se suponía y uno es enviado junto a un poder más alto. Y

digo que se necesitó de un hombre con verdadero carácter para venir y

entregar esa carta después de todo este tiempo. ¡Hay muchos que la

hubieran dejado a un lado como si fuera irrelevante! ¡Usted me haría a mí y

a la segunda Sra. Parker un gran favor, ser el invitado de honor en nuestra

boda, y soy de los que no aceptan un no por respuesta! ¡Soy Gran Maestro

del Gremio de Comerciantes este año, también! Podríamos no ser refinados

como los Asesinos o los Alquimistas pero somos un montón y diré unas

palabras en su honor, ¡puede confiar en eso! Mi muchacho George aquí

bajará más tarde con las invitaciones para que usted las entregue a

domicilio, ¡ahora que están de nuevo en el negocio! Será un gran honor para

mí, mi muchacho, si me estrecha la mano...

Extendió una mano inmensa. Moist la tomó, y los viejos hábitos tardan

en morir. Apretón firme, mirada firme...

—Ah, usted es un hombre de bien, de acuerdo —dijo Parker—. ¡Nunca

me equivoco! —Puso la mano en el hombro de Moist, causando el crujido de

la articulación de una rodilla—. ¿Cuál es su nombre, muchacho?

—Lipwig, señor. Moist von Lipwig —dijo Moist. Temía haberse quedado

sordo de una oreja.

—Un von, ¿eh? —dijo Parker—. ¡Bien, lo está haciendo condenadamente

bien para ser un extranjero, y a mí no me importa quién lo sepa! Tengo que

irme ahora. ¡Aggie quiere comprar chucherías!

La mujer se acercó a Moist, se paró de puntillas y lo besó en la mejilla.

—Y conozco a un buen hombre cuando veo uno —dijo ella—. ¿Tiene

Page 96: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

novia?

—¿Qué? ¡No! ¡No en absoluto! Er... ¡No! —dijo Moist.

—Estoy segura de que la tendrá —dijo, sonriendo dulcemente—. Y

mientras estamos muy agradecidos con usted, le aconsejaría que le

proponga matrimonio en persona. ¡Esperamos con ansia verlo el sábado!

Moist observó que se alejaba rápidamente tras su enamorado por largo

tiempo perdido.

—¿Usted entregó una carta? —preguntó Groat, horrorizado.

—Sí, Sr. Groat. No era mi intención hacerlo, pero simplemente ocurrió...

—¿Tomó una de las cartas viejas y la entregó? —dijo Groat, como si el

concepto fuera algo que no podía caber en su cabeza...

Su cabeza estaba por toda la pared...

Moist parpadeó.

—¡Se supone que entregamos el correo, hombre! ¡Ése es nuestro

trabajo! ¿Lo recuerda?

—Usted entregó una carta... —respiró Groat—. ¿Qué fecha tenía?

—¡No puedo recordarlo! ¿Más de cuarenta años atrás?

—¿Cómo era? ¿Estaba en buenas condiciones? —insistió Groat.

Moist miró furioso al pequeño cartero. Una pequeña multitud se estaba

formando a su alrededor, a la manera de Ankh-Morpork.

—¡Era una carta de cuarenta años en un sobre barato! —gruñó—. ¡Y así

se veía! Nunca fue entregada y alteró la vida de dos personas. La entregué y

ha hecho muy felices a dos personas. ¿Cuál es el problema, Sr. Groat...? Sí,

¿qué sucede?

Eso fue a una mujer que estaba tirando de su manga.

—¿Dije si es verdad que están abriendo el viejo lugar otra vez? —

repitió—. ¡Mi abuelo solía trabajar allí!

—Bien hecho por él —dijo Moist.

—¡Dijo que había una maldición! —dijo a la mujer, como si la idea fuera

bastante amena.

—¿De veras? —dijo Moist—. Bien, me vendría bien una buena maldición

ahora mismo, en realidad.

—¡Vive bajo el piso y lo vuelve locooooo! —continuó, disfrutando tanto

Page 97: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

la palabra que parecía reacia a dejarla salir—. ¡Locooooooo!

—Realmente —dijo Moist—. Bien, no creemos en volvernos locos en el

servicio postal, verdad, Sr. Gro... —Se detuvo. El Sr. Groat tenía la

expresión de uno que sí creía en volverse loco.

—¡Usted, anciana tonta! —gritó Groat—. ¿Para qué tuvo que contarle

eso?

—¡Sr. Groat! —interrumpió Moist—. ¡Deseo hablar con usted adentro!

Agarró al anciano por el hombro y casi lo cargó a través de la multitud

divertida, lo arrastró dentro del edificio y cerró la puerta de golpe.

—¡Ya tuve suficiente de esto! —dijo—. Suficiente de comentarios

oscuros y murmuraciones, ¿comprende? No más secretos. ¿Qué está

ocurriendo aquí? ¿Qué ocurrió aquí? Me lo dice ahora mismo o...

Los ojos del hombrecillo estaban llenos de miedo. Éste no soy yo, pensó

Moist. Ésta no es la manera. Don de gentes, ¿eh?

—¡Me lo dice ahora mismo, Cartero Titular Groat! —dijo con fuerza.

Los ojos del anciano se abrieron.

—¿Cartero Titular?

—Soy el Director de Correos en estas inmediaciones, ¿sí? —dijo Moist—.

Eso significa que puedo promover, ¿sí? Cartero Titular, efectivamente. En

período de prueba, por supuesto. Ahora, ¿me dirá qué...?

—¡No lastime al Sr. Groat, señor! —dijo una voz resonante detrás de

Moist.

Groat miró más allá de Moist en la penumbra y dijo:

—Está bien, Stanley, no hay necesidad de eso, no queremos un

Pequeño Momento. —Susurró a Moist—: Será mejor que me baje

suavemente, señor...

Moist lo hizo, con cuidado exagerado, y dio media vuelta.

El muchacho estaba parado detrás de él con una expresión vidriosa en

los ojos y la tetera grande levantada. Era una tetera pesada.

—No debe lastimar al Sr. Groat, señor —dijo roncamente.

Moist sacó un alfiler de su solapa.

—Por supuesto que no, Stanley. ¿A propósito, ¿es éste un genuino

Clayfeather Mediano Afilado?

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Stanley dejó caer la tetera, repentinamente ajeno a todo excepto la

pulgada de acero plateado entre los dedos de Moist. Una mano ya estaba

sacando su lupa.

—Déjeme ver, déjeme ver —dijo, con una voz estable y atenta—. Oh,

sí. Ja. No, lo siento. Es un error fácil de cometer. Mire las marcas sobre el

hombro, aquí. ¿Las ve? Y la cabeza nunca era retorcida. Esto está hecho a

máquina. Probablemente por uno de los hermanos Happily. Producción

corta, imagino. No tiene su marca, sin embargo. Podría haber sido hecho por

un aprendiz creativo. No vale mucho, me temo, a menos que encuentra a

alguien que se especialice en las pequeñeces de los alfileteros Happily.

—Yo, er, haré una taza de té, ¿verdad? —dijo Groat, recogiendo la

tetera mientras rodaba de atrás para adelante sobre el piso—. Bien cocido

otra vez, Sr. Lipwig. Er... Cartero Titular Groat, ¿correcto?

—Vete con el Cartero Titular Groat, sí, a prueba, Stanley —dijo Moist,

tan gentilmente como pudo. Levantó la mirada y añadió bruscamente—:

Sólo quiero hablar con el Sr. Bomba aquí.

Stanley giró para mirar al golem, que estaba justo detrás de él. Era

asombroso qué tan silenciosamente podía moverse un golem; había cruzado

el piso como una sombra y ahora estaba parado con un puño alzado como la

ira de los dioses.

—Oh, no lo vi parado allí, Sr. Bomba —dijo Stanley alegremente—. ¿Por

qué tiene la mano levantada?

Los hoyos en la cara del golem bañaron al muchacho con luz roja.

—Yo... Quería Hacer Una Pregunta Al Director De Correos —dijo el

golem lentamente.

—Oh. Muy bien —dijo Stanley, como si no hubiera estado a punto de

partirle la cabeza a Moist un momento antes—. ¿Quiere que le regrese su

alfiler, Sr. Lipwig? —añadió, y cuando Moist le hizo una seña para que se

fuera, continuó—: De acuerdo, lo pondré en la subasta de alfileres de

caridad del próximo mes.

Cuando la puerta se cerró tras él, Moist levantó la mirada a la cara

impasible del golem.

—Usted le mintió. ¿Le está permitido mentir, Sr. Bomba? —dijo—. Y

Page 99: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

puede bajar ese brazo, a propósito.

—He Sido Instruido Respecto A La Naturaleza De Las Falsedades

Sociales, Sí.

—¡Usted iba a aplastar su cerebro! —dijo Moist.

—Me Habría Esforzado Por No Hacerlo —tronó el golem—. Sin Embargo,

No Puedo Permitir Que Usted Reciba Un Daño Inapropiado. Era Una Tetera

Pesada.

—¡Usted no puede hacerlo, so idiota! —dijo Moist, que había notado el

uso de ‘inapropiado’.

—¿Debería Haberle Permitido Que Lo Mate? —preguntó el golem—. No

Habría Sido Su Culpa. Su Cabeza No Está Bien.

—Sería aún menos correcto si le pegara fuerte. ¡Mire, se lo ordené!

—Sí —dijo Bomba—. Usted Tiene Un Talento. Es Una Pena Que Abuse

De Él.

—¿Comprende algo de lo que estoy diciendo? —gritó Moist—. ¡No puede

ir por allí matando gente!

—¿Por Qué No? Usted Lo Hace.

El golem bajó su brazo.

—¿Qué? —dijo Moist, con brusquedad—. ¡No lo hago! ¿Quién le dijo

eso?

—Lo Averigüé. Usted Ha Matado A Dos Punto Tres Tres Ocho Personas

—dijo el golem con calma.

—Nunca le he puesto un dedo sobre nadie en toda mi vida, Sr. Bomba.

Puedo ser... todas las cosas usted sabe que soy, ¡pero no soy un asesino!

¡Ni siquiera nunca he sacado una espada!

—No, No Lo Ha Hecho. Pero Ha Robado, Malversado, Defraudado Y

Estafado Sin Discriminación, Sr. Lipvig. Ha Arruinado Empresas Y Destruyó

Empleos. Cuando Los Bancos Fallan, Rara Vez Son Los Banqueros Los Que

Se Mueren De Hambre. Sus Acciones Han Tomado Dinero De Los Que Tenían

Bastante Poco En Primer Lugar. En Un Millón De Pequeñas Maneras Usted

Ha Acelerado La Muerte De Muchos. Usted No Los Conoce. No Los Vio

Sangrar. Pero Les Arrebató El Pan De Sus Bocas Y Le Arrancó La Ropa De

Sus Espaldas. Por Deporte, Sr. Lipvig. Por Deporte. Por El Placer Del Juego.

Page 100: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

La boca de Moist se había quedado abierta. La cerró. Se abrió otra vez.

La cerró otra vez. Nunca puedes encontrar agudeza cuando la necesitas.

—Usted no es nada más que una maceta caminando, Bomba 19 —dijo

con fuerza—. ¿De dónde vino eso?

—He Leído Los Detalles De Sus Muchos Crímenes, Sr. Lipvig. Y Bombear

Agua Le Enseña A Uno El Valor Del Pensamiento Racional. Usted Tomó De

Otros Porque Usted Era Inteligente Y Ellos Eran Estúpidos.

—¡Espere, la mayor parte del tiempo ellos pensaban que me estaban

estafando!

—Usted Se Propuso Atraparlos, Sr. Lipvig —dijo el Sr. Bomba.

Moist iba a clavarle un dedo al golem con intención, pero decidió no

hacerlo justo a tiempo. Un hombre podía quebrarse un dedo de esa manera.

—Bien, piense en esto —dijo—. ¡Estoy pagando todo eso! ¡Casi fui

colgado, maldita sea!

—Sí. Pero Incluso Ahora Usted Alberga Ideas De Escapar, De Alguna

Manera Volver La Situación A Su Ventaja. Dicen Que El Leopardo No Cambia

Su Piel.

—Pero usted tiene que obedecer mis órdenes, ¿sí? —gruñó Moist.

—Sí.

—¡Entonces desenrósquese su maldita cabeza!

Por un momento los ojos rojos parpadearon. Cuando Bomba habló

después, era con la voz de Lord Vetinari.

—Ah, Lipwig. A pesar de todo, usted no presta atención. El Sr. Bomba

no puede aceptar la orden de destruirse a sí mismo. Creía que usted podía

haber descubierto eso por lo menos. Si otra vez le ordena que lo haga se

tomará una acción punitoria.

El golem parpadeó otra vez.

—¿Cómo hizo...? —empezó Moist.

—Tengo Un Perfecto Recuerdo De Las Instrucciones Verbales Legales —

dijo el golem, en su rugido normal—. Conjeturo Que Lord Vetinari,

Conocedor De Su Manera De Pensar, Dejó Ese Mensaje Porque...

—¡Me refiero a la voz!

—Perfecto Recuerdo, Sr. Lipvig —respondió Bomba—. Puedo Hablar Con

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Todas Las Voces De Hombres.

—¿De veras? ¡Qué bueno para usted! —Moist se quedó mirando al Sr.

Bomba. Nunca había ninguna animación en esa cara. Había una nariz, algo

así, pero era sólo un bulto en la arcilla. La boca se movía cuando hablaba, y

los dioses sabían cómo la arcilla cocida podía moverse de ese modo —

efectivamente, probablemente lo sabían. Los ojos nunca se cerraban,

simplemente se atenuaban.

—¿Puede realmente leer mis pensamientos? —preguntó.

—No, Simplemente Extrapolo Del Comportamiento Pasado.

—Bien... —Moist, muy inusitadamente, se había quedado sin palabras.

Levantó su mirada furiosa a la cara inexpresiva, que sin embargo se las

ingenió para verse con desaprobación. Estaba acostumbrado a las

expresiones de cólera, indignación y odio. Eran parte del trabajo. ¿Pero qué

era un golem? Sólo... tierra. Tierra cocida. Gente que te miraba como si

fueras menos que el polvo debajo de sus pies era una cosa, pero era

extrañamente desagradable cuando incluso el polvo también lo hacía.

—... no —terminó débilmente—. Vaya y... trabaje. ¡Sí! ¡Vamos! ¡Eso es

lo que usted hace! ¡Para eso está!

Era llamada la torre de clacks con suerte, Torre 181. Estaba lo bastante

cerca del pueblo de Bonk para que un hombre pudiera ir, y tomar un baño

caliente y una buena cama en sus días libres, pero ya que esto era Uberwald

no había demasiado tráfico local y —esto era importante— estaba muy

arriba en las montañas y a la administración no le gustaba ir tan lejos. En

los días buenos del año anterior, cuando la Hora de los Muertos tenía lugar

todas las noches, era una torre feliz porque tanto línea arriba como línea

abajo tomaban la Hora al mismo tiempo, de modo que había un par

adicional de manos para el mantenimiento. Ahora la Torre 181 hacía el

mantenimiento a hurtadillas o no lo hacía en absoluto, exactamente como

todas las otras, pero todavía era, proverbialmente, una buena torre para

manejar.

Principalmente por hombres, de todos modos. Abajo, en las llanuras, se

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bromeaba que la 181 era operada por vampiros y lobizones. De hecho, como

un montón de torres, era a menudo operada por chicos.

Todos sabían que ocurría. En realidad, la nueva administración

probablemente no lo sabía, pero no habría hecho nada sobre eso si se

hubieran enterado, aparate de olvidar cuidadosamente lo que habían sabido.

Los chicos no necesitaban ser pagados.

Los hombres —principalmente— jóvenes en las torres trabajaban duro

en todos los climas por apenas el dinero suficiente. Eran soñadores solitarios

soñadores y duros, fugitivos de la ley que la ley había olvidado, o de todos

los demás. Tenían un tipo especial de demencia dirigida; decían que el

traqueteo de los clacks se metía en tu cabeza y tus pensamientos sonaban al

mismo tiempo, de modo que tarde o temprano podías decir qué mensajes

estaban cruzando con escuchar el traqueteo de los obturadores. En sus

torres bebían té caliente de extraños jarros de estaño, mucho más anchos

en la parte inferior para que no se cayeran cuando los vendavales chocaban

violentamente contra la torre. De licencia, bebían alcohol de cualquier cosa.

Y hablaban un galimatías propio, de burro y no-burro, de sistema

sobrecargado y espacio de paquete, de tamborileo y de paso redoblado, de

una 181 (que era bueno) o de tropel (que era malo) o totalmente tropel

(realmente nada bueno en absoluto) y código enchufe y código cerdo y

jacquard...

Y les gustaban los chicos, que les recordaban lo que habían dejado

atrás o que nunca tendrían, y los chicos adoraban las torres. Vendrían y

darían vueltas sin hacer nada, y harían trabajos ocasionales, y tal vez

aprenderían el oficio del semáforo sólo observando. Tendían a ser brillantes,

dominaban el teclado y las palancas como por arte de magia, habitualmente

tenían buena vista y lo que estaban haciendo, la mayoría de ellos, era

escapar de casa sin partir en realidad.

Porque, arriba en las torres, uno podía creer que veía el borde del

mundo. Uno podía ver sin duda algunas otras torres, en un buen día claro.

Uno fingía que también poder leer los mensajes escuchando el traqueteo de

los obturadores, mientras que bajo los dedos fluían los nombres de lugares

distantes que nunca vería pero con los que, sobre la torre, estaba de algún

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modo conectado...

Ella era conocida como la Princesa por los hombres de la Torre 181,

aunque realmente era Alice. Tenía trece años, podía manejar una línea por

horas enteras sin necesitar ayuda, y más adelante tendría una carrera

interesante que... pero de todos modos, ella recordaba esta única

conversación, en este día, porque era extraña. No todas las señales eran

mensajes. Algunas eran instrucciones para las torres. Algunas, cuando uno

operaba las palancas para seguir la señal distante, hacían ocurrir cosas en la

propia torre. La princesa sabía todo sobre esto. Mucho de lo que viajaba por

el Gran Tronco era llamado Gastos. Era instrucciones para las torres,

informes, mensajes sobre mensajes, incluso parloteo entre operadores,

aunque esto estaba estrictamente prohibido en estos días. Todo estaba en

clave. Era muy raro recibir texto Plano en los Gastos. Pero ahora...

—Allí va otra vez —dijo—. Debe estar equivocado. No tiene clave de

origen ni dirección. Es Gastos, pero está Plano.

Del otro lado de la torre, sentado en un asiento que miraba en la

dirección opuesta porque estaba operando línea arriba, estaba Roger, que

tenía diecisiete años y ya estaba trabajando para su certificado de maestro

de torre.

Su mano no dejó de moverse cuando dijo:

—¿Qué dice?

—Había GNU, y sé que ésa es una clave, y luego sólo un nombre. Era

John Dearheart. ¿Era un...?

—¿Lo enviaste ya? —dijo Abuelo. Abuelo estaba encorvado en una

esquina, reparando una caja de obturadores en el estrecho cobertizo a

media altura de la torre. Abuelo era el maestro de la torre y había estado en

todas partes y conocía todo. Todos lo llamaban Abuelo. Tenía veintiséis

años. Siempre estaba haciendo algo en la torre cuando ella trabajaba en la

línea, aunque siempre había un muchacho en la otra silla. Ella no averiguó el

por qué hasta más tarde.

—Sí, porque era una clave G —dijo Princesa.

—Entonces hiciste lo correcto. No te preocupes por eso.

—Sí, pero he enviado ese nombre antes. Varias veces. Línea arriba y

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línea abajo. ¡Sólo un nombre, sin mensaje ni nada!

Ella tenía la sensación de que algo estaba mal, pero continuó:

—Sé que una U al final quiere decir que tiene que ser girado al final de

la línea, y una N significa No Registrado. —Estaba presumiendo, pero había

pasado horas leyendo el libro de claves—. ¡Así que es sólo un nombre,

yendo arriba y abajo todo el tiempo! ¿Dónde está el sentido en eso?

Algo estaba muy mal. Roger todavía trabajaba su línea, pero miraba fijo

hacia adelante con una expresión de pocos amigos.

Entonces Abuelo dijo:

—Muy inteligente, Princesa. Estás bien muerta.

—¡Ja! —dijo Roger.

—Lo lamento si hice algo mal —dijo la muchacha mansamente—. Sólo

pensé que era extraño. ¿Quién es John Dearheart?

—Él... se cayó de una torre —dijo Abuelo.

—¡Ja! —dijo Roger, trabajando sus obturadores como si de repente los

odiara.

—¿Está muerto? —preguntó Princesa.

—Bien, algunas personas dicen... —empezó Roger.

—¡Roger! —interrumpió Abuelo. Sonó a una advertencia.

—Conozco sobre Enviar a Casa —dijo Princesa—. Y sé que las almas de

los hombres de la línea que han muerto se quedan en el Tronco.

—¿Quién te dijo eso? —preguntó Abuelo.

Princesa era bastante inteligente para saber que alguien se metería en

problemas si era demasiado específica.

—Oh, sólo lo escuché —dijo alegremente—. En algún sitio.

—Alguien estaba tratando de asustarte —dijo Abuelo, mirando las

orejas enrojecidas de Roger.

A la Princesa no le había parecido de miedo. Si uno tenía que estar

muerto, le parecía mucho mejor pasar el tiempo volando entre las torres que

tendido bajo tierra. Pero era suficientemente inteligente también, para saber

cuándo dejar un tema.

Abuelo fue el que habló, después de una larga pausa rota sólo por el

gemido de las nuevas barras obturadoras. Cuando habló, fue como si algo

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estuviera en su mente.

—Mantenemos ese nombre en movimiento en los Gastos —dijo, y a

Princesa le pareció que el viento soplaba más triste en las series de

obturadores encima de ella, y que el eterno clic de los obturadores se volvía

más urgente—. Nunca habría querido irse a casa. Era un verdadero hombre

de línea. Su nombre está en la clave, en el viento en el aparejo y los

obturadores. ¿Alguna vez escuchaste el refrán "Un hombre no está muerto

mientras su nombre sea todavía mencionado"?

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Capítulo 5

Perdido en el Correo

En el cual Stanley experimenta el placer de sacos - Los miedos

ancestrales del Sr. Groat - Horsefry está preocupado - Reacher Gilt, un

hombre de Sociedad La Escalerilla de Cartas - ¡Alud de cartas! - El Sr.

Lipwig Lo Ve Engañado - El Camino del Cartero - El Sombrero

Stanley pulía sus alfileres. Lo hacía con una expresión de beatífica

concentración, como un hombre soñando con los ojos abiertos.

La colección soltaba chipas sobre las tiras dobladas de papel marrón y

los rollos de fieltro negro que formaban el paisaje del mundo de un

verdadero coleccionista. A su lado, su gran lupa de escritorio y, junto a sus

pies, un saco de alfileres misceláneos comprados la semana anterior a una

costurera que se retiraba.

Estaba demorando el momento de abrirlo para saborearlo aún más. Por

supuesto, casi con seguridad resultaría estar lleno de los de latón de todos

los días, tal vez con un ocasional cabeza plana o falla de línea, pero la

cuestión era que uno nunca sabía. Ése era el placer de los sacos. Uno nunca

sabía. Los no-coleccionistas eran deplorablemente indiferentes a los alfileres,

tratándolos como si no fueran nada más que delgadas partes metálicas

puntiagudas para clavar cosas a otras cosas. Muchos maravillosos alfileres

de gran valor habían sido encontrados en un saco de latones.

Y ahora tenía un Nº 3 Cabeza Ancha "Gallina" Extra Largo, gracias al

amable Sr. Lipwig. El mundo brillaba como los alfileres tan prolijamente

organizados sobre el fieltro desenrollado enfrente de él. Podía oler

débilmente a queso, y tener pie de atleta hasta la rodilla, pero en este

momento Stanley volaba por cielos brillantes sobre alas de plata.

Groat se sentó junto a la cocina, mascándose las uñas y hablándose

entre dientes. Stanley no le prestó atención, ya que los alfileres no eran el

tema.

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—... nombrado, ¿correcto? ¡No importa lo que la Orden dice! Puede

promover a cualquiera, ¿correcto? Eso significa que recibo el botón dorado

adicional sobre la manga y el sueldo, ¿correcto? ¡Ninguno de los otros me

llamó Cartero Titular! Y al fin de cuentas, entregó una carta. ¡Tenía la carta,

vio la dirección, la entregó así, exactamente! ¡Tal vez tiene sangre de

cartero! ¡Y recuperó las letras de metal! Letras6 otra vez, ¿lo ves? Es una

señal, con seguridad. ¡Ja, puede leer palabras que no están ahí! —Groat

escupió un fragmento de uña, y frunció el ceño—. Pero... entonces querrá

saber sobre el Nuevo Pastel. Oh, sí. Pero... sería como rascar en una costra.

Podría ser malo. Muy malo. Pero... ja, la manera en que recuperó las letras

para nosotros... muy bueno. Tal vez sea verdad que algún día tendremos un

verdadero director de correos otra vez, como dicen. "Sí, pisará los

Abandonados Patines de Ruedas debajo de sus Botas, y Montones de Perros

del Mundo se Romperán los Dientes sobre Él". Y nos mostró una señal,

¿correcto? De acuerdo, estaba sobre una refinada peluquería para damas,

pero era una señal, no puedes discutirlo. Quiero decir, si era obvio,

cualquiera podía mostrárnoslo. —Otra astilla de uña golpeó el costado de la

cocina encendida, donde chisporroteó—. Y no me estoy poniendo más joven,

es un hecho. A prueba, sin embargo, eso no es bueno, eso no es bueno.

¿Qué sucedería si parara las patas mañana, ¿eh? Me pararía delante de mis

antepasados, y ellos dirían "¿Eres tú el Inspector de Correos Titular Groat?",

y yo diría que no, y ellos dirían "¿Eres tú el Inspector de Correos Groat?", y

diría que no tal cosa, y ellos dirían "¿Entonces con seguridad eres tú el

Cartero Titular Groat?", y diría que no en realidad, y ellos dirían "Caray,

Tolliver, ¿nos estás diciendo que nunca llegaste más lejos que Cartero

Subalterno? ¿Qué clase de Groat eres?", y mi cara se pondrá roja y estaré

en la ignominia hasta la altura de la rodilla. No importa que haya estado

administrando este lugar por años, oh no. ¡Tienes que tener ese botón

dorado!

Se quedó mirando fijo el fuego, y en algún lugar de su barba

enmarañada una sonrisa luchaba por salir.

6 En inglés, letras y cartas se escriben letters. (N. del T.)

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—Puede tratar de recorrer el Camino —dijo—. Nadie puede discutir si

recorre el Camino. ¡Y entonces puedo contarle todo! ¡Así estará todo bien! ¡Y

si no camina hasta el final, entonces no tiene tela de director de correos de

todos modos! ¿Stanley? ¡Stanley!

Stanley despertó de un sueño de alfileres.

—¿Sí, Sr. Groat?

—Tengo algunos mandados para que hagas, muchacho. —Y si no tiene

tela de director de correos, añadió Groat en la privacidad de su crujiente

cerebro, moriré como cartero subalterno...

Era difícil golpear una puerta mientras trataba desesperadamente de no

hacer ruido, y al final Crispin Horsefry se dio por vencido en el segundo

intento y sacudió la aldaba.

El ruido hizo ecos por la calle vacía, pero nadie salió a su ventana.

Nadie en esta calle selecta habría salido a la ventana incluso si estaba

ocurriendo un homicidio. Por lo menos en los distritos más pobres las

personas habrían salido para mirar, o participar.

La puerta se abrió.

—Buenass nochess, sseñor...

Horsefry empujó la rechoncha figura al pasar hacia el oscuro pasillo,

agitando la mano desesperadamente para que el criado cerrara la puerta.

—¡Ciérrala, hombre, ciérrala! Puedo haber sido seguido... Santo cielo,

eres un Igor, ¿verdad? ¿Gilt puede pagar un Igor?

—¡Bien hecho, sseñor! —dijo el Igor. Espió en la temprana oscuridad de

la tarde—. Todo limpio, sseñor.

—¡Cierra la puerta, por los dioses! —gimió Horsefry—. ¡Debo ver al Sr.

Gilt!

—El amo esstá teniendo una de ssuss pequeñass ssoiréess, sseñor —

dijo Igor—. Veré ssi puede sser molesstado.

—¿Ninguno de los otros está aquí? ¿Ellos...? ¿Que es un swawreas?

—Una pequeña reunión, sseñor —dijo Igor, sorbiendo. El hombre

apestaba a bebida.

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—¿Una soirée?

—Exactamente, sseñor —dijo Igor impasible—. ¿Puedo tomar ssu muy

notable y larga capa con capucha, sseñor? Y ssería tan amable de sseguirme

hascia la ssala de retirada...

Y de repente Horsefry se quedó solo en una gran habitación llena de

sombras, luz de velas y ojos que lo miraban fijo, con la puerta cerrada tras

él.

Los ojos pertenecían a unos retratos en grandes marcos polvorientos

que llenaban las paredes, de borde a borde. Se rumoreaba que Gilt los había

comprado sin reservas, y no sólo los cuadros; también se decía que había

comprado todos los derechos sobre los muertos antiguos, cambió sus

nombres legalmente, y así se equipó con un orgulloso pedigrí del día a la

noche. Eso era ligeramente preocupante, incluso para Horsefry. Todos

mentían sobre sus antepasados, y eso era bastante justo. Comprarlos era

ligeramente desconcertante, pero en su elegancia oscura y original era muy

típico de Reacher Gilt.

Un montón de rumores había empezado con respecto a Reacher Gilt,

tan pronto como la gente lo notó y empezó a preguntar, ‘¿Quién es Reacher

Gilt? ¿Qué clase de nombre es Reacher, de todos modos?’ Daba grandes

fiestas, eso era seguro. Eran la clase de fiestas que ingresaban en la

mitología urbana (¿Era cierto lo del hígado picado? ¿Estabas ahí? ¿Qué me

dices de la vez cuando trajo a un troll bailarín de strip-tease y tres personas

saltaron por la ventana? ¿Estabas ahí? ¿Y esa historia sobre el tazón de

dulces? ¿Estabas ahí? ¿Lo viste? ¿Era verdad? ¿Estabas ahí?) La mitad de

Ankh-Morpork había estado, al parecer, moviéndose desde la mesa al buffet,

a la pista de baile, a las mesas de juego, cada invitado al parecer seguido

por un camarero silencioso y atento con una bandeja cargada de tragos.

Algunos decían que poseía una mina de oro, otros juraban que era un pirata.

Y por cierto que se veía como un pirata, con el largo pelo negro rizado,

barba puntiaguda y parche en el ojo. Incluso se decía que tenía un loro.

Seguramente, el rumor de piratería podría explicar la fortuna aparentemente

sin fondo y el hecho de que nadie, absolutamente nadie, sabía nada de él

antes de su llegada a la ciudad. Tal vez había vendido su pasado, bromeaba

Page 110: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

la gente, exactamente como se había comprado uno nuevo.

Era sin duda un pirata en el manejo de sus negocios, Horsefry lo sabía.

Algunas de las cosas...

—¡Doce y medio por ciento! ¡Doce y medio por ciento!

Cuando estuvo seguro de no haber tenido el ataque cardíaco que de

hecho había esperado todo el día, Horsefry cruzó la habitación,

balanceándose exactamente como un hombre que ha tomado un pequeño

trago o dos para calmar sus nervios, y levantó la tela color rojo oscuro que,

resultó, ocultaba la jaula del loro. Era a decir verdad una cacatúa, y bailaba

frenéticamente arriba y abajo en su percha.

—¡Doce y medio por ciento! ¡Doce y medio por ciento!

Horsefry sonrió.

—Ah, ha conocido a Alfonso —dijo Reacher Gilt—. ¿Y a qué debo este

inesperado placer, Crispin? —La puerta se movió lentamente tras él en su

marco forrado de fieltro, cerrando el sonido de música distante.

Horsefry se volvió, y el breve momento de diversión desapareció en un

instante dentro de la terrible agitación de su alma. Gilt, con una mano en el

bolsillo de un hermoso batín, le lanzó una mirada curiosa.

—¡Me están espiado, Reacher! —explotó Horsefry—. Vetinari envió a

uno de...

—¡Por favor! Siéntese, Crispin. Creo que usted necesita de un brandy

grande. —Arrugó la nariz—. ¿Otro brandy grande, debería decir?

—¡No diría que no! ¡Tenía que tomar una copa pequeña, ya sabe, sólo

para calmar mis nervios! ¡Qué día he tenido! —Horsefry se desplomó en un

sillón de cuero—. ¿Sabía que hubo un guardián de guardia fuera del banco

casi toda la tarde?

—¿Un hombre gordo? ¿Un sargento? —dijo Gilt, pasándole un vaso.

—Gordo, sí. No noté su rango. —Horsefry sorbió—. Nunca tuve nada

que ver con la Guardia.

—Yo, por lo contrario, sí —dijo Gilt, haciendo una mueca de dolor al ver

que un brandy tan fino era bebido de la manera en que Horsefry lo estaba

bebiendo—. Y deduzco que el Sargento Colon no tiene el hábito del merodeo

cerca de los edificios grandes en caso de que sean robados, sino porque de

Page 111: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

hecho simplemente disfruta de un cigarrillo tranquilo fuera del viento. Es un

payaso, y nadie le teme.

—Sí, pero esta mañana uno de los oficiales de rentas vino a ver a ese

viejo tonto Cheeseborough...

—¿Es eso anormal, Crispin? —preguntó Gilt, con dulzura—. Permítame

llenar su vaso...

—Bien, vienen una o dos veces al mes —reconoció Horsefry,

extendiendo el vaso de brandy vacío—. Pero...

—No es anormal, entonces. Se está espantando por las moscas, mi

querido Crispin.

—¡Vetinari me está espiando! —explotó Horsefry—. ¡Había un hombre

de negro espiando la casa esta noche! ¡Escuché un ruido, miré afuera y pude

verlo parado en la esquina del jardín!

—¿Un ladrón, quizás?

—¡No, estoy completamente al día con el Gremio! Estoy seguro de que

alguien estaba en la casa esta tarde, también. Unas cosas fueron cambiadas

de lugar en mi estudio. ¡Estoy preocupado, Reacher! ¡Soy quien puede

perder aquí! Si hay una auditoría...

—Usted sabe que no la habrá, Crispin. —La voz de Gilt era como miel.

—Sí, pero no puedo poner mis manos en todo el papeleo, no por el

momento, no hasta que el viejo Cheeseborough se jubile. Y Vetinari tiene

muchos pequeños, ya sabe, cómo se llaman... ¡secretarios, ya sabe, que no

hacen nada sino mirar esos pequeños trozos de papel! ¡Lo averiguarán, lo

harán! ¡Compramos el Gran Tronco con su propio dinero!

Gilt le palmeó el hombro.

—Cálmese, Crispin. Nada va a salir mal. Usted piensa en el dinero a la

manera anticuada. El dinero no es una cosa, ni siquiera es un proceso. Es

una especie de sueño compartido. Soñamos que un pequeño disco de metal

común vale el precio de una comida sustanciosa. En cuanto despierte de ese

sueño, puede nadar en un mar de dinero.

La voz era casi hipnótica, pero el terror de Horsefry lo estaba volviendo

loco. Su frente brillaba.

—¡Entonces Greenyham está meando en él! —dijo bruscamente, sus

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pequeños ojos brillantes de desesperada malicia—. ¿Sabe de esa torre de

Lancre que dio todo ese problema un par de meses atrás? ¿Que cuando nos

lo contaron todo se debía a brujas que volaban en las torres? ¡Ja! ¡Fue sólo

una bruja la primera vez! ¡Entonces Greenyham sobornó a un par de nuevos

hombres en la torre para provocar una falla, y uno de ellos cabalgó como un

infierno hacia la torre línea abajo y le envió las cifras del mercado de Genua

unas buenas dos horas antes de que todos los demás las recibieran! Así fue

cómo acaparó langostinos secos, ya sabe. Y fauces deshidratadas de pez y

langostino de tierra deshidratado. ¡No es la primera vez que lo ha hecho,

tampoco! ¡El hombre lo está acuñando!

Gilt miró a Horsefry, y se preguntó si matarlo ahora sería la mejor

opción. Vetinari era inteligente. Uno no se quedaba gobernando un

excremento fermentado de una ciudad como ésta siendo un tonto. Si uno

veía a su espía, era un espía que quería que usted lo viera. La manera en

que uno sabría que Vetinari lo está vigilando sería dando media vuelta muy

rápidamente y no ver a nadie en absoluto.

El maldito Greenyham, también. Algunas personas no comprendían, no

comprendían en absoluto. Eran tan... pequeñas.

Usar los clacks de esa manera era estúpido, pero permitir que un

inversionista como Horsefry lo sepa era indefendible. Era tonto. Pequeñas

personas tontas con arrogancia de reyes, haciendo sus pequeñas estafas,

sonriéndole a las personas que robaron, y no sin comprender el dinero en

absoluto.

Y el estúpido de Horsefry, con aspecto de cerdo, había venido corriendo

aquí. Eso lo hacía un poco difícil. La puerta estaba insonorizada, la alfombra

era fácilmente reemplazable y, por supuesto, los Igor eran famosos por su

discreción, pero casi indudablemente alguien había observado al hombre

entrar y por lo tanto era prudente asegurarse de que se marchaba.

—Usted es un buen hombre, Reacher Gilt —hipó Horsefry, meneando el

vaso de brandy de manera inestable ahora que estaba casi vacío otra vez.

Lo puso sobre una pequeña mesa con el exagerado cuidado de un borracho,

pero ya que era la imagen equivocada de las tres mesas que se deslizaban

de un lado al otro a través de su visión, el vaso se estrelló sobre la alfombra.

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—Lo siento mucho —tartamudeó—. Usted es un buen hombre, así que

voy a darle esto. No puedo guardarlo en mi casa, no puede guardármelo, no

con los espías de Vetininararari sobre mí. No puedo quemarlo tampoco, tiene

todo allí. Todas las pequeñas... transacciones. Muy importante. No puedo

confiar en los otros, me odian. Usted lo cuida, ¿eh?

Sacó un diario rojo maltratado y se lo ofreció de manera inestable. Gilt

lo tomó, y lo abrió. Sus ojos corrieron por las anotaciones.

—¿Usted anotó todo, Crispin? —dijo—. ¿Por qué?

Crispin parecía consternado.

—Tengo que guardar los registros, Reacher —dijo—. No puede cubrir

sus huellas si no sabe dónde las dejó. Entonces... puede reponer todo, ¿lo

ve?, apenas un crimen en absoluto. —Trató de tocarse el costado de su

nariz, y erró.

—Lo cuidaré con gran cuidado, Crispin —dijo Gilt—. Fue muy sabio

traérmelo.

—Eso significa mucho para mí, Reacher —dijo Crispin, ahora

dirigiéndose hacia la etapa sensible—. Usted me toma seriammmmente, no

como Greenyham y sus amigos. Tomo los riesgos, entonces me tratan como

suciedad. Quiero decir suciedad. Maldita buen tipo, es usted. Es gracioso,

sabe, usted teniendo un Igor, un maldito buen tipo como usted, porque... —

eructó enormemente—... porque escuché que los Igor sólo trabajaban para

tipos locos. Tipos completamente chiflados, ya sabe, y vampiros y no vivos,

personas a las que les faltan algunos peniques para un picnic. Nada contra

su hombre, téngalo en cuenta, se ve un maldito tipo fino, jajaja, varios

malditos tipos finos.

Reacher Gilt lo alzó suavemente.

—Usted está borracho, Crispin —dijo—. Y demasiado hablador. Ahora, lo

que voy a hacer es llamar a Igor...

—¿Ssí, sseñor? —dijo Igor detrás de él. Era la clase de servicio que

pocos podían permitirse.

—... y él lo llevará a casa en mi coche. Asegúrese de que lo entrega

sano y salvo a su valet, Igor. Oh, y cuando haya hecho eso ¿podría localizar

a mi colega el Sr. Gryle? Dígale que tengo un pequeño mandado para él.

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Buenas noches, Crispin. —Gilt le palmeó una mejilla temblorosa—. Y no se

preocupe. Mañana descubrirá que todas estas pequeñas preocupaciones

habrán... desaparecido.

—Muy buen tipo —farfulló Horsefry con felicidad—. Para ser un

extranjero...

Igor llevó a Crispin a su casa. A esa altura el hombre había llegado al

estado de ‘borracho alegre’ y estaba cantando esa clase de canción que es

hilarante para los jugadores de rugby y los niños de menos de once, y al

meterlo en su casa debe haber despertado a los vecinos, especialmente

cuando seguía recitando la estrofa sobre el camello.

Entonces Igor condujo de regreso, dejó el coche, se encargó del caballo,

y fue al pequeño desván de palomas detrás de la casa. Eran palomas

grandes, rollizas, no las enfermizas ratas de techo de la ciudad, y seleccionó

una gorda, con experiencia deslizó un anillo de mensaje de plata alrededor

de su pata, y la lanzó hacia arriba a la noche.

Las palomas de Ankh-Morpork eran bastante brillantes, para ser

palomas. La estupidez tenía una vida limitada en esta ciudad. Ésta pronto

encontraría el tejado del alojamiento del Sr. Gryle, pero a Igor le molestaba

que nunca recuperaba sus palomas.

Sobres viejos se alzaban en ventisqueros mientras Moist caminaba

airadamente, y a veces anadeaba airadamente, por las habitaciones

abandonadas de la Oficina de Correos. Estaba con humor de abrir agujeros

en las paredes a patadas. Estaba atrapado. Atrapado. Había hecho todo lo

posible, ¿verdad? Quizás realmente había una maldición sobre este lugar.

Groat sería un buen nombre para ella...

Empujó una puerta y se encontró en el gran patio de coches alrededor

del cual la Oficina de Correos se doblada como una U. Todavía estaba en

uso. Cuando el servicio postal había quebrado, la parte de los coches había

sobrevivido, había dicho Groat. Era útil y establecido y, además, poseía una

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veintena de caballos. Uno no podía aplastar caballos bajo el piso o

embolsarlos en el ático. Tenían que ser alimentados. De manera más o

menos similar, los cocheros se habían hecho cargo y los administraban como

un servicio de pasajeros.

Moist observó un coche cargado rodar afuera del patio, y luego un

movimiento más arriba captó su mirada.

Se había acostumbrado a las torres de clacks ahora. A veces le parecía

que crecía una en cada techo. La mayoría eran las nuevas cajas de

obturadores instaladas por la Compañía Gran Tronco, pero los anticuados

brazos de semáforo e incluso banderas de señales todavía estaban bien a la

vista. Éstos, sin embargo, sólo trabajaban despacio y por línea de visual, y

había un preciado espacio pequeño para ellos en el naciente bosque de

torres. Si uno quería algo más que el servicio básico, iba a una de las

pequeñas compañías de clacks, y alquilaba una pequeña torre de

obturadores con gárgola residente para señalar los mensajes entrantes y

acceder a las torres de rebote y, si uno fuera realmente rico, también un

operador entrenado. Y uno pagaba. Moist no comprendía ni le interesaba la

tecnología, pero cuando la comprendió el precio era algo como un brazo o

una pierna o ambos.

Pero estas observaciones giraban alrededor de su cerebro, por así decir,

como pensamientos planetarios alrededor de una idea central y solar: ¿por

qué diablos tenemos una torre?

Estaba definitivamente sobre el techo. Podía verla y podía escuchar el

traqueteo distante de los obturadores. Y estaba seguro de haber visto una

cabeza, antes de que se agachara fuera de la vista.

¿Por qué tenemos una torre allá arriba, y quién está usándola?

Volvió corriendo adentro. Nunca había descubierto una escalera hacia el

techo, pero entonces, ¿quién sabía qué estaba escondido detrás de alguna

pila de cartas al final de algún corredor bloqueado...?

Se retorció abriéndose camino a lo largo de otro corredor más,

bordeado con sacos de correo, y salió a un espacio donde grandes puertas

dobles y con cerrojos echados conducían al patio. Había una escalera allí,

hacia arriba. Pequeñas lámparas de seguridad derramaban pequeños

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charcos de luz en la negrura de arriba. Esto es la Oficina de Correos para ti,

pensó Moist; las Reglas decían que la escalera debía estar iluminada e

iluminada estaba, décadas después de que alguien alguna vez la usara,

excepto Stanley, que encendía las lámparas.

Aquí había un viejo ascensor de carga, también, uno de esos peligrosos

que funcionaban bombeando agua dentro y fuera de un gran tanque de agua

de lluvia sobre el techo, pero no pudo descubrir cómo hacerlo funcionar y no

hubiera confiado en él de haber podido. Groat dijo que estaba roto.

Al pie de la escalera, borrado pero todavía identificable, había un perfil

de tiza. Los brazos y las piernas no estaban en cómodas posiciones.

Moist tragó, pero agarró la baranda.

Trepó.

Había una puerta en el primer piso. Se abrió fácilmente, al simple tacto

del picaporte, derramando el correo contenido en el hueco de la escalera

como algún monstruo saltarín. Moist se balanceó y gimió mientras las cartas

pasaban junto a él, montones tras montones, y caían en cascada por la

escalera.

Impertérrito, trepó otro tramo, y encontró otra puerta débilmente

iluminada, pero esta vez se hizo a un lado cuando la abrió. La fuerza de las

cartas todavía chocó contra sus piernas, y el ruido de las cartas no

reclamadas era un seco susurro mientras se volcaban hacia la penumbra.

Como murciélagos, quizás. Todo este edificio lleno de cartas no reclamadas,

susurrándose unas a otras en la oscuridad mientras un hombre caía a su

muerte...

Un poco más de esto y terminaría como Groat, loco como una cuchara.

Pero había más en este lugar. Tenía que haber una puerta en algún lugar...

Su cabeza estaba por toda la pared...

Mira, le dijo a su imaginación, si es así como te vas a comportar, no te

traeré otra vez.

Pero, con su habitual traición, continuó trabajando. Nunca, nunca había

puesto un dedo sobre nadie. Siempre corría antes que pelear. Y el homicidio,

ahora, ¿con seguridad el homicidio era un absoluto? Uno no podía

comprometer el 0,021 de un homicidio, ¿verdad? Pero Bomba parecía

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pensar que uno podía matar con un gobernante. De acuerdo, quizás en

algún lugar aguas abajo las personas eran... incomodadas por un crimen,

pero... ¿qué me dice de banqueros, propietarios, e incluso taberneros?

`¿Aquí tiene su brandy doble, señor, y he matado 0,0003 de usted’? Todo lo

que todos hacían afectaba a todos, tarde o temprano.

Además, muchos de sus crímenes ni siquiera eran crímenes. Toma el

truco del anillo, ahora. Él nunca dijo que fuera un anillo de diamante.

Además, era deprimente ver qué tan rápidamente los ciudadanos honestos

se entusiasmaban con la oportunidad de aprovecharse de un pobre viajero

ignorante. Podía arruinar la fe de un hombre en la naturaleza humana, si

tuviera una. Además...

El tercer piso produjo otra avalancha de cartas, pero cuando decreció

todavía había una pared de papel tapando el corredor más allá. Uno o dos

sobres crujientes cayeron, amenazando una mayor caída cuando Moist

avanzó.

A decir verdad, en su mente era una retirada, pero la escalera estaba

ahora separada en capas con sobres que resbalaban y éste no era el

momento de aprender a esquiar en seco.

Bien, el quinto piso tendría que estar despejado, ¿verdad? ¿De qué otro

modo podría Sideburn haber llegado a la escalera para su cita con la

eternidad? Y, sí, todavía había un trozo de soga negra y amarilla sobre el

rellano del cuarto piso, sobre un ventisquero de cartas. La Guardia había

estado aquí. Sin embargo, Moist abrió la puerta con cuidado, como lo habría

hecho un guardián.

Cayeron una o dos cartas, pero la caída principal ya había tenido lugar.

Algunos pies más allá estaba la familiar pared de cartas, atadas tan fuerte

como estratos de roca. Un guardián había estado aquí también. Alguien

había tratado de atravesar el muro de cartas, y Moist podía ver el agujero.

Habrían metido el brazo, todo su largo, exactamente como Moist estaba

haciendo. Exactamente así, las puntas de los dedos habían frotado sobres

aun más comprimidos.

Nadie había entrado en la escalera aquí. Habrían tenido que caminar a

través de un muro de sobres de al menos seis pies de grosor...

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Había un tramo más. Moist trepó la escalera, con cautela, y estaba a

medio camino cuando escuchó que comenzaba la caída, debajo de él.

Debía haber perturbado la pared de cartas del piso de abajo, de algún

modo. Estaba saliendo del corredor a la manera incontenible de un glaciar.

Cuando el borde delantero llegó al hueco de la escalera, atados de correo se

abrieron y se zambulleron en las profundidades. Lejos abajo, la madera

crujió y se rompió. La escalera tembló.

Moist subió corriendo los últimos escalones hasta el quinto piso, agarró

la puerta, la abrió y esperó mientras otro alud de correo se derramaba más

allá de él. Todo estaba temblando ahora. Escuchó un repentino crujido

cuando el resto de la escalera cedió y dejó a Moist colgando del asa, las

cartas pasando a toda velocidad.

Se balanceó allí, los ojos cerrados, hasta que el ruido y el movimiento

más o menos se apagaron, aunque todavía escuchaba un ocasional crujido

abajo.

Las escaleras se habían ido.

Con gran cuidado, Moist encogió los pies hasta que pudo sentir el borde

del nuevo corredor. Sin hacer nada tan provocativo como respirar, cambió

su sujeción de la puerta de modo que ahora podía asir el picaporte de ambos

lados. Despacio, caminó con sus talones a través del ventisquero de cartas

sobre el piso del corredor, tirando de la puerta hasta cerrarla, mientras al

mismo tiempo ponía ambas manos en el picaporte interior.

Entonces respiró hondo el aire viciado y seco, forcejeó locamente con

sus pies, dobló su cuerpo como un salmón enganchado y terminó con justo

lo suficiente de sí mismo sobre el piso de corredor para evitar una caída a

través de sesenta pies de cartas y carpintería rota.

Sin apenas pensar, desenganchó la lámpara de la jamba de la puerta y

giró para revisar la tarea por delante.

El corredor estaba brillantemente iluminado, alfombrado suntuosamente

y totalmente libre de correo. Moist se quedó mirando fijo.

Había cartas ahí dentro, calzadas con fuerza de piso a techo. Las había

visto, y las había sentido caer más allá de él en el hueco de la escalera. No

había sido una alucinación; habían sido sólidas, rancias, polvorientas y

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reales. Creer otra cosa ahora sería demencia.

Se volvió para mirar los restos de la escalera y no vio ninguna entrada,

ninguna escalera. El piso alfombrado se extendía hasta la pared lejana.

Moist se dio cuenta de que tenía que haber una explicación para esto,

pero la única en la que podía pensar ahora era: es extraño. Bajó la mano

con cautela para tocar la alfombra donde el hueco de la escalera debería

estar, y sintió frío en las puntas de sus dedos cuando las pasó por ella.

Y se preguntó: ¿acaso uno de los otros nuevos directores de correos se

pararon aquí, justo donde yo estoy? ¿Y caminó sobre lo que parecía piso

macizo y terminó rodando abajo cinco tramos de dolor?

Moist avanzó lentamente a lo largo del corredor en dirección contraria,

y el sonido empezó a crecer. Era vago y generalizado, el ruido de un gran

edificio lleno de trabajo, gritos, conversaciones, traqueteo de maquinaria,

atestados susurros de mil voces, y ruedas, y pasos, y estampidos, y

garabatos, y portazos, todo tejido junto en un inmenso espacio para

convertirse en la pura textura audible del comercio.

El corredor se abría delante de él, donde llegaba a un cruce en T. El

ruido venía desde el espacio intensamente iluminado más allá. Moist caminó

hacia la brillante barandilla de latón del balcón adelante...

... y se detuvo.

De acuerdo, el cerebro ha sido cargado todo el camino hasta aquí arriba

a gran costo; ahora es tiempo de que haga un poco de trabajo.

El salón de la Oficina de Correos era una oscura caverna llena de

montañas de correo. No había ningún balcón, ninguna cosa de latón

brillante, ningún empleado presuroso y tan seguro como el infierno no había

ningún cliente.

El único tiempo en que la Oficina de Correos podía haberse visto así

estaba en el pasado, ¿sí?

¡Había balcones, señor, todo alrededor del gran salón en cada piso,

hecho de hierro, como encaje!

Pero no lo había en el presente, no aquí y ahora. Pero él no estaba en el

pasado, no exactamente. Sus dedos habían sentido un hueco de escalera

cuando sus ojos habían visto un piso alfombrado.

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Moist decidió que estaba parado en el aquí y ahora pero viendo hacia el

aquí y entonces. Por supuesto, tenías que estar loco para creerlo, pero ésta

era la Oficina de Correos.

El pobre Sr. Sideburn había caminado sobre un piso que ya no estaba

ahí.

Moist se detuvo antes de salir al balcón, bajó la mano, y sintió el frío en

las puntas de sus dedos otra vez cuando pasaron por la alfombra. ¿Quién

fue...? Oh, sí, el Sr. Mutable. Se había parado aquí, corrió para mirar abajo

y...

... tortazo, señor, tortazo sobre el mármol.

Moist se puso de pie con cuidado, se aseguró contra la pared, y espió

en el gran salón cautelosamente.

Las arañas de luces colgaban del techo, pero estaban apagadas porque

la luz del sol se volcaba desde la brillante cúpula hacia una inocente escena

de excrementos de paloma pero viva de personas, caminando a través del

piso en damero o trabajando duro detrás de los largos mostradores

brillantes hechos de madera rara, dijo mi papá. Moist se quedó parado y

mirando.

Era una escena formada por cien actividades resueltas que se fundían

con felicidad en una grandiosa anarquía. Debajo de él, grandes canastas de

alambre sobre ruedas eran empujadas a través del piso, se volcaban sacos

de cartas sobre cintas en movimiento, los secretarios llenaban casillas

febrilmente. Era una máquina, hecha de personas, señor, ¡debería haberla

visto!

A la izquierda de Moist, en el otro extremo del salón, había una estatua

dorada tres o cuatro veces el tamaño natural. Era de un joven delgado,

obviamente un dios, vestido con nada más que un sombrero con alas,

sandalias con alas y —Moist entrecerró los ojos— ¿una hoja de higuera con

alas? Había sido captado por el escultor cuando estaba a punto de lanzarse

al aire, cargando un sobre y con una expresión de noble determinación.

Dominaba el salón. No estaba ahí en el día presente; el estrado estaba

vacío. Si los mostradores y las arañas de luces se habían ido, una estatua

que se veía de oro ni siquiera debe haber tenido una oportunidad.

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Probablemente había sido El Espíritu del Correo, o algo así.

Mientras tanto, el correo ahí abajo se estaba moviendo más

prosaicamente.

Justo debajo de la cúpula había un reloj con una cara apuntando en

cada una de las cuatro direcciones. Cuando Moist lo miró, la manecilla

grande del reloj sonó a la hora en punto.

Sonó una trompeta. El frenético ballet cesó cuando, en algún sitio

debajo de Moist, se abrieron unas puertas y entraron dos líneas de hombres

¡con uniformes, señor, color azul real con botones de latón, debería haberlos

visto!, marchando en el salón en dos líneas y se cuadraron en atención

enfrente de las grandes puertas. Un hombre grande, con una versión algo

más imponente del uniforme y con una cara como dolor de muela, los

esperaba allí; llevaba un gran reloj de arena colgando en una jaula de latón

de su cinturón, y miró a los hombres que esperaban como si hubiera visto

peores visiones pero esporádicamente e incluso entonces sólo sobre las

suelas de sus enormes botas.

Alzó el reloj de arena con un aire de la malvada satisfacción, y respiró

hondo antes de rugir:

—¡Repartoooo Númeroooo Cuatro... de pie!

Las palabras llegaron a las orejas de Moist ligeramente amortiguadas,

como si las escuchara a través de cartón. Los carteros, ya en atención, se

las ingeniaron para verse aun más alertas. El hombre grande los miró

furioso y tomó otra enorme bocanada de aire.

—¡Repartoooo Númeroooo Cuatro esperen, esperen...! ¡REPARTAAAAN!

Las dos líneas pasaron marchando junto a él y hacia afuera, en el día.

Una vez, éramos carteros...

Tengo que encontrar una verdadera escalera, pensó Moist,

empujándose lejos del borde. Estoy... alucinando el pasado. Pero estoy

parado en el presente. Es como sonambulismo. No quiero caminar sobre el

aire fresco y terminar como un perfil de tiza más.

Dio media vuelta, y alguien caminó a través de él.

La sensación fue desagradable, como un repentino toque de fiebre. Pero

no fue la peor parte. La peor parte es ver que la cabeza de alguien pasa a

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través de la tuya. La visión es principalmente gris, con vestigios de rojos y

sombras vacías de senos. Usted no desearía saber sobre los globos oculares.

... la cara toda retorcida como si hubiera visto a un fantasma...

El estómago de Moist subió y bajó, y cuando se volvió con una mano

sobre la boca vio a un joven cartero mirando en su dirección con una

expresión de horror que probablemente reflejaba la invisible sobre la cara de

Moist. Entonces el muchacho tembló, y se fue deprisa.

De modo que el Sr. Ignavia había llegado hasta aquí, también. Había

sido lo bastante inteligente para descubrir lo del piso pero ver a otra cabeza

que pasaba a través de la propia, bien, eso podía llevarlo por el camino

equivocado...

Moist corrió detrás del muchacho. Aquí arriba, él estaba perdido; debía

haber recorrido menos de un décimo del edificio con Groat, el camino

constantemente bloqueado por glaciares de correo. Había otras escaleras, lo

sabía, y todavía existían en el presente. El nivel del suelo, ése era el

objetivo: un piso en el que uno podía confiar.

El muchacho cruzó una puerta y entró en lo que parecía una habitación

llena de paquetes, pero Moist podía ver una entrada abierta en el otro

extremo, y un atisbo de pasamanos. Se apresuró, y el piso desapareció

debajo de sus pies.

La luz desapareció. Breve y horriblemente fue consciente de las cartas

secas a su alrededor, cayendo con él. Aterrizó sobre más cartas, ahogándose

a medida que el antiguo correo seco se apilaba sobre él. Por un momento, a

través de la lluvia de papel, captó una vislumbre de una ventana polvorienta

medio cubierta con cartas, y luego quedó sumergido otra vez. La pila debajo

de él empezó a moverse, resbalando hacia abajo y a los costados. Escuchó

el crujir de lo que podía haber sido una puerta arrancada de sus bisagras y

el flujo lateral aumentó perceptiblemente. Arremetió locamente hacia la

superficie a tiempo para que su cabeza golpeara el dintel de una puerta y

luego la corriente lo arrastró debajo.

Indefenso ahora, cayendo en el río de papel, Moist sintió débilmente la

sacudida mientras un piso se hundía. El correo se volcó a través, llevándolo

con él y cerrándolo de golpe en otro ventisquero de sobres. La vista

Page 123: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

desapareció mientras miles de cartas caían encima de él, y luego el sonido

murió también.

La oscuridad y el silencio lo apretaron en un puño.

Moist Von Lipwig se arrodilló con la cabeza apoyada sobre sus brazos.

Había aire aquí pero era caliente y rancio, y no duraría mucho. No podía

mover más de un dedo.

Podía morir aquí. Se moriría aquí. Debía haber toneladas de correo a su

alrededor.

—Encomiendo mi alma a cualquier dios que pueda encontrarla —

masculló, en el aire sofocante.

Una línea azul bailó a través de su visión interior.

Eran palabras. Pero hablaban.

“Querida Madre, he arribado a salvo y

encontré buenos alojamientos en...”

La voz sonaba como un muchacho de campo pero tenía una... una

cualidad arañosa en ella. Si una carta pudiera hablar, sonaría de ese modo.

Las palabras divagaron, los caracteres se curvaban y se inclinaban

torpemente bajo la pluma de un autor renuente...

... y mientras corría sobre otra línea también empezó a escribir a través

de la oscuridad, resuelta y prolijamente:

Estimado Señor, tengo el honor de informarle

que soy el único albacea de la propiedad

del difunto Sir Davie Thrill, de The Manor,

Bendiciones Mezcladas, y parece que usted

es el único...

La voz continuaba en palabras tan cortadas que uno podía escuchar los

estantes llenos de libros legales detrás del escritorio, pero una tercera línea

estaba empezando.

Estimada Sra. Clarck, lamento mucho

Page 124: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

informarle que en una confrontación con el

enemigo ayer su marido, C. Clark,

peleó valientemente pero fue...

Y entonces todas escribieron a la vez. Voces por docenas, centenares,

miles, llenaron sus orejas y garabatearon a través de su visión interior. No

gritaban, simplemente desenrollaron las palabras hasta que su cabeza

estuvo llena de sonido, que formaba nuevas palabras, como tintinean,

raspan y trompetean todos los instrumentos de una orquesta para producir

un clímax...

Moist trató de gritar, pero los sobres le llenaron la boca.

Y entonces una mano se cerró sobre su pierna y quedó en el aire y

patas arriba.

—¡Ah, Sr. Lipvig! —tronó la voz del Sr. Bomba—. ¡Ha Estado

Explorando! ¡Bienvenido A Su Nueva Oficina!

Moist escupió papel y aspiró aire en sus pulmones punzantes.

—¡Están vivas! —jadeó—. ¡Están todas vivas! ¡Y enfadadas! ¡Hablan!

¡No fue una alucinación! ¡He tenido alucinaciones y no duelen! ¡Sé cómo

murieron los otros!

—Estoy Feliz Por Usted, Sr. Lipvig —dijo Bomba, poniéndolo de la

manera correcta y vadeando metido hasta la cintura a través de la

habitación, mientras que detrás de ellos más correo se escurría a través de

un agujero en el techo.

—¡Usted no comprende! ¡Ellas hablan! Quieren... —Moist vaciló. Todavía

podía escuchar el susurro en su cabeza. Dijo entonces, más para sí mismo

que en beneficio del golem—: Es como si quisieran ser... leídas.

—Ésa Es La Función De Una Carta —dijo Bomba con calma—. Verá Que

Casi He Limpiado Su Departamento.

—¡Escuche, son sólo papel! ¡Y hablaron!

—Sí —tronó el golem pesadamente—. Este Lugar Es Una Tumba De

Palabras No Escuchadas. Luchan Por Ser Escuchadas.

—¡Oh, vamos! Las cartas son sólo papel. ¡No pueden hablar!

—Yo Soy Sólo Arcilla, Y Escucho —dijo Bomba, con la misma calma

exasperante.

Page 125: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

—Sí, pero usted tiene el agregado de una jerigonza...

El fuego rojo creció detrás de los ojos de Bomba cuando giró para mirar

a Moist.

—Fui... hacia atrás en el tiempo, creo —masculló Moist, retrocediendo—

. En... mi cabeza. Así fue cómo murió Sideburn. Cayó por una escalera que

no estaba ahí en el pasado. Y el Sr. Ignavia murió de terror. ¡Estoy seguro

de eso! ¡Pero estuve dentro de las cartas! Y debe haber habido un... un

agujero en el piso, o algo, y eso... caí, y... —Se detuvo—. Este lugar

necesita un sacerdote, o un mago. Alguien que comprenda esta clase de

cosas. ¡No yo!

El golem sacó dos brazadas de correo que recientemente había

sepultado a su cliente.

—Usted Es El Director De Correos, Sr. Lipvig —dijo.

—¡Ése es sólo el truco de Vetinari! No soy ningún cartero, soy sólo un

fraude...

—¿Sr. Lipwig? —dijo una voz nerviosa desde la entrada detrás de él. Se

volvió y vio al muchacho Stanley, que se estremeció ante su expresión.

—¿Sí? —dijo Moist con brusquedad—. ¿Qué demonios... qué quieres,

Stanley? Estoy un poco ocupado ahora.

—Hay unos hombres —dijo Stanley, sonriendo vacilante—. Están abajo.

Unos hombres.

Moist lo miró furioso, pero Stanley parecía haber terminado por ahora.

—¿Y estos hombres quieren...? —preguntó.

—Lo quieren a usted, Sr. Lipwig —dijo Stanley—. Dijeron que quieren

ver al hombre que quiere ser director de correos.

—No quiero ser... —empezó Moist, pero se rindió. No tenía sentido

desquitarse con el muchacho.

—Excúseme, Director De Correos —dijo el golem detrás de él—. Deseo

Completar Mi Tarea Asignada.

Moist se hizo a un lado mientras el hombre de arcilla salía al corredor,

las viejas tablas gimiendo bajo sus enormes pies. Afuera, se podía ver cómo

había logrado limpiar la oficina. Las paredes de las otras habitaciones

estaban abombadas casi a punto de estallar. Cuando un golem empuja cosas

Page 126: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

dentro de una habitación, se quedan empujadas.

La visión de la figura de pesado andar calmó un poco a Moist. Había

algo sumamente... bien, realista en el Sr. Bomba.

Lo que necesitaba ahora era normalidad, personas normales con

quienes hablar, cosas normales que hacer para sacar las voces de su

cabeza. Se quitó fragmentos de papel de su traje cada vez más grasiento.

—Muy bien —dijo, tratando de encontrar su corbata, que había

terminado colgando en la espalda—. Veré lo que quieren.

Estaban esperando en el rellano central de la gran escalera. Eran

ancianos, delgados y doblados, como copias ligeramente más viejas de

Groat. Tenían el mismo uniforme antiguo, pero había algo raro en ellos.

Cada hombre tenía el esqueleto de una paloma en la punta de su

sombrero puntiagudo.

—¿Es usted el Hombre No-franqueado? —gruñó uno de ellos, mientras

se acercaba.

—¿Qué? ¿Quién? ¿Lo soy? —dijo Moist. De repente, la idea de

normalidad estaba disminuyendo otra vez.

—Sí, usted lo es, señor —susurró Stanley a su lado—. Tiene que decir

que sí, señor. Vaya, señor, ojalá que fuera yo haciendo esto.

—¿Haciendo qué?

—Por segunda vez: ¿Es usted el Hombre No-franqueado? —dijo el

anciano; parecía enfadado. Moist notó que estaba perdiendo las

articulaciones de la punta de los dedos centrales de su mano derecha.

—Supongo que sí. Si usted insiste —dijo. Esto no encontró ninguna

aprobación en absoluto.

—Por última vez: ¿Es usted el Hombre No-franqueado? —Esta vez había

una real amenaza en la voz.

—¡Sí, de acuerdo! ¡Para los propósitos de esta conversación, sí! ¡Soy el

Hombre No-franqueado! —gritó Moist—. Ahora podemos...

Algo negro cayó sobre su cabeza desde atrás y sintió unos hilos atados

con fuerza alrededor de su cuello.

Page 127: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

—El Hombre No-franqueado está atrasado —crujió otra voz anciana, en

su oreja, y manos invisibles pero rudas lo asieron—. Él no es ningún cartero.

—Estará bien, señor —dijo la voz de Stanley, mientras Moist

forcejeaba—. No se preocupe. El Sr. Groat lo guiará. Usted lo hará

fácilmente, señor.

—¿Hacer qué? —dijo Moist—. ¡Suéltenme, viejos demonios tontos!

—El Hombre No-franqueado teme la Caminata —siseó un asaltante.

—Sí, el Hombre No-franqueado será Devuelto a Remitente en ninguna

orden breve —dijo otro.

—El Hombre No-franqueado debe ser pesado en la balanza —dijo un

tercero.

—¡Stanley, ve por el Sr. Bomba ahora mismo! —gritó Moist, pero la

capucha era gruesa y muy ajustada.

—No debo hacerlo, señor —dijo Stanley—. No debo hacerlo en absoluto,

señor. Estará bien, señor. Es sólo una... una prueba, señor. Es la Orden del

Correo, señor.

Sombreros extraños, pensó Moist, y empezó a relajarse. Bromas

pesadas y amenazas... conozco estas cosas. Es misticismo para

comerciantes. No hay una ciudad en el mundo sin su Orden Leal y Antigua y

Justificada y Hermética de pequeños hombres que piensan que pueden

cosechar los secretos de los ancianos durante un par de horas cada jueves

por la noche y no se dan cuenta qué imbéciles se ven con túnicas. Debería

saberlo... debería haber reunido una docena de ellos yo mismo. Apuesto que

hay un apretón de manos secreto. Conozco más apretones de manos

secretos que los dioses. Estoy en tanto peligro como lo estaría en una clase

de niños de cinco años. Menos, probablemente. Hombre No-franqueado...

santo cielo.

Se relajó. Dejó que lo llevaran escalera abajo, y girado. Ah, sí, eso es

correcto. Uno tiene que sufrir el miedo de iniciado, pero todos saben que es

sólo un juego de fiesta. Parecerá malo, incluso podría sentirse mal, pero no

será malo. Recordó haberse unido a... ¿qué era?

Page 128: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

Oh, sí... los Hombres del Surco, en algún pueblo en las afueras.7 Habían

vendado sus ojos, por supuesto, y los Hombres habían hecho todos los

ruidos horrendos que pudieron imaginar, y luego una voz en la oscuridad

dijo, ‘¡Dele la mano al Gran Maestro!’, y Moist extendió la mano y estrechó

la pata de una cabra. Los que salían de allí con los pantalones limpios,

ganaban.

Al día siguiente había estafado a tres de sus nuevos y confiados

Hermanos en ochenta dólares. No le parecía tan gracioso ahora.

Los viejos carteros lo llevaban al gran salón. Podía saberlo por los ecos.

Y había otras personas ahí, de acuerdo con esos pequeños pelos en su nuca.

No exactamente personas, tal vez; creyó escuchar un gruñido amortiguado.

Pero así era cómo iba, ¿correcto? Las cosas tenían que parecer

preocupantes. La tecla era ser audaz, actuar valiente y directo.

Sus escoltas lo dejaron. Moist quedó parado en la oscuridad por un

momento, y luego sintió que una mano agarraba su codo.

—Soy yo, señor. Cartero Titular a Prueba Groat, señor. No se preocupe

por nada, señor. Soy su Diácono Temporal por esta noche, señor.

—¿Es esto necesario, Sr. Groat? —suspiró Moist—. Fui nombrado

director de correos, lo sabe.

—Nombrado, sí. Aceptado, no por el momento, señor. La prueba de

correo no es la prueba de entrega, señor.

—¿De qué está hablando?

—No puedo contarle secretos a un Hombre No-franqueado, señor —dijo

Groat, piadosamente—. Usted lo ha hecho bien para llegar tan lejos, señor.

—Oh, de acuerdo —dijo Moist, tratando de sonar jovial—. ¿Qué es lo

peor que puede ocurrir, eh?

Groat se quedó en silencio.

—Dije que... —empezó Moist.

—Estaba simplemente pensándolo, señor —dijo Groat—. Veamos... sí,

señor. Lo peor que puede ocurrir es que pierda todos los dedos de una

7 En áreas más boscosas, áreas menos dominadas por el repollo y la industria Brassica general, habría

sido, por supuesto, en las ramas. (N del A)

Page 129: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

mano, quedar lisiado de por vida, y quebrarse la mitad de los huesos de su

cuerpo. Oh, y entonces no permitirán que se asocie. ¡Pero no se preocupe

por nada, señor, por nada!

Arriba y adelante, una voz retumbó:

—¿Quién trae al Hombre No-franqueado?

Al lado de Moist, Groat se aclaró la garganta y, cuando habló, su voz

realmente temblaba.

—Yo, Cartero Titular a Prueba Tolliver Groat, traigo al Hombre No-

franqueado.

—¿Dijo eso de los huesos para asustarme, correcto? —siseó Moist.

—¿Y permanece en la Penumbra de la Noche? —preguntó la voz.

—¡Lo hace ahora, Venerado Maestro! —gritó Groat, feliz, y susurró al

encapuchado Moist—: Algunos de los viejos están muy felices porque usted

recuperó el cartel.

—Bien. Ahora, estos huesos quebrados que usted mencionó...

—¡Entonces, permítanle recorrer el Camino! —ordenó la voz invisible.

—Camine hacia adelante, señor. Tranquilo —susurró Groat, con

premura—. Eso es. Deténgase aquí.

—Mire —dijo Moist—, todas esas cosas... eran sólo para asustarme,

¿correcto?

—Déjemelo a mí, señor —susurró Groat.

—Pero, escuche, el... —empezó Moist, y su boca se llenó de capucha.

—¡Permítanle ponerse las Botas! —continuó la voz.

Es asombroso cómo puedes escuchar letras mayúsculas, pensó Moist,

tratando de no ahogarse con la tela.

—Hay un par de botas justo enfrente de usted, señor —llegó el susurro

áspero de Groat—. Póngaselas. No hay problema, señor.

—¡Pff! Sí, pero escuche...

—¡Las botas, señor, por favor!

Moist se quitó los zapatos, muy torpemente, y deslizó los pies en las

botas invisibles. Resultaron ser tan pesadas como plomo.

—El Camino del Hombre No-franqueado es Pesado —entonó la

retumbante voz—. ¡Permítanle continuar!

Page 130: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

Moist dio otro paso adelante, pisó sobre algo que rodó, tropezó de

cabeza y sintió una cuchillada muy aguda cuando sus espinillas chocaron con

metal.

—Carteros —exigió otra vez la voz tronante—, ¿Cuál es el Primer

Juramento?

Las voces cantaron desde la oscuridad, en coro:

—¡Vaya! ¿Lo creería? Juguetes, cochecitos, herramientas de jardín...

¡No importa lo que ellos dejen en el sendero en estas mañanas oscuras!

—¿Acaso el Hombre No-franqueado? —preguntó la voz.

Creo que me he quebrado la barbilla, pensó Moist mientras Groat lo

alzaba a sus pies. ¡Creo que me he quebrado la barbilla! El anciano siseó:

—Bien hecho, señor —y luego levantó la voz para añadir en beneficio de

los invisibles espectadores—: ¡No gritó, Venerado Maestro, sino que fue

decidido!

—¡Entonces, entréguele la Bolsa! —bramó la voz distante. Moist

empezaba a odiarla.

Unas manos invisibles pusieron una correa alrededor del cuello de

Moist. Cuando la soltaron, su peso lo dobló.

—¡La Bolsa del Cartero es Pesada, pero pronto será Liviana! —escuchó,

con eco en las paredes. Nadie había dicho nada sobre dolor, pensó Moist.

Bien, en realidad sí, pero no dijeron que fuera su intención...

—Continuamos, señor —dijo Groat, invisible a su lado—. ¡Éste es el

Camino del Cartero, recuerde!

Moist se movió con cautela hacia adelante, con mucho cuidado, y sintió

que algo se alejaba traqueteando.

—¡No caminó sobre el Patín de Ruedas, Venerado Maestro! —informó

Groat a los invisibles espectadores.

Moist, dolorido pero animado, intentó dos pasos inseguros más, y

escuchó otro traqueteo mientras algo rebotaba desde su bota.

—¡La Botella de Cerveza Descuidadamente Abandonada no fue un

obstáculo! —gritó Groat, triunfal.

Envalentonado, Moist ensayó un paso más, pisó sobre algo resbaladizo,

y sintió que sus pies se iban hacia adelante y arriba sin él. Aterrizó

Page 131: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

pesadamente sobre la espalda y su cabeza golpeó el piso. Estaba seguro de

haber escuchado su cráneo quebrarse.

—Carteros, ¿Cuál es el Segundo Juramento? —ordenó la resonante voz.

—¡Perros! ¡Les digo, no hay ninguno que sea bueno! ¡Si no muerden,

todos cagan! ¡Es tan malo como pisar aceite de máquina!

Moist se alzó a sus rodillas, la cabeza girando.

—¡Eso es correcto, eso es correcto, continúe avanzando! —siseó Groat,

agarrándole el codo—. ¡Usted debe cruzar, venga lluvia o sol! —Bajó la voz

aun más—. ¡Recuerde qué dice sobre el edificio!

—¿La Sra. Cake? —farfulló Moist, y luego pensó: ¿era lluvia o nieve? ¿O

el aguanieve? Escuchó movimiento y se acurrucó sobre la pesada bolsa

mientras el agua lo empapaba y un balde demasiado entusiasta rebotaba de

su cabeza.

Lluvia, entonces. Se enderezó a tiempo para sentir una penetrante

frialdad deslizándose por la parte posterior del cuello, y casi gritó.

—Eso eran cubitos de hielo —susurró Groat—. Los conseguimos en la

morgue pero no se preocupe, señor, apenas estaban usados... es lo mejor

que podemos tener por nieve, en esta época del año. ¡Lo siento! ¡No se

preocupe por nada, señor!

—¡Permitamos que el Correo sea probado! —gritó la voz dominante.

La mano de Groat se zambulló en la bolsa mientras Moist se

tambaleaba en círculos, y alzó una carta, triunfalmente.

—Yo, Cartero Titular a Prueba... oh, excúseme, sólo un tic, Venerado

Maestro... —Moist sintió que su esencia de cabeza era jalada al nivel de la

boca de Groat, y el anciano susurró—: ¿Era Cartero Titular a Prueba o Pleno,

señor?

—¿Qué? ¡Oh, pleno, sí, pleno! —dijo Moist, mientras el agua congelada

llenaba sus zapatos—. ¡Definitivamente!

—¡Yo, Cartero Titular Groat, declaro que el correo está tan seco como

un hueso, Venerado Maestro! —gritó Groat, con voz triunfal.

Esta vez la cascada voz de la autoridad tenía un atisbo de jubilosa

amenaza.

—¡Entonces, permítanle... entregarlo!

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En la sofocante penumbra de la capucha, el sentido del peligro de Moist

atrancó la puerta y se escondió en el sótano. Ahora estaba donde los

coreantes invisibles se inclinaban hacia adelante. Ahora estaba donde la

cosa dejaba de ser un juego.

—En realidad, no he anotado nada, señalo —empezó, tambaleándose.

—Cuidado ahora, cuidado —siseó Groat, ignorándolo—. ¡Ya casi llega!

Hay una puerta justo enfrente de usted, hay un buzón de cartas... ¿Podría él

tomar un respiro, Venerado Maestro? Recibió un golpazo desagradable en su

cabeza...

—¿Un respiro, Hermano Groat? ¿De modo que usted pueda darle una o

dos pistas, tal vez? —dijo la voz cantante, con desprecio.

—Venerado Maestro, los rituales dicen que se permite al Hombre No-

franqueado un... —protestó Groat.

—¡Este Hombre No-franqueado caminará solo! ¡Completamente solo,

Tolliver Groat! ¡No quiere ser un Cartero Subalterno, oh no, ni siquiera un

Cartero Titular, no él! ¡Quiere alcanzar el rango de Director de correos, en

un solo intento! ¡No estamos jugando al Golpe del Cartero, Cartero

Subalterno Groat! ¡Usted nos persuadió! ¡No estamos tonteando! ¡Tiene que

demostrar que lo merece!

—¡Es Cartero Titular Groat, muchas gracias! —gritó Groat.

—¡Usted no es un Cartero Titular correcto, Tolliver Groat, no si él

fracasa en la prueba!

—¿Sí? ¿Y quién dice que usted es el Venerado Maestro, George Aggy?

¡Es el Venerado Maestro sólo porque consiguió primero la túnica!

La voz del Venerado Maestro se volvió un poco menos autoritaria.

—Usted es un tipo decente, Tolliver, lo reconozco, ¡pero todas esas

cosas que dice sobre un verdadero director de correos que aparece un día y

que lo hace todo mejor, es simplemente... absurdo! Mire este lugar,

¿quiere? Ha tenido su día. Todos nosotros. ¡Pero si se va a poner testarudo,

lo haremos de acuerdo con el libro de reglas!

—¡Correcto, entonces! —dijo Groat.

—¡Correcto, entonces! —repitió el Venerado Maestro.

Una sociedad secreta de carteros, pensó Moist. Quiero decir, ¿por qué?

Page 133: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

Groat suspiró, y se inclinó más cerca.

—Habrá una condenada discusión después de que terminemos —siseó a

Moist—. Lamento esto, señor. Sólo entregue la carta. ¡Creo en usted, señor!

Retrocedió.

En la nocturna oscuridad de la capucha, atontado y sangrante, Moist se

movió hacia adelante arrastrando los pies y los brazos extendidos. Sus

manos encontraron la puerta, y la recorrieron en una búsqueda vana de la

ranura. Al final la encontró a un pie sobre la tierra.

De acuerdo, de acuerdo, mete una maldita carta ahí y que esta estúpida

pantomima se acabe.

Pero no era un juego. No era uno de esos eventos donde todos sabían

que el viejo Harry sólo tenía que repetir las palabras correctas para ser el

más reciente miembro de la Real Orden de Rellenadores de Sillas. Había

personas ahí afuera que se lo tomaban seriamente.

Bien, sólo tenía que echar una carta a través de una ranura, ¿verdad?

¿Qué tan difícil podía ser ese... Espera, espera... ¿no le faltaban las puntas

de los dedos de una mano a uno de los hombres que lo habían traído hasta

aquí?

De repente, Moist se sintió enfadado. A pesar del dolor de su barbilla.

¡No tenía que hacer esto! Por lo menos, no tenía que hacerlo de este modo.

¡Tendría un pobre futuro si no fuera un mejor jugador a los ridículos

gilipollas que este racimo de viejos tontos!

Se enderezó, sofocando un quejido, y se quitó la capucha. Todavía

había oscuridad a su alrededor, pero estaba moteada por el brillo de las

puertas de una docena o más de linternas oscuras.

—¡Oiga, se ha quitado la capucha! —gritó alguien.

—El Hombre No-franqueado puede decidir quedarse en la oscuridad —

dijo Moist—. Pero el Cartero adora la Luz.

Le dio a su voz el tono correcto. Era la clave de mil fraudes. Uno tenía

que sonar bien, sonar como si supiera lo que estaba haciendo, sonar como si

uno estuviera a cargo. Y, mientras hablara galimatías, era el verdadero

galimatías.

La puerta de una linterna se abrió un poco más y una voz dolorida dijo:

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—Oiga, no puedo encontrarlo en el libro. ¿Dónde se supone que dice

eso?

Uno también tenía que moverse rápido. Moist envolvió su mano con la

capucha y levantó la tapa delo buzón de cartas. Con su otra mano sacó una

carta al azar de la bolsa, la pasó a través de la ranura y luego tiró de su

guante improvisado. Se rasgó como cortado con tijeras.

—Carteros, ¿Cuál es el Tercer Juramento? —gritó Groat triunfalmente—.

Todos juntos, muchachos: ¡Vaya! ¿De qué están hechas estas tapas, de

navajas de afeitar?

Había un silencio ofendido.

—Nunca tenía (tuvo) puesta su capucha —farfulló una figura con túnica.

—¡Claro que sí! ¡La envolvió alrededor de su mano! ¡Díganme dónde

dice que no puede hacerlo! —gritó Groat—. ¡Les dije! ¡Es el que estábamos

esperando!

—Todavía hay (falta o está) la prueba final —dijo el Venerado Maestro.

—¿De qué prueba final está usted hablando, George Aggy? ¡Entregó el

correo! —protestó Groat—. ¡Lord Vetinari lo nombró director de correos y ha

recorrido el Camino!

—¿Vetinari? ¡Ha estado por aquí apenas cinco minutos! ¿Quién es él

para decir quien es director de correos? ¿Era su padre un cartero? ¡No! ¿O

su abuelo? ¡Miren a los hombres que ha estado enviando! ¡Usted dijo que

eran demonios furtivos que no tenían una gota de tinta de la Oficina de

Correos en su sangre!

—Creo que éste podría ser capaz de... —empezó Groat.

—Puede hacer la prueba final —dijo el Venerado Maestro,

severamente—. Usted sabe qué es.

—¡Será un homicidio! —dijo Groat—. Usted no puede...

—¡No se lo diré otra vez, joven Tolly, cierre la boca! ¿Bien, Señor

Director de Correos? ¿Enfrentará el mayor desafío del cartero? ¿Enfrentará...

—la voz hizo una pausa para llamar la atención y (que) por las dudas (se)

pudiera (pudieran) escuchar notas de música portentosa—... el Enemigo en

la Puerta?

—¡Enfrentarlo y superarlo, si usted lo exige! —dijo Moist. ¡El tonto lo

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había llamado director de correos! ¡Estaba funcionando! ¡Sonaba como si

uno estuviera a cargo y ellos empiezan a creerlo! Oh, y lo de ‘superarlo’

había sido un buen toque también.

—¡Lo exigimos! ¡Oh sí, lo exigimos! —corearon los carteros de túnica.

Groat, una sombra barbuda en la penumbra, tomó la mano de Moist y,

ante su asombro, la estrechó.

—Lamento todo esto, Sr. Lipwig —dijo—. No esperaba esto en absoluto.

Están haciendo trampa. Pero usted estará bien. Puede confiar en el Cartero

Titular Groat, señor.

Retiró su mano, y Moist sintió algo pequeño y frío en su palma. Cerró su

puño sobre él. ¿No lo esperaba en absoluto?

—Correcto, Director de Correos —dijo el Venerado Maestro—. Es una

prueba simple. Todo lo que usted tiene que hacer, bien, es quedarse parado

y quieto aquí, sobre sus pies, el tiempo de un minuto, ¿de acuerdo? ¡Corran

por su vida, muchachos!

Escuchó uno sacudir de batas y de escurrir de pies y una puerta

distante se cerró de golpe. Moist fue dejado parado ser en la silenciosa

penumbra con olor a paloma.

¿Qué otra prueba podría haber? Trató de recordar todas las palabras

sobre el frente del edificio. ¿Trolls? ¿Dragones? ¿Cosas verdes con dientes?

Abrió su mano para ver lo que Groat había deslizado en ella.

Se veía muy parecido a un silbato.

En alguna parte en la oscuridad una puerta se abrió, y se cerró otra

vez. Fue seguido por el sonido distante de garras en movimiento,

resueltamente.

Perros.

Moist giró y corrió salón abajo hacia el pedestal, y se trepó. No sería

mucho problema para perros grandes, pero por lo menos pondría sus

cabezas a la altura de una patada.

Entonces escuchó un ladrido, y la cara de Moist se abrió en una

sonrisa. Uno sólo necesita escuchar ese ladrido una vez. No era uno

particularmente agresivo, porque era lanzado por una boca capaz de

aplastar un cráneo. Uno no necesitaba demasiado consejo adicional cuando

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uno podía hacerlo (el uno repetido está de más, en castellano es superfluo).

Las noticias corren.

Esto iba a ser... irónico. ¡En realidad habían capturado Lipwigzers!

Moist esperó hasta que pudo ver los ojos a la luz de la linterna delante

de él, entonces dijo:

—¡Schlat!

Los perros se detuvieron, y se quedaron mirando a Moist.

Evidentemente, pensaban, algo está mal aquí. Suspiró, y se dejó caer del

pedestal.

—Miren —dijo, poniendo una mano sobre cada nalga y ejerciendo

presión hacia abajo—. Un hecho que todos saben es que nunca se ha

permitido que una Lipwigzers hembra salga del país. Eso mantiene el alto

precio de la raza... ¡Schlat, dije...! ¡Y que cada cachorro es entrenado con

órdenes Lipwigzianas! ¡Ésta es la vieja charla provinciana, muchachos!

¡Schlat!

Los perros se sentaron al instante.

—Buenos muchachos —dijo Moist. Era verdad lo que las personas como

su abuelo decían: una vez que has pasado su capacidad de cortar de un

mordisco toda una pierna en un intento, eran muy buenos animales.

Hizo bocina con sus manos y gritó:

—¿Caballeros? ¡Es seguro para ustedes entrar ahora! —Los carteros

estarían escuchando, eso era seguro. Estarían esperando gruñidos y gritos.

La puerta distante se abrió.

—¡Adelántense! —dijo Moist con dureza. Los perros giraron para mirar

el grupo de carteros que se acercaba. Gruñeron, también, en un trueno

largo e ininterrumpido.

Ahora podía ver claramente a la Orden misteriosa. Llevaban túnicas, por

supuesto, porque uno no puede tener una orden secreta sin túnicas. Se

habían quitado las capuchas ahora, y cada hombre8 llevaba una gorra

puntiaguda con un esqueleto de ave atado en ella.

—Ahora, señor, sabíamos que Tolliver le deslizaría el silbato para

8 Las mujeres siempre tuvieron una baja representación en las órdenes secretas. (N del A)

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perros... —empezó uno de ellos, mirando a los Lipwigzers muy nervioso.

—¿Esto? —dijo Moist, abriendo la mano—. No lo usé. Sólo los enfada.

Los carteros miraban fijamente a los perros sentados.

—Pero usted hizo que ellos se sentaran... —empezó uno.

—Puedo hacerles hacer otras cosas —dijo Moist, tranquilo—. Sólo tengo

que decir la palabra.

—Er... hay un par de muchachos fuera con bozales, si le es lo mismo

para usted, señor —dijo Groat, mientras la Orden retrocedía—. Somos, por

herencia, cautelosos con los perros. Es una cosa de carteros.

—Puedo asegurarle que el control que mi voz tiene sobre ellos en este

momento es más fuerte que el acero —dijo Moist. Probablemente era

basura, pero era buena basura.

El gruñido de uno de los perros había llegado al borde donde tendía a

llegar justo antes de que la criatura se convirtiera en un proyectil lleno de

dientes.

—¡Vodit! —gritó Moist—. Lamento todo esto, caballeros —añadió—.

Creo que ustedes los ponen nerviosos. Pueden oler el miedo, como

probablemente sepan.

—Mire, estamos realmente arrepentidos, ¿de acuerdo? —Dijo uno cuya

voz le sugirió a Moist que había sido el Venerado Maestro—. Teníamos que

estar seguros, ¿de acuerdo?

—¿Soy el director de correos, entonces? —preguntó Moist.

—Absolutamente, señor. No hay problema en absoluto. ¡Bienvenido, oh,

Director de Correos!

Aprende rápido, pensó Moist.

—Creo que... —empezó, cuando se abrieron las puertas dobles en el

otro extremo del salón.

Entró el Sr. Bomba cargando una gran caja. Debería ser muy difícil abrir

un par de grandes puertas mientras uno carga algo en ambas manos, pero

no si es un golem. Sólo caminan hacia ellas. Las puertas pueden decidir

abrirse o tratar de permanecer cerradas, es su elección.

Los perros salieron como fuegos artificiales. Los carteros salieron en

dirección contraria, trepando al pedestal detrás de Moist con una velocidad

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loable para hombres de tal edad.

El Sr. Bomba avanzó pesadamente, aplastando bajo sus pies los restos

del Camino. Se meció cuando las criaturas lo golpearon, y luego, con

paciencia, dejó la caja y recogió los perros por el pescuezo.

—Hay Algunos Caballeros Afuera Con Redes Y Guantes Y Ropa

Sumamente Gruesa, Sr. Lipvig —dijo—. Dicen Que Trabajan Para Un Sr.

Harry King. Quieren Saber Si Han Terminado Con Estos Perros.

—¿Harry King? —preguntó Moist.

—Es un gran comerciante de chatarra, señor —dijo Groat—. Supongo

que le pidieron prestados los perros. Los deja sueltos en sus patios por la

noche.

—Ningún ladrón entra, ¿eh?

—Creo que se siente muy feliz si alguien entra, señor. Ahorra tener que

alimentar a los perros.

—¡Ja! Por favor lléveselos, Sr. Bomba —dijo Moist. ¡Lipwigzers! Había

sido tan fácil.

Mientras observaban al golem dar la vuelta con un perro gimiendo bajo

cada brazo, añadió:

—¡El Sr. King debe estar haciéndolo bien, entonces, para tener

Lipwigzers como perros guardianes comunes!

—¿Lipwigzers? ¿Harry King? ¡Bendito sea, señor, el viejo Harry no

compraría refinados perros extranjeros cuando puede comprar una cruza, no

él! —dijo Groat—. Probablemente haya un poco de Lipwigzer en ellos, me

atrevería a decir, probablemente las peores partes. Ja, un Lipwigzer de pura

sangre probablemente no duraría ni cinco minutos contra algunos de los

mestizos en nuestros callejones. Algunos de ellos tienen algo de cocodrilo.

Hubo un momento de silencio y luego Moist dijo, con voz distante:

—¿De modo que... definitivamente no importó pura raza, eso piensa?

(piensa que definitivamente no importó perros de pura raza?)

—Apuéstele su vida, señor —dijo Groat, alegremente—. ¿Hay algún

problema, señor?

—¿Qué? Hum... no. No en absoluto.

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—Parecía un poco desilusionado, señor. O algo así.

—No. Estoy bien. No hay problema —Moist añadió, pensativo—: Sabe,

tengo que lavar algo de ropa sucia. Y quizás unos nuevos zapatos...

Las puertas se abrieron otra vez para mostrar, no el regreso de los

perros, sino al Sr. Bomba una vez más. Recogió la caja que había dejado y

se dirigió hacia Moist.

—Bien, nos vamos —dijo el Venerado Maestro—. Un placer haberle

conocido, Sr. Lipwig.

—¿Eso es todo? —dijo Moist—. ¿No hay una ceremonia o algo?

—Oh, ése es Tolliver, lo es —dijo el Venerado Maestro—. Me gusta ver

que el viejo lugar está todavía aquí, realmente, pero todo se trata de clacks

en estos días, ¿verdad? El joven Tolliver cree que todo puede volver a

funcionar otra vez, pero era sólo un muchacho cuando todo se vino abajo.

Usted no puede ajustar algunas cosas, Sr. Lipwig. Oh, puede llamarse a sí

mismo director de correos, ¿pero por dónde empezaría a hacer que este

montón trabaje? Es un viejo fósil, señor, exactamente como nosotros.

—Su Sombrero, Señor —dijo Bomba.

—¿Qué? —dijo Moist, y se volvió hacia donde el golem estaba parado

junto al pedestal, paciente, con un sombrero en sus manos.

Era el sombrero puntiagudo de un cartero, dorado, con alas doradas.

Moist lo tomó, y vio que el oro era sólo pintura, rajada y pelada, y que las

alas eran alas secas de verdaderas palomas y que casi se desmenuzaban al

tacto. Cuando el golem lo alzó a la luz brilló como algo de alguna tumba

antigua. En las manos de Moist, crujió y olía a ático, y perdió hojuelas de

oro. Dentro del ala, en una etiqueta manchada, estaban las palabras "Boult

& Locke, Proveedores Militares y Ceremoniales, Calle Pastel de Durazno, A-

M. Tamaño: 7 1/4.

—Hay Un Par De Botas Con Alas, También —dijo el Sr. Bomba—, Y Algo

Elastizado...

—¡No se moleste por esa parte! —dijo Groat, excitado—. ¿Dónde

encontró esas cosas? ¡Hemos estado buscando por todos lados! ¡Por años!

—Estaba Bajo El Correo En La Oficina Del Director De Correos, Sr.

Groat.

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—¡No puede ser, no puede ser! —protestó Groat—. ¡Hemos buscado allí

docenas de veces! ¡Miré cada pulgada de alfombra ahí!

—Mucho correo, er, se movió hoy —dijo Moist.

—Eso Es Correcto —dijo el golem—. El Sr. Lipvig Atravesó El Techo.

—Ah, de modo que lo encontró, ¿eh? —dijo Groat triunfalmente—. ¿Lo

ve? ¡Todo se está haciendo realidad! ¡La profecía!

—No hay tal profecía, Tolliver —dijo el Venerado Maestro, sacudiendo la

cabeza tristemente—. Sé que cree que la hay, pero desear que un día llegue

alguien y ordene este desorden no es lo mismo que una profecía. No

realmente.

—¡Hemos escuchado a las cartas hablar otra vez! —dijo Groat—.

Susurran en la noche. Tenemos que leerles las Reglas para mantenerlas en

silencio. ¡Exactamente como dijo el mago!

—Sí, bien, usted sabe lo que solíamos decir: ¡tienes que estar loco para

trabajar aquí! —dijo el Venerado Maestro—. Todo ha terminado, Tolliver.

Realmente. La ciudad ya no nos necesita más.

—¡Póngase ese sombrero, Sr. Lipwig! —dijo Groat—. Es el destino,

aparecer así. ¡Usted sólo se lo pone y ve qué ocurre!

—Bien, si todos están felices por eso... —farfulló Moist. Sostuvo el

sombrero encima de su cabeza, pero vaciló.

—Nada va a ocurrir, ¿verdad? —dijo—. Es que he tenido un día muy

extraño...

—No, nada va a ocurrir —dijo el Venerado Maestro—. Nunca ocurre. Oh,

todos pensábamos que sería así, alguna vez. Cada vez que alguien decía que

volverían a poner las arañas de luces o entregar el correo pensábamos, tal

vez ha terminado, tal vez realmente va a trabajar esta vez. Y el joven

Tolliver allí, usted lo hizo feliz cuando recuperó el cartel. Lo excitó. Le hizo

creer que funcionaría esta vez. Nunca funciona, sin embargo, porque este

lugar está maldito.

—¿Está maldito con una letra adicional?

—Sí, señor. De la peor clase. No, póngase su sombrero, señor. Lo

protegerá de la lluvia, por lo menos.

Moist se preparó para bajar el sombrero, pero mientras lo hacía se dio

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cuenta de que los viejos carteros se estaban alejando.

—¡Ustedes no están seguros! —gritó Moist, agitando un dedo—.

¡Ustedes en realidad no están seguros, verdad! ¡Todos ustedes! Están

pensando, hmm, tal vez esta vez funcionará, ¿correcto? ¡Ustedes están

conteniendo la respiración! ¡Puedo verlo! ¡La esperanza es una cosa terrible,

caballeros!

Bajó el sombrero.

—¿Siente algo? —dijo Groat, después de un rato.

—Es un poco... áspero —dijo Moist.

—Ah, debe ser alguna asombrosa fuerza mística que descarga, ¿eh? —

dijo Groat desesperadamente.

—No lo creo —dijo Moist—. Lo siento.

—La mayoría de los directores de correos a cuyo servicio estuve

odiaban llevar esa cosa —dijo el Venerado Maestro, mientras todos se

relajaban—. A decir verdad, usted tiene la altura para llevarlo. El director de

correos Atkinson tenía sólo cinco pies una pulgada de altura, y lo hacía

parecer deprimido. —Palmeó el hombro de Moist—. No importa, muchacho,

usted hizo todo lo posible.

Un sobre rebotó desde su cabeza. Mientras se lo quitaba otro aterrizó

sobre su hombro, y se deslizó.

Alrededor del grupo, las cartas empezaron a aterrizar sobre el piso

como peces dejados caer por un tornado pasajero.

Moist miró hacia arriba. Las cartas estaban cayendo desde la oscuridad,

y la llovizna se estaba convirtiendo en un torrente.

—¿Stanley? ¿Estás... tonteando allá arriba? —arriesgó Groat, casi

invisible en el aguanieve de papel.

—Siempre dije que esos áticos no tenían pisos lo bastante fuertes —

gimió el Venerado Maestro—. Es una tormenta de correo otra vez. Hicimos

demasiado ruido, eso es todo. Vamos, salgamos mientras podamos, ¿eh?

—¡Entonces apague esas linternas! ¡No son luces seguras! —gritó

Groat.

—¡Andaremos a tientas en la oscuridad, muchacho!

—Oh, mejor sería ver por la luz de un techo en llamas, ¿verdad?

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Las linternas se apagaron... y en la oscuridad de dejaron Moist von

Lipwig vio la escritura sobre la pared o, por lo menos, colgando en el aire

enfrente de él. La pluma oculta dio vueltas por el aire en bucles y curvas,

dibujando sus brillantes letras azules detrás de ella.

—¿Moist von Lipwig? —escribió.

—Er... ¿Sí?

—¡Usted es el Director de Correos!

—¡Mire, no soy el que usted está buscando!

—¡Moist Von Lipwig, en tiempos como éste cualquiera servirá!

—Pero... pero... ¡no soy digno!

—Adquiera dignidad con velocidad. ¡Moist von Lipwig! ¡Regrese la luz!

¡Abra las puertas! ¡No distraiga a los mensajeros de sus asuntos!

Moist bajó la vista a la luz dorada que subía desde alrededor de sus

pies. Chispeaba desde las puntas de sus dedos y empezó a llenarlo desde el

interior, como buen vino. Sintió que sus pies dejaban el pedestal mientras

las palabras lo levantaban y lo hacían girar suavemente.

—En el principio fue una Palabra, pero ¿qué es una palabra sin su

mensajero, Moist von Lipwig? ¡Usted es el Director de Correos!

—¡Soy el Director de Correos! —gritó Moist.

—¡El correo debe moverse, Moist von Lipwig! Hemos estado demasiado

tiempo atados aquí.

—¡Moveré el correo!

—¿Moverá el correo?

—¡Lo haré! ¡Lo haré!

—¿Moist von Lipwig?

—¿Sí?

Las palabras llegaron como un vendaval, girando los sobres en la luz

parpadeante, sacudiendo el edificio hasta sus cimientos.

—¡Entréguenos!

Page 143: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

Capítulo 6

Pequeñas imágenes

Los Carteros Desenmascarados - Una Máquina terrible - El Nuevo Pastel

- El Sr. Lipwig piensa en estampillas - El mensajero del Ocaso del Tiempo

—¿Sr. Lipvig? —dijo el Sr. Bomba.

Moist levantó la vista hasta los ojos brillantes del golem. Tenía que

haber una mejor manera de despertarse por la mañana. Algunas personas lo

lograban con un reloj, por amor del cielo.

Estaba acostado sobre un colchón desnudo bajo una rancia manta en su

departamento recién excavado, que apestaba a papel antiguo, y le dolía

cada una de sus partes.

De una manera algo nubosa, fue consciente de Bomba diciendo:

—Los Carteros Están Esperando, Señor. Inspector De Correos Groat

Dijo Que Era Probable Que Usted Deseara Enviarlos Apropiadamente En Este

Día.

Moist parpadeó hacia el techo.

—¿Inspector de Correos? ¿Lo ascendí todo el camino hasta Inspector de

Correos?

—Sí, Señor. Usted Estaba Muy Entusiasmado.

Los recuerdos de la noche anterior se reunieron traicioneramente para

bailar sus actos de especialidad (en forma traicionera para bailar sus actos

especiales) sobre el famoso escenario del Viejo y Grande (Gran) Recuerdo

Vergonzoso.

—¿Carteros? —dijo.

—La Hermandad De La Orden Del Correo. Son Ancianos, Señor, Pero

Fibrosos. Son Pensionistas Ahora, Pero Todos Son Voluntarios. Han Estado

Aquí Durante Horas, Ordenando El Correo.

Contraté a un grupo de hombres aun más viejos que Groat...

Page 144: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

—¿Hice alguna otra cosa?

—Nos Dio Un Discurso Muy Inspirador, Señor. Quedé Particularmente

Impresionado Cuando Señaló Que "Ángel" Era Sólo Una Palabra Para

Mensajero. No Muchas Personas Lo Saben.

Sobre la cama, Moist trató lentamente de meterse el puño en la boca.

—Oh, Y Usted Prometió Recuperar Las Grandes Arañas De Luces Y El

Buen Mostrador Brillante, Señor. Estaban Muy Impresionados. Nadie Sabe A

Dónde Llegaron.

Oh, dioses, pensó Moist.

—Y La Estatua Del Dios, El Señor. Eso Los Impresionó Aun Más, Diría,

Porque Aparentemente Fue Fundida Hace Muchos Años.

—¿Hice algo anoche que sugiriera que estaba cuerdo?

—¿Lo Siento, Señor? —dijo el golem.

Pero Moist recordó la luz, y el susurro del correo. Había llenado su

mente con... conocimientos, o recuerdos que no recordaba alguna vez haber

adquirido.

—Historias sin final —dijo.

—Sí, Señor —dijo el golem con calma—. Usted Habló De Ellas

Detalladamente, Señor.

—¿Lo hice?

—Sí, Señor. Usted Dijo...

... que cada mensaje no entregado es un trozo de espacio-tiempo que

carece de otro final, un pequeño puñado de esfuerzo y emoción que flota

libremente. Si amontona millones, ellos hacen lo que se supone que hacen

las cartas. Se comunican, y cambian la naturaleza de los eventos. Cuando

suficiente cantidad de ellos, distorsionan el universo a su alrededor.

Todo había tenido sentido para Moist. O, por lo menos, tanto sentido

como cualquier otra cosa.

—¿Y... realmente me levanté en el aire, brillando oro? —preguntó Moist.

—Creo Que Debo Habérmelo Perdido, Señor —dijo el Sr. Bomba.

—Quiere decir que no lo hice, entonces.

—En Una Cierta Manera De Hablar Usted Lo Hizo, Señor —dijo el golem.

—¿Pero en la realidad común, la de todos los días, no?

Page 145: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

—Usted Estaba Iluminado, Por Así Decir, Por Un Fuego Interior, Señor.

Los Carteros Quedaron Sumamente Impresionados.

El ojo de Moist tropezó con el sombrero alado, que había sido arrojado

sin cuidado sobre el escritorio.

—Nunca voy a vivir de acuerdo con todo eso, Sr. Bomba —dijo—. Ellos

quieren a un santo, no a alguien como yo.

—Quizás No Sea Un Santo Lo Que Necesitan, Señor —dijo el golem.

Moist se incorporó, y la manta cayó.

—¿Qué le pasó a mi ropa? —dijo—. Estoy seguro de haberla colgado

prolijamente sobre el piso.

—A Decir Verdad, Traté De Limpiar Su Traje Con Quitamanchas, Señor

—dijo el Sr. Bomba—. Pero Ya Que Efectivamente Era Exactamente Una

Gran Mancha, Removió Todo El Traje.

—¡Me gustaba ese traje! Por lo menos podría haberlo salvado para los

limpiadores, o algo.

—Lo Siento, Señor, Suponía Que Los Limpiadores Habían Sido Salvados

Por Su Traje. Pero En Todo Caso, Obedecí Su Orden, Señor.

Moist hizo una pausa.

—¿Qué orden? —dijo con desconfianza.

—Anoche Usted Me Pidió Que Obtuviera Un Traje Adecuado Para Un

Director De Correos, Señor. Me Dio Instrucciones Muy Precisas —dijo el

golem—. Por Fortuna Mi Colega Costurero 22 Estaba Trabajando En Los

Proveedores De Vestuario Teatrales. Está Colgando Sobre La Puerta.

Y el golem incluso había encontrado un espejo. No era muy grande,

pero era bastante grande para mostrar a Moist que si estuviera vestido con

más estilo se cortaría mientras caminaba.

—Vaya —susurró—. ¿El Dorado, o qué?

El traje era tela de oro, o lo que los actores usaban en su lugar. Moist

estaba a punto de protestar, pero los segundos pensamientos intervinieron

rápidamente.

Los buenos trajes ayudaban. Una lengua suave no era muy útil con

pantalones fatales. Y las personas notarían el traje, no a él. Sin duda sería

notado en este traje; iluminaría la calle. Las personas tendrían que dar

Page 146: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

sombra a sus ojos para mirarlo. Y al parecer lo había pedido.

—Es muy... —Vaciló. La única palabra fue—... rápido. ¡Quiero decir,

parece como si estuviera a punto de tomar gran velocidad en cualquier

momento!

—Sí, Señor. Costurero 22 Tiene Una Destreza. Note También La Camisa

Y La Corbata De Oro. Para Combinar Con El Sombrero, Señor.

—Er, no podría hacer que él prepare algo un poco más sombrío,

¿verdad? —dijo Moist, cubriéndose los ojos para evitar ser cegado por sus

propias solapas—. ¿Para que use cuando no quiera iluminar objetivos

distantes?

—Lo Haré De Inmediato, Señor.

—Bien —dijo Moist, parpadeando a la luz de sus mangas—. Aceleremos

el correo, entonces, ¿quiere?

Los carteros antes jubilados estaban esperando en el salón, en un

espacio limpio de la caída de correo de la noche anterior. Todos llevaban

uniformes, aunque ya que dos uniformes no eran era exactamente

parecidos, no eran, a decir verdad, uniformes y por lo tanto no técnicamente

uniformes. Todas las gorras tenían picos, pero algunos altos y algunos eran

suaves, y los mismos ancianos habían crecido dentro de su ropa, también,

de modo que las chaquetas colgaban como abrigos caídos y los pantalones

parecían concertinas. Y, como era la costumbre de ancianos, llevaban sus

medallas y el aspecto determinado de los que están listos para el combate

final.

—¡La entrega lista para inspección, señor! —dijo el Inspector de Correos

Groat, parado tan tenso en atención que el orgullo absoluto había levantado

sus pies a una pulgada completa del piso.

—Gracias. Er... correcto.

Moist no estaba seguro de qué estaba inspeccionando, pero hizo todo lo

posible. Cara arrugada tras cara arrugada le devolvieron la mirada.

Las medallas, notó, no eran todas por servicio militar. La Oficina de

Correos tenía sus propias medallas. Una era una cabeza dorada de perro,

llevado por un hombrecillo con una cara como un paquete de comadrejas.

—Que es esto, er... —empezó.

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—Cartero Titular George Aggy, señor. ¿La insignia? ¡Quince mordiscos y

todavía de pie, señor! —dijo el hombre con orgullo.

—Bien, eso es un... un... montón de mordiscos, ¿verdad...?

—¡Ah, pero los despisté después del número nueve, señor, y tengo una

pierna de lata, señor!

—¿Perdió su pierna? —dijo Moist, horrorizado.

—No, señor. Compré un poco de vieja armadura, ¿verdad? —dijo el

hombre arrugado, sonriendo astutamente (con astucia)—. ¡Hace bien a mi

corazón escuchar que sus dientes crujen, señor!

—Aggy, Aggy... —musitó Moist, y luego la memoria chisporroteó—. No

era usted...

—Soy el Venerado Maestro, señor —dijo Aggy—. Espero que no tome a

mal lo de anoche, señor. Todos solíamos ser como el joven Tolliver, señor,

pero abandonamos la esperanza, señor. ¿Sin resentimientos?

—No, no —dijo Moist, frotándose la nuca.

—Y me gustaría añadir mi propio mensaje de felicitaciones como

presidente de la Sociedad Benéfica y Amistosa de Trabajadores de Correos

de la Orden de Ankh-Morpork —continuó Aggy.

—Er... gracias —dijo Moist—. ¿Y quiénes son, exactamente?

—Éramos nosotros los de anoche, señor —dijo Aggy, sonriendo.

—¡Pero pensé que eran una sociedad secreta!

—No secreta, señor. No exactamente secreta. Más... ignorada, podría

decir. En estos días sólo se trata de pensiones y de asegurarnos que los

viejos compañeros tengan un apropiado funeral cuando sean Devueltos al

Remitente, en realidad.

—Bien hecho —dijo Moist, vagamente, que parecía cubrir todo.

Retrocedió y se aclaró la garganta—. Caballeros, de esto se trata. Si

queremos la Oficina de Correos otra vez en funcionamiento, debemos

empezar repartiendo el correo viejo. Es una responsabilidad sagrada. El

correo llega. Podría llevarle cincuenta años, pero llega allí al final. Conocen

su camino. Tómenlo con firmeza. Recuerden, si no pueden entregarlo, si la

casa se ha ido... bien, regresa aquí y lo pondremos en la oficina de Cartas

No Reclamadas, y por lo menos lo habremos intentado. Queremos que la

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gente sepa que la Oficina de Correos ha regresado otra vez, ¿comprendido?

Un cartero levantó una mano.

—¿Sí? —El talento de Moist para recordar nombres era mejor que su

talento para recordar alguna otra cosa sobre la noche anterior—. Cartero

Titular Thompson, ¿verdad?

—¡Sí, señor! ¿Entonces qué hacemos cuando la gente nos dé cartas,

señor?

La frente de Moist se arrugó.

—¿Perdone? Pensé que usted entregaba el correo, ¿verdad?

—No, Bill tiene razón, señor —dijo Groat—. ¿Qué hacemos si la gente

nos da nuevo correo?

—Er... ¿qué solían hacer? —dijo Moist.

Los carteros se miraron unos a otros.

—Pedirles un penique para el sellado, y traerlo aquí para ser franqueado

con el sello oficial —dijo Groat de inmediato—. Entonces lo ordenamos y

entregamos.

—¿De modo que... la gente tiene que esperar hasta ver a un cartero?

Eso parece bastante...

—Oh, en los viejos días había docenas de oficinas más pequeñas,

¿sabe? —agregó Groat—. Pero cuando todo empezó a ir mal, las perdimos.

—Bien, hagamos que el correo se mueva otra vez y podemos resolver

las cosas a medida que avancemos —dijo Moist—. Estoy seguro de que se

nos ocurrirán ideas. Y ahora, Sr. Groat, usted tiene un secreto a compartir...

El llavero de Groat tintineaba mientras conducía a Moist por los sótanos

de la Oficina de Correos y al final a una puerta metálica. Moist notó un

tramo de soga negra y amarilla sobre el piso: la Guardia había estado aquí,

también.

La puerta hizo clic al abrirse. Adentro había un brillo azul lo bastante

tenue para ser molesto, dejar sombras púrpura en el borde de la visión y

hacer lagrimear los ojos.

—Voilá —dijo Groat.

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—¿Es un... es alguna clase de órgano de teatro? —dijo Moist. Era difícil

ver el contorno de la máquina en medio del piso, pero estaba parada allí con

todo el encanto del potro de un torturador. El brillo azul provenía desde

algún sitio en medio de ella. Los ojos de Moist ya eran torrentes.

—¡Buen intento, señor! En realidad, es la Máquina de Clasificación —dijo

Groat—. Es la maldición de la Oficina de Correos, señor. Tenía diablillos

adentro para la verdadera lectura de los sobres, pero todos se evaporaron

hace muchos años. Exactamente también.

La mirada de Moist llegó a los estantes de alambre que ocupaban toda

una pared de la gran habitación. También encontró perfiles de tiza sobre el

piso. La tiza brillaba en la extraña luz. Los perfiles eran muy pequeños. Uno

de ellos tenía cinco dedos.

—Accidente industrial —farfulló—. De acuerdo, Sr. Groat. Cuénteme.

—No se acerque al brillo, señor —dijo Groat—. Es lo que le dije al Sr.

Whobblebury. Pero se vino a hurtadillas aquí abajo, completamente solo,

más tarde. Oh, cielos, señor, fue el pobre joven Stanley quien fue y lo

encontró, señor, después de ver que el pobre pequeño Tiddles arrastraba

algo a lo largo del corredor. Sus ojos vieron una escena de carnicería. No

puede imaginar cómo estaba aquí, señor.

—Creo que puedo —dijo Moist.

—Dudo que pueda, señor.

—Puedo, de veras.

—Estoy seguro de que no puede, señor.

—¡Puedo! ¿De acuerdo? —gritó Moist—. ¿Cree que no puedo ver todos

esos pequeños perfiles de tiza? Ahora, ¿podemos continuar antes de que

vomite?

—Er... tiene razón, señor —dijo Groat—. ¿Alguna vez oyó hablar de

Puñetero Estúpido Johnson? Muy famoso en esta ciudad.

—¿No construía cosas? ¿No había siempre algo mal en ellas? Estoy

seguro de haber leído algo sobre él...

—Ése es el hombre, señor. Construyó toda clase de cosas, pero, es

triste decirlo, siempre había alguna falla muy importante.

En el cerebro de Moist, un recuerdo le pateó una neurona.

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—¿No era el hombre que especificó arenas movedizas como material de

construcción porque quería terminar rápido una casa? —dijo.

—Eso es correcto, señor. Por lo general, la falla muy importante era que

el diseñador era Puñetero Estúpido Johnson. La falla, se podría decir, era

parte de toda la cosa. En realidad, para ser justo, muchas de las cosas que

diseñó funcionaban muy bien, sólo que no hacían el trabajo que se suponía.

Esta cosa, señor, empezó la vida efectivamente como un órgano, pero

terminó como una máquina para clasificar cartas. La idea era que uno

volcaba el saco de correo en esa tolva, y las cartas eran ordenadas

velozmente en esos estantes. El Director de Correos Cowerby tenía buenas

intenciones, dicen. Era un quisquilloso de la velocidad y la eficiencia, ese

hombre. Mi abuelo me contó que la Oficina de Correos gastó una fortuna

para ponerla en funcionamiento.

—Y perdió su dinero ¿eh? —dijo Moist.

—Oh, no, señor. Funcionaba. Oh, sí, funcionaba muy bien. Tan bien que

las personas se volvieron locas, viene el final.

—Déjeme adivinar —dijo Moist—. ¿Los carteros tenían que trabajar

demasiado?

—Oh, los carteros siempre trabajan demasiado, señor —dijo Groat, sin

parpadear—. No, lo que preocupaba a las personas era encontrar cartas en

la bandeja de clasificación un año antes de que fueran escritas.

Vino un silencio. En ese silencio, Moist probó una variedad de

respuestas, desde "Tire de la otra, tiene campanas", hasta "Eso es

imposible", y decidió que todas sonaban estúpidas. Groat se veía

mortalmente serio. De modo que en cambio dijo:

—¿Cómo?

El viejo cartero apuntó al brillo azul.

—Échele un vistazo adentro, señor. Puede verlo. No se ponga justo

encima, sea lo que haga.

Moist se acercó un poco a la máquina y espió la maquinaria. Sólo pudo

distinguir, en el corazón del brillo, una pequeña rueda. Estaba girando,

lentamente.

—Fui criado en la Oficina de Correos —dijo Groat, detrás de él—. Nací

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en la habitación de clasificación, fui pesado en las balanzas oficiales. Aprendí

a leer de los sobres, aprendí a sacar cuentas de los viejos libros mayores,

aprendí geografía de mirar los mapas de la ciudad y la historia de los

ancianos. Mejor que cualquier escuela. Mejor que cualquier escuela, señor.

Pero nunca aprendí geometría, señor. Como un hueco en mi conocimiento,

todas esas cosas sobre ángulos y cosas así. Pero esto, señor, todo se trata

de pastel.

—¿Como en comida? —dijo Moist, retirándose del brillo siniestro.

—No, no, señor. Pastel como en geometría.

—Oh, usted quiere decir pi, (acá debería haber una NdelT explicando el

juego de palabras entre Pay y Pi) el número que obtiene cuando... —Moist

hizo una pausa. Era erráticamente bueno en matemática, que era decir que

podía calcular probabilidades y moneda sumamente rápido. Había una

sección de geometría en su libro en la escuela, pero nunca le había

encontrado sentido. Trató, de todos modos.

—Todo está relacionado con... es el número que se obtiene cuando el

radio de un círculo... no, la longitud del borde de una rueda es tres veces y

un poco el... er...

—Algo así, señor, probablemente, algo así —dijo Groat—. Tres y un

poco, justamente eso. Sólo que Puñetero Estúpido Johnson dijo que eso era

desordenado así que diseñó una rueda donde el pastel era exactamente tres.

Y es eso, ahí dentro.

—¡Pero eso es imposible! —dijo Moist—. ¡Uno no puede hacerlo! ¡Pi está

como... incorporado! Uno no puede cambiarlo. ¡Uno tendría que cambiar el

universo!

—Sí, señor. Me dicen que es lo que ocurrió —dijo Groat con calma—.

Haré el truco de fiesta ahora. Retroceda, señor.

Groat salió hacia los otros sótanos y volvió con un trozo de madera.

—Retroceda más, señor —sugirió, y tiró el trozo de madera encima de

la máquina.

El ruido no fue fuerte. Fue una especie de ‘clop’. A Moist le pareció que

algo se sucedía a la madera cuando pasaba por encima de la luz. Había una

sugerencia de curvatura...

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Varios trozos de madera repiquetearon sobre el piso, junto con una

llovizna de astillas.

—Hicieron que un mago la mirara —dijo Groat—. Dijo que la máquina

retuerce un poco una parte del universo así que pastel podría ser tres,

señor, pero juega a la plancha con cualquier cosa que uno acerque

demasiado. Las partes que faltan se pierden en el... continuememememem

del espacio-tiempo, señor. Pero no le sucede a las cartas por a la manera en

que viajan a través de la máquina, mire. Ésa es toda la historia, señor.

¡Algunas cartas salieron de esa máquina cincuenta años antes de que fueran

enviadas!

—¿Por qué no la desconectaron?

—No pudimos, señor. Siguió funcionando como un sifón. ¡De todos

modos, el mago dijo que podían ocurrir cosas terribles si lo hacíamos! Por el,

er, quantum, creo.

—Bien, entonces, ustedes podían dejar de ponerle correo, ¿verdad?

—Ah, bien, señor, allí está la cuestión —dijo Groat, rascándose la

barba—. Usted ha colocado su dedo justo en el meollo o el quid, señor.

Deberíamos haberlo hecho, señor, deberíamos, pero tratamos de hacerla

trabajar para nosotros, mire. Oh, la administración tenía planes, señor. ¿Qué

me dice de entregar una carta en Dolly Sisters treinta segundos después de

haber sido enviada en el centro de la ciudad, eh? Por supuesto, no sería

correcto entregar el correo antes de que lo hubiéramos recibido, señor, en

realidad pero podía ser una cosa de primera, ¿eh? Éramos buenos, así que

tratamos de ser mejores...

Y, de algún modo, todo era familiar...

Moist escuchaba abatido. El viaje en el tiempo era sólo una especie de

la magia, (el “la” está de más, y quita el sentido a la frase) después de todo.

Por eso siempre salía mal.

Es por eso que había carteros, con verdaderos pies. Es por eso que los

clacks son una hilera de torres costosas. Por eso también, los agricultores

cultivaban cultivos y los pescadores arrastraban redes. Oh, uno podía hacer

todo eso con magia, indudablemente. Uno podía agitar una varita y obtener

estrellas titilantes y un pan recién horneado. Uno podía hacer que el pescado

Page 153: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

saltara fuera del mar ya cocinado. Y entonces, en algún lugar, de algún

modo, la magia presentaría su factura, que siempre era más de lo que uno

podía costear.

Por eso se la dejaban a los magos, que sabían cómo manejarla sin

peligro. No hacer nada de magia en absoluto era la tarea principal de los

magos, no ‘hacer magia’ no porque no pudieran hacerla, sino no hacer

magia cuando podían hacerla y no la hacían. Cualquier tonto ignorante

puede fallar al intentar convertir a otra persona en una rana. Uno tiene que

ser inteligente para abstenerse de hacerlo cuando uno sabe qué tan fácil es.

Había lugares en el mundo que conmemoraban (recordaban -conmemorar

implica un festejo que en el sentido de esta frase no existe) esos tiempos

cuando los magos no habían sido así de inteligentes,(acá corresponde más

un ; que una ,) y sobre muchos de ellos la hierba nunca crecería otra vez.

De todos modos, había cierto sentido de fatalidad en todo el asunto. Las

personas querían ser engañadas. Realmente creían que uno encontró

pepitas de oro en el suelo, que esta vez uno podía encontrar a la Dama, que

sólo por una vez el anillo de vidrio podría ser un verdadero diamante.

Las palabras se derramaban del Sr. Groat como el correo escondido en

una rajadura en la pared. A veces la máquina había producido mil copias de

la misma carta, o había llenado la habitación con cartas del siguiente

martes, el siguiente mes, el siguiente año. A veces eran cartas que no

habían sido escrito, o podrían haber sido escritas, o se tenía la intención de

escribirlas, o cartas que las personas una vez juraron que habían escrito y

realmente no lo habían hecho, pero que sin embargo tenían una existencia

sombría en algún extraño mundo de cartas invisibles y que la máquina

volvió realidad.

Si, en algún lugar, cualquier mundo posible puede existir, entonces en

algún lugar hay alguna carta que posiblemente podría ser escrita. En algún

lugar, todos esos cheques están realmente en el correo.

Salieron a borbotones... cartas del presente que resultaron no ser de

este día, pero las que podrían haber ocurrido si sólo hubiera cambiado un

detalle pequeño en el pasado. No importaba que la máquina había sido

desconectada, dijeron los magos. Existía una abundancia de otros presentes

Page 154: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

y por eso trabajaba aquí debido a... una larga frase que los carteros no

comprendían pero que tenía palabras como ‘portal’, ‘pluridimensional’ y

‘quantum’, quantum por dos veces. No comprendían, pero tenían que hacer

algo. Nadie podía entregar todo ese correo. Y así que las habitaciones

empezaron a llenarse...

Los magos de la Universidad Invisible se habían interesado mucho en el

problema, como médicos que quedan realmente fascinados por alguna

nueva enfermedad virulenta; el paciente aprecia todo el interés, pero mejor

prefería que tuviera una cura o que dejara de pincharlo.

La máquina no podía ser detenida e indudablemente no debería ser

destruida, dijeron los magos. Destruir la máquina bien podría causar que

este universo dejara de existir, en un instante.

Por otro lado, la Oficina de Correos se estaba llenando, de modo que un

día el Jefe Inspector de Correos Rumbelow entró en la habitación con una

palanca, ordenó a todos los magos que salieran, y golpeó la máquina hasta

que las cosas dejaron de zumbar.

Las cartas cesaron, por lo menos. Esto llegó como un inmenso alivio,

pero sin embargo la Oficina de Correos tenía sus reglas y por tanto el Jefe

Inspector de Correos fue llevado ante el Director de Correos Cowerby e

interrogado sobre por qué había decidido arriesgarse a destruir todo el

universo en un único intento.

De acuerdo con la leyenda de la Oficina de Correos, el Sr. Rumbelow

respondió:

—En primer lugar, señor, razoné que si destruía el universo completo en

un único intento nadie lo sabría; en segundo lugar, cuando le pegué fuerte a

la cosa la primera vez los magos salieron corriendo, por eso conjeturé que a

menos que tuvieran otro universo hacia dónde correr no estaban muy

seguros; y para terminar, señor, la maldita cosa me estaba crispando los

nervios. Nunca pude soportar la maquinaria, señor.

—Y ése fue el final de todo, señor —dijo el Sr. Groat, mientras salían de

la habitación—. En realidad, escuché donde los magos estaban diciendo que

el universo fue destruido todo en un intento pero que volvió en un instante

todo en un intento. Dijeron que podían saberlo al mirarlo, señor. Así que eso

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estaba bien y le sacó el anzuelo al viejo Rumbelow, teniendo en cuenta que

es difícil disciplinar a un hombre bajo las Reglas de la Oficina de Correos por

destruir el universo todo en un intento. A decir verdad... ja, han habido

directores de correos que lo habrían intentado. Pero nos hizo el favor a

todos, señor. Todo fue cuesta abajo después de eso. Los hombres habían

perdido el corazón. Nos destruyó, a decir verdad.

—Mire —dijo Moist—, las cartas que acabamos de dar a los muchachos,

¿no son de alguna otra dimensión o...?

—No se preocupe, las controlé anoche —dijo Groat—. Sólo son viejas.

Principalmente lo puede saber por el sello. Soy bueno para distinguir decir

cuáles son propiamente nuestros, señor. Tuve muchos años para aprender.

Es un talento, señor.

—¿Podría enseñar a otras personas?

—Me temo que sí —dijo Groat.

—Sr. Groat, las cartas me han hablado —dijo Moist, de golpe.

Para su sorpresa, el anciano agarró su mano y la estrechó.

—¡Bien hecho, señor! —dijo, con lágrimas en los ojos—. Dije que es un

talento, ¿verdad? ¡Escuche los susurros, es la mitad del truco! Están vivas,

señor, vivas. No como las personas, sino como... las embarcaciones están

vivas, señor. Lo juraré, todas las cartas presionaron aquí, toda la... la pasión

de ellas, señor, vaya, pienso que este lugar tiene algo como un alma, señor,

efectivamente...

Las lágrimas corrían por las mejillas de Groat. Es demencia, por

supuesto, pensó Moist. Pero ahora yo también la tengo.

—¡Ah, puedo verlo en sus ojos, señor, sí que puedo! —dijo Groat,

sonriendo todo mojado—. ¡La Oficina de Correos lo ha encontrado! Lo ha

abrazado, señor, sí que lo ha hecho. Usted nunca la dejará, señor. Hay

familias que han trabajado aquí durante cientos y cientos de años, señor.

Una vez que el servicio postal pone su sello sobre usted, señor, no hay

marcha atrás...

Moist liberó su mano tan diplomáticamente como pudo.

—Sí —dijo—. Cuénteme sobre los sellos.

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Zump.

Moist bajó la mirada al trozo de papel. Unas letras rojas borrosas,

desiguales y gastadas, decían: ‘Oficina de Correos de Ankh-Morpork’.

—Eso es correcto, señor —dijo Groat, agitando en el aire el pesado sello

de metal y madera—. Planto el sello sobre la almohadilla de tinta aquí,

entonces lo estampo, señor, sobre la carta. ¡Eso es! ¿Lo ve? Lo hago otra

vez. Lo mismo todo el tiempo. Sellada.

—¿Y esto vale un penique? —preguntó Moist—. ¡Santo cielo, un niño

podría falsificarlo con media papa!

—Eso siempre fue un pequeño problema, señor, sí —dijo Groat.

—¿Por qué tiene un cartero que sellar las cartas, de todos modos? —

dijo Moist—. ¿Por qué no les vendemos un sello a las personas?

—Pero pagarían un penique y luego seguirían sellando para siempre,

señor —dijo Groat, razonablemente.

En la maquinaria del universo, las ruedas de la fatalidad hicieron clic al

colocarse en su posición...

—Bien, entonces —dijo Moist, mirando el papel pensativamente—, y...

¿y qué me dice de un sello que se puede usar sólo una vez?

—¿Usted quiere decir, como, sin mucha tinta? —dijo Groat. Su frente se

arrugó, haciendo resbalar de costado a su peluquín.

—Quiero decir... si uno sellara montones de veces sobre el papel, luego

corta todos los sellos... —Moist se quedó mirando una visión interior, aunque

fuera para evitar la visión del peluquín que se escurría lentamente hacia

atrás—. La tarifa para el reparto a cualquier lugar de la ciudad es un

penique, ¿verdad?

—Excepto en Las Sombras, señor. Allí son cinco peniques por la guardia

armada —dijo Groat.

—Correcto. De acuerdo. Creo que podría tener algo aquí... —Moist miró

al Sr. Bomba, que estaba ardiendo en la esquina de la oficina—. Sr. Bomba,

¿sería tan gentil de ir hasta Cabra y Nivel Espiritual pasando Gallina-y-Pollos

y pedirle al tabernero "la caja del Sr. Robinson", por favor? Podría pedirle un

dólar. Y mientras está ahí, hay una imprenta por ese lado, Teemer y Spools.

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Deje un mensaje que diga que el Director General de Correos desea hablar

de una orden muy grande.

—¿Teemer y Spools? Son muy costosos, señor —dijo Groat—. Hacen

toda la impresión refinada para los bancos.

—Son el mismo diablo en falsificaciones, lo sé —dijo Moist—. O así me

han dicho —añadió rápidamente—. Marcas de agua, filigranas especiales en

el papel, toda clase de trucos. Ejem. De modo que... un franqueo de un

penique, y uno de cinco... ¿Y qué me dice del correo hacia las otras

ciudades?

—Cinco peniques para Sto Lat —dijo Groat—. Diez o quince para las

otros. Ja, tres dólares por todo el camino hasta Genua. Solíamos tener que

escribirlos.

—Necesitaremos un sello de un dólar, entonces —Moist empezó a hacer

garabatos sobre un resto de papel.

—¡Un sello de un dólar! ¿Quién compraría uno de ésos? —dijo Groat.

—Cualquiera que quiera enviar una carta a Genua —dijo Moist—.

Comprarán tres, al final. Pero por ahora estoy bajando el precio a un dólar.

—¡Un dólar! ¡Significan miles de millas, señor! —protestó Groat.

—Sí. Suena como una ganga, ¿correcto?

Groat parecía dividido entre la exultación y la desesperación.

—¡Pero sólo tenemos un puñado de ancianos, señor! Son muy activos,

lo admito, pero... ¡Bien, uno tiene que aprender a caminar antes de tratar

de correr, señor!

—¡No! —El puño de Moist golpeó la mesa—. ¡Nunca diga eso, Tolliver!

¡Nunca! ¡Corra antes de que camine! ¡Vuele antes de que gatee! ¡Siga hacia

adelante! Usted piensa que deberíamos tratar de tener un servicio de correo

decente en la ciudad. ¡Creo que deberíamos tratar de enviar cartas a

cualquier lugar en el mundo! Porque si fracasamos, yo fracasaría real y

enormemente. ¡Todo o nada, Sr. Groat!

—¡Vaya, señor! —dijo Groat.

Moist mostró su brillante sonrisa soleada. Casi se reflejó en su traje.

—Pongámonos en movimiento. Vamos a necesitar más personal,

Inspector de Correos Groat. Mucho más personal. Espabílese, hombre. ¡La

Page 158: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

Oficina de Correos ha regresado!

—¡Sísseñor! —dijo Groat, borracho de entusiasmo—. Bien... ¡Haremos

cosas que son muy nuevas, de maneras interesantes!

—Ya le está tomando la mano a esto —dijo Moist, blanqueando los ojos.

Diez minutos después, la Oficina de Correos recibió su primera entrega.

Era el Cartero Titular Bates, con la cara manando sangre. Le ayudaron a

llegar a la oficina dos oficiales de la Guardia, cargado en una camilla

improvisada.

—Lo encontramos vagando en la calle, señor —dijo uno de ellos—.

Sargento Colon, señor, a su servicio.

—¿Qué le pasó? —preguntó Moist, horrorizado.

Bates abrió sus ojos.

—Lo siento, señor —murmuró—. ¡Resistí, pero me golpearon en la

mollera con una cosa grande!

—Un par de matones lo atacaron —dijo el Sargento Colon—. Lanzaron

su bolsa al río también.

—¿Le pasa esto normalmente a los carteros? —preguntó Moist—.

Pensaba... Oh, no...

El nuevo y lento arribo doloroso fue la del Cartero Titular Aggy,

arrastrando una pierna porque tenía un bulldog pegado en ella.

—Lamento esto, señor —dijo, cojeando—. Creo que mi pantalón oficial

está roto. Atonté al cabrón con mi bolsa, señor, pero son un demonio para

soltarse. —Los ojos del bulldog estaban cerrados; parecía estar pensando en

otra cosa.

—Qué bueno que usted tenía su armadura, ¿eh? —dijo Moist.

—Pierna equivocada, señor. Pero nada para preocuparse. Soy

naturalmente impenetrable alrededor de las regiones de las pantorrillas. Son

todo piel de cicatrices, señor, uno podría encender fósforos allí. Jimmy

Tropes está en problemas, sin embargo. Está arriba de un árbol en el Parque

Hide.

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Moist von Lipwig caminó a las zancadas hasta la Calle del Mercado, la

cara compuesta con horrorosa determinación. Todavía estaban las tablas

puestas en el Golem Trust, pero habían atraído otra capa de graffiti. La

pintura de la puerta estaba quemada y burbujeaba, también.

Abrió la puerta, y el instinto le hizo agacharse. Sintió que la flecha de la

ballesta pasaba entre las alas de su sombrero.

La Srta. Dearheart bajó el arco.

—¡Mis dioses, es usted! ¡Por un minuto pensé que un segundo sol había

salido en el cielo!

Moist se alzó con cautela mientras ella dejaba el arco a un lado.

—Tuvimos una bomba incendiaria anoche —dijo, como modo de

explicación a su intento de dispararle en la cabeza.

—¿Cuántos golems tiene para alquilar ahora mismo, Srta. Dearheart? —

dijo Moist.

—¿Huh? Oh... como... una docena más o menos...

—Muy bien. Los tomaré. No se moleste en envolverlos. Los quiero en la

Oficina de Correos lo antes posible.

—¿Qué? —La normal expresión de perpetuo fastidio de la Srta.

Dearheart regresó—. Mire, no puede entrar, chasquear los dedos y ordenar a

una docena de personas de ese modo...

—¡Ellos piensan que son propiedad! —dijo Moist—. Es lo que usted me

dijo.

Se miraron mutuamente. Luego la Srta. Dearheart jugueteó distraída en

una bandeja de clasificación.

—Puedo dejar que ten... emplee cuatro ahora mismo —dijo—. Serían

Puertas 1, Serrucho 20, Campanilla 2 y... Anghammarad. Sólo

Anghammarad puede hablar por el momento; los liberados no han ayudado

a los otros todavía...

—¿Ayudado?

La Srta. Dearheart se encogió de hombros.

—Muchas de las culturas que construyeron golems pensaban que las

herramientas no debían hablar. No tienen lengua.

Page 160: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

—Y el Trust les da un poco de arcilla adicional, ¿eh? —dijo Moist

alegremente.

Ella le echó una mirada.

—Es un poco más místico que eso —dijo seriamente.

—Bien, mudos está bien siempre y cuando no sean estúpidos —dijo

Moist, tratando de verse serio—. ¿Este Anghammarad tiene un nombre? ¿No

exactamente una descripción?

—Muchos de los muy viejos los tienen. Dígame, ¿qué quiere que ellos

hagan? —dijo la mujer.

—Ser carteros —dijo Moist.

—¿Trabajar en público?

—No creo que uno pueda tener carteros secretos —dijo Moist, viendo

brevemente unas figuras oscuras merodear de puerta en puerta—. ¿Tiene

algo de malo?

—Bien... no. ¡Indudablemente no! Sólo que las personas se ponen un

poco nerviosas, y le prenden fuego a la tienda. Los enviaré lo antes posible.

—Hizo una pausa—. ¿Comprende que los golems con dueño tienen que tener

un día libre todas las semanas? Usted leyó el folleto, ¿verdad?

—Er... ¿día libre? —dijo Moist—. ¿Para qué necesitan un día libre? Un

martillo no se toma un día libre, ¿verdad?

—Por ser golems. No pregunte qué hacen... creo que sólo van y se

sientan en un sótano en algún lugar. Es... es una manera de mostrar que no

son un martillo, Sr. Lipwig. Los enterrados olvidan. Los golems libres les

enseñan. Pero no se preocupe, el resto del tiempo ni siquiera dormirán.

—¿De modo que... el Sr. Bomba tendrá pronto un día libre? —dijo

Moist.

—Por supuesto —dijo la Srta. Dearheart, y Moist lo archivó bajo

‘conocimientos útiles’.

—Bien. Gracias —dijo. ¿Le gustaría cenar esta noche? Normalmente,

Moist no tenía problema con las palabras, pero se le pegaron a la lengua.

Había algo de piña espinosa en la Srta. Dearheart. Había algo en su

expresión, también, que decía: No hay manera posible en que usted pueda

sorprenderme. Conozco todo sobre usted.

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—¿Hay alguna otra cosa? —dijo ella—. Es que se ha quedado parado

con la boca abierta.

—Er... no. Está bien. Gracias —masculló Moist.

Ella le sonrió, y las partes de Moist hormiguearon.

—Bien, váyase entonces, Sr. Lipwig —dijo—. Ilumine el mundo como un

pequeño rayo de sol.

Cuatro de los cinco carteros eran lo que el Sr. Groat llamó caballos de

combate y estaban preparando té en el cuartucho atestado de correo que

era llamado cómicamente su Sala de Descanso. Aggy había sido enviado a

casa después de que le sacaron el bulldog de su pierna con una palanca;

Moist les envió una gran canasta de frutas. A uno no podía irle mal con una

canasta de frutas.

Bien, habían hecho una impresión, al menos. También el bulldog. Pero

algo de correo había sido repartido, uno tenía que admitirlo. Uno tenía que

admitir, también, que era años y años tarde, pero el correo se estaba

moviendo. Uno podía sentirlo en el aire. El sitio ya no se sentía como una

tumba. Ahora Moist se había retirado a su oficina, donde se estaba poniendo

creativo.

—¿Una taza de té, Sr. Lipwig?

Levantó la mirada de su trabajo hacia la cara ligeramente extraña de

Stanley.

—Gracias, Stanley —dijo, dejando su pluma—. ¡Y veo que has puesto

casi todo en la taza esta vez! ¡Bien hecho!

—¿Qué está dibujando, Sr. Lipwig? —dijo el muchacho, estirando el

cuello—. ¡Se ve como la Oficina de Correos!

—Bien hecho. Va a estar sobre un sello, Stanley. Oye, ¿qué piensas de

los otros? —Le pasó los otros bocetos.

—Vaya, usted es un buen dibujante, Sr. Lipwig. ¡Eso se parece a Lord

Vetinari!

—Ése es el sello de un penique —dijo Moist—. Copié el aspecto de un

penique. El escudo de armas de la ciudad en el de dos peniques, Morporkia

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con su tenedor en el de cinco peniques, la Torre del Arte en el gran sello de

un dólar. Estaba pensando en uno de diez peniques, también.

—Se ven muy bien, Sr. Lipwig —dijo Stanley—. Todos esos detalles.

Como pequeñas pinturas. ¿Cómo se llaman todas esas líneas diminutas?

—Filigrana. Los hace difícil de falsificar. Y cuando la carta con el sello

sobre ella entre en la Oficina de Correos, lo ves, tomamos uno de los viejos

sellos de goma y lo estampamos sobre los nuevos sellos de modo que no

puedan ser usados otra vez y el...

—Sí, porque son como dinero, realmente —dijo Stanley alegremente.

—¿Perdona? —dijo Moist, el té a mitad camino a sus labios.

—Como dinero. Estos sellos serán como dinero, porque un sello de un

penique es un penique, cuando usted lo piensa. ¿Está usted bien, Sr. Lipwig?

Es que se ha puesto todo raro. ¿Sr. Lipwig?

—Er... ¿qué? —dijo Moist, quién estaba mirando fijamente la pared con

una sonrisa extraña y distante.

—¿Se siente bien, señor?

—¿Qué? Oh. Sí. Sí, efectivamente. Er... ¿necesitamos un sello más

grande, crees? ¿Cinco dólares, quizás?

—¡Ja, pensaría que puede enviar una gran carta todo el camino hasta

Fourecks por esa cantidad, Sr. Lipwig! —dijo Stanley alegremente.

—Vale la pena pensarlo, entonces —dijo Moist—. Quiero decir, ya que

estamos diseñando los sellos y todo...

Pero ahora Stanley estaba admirando la caja del Sr. Robinson. Era una

vieja amiga de Moist. Él nunca usó ‘Sr. Robinson’ como un alias excepto

para que la guarde algún medio-honesto comerciante o tabernero, de modo

que quedara a en algún lugar seguro incluso si tenía que salir de la ciudad

rápidamente. Era para un timador y falsificador lo que un juego de ganzúas

es para un ladrón, pero con el contenido de esta caja uno podía abrir el

cerebro de las personas.

Era una obra del arte por propio derecho, la forma en que todos los

pequeños compartimentos se levantaban y se desplegaban en abanico

cuando uno la abrió. Había plumas y tintas, por supuesto, pero también

pequeños potes de pintura y tintes, tinturas y disolventes. Y,

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cuidadosamente aplanados, treinta y seis tipos diferentes de papel, algunos

de ellos muy difíciles de obtener. El papel era importante. Si no tenía el peso

y la translucidez correcta, y ninguna cantidad de talento lo salvaría. Uno

podía salir impune con mala caligrafía más fácilmente que con mal papel. De

hecho, la burda caligrafía a menudo funcionaba mejor que una semana de

noches industriosas pasadas en hacer bien cada cosa pequeña, porque había

algo en la cabeza de las personas que descubría algún pequeño detalle que

no era muy correcto pero que al mismo tiempo pasaría por alto los detalles

que habían sido simplemente sugeridos con algunos toques cuidadosos. La

actitud, la expectativa y la presentación eran todo.

Exactamente como yo, pensó.

La puerta fue golpeada y abierta en un solo movimiento.

—¿Sí? —dijo Moist, sin levantar la vista—. ¡Estoy ocupado diseñando

din... sellos, usted lo sabe!

—Hay una dama —jadeó Groat—. ¡Con golems!

—Ah, ésa será la Srta. Dearheart —dijo Moist, dejando su pluma.

—Sísseñor. ¡Dijo "Dígale al Sr. Rayo de Sol que le he traído sus

carteros", señor! ¿Va a usar golems como carteros, señor?

—Sí. ¿Por qué no? —dijo Moist, lanzando a Groat una mirada severa—.

Usted se lleva bien con el Sr. Bomba, ¿verdad?

—Bueno, él está bien, señor —masculló el anciano—. Quiero decir,

mantiene el sitio ordenado, es siempre muy respetuoso... Hablo por lo que

veo, pero la gente puede ser un poco rara sobre los golems, señor, con sus

ojos brillantes y todo eso, y la manera en que ellos nunca paran. Los

muchachos podrían no aceptarlos, señor, es todo lo que estoy diciendo.

Moist lo miró. Los golems eran minuciosos, confiables y por los dioses

recibían órdenes. Tendría otra oportunidad de que la Srta. Dearheart le

sonriera... ¡Piensa en golems! ¡Golems, golems, golems!

Sonrió, y dijo:

—¿Incluso si puedo probar que son verdaderos carteros?

Diez minutos después el puño del golem llamado Anghammarad hizo

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añicos un buzón de cartas y varias pulgadas cuadradas de madera astillada.

—Correo entregado —anunció, y se quedó quieto. Los ojos se apagaron.

Moist se volvió hacia el grupo de carteros humanos e hizo un gesto

hacia el improvisado Camino del Cartero que había instalado en el gran

salón.

—Noten el patín de ruedas aplastado, caballeros. Noten la pila de vidrio

molido donde estaba la botella de cerveza. Y el Sr. Anghammarad lo hizo

todo con una capucha sobre su cabeza, podría añadir.

—Sí, pero sus ojos le quemaron unos agujeros —señaló Groat.

—Ninguno de nosotros puede evitar la manera en que estamos hechos

—dijo Adora Belle Dearheart remilgadamente.

—Tengo que admitir que hizo mi bien a mi corazón verlo atravesar esa

puerta —dijo el Cartero Titular Bates—. Eso les enseñará a ponerlos bajos y

afilados.

—Y ningún problema con perros, supongo —dijo Jimmy Tropes—. Nunca

tendría el culo mordido en su pantalón.

—¿De modo que todos ustedes están de acuerdo en que es apropiado

que un golem se convierta en cartero? —dijo Moist.

De repente, todas las caras se retorcieron mientras los carteros dijeron

en coro:

—Bien, no es por nosotros, lo comprende...

—... la gente puede ponerse un poco rara por, er, la gente de arcilla...

—... todo eso sobre quitarle el trabajo a personas reales...

—... nada contra él en absoluto, pero...

Se callaron, porque el golem Anghammarad estaba empezando a hablar

otra vez. A diferencia del Sr. Bomba, tardaba un poco en lograr velocidad. Y

cuando su voz llegaba parecía estar viniendo desde mucho tiempo atrás y

desde lejos, como el sonido de una ola en una concha fósil.

Dijo:

—¿Qué Es Un Cartero?

—Un mensajero, Anghammarad —dijo la Srta. Dearheart. Moist notó

que le hablaba a los golems de manera diferente. Había verdadera ternura

en su voz.

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—Caballeros —dijo él a los carteros—, sé que ustedes se sienten...

—Yo Fui Un Mensajero —tronó Anghammarad.

Su voz no era como la del Sr. Bomba, ni tampoco su arcilla. Parecía un

burdo rompecabezas de arcillas diferentes, desde una casi negra a través de

la roja a la gris pálido. Los ojos de Anghammarad, a diferencia del brillo de

horno de los de los otros golems, ardían en un profundo rojo rubí. Parecía

viejo. Más que eso, se sentía viejo. El frío del tiempo irradiaba de él.

Sobre un brazo, justo encima del codo, tenía una caja de metal sobre

una banda oxidada que había manchado la arcilla.

—¿Haciendo mandados, eh? —dijo Groat, nervioso.

—Más Recientemente Entregaba Las Sentencias Del Rey Het De Thut —

dijo Anghammarad.

—Nunca escuché de ningún Rey Het —dijo Jimmy Tropes.

—Supongo Que Es Porque La Tierra De Thut Se Deslizó Bajo El Mar

Hace Nueve Mil Años —dijo el golem, solemnemente—. Así Sucede.

—¡Caramba! ¿Tiene nueve mil años? —dijo Groat.

—No. Tengo Casi Diecinueve Mil Años, Habiendo Nacido En El Fuego De

Los Sacerdotes De Upsa En El Tercer Ning De La Afeitada De La Cabra. Me

Dieron Una Voz Para Que Pudiera Entregar Mensajes. De Tales Cosas Está

Hecho El Mundo.

—Nunca tampoco escuché de ellos —dijo Tropes.

—Upsa Fue Destruida Por La Explosión Del Monte Shiputu. Pasé Dos

Siglos Bajo Una Montaña De Piedra Pómez Antes De Que Erosionara,

Después De Lo Cual Me Convertí En Mensajero Para Los Reyes Pescadores

Del Sagrado Ult. Podría Haber Sido Peor.

—¡Usted debe haber visto muchas cosas, señor! —dijo Stanley.

Los ojos ardientes se volvieron hacia él, iluminando su cara.

—Erizos De Mar. He Visto Muchos Erizos De Mar. Y Pepinos De Mar. Y

Embarcaciones Muertas, Navegando. Una Vez Hubo Un Ancla. Todas Las

Cosas Pasan.

—¿Cuánto tiempo estuvo bajo el mar? —preguntó Moist.

—Casi Nueve Mil Años.

—¿Quiere decir... simplemente sentado allí? —dijo Aggy.

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—No Me Ordenaron Que Hiciera Otra Cosa. Escuché La Canción De Las

Ballenas Encima De Mí. Estaba Oscuro. Entonces Hubo Una Red, Y El

Ascenso, Y La Luz. Estas Cosas Ocurren.

—¿No lo encontró... bueno, aburrido? —dijo Groat. Los carteros seguían

mirando.

—Aburrido —dijo Anghammarad sin comprender, y giró para mirar a la

Srta. Dearheart.

—No tiene idea qué quiere decir —dijo—. Ninguno de ellos. Ni siquiera

los más jóvenes.

—¡Así que espero que esté entusiasmado por entregar mensajes otra

vez, entonces! —dijo Moist, mucho más jovialmente de lo que había

planeado. La cabeza del golem se volvió hacia la Srta. Dearheart otra vez.

—¿Entusiasmado? —dijo Anghammarad.

Ella suspiró.

—Otra difícil, Sr. Moist. Es tan mala como ‘aburrido’. Lo más cerca que

puedo decir es: usted satisfará el imperativo para llevar a cabo la acción

ordenada.

—Sí —dijo el golem—. Los Mensajes Deben Ser Entregados. Eso Está

Escrito En Mi Chem.

—Y eso es el rollo de pergamino en su cabeza que le da instrucciones a

un golem —dijo la Srta. Dearheart—. En la caja de Anghammarad hay una

tableta de arcilla. No tenían papel en aquellos días.

—¿Usted realmente solía entregar mensajes para los reyes? —dijo

Groat.

—Muchos Reyes —dijo Anghammarad—. Muchos Imperios. Muchos

Dioses. Muchos Dioses. Todos Idos. Todas Las Cosas Se Van. —La voz del

golem se volvió más profunda, como si estuviera diciéndolo de memoria—.

Ni El Diluvio Ni La Tormenta De Nieve Ni El Negro Silencio De Los

Netherhells Apartarán A Estos Mensajeros De Su Sagrada Misión. No Nos

Pregunte Sobre Tigres Dientes De Sable, Hoyos De Alquitrán, Grandes Cosas

Verdes Con Dientes O La Diosa Czol.

—¿Ustedes tenían grandes cosas verdes con dientes entonces? —dijo

Tropes.

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—Más Grandes. Más Verdes. Más Dientes —tronó Anghammarad.

—¿Y la diosa Czol? —dijo Moist.

—No Pregunte.

Se hizo un silencio pensativo. Moist sabía cómo romperlo.

—¿Y decidirán si él es un cartero? —dijo, suavemente.

Los carteros formaron un grupo, y luego Groat se volvió hacia Moist.

—Es un cartero y medio, Sr. Lipwig. No lo sabíamos. Los muchachos

dicen... bien, que sería un honor, señor, un honor trabajar con él. Quiero

decir, es como... es como la historia, señor. Es como... bien...

—Siempre dije que la Orden viene desde hace mucho tiempo, ¿verdad?

—dijo Jimmy Tropes, resplandeciente de orgullo—. ¡Había carteros, allá, en

el amanecer del tiempo! Cuándo ellos sepan que tenemos un miembro que

viene de todo ese tiempo atrás, las otras sociedades secretas van a ponerse

tan verdes como... como...

—¿Algo grande con dientes? —sugirió Moist.

—¡Correcto! Y ningún problema con sus amigos tampoco, si pueden

recibir órdenes —dijo Groat generosamente.

—Gracias, caballeros —dijo Moist—. Y ahora todo lo que queda... —

inclinó la cabeza hacia Stanley, que alzó dos grandes latas de pintura azul

real—... es su uniforme.

Por acuerdo general, Anghammarad recibió el rango único de Cartero

Sumamente Titular. Les pareció... justo.

Media hora más tarde, todavía pegajosos al tacto, a cada uno

acompañado por un cartero humano, los golems salieron a las calles. Moist

observó cabezas que se volvían. La luz del sol de la tarde se reflejaba en el

color azul real y Stanley, los dioses lo bendigan, habían encontrado un

pequeño pote de pintura dorada también. Francamente, los golems eran

impresionantes. Relucían.

Uno tenía que darle a la gente un espectáculo. Deles un espectáculo, y

estará a mitad camino de donde quería llegar.

Una voz a su espalda dijo:

Page 168: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

—El Cartero bajó como un lobo al aprisco / sus cohortes todas

relucientes en azul y oro...

Sólo por un momento, un parpadeo de tiempo, Moist pensó: lo he

logrado, ella lo sabe. De algún modo, lo sabe. Entonces su cerebro

prevaleció. Se volvió hacia la Srta. Dearheart.

—Cuando era niño siempre pensaba que una cohorte era una pieza de

armadura, Srta. Dearheart —le dijo, con una sonrisa—. Solía imaginar que

los soldados se pasaban toda la noche sacándoles lustre.

—Dulce —dijo la Srta. Dearheart, encendiendo un cigarrillo—. Mire, le

conseguiré el resto de los golems lo antes posible. Puede haber problemas,

por supuesto. La Guardia estará de su lado, sin embargo. Hay un golem libre

en la Guardia y les gusta bastante, aunque aquí no importa mucho de qué

está hecho uno cuando se une a la Guardia porque el comandante Vimes se

asegurará que uno se convierta completamente en un poli sólido. Es el

bastardo más cínico que camina bajo el sol.

—¿Piensa que es cínico? —preguntó Moist.

—Sí —dijo, soplando el humo—. Como usted sospecha, es

prácticamente una opinión profesional. Pero gracias por contratar a los

muchachos. No estoy segura de que comprendan qué significa ‘gustarles’

algo, pero les gusta trabajar. Y Bomba 19 parece tenerla (tenerle) alguna

consideración.

—Gracias.

—Personalmente creo que usted es un farsante.

—Sí, supongo que sí —dijo Moist. Los dioses, la Srta. Dearheart era un

trabajo difícil. (“por los dioses” o sólo “dioses”, el “los” le quita el sentido a

la frase) Había conocido mujeres a quienes no pudo encantar, pero eran

colinas comparadas con las alturas heladas de Monte Dearheart. Era un acto.

Tenía que serlo. Era un juego. Tenía que serlo.

Tomó su paquete de diseños para sellos.

—¿Qué piensa de éstos, Srta. D...? Mire, ¿cómo la llaman sus amigos,

Srta. Dearheart?

Y en su cabeza Moist se dijo a sí mismo No lo sé justo mientras la mujer

decía:

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—No lo sé. ¿Qué es esto? ¿Lleva sus grabados consigo para ahorrar

tiempo?

De modo que era un juego, y estaba invitado a jugarlo.

—Serán grabados en cobre, espero —dijo mansamente—. Son mis

diseños para los nuevos sellos. —Explicó la idea de los sellos, mientras ella

miraba las páginas.

—Bueno el de Vetinari —dijo—. Dicen que se tiñe el pelo, sabe. ¿Qué es

esto? Oh, la Torre del Arte... qué parecida a un hombre. Un dólar, ¿eh?

Hmm. Sí, son muy buenos. ¿Cuándo empezará a usarlos?

—En realidad, estaba planeando llegar hasta Teemer y Spools mientras

los muchachos están fuera ahora, y discutir sobre el grabado —dijo Moist.

—Bien. Son una firma decente —dijo—. Esclusa 23 está girando la

maquinaria para ellos. Lo mantienen limpio y no pegan avisos sobre él. Voy

y controlo todos los golems contratados todas las semanas. Los liberados

son muy insistentes en eso.

—¿Para asegurarse de que no sean maltratados? —dijo Moist.

—Para asegurarme que no sean olvidados. Se asombraría al saber

cuántas empresas en la ciudad tienen un golem trabajando en algún lugar

en las instalaciones. No en el Gran Tronco, sin embargo —añadió—. No les

permitiré trabajar allí.

Había cierto tono en esa declaración.

—Er... ¿por qué no? —dijo Moist.

—Hay alguna mierda en la que ni siquiera un golem debería trabajar —

dijo la Srta. Dearheart, en el mismo tono acerado—. Ellos son criaturas

virtuosas.

De acuerdo, pensó Moist, algo de un tema delicado allí, entonces. Su

boca dijo:

—¿Le gustaría cenar esta noche? —Durante apenas la piel de un

segundo, la Srta. Dearheart se sorprendió, pero ni la mitad de sorprendido

que Moist. Entonces su cinismo natural volvió a inflarse.

—Me gusta cenar todas las noches. ¿Con usted? No. Tengo cosas que

hacer. Gracias por preguntar.

—No hay problema —dijo Moist, ligeramente aliviado.

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La mujer miró a su alrededor el resonante salón.

—¿No le da escalofríos este lugar? Quizás usted podría hacer algo con

un poco de papel tapiz floral y una bomba incendiaria.

—Todo será solucionado —dijo Moist rápidamente—. Pero es mejor

hacer que las cosas se muevan lo antes posible. Para mostrar que estamos

listos.

Observaron a Stanley y Groat, que pacientemente clasificaban en el

borde de una pila, exploradores en las colinas de la montaña postal.

Parecían pequeños junto a los blancos montículos.

—Les llevará para siempre entregarlas, lo sabe —dijo la Srta.

Dearheart, girando para irse.

—Sí, lo sé —dijo Moist.

—Pero ésa es la cuestión sobre los golems —añadió la Srta. Dearheart,

parada en la entrada. La luz le daba en la cara de manera curiosa—. No le

tienen miedo al ‘para siempre’. No le tienen miedo a nada.

Page 171: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

Capítulo 7

Tumba de Palabras

La Invención del Agujero - El Sr. Lipwig Habla Claro - El Mago en un

Pote - Una discusión de la parte posterior de Lord Vetinari - Una promesa de

Entrega - El Boris del Sr. Hobson

El Sr. Spools, en su antigua oficina que olía a aceite y a tinta, quedó

impresionado por este extraño joven de traje dorado y sombrero alado.

—Usted indudablemente conoce su trabajo, Sr. Lipwig —dijo, mientras

Moist hojeaba las muestras—. Es un placer conocer a un cliente así. Siempre

usa el papel correcto para el trabajo, es lo que digo.

—Lo importante es hacer que los sellos sean difíciles de falsificar —dijo

Moist, hojeando las muestras—. ¡Por otro lado, no debería costarnos un

penique producir un sello de un penique!

—Las filigranas son sus amigas aquí, Sr. Lipwig —dijo el Sr. Spools.

—No son imposibles de falsificar, sin embargo —dijo Moist, y luego

agregó—, así me han dicho.

—¡Oh, conocemos todos los trucos, Sr. Lipwig, no se preocupe por eso!

—dijo el Sr. Spools—. ¡Tenemos el nivel requerido, oh sí! Vacíos químicos,

sombras táumicas, tintas cronometradas, todo. Hacemos el papel y el

grabado, e incluso la impresión para algunas de las figuras importantes en la

ciudad, aunque por supuesto no tengo la libertad de decirle quiénes son.

Se sentó en su gastada silla de cuero e hizo unos garabatos en una

libreta por un momento.

—Bien, podríamos hacerle veinte mil de los sellos de un penique, papel

común de una capa, engomados, a dos dólares los mil más montaje —dijo el

Sr. Spools—. Diez peniques menos si no son engomados. Usted tendrá que

encontrar a alguien que los corte, por supuesto.

—¿No puede hacerlo con alguna clase de máquina? —preguntó Moist.

—No. No funciona, no con cosas tan pequeñas como éstas. Lo siento,

Page 172: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

Sr. Lipwig.

Moist sacó un trozo de papel marrón de su bolsillo y se lo mostró.

—¿Reconoce esto, Sr. Spools?

—¿Qué, es un papel de alfiler? —El Sr. Spools sonrió—. ¡Ja, eso me

hace recordar! Todavía tengo mi vieja colección en el ático. Siempre he

pensado que debe valer un chelín o dos si sólo...

—Observe esto, Sr. Spools —dijo Moist, tomando el papel con cuidado.

Stanley era casi dolorosamente preciso al colocar sus alfileres; un hombre

con un micrómetro no podría haberlo hecho mejor.

Suavemente, el papel se rompió por la línea de agujeros. Moist miró al

Sr. Spools y levantó sus cejas.

—Todo se trata de agujeros —dijo—. No es nada si no tiene un

agujero...

Pasaron tres horas. Se llamó a los capataces. Hombres graves con

overol giraron cosas sobre tornos, otros hombres soldaron cosas, las

probaron, cambiaron esto, ordenaron eso, luego desmontaron una pequeña

prensa de mano y lo construyeron de una manera diferente. Moist merodeó

en la periferia de todo esto, evidentemente aburrido, mientras los hombres

graves jugueteaban, medían cosas, reconstruían cosas, jugaban al

mecánico, bajaban cosas, levantaban cosas y, finalmente, observados por

Moist y el Sr. Spools, probaron oficialmente la prensa transformada...

Chonk...

Moist sintió que todos contenían tanto la respiración que las ventanas

se estaban curvando hacia el interior. Bajó la mano, tomó la lámina de

pequeños cuadrados perforados de la tabla, y la levantó.

Cortó un sello.

Las ventanas se curvaron hacia afuera. Las personas respiraron otra

vez. No hubo una aclamación. Éstos no eran hombres de aclamar y gritar

ante un trabajo bien hecho. En cambio, encendieron sus pipas y cabecearon

unos a otros.

El Sr. Spools y Moist von Lipwig se dieron la mano sobre el papel

perforado.

—La patente es suya, Sr. Spools —dijo Moist.

Page 173: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

—Es usted muy amable, Sr. Lipwig. Muy amable efectivamente. Oh,

aquí tiene un pequeño recuerdo...

Un aprendiz se había acercado aprisa con una hoja de papel. Ante el

asombro de Moist, ya estaba cubierto de sellos —copias en miniatura, sin

goma y sin perforar pero perfectas, de su dibujo para el sello de un penique.

—¡Grabado icono-diabólico,(Grabado Iconodiabólicamente) Sr. Lipwig!

—dijo Spools, mirando su cara—. ¡Nadie puede decir que somos muy

antiguos! (anticuados) Por supuesto tendrá algunas fallas pequeñas esta

vez, pero para comienzos de la próxima semana los...

—Quiera (quiero) los de penique y de dos peniques para mañana, Sr.

Spools, por favor —dijo Moist, con firmeza—. No los necesito perfectos, los

necesito rápidamente.

—¡Vaya, usted está impaciente por largar, Sr. Lipwig!

—Siempre muévase rápido, Sr. Spools. ¡Uno nunca sabe quién lo está

alcanzando!

—¡Ja! ¡Sí! Er... un buen lema, Sr. Lipwig. Uno bueno —dijo el Sr.

Spools, sonriendo con aire vacilante.

—Y quiero los de cinco peniques y los de un dólar al día siguiente, por

favor.

—¡Usted quemará sus botas, Sr. Lipwig! —dijo Spools.

—¡Tengo que moverme, Sr. Spools, tengo que volar!

Moist volvió a la Oficina de Correos tan aprisa como fue decentemente

posible, sintiéndose ligeramente avergonzado.

Le gustaba Teemer y Spools. Le gustaba la clase de negocio donde en

realidad uno podía hablar con el hombre cuyo nombre estaba sobre la

puerta; probablemente significaba que no era administrado por ladrones. Y

le gustaban los grandes trabajadores, imperturbables y sólidos,

reconociendo en ellos todas las cosas que sabía que carecía, como firmeza,

solidaridad y honestidad. Uno no podía mentir a un torno o engañar a un

martillo. Eran buenas personas, y totalmente diferentes de él...

Una manera en que eran muy diferentes de él era que probablemente

ninguno, ahora mismo, tenía montones de papel robado metidos en su

chaqueta.

Page 174: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

No debería haberlo hecho realmente, no debería. Sólo fue que el Sr.

Spools era un hombre amable y entusiasta, y el escritorio estaba cubierto

con ejemplos de su maravilloso trabajo, y cuando estaban haciendo la

prensa de perforado las personas estaban trajinando y realmente no le

prestaban mucha atención a Moist y él había... ordenado. No pudo evitarlo.

Era un ladrón. ¿Qué esperaba Vetinari?

Los carteros estaban regresando cuando entró en el edificio. El Sr.

Groat lo esperaba con una sonrisa preocupada sobre su cara.

—¿Cómo van las cosas, Inspector de Correos? —dijo Moist alegremente.

—Bastante bien, señor, bastante bien. Hay buenas noticias, señor. Las

personas nos han estado dando cartas para echar al correo, señor. No

muchas por el momento y algunas de ellas son un poco, er, graciosas, pero

les pedimos un penique todas las veces. Son siete peniques, señor —añadió

con orgullo, mostrando las monedas.

—¡Oh, vaya, comemos esta noche! —dijo Moist, tomando las monedas y

guardando las cartas.

—¿Perdone, señor?

—Oh, nada, Sr. Groat. Bien hecho. Er... usted dijo que había buenas

noticias. ¿Hay alguna del otro tipo, quizás...?

—Um... a algunas personas no les gustó recibir su correo, señor.

—¿Cosas entregadas en las puertas equivocadas? —dijo Moist.

—Oh, no, señor. Pero las cartas viejas no son siempre bienvenidas. No

cuando son, como podría ser, una voluntad. Una voluntad. Como en Última

Voluntad y Testamento, señor —añadió el anciano, con intención—. Como

en, resulta que la hija equivocada tomó las joyas de mami hace veinte años.

Algo así.

—Oh, cielos —dijo Moist.

—La Guardia tuvo que ser llamada, señor. Había lo que llaman en los

periódicos un ‘alboroto’ en Calle Tejedor, señor. Hay una dama que lo espera

en su oficina, señor.

—Oh, dioses, ¿no una de las hijas?

—No, señor. Es una dama que escribe para el Times. No puede confiar

en ellos, señor, aunque hacen un crucigrama muy razonable —añadió Groat,

Page 175: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

con tono conspirador.

—¿Para qué me quiere a mí?

—No podría decirlo, señor. ¿Supongo que es porque es el Director de

Correos?

—Vaya y... hágale un poco de té o algo, ¿quiere? —dijo Moist,

palmeándose la chaqueta—. Sólo iré y... me calmaré...

Dos minutos más tarde, con el papel robado escondido a salvo, Moist

entró a las zancadas en su oficina.

El Sr. Bomba estaba parado junto a la puerta, los ardientes ojos en

calma, en la postura de un golem sin otra tarea en curso que existir, y una

mujer estaba sentada en la silla junto al escritorio de Moist.

Moist la sopesó. Atractiva, indudablemente, pero vestida al parecer para

minimizar el hecho mientras lo incrementaba astutamente. Los polisones

estaban de moda otra vez en la ciudad por alguna razón inexplicable, pero

su única concesión allí era un rollo falso, que le daba cierta animación a la

parte trasera sin necesidad de llevar veintisiete libras de peligrosa ropa

interior con muelles. Era rubia pero llevaba el pelo en una bolsa de red, otro

toque cuidadoso, mientras que un sombrero pequeño y sencillamente

elegante se asentaba encima de su cabeza sin ningún propósito en

particular. Un enorme bolso estaba junto a su silla, una libreta sobre su

rodilla, y usaba una alianza.

—¿Sr. Lipwig? —dijo alegremente—. Soy la Srta. Cripslock. (En La

Verdad se tradujo el apellido como Mechoncrespo... no sería mejor mantener

la traducción en lugar de dejar el original? Se pierde el humor del nombre)

¡Del Times!

De acuerdo, alianza pero sin embargo ‘señorita’, pensó Moist. Manéjala

con cuidado. Probablemente tiene Opiniones. No intentes besarle la mano.

—¿Y cómo puedo ayudar al Times? —dijo, sentándose y mostrándole

una sonrisa no condescendiente.

—¿Intenta entregar toda esa acumulación de correo, Sr. Lipwig?

—Si fuera en absoluto posible, sí —dijo Moist.

—¿Por qué?

—Es mi trabajo. Lluvia, nieve, oscuridad nocturna, como dice sobre la

Page 176: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

puerta.

—¿Se ha enterado del altercado en Calle Tejedor?

—Escuché que fue un alboroto.

—Me temo que se ha puesto peor. Había una casa ardiendo cuando

partí. ¿No le preocupa? —El lápiz de la Srta. Cripslock de repente estaba

listo.

La cara de Moist permaneció inexpresiva mientras pensaba

furiosamente.

—Sí, por supuesto —dijo—. La gente no debería incendiar casas. Pero

también sé que el Sr. Parker del Gremio de Comerciantes se casará con su

novia de la niñez este sábado. ¿Lo sabía?

La Srta. Cripslock no lo sabía, pero garabateó diligentemente mientras

Moist le contaba sobre la carta del verdulero.

—Eso es muy interesante —dijo—. Iré a verlo inmediatamente. ¿De

modo que está diciendo que entregar el correo viejo es algo bueno?

—Entregar el correo es lo único —dijo Moist y vaciló otra vez. Justo al

borde del oído escuchaba un susurro.

—¿Hay algún problema? —preguntó la Srta. Cripslock.

—¿Qué? ¡No! Qué estaba... Sí, es lo correcto. La historia no debe ser

negada, Srta. Cripslock. ¡Y somos una especie que se comunica, Srta.

Cripslock! —Moist levantó la voz para ahogar el susurro—. ¡El correo debe

continuar! ¡Debe ser entregado!

—Er... no necesita gritar, Sr. Lipwig —dijo la reportera, apoyándose

atrás.

Moist trató de calmarse, y el susurro amainó un poco.

—Lo siento —dijo, y se aclaró la garganta—. Sí, pienso entregar todo el

correo. Si la gente se ha mudado, trataremos de encontrarla. Si han muerto,

trataremos de entregarlo a sus descendientes. El correo será repartido.

Tenemos la tarea de repartirlo, y lo repartiremos. ¿Qué otra cosa

deberíamos hacer con él? ¿Quemarlo? ¿Arrojarlo al río? ¿Abrirlo para decidir

si es importante? No, las cartas fueron confiadas a nuestro cuidado. La

entrega es el único camino.

El susurro casi se había apagado ahora, así que continuó:

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—Además, necesitamos el espacio. ¡La Oficina de Correos renacerá! —

Tomó la hoja de sellos—. ¡Con éstos!

Ella los miró, desconcertada.

—¿Pequeñas imágenes de Lord Vetinari? —dijo.

—Sellos, Srta. Cripslock. Uno de ésos pegado sobre una carta asegurará

la entrega en cualquier lugar dentro de la ciudad. Éstas son las primeras

láminas, pero mañana los venderemos engomados y perforado (perforados)

para facilidad de uso. Pienso hacer fácil usar el correo. Obviamente todavía

estamos buscándonos los pies, pero quiero que pronto seamos capaces de

entregar una carta a cualquiera, en cualquier lugar del mundo.

Era algo estúpido de decir, pero su lengua había tomado el control.

—¿No está siendo algo ambicioso, Sr. Lipwig? —dijo ella.

—Lo siento, no conozco otra manera de ser —dijo Moist.

—Estaba pensando que tenemos los clacks ahora.

—¿Los clacks? —dijo Moist—. Me atrevo a decir que los clacks son

maravillosos si usted desea saber las cifras del mercado de langostino de

Genua. ¿Pero puede usted escribir S.C.U.B.A. en los clacks? ¿Puede sellarlo

con un beso amoroso? ¿Puede llorar lágrimas sobre un clacks, puede olerlo,

puede ponerle una flor entre sus páginas? Una carta es más que sólo un

mensaje. Y un clack es tan costoso en todo caso que el hombre corriente de

la calle casi no puede permitírselo en tiempos de crisis: ABUELOS MUERTOS

FUNERAL MARTES. ¿El sueldo de un día para enviar un mensaje tan

afectuoso y humano como un cuchillo lanzado? Pero una carta es real.

Paró. La Srta. Cripslock estaba garabateando como loca, y es siempre

preocupante ver que un periodista toma un repentino interés en lo que uno

está diciendo, especialmente cuando uno medio sospecha que fue un

montón de guano de paloma. Y es peor cuando está sonriente.

—Las personas se quejan de que los clacks se están volviendo caros,

lentos y poco confiables —dijo la Srta. Cripslock—. ¿Cómo se siente sobre

eso?

—Todo lo que puedo decirle es que hoy hemos tomado a un cartero que

tiene dieciocho mil años —dijo Moist—. No se estropea muy fácilmente.

—Ah, sí. Los golems. Algunas personas dicen...

Page 178: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

—¿Cuál es su nombre, Srta. Cripslock? —dijo Moist.

Por un momento, la mujer enrojeció. Entonces dijo:

—Es Sacharissa.

—Gracias. Soy Moist. Por favor, no se ría. Los golems... Usted se está

riendo, ¿verdad...?

—Era sólo una tos, sinceramente —dijo la reportera, levantando una

mano a su garganta y tosiendo de modo poco convincente.

—Lo siento. Sonó un poco a una risa. Sacharissa, necesito carteros,

empleados de mostrador, clasificadores... necesito un montón de personas.

El correo se moverá. Necesito que la gente me ayude a moverlo. Cualquier

clase de gente. Ah, gracias, Stanley.

El muchacho había entrado con dos jarros desiguales de té. Uno tenía

un pequeño y atractivo gatito, excepto que las colisiones irregulares en el

tazón de lavado lo habían raspado tanto que su expresión era la de una

criatura en las etapas finales de la rabia. El otro alguna vez había informado

de manera hilarante al mundo que la locura clínica no era necesaria para el

empleo, pero la mayoría de las palabras se habían desteñido; quedaba:

Los apoyó con cuidado sobre el escritorio de Moist; Stanley hacía todo

cuidadosamente.

—Gracias —repitió Moist—. Er... puedes irte ahora, Stanley. Ayuda con

la clasificación, ¿eh?

—Hay un vampiro en el salón, Sr. Lipwig —dijo Stanley.

—Debe ser Otto —dijo Sacharissa rápidamente—. Usted no tiene... nada

contra los vampiros, ¿verdad?

—¡Hey, si tiene un par de manos y sabe caminar le daré un empleo!

—Ya tiene uno —dijo Sacharissa, riendo—. Es nuestro iconografiador en

jefe. Ha estado tomando imágenes de sus hombres trabajando. Nos gustaría

mucho tener una de usted. Para la portada.

—¿Qué? ¡No! —dijo Moist—. ¡Por favor! ¡No!

—Es muy bueno.

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—Sí, pero... pero... pero... —empezó Moist, y en su cabeza la frase

continuó: pero creo que ni siquiera el talento para parecerme a la mitad de

los hombres que usted ve en la calle pueda sobrevivir a una imagen.

Lo que salió en realidad fue:

—¡No quiero ser señalado diferente de todos los hombres trabajadores

y golems que están poniendo la Oficina de Correos otra vez de pie! Después

de todo, no hay un ‘yo’ en un equipo, ¿eh?

—En realidad, lo hay —dijo Sacharissa—. Además, es el único que lleva

el sombrero alado y el traje dorado. ¡Vamos, Sr. Lipwig!

—De acuerdo, de acuerdo, en realidad no quería entrar en esto, pero es

contra mi religión —dijo Moist, que había tenido tiempo de pensar—.

Tenemos prohibida cualquier imagen hecha de nosotros. Nos quita parte del

alma, sabe.

—¿Y usted cree eso? —dijo Sacharissa—. ¿De veras?

—Er, no. No. Por supuesto que no. No tanto así. Pero... pero uno no

puede tratar la religión como una especie de buffet, ¿verdad? Quiero decir,

uno no puede decir sí por favor, tendré algún Paraíso Celestial y una porción

del Plan Divino pero evitar arrodillarse y nada de la Prohibición de Imágenes,

me producen gases. Es la mesa del anfitrión o nada, de otra manera... bien,

sería absurdo.

La Srta. Cripslock lo miró con la cabeza inclinada a un lado.

—Trabaja para su señoría, ¿verdad? —afirmó.

—Bien, por supuesto. Es un trabajo oficial.

—Y supongo que me dirá que su trabajo previo era el de secretario,

¿nada especial?

—Eso es correcto.

—Aunque su nombre probablemente sea Moist von Lipwig, porque no

puedo creer que alguien lo escoja como nombre presunto —continuó.

—¡Muchas gracias!

—Me suena como si estuviera lanzando un desafío, Sr. Lipwig. Hay toda

clase de problemas con los clacks ahora. Ha habido un gran escándalo sobre

las personas a quienes han estado despidiendo y cómo están haciendo

trabajar hasta la muerte a los que quedan, y aparece usted, lleno de ideas.

Page 180: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

—Soy serio, Sacharissa. ¡Mire, las personas ya nos están dando nuevas

cartas para echar al correo!

Las sacó de su bolsillo y las abrió en abanico.

—¿Ve? Hay una aquí que va a Dolly Sisters, otro para Nap Hill, uno

para... Io el Ciego...

—Es un dios —dijo la mujer—. Podría ser un problema.

—No —dijo Moist enérgicamente, poniendo las cartas otra vez en su

bolsillo—. Les entregaremos a los mismos dioses. Tiene tres templos en la

ciudad. Será fácil. —Y usted se ha olvidado de las imágenes, hurra...

—Un hombre de recursos, veo. Dígame, Sr. Lipwig, ¿sabe mucho sobre

la historia de este lugar?

—No mucho. ¡Por cierto me gustaría averiguar adónde fueron las arañas

de luces!

—¿No ha hablado con el Profesor Pelc?

—¿Quién es?

—Me asombra. Está en la Universidad. Escribió todo un capítulo sobre

este lugar en su libro sobre... oh, algo relacionado con las grandes masas de

escritos que piensan por sí mismas. Supongo que sabe sobre las personas

que murieron.

—Oh, sí.

—Dijo que el sitio los vuelve locos de alguna manera. Bien, en realidad,

nosotros lo dijimos. Lo que él dijo era mucho más complicado. Tengo que

pasárselo (decírselo), Sr. Lipwig, que toma (tomó) el trabajo que ha matado

a cuatro hombres antes de usted. Se necesita un tipo especial de hombre

para hacerlo.

Sí, pensó Moist. Uno ignorante.

—¿No ha notado nada raro, usted mismo? —continuó ella.

Bien, creo que mi cuerpo viajó en el tiempo pero las plantas de mis pies

no, pero no estoy seguro de cuánto de eso fue una alucinación; casi me

maté en un alud de correo y las cartas siguen hablándome, fueron las

palabras que Moist no dijo, porque esa es la clase de cosas que uno no le

dice a una libreta abierta. Lo que dijo fue:

—Oh, no. Es un buen edificio viejo, y pienso devolverlo completamente

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a su antigua gloria.

—Bien. ¿Qué edad tiene, Sr. Lipwig?

—Veintiséis. ¿Es importante?

—Nos gusta ser minuciosos. —La Srta. Cripslock le brindó una dulce

sonrisa—. Además, es útil si tenemos que escribir su obituario.

Moist marchó a través del salón, con Groat moviéndose sigilosamente

tras él.

Sacó las nuevas cartas de su bolsillo y las puso en las gruñonas manos

de Groat.

—Haga que las repartan. Cualquier cosa para un dios va a su templo.

Cualquier otra que sea extraña póngala sobre mi escritorio.

—Recogimos otras quince ahora, señor. ¡Las personas piensan que es

gracioso!

—¿Tienes el dinero?

—Oh, sí, señor.

—Entonces somos nosotros los que nos estamos riendo —dijo Moist con

firmeza—. No demoraré. Me voy a ver al mago.

Por ley y tradición la gran Biblioteca de la Universidad Invisible está

abierta al público, aunque no se le permite llegar tan lejos como los estantes

mágicos. Ellos no se dan cuenta, sin embargo, ya que las reglas del tiempo y

el espacio están retorcidas dentro de la Biblioteca y por tanto cientos de

millas de estanterías pueden ser ocultadas fácilmente dentro de un espacio

de más o menos el espesor de la pintura.

Las personas se reúnen, sin embargo, en busca de respuestas a esas

cuestiones que sólo los bibliotecarios son considerados capaces de

responder, tales como ‘¿Es esto el lavadero?’, ‘¿Cómo se escribe

subrepticio?’, y, sobre una base regular: ‘¿Tiene un libro que recuerdo haber

leído una vez? Tenía una tapa roja y resultaba que eran gemelos.’

Y, en rigor, la Biblioteca lo tendrá... en algún lugar. En algún lugar tiene

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cada libro alguna vez escrito, que alguna vez será escrito y, notablemente,

todos los libros que es posible escribir. Éstos no están en los estantes

públicos para que su manejo sin entrenamiento no cause el colapso de todo

lo que es posible de imaginar.9

Moist, como todos los demás que entraban en la Biblioteca, levantó la

mirada hacia la cúpula. Todos lo hacían. Siempre se preguntaban por qué

una biblioteca que era técnicamente infinita estaba cubierta por una cúpula

de algunos cientos de pies de diámetro, y se les permitía continuar

preguntándose.

Justo debajo de la cúpula, mirando hacia abajo desde sus nichos, había

estatuas de las Virtudes: Paciencia, Castidad, Silencio, Caridad, Esperanza,

Tubso, Bisonomía10 y Fortaleza.

Moist no pudo resistirse a quitarse el sombrero y hacer un pequeño

saludo a Esperanza, a quien debía tanto. Entonces, mientras se preguntaba

por qué la estatua de Bisonomía estaba cargando una tetera y lo que parecía

un racimo de chirivías, chocó con alguien que lo agarró por el brazo y lo

apuró a través del piso.

—No diga una palabra, no diga una palabra, pero usted está buscando

un libro, ¿sí?

—Bien, en realidad... —Parecía estar en poder de un mago.

—¡... no está seguro de qué libro! —dijo el mago—. Exactamente. Es el

trabajo de un bibliotecario encontrar el libro correcto para la persona

correcta. Si se sienta aquí, podemos proceder. Gracias. Por favor disculpe

las correas. Esto no llevará mucho tiempo. Es prácticamente sin dolor.

—¿Prácticamente?

Moist fue empujado, con firmeza, dentro de una grande y compleja silla

de pivote. Su captor, o ayudante o lo que fuera que resultara ser, le brindó

una sonrisa alentadora. Otras figuras oscuras le ayudaron a sujetar con

correas a Moist a la silla que, mientras era básicamente una antigua con

forma de herradura con asiento de cuero, estaba rodeada de... cosas.

9 Otra vez. (N del A) 10 Muchas culturas no practican ninguna de ellas, en el ajetreo del mundo moderno, porque nadie puede

recordar qué son. (N del A)

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Algunas eran evidentemente mágicas, dentro de la variedad estrellas-y-

cráneos, pero qué decir del pote de encurtidos, del par de tenacillas, y del

ratón vivo en una jaula hecha de...

El pánico se apoderó de Moist y, sin ninguna coincidencia, también un

par de remos forrados que se cerraron sobre sus orejas. Justo antes de que

todo el sonido fuera silenciado, escuchó:

—Usted puede experimentar un sabor a huevos y la sensación de ser

abofeteado en la cara con alguna clase de pescado. Es perfectamente...

Y entonces ocurrió el thlabber. Era un tradicional término mágico,

aunque Moist no lo sabía. Hubo un momento en que todo, incluso las cosas

que no podían ser estiradas, se sintió estirado. Y luego vino el momento

cuando todo volvía de repente a no estar estirado, conocido como el

momento de thlabber.

Cuando Moist abrió los ojos otra vez, la silla estaba mirando hacia el

otro lado. No había ninguna señal de los encurtidos, las tenacillas o el ratón,

pero en su lugar había un balde de langostas mecánicas de pasta y un

estuche con un juego de novedosos ojos de vidrio.

Moist tragó saliva, y masculló:

—Abadejos.

—¿De verdad? La mayoría de las personas dicen bacalaos —dijo

alguien—. No hay explicación para el gusto, supongo. —Unas manos

desataron a Moist y le ayudaron a ponerse de pie. Estas manos pertenecían

a un orangután, pero Moist no hizo comentarios. Era una universidad de

magos, después de todo.

El hombre que lo había empujado en la silla ahora estaba parado junto

a un escritorio mirando algún dispositivo de magia.

—En cualquier momento desde ahora —dijo—. En cualquier momento.

En cualquier momento ahora. En cualquier segundo...

Un puñado de lo que parecían ser mangueras iban del escritorio hacia la

pared. Moist estaba seguro de que se hincharon por un momento, como una

serpiente comiendo aprisa; la máquina tartamudeó, y un trozo de papel cayó

de una ranura.

—Ah... aquí lo tenemos —dijo el mago, tomándolo—. Sí, el libro que

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usted buscaba era Una Historia de Sombreros, por F. G. Smallfinger, ¿tengo

razón?

—No. No estoy buscando un libro, a decir verdad... —comenzó Moist.

—¿Está seguro? Tenemos montones.

Había dos cosas sorprendentes en este mago. Una era... bien, Abuelo

Lipwig siempre había dicho que uno podía conocer la honestidad de un

hombre por el tamaño de sus orejas, y éste era un mago muy honesto. La

otra era que la barba que tenía era evidentemente postiza.

—Estaba buscando a un mago llamado Pelc —arriesgó Moist.

La barba se partió ligeramente para mostrar una amplia sonrisa.

—¡Sabía que la máquina funcionaría! —dijo el mago—. De hecho, usted

está buscándome a mí.

El cartel sobre el exterior de la puerta de la oficina decía: Ladislav Pelc,

D.M.Phil, Prehumous11 Catedrático de Bibliomancia Mórbida.

Sobre el interior de la puerta había un gancho, sobre el que el mago

colgó su barba.

Era el estudio de un mago, de modo que por supuesto tenía el cráneo

con una vela y un cocodrilo embalsamado colgando del techo. Nadie, menos

los magos, sabe por qué es así, pero uno tiene que tenerlos.

Era también una habitación llena de libros y hecha de libros. No había

verdadero mobiliario; es decir, el escritorio y las sillas estaban formados por

libros. Parecía como si muchos de ellos fueran consultados con frecuencia

porque estaban abiertos, con otros libros usados como marcadores.

—¿Usted quiere saber sobre su Oficina de Correos, supongo? —dijo

Pelc, mientras Moist se instalaba en una silla hecha cuidadosamente con los

volúmenes 1 a 41 de los Sinónimos para la palabra ‘Plimsoll’.

—Sí, por favor —dijo Moist.

—¿Voces? ¿Eventos extraños?

—¡Sí!

11 Prehumous, gracioso título si se considera que “humous” es una pasta para untar galletitas confeccionada

con garbanzos, sésamo, jugo de limón y ajo. (N del T)

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—Cómo puedo poner esto... —musitó Pelc—. Las palabras tienen poder,

¿comprende? Está en la naturaleza de nuestro universo. Nuestra Biblioteca

misma distorsiona el tiempo y el espacio a gran escala. Bien, cuando la

Oficina de Correos empezó a acumular cartas estaba almacenando palabras.

De hecho lo que estaba siendo creado era lo que llamamos un gevaisa, una

tumba de palabras vivientes. ¿Es usted de una tendencia literaria, Sr.

Lipwig?

—No tanto así. —Los libros eran un misterio para Moist.

—¿Quemaría un libro? —dijo Pelc—. ¿Un libro viejo, por decir,

maltratado, casi sin lomo, encontrado en una caja de basura?

—Bien... probablemente no —admitió Moist.

—¿Por qué no? ¿La idea le haría sentir incómodo?

—Sí, supongo que lo haría. Los libros son... bien, uno simplemente no

lo hace. Er... ¿por qué usa una barba postiza? Pensaba que los magos las

tenían verdaderas.

—No es obligatorio, sabe, pero cuando salimos el público espera barbas

—dijo Pelc—. Es como tener estrellas en las túnicas. Además, son demasiado

calurosas en verano. ¿Dónde estaba? Gevaisas. Sí. Todas palabras tienen

algún poder. Lo sentimos de manera instintiva. Algunos, como los conjuros

mágicos y los verdaderos nombres de los dioses, tienen gran cantidad.

Deben ser tratados con el respeto. En Klatch hay una montaña con muchas

cuevas, y en esas cuevas más de cien mil libros viejos, principalmente

religiosos, cada uno envuelto en una mortaja de lino blanco. Ése es quizás

un enfoque extremista, pero las personas inteligentes siempre han sabido

que algunas palabras deben ser dichas por lo menos con cuidado y respeto.

—No exactamente metidas en sacos en el ático —dijo Moist—. Espere...

un golem llamó a la Oficina de Correos "una tumba de palabras no

escuchadas".

—No me sorprende en absoluto —dijo el Profesor Pelc con calma—. Los

viejos gevaisas y bibliotecas solían emplear golems, porque las únicas

palabras que tienen el poder de influir sobre ellos son las que están en su

cabeza. Las palabras son importantes. Y cuando hay una masa crítica de

ellas, cambian la naturaleza del universo. ¿Tuvo usted algo que parecieran

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ser alucinaciones?

—¡Sí! ¡Estaba atrás en el tiempo! ¡Pero también en el presente!

—Ah, sí. Eso es muy común —dijo el mago—. Las suficientes palabras

abarrotadas pueden afectar el tiempo y el espacio.

—¡Y me hablaron!

—Le dije a la Guardia que las cartas querían ser entregadas —dijo el

Profesor Pelc—. Hasta que una carta es leída, no está completo.(completa)

Intentarán cualquier cosa para ser repartidas. Pero no piensan, como usted

comprende, y no son inteligentes. Sólo se extienden hacia cualquier mente

disponible. Ya veo que ha pasado por una materialización.

—¡No puedo volar!

—Materialización: semejanza viviente de un dios —dijo el profesor con

paciencia—. El sombrero alado. El traje dorado.

—No, ocurrieron por accidente...

—¿Está seguro?

La habitación se quedó en silencio.

—Hum... lo estaba justo hasta ahora —dijo Moist.

—No están tratando de lastimar a nadie, Sr. Lipwig —dijo Pelc—. Sólo

quieren ser entregadas.

—Nunca podremos repartirlas a todas —dijo Moist—. Eso nos llevaría

muchos años.

—El simple hecho de que usted esté repartiendo alguna ayudará, estoy

seguro —dijo el Profesor Pelc, sonriendo como un doctor que le dice a un

hombre que no se preocupe, que la enfermedad es mortal sólo en el 87% de

los casos—. ¿Hay alguna otra cosa con la que pueda ayudarle? —Se puso de

pie, para indicar que el tiempo de un mago es valioso.

—Bien, me habría gustado saber adónde se fueron las arañas de luces

—dijo Moist—. Sería bueno recuperarlas. Simbólico, podría decir.

—No puedo ayudarlo, pero estoy seguro de que el Profesor Goitre

puede. Es el Póstumo Profesor de Bibliomancia Mórbida. Podríamos pasar a

verlo al salir, si quiere. Está en la Despensa de los Magos.

—¿Por qué el ‘Póstumo’? —preguntó Moist mientras salían al corredor.

—Está muerto —dijo Pelc.

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—Ah... estaba como esperando que fuera un poco más metafórico que

eso —dijo Moist.

—No se preocupe, decidió tomar la Muerte Temprana. Era un muy buen

paquete.

—Oh —dijo Moist. Lo importante en momentos así era descubrir el

momento correcto para correr, pero habían tomado por un laberinto de

pasajes oscuros y éste no era un lugar en el que uno querría perderse. Algo

podría encontrarlo.

Pararon frente a una puerta, a través de la cual llegaba el sonido

amortiguado de voces y el tintineo ocasional de cristalería. El ruido paró tan

pronto como el profesor abrió la puerta, y era difícil ver desde dónde podría

haber venido. Era, en efecto, una despensa, muy vacía de personas, con las

paredes cubiertas con estantes, los estantes llenos de pequeños potes.

Había un mago en cada uno.

Ahora sería el momento correcto para correr, pensó el cerebelo de

Moist, mientras Pelc echaba mano de un pote, desenroscaba la tapa y

rebuscaba dentro por el diminuto mago.

—Oh, éste no es él —dijo el profesor alegremente, viendo la expresión

de Moist—. El ama de llaves pone estas pequeñas muñecas tejidas de magos

para recordar al personal de cocina que los potes no deben ser usados para

otra cosa. Hubo un incidente con alguna mantequilla de maní, creo. Sólo

tengo que sacarlo para que no suene amortiguado.

—Entonces... er, ¿dónde está el profesor, en realidad?

—Oh, en el pote, para cierto valor de ‘en’ —dijo el profesor Pelc—. Es

muy difícil de explicar al profano. Está muerto sólo para...

—¿... cierto valor de muerto? —dijo Moist.

—¡Exactamente! Y puede regresar ante una notificación de una semana.

Muchos de los magos más viejos están optando por esto ahora. Muy

placentero, dicen, exactamente como un año sabático. Sólo que más largo.

—¿Adónde van?

—Nadie está seguro, exactamente, pero uno puede escuchar el sonido

de cubiertos —dijo Pelc, y levantó el pote hasta su boca.

—Excúseme, ¿Profesor Goitre? ¿Puede por casualidad recordar qué pasó

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con las arañas de luces de la Oficina de Correos?

Moist estaba esperando que una diminuta vocecita respondiera, pero

una vivaz aunque anciana voz a una pulgada de su oreja dijo:

—¿Qué? ¡Oh! ¡Sí, efectivamente! Una terminó en el Teatro de la Ópera

y la otra fue adquirida por el Gremio de Asesinos. ¡Aquí viene el carrito de

pudín! ¡Adiós!

—Gracias, Profesor —dijo Pelc seriamente—. Todo está bien aquí...

—Engordo mucho me temo —dijo la voz incorpórea—. ¡Salga, por favor,

estamos comiendo!

—Allí lo tiene, entonces —dijo Pelc, reponiendo la muñeca mago en el

pote y enroscando la tapa—. El Teatro de la Ópera y el Gremio de Asesinos.

Puede ser muy difícil recuperarlas, me imagino.

—Sí, creo que lo pospondré uno o dos días —dijo Moist, saliendo por la

puerta—. Personas peligrosas para meterme con ellas.

—Efectivamente —dijo el profesor, cerrando la puerta detrás de ellos,

que fue la señal para que el zumbido de conversaciones se pusiera en

marcha otra vez—. Tengo entendido que algunos de esas sopranos pueden

patear como una mula.

Moist soñó con magos embotellados, todos gritando su nombre.

En las mejores tradiciones de despertar de una pesadilla, las voces se

convirtieron gradualmente en una voz, que resultó ser la del Sr. Bomba, que

lo estaba sacudiendo.

—¡Algunos de ellos estaban cubiertos de mermelada! —gritó Moist, y

luego enfocó—. ¿Qué?

—Sr. Lipvig, Usted Tiene Una Cita Con Lord Vetinari.

Entró en su conciencia, y sonaba peor que los magos en potes.

—¡No tengo cita con Vetinari! Er... ¿La tengo?

—Dice Que Sí, Sr. Lipvig —dijo el golem—. Por Lo Tanto, La Tiene. Nos

Iremos Por El Patio De Coches. Hay Una Gran Multitud Fuera De Las Puertas

Principales.

Moist se detuvo con los pantalones a medio camino.

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—¿Están enfadados? ¿Alguno de ellos carga baldes de alquitrán?

¿Plumas de cualquier tipo?

—No Lo Sé. Me Han Dado Instrucciones. Las Estoy Llevando A Cabo. Le

Aconsejo Que Usted Haga Lo Mismo.

Moist fue llevado a escondidas hacia las callejas posteriores, donde

todavía flotaban algunos retazos de niebla.

—¿Qué hora es, por el amor del cielo? —se quejó.

—Siete Menos Cuarto, Sr. Lipvig.

—¡Todavía es hora de la noche! ¿Acaso el hombre nunca duerme? ¿Qué

es tan importante que tengo que ser arrastrado fuera de mi buena y tibia

pila de cartas?

El reloj de la antesala de Lord Vetinari no sonaba bien. A veces el tic

llegaba apenas una fracción tarde, a veces el toc se adelantaba.

Ocasionalmente, uno o el otro no ocurrían en absoluto. Esto no era muy

perceptible hasta que uno estaba ahí durante cinco minutos, tiempo en el

que las pequeñas pero importantes partes del cerebro se estaban volviendo

locas.

Moist no era bueno temprano en la mañana, en todo caso. Ésa era una

de las ventajas de una vida de crimen: uno no tenía que levantarse hasta

que las otras personas habían ventilado las calles.

El secretario Nudodetambor se deslizó sobre pies sin sonido, tan

silenciosamente que llegó como una conmoción. Era una de las personas

más silenciosas con la que Moist alguna vez hubiera tropezado.

—¿Le gustaría un poco de café, Director de Correos? —dijo, con

suavidad.

—¿Estoy en problemas, Sr. Nudodetambor?

—No me importaría decirlo, señor. ¿Ha leído el Times esta mañana?

—¿El periódico? No. Oh... —La mente de Moist regresó furiosamente

sobre la entrevista del día anterior. No había dicho nada malo, ¿verdad?

Todas habían sido cosas buenas y positivas, ¿verdad? Vetinari quería que la

gente usara el correo, ¿verdad?

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—Siempre recibimos algunas copias directas de la prensa —dijo

Nudodetambor—. Le daré uno.

Regresó con el periódico. Moist lo desdobló, absorbió la portada en un

momento de agonía, leyó algunas frases, se puso la mano sobre los ojos y

dijo:

—Oh, dioses.

—¿Notó la tira cómica, Director de Correos? —dijo Nudodetambor,

inocentemente—. Se puede pensar que es muy graciosa.

Moist se arriesgó a otra mirada hacia la terrible página. Quizás en

inconsciente defensa propia su mirada había saltado por encima de la tira

cómica, que mostraba a dos andrajosos pilluelos callejeros. Uno de ellos

sostenía una tira de sellos de un penique. El texto abajo decía:

Primer pilluelo (habiendo adquirido algunos de los recién

inventados ‘sellos’): «Oye, ¿has visto la parte posterior de

Lord Vetinari?»

Segundo pilluelo: «¡Nah, y no lo lamería por un penique,

nunca!»

La cara de Moist quedó blanca como cera.

—¿Él vio esto? —graznó.

—Oh, sí, señor.

Moist se puso de pie rápidamente.

—Todavía es temprano —dijo—. Probablemente el Sr. Trooper todavía

esté trabajando. Si corro probablemente me deje entrar. Iré ahora mismo.

Eso estará bien, ¿verdad? Cortará el papeleo. No quiero ser una carga para

nadie. Incluso...

—Bueno, bueno, Directo de Correos —dijo Nudodetambor, empujándolo

suavemente otra vez hacia la silla—, no se aflija excesivamente. Según mi

experiencia, su señoría es un... hombre complejo. No es sabio anticiparse a

sus reacciones.

—¿Quiere decir que usted cree que voy a vivir?

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Nudodetambor retorció la cara mientras pensaba, y miró el techo por un

momento.

—Hmm, sí. Sí, creo que podría —dijo.

—Quiero decir, ¿en el aire fresco? ¿Con todo en su lugar, pegado?

—Muy probablemente, señor. Puede entrar ahora, señor.

Moist entró de puntillas en la oficina del Patricio.

Solamente las manos de Lord Vetinari eran visibles a cada lado del

Times. Moist releyó los titulares con sordo horror.

NO NOS DAREMOS POR VENCIDOS, PROMETE DIRECTOR DE

CORREOS

Asombroso Ataque A Los Clacks

Promesas: Entregaremos En Cualquier Lugar

Usando Notables Nuevos ‘Sellos’

Ésa era la noticia de portada. Estaba junto a una historia más pequeña

que sin embargo atrajo su vista. El titular era:

Gran Tronco Inactivo Otra Vez:

Continente Aislado

... y en la parte inferior, en un tipo de letras más pesado para mostrar

que quería ser alegre, y bajo el titular:

La Historia No Puede Ser Negada

... había una docena de historias sobre las cosas que habían ocurrido

cuando el antiguo correo apareció. Estaba el alboroto que se había

convertido en altercado, el Sr. Parker y su futura novia y otros también. El

correo había cambiado las vidas comunes y corrientes de una manera poco

notable. Era como cortar una ventana en la Historia y ver qué podría haber

sido.

Eso parecía ser la totalidad de la portada, excepto por una historia

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sobre que la Guardia buscaba el ‘asesino misterioso’ que había atacado y

matado a algún banquero en su casa. Estaban desconcertados, decía. Eso

animó un poco a Moist; si su infame oficial lobizón no podía olfatear a un

maldito asesino, entonces tal vez no encontraría a Moist, cuando llegara el

momento. Con seguridad, un cerebro podía derrotar a una nariz.

Lord Vetinari parecía ajeno a la presencia de Moist, y Moist se preguntó

qué efecto podía tener una tos educada.

En ese punto, el periódico crujió.

—Dice aquí en la columna de Cartas —dijo la voz del Patricio—, que la

frase ‘péguela en su jumper’ está basada en un antiguo refrán Efebiano que

tiene al menos dos mil años, por lo tanto, precediendo claramente a los

jumpers pero no, presumiblemente, el acto de pegar. —Bajó el papel y miró

a Moist por encima del borde—. ¿No sé si usted ha estado siguiendo este

pequeño e interesante debate etimológico?

—No, señor —dijo Moist—. Si usted recuerda, pasé las pasadas seis

semanas en una celda de condena.

Su señoría dejó el periódico, unió sus dedos, y miró a Moist por encima

de ellos.

—Ah, sí. Así fue, Sr. Lipwig. Bien, bien, bien.

—Mire, realmente lament... —empezó Moist.

—¿A cualquier lugar del mundo? ¿Incluso a los dioses? ¿Nuestros

carteros no se dan por vencidos tan fácilmente? ¿La historia no debe ser

negada? Muy impresionante, Sr. Lipwig. Usted ha hecho un salpicón —sonrió

Vetinari—, como le dijo el pez al hombre con el peso atado a sus pies.

—No dije exactamente...

—Según mi experiencia, la Srta. Cripslock tiende a anotar exactamente

lo que uno dice —observó Vetinari—. Es algo terrible cuando los periodistas

lo hacen. Estropean la diversión. Uno siente instintivamente que está

haciendo trampas, de algún modo. ¿Y deduzco que también está vendiendo

pagarés?

—¿Qué?

—Los sellos, Sr. Lipwig. Una promesa de llevar un penique de correo.

Una promesa que debe ser mantenida. Venga y mire esto. —Se puso de pie

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y caminó hasta la ventana, desde donde le hizo señas—. Venga, Sr. Lipwig.

Temiendo ser lanzado sobre los adoquines, sin embargo Moist lo hizo.

—¿Ve la gran torre de clacks ahí sobre el Tump? —dijo Vetinari,

señalando—. No hay mucha actividad en el Gran Tronco esta mañana.

Problemas con una torre en las llanuras, deduzco. Nada está llegando a Sto

Lat ni más allá. Pero ahora, si mira hacia abajo...

Le llevó a Moist un momento comprender lo que estaba viendo, y

entonces...

—¿Es una cola fuera de la Oficina de Correos? —dijo.

—Sí, Sr. Lipwig —dijo Vetinari, con oscuro regocijo—. Por los sellos,

como se anunció. Los ciudadanos de Ankh-Morpork tienen un instinto, podría

decir, para participar en la diversión. Vaya allí, Sr. Lipwig. Estoy seguro de

que está lleno de ideas. No me permita detenerlo.

Lord Vetinari regresó a su escritorio y recogió el periódico.

Está justo allí sobre la portada, pensó Moist, no puede no haberlo

visto...

—Er... sobre la otra cosa... —se arriesgó, mirando la tira cómica.

—¿Qué otra cosa sería ésa? —dijo Lord Vetinari.

Hubo un silencio de un momento.

—Er... nada, realmente —dijo Moist—. Entonces, me iré.

—Efectivamente lo hará, Director de Correos. El correo debe continuar,

¿verdad?

Vetinari escuchó que unas puertas distantes se cerraban, y luego fue y

se paró ante la ventana hasta que vio a una presurosa figura dorada a

través del patio.

Nudodetambor entró y ordenó la bandeja de ‘Salida’.

—Bien hecho, señor —dijo tranquilamente.

—Gracias, Nudodetambor.

—Veo que el Sr. Horsefry ha fallecido, señor.

—Eso entiendo, Nudodetambor.

Hubo una agitación en la multitud cuando Moist cruzó la calle. Para su

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indescriptible alivio vio al Sr. Spools, parado con uno de los hombres serios

de su imprenta. Spools se apresuró hacia él.

—Yo, er, tengo varios miles de ambos, er, artículos —susurró, sacando

un paquete de abajo de su abrigo—. Peniques y dos peniques. No son lo

mejor que podemos hacer pero pensé que usted podría necesitarlos.

Escuchamos que los clacks están fuera de servicio otra vez.

—Usted es un salvavidas, Sr. Spools. Si sólo pudiera llevarlos dentro. A

propósito, ¿cuánto cuesta un mensaje de clacks para Sto Lat?

—Incluso un mensaje muy breve costaría al menos treinta peniques,

creo —dijo el grabador.

—Gracias. —Moist retrocedió y ahuecó sus manos delante de la boca—.

¡Damas y caballeros! —gritó—. ¡La Oficina de Correos abrirá en cinco

minutos para la venta de sellos de un penique y dos peniques! ¡Además,

estaremos recibiendo correo para Sto Lat! La primera entrega inmediata

para Sto Lat sale en una hora, damas y caballeros, para llegar esta mañana.

¡El costo será de diez peniques por un sobre estándar! ¡Repito, diez

peniques! ¡El Correo Real, damas y caballeros! ¡No acepten sustitutos!

¡Gracias!

Hubo una agitación en la multitud, y algunas personas se alejaron

aprisa.

Moist condujo al Sr. Spools dentro del edificio, cerrando la puerta

cortésmente ante la multitud. Sintió el hormigueo que siempre sentía

cuando el juego estaba en marcha. La vida debería estar hecha de

momentos como éste, decidió. Con el corazón cantando, repartió órdenes.

—¡Stanley!

—¿Sí, Sr. Lipwig? —dijo el muchacho, detrás de él.

—Corre hasta la Caballeriza de Alquiler de Hobson y diles que quiero un

buen caballo rápido, ¿de acuerdo? ¡Algo con un poco de efervescencia en la

sangre! ¡No algún viejo jamelgo cansado, y conozco la diferencia! ¡Lo quiero

aquí en media hora! ¡Ya te vas! ¿Sr. Groat?

—¡Sísseñor! —En realidad, Groat saludó.

—Improvise alguna clase de mesa para un mostrador, ¿quiere? —dijo

Moist—. ¡En cinco minutos abrimos para aceptar correo y vender sellos! ¡Voy

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a llevar cartas a Sto Lat mientras los clacks están fuera de servicio y usted

será el Director de Correos Suplente mientras estoy fuera! ¡Sr. Spools!

—Estoy aquí, Sr. Lipwig. Realmente no tiene que gritar —dijo el

grabador con voz recriminatoria.

—Lo siento, Sr. Spools. Más sellos, por favor. Necesitaré algunos para

llevar conmigo, en caso de que haya correo que traer. ¿Puede hacerlo? Y

necesitaré los sellos de cinco peniques y los de dólar tan pronto como...

¿Está usted bien, Sr. Groat?

El anciano se tambaleaba, sus labios se movían sin sonido.

—¿Sr. Groat? —repitió Moist.

—Director de Correos Suplente... —masculló Groat.

—Eso es correcto, Sr. Groat.

—Ningún Groat ha sido jamás Director de Correos Suplente... —De

repente, Groat cayó a sus rodillas y abrazó las piernas de Moist—. ¡Oh,

gracias, señor! ¡No lo defraudaré, Sr. Lipwig! ¡Puede confiar en mí, señor!

¡Ni la lluvia, ni la nieve, ni la oscuridad de...!

—Sí, sí, gracias, Director de Correos Suplente, gracias, ya es suficiente,

gracias —dijo Moist, tratando de soltarse—. Por favor, levántese, Sr. Groat.

¡Sr. Groat, por favor!

—¿Puedo usar el sombrero alado mientras usted está fuera, señor? —

suplicó Groat—. Significaría tanto, señor...

—Estoy seguro de que lo haría, Sr. Groat, pero no hoy. Hoy, el

sombrero vuela hacia Sto Lat.

Groat se puso de pie.

—¿En realidad debería ser usted quien reciba el correo, señor?

—¿Quién más? Los golems no pueden moverse lo bastante rápido,

Stanley es... bien, Stanley, y el resto de ustedes caballeros son vie... ricos

en años. —Moist se frotó las manos—. ¡Sin discusión, Director de Correos

Suplente Groat! ¡Ahora... vendamos algunos sellos!

Las puertas fueron abiertas, y la multitud entró en tropel. Vetinari había

tenido razón. Si había alguna acción, a las personas de Ankh-Morpork les

gustaba ser parte de ella. Los sellos de un penique fluían sobre el mostrador

improvisado. Después de todo, seguía el razonamiento, por un penique uno

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recibía algo que valía un penique, ¿correcto? ¡Después de todo, incluso si

era una broma era tan seguro como comprar dinero! Y los sobres entraban

por el otro lado. En realidad, la gente estaba escribiendo cartas en la Oficina

de Correos. Moist anotó mentalmente: sobres con una estampilla pegada y

una hoja de papel doblada dentro de ellos: ¡Equipo Instantáneo de Carta,

Sólo Añada Tinta! Ésa era la regla importante de cualquier juego: siempre

hazle fácil a las personas darte dinero.

Para su sorpresa, aunque se dio cuenta de que no debería haberlo sido,

Nudodetambor se abrió paso a los codazos a través de la multitud con un

pequeño pero pesado paquete de cuero, sellado con pesado sello de cera

que tenía la insignia de la ciudad y una gruesa V. Iba dirigido al Alcalde de

Sto Lat.

—Asuntos del gobierno —anunció de manera significativa, mientras lo

entregaba.

—¿Quiere comprar algún sello para esto? —dijo Moist, tomando el

paquete.

—¿Qué piensa usted, Director de Correos? —dijo el secretario.

—Definitivamente pienso que los asuntos del gobierno viajan gratis —

dijo Moist.

—Gracias, Sr. Lipwig. A milord le gustan los que aprenden rápido.

Otro correo para Sto Lat fue franqueado, sin embargo. Muchas personas

tenían amigos o negocios allí. Moist miró a su alrededor. La gente

garabateaba por todos lados, incluso apoyando el papel de carta contra las

paredes. Los sellos, de uno y dos peniques, se vendían rápido. En el otro

extremo del salón, los golems estaban clasificando las interminables

montañas de correo...

De hecho, en una pequeña escala, el sitio estaba activo.

¡Usted debería haberlo visto, señor, debería haberlo visto!

—Lipwig, ¿es usted?

Salió de un sueño de arañas de luces para ver a un hombre corpulento

enfrente de él. Lo reconoció en un momento, y luego dijo que era el

propietario de la Caballeriza de Alquiler de Hobson, a la vez la más famosa y

más conocida empresa en la ciudad. No era probablemente la colmena de

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actividad delictiva que sugería el rumor popular, aunque el inmenso

establecimiento a menudo parecía contener hombres de aspecto sucio con

no mucho que hacer aparte de holgazanear y mirar a la gente entrecerrando

los ojos. Y empleaba a un Igor, todos lo sabían, lo cuál por supuesto era

sensato cuando uno tenía tanta sobrecarga veterinaria, pero uno escuchaba

historias...12

—Oh, hola, Sr. Hobson —dijo Moist.

—Parece que usted piensa que alquilo viejos caballos cansados, señor,

¿verdad? —dijo Willie Hobson. Su sonrisa no era completamente amistosa.

Stanley, nervioso, estaba detrás de él. Hobson era grande y corpulento pero

no exactamente gordo; era probablemente lo que uno obtendría si afeitara

un oso.

—He montado algunos que... —empezó Moist, pero Hobson levantó una

mano.

—Parece que usted quiere efervescencia —dijo Hobson. Su sonrisa se

amplió—. Bien, siempre le doy al cliente lo que quiero, sabe. Así que he le

traído a Boris.

—Oh, ¿sí? —dijo Moist—. Y me llevará hasta Sto Lat, ¿verdad?

—Oh, por lo menos, señor —dijo Hobson—. ¿Buen jinete, es usted?

—Cuando se trata de salir cabalgando de una ciudad, Sr. Hobson, no

hay nadie más rápido.

—Eso es bueno, señor, eso es bueno —dijo Hobson, con la voz pausada

de alguien guiando a la presa con cuidado hacia la trampa—. Boris tiene

algunos defectos, pero puedo ver que un jinete experimentado como usted

no tendrá problemas. ¿Listo, entonces? Está justo afuera. Tengo a un

hombre sujetándolo.

Resultó que a decir verdad había cuatro hombres sujetando al inmenso

semental negro en una red de sogas, mientras bailaba, arremetía, pateaba y

trataba de morder. Un quinto hombre estaba tirado en el suelo. Boris era un

12 Que, por ejemplo, los caballos robados eran desmantelados en mitad de la noche y que bien podían

aparecer con el pelo teñido y dos patas diferentes. Y se decía que había un caballo en Ankh-Morpork que tenía una

costura longitudinal, desde la cabeza hasta la cola, cosido de lo que quedó de dos caballos que estuvieron

involucrados en un accidente particularmente desagradable. (N del A)

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asesino.

—Como dije, señor, tiene algunos defectos, pero nadie podía llamarlo

un... ahora cómo era... sí, un viejo jamelgo gastado. ¿Todavía quiere un

caballo con efervescencia? —La sonrisa de Hobson lo decía todo: eso es lo

que le hago a los cabrones presumidos que tratan de tomarme el pelo.

¡Veamos si trata de montarlo, Señor-Yo-Sé-Todo-Sobre-Caballos!

Moist miró a Boris, que estaba tratando de pisotear al hombre caído, y

a la multitud que observaba. Condenado traje dorado. Si uno fuera Moist

von Lipwig, había sólo una cosa que hacer ahora, y era subir la apuesta.

—Quítele la silla de montar —dijo.

—¿Qué? —dijo Hobson.

—Quítele la silla de montar, Sr. Hobson —dijo Moist con firmeza—. Esta

bolsa es muy pesada, así que quite la silla de montar.

La sonrisa de Hobson permaneció, pero el resto de la cara trató de

apartarse sigilosamente de ella.

—Tiene todos los niños que quiere, ¿verdad? —dijo.

—Sólo deme una manta y una cincha, Sr. Hobson.

Ahora la sonrisa de Hobson desapareció completamente. Esto iba a

parecerse a un homicidio.

—Usted podría querer pensarlo otra vez, señor —dijo—. Boris le quitó

un par de dedos a un hombre el año pasado. Es un pisoteador también, y no

responde al freno, y un rascador, y escapará si puede lograrlo. Tiene

demonios dentro, y ése es un hecho.

—¿Correrá?'

—No tanto correr como escapar, señor. Es un mal nacido, ese caballo —

dijo Hobson—. Necesitará de una palanca para hacer que doble las esquinas,

también. Mire, señor, (ha sido) una jugada limpia la que usted me ha

jugado, pero tengo muchos otros...

Hobson se estremeció mientras Moist le dedicaba una sonrisa especial.

—Usted lo escogió, Sr. Hobson. Lo montaré. Estaré agradecido si

pudiera hacer que sus caballeros lo apunten por Broadway por mí mientras

voy y concluyo unos asuntos de negocios.

Moist entró en el edificio, corrió escalera arriba hasta su oficina, cerró la

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puerta, se metió el pañuelo en la boca y gimió suavemente por unos

segundos, hasta que se sintió mejor. Había montado a pelo pocas veces,

cuando las cosas habían estado muy calientes, pero Boris tenía los ojos de

una cosa loca.

Pero si se echaba atrás ahora sería... sólo un tonto en un traje brillante.

Uno tenía que darles un espectáculo, una imagen, algo que recordar. Todo lo

que tenía que hacer era quedarse hasta que saliera de la ciudad y luego

encontrar un arbusto apropiado donde saltar. Sí, eso haría. Y luego, horas

más tarde, entrar tambaleante en Sto Lat, todavía con el correo, habiendo

luchado con valentía contra los bandidos. Le creerían, porque se sentía

correcto... porque la gente quería creer en las cosas, porque haría un buen

relato, porque si uno lo hacía brillar lo suficiente el vidrio podía parecer más

un diamante que el diamante mismo.

Se escuchó una aclamación cuando salió a los escalones otra vez. El sol,

en el momento justo, decidió aparecer entre la niebla, y se reflejó en sus

alas.

Boris se veía aparentemente dócil ahora, mascando su freno. Esto no

engañó a Moist; si un caballo como Boris estaba tranquilo era porque estaba

planeando algo.

—Sr. Bomba, necesitaré que usted me ayude a subir —dijo, tirando la

bolsa del correo alrededor de su cuello.

—Sí, Sr. Lipvig —dijo el golem.

—¡Sr. Lipwig!

Moist dio media vuelta para ver a Sacharissa Cripslock acercándose

aprisa calle arriba, libreta en mano.

—Siempre es un placer verla, Sacharissa —dijo Moist—, pero estoy un

poco ocupado en este momento...

—¿Sabe usted que el Gran Tronco está cerrado otra vez? —dijo.

—Sí, estaba en el periódico. Ahora debo...

—¿De modo que usted está desafiando a la compañía de clacks? —El

lápiz colgaba preparado sobre su libreta.

—Simplemente entrego el correo, Srta. Cripslock, exactamente como

dije que haría —dijo Moist en un tono firme y varonil.

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—Pero es algo extraño, verdad, que un hombre a caballo sea más

confiable que un...

—¡Por favor, Srta. Cripslock! ¡Somos la Oficina de Correos! —dijo Moist,

con su mejor voz noble—. No nos metemos en rivalidades mezquinas.

Lamentamos oír que nuestros colegas de la compañía de clacks estén

experimentando dificultades temporales con su maquinaria, simpatizamos

completamente con su aprieto, y si quisieran que entreguemos sus mensajes

por ellos, estaríamos felices de venderles algunos sellos por supuesto...

pronto estarán disponibles en valores de uno, dos, diez y cinco peniques y

un dólar, disponibles aquí en su Oficina de Correos, ya engomados. A

propósito, pensamos también sazonar la goma en sabores de regaliz,

naranja, canela y plátano, pero no de fresa porque yo odio las fresas.

Podía ver su sonrisa mientras lo anotaba. Entonces dijo:

—Lo escuché correctamente, ¿verdad? ¿Está ofreciendo llevar los

mensajes de los clacks?

—Indudablemente. Los mensajes en curso pueden ser puestos en el

Tronco en Sto Lat. Amabilidad es nuestro segundo nombre.

—¿Está seguro de que no es ‘descaro’? —dijo Sacharissa, para risa de la

multitud.

—No lo comprendo, estoy seguro —dijo Moist—. Ahora, si usted...

—Usted está montando una burla a la gente de los clacks otra vez,

¿verdad? —dijo la periodista.

—Ah, ése debe ser un término periodístico —dijo Moist—. Nunca he

poseído una burla, e incluso si lo hice no sabría cómo montarla. Y ahora, si

usted me disculpa, tengo correo para repartir y debería partir antes de que

Boris se coma a alguien. Otra vez.

—¿Puedo pedirle sólo una última cosa? ¿Quedará su alma

excesivamente disminuida si Otto toma una imagen de usted partiendo?

—Supongo que no puedo detenerla aquí, ya que mi cara no está muy

clara —dijo Moist, mientras el Sr. Bomba colocaba sus manos de cerámica

para hacer un escalón—. El sacerdote es muy exigente sobre eso, sabe.

—Sí, supongo que ‘el sacerdote’ lo es —dijo la Srta. Cripslock,

asegurándose de que las comillas sonaran con ironía—. Además, por el

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aspecto de esa criatura, podría ser la última posibilidad que tengamos.

Parece la muerte sobre cuatro patas, Sr. Lipwig.

La multitud se quedó en silencio cuando Moist montó. Boris

simplemente cambió su peso un poco.

Míralo de este modo, pensó Moist, ¿qué tienes que perder? ¿Tu vida? Ya

fuiste colgado. Estás en el tiempo de un ángel. Y estás impresionando el

infierno de todos. ¿Por qué están comprando sellos? Porque les estás dando

un espectáculo...

—Sólo diga la palabra, señor —dijo uno de los hombres de Hobson,

tirando del extremo de una soga—. ¡Cuando lo dejemos ir, no nos

quedaremos por aquí!

—Espere un momento... —dijo Moist rápidamente.

Había visto a una figura delante de la multitud. Llevaba un vestido gris

ajustado y, mientras la miraba, sopló una neurótica nube de humo hacia el

cielo, le lanzó una mirada, y se encogió de hombros.

—¿Cena esta noche, Srta. Dearheart? —gritó.

Las cabezas giraron. Hubo una ola de risas, y algunas aclamaciones. Por

un momento le lanzó una mirada que debería haber dejado su sombra en los

restos humeantes de la pared opuesta, y luego hizo una brusca una (este

“una” está de más) inclinación de cabeza.

Quién lo sabe, podrían ser duraznos debajo...

—¡Déjenlo ir, muchachos! —dijo Moist, su corazón disparado.

Los hombres se alejaron con una zambullida. El mundo se quedó quieto

durante una respiración, y luego Boris saltó desde la docilidad hasta un

enloquecido baile encabritado, las piernas traseras repiqueteando a través

de las losas, las pezuñas tocando el aire.

—¡Marafilloso! ¡Sujételo!

El mundo se puso blanco. Boris se puso loco.

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Capítulo 8

Una prisa postal

La Naturaleza de Boris el Caballo - Torre de Presagios - El Sr. Lipwig se

calma - La Dama con Bollos sobre Sus Orejas - Invitación Aceptada - La Caja

del Sr. Robinson - Un desconocido misterioso

Hobson había probado a Boris como caballo de carreras y habría sido

uno muy bueno si no fuera por su inquebrantable hábito, en la salida, de

atacar al caballo a su lado y saltar la barandilla en la primera curva. Moist

puso una mano en el sombrero, calzó los dedos de los pies en la cincha y

sujetó las riendas, todo al mismo tiempo, mientras Broadway se le acercaba,

los carros y las personas se volvían borrosas al pasar, los ojos queriendo

meterse dentro de su cabeza.

Había un carro a través de la calle pero no había ninguna posibilidad de

desviar a Boris. Los inmensos músculos se tensaron y hubo un largo, lento y

silencioso momento mientras volaba sobre el carro.

Las pezuñas resbalaron sobre los adoquines del otro lado dejando un

rastro de chispas cuando aterrizó otra vez, pero recuperó el impulso y

aceleró.

La habitual multitud alrededor de la Puerta del Eje se desparramó y allí,

llenando el horizonte, estaban las llanuras. Le hicieron algo al cerebro de

caballo loco de Boris. Todo ese espacio, bueno y llano con sólo algunos

obstáculos fáciles de saltar, como los árboles...

Encontró fuerza adicional y aceleró, los arbustos, árboles y carros

volaban hacia él otra vez.

Moist maldijo la bravata con la que había pedido que quitaran la silla de

montar. Cada parte de su cuerpo ya lo odiaba. Pero a decir verdad, una vez

que pasaba la piña, Boris no era tan malo de montar. Le encontró el ritmo,

un andar natural de un solo pie, y sus ojos en llamas estaban enfocados en

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el azul. Su odio hacia todo estaba por el momento contenido en el absoluto

júbilo del espacio. Hobson tenía razón, uno no podría dirigirlo ni con un

mazo, pero al menos corría en la dirección correcta, que era lejos de su

establo. Boris no quería pasar los días pateando los ladrillos de su pared

mientras esperaba lanzar al siguiente idiota presuntuoso. Quería morder el

horizonte. Quería correr.

Moist se quitó el sombrero con cuidado y lo sujetó con la boca. No se

atrevía a imaginar qué ocurriría si lo perdía, y necesitaba tenerlo sobre su

cabeza al final del viaje. Era importante. Todo se trataba de estilo.

Una de las torres del Gran Tronco estaba adelante y ligeramente a la

izquierda. Había dos en las veinte millas entre Ankh-Morpork y Sto Lat,

porque tomaban casi todo el tráfico de las líneas que se extendían a través

del continente. Más allá de Sto Lat, el Tronco empezaba a dividirse en

tributarios, pero aquí, pasando como rayo por encima de su cabeza,

circulaban las palabras del mundo...

... deberían circular. Pero los obturadores estaban quietos. Cuando llegó

a ella, Moist vio hombres trabajando a gran altura en la abierta torre de

madera; por el aspecto, toda una sección se había desprendido.

¡Ja! ¡Hasta la vista, imbéciles! ¡Eso necesita de alguna reparación! ¿Vale

la pena intentar una entrega nocturna a Pseudopolis, tal vez? Hablaría con

los cocheros. No era como si alguna vez le hubieran pagado a la Oficina de

Correos sus malditos coches. Y no importaría si los clacks eran reparados a

tiempo, tampoco, porque la Oficina de Correos habría hecho el esfuerzo. La

compañía de los clacks era un gran bravucón, despidiendo a las personas,

aumentando los precios, exigiendo mucho dinero por un mal servicio. La

Oficina de Correos era la perdedora, y un perdedor siempre puede encontrar

algún sitio blando donde morder.

Con cuidado, acomodó más de la manta por debajo. Varios órganos se

estaban entumeciendo.

Las altas emanaciones de Ankh-Morpork estaban cayendo más atrás.

Sto Lat era visible entre las orejas de Boris, una pluma menores humos. La

torre desapareció atrás y Moist ya podía ver la siguiente. Había cabalgado

más de un tercio del recorrido en veinte minutos, y Boris todavía estaba

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devorando camino.

Aproximadamente a medio camino entre las ciudades había una vieja

torre de piedra, todo lo que quedaba de unos montones de ruinas rodeados

por el bosque. Era casi tan alta como una torre de clacks y Moist se

preguntó por qué no la habían usado. Probablemente estaba demasiado

abandonada para sobrevivir un vendaval bajo el peso de los obturadores,

pensó. La zona parecía triste, un trozo de tierra virgen llena de hierbajos en

los interminables campos.

Si hubiera tenido espuelas, Moist habría espoleado a Boris en este

momento, y probablemente habría sido lanzado, pisoteado y comido para su

sufrimiento.13 En cambio, se inclinó sobre la espalda del caballo y trató de

no pensar en qué le estaba haciendo a sus riñones esta cabalgata.

El tiempo pasó.

La segunda torre pasó, y Boris pasó a un medio galope. Sto Lat era

claramente visible ahora; Moist podía distinguir las murallas de la ciudad y

las torrecillas del castillo.

Tendría que saltar para bajarse; no había ninguna otra manera. Moist

había probado media docena de situaciones a medida que las murallas se

acercaban, pero casi todas ellas involucraban pajares. La que no, era una

donde se quebraba el cuello.

Pero no parecía ocurrírsele a Boris virar a un lado. Estaba sobre un

camino, el camino era recto, pasaba por esa entrada y Boris no tenía

problemas con eso. Además, quería un trago.

Las calles de ciudad estaban atestadas de cosas que no podían ser

saltadas o pisoteadas, pero había un bebedero para caballo. Apenas fue

vagamente consciente de que algo se caía de su espalda.

Sto Lat no era una gran ciudad. Moist había pasado alguna vez una

buena semana allí, pasando algunos billetes falsos, llevando a cabo dos

veces el truco del Heredero Indigente, y vendiendo un anillo de vidrio al

salir, no tanto por el dinero sino por una fascinación permanente por la

astucia y la credulidad humanas.

13 Lo cual habría sido angustioso. (N del A)

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Ahora, subió tambaleante los peldaños del ayuntamiento, observado por

una multitud. Empujó la puerta y colocó con un golpe la saca de correo

sobre el escritorio del primer secretario que vio.

—Correo de Ankh-Morpork —gruñó—. Se puso en camino a las nueve,

así que está fresco, ¿de acuerdo?

—¡Pero sólo acaban de dar las diez y cuarto! ¿Qué correo?

Moist trató de no enfadarse. Estaba bastante adolorido como estaba.

—¿Ve este sombrero? —dijo, señalando—. ¿Lo ve? ¡Eso quiere decir que

soy el Director General de Correos de Ankh-Morpork! ¡Éste es su correo! En

una hora regreso otra vez, ¿comprendido? Si quiere que su correo sea

llevado a la gran ciudad a las dos p.m... Auch. Digamos las tres p.m...

entonces póngalo en esta bolsa. ¡Éstos —agitó un montón de sellos bajo la

nariz del joven—, son sellos! Los rojos, de dos peniques, los negros, de un

penique. Costará diez... ow... once peniques por la carta, ¿lo entendió?

¡Usted vende los sellos, usted me da el dinero, usted lame los sellos y los

pone sobre las cartas! ¡Entrega Inmediata garantizada! Lo estoy haciendo

Director de Correos Suplente por una hora. Hay una posada al lado. Tengo

que encontrar un baño. Quiero un baño frío. Realmente frío. ¿Tienen una

casa de hielo aquí? Tan frío como eso. Más frío. Ooooh, más frío. Y un trago

y un sándwich, y a propósito hay un gran caballo negro afuera. Si su gente

puede atraparlo, por favor que le pongan una silla de montar y un

almohadón, y que lo obliguen a mirar hacia Ankh-Morpork. ¡Hágalo!

Era sólo un baño de asiento, pero por lo menos había una casa de hielo

en la ciudad. Moist se sentó en un estado de dicha entre el hielo flotante,

bebiendo un brandy, y escuchando la conmoción de afuera.

Después de un rato, una llamada en la puerta, y una voz masculina

preguntó:

—¿Está usted decente, Sr. Director de Correos?

—Totalmente decente, pero no vestido —dijo Moist. Extendió la mano a

su lado y se puso el sombrero alado otra vez—. Entre.

El Alcalde de Sto Lat era un hombre bajo y con aspecto de ave, que se

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había convertido en Alcalde muy recientemente e inmediatamente después

de que el puesto había sido ocupado por un gran hombre gordo, o pensaba

que una túnica que se arrastraba varios pies detrás de él y una cadena que

le llegaba hasta la cintura eran el aspecto para los dignatarios cívicos de

este año.

—Er... Joe Camels, señor —dijo, nervioso—. Soy el Alcalde aquí...

—¿De veras? Un placer conocerlo, Joe —dijo Moist, levantando su

vaso—. Excúseme si no me levanto.

—Su caballo, er, ha escapado después de patear a tres hombres,

lamento decirle.

—¿De veras? Nunca lo hace generalmente —dijo Moist.

—No se preocupe, señor, lo atraparemos, y de todos modos podemos

darle un caballo para regresar. No tan rápido, sin embargo, me atrevo a

decir.

—Oh, cielos —dijo Moist, acomodándose en una nueva posición entre el

hielo flotante—. Es una lástima.

—Oh, sé todo sobre usted, Sr. Lipwig —dijo el Alcalde, con un guiño

cómplice—. ¡Había algunas copias del Times en la saca de correo! Un

hombre que quiere ser y hacer, eso es. ¡Un hombre lleno de energía, eso es!

¡Un hombre de mi propio corazón, eso es! ¡Usted le apunta a la luna, eso

hace! ¡Usted ve su objetivo y va por él infierno por cuero, eso hace! (“el”, no

“él”) ¡Así es cómo hago negocios, también! ¡Usted es un buscavidas,

exactamente como yo! ¡Me gustaría tenerlo aquí, señor!

—¿Qué, adónde? —dijo Moist, agitándose inquieto en su bañera que se

entibiaba rápidamente—. Oh. —Estrechó la mano ofrecida—. ¿Cuál es su

negocio, Sr. Camels?

—Hago sombrillas —dijo el Alcalde—. ¡Y ya es tiempo de decirle a esa

compañía de clacks qué es qué! ¡Todo estaba bien hasta algunos meses...

quiero decir, le hacían pagar la nariz pero por lo menos las cosas llegaban

donde debían rápidas como una flecha, pero ahora todas estas fallas y

reparaciones, y cobran aún más, de todas formas! Y nunca le dicen cuánto

tiempo va a estar esperando, siempre es ‘a la brevedad’. Siempre ‘lamentan

los inconvenientes’. ¡Incluso lo tienen escrito en un cartel que cuelgan en la

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oficina! Tan cálido y humano como un cuchillo lanzado, exactamente como

usted dijo. ¿Entonces sabe qué acabamos de hacer? Fuimos a la torre de

clacks en la ciudad y tuvimos una seria conversación con el joven Davey,

que es un muchacho decente, y nos devolvió todos los mensajes nocturnos

de clacks para la gran ciudad que nunca serían enviados. ¿Qué me dice de

eso, eh?

—¿No se meterá en problemas?

—Dice que se va, de todos modos. A ninguno de los muchachos le gusta

la manera en que la compañía es administrada ahora. Todos han sido

franqueados para usted, exactamente como dijo. Bien, dejaré que se vista,

Sr. Lipwig. Su caballo está listo. —Se detuvo en la puerta—. Oh, sólo una

cosa, señor, sobre esos sellos...

—¿Sí? ¿Hay algún problema, Sr. Camels? —dijo Moist.

—No tanto así, señor. No diría nada contra Lord Vetinari, señor, ni

Ankh-Morpork... —dijo un hombre que vivía dentro de las veinte millas de

una ciudadanía orgullosa y susceptible—... pero, er, no parece correcto,

lamer... bien, lamer sellos Ankh-Morpork. ¿No podía imprimir algunos para

nosotros? Tenemos una Reina, buena muchacha. Se vería bien en un sello.

¡Somos una ciudad importante, lo sabe!

—Veré qué puedo hacer, Sr. Camels. ¿Tiene una imagen de ella, por

casualidad?

Todos los querrán, pensó, mientras se vestía. Tener tus propios sellos

podía ser como tener tu propia bandera, tu propia insignia. ¡Podía ser

grande! Y apuesto a que podría hacer un trato con mi amigo el Sr. Spools,

oh sí. No importa si uno no tiene correo propio, uno tiene que tener el propio

sello...

Una multitud entusiasta lo vio partir sobre un caballo que, sin ser Boris,

hacía todo lo posible y parecía saber para qué servían las riendas. Moist,

agradecido, aceptó el almohadón sobre la silla de montar, también. Eso

añadió más resplandor al vidrio: ¡había galopado tan duro que necesitaba de

un almohadón!

Se puso en camino con una saca de correo llena. Asombrosamente, otra

vez, la gente había comprado sello sólo para poseerlos. El Times había

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pasado por allí. Aquí había algo nuevo, de modo que la gente quería de ser

parte de él.

En cuanto estuvo galopando sobre los campos, sin embargo, sintió que

la efervescencia se apagaba. Estaba empleando a Stanley, a un grupo de

ancianos dispuestos pero chirriantes, y algunos golems. No lo podía

mantener.

Pero la cuestión era que uno añadía la chispa. Uno le decía a la gente

qué pensaba hacer y ellos creían que uno podía hacerlo. Cualquiera podía

haber hecho este viaje. Nadie lo había hecho. Seguían esperando que

repararan los clacks.

Se tomó las cosas suavemente a lo largo del camino, apresurándose

mientras pasaba la torre de clacks que estaban reparando. Todavía estaba

bajo reparación, de hecho, pero pudo ver más hombres alrededor y arriba

en la torre. Había una definitiva sugerencia de que el trabajo de reparación,

de repente, iba mucho más rápido.

Mientras observaba, estaba seguro de haber visto a alguien caer.

Probablemente no sería buena idea ir allí y ver si podía ayudar, sin embargo,

no si quería continuar por la vida con sus propios dientes. Además, había un

salto largo y largo hasta los campos de col, combinando hábilmente muerte

y entierro al mismo tiempo.

Aceleró otra vez cuando llegaba a la ciudad. De algún modo, llegar

trotando hasta los escalones de la Oficina de Correos no era una alternativa.

La cola era todavía una cola y aclamó cuando se acercó galopando.

El Sr. Groat salió corriendo, en la medida en que un cangrejo puede

correr.

—¿Puede hacer otra entrega a Sto Lat, señor? —gritó—. ¡Tenemos ya

una bolsa llena! ¡Y todos están preguntando cuándo los estaremos llevando

a Pseudopolis y a Quirm! ¡Tenemos aquí uno para Lancre, también!

—¿Qué? ¡Son quinientas malditas millas, hombre! —Moist desmontó,

aunque el estado de sus piernas convirtió la acción en más bien una caída.

—Todo se ha vuelto un poco ajetreado desde que usted se fue —dijo

Groat, enderezándolo—. ¡Oh, sí, efectivamente! ¡No tengo gente suficiente!

¡Pero hay gente que quiere empleo, también, señor, desde que salió el

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periódico! ¡Gente de las viejas familias del correo, exactamente como yo!

¡Incluso algunos trabajadores más de los jubilados! Me tomé la libertad de

tomarlos en forma provisoria por el momento, viendo que soy el Director de

Correos Suplente. Espero que esté bien para usted, señor. ¡Y el Sr. Spools

está imprimiendo más sellos! He tenido que enviar a Stanley dos veces por

más. ¡Me dicen que tendremos los primeros de cinco peniques y los de dólar

esta noche! Momentos grandiosos, ¿eh, señor?

—Er... sí —dijo Moist. De repente, todo el mundo se había convertido en

una especie de Boris... moviéndose rápido, con tendencia a morder e

imposible de conducir. La única manera no de ser molido era quedarse

encima.

Dentro del salón habían puesto unas mesas improvisadas adicionales.

Estaban atestadas de personas.

—Les estamos vendiendo los sobres y el papel —dijo Groat—. La tinta

es gratis.

—¿Lo pensó usted mismo? —dijo Moist.

—No, es lo que solíamos hacer —dijo Groat—. La Srta. Maccalariat

consiguió un montón de papel barato de Spools.

—¿La Srta. Maccalariat? —preguntó Moist—. ¿Quién es la Srta.

Maccalariat?

—De una muy vieja familia de la Oficina de Correos, señor —dijo

Groat—. Ha decidido trabajar para usted. —Se veía un poco nervioso.

—¿Perdone? —dijo Moist—. ¿Ella ha decidido trabajar para mí?

—Bien, usted sabe cómo es con las personas de la Oficina de Correos,

señor —dijo Groat—. No nos gusta...

—¿Es usted el director de correos? —dijo una voz hiriente detrás de

Moist.

La voz entró en su cabeza, se abrió camino a través de sus recuerdos,

hojeó a través de sus miedos, encontró las palancas correctas, se sujetó a

ellas y jaló. En el caso de Moist, encontró a Frau Shambers. En el segundo

año de la escuela uno era sacado del jardín de infantes cálido y tranquilo de

Frau Tissel, oliendo a pintura de dedos, a masa de sal y con inadecuado

adiestramiento para ir al baño, y metido en los fríos bancos gobernados por

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Frau Shambers, oliendo a Educación. Era tan malo como nacer, con la

desventaja adicional de que su madre no estaba ahí.

Moist giró automáticamente y bajó la mirada. Sí, allí estaban, los

zapatos sensatos, las gruesas medias negras que eran ligeramente peludas,

el cárdigan holgado... oh, sí, arrgh, el cárdigan; Frau Shambers solía

llenarse las mangas con pañuelos, arrgh, arrgh... y las gafas y la expresión

de una helada temprana. Y su pelo iba trenzado y enrollado a cada lado de

su cabeza en esos discos que allá en casa en Uberwald se llamaban

‘caracoles’ pero que en Ankh-Morpork le ponía a la gente en mente una

mujer con un rizado moño congelado pegado a cada oreja.

—Ahora, mire aquí, Srta. Maccalariat —dijo con firmeza—. Soy el

director de correos aquí, y estoy a cargo, y no pienso ser intimidado por un

miembro del personal de mostrador sólo porque sus antepasados trabajaron

aquí. No tengo miedo a sus zapatos pesados, Srta. Maccalariat, me río feliz

en los dientes de su mirada helada. ¡He terminado con usted! ¡Ahora soy un

hombre mayor, Frau Shambers, no temblaré ante su voz hiriente y

controlaré mi vejiga perfectamente sin importar qué tan duro me mire, oh,

sí, efectivamente! ¡Porque soy el Director de Correos y mi palabra aquí es

ley!

Ésa era la frase que dijo su cerebro. Por desgracia, se encaminó a

través de su temblorosa columna vertebral en camino a su boca y salió de

sus labios como:

—¡Er, sí! —como un chillido.

—Señor Lipwig, le pregunto: no tengo nada en contra de ellos, ¿pero

son estos golems que está empleando en mi Oficina de Correos caballeros o

damas? —exigió la terrible mujer.

Esto fue lo bastante inesperado para sacudir a Moist de regreso a lago

como realidad.

—¿Qué? —dijo—. ¡No lo sé! ¿Cuál es la diferencia? ¿Un poco más de

arcilla... menos arcilla? ¿Por qué?

La Srta. Maccalariat cruzó los brazos, haciendo que tanto Moist como el

Sr. Groat respingaran hacia atrás.

—Espero que no se esté haciendo el gracioso conmigo, Sr. Lipwig —

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exigió.

—¿Qué? ¿Gracioso? ¡Nunca bromeo! —Moist trató de clamarse. Fuera lo

que fuera que ocurriera después, no podía obligarlo a pararse en la

esquina—. No hago bromas, Srta. Maccalariat, y no tengo ninguna historia

de bromas, e incluso si fuera inclinado a bromear, Srta. Maccalariat, no

soñaría con bromear con usted. ¿Cuál es el problema?

—Uno de ellos estaba en la sala de descanso... de las damas, Sr. Lipwig

—dijo la Srta. Maccalariat.

—¿Haciendo qué? Quiero decir, no comen, entonces...

—Limpiándolo, al parecer —dijo la Srta. Maccalariat, ingeniándose para

sugerir que tenía oscuras sospechas en este punto—. Pero he escuchado que

se dirigen a ellos como ‘señores’.

—Bien, hacen trabajos ocasionales todo el tiempo, porque no les gusta

dejar de trabajar —dijo Moist—. Y preferimos decirles señor como un título

honorífico porque, er, ‘cosa’ suena mal y hay algunas personas, sí, algunas

personas para quienes la palabra ‘señorita’ no es apropiada, Srta.

Maccalariat.

—Es el principio de la cosa, Sr. Lipwig —dijo la mujer con firmeza—.

Nadie llamado señor es admitido en las Damas. Ese tipo de cosas sólo puede

conducir a besuqueos. No lo toleraré, Sr. Lipwig.

Moist la miró fijamente. Entonces miró al Sr. Bomba, que nunca estaba

lejos.

—Sr. Bomba, ¿hay razón por la que uno de los golems no pueda tener

un nuevo nombre? —preguntó—. ¿En pro de evitar el besuqueo?

—No, Sr. Lipvig —tronó el golem.

Moist se volvió hacia la Srta. Maccalariat.

—¿Serviría ‘Gladys’, Srta. Maccalariat?

—Gladys será suficiente, Sr. Lipwig —dijo la Srta. Maccalariat, con más

que un toque de triunfo en su voz—. Debe estar apropiadamente vestida,

por supuesto.

—¿Vestida? —dijo Moist débilmente—. Pero un golem no... él no... ellos

no tienen... —Se acobardó bajo la mirada, y se rindió—. Sí, Srta.

Maccalariat. ¿Algo a cuadros, pienso, Sr. Bomba?

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—Lo Arreglaré, Director De Correos —dijo el golem.

—¿Eso estará bien, Srta. Maccalariat? —dijo Moist mansamente.

—Por el momento —dijo la Srta. Maccalariat, como si lamentara que en

ese momento no hubiera más cosas de qué quejarse—. El Sr. Groat conoce

mis detalles, Director de Correos. Regresaré a la correcta ejecución de mis

deberes ahora, de otra manera las personas tratarán de robar las plumas

otra vez. Una tiene que observarlos como un halcón, lo sabe.

—Una buena mujer, ésa —dijo Groat, cuando ella se alejó a grandes

zancadas—. Quinta generación de Srtas. Maccalariat. Nombre de soltera

mantenido por propósitos profesionales, por supuesto.

—¿Se casan? —Desde la muchedumbre alrededor del mostrador

improvisado llegó la orden resonante: ‘¡Devuelva esa pluma ya mismo!

¿Piensa que estoy hecha de plumas?’

—Sísseñor —dijo Groat.

—¿Arrancan con los dientes la cabeza de su marido en la noche de

bodas? —preguntó Moist.

—No sabría sobre ese tipo de cosas, señor —dijo Groat, ruborizándose.

—¡Pero incluso tiene un poco de bigote!

—Sísseñor. Hay alguien para todos en este maravilloso mundo, señor.

—¿Y tenemos otras personas que buscan empleo, me dice?

Groat sonrió radiante.

—Eso es correcto, señor. Por la parte en el periódico, señor.

—¿Quiere decir esta mañana?

—Supongo que ayudó, señor —dijo Groat—. Pero calculo que lo hizo la

edición del mediodía.

—¿Qué edición del mediodía?

—¡Estamos en toda la portada! —dijo Groat con orgullo—. Puse una

copia sobre su escritorio arriba...

Moist empujó la saca de correo de Sto Lat en los brazos del hombre.

—Haga que... clasifiquen esto —dijo—. Si hay suficiente correo para que

otra entrega salga, encuentre a algún muchacho que esté loco por un

trabajo, póngalo sobre un caballo y haga que él lo lleve. No tiene que ser

rápido; lo llamaremos entrega nocturna. Dígale que vea al Alcalde y que

Page 213: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

vuelva por la mañana con cualquier correo nuevo.

—Correcto, señor —dijo Groat—. Podríamos hacer uno nocturno a

Quirm y a Pseudopolis también, señor, si pudiéramos cambiar caballos como

hacen los coches del correo...

—Espere... ¿por qué no pueden llevarlo los coches del correo? —dijo

Moist—. Demonios, todavía se llaman coches del correo, ¿correcto? Sabemos

que llevan cosas de cualquiera, a hurtadillas. Bien, la Oficina de Correos está

otra vez en funcionamiento. Ellos llevan nuestro correo. ¡Vaya, encuentre a

quien sea que los opera y dígale eso!

—Sísseñor —dijo Groat, sonriendo—. ¿Pensó cómo vamos enviar el

correo a la luna, señor?

—¡Una cosa a la vez, Sr. Groat!

—Eso no es de su estilo, señor —dijo Groat alegremente—. ¡Todo a la

vez es más de su estilo, señor!

Ojalá no lo fuera, pensó Moist, mientras iba hacia arriba. Pero uno tenía

que moverse rápido. Siempre se movió rápido. Toda su vida había sido

movimiento. Muévete rápido, porque nunca sabes lo que está tratando de

atraparte...

Hizo una pausa sobre la escalera.

¡No el Sr. Bomba!

¡El golem no había dejado la Oficina de Correos! ¡No había tratado de

atraparlo! ¿Sería porque había estado en asuntos del correo? ¿Cuánto

tiempo podía estar ausente por asuntos del correo? ¿Podía fingir su muerte,

tal vez ¿El truco de la pila-de-ropa-vieja-sobre-la-playa? Valía la pena

recordarlo. Todo lo que necesitaba era una largada lo bastante larga. ¿Cómo

funcionaba en realidad la mente de un golem? Tendría que preguntarle a la

Srta....

¡La Srta. Dearheart! ¡Había estado volando tan alto que la había

invitado a salir! Eso podría ser un problema ahora, porque la mayor parte de

la parte inferior de su cuerpo estaba ardiendo, no especialmente por la Srta.

Dearheart. Oh, bien, pensó mientras entraba en la oficina, quizás podía

encontrar un restaurante con asientos muy blandos...

Page 214: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

MÁS RÁPIDO QUE LA VELOCIDAD DE LA LUZ

El ‘Anticuado’ Correo Derrota A Los Clacks

Director De Correos Reparte, Dice: No Inclinado A La Broma

Asombrosas Escenas En La Oficina De Correos

Los titulares le gritaron tan pronto como vio el periódico. Casi les

devolvió el grito.

Por supuesto que había dicho todo eso. ¡Pero lo había dicho a la

inocente y risueña cara de la Srta. Sacharissa Cripslock, no a todo el mundo!

Y entonces ella lo había anotado todo sinceramente, y de repente... uno

obtenía esto.

Moist nunca se había preocupado mucho por los periódicos. Era un

artista. No estaba interesado en los grandes escenarios. Uno estafaba al

hombre enfrente, (de frente) mirándolo sinceramente a los ojos.

La imagen era buena, sin embargo, tenía que admitirlo. El caballo

encabritado, el sombrero alado y sobre de todo el ligero difuminado por la

velocidad. Era impresionante.

Se relajó un poco. El sitio estaba operando, después de todo. Las cartas

eran franqueadas. El correo estaba siendo entregado. De acuerdo, de modo

que una parte muy importante de todo eso era que los clacks no estaban

trabajando apropiadamente, pero tal vez con el tiempo las personas verían

que una carta para su hermana en Sto Lat no necesitaba costar treinta

peniques para llegar allí, tal vez en una hora, pero bien podría costar sólo

cinco peniques para estar ahí por la mañana.

Stanley golpeó la puerta y luego la abrió.

—¿Una taza de té, Sr. Lipwig? —dijo—. Y un bollo, señor.

—Eres un ángel con un disfraz pesado, Stanley —dijo Moist,

enderezándose con cuidado, y haciendo una mueca de dolor.

—Sí, gracias, señor —dijo Stanley con aire solemne—. Tengo algunos

mensajes para usted, señor.

—Gracias, Stanley —dijo Moist. Hubo una larga pausa hasta que

recordó que estaba hablando con Stanley y añadió—: Por favor, dime cuáles

son, Stanley.

Page 215: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

—Er... la dama de los golem entró y dijo... —Stanley cerró sus ojos—:

Dile a la Veta de Relámpago que tendrá otros ocho golems por la mañana y

si no está demasiado ocupado haciendo milagros aceptaré su invitación a

cenar a las ocho en Le Foie Heureux, encontrándonos a las siete en el

Tambor Remendado.

—¿El Hígado Feliz? ¿Estás seguro? —Pero por supuesto sería correcto.

Así era Stanley—. ¡Ja, incluso la sopa maldita vale quince dólares! —dijo

Moist—. ¡Y tienes que esperar tres semanas una cita para ser considerado

para una reserva! ¡Pesan tu billetera! ¿Cómo piensa que yo...?

Su ojo cayó sobre la ‘Caja del Sr. Robinson’, esperando inocentemente

en la esquina de la oficina. Le gustaba la Srta. Dearheart. La mayoría de las

personas eran... accesibles. Tarde o temprano uno podía encontrar los

resortes que las hacían funcionar; incluso la Srta. Maccalariat tendría una

palanca en algún lugar, aunque era una idea horrible. Pero Adora Belle se

defendía, y para asegurarse se defendía incluso antes de ser atacada. Era un

desafío, y por lo tanto fascinante. Era tan cínica, tan defensiva, tan

susceptible. Y tenía la sensación de que podía leerlo mucho, mucho mejor

que lo que él la leía. Considerándolo todo, era intrigante. Y se veía bien en

un vestido severamente liso, no olvidar esa parte.

—Está bien. Gracias, Stanley —dijo—. ¿Alguna otra cosa?

El muchacho puso una hoja de sellos verdosos y grises, ligeramente

húmeda, sobre el escritorio.

—¡Los primeros sellos de un dólar, señor! —anunció.

—¡Caramba, el Sr. Spools ha hecho un buen trabajo aquí! —dijo Moist,

mirando los cientos de pequeñas imágenes verdes de la Torre del Arte de la

universidad—. ¡Incluso parece valer un dólar!

—Sí, señor. Uno apenas nota el hombrecillo que salta desde la cima —

dijo Stanley.

Moist arrebató la hoja de la mano del muchacho.

—¿Qué? ¿Dónde?

—Necesita una lupa, señor. Y está sólo en algunos de ellos. En algunos

está en el agua. El Sr. Spools lo siente mucho, señor. Dice que podría ser

alguna clase de magia inducida. ¿Sabe, señor? Bueno, ¿que incluso una

Page 216: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

imagen de una torre de magos podría ser un poco mágica por sí misma? Hay

algunos defectos sobre algunos de los otros, también. La impresión salió mal

en algunos de los negros de un penique y Lord Vetinari tiene el pelo gris,

señor. Algunos no tienen goma, pero están bien porque algunas personas los

han pedido así.

—¿Por qué?

—Dicen que son tan buenos como los peniques legítimos y muchísimo

más livianos, señor.

—¿Te gustan los sellos, Stanley? —preguntó Moist con gentileza. Se

sentía mucho mejor en un asiento que no subía y bajaba.

La cara de Stanley se iluminó.

—Oh, sí, señor. Realmente, señor. ¡Son estupendos, señor!

¡Asombrosos, señor!

Moist levantó las cejas.

—Tan buenos como eso, ¿eh?

—Es como... bien, ¡es como estar ahí cuando inventaron el primer

alfiler, señor! —La cara de Stanley relucía.

—¿De veras? El primer alfiler, ¿eh? —dijo Moist—. ¡Sobresaliente! Bien,

en tal caso, Stanley, eres Jefe de Sellos. De todo el departamento. El cual

es, a decir verdad, tú. Dime si te gusta. Imagino que ya sabes más sobre

ellos que nadie más.

—¡Oh, claro que sí, señor! Por ejemplo, en la primera tanda de sellos de

un penique ellos usaron un tipo diferente de...

—¡Bien! —dijo Moist apresuradamente—. ¡Bien hecho! ¿Puedo

quedarme con esta primera hoja? ¿Como un recuerdo?

—Por supuesto, señor —dijo Stanley—. ¿Jefe de Sellos, señor? ¡Vaya!

Er... ¿hay un sombrero?

—Si quieres —dijo Moist generosamente, doblando la hoja de sellos y

poniéndolas en su bolsillo de interior. Mucho más convenientes que los

dólares. Vaya, efectivamente—. ¿O quizás una camisa? —añadió—. ¿Ya

sabes... ‘Pregúnteme Sobre Sellos’?

—¡Buena idea, señor! ¿Puedo ir a contárselo al Sr. Groat, señor? ¡Estará

orgulloso de mí!

Page 217: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

—Vete, Stanley —dijo Moist—. Pero vuelve en diez minutos, ¿quieres?

Tendré una carta para que tú entregues... personalmente.

Stanley se fue corriendo.

Moist abrió la caja de madera, que obedientemente abrió sus bandejas

en abanico, y flexionó los dedos.

Hmm. Parece que cualquiera que sea, bien, cualquiera en la ciudad

podía tener sus papeles impresos por Teemer y Spools. Moist hojeó las

muestras de papel recientemente adquiridas, y encontró:

LA COMPAÑÍA GRAN TRONCO

`TAN RÁPIDA COMO LA LUZ'

De la Oficina del Presidente

Era tentador. Muy tentador. Ellos eran ricos, muy ricos. Incluso con el

actual problema, todavía eran muy grandes. Y Moist nunca había conocido a

un jefe de camareros que odiara el dinero.

Encontró una copia del Times del día anterior. Había una imagen... sí,

aquí. Había una imagen de Reacher Gilt, presidente del Gran Tronco, en

alguna función. Parecía una mejor clase de pirata, un bucanero tal vez, pero

uno que se tomaba el tiempo para lustrar su tabla. Ese pelo negro ondulado,

esa barba, ese parche y, oh dioses, esa cacatúa... era una presencia,

¿verdad?

Moist no le había prestado mucha atención a la compañía del Gran

Tronco. Era demasiado grande, y según lo que había escuchado

prácticamente empleaba a su propio ejército. Las cosas podían ser rudas en

las montañas, donde uno a menudo estaba a una gran distancia de algo que

se pareciera a un guardián. No era una buena idea robarle cosas a las

personas que hacían su propia justicia. Tendían a ser muy definitivas.

Pero lo que estaba planeando no sería robar. Bien podría ni siquiera ser

una violación de la ley. Engañar a un jefe de mozos era prácticamente un

servicio público.

Miró la imagen otra vez. Ahora, ¿cómo firmaría su nombre un hombre

así?

Page 218: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

Hmm... fluida pero pequeña, ésa sería la letra de Reacher Gilt. Era una

personalidad tan florida, tan sociable, tan inmensa que uno que era bueno

en este tipo de cosas podría preguntarse si otro trozo de vidrio estaba

tratando de brillar como un diamante. Y la esencia de la falsificación es

hacer, por desorientación y cuidadosa oportunidad, que el vidrio se viera

más como un diamante que el diamante mismo.

Bien, valía la pena un intento. No era como si fuera a estafar a alguien,

no tanto. Hmm. Pequeña y aun fluida, sí... pero alguien que nunca haya

visto la letra del hombre esperaría que sea exageradamente grande y rizada,

exactamente como él...

Moist colocó la pluma sobre el papel con membrete, y entonces

escribió:

Maître d',

Le Foie Heuieux,

Estaría sumamente agradecido si usted pudiera encontrar una

mesa para mi buen amigo el Sr. Lipwig y

su dama a las ocho esta noche.

Reacher Gilt

Sumamente agradecido, eso era bueno. El personaje de Reacher Gilt

probablemente daba propinas como un marinero borracho.

Dobló la carta, y estaba poniendo la dirección en el sobre cuando

entraron Stanley y Groat.

—Usted tiene una carta, Sr. Lipwig —dijo Stanley, orgullosamente.

—Sí, aquí está —dijo Moist,

—No, quiero decir que aquí hay una para usted —dijo el muchacho.

Intercambiaron sobres. Moist echó un somero vistazo al sobre, y lo abrió con

un pulgar.

—Tengo malas noticias, señor —dijo Groat, cuando Stanley partió.

—¿Hmm? —dijo Moist, mirando la carta.

Director de Correos,

La línea de clacks de Pseudopolis se cortará

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a las 9 a.m. de mañana.

El Ñu Fumador

—Sísseñor. Anduve por la oficina de coches —continuó Groat—, y les

dije lo que usted dijo y ellos dijeron que usted se limite a sus negocios,

muchas gracias, y ellos se limitarán a los suyos.

—Hmm —dijo Moist, todavía mirando la carta—. Bien, bien. ¿Ha oído

hablar de alguien llamado ‘El Ñu Fumador’, Sr. Groat?'

—¿Qué es un nieu, señor?

—Un poco como una vaca peligrosa, creo —dijo Moist—. Er... ¿qué

estaba diciendo de la gente de los coches?

—Son impertinentes, señor, eso es lo que son —dijo Groat—. Les dije,

les dije que era el Director de Correos Suplente y ellos dijeron ‘¿y qué?’,

señor. Entonces les dije que le diría a usted, señor, y dijeron... ¿quiere saber

lo que dijeron, señor?

—Hmm. Oh, sí. Estoy ansioso, Tolliver. —Los ojos de Moist estaban

revisando la extraña carta una y otra vez.

—Dijeron ‘si, está bien’ —dijo Groat, un faro de justa indignación.

—Me pregunto si el Sr. Trooper todavía puede dejarme entrar... —

musitó Moist, mirando el techo.

—¿Perdone, señor?

—Oh, nada. Supongo es mejor que vaya y les hable. Busque al Sr.

Bomba, ¿quiere? Y dígale que traiga a un par de golems, ¿quiere? Quiero...

impresionar a la gente.

Igor abrió la puerta principal en respuesta a la llamada.

No había nadie ahí. Dio un paso afuera y miró calle arriba y calle abajo.

No había nadie ahí.

Volvió a entrar, cerrando la puerta tras de sí... y nadie estaba parado

en el salón, la capa negra goteando lluvia, quitándose su amplio sombrero

de ala plana.

—Ah, Sr. Gryle, sseñor —dijo Igor a la alta figura—, debería haber

Page 220: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

ssabido que era ussted.

—Reacher Gilt envió por mí —dijo Gryle. Era más un aliento que una

voz.

El clan de los Igor había eliminado cualquier estremecedora tendencia a

engendrar generaciones atrás, lo cual estaba bien. Igor se sentía incómodo

en presencia de Gryle y su clase.

—El amo esstá essperando... —empezó.

Pero no había nadie ahí.

No era mágico, y Gryle no era un vampiro. Los Igor podían descubrir

estas cosas. Era sólo que no había nada sobrante en él, ni carne ni tiempo ni

palabras. Era imposible imaginar a Gryle coleccionando alfileres, o

saboreando vino, ni siquiera vomitando después de un mal pastel de cerdo.

Su imagen limpiándose los dientes o durmiendo no se formaba en absoluto

en la mente. Daba la impresión de contenerse, con dificultad, de matarlo.

Pensativo, Igor fue a su habitación más allá de la cocina y verificó que

su pequeña bolsa de cuero estuviera empacada, por las dudas.

En su estudio, Reacher Gilt servía un pequeño brandy. Gryle miró a su

alrededor con ojos que parecían no sentirse a gusto con las limitadas vistas

de una habitación.

—¿Y para usted? —dijo Gilt.

—Agua —dijo Gryle.

—Supongo que sabe de qué se trata.

—No. —Gryle no era un hombre para la charla informal o, si venía al

caso, para ninguna charla en absoluto.

—¿Ha leído los periódicos?

—No leo.

—Sabe de la Oficina de Correos.

—Sí.

—¿Cómo, puedo preguntar?

—Hay rumores.

Gilt lo aceptó. El Sr. Gryle tenía un talento especial, y si venía en un

paquete con pequeñas manías graciosas entonces que así sea. Además, era

digno de confianza; un hombre sin medias tintas. Nunca lo chantajearía,

Page 221: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

porque ese intento sería el primer movimiento en un juego que casi con

seguridad terminaría con la muerte para alguien; si el Sr. Gryle se

encontraba en un juego así, mataría ahora mismo, sin pensamientos

adicionales, para ahorrar tiempo, y suponiendo que alguien más lo haría,

también. Presumiblemente estaba loco, según los estándares humanos

corrientes, pero era difícil saberlo; la frase ‘normal de manera diferente’

podría servir. Después de todo, Gryle probablemente derrotaría a un

vampiro en diez segundos, y no tenía ninguna de las vulnerabilidades de un

vampiro, excepto quizás una afición desmedida por las palomas. Había sido

un real hallazgo.

—¿Y no ha descubierto nada sobre el Sr. Lipwig? —preguntó Gilt.

—No. Padre muerto. Madre muerta. Criado por abuelo. Enviado lejos a

la escuela. Maltratado. Escapó. Desapareció —dijo la alta figura.

—Hmm. Me pregunto dónde ha estado todo este tiempo. O quién ha

sido.

Gryle no gastó aliento en preguntas retóricas.

—Es... una molestia.

—Comprendido. —Y ése era el encanto. Gryle comprendía. Rara vez

necesitaba una orden, uno sólo tenía que expresar el problema. El hecho de

que uno se lo estuviera expresando a Gryle con seguridad anticipaba cómo

sería posiblemente la solución.

—El edificio de la Oficina de Correos es viejo y está lleno de papel. Papel

muy seco —dijo Gilt—. Sería lamentable si el viejo lugar se incendiara.

—Comprendido.

Y ésa era la otra cosa sobre Gryle. Realmente no hablaba mucho.

Especialmente no hablaba de viejos tiempos, y de todas las otras pequeñas

soluciones que había proporcionado a Reacher Gilt. Y nunca decía cosas

como ‘¿Qué quiere decir?’. Él comprendía.

—Se necesitan mil trescientos dólares —dijo.

—Por supuesto —dijo Gilt—. Se los enviaré por clacks a su cuenta en...

—Tomaré efectivo —dijo Gryle.

—¿Oro? No guardo tanta cantidad por aquí —dijo Gilt—. Puedo

conseguirlo en unos pocos días, por supuesto, pero pensé que usted

Page 222: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

prefería...

—No confío en el semáforo ahora.

—Pero nuestras cifras están muy bien...

—No confío en el semáforo ahora —repitió Gryle.

—Muy bien.

—Descripción —dijo Gryle.

—Nadie parece recordar cómo se ve —dijo Gilt—. Pero siempre usa un

gran sombrero dorado, con alas, y tiene un departamento en el edificio.

Por un momento algo tembló alrededor de los delgados labios de Gryle.

Era una sonrisa que entraba en pánico al encontrarse en un lugar tan poco

familiar.

—¿Puede volar? —preguntó.

—Mis dioses, no parece inclinado a aventurarse en lugares altos —dijo

Gilt.

Gryle se puso de pie.

—Lo haré esta noche.

—Buen hombre. O, más bien...

—Comprendido —dijo Gryle.

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Capítulo 9

Hoguera

Slugger y Leadpipe - Gladys La Saca - La Hora de los Muertos - El Miedo

Irracional a la Espinaca Dental - ‘Una reyerta correcta simplemente no

ocurre’ - Cómo Fue Robado el Tronco - El Berrinche de Stanley - La etiqueta

de los cuchillos - Cara a Cara - Fuego

Los coches de correo habían sobrevivido a la declinación y caída de la

Oficina de Correos porque tenían que hacerlo. Los caballos necesitaban ser

alimentados. Pero en todo caso, los coches siempre habían llevado

pasajeros. Los salones se quedaron silenciosos, las arañas de luces

desaparecieron junto con todo lo demás, incluso las cosas que estaban

clavadas, pero afuera atrás en el gran patio el servicio de coches prosperó.

Los coches no fueron exactamente robados, y no fueron exactamente

heredados... sólo entraron en posesión de la gente de los coches.

Entonces, de acuerdo con Groat, que se consideraba el custodio de todo

el conocimiento de la Oficina de Correos, los otros conductores de coches

habían sido comprados por Gran Jim ‘Todavía Parado’ Erguido con el dinero

que había ganado apostándose a sí mismo en un concurso a nudillos

desnudos contra Harold ‘El Cerdo’ Botas, y el negocio de los coches era

ahora administrado por sus hijos Harry ‘Perezoso’ Erguido y Pequeño Jim

‘Cañodeplomo’ Erguido.

Moist pudo ver que sería necesario un enfoque cuidadoso.

El corazón o centro neurálgico del negocio de los coches eran un gran

cobertizo junto al establo. Olía... no, apestaba... no, se sentía cargado de

olor a caballos, cuero, medicina veterinaria, mal carbón, brandy y cigarros

baratos. Esto era lo que un aire viciado era. Uno podría haber recortado

cubos del aire y haberlo vendido como material de construcción barato.

Cuando Moist entró, un enorme hombre, prácticamente esférico por

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múltiples capas de chalecos y sobretodos, estaba calentando su trasero

enfrente de la rugiente cocina. Otro hombre de una forma muy parecida

estaba inclinado sobre el hombro de un secretario, ambos concentrados en

algún papel.

Obviamente alguna discusión había estado ocurriendo, porque el

hombre junto al fuego estaba diciendo:

—... bien, entonces, si está enfermo pon al joven Alfred en el viaje

vespertino y...

Se detuvo cuando vio a Moist, y entonces dijo:

—¿Sí, señor? ¿Qué podemos hacer por usted?

—Llevar mis sacas de correo —dijo Moist.

Se quedaron mirándolo, y luego el hombre que había estado tostando

su trasero prorrumpió en una sonrisa. Jim y Harry Erguido podían haber sido

gemelos. Eran hombres grandes, que parecía como si los hubieran criado a

cerdo y tocino grasoso.

—¿Es usted este nuevo y reluciente director de correos de quien hemos

estado escuchando?

—Eso es correcto.

—Sí, bien, su hombre ya estuvo aquí —dijo el tostador—. ¡Dijo una y

otra vez cómo debemos hacer esto y eso, nunca dijo nada sobre el precio!

—¿Un precio? —dijo Moist, extendiendo las manos y sonriendo—. ¿De

eso se trata todo? Se resuelve fácilmente. Se resuelve fácilmente.

Giró, abrió la puerta y gritó:

—¡De acuerdo, Gladys!

Se escucharon algunos gritos en la oscuridad del patio, y luego el

crujido de madera.

—¿Qué diablos hizo? —dijo el hombre esférico.

—Mi precio es éste —dijo Moist—. Ustedes aceptan llevar mi correo, y

otra rueda no será arrancada del coche de correo ahí afuera. No puedo decir

nada más justo que eso, ¿de acuerdo?

El hombre avanzó pesadamente, gruñendo, pero el otro cochero agarró

su abrigo.

—Tranquilo allí, Jim —dijo—. Es el gobierno y tiene golems trabajando

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para él.

En el momento justo, el Sr. Bomba entró en la habitación, inclinándose

a través de la entrada. Jim lo miró con el ceño fruncido.

—¡Eso no me asusta! —dijo Jim—. ¡No les permiten lastimar gente!

—Error —dijo Moist—. Probablemente error mortal.

—Entonces llamaremos a la Guardia —dijo Harry Erguido, todavía

sujetando a su hermano—. Todo correcto y oficial. ¿Qué le parece eso?

—Bien, llame a la Guardia —dijo Moist—. Y les diré que estoy

recuperando propiedad robada. —Levantó la voz—. ¡Gladys!

Se escuchó otro estrépito desde afuera.

—¿Robada? ¡Esos coches son nuestros! —dijo Harry Erguido.

—Error otra vez, me temo —dijo Moist—. ¿Sr. Bomba?

—Los Coches De Correo Nunca Fueron Vendidos —tronó el golem—. Son

Propiedad De La Oficina De Correos. No Se Ha Pagado Ningún Alquiler Por El

Uso De Una Propiedad De La Oficina De Correos.

—¡Correcto, eso es! —rugió Jim, sacudiéndose a su hermano. Los puños

del Sr. Bomba se alzaron, al instante.

El mundo hizo una pausa.

—Espera, Jim, espera un minuto —dijo Harry Erguido, con cuidado—.

¿Cuál es su juego, Sr. Director de Correos? Los coches siempre solían llevar

pasajeros también, ¿correcto? Y entonces no hubo correo para llevar pero

las personas todavía querían viajar, y los coches estaban esperando y los

caballos necesitaban ser alimentados, de modo que nuestro papá pagó las

facturas del forraje y del veterinario, y nadie...

—Sólo lleve mi correo —dijo Moist—. Eso es todo. Cada coche toma las

sacas de correo y las deja caer donde yo diga. Eso es todo. Dígame dónde

conseguirá un mejor trato esta noche, ¿eh? Ustedes podrían intentar que sus

guardianes protectores de suerte aleguen ante Vetinari pero esa solución

llevaría cierto tiempo y mientras tanto perderían todos esos encantadores

ingresos... ¿No? De acuerdo. ¡Glad...!

—¡No! ¡No! Espere un minuto —dijo Harry—. ¿Sólo las sacas de correo?

¿Eso es todo?

—¿Qué? —dijo Jim—. ¿Quieres negociar? ¿Por qué? Dicen que la

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posesión es el 90% de la ley, ¿correcto?

—Y yo poseo un montón de golems, Sr. Erguido —dijo Moist—. Y usted

no posee ninguna escritura, hipotecas ni contrato de compraventa.

—¿Sí? ¡Y usted no poseerá ningún diente, señor! —dijo Jim, rodando

hacia adelante.

—Vaya, vaya —dijo Moist, colocándose rápidamente enfrente del Sr.

Bomba y levantando una mano—. No me mate otra vez, Sr. Erguido.

Ambos hermanos parecían perplejos.

—Juraré que Jim nunca le puso un dedo encima, y ésa es la verdad —

dijo Harry—. ¿Cuál es su juego?

—Oh, lo hizo, Harry —dijo Moist—. Perdió los estribos, lanzó un golpe,

pasé por encima de él, me golpeé la cabeza sobre ese viejo banco ahí, me

levanté sin saber dónde diablos estaba, usted trató de sujetar a Jim, me

golpeó con esa silla, la que está ahí, y caí para siempre. Los golems lo

atraparon, Harry, pero Jim salió huyendo, sólo para ser perseguido por la

Guardia hasta Sto Lat. Oh, qué escena, qué cacería, y ambos terminaron en

el Tanty, siendo homicidio el cargo contra los dos...

—¡Oiga, yo no lo golpeé con la silla! —dijo Harry, los ojos grandes—.

Fue Ji... Oiga, espere un minuto...

—... y esta mañana el Sr. Trooper lo midió para la última corbata y allí

estaba usted, parado en esa habitación bajo la horca, sabiendo que ha

perdido su negocio, sus coches, sus buenos caballos, y en dos minutos...

Moist dejó la frase colgando en el aire.

—¿Y? —dijo Harry. Ambos hermanos lo miraban con expresiones de

horrorizada confusión que se unirían en violencia en cinco segundos si esto

no funcionaba. El truco era mantenerlos fuera de equilibrio.

Moist contó hasta cuatro en su cabeza mientras sonreía beatíficamente.

—Y entonces apareció un ángel —dijo.

Diez minutos pueden cambiar mucho. Fue suficiente para preparar dos

tazas de té lo bastante espeso como para extenderlo sobre pan.

Probablemente los hermanos Erguido no creían en ángeles. Pero creían

en sandeces, y eran del tipo que las admiraban cuando eran entregadas con

garbo. Hay un tipo de hombre, grande, del aire libre, que no tiene ninguna

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paciencia en absoluto con charlatanes y mentirosos, pero que aplaudirá a

cualquier hombre que pueda contar una escandalosa mentira con un brillo

en los ojos.

—Es gracioso que haya aparecido esta noche —dijo Harry.

—¿Oh? ¿Por qué?

—Porque un hombre del Gran Tronco vino esta tarde y nos ofreció

mucho dinero por el negocio. Demasiado dinero, podría decir.

Oh, pensó Moist, algo está empezando...

—Pero usted, Sr. Lipwig, no nos está dando nada más que actitud y

amenazas —dijo Jim—. ¿Le importa subir su oferta?

—Está bien. Amenazas más grandes —dijo Moist—. Pero incluiré un

nuevo trabajo de pintura en cada coche, gratis. Sean sensatos, caballeros.

Han tenido un paseo fácil, pero ahora estamos otra vez en el negocio. Todo

lo que tienen que hacer es lo que siempre han hecho, pero llevarán mi

correo. Vamos, hay una dama que me espera y ustedes saben que no se

debe dejar a una dama esperando. ¿Qué me dicen?

—¿Es ella un ángel? —dijo Harry.

—Probablemente él espera que no, hur, hur. —La risa de Jim era como

un toro aclarando su garganta.

—Hur, hur —dijo Moist, con solemnidad—. Simplemente lleven las

bolsas, caballeros. La Oficina de Correos llegará lejos y ustedes podrían

estar en el escaño de conducción.

Los hermanos intercambiaron una mirada. Entonces sonrieron. Fue

como si una sonrisa se extendiera a través dos brillantes caras rojas.

—A nuestro papá le habría gustado usted —dijo Jim.

—Con seguridad no le gustarían los demonios del Gran Tronco —dijo

Harry—. Necesitan que los recorten a la medida, Sr. Lipwig, y la gente está

diciendo que usted es el hombre para hacerlo.

—La gente se muere sobre esas torres —dijo Jim—. Vemos, sabe.

¡Condenadamente bien! Las torres siguen los caminos de los coches.

Solíamos tener el contrato de llevar muchachos a las torres y los

escuchábamos hablar. Solían tener una hora al día cuando cerraron todo el

Tronco para mantenimiento.

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—La Hora de los Muertos, la llamaban —dijo Harry—. Justo antes del

amanecer. Cuando las personas mueren.

A través de un continente, la línea de luz, cuentas sobre la oscuridad

previa al amanecer. Y, luego, comienza la Hora de los Muertos, en cada

extremo del Gran Tronco, mientras los obturadores línea arriba y abajo

borran sus mensajes y dejan de moverse, uno tras otro.

Los hombres de las torres se enorgullecían por la velocidad con que

podían cambiar sus torres de la transmisión en blanco y negro del día al

modo luz y oscuridad de la noche. En un buen día podían hacerlo sin apenas

interrumpir la transmisión, colgando de las ondulantes escalerillas bien lejos

del suelo mientras a su alrededor los obturadores repiqueteaban y

parloteaban. Había héroes que habían encendido las dieciséis lámparas

sobre una gran torre en menos de un minuto, deslizándose por las

escalerillas, balanceándose sobre sogas, manteniendo viva su torre. ‘Viva’

era la palabra que usaban. Nadie quería una torre oscura, ni siquiera por un

minuto.

La Hora de los Muertos era diferente. Era una hora para reparaciones,

reemplazos, tal vez incluso algún papeleo. Eran principalmente reemplazos.

Era complicado reparar un obturador arriba en la torre con el viento

haciéndola temblar y congelando la sangre en los dedos, y siempre era

mejor retirarlo y dejarlo caer al suelo y colocar otro en su lugar. Pero cuando

uno estaba atrasado, era tentador hacerle frente al viento y tratar de liberar

los malditos obturadores a mano.

A veces el viento ganaba. La Hora de los Muertos era cuando los

hombres morían.

Y cuando un hombre moría, lo enviaban a casa por los clacks.

Moist quedó boquiabierto.

—¿Huh?

—Así es cómo lo llaman —dijo Harry—. No literalmente, por supuesto.

Pero envían su nombre de un extremo al otro del Tronco, terminando en la

torre más cercana a su casa.

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—Sí, pero dicen que a veces la persona se queda en las torres, de algún

modo —dijo Jim—. “Viviendo Allá Arriba”, le dicen.

—Pero están principalmente enfadados cuando lo dicen —dijo Harry.

—Oh, sí, principalmente enfadado, se lo aseguro —dijo su hermano—.

Los hacen trabajar demasiado duro. Ahora no hay Hora de los Muertos; sólo

tienen veinte minutos. Redujeron el personal, también. Solían administrar

un servicio lento en Octedías; ahora es de alta velocidad todo el tiempo,

excepto que las torres siguen cayéndose. Nosotros hemos visto muchachos

venirse abajo desde sus torres con los ojos girando y sus manos

temblorosas y no tenemos idea si era un desgraciado o la hora del

desayuno. Los vuelve locos. ¿Eh? ¡Condenadamente cierto!

—Excepto que ellos ya están locos —dijo Harry—. Uno tendría que estar

loco para trabajar en esas cosas.

—Se ponen tan locos que incluso la gente loca corriente piensa que

están locos.

—Eso es correcto. Pero todavía vuelven a subir. Los clacks los hacen

volver a subir. Los clacks los poseen, se les meten en sus almas —dijo

Harry—. No les pagan prácticamente nada pero juro que subirían a esas

torres por nada.

—El Gran Tronco corre sobre sangre ahora, desde que asumió la nueva

pandilla. Es matar hombres por dinero —dijo Jim.

Harry vació su jarro.

—No tendremos nada de él —dijo—. Llevaremos su correo para usted,

Sr. Lipwig, a pesar de que usted usa un maldito sombrero absurdo.

—Díganme —dijo Moist—, ¿alguna vez han escuchado de algo llamado

el Ñu Fumador?

—No sé mucho —dijo Jim—. Un par de muchachos los mencionaron una

vez. Alguna clase de señaleros fuera de la ley, o algo así. Algo relacionado

con lo de Allá Arriba.

—¿Qué es allá Arriba? Er... ¿las personas muertas viven allí?

—Mire, Sr. Lipwig, sólo escuchamos, de acuerdo —dijo Jim—.

Charlamos con ellos bonito y fácil, porque cuando bajan de las torres están

tan adormilados que caminarían bajo las ruedas de un coche...

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—Es el viento que los mece —dijo Harry—. Caminan como marineros.

—De acuerdo. ¿Allá Arriba? Bien, ellos dicen que muchos de los

mensajes que llevan los clacks son sobre los clacks, ¿de acuerdo? Órdenes

de la compañía, mensajes de mantenimiento, mensajes sobre mensajes...

—... los nombres de los hombres muertos... —dijo Moist.

—Sí, ésos también. Bien, el Ñu Fumador está ahí en algún lugar —

continuó Jim—. Es todo lo que sé. Manejo coches, Sr. Lipwig. No soy un

hombre inteligente como los de las torres. ¡Ja, soy lo bastante estúpido para

mantener mis pies en el suelo!

—Cuéntale al Sr. Lipwig sobre la Torre 93, Jim —dijo Harry—. ¡Hace

temblar la carne!

—Sí, ¿escuchó de ésa? —dijo Jim, mirando a Moist con disimulo.

—No. ¿Qué ocurrió?

—Sólo dos muchachos estaban allá arriba, donde debería haber habido

tres. Uno de ellos salió en un vendaval para mover un obturador atascado,

que no debería haberlo hecho, y cayó y tenía la soga de seguridad enredada

alrededor del cuello. Así que el otro tipo salió precipitadamente para

atraparlo, sin su soga de seguridad... que no debería haberlo hecho... y

calculan que el viento lo sacó de la torre.

—Eso es horrible —dijo Moist—. No escalofriante, sin embargo. Como

tal.

—Oh, ¿quiere la parte escalofriante? Diez minutos después de que

ambos estaban muertos, la torre envió un mensaje por ayuda. Enviado por

la mano de un hombre muerto. —Jim se paró y se puso su sombrero

tricornio—. Tengo que sacar un coche en veinte minutos. Mucho gusto, Sr.

Lipwig. —Abrió un cajón en el maltratado escritorio y sacó un tramo de tubo

de plomo—. Eso es para los salteadores de caminos —dijo, y luego sacó un

gran matraz de plata de brandy—. Y esto es para mí —añadió, con bastante

más satisfacción—. ¿Eh? ¡Condenadamente correcto!

Y yo pensaba que la Oficina de Correos estaba llena de personas locas,

pensó Moist.

—Gracias —dijo, parándose. Entonces recordó la extraña carta en su

bolsillo, por si fuera útil, y añadió—: ¿Tiene una parada de coche en

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Pseudopolis mañana?

—Sí, a las diez —dijo Harry.

—Tendremos una bolsa para allí —dijo Moist.

—¿Vale la pena? —dijo Jim—. Está a más de cincuenta millas, y escuché

que han reparado el Tronco. Es un coche de cabotaje, no llegará antes de

que esté casi oscuro.

—Tengo que hacer el esfuerzo, Jim —dijo Moist.

El cochero le lanzó una mirada con un pequeño brillo que indicaba que

creía que Moist estaba tramando algo, pero dijo:

—Bien, usted es listo, lo diré por usted. Esperaremos su bolsa, Sr.

Lipwig, y la mejor de las suertes para usted. Debe apurarse, señor.

—¿Qué coche está sacando? —dijo Moist.

—Haré las primeras dos etapas del viaje nocturno a Quirm, partiendo a

las siete —dijo Jim—. Si todavía tiene todas sus ruedas.

—¿Son casi las siete?

—Menos veinte, señor.

—¡Llegaré tarde!

Los cocheros lo observaron regresar corriendo a través del patio, con el

Sr. Bomba y Gladys siguiéndolo lentamente.

Jim se puso sus gruesos guanteletes de cuero, pensativo, y luego le dijo

a su hermano:

—¿Sabes cómo tienes presentimientos extraños?

—Calculo que sí, Jim.

—¿Y calcularías que habrá una falla en los clacks entre aquí y

Pseudopolis mañana?

—Raro que lo menciones. A decir verdad, sería una apuesta de dos a

uno de todos modos, por la forma en que las cosas han estado ocurriendo.

Tal vez sólo sea un hombre aficionado a las apuestas, Jim.

—Sí —dijo Jim—. Sí. ¿Eh? ¡Condenadamente correcto!

Moist forcejeó para quitarse el traje dorado. Era buena publicidad, no

había dudas, y cuando lo usaba sentía que el estilo le salía por las orejas,

pero llevar algo así al Tambor Remendado significaba que quería ser

golpeado en la cabeza con un taburete y no se atrevía a pensar en lo que le

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saldría por las orejas.

Lanzó el sombrero alado sobre la cama y forcejeó para ponerse su

segundo traje hecho por un golem. Serio, había dicho. Uno tenía que

atribuirlo a la confección golem. El traje era tan negro que si estuviera

salpicado con estrellas los búhos habrían chocado contra él. Necesitaba más

tiempo pero Adora Belle Dearheart no era una persona a quien uno sentía

que podía dejar esperando.

—Se ve bien, señor —dijo Groat.

—Gracias, gracias —dijo Moist, luchando contra su corbata—. Está a

cargo, Sr. Groat. Todo debería estar tranquilo esta noche. Recuerde,

mañana a primera hora, todos los correos enviados a Pseudopolis valen diez

peniques, ¿de acuerdo?

—Correcto, señor. ¿Puedo usar el sombrero ahora? —suplicó Groat.

—¿Qué? ¿Qué? —dijo Moist, mirando el espejo—. Mire, ¿tengo espinaca

entre mis dientes?

—¿Ha Comido Espinaca Hoy, Señor? —dijo el Sr. Bomba.

—No he comido espinacas desde que tuve edad suficiente para escupir

—dijo Moist—. Pero las personas siempre se preocupan por eso en

momentos como éste, ¿verdad? Pensé que simplemente aparecía de algún

modo. Ya sabe... ¿como el musgo? ¿Qué fue lo que me pidió, Tolliver?

—¿Puedo usar el sombrero, señor? —dijo Groat, con paciencia—. Siendo

su Suplente y que usted va a salir, señor.

—Pero hemos cerrado, Groat.

—Sí, pero... es que... sólo me gustaría usar el sombrero. Durante un

rato, señor. Sólo durante un rato, señor. Si está bien para usted. —Groat

cambió de un pie al otro—. Quiero decir, estaré a cargo.

Moist suspiró.

—Sí, por supuesto, Sr. Groat. Puede usar el sombrero. ¿Sr. Bomba?

—¿Sí, Señor?

—El Sr. Groat es a cargo por esta noche. No me siga, por favor.

—No, No Lo Haré. Mi Día Libre Comienza Ahora. Para Todos Nosotros.

Regresaremos Mañana A La Puesta De Sol —dijo el golem.

—Oh... sí. —Un día libre cada semana, dijo la Srta. Dearheart. Era parte

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de lo que distinguía a los golems de los martillos—. Ojalá me hubiera

advertido antes, sabe. Vamos a quedar cortos de personal.

—Usted Fue Informado, Sr. Lipvig.

—Sí, sí. Es una regla. Sólo que mañana habrá...

—No se preocupe por nada, señor —dijo Groat—. Algunos de los

muchachos que contraté hoy, señor, son hijos de carteros, señor, y nietos.

No hay problema, señor. Saldrán a repartir mañana.

—Oh. Bien. Eso está bien, entonces. —Moist se ajustó la corbata otra

vez. Una corbata negra sobre una camisa negra bajo una chaqueta negra ni

siquiera es fácil de encontrar—. ¿Todo bien, Sr. Bomba? ¿Todavía ningún

ataque de espinaca? Voy a ver a una dama.

—Sí, Sr. Lipvig. A La Srta. Dearheart —dijo el golem con calma.

—¿Cómo lo sabía? —dijo Moist.

—Usted Lo Gritó Enfrente De Aproximadamente Cien Personas, Sr.

Lipvig —dijo el Sr. Bomba—. Nosotros... Es Decir, Sr. Lipvig, Todos Los

Golems... Deseamos Que La Srta. Dearheart Sea Una Dama Más Feliz. Ha

Tenido Muchos Problemas. Está Buscando A Alguien Con...

—¿... con un encendedor? —dijo Moist rápidamente—. ¡Pare justo ahí,

Sr. Bomba, por favor! Los cupidos son estos... pequeños niños con

sobrepeso de pañales, ¿de acuerdo? No enormes personas de arcilla.

—Anghammarad Dijo Que Le Recordaba A Lela La Diosa Del Volcán,

Que Humea Todo El Tiempo Porque El Dios De La Lluvia Había Llovido Sobre

Su Lava De Ella —continuó el golem.

—Sí, pero las mujeres siempre se quejan por esa clase de cosas —dijo

Moist—. ¿Me veo bien, Sr. Groat, eh?

—Oh, señor —dijo Groat—, no debería pensar que el Sr. Moist von

Lipwig alguna vez tiene que preocuparse cuando se va a encontrar con una

dama joven, ¿eh?

Ya que lo pensaba, llegó a pensar Moist mientras se apresuraba por las

calles llenas de gente, nunca había salido a encontrarse con una dama

joven. No en todos estos años. Oh, Albert y todo el resto de ellos se habían

encontrado con centenares, y tenido toda clase de diversiones, incluso

dislocarse la mandíbula una vez que sólo fue divertido de una manera en

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absoluto no-divertida. Pero Moist, nunca. Siempre estaba detrás del bigote

postizo o los anteojos o, realmente, de la falsa personalidad. Tenía esa

desnuda sensación otra vez, y empezó a desear no haber dejado atrás su

traje dorado.

Cuando llegó al Tambor Remendado recordó por qué lo había hecho.

Toda la gente le decía que Ankh-Morpork era mucho más civilizado en estos

días, (la coma después de días está mal y le quita sentido a la frase)que

entre ellos, la Guardia y los gremios habían calmado las cosas lo suficiente

para asegurar que en realidad ser atacado mientras uno hacía sus negocios

legales en Ankh-Morpork era ahora simplemente una posibilidad (acá

debería haber una coma) en lugar de, como lo fue una vez, una norma. Y las

calles ahora eran tan limpias que incluso uno podía ver la calle, a veces.

Pero uno podía confiar en el Tambor Remendado. Si alguien no salía por

la puerta hacia atrás y caía en la calle justo cuando uno pasaba, entonces

algo andaba mal en el mundo.

Y había una pelea continuada. Más o menos. Pero en ciertos aspectos al

menos el tiempo había avanzado. Uno no podía armarse de valor y golpear a

alguien con un hacha en estos días. La gente esperaba cosas de una reyerta

de bar. Cuando Moist entró, pasó junto a un gran grupo de hombres de la

corriente de narices rotas y una oreja, inclinado en un cónclave preocupado.

—Mira, Bob, ¿qué parte de esto no comprendes, eh? Es una cuestión de

estilo, ¿de acuerdo? Una reyerta correcta simplemente no ocurre. Uno no

entra en tropel, ya no más. Ahora, Ostra Dave aquí... ponte el casco, Dave...

será el enemigo enfrente y Basalto que, como sabemos, no necesita de un

casco, será el enemigo que se acercará por detrás. De acuerdo, ya pasó el

tiempo de los nudillos, digamos que Gravy ha hecho su cosa con el Golpe de

Banco allí, hay un poco de juego de cuchillos, hemos hecho todo el número

del Balanceo de la Araña de Luces, bla, bla, bla, entonces Segunda Silla...

que eres tú, Bob... caminas elegantemente entre su Hombre Número Cinco y

un Botellero, balanceas la silla por encima de tu cabeza así... lo siento,

Pointy... y luego la vuelves sobre Número Cinco, golpes, estrépito, y tienes

unos cómodos seis puntos en tu bolsillo. Si están jugando un enano en

Número Cinco entonces una silla ni siquiera le bajará la velocidad pero no te

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preocupes, sujeta las partes que quedan en tus manos, espera un momento

mientras viene hacia ti y entonces lo golpeas en ambas orejas. Odian eso,

como te lo dirá Fuertenelbrazo aquí. Otros tres puntos. Probablemente va a

ser estilo libre después de eso pero quiero que todos ustedes, incluyendo

Barroso Mick y Crispo, intenten un Doble Andrew cuando se vuelva a la

pelea de puños otra vez. ¿Recuerdan? Se apoyan unos a otros, giran para

darle al otro tipo una paliza, viene el momento del reconocimiento gracioso,

luego enlacen los brazos izquierdos, giren y encaren al atacante del otro

tipo, pie o puño, es a elección. Quince puntos ahí mismo si consiguen

hacerlo de modo correcto. Oh, y recuerden que tendremos un Igor en estado

de alerta, así que si pierden un brazo lo recogen y golpear con él al otro

cabrón... vale una risa y veinte puntos. Sobre ese tema, recuerden lo que

les dije sobre tener el nombre tatuado sobre todas las partes, ¿de acuerdo?

Los Igor hacen todo lo posible, pero estarán sobre sus pies mucho más

rápido si le hacen la vida más fácil y, y encima de todo, estarán sobre sus

pies. De acuerdo, todos en posición, repasemos esto otra vez...

Moist pasó el grupo sigilosamente y exploró la enorme habitación. Lo

importante no era disminuir la velocidad. Disminuir la velocidad atraía a las

personas.

Vio subir una delgada columna de humo azul por encima de la multitud,

y se abrió camino para llegar.

La Srta. Dearheart estaba sentada sola en una muy pequeña mesa con

un muy pequeño trago enfrente de ella. No podía haber estado ahí mucho

tiempo; el único otro taburete estaba desocupado.

—¿Viene aquí a menudo? —dijo Moist, sentándose rápidamente.

La Srta. Dearheart le levantó las cejas.

—Sí. ¿Por qué no?

—Bien, yo... imagino que no es muy seguro para una mujer sola.

—¿Qué, con todos estos grandes hombres fuertes aquí para

protegerme? ¿Por qué no va y busca su trago?

Al final, Moist llegó a la barra, dejando caer un puñado de monedas

sobre el piso. Eso habitualmente aclaraba la aglomeración un poco.

Cuando regresó, su asiento estaba ocupado por un Borracho

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Actualmente Amistoso. Moist reconoció el tipo, y la palabra operativa era

‘actualmente’. La Srta. Dearheart se reclinaba para eludir sus atenciones y

más probablemente su aliento.

Moist escuchó el familiar llanto del generosamente borracho.

—¿Qué... correcto? Lo que estoy diciendo es, correcto, lo que estoy

diciendo, yo digo, ¿por qué, correcto, no me da un beso, correcto? Todo lo

que estoy diciendo es...

Oh dioses, voy a tener que hacer algo, pensó Moist. Es grande y tiene

una espada como la cuchilla de un carnicero, y en el momento en que diga

algo va a entrar en estado cuatro, Loco Violento Sin Dirección, y pueden ser

asombrosamente exactos antes de caer.

Puso su bebida sobre la mesa.

La Srta. Dearheart le lanzó una mirada muy breve, y sacudió la cabeza.

Hubo movimiento bajo la mesa, un minúsculo ruido del tipo carnoso y el

borracho de repente se inclinó hacia adelante, sin color en la cara.

Probablemente sólo él y Moist escucharon susurrar a la Srta. Dearheart:

—Lo que está clavado en su pie es un tacón Mitzy "Bonita Lucrecia" de

cuatro pulgadas, el calzado más peligroso del mundo. Considerando las

libras por pulgada cuadrada, es como ser pisado por un elefante muy

puntudo. (puntiagudo) Ahora, sé lo que está pensando: usted piensa,

"¿Podría presionarlo todo el camino hasta el piso?" Y, sabe, no estoy segura

de eso. La suela de su bota podría darme un poco de problema, pero nada

más lo hará. Pero ésa no es la parte preocupante. La parte preocupante es

que fui forzada prácticamente a punta de navaja a tomar las lecciones de

ballet cuando era niña, que significa que puedo patear como una mula;

usted está sentado enfrente de mí; y tengo otro zapato. Bueno, puedo ver

que lo ha comprendido. Voy a retirar el tacón ahora.

Se escuchó un pequeño ‘pop’ desde abajo de la mesa. Con gran cuidado

el hombre se puso de pie, giró y sin una mirada hacia atrás se alejó

tambaleante.

—¿Puedo molestarla? —dijo Moist. La Srta. Dearheart asintió, y se

sentó, con las piernas cruzadas—. Era sólo un borracho —arriesgó.

—Sí, los hombres dicen ese tipo de cosas —dijo la Srta. Dearheart—. De

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todos modos, dígame que si no hubiera hecho eso usted ahora no estaría

tratando de recoger todos sus dientes en su sombrero. Que no tiene puesto,

noto. Ésta debe ser su identidad secreta. Lo siento, ¿era la cosa equivocada

para decir? Ha derramado su trago.

Moist se limpió la cerveza de su solapa.

—No, éste soy yo —dijo—. Puro y sin adornos.

—Usted apenas me conoce y con todo me invitó a salir —dijo la Srta.

Dearheart—. ¿Por qué?

Porque usted me llamó farsante, pensó Moist. Usted vio directo a través

de mí. Porque no clavó mi cabeza a la puerta con su ballesta. Porque usted

no parlotea. Porque me gustaría llegar a conocerla mejor, aunque sería

como besar un cenicero. Porque me pregunto si puede poner en el resto de

su vida la pasión que pone en fumar un cigarrillo. En desafío a la Srta.

Maccalariat me gustaría cometer un besuqueo con usted, Srta. Adora Belle

Dearheart... Bien, indudablemente besuqueo, y posiblemente lo que sigue

cuando nos conozcamos mejor. Me gustaría saber tanto sobre su alma como

usted sabe de la mía...

Dijo:

—Porque apenas la conozco.

—Si se trata de eso, apenas lo conozco a usted, tampoco —dijo la Srta.

Dearheart.

—Estoy contando bastante con eso —dijo Moist. Esto provocó su

sonrisa.

—Respuesta suave. Mañosa. ¿Dónde vamos a cenar realmente esta

noche?

—Le Foie Heureux, por supuesto —dijo Moist.

Parecía realmente sorprendida.

—¿Tiene una reservación?

—Oh, sí.

—¿Tiene un pariente que trabaja allí, entonces? ¿Está chantajeando al

maître?

—No. Pero he tengo una mesa (o “tengo una mesa” o “he reservado

una mesa) para esta noche —dijo Moist.

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—Entonces es alguna clase de truco —dijo la Srta. Dearheart—. Estoy

impresionada. Pero es mejor que le advierta, disfrute la comida. Podría ser

la última.

—¿Qué?

—La Compañía del Gran Tronco mata a las personas, Sr. Lipwig. De

toda clase de maneras. Usted debe estar crispándole los nervios a Reacher

Gilt.

—¡Oh, vamos! ¡Apenas soy una avispa en su picnic!

—¿Y qué les hacen las personas a las avispas, qué cree? —dijo la Srta.

Dearheart—. El Tronco está en problemas, Sr. Lipwig. La compañía lo ha

estado administrando como una máquina de hacer dinero. Pensaban que las

reparaciones serían más baratas que el mantenimiento. Han recortado todo

hasta el hueso... hasta el hueso. Son personas que no aguantan una broma.

¿Piensa que Reacher Gilt dudará un minuto antes de aplastarlo?

—Pero soy un ser muy... —intentó Moist.

—¿Piensa que está jugando con ellos? ¿Tocar la campanilla y salir

corriendo? Gilt apunta a convertirse en Patricio algún día, todos lo dicen. Y

de repente esto... este idiota con un gran sombrero dorado que les recuerda

a todos qué lío son los clacks, que se burla de él, haciendo que la Oficina de

Correos funcione otra vez...

—Espere, espere —logró interrumpir Moist—. ¡Esto es una ciudad, no

algún pueblo de vacas en algún lugar! Las personas no matan a los rivales

de los negocios exactamente así, ¿verdad?

—¿En Ankh-Morpork? ¿Realmente lo cree? Oh, él no lo matará. Ni

siquiera se molestará con la formalidad de pasar por el Gremio de Asesinos.

Usted sólo se morirá. Exactamente como mi hermano. Y él estará detrás

eso.

—¿Su hermano? —dijo Moist. En el otro extremo de la inmensa

habitación, empezaba la pelea de la noche con un muy bien ejecutado Me-

Miras-De-Un-modo-Raro, ganando dos puntos y un diente roto.

—Él y algunas personas que solían trabajar en el Tronco antes de que

fuera pirateado... pirateado, Sr. Lipwig... iban a empezar un nuevo Tronco —

dijo la Srta. Dearheart, inclinándose hacia adelante—. De alguna manera

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habían conseguido financiación para algunas torres de demostración. Iba a

ser más de cuatro veces más rápido que el viejo sistema, iban a hacer toda

clase de cosas ingeniosas con la codificación, iba a ser maravilloso. Muchas

personas les dieron sus ahorros, personas que habían trabajado para mi

padre. La mayoría de los buenos ingenieros se fueron cuando mi padre

perdió el Tronco, mire. No pudieron soportar a Gilt y a su grupo de

saqueadores. Mi hermano iba a recuperar todo nuestro dinero.

—Me ha perdido allí —dijo Moist. Un hacha aterrizó en la mesa, y vibró.

La Srta. Dearheart se quedó mirando a Moist y sopló un chorro de humo

más allá de su oreja.

—Mi padre era Robert Dearheart —dijo, distante—. Era presidente de la

original Compañía del Gran Tronco. Los clacks fueron su visión. Diablos,

diseñó la mitad de los mecanismos en las torres. Y se unió con un grupo de

otros ingenieros, todos hombres serios con reglas de cálculo, y pidieron

dinero prestado, hipotecaron sus casas, desarrollaron un sistema local,

volvieron a invertir y empezaron a construir el Tronco. Entraba mucho

dinero; todas las ciudades querían estar en eso, todos iban a ser ricos.

Teníamos establos. Yo tenía un caballo. Lo cierto es que no me gustaba

mucho, pero solía alimentarlo y observarlo correr o lo que sea que hacen.

Todo estaba yendo bien y de repente recibió esta carta y hubo reuniones y

les dijeron que tenían suerte de no ir a la prisión por, oh, no lo sé, algo

complicado y legal. Pero todavía los clacks hacían cantidades enormes.

¿Puede comprenderlo? Reacher Gilt y su pandilla actuaron amistosamente,

oh sí, pero estaban comprando las hipotecas y controlando los bancos y

moviendo números y nos sacaron el Gran Tronco como ladrones. Todo lo

que quieren hacer es dinero. No se preocupan por el Tronco. Harán que

quiebre y harán más dinero al venderlo. Cuando papá estaba a cargo las

personas se sentían orgullosas de lo que hacían. Y porque eran ingenieros se

aseguraban que las torres trabajaran apropiadamente, todo el tiempo.

Tenían incluso lo que llamaban ‘torres ambulantes’, unas prefabricadas

montadas sobre un par de grandes carros de modo que si una torre tenía

serios problemas podían instalarla al lado, conectarla y tomar el tráfico sin

dejar caer un solo código. Estaban orgullosos de él, todos ellos, ¡se sentían

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orgullosos de ser una parte de él!

‘Usted debería haber estado ahí. ¡Usted debería haberlo visto!’, se dijo

Moist. No había querido decirlo en voz alta. Al otro lado de la habitación, un

hombre golpeó a otro hombre con su propia pierna y recibió siete puntos.

—Sí —dijo la Srta. Dearheart—. Debería. Y hace tres meses mi hermano

John se levantó lo suficiente empezar un rival del Tronco. Eso le llevó

algunas actividades. Gilt tiene tentáculos por todas partes. Bien, John

terminó muerto en un campo. Dijeron que no había enganchado su soga de

seguridad. Siempre lo hacía. Y ahora mi padre sólo está sentado, mirando

fijo la pared. Incluso perdió su taller cuando se llevaron todo. Perdimos

nuestra casa, por supuesto. Ahora vivimos con mi tía en Dolly Sisters. (en

todos los libros anteriores se tradujo como Hermanas Dolly, considero mejor

mantener las traducciones ya “aceptadas”) A eso hemos llegado. Cuando

Reacher Gilt habla de libertad se refiere a la suya, no a la de nadie más. Y

ahora usted aparece, Sr. Moist von Lipwig, todo brillante y nuevo, corriendo

de un lado para el otro haciendo todo de inmediato. ¿Por qué?

—Vetinari me ofreció el trabajo, eso es todo —dijo Moist.

—¿Por qué lo aceptó?

—Era un trabajo por una vida.

Ella se quedó mirándolo tan duro que Moist empezó a sentirse

incómodo.

—Bien, ha logrado conseguir una mesa en Le Foie Heureux con un aviso

de unas pocas horas —concedió, mientras un cuchillo se clavaba en una viga

detrás de ella—. ¿Va a volver a mentir si le pregunto cómo?

—Sí, eso creo.

—Bien. ¿Nos vamos?

Una pequeña lámpara a presión ardía en la viciada comodidad del

vestuario, su brillo un globo de inusual brillantez. En el centro de él, con una

lupa en la mano, Stanley revisaba sus sellos.

Esto era... el cielo. Las arvejas son conocidas por su minuciosidad, y

Stanley era concienzudo en extremo. El Sr. Spools, ligeramente turbado por

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su sonrisa, le había dado todas las hojas de prueba y páginas defectuosas, y

Stanley las estaba catalogando cuidadosamente... cuántas de cada una,

cuáles eran los errores, todo.

Un pequeño zarcillo de culpa se estaba rizando a través de su mente:

esto era mejor que los alfileres, realmente. Podría no haber ningún final para

los sellos. Uno podía poner cualquier cosa sobre ellos. Eran asombrosos.

Podían mover cartas y luego uno podía pegarlos en un libro, todo ordenado.

Uno no se pondría ‘de cabeza de chorlito’, tampoco.

Había leído acerca de esta sensación en las revistas de alfileres. Decían

que uno podía volverse no coleccionista. Muchachas y matrimonio eran

mencionados a veces en este contexto. A veces un ex-coleccionista vendía

toda su colección, simplemente así. O en algún encuentro de coleccionistas

de repente alguien lanzaba todos sus alfileres al aire y salía corriendo

gritando, ‘¡Aargh, son sólo alfileres!’. Hasta ahora, tal cosa había sido

inimaginable para Stanley.

Levantó su pequeño saco de alfileres sin clasificar, y lo miró. Unos días

atrás, la simple idea de una tarde con sus alfileres le habría producido una

encantadora sensación cálida y cómoda por dentro. Pero ahora era tiempo

de dejar los infantiles alfileres.

Algo gritó.

Era áspero, gutural, era malicia y hambre teniendo en cuenta la voz.

Pequeñas criaturas apiñadas, con aspecto de musarañas, habían escuchado

una vez sonidos como ése, dando vueltas sobre los pantanos.

Después de que un momento de antiguo terror cediera, Stanley se

deslizó hacia la puerta y la abrió.

—¿H... hola? —llamó, en la oscuridad cavernosa del salón—. ¿Hay

alguien ahí?

Por fortuna no hubo respuesta, pero escuchó algo rascando arriba,

cerca del techo.

—Estamos cerrados, lo sabe —tembló su voz—. Pero abrimos otra vez a

las siete de la mañana para una gama de sellos y una maravillosa oferta

sobre el correo a Pseudopolis. —Su voz bajaba la velocidad y su frente

aumentaba las arrugas mientras trataba de recordar todo lo que el Sr.

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Lipwig les había dicho antes—. Recuerde, podríamos no ser los más rápidos

pero siempre llegamos allí. ¿Por qué no le escribe a su vieja abuelita?

—Me comí a mi abuela —gruñó una voz desde arriba en la oscuridad—.

Roí sus huesos.

Stanley tosió. No había sido entrenado en el arte de vender.

—Ah —dijo—. Er... ¿quizás una tía, entonces?

Arrugó la nariz. ¿Por qué el aire apestaba a aceite de lámpara?

—¿Hola? —dijo otra vez.

Algo cayó desde la oscuridad, rebotó en su hombro y aterrizó en el piso

con un ruido húmedo. Stanley extendió la mano, buscó y encontró una

paloma. Por lo menos, encontró cerca de media paloma. Todavía estaba

tibia, y muy pegajosa.

El Sr. Gryle estaba sentado sobre una viga encima del salón. Su

estómago ardía. Eso no era bueno, los viejos hábitos tardan demasiado en

morir. Se criaban en los huesos. Algo cálido y emplumado revoloteaba

enfrente de uno y por supuesto uno lo atrapaba. Ankh-Morpork tenía

palomas que hacían nido en cada canalón, cornisa y estatua. Ni siquiera las

gárgolas residentes podían reducir su cantidad. Había comido seis antes de

entrar a través de la cúpula rota, y entonces otra inmensa nube cálida y

emplumada se había levantado y una neblina roja simplemente había caído

enfrente de sus ojos.

Eran tan sabrosas. ¡Uno no podía detenerse en una! Y cinco minutos

después uno recordaba por qué debería haberlo hecho.

Éstas eran aves salvajes, urbanas, que se alimentaban de lo que podían

encontrar en las calles. Las calles de Ankh-Morpork, en este caso. Eran

hoyos de plagas que se movían y arrullaban. Uno también podría comer una

hamburguesa de heces de perro y bajarla con una taza gigante de pozo

séptico.

El Sr. Gryle gimió. Mejor terminar el trabajo, salir de aquí y vomitar

sobre una calle llena de gente. Dejó caer una botella de aceite en la

oscuridad y buscó a tientas sus fósforos. Su especie había llegado tarde al

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fuego, porque nidos se quemaban demasiado fácilmente, pero tenía sus

usos...

La llama floreció, muy arriba en otro extremo del salón. Cayó desde las

vigas y aterrizó sobre las pilas de cartas. Se escuchó un ‘whoomf’ cuando el

aceite se incendió; azules arroyos de llama empezaron a trepar las paredes.

Stanley bajó la mirada. A unos pies de distancia, iluminada por el fuego

que gateaba a través de las cartas, había una figura encogida sobre el piso.

El sombrero dorado y alado yacía a su lado.

Stanley levantó la mirada, los ojos brillando rojos en la lumbre, cuando

una figura cayó desde las vigas y se le acercó a toda velocidad, la boca

abierta.

Y fue entonces cuando todo salió mal para el Sr. Gryle, porque Stanley

tenía uno de sus Pequeños Momentos.

La actitud era todo. Moist había estudiado actitud. Algunos de la vieja

nobleza la tenían. Era la total ausencia de cualquier duda que las cosas

ocurrirían de la manera en que ellos esperaban que ocurrieran.

El jefe de mozos los condujo hasta su mesa sin un momento de titubeo.

—¿Puede realmente permitirse esto con un sueldo del gobierno, Sr.

Lipwig? —dijo la Srta. Dearheart mientras se sentaban—. ¿O vamos a

retirarnos vía las cocinas?

—Creo que tengo fondos suficientes —dijo Moist.

Probablemente no, lo sabía. Un restaurante que tiene un camarero

incluso para la mostaza sube los precios. Pero en ese momento Moist no se

preocupaba por la factura. Había maneras de abordar las facturas, y era

mejor abordarlas con un estómago lleno.

Pidieron entradas que probablemente costaban más que la cuenta de

comida semanal de un hombre corriente. No tenía ningún sentido buscar lo

más barato en la carta. Lo más barato existía en teoría pero de alguna

manera, sin importar cuánto uno mirara, se las arreglaba para no estar ahí.

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Por otro lado, había un montón de cosas sumamente costosas.

—¿Los muchachos se están adaptando bien? —preguntó la Srta.

Dearheart.

Los muchachos, pensó Moist.

—Oh, sí. Anghammarad realmente se ha adaptado. Un cartero natural

—dijo.

—Bien, ha tenido práctica.

—¿Qué es esa caja que tiene adherida a su brazo?

—¿Eso? Un mensaje que tiene que entregar. No la tableta de arcilla

cocida original, deduzco. Ha tenido que hacer copias dos o tres veces y el

bronce no dura casi nada, para un golem. Es un mensaje para el Rey Het de

Thut de sus astrólogos en su montaña sagrada, diciéndole que la Diosa del

Mar está enfadada y qué ceremonias tendría que hacer para calmarla.

—¿Acaso Thut no se deslizó bajo el mar de todos modos? Creía que él

dijo...

—Sí, sí, Anghammarad llegó allí demasiado tarde y fue barrido por un

maremoto feroz y la isla se hundió.

—¿Entonces...? —dijo Moist.

—¿Entonces, qué? —dijo la Srta. Dearheart.

—¿Entonces... no piensa que entregarlo ahora podría estar un poco

fuera de tiempo?

—No. Él no lo piensa. Usted no lo está viendo como un golem. Creen

que el universo tiene forma de rosquilla.

—¿Sería una rosquilla en aro o una rosquilla de mermelada? —dijo

Moist.

—Aro, definitivamente, pero no presione por más detalles culinarios,

porque puedo ver que trata de convertirlo en una broma. Ellos piensan que

no tiene principio ni final. Sólo seguimos girando y girando, pero no tenemos

(que) decidir lo mismo cada vez.

—Como atrapar a un ángel a la manera difícil —dijo Moist.

—¿Qué quiere decir? —preguntó la Srta. Dearheart.

—Er... ¿está esperando hasta que todo el asunto del maremoto venga

de nuevo y esta vez llegar allí antes, y hacerlo bien?

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—Sí. No señale todas las fallas en la idea. Funciona para él.

—¿Va a esperar millones y millones de años? —dijo Moist.

—Eso no es una falla, no para un golem. Es sólo cuestión de tiempo. No

se aburren. Se reparan a sí mismos y son muy difíciles de hacer añicos.

Sobreviven bajo el mar, o en la lava al rojo vivo. Podría hacerlo, ¿quién

sabe? Mientras tanto, se mantiene ocupado. Exactamente como usted, Sr.

Lipwig. Usted ha estado muy ocupado...

Se congeló, mirando por encima de su hombro. Vio su mano derecha

escarbar desesperadamente entre los cubiertos y agarrar un cuchillo.

—¡Ese bastardo acaba de entrar en el lugar! —siseó—. ¡Reacher Gilt!

Sólo lo mataré y me reuniré con usted para el pudín...

—¡No puede hacer eso! —siseó Moist.

—¿Oh? ¿Por qué no?

—¡Está usando el cuchillo equivocado! ¡Ése es para el pescado! ¡Se

meterá en problemas!

Ella lo miró, furiosa, pero su mano se relajó y apareció algo como una

sonrisa.

—¿No tienen un cuchillo para apuñalar a los bastardos ricos asesinos?

—dijo.

—Lo traen a la mesa cuando usted lo pide —dijo Moist, urgentemente—.

¡Mire, éste no es el Tambor, no lanzan el cuerpo al río! ¡Llamarán a la

Guardia! Contrólese. ¡Suelte el cuchillo! Y prepárese para correr.

—¿Por qué?

—Porque falsifiqué su firma sobre un papel de carta del Gran Tronco

para entrar aquí, ése es el por qué.

Moist dio media vuelta para mirar al gran hombre en carne y hueso por

primera vez. Era un hombre grande, con forma de oso, con un abrigo de

vestir lo bastante grande para dos y un chaleco con galones dorados. Y tenía

una cacatúa sobre el hombro, aunque un camarero llegaba presuroso con

una brillante percha de latón y, presumiblemente, el menú de semillas y

nueces.

Había un grupo de personas bien vestidas con Gilt, y mientras

avanzaban a través de la habitación todo el lugar empezó a girar en torno al

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gran hombre, siendo el oro muy denso y teniendo una gravedad toda suya

propia. Camareros se apresuraban, y se rebajaban, y hacían cosas sin

importancia con un aire de gran importancia, y probablemente era sólo

cuestión de minutos antes de que uno de ellos le dijera a Gilt que sus otros

invitados habían sido ubicados. Pero Moist estaba revisando el resto de la

habitación por los... Ah, allí estaban, dos de ellos. ¿Qué tenían los músculos

contratados que hacía imposible que un traje le quedara bien?

Uno observaba la puerta, el otro observaba la habitación, y sin una

sombra de duda había al menos otro más en la cocina.

... y, sí, el jefe de mozos se estaba ganando su propina al asegurarle al

gran hombre que sus amigos habían sido atendidos debidamente...

... la gran cabeza, con su melena leonina, se volvió para mirar la mesa

de Moist...

... la Srta. Dearheart murmuró:

—¡Oh dioses, se está acercando...!

... y Moist se puso de pie. Los puños contratados habían cambiado de

posición. En realidad no harían nada aquí, pero tampoco nadie se

preocuparía si él era acompañado con velocidad y firmeza para una pequeña

discusión en algún callejón en algún lugar. Gilt avanzaba entre las mesas,

dejando atrás a sus perplejos invitados.

Esto era un trabajo para el don de gentes, o zambullirse a través de la

ventana. Pero Gilt tendría que ser por lo menos ligeramente formal. Las

personas estaban escuchando.

—¿Sr. Reacher Gilt? —dijo Moist.

—Efectivamente, señor —dijo Gilt, sonriendo sin una pizca de humor—.

Pero parece tenerme en desventaja.

—Espero que no, señor —dijo Moist.

—Parece que le pedí al restaurante que reservara una mesa para usted,

¿Sr... Lipwig?

—¿Lo hizo, Sr. Gilt? —dijo Moist, con lo que sabía era una inocencia

excepcionalmente persuasiva—. ¡Llegamos con la esperanza de que podría

haber una mesa libre y nos sorprendió descubrir que la había!

—Entonces por lo menos uno de nosotros ha quedado como un tonto,

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Sr. Lipwig —dijo Gilt—. Pero dígame... ¿Es usted realmente el Sr. Moist von

Lipwig el Director de Correos?

—Sí, lo soy.

—¿Sin su sombrero?

Moist tosió.

—No es en realidad obligatorio —dijo.

La gran cara lo observó en silencio, y luego una mano como el guante

de un obrero siderúrgico (fue) ofrecida.

—Me complace conocerlo por fin, Sr. Lipwig. Confío en que su buena

suerte continúe.

Moist tomó la mano y, en lugar del apretón rompehuesos que estaba

esperando, sintió el firme apretón de manos de un hombre honorable y la

mirada segura, honesta y de un ojo de Reacher Gilt.

Moist había trabajado mucho en su profesión y se consideraba a sí

mismo bastante bueno pero, si hubiera llevado su sombrero, se lo habría

quitado ahora mismo. Estaba en presencia de un maestro. Podía sentirlo en

la mano, verlo en ese ojo autoritario. Si las cosas fueran de otra manera,

habría pedido humildemente ser un aprendiz, fregar los pisos del hombre,

cocinar su comida, simplemente sentarse a los pies de la grandeza y

aprender cómo hacer el truco de las tres cartas usando bancos enormes. Si

Moist fuera un buen juez, un buen juez en absoluto, el hombre enfrente de

él era el fraude más grande que jamás había conocido. Y lo anunciaba. Eso

era... estilo. Los rizos piratas, el parche, incluso el maldito loro. ¿Doce y

medio por ciento, por amor del cielo, nadie lo descubrió? Les decía qué era,

y se reían y lo amaban por eso. Era impresionante. Si Moist von Lipwig

hubiera sido un asesino de carrera, habría sido como conocer a un hombre

que ha ideado una manera de destruir civilizaciones.

Todo eso vino en un instante, en un rayo de comprensión, en el destello

de un ojo. Pero algo corrió enfrente de él tan rápido como un pequeño pez

delante de un tiburón.

Gilt estaba impactado, no sorprendido. Ese diminuto momento apenas

era mensurable en cualquier reloj pero apenas por un instante el mundo

había estuvo (o “estuvo” o “había estado”) mal para Reacher Gilt. Ese

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momento había sido barrido de manera tan compete que todo lo que

quedaba de él era la certeza de Moist de que había ocurrido, pero la certeza

era rígida.

Era reacio a soltar la mano en caso de que hubiera un fogonazo que lo

asara vivo. Después de todo, había reconocido la naturaleza de Gilt, así que

el hombre indudablemente debía haberlo descubierto a él.

—Gracias, Sr. Gilt —dijo.

—deduzco (Deduzco) que usted fue lo bastante amable para llevar

algunos de nuestros mensajes hoy —rugió Gilt.

—Fue un placer, señor. Si alguna vez necesita de nuestra ayuda, sólo

tiene que pedirla.

—Hmm —dijo Gilt—. Pero lo menos que puedo hacer es pagarle la cena,

Director de Correos. La factura vendrá a mi mesa. Elija lo que desee. Y

ahora, si me disculpa, debo atender a mis... otros invitados.

Hizo una inclinación a la Srta. Dearheart que estaba a punto de estallar

y se alejó.

—A la administración le gustaría agradecerle que no matara a los

invitados —dijo Moist, sentándose—. Ahora deberíamos...

Se detuvo, y se quedó mirando fijo. La Srta. Dearheart, que había

estado evitando sisearlo, echó un vistazo a su cara y vaciló.

—¿Está enfermo? —dijo ella.

—Se están... quemando —dijo Moist, con los ojos muy abiertos.

—¡Los dioses, se ha puesto pálido!

—Los escritos... están gritando... ¡Puedo oler el incendio!

—Alguien por ahí está comiendo crepes —dijo la Srta. Dearheart—. Es

como... —Paró, y olfateó—. Apesta a papel, sin embargo...

Las personas miraron a su alrededor cuando la silla de Moist cayó hacia

atrás.

—¡La Oficina de Correos se incendia! ¡Lo sé! —gritó, y giró y corrió.

La Srta. Dearheart lo alcanzó justo cuando estaba en la entrada, donde

uno de los guardaespaldas de Gilt lo había agarrado. Tocó al hombre en el

hombro y, cuando se dio vuelta para alejarla de un empujón, le dio un fuerte

pisotón. Mientras él gritaba, alejó al perplejo Moist a la rastra.

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—Agua... tenemos que conseguir agua —dijo, ronco—. ¡Se están

quemando! ¡Todas se están quemando!

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Capítulo 10

El incendio de palabras

Cuando Stanley permanece en Calma - Moist el Héroe - Buscar un gato,

nunca una buena idea - Algo en la Oscuridad - El Sr. Gryle es encontrado -

Fuego y Agua - El Sr. Lipwig Ayuda a la Guardia - Bailando sobre el borde -

El Sr. Lipwig se pone Religioso - Tiempo de Oportunidades - La horquilla de

la Srta. Maccalariat - El Milagro

Las cartas ardían.

Parte del techo se vino abajo, rociando más cartas sobre las llamas. El

fuego ya estaba llegando a los pisos superiores. Mientras Stanley arrastraba

al Sr. Groat a través del piso, otro trozo de yeso se hizo añicos sobre los

azulejos y el viejo correo que cayó detrás ya estaba ardiendo. El humo,

espeso como sopa, cruzaba rodando el techo distante.

Stanley arrastró al anciano dentro del vestuario y lo colocó sobre su

cama. Rescató el sombrero dorado también, porque seguramente el Sr.

Lipwig se enfadaría si no lo hacía. Entonces cerró la puerta y tomó del

estante sobre el escritorio de Groat, el Libro de Reglas. Volvió las páginas

metódicamente hasta que llegó al marcador que pusiera un minuto antes,

sobre la página Qué Hacer En Caso De Fuego.

Stanley siempre seguía las reglas. Toda clase de cosas podían salir mal

si uno no lo hacía.

Hasta ahora había hecho el punto 1: Ante el Descubrimiento del Fuego,

Mantenga la Calma.

Ahora venía el 2: Grite ‘¡Fuego!’, con una Voz Fuerte y Clara.

—¡Fuego! —gritó, y luego marcó el 2 con su lápiz.

El siguiente era el 3: Esforzarse por Extinguir el Fuego si Fuera Posible.

Stanley fue a la puerta y la abrió. Llamas y humo ondearon hacia

dentro. Los miró por un momento, sacudió la cabeza, y cerró la puerta.

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El párrafo 4 decía: Si es Atrapado por el Fuego, Trate de Escapar. No

Abra Puertas si Están Calientes. No Use Escalera si Está En Llamas. Si No se

Presenta Una Salida, Permanezca en Calma y Aguarde a) Rescate o b)

Muerte.

Esto parecía abarcarlo todo. El mundo de alfileres era simple y Stanley

conocía cómo funcionaba como un pez dorado conoce su tanque, pero todo

lo demás era muy complicado y sólo funcionaba si uno seguía las reglas.

Echó un vistazo a las pequeñas y sucias ventanas arriba. Eran

demasiado pequeñas para trepar y salir, y estaban soldadas por muchas

aplicaciones de pintura oficial, de modo que rompió un paño tan

prolijamente como le fue posible para dejar entrar un poco de aire fresco. Lo

anotó en el libro de averías.

El Sr. Groat todavía respiraba, aunque con un desagradable borboteo.

Había un equipo de Primeros Auxilios en el vestuario, porque las Reglas lo

exigían, pero sólo contenía un pequeño trozo de venda, una botella de algo

negro y pegajoso, y los dientes de repuesto del Sr. Groat. El Sr. Groat le

había dicho que nunca tocara sus medicinas caseras, y ya que no era

anormal que las botellas estallaran durante la noche, Stanley siempre había

observado esta regla con mucho cuidado.

En las Reglas no decía: Si Es Atacado por Una Inmensa Criatura Gritona

y En Descenso, Golpee Duro en la Boca con un Saco de Alfileres, y Stanley

se preguntó si debía agregarlo con lápiz. Pero eso sería Pintarrajear la

Propiedad de la Oficina de Correos, y podía meterse en problemas por eso.

Estando por lo tanto todos los caminos para otras actividades cerrados,

Stanley permaneció en calma.

Era una suave nevada de cartas. Algunas aterrizaban todavía ardiendo,

saliendo de la columna de fuego crepitante que ya había atravesado el techo

de la Oficina de Correos. Algunas eran cenizas ennegrecidas sobre las que

las chispas corrían burlándose de la tinta moribunda. Algunas, muchas,

habían levantado vuelo sobre la ciudad, intactas, y descendían suavemente

como comunicaciones de alguna clase de dios excesivamente formal.

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Moist se quitó la chaqueta mientras empujaba a través de la multitud.

—Probablemente la gente salió —dijo la Srta. Dearheart, taconeando

tras él.

—¿Lo cree realmente? —dijo Moist.

—¿Realmente? No. No si Gilt lo organizó. Lo siento, no soy muy buena

en ser más reconfortante.

Moist hizo una pausa, y trató de pensar. Las llamas estaban saliendo

por el techo en un extremo del edificio. La puerta principal y todo el costado

izquierdo parecían intactos. Pero el fuego era una cosa furtiva, lo sabía.

Estaba allí y esperaba hasta que abrías la puerta para ver cómo estaba todo,

y entonces el fuego tomaba aliento y tus globos oculares quedaban soldados

a tu cráneo.

—Es mejor que entre —dijo—. Er... ¿No le importaría decir ‘¡No, no, no

lo haga, está siendo demasiado valiente!’, ¿por favor? —añadió. Algunas

personas estaban organizando una cadena de baldes desde una fuente

cercana; sería tan eficaz como escupir al sol.

La Srta. Dearheart cogió una carta en llamas, encendió un cigarrillo con

ella, y dio una calada.

—¡No, no, no lo haga, está siendo demasiado valiente! —dijo—. ¿Cómo

estuvo eso para usted? Pero si lo hace, el costado izquierdo se ve bastante

claro. Tenga cuidado, sin embargo. Hay rumores de que Gilt emplea a un

vampiro. Uno de los salvajes.

—Ah. El fuego los mata, ¿verdad? —dijo Moist, desperado por

considerar el aspecto alegre.

—Mata a todos, Sr. Lipwig —dijo la Srta. Dearheart—. Mata a todos. —

Lo agarró de las orejas y le dio un gran beso sobre la boca. Fue como ser

besado por un cenicero, pero de una buena manera.

—En general, me gustaría que usted saliera de allí —dijo con calma—.

¿Está seguro que no quiere esperar? Los muchachos estarán aquí en un

minuto...

—¿Los golems? ¡Es su día libre!

—Tienen que obedecer su chem, sin embargo. Un fuego significa que

los humanos están en peligro. Lo olerán y estarán aquí en minutos, créame.

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Moist vaciló, mirando su cara. Y la gente lo observaba. No podía no

entrar, no se ajustaría al personaje. ¡Los dioses maldigan a Vetinari!

Sacudió la cabeza, giró, y corrió hacia las puertas. Era mejor no

pensarlo. Era mejor no pensar en que era tan tonto. Tantea la puerta

principal... bastante fresca. Ábrela suavemente... una corriente de aire, pero

ninguna explosión. El gran salón, iluminado por las llamas... pero todo

estaba por encima, y si zigzagueaba y esquivaba podría llegar a la puerta

que conducía al vestuario abajo.

La abrió de una patada.

Stanley levantó la vista de sus sellos.

—Hola, Sr. Lipwig —dijo—. Me mantuve en calma. Pero creo que el Sr.

Groat está enfermo.

El anciano estaba acostado en la cama, y enfermo era una palabra

demasiado optimista.

—¿Qué le pasó? —dijo Moist, levantándolo suavemente. El Sr. Groat no

pesaba nada en absoluto.

—Era como un ave grande, pero lo asusté —dijo Stanley—. Lo golpeé

con un saco de alfileres en la boca. Yo... tenía un Pequeño Momento, señor.

—Bien, eso debió servir —dijo Moist—. Ahora, ¿puedes seguirme?

—Tengo todos los sellos —dijo Stanley—. Y la caja de efectivo. El Sr.

Groat los guarda bajo la cama por seguridad. —El muchacho sonrió—. Y su

sombrero, también. Mantuve la calma.

—Bien hecho, bien hecho —dijo Moist—. Ahora, pégate detrás de mí,

¿de acuerdo?

—¿Y qué pasa con el Sr. Tiddles, Sr. Lipwig? —dijo Stanley, de repente

preocupado. En algún lugar afuera, en el salón, se escuchó un estrépito, y el

crepitar del fuego creció claramente.

—¿Quién? ¿El Sr. Tidd... el gato? Al demonio con... —Moist paró, y

reajustó su boca—. Estará fuera, puedes apostarlo, comiendo una rata

tostada y sonriendo. Vamos, ¿quieres?

—¡Pero es el gato de la Oficina de Correos! —dijo Stanley—. ¡Nunca ha

estado fuera!

Apostaré a que ahora sí, pensó Moist. Pero otra vez había ese borde en

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la voz del muchacho.

—Saquemos al Sr. Groat de aquí, ¿de acuerdo? —dijo, cruzando la

puerta con el anciano en sus brazos—, y luego volveré por Tidd...

Una viga ardiendo cayó al piso a medio camino a través del salón, y

lanzó chispas y los sobres en llamas subían en espiral hacia la llamarada

principal. Rugía, una pared de llamas, una encendida cascada en reversa,

hacia arriba a través de los otros pisos y afuera, a través del techo. Tronaba.

Era un fuego en libertad y haciendo lo mejor posible.

Parte de Moist von Lipwig se sentía feliz al dejar que ocurriera. Pero una

nueva parte problemática estaba pensando: lo estaba haciendo funcionar.

Todo iba hacia adelante. Los sellos estaban realmente funcionando. Era tan

bueno como ser un criminal sin crimen. Había sido divertido.

—¡Vamos, Stanley! —dijo Moist, dando la espalda a la horrible visión y

a la idea fascinante. El muchacho lo siguió, de mala gana, llamando al

maldito gato todo el camino hasta la puerta.

El aire del exterior los golpeó como un cuchillo, pero hubo una ronda de

aplausos de la multitud y luego un destello de luz que Moist había llegado a

relacionar con eventuales problemas.

—¡Fuenas noches, Sr. Lipfig! —dijo la voz alegre de Otto Chriek—.

¡Caramfa, si queremos noticias, todo lo que tenemos que hacer es seguirlo!

Moist lo ignoró y se abrió camino hacia la Srta. Dearheart quien, notó,

no estaba loca de preocupación.

—¿Hay un hospicio en esta ciudad? —preguntó—. ¿Un doctor decente,

incluso?

—Está el Hospital Gratuito Lady Sybil —dijo la Srta. Dearheart.

—¿Es bueno?

—Algunas personas no se mueren.

—Así de bueno, ¿eh? ¡Llévelo allí ahora mismo! ¡Tengo que volver a

entrar por el gato!

—¿Volverá ahí por un gato?

—Es el Sr. Tiddles —dijo Stanley remilgadamente—. Nació en la Oficina

de Correos.

—Mejor no discutir —dijo Moist, girando para irse—. Encárguese del Sr.

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Groat, ¿quiere?

La Srta. Dearheart bajó la mirada hacia la camisa manchada con sangre

del anciano.

—Pero se ve como si alguna criatura hubiera tratado de... —empezó.

—Algo cayó sobre él —dijo Moist, cortante.

—Eso no pudo causar...

—Algo cayó sobre él —dijo Moist—. Eso ocurrió.

Ella lo miró a la cara.

—De acuerdo —dijo—. Algo cayó sobre él. Algo con grandes garras.

—No, una viga con muchos clavos, algo así. Cualquiera puede verlo.

—Eso es lo que ocurrió, ¿verdad? —dijo la Srta. Dearheart.

—Eso es exactamente lo que ocurrió —dijo Moist, y se alejó a grandes

zancadas antes de que hiciera alguna pregunta más.

No tenía ningún sentido involucrar a la Guardia en esto, pensó,

corriendo hacia las puertas. Caminarán pisando fuerte y no tendrán ninguna

respuesta para ellos, y según mi experiencia a los vigilantes siempre les

gusta arrestar a alguien. Lo que te hace pensar que fue Reacher Gilt, Sr...

Lipwig, ¿verdad? Oh, podías saberlo, ¿verdad? Ése es uno de tus talentos,

¿verdad? Cosa graciosa, a veces podemos saberlo, también. Usted tiene una

cara muy familiar, Sr. Lipwig. ¿De dónde es usted?

No, no tenía ningún sentido ser amigables con la Guardia. Podrían

cruzarse en el camino.

Una ventana superior estalló hacia afuera, y las llamas lamieron todo el

borde del techo; Moist buscó refugio en la entrada mientras los vidrios caían

como lluvia. En cuanto a Tiddles... bien, tenía que encontrar al maldito gato.

Si no lo hacía, ya no sería divertido. Si por lo menos no corría el riesgo de

un poquito de vida y apenas un miembro, no podría continuar siendo él.

¿Él acababa de pensar eso?

Oh, dioses. Lo había perdido. Nunca estuvo seguro de cómo lo había

conseguido, pero se había ido. Eso es lo que ocurría si uno recibía un sueldo.

¿Y no le había advertido su abuelo que se mantuviera lejos de mujeres tan

neuróticas como un mono afeitado? En realidad no lo había hecho, siendo su

interés principal los perros y la cerveza, pero debería haberlo hecho.

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La visión del pecho del Sr. Groat seguía golpeando con insistencia

contra su imaginación. Se veía como si algo con garras le hubiera asestado

un golpe, y sólo el grueso abrigo del uniforme había impedido que fuera

abierto como una almeja. Pero eso no sonaba a un vampiro. No eran así de

desordenados. Era un desperdicio de buena comida. Sin embargo, recogió

un trozo de silla destrozada. Estaba bien astillada. Y lo bueno de una estaca

a través del corazón era que también funcionaba con los no-vampiros.

Más techo se había venido abajo en el salón, pero pudo zigzaguear

entre los escombros. La escalera principal estaba en este extremo y

totalmente intacta, aunque el humo estaba tendido sobre el piso como una

alfombra; en el otro extremo del salón, donde habían estado las montañas

de correo viejo, el incendio todavía bramaba.

Ya no podía escuchar a las cartas. Lo siento, pensó. Hice todo lo

posible. No fue mi culpa...

¿Ahora qué? Por lo menos podía sacar su caja de la oficina. No quería

que se quemara. Algunos de esos químicos serían muy difíciles de

reemplazar.

La oficina estaba llena de humo pero sacó a rastras la caja de abajo de

su escritorio y entonces vio el traje dorado sobre su percha. Tenía que

llevarlo, ¿verdad? No podía permitir que algo así se quemara. Podía volver

por la caja, ¿correcto? Pero el traje... el traje era necesario. No había

ninguna señal de Tiddles. Debía haber salido, ¿sí? ¿No dejan los gatos las

embarcaciones que se hunden? ¿O eran las ratas? ¿No seguirían los gatos a

las ratas? De todos modos, el humo estaba subiendo por entre las tablas del

suelo y bajando desde los pisos superiores, y no era momento de estar sin

hacer nada. Había mirado en todas las partes sensatas; no tenía sentido

quedarse donde una tonelada de papel en llamas podía caer sobre tu

cabeza.

Era un buen plan y sólo fue arruinado cuando descubrió al gato, abajo

en el salón. Lo estaba observando con interés.

—¡Tiddles! —bramó Moist. Ojalá no lo hubiera hecho. Era un nombre

estúpido para gritar en un edificio en llamas.

El gato lo miró, y se alejó trotando. Maldiciendo, Moist corrió tras él, y

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lo vio desaparecer abajo en los sótanos.

Los gatos eran brillantes, ¿verdad? Probablemente había otra salida...

con seguridad...

Moist ni siquiera levantó la vista cuando escuchó crujir la madera arriba,

sino que corrió hacia adelante y bajó los peldaños de a cinco por vez. Por el

sonido, una gran cantidad del edificio entero se había estrellado contra el

piso justo detrás de él, y las chispas rugieron por el corredor del sótano,

quemándole el cuello.

Bien, no había ningún regreso, al menos. Pero los sótanos, ahora,

tenían puertillas y tolvas de carbón y cosas, ¿verdad? Y eran frescos y

seguros y...

... justo el lugar donde irías a lamer tus heridas después de que un saco

de alfileres te destrozara la boca, ¿verdad?

Una imaginación es algo terrible de tener.

Un vampiro, había dicho ella. Y Stanley había golpeado ‘un ave grande’

con un saco lleno de alfileres. Stanley el Asesino de Vampiros, con una bolsa

de alfileres. Uno no lo creería, a menos que uno lo hubiera visto uno de los

que el Sr. Groat llamaba sus ‘berrinches’.

Probablemente uno no podía matar a un vampiro con alfileres...

Y después de un pensamiento así es cuando uno se da cuenta de que

sin importar qué tan duro uno trata de mirar atrás, hay un atrás, detrás de

uno, donde uno no está mirando. Moist aplastó la espalda contra la fría

pared de piedra, y se deslizó a lo largo de ella hasta que dejó de ser pared y

se convirtió en entrada.

El pálido brillo azul de la Máquina de Clasificación era apenas visible.

Cuando Moist espió en la habitación de la máquina, Tiddles estaba

visible también. Estaba agachado bajo ella.

—Es una cosa muy de gato lo que estás haciendo allí, Tiddles —dijo

Moist, mirando las sombras—. Ven con tío Moist. ¿Por favor?

Suspiró, y colgó el traje de un estante de cartas viejas, y se agachó.

¿Cómo se supone que uno atrapa a un gato? Nunca lo había hecho. Los

gatos nunca figuraron en las perreras de Lipwigzer del abuelo, excepto como

un refrigerio improvisado.

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Mientras su mano se acercaba a Tiddles, el gato aplanó las orejas y

siseó.

—¿Quieres cocinarte aquí abajo? —dijo Moist—. Sin garras, por favor.

El gato empezó a gruñir, y Moist se dio cuenta de que no estaba

mirando directamente hacia él.

—Buen Tiddles —dijo, sintiendo que el terror empezaba a crecer. Era

una de las reglas principales de exploración en un ambiente hostil: no

molestarse por el gato. Y, d repente, el ambiente era mucho más hostil.

Otra regla importante era: no te des vuelta lentamente para mirar. Está

ahí, de acuerdo. No el gato. Condenado gato. Es otra cosa.

Se enderezó y tomó la estaca de madera con las dos manos. Está justo

detrás de mí, ¿sí?, pensó. ¡Maldito bien maldito justo maldito detrás de mí!

¡Por supuesto que sí! ¿Cómo podían ser las cosas de otra manera?

La sensación del miedo era casi lo mismo que la sensación que tenía

cuando, por decir, un ingenuo estaba examinando un diamante de vidrio. El

tiempo se hacía un poco más lento, cada sentido se agudizaba, y tenía un

sabor a cobre en la boca.

No te des vuelta lentamente. Da la vuelta rápido.

Giró, gritó y clavó. La estaca encontró resistencia, que cedió apenas

ligeramente.

Una larga y pálida cara le sonrió en la luz azul. Mostró hileras de dientes

puntudos.

—Perdí mis dos corazones —dijo el Sr. Gryle, escupiendo sangre.

Moist retrocedió con un salto mientras una delgada mano llena de uñas

cortaba el aire, pero mantuvo la estaca enfrente de él, pinchando,

manteniendo lejos a la cosa...

Banshee, pensó. Oh, demonios...

Sólo cuando se movió, la negra capa de cuero Gryle se corrió a un lado

brevemente para mostrar la esquelética figura debajo; ayudaba si uno sabía

que el cuero negro era un ala. Ayudaba si uno pensaba que la banshee era

la única raza humanoide que había desarrollado la habilidad de volar, en

Page 259: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

alguna selva exuberante de algún lugar donde habían cazado ardillas

voladoras. No ayudaba, mucho, si uno sabía por qué la historia había crecido

tanto que escuchar el grito de una banshee significaba que uno iba a morir.

Significaba que la banshee te estaba rastreando. Inútil mirar atrás.

Estaba encima de tu cabeza.

No había muchas de las salvajes, ni siquiera en Uberwald, pero Moist

conocía el consejo que pasaron las personas que las habían sobrevivido.

Manténgase lejos de la boca... esos dientes son crueles. No ataque el pecho;

los músculos de volar son como una armadura. No son fuertes pero tienen

tendones como cables de acero y el largo alcance de los huesos de esos

brazos significará que puede sacarle la tonta cabeza de un golpe...

Tiddles aulló y retrocedió más bajo la Máquina de Clasificación. Gryle

manoteó hacia Moist otra vez, y lo siguió cuando retrocedió.

... pero sus cuellos se rompen fácilmente si uno puede llegar a esa

distancia, y tienen que cerrar los ojos cuando gritan.

Gryle avanzó, moviendo la cabeza mientras se contoneaba. Moist no

tenía ya dónde ir, de modo que lanzó la madera a un lado y alzó las manos.

—Muy bien, me rindo —dijo—. Sólo hágalo rápido, ¿de acuerdo?

La criatura seguía mirando el traje dorado; tenía el ojo de una urraca

para el brillo.

—Me iré a algún lugar después —dijo Moist, servicial.

Gryle vaciló. Estaba herido, desorientado y había comido palomas que

eran malas para las alas. Quería salir de aquí y volar al fresco cielo. Aquí

todo era demasiado complicado. Había demasiados objetivos, demasiados

olores.

Para una banshee, todo estaba en el salto, cuando los dientes, las

garras y peso del cuerpo, todo, atacaban a la vez. Ahora, perplejo, se

balanceaba adelante y atrás, tratando de enfrentar la situación. No tenía

espacio para volar, ningún otro lugar a dónde ir, la presa estaba parada

allí... instinto, emoción y algún intento de pensamiento racional, todo

golpeaba en la cabeza recalentada de Gryle.

El instinto ganó. Saltar sobre las cosas con las garras por delante había

funcionado por un millón de años, entonces ¿por qué parar ahora?

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Echó la cabeza hacia atrás, gritó, y saltó.

También Moist, escurriéndose bajo los largos brazos. Eso no estaba

programado en las respuestas de la banshee: la presa debía acurrucarse, o

escapar. Pero el hombro de Moist lo golpeó en el pecho.

La criatura era tan liviana como un niño.

Moist sintió que una garra le cortaba el brazo mientras arrojaba a la

cosa sobre la Máquina de Clasificación, y se lanzó al piso. Durante un terrible

momento pensó que iba a levantarse, que le había errado a la rueda, pero

cuando el enfurecido Sr. Gryle se movió se escuchó un sonido como...

... glup...

... seguido por silencio.

Moist se quedó tendido sobre las losas frescas hasta que su corazón

bajó la velocidad al punto donde pudo distinguir los latidos individuales. Era

consciente de que, mientras yacía allí, algo pegajoso goteaba por el costado

de la máquina.

Se puso en pie lentamente, sobre unas piernas inseguras, y miró en

qué se había convertido la criatura. Si hubiera sido un héroe, habría

aprovechado la oportunidad para decir, ‘¡Esto es lo que llamo solucionado!’.

Ya que no era un héroe, vomitó. Un cuerpo no funciona apropiadamente

cuando partes significativas no comparte (comparten) el mismo marco de

espacio-tiempo (ya está aceptada espaciotiempo como palabra, gracias a los

libros de ciencia ficción) que el resto de él, pero se ve más colorido.

Entonces, sujetándose el brazo sangrante, Moist se arrodilló y buscó a

Tiddles bajo la máquina.

Tenía que volver con el gato, pensó aturdido. Era algo que tenía que

ocurrir. Un hombre que corre hacia un edificio en llamas a rescatar a un

estúpido gato y sale cargando al gato es visto como un héroe, incluso si es

uno algo tonto. Si sale sin el gato, es un tonto.

Un trueno amortiguado desde arriba de ellos sugirió que parte del

edificio se había venido abajo. El aire estaba muy caliente.

Tiddles se alejó de la mano de Moist.

—Escucha —gruñó Moist—. El héroe tiene que salir con el gato. El gato

no tiene que estar vivo...

Page 261: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

Se estiró, agarró a Tiddles y arrastró al gato.

—Correcto —dijo, y recogió la percha del traje con la otra mano. Había

algunas gotas de banshee sobre él, pero, pensó aturdido, probablemente

podría encontrar algo para quitarlas.

Salió tambaleante al corredor. Había una pared de fuego en ambos

extremos, y Tiddles escogió ese momento para hundir los cuatro juegos de

garras en su brazo.

—Ah —dijo Moist—. Hasta ahora estaba yendo tan bien...

—¡Sr. Lipvig! ¿Está Usted Bien, Sr. Lipvig?

Lo que los golems quitaban de un fuego era, a decir verdad, el fuego.

Sacaban de una propiedad en llamas todo lo que se estaba quemando. Era

curiosamente quirúrgico. Se reunían en el borde del fuego y le quitaban de

cualquier cosa que se quemara, lo arreaban, lo acorralaban, y lo pisoteaban

hasta la muerte.

Los golems podían caminar a través de la lava y el hierro fundido.

Incluso si sabían qué era el miedo, no lo iban a encontrar en un simple

edificio en llamas.

Escombros encendidos eran quitados de los pasos por agujas

extremadamente calientes. Moist fijó la mirada en un paisaje de llamas pero

también, enfrente de él, en el Sr. Bomba. Estaba anaranjado, reluciente. Las

motas de polvo y tierra sobre su arcilla destellaban y chisporroteaban.

—¡Qué Bueno Verlo, Sr. Lipvig! —rugió alegremente, arrojando una viga

crepitante a un lado—. ¡Hemos Limpiado Un Sendero Hasta La Puerta!

¡Muévase Con Velocidad!

—Er... ¡Gracias! —gritó Moist, por encima del rugido de las llamas.

Había un sendero, limpio de escombros, con la puerta abierta haciéndole

tranquila e imperturbable al final. Lejos, hacia el otro extremo del salón,

otros golems, ajenos a los pilares de llamas, lanzaban con toda calma las

ardientes tablas del suelo a través de un agujero en la pared.

El calor era intenso. Moist bajó la cabeza, abrazó al aterrorizado gato

contra su pecho, sintió que la nuca empezaba a asarse y corrió hacia

adelante.

Desde allí en adelante, todo se volvió un recuerdo. El ruido estrepitoso

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más arriba. El estampido metálico. El golem Anghammarad mirando hacia

arriba, con el mensaje brillando amarillo sobre su brazo rojo cereza. Diez mil

toneladas de agua de lluvia cayendo en una engañosa cámara lenta. El frío

golpeando al golem encendido...

... la explosión...

Las llamas murieron. El sonido murió. La luz murió.

ANGHAMMARAD.

Anghammarad miró sus manos. No había nada ahí excepto calor, calor

de horno, enorme calor que sin embargo hacía las formas de los dedos.

ANGHAMMARAD, repitió una voz hueca.

—He Perdido Mi Arcilla —dijo el golem.

SÍ, dijo Muerte, ESO ES COMÚN. ESTÁ MUERTO. HECHO AÑICOS.

ESTALLÓ EN UN MILLÓN DE PEDAZOS.

—Entonces ¿Quién Es Éste El Que Escucha?

TODO LO QUE HABÍA EN USTED QUE NO ES ARCILLA.

—¿Tiene Un Mandato Para Mí? —dijeron los restos de Anghammarad,

poniéndose de pie.

NO AHORA. HA LLEGADO AL LUGAR DONDE NO HAY MÁS ÓRDENES.

—¿Qué Haré?

CREO QUE USTED NO HA COMPRENDIDO MI ÚLTIMO COMENTARIO.

Anghammarad se sentó otra vez. Aparte del hecho de que bajo sus pies

había arena en vez de fango, este lugar le recordaba la llanura abisal.

EN GENERAL A LAS PERSONAS LES GUSTA SEGUIR ADELANTE, sugirió

Muerte. ESPERAN CON ANSIA UNA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE.

—Me Quedaré Aquí, Por Favor.

¿AQUÍ? NO HAY NADA QUE HACER AQUÍ, dijo Muerte.

—Sí, Lo Sé —dijo el fantasma del golem—. Es Perfecto. Soy Libre.

A las dos de la mañana empezó a llover.

Las cosas podrían haber sido peores. Podrían haber llovido serpientes.

Podría haber llovido ácido.

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Todavía había algún techo, y algunas paredes. Eso significaba que

todavía había algún edificio.

Moist y la Srta. Dearheart se sentaron sobre algunos escombros tibios

fuera del vestuario, que era más o menos la única habitación que todavía

podía ser apropiadamente descrita como tal. Los golems habían pisoteado lo

último del fuego, apuntalaron cosas y luego, sin una palabra, se fueron a no

ser un martillo hasta la puesta de sol.

La Srta. Dearheart sostenía una banda de bronce medio derretida en la

mano, y la giraba una y otra vez.

—Dieciocho mil años —susurró.

—Fue el tanque de agua de lluvia —masculló Moist, mirando hacia la

nada.

—Fuego y agua —farfulló la Srta. Dearheart—. ¡Pero no ambos!

—¿No puede... recocinarlo, o algo? —Sonó sin esperanza incluso

mientras Moist lo decía. Había visto a los otros golems escarbar en los

escombros.

—No quedó lo suficiente. Sólo polvo, mezclado con todo lo demás —dijo

la Srta. Dearheart—. Todo lo que quería era ser útil.

Moist miró los restos de las cartas. La inundación había arrastrado la

lechada negra de sus cenizas a cada esquina.

Todo lo que ellas querían era ser entregadas, pensó. En momentos

como éste, estar sentado sobre el lecho marino durante nueve mil años

parecía muy atractivo.

—Iba a esperar hasta que el universo regresara girando otra vez. ¿Lo

sabía?

—Usted me lo dijo, sí —dijo Moist.

No hay ningún olor más triste que el olor a papel mojado y quemado,

pensó Moist. Significa: el final.

—Vetinari no reconstruirá este lugar, lo sabe —continuó la Srta.

Dearheart—. Gilt hará que las personas hagan un escándalo si lo intenta.

Derroche de reservas de la ciudad. Tiene amigos. Personas que le deben

dinero y favores. Es bueno con ese tipo de personas.

—Fue Gilt quien hizo incendiar este lugar —dijo Moist—. Estaba

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impactado al verme en el restaurante. Pensó que estaría aquí.

—Nunca podrá demostrarlo.

Probablemente no, aceptó Moist, en hueco amargo y afectado por el

humo de su cabeza. La Guardia había aparecido con más velocidad que la

que Moist había encontrado habitual entre los policías de la ciudad. Tenían

un lobizón con ellos. Oh, probablemente la mayoría de la gente habría

pensado que era sólo un perro apuesto, pero si uno crece en Uberwald con

un abuelo que cría perros, uno aprende a descubrir las señales. Éste tenía

un collar, y oliscaba por todas partes mientras las brasas todavía echaban

humo, y encontró algo adicional que olfatear en el manto de cenizas

hirviendo.

Habían cavado abajo, y había sido una embarazosa entrevista. Moist la

había manejado tan bien como pudo, dadas las circunstancias. El punto

clave era nunca decir la verdad. Los polis nunca creían lo que la gente les

decía en todo caso, así que no tenía sentido darles trabajo adicional.

—¿Un esqueleto alado? —había dicho Moist, con lo que seguramente

sonó a genuina sorpresa.

—Sí, señor. Más o menos del tamaño de un hombre, pero muy...

dañado. Incluso podría decir destrozado. Me pregunto si sabe algo de eso. —

Este vigilante era un capitán. Moist no había sido capaz de distinguirlo. Su

cara no decía nada que él no quisiera decir. Algo en él sugería que ya sabía

las respuestas pero que hacía las preguntas por guardar las apariencias.

—¿Era quizás una paloma extra grande? Son verdaderas plagas en este

edificio —había dicho Moist.

—Lo dudo, señor. Creemos que era un banshee, Sr. Lipwig —dijo el

capitán con paciencia—. Son muy raros.

—Pensaba que simplemente gritaban sobre los tejados de las personas

que van a morir —dijo Moist.

—Los civilizados lo hacen, señor. Los salvajes suprimen al hombre. ¿Su

joven dijo que golpeó algo?

—Stanley dijo algo sobre, oh, algo que volaba alrededor —dijo Moist—.

Pero pensé que era sencillamente...

—... una paloma extra grande. Ya veo. ¿Y tiene alguna idea de cómo

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empezó el fuego? Sé que usan lámparas de seguridad aquí dentro.

—Probablemente combustión espontánea en las pilas de cartas, me

temo —dijo Moist, que había tenido tiempo de pensarlo.

—¿Nadie ha estado actuando de manera rara?

—En la Oficina de Correos, capitán, es muy difícil saberlo. Créame.

—¿Ninguna amenaza, señor? ¿Por alguien a quien usted podría haber

molestado, quizás?

—Ninguna en absoluto.

El capitán había suspirado y guardado su libreta.

—Haré que un par de hombres observen el edificio toda la noche, sin

embargo —había dicho—. Bien hecho por salvar al gato, señor. Fue una gran

aclamación la que usted recibió cuando salió. Sólo una cosa, sin embargo,

señor...

—¿Sí, capitán?

—¿Por qué una banshee, o probablemente una paloma gigante, atacaría

al Sr. Groat?

Y Moist pensó: el sombrero...

—No tengo ninguna idea —dijo.

—Sí, señor. Estoy seguro de que no la tiene —dijo el capitán—. Estoy

seguro de que no la tiene. Soy el Capitán Ironfoundersson, (desde los

primeros libros, se lo llama Fundidordehierroson) señor, aunque la mayoría

de la gente me llama Capitán Zanahoria. No vacile en contactarse conmigo,

señor, si algo se le ocurre. Estamos aquí para su protección.

¿Y qué habría hecho usted contra una banshee?, había pensado Moist.

Usted sospecha de Gilt. Bien hecho. Pero las personas como Gilt no se

preocupan por la ley. Nunca la violan, simplemente usan personas que lo

hacen. Y nunca encontrará nada escrito, en ningún lugar.

Justo antes de que el capitán se volviera para irse Moist estaba seguro

de que el lobizón le había hecho un guiño.

Ahora, con la lluvia escurriéndose dentro y siseando donde las piedras

todavía estaban calientes, Moist miró los fuegos. Todavía había muchos de

ellos, donde los golems había amontonado los escombros. Siendo Ankh-

Morpork, la gente de la noche había surgido como la niebla y se reunía

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alrededor de ellos por calor.

Este lugar necesitaría gastar una fortuna. ¿Bien? Él sabía dónde poner

sus manos sobre gran cantidad de dinero, ¿verdad? No tenía mucho uso

para él. Había sido siempre sólo una manera de mantenerse al tanto. Pero

entonces todo esto terminaría, porque pertenecía a Albert Spangler y al

resto de ellos, no a un inocente director de correos.

Se quitó el sombrero dorado y lo miró. Una materialización, había dicho

Pelc. La encarnación humana de un dios. Pero él no era un dios, era sólo un

estafador con un traje dorado, y la estaba había terminado. ¿Dónde estaba

el ángel ahora? ¿Dónde están los dioses cuando uno los necesita?

Los dioses podrían ayudar.

El sombrero destelló a la luz del fuego, y partes del cerebro de Moist

chisporrotearon. No respiró mientras la idea surgía, en caso de que se

atemorizara, pero era tan simple. Y algo en que ningún hombre honesto

habría pensado alguna vez...

—Lo que necesitamos —dijo—, es...

—¿Es qué? —dijo la Srta. Dearheart.

—¡Es música! —declaró Moist. Se puso de pie e hizo bocina con las

manos—. ¡Hey, gente! ¿Ningún ejecutante de banjo ahí? ¿Un violín, tal vez?

Le daré un sello de un dólar, muy coleccionable, a cualquiera que pueda

tocar una melodía de vals. Ya saben, ¿un-dos-tres, un-dos-tres?

—¿Se ha vuelto completamente loco? —dijo la Srta. Dearheart—. Es

evidente que...

Paró, porque un hombre miserablemente vestido había tocado el

hombro de Moist.

—Puedo tocar el banjo —dijo—, y mi amigo Humphrey aquí puede

soplar la armónica un poco mal. Los honorarios serán un dólar, señor.

Moneda, por favor, si es lo mismo para usted, teniendo en cuenta que no sé

escribir y no conozco a nadie que sepa leer.

—Mi encantadora Srta. Dearheart —dijo Moist, sonriéndole de una

manera loca—. ¿Tiene algún otro nombre? ¿Algún sobrenombre o apodo,

algún delicioso y pequeño diminutivo por el que no le moleste ser llamada?

—¿Está borracho? —exigió ella.

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—Por desgracia, —dijo Moist—. Pero me gustaría estarlo. ¿Bien, Srta.

Dearheart? ¡Incluso rescaté mi mejor traje!

Estaba asombrada, pero una respuesta escapó antes de que su cinismo

natural pudiera cerrar la puerta.

—Mi hermano solía llamarme... er...

—¿Sí?

—Asesina —dijo la Srta. Dearheart—. Pero lo decía de una buena

manera. Ni siquiera piense en usarlo.

—¿Y qué me dice de Tacón?

—¿Tacón? Bie-en, podría vivir con Tacón —dijo la Srta. Dearheart—.

También usted. Pero no es momento para bailar...

—Todo lo contrario, Tacón —dijo Moist, sonriendo a la luz de los

fuegos—, es justo el momento. Bailaremos, y luego limpiaremos las cosas y

las tendremos listas para la hora de abrir, haremos que el correo sea

entregado otra vez, ordenaremos la reconstrucción del edificio y tendremos

todo como estaba. Sólo míreme.

—Sabe, quizás sea verdad que trabajar en la Oficina de Correos vuelve

loca a la gente —dijo la Srta. Dearheart—. ¿Exactamente dónde conseguirá

el dinero para reconstruir este lugar?

—Los dioses proveerán —dijo Moist—. Confíe en mí sobre esto.

Ella lo miró como espiándolo.

—¿Habla en serio?

—Mortalmente —dijo Moist.

—¿Va a rezar por dinero?

—No exactamente, Tacón. Ellos reciben miles de oraciones todos los

días. Tengo otros planes. Recuperaremos la Oficina de Correos, Srta.

Dearheart. No tengo que pensar como un policía, o un cartero, o un

secretario. Sólo tengo que hacer las cosas a mi manera. Y entonces haré

quebrar a Reacher Gilt para el fin de semana.

Su boca se convirtió en una O perfecta.

—¿Cómo lo hará exactamente? —logró articular.

—No tengo idea, pero cualquier cosa es posible si puedo bailar con

usted y todavía tener todos los diez dedos de los pies. ¿Bailamos, Srta.

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Dearheart?

Ella estaba asombrada y sorprendida y perpleja, y a Moist von Lipwig le

gustaba eso en una persona. Por alguna razón, se sentía enormemente feliz.

No sabía por qué, y no sabía qué iba a hacer después, pero iba a ser

divertido.

Podía sentir esa vieja sensación electrizante, la que uno siente adentro,

muy profundo, cuando uno está parado ahí mismo enfrente de un banquero

que está examinando cuidadosamente un ejemplo de su mejor trabajo. El

universo contenía la respiración, y luego el hombre sonríe y dice “Muy bien,

Sr. Supuesto Nombre, haré que mi secretario traiga el dinero ahora mismo”.

Era la emoción, no de la cacería, sino la de permanecer quieto, de quedarse

tan calmado, sereno y genuino que, justo durante el tiempo suficiente, uno

podía engañar al mundo y hacerlo girar sobre el dedo. Eran los momentos

por los que vivía, cuando estaba realmente vivo y sus ideas fluían como el

mercurio y hasta el mismo aire chisporroteaba. Más tarde, esa sensación le

presentaría su factura. Por ahora, volaría.

Estaba de nuevo en el juego. Pero, por ahora, a la luz del pasado en

llamas, bailó un vals con la Srta. Dearheart mientras la banda improvisada

tocaba.

Entonces se fue a casa, a la cama, desorientado pero sonriendo de

manera extraña, y subió a su oficina, a la que le faltaba toda una pared, y se

puso religioso como nunca antes lo había estado.

El joven sacerdote de Offler el Dios Cocodrilo estaba algo fuera de

equilibrio (desequilibrado) a las 4 a.m., pero el hombre con el sombrero

alado y el traje dorado parecía saber qué debería estar ocurriendo y por

tanto el sacerdote le seguía la corriente. No era enormemente brillante, por

eso estaba en este turno.

—¿Usted quiere entregar esta carta para Offler? —dijo, bostezando. Un

sobre había sido colocado en su mano.

—Está dirigida a él —dijo Moist—. Y franqueada correctamente. Una

carta elegantemente escrita siempre llama la atención. También he traído

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una libra de salchichas, que creo es lo acostumbrado. Los cocodrilos aman

las salchichas.

—Estrictamente hablando, mire, son las oraciones las que van a los

dioses —dijo el sacerdote, desconfiado. La nave del templo estaba desierta,

a excepción de un hombrecillo con una túnica sucia, barriendo el piso medio

dormido.

—Según entiendo —dijo Moist—, la ofrenda de salchichas llega a Offler

cuando son fritas, ¿sí? ¿Y el espíritu de las salchichas asciende hacia Offler

por medio del olor? ¿Y entonces uno se come las salchichas?

—Ah, no. No exactamente. No en absoluto —dijo el joven sacerdote,

que sabía esto—. Eso podría parecerle al lego, pero, como usted dice, la

verdadera salchichicidad va directo a Offler. Él, por supuesto, come el

espíritu de las salchichas. Nosotros comemos la simple envoltura terrenal, la

que, créame, se vuelve polvo y cenizas en nuestras bocas.

—¿Eso explicaría por qué el olor es siempre mejor que la verdadera

salchicha, entonces? —dijo Moist—. Lo he notado a menudo.

El sacerdote estaba impresionado.

—¿Es usted un teólogo, señor? —dijo.

—Estoy en... una línea de trabajo similar —dijo Moist—. Pero a lo que

estoy llegando es esto: si usted leyera esta carta sería como si el mismo

Offler la estuviera leyendo, ¿tengo razón? ¿A través de sus globos oculares

el espíritu de la carta ascendería a Offler? Y entonces podría darle las

salchichas.

El joven sacerdote miró desesperadamente a su alrededor en el templo.

Era demasiado temprano por la mañana. Cuando tu dios, metafóricamente,

no hace mucho hasta que los bancos de arena se han puesto bien y cálidos,

los sacerdotes superiores tienden a acostarse (por) allí.

—Supongo que sí —dijo de mala gana—. Pero más bien debería esperar

hasta que el Diácono Jones se...

—Estoy bastante apurado —dijo Moist. Hubo una pausa—. He traído un

poco de mostaza de miel (se refiere a la salsa Honey Mustard, hecha CON

mostaza y miel, no DE mostaza de miel, se podría hace una NdelT o dejar

algo como “salsa de mostaza y miel”) —añadió—. El acompañamiento

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perfecto para las salchichas.

De repente, el sacerdote era todo atención.

—¿De qué tipo? —dijo.

—La Mejor Reserva de la Sra. Edith Leakall —dijo Moist, alzando el pote.

La cara del joven se iluminó. Estaba abajo en la jerarquía y recibía

apenas más salchichas que Offler.

—¡Dios, eso es algo costoso! —suspiró.

—Sí, la sugerencia de ajo salvaje lo hace —dijo Moist—. Pero quizás

debería esperar hasta que el Diácono...

El sacerdote agarró la carta y el pote.

—No, no, puedo ver que está con prisa —dijo—. Lo haré ahora mismo.

Es probablemente un pedido de ayuda, ¿sí?

—Sí. Me gustaría que Offler dejara caer la luz de sus ojos y el rayo de

sus dientes sobre mi colega Tolliver Groat, que está en el Hospital de Lady

Sybil —dijo Moist.

—Oh, sí —dijo el acólito, aliviado—, a menudo hacemos esta clase de...

—Y también me gustarían ciento cincuenta mil dólares —continuó

Moist—. Dólares de Ankh-Morpork de preferencia, por supuesto, pero otras

monedas razonablemente sólidas serían aceptables.

Había cierto saltito en su paso cuando Moist regresaba a la ruina de la

Oficina de Correos. Había enviado cartas a Offler, Om y Io el Ciego, todos

dioses importantes, y también a Anoia, a una diosa menor de Cosas Que Se

Atoran En Los Cajones.14 Ella no tenía ningún templo y era manejada por

una sacerdotisa a destajo en Calle Cable (acá, al revés que siempre, se ha

publicado “Cable Street”), pero Moist tenía el presentimiento de que al final

del día Anoia estaría destinada a cosas más altas. Sólo la escogió porque le

gustó el nombre.

14 A menudo, pero no únicamente, un cucharón, pero a veces una espátula metálica o, raramente, una

batidora mecánica de huevos que nadie en la casa siquiera admite haber comprado. El desesperado tironeo y los

gritos de “¿Cómo puede cerrarse con la maldita cosa pero no puedo abrirlo? ¿Quién lo compró? ¿Alguna vez lo

usamos?”, es una oración a Anoia. Ella también come sacacorchos. (N del A)

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Le dejaría más o menos una hora. Los dioses trabajaban rápido,

¿verdad?

La Oficina de Correos no se veía mejor a la gris luz del día.

Aproximadamente la mitad del edificio todavía estaba de pie. Incluso con

lonas impermeables, el área a cubierto era pequeña y húmeda. La gente se

estaba arremolinando, sin saber qué hacer.

Él se los diría.

La primera persona que vio fue George Aggy, caminando hacia él en

una renguera de alta velocidad.

—Cosa terrible, señor, cosa terrible. Vine tan pronto como... —empezó.

—Qué bueno verlo, George. ¿Cómo está la pierna?

—¿Qué? Oh, se siente bien, señor. Brilla en la oscuridad, pero por otro

lado es un gran ahorro en velas. ¿Qué estamos...?

—Usted será mi Suplente mientras el Sr. Groat esté en el hospital —dijo

Moist—. ¿A cuántos carteros puede reunir?

—Alrededor de una docena, señor, ¿pero qué haremos...?

—¡Hacer mover el correo, Sr. Aggy! Eso es lo que haremos. ¡Diga a

todos que la oferta especial de hoy es Pseudopolis por diez peniques,

garantizado! Todos los demás pueden seguir limpiando. Todavía queda algún

techo. Estamos abiertos como de costumbre. Más abiertos que de

costumbre.

—Pero... —Las palabras le faltaron a Aggy, y agitó la mano hacia los

escombros—. ¿Todo eso?

—¡Ni la lluvia ni el fuego, Sr. Aggy! —dijo Moist, cortante.

—No dice eso en el lema, señor —dijo Aggy.

—Lo hará para mañana. Ah, Jim...

El cochero cruzó hasta Moist, su enorme capa de conductor aleteando.

—¡Fue el maldito Gilt, verdad! —gruñó—. ¡Incendio provocado! ¿Qué

podemos hacer por usted, Sr. Lipwig?

—¿Todavía puede hacer un servicio a Pseudopolis hoy? —dijo Moist.

—Sí —dijo Jim—. Harry y los muchachos sacaron todos los caballos tan

pronto olieron el humo, y sólo perdieron un coche. Le ayudaremos,

condenadamente cierto sobre eso, pero el Tronco está funcionando bien.

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Estará malgastando su tiempo.

—Usted provea las ruedas, Jim, y les daré algo para llevar —dijo Moist—

. Tendremos una bolsa para usted a las diez.

—Está muy seguro, Sr. Lipwig —dijo Jim, ladeando la cabeza.

—Un ángel vino y me lo dijo en sueños —dijo Moist.

Jim sonrió.

—Ah, eso será, entonces. Un ángel, ¿eh? Una ayuda muy presente en

tiempos de problemas, o así tengo entendido.

—Así lo creo —dijo Moist, y subió a la cueva con corrientes de aire,

ennegrecida de humo, con sólo tres muros, que era su oficina. Sacudió la

ceniza de la silla, metió la mano en el bolsillo, y puso la carta del Ñu

Fumador sobre su escritorio.

Las únicas personas que podían saber cuándo una torre de clacks se

cortaría debían trabajar en la compañía, ¿correcto? O solían trabajar en ella,

muy probablemente. Ja. Así es cómo sucedían las cosas. Ese banco en Sto

Lat, por ejemplo —nunca habría sido capaz de falsificar esos billetes si ese

torcido secretario no le hubiera vendido ese viejo libro mayor con todas las

firmas. Ése había sido un buen día.

El Gran Tronco no sólo debía hacer enemigos, debía fabricarlos en serie.

Y ahora este Ñu Fumador quería ayudarlo. Señaleros fuera de la ley. Piensa

en todos los secretos que sabrán...

Había mantenido una oreja atenta a las campanadas del reloj, y ya eran

las nueve menos cuarto pasadas. ¿Qué harían? ¿Volar una torre? Pero había

gente trabajando en las torres. Seguramente no...

—¡Oh, Sr. Lipwig!

No es muy frecuente que una gimiente mujer se precipite en una

habitación y se lance hacia un hombre. Nunca antes le había ocurrido a

Moist. Ahora le ocurría, y le pareció un verdadero desperdicio que la mujer

fuera la Srta. Maccalariat.

Caminó tambaleante y se colgó del sobresaltado Moist, las lágrimas

corriendo por su cara.

—¡Oh, Sr. Lipwig! —gimió—. ¡Oh, Sr. Lipwig!

Moist se tambaleó bajo su peso. Estaba colgando tan pesada

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(pesadamente) de su cuello que posiblemente terminara (terminaría) sobre

el piso, y la idea de ser encontrado sobre el piso con la Srta. Maccalariat

era... bien, una idea que no podía ser pensada. La cabeza le estallaría antes

de tenerla.

Tenía una horquilla rosada en su pelo gris. Tenía pequeñas violetas

pintadas a mano en ella. La visión de ella, a una pulgada de los ojos de

Moist, era curiosamente perturbadora.

—Vamos, vamos, cálmese, Srta. Maccalariat, cálmese —farfulló,

tratando de mantener el equilibrio por los dos.

—¡Oh, Sr. Lipwig!

—Sí, efectivamente, Srta. Maccalariat —dijo desesperadamente—. ¿Qué

puedo hacer por...?

—¡El Sr. Aggy dijo que la Oficina de Correos jamás será reconstruida!

¡Dice que Lord Vetinari nunca soltará el dinero! ¡Oh, Sr. Lipwig! ¡Soñé toda

mi vida con trabajar en el mostrador aquí! ¡Mi abuela me enseñó todo,

incluso me hacía practicar chupando limones para conseguir la expresión! Le

he pasado todo a mi hija también. ¡Tiene una voz que quitaría una capa de

pintura! ¡Oh, Sr. Lipwig!

Moist buscó desesperadamente algún sitio donde palmear a la mujer

que no estuviera empapado o afuera de los límites. Se conformó con su

hombro. Real, realmente necesitaba al Sr. Groat. El Sr. Groat sabía cómo

enfrentar cosas así.

—Todo va a estar bien, Srta. Maccalariat —dijo con calma.

—¡Y pobre Sr. Groat! —sollozó la mujer.

—Tengo entendido que va a estar bien, Srta. Maccalariat. Usted sabe

qué dicen del Lady Sybil: algunas personas salen vivas. —Real, realmente lo

espero, añadió para sí. Estoy perdido sin él.

—¡Es todo tan espantoso, Sr. Lipwig! —dijo la Srta. Maccalariat,

decidida a vaciar la amarga taza de la desesperación hasta el final—. ¡Todos

vamos a estar recorriendo las calles!

Moist la sujetó por los brazos y la alejó suavemente, mientras luchaba

contra una imagen mental de la Srta. Maccalariat recorriendo las calles.

—Ahora, escúcheme, la Srta. Mac... ¿Cuál es su nombre, a propósito?

Page 274: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

—Es Iodo, Sr. Lipwig —dijo la Srta. Maccalariat, soplando ruidosamente

en un pañuelo—. A mi padre le gustaba el sonido.

—Bien... Iodo, creo que tendré el dinero para reconstruir al final del día

—dijo Moist. Se ha sonado la nariz en él y, sí, sí, aargh, va a volver a

ponerlo en la manga de su cardigan, oh, dioses...

—Sí, el Sr. Aggy lo dijo, y hay rumores, señor. ¡Dicen que usted envió

cartas a los dioses pidiéndoles dinero! ¡Oh, señor! ¡No es mi lugar decirlo,

señor, pero los dioses no envían dinero!

—Yo tengo fe, Srta. Maccalariat —dijo Moist, enderezándose.

—Mi familia ha sido Anoiana durante cinco generaciones, señor —dijo la

Srta. Maccalariat—. Hacemos sonar los cajones todos los días, y nunca

hemos recibido nada sólido, como podría decir, excepto mi abuelita que

recibió un batidor de huevos que no recordaba haber puesto allí y estamos

seguros de que fue accidente...

—¡Sr. Lipwig! ¡Sr. Lipwig! —alguien gritó—. Dicen los clacks... Oh, lo

siento... —La frase terminó en jarabe.

Moist suspiró, y se volvió hacia el sonriente recién llegado en la entrada

ribeteada de carbón.

—¿Sí, Sr. Aggy?

—¡Hemos escuchado que los clacks se han cortado otra vez, señor! ¡A

Pseudopolis! —dijo Aggy.

—¡Qué desafortunado! —dijo Moist—. Venga, Srta. Maccalariat, venga,

¡Sr. Aggy... movamos el correo!

Había una multitud en lo que quedaba del salón. Como Moist había

notado, los ciudadanos sentían pasión por las cosas nuevas. El correo era

algo viejo, por supuesto, pero era tan viejo que por arte de magia se había

vuelto nuevo otra vez.

Una aclamación le dio la bienvenida a Moist cuando bajó los peldaños.

Darles un espectáculo, siempre darles un espectáculo. Ankh-Morpork

aplaudirá un espectáculo.

Moist se apropió de una silla, se paró encima de ella y puso sus manos

como bocina.

—¡Especial de hoy, damas y caballeros! —gritó por encima del

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estrépito—. El correo para Pseudopolis, rebajado a sólo tres peniques. ¡Tres

peniques! ¡El coche sale a las diez! ¡Y si alguien tiene mensajes de clacks

presentados con nuestros desafortunados colegas de la Compañía del Gran

Tronco, y se preocupa por recuperarlos, los entregaremos sin cargo!

Esto causó una agitación adicional, y varias personas se separaron de la

multitud y se alejaron deprisa.

—¡La Oficina de Correos, damas y caballeros! —gritó Moist—. ¡Nosotros

repartimos! —Se escuchó una aclamación.

—¿Quiere saber algo muy interesante, Sr. Lipwig? —dijo Stanley,

acercándose casi corriendo.

—¿Y qué es eso, Stanley? —dijo Moist, bajándose de la silla.

—¡Estamos vendiendo un montón de los nuevos sellos de un dólar esta

mañana! ¿Y sabe qué? ¡Las personas se están enviando cartas a sí mismas!

—¿Qué? —dijo Moist, perplejo.

—Para que los sellos hayan pasado a través del correo, señor. ¡Eso los

hace verdaderos, mire! Prueba que han sido usados. ¡Los están

coleccionando, ellos, señor! ¡Y se pone mejor, señor!

—¿Cómo podría ponerse mejor que eso, Stanley? —dijo Moist. Bajó la

vista. Sí, el muchacho tenía una camisa nueva que mostraba una imagen del

sello de un penique con la leyenda: Pregúnteme Sobre Sellos.

—¡Sto Lat quiere que Teemer y Spooler les hagan su propio conjunto!

¡Y las otras ciudades están preguntando, también!

Moist tomó nota mental: cambiaremos los sellos a menudo. Y

ofreceremos diseños de sellos a cada ciudad y país en los que podamos

pensar. Todos querrán tener sus propios sellos, antes que ‘lamer la parte

trasera de Vetinari’, y los reconoceremos, también, si reparten nuestro

correo, y el Sr. Spools expresará su gratitud de maneras muy positivas, me

encargaré de eso.

—Lamento lo de tus alfileres, Stanley.

—¿Alfileres? —dijo el muchacho—. Oh, alfileres. Los alfileres son sólo

cosas metálicas puntudas, señor. ¡Los alfileres están muertos!

Y así que progresamos, pensó Moist. Siempre sigue moviéndote. Puede

haber algo detrás de ti.

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Todo lo que necesitamos ahora es que los dioses nos sonrían.

Hmm. Creo que sonreirán un poco más afuera.

Moist salió a la luz del día. La diferencia entre el interior y el exterior de

la Oficina de Correos era menos notable que antes, pero todavía había

mucha gente. Había un par de vigilantes, también. Serían útiles. Ya lo

estaban mirando con desconfianza.

Bien, eso era todo. Iba a ser un milagro. ¡En realidad, condenadamente

bien iba a ser un milagro!

Moist se puso a mirar el cielo, y escuchó las voces de los dioses.

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Capítulo 11

Instrucción para la misión

En la cual Lord Vetinari Aconseja - La Mala Memoria del Sr. Lipwig - Los

Malvados Genios Criminales tienen dificultades para encontrar propiedad - El

Miedo del Sr. Groat a Bañarse, y una Discusión sobre Ropa Interior Explosiva

- El Sr. Pony y sus copias - La Junta debate, Gilt decide - Moist von Lipwig

intenta lo Imposible

Los relojes estaban dando las siete.

—Ah, Sr. Lipwig —dijo Lord Vetinari, levantando la vista—. Muchas

gracias por pasar. Ha tenido un día muy ocupado, ¿verdad? Nudodetambor,

acerca una silla al Sr. Lipwig. La profecía puede ser muy agotadora, creo.

Moist despidió al secretario con un gesto y acomodó su cuerpo dolorido

en una silla.

—Exactamente no decidí pasar —dijo—. Un enorme troll de la Guardia

entró y me agarró por el brazo.

—Ah, para evitar que cayera, no tengo duda —dijo Lord Vetinari, que

estaba examinando detenidamente la lucha entre los trolls de piedra y los

enanos de piedra—. Usted lo acompañó por propia voluntad, ¿verdad?

—Estoy muy pegado a mi brazo —dijo Moist—. Pensé que era mejor

seguirlo. ¿Qué puedo hacer por usted, milord?

Vetinari se levantó y fue a sentarse en la silla detrás de su escritorio,

desde donde contempló a Moist con lo que casi parecía diversión.

—El comandante Vimes me ha dado algunos sucintos informes de los

eventos de hoy —dijo, dejando la figura de troll que sostenía y volviendo

unas pocas hojas de papel—. Comenzando con el tumulto en las oficinas del

Gran Tronco esta mañana la cual, dice, ¿usted instigó...?

—Todo lo que hice fue ofrecer entregar los mensajes de clacks que

Page 278: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

estaban detenidos por la desafortunada falla —dijo Moist—. ¡No esperaba

que los idiotas de su oficina se negaran a devolver los mensajes a sus

clientes! Las personas habían pagado por adelantado, después de todo. Sólo

estaba ayudando a todos en un momento difícil. ¡Y ciertamente no ‘instigué’

a nadie para que golpeara a un oficinista con una silla!

—Por supuesto que no, por supuesto que no —dijo Lord Vetinari—.

Estoy seguro de que usted actuó muy inocentemente y con la mejor de las

intenciones. Pero estoy ansioso por saber lo del oro, Sr. Lipwig. Ciento

cincuenta mil dólares, creo.

—Alguna cantidad no puedo recordar totalmente —dijo Moist—. Fue

todo un poco confuso.

—Sí, sí, imagino que lo fue. ¿Quizás yo pueda aclarar algunos detalles?

—dijo Lord Vetinari—. Alrededor de media mañana, Sr. Lipwig, usted estaba

hablando a las personas fuera de su edificio desafortunadamente destrozado

cuando... —aquí el Patricio echó un vistazo a sus notas—... usted de repente

miró hacia arriba, se cubrió los ojos, cayó de rodillas y gritó, “Sí, sí, gracias,

no lo merezco, oh, glorioso, sean sus dientes mantenidos limpios por las

aves, aleluya, resuenen sus cajones”, y frases similares, para preocupación

general de las personas por allí, y entonces usted se puso de pie con las

manos extendidas y gritó “¡Ciento cincuenta mil dólares, enterrados en un

campo! ¡Gracias, gracias, iré por ellos de inmediato!”. Tras lo cual usted le

arrebató una pala a uno de los hombres que ayudaban a limpiar los

escombros del edificio y empezó a caminar con algún propósito afuera de la

ciudad.

—¿De veras? —dijo Moist—. Todo es un espacio en blanco.

—Estoy seguro de que lo es —dijo Vetinari con felicidad—.

¿Probablemente le sorprenderá mucho saber que varias personas lo

siguieron, Sr. Lipwig? ¿Incluyendo al Sr. Bomba y dos miembros de la

Guardia de la ciudad?

—Santo cielo, ¿lo hicieron?

—Así es. Durante varias horas. Usted se detuvo a rezar en varias

ocasiones. Debemos suponer que fue por la guía que condujo sus pasos, por

fin, a un pequeño bosque entre los campos de col.

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—¿Lo hizo? Me temo que todo es bastante borroso —dijo Moist.

—Tengo entendido que usted cavó como un demonio, de acuerdo con la

Guardia. Y noto que varios testigos reputados estaban ahí cuando su pala

golpeó la tapa del cofre. Tengo entendido que el Times publicará una imagen

en la próxima edición.

Moist no dijo nada. Era la única manera de estar seguro.

—¿Ningún comentario, Sr. Lipwig?

—No, milord, no realmente.

—Hmm. Hace aproximadamente tres horas tuve a los sacerdotes

superiores de tres de las religiones más importantes en esta oficina, junto

con una algo perpleja sacerdotisa a destajo que yo deduzco maneja los

asuntos mundanos de Anoia sobre la base de una agencia. Todos ellos

afirman que fue su dios o diosa quien le dijo dónde estaba el oro. Sucede

que usted no recuerda cuál fue, ¿verdad?

—Más que escuchar la voz, la sentí —dijo Moist con cuidado.

—Entiendo —dijo Vetinari—. A propósito, todos ellos sentían que sus

templos debían recibir un diezmo del dinero —añadió—. Cada uno.

—¿Sesenta mil dólares? —dijo Moist, enderezándose—. ¡Eso no es

correcto!

—Elogio la velocidad de su aritmética mental en su estado de

conmoción. No hay falta de claridad allí, me alegra ver —dijo Vetinari—. Le

aconsejaría que done cincuenta mil, dividido en cuatro partes. Es, después

de todo y de una manera muy pública, positiva e incontrovertible, un

obsequio de los dioses. ¿No es éste un momento para la gratitud reverente?

Hubo una larga pausa, y luego Moist levantó un dedo y logró mostrar,

contra todas las probabilidades, una sonrisa alegre.

—Consejo sensato, milord. Además, un hombre nunca sabe cuándo

podría necesitar una oración.

—Exactamente —dijo Lord Vetinari—. Es menos que lo que exigieron

pero más que lo que esperan, y les señalé que todo el resto del dinero iba a

ser usado para el bien cívico. Va a ser usado para el bien cívico, ¿verdad, Sr.

Lipwig?

—Oh, sí. ¡Efectivamente!

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—Eso está muy bien, ya que actualmente está sentado en las celdas del

comandante Vimes. —Vetinari bajó la mirada al pantalón de Moist—. Veo

que todavía tiene barro por todo su encantador traje dorado, Director de

Correos. ¡Quién habría dicho que todo ese dinero estaba enterrado en un

campo! ¿Y todavía no puede recordar nada sobre cómo llegó allí?

La expresión de Vetinari estaba crispando los nervios de Moist. Usted lo

sabe, pensó. Sé que usted lo sabe. Usted sabe que yo sé que usted lo sabe.

Pero sé que usted no puede estar seguro, no seguro.

—Bien... había un ángel —dijo.

—¿De veras? ¿De alguna clase en clase especial?

—De la clase de la que uno sólo tiene uno, creo —dijo Moist.

—Ah, bueno. Bien, entonces todo parece muy claro para mí —dijo

Vetinari, reclinándose—. No es frecuente que un hombre mortal tenga un

momento de una epifanía tan gloriosa, pero me aseguran los sacerdotes que

tal cosa puede ocurrir, ¿y quién lo sabe mejor que ellos? Cualquiera que

incluso sugiera que el dinero fue de alguna manera... obtenido de algún

modo equivocado tendrá que discutir con algunos sacerdotes muy

turbulentos y también, supongo, encontrar sus cajones de cocina imposibles

de cerrar. Además, usted está donando dinero a la ciudad... —alzó su mano

cuando Moist abrió la boca, y continuó—, es decir, la Oficina de Correos, de

modo que no surge la idea de beneficio privado. No parece haber ningún

propietario del dinero, aunque hasta ahora, por supuesto, a novecientas

treinta y ocho personas les gustaría creer que les pertenece. Así es la vida

en Ankh-Morpork. Así que, Sr. Lipwig, se le instruye que reconstruya la

Oficina de Correos lo antes posible. Las facturas serán cubiertas y, ya que el

dinero es efectivamente un obsequio de los dioses, no habrá ninguna

pérdida sobre nuestros impuestos. Bien hecho, Sr. Lipwig. Muy bien hecho.

No permita que lo demore.

Moist ya tenía la mano sobre el picaporte cuando la voz detrás de él

dijo:

—Sólo una cosa menor, Sr. Lipwig. —Se detuvo.

—¿Sí, señor?

—Se me ocurre que la suma que los dioses tan generosamente han

Page 281: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

creído conveniente otorgarnos, por pura casualidad, es aproximada al

supuesto botín de un conocido criminal, que hasta donde sé nunca ha sido

recuperado.

Moist miró la carpintería enfrente de él. ¿Por qué está este hombre

gobernando sólo una ciudad?, pensó. ¿Por qué no está gobernando el

mundo? ¿Así es como trata a las otras personas? Es como ser una

marioneta. La diferencia es que dispone que uno mueva los propios hilos.

Giró, la cara cuidadosamente inexpresiva. Lord Vetinari había regresado

a su juego.

—¿De veras, señor? ¿Quién era ése, entonces? —dijo.

—Un Albert Spangler, Sr. Lipwig.

—Está muerto, señor —dijo Moist.

—¿Está seguro?

—Sí, señor. Estaba ahí cuando lo colgaron.

—Bien recordado, Sr. Lipwig —dijo Vetinari, moviendo un enano todo el

camino a través del tablero.

¡Maldición, maldición, maldición!, gritó Moist, pero sólo para el consumo

interno.

Había trabajado mucho por ese mon... bien, los bancos y comerciantes

habían trabajado dur... bien, en algún lugar hacia atrás alguien había

trabajado mucho por ese dinero, y ahora un tercio de él había sido... bien,

robado, era la única palabra para eso.

Moist experimentó cierta cantidad de injusta indignación sobre esto.

Por supuesto que le habría dado la mayor parte a la Oficina de Correos,

ése era todo el asunto, pero uno podía construir un ladito (maldito) buen

edificio por mucho menos que cien mil dólares y Moist había esperado algo

para sí mismo.

Sin embargo, se sentía bien. Quizás esto era esa ‘maravillosa y cálida

sensación’ de la que la gente hablaba. ¿Y qué habría hecho con el dinero?

Nunca tuvo tiempo de gastarlo en todo caso. Después de todo, ¿qué podía

comprar un maestro criminal? Había escasez de propiedades de playa con

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verdaderos efluentes de lava cerca de una fuente confiable de pirañas, y el

mundo en realidad no necesitaba de otro Señor Oscuro, no con Gilt

haciéndolo tan bien. Gilt no necesitaba de una torre con diez mil trolls

acampando fuera. Sólo necesitaba de un libro mayor y una mente aguda.

Funcionaba mejor, era más barato y podía salir a divertirse por la noche.

Entregarle todo ese oro a un poli hubiera sido una cosa difícil de hacer,

pero realmente no tenía elección. Los había conseguido de casualidad, de

todos modos. Nadie iba a ponerse de pie y decir que los dioses no hacían

este tipo de cosas. Es cierto, nunca lo habían hecho hasta ahora, pero uno

nunca podía saberlo, con los dioses. Por cierto, había colas fuera de los tres

templos, después de que el Times sacara su edición de la tarde.

Esto había presentado un problema filosófico a los sacerdotes.

Oficialmente estaban en contra de que las personas pusieran tesoros en la

tierra pero, lo tenían que admitir, era siempre bueno tener traseros sobre

los bancos, pies en las huertas sagradas, manos haciendo sonar cajones y

dedos arrastrados dentro de la piscina del cocodrilo bebé. Por lo tanto se

decidieron por una clase de negación con guiño de que podría ocurrir otra

vez mientras sugerían que, bien, uno nunca sabe, inefables son los caminos

de los dioses, ¿eh? Además, los peticionantes parados en la fila con su carta

pidiendo una gran bolsa de efectivo estaban abiertos a la sugerencia de que

ésos más probables de recibir eran los que ya habían dado, y entendían el

mensaje después de que uno los había tocado en la cabeza con el plato de

colecta unas pocas veces.

Incluso la Srta. Extremelia Mume, cuyo pequeño templo multiuso sobre

una oficina de corredores de apuestas en Calle Cable manejaba los asuntos

diarios de varias docenas de dioses menores, estaba haciendo buenos

negocios entre aquellos preparados para apoyar una posibilidad remota.

Había colgado un estandarte sobre la puerta. Decía: Podía Ser USTED.

No podía ocurrir. No debería ocurrir. Pero, uno nunca sabe... esta vez

podría ser.

Moist reconoció esa esperanza. Así había hecho su vida. Uno sabía que

el hombre que dirigía el juego Buscar a la Dama iba a ganar, uno sabía que

las personas en la miseria no vendían anillos de diamante por una fracción

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de su valor, uno sabía que la vida generalmente te ofrecía el extremo

pegajoso del palo, y uno sabía que los dioses no escogían algún tipo

corriente e indigno de la población y le entregaban una fortuna.

Excepto que, esta vez, uno podía estar equivocado, ¿correcto?

Simplemente podía ocurrir, ¿sí?

Y esto era conocido como el más grande de los tesoros, que era la

Esperanza. Era una buena manera de volverse más pobre muy rápidamente,

y quedarse pobre. Podría ser usted. Pero no lo sería.

Ahora Moist von Lipwig se dirigía a lo largo de la Calle Abeja de Ático,

hacia el Hospital Gratuito Lady Sybil. Las cabezas giraban cuando pasaba.

Nunca había faltado de la portada durante días, después de todo. Sólo tenía

que esperar que el sombrero alado y el traje dorado fueran lo último en

decorado; las personas veían el oro, no la cara.

El hospital todavía estaba en construcción, como todos los hospitales,

pero tenía su propia cola en la entrada. Moist lo resolvió ignorándola, y

entrando directamente. Había, en el pasillo principal, unas personas que se

veían como esa clase de personas cuyo trabajo es decir “¡Oiga, usted!”,

cuando otras personas simplemente entran, pero Moist generaba su campo

personal de “Soy demasiado importante para ser detenido” y ellos nunca

lograron soltar las palabras.

Y, por supuesto, en cuanto uno llega más allá de los demonios de la

entrada de cualquier organización, las personas simplemente suponen que

uno tiene el derecho de estar ahí, y te dan instrucciones.

El Sr. Groat estaba en una habitación para él solo; un cartel sobre la

puerta decía «No entre», pero Moist rara vez se preocupaba por ese tipo de

cosas.

El anciano estaba incorporado en cama, con aspecto triste, pero sonrió

tan pronto vio a Moist.

—¡Sr. Lipwig! ¡Usted es una visión para ojos doloridos, señor! ¿Puede

averiguar dónde han escondido mis pantalones? ¡Les dije que estaba en

forma como una pulga, señor, pero fueron y escondieron mis pantalones!

Ayúdeme a salir de aquí antes de que me carguen a otro baño, señor. ¡Un

baño, señor!

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—¿Tienen que cargarlo? —preguntó Moist—. ¿No puede caminar,

Tolliver?

—Sísseñor, pero lucho contra ellos, los peleo, señor. ¿Un baño, señor?

¿De mujeres? ¿Mirando mi trompeta-y-juego de bolos? ¡Yo llamo a eso

desvergüenza! ¡Todos saben que el jabón mata los efluentes naturales,

señor! ¡Oh, señor! ¡Me tienen prisionero, señor! ¡Me hicieron una

pantalonectomía, señor!

—Por favor cálmese, Sr. Groat —dijo Moist con urgencia. La cara del

anciano se había puesto muy roja—. ¿Usted está bien, entonces?

—Sólo un rasguño, señor, mire... —Groat desprendió los botones de su

camisa de dormir—. ¿Ve? —dijo con voz triunfal.

Moist casi se desmayó. El banshee había tratado de hacer un tablero de

ta-te-tí en el pecho del hombre. Otra persona lo había suturado

prolijamente.

—Buen trabajo, les concederé eso —dijo Groat de mala gana—. ¡Pero

tengo que estar en pie y en acción, señor, en pie y en acción!

—¿Está seguro de que está bien? —dijo Moist, mirando el montón de

costras.

—Bien como la lluvia, señor. Les dije, señor, si un banshee no puede

llegar a mí a través de mi protector de pecho, ninguno de sus pequeños y

malditos demonios penetrantes e invisibles van a lograrlo. Apuesto a que

todo está saliendo mal, señor, con Aggy mangoneando a la gente. ¡Apuesto

a que sí! Apuesto a que usted me necesita realmente, ¿correcto, señor?

—Umm, sí —dijo Moist—. ¿Están dándole medicina?

—Ja, lo llaman medicina, señor. Me dieron un montón de bla-bla-bla

sobre que son cosas maravillosas, pero no tienen gusto ni olor, si usted

quiere mi opinión. Dicen que me pondrán bien pero les dije que lo que me

pone bien es el trabajo duro, señor, no estar sentado en el agua jabonosa

con mujeres jóvenes mirando mi sonajero-y-flauta. ¡Y se llevaron mi pelo!

¡Lo llamaron antihigiénico, señor! ¡Qué descaro! Muy bien, se mueve un

poco según su voluntad, pero es sólo natural. He tenido mi pelo un largo

tiempo, señor. ¡Estoy acostumbrado a sus pequeñas manías graciosas!

—¿Qué está ocurriendo aquí? —dijo una voz llena de propiedad herida.

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Moist giró.

Si una de las reglas que deben ser heredadas a un joven es “No quedar

liado con muchachas locas que fuman como un fuelle”, otra debería ser

“Huye de cualquier mujer que pronuncie ‘Qué’ con dos E”.

Esta mujer podría haber sido dos mujeres. Ciertamente tenía la

capacidad cúbica y, ya que estaba vestida completamente de blanco, parecía

un iceberg. Pero más frío. Y con velas. Y con un tocado almidonado hasta

tener filo.

Dos mujeres más pequeñas estaban detrás de ella y a cada lado, en

real peligro de ser aplastadas si ella hacía marcha atrás.

—He venido a ver al Sr. Groat —dijo Moist débilmente, mientras que

Groat farfullaba y empujaba la ropa de cama sobre su cabeza.

—¡Totalmente imposible! ¡Soy la matrona aquí, joven, y debo insistir en

que usted se vaya de inmediato! El Sr. Groat está en una condición

sumamente inestable.

—Me parece que se ve bien —dijo Moist.

Tuvo que admirar la mirada que le lanzó la matrona. Sugería que Moist

acababa de ser encontrado adherido a la suela de su zapato. Le devolvió una

mirada fría.

—¡Joven, su condición es sumamente crítica! —dijo con fuerza—. ¡Me

niego a dejarlo en libertad!

—¡Señora, la enfermedad no es un crimen! —dijo Moist—. ¡Las personas

no son puestas en libertad del hospital, son dadas de baja!

La matrona se enderezó y sacó pecho, y lanzó a Moist una sonrisa

triunfal.

—¡Eso, joven, es lo que tememos!

Moist estaba seguro de que los doctores tenían esqueletos por ahí para

acobardar a los pacientes. Je, je, nosotros sabemos cómo te ves por

debajo... Lo aprobaba, sin embargo. Tenía cierta sensación de

compañerismo. Lugares como el Lady Sybil eran muy raros en estos días,

pero Moist se sentía seguro de que podía hacer una provechosa carrera

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usando una bata blanca, usando largos nombres aprendidos para dolencias

como ‘nariz mocosa’ y mirando con solemnidad cosas en botellas.

Del otro lado del escritorio, un Dr. Lawn -tenía su nombre en una placa

sobre su escritorio, porque los doctores están muy ocupados y no pueden

recordarlo todo- levantó la vista de sus notas sobre Tolliver Groat.

—Fue muy interesante, Sr. Lipwig. Fue la primera vez que alguna vez

tuviera que operar para quitarle la ropa al paciente —dijo—. Por casualidad

no sabe de qué estaba hecha la cataplasma, ¿verdad? Él no nos lo dijo.

—Creo que son capas de franela, grasa de ganso y pudín de pan —dijo

Moist, mirando la oficina a su alrededor.

—¿Pudín de pan? ¿Realmente pudín de pan?

—Aparentemente —dijo Moist.

—¿No algo vivo, entonces? Nos pareció algo de cuero —dijo el médico,

pasando las notas—. Ah, sí, aquí. Sí, sus pantalones fueron sometidos a una

detonación controlada después de que una de sus medias estallara. No

estamos seguros de por qué.

—Los llena con azufre y carbón para mantener frescos sus pies, y

empapa sus pantalones en salitre para evitar los jejenes —dijo Moist—. Es

un gran creyente en la medicina natural, mire. No confía en los doctores.

—¿De veras? —dijo el Dr. Lawn—. Conserva algún vestigio de cordura,

entonces. A propósito, es muy sabio no discutir con el personal de

enfermería. Encuentro que el curso de acción más sabio es lanzar algunos

chocolates en una dirección y salir deprisa en la otra mientras su atención

está distraída. ¿El Sr. Groat cree que cada hombre es su propio médico,

deduzco?

—Hace sus propias medicinas —explicó Moist—. Empieza todos los días

con un cuarto de pinta de ginebra mezclado con espíritus de nitrato, harina

de azufre, enebro y el jugo de una cebolla. Dice que limpia los tubos.

—Santo cielo, estoy seguro de que así es. ¿Humea mucho?

Moist lo consideró.

—No-o. Parece más como vapor —dijo.

—¿Y su conocimiento de la alquimia básica es...?

—Inexistente, hasta donde sé —dijo Moist—. Hace algunos interesantes

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caramelos para la tos, sin embargo. Después de haberlos chupado durante

dos minutos, puede sentir que le sale la cera de las orejas. Pinta sus rodillas

con alguna clase de compuestos de yodo y...

—¡Suficiente! —dijo el doctor—. Sr. Lipwig, hay momentos cuando

nosotros humildes practicantes del arte de la medicina tenemos que

ponernos a un lado, asombrados. A una distancia bastante larga, en el caso

del Sr. Groat, y preferentemente detrás de un árbol. Lléveselo, por favor.

Tengo que decir que contra todas las probabilidades lo encontré

asombrosamente sano. Casi puedo ver por qué un ataque de un banshee

sería tan fácilmente contrarrestado. De hecho, el Sr. Groat es

probablemente no asesinable por cualquier medio normal, aunque le

aconsejo que no le permita dedicarse al tap dance (a bailar tap). Oh, y tome

su peluca, ¿quiere? Tratamos de ponerla en una alacena, pero se salió.

Enviamos la factura a la Oficina de Correos, ¿verdad?

—Pensé que decía ‘Hospital Gratuito’ en el cartel —dijo Moist.

—En general, sí, en general —dijo el Dr. Lawn—. Pero ésos a los que los

dioses han otorgado tantos favores -ciento cincuenta mil de ellos, escuché-

probablemente han tenido toda la caridad que necesitan, ¿hmm?

Y todo está sentado en las celdas de la Guardia, pensó Moist. Metió la

mano en su chaqueta y sacó un montón arrugado de verdes sellos de un

dólar de Ankh-Morpork.

—¿Recibirá de éstos? —dijo.

La imagen de Tiddles cargado hacia afuera de la Oficina de Correos por

Moist von Lipwig fue, ya que se trataba de un animal, considerada llena de

interés humano por el Times y por lo tanto era exhibida de manera

prominente sobre la portada.

Reacher Gilt la miró sin exhibir apenas una chispa de la emoción.

Entonces releyó la historia junto a ella, bajo los titulares:

HOMBRE SALVA A GATO

«¡La Reconstruiremos Aun Más Grande!» Jura Mientras Se Incendia La

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Oficina De Correos

150.000 Obsequio De Los Dioses

Una ola de cajones atascados azota la ciudad

—Se me ocurre que el editor del Times debe a veces lamentarse de

tener sólo una portada —observó con sequedad.

Escuchó un sonido desde los hombres sentados alrededor de la gran

mesa en la oficina de Gilt. Era la clase de sonido que uno escucha cuando las

personas realmente no se están riendo.

—¿Piensa que tiene a los dioses de su lado? —dijo Greenyham.

—Apenas lo imagino —dijo Gilt—. Debe haber sabido dónde estaba el

dinero.

—¿Eso cree? Si yo supiera dónde había tanto dinero no lo dejaría en el

suelo.

—No, usted no lo haría —dijo Gilt con tranquilidad, de una manera tal

que Greenyham se sintió ligeramente incómodo.

—¡Doce y medio por ciento! ¡Doce y medio por ciento! —gritó Alphonse,

saltando arriba y abajo en su percha.

—¡Nos han hecho parecer tontos, Reacher! —dijo Stowley—. ¡Él sabía

que la línea se cortaría ayer! ¡También debe tener una guía divina! Ya

estamos perdiendo el tráfico local. Cada vez que tenemos un apagón puede

apostar a que sacará un coche por absoluta maldad. No hay nada ante lo

que el maldito hombre se acobarde. ¡Ha convertido a la Oficina de Correos

en un... un espectáculo!

—Tarde o temprano todos los circos se van de la ciudad —dijo Gilt.

—¡Pero se está riendo de nosotros! —insistió Stowley—. ¡Si el Tronco se

corta otra vez lo creo muy capaz de enviar un coche a Genua!

—Eso tomaría semanas —dijo Gilt.

—Sí, pero es más barato y llega. Es lo que él dirá. Y lo dirá en voz alta

también. Tenemos que hacer algo, Reacher.

—¿Y qué sugiere?

—¿Por qué simplemente no gastamos un poco de dinero y tenemos

algún mantenimiento hecho de manera correcta?

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—Usted no puede —dijo una nueva voz—. No tiene los hombres.

Todas las cabezas se volvieron hacia el hombre en el otro extremo de la

mesa. Tenía una chaqueta sobre su overol y un muy maltratado sombrero

bombín sobre la mesa a su lado. Su nombre era Sr. Pony, y era el ingeniero

en jefe del Tronco. Había venido con la compañía, y se había quedado,

porque a la edad de cincuenta y ocho, con punzadas en los nudillos, una

esposa enferma y una espalda mala, uno piensa dos veces en grandiosos

gestos como salir violentamente. No había visto un clacks desde hacía tres

años, cuando fue fundada la primera compañía, pero era metódico y la

ingeniería era ingeniería.

Actualmente su mejor amigo en el mundo era su colección de copias

rosas. Había hecho todo lo posible, pero no iba a pagar el pato cuando este

montón se viniera bajo finalmente y sus copias rosas le asegurarían que él

no. Papel blanco de nota al presidente, copia amarilla al archivo, copia rosa

que uno guardaba. Nadie podía decir que no les había advertido.

Una pila de dos pulgadas de las más recientes copias estaba fijada a su

tablilla. Ahora, sintiéndose como un dios mayor inclinándose a través de las

nubes de algún Armagedón y tronando: "¿No se los dije? ¿No les advertí?

¿Ustedes me escucharon? ¡Demasiado tarde escuchar ahora!”, puso una voz

de tensa paciencia.

—Tengo seis equipos de mantenimiento. Tenía ocho la semana pasada.

Le envié una nota sobre eso, tengo las copias aquí mismo. Deberíamos tener

dieciocho equipos. La mitad de los muchachos necesitan ser enseñados a

medida que trabajan, y no tenemos tiempo para enseñar. En los viejos días

instalaríamos torres ambulantes para tomar la carga y no tenemos hombres

ni siquiera para hacerlo ahora...

—De acuerdo, toma tiempo, lo comprendemos —dijo Greenyham—.

Cuánto tiempo tomará si usted... contrata más hombres y hace trabajar a

estas torres ambulantes y...

—Usted me hizo despedir a muchos de los diestros —dijo Pony.

—No los despedimos. Los ‘dejamos ir’ —dijo Gilt.

—Nosotros... redujimos de tamaño —dijo Greenyham.

—Parece que tuvo éxito, señor —dijo Pony. Sacó un cabo de lápiz de un

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bolsillo y una libreta sucia del otro.

—¿Lo quieren rápido o barato o bueno, caballeros? —dijo—. Por la

manera en que están las cosas, sólo puedo darles una de tres...

—¿Qué tan pronto podemos tener el Gran Tronco funcionando

apropiadamente? —dijo Greenyham, mientras Gilt se reclinaba y cerraba los

ojos.

Los labios de Pony se movieron mientras pasaba los ojos sobre las otras

figuras.

—Nueve meses —dijo.

—Supongo si nos ocupamos de trabajar duro nueve meses de

funcionamiento irregular no parecerá demasiado... —empezó el Sr. Stowley.

—Nueve meses sin funcionar —dijo el Sr. Pony.

—¡No sea tonto, hombre!

—No soy tonto, señor, muchas gracias —dijo Pony, cortante—. Tendré

que encontrar y entrenar nuevos trabajadores, porque muchos de la vieja

brigada no volverán sin importar qué les ofrezca. Si cerramos las torres

puedo usar a los señaleros; por lo menos conocen su trabajo alrededor de

una torre. Podemos tener más trabajo hecho (rápidamente) si no tenemos

que arrastrar torres ambulantes e instalarlas. Haga un inicio limpio. Para

empezar, las torres nunca fueron construidas tan bien. Dearheart nunca

esperó este tipo de tráfico. Nueve meses de torres a oscuras, señores.

Quería decir, oh, cómo quería decir: artesanos. ¿Saben qué significa esa

palabra? Significa hombres con algún orgullo, que se hartan y se van cuando

les dicen que hagan un trabajo deficiente y con prisa, sin importar cuánto les

pague. De modo que ahora estoy empleando gente (común) como

‘artesanos’ y apenas serían adecuados para barrer un taller. Pero a usted no

le importa, porque si no sacan lustre a una silla con su trasero todo el día

piensa que un hombre que ha hecho un aprendizaje de siete años es lo

mismo que algún imbécil en el que no se puede confiar que tome un martillo

por el extremo correcto. No lo dijo en voz alta, porque aunque un hombre de

edad probablemente tiene mucho menos futuro que un hombre de veinte, es

mucho más cuidadoso con él...

—¿No puede hacer nada mejor que eso? —dijo Stowley.

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—Sr. Stowley, lo estaré haciendo bien si sólo toma nueve meses —dijo

Pony, enfocando otra vez—. Si usted no quiere cerrar puedo hacerlo en un

año y medio tal vez, si puedo encontrar hombres suficientes y usted está

listo para gastar suficiente dinero. Pero tendrá cortes todos los días. Será un

funcionamiento rengo, señor.

—¡Este hombre von Lipwig caminará sobre nosotros en nueve meses! —

dijo Greenyham.

—Lamento eso, señor.

—¿Y cuánto costará? —preguntó Gilt con tono soñador, sin abrir los

ojos.

—De una u otra manera, señor, calculo que tal vez doscientos mil —dijo

Pony.

—¡Eso es ridículo! ¡Pagamos menos que eso por el Tronco! —explotó

Greenyham.

—Sí, señor. Pero, mire, tenía que hacer mantenimiento todo el tiempo,

señor. Las torres se han ido desgastando. Hubo ese gran vendaval allá en

Sektober y todos esos problemas en Uberwald. No tengo los recursos

humanos. Si no hace mantenimiento, pronto una pequeña falla se convierte

en una grande. Les envié (acá debería ir una coma)caballeros (acá debería ir

otra coma) un montón de informes, señor. Y usted recortó mi presupuesto

dos veces. Puedo decir que mis muchachos hicieron maravillas con...

—Sr. Pony —dijo Gilt, con tranquilidad—, creo que lo que puedo ver

aquí es un conflicto de culturas. ¿Le molestaría pasar a mi estudio, por

favor? Igor le hará una taza de té. Muchas gracias.

Cuando Pony se fue, Greenyham dijo:

—¿Sabe qué me preocupa ahora mismo?

—Cuéntenos —dijo Gilt, cruzando sus manos a través de su costoso

chaleco.

—El Sr. Tendencioso no está aquí.

—Se ha disculpado. Dice que tiene asuntos importantes —dijo Gilt.

—¡Somos sus clientes más grandes! ¿Qué es más importante que

nosotros? ¡No, no está aquí porque quiere estar en algún otro lugar! El

maldito viejo zombi intuye los problemas y nunca está ahí cuando todo sale

Page 292: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

mal. ¡Tendencioso siempre sale oliendo a rosas!

—Es por lo menos más fragante que su habitual formaldehído —dijo

Gilt—. No entren en pánico, caballeros.

—Alguien lo hizo —dijo Stowley—. ¡No me diga que el fuego fue

accidental! ¿Lo fue? ¿Y qué le pasó al pobre y viejo Gordo Horsefry, eh?

—Cálmense, mis amigos, cálmense —dijo Gilt. Son sólo banqueros de

comercio, pensó. No son cazadores, son traperos. No tienen ninguna visión.

Esperó hasta que se tranquilizaron y lo contemplaron con esa mirada

extraña y algo aterrorizada con que los hombres ricos miran cuando piensan

que pueden estar en peligro de convertirse en hombres pobres.

—Esperaba algo así —dijo—. Vetinari quiere hostigarnos, eso es todo.

—Reacher, usted sabe que estaremos en grandes problemas si el

Tronco deja de funcionar —dijo Nutmeg—. Algunos de nosotros tenemos...

deudas de servicio. Si el Tronco falla para siempre entonces la gente... hará

preguntas.

Oh, esas pausas, pensó Gilt. Desfalco es una palabra tan difícil.

—Muchos de nosotros tuvimos que trabajar muy duro para conseguir el

efectivo —dijo Stowley.

Sí, mantener una cara seria enfrente de sus clientes debe ser difícil,

pensó Gilt. En voz alta, dijo:

—Pienso que tenemos que pagar, caballeros. Pienso que sí.

—¿Doscientos mil? —dijo Greenyham—. ¿Dónde piensa que podemos

conseguir esa cantidad de dinero?

—Usted lo consiguió antes —murmuró Gilt.

—¿Y qué se supone que significa eso, rezar? —dijo Greenyham, con

apenas demasiada indignación.

—El pobre Crispin vino a verme la noche antes de morir —dijo Gilt, tan

calmado como seis pulgadas de nieve—. Parloteaba cosas, oh, toda clase de

cosas locas. Apenas vale la pena repetirlas. Pienso que creía que había gente

tras él. Sin embargo, insistió en dejarme un pequeño libro mayor. Huelga

decir (que) está a salvo con llave.

La habitación quedó en silencio, su silencio se volvió más profundo y

más caliente por varios hombres desesperados pensando duro y rápido.

Page 293: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

Eran, por sus propios estándares, hombres honestos, en lo que respecta a

que sólo hacían lo que sabían o sospechaban que todos los demás hacían y

nunca había sangre visible, pero justo ahora eran hombres muy lejos sobre

un mar congelado que acababan de escuchar crujir el hielo.

—Con firmeza sospecho que será un poco menos que doscientos mil —

dijo Gilt—. Pony sería un tonto si no dejara un margen.

—Usted no nos advirtió sobre esto, Reacher —dijo Stowley, con

resentimiento.

Gilt agitó las manos.

—¡Debemos especular para acumular! —dijo—. ¿La Oficina de Correos?

Engaño y juego de manos. Oh, von Lipwig es un hombre de ideas, pero eso

es todo. Ha hecho ruido, pero no tiene resistencia a largo plazo. Sin

embargo según resulta nos hará un favor. ¡Tal vez hemos sido... un poco

petulantes, un poco negligentes, pero hemos aprendido nuestra lección!

Espoleados por la competencia vamos a invertir varios cientos de miles de

dólares...

—¿Varios cientos? —dijo Greenyham.

Gilt le hizo un gesto para que se callara, y continuó:

—... varios cientos de miles de dólares en una puesta a punto

sistemática, estimulante, relevante y excitante de nuestra organización

entera, concentrándonos en nuestras capacidades centrales mientras

mantenemos una atenta y máxima cooperación con las comunidades que

tenemos el orgullo de servir. Nos damos cuenta completamente de que

nuestros enérgicos intentos de movilizar la defectuosa infraestructura que

heredamos han sido menos que totalmente satisfactorios, y esperamos y

confiamos que nuestros valiosos y leales clientes soportarán con nosotros en

los meses venideros mientras interactuamos sinergísticamente cambiando la

dirección en nuestra lucha por conseguir la excelencia. Ésa es nuestra

misión.

Siguió un silencio impresionado.

—Y por lo tanto, nos recuperamos —dijo Gilt.

—Pero usted dijo varios cient...

Gilt suspiró.

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—Dije eso —dijo—. Confíen en mí. Es un juego, caballeros, y un buen

jugador es el que puede volver una mala situación en ventaja. Los he traído

hasta aquí, ¿verdad? Un poco de efectivo y la actitud correcta nos llevarán el

resto del camino. Estoy seguro de que ustedes pueden encontrar algo más

de dinero —añadió—, de algún sitio que no será extrañado.

Esto no era silencio. Era más allá del silencio.

—¿Qué está sugiriendo? —dijo Nutmeg.

—Desfalco, robo, abuso de confianza, apropiación de reservas... La

gente puede ser tan cruel —dijo Gilt. Abrió los brazos otra vez y una gran

sonrisa amigable surgió como el sol a través de nubes de tormenta—.

¡Caballeros! ¡Lo comprendo! El dinero fue hecho para trabajar, moverse,

crecer, no para estar encerrado en alguna bóveda. Creo que el pobre Sr.

Horsefry no lo comprendía realmente. Tenía tanto en su mente, tipo pobre

(pobre tipo). Pero nosotros... somos hombres de negocios. Comprendemos

estas cosas, mis amigos.

Examinó las caras de los hombres que ahora sabían que estaban

montando un tigre. Había sido un buen paseo hasta aproximadamente una

semana atrás. No era un caso de no poder salir. Podían salir. Ése no era el

problema. El problema era que el tigre sabía dónde vivían.

Pobre Sr. Horsefry... habían corrido rumores. A decir verdad eran

totalmente rumores sin fundamento, porque el Sr. Gryle era excesivamente

bueno en su trabajo cuando no involucraba palomas, se había movido como

una sombra con garras y, mientras había dejado un apagado olor, había sido

ocultado por la sangre. En la nariz de un lobizón, la sangre mata todo. Pero

el rumor se alzó en las calles de Ankh-Morpork como la niebla de un

basurero.

Y entonces se le ocurrió a uno o dos de la junta que el jovial ‘mis

amigos’ en boca de Reacher Gilt, tan generoso con sus invitaciones, sus

pequeños trucos, su consejo y su champaña, estaba empezando, con sus

armónicos y dobles notas, a sonar exactamente como la palabra ‘amigo’ en

boca de un hombre en un callejón que estaba ofreciendo cirugía estética con

una botella rota a cambio de no recibir ningún dinero. Por otro lado, hasta

ahora habían estado seguros; tal vez valía la pena seguir al tigre hasta la

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presa. Mejor seguir los talones de la bestia que ser su presa...

—Y ahora me doy cuenta de que inexcusablemente les estoy alejando

de sus camas —dijo Gilt—. Buenas noches tengan ustedes, caballeros.

Pueden dejarme todo sin peligro. ¡Igor!

—Ssí, amo —dijo Igor, detrás de él.

—Conduce a estos caballeros afuera, y pide al Sr. Pony que entre.

Gilt los observó salir con una sonrisa de satisfacción, que se convirtió en

una cara brillante y feliz cuando Pony entró.

La entrevista con el ingeniero fue de este modo:

—Sr. Pony —dijo Gilt—, estoy muy complacido de decirle que la Junta,

impresionada por su dedicación y el duro trabajo que usted ha estado

poniendo, ha votado por unanimidad incrementar su sueldo en quinientos

dólares por año.

Pony se alegró.

—Muchas gracias, señor. Eso indudablemente vendrá...

—Sin embargo, Sr. Pony, como parte de la dirección de la Compañía del

Gran Tronco -y pensamos que usted es parte del equipo- debemos pedirle

que tenga en mente nuestro flujo de fondos. No podemos autorizar más de

veinticinco mil dólares para las reparaciones de este año.

—¡Eso es apenas setenta dólares por torre, señor! —protestó el

ingeniero.

—¡Vaya! ¿Lo es realmente? Les dije que usted no lo aceptaría —dijo

Gilt—. El Sr. Pony es un ingeniero íntegro, les dije. ¡No aceptará un penique

menos que cincuenta mil, les dije!

Pony se veía acosado.

—Realmente no podría hacer un buen trabajo, señor, ni siquiera por

eso. Podría poner algunos equipos de torres ambulantes ahí afuera, sí, pero

la mayoría de las torres de montaña están viviendo tiempo prestado como

están...

—Estamos contando con usted, George —dijo Gilt.

—Bien, supongo... ¿Podríamos tener la Hora de los Muertos otra vez,

Sr. Gilt?

—Realmente deseo que no use ese término fantasioso —dijo Gilt—.

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Realmente no da la imagen correcta.

—Lo lamento, señor —dijo Pony—. Pero todavía lo necesito.

Gilt repicó los dedos sobre la mesa.

—Está pidiendo mucho, George, realmente lo está. Estamos hablando

sobre el flujo de la renta. La Junta no estará muy contenta conmigo si yo...

—Pienso que tengo que insistir, Sr. Gilt —dijo Pony, mirándose los pies.

—¿Y qué podría entregar usted? —dijo Gilt—. Es lo que la Junta querrá

saber. Me dirán: Reacher, estamos dando al viejo y bueno de George todo lo

que pide; ¿qué recibiremos a cambio?

Olvidando por el momento que era un cuarto de lo que había pedido, el

viejo y bueno de George dijo:

`Bien, podíamos remendarlas todo alrededor y poner algunas de las

torres realmente tambaleantes en algún tipo de orden, especialmente las 99

y 201... Oh, es que hay tanto para hacer...

—¿Y eso, por ejemplo, nos daría un año de servicio razonable?

El Sr. Pony luchó valientemente contra el temor permanente de un

ingeniero de comprometerse con algo, y logró decir:

—Bien, si no perdemos demasiado personal, y el invierno no es

demasiado malo, pero por supuesto siempre hay...

Gilt hizo sonar sus dedos.

—¡Maldición, George, me ha convencido! ¡Le diré a la Junta que lo estoy

apoyando y al infierno con ellos!

—Bien, eso es muy amable de su parte, señor, por supuesto —dijo

Pony, perplejo—, pero es sólo empapelar las grietas, realmente. Si no

tenemos una importante reconstrucción sólo estaremos amontonando aún

más problemas para el futuro...

—¡En un año más o menos, George, puede proponer cualquier plan que

le guste enfrente de nosotros! —dijo Gilt, con jovialidad—. ¡Su destreza e

ingenio serán la reserva de la compañía! Ahora, sé que es un hombre

ocupado y no debo retenerlo. ¡Vaya y lleve a cabo los milagros de la

economía, Sr. Pony!

El Sr. Pony salió tambaleante, orgulloso, desconcertado y lleno de

temor.

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—Tonto viejo —dijo Gilt; bajó la mano y abrió el cajón inferior de su

escritorio. Sacó una trampa de osos, que cargó con un poco de esfuerzo, y

luego se paró en medio del piso dándole la espalda—. ¡Igor! —llamó.

—Ssí,`sseñor —dijo Igor, detrás de él. Se escuchó un ‘snap’—. Creo que

essto ess ssuyo, sseñor —añadió Igor, entregando a Gilt la trampa

descargada. Gilt bajó la vista. Las piernas del hombre parecían intactas.

—¿Cómo pudo...? —empezó.

—Oh, nossotross loss Igor no ssomoss exstrañoss a amoss con mente

inquissitiva, sseñor —dijo Igor, en tono lúgubre—. Uno de miss caballeross

ssolía pararsse de esspaldass a un pozso bordeado con esstacass, sseñor.

Oh, cómo noss reíamoss, sseñor.

—¿Y qué ocurrió?

—Un día sse olvidó y caminó en él. Hable de la rissa, sseñor.

Gilt se rió también, y volvió a su escritorio. Le gustaba esa clase de

bromas.

—Igor, ¿dirías que estoy loco? —dijo.

Se supone que los Igor no le mienten a un empleador. Es parte del

Código de los Igor. Igor se refugió en una estricta honestidad lingüística.

—No me encontraría capazs de decsir esso, sseñor —dijo.

—Debo estarlo, Igor. Eso o todos los demás lo están —dijo Gilt—.

Quiero decir, les muestro lo que hago, les muestro que las cartas están

marcadas, les cuento qué soy... y se codean unos a otros y sonríen, y cada

uno de ellos piensa de sí mismo una y otra vez que es un buen tipo que está

haciendo negocios conmigo. Tiran buen dinero a la basura. Ellos se creen

operadores listos, y sin embargo se ofrecen como pequeños corderos. Cómo

adoro ver sus expresiones cuando piensan que están siendo astutos.

—Efectivamente, sseñor —dijo Igor. Se estaba preguntando si ese

trabajo en el nuevo hospital todavía estaría disponible. Su primo Igor ya

estaba trabajando allí y le había dicho que era maravilloso. ¡A veces uno

tenía que trabajar toda la noche! Y uno recibía una bata blanca, todos los

guantes de goma que uno podía comer y, más que nada, uno era

resspetado.

—Es tan... básico —dijo Gilt—. Uno hace dinero cuando se viene abajo,

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uno hace dinero levantándolo otra vez, uno incluso podría hacer un poco de

dinero administrándolo, entonces uno se vende a uno mismo cuando se

desploma. Sólo los contratos valen una fortuna. Ponle sus nueces a

Alphonse, ¿quieres?

—¡Doce y medio por ciento! ¡Doce y medio por ciento! —dijo la cacatúa,

caminando arriba y abajo en la percha con excitación.

—Csiertamente, sseñor —dijo Igor, sacando una bolsa de su bolsillo y

avanzando con cautela. Alphonse tenía un pico como un par de podadoras.

O tal vez intentar el trabajo veterinario como mi otro primo Igor, pensó

Igor. Ésa era una buena área tradicional, por supuesto. Lástima toda esa

publicidad cuando el hámster se abrió camino destrozando su cinta rodante

y se comió la pierna de ese hombre antes de salir volando, pero eso era el

Progresso para usted. Lo importante era salir antes de que la turba llegara.

Y cuando tu jefe empezaba a decir al aire qué bueno era, ése era el

momento.

—La Esperanza es la maldición de la humanidad, Igor —dijo Gilt,

poniendo las manos detrás de su cabeza.

—Puede sser, sseñor —dijo Igor, tratando de evitar el horrible pico

curvado.

—El tigre no espera atrapar a su presa, ni la gacela espera librarse de

las garras. Ellos corren, Igor. Sólo importa correr. Todo lo que saben es que

deben correr. Y ahora debo ir con esas buenas personas del Times, para

contarle a todos sobre nuestro nuevo futuro brillante. Lleva el coche afuera,

¿quieres?

—Csiertamente, sseñor. Si me exscussa, iré por otro dedo.

Creo que regresaré a las montañas, pensó mientras bajaba al sótano.

Por lo menos un monstruo allí tiene la decencia de verse como uno.

Las llamas alrededor de las ruinas de la Oficina de Correos hacían la

noche brillante. Los golems no lo necesitaban, pero los agrimensores sí.

Moist había logrado un buen acuerdo allí. Los dioses habían hablado,

después de todo. A una empresa no le haría daño en absoluto estar

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relacionada con esta ave fénix de edificio.

En la parte que todavía estaba en pie, apuntalada y con lonas, la Oficina

de Correos —o sea, las personas que eran la Oficina de Correos— trabajaban

en la noche. En verdad, no había lo bastante para que todos lo hicieran,

pero aparecieron de todos modos, para hacerlo. Era esa clase de noche. Uno

tenía que estar ahí para después poder decir “... y yo estaba allí, esa misma

noche...”

Moist sabía que debía dormir un poco, pero también tenía que estar ahí,

vivo y animado. Era... asombroso. Le escuchaban, hacían cosas para él,

corrían por todas partes como si fuera un verdadero líder y no un tramposo

y un farsante.

Y estaban las cartas. Oh, las cartas dolían. Venían más y más, y

estaban dirigidas a él. Las noticias habían corrido alrededor de la ciudad.

¡Estaba en el periódico! ¡Los dioses escuchaban a este hombre!

... entregaremos a los mismos dioses...

Era el hombre con el traje dorado y el sombrero alado. Habían hecho de

un timador el mensajero de los dioses, y sobre su escritorio carbonizado se

apilaba la suma de todas sus esperanzas y miedos... con mala puntuación,

verdad, y en lápiz borroso o en tinta gratuita de la Oficina de Correos, que

habían farfullado a través del papel en la urgencia de escribir.

—Piensan que usted es un ángel —dijo la Srta. Dearheart, que estaba

sentada del otro lado del escritorio y le ayudaba a clasificar las patéticas

peticiones. Cada media hora más o menos, el Sr. Bomba subía algunas más.

—Bien, no lo soy —dijo Moist, cortante.

—Usted habla a los dioses y los dioses lo escuchan —dijo la Srta.

Dearheart, sonriendo—. Le dijeron dónde estaba el tesoro. Ahora, eso es lo

que llamo religión. A propósito, ¿cómo sabía que el dinero estaba ahí?

—¿No cree en ningún dios?

—No, por supuesto que no. No mientras gente como Reacher Gilt

caminen bajo el sol. Todo allí es, es nosotros. ¿El dinero...?

—No puedo contarle —dijo Moist.

—¿Ha leído alguna de estas cartas? —dijo la Srta. Dearheart—. Niños

enfermos, esposas moribundas...

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—Algunos sólo quieren efectivo —dijo Moist apresuradamente, como si

eso lo hiciera mejor.

—¿De quién es la culpa, Mañoso? ¡Usted es el hombre que puede

tocarle el hombro a los dioses por un montón de porquería!

—Entonces, ¿qué haré con todas estas... oraciones? —dijo Moist.

—Entregarlas, por supuesto. Tiene que hacerlo. Usted es el mensajero

de los dioses. Y tienen sellos. ¡Algunas están cubiertas de sellos! Es su

trabajo. Llévelas a los templos. ¡Usted prometió hacerlo!

—Yo nunca prometí...

—¡Lo prometió cuando les vendió los sellos!

Moist casi cayó de su silla. Ella había alzado la frase como un puño.

—Y les dará esperanzas —añadió, algo más tranquila.

—Falsas esperanzas —dijo Moist, tratando de enderezarse.

—Tal vez no esta vez —dijo la Srta. Dearheart—. Ésa es la cuestión con

la esperanza. —Recogió los restos magullados del brazalete de

Anghammarad—. Él estaba llevando un mensaje a través de todo el Tiempo.

¿Piensa que la pasa muy mal?

—¿Sr. Lipwig?

La voz flotó desde el salón, y al mismo tiempo el ruido de fondo bajó

como un mal suflé.

Moist caminó hasta donde alguna vez estuvo la pared. Ahora, mientras

las chamuscadas tablas del suelo crujían bajo sus pies, miró hacia abajo, al

salón. Una pequeña parte de él pensó: tendremos que poner un gran

ventanal aquí cuando reconstruyamos. Esto es demasiado impresionante

para las palabras.

Escuchó un zumbido de susurros y algunos gritos entrecortados. Había

muchos clientes, también, incluso en las primera horas brumosas. Nunca es

demasiado tarde para una oración.

—¿Todo está bien, Sr. Groat? —gritó hacia abajo.

Algo blanco fue agitado en el aire.

—¡Primera copia del Times, señor! —gritó Groat—. ¡Acaba de llegar!

¡Gilt está por toda la portada, señor! ¡Donde usted debería estar, señor! ¡No

le gustará, señor!

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Si a Moist von Lipwig lo hubieran criado para ser un payaso, habría

visitado espectáculos y circos, y observado a los reyes de reino de la

tontería. Se habría maravillado ante la elegante trayectoria del pastel de

natillas, memorizado el nuevo truco con la escalerilla y el balde de lechada,

y observado con cuidado cada huevo descuidadamente manipulado. Mientras

el resto del público miraba la exhibición con los apropiados sentimientos de

terror, cólera y exasperación, él tomaría notas.

Ahora, como un aprendiz mirando la obra de un maestro, leyó las

palabras de Reacher Gilt sobre el periódico todavía húmedo.

Era basura, pero había sido cocinada por un experto. Oh, sí. Uno tenía

que admirar la manera perfectamente inocente en que palabras eran

vaciadas, violadas, desnudadas de todo verdadero significado y decencia, y

luego enviadas a recorrer los bajos fondos para Reacher Gilt, aunque

‘sinergísticamente’ probablemente había sido una puta desde el comienzo.

Los problemas del Gran Tronco eran evidentemente el resultado de algún

misterioso espasmo en el universo y no tenían nada que ver con la codicia,

la arrogancia y la estupidez intencionada. Oh, la administración del Gran

Tronco había cometido errores, oops, ‘decisiones bien intencionadas que,

con el beneficio de la retrospectiva, pueden haber sido por desgracia y en

algunos aspectos equivocadas’, pero, al parecer, habían ocurrido

principalmente mientras se corregían ‘fundamentales errores sistémicos’

cometidos por la administración anterior. Nadie estaba arrepentido de nada

porque ninguna criatura viviente había hecho nada malo; las cosas malas

habían ocurrido por generación espontánea de alguna manera raro, frío y

geométrico (rara, fría y geométrica), y ‘fue tan lamentable’.15

El reportero del Times había hecho un esfuerzo pero nada menor que

una estampida podía haber detenido a Reacher Gilt en su enloquecido asalto

del significado del significado. El Gran Tronco era ‘sobre las personas’ y al

reportero se le había pasado por alto preguntar ¿qué significaba eso,

15 Otra frase bastarda que se vendería a sí misma a cualquier comadreja acorralada. (N del A)

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exactamente? Y luego estaba este artículo titulado “Nuestra Misión”...

Moist sintió que el ácido subía a su garganta hasta que pudo escupir

(haciendo) encaje en una lámina de acero. Palabras estúpidas y sin sentido,

de personas sin sabiduría ni inteligencia ni ninguna destreza más allá de la

habilidad de regar la moneda de la expresión. Oh, el Gran Tronco era para

todo, desde la vida y la libertad hasta el Pudín Empobrecido hecho por

mamá. Era para todo, excepto nada.

A través de una niebla rosa su ojo captó la línea: ‘seguridad es nuestra

consideración más importante’. ¿Por qué los tipos de plomo no se habían

derretido, por qué el papel no había ardido antes de ser parte de esta

obscenidad? La prensa debería haberse atorado, el rodillo debería haberse

partido hasta el centro...

Eso era malo. Pero entonces vio la respuesta de Gilt a una rápida

pregunta sobre la Oficina de Correos.

Reacher Gilt amaba a la Oficina de Correos y bendecía sus pequeñas

medias de algodón. Estaba muy agradecido por su ayuda durante este difícil

período y esperaba con ansia una futura cooperación, aunque por supuesto

la Oficina de Correos, en el mundo real moderno, nunca podría competir en

nada más que un nivel muy local. A decir verdad, alguien tiene que repartir

las facturas, ho ho...

Era magistral... el bastardo.

—Er... ¿está bien? ¿Podría dejar de gritar? —dijo la Srta. Dearheart.

—¿Qué? —La niebla se aclaró.

Todos en el salón lo estaban mirando, las bocas abiertas, los ojos

grandes. La tinta acuosa goteaba de las plumas de la Oficina de Correos, los

sellos empezaban a secarse sobre las lenguas.

—Usted estaba gritando —dijo la Srta. Dearheart—. Decía palabrotas, a

decir verdad.

La Srta. Maccalariat se abrió camino a través de la multitud, con una

expresión de determinación.

—¡Sr. Lipwig, espero nunca escuchar tal lenguaje en este edificio otra

vez! —dijo.

—Lo estaba usando contra el presidente de la Compañía del Gran

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Tronco —dijo la Srta. Dearheart, con lo que era, para ella, una voz con tono

conciliador.

—Oh —La Srta. Maccalariat vaciló, y luego recordó—. Er, en tal caso...

¿quizás apenas un poco más bajo, entonces?

—Indudablemente, Srta. Maccalariat —dijo Moist, obediente.

—Y quizás no la K-palabra?

—No, Srta. Maccalariat.

—Y tampoco la L-palabra, la T-palabra, ambas S-palabras, la V-palabra

y la Y-palabra.

—Exactamente como usted dice, Srta. Maccalariat.

—“Asesinar a la comadreja bastarda y maquinadora” es aceptable, sin

embargo.

—Lo recordaré, Srta. Maccalariat.

—Muy bien, Director de Correos.

La Srta. Maccalariat giró sobre sus talones y volvió a sermonear a

alguien para que no usara el papel secante.

Moist le pasó el periódico a la Srta. Dearheart.

—Lo va a robar —dijo—. Sólo está tirando palabras a su alrededor. El

Tronco es demasiado grande para detenerlo. Demasiados inversionistas.

Conseguirá más dinero, mantendrá el sistema funcionando justo de este

lado del desastre, luego dejará que se venga abajo. Lo comprará por medio

de otra compañía, tal vez, a un precio de saldo.

—Sospecharía que es capaz de cualquier cosa —dijo la Srta.

Dearheart—. Pero usted parece muy seguro.

—Es lo que yo haría —dijo Moist—, er... si fuera esa clase de persona.

Es el truco más viejo en el libro. Uno hace que los apos... hace que los otros

se involucren tan profundamente que no se atrevan a doblar. Es el sueño,

sabe. Piensan que si se quedan todo saldrá bien. No se atreven a pensar que

todo es un sueño. Uno usa grandes palabras para contarles que mañana

habrá mermelada y ellos esperan. Pero nunca ganarán. Parte de ellos lo

saben, pero el resto de ellos nunca los escuchan. La casa siempre gana.

—¿Por qué la gente como Gilt sale impune?

—Le acabo de decir. Es porque las personas esperan. Creen que alguien

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les venderá un verdadero diamante por un dólar. Lo siento.

—¿Sabe cómo vine a trabajar en el Trust? —preguntó la Srta.

Dearheart.

¿Porque es más fácil llevarse bien con las personas de arcilla?, pensó

Moist. ¿No tosen cuando uno les habla?

—No —dijo él.

—Solía trabajar en un banco en Sto Lat. La Cooperativa de Cultivadores

de Col...

—Oh, ¿uno sobre la plaza del pueblo? ¿Con la col trinchada sobre la

puerta? —dijo Moist, antes de poder detenerse.

—¿Lo conoce? —dijo ella.

—Bien, sí. Pasé por allí, una vez... —Oh no, pensó, mientras su mente

corría por delante de la conversación, oh, por favor, no...

—No era un mal trabajo —dijo la Srta. Dearheart—. En nuestra oficina

teníamos que inspeccionar letras de cambio y cheques. Para buscar

falsificaciones, ¿sabe? Y un día dejé pasar cuatro. ¡Cuatro falsificaciones! Le

costó al banco dos mil dólares. Eran letras de cambio por efectivo, y las

firmas eran perfectas. Me echaron por eso. Dijeron que tenían que hacer

algo, de otra manera los clientes perderían la confianza. No es divertido que

las personas piensen que usted podría ser un ladrón. Y es lo que les pasa a

las personas como nosotros. Las personas como Gilt siempre salen impunes.

¿Se siente bien?

—¿Hmm? —dijo Moist.

—Se ve un poco... sin color.

Ése había sido un buen día, pensó Moist. Por lo menos, hasta ahora

había sido un buen día. Había estado muy contento con él todo el rato. Se

supone que uno nunca encuentra a las personas después. ¡Los dioses

maldigan al Sr. Bomba y su concepto actuarial de homicidio!

Suspiró. Oh bien, había llegado a esto. Tendría que haber sabido que

así sería. Él y Gilt, luchando a brazo partido para ver quién era el bastardo

más grande.

—Ésta es la edición provinciana del Times —dijo—. No entran en prensa

con la edición de la ciudad hasta dentro de noventa minutos, en caso de que

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haya noticias de último momento. Creo que puedo borrarle la sonrisa de su

cara, por lo menos.

—¿Qué va a hacer? —dijo la Srta. Dearheart.

Moist se ajustó el sombrero alado.

—Intentar lo imposible —dijo.

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Capítulo 12

El Pájaro Carpintero

El Desafío - Moviendo Montañas - Los Muchos Usos de la Col - Los

Debates de la Junta - El Sr. Lipwig de Rodillas - El Ñu Fumador - El Camino

del Pájaro Carpintero

Era la mañana siguiente.

Algo tocó a Moist.

Abrió los ojos, y miró a lo largo de un bastón negro y brillante, pasó

más allá de la mano que sujetaba el pomo con la cabeza de Muerte en plata

y terminó en la cara de Lord Vetinari. Detrás de él, el golem ardía en la

esquina.

—Por favor, no se levante —dijo el Patricio—. Supongo que ha tenido

una noche ocupada.

—Lo siento, señor —dijo Moist, enderezándose con esfuerzo. Se había

quedado dormido sobre su escritorio otra vez; su boca sabía como si Tiddles

hubiera dormido dentro. Detrás de la cabeza de Vetinari podía ver al Sr.

Groat y a Stanley, espiando con preocupación por la puerta.

Lord Vetinari se sentó enfrente de él, después de quitar un poco de

ceniza de una silla.

—Ha leído el Times de esta mañana —dijo.

—Estaba ahí cuando era impreso, señor. —El cuello de Moist parecía

haber desarrollado nuevos huesos. Trató de enderezar la cabeza.

—Ah, sí. Desde Ankh-Morpork a Genua hay aproximadamente dos mil

millas, Sr. Lipwig. Y usted dice que puede entregar un mensaje allí más

rápido que los clacks. Lo ha hecho público como un desafío. ¡Sumamente

intrigante!

—Sí, señor.

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—Incluso el más rápido de los coches necesita casi dos meses, Sr.

Lipwig, y tengo entendido que si viajara sin detenerse sus riñones saldrían

por sus orejas.

—Sí, señor. Lo sé —dijo Moist, bostezando.

—Sería hacer trampa, lo sabe, si usa magia.

Moist bostezó otra vez.

—Lo sé también, señor.

—¿Le preguntó al Archicanciller de la Universidad Invisible antes de

sugerir que él debía crear el mensaje para esta curiosa carrera? —preguntó

Lord Vetinari, abriendo el periódico. Moist captó la visión de los titulares:

¡LA CARRERA COMIENZA!

`Cartero Volador’ versus Gran Tronco

—No, milord. Dije que el mensaje debería ser preparado por un

ciudadano bien respetado y de gran probidad, como el Archicanciller, señor.

—Bien, es apenas posible que diga no ahora, ¿verdad? —dijo Vetinari.

—Me gustaría creerlo, señor. Gilt no podrá sobornarlo, por lo menos.

—Hmm. —Vetinari golpeó el piso una o dos veces con el bastón—. ¿Le

sorprendería saber que la sensación en la ciudad esta mañana es que usted

ganará? El Tronco nunca ha estado fuera de servicio durante más de una

semana, un mensaje de clacks puede llegar a Genua en unas horas y sin

embargo, Sr. Lipwig, la gente piensa que usted puede hacerlo. ¿No lo

encuentra asombroso?

—Er...

—Pero, por supuesto, usted es el hombre del momento, Sr. Lipwig —

dijo Vetinari, jovial de repente—. ¡Usted es el mensajero dorado! —Su

sonrisa era de reptil—. Espero que sepa lo que está haciendo. Sabe lo que

está haciendo, ¿verdad, Sr. Lipwig?

—La fe mueve montañas, milord —dijo Moist.

—Hay un montón de ellas entre aquí y Genua, efectivamente —dijo Lord

Vetinari—. Usted dice en el periódico que partirá mañana por la noche.

—Eso es correcto. El coche semanal. Pero en este viaje no llevaremos

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pasajeros, para ahorrar peso. —Moist miró dentro de los ojos de Vetinari.

—¿No le gustaría darme alguna pequeña pista? —dijo el Patricio.

—Es mejor por todas partes si no lo hago, señor —dijo Moist.

—Supongo que los dioses no han dejado un caballo mágico sumamente

rápido enterrado en algún lugar cercano, ¿verdad?

—No que yo sepa, señor —dijo Moist, seriamente—. Por supuesto, uno

nunca lo sabe hasta que reza.

—No-o —dijo Vetinari.

Está probando la mirada penetrante, pensó Moist. Pero sabemos cómo

enfrentarla, ¿verdad? La dejamos pasar completamente.

—Gilt tendrá que aceptar el desafío, por supuesto —dijo Vetinari—. Pero

es un hombre de... ingeniosos recursos.

Eso le pareció a Moist que era una manera muy cuidadosa de decir

‘bastardo homicida’. Otra vez, lo dejó pasar.

Su señoría se puso de pie.

—Hasta mañana por la noche, entonces —dijo—. ¿Ninguna duda que

habrá alguna pequeña ceremonia para los periódicos?

—No lo he planeado en realidad, señor —dijo Moist.

—No, por supuesto que no —dijo Lord Vetinari y le lanzó lo que sólo

podía ser llamado... una mirada.

Moist recibió más o menos la misma mirada de Jim Erguido, antes de

que el hombre dijera:

—Bien, podemos dejar a un lado las palabras y pedir algunos favores, y

tendremos buenos caballos en las postas, Sr. Lipwig, pero sólo vamos tan

lejos como Bonk, ¿sabe? Entonces tendrá que cambiar. El Expreso de Genua

es muy bueno, sin embargo. Conocemos a los muchachos.

—¿Está seguro de que quiere contratar todo el coche? —dijo Harry,

mientras cepillaba un caballo—. Será costoso, porque tendremos que poner

otro para los pasajeros. Es un viaje popular, ése.

—Sólo el correo en ese coche —dijo Moist—. Y algunos guardianes.

—Ah, ¿piensa que será atacado? —dijo Harry, estrujando la toalla hasta

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secarla completamente con apenas un esfuerzo.

—¿Qué piensan ustedes? —dijo Moist.

Los hermanos se miraron.

—Lo conduciré, entonces —dijo Jim—. No me llaman Cañodeplomo por

nada.

—Además, escuché que había bandidos arriba en las montañas —dijo

Moist.

—Solía haberlos —dijo Jim—. No tantos ahora.

—Es algo menos por qué preocuparme, entonces —dijo Moist.

—No lo sé —dijo Jim—. Nunca averiguamos qué los borró.

Siempre recuerda que la multitud que aplauda tu coronación es la

misma multitud que aplaudirá tu decapitación. A la gente le gusta el

espectáculo.

A la gente le gusta el espectáculo...

... y entonces estaba llegando correo para Genua, a un dólar cada uno.

Un montón de correo.

Fue Stanley quien lo explicó. Lo explicó varias veces, porque Moist tenía

un punto ciego en esto.

—Las personas están enviando sobres con sellos dentro de sobres a la

oficina de coches en Genua de modo que el primer sobre pueda ser enviado

de regreso en el segundo sobre —fue la forma de explicación que finalmente

sopló algunas chispas en el cerebro de Moist.

—¿Quieren que regresen los sobres? —dijo—. ¿Por qué?

—Porque han sido usados, señor.

—¿Eso los hace valiosos?

—No estoy seguro cómo, señor. Es como le dije, señor. Creo que

algunas personas piensan que no son verdaderos sellos hasta que han hecho

el trabajo para el que fueron inventados, señor. ¿Recuerda la primera

impresión de sellos de un penique que tuvimos que cortar con tijeras? Un

sobre con uno de ésos vale dos dólares para un coleccionista.

—¿Doscientas veces más que el sello?

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—Así es cómo va, señor —dijo Stanley, los ojos chispeantes—. Las

personas echan al correo cartas para ellas mismas para tener el sello, er,

sellado, señor. Así habrán sido usados.

—Er... tengo un par de pañuelos algo crujientes en mi bolsillo —dijo

Moist, perplejo—. ¿Crees que las personas querrían comprarlos por

doscientas veces lo que costaron?

—¡No, señor! —dijo Stanley.

—Entonces, ¿por qué debería...?

—Hay mucho interés, señor. Pensé que podíamos hacer todo un juego

de sellos para los grandes gremios, señor. Todos los coleccionistas los

querrían. ¿Qué piensa?

—Es una idea muy ingeniosa, Stanley —dijo Moist—. Lo haremos. El del

Gremio de Costureras debería tener que ir dentro de un sobre marrón claro,

¿eh? ¡Ja ja ja!

Esta vez, Stanley se veía perplejo.

—¿Perdone, señor?

Moist tosió.

—Oh, nada. Bien, puedo ver que estás aprendiendo rápido, Stanley. —

Algunas cosas, de todos modos.

—Er... sí, señor. Er... no quiero presionarme hacia adelante, señor...

—Presiona, Stanley, presiona —dijo Moist alegremente.

Stanley sacó una pequeña carpeta de papel de su bolsillo, la abrió, y la

colocó con reverencia enfrente de Moist.

—El Sr. Spools me ayudó con algunas cosas —dijo—. Pero hice mucho.

Era un sello. Era de color verde amarillento. Mostraba... Moist miró con

atención... un campo de coles, con algunos edificios en el horizonte.

Olfateó. Olía a coles. Oh, sí.

—Impreso con tinta de col y usando goma hecha de brócoli, señor —dijo

Stanley, lleno de orgullo—. Un Saludo a la Industria de la Col de las Llanuras

de Sto, señor. Pienso que podría andar muy bien. Las coles son muy

populares, señor. ¡Uno puede hacer tantas cosas con ellas!

—Bien, puedo verlo...

—Hay sopa de col, cerveza de col, dulce de col, pastel de col, nata de

Page 311: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

col...

—Sí, Stanley, creo que tú...

—... col en escabeche, jalea de col, ensalada de col, col hervida, col

frita...

—Sí, pero ahora pode...

—... fricasé de col, chutney de col, Col Sorpresa, salchichas...

—¿Salchichas?

—Rellenas de col, señor. Uno puede hacer prácticamente cualquier cosa

con col, señor. Entonces hay...

—Sellos de col —dijo Moist, para terminar—. A cincuenta peniques,

noto. Has escondido profundidades, Stanley.

—¡Todo se lo debo a usted, Sr. Lipwig! —explotó Stanley—. ¡He dejado

atrás el patio de recreo infantil de los alfileres, señor! El mundo de los sellos,

que puede enseñar a un joven mucho de historia y geografía tanto como ser

un pasatiempo saludable, placentero, fascinante y totalmente útil que le

dará un interés que durará toda la vida, se ha abierto delante de mí y...

—¡Sí, sí, gracias! —dijo Moist.

—... y estoy poniendo treinta dólares en la olla, señor. Todos mis

ahorros. Sólo para mostrar que lo respaldamos.

Moist escuchó todas las palabras, pero tuvo que esperar a que ellas

tuvieran sentido.

—¿Olla? —dijo por fin—. ¿Quieres decir como una apuesta?

—Sí, señor. Una gran apuesta —dijo Stanley, feliz—. Sobre su carrera

con los clacks hasta Genua. La gente piensa que es gracioso. ¡Un montón de

corredores de apuestas están ofreciendo probabilidades, señor, de modo que

el Sr. Groat lo está organizando, señor! Dijo que las probabilidades no son

buenas, sin embargo.

—No debería pensar que lo son —dijo Moist débilmente—. Nadie en su

sano juicio pensaría...

—Dijo que sólo ganaríamos un dólar por cada ocho que apostemos,

señor, pero calculamos...

Moist se enderezó de golpe.

—¿Favorito por ocho a uno? —gritó—. ¿Los corredores de apuestas

Page 312: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

piensan que voy a ganar? ¿Cuánto están apostando todos ustedes?

—Er... aproximadamente mil doscientos dólares en la última cuenta,

señor. Es ese...

Las palomas volaron del techo al sonido del grito de Moist von Lipwig.

—¡Ve por el Sr. Groat ahora mismo!

Era terrible ver la astucia sobre la cara del Sr. Groat. El anciano se tocó

el costado de su nariz.

—¡Usted es el hombre que recibió dinero de un montón de dioses,

señor! —dijo, sonriendo con felicidad.

—Sí —dijo Moist, desesperado—. Pero suponiendo que yo... yo lo hiciera

con un truco...

—Condenado buen truco, señor —dijo el anciano entre carcajadas—.

Condenado buen truco. ¡Un hombre que puede estafar dinero a los dioses

sería capaz de cualquier cosa, debo pensar!

—Sr. Groat, no hay ninguna manera en que un coche pueda llegar a

Genua más rápido que un mensaje de clacks. ¡Son dos mil millas!

—Sí, me doy cuenta de que usted tiene que decir eso, señor. Las

paredes tienen orejas, señor. Mudo es la palabra. Pero todos tuvimos una

charla, y calculamos que ha sido muy bueno con nosotros, señor, usted

realmente cree en la Oficina de Correos, señor, de modo que pensamos: ¡Es

tiempo de poner nuestro dinero en nuestra boca, señor! —dijo Groat, y

ahora sonó con un toque de desafío.

Moist abrió y cerró la boca una o dos veces.

—¿Quiere decir ‘donde está su boca’?

—¡Usted es el hombre que sabe uno o tres trucos, señor! ¡La manera en

que usted entró en la oficina del periódico y dijo, le correremos una carrera!

¡Reacher Gilt caminó derecho en su trampa, señor!

Vidrio en diamante, pensó Moist. Suspiró.

—Muy bien, Sr. Groat. Gracias. Ocho a uno, ¿eh?

—Tuvimos suerte de conseguirlo, señor. Se fueron hasta diez a uno,

entonces cerraron los libros. Todo lo que están aceptando ahora son

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apuestas sobre cómo ganará usted, señor.

Moist se animó un poco.

—¿Alguna buena idea? —preguntó.

—Tengo una apuesta de un dólar sobre ‘cae fuego del cielo’, señor.

Er... ¿no le gustaría darme una pista, tal vez?

—Por favor, vaya y siga con su trabajo, Sr. Groat —dijo Moist

seriamente.

—Sísseñor, por supuesto, señor, lamento haberle preguntado, señor —

dijo Groat, y apretó el paso.

Moist puso la cabeza entre sus manos.

Me pregunto si es así para los escaladores, pensó. Uno sube montañas

más y más grandes y uno sabe que un día una de ellas va a ser

exactamente demasiado empinada. Pero uno sigue haciéndolo, porque es

taaaan bueno cuando uno respira el aire allá arriba. Y uno sabe que morirá

por una caída.

¿Cómo puede la gente ser tan estúpida? Parece aferrarse a la

ignorancia porque huele familiar. Reacher Gilt suspiró.

Tenía una oficina en la Torre Tump. No le gustaba mucho, porque todo

el lugar se sacudía con el movimiento del semáforo, pero era necesario por

las apariencias. Tenía una vista incomparable de la ciudad, sin embargo. Y el

sitio solo valía lo que habían pagado por el Tronco.

—Se necesita la mayor parte de dos meses para llegar a Genua en

coche —dijo, mirando el Palacio a través de los tejados—. Tal vez saca una

tajada de esto, supongo. Los clacks necesitan unas pocas horas. ¿Qué hay

sobre esto que lo asusta?

—¿De modo que ése es su juego? —dijo Greenyham. El resto de la

Junta estaba sentado alrededor de la mesa, con aspecto preocupado.

—No lo sé —dijo Gilt—. No me importa.

—Pero los dioses están de su lado, Reacher —dijo Nutmeg.

—Hablemos sobre eso, ¿quieren? —dijo Gilt—. ¿Acaso esa afirmación le

suena rara a alguien más? Los dioses no son generalmente conocidos por

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sus obsequios, ¿verdad? Especialmente de los que uno puede morder. No,

en estos días se restringen a cosas como gracia, paciencia, valentía y

fortaleza interior. Cosas que uno no puede ver. Cosas que no tienen valor.

Los dioses tienden a estar interesados en profetas, no en ganancias, ja ja ja.

Hubo algunas miradas en blanco de sus colegas directores.

—No entendí eso totalmente, viejo amigo —dijo Stowley.

—Profetas, dije, no ganancias —dijo Gilt. Agitó una mano—. No se

preocupen, se verá mejor escrito.(acá debería haber una NdelT explicando el

juego de palabras entre Prophet y Profit) En pocas palabras, el obsequio

desde arriba al Sr. Lipwig era un gran cofre de monedas, algunas de ellas en

algo que se parece notablemente a sacos de banco y todas en modernas

denominaciones. ¿No encuentran esto extraño?

—Sí, pero incluso los sumos sacerdotes dicen que él...

—Lipwig es un artista del espectáculo —interrumpió Gilt—. ¿Piensan que

los dioses llevarán su coche de correo por él? ¿De vera? Es un truco,

¿comprenden? Lo puso en la primera página otra vez, eso es todo. Esto no

es difícil de entender. No tiene un plan, aparte de fracasar heroicamente.

Nadie espera que él gane en realidad, ¿verdad?

—Escuché que la gente está apostando fuerte por él.

—La gente disfruta la experiencia de ser engañada, si eso promete

cierta cantidad de espectáculo —dijo Gilt—. ¿Conocen a un buen corredor de

apuestas? Haré una pequeña apuesta. ¿Cinco mil dólares, quizás?

Esto fue recibido con algunas risas nerviosas, y él continuó.

—Caballeros, sean sensato. Ningún dios llegará en ayuda de nuestro

Director de Correos. Ningún mago, tampoco. No son generosos con la magia

y pronto averiguaremos si usa alguna. No, está buscando publicidad, eso es

todo. Que no es decir —hizo un guiño—, que no deberíamos, cómo

explicarlo, hacer la seguridad doblemente segura.

Se animaron aun más. Esto sonaba a esa clase de cosas que querían

escuchar.

—Después de todo, los accidentes pueden ocurrir en las montañas —

dijo Greenyham.

—Creo que ése es el caso —dijo Gilt—. Sin embargo, me estaba

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refiriendo al Gran Tronco. Por lo tanto he pedido al Sr. Pony que esboce

nuestro procedimiento. ¿Sr. Pony?

El ingeniero se removió inquieto. Había tenido una noche mala.

—Quiero que se grabe, señor, que he instado un apagón de seis horas

antes del evento —dijo.

—Efectivamente, y la minuta mostrará que he dicho que eso es

bastante imposible —dijo Gilt—. En primer lugar porque sería una

imperdonable pérdida de ingresos, y en segundo lugar porque no enviar

ningún mensaje enviaría el mensaje equivocado.

—Cerraremos durante una hora antes del evento, entonces, y

limpiaremos línea abajo —dijo el Sr. Pony—. Cada torre enviará una

declaración de estado al Tump y luego cerrará todas las puertas y esperará.

No se permitirá que nadie entre o salga. Configuraremos las torres para

enviar doble... es decir —tradujo para la dirección—, convertiremos la línea

hacia abajo en una segunda línea hacia arriba, de modo que el mensaje

llegará a Genua el doble de rápido. No tendremos ningún otro mensaje en el

Tronco mientras la, er, la carrera esté corriéndose. Nada de Por Arriba,

nada. Y desde ahora en adelante, señor, desde el momento en que salga de

esta habitación, no tomamos más mensajes de las torres alimentadoras. Ni

siquiera de la que está en el Palacio, ni siquiera de la Universidad. —Sorbió,

y añadió con algo de satisfacción—: especialmente no de los estudiantes.

Alguien lo ha estado intentando, señor.

—¿Eso parece un poco drástico, Sr. Pony? —dijo Greenyham.

—Espero que lo sea, señor. Creo que alguien ha encontrado una

manera de enviar mensajes que pueden dañar una torre, señor.

—Eso es imposi...

La mano del Sr. Pony golpeó la mesa.

—¿Cómo es que sabe tanto, señor? ¿Estuvo sentado media noche

tratando de llegar al fondo del asunto? ¿Ha desarmado un tambor diferencial

con un abrelatas? ¿Acaso descubrió cómo puede hacer saltar la barra de la

armazón del cojinete elíptico si uno pulsa la letra K y luego la envía a una

torre con una dirección más alta que la suya, pero que sólo si uno pulsa la

letra Q primero y el resorte del tambor está completamente enroscado?

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¿Acaso descubrió que las palancas clave se traban y que el resorte fuerza el

brazo y que está mirando una caja de cambios llena de dientes? ¡Bien, yo lo

hice!

—¿Está hablando de sabotaje aquí? —dijo Gilt.

—Llámelo como le guste —dijo Pony, borracho de nerviosismo—. Fui al

patio esta mañana y desenterré el viejo tambor que sacamos de la Torre 14

el mes pasado. Juraré que allí pasó lo mismo. Pero principalmente las fallas

ocurren en la torre superior, en las cajas de obturadores. Allí es donde...

—Así que nuestro Sr. Lipwig ha estado detrás de una campaña para

sabotearnos... —musitó Gilt.

—¡Nunca dije eso! —dijo Pony.

—Ningún nombre necesita ser mencionado —dijo Gilt suavemente.

—Es sólo diseño descuidado —dijo Pony—. Me atrevo a decir que uno de

los muchachos lo encontró por casualidad y lo probó otra vez para ver qué

ocurría. Son así, los muchachos de las torres. Muéstreles un trozo de

maquinaria ingeniosa y se pasarán todo el día tratando de hacerla fallar.

Todo el Tronco es una chapuza, realmente lo es.

—¿Por qué empleamos a personas así? —dijo Stowley; se veía perplejo.

—Porque son las únicas personas lo bastante locas para pasarse la vida

arriba de una torre, a millas de ningún lugar, presionando teclas —dijo

Pony—. Les gusta.

—Pero alguien en una torre debe presionar las teclas que hacen todas

estas... cosas terribles —dijo Stowley. Pony suspiró. Nunca se interesaron.

Era sólo dinero. No sabían cómo funcionaba nada. Y entonces, de repente,

tenían que saberlo, y uno tenía que hablarles como a niños.

—Los muchachos siguen la señal, señor, como dicen —dijo—. Observan

la próxima torre y repiten el mensaje, tan rápido como pueden. No hay

tiempo de pensarlo. Cualquier cosa para su torre sale del tambor diferencial.

Ellos sólo golpean teclas, patean pedales y tiran palancas, tan rápido como

pueden. Sienten orgullo de eso. Incluso hacen toda clase de trucos para

acelerar las cosas. No quiero ningún rumor sobre sabotaje, no en este

momento. Enviemos el mensaje, tan rápido como sea posible. Los

muchachos lo disfrutarán.

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—La idea es atractiva —dijo Gilt—. La oscuridad de la noche, las torres

que esperan, y entonces, una a una, vuelven a la vida como una serpiente

de luz que corre alrededor del mundo, suave y silenciosamente cargando

su... lo que sea. Deberíamos hacer que un poeta escriba sobre eso. —Inclinó

la cabeza hacia el Sr. Pony—. Estamos en sus manos, Sr. Pony. Usted es el

hombre con el plan.

—No tengo ninguno —dijo Moist.

—¿Ningún plan? —dijo la Srta. Dearheart—. ¿Está diciéndome que...?

—¡Hable más bajo, hable más bajo! —siseó Moist—. ¡No quiero que

todos lo sepan!

Estaban en el pequeño café cerca del Intercambio de Alfileres que,

según Moist notó, no parecía estar haciendo muchos negocios hoy. Había

tenido que salir de la Oficina de Correos, en caso de que su cabeza estallara.

—¡Usted desafió al Gran Tronco! ¿Quiere decir que simplemente habló

mucho y espera que algo aparezca? —dijo la Srta. Dearheart.

—¡Siempre ha funcionado antes! ¿Qué sentido tiene prometer alcanzar

lo alcanzable? ¿Qué clase de éxito sería? —dijo Moist.

—¿Alguna vez ha escuchado decir que debe aprender a caminar antes

de correr?

—Es una teoría, sí.

—Sólo quiero tenerlo completamente claro —dijo la Srta. Dearheart—.

¿Mañana por la noche, o sea el día siguiente a hoy, usted va a enviar un

coche, que es una cosa sobre ruedas, tirado por caballos, que pueden

alcanzar catorce millas por hora sobre un buen camino, a una carrera contra

el Gran Tronco, que son todas esas torres de semáforo que pueden enviar

mensajes a cientos de millas por hora, todo el camino hasta Genua, que es

el pueblo que está a una distancia muy grande efectivamente?

—Sí.

—¿Y no tiene ningún plan maravilloso?

—No.

—¿Y por qué me lo está contando?

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—¡Porque, en esta ciudad, ahora mismo, es la única persona que

posiblemente me crea que no tengo ningún plan! —dijo Moist—. Se lo dije al

Sr. Groat y sólo se tocó el costado de su nariz, que es algo que usted no

querría observar, a propósito, y dijo, ‘Por supuesto que no lo tiene, señor.

¡No lo tiene! ¡Jo jo jo!’

—¿Y sólo espera que algo aparezca? ¿Qué lo hizo pensar que sería así?

—Siempre ha sido así. La única manera de conseguir que algo aparezca

cuando uno lo necesita es necesitar que aparezca.

—¿Y se supone que voy a ayudarlo¿ ¿Cómo?

—¡Su padre construyó el Tronco!

—Sí, pero yo no —dijo la mujer—. Nunca he estado arriba en las torres.

No conozco ningún gran secreto, excepto que siempre está a punto de

averiarse. Y todos lo saben.

—¡Las personas no pueden permitirse perder dinero apostando por mí!

¡Y cuanto más les digo que no deben hacerlo, más apuestan!

—¿No cree que eso es un poco absurdo de su parte? —dijo la Srta.

Dearheart dulcemente.

Moist repicó los dedos sobre el borde de la mesa.

—De acuerdo —dijo—, puedo pensar en otra buena razón por la que

podría ayudarme. Es un poco complicada así que sólo puedo contársela si

promete no moverse ni hacer movimientos repentinos.

—Vaya, ¿cree que los haré?

—Sí. Creo que en unos pocos segundos tratará de matarme. Me

gustaría que prometa no hacerlo.

Ella se encogió de hombros.

—Debería ser interesante.

—¿Lo promete? —dijo Moist.

—De acuerdo. Espero que vaya a ser excitante. —La Srta. Dearheart

sacudió un poco de ceniza de su cigarrillo—. Continúe.

Moist respiró hondo y con calma un par de veces. Esto era todo. El Fin.

Si uno cambia la manera en que las personas ven el mundo, uno termina

cambiando la manera en que uno mismo se ve.

—Soy el hombre por el que perdió ese trabajo en el banco. Falsifiqué

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esas notas de cambio.

La expresión de la Srta. Dearheart no cambió, aparte de achicar apenas

los ojos. Entonces sopló un torrente de humo.

—Hice la promesa, ¿verdad? —dijo.

—Sí. Lo siento.

—¿Tenía mis dedos cruzados?

—No. Estaba observando.

—Hmm. —Miró pensativa el extremo encendido de su cigarrillo—. De

acuerdo. Es mejor que me cuente el resto.

Le contó el resto. Todo. A ella le gustó la parte donde era colgado, y le

hizo repetirla. Alrededor de ellos, la ciudad continuaba. Entre ellos, el

cenicero se llenaba con cenizas.

Cuando terminó, ella lo miró durante algún tiempo, a través del humo.

—No comprendo la parte donde usted le da todo su dinero robado a la

Oficina de Correos. ¿Por qué lo hizo?

—Yo mismo estoy un poco confuso sobre eso.

—Quiero decir, usted es claramente un bastardo egocéntrico, con la

fibra moral de un, un... (un, una...)

—... rata —sugirió Moist.

—... una rata, gracias... pero de repente es el mimado de las grandes

religiones, el salvador de la Oficina de Correos, el burlador oficial del rico y

poderoso, y heroico jinete, maravilloso ser humano en los alrededores y, por

supuesto, rescató a un gato de un edificio en llamas. Dos humanos,

también, pero todos saben que la parte más importante era el gato. ¿A

quién está tratando de engañar, Sr. Lipwig?

—A mí, creo. He caído en el buen camino. Sigo pensando que puedo

dejarlo en el momento que quiera, pero no lo hago. Pero sé que si no

pudiera en el momento que quiera, no seguiría haciéndolo. Er... hay otra

razón, también.

—¿Y ésa es...?

—No soy Reacher Gilt. Así de importante. Algunas personas podrían

decir que no hay mucha diferencia, pero puedo verla desde donde estoy

parado, y está ahí. Es como un golem que no es un martillo. ¿Por favor?

Page 320: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

¿Cómo puedo derrotar al Gran Tronco?

La Srta. Dearheart le miró a través hasta que se sintió muy incómodo.

Entonces dijo, con voz distante:

—¿Qué tan bien conoce la Oficina de Correos, Sr. Lipwig? El edificio,

quiero decir.

—Vi la mayor parte de él antes de que se redujera a cenizas.

—¿Pero nunca fue al techo?

—No. No pude encontrar una manera de subir. Los pisos superiores

estaban atestados con cartas cuando... yo... intenté... —La voz de Moist fue

desapareciendo.

La Srta. Dearheart apagó su cigarrillo.

—Vaya allá arriba esta noche, Sr. Lipwig. Póngase un poco más cerca

del cielo. Y luego arrodíllese y rece. Usted sabe cómo rezar, ¿verdad? Sólo

pone sus manos juntas... y espera.

Moist pasó a través del resto del día de algún modo. Había cosas de la

dirección que hacer: hablar con el Sr. Spools, gritar a los constructores,

eterno ordenar para supervisar, y contratar nuevo personal. En el caso del

personal, sin embargo, era más ratificar las decisiones del Sr. Groat y la

Srta. Maccalariat, pero ellos parecían saber qué estaban haciendo. Sólo tuvo

que estar ahí para hacer un comentario ocasional, como:

—¿Nos abrazamos divertidamente? —dijo Srta. Maccalariat, apareciendo

enfrente de su escritorio.

Hubo un silencio preñado. Dio a luz un montón de pequeñas pausas,

cada una más profundamente vergonzosa que su progenitora.

—No, hasta donde sé —fue lo mejor que Moist pudo responder—. ¿Por

qué lo pregunta?

`Una dama joven quiere saberlo. Dijo que lo hacen en el Gran Tronco.

—Ah. Sospecho que quiere decir que abrazan la diversidad —dijo Moist,

recordando el discurso de Gilt al Times—. Pero aquí no lo hacemos porque

no sabemos qué significa. Le daremos trabajo a cualquiera que sepa leer y

escribir, y alcanzar una caja de cartas, Srta. Maccalariat. Contrataré a

Page 321: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

vampiros si son miembros de la Liga de Moderación, trolls si se limpian los

pies, y si hay algún lobizón ahí afuera me encantaría contratar a un cartero

que pueda devolver la mordida. Cualquiera que pueda hacer el trabajo, Srta.

Maccalariat. Nuestro trabajo es mover el correo. Mañana, tarde y noche,

repartimos. ¿Había alguna otra cosa?

Ahora hubo un destello en sus ojos.

—No tengo ninguna dificultad con nadie que defiende lo que es, Sr.

Lipwig, pero debo protestar por los enanos. El Sr. Groat los está

contratando.

—Buenos trabajadores, Srta. Maccalariat. Aficionados a la palabra

escrita. Al trabajo duro, también —dijo Moist enérgicamente.

—Pero no le dicen a usted de qué... lo que ellos... cuál... si son damas o

caballeros enanos, Sr. Lipwig.

—Ah. ¿Esto va a ser sobre los retretes otra vez? —dijo Moist, el corazón

hundido.

—Siento que soy responsable del bienestar moral de las personas

jóvenes a mi cargo —dijo la Srta. Maccalariat con severidad—. Está

sonriendo, Director de Correos, pero no me hace gracia.

—Su interés le hace honor, Srta. Maccalariat —dijo Moist—.

Prestaremos especial atención a esto en el diseño del nuevo edificio, y le

diré al arquitecto que usted debe ser consultada en cada etapa. —El pecho

bien cubierto de la Srta. Maccalariat creció perceptiblemente ante esta

repentina adquisición de poder—. Mientras tanto, por favor, debemos salir

del paso con lo que el fuego nos ha dejado. Espero que, como parte del

equipo directivo, usted tranquilice a las personas sobre esto.

Los fuegos de un orgullo atroz brillaron desde las gafas de la Srta.

Maccalariat. ¡Directivo!

—Por supuesto, Director de Correos —dijo.

Pero, mayormente, el trabajo de Moist era simplemente... estar. La

mitad del edificio era una concha ennegrecida. Las personas estaban

apretadas en lo que quedaba; incluso el correo era clasificado sobre la

escalera. Y las cosas parecían salir mejor cuando estaba por aquí. No tenía

que hacer nada, sólo estar ahí.

Page 322: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

No pudo evitar pensar en el pedestal vacío, de donde el dios había sido

llevado.

Estaba listo cuando llegó el anochecer. Había un montón de escaleras

de mano por aquí, y los golems habían logrado apuntalar los pisos incluso

aquí. El hollín lo cubría todo y algunas habitaciones se abrían a la negrura,

pero continuó trepando siempre hacia arriba.

Forcejeó a través de lo que quedaba de los áticos, y trepó a través de

una escotilla y al techo.

No había mucho de él. La caída del tanque de agua de lluvia había

arrastrado mucho techo en llamas, y apenas quedaba un tercio sobre el gran

salón. Pero el fuego apenas había tocado una de las piernas de la U, y el

techo parecía sano allí.

Había uno de los viejos desvanes de palomas mensajeras ahí, y alguien

había estado viviendo en él. No era demasiado sorprendente. Había mucha

más gente que quería vivir en Ankh-Morpork, que Ankh-Morpork para

alojarla. Había toda una sub-civilización a nivel de los tejados, aquí arriba,

entre las torres, las bóvedas ornamentales, cúpulas, chimeneas y...

... torres de clacks. Era correcto. Había visto la torre de clacks, y

alguien aquí arriba, justo antes de que su vida tomara un giro hacia lo

extraño. ¿Por qué un desván construido para palomas mensajeras tendría

una torre de semáforo? Seguramente las palomas no la usaban.

Tres gárgolas la habían colonizado. Les gustaban las torres de clacks de

todos modos —la esencia de una gárgola era estar arriba a gran altura— y

se habían adaptado al sistema fácilmente. Una criatura que pasaba todo su

tiempo observando y bastante inteligente para escribir un mensaje era un

componente esencial. Ni siquiera querían que les pagaran, y nunca se

aburrían. ¿Qué podía posiblemente aburrir a una criatura que estaba

preparada para mirar la misma cosa durante años siempre?(siempre la

misma cosa durante años)

Alrededor de la ciudad, los torres de clacks se estaban encendiendo.

Sólo la Universidad, el Palacio, los Gremios y los seriamente ricos o muy

nerviosos encendían sus torres por la noche, pero la gran torre final (acá

debería ir una coma) el Tump brillaba como un árbol de la Vigilia del Cerdo.

Page 323: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

Dibujos de cuadros amarillos subían y bajaban la torre principal. Silenciosas

a esta distancia, haciendo sus señales por encima de la neblina que subía,

abocetando sus constelaciones contra el cielo de la tarde, las torres eran

más que mágicas, más hechiceras que la brujería.

Moist se quedó mirando.

¿Qué era la magia, después de todo, sino algo que ocurría al tronar de

los dedos? ¿Dónde estaba la magia en eso? Era palabras masculladas y

dibujos raros en viejos libros, y en las manos equivocadas era peligrosa

como un infierno, pero ni la mitad de peligrosa como podía serlo en las

manos correctas. El universo estaba lleno de eso; hacía que las estrellas se

quedaran arriba y los pies se quedaran abajo.

Pero lo que estaba ocurriendo ahora... esto era mágico. Hombres

corrientes lo habían soñado y lo habían armado, construyendo torres sobre

balsas en pantanos y a través de las cumbres congeladas de las montañas.

Habían lanzado maldiciones y, peor, usado logaritmos. Habían caminado a lo

largo de ríos y chapoteado con la trigonometría. No habían soñado, de la

manera en que las personas usan la palabra generalmente, sino que habían

imaginado un mundo diferente, y doblaron el metal a su alrededor. Y de

todo ese sudor y esas maldiciones y esa matemática había venido esta...

cosa, dejando caer palabras alrededor del mundo tan suavemente como la

luz de las estrellas.

La niebla estaba labrando las calles ahora, dejando a los edificios como

islas en la ola.

Rezar, había dicho ella. Y, en cierta forma, los dioses le debían un favor.

Bueno, ¿no era así? Habían recibido un generoso ofrecimiento y mucho

crédito celestial, de hecho, por no hacer nada en absoluto.

Póngase de rodillas, había dicho. No había sido una broma.

Se arrodilló, unió sus manos, y dijo:

—Dirijo esta oración a cualquier dios que...

Con un silencio que era atemorizante, la torre de clacks al otro lado de

la calle se encendió. Los grandes cuadros brillaron a la vida uno tras otro.

Por un momento, Moist vio la forma del lamparero enfrente de uno de los

obturadores.

Page 324: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

Mientras desaparecía en la oscuridad, la torre empezó a parpadear.

Estaba lo bastante cerca para iluminar el techo de la Oficina de Correos.

Había tres figuras oscuras en el otro extremo del techo, observando a

Moist. Sus sombras bailaban cuando el patrón de luces cambiaba, dos veces

por segundo. Revelaron que las figuras eran humanas, o por lo menos

humanoides. Y caminaban hacia él.

Los dioses, ahora, los dioses podían ser humanoides. Y no les gustaba

que se metieran con ellos.

Moist se aclaró la garganta.

—Estoy ciertamente complacido de verlos... —croó.

—¿Es usted Moist? —dijo una de las figuras.

—Mire, yo...

—Ella dijo que estaría arrodillado —dijo otro miembro del trío celestial—

. ¿Quiere una taza de té?

Moist se levantó lentamente. Éste no era el comportamiento de un dios.

—¿Quiénes son ustedes? —dijo. Envalentonado por la falta de rayos,

añadió—: ¿Y qué están haciendo sobre mi edificio?

—Pagamos alquiler —dijo una figura—. Al Sr. Groat.

—¡Nunca me dijo sobre ustedes!

—No podemos ayudarlo allí —dijo la sombra en el centro—. De todos

modos, sólo hemos regresado para sacar el resto de nuestras cosas.

Lamentamos su incendio. No fuimos nosotros.

—Ustedes son... —dijo Moist.

—Soy Loco Al, él es Cuerdo Alex, y ése es Adrian, que dicen que no está

loco pero que no puede demostrarlo.

—¿Por qué alquilan el techo?

El trío se miró.

—¿Palomas? —sugirió Adrian.

—Eso es correcto, somos aficionados a las palomas —dijo la oscura

figura de Cuerdo Alex.

—Pero es oscuro —dijo Moist. Esta información fue considerada.

—Murciélagos —dijo Loco Al—. Estamos tratando de criar murciélagos

que retornen a casa.

Page 325: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

—No creo que los murciélagos tengan esa clase de instinto —dijo Moist.

—Sí, es trágico, ¿verdad? —dijo Alex.

—Vengo aquí arriba en las noches y veo esas pequeñas perchas vacías

y es todo lo que puedo hacer para no llorar —dijo Indeciso Adrian.

Moist miró la pequeña torre. Tenía aproximadamente cinco veces la

altura de un hombre, con las palancas de control sobre unos brillantes

paneles cerca de la base. Se veía... profesional, y bien usada. Y portátil.

—No creo que ustedes críen ninguna clase de aves aquí arriba —dijo.

—Los murciélagos son mamíferos —dijo Cuerdo Alex. Moist sacudió la

cabeza.

—Ocultándose sobre los tejados, su propios clacks... ustedes son el Ñu

Fumador, ¿verdad?

—Ah, con una mente así puedo ver por qué es el jefe del Sr. Groat —

dijo Cuerdo Alex—. ¿Y qué me dice de una taza de té?

Loco Al sacó una pluma de paloma de su jarro. El desván de palomas

estaba lleno del asfixiante olor chato de guano viejo.

—Tienen que gustarle las aves para que le guste aquí arriba —dijo,

poniendo la pluma en la barba de Cuerdo Alex.

—Hacen buen trabajo, ¿eh? —dijo Moist.

—No dije que lo hiciera, ¿verdad? Y no vivimos aquí arriba. Es sólo que

usted tiene un buen tejado.

Era estrecho en el desván de palomas, del que las palomas de hecho

habían sido erradicadas. Pero siempre hay una paloma que puede abrirse

paso a través de la malla. Los miraba desde la esquina con pequeños ojos

locos, sus genes recordando el tiempo en que había sido un reptil gigante

que podía haber llevado a estos hijos de monos al lavadero de un solo

bocado. Por todos lados había partes de mecanismos desmontados.

—La Srta. Dearheart les contó sobre mí, ¿verdad? —dijo Moist.

—Dijo que usted no era un completo asno —dijo Indeciso Adrian.

—Que es un elogio viniendo de ella —dijo Cuerdo Alex.

—Y dijo que usted era tan deshonesto que podía caminar a través de un

Page 326: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

sacacorchos de costado —dijo Indeciso Adrian—. Estaba sonriendo cuando lo

dijo, sin embargo.

—No es necesariamente algo bueno —dijo Moist—. ¿Cuánto la conocen?

—Solíamos trabajar con su hermano —dijo Loco Al—. Sobre la torre

Marca 2.

Moist escuchaba. Era todo un nuevo mundo.

Cuerdo Alex y Loco Al eran hombres viejos en el negocio de los clacks;

habían estado en él durante casi cuatro años. Entonces el consorcio se había

hecho cargo, y fueron despedidos del Gran Tronco el mismo día que Indeciso

Adrian había sido despedidos (despedido) por la chimenea del Gremio de

Alquimistas, en su caso porque habían hablado sin rodeos sobre la nueva

dirección y en su caso porque no se había movido lo bastante rápido cuando

el vaso de precipitados empezó a burbujear.

Todos habían terminado trabajando en el Segundo Tronco. Incluso

habían puesto dinero en él. También otros. Tenía toda clase de mejoras,

tendría un funcionamiento más barato, eran las rodillas de la abeja, las

tuercas de perro y varias partes maravillosas de media docena de otras

criaturas. Y luego John Dearheart, que siempre usaba una cuerda de

seguridad, aterrizó en el campo de col y ése fue el final del Segundo Tronco.

Desde entonces, el trío había hecho la clase de trabajos asequibles a las

nuevas clavijas cuadradas en un mundo de viejos hoyos redondos, pero

todas las noches, a gran altura, los clacks transmitían sus mensajes. Estaba

tan cerca, tan tentador, tan... accesible. Todos sabían, de alguna manera

vaga y medio comprendida, que el Gran Tronco había sido robado por

completo excepto el nombre. Pertenecía al enemigo.

De modo que habían empezado una pequeña y propia compañía

informal, que usaba el Gran Tronco sin que el Gran Tronco lo supiera.

Era un poco como robar. Era exactamente como robar. Era, de hecho,

robar. Pero no había ninguna ley contra eso porque nadie sabía que el

crimen existía, entonces ¿era realmente robar si lo que es robado no es

extrañado por nadie? ¿Y es robar si uno le está robando a los ladrones? De

todos modos, toda propiedad es robo, excepto la mía.

—¿De modo que ahora ustedes son, cómo era otra vez...

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rompedores?(acá debería haber una NdelT explicando el juego de palabras

entre breaker y hacker) —dijo Moist.

—Eso es correcto —dijo Loco Al—. Porque podemos romper el sistema.

—Eso suena un poco dramático cuando lo están haciendo con lámparas,

¿verdad?

—Sí, pero los ‘intermitentes’ ya fueron tomados —dijo Cuerdo Alex.

—De acuerdo, ¿pero por qué Ñu Fumador? —dijo Moist.

—Es la jerga de rompedores para un mensaje muy rápido enviado a

través de todo el sistema —dijo Cuerdo Alex con orgullo.

Moist reflexionó sobre esto.

—Eso tiene sentido —dijo—. Si fuera un equipo de tres personas, cuyos

nombres comienzan todos con la misma letra, ése sería la clase de nombre

que escogería.

Habían encontrado una manera de entrar en el sistema de semáforo, y

era ésta: por la noche, todas las torres de clacks eran invisibles. Sólo se

veían las luces. A menos que uno tuviera un buen sentido de orientación, la

única manera de poder identificar de quién venía el mensaje era por su

código. Los ingenieros conocían muchos códigos. Ooh, montones.

—¿Pueden enviar mensajes gratis? —dijo Moist—. ¿Y nadie lo nota?

Hubo tres sonrisas petulantes.

—Es fácil —dijo Loco Al—, cuando uno sabe cómo.

—¿Cómo sabían que esa torre iba a venirse abajo?

—Nosotros la rompimos —dijo Cuerdo Alex—. Rompimos el tambor

diferencial. Tardan las horas en solucionarlo porque los operadores tienen

que...

A Moist se le perdió el resto de la frase. Palabras inocentes giraban en

ella como restos atrapados en una inundación, apareciendo ocasionalmente

en la superficie y gesticulando desesperadamente antes de ser hundidas otra

vez. Vio ‘la’ varias veces antes de perderla, e incluso ‘desconectada’, y

‘engranaje’, pero los rugientes polisílabos técnicos se alzaron y las

engulleron a todas.

—... y eso toma al menos medio día —terminó Cuerdo Alex.

Moist miró, impotente, a los otros dos.

Page 328: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

—¿Y eso qué significa, exactamente? —dijo.

—Si uno envía un mensaje adecuado, uno puede romper la maquinaria

—dijo Loco Al.

—¿Todo el Tronco?

—En teoría —dijo Loco Al—, porque un código ejecutar y terminado...

Moist se relajó mientras volvía la marea. No estaba interesado en la

maquinaria; pensaba de una llave inglesa como algo que otra persona

sujetaba. Era mejor sonreír y esperar. Así era la cosa con los artesanos: les

encantaba explicar. Uno sólo tenía que esperar hasta que llegaran al propio

nivel del conocimiento, incluso si significaba que tenían que acostarse.

—... ya no podemos hacerlo en todo caso, porque hemos oído que están

cambiando el...

Moist se quedó mirando la paloma durante un rato, hasta que volvió el

silencio. Ah. Loco Al había terminado, y por su aspecto no había sido sobre

una nota alta.

—No pueden hacerlo, entonces —dijo Moist, mientras sentía que su

corazón se hundía.

—No ahora. El viejo Sr. Pony puede ser un poco una anciana pero se

sienta y nota los problemas. ¡Ha estado cambiando todos los códigos todo el

día! Hemos escuchado de uno de nuestros compañeros que cada señalero va

a tener un código personal ahora. Están teniendo mucho cuidado. Sé que la

Srta. Adora Belle pensaba que podíamos ayudarlo, pero ese Gilt bastardo ha

cerrado bien las cosas. Le preocupa que usted vaya a ganar.

—¡Ja! —dijo Moist.

—Se nos ocurrirá alguna otra manera en una o dos semanas —dijo

Indeciso Adrian—. ¿No puede posponerlo hasta entonces?

—No, no lo creo.

—Lo siento —dijo Indeciso Adrian. Estaba jugueteando con un pequeño

tubo de vidrio, lleno de luz roja. Cuando lo giró, se llenó de luz amarilla.

—¿Qué es eso? —preguntó Moist.

—Un prototipo —dijo Indeciso Adrian—. Podía haber hecho al Tronco

casi tres veces más rápido por la noche. Usa moléculas perpendiculares.

Pero el Tronco no está abierto a nuevas ideas.

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—¿Probablemente porque estallan cuando los dejan caer? —dijo Cuerdo

Alex.

—No siempre.

—Creo que me vendrá bien un poco de aire fresco —dijo Moist.

Salieron a la noche. A media distancia la torre final todavía parpadeaba,

y había torres iluminadas aquí y allá en otras partes de la ciudad.

—¿Cuál es ésa? —dijo, como un hombre señalando una constelación.

—El Gremio de Ladrones —dijo Indeciso Adrian—. Señales generales

para sus miembros. No puedo leerlas.

—¿Y ésa? ¿No es la primera torre camino a Sto Lat?

—No, es la estación de la Guardia sobre la Puerta del Eje. Señales

generales hacia la estación de Pseudopolis.

—Se ve a gran distancia.

—Usan pequeñas cajas de obturadores, eso es todo. Uno no puede ver

Torre 2 desde aquí... la Universidad está en el medio.

Moist se quedó mirando, hipnotizado, las luces.

—¿Me preguntaba por qué esa vieja torre de piedra en el camino a Sto

Lat no fue usada cuando construyeron el Tronco? Está en el lugar correcto.

—¿La vieja torre del mago? Robert Dearheart la usó para sus primeros

experimentos, pero está demasiado lejos y las paredes no son seguras, y si

se queda ahí durante más de un día cada vez, se vuelve loco. Todo se trata

de los viejos hechizos que se metieron en las piedras.

Hubo un silencio y luego ellos escucharon a Moist decir, con una voz

ligeramente estrangulada:

—Si ustedes pueden meterse al Gran Tronco mañana, ¿hay algo que

pudieran hacer para disminuir su velocidad?

—Sí, pero no podemos —dijo Indeciso Adrian.

—Sí, ¿pero si pudieran?

—Bien, hay algo en lo que hemos estado pensando —dijo Loco Al—. Es

muy rudo.

—¿Sacará una torre del servicio? —dijo Moist.

—¿Deberíamos estar contándole sobre esto? —dijo Cuerdo Alex.

—¿Alguna vez ha conocido a alguna otra persona para la que Asesino

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sea una buena palabra? —dijo Loco Al—. En teoría podría sacar a todas las

torres, Sr. Lipwig.

—¿Estás demente además de loco? —dijo Cuerdo Alex—. ¡Él es

gobierno!

—¿Todas las torres del Tronco? —dijo Moist.

—Sí. De un solo intento —dijo Loco Al—. Es bastante rudo.

—¿De veras todas las torres? —dijo Moist otra vez.

—Tal vez no todas las torres, si se dan cuenta —admitió Loco Al, como

si algo menos que una destrucción total le causara una suave vergüenza—.

Pero muchas. Incluso si hacen trampas y llevan el mensaje hasta la

siguiente torre a caballo. Lo llamamos... el Pájaro Carpintero.

—¿El pájaro carpintero?

—No, no así. Necesita, algo así, más pausa para llamar la atención,

como... ¡El Pájaro Carpintero!

—... el Pájaro Carpintero —dijo Moist, más lentamente.

—Ya lo tiene. Pero no podemos meternos en el Tronco. Ya saben de

nosotros.

—¿Suponiendo que yo pueda meterme en el Tronco? —dijo Moist,

mirando las luces. Las mismas torres eran casi invisibles ahora.

—¿Usted? ¿Qué sabe sobre códigos de clacks? —dijo Indeciso Adrian.

—Valoro mi ignorancia —dijo Moist—. Pero conozco a la gente. Usted

piensa en conocer bien los códigos. Yo sólo pienso en lo que la gente ve...

Ellos escucharon. Luego discutieron. Recurrieron a la matemática,

mientras las palabras navegaban a través de la noche por encima de ellos.

Y Cuerdo Alex dijo:

—De acuerdo, de acuerdo. Técnicamente podría funcionar, pero las

personas del Tronco tienen que ser estúpidas para permitir que ocurra.

—Pero ellas estarán pensando en los códigos —dijo Moist—. Y soy

bueno para hacer estúpidas a las personas. Es mi trabajo.

—Pensaba que su trabajo era el de Director de Correos —dijo Indeciso

Adrian.

—Oh, sí. Entonces es mi vocación.

El Ñu Fumador se miró.

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—Es una idea totalmente loca —dijo Loco Al, sonriendo abiertamente.

—Me alegra que le guste —dijo Moist.

Hay veces cuando uno tiene que perder el sueño de una noche. Pero

Ankh-Morpork nunca dormía; la ciudad nunca hacía más que dormitar, y se

despertará alrededor de las 3 a.m. por un vaso de agua.

Uno podía comprar cualquier cosa en medio de la noche. ¿Madera? No

hay problema. Moist se preguntó si había vampiros carpinteros, haciendo

silenciosamente sillas vampiros. ¿Lona? Con seguridad habría alguien en la

ciudad que despertaría en las primeras horas de la madrugada para un pis y

pensaría, ‘¡Lo que podría hacer realmente en este momento son mil yardas

cuadradas de lona de grado mediano!’, y, abajo junto a las dársenas, había

fabricantes de velas abiertos para enfrentar la prisa.

Caía una firme llovizna cuando salieron hacia la torre. Moist conducía el

carro, con los otros sentados sobre la carga tras él y porfiando sobre

trigonometría. Moist trataba de no escuchar; se perdió cuando la

matemática empezó a volverse absurda.

Acabar con el Gran Tronco... Oh, las torres quedarían en pie, pero

tardarían meses en repararlas a todas. Haría quebrar a la compañía. Nadie

saldría lastimado, dijo el Ñu. Se referían a los hombres en las torres.

El Tronco se había convertido en un monstruo, comiendo gente. Hacerlo

quebrar era una idea cautivadora. El Ñu estaba lleno de ideas sobre lo que

podía reemplazarlo... más rápido, más barato, más fácil, simplificado,

usando diablillos especialmente criados para el trabajo...

Pero algo fastidiaba a Moist. Gilt había tenido razón, maldito sea. Si uno

quería enviar un mensaje a quinientas millas muy, pero muy rápido, el

Tronco era la manera de hacerlo. Si uno quería envolverlo en una cinta, uno

necesitaba la Oficina de Correos.

Le gustaba el Ñu. Pensaban de una manera agradablemente diferente;

sea cual sea la maldición que corriera por las piedras de la vieja torre

seguramente no podía afectar a las mentes como las suyas, porque estaban

inoculadas contra la demencia al estar un poco locas todo el tiempo. Los

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señaleros de clacks, a lo largo del Tronco, eran... una clase diferente de

personas. No sólo hacían su trabajo, lo vivían.

Pero Moist seguía pensando en todas las cosas malas que podían ocurrir

sin el semáforo. Oh, solían ocurrir antes del semáforo, por supuesto, pero no

era lo mismo en absoluto.

Les dejó aserrando y martillando la torre de piedra, y regresó a la

ciudad, hundido en sus pensamientos.

Page 333: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

Capítulo 13

El borde del sobre

Donde aprendemos la Teoría del Espacio-Paño - Engañoso Collabone El

Gran Tronco Arde - Tan Agudo Que Se Cortará Usted Mismo - Buscando a la

Srta. Dearheart - Una Teoría de Disfraz - Igor Se Mueve - ‘Que Este

Momento No Termine Nunca’ - Una Refriega con el Tronco - La gran vela se

despliega - El Mensaje es Recibido

Mustrum Ridcully, Archicanciller de la Universidad Invisible, dirigió su

taco y apuntó con cuidado.

La bola blanca chocó con una bola roja, que rodó suavemente a una

buchaca. Esto era más difícil de lo que parecía porque más de la mitad de la

mesa de snooker le servía al Archicanciller como sistema de archivo16, y

ciertamente para que la bola llegara al hoyo tenía que pasar a través de

varias pilas de papeles, un pichel, un cráneo con una vela medio derretida

sobre él y mucha ceniza de pipa. Lo hizo.

—Bien hecho, Sr. Stibbons —dijo Ridcully.

—Lo llamo espacio-paño —dijo Ponder Stibbons con orgullo. Todas las

organizaciones necesitan de al menos una persona que sepa qué está

ocurriendo y por qué y quién lo está haciendo, y en la UU (en casi todos los

libros se la llama Universidad Invisible, apocopada UI) este rol era cumplido

por Stibbons, que a menudo deseaba que no fuera así. Ahora mismo estaba

presente en su puesto como Director de Magia Desaconsejablemente

Aplicada, y su propósito a largo plazo era ver que el presupuesto de su

departamento fuera aprobado con una inclinación de cabeza. Con ese fin,

por lo tanto, un puñado de gruesos tubos iba desde abajo de la vieja y

pesada mesa de billar, a través de un hoyo en la pared y del césped, hacia

16 Ridcully practicaba el método de archivo de la Primera Superficie Disponible. (N del A)

Page 334: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

el edificio de Magia de Alta Energía, donde —suspiró— este pequeño truco

estaba ocupando el 40% del tiempo de funcionamiento de Hex, la máquina

pensante de la Universidad.

—Buen nombre —dijo Ridcully, preparando otro tiro.

—¿Como en espacio-fase? —dijo Ponder, con esperanza—. Cuando una

bola está justo a punto de tropezar con un obstáculo que no es otra bola,

mire, Hex la mueve a una teórica dimensión paralela donde hay superficie

plana libre, y mantiene la velocidad y el empuje hasta que puede ser

devuelta a ésta. Es realmente un trozo sumamente difícil e intrincado de

lanzar un hechizo en tiempo irreal...

—Sí, sí, muy bueno —dijo Ridcully—. ¿Había alguna otra cosa, Sr.

Stibbons?

Ponder miró su tablilla con sujetapapeles.

—Hay una carta formal de Lord Vetinari donde pregunta en nombre de

la ciudad si la Universidad pudiese considerar incluir en su inscripción, oh,

un veinticinco por ciento de estudiantes menos capaces, señor.

Ridcully metió la negra, a través de unas pilas de directivas de la

universidad.

—¡No podemos permitir que un grupo de tenderos y carniceros le digan

a una universidad cómo administrase, Stibbons! —dijo con firmeza,

apuntando a una roja—. Agradéceles su interés y diles que continuaremos

inscribiendo el cien por ciento de completos y absolutos estúpidos, como de

costumbre. ¡Tomarlos torpes, convertirlos en brillantes, ésa ha sido siempre

la manera de la UU! ¿Algo más?

—Sólo este mensaje para la gran carrera esta noche, Archicanciller.

—Oh, sí, esa cosa. ¿Qué debería hacer, Sr. Stibbons? Escuché que hay

fuertes apuestas sobre la Oficina de Correos.

—Sí, Archicanciller. La gente dice que los dioses están del lado del Sr.

Lipwig.

—¿Están apostando? —dijo Ridcully, observando con satisfacción cómo

la bola se re-materializaba del otro lado de un olvidado sándwich de jamón.

—No lo creo, señor. No es posible que pueda ganar.

—¿Era el tipo que rescató al gato?

Page 335: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

—Ése era él, señor, sí —dijo Ponder.

—Buen tipo. ¿Qué pensamos del Gran Tronco? Puñado de come-dineros,

escuché. Estuvieron despidiendo gente de esas torres suyas. Un hombre en

el bar me dijo que había escuchado que los fantasmas de los señaleros

muertos embrujaban el Tronco. Trataré con la rosada.

—Sí, lo he escuchado, señor. Creo que es un mito urbano —dijo Ponder.

—Viajan de un extremo del Tronco al otro, dijo. No (es) una mala

manera de pasar la eternidad, te digo. Hay unos panoramas espléndidos

arriba en las montañas. —El Archicanciller hizo una pausa, y su gran cara se

retorció al pensar—. Gran Directorio de Haruspex (acá debería haber una

NdelT explicando que Haruspex es la palabra en latín para Arúspice, el

adivino que lee las entrañas de los animales para predecir el futuro) de las

Dimensiones Variables —dijo por fin.

—¿Perdone, Archicanciller?

—Ése es el mensaje —dijo Ridcully—. Nadie dijo que tenía que ser una

carta, ¿eh? —Agitó una mano sobre la punta del taco, que recibió una

empolvada de tiza fresca—. Dales a cada uno una copia de la nueva edición.

Envíalas a nuestro hombre en Genua... cuál es su nombre, como-se-llame,

tiene un nombre gracioso... muéstrale que el viejo Alma Pater está

pensando en él.

—Ése es Engañoso Collabone, señor. Está fuera estudiando

Comunicaciones de Ostra en un Campo de Baja Intensidad Mágica para su

B.Thau.

—Buenos dioses, ¿pueden comunicarse? —dijo Ridcully.

—Aparentemente, Archicanciller, aunque hasta ahora se están negando

a hablar con él.

—¿Por qué lo enviaríamos hasta ahí?'

—¿A Engañoso H. Collabone, Archicanciller? —preguntó Ponder—.

¿Recuerda? ¿Con una terrible halitosis?

—Oh, ¿te refieres a Alientodedragón Collabone? —dijo Ridcully, cuando

le llegó la comprensión—. ¿Uno que podía soplar un agujero en una lámina

de plata?

—Sí, Archicanciller —dijo Ponder con paciencia. A Mustrum Ridcully

Page 336: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

siempre le gustaba triangular la nueva información desde varias posiciones—

. ¿Usted dijo que lejos en los pantanos nadie lo notaría? Si lo recuerda, le

permitimos que se llevara un pequeño omniscopio.

—¿Eso hicimos? Pensamiento con perspectiva el nuestro. Llámalo ahora

mismo y cuéntale lo que está ocurriendo, ¿quieres?

—Sí, Archicanciller. De hecho lo dejaré unas horas porque todavía es de

noche en Genua.

—Ésa es solamente su opinión —dijo Ridcully, apuntando otra vez—.

Hazlo ahora, hombre.

Fuego desde el cielo...

Todos sabían que la mitad superior de las torres se meció mientras los

mensajes volaban a lo largo del Tronco. Un día, alguien iba a hacer algo

sobre eso. Y todos los viejos señaleros sabían que si la varilla de conexión

que operaba los obturadores de línea abajo era presionado para abrirlos en

el mismo instante en que la varilla de conexión de la línea arriba era jalada

para cerrar los obturadores del otro lado de la torre, la torre se tambaleaba.

Ahora era presionada de un lado y jalada del otro, que aproximadamente

tendría el mismo efecto que una columna de soldados marchando sobre un

viejo puente. Eso no era demasiado problema, a menos que ocurriera una y

otra vez de modo que el movimiento llegara a un nivel peligroso. ¿Pero qué

tan a menudo ocurría?

Cada vez que el Pájaro Carpintero llegaba a tu torre, así de frecuente. Y

era como una enfermedad que sólo podía atacar al débil y al enfermo. No

habría atacado al viejo Tronco, porque el viejo Tronco estaba demasiado

lleno de capitanes de torre que cortarían en un instante y sacarían el

mensaje delincuente fuera del tambor, seguros en el conocimiento de que

sus acciones serían juzgadas por superiores que conocían cómo trabajaba

una torre y habrían hecho lo mismo.

Sí atacaría al nuevo Tronco, porque no había suficientes de esos

capitanes ahora. Uno hacía lo que le decían o no le pagaban, y si las cosas

salían mal no era su problema. En primer lugar fue por culpa de algún idiota

Page 337: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

que aceptó este mensaje para transmitirlo. Nadie se preocupaba por ti, y

todos en las oficinas centrales eran idiotas. No era tu culpa; nadie te

escuchaba. Incluso las oficinas centrales habían empezado un programa del

Empleado del Mes para mostrar cuánto se preocupaban. Eso era cuánto no

se preocupaban.

Y hoy te han dicho que cambies el código tan rápido como sea posible,

y no querías ser acusado de disminuir la velocidad del sistema, de modo que

observaste la próxima torre en la línea hasta que tus ojos lagrimearon y

golpeaste las teclas como un hombre bailando sobre rocas calientes.

Una tras otra, las torres fallaron. Algunas se quemaron cuando las cajas

de obturadores se soltaron y se hicieron añicos sobre los techos de la

cabina, derramando aceite ardiendo. No había esperanza de luchar contra el

fuego en una caja de madera a sesenta pies, arriba en el aire; te deslizabas

por la línea suicida y corrías hasta una distancia segura para mirar el

espectáculo.

Catorce torres estaban ardiendo antes de que alguien quitara las manos

de las teclas. Y entonces ¿qué? Te habían dado órdenes. No se debían

repetir ningún otro mensaje sobre el Tronco mientras este mensaje era

enviado. ¿Qué hiciste después?

Moist despertó, el Gran Tronco ardiendo en su cabeza.

El Ñu Fumador quería derribarlo y recoger los pedazos, y podía ver por

qué. Pero no funcionaría. En algún lugar en la línea habría un ingeniero

inconveniente que arriesgaría su trabajo para enviar un mensaje hacia

delante que diría: es un asesino, cámbielo despacio. Y eso sería todo. Oh,

podrían demorar uno o dos días para que la cosa llegara a Genua, pero

tenían semanas para trabajar. Y otra persona, también, sería lo bastante

lista para comparar el mensaje con el que había sido enviado por la primera

torre. Gilt se escabulliría... no, saldría violentamente. El mensaje ha sido

alterado, diría, y tendría razón. Tenía que haber otra solución.

El Ñu andaba en algo, sin embargo. Cambiar el mensaje era la

respuesta, sólo si podían hacerlo de la manera correcta.

Moist abrió sus ojos. Estaba en su escritorio, y alguien había puesto una

almohada bajo su cabeza.

Page 338: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

¿Cuándo fue la última vez que había dormido en una cama decente?

Oh, sí, la noche en que el Sr. Bomba lo había atrapado. Había pasado un par

de horas en una cama alquilada que tenía un colchón que en realidad no se

movía y no estaba lleno de rocas. Qué dicha.

Su inmediata vida pasada corrió delante de sus ojos. Gimió.

—Buenos Días, Sr. Lipvig —dijo el Sr. Bomba desde la esquina—. Su

Navaja Está Afilada, La Tetera Está Caliente Y Estoy Seguro De Que Una

Taza De Té Viene En Camino.

—¿Qué hora es?

—Mediodía, Sr. Lipvig. Usted No Entró Hasta El Amanecer —añadió el

golem con tono de reproche.

Moist gimió otra vez. Seis horas hasta la carrera. Y entonces tantas

palomas volverían a casa a nidificar que sería como un eclipse.

—Hay Mucha Emoción —dijo el golem, mientras Moist se afeitaba—. Ha

Sido Acordado Que La Línea De Salida Será En Plaza Sator.

Moist se quedó mirando su reflejo, apenas escuchando. Él siempre subía

las apuestas, automáticamente. Nunca prometas hacer lo posible.

Cualquiera podía hacer lo posible. Tú deberías prometer hacer lo imposible,

porque a veces lo imposible era posible, si podías encontrar la manera

correcta, y por lo menos a menudo podías extender los límites de lo posible.

Y si fallabas, bien, había sido imposible.

Pero había ido demasiado lejos esta vez. Oh, no sería una gran

vergüenza admitir que un coche y caballos no podían viajar a mil millas por

hora, pero Gilt se pavonearía ante él, y la Oficina de Correos quedaría

(convertida en) apenas una cosa pequeña, pasada de moda, del año del

catapún, incapaz de competir. Gilt encontraría alguna manera de sostener el

Gran Tronco, cortando aún más esquinas, matando a la gente por codicia...

—¿Está Usted Bien, Sr. Lipvig? —dijo el golem detrás de él.

Moist se miró en sus propios ojos, y lo que parpadeaba en la

profundidad.

Oh, chico.

—¿Se Ha Cortado, Sr. Lipvig? —dijo el Sr. Bomba—. ¿Sr. Lipvig?

Lástima que fallé a mi garganta, pensó Moist. Pero ése era un

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pensamiento secundario, que bordeaba el grande y oscuro que ahora se

desplegaba en el espejo.

Mira en el abismo y verás algo crecer, extendiéndose hacia la luz.

Susurraba: Haz esto. Esto funcionará. Confía en mí.

Oh, chico. Es un plan que funcionará, pensó Moist. Es simple y mortal,

como una navaja. Pero necesita de un hombre sin principios para que

incluso piense en él.

No hay problema allí, entonces.

Lo mataré, Sr. Gilt. Lo mataré en nuestra manera especial, la manera

de la comadreja y el tramposo y el mentiroso. Me llevaré todo excepto su

vida. Me llevaré su dinero, su reputación y sus amigos. Haré girar las

palabras a su alrededor hasta que lo conviertan en un capullo. No le dejaré

nada, ni siquiera la esperanza...

Terminó de afeitarse con cuidado, y se secó el resto de la espuma de su

barbilla. No había, en verdad, tanta sangre.

—Creo que me vendría bien un desayuno sustancioso, Sr. Bomba —

dijo—. Y luego tengo algunas cosas que hacer. Mientras tanto, ¿puede

conseguirme un palo de escoba por favor? ¿Una correcta escoba de abedul?

¿Y luego pintar algunas estrellas sobre el asa?

Los mostradores improvisados estaban atestados cuando Moist bajó,

pero el alboroto se detuvo cuando entró en el salón. Entonces se alzó una

aclamación. Asintió y saludó alegremente, y fue de inmediato rodeado por

personas que agitaban sobres. Hizo todo lo posible para firmarlos todos.

—¡Un montón de correo adicional para Genua, señor! —El Sr. Groat

jubiloso, abriéndose camino a través de la multitud—. ¡Nunca vi un día como

éste, nunca!

—Muy bueno, bien hecho —murmuró Moist.

—¡Y el correo para los dioses ha aumentado también! —continuó Groat.

—Me complace escucharlo, Sr. Groat —dijo Moist.

—¡Tenemos los primeros sellos de Sto Lat, señor! —dijo Stanley,

agitando un par de hojas por encima de su cabeza—. ¡Las primeras láminas

Page 340: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

están cubiertas de fallas, señor!

—Soy muy feliz por ti —dijo Moist—. Pero tengo que irme y preparar

algunas cosas.

—¡Ajá, sí! —dijo el Sr. Groat, guiñando un ojo—. ‘Algunas cosas’, ¿eh?

Exactamente como dice, señor. ¡Párese a un lado, por favor, el Director de

Correos va a pasar!

Groat más o menos empujó a los clientes fuera del camino mientras

Moist, tratando de evitar a las personas que querían que besara a su bebé o

que intentaban quedarse con alguna parte de su traje para la suerte,

consiguió salir al aire fresco.

Luego se quedó en las callejuelas, y encontró un lugar donde hacían un

doble muy razonable Doble Soss (qué es un doble muy razonable Doble

Soss?), Huevo, Bacon (Tocino) y Tajada Frita, en la esperanza de que la

comida pudiera reemplazar el sueño.

Todo se le estaba yendo de las manos. Las personas ponían banderitas

e instalaban puestos en Plaza Sator. La inmensa muchedumbre flotante que

era la población callejera de Ankh-Morpork descendió y fluyó alrededor de la

ciudad, y esa noche se comprometería a formar una turba en la plaza, y

podían vender cosas.

Finalmente, se armó de valor y se dirigió hacia el Golem Trust. Estaba

cerrado. Un poco más de graffiti había sido añadido a los estratos que ahora

cubrían la ventana entablada. Estaba justo encima del nivel de la rodilla y

decía, en crayón: ‘Golms están Hechos de Bost’. Era bueno ver que las

viejas y buenas costumbres de idiota intolerancia eran heredadas, de una

manera en absoluto buena.

Dolly Sisters, pensó enloquecido, se ha quedado con una tía. ¿Alguna

vez mencionó el nombre de la tía?

Corrió en esa dirección.

Dolly Sisters había sido alguna vez un pueblo, antes de que el

crecimiento descontrolado lo arrollara; sus residentes todavía se

consideraban aparte del resto de la ciudad, con sus propias costumbres —

Lunes de Heces de Perro, Todo Fastidia— y casi su propia lengua. Moist no lo

conocía en absoluto. Se abrió camino por angostas callejuelas, buscando

Page 341: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

desesperadamente... ¿qué? ¿Una columna de humo?

En realidad, no era mala idea...

Llegó a la casa ocho minutos después, y dio golpes en la puerta. Para

su alivio, ella la abrió, y se quedó mirándolo.

Entonces dijo:

—¿Cómo?

Él dijo:

—Estanqueros. (Creo que “Vendedores de tabaco” sería mejor. No todo

el mundo sabe que un estanquero es la palabra para ello en algunos lados)

No muchas mujeres por aquí tienen un hábito de cien por día.

—Bien, ¿qué quiere usted, Sr. Inteligente?

—Si usted me ayuda, puedo tomar a Gilt por todo lo que tiene —dijo

Moist—. Ayúdame. ¿Por favor? ¿Por mi honor de hombre totalmente poco

fiable?

Eso al menos obtuvo una breve sonrisa, para ser reemplazada casi de

inmediato por la expresión habitual de profunda sospecha. Entonces alguna

lucha interior se resolvió.

—Es mejor que usted entre en el salón —dijo, abriendo bien la puerta.

Esa habitación era pequeña, oscura y llena de respetabilidad. Moist se

sentó en el borde de una silla, tratando de no perturbar nada, mientras que

se esforzaba por escuchar las voces femeninas al final del pasillo. Entonces

la Srta. Dearheart entró y cerró la puerta detrás de ella.

—Espero que esto esté bien para su familia —dijo Moist—. Yo...

—Les dije que estábamos de novios —dijo la Srta. Dearheart—. Para

eso son los salones. Las lágrimas de júbilo y esperanza en los ojos de mi

madre fueron una visión para ver. Ahora, ¿qué quiere usted?

—Cuénteme sobre su padre —dijo Moist—. Tengo que saber cómo le

sacaron el Gran Tronco. ¿Tiene todavía algunos papeles?

—No servirá de nada. Un abogado los miró y dijo que sería muy difícil

armar un caso...

—Intento apelar a un tribunal superior —dijo Moist.

—Quiero decir, no podemos probar un montón de cosas, no probarlas

en realidad... —protestó la Srta. Dearheart.

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—No tengo que hacerlo —dijo Moist.

—El abogado dijo que llevaría meses y meses de trabajo... —continuó,

decidida a encontrar un obstáculo.

—Haré que alguna otra persona lo pague —dijo Moist—. ¿Tiene algún

libro? ¿Libros mayores? ¿Cualquier cosa como eso?

—¿Qué está pensando hacer? —exigió la Srta. Dearheart.

—Es mejor si usted no lo sabe. Realmente. Sé lo que estoy haciendo,

Tacón. Pero usted no debería saberlo.

—Bien, hay una gran caja de papeles —dijo la Srta. Dearheart,

vacilante—. Supongo que podría como... dejarla aquí mientras estoy

ordenando...

—Bien.

—¿Pero puedo confiar en usted?

—¿Sobre esto? ¡Mis dioses, no! ¡Su padre confió en Gilt, y mire qué

ocurrió! No confiaría en mí si fuera usted. Pero lo haría si fuera yo.

—Lo gracioso es, Sr. Lipwig, que me encuentro a mí misma confiando

más en usted ahora cuando me dice qué tan poco fiable es —dijo la Srta.

Dearheart.

Moist suspiró.

—Sí, lo sé, Tacón. Espantoso, ¿verdad? Es algo de la gente. ¿Podría ir

por la caja, por favor?

Lo hizo, con un ceño perplejo.

Le llevó la toda la tarde e incluso entonces Moist no estaba seguro, pero

había llenado una pequeña libreta con garabatos. Era como buscar pirañas

en un río atestado de algas. Había muchos huesos en el fondo. Pero, aunque

a veces uno pensaba haber vislumbrado un destello de plata, uno nunca

podía estar seguro de no haber visto un pez. La única manera de estar

seguro era saltar adentro.

Para las cuatro y media la Plaza Sator estaba repleta.

Lo maravilloso del traje dorado y el sombrero alado era que, si Moist se

los quitaba, ya no era él. Era apenas una persona común con ropa que nadie

recordaba y una cara de la que uno podía pensar vagamente que ha visto

antes.

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Pasó a través de la multitud, hacia la Oficina de Correos. Nadie le echó

un segundo vistazo. La mayoría ni siquiera se molestó con un primer

vistazo. De una manera que hasta ahora nunca se había dado cuenta,

estaba solo. Siempre había estado solo. Era la única manera de estar

seguro.

El problema era que extrañaba el traje dorado. Todo era un acto,

realmente. Pero el Hombre con el Traje Dorado era un buen acto. No quería

ser una persona a quien uno olvidaba, alguien que estaba a un paso por

encima de una sombra. Debajo del sombrero alado, podía hacer milagros o,

por lo menos, hacer que pareciera que se habían producido milagros, que

era casi tan bueno.

Tendría que hacer uno en una hora o dos, eso era seguro.

Oh, bien...

Dobló la parte posterior de la Oficina de Correos, y estaba a punto de

entrar cuando una figura en la sombra dijo:

—¡Pishado!

—¿Sospecho que quiso decir ‘Pist’? —dijo Moist. Cuerdo Alex salió de las

sombras; vestía su vieja chaqueta de burro del Gran Tronco y un inmenso

casco con cuernos.

—Nos estamos quedando cortos con la lona... —empezó.

—¿Por qué el casco? —dijo Moist.

—Es un disfraz —dijo Alex.

—¿Un gran casco con cuernos?

—Sí. Me hace tan notable que nadie sospechará que estoy tratando de

no ser notado, de modo que no se molestarán en notarme.

—Sólo un hombre muy inteligente pensaría en algo así —dijo Moist con

cautela—. ¿Qué está ocurriendo?

—Necesitamos más tiempo —dijo Alex.

—¿Qué? ¡La carrera empieza a las seis!

—No será lo bastante oscuro. No podremos subir la vela hasta las

(¿seis? ¿siete?) y media, por lo menos. Seremos descubiertos si asomamos

nuestras cabezas sobre el parapeto antes de entonces.

—¡Oh, vamos! ¡Las otras torres están demasiado lejos!

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—Las personas sobre el camino no lo están —dijo Alex.

—¡Maldición! —Moist se había olvidado del camino. Todo lo que se

necesitaría después era alguien que dijera que había visto personas en la

vieja torre del hechicero...

—Escuche, ya tenemos todo listo para comunicar —dijo Alex,

observando su cara—. Podemos trabajar rápido cuando estamos allá arriba.

Sólo necesitamos media hora de oscuridad, tal vez algunos minutos más.

Moist se mordió el labio.

—De acuerdo. Puedo hacerlo, creo. Regrese ahora allí y ayúdelos. Pero

no empiecen hasta que llegue allí, ¿comprendido? ¡Confíe en mí!

Estoy repitiéndolo mucho, pensó después de que el hombre se fuera

deprisa. Sólo espero que confíen.

Subió a su oficina. El traje dorado estaba sobre su percha. Se lo puso.

Tenía trabajo que hacer. Era aburrido pero tenía que hacerlo. Así que lo

hizo.

A las cinco y media las tablas del suelo crujieron cuando el Sr. Bomba

entró en la habitación, arrastrando un palo de escoba detrás de él.

—Pronto Será Tiempo Para La Carrera, Sr. Lipvig —dijo.

—Debo terminar algunas cosas —dijo Moist—. Hay cartas aquí de

constructores y arquitectos, oh, y alguien quiere que yo le cure sus

verrugas... Realmente tengo que lidiar con el papeleo, Sr. Bomba.

En la privacidad de la cocina de Reacher Gilt, Igor escribía una nota

muy cuidadosamente. Había detalles a ser observados, después de todo.

Uno no se escabullía como un ladrón en la noche. Uno ordenaba, se

aseguraba que la despensa estuviera llena, los platos lavados y tomar

exactamente lo que le debían de la caja chica.

Una lástima, realmente. Había sido un muy buen trabajo. Gilt no

esperaba que él hiciera mucho, e Igor había disfrutado aterrorizando a los

otros criados. A la mayoría de ellos, de todos modos.

—Es tan triste que usted se vaya, Sr. Igor —dijo la Sra. Glowbury, la

cocinera. Dio unos toquecitos a sus ojos con un pañuelo—. Usted ha sido un

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verdadero aliento de aire fresco.

—No puedo evitarlo, Ssra. Glowbury —dijo Igor—. Exstrañaré su filete y

su passtel de riñón, y no lo dude. Le hasce bien a mi corazsón ver a una

mujer que realmente puede hascer algo con loss ssobrantess.

—Le he tejido esto, Sr. Igor —dijo la cocinera, ofreciendo indecisa un

pequeño paquete blando. Igor lo abrió con cuidado, y desdobló un

pasamontañas rayado rojo y blanco.

—Pensé que ayudaría a mantener su rayo tibio —dijo la Sra. Glowbury,

ruborizándose.

Igor agonizó por un momento. Le gustaba y respetaba a la cocinera.

Nunca había visto a una mujer manejar los cuchillos afilados tan hábilmente.

A veces, uno tenía que olvidar el código de los Igor.

—Ssra. Glowbury, ¿me dijo que tiene una hermana en Quirm? —dijo.

—Eso es correcto, Sr. Igor.

—Ahora ssería un muy buen momento para que vaya a vissitarla —dijo

Igor con firmeza—. No me pregunte por qué. Adióss, querida Ssra.

Glowbury. Recordaré ssu hígado con cariño.

Ahora eran las seis menos diez.

—Si Se Va Ahora, Sr. Lipvig, Llegará Justo A Tiempo Para La Carrera —

tronó el golem desde la esquina.

—Éste es un trabajo de importancia cívica, Sr. Bomba —dijo Moist

severamente, leyendo otra carta—. Estoy mostrando rectitud y atención al

deber.

—Sí, Sr. Lipvig.

Lo dejó continuar hasta diez minutos después de la hora, porque le

llevaría cinco minutos llegar a la plaza, en un paseo indiferente. Con el

golem a su espalda, en algo que se acercaba a la antítesis de la indiferencia

y del paseo, dejó atrás la Oficina de Correos.

La multitud en la plaza se abrió al acercarse, y se escucharon

aclamaciones y algunas risas cuando la gente vio el palo de escoba sobre su

hombro. Tenía estrellas pintadas en él, por lo tanto debía ser un palo de

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escoba mágico. De tales creencias se hacen fortunas.

Encuentre a la Dama, Encuentre a la Dama... había una ciencia en eso,

en cierto modo. Por supuesto, ayudaba si uno averiguaba cómo obtener tres

cartas de un mazo suelto; realmente ésa era la clave. Moist había aprendido

a ser bueno en eso, pero encontraba los simples trucos mecánicos un poco

aburridos, un poco por debajo de él. Había otras maneras, maneras de

engañar, de distraer, de enfurecer. La cólera era siempre buena. Las

personas enfadadas cometían errores.

Había un espacio en el centro de la plaza alrededor de la diligencia

sobre la que Leadpipe Jim estaba sentado con orgullo. Los caballos brillaban,

los herrajes del coche relucían a la luz de las antorchas. Pero el grupo

parado alrededor del coche relucía bastante menos.

Había un par de personas del Tronco, varios magos y, por supuesto,

Otto Chriek el iconografeador. Giraron y le dieron la bienvenida a Moist con

expresiones que iban desde alivio hasta sospecha profunda.

—Estábamos considerando descalificarlo, Sr. Lipwig —dijo Ridcully, con

aspecto severo.

Moist le pasó la escoba al Sr. Bomba.

—Pido disculpas, Archicanciller —dijo—. Estaba controlando algunos

diseños de sellos y perdí totalmente la noción del tiempo. Oh, buenas

noches, Profesor Pelc.

El Profesor de Mórbida Bibliomancia le sonrió y alzó un pote.

—Y el Profesor Goitre —dijo—. El viejo tipo pensó que le gustaría ver de

qué se trata todo este escándalo.

—Y éste es el Sr. Pony del Gran Tronco —dijo Ridcully.

Moist estrechó la mano del ingeniero.

—¿No vino el Sr. Gilt con usted? —dijo, haciendo un guiño.

—Está, er, observando desde su coche —dijo el ingeniero, mirando a

Moist, muy nervioso.

—Bien, ya que ambos están aquí, el Sr. Stibbons les entregará una

copia del mensaje a cada uno —dijo el Archicanciller—. ¿Sr. Stibbons?

Dos paquetes fueron entregados. Moist desenvolvió el suyo, y se echó a

reír.

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—¡Pero es un libro! —dijo el Sr. Pony—. Llevará toda la noche

codificarlo. ¡Y hay diagramas!

Está bien, empecemos, pensó Moist, y se movió como una cobra. Le

arrebató el libro al sobresaltado Pony, lo hojeó rápidamente, agarró un

puñado de páginas y las arrancó, ante el grito entrecortado de la multitud.

—Allí lo tiene, señor —dijo, entregándole las páginas—. ¡Allí está su

mensaje! Páginas 79 a 128. ¡Nosotros entregaremos el resto del libro y el

receptor puede reponer sus páginas después, si llegan! —Era consciente de

que el Profesor Pelc lo miraba furioso, y añadió—: ¡Y estoy seguro de que

puede ser reparado muy prolijamente!

Era un gesto estúpido pero era grande, fuerte, gracioso y cruel, y si

Moist no sabía cómo atraer la atención de una multitud no sabía nada. El Sr.

Pony dio un paso hacia atrás, agarrando el capítulo cortado.

—No quise decir... —intentó, pero Moist lo interrumpió:

—Después de todo, tenemos un coche grande para un libro tan

pequeño.

—Es que las figuras llevan tiempo para codificar... —protestó el Sr.

Pony. No estaba acostumbrado a este tipo de cosas. La maquinaria no

replicaba.

Moist permitió que una mirada de genuino interés cruzara su cara.

—Sí, eso parece injusto —dijo. Giró hacia Ponder Stibbons—. ¿No cree

que eso es injusto, Sr. Stibbons?

El mago se veía perplejo.

—¡Pero en cuanto lo hayan codificado les llevará apenas un par de

horas enviarlo a Genua! —dijo.

—Sin embargo, debo insistir —dijo Moist—. No queremos una ventaja

injusta. Bájese, Jim —le gritó al cochero—. Vamos a darle una ventaja a los

clacks. —Se volvió hacia Ponder y el Sr. Pony con una expresión de inocente

amabilidad—. ¿Una hora estaría bien, caballeros?

La multitud estalló. Dioses, soy bueno en esto, pensó Moist. Quiero que

este momento continúe para siempre...

—¡Sr. Lipwig! —se escuchó una voz. Moist examinó las caras, y

descubrió al llamador.

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—Ah, Srta. Sacharissa. ¿Lápiz listo?

—¿Está diciéndonos seriamente que esperará mientras el Gran Tronco

prepara su mensaje? —dijo. Se estaba riendo.

—Efectivamente —dijo Moist, agarrando las solapas de su brillante

chaqueta—. Nosotros en la Oficina de Correos somos personas justas.

¿Puedo aprovechar esta oportunidad para contarle sobre nuestro Nuevo

Sello Verde de Col, a propósito?

—Seguramente está yendo demasiado lejano, Sr. Lipwig.

—¡Todo el camino hasta Genua, querida dama! ¿Mencioné que la goma

tiene sabor a col?

Moist no podría haberse detenido ahora por dinero. Aquí vivía su alma:

bailando sobre una avalancha, haciendo que el mundo lo acompañara,

metiéndose en las orejas de las personas y cambiando sus mentes. Para eso

ofrecía vidrio como diamante, permitía que las cartas de Buscar a la Dama

volaran bajo sus dedos, pararse sonriente enfrente de los oficinistas que

revisaban las falsas notas de cambio. Era la sensación que ansiaba, la cruda

y desnuda emoción de empujar el sobre...

Reacher Gilt se estaba moviendo a través de la multitud, como un

tiburón entre peces pequeños. Lanzó a Moist una mirada cuidadosamente

neutral, y giró hacia el Sr. Pony.

—¿Hay algún problema, caballeros? —dijo—. Se está haciendo tarde.

En un silencio interrumpido por las risas ahogadas de la multitud, Pony

trató de explicarle, en la medida en que ahora lo comprendía, qué estaba

ocurriendo.

—Ya veo —dijo Gilt—. A usted le complace reírse de nosotros, Sr.

Lipwig. Entonces permítame decir que nosotros del Gran Tronco no

tomaremos a mal si usted parte ahora. Pienso que podemos prescindir de

usted durante un par de horas, ¿eh?

—Oh, indudablemente —dijo Moist—. Si eso le hace sentir mejor.

—Efectivamente lo hará —dijo Gilt con gravedad—. Sería mejor, Sr.

Lipwig, si usted estuviera a gran distancia de aquí.

Moist escuchó el tono, porque lo estaba esperando. Gilt estaba siendo

razonable y estadista, pero su ojo era una oscura bola de metal y tenía el

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armónico de homicidio en su voz. Y luego Gilt dijo:

—¿Está el Sr. Groat bien, Sr. Lipwig? Lamenté escuchar del ataque.

—¿El ataque, Sr. Gilt? Fue golpeado por una viga que caía —dijo Moist.

Y esa pregunta no le da derecho a ninguna piedad en absoluto, pase lo que

pase.

—¿Ah? Entonces fui mal informado —dijo Gilt—. Aprenderé a no

escuchar rumores en el futuro.

—Le pasaré sus buenos deseos al Sr. Groat —dijo Moist.

Gilt levantó su sombrero.

—Adiós, Sr. Lipwig. Le deseo la mejor de las suertes en su valiente

intento. Hay algunas personas peligrosas en el camino.

Moist levantó su propio sombrero y dijo:

—Pienso dejarlas atrás muy pronto, Sr. Gilt.

Eso es, pensó. Lo hemos dicho todo, y la buena dama del periódico cree

que somos buenos amigos o, al menos, rivales de negocios que son

educados entre sí. Estropeemos el humor.

—Adiós, damas y caballeros —dijo—. Sr. Bomba, ¿sería tan amable de

poner la escoba en el coche, quiere?

—¿Escoba? —dijo Gilt, levantando la mirada bruscamente—. ¿Esa

escoba? ¿Una con estrellas sobre ella? ¿Está llevando un palo de escoba?

—Sí. Nos vendrá bien si nos averiamos —dijo Moist.

—¡Protesto, Archicanciller! —dijo Gilt, girando en redondo—. ¡Este

hombre intenta volar a Genua!

—¡No tengo semejante intención! —dijo Moist—. ¡Me ofende la

acusación!

—¿Es por eso que parece tan seguro? —gruñó Gilt. Y era un gruñido, allí

y entonces, la pequeña señal de la aparición de una grieta.

Un palo de escoba podía viajar lo bastante rápido para sacarte las

orejas. No necesitaba que demasiadas torres se averiaran, y los cielos

sabían que se averiaban todo el tiempo, para que un palo de escoba

derrotara a los clacks hasta Genua, especialmente porque podía volar en

línea recta y no tendría que seguir la gran curva pronunciada que el camino

de coches y el Gran Tronco seguían. El Tronco tendría que tener muy poca

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suerte, y la persona volando la escoba podía quedar congelada y

probablemente muerta, pero un palo de escoba podía volar desde Ankh-

Morpork hasta Genua en un día. Eso podría hacerlo.

La cara de Gilt era una máscara de júbilo. Ahora sabía qué planeaba

Moist.

Siempre gira y gira, y nadie sabe dónde para...

Era el corazón de cualquier estafa o trampa. Mantener al cliente

inseguro o, si está seguro, hacerle sentir seguro de algo equivocado.

—¡Exijo que ningún palo de escoba sea colocado sobre el coche! —dijo

Gilt al Archicanciller, que no era un buen movimiento. Uno no le exigía nada

a los magos. Uno solicitaba—. ¡Si el Sr. Lipwig no está seguro de su equipo

—continuó Gilt—, sugiero que admita la derrota ahora mismo!

—Estaremos viajando solos en algunos caminos peligrosos —dijo

Moist—. Un palo de escoba podría ser esencial.

—Sin embargo, me siento forzado a estar de acuerdo con este...

caballero —dijo Ridcully, con un poco de repugnancia—. No se vería

correcto, Sr. Lipwig.

Moist alzó las manos.

—Como usted desee, señor, por supuesto. Es una lástima. ¿Puedo pedir

un trato imparcial, sin embargo?

—¿Qué quiere decir? —dijo el mago.

—Hay un caballo estacionado en cada torre para ser usado cuando la

torre se avería —dijo Moist.

—¡Es una práctica normal! —dijo Gilt, con brusquedad.

—Sólo en las montañas —dijo Moist con calma—. E incluso entonces

sólo en las torres más aisladas. Pero hoy, sospecho, hay uno en cada torre.

Es un pony veloz, Archicanciller, con las disculpas al Sr. Pony. Podrían

fácilmente derrotar a nuestro coche sin enviar una sola palabra en código.

—¡No es posible que esté sugiriendo que llevaremos el mensaje todo el

camino a caballo! —dijo Gilt.

—Usted estaba sugiriendo que yo volaría —dijo Moist—. Si el Sr. Gilt no

está seguro de su equipo, Archicanciller, sugiero que admita la derrota ahora

mismo.

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Y allí estaba, una sombra sobre la cara de Gilt. Estaba más que sólo

indignado ahora; había pasado a las aguas calmas y límpidas de la completa

cólera visceral.

—Entonces acordemos en que ésta no es una prueba de caballos contra

palos de escoba —dijo Moist—. Es la diligencia contra las torres de clacks. Si

el coche se avería, lo reparamos. Si una torre se avería, usted la repara.

—Eso parece justo, debo decir —dijo Ridcully—. Y así lo reglamento. Sin

embargo, debo llevar a un lado al Sr. Lipwig para decirle una palabra de

advertencia.

El Archicanciller puso su brazo sobre los hombros de Moist y lo llevó

detrás del coche. Entonces se inclinó hasta que sus caras estuvieron a una

pulgada de distancia.

—¿Es usted consciente, verdad, de que pintar algunas estrellas sobre

un palo de escoba perfectamente corriente no significa que se alzará en el

aire? —dijo.

Moist miró dentro de un par de lechosos ojos azules que eran tan

inocentes como los de un niño, particularmente un niño que trata con ahínco

parecer inocente.

—Mi cielo, ¿no lo hará? —dijo.

El mago le palmeó el hombro.

—Mejor es dejar las cosas como están, creo —dijo con felicidad.

Gilt sonrió a Moist cuando regresaron.

Era demasiado para resistirlo, así que Moist no lo hizo. Levanta las

apuestas. Siempre presiona tu suerte, porque nadie más la presionará por ti.

—¿Le agradaría una pequeña apuesta personal, Sr. Gilt? —dijo—. Sólo

para hacerlo... ¿interesante?

Gilt lo recibió bien, si uno no pudiera leer los signos, las pequeñas

señales...

—Santo cielo, Sr. Lipwig, ¿acaso los dioses ven con buenos ojos las

apuestas? —dijo, y lanzó una breve risa.

—¿Qué es la vida sino una lotería, Sr. Gilt? —dijo Moist—. Digamos...

¿cien mil dólares?

Eso lo logró. Era el colmo. Vio que algo cerraba un circuito dentro de

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Reacher Gilt.

—¿Cien mil? ¿Dónde conseguiría esa cantidad de dinero, Lipwig?

—Oh, simplemente los reúno, Sr. Gilt. ¿Acaso no todos lo saben? —dijo

Moist, para diversión general. Mostró su sonrisa más insolente al

presidente—. ¿Y dónde conseguirá cien mil dólares usted?

—Ja. ¡Acepto la apuesta! Veremos quién se ríe mañana —dijo Gilt sin

rodeos.

—Lo esperaré con ansia —dijo Moist.

Y ahora te tengo en mi mano, pensó. En mi mano. Estás enfurecido,

ahora. Estás tomando las decisiones equivocadas. Estás caminando sobre la

planchada.

Subió al coche y se volvió hacia la multitud.

—A Genua, damas y caballeros. ¡A Genua o reventar!

—¡Alguien lo hará! —gritó un chistoso en la multitud. Moist hizo una

reverencia, y, mientras se enderezaba, vio la cara de Adora Belle Dearheart.

—¿Se casará conmigo, Srta. Dearheart? —gritó.

Se escuchó un ‘¡Oooh!’ desde la multitud, y Sacharissa giró la cabeza

como un gato buscando al siguiente ratón. ¡Qué lástima que el periódico

tuviera sólo una portada, ¿eh?!

La Srta. Dearheart sopló un anillo de humo.

—No todavía —dijo con calma. Esto recibió una mezcla de aclamaciones

y abucheos.

Moist saludó, saltó junto al conductor y dijo:

—Arranca, Jim.

Jim sacudió el látigo para darle sonido a la cosa, y el coche se movió en

medio de aclamaciones. Moist miró hacia atrás, y distinguió al Sr. Pony

abriéndose paso con determinación a través de la multitud en dirección a la

Torre Tump. Entonces se recostó y miró las calles, a la luz de las lámparas

del coche.

Quizás era el oro abriéndose camino desde afuera. Podía sentir que algo

lo llenaba, como una niebla. Cuando movió su mano, estaba seguro de que

dejaba un rastro de puntos en el aire. Todavía estaba volando.

—Jim, ¿me veo bien? —dijo.

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—No puedo ver mucho de usted con esta luz, señor —dijo el cochero—.

¿Puedo hacerle una pregunta?

—Adelante, por favor.

—¿Por qué le dio sólo esas páginas de en medio a los bastardos?

—Por dos razones, Jim. Nos hace ver bien y a ellos los hace ver como

niños llorosos. Y la otra es, es la parte con todas las ilustraciones de color.

Escuché que lleva eras codificar una de ésas.

—¡Es tan agudo que se cortará usted mismo, Sr. Lipwig! ¿Eh? ¡Maldita

condenación!

—¡Conduce como las llamas, Jim!

—¡Oh, yo sé cómo darles un espectáculo, señor, puede contar con eso!

—¡Hyap! El látigo chasqueó otra vez, y el sonido de las pezuñas rebotaba de

los edificios.

—¿Seis caballos? —dijo Moist, mientras galopaban por Broadway.

—Sí, señor. También podría darme un nombre, señor —dijo el cochero.

—Disminuya la velocidad un poco cuando llegue a la vieja torre del

hechicero, ¿quiere? Me bajaré allí. ¿Tomó algunos guardianes?

—Cuatro de ellos, Sr. Lipwig —anunció Jim—. Están escondidos adentro.

Hombres de reputación e integridad. Los conozco desde que éramos

muchachos: Nosher Harry, Skullbreaker Tapp, Grievous Macizo Harmsworth

y Joe ‘Sin Nariz’ Tozer. Son compañeros, señor, no se preocupe, y están

esperando unas pequeñas vacaciones en Genua.

—Sí, todos hemos traído nuestros baldes y palas —gruñó una voz desde

adentro.

—Mejor los tendría a ellos que a una docena de guardianes —dijo Jim

con felicidad.

El coche continuaba traqueteando, dejando atrás los remotos suburbios.

El camino bajo las ruedas se volvió más desigual, pero el coche se

balanceaba y bailaba sobre sus resortes de acero.

—Cuando me ha dejado, puede sofrenarlos un poco. No hay ninguna

necesidad de apurarse, Jim —dijo Moist, después de un rato.

A la luz de las lámparas del coche, Moist vio la cara roja de Jim brillar

con astucia.

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—Es su Plan, ¿eh, señor?

—¡Es un plan maravilloso, Jim! —dijo Moist. Y tendré que asegurarme

que no trabaje.

Las luces del coche desaparecieron, dejando a Moist en la fría

oscuridad. A la distancia las columnas de humo débilmente iluminadas de

Ankh-Morpork formaban un gran hongo de nubes que ocultaban las

estrellas. Unas cosas corrieron a los arbustos, y una brisa le trajo el perfume

de las coles sobre los interminables campos.

Moist esperó hasta conseguir un poco de visión nocturna. La torre

apareció, una columna de noche sin estrellas. Todo lo que tenía que hacer

era encontrar su camino a través del bosque denso, lleno de zarzas y raíces

nudosas...

Hizo ruido como un búho. Ya que Moist no era un ornitólogo, lo hizo

diciendo ‘wu wu’.

El bosque estalló con ululatos de búhos, pero éstos eran unos búhos

que nidificaban en la vieja torre del hechicero, que te volvía loco en un día.

No tenía ningún efecto obvio en ellos excepto que los ruidos que hacían se

parecían a cada sonido posible que podía ser hecho por una criatura viva o

incluso una moribunda. Había definitivamente algún elefante ahí, y

posiblemente alguna hiena, también, con una pizca de resorte de cama.

Cuando el estrépito amainó una voz a unos pies de distancia susurró:

—De acuerdo, Sr. Lipwig. Soy yo, Adrian. Tome mi mano y vámonos

antes de que los otros empiecen a pelear otra vez.

—¿Pelear? ¿Por qué?

—¡Se llevan el uno al otro hasta arriba de la pared! ¿Siente esta soga?

¿Puede sentirla? Correcto. Puede moverse rápido. Exploramos un sendero y

tendimos la soga...

Se apresuraron a través de los árboles. Uno tenía que estar muy cerca

de la torre para ver el brillo que atravesaba la estropeada entrada en la

base. Indeciso Adrian había fijado algunas de sus pequeñas luces frías en la

pared interior. Las piedras se movían bajo los pies de Moist mientras trepaba

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a la cima. No les prestó atención, pero corrió tan rápido hasta arriba por la

escalera en espiral que cuando llegó giró sobre sí mismo.

Loco Al lo sujetó por los hombros.

—Sin prisa —dijo alegremente—. Tenemos diez minutos para empezar.

—Habríamos estado listos hace veinte minutos si alguien no hubiera

perdido el martillo —farfulló Cuerdo Alex, tensando un alambre.

—¿Qué? Lo puse en la caja de herramientas, ¿verdad? —dijo Loco Al.

—¡En el cajón de la llave inglesa!

—¿Y entonces?

—¿Quién con la mente en orden buscaría un martillo en el cajón de la

llave inglesa?

Muy abajo, los búhos comenzaron otra vez.

—Miren —dijo Moist rápidamente—, eso no es importante, ¿verdad?

¿Ahora mismo?

—Este hombre —dijo Cuerdo Alex, señalando una llave acusadora—,

¡este hombre está loco!

—No tan loco como alguien que guarda sus tornillos prolijamente según

tamaño en potes de mermelada —dijo Loco Al.

—¡Eso cuenta como cuerdo! —dijo Alex con fuerza.

—¡Pero todos saben que rebuscar es la mitad de la diversión! Además...

—Está hecho —dijo Indeciso Adrian.

Moist levantó la mirada. La máquina del Ñu se elevaba en la noche,

como lo había hecho sobre el techo de la Oficina de Correos. Detrás de ella,

en dirección a la ciudad, una estructura con forma de H trepaba incluso más

arriba. Parecía un poco el mástil de una embarcación, un efecto tal vez

causado por los alambres que la estabilizaban. Vibraban en la leve brisa.

—Usted debe haber molestado a alguien —continuó Adrian, mientras los

otros se tranquilizaban un poco—. Un mensaje fue enviado hace veinte

minutos, del mismo Gilt. Dijo que el grande pasará doble, que tengan gran

cuidado para no cambiarlo de ninguna manera, que no habrá ningún otro

tráfico en absoluto hasta que haya un mensaje de reinicio de Gilt, y que

personalmente botará al personal completo de cualquier torre que no siga

esas instrucciones estrictamente.

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—Esto lo va a mostrar, el Gran Tronco es una compañía popular —dijo

Moist.

Indeciso Adrian y Loco Al se acercaron a la gran viga y empezaron a

desenrollar algunas sogas de sus soportes.

Oh, bien, pensó Moist, a decirlo ahora...

—Hay apenas una alteración al plan —dijo, y respiró hondo—. No vamos

a enviar el Pájaro Carpintero.

—¿Qué quiere decir? —dijo Adrian, dejando caer su soga—. ¡Ése era el

plan!

—Destruirá el Tronco —dijo Moist.

—Sí, ése era el plan, efectivamente —dijo Al—. ¡Gilt es tan bueno como

pintar ‘patéame’ sobre los pantalones! Mire, se está cayendo por propia

voluntad de todos modos, ¿de acuerdo? ¡Era un experimento en primer

lugar! ¡Podemos reconstruirlo más rápido y mejor!

—¿Cómo? —dijo Moist—. ¿De dónde vendrá el dinero? Conozco una

manera de destruir la compañía pero dejar las torres en pie. Les fueron

robadas a los Dearheart y a sus socios. ¡Puedo devolvérselas! Pero la única

manera de construir una mejor línea de torres es dejar las viejas intactas.

¡El Tronco tiene que ganar!

—¡Ésa es la clase de cosa que diría Gilt! —dijo Al, con brusquedad.

—Y es verdad —dijo Moist—. ¡Alex, usted está cuerdo, dígale al hombre!

¡Mantener el Tronco en operación, reemplazar una torre a la vez, nunca

perder ningún código! —Agitó una mano hacia la oscuridad—. Las personas

sobre las torres, quieren sentirse orgullosas de lo qué hacen, ¿sí? Es trabajo

duro y no les pagan lo suficiente pero viven para mover códigos, ¿correcto?

¡La compañía los está enterrando pero todavía mueven códigos!

Adrian tiró de su soga.

—Hey, la lona está atascada —anunció a la torre en general—. Debe

haber quedado atrapada cuando la plegamos...

—Oh, estoy seguro de que el Pájaro Carpintero trabajará —dijo Moist,

lanzado—. Podría incluso dañar bastantes torres durante el tiempo

suficiente. Pero Gilt saldrá sin mancha. ¿Lo comprenden? ¡Gritará que hubo

sabotaje!

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—Y entonces, ¿qué? —dijo Loco Al—. ¡Tendremos este montón de

nuevo sobre el carro en una hora y nadie sabrá que estuvimos aquí alguna

vez!

—Subiré y la liberaré, ¿verdad? —dijo Indeciso Adrian, sacudiendo la

lona.

—¿Dije que no trabajará? —dijo Moist, despidiéndolo—. Mire, Sr. Al,

esto no va a ser resuelto por el fuego. Va a ser resuelto con las palabras. Le

diremos al mundo qué le pasó al Tronco.

—¿Ha estado hablando con Asesina sobre eso? —dijo Alex.

—Sí —dijo Moist.

—Pero usted no puede demostrar nada —dijo Alex—. Escuchamos que

todo era legal.

—Lo dudo —dijo Moist—. Pero eso no importa. No tengo que demostrar

nada. Dije que esto se trata de palabras, y de cómo uno puede retorcerlas, y

de cómo uno puede hacerlas girar en la cabeza de la gente de modo que

piensen como uno quiere. Enviaremos nuestro propio mensaje, y ¿saben

qué? Los muchachos en las torres querrán enviarlo, y cuando las personas

sepan qué dice querrán creerlo, porque querrán vivir en un mundo donde es

verdad. Es mi palabra contra la de Gilt, y soy mejor con ellas que él. Puedo

derrotarlo con una frase, Sr. Loco, y dejar todas las torres en pie. Y nunca

nadie sabrá cómo fue hecho...

Se escuchó una breve exclamación detrás de ellos, y el sonido de la

lona desenrollándose muy rápido.

—Confíen en mí —dijo Moist.

—Nunca tendremos otra oportunidad como ésta —dijo Loco Al.

—¡Exactamente! —dijo Moist.

—Ha muerto un hombre por cada tres torres en pie —dijo Loco Al—. ¿Lo

sabía?

—Usted sabe que nunca morirán realmente mientras el tronco esté vivo

—dijo Moist. Era un disparo a locas, pero le dio a algo, lo sintió. Continuó—:

Vive mientras el código es cambiado, y ellos viven con él, siempre Volviendo

a Casa. ¿Lo detendrán? ¡No pueden detenerlo! ¡Yo no lo detendré! ¡Pero

puedo detener a Gilt! ¡Confíen en mí!

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La lona colgaba como una vela, como si alguien quisiera navegar la

torre. Tenía ochenta pies de altura y treinta de ancho y se movía un poco en

el viento.

—¿Dónde está Adrian? —dijo Moist.

Miraron la vela. Corrieron hasta el borde de la torre. Miraron hacia

abajo, a la oscuridad.

—¿Adrian? —dijo Loco Al, con voz vacilante.

Una voz desde abajo dijo:

—¿Sí?

—¿Qué estás haciendo?

—Sólo, ya sabes... ¿dando una vuelta? Y un búho acaba de aterrizar

sobre mi cabeza.

Se escuchó un pequeño rasguido junto a Moist. Cuerdo Alex había

cortado un agujero en la lona.

—¡Aquí viene! —informó.

—¿Qué? —dijo Moist.

—¡El mensaje! ¡Lo están enviando desde Torre 2! Eche un vistazo —dijo

Alex, retrocediendo.

Moist espió a través de la hendidura, hacia la ciudad. A la distancia, una

torre estaba parpadeando.

Loco Al se acercó al equipo de tamaño medio de clacks y agarró las

asas.

—Muy bien, Sr. Lipwig, escuchemos su plan —dijo—. ¡Alex, dame una

mano! Adrian, sólo... espera, ¿de acuerdo?

—Está tratando de meter un ratón muerto en mi oreja —dijo una voz

llena de reproche desde abajo.

Moist cerró los ojos, alineó las ideas que habían zumbado durante

horas, y empezó a hablar.

Por detrás y por encima de él, la inmensa extensión de lona era

exactamente suficiente para obstruir la visual entre las dos torres distantes.

Enfrente de él, la torre de mitad de tamaño del Ñu Fumador tenía el tamaño

correcto para verse, desde la próxima torre en la línea, como una torre más

grande a una mayor distancia. Por la noche todo lo que uno podía ver eran

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las luces.

Los clacks enfrente de él se sacudieron mientras los obturadores

sonaban. Y ahora un nuevo mensaje estaba cayendo a través del cielo...

Eran apenas unos cientos de palabras. Cuando Moist terminó, los clacks

repiquetearon las últimas letras y luego se quedaron en silencio.

Después de un rato Moist dijo:

—¿Lo pasarán?

—Oh, sí —dijo Loco Al, con voz plana—. Lo enviarán. ¿Uno está sentado

en una torre en las montañas y recibe una señal como ésa? Uno la pasa y

sale de la torre tan rápido como puede.

—No sé si debemos estrecharle la mano o lanzarlo de la torre —dijo

Cuerdo Alex hoscamente—. Eso fue malvado.

—¿Qué clase de persona podría soñar algo como eso? —dijo Loco Al.

—Yo. Ahora subamos a Adrian, ¿quieren? —dijo Moist rápidamente—. Y

entonces es mejor que regrese a la ciudad...

Un omniscopio es uno de los instrumentos más poderosos conocidos a

la magia, y por lo tanto uno de los más inútiles.

Puede ver todo, con facilidad. Ponerlo a que vea cualquier cosa es (en)

donde las maravillas tienen que ser llevadas a cabo porque hay tanto Todo

—lo que significa decir, todo lo que puede, será, ha sido, debería o podría

ocurrir en todos los universos posibles— que cualquier cosa, cualquier cosa

previamente especificada, es muy difícil de encontrar. Antes de que Hex

desarrollara los tauma-ritmos de control, terminando en un día una tarea

que a quinientos magos les habría tomado al menos diez años, los

omniscopios fueron usados simplemente como espejos por la maravillosa

negrura que mostraban. Esto, como resultó, es (Esto es, como resultó,

porque) porque la mayor parte del universo consiste en ‘nada para ver’, y

muchos magos se han recortado pacíficamente la barba mientras miraban

dentro del oscuro corazón del cosmos.

Había pocos omniscopios dirigibles. Se necesitaba mucho tiempo para

construirlos y costaban muchísimo. Y los magos no estaban para nada

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ansiosos por hacer otros. Los omniscopios eran para que ellos miraran el

universo, no para que el universo les devolviera la mirada.

Además, los magos no eran partidarios de hacerle la vida demasiado

fácil a las personas. Por lo menos, a las personas que no eran magos. Un

omniscopio era una cosa rara, preciada y delicada.

Pero hoy era una ocasión especial, y habían abierto las puertas de par

en par a las secciones más ricas, más limpias y más higiénicas de la

sociedad de Ankh-Morpork. Una larga mesa había sido puesta para el

Segundo Té. Nada demasiado excesivo —algunas docenas de aves asadas,

un par de salmones fríos, cien pies lineales de barra de ensaladas, una pila

de panes, uno o dos barriletes de cerveza y, por supuesto, el tren de

chutney, encurtidos y salsas, por no considerar un carrito lo bastante

grande. Las personas habían llenado sus platos y andaban por allí charlando

y, sobre todo, Estando Ahí. Moist entró sin ser advertido, por ahora, porque

la gente estaba mirando el omniscopio más grande de la Universidad.

El Archicanciller Ridcully golpeó el costado de la cosa con la mano,

provocando un sacudón.

—¡Todavía no está funcionando, Sr. Stibbons! —bramó—. ¡Aquí está ese

maldito y enorme ojo encendido otra vez!'(acá debería haber una NdelT

explicando el juego de similitudes con el Ojo de Sauron de El Señor de los

Anillos y la Palantíri -bola de cristal- del Mago Saruman)

—Estoy seguro de que tenemos el correcto... —empezó Ponder,

toqueteando la parte trasera del gran disco.

—Soy yo, señor, Engañoso Collabone, señor —dijo una voz desde el

omniscopio. El ojo encendido retrocedió y fue reemplazado por una enorme

nariz encendida—. Estoy aquí en la torre final en Genua, señor. Lamento la

rojez, señor. He pescado una alergia a las algas marinas, señor.

—¡Hola, Sr. Collabone! —gritó Ridcully—. ¿Cómo está? ¿Cómo está

la...?

—... investigación de los mariscos... —susurró Ponder Stibbons.

—¿... avanzando la investigación de los mariscos?

—No muy bien, en realidad, señor. He desarrollado una desagradable...

—¡Bueno, bueno! ¡Tipo con suerte! —gritó Ridcully, haciendo bocina con

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las manos para aumentar el volumen—. ¡No me molestaría estar yo mismo

en Genua en esta época del año! Sol, mar, olas y arena, ¿eh?

—En realidad es la estación de las lluvias, señor, y estoy un poco

preocupado por este hongo que está creciendo sobre el omni...

—¡Maravilloso! —gritó Ridcully—. ¡Bien, no puedo estar parado aquí y

mascar su grasa todo el día! ¿Ha llegado algo? ¡Estamos ansiosos!

—¿Podría retroceder un poco más, por favor, Sr. Collabone? —dijo

Ponder—. Y usted no necesita hablar realmente tan... fuerte, Archicanciller.

—¡El tipo está a mucha distancia, hombre! —dijo Ridcully.

—No tanta, señor —dijo Ponder, con su perfecta paciencia—. Muy bien,

Sr. Collabone, usted puede proceder.

La multitud detrás del Archicanciller presionaba hacia adelante. El Sr.

Collabone retrocedió. Todo esto era un poco demasiado para un hombre que

pasaba sus días sin nadie con quien hablar excepto unos bivalvos.

—Er, he recibido un mensaje por los clacks, señor, pero... —empezó.

—¿Nada de la Oficina de Correos? —dijo Ridcully.

—No, señor. Nada, señor.

Se escucharon aclamaciones, abucheos y una risa general en la

multitud. Desde su oscuro rincón, Moist vio a Lord Vetinari, justo al lado del

Archicanciller. Pasó la mirada por el resto de la multitud y descubrió a

Reacher Gilt, parado a un costado y, para su sorpresa, sin sonreír. Y Gilt lo

vio.

Una mirada fue suficiente. El hombre no estaba seguro. No totalmente

seguro.

Bienvenido al miedo, se dijo Moist. Es la esperanza, dada vuelta. Uno

sabe que no puede salir mal, uno está seguro de que no puede salir mal...

Pero podría.

Te he atrapado.

Engañoso Collabone tosió.

—Er, pero creo que éste no es el mensaje que envió el Archicanciller

Ridcully —dijo, con la voz de pronto chillona por el nerviosismo.

—¿Qué te hace pensar eso, hombre?

—Porque dice que no lo es —tremoló Collabone—. Dice que es de la

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gente muerta...

—¿Quieres decir que es un mensaje viejo? —dijo Ridcully.

—Er, no, señor. Er... será mejor que lo lea, ¿quiere? ¿Quiere que yo lo

lea?

—¡Ése es el punto, hombre!

En el gran disco de vidrio, Collabone se aclaró la garganta.

—«¿Quién escuchará a los muertos? Nosotros los que morimos para que

las palabras pudieran volar ahora exigimos justicia. Éstos son los crímenes

de la Junta del Gran Tronco: robo, desfalco, abuso de confianza, homicidio

corporativo...»

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Capítulo 14

Liberación

Lord Vetinari Pide Silencio - El Sr. Lipwig Baja - El Sr. Bomba Avanza -

Engañando Sólo A Sí Mismo - El Pájaro - El Concludium - La Libertad de

Elección

El Gran Salón era un tumulto. La mayoría de los magos aprovecharon la

oportunidad para congregarse en el buffet, que ahora estaba despejado. Si

hay algo que un mago odia, es tener que esperar mientras la persona

delante de ellos está indecisa sobre la ensalada de col. Es una barra de

ensaladas, dicen, tiene esa clase de cosas que tienen las barras de ensalada,

si fuera sorprendente no sería una barra de ensaladas, uno no está aquí

para mirarla. ¿Qué espera encontrar? ¿Trozos de rinoceronte? ¿Celacanto

escabechado?

El Conferenciante en Runas Recientes se sirvió más trozos de tocino

dentro de su cuenco de ensalada, después de haber construido con ingenio

contrafuertes de apio y parapetos de col para incrementar cinco veces su

profundidad.

—¿Alguno de ustedes Colegas sabe de qué se trata todo esto? —

preguntó, levantando la voz por encima del estrépito—. Parece estar

molestando a muchas personas.

—Es este asunto de los clacks —dijo el Director de Estudios

Indefinidos—. Nunca he confiado en eso. Pobre Collabone. Un joven decente

a su manera. Un buen hombre con un caracol. Parece estar en un sitio

molesto...

Era un sitio bastante grande. Engañoso Collabone estaba abriendo y

cerrando la boca del otro lado del vidrio como un pez varado.

Enfrente de él, Mustrum Ridcully enrojecía de cólera, su enfoque

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probado y evaluado para la mayoría de los problemas.

—... lo siento, señor, pero eso es lo que dice y usted me pidió que lo

leyera —protestó Collabone—. Sigue y sigue, señor...

—¿Y eso es lo que la gente de los clacks te dio? —exigió el

Archicanciller—. ¿Estás seguro?

—Sí, señor. Me miraron de una manera graciosa, señor, pero esto es,

definitivamente. ¿Por qué debería inventar nada, Archicanciller? Paso la

mayor parte de mi tiempo en un tanque, señor. Un tanque aburrido,

aburrido y solo, señor.

—¡Ni una sola palabra más! —gritó Greenyham—. ¡Lo prohíbo! —A su

lado, el Sr. Nutmeg había rociado su bebida sobre varios invitados que

goteaban.

—¿Excúseme? ¿Usted prohíbe, señor? —dijo Ridcully, volviéndose hacia

Greenyham con una cólera repentina—. ¡Señor, soy el Amo de esta

Universidad! ¡No permitiré, señor, que me digan qué hacer en mi propia

Universidad! ¡Si aquí hay algo a prohibir, señor, yo haré la prohibición!

¡Gracias! ¡Continúa, Sr. Collabone!

—Er, er, er... —jadeó Collabone, anhelando la muerte.

—¡Dije que continuaras, hombre!

—Er, er... sí... «No había seguridad. No había orgullo. Todo lo que había

era dinero. Todo se convirtió en dinero, y el dinero se volvió todo. El dinero

nos trató como si fuéramos cosas, y morimos...»

—¿No hay ley en este lugar? ¡Es una completa difamación! —gritó

Stowley—. ¡Es un truco de alguna clase!

—¿Quién lo hizo, señor? —bramó Ridcully—. ¿Acaso intenta sugerir que

el Sr. Collabone, un joven mago de gran integridad, de quien puedo decir

que está haciendo un maravilloso trabajo con las víboras...?

—... mariscos... —susurró Ponder Stibbons.

—¿... mariscos, está jugando alguna clase de broma? ¿Cómo se atreve,

señor? ¡Continúa, Sr. Collabone!

—Yo, yo, yo...

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—¡Es una orden, Dr. Collabone!17

—Er... «La sangre lubrica la maquinaria del Gran Tronco mientras las

personas dispuestas y leales pagan con sus vidas la estupidez culpable de la

Junta...»

El griterío se alzó otra vez. Moist vio que la mirada de Lord Vetinari

cruzaba la habitación. No se agachó a tiempo. La mirada del Patricio lo

atravesó, llevada por quién sabe qué. Una ceja se alzó en interrogación.

Moist apartó la mirada, y buscó a Gilt.

No estaba ahí.

En el omniscopio, la nariz del Sr. Collabone brillaba ahora como un faro.

Se esforzaba, dejando caer las páginas, perdiendo la línea de lectura, pero

presionando con la sorda y obstinada determinación de un hombre que podía

pasar el todo el día observando una ostra.

—¡... nada menos que un intento de manchar nuestros buenos nombres

enfrente de toda la ciudad! —protestaba Stowley.

—«... inconscientes del precio que estaba costando. ¿Qué podemos

decir de los hombres que lo causaron, que se sentaban cómodamente

alrededor de una mesa y nos mataban en cantidad? Este...»

—¡Demandaré a la Universidad! ¡Demandaré a la Universidad! —gritó

Greenyham. Levantó una silla y la lanzó hacia el omniscopio. A mitad camino

del vidrio se convirtió en una pequeña bandada de palomas, que entró

pánico y disparó hasta el techo.

—¡Oh, por favor, demande a la Universidad! —bramó Ridcully—.

¡Tenemos una laguna llena de personas que trataron de demandar a la

Universidad...!

—Silencio —dijo Vetinari.

No la dijo en voz muy alta, pero tuvo un efecto más o menos parecido

al de una gota de tinta negra en un vaso de agua clara. La palabra se

esparció en espirales y zarcillos, llegando a todas partes. Estranguló el ruido.

Por supuesto, siempre hay alguien que no presta atención.

—Y además —continuó Stowley, ajeno al silencio que se desplegaba,

17 El Archicanciller Ridcully era un gran creyente en el contraataque por promoción. No podía tolerar que los

civiles criticaran a uno de sus magos. Ése era su trabajo. (N del A)

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metido en su propio y pequeño mundo de justificada indignación—, está

claro que...

—Tendré silencio —afirmó Vetinari.

Stowley se detuvo, miró a su alrededor y se desinfló. El silencio

gobernaba.

—Muy bien —dijo Vetinari con tranquilidad. Hizo un gesto con la cabeza

hacia el comandante Vimes de la Guardia, quien susurró algo a otro

guardián, quien se abrió camino a través de la multitud y hacia la puerta.

Vetinari se volvió hacia a Ridcully.

—Archicanciller, estaré agradecido si le ordena a su estudiante que

continúe, ¿por favor? —dijo en el mismo tono calmado.

—¡Por cierto! Sigue adelante, Profesor Collabone. Cuando quieras.

—Er, er, er, er... dice más adelante: «Los hombres obtuvieron el control

del Tronco por medio de un truco conocido como Doble Palanca, en lo

principal usando el dinero confiado a ellos por los clientes que no

sospechaban que...»

—¡Deje de leer eso! —gritó Greenyham—. ¡Esto es ridículo! ¡Es sólo

difamación sobre difamación!

—Estoy seguro de haber hablado, Sr. Greenyham —dijo Vetinari.

Greenyham vaciló.

—Bien. Gracias —dijo Vetinari—. Éstas son acusaciones muy serias, por

supuesto. ¿Desfalco? ¿Homicidio? Estoy seguro de que el Sr.... perdone,

Profesor Collabone es un hombre digno de confianza... —En el omniscopio

Engañoso Collabone, el profesor más nuevo de la Universidad Invisible,

asintió desesperadamente—... que sólo está leyendo lo que le ha sido

entregado, de modo que parecería que se han originado desde adentro de su

propia compañía. Serias acusaciones, Sr. Greenyham. Hechas enfrente de

todas estas personas. ¿Está sugiriendo que las trate como algún tipo de

broma? La ciudad está observando, Sr. Greenyham. Oh, Stowley parece

estar enfermo.

—Éste no es lugar para... —intentó Greenyham, consciente una vez más

del crujido del hielo.

—Es el lugar ideal —dijo Vetinari—. Es público. Dadas las circunstancias,

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teniendo en cuenta la naturaleza de las acusaciones, estoy seguro de que

todos pedirán que llegue al fondo de ellas lo antes posible, aunque sea para

probar que son totalmente infundadas. —Miró a su alrededor. Hubo un coro

de acuerdo. Incluso la flor y nata adoraba un espectáculo—. ¿Qué me dice,

Sr. Greenyham? —dijo Vetinari.

Greenyham no dijo nada. Las grietas se estaban extendiendo, el hielo

se estaba quebrando en todos lados.

—Muy bien —dijo Vetinari. Se volvió hacia la figura a su lado—.

Comandante Vimes, sea tan amable de enviar hombres a las oficinas de la

Compañía del Gran Tronco, de la Ankh-Sto Asociados, de Propiedades

Planicies de Sto, de Ankh Futuros y particularmente a las instalaciones del

Banco de Crédito Mercantil de Ankh-Morpork. Informe al director, el Sr.

Cheeseborough, que el banco está cerrado para una auditoría y que deseo

verlo en mi oficina tan pronto como sea de su conveniencia. Cualquier

persona que en alguna de esas instalaciones siquiera mueva un trozo de

papel antes de que mis secretarios lleguen será arrestada y sujeta a

complicidad en alguno o todos los delitos que sean descubiertos. Mientras

esto está ocurriendo, además, ninguna persona involucrada con la Compañía

del Gran Tronco ni sus empleados dejarán esta habitación.

—¡Usted no puede hacer eso! —protestó Greenyham débilmente, el

ardor lo había abandonado. El Sr. Stowley se había desplomado sobre el

piso, con la cabeza entre las manos.

—¿No puedo? —dijo Vetinari—. Soy un tirano. Es lo que hacemos.

—¿Qué está ocurriendo? ¿Quién soy? ¿Dónde estoy? —gimió Stowley,

un hombre partidario de meterse bajo tierra lo antes posible.

—¡Pero no hay pruebas! ¡Ese mago está mintiendo! ¡Alguien debe haber

sido sobornado! —alegó Greenyham. No sólo que el hielo se había quebrado,

sino que estaba sobre un témpano con las grandes morsas hambrientas.

—Sr. Greenyham —dijo Lord Vetinari—, un nuevo arrebato no solicitado

de su parte y será puesto en prisión. ¿Espero que esté claro?

—¿Por qué cargos? —dijo Greenyham, todavía logrando encontrar una

última reserva de arrogancia en algún sitio.

—¡No tiene que haber ninguno! —La túnica girando como el borde de la

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oscuridad, Vetinari se volvió hacia el omniscopio y Engañoso Collabone, para

quien de repente dos mil millas no era una distancia suficiente—. Continúe,

Profesor. No habrá más interrupciones.

Moist observó al público mientras Collabone se abría camino,

tartamudeando y pronunciando mal, a través del resto del mensaje. Trataba

de generalidades más que detalles, pero había fechas, y nombres, y

denuncias estruendosas. No había nada nuevo, no realmente nuevo, pero

estaba embalado con buen lenguaje y era enviado por los muertos.

Nosotros los que morimos sobre las oscuras torres exigen esto de

ustedes...

Debería estar avergonzado.

Una cosa era poner palabras en la boca de los dioses; los sacerdotes lo

hacían todo el tiempo. Pero esto, esto iba demasiado lejos. Uno tenía que

ser alguna clase de bastardo para pensar en algo así.

Se relajó un poco. Un buen ciudadano cabal no habría llegado tan bajo,

pero no tenía este trabajo por ser un buen ciudadano cabal. Algunas tareas

necesitaban un buen martillo. Otras necesitaban un retorcido sacacorchos.

Con un poco de suerte, podía creerlo, si realmente lo intentaba.

Había habido una nevada tardía, y los abetos alrededor de la Torre 181

estaban cubiertos de blanco bajo la luz dura y brillante de las estrellas.

Todos estaban allá arriba esta noche —Abuelo, Roger, Gran Steve-oh,

Wheezy Halfsides, que era un enano y tenía que sentarse sobre un

almohadón para alcanzar las teclas, y Princesa.

Se habían escuchado algunas sofocadas exclamaciones mientras el

mensaje llegaba. Ahora había silencio, excepto el suspiro del viento.

Princesa podía ver la respiración de la gente en el aire. Abuelo estaba

repicando sus dedos sobre la carpintería.

Entonces Wheezy dijo:

—¿Todo eso fue real?

Las nubes de aliento se volvieron más densas. La gente se estaba

relajando, volviendo al mundo real.

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—Viste las instrucciones que recibimos —dijo Abuelo, mirando a través

de los oscuros bosques—. No cambiar nada. Enviarlo, nos dijeron. Lo

enviamos. ¡Lo enviamos condenadamente bien!

—¿De quién era? —dijo Steve-oh.

—Eso no importa —dijo Abuelo—. El mensaje entra, el mensaje sale, el

mensaje avanza.

—Sí, pero ¿era realmente de...? —empezó Steve-oh.

—Condenado infierno, Steve-oh, realmente no sabes cuándo callar,

¿verdad? —dijo Roger.

—Es que escuché sobre la Torre 93, donde los tipos murieron y la torre

envió una señal de socorro todo por sí sola —masculló Steve-oh. Era rápido

con las teclas, pero no saber cuándo callar era sólo uno de sus defectos

sociales. En una torre, podía matarte.

—El Asa del Hombre Muerto —dijo Abuelo—. Deberías saberlo. Si no

hay ninguna actividad durante diez minutos cuando una tecla principal entra

en la ranura, el tambor deja caer el telar en el hueco, cae el contrapeso y la

torre envía una señal de ayuda. —Dijo las palabras como si las leyera de un

manual.

—Sí, pero escuché que en la Torre 93 el telar estaba trabado y...

—No puedo soportarlo —farfulló Abuelo—. Roger, hagamos trabajar

esta torre otra vez. Tenemos señales locales que transmitir, ¿verdad?

—Sí. Y cosas esperando en el tambor —dijo Roger—. Pero Gilt dijo que

no debíamos reiniciar hasta que...

—Gilt puede besar mi... —empezó Abuelo, entonces recordó la

compañía actual y terminó—: ... burro. ¡Leíste lo que acaba de pasar ahora!

¿Crees que ese bas... ese hombre está todavía a cargo?

Princesa miró por la ventana línea arriba.

—La 182 está encendida —anunció.

—¡Correcto! Encendamos y movamos los códigos —gruñó Abuelo—.

¡Eso es lo que hacemos! ¿Y quién va a detenernos? ¡Todos los que no

tengan algo que hacer, salen! ¡Estamos corriendo!

Princesa salió a la pequeña plataforma, para no molestar. Bajo sus pies,

la nieve era como azúcar impalpable, en su nariz el aire era como cuchillos.

Page 370: Pratchett, Terry - Mundodisco 33 - El Correo

Cuando miró a través de las montañas, en la dirección que había

aprendido a pensar como línea abajo, pudo ver que la Torre 180 estaba

enviando. En ese momento, escuchó el golpe y el clic de los propios

obturadores de la 181 que se abrían, expulsando la nieve. Movemos los

códigos, pensó. Es lo que hacemos.

Arriba en la torre, observando el parpadeo de estrellas del Tronco en el

aire frío y congelado, era como ser parte del cielo.

Y se preguntó a qué temía más Abuelo: que los hombres muertos de los

clacks pudieran enviar mensajes a los vivos, o que no pudieran.

Collabone terminó. Entonces sacó un pañuelo y limpió la cosa verde que

había empezado a crecer sobre el vidrio. Esto produjo un sonido agudo.

Espió nervioso a través de la mancha.

—¿Está bien, señor? No estoy en alguna clase de problema, ¿verdad? —

preguntó—. Es que en este momento creo estar cerca de traducir el llamado

de apareamiento de la almeja gigante...

—Gracias, Profesor Collabone; un buen trabajo bien hecho. Eso será

todo —dijo el Archicanciller Ridcully, fríamente—. Desenchufa el mecanismo,

Sr. Stibbons. —Una expresión de ferviente alivio cruzó la cara de Collabone

justo antes de que el omniscopio se pusiera en blanco.

—Sr. Pony, usted es el ingeniero en jefe del Gran Tronco, ¿verdad? —

dijo Vetinari, antes de que el parloteo se alzara otra vez.

El ingeniero, de repente el foco de la atención, retrocedió agitando sus

manos desesperadamente.

—¡Por favor, su señoría! Soy sólo un ingeniero, no sé nada...

—Cálmese, por favor. ¿Ha escuchado que las almas de los hombres

muertos viajan sobre el Tronco?

—Oh, sí, su señoría.

—¿Es verdad?

—Bien, er... —Pony miró a su alrededor, un hombre acosado. Tenía sus

copias rosa, y ellas les mostrarían a todos que no era nada más que un

hombre que había tratado de hacer funcionar las cosas, pero justo ahora

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todo lo que pudo encontrar de su lado fue la verdad. Se refugió en ella—. No

puedo ver cómo, pero, bien... a veces, cuando uno está arriba en una torre

de noche, y los obturadores están traqueteando y el viento está cantando en

el aparejo, bien, uno podría pensar que es verdad.

—¿Creo que hay una tradición llamada ‘Enviar a Casa’? —dijo Lord

Vetinari.

El ingeniero parecía sorprendido.

—Vaya, sí, señor, pero... —Pony sintió que debía agitar alguna bandera

por un mundo racional en el cual, por el momento, no tenía mucha fe—... el

Tronco estaba cerrado antes de que enviáramos el mensaje, de modo que

no veo cómo pudo ese mensaje haber entrado...

—¿A menos que, por supuesto, los muertos lo pusieran ahí? —dijo Lord

Vetinari—. Sr. Pony, por el bien de su alma y, no menos, de su cuerpo, irá a

la Torre Tump ahora, escoltado por uno de los hombres del Comandante

Vimes, y enviará un breve mensaje a todas las torres. Obtendrá las cintas

de papel, que creo son conocidas como rollos de tambor, de todas las torres

del Gran Tronco. Tengo entendido que muestran un registro de todos los

mensajes que se originan en esa torre, ¿que no puede ser modificado

fácilmente?

—¡Hacer eso llevará semanas, señor! —protestó Pony.

—Un principio temprano por la mañana parecería conveniente, entonces

—dijo Lord Vetinari.

El Sr. Pony, que de repente había descubierto que una temporada a

gran distancia de Ankh-Morpork podía ser una alternativa muy saludable en

ese momento, asintió y dijo:

—Tiene usted razón, milord.

—El Gran Tronco permanecerá cerrado mientras tanto —dijo Lord

Vetinari.

—¡Es propiedad privada! —explotó Greenyham.

—Tirano, recuerde —dijo Vetinari, casi alegremente—. Pero estoy

seguro de que la auditoría servirá por lo menos para resolver algunos

aspectos de este misterio. Uno de ellos, por supuesto, es que el Sr. Reacher

Gilt parece no estar en esta habitación.

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Todas las cabezas giraron.

—¿Quizás recordó otro compromiso? —dijo Lord Vetinari—. Creo que se

escabulló hace algún tiempo.

Los directores del Gran Tronco cayeron en la cuenta que el presidente

estaba ausente y, lo que era peor, ellos no lo estaban. Se acercaron.

—¿Me pregunto si, uh, en este momento al menos podríamos discutir el

asunto con usted en privado, su señoría? —dijo Greenyham—. Reacher no

era un hombre fácil de llevar, me temo.

—No era un jugador de equipo —jadeó Nutmeg.

—¿Quién? —dijo Stowley—. ¿Qué es este lugar? ¿Quiénes son todas

estas personas?

—Nos dejaba a oscuras la mayor parte del tiempo... —dijo Greenyham.

—No puedo recordar nada... —dijo Stowley—. No estoy preparado para

testificar, cualquier doctor se lo dirá...

—Creo que puedo decir en nombre de todos nosotros que

desconfiábamos de él todo el tiempo...

—Mi mente es un blanco total. Ni una bendita cosa... qué es esta cosa

con dedos... quién soy...

Lord Vetinari se quedó mirando a la Junta durante cinco segundos más

del tiempo cómodo, mientras tocaba suavemente su barbilla con el pomo del

bastón. Sonrió apenas.

—Bien —dijo—. Comandante Vimes, creo que sería inicuo seguir

deteniendo a estos caballeros aquí. —Mientras las caras enfrente de él se

relajaban en sonrisas llenas de esperanza, el más grande de todos los

dones, añadió—: A las celdas con ellos, Comandante. Celdas separadas, por

favor. Los veré por la mañana. Y si el Sr. Tendencioso viene a verlo en su

nombre, dígale que me gustaría tener una pequeña charla, ¿quiere?

Eso sonó... bueno. Moist se desplazó hacia la puerta, mientras que el

griterío crecía, y casi lo había logrado cuando la voz de Lord Vetinari salió de

la multitud como un cuchillo.

—¿Parte tan pronto, Sr. Lipwig? Espere un momento. Le llevaré en

coche de regreso a su famosa Oficina de Correos.

Por un momento, apenas una tajada de un segundo, Moist consideró

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correr. No lo hizo. ¿Qué sentido tendría?

La multitud se abrió presurosa cuando Lord Vetinari fue hacia la puerta;

detrás de él, la Guardia se cerró.

En última instancia, existe la libertad de asumir las consecuencias.

El Patricio se reclinó en el tapizado de cuero mientras el coche se

alejaba.

—Qué noche tan extraña, Sr. Lipwig —dijo—. Sí, efectivamente.

Moist, como el repentinamente desorientado Sr. Stowley, consideró que

futura felicidad yacía en decir lo menos posible.

—Sí, señor —dijo.

—¿Me pregunto si ese ingeniero descubrirá alguna prueba de que el

extraño mensaje fue puesto en los clacks por manos humanas? —se

preguntó en voz alta.

—No lo sé, milord.

—¿No lo sabe?

—No, señor.

—Ah —dijo Vetinari—. Bien, se sabe que los muertos hablan, a veces.

Tablas ouija y sesiones, etcétera. ¿Quién puede decir que no usarían el

médium de los clacks?

—No yo, señor.

—Y es evidente que usted está disfrutando su nueva carrera, Sr. Lipwig.

—Sí, señor.

—Bien. Desde el lunes sus deberes incluirán la administración del Gran

Tronco. La ciudad está haciéndose cargo.

Oh, bueno, vaya con la futura felicidad...

—No, milord —dijo Moist.

Vetinari levantó una ceja.

—¿Hay una alternativa, Sr. Lipwig?

—Es realmente propiedad privada, señor. Pertenece a los Dearheart y a

las otras personas que lo construyeron.

—Vaya, vaya, cómo dobla el gusano —dijo Vetinari—. Pero el problema

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es, mire, no eran buenos en los negocios, sólo en los mecanismos. De otra

manera habrían visto a través de Gilt. La libertad de tener éxito va a la par

de la libertad de fracasar.

—Era el robo por los números —dijo Moist—. Era Encuentre a la Dama

con los libros mayores. No tenían ninguna posibilidad.

Vetinari suspiró.

—Usted impone condiciones muy duras, Sr. Lipwig. —Moist, que no

estaba consciente de haber tratado de imponer condiciones en absoluto, no

dijo nada—. Oh, muy bien. La cuestión de la propiedad quedará en desuso

por ahora, hasta que hayamos sondeado las sórdidas profundidad de este

asunto. Pero lo que realmente quiero decir es que muchas personas

dependen del Tronco para vivir. Aun por absolutas consideraciones

humanitarias, debemos hacer algo. Ordene las cosas, Director de Correos.

—¡Pero tendré mis manos más que llenas con la Oficina de Correos! —

protestó Moist.

—Eso espero. Pero según mi experiencia, la mejor manera de conseguir

que algo sea hecho es dárselo a alguien que esté ocupado —dijo Vetinari.

—En ese caso, voy a mantener funcionando al Gran Tronco —dijo Moist.

—En honor de los muertos, quizás —dijo Vetinari—. Sí. Como desee.

Ah, aquí está su parada.

Cuando el cochero abrió la puerta Lord Vetinari se inclinó hacia Moist.

—Oh, y antes del amanecer le sugiero que vaya y verifique que todos

hayan dejado la vieja torre del hechicero —dijo.

—¿Qué quiere decir, señor? —dijo Moist. Sabía que su cara no

traicionaba nada.

Vetinari se recostó.

—Bien hecho, Sr. Lipwig.

Había una multitud fuera de la Oficina de Correos, y se alzó una

aclamación mientras Moist se abría paso hacia las puertas. Estaba lloviendo

ahora, una llovizna gris y sucia que era poco más que niebla con un ligero

problema de peso.

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Algunos del personal estaban esperando adentro. Se dio cuenta de que

las noticias no habían llegado. Ni siquiera el permanente molino de rumores

de Ankh-Morpork había sido capaz de rechazarlo de la Universidad.

—¿Qué ha ocurrido, Director de Correos? —dijo Groat, retorciéndose las

manos—. ¿Han ganado?

—No —dijo Moist, pero pescaron el borde en su voz.

—¿Hemos ganado?

—El Archicanciller tendrá que decidirlo —dijo Moist—. Supongo que no

lo sabremos por semanas. Los clacks han sido cerrado, sin embargo. Lo

siento, todo es complicado...

Los dejó parados y mirando mientras caminaba con esfuerzo hasta su

oficina, donde el Sr. Bomba estaba parado en la esquina.

—Buenas Noches, Sr. Lipvig —retumbó el golem.

Moist se sentó y puso la cabeza entre las manos. Era una victoria, pero

no se sentía así. Se sentía como un desorden.

¿Las apuestas? Bien, si Leadpipe llegaba a Genua uno podía argumentar

bajo las reglas que él había ganado, pero Moist tenía la sensación de que

ahora todas las apuestas habían terminado. Eso significaba que la gente

recuperaría su dinero, por lo menos.

Tendría que mantener funcionando el Tronco, los dioses sabían cómo.

Había comprometido al Ñu, más o menos, ¿verdad? Y era asombroso ver

cómo la gente había llegado a depender de los clacks. No sabría por semana

cómo le había ido a Leadpipe, e incluso Moist se había acostumbrado a las

noticias diarias de Genua. Era como si faltara un dedo. Pero los clacks eran

una cosa monstruosamente grande y engorrosa, demasiadas torres,

demasiada gente, demasiado esfuerzo. Tenía que haber una manera de

hacerlo mejor y más ágil y más barato... o tal vez era algo tan grande que

nadie podía administrarlo con ganancias. Tal vez era como la Oficina de

Correos, tal vez la ganancia aparecía esparcida por toda la sociedad.

Mañana tendría que tomar todo seriamente. El correo correcto funciona.

Más personal. Cientos de cosas que hacer, y cientos de otras cosas que

hacer antes de que uno pudiera hacer esas cosas. Ya no iba a ser divertido,

gastando bromas, cualquier broma, al gran gigante lento. Él había ganado,

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de modo que tendría que recoger los pedazos y hacer que todo funciones. Y

volver al día siguiente y hacer todo otra vez.

Se supone que no era así como debía terminar. Uno ganaba, y uno se

metía el efectivo en el bolsillo y se alejaba. Así era como se suponía que iba

el juego, ¿verdad?

Su mirada se posó en la caja de mensajes de Anghammarad, sobre su

correa retorcida y oxidada, y deseó estar en el fondo del mar.

—¿Sr. Lipwig?

Miró levantó la vista. Nudodetambor el secretario estaba parado en la

entrada, con otro secretario detrás de él.

—¿Sí?

—Lamento molestarlo, señor —dijo el secretario—. Estamos aquí para

ver al Sr. Bomba. Apenas un ajuste menor, si no le molesta.

—¿Qué? Oh. Muy bien. Lo que sea. Adelante. —Moist agitó una mano

vagamente.

Los dos hombres caminaron hacia el golem. Escuchó un poco de

apagada conversación, y luego él se arrodilló y ellos desenroscaron la tapa

de su cabeza.

Moist se quedó mirando horrorizado. Sabía que lo hacían, por supuesto,

pero era terrible verlo ocurrir. Hubo un poco de rebuscar que no pudo

distinguir, y luego la tapa fue colocada otra vez, con un poco de ruido a

cerámica.

—Lamento haberle molestado, señor —dijo Nudodetambor, y los

secretarios se fueron.

El Sr. Bomba se quedó de rodillas por un momento, y luego se puso de

pie lentamente. Los rojos ojos enfocaron a Moist, y el golem le ofreció su

mano.

—No Sé Qué Es Un Placer, Pero Estoy Seguro De Que Si Lo Supiera,

Entonces Trabajar Con Usted Habría Sido Uno —dijo—. Ahora Debo Dejarlo.

Tengo Otra Tarea.

—¿Ya no es mi, er, oficial de libertad condicional? —dijo Moist,

asombrado.

—Correcto.

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—Espere —dijo Moist, mientras veía la luz—. ¿Está Vetinari enviándolo

tras Gilt?

—No Tengo La Libertad De Decirlo.

—Lo está haciendo, ¿eh? ¿Usted ya no me está siguiendo?

—Ya No Lo Estoy Siguiendo.

—¿De modo que soy libre para irme?

—No Tengo La Libertad De Decirlo. Buenas Noches, Sr. Lipvig. —El Sr.

Bomba se detuvo brevemente en la puerta—. Tampoco Estoy Seguro De Qué

Es La Felicidad, Sr. Lipvig, Pero Creo... Sí, Creo Que Soy Feliz Por Haberlo

Conocido.

Y, agachándose para pasar a través de la entrada, el golem se fue.

Eso sólo deja al lobizón, pensó parte de la mente de Moist, más rápido

que la luz. ¡Y no son muy buenos en los botes y se pierden totalmente

cuando se trata de océanos! Es la mitad de la noche, la Guardia va de un

lado para el otro como locos, todos están ocupados, tengo un poco de

efectivo y todavía tengo el anillo de diamante y un majo de cartas... ¿quién

lo notaría? ¿A quién le importaría? ¿Quién se preocuparía?

Podía ir a cualquier lugar. Pero ése no era realmente él pensando eso,

verdad... eran apenas algunas viejas neuronas, corriendo en automático. No

había ningún lugar a donde ir, ya no.

Caminó hasta el gran agujero en la pared y miró hacia abajo, al salón.

¿Alguien se fue a casa aquí? Pero ahora las noticias habían corrido, y si uno

tenía alguna esperanza de enviar algo a cualquier lugar mañana, uno venía a

la Oficina de Correos. Estaba muy ajetreada, incluso ahora.

—¿Una taza de té, Sr. Lipwig? —dijo la voz de Stanley, detrás de él.

—Gracias, Stanley —dijo Moist, sin darse vuelta. Abajo, la Srta.

Maccalariat estaba parada en una silla y clavaba algo a la pared.

—Todos dicen que hemos ganado, señor, porque los clacks han sido

cerrados, porque los directores están en prisión, señor. ¡Dicen que todo lo

que el Sr. Erguido tiene que hacer es llegar allí! Pero el Sr. Groat dice que

probablemente los corredores de apuestas no pagarán, señor. Y el rey de

Lancre quiere algunos sellos impresas, pero serán un poco caras, señor, ya

que allá arriba sólo escriben unas diez cartas al año. Sin embargo, se los

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hemos mostrado, ¿eh, señor? ¡La Oficina de Correos ha regresado!

—Es alguna clase de estandarte —dijo Moist, en voz alta.

—¿Perdone, Sr. Lipwig? —dijo Stanley.

—Er... nada. Gracias, Stanley. Diviértete con los sellos. Es bueno verte

parado tan... derecho...

—Es como tener una vida nueva, señor —dijo Stanley—. Es mejor que

me vaya, señor, necesitan ayuda con la clasificación...

El estandarte era burdo. Decía: “¡Gracias Sr. Lipwic!”

La tristeza rondaba a Moist. Siempre era malo después de haber

ganado, pero esta vez era peor. Durante días su mente había estado

volando y se sentía vivo. Ahora se sentía entumecido. Ellos ponían un

estandarte así, y él era un mentiroso y un ladrón. Los había engañado a

todos, y allí estaban, agradeciéndolo.

Una voz tranquila desde la entrada detrás de él dijo:

—Loco Al y los muchachos me dijeron lo que hizo.

—Oh —dijo Moist, todavía sin darse vuelta. Estará encendiendo un

cigarrillo, pensó.

—No era una buena cosa para hacer —continuó Adora Belle Dearheart,

en el mismo tono.

—No había una buena cosa que fuera a resultar —dijo Moist.

—¿Va a decirme que el fantasma de mi hermano le puso la idea en la

cabeza? —dijo.

—No. La soñé yo mismo —dijo Moist.

—Bien. Si lo hubiera intentado, estaría cojeando por el resto de tus

días, créame.

—Gracias —dijo Moist pesadamente—. Era sólo una mentira que yo

sabía que la gente querría creer. Sólo una mentira. Era una manera de

mantener funcionando la Oficina de Correos y sacar el Gran Tronco de las

manos de Gilt. Probablemente usted lo recuperará, si lo quiere. Usted y

todas las otras personas a quienes Gilt estafó. Les ayudaré, si puedo. Pero

no quiero agradecimientos.

Sintió que ella se acercaba.

—No es una mentira —dijo—. Es lo que debía haber sido verdad. Le

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complació a mi madre.

—¿Piensa ella que es verdad?

—No quiere pensar que no lo es.

Nadie lo quiere. No puedo soportarlo, pensó Moist.

—Mire, sé cómo soy —dijo—. No soy la persona todos piensan que soy.

Sólo quería probarme a mí mismo que no soy como Gilt. Más que un

martillo, ¿comprende? Pero todavía soy un fraude de oficio. Pensé que usted

lo sabía. Puedo fingir tan bien sinceridad que incluso yo no puedo

distinguirla. Me meto en la cabeza de la gente...

—Sólo se está engañando a sí mismo —dijo la Srta. Dearheart, y buscó

su mano.

Moist... la sacudió, y salió corriendo del edificio, de la ciudad y volvió a

su vieja vida, o vidas, siempre avanzando, vendiendo vidrio como diamante,

pero de algún modo ya no parecía funcionar, el talento no estaba ahí, la

diversión lo había dejado, incluso las cartas parecían no trabajar para él, el

dinero se agotaba, y un invierno en alguna posada que no era más que una

pocilga giró su cara hacia la pared...

Y un ángel apareció.

—¿Qué acaba de ocurrir? —dijo la Srta. Dearheart.

Quizás uno consigue dos...

—Sólo una idea pasajera —dijo Moist. Dejó que el brillo dorado creciera.

Los había engañado a todos ellos, incluso aquí. Pero la parte buena era que

podía continuar haciéndolo; no tenía que parar. Todo lo que tenía que hacer

era recordar, cada mes, que podía irse en cualquier momento. Ya que sabía

que podía, nunca tendría que hacerlo. Y estaba la Srta. Dearheart, sin un

cigarrillo en la boca, apenas a un pie de distancia. Se inclinó hacia

adelante...

Escuchó una fuerte tos detrás de ellos. Resultó que venía de Groat, que

sostenía un gran paquete.

—Lamento interrumpir, señor, pero esto acaba de llegar para usted —

dijo, y sorbió con desaprobación—. Mensajero, no uno de los nuestros.

Pensé que era mejor traerlo directo hasta aquí porque hay algo que se

mueve adentro...

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Había. Y respiraderos, notó Moist. Abrió la tapa con cuidado, y retiró sus

dedos justo a tiempo.

—¡Doce y medio por ciento! ¡Doce y medio por ciento! —gritó la

cacatúa, y se posó sobre el sombrero de Groat.

No había ninguna nota dentro, y nada sobre la caja excepto la

dirección.

—¿Por qué alguien le enviaría un loro? —dijo Groat, sin importarle alzar

una mano dentro del alcance del pico curvo.

—Es el de Gilt, ¿verdad? —dijo la Srta. Dearheart—. ¿Le ha regalado el

ave?

Moist sonrió.

—Eso parece, sí. ¡Piezas de ocho!

—¡Doce y medio por ciento! —gritó la cacatúa.

—Llévesela, ¿quiere, Sr. Groat? —dijo Moist—. Enséñele a decir... a

decir...

—¿Confíe en mí? —dijo la Srta. Dearheart.

—¡Ése es bueno! —dijo Moist—. Sí, hágalo, Sr. Groat.

Cuando Groat se fue, con la cacatúa felizmente manteniendo el

equilibrio sobre su hombro, Moist se volvió hacia la mujer.

—¡Y mañana —dijo— recuperaré las arañas de luces definitivamente!

—¿Qué? La mayor parte de este lugar no tiene techo —dijo la Srta.

Dearheart, riendo.

—Lo primero es lo primero. ¡Confíe en mí! Y luego, ¿quién lo sabe?

¡Incluso podría encontrar el buen mostrador brillante! ¡Lo que es posible no

tiene final!

Y afuera en la bulliciosa caverna unas plumas blancas empezaron a caer

del techo. Podrían haber sido las de un ángel, pero más posiblemente venían

de la paloma que un halcón estaba destripando sobre una viga. Sin

embargo, eran plumas. Todo tenía que ver con el estilo.

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A veces se llega a la verdad sumando todas las pequeñas mentiras y

restándolas de la totalidad que es conocida.

Lord Vetinari estaba en la cima de la escalera en el Gran Salón del

Palacio, y miró a sus secretarios. Se habían apoderado de todo el inmenso

piso para este Concludium.

Unas marcas de tiza —círculos, cuadrados, triángulos— estaban

dibujadas aquí y allá sobre el piso. Dentro de ellas, papeles y libros mayores

se apilaban en montones peligrosamente ordenados. Y había secretarios,

algunos trabajando dentro de las marcas y algunos moviéndose sin ruido

desde una marca a otra cargando trozos de papel como si fueran un

sacramento. Periódicamente otros secretarios y guardianes llegaban con

más archivos y libros mayores, que eran recibidos solemnemente, evaluados

y añadidos a la pila relevante.

Los ábacos sonaban por todos lados. Los secretarios iban y venían

silenciosamente y a veces se encontraban en un triángulo e inclinaban sus

cabezas en callada discusión. Esto podía resultar en un movimiento en una

nueva dirección o, cada vez más a medida que la noche transcurría, un

secretario iba y marcaba con tiza un nuevo perfil, que empezaba a llenarse

con papeles. A veces un perfil era vaciado y borrado, y su contenido

distribuido entre otros cercanos.

Ningún círculo de encantamiento, el ningún Mandala místico jamás fue

dibujado con tanto cuidado dolorosamente meticuloso como las conclusiones

que se estaban jugando sobre el piso. Continuó hora tras hora, con una

paciencia que al principio aterrorizaba y luego aburría. Era la guerra de los

secretarios, y hostigaba al enemigo a través de muchas columnas y filas.

Moist podía leer palabras que no estaban ahí pero los secretarios

encontraban números que no estaban ahí, o que estaban ahí dos veces, o

que estaban ahí pero de la manera equivocada. No se apuraban. Quítele la

piel a las mentiras, y surgirá la verdad, desnuda y avergonzada, y sin

ningún otro lugar dónde esconderse.

El Sr. Cheeseborough llegó a las tres de la mañana, con prisa y

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lágrimas amargas, para enterarse que su banco era una piel de papel. Trajo

a sus propios secretarios, con sus camisas de dormir remetidas en el

pantalón puesto apresuradamente, que se arrodillaron junto a los otros

hombres y esparcieron más papeles, volviendo a revisar las cifras en la

esperanza de que si miraban los números el tiempo suficientemente

sumarían de manera diferente.

Y entonces apareció la Guardia con un pequeño libro mayor rojo, y le

dieron un círculo propio, y pronto todo el dibujo se volvió a formar a su

alrededor...

No fue hasta casi el amanecer que los hombres sombríos llegaron.

Estaban más viejos y más gordos y mejor —pero no ostentosamente, nunca

ostentosamente— vestidos, y se movían con la gravedad del dinero serio.

Eran financieros también, más ricos que los reyes (que a menudo son muy

pobres), pero casi nadie en la ciudad fuera de su círculo los conocía ni los

notaría en la calle. Hablaron tranquilamente con Cheeseborough como uno

que había sufrido una pérdida, y luego hablaron entre sí, y usaron pequeños

portaminas de oro en pequeñas libretas pulcras para hacer bailar y saltar las

cifras a través de las argollas. Entonces llegaron a un acuerdo silencioso y

estrecharon manos, que en este círculo tenía infinitamente más peso que

cualquier contrato escrito. La primera ficha de dominó había sido colocada.

Los pilares del mundo dejaron de temblar. El Banco de Crédito abriría por la

mañana, y cuando lo hiciera para que las notas de cambio fueran aceptadas,

pagarían los sueldos, la ciudad sería alimentada.

Habían salvado a la ciudad con oro más fácilmente, en ese momento,

que cualquier héroe con acero. Pero en verdad no había sido oro

exactamente, ni siquiera la promesa de oro, sino más como la fantasía de

oro, el sueño de hadas de que el oro está ahí, al final del arco iris, y que

continuará ahí para siempre ya que, naturalmente, uno no va y mira.

Esto es conocido como Finanzas.

En el camino de regreso a casa, a un desayuno simple, uno de ellos

pasó de visita al Gremio de Asesinos, a presentar sus respetos a su viejo

amigo Lord Downey, durante la cual los asuntos en curso fueron apenas

tocado (tocados) ligeramente. Y Gilt de Reacher (Reacher Gilt), donde sea

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que haya ido, era ahora indudablemente el peor riesgo de seguro en el

mundo. A las personas que cuidan el arco iris no les gustan los que se ponen

en el camino del sol.

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Epílogo

Algún tiempo después

La figura en la silla no tenía pelo largo, ni un parche. No tenía una

barba o, mejor dicho, no pensaba tener una barba. No se había afeitado por

varios días.

Gruñó.

—Ah, Sr. Gilt —dijo Lord Vetinari, levantando la mirada de su tablero de

juego—. Está despierto, veo. Lamento la manera en que fue traído aquí,

pero algunas personas muy costosas desean verle muerto y pensé que sería

una buena idea si teníamos esta pequeña reunión antes de que lo hicieran.

—No sé de quién está hablando —dijo la figura—. Mi nombre es

Randolph Stippler, y tengo papeles para probarlo...

—Y papeles estupendos son, Sr. Gilt. Pero ya basta de eso. No, deseo

hablarle sobre ángeles ahora.

Reacher Gilt, haciendo una ocasional mueca de dolor cuando se hacían

sentir los dolores de ser cargado durante tres días por un golem, escuchó

con creciente desconcierto las teorías angelicales de Lord Vetinari.

—... me trae a este punto, Sr. Gilt. La Casa de la Moneda Real necesita

un enfoque completamente nuevo. Francamente, está moribunda y no es

para nada lo que necesitamos en el Siglo de la Anchoa. Sin embargo hay un

camino por delante. En los meses recientes, los célebres sellos del Sr. Lipwig

se han convertido en una segunda moneda en esta ciudad. ¡Tan livianos, tan

fáciles de llevar, incluso puede enviarlos a través del correo! Fascinante, Sr.

Gilt. Por fin las personas están olvidando la idea de que el dinero debe ser

brillante. ¿Sabe que un típico sello de un penique podría cambiar de mano

hasta doce veces antes de ser pegado en un sobre y rescatado? La Casa de

la Moneda necesita para salir del apuro un hombre que comprenda el sueño

de la moneda. Habrá un sueldo y, creo, un sombrero.

—¿Me está ofreciendo un empleo?

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—Sí, Sr. Stippler —dijo Vetinari—. Y, para mostrarle la sinceridad de mi

ofrecimiento, permítame señalar la puerta detrás de usted. Si en cualquier

momento de esta entrevista siente que desea partir, sólo tiene que cruzarla

y nunca escuchará de mí otra vez...

Un pequeño rato después, el secretario Nudodetambor entró

silenciosamente en la habitación. Lord Vetinari estaba leyendo un informe

sobre la reunión secreta del consejo interno interno del Gremio de Ladrones

de la noche previa.

Ordenó las bandejas muy silenciosamente, y luego se paró junto a

Vetinari.

—Están saliendo diez clacks nocturnos, milord —dijo—. Es bueno volver

a tenerlo en operación.

—Efectivamente sí —dijo Vetinari, sin levantar la vista—. De otro modo,

¿cómo demonios podrían las personas averiguar lo que queremos que

piensen? ¿Algún correo extranjero?

—Los paquetes acostumbrados, milord. El de Uberwald ha sido alterado

con suma habilidad.

—Ah, querida Lady Margolotta —dijo Vetinari, sonriendo.

—Me he tomado la libertad de quitar los sellos para mi sobrino, milord

—continuó Nudodetambor.

—Por supuesto —dijo Vetinari, agitando una mano.

Nudodetambor miró a su alrededor en la oficina y se concentró en el

tablero donde los pequeños ejércitos de piedra estaban en combate

interminable.

—Ah, veo que ha ganado, milord —dijo.

—Sí. Debo tomar nota de la táctica.

—Pero noto que el Sr. Gilt no está aquí...

Vetinari suspiró.

—Uno tiene que admirar a un hombre que realmente cree en la libertad

de elección —dijo, mirando la entrada abierta—. Por desgracia, él no creía

en ángeles.

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