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El Forjainviernos Terry Pratchett Traducción y edición digital: Norberto Setiembre 2010 Correccion Tia Paca Introducción Un glosario Feegle, ajustado para aquellos de constitución delicada. (Trabajo en realización por la Srta. Perspicacia Tik) Bigjobs: Seres humanos Big Man: Jefe del clan (Usualmente el marido de la kelda) Blethers: Basura, tontería. Boggin: Estar desesperado, como “Estoy boggin por una taza de té” Bunty: persona débil. Cack vuestros kecks: Eh, pongámoslo delicadamente… estar muy, muy asustado. Carlin: Mujer vieja. Clugie: el baño ¡Crivens!: Una exclamación general, que puede significar cualquier cosa, desde “Oh, mis dioses” a “Estoy a punto de perder la calma y eso significa problemas” Dree tu/mi/su destino: Enfrentar el destino que te/me/le está reservado.

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El Forjainviernos

Terry Pratchett

Traducción y edición digital:

NorbertoSetiembre 2010

CorreccionTia Paca

Introducción

Un glosario Feegle, ajustado paraaquellos de constitución delicada.(Trabajo en realización por la Srta.

Perspicacia Tik)

Bigjobs: Seres humanos

Big Man: Jefe del clan (Usualmente el marido de la kelda)

Blethers: Basura, tontería.

Boggin: Estar desesperado, como “Estoy boggin por una taza de té”

Bunty: persona débil.

Cack vuestros kecks: Eh, pongámoslo delicadamente… estar muy, muy asustado.

Carlin: Mujer vieja.

Clugie: el baño

¡Crivens!: Una exclamación general, que puede significar cualquier cosa, desde “Oh, mis dioses” a “Estoy a punto de perder la calma y eso significa problemas”

Dree tu/mi/su destino: Enfrentar el destino que te/me/le está reservado.

Een: Ojos.

Eldritch: Raro, extraño. Algunas veces significa oblongo, por alguna razón.

Fash: Lamentar, disgustar. Es adjetivo: preocupado, molesto.

Geas: Una obligación muy importante, respaldada por la tradición y la magia. No es un ave.

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Gonnagle: El bardo de un clan, experto en instrumentos musicales, poemas, historias y canciones.

Hag: Una bruja de cualquier edad.

Hag de hags: Una bruja muy importante. Bruja de brujas.

Hagging/Hagling: Cualquier cosa hecha por una bruja.

Hiddlins: Secretos

Kelda: La hembra cabeza de clan, y eventualmente la madre de la mayor parte de este. Los bebés Feegle son pequeños, y una kelda tendrá cientos de ellos en su vida.

Lang syne: Hace mucho tiempo.

Mundo Último: Los Feegles creen que están muertos. Este mundo es tan bello, según argumentan, que ellos deben haber sido realmente buenos en una vida pasada y al morir finalizaron aquí. Parecer que mueren aquí significa meramente volver al Mundo Último, el cual creen que es bastante aburrido.

Mudlin: Persona inútil.

Pished: Me han asegurado que significa “cansado”.

Schemie; Una persona desagradable.

Scuggan: Una persona realmente desagradable.

Scunner: Una persona generalmente desagradable.

Ships: Cosas lanudas que comen pasto y dicen beee. Fácilmente confundibles con barcos.

Spavie: Vease Mudlin.

Linimiento Especial de Ovejas: Probablemente whisky Brillodeluna, lamento profundamente decirlo. Nadie sabe qué le hace a una oveja, pero se dice que una gota es buena para los ovejeros en las frías noches de invierno, y para los Feegles todo el tiempo. No intente hacerlo en su casa.

Spog: Una petaca de cuero, usada en el frente del cinturón, donde un Feegle guarda sus valiosas y aun no comidas provisiones, insectos interesantes, trozos útiles de ramitas, mugre de la suerte, y cosas por el estilo. No es una buena idea hurgar en un spog.

Steamie: Encontrada sólo en los montículos Feegle grandes en las montañas, donde hay suficiente agua para permitir baños regulares; es una clase de sauna. Los Fegles en la Creta tienden a confiar en el hecho de que sólo puedes llevar una determinada cantidad de mugre sobre ti antes de que comience a caer por sí sola.

Waily: Un grito general de desesperación

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CAPÍTULO UNO

La gran Nevada

Cuando vino la tormenta, golpeó a las colinas como un martillo. Ningún cielo debería soportar tanta nieve como ésta, y porque ningún cielo podría, la nieve cayó, cayó en una pared de color blanco.

Había una pequeña colina de nieve que había sido, hace unas horas, un pequeño grupo de árboles espinosos sobre un antiguo montículo. A esta altura el año pasado habían habido unas pocas prímulas tempranas, ahora había sólo nieve.

Parte de la nieve se movió. Un trozo del tamaño de una manzana se levantó, con el humo brotando a su alrededor. Una mano no más grande que una pata de conejo apartó el humo.

Una muy pequeña pero muy enojada cara azul, con el bulto de nieve todavía en equilibrio encima de ella, miró el súbito desierto blanco.

—¡Ach, crivens! —refunfuñó—. ¿No vais a mirar esto? ¡Es el trabajo del Forjainviernos! ¡Ahora hay un scunner que no aceptará un no como respuesta!

Otros trozos de nieve fueron empujados hacia arriba. Más cabezas se asomaron.

—¡Oh waily, waily, waily! —dijo uno de ellos—. ¡Ha encontrado la gran hag pequeñita de nuevo!

La primera cabeza dio vuelta hacia esta cabeza, y dijo:

—¿Wullie Tonto?

—¿Sí, Roba?

—¿No te dije yo que dejes esa cosa del waily?

—Sí, Roba, lo hiciste —dijo la cabeza conocida como Wullie Tonto.

—Entonces, ¿por qué acabas de hacerlo?

—Lo siento, Roba. Me salió.

—Es tan descorazonante.

—Lo siento, Roba.

Roba A Cualquiera suspiró.

—Pero me temo que estás en lo cierto, Wullie. Vino por la gran hag pequeñita, bastante cierto. ¿Quién está vigilando sobre ella en la granja?

—Pequeño Peligroso Spike, Roba.

Roba miró a las nubes, tan llenas de nieve que se combaban en el medio.

—Muy bien —dijo, y suspiró de nuevo—. Es hora para el Héroe.

Se hundió fuera de la vista, el trozo de nieve cayó cuidadosamente en su lugar, y resbaló hacia el centro del montículo Feegle.

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Era bastante grande por dentro. Un humano sólo podría estar parado en el centro, pero entonces se doblaría por la tos, porque en el centro es donde hay un agujero para que salga el humo.

Todo alrededor de la pared interna había niveles de galerías, y cada uno de ellos estaba lleno de Feegles. Por lo general, el lugar estaba inundado de ruido, pero ahora estaba espantosamente tranquilo.

Roba A Cualquiera caminó a través del piso hacia el fuego, donde su esposa, Jeannie, esperaba. Ella estaba de pie erguida y orgullosa, como debía estar una kelda, pero de cerca le pareció que ella había estado llorando. Puso su brazo alrededor de ella.

—Muy bien, ustedes probablemente quieren saber qué pasa —dijo a la audiencia azul y roja que miraba hacia él—. Esto no es una tormenta común. El Forjainviernos ha encontrado a la gran hag pequeñita… ¡ahora entonces, cálmense!

Esperó hasta que los gritos y ruidos de espada se habían apagado, y dijo:

—¡Nosotros no podemos luchar contra el Forjainviernos por ella! ¡Ése es su camino! ¡No podemos caminar por ella! ¡Pero la hag de hags nos ha puesto en otro camino! ¡Es uno oscuro y peligroso!

Se oyó un vitoreo. A los Feegles les gustaba la idea, al menos.

—¡Correcto! —dijo Roba, satisfecho—. ¡Voy a tae hacer el Héroe! ¡Voy a salir a buscar al Héroe!

Hubo un montón de risas ante esto, y Gran Yan, el más alto de los Feegles, gritó:

—¡Es tae pronto! ¡Sólo hemos tenido tiempo tae darle a él un par de lecciones de héroe! ¡Todavía no es más de una gran veta de nada!

—Va a ser un Héroe de la gran hag pequeñita y eso es el fin —dijo Roba cortante—. Ahora, ya mismo salen, todos ustedes! ¡Tae al hoyo de tiza! ¡Excávenme un sendero tae al Bajomundo!

 

Tenía que ser el Forjainviernos, se dijo Tiffany Doliente, de pie delante de su padre en la congelada granja. Podía sentirlo allí afuera. Esto no era el clima normal, ni siquiera para pleno invierno, y era primavera. Era un desafío. O tal vez era sólo un juego. Era difícil decirlo, con el Forjainviernos.

Sólo que no puede ser un juego, porque los corderos se están muriendo. Tengo apenas trece años, y mi padre, y un montón de otras personas mayores que yo, quieren que haga algo. Y no puedo. El Forjainviernos me ha encontrado de nuevo. Está aquí ahora, y soy demasiado débil.

Sería más fácil si me estuvieran intimidando, pero no, están mendigando. El rostro de mi padre está gris con la preocupación y está mendigando. Mi padre me está pidiendo limosna.

Oh, no, está quitándose el sombrero. ¡Está quitándose el sombrero para hablarme!

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Ellos piensan que la magia viene gratis al chasquido de mis dedos. Pero si no puedo hacer esto para ellos, ahora, ¿qué tengo de bueno? No puedo permitir que vean que tengo miedo. No se les permite a las brujas tener miedo.

Y esto es mi culpa. Yo empecé todo esto. Tengo que terminarlo.

El Sr. Doliente aclaró su garganta.

—¿... Y, er, si pudieras... eh, sacarlo con magia, eh, o algo así? ¿Para nosotros...?

Todo en la habitación estaba gris, porque la luz desde las ventanas estaba llegando a través de la nieve. Nadie había perdido tiempo cavando la horrible cosa de las casas. Todas las personas que podían levantar una pala eran necesarias en otros lugares, y todavía no había suficientes. Como estaban las cosas, la mayoría de la gente había pasado toda la noche levantada, caminando rebaños de primales, tratando de mantener los nuevos corderos a salvo... en la oscuridad, en la nieve....

Su nieve. Era un mensaje para ella. Un reto. Una convocatoria.

—Muy bien —dijo—. Voy a ver lo que puedo hacer.

—Buena chica —dijo su padre, sonriendo con alivio. No, no una buena chica, pensó Tiffany. Yo traje esto sobre nosotros.

—Tendrán que hacer un gran fuego, arriba, cerca de los cobertizos —dijo en voz alta—. Me refiero a un gran fuego, ¿comprenden? Háganlo de todo lo que se pueda quemar, y deben mantenerlo ardiendo. Tratará de apagarse, pero deben mantenerlo ardiendo. Mantengan acumulado el combustible, pase lo que pase. ¡El fuego no debe apagarse!

Ella se aseguró de que el "¡no!" fuera fuerte y aterrador. No quería que las mentes de la gente salieran a pasear. Se puso la pesada capa de lana marrón que la Srta. Traición había hecho para ella y tomó el puntiagudo sombrero negro que colgaba en la parte de atrás de la puerta de casa. Se escuchó una especie de gruñido comunal desde las personas que habían concurrido a la cocina, y algunos de ellos se apartaron. Queremos una bruja ahora, necesitamos una bruja ahora, pero… retrocederemos ahora, también.

Ésa era la magia del sombrero puntiagudo. Era lo que la Srta. Traición llamaba "una conquista".

Tiffany Doliente salió al estrecho corredor abierto a través de la nieve que llenaba el patio de la granja, donde los ventisqueros tenían más del doble de la altura de un hombre. Al menos la nieve profunda mantenía afuera lo peor del viento, que estaba hecho de cuchillos.

Se había limpiado un sendero hasta el potrero, pero había sido pesado mantenerlo. Cuando hay quince pies de nieve en todas partes, ¿cómo la quitas? ¿Dónde puedes ponerla?

Esperó junto al cobertizo de carros mientras los hombres cortaban y raspaban en los bancos de nieve. Estaban ya cansados hasta los huesos, habían estado cavando durante horas.

Lo importante era…

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Pero había un montón de cosas importantes. Era importante parecer calmada y confiada, era importante mantener la mente clara, era importante no mostrar que tienes miedo como para mojar los pantalones…

Levantó una mano, capturó un copo de nieve, y le echó una buena mirada. No era uno de los normales, por supuesto que no. Era uno de sus copos de nieve especiales. Eso era horrible. Se estaba burlando. Ahora podía odiarlo. Nunca antes le odió. Pero estaba matando a los corderos.

Tembló y ajustó el manto a su alrededor.

—Esto es lo que decido hacer —croó, y su aliento dejó nubecitas en el aire. Se aclaró la garganta y comenzó de nuevo—. Esto es lo que decido hacer. Si hay un precio, opto por pagarlo. Si se trata de mi muerte, entonces elijo morir. Adonde esto me lleve, elijo ir. Elijo. Elijo hacerlo.

No era un hechizo, excepto en su propia cabeza, pero si no puedes hacer funcionar los hechizos en tu propia cabeza, no puedes hacer que funcionen en absoluto.

Tiffany envolvió su manto a su alrededor, contra el viento hiriente y miró lúgubre cómo los hombres traían paja y madera. El fuego se inició lentamente, como asustado de mostrar entusiasmo.

Había hecho esto antes, ¿verdad? Docenas de veces. El truco no era difícil cuando tenías la sensación correcta, pero lo había hecho con tiempo para tener la mente adecuada, y de todas maneras, nunca lo había hecho con algo más que un fuego de cocina para calentar sus pies congelados. En teoría debería ser igual de fácil con un gran fuego y un campo de nieve, ¿verdad?

¿Verdad?

El fuego comenzó a rugir. Su padre le puso una mano sobre el hombro. Tiffany saltó. Había olvidado qué tan silenciosamente podía moverse.

—¿Qué fue eso sobre la elección? —dijo. Había olvidado qué tan bien oía, también.

—Es una… cosa de brujas —respondió ella, intentando no mirarlo a la cara—. Así que si esto… no funciona, no es culpa de nadie, sino mía. —Y ésta es mi culpa, añadió para sí misma. Es injusto, pero nadie dijo que no iba a ser así.

La mano de su padre le tomó la barbilla y suavemente hizo girar su cabeza. Qué suaves son sus manos, pensó Tiffany. Grandes manos de hombre, pero suaves como las de un bebé, a causa de la grasa del vellón de oveja.

—No debíamos habértelo pedido, ¿verdad...? —dijo.

Sí, tenían que pedirlo, pensó Tiffany. Los corderos se mueren bajo la terrible nieve. Y yo debería haber dicho no, yo debería haber dicho que no estoy bien todavía. ¡Pero los corderos se mueren bajo la terrible nieve!

Habrá otros corderos, dijo su Segundo Pensamiento.

Pero no son estos corderos, ¿verdad? Estos son los corderos que se están muriendo, aquí y ahora. Y están muriendo porque escuché a mis pies y me atreví a bailar con el Forjainviernos.

—Puedo hacerlo —dijo.

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Su padre alzó su barbilla y la miró a los ojos.

—¿Estás segura, jiggit? —preguntó. Era el apodo que su abuela había tenido para ella… Abuela Doliente, que nunca había perdido un cordero en la terrible nieve. Él nunca lo había usado antes. ¿Por qué ha aparecido en su mente ahora?

—¡Sí! —Empujó su mano, y desvió su mirada antes de que pudiera reventar en lágrimas.

—Yo… no le dije a tu madre todavía —dijo su padre, muy lentamente, como si las palabras requirieran enorme atención—, pero no puedo encontrar a tu hermano. Creo que estaba tratando de ayudar. Abe Swindell dijo que lo vio con su pequeña pala. Eh... estoy seguro de que está bien, pero... mantén un ojo abierto para él, ¿quieres? Tiene puesta su chaqueta roja.

Era desgarrador ver su rostro, sin ninguna expresión en absoluto. El pequeño Wentworth, de casi siete años, siempre corriendo detrás de los hombres, siempre queriendo ser uno de ellos, siempre tratando de ayudar... con qué facilidad se podía pasar por alto un pequeño cuerpo... La nieve seguía viniendo rápida. Los horriblemente equivocados copos de nieve eran blancos sobre los hombros de su padre. Una recuerda esas pequeñas cosas cuando el mundo pierde el fondo, y estás cayendo…

No era sólo injusto; era… cruel.

¡Recuerda el sombrero que usas! ¡Recuerda el trabajo que está delante tuyo! ¡Equilibrio! El equilibrio es la cosa. Conserva el equilibrio en el centro, conserva el equilibrio…

Tiffany tendió sus entumecidas manos hacia el fuego, para extraer el calor.

—Recuerda, no dejes que el fuego se apague —dijo.

—Tengo a los hombres trayendo madera de todos lados —dijo su padre—. Les dije que traigan todo el carbón de la forja, también. ¡No se quedará sin alimento, te lo prometo!

Las llamas bailaron y se curvaron hacia las manos de Tiffany. El truco era, el truco, el truco... era doblar el calor a un lugar cercano, llevarlo contigo y... equilibrar. ¡Olvida todo lo demás!

—Voy a venir con… — comenzó su padre.

—¡No! ¡Vigila el fuego! —gritó Tiffany, demasiado alto, con miedo frenético—. ¡Harás lo que digo!

¡No soy tu hija hoy!, gritó su mente. ¡Soy tu bruja! ¡Voy a protegerte!

Se dio vuelta antes de que él pudiera ver su cara y corrió a través de los copos, por el sendero cortado hacia los potreros bajos. La nieve había sido pisoteada en un camino aterronado y con surcos, resbaladizo con la nieve fresca. Agotados hombres con palas se apretaban contra los bancos de nieve a ambos lados para no ponerse en su camino.

Llegó a la zona más amplia que otros pastores estaban excavando en la pared de nieve. Se amontonaba a su alrededor.

—¡Alto! ¡Atrás! —gritó su voz, mientras su mente lloraba.

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Los hombres obedecieron rápidamente. La boca que había dado la orden tenía un sombrero puntiagudo por encima. Uno no discute con eso.

Recuerda el calor, el calor, recuerda el calor, el equilibrio, el equilibrio...

Esto era corte de bruja hasta el hueso. No hay juguetes, no hay varitas, no hay conquista, no hay cabezología, sin trucos. Lo único que importaba era lo buena que eras.

Pero a veces tenías que engañarte a ti misma. Ella no era la Dama Verano y ella no era Yaya Ceravieja. Necesitaba darse toda la ayuda que pudiera.

Sacó el pequeño caballo de plata de su bolsillo. Estaba grasiento y manchado, significaba que había que limpiarlo, pero no había tiempo, no había tiempo....

Como un caballero poniéndose el casco, ató la cadena de plata alrededor de su cuello.

Debería haber practicado más. Debería haber escuchado a la gente. Debería haberse escuchado a sí misma.

Hizo una inspiración profunda y levantó sus manos a cada lado, las palmas hacia arriba. En su mano derecha brillaba una cicatriz blanca.

—Trueno en mi mano derecha —dijo—. Rayo en mi mano izquierda. Fuego detrás de mí. Heladas enfrente de mí.

Dio un paso adelante hasta estar sólo a unas cuantas pulgadas del banco de nieve. Podía sentir su frialdad quitando el calor fuera de ella. Bueno, que así sea. Respiró profundamente varias veces. Esto es lo que elegí hacer....

—Helada al fuego —susurró.

En el patio, el fuego se puso blanco y rugió como un horno.

La pared de nieve susurró y explotó en vapor, enviando fragmentos de nieve al aire. Tiffany caminó lentamente hacia adelante. La nieve se alejaba de sus manos, como la niebla al amanecer. Se derretía en el calor de ella, convirtiéndose en un túnel en las profundidades del ventisquero, que huía de ella, retorciéndose a su alrededor en nubes de niebla fría.

¡Sí! Sonrió desesperadamente. Era cierto. Si tienes el centro perfecto, si tienes la mente correcta, puedes equilibrar. El centro del sube-y-baja es un lugar que nunca se mueve....

Sus botas chapotearon en agua tibia. Había fresca hierba verde bajo la nieve, porque la horrible tormenta había sido tan tarde en el año. Caminó sobre ella, dirigiéndose donde los corrales de ovejas estaban enterrados.

Su padre miraba fijamente el fuego. Ardía blanco, caliente como un horno, alimentándose de la madera como impulsado por un vendaval. Se colapsaba en cenizas delante de sus ojos....

El agua brotaba en torno a las botas de Tiffany ahora.

¡Sí! ¡Pero no pienses en eso! ¡Mantén el equilibrio! ¡Más calor! ¡Helada al fuego!

Se oyó un balido.

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Las ovejas pueden vivir bajo la nieve, al menos por un tiempo. Pero, como Abuela Doliente solía decir, cuando los dioses hicieron las ovejas, deben haber dejado sus cerebros en el otro abrigo. En pánico, y las ovejas estaban siempre a sólo una pulgada del pánico, pisotean a sus propios corderos.

Ahora las ovejas y corderos aparecieron, humeando y aturdidos mientras la nieve se derretía alrededor, como si fueran esculturas abandonadas.

Tiffany se adelantó, mirando directo al frente, apenas consciente de los gritos emocionados de los hombres detrás. Fueron tras ella, liberando las ovejas, alzando los corderos.

Su padre gritó a los otros hombres. Algunos de ellos habían estado hachando un carro, arrojando la madera en las llamas. Otros estaban arrastrando los muebles de la casa. Ruedas, mesas, balas de paja, sillas... el fuego tomó todo, lo tragó, y rugió por más. Y no había más.

Ninguna chaqueta roja. ¡ninguna chaqueta roja! Equilibrio, equilibrio. Tiffany vadeó, el agua y las ovejas derramándose tras ella. El techo del túnel cayó en una salpicadura y deslizamiento de granizo. Lo ignoró. Nuevos copos de nieve cayeron a través del agujero e hirvieron en el aire por encima de su cabeza. Hizo caso omiso de eso, también. Y luego, por delante de ella... una visión de color rojo.

¡Helada al fuego! La nieve huyó, y allí estaba. Lo tomó, lo sostuvo cerca, traspasándole algo de su calor, lo sintió agitarse, susurró:

—¡Pesaba al menos cuarenta libras! ¡Al menos cuarenta libras!

Wentworth tosió y abrió los ojos. Con las lágrimas cayendo como nieve fundida, ella corrió hacia un pastor y puso al niño en sus brazos.

—¡Llévalo con su madre! ¡Ahora! —El hombre agarró al niño y corrió, asustado de su fiereza. ¡Hoy ella era su bruja!

Tiffany se volvió. Había más corderos para salvar.

El abrigo de su padre cayó en las hambrientas llamas, brilló por un momento, y cayó en ceniza gris. Los otros hombres estaban listos; agarraron al hombre cuando fue a saltar detrás y lo tiraron hacia atrás, pataleando y gritando.

Los adoquines de piedra se habían derretido como mantequilla. Murmuraron por un momento y se congelaron.

El fuego se apagó.

Tiffany Doliente levantó la mirada a los ojos del Forjainviernos.

Y arriba en el techo del cobertizo de carros, la vocecita perteneciente a Pequeño Peligroso Spike dijo:

—¡Ach, crivens!

 

Todo esto no ha sucedido aún. Puede que no ocurra nunca. El futuro es siempre un poco tambaleante. Cualquier pequeña cosa, como la caída de un copo de nieve o la caída de la clase equivocada de cuchara, pueden enviarlo girando por un nuevo camino. O quizás no.

Donde todo esto comenzó fue el otoño pasado, el día con un gato....

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CAPÍTULO DOS

La Srta. Traición

Ésta es Tiffany Doliente, cabalgando una escoba a través de los bosques de la montaña a un centenar de millas de distancia. Es una escoba muy vieja, y ella está volando apenas por encima de la tierra; tiene dos pequeñas escobas pegadas atrás, como las ruedas de entrenamiento, para evitar que vuelque. Pertenece, apropiadamente, a una bruja muy vieja llamada Srta. Traición, que es aún peor en el vuelo que Tiffany y tiene 113 años de edad.

Tiffany es algo más de un centenar de años más joven que eso, es más alta que lo que era hace apenas un mes, y no está segura de nada en absoluto, como lo estaba hace un año.

Está entrenando para ser una bruja. Las brujas suelen vestir de negro, pero hasta donde ella podía decir, la única razón para que las brujas se vistieran de negro era que siempre habían vestido de negro. Eso no parecía razón suficiente, por lo que ella tendía a usar azul o verde. No reía con desprecio de las galas, porque nunca había visto ninguna.

No puedes escapar del sombrero en punta, sin embargo. No hay nada de mágico en un sombrero en punta, excepto que dice que la mujer de abajo es una bruja. La gente presta atención a un sombrero en punta.

Aun así, es difícil ser una bruja en el pueblo donde has crecido. Es difícil ser una bruja con gente que te conocía como "la chica de Joe Doliente" y te había visto corriendo por ahí en camiseta cuando tenías dos años de edad.

Irse había ayudado. La mayoría de la gente que Tiffany conocía nunca había estado a más de diez millas de distancia del lugar donde nació, por lo que si habías ido al misterioso extranjero, te habías hecho un poco misteriosa, también. Volvías un poco diferente. Una bruja necesita ser diferente.

La brujería estaba resultando ser un trabajo duro y sobre todo muy escasa en magia de la variedad ¡zap-ding-ding-ding! No había escuela y nada era exactamente como una lección. Pero no era prudente tratar de aprender la brujería por ti misma, sobre todo si tenías un talento natural. Si lo hacías mal, podrías pasar de ignorante a cacareo en una semana....

Cuando ibas directo a eso, todo se trataba de cacareo. Nadie hablaba de eso, sin embargo. Las brujas decían cosas como "Nunca puedes ser demasiado vieja, demasiado flaca, o con demasiadas verrugas", pero nunca mencionaban el cacareo. No apropiadamente. Se cuidaban de él, sin embargo, todo el tiempo.

Era muy fácil convertirse en una cacareadora. La mayoría de las brujas viven solas (el gato es opcional) y pueden pasar semanas sin ver a otra bruja. En aquellos tiempos en que la gente odiaba a las brujas, a menudo se las acusaba de hablar con sus gatos. Por supuesto que hablaban con sus gatos. Después de tres semanas sin una conversación inteligente que no fuese sobre vacas, hablarías hasta a la pared. Y eso era un signo temprano de cacareo.

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"Cacarear", para una bruja, no sólo significaba una risa desagradable. Significaba que tu mente se va a la deriva, fuera de su anclaje. Quería decir que perdías el control. Significaba soledad y trabajo duro y responsabilidad, y los problemas de la otra gente volviéndote loca, un poco a la vez, cada parte tan pequeña que apenas la notabas, hasta que pensabas que era normal abandonar el lavado y usar una tetera en tu cabeza. Quería decir que pensabas que el hecho de saber más que nadie en tu pueblo te hacía mejor que ellos. Significaba que pensabas que el bien y el mal eran negociables. Y, al final, quería decir "ir a la oscuridad", como decían las brujas. Ése era un mal camino. Al final de ese camino estaban las ruecas envenenadas y las cabañas de pan de jengibre.

Lo que impedía esto era la costumbre de visitarse. Las brujas visitaban a otras brujas todo el tiempo, a veces viajando bastante lejos por una taza de té y un bollo. En parte era por los chismes, por supuesto, porque las brujas aman los chismes, sobre todo si son más emocionantes que la verdad. Pero era sobre todo para mantener un ojo sobre la otra.

Hoy Tiffany estaba visitando a Yaya Ceravieja, que era, en la opinión de la mayoría de las brujas (incluyendo Yaya misma), la bruja más poderosa en las montañas. Todo era muy cortés. Nadie decía, "¿No te has convertido en murciélago, entonces?" O, "¡Por supuesto que no! ¡Estoy tan afilada como una cuchara!” No necesitaban hacerlo. Ellas entendían de qué se trataba, por lo que hablaban de otras cosas. Pero cuando ella estaba en un estado de ánimo adecuado, Yaya Ceravieja podía ser un trabajo duro.

Estaba sentada en silencio en su mecedora. Algunas personas son buenas para hablar, pero Yaya Ceravieja era buena para hacer silencio. Podía sentarse tan callada y quieta que se desvanecía. Olvidabas que estaba allí. La sala quedaba vacía.

Eso molestaba a la gente. Probablemente era su intención. Pero Tiffany había aprendido el silencio también, de Yaya Doliente, su abuela real. Ahora estaba aprendiendo que si te quedas realmente silenciosa, podías llegar a ser casi invisible.

Yaya Ceravieja era una experta.

Tiffany pensaba en eso como el hechizo yo-no-estoy-aquí, si es que era un hechizo. Razonaba que todo el mundo tenía algo dentro que le decía al mundo que estaban allí. Por eso a veces podías sentir cuando alguien estaba detrás de ti, incluso si no estaba haciendo ningún sonido. Estabas recibiendo su señal yo-estoy-aquí.

Algunas personas tenían una señal muy fuerte. Era la gente que era atendida primero en las tiendas. Yaya Ceravieja tenía una señal yo-estoy-aquí que rebotaba en las montañas cuando ella quería; cuando entraba en un bosque, todos los lobos y los osos corrían para otro lado.

También podía apagarlo.

Ahora estaba haciendo eso. Tiffany tenía que concentrarse para verla. La mayor parte de su mente le decía que no había nadie allí.

Bueno, pensó, ya es suficiente de eso. Tosió. De repente, Yaya Ceravieja siempre había estado allí.

—La Srta. Traición está muy bien —dijo Tiffany.

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—Una mujer excelente —dijo Yaya.

—Oh, sí.

—Ella tiene sus cosas raras —dijo Tiffany.

—Ninguna de nosotras es perfecta —dijo Yaya.

—Está probando unos ojos nuevos —dijo Tiffany.

—Eso es bueno.

—Son una pareja de cuervos....

—Es igual de bien —dijo Yaya.

—Mejor que el ratón que utiliza por lo general —dijo Tiffany.

—Espero que lo sean.

Hubo un poco más de esto, hasta que Tiffany comenzó a molestarse por hacer todo el trabajo. No había tal cosa como la cortesía común, después de todo. Oh, bueno, ella sabía qué hacer al respecto ahora.

—La Sra. Earwig ha escrito otro libro — dijo ella.

—Lo he oído —dijo Yaya. Las sombras en la sala tal vez se pusieron un poco más oscuras.

Bueno, eso explicaba el mal humor. Incluso pensar en la Sra. Earwig hacía enojar a Yaya Ceravieja. La Sra. Earwig estaba mal para Yaya Ceravieja. Ella no nació a nivel local, lo que era casi un crimen, para empezar. Ella escribía libros, y Yaya Ceravieja no confiaba en los libros. Y la Sra. Earwig (pronunciado "Ei-Wij", al menos por la Sra. Earwig) creía en varitas brillantes y amuletos mágicos y runas místicas y el poder de las estrellas, mientras Yaya Ceravieja creía en tazas de té, galletas secas, lavarse cada mañana con agua fría, y, bien, creía mayormente en Yaya Ceravieja.

La Sra. Earwig era muy popular entre las jóvenes brujas, porque si hacías brujería a su manera, podías usar tantas joyas que apenas podías caminar. Yaya Ceravieja no era popular con muy nadie…

… excepto cuando la necesitaban. Cuando Muerte estaba parado cerca de la cuna o el hacha caía en el bosque y la sangre empapaba el musgo, enviabas a alguien corriendo a la fría y deforme cabaña en el claro. Cuando se acababa toda esperanza, llamabas a Yaya Ceravieja, porque era la mejor.

Y siempre venía. Siempre. Pero, ¿popular? No. Necesitar no es lo mismo que gustar. Yaya Ceravieja era para cuando las cosas se ponían graves.

A Tiffany le gustaba, sin embargo, de una forma extraña. Pensaba que a Yaya Ceravieja le gustaba ella, también. Permitió a Tiffany llamarla Yaya en la cara, cuando todas las otras brujas jóvenes tenían que llamarla Señora Ceravieja. Tiffany a veces pensaba que si eras amistosa con Yaya Ceravieja, te ponía a prueba para ver qué tan amistosa quedabas. Todo en Yaya Ceravieja era una prueba.

—El nuevo libro se llama Primeros Vuelos en Brujería —prosiguió, mirando a la vieja bruja con cuidado.

Yaya Ceravieja sonrió. Es decir, su boca se levantó en las comisuras.

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—¡Ah! —dijo—. Lo he dicho antes y lo diré de nuevo: No se puede aprender brujería de los libros. Letice Earwig piensa que puede convertirse en una bruja yendo de compras. —Lanzó a Tiffany una mirada penetrante, como si estuviera decidiendo algo. Luego dijo—: Y apuesto a que no sabe cómo hacer esto.

Cogió su taza de té caliente, curvando su mano alrededor de ella. Luego extendió la otra mano y tomó la mano de Tiffany.

—¿Lista? —dijo Yaya.

—Para que… —comenzó Tiffany, y sintió que su mano se calentaba. El calor se propagó hasta el brazo, entibiando hasta el hueso.

—¿Lo sientes?

—¡Sí!

El calor se apagó. Y Yaya Ceravieja, aún mirando la cara de Tiffany, volvió la taza de té al revés.

El té cayó en un bloque. Estaba sólido, congelado.

Tiffany tenía edad suficiente para no decir: "¿Cómo hizo eso?". Yaya Ceravieja no respondía preguntas tontas o, de hecho, casi ninguna.

—Ha movido el calor —dijo Tiffany—. Usted tomó el calor del té y lo trasladó a través de usted hacia mí, ¿sí?

—Sí, pero nunca me tocó —dijo Yaya, triunfante—. Todo es cuestión de equilibrio, ¿ves? El equilibrio es el truco. Mantener el equilibrio y… —se detuvo—. ¿Has usado un sube-y-baja? Un extremo va para arriba, un extremo baja. Sin embargo, el pedacito en el centro, justo en el centro, se queda donde está. El arriba y el abajo pasan a través de él. No importa cuán alto o bajo vayan los extremos, mantiene el equilibrio. —Aspiró—. La magia es principalmente mover cosas alrededor.

—¿Puedo aprender eso?

—Me atrevería a decir que sí. No es difícil, si tienes la mente correcta.

—¿Me lo puede enseñar?

—Lo hice. Te lo mostré.

—No, Yaya, sólo me mostró cómo hacerlo, no... ¡cómo hacerlo!

—No se puede decir. Yo sé cómo lo hago. La forma en que lo hagas será diferente. Sólo tienes que tener la mente correcta.

—¿Cómo puedo hacer eso?

—¿Cómo voy a saberlo? Es tu mente —espetó Yaya—. Pon agua a hervir de nuevo, ¿quieres? Mi té se ha enfriado.

Había algo casi malévolo en todo esto, pero ésa era Yaya. Consideraba que si eras capaz de aprender, podías hacerlo. No tenía sentido hacerlo fácil para la gente. La vida no era fácil, decía ella.

—Y veo que todavía usas esa baratija —dijo Yaya. No le gustaban las baratijas, una palabra que ella utilizaba para referirse a algo de metal usado por una bruja, que no estaba allí para aguantar, cerrar, o fijar. Eso era "ir de compras".

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Tiffany tocó el caballo de plata que llevaba en su cuello. Era pequeño y simple, y significaba mucho para ella.

—Sí —dijo con calma—. Todavía la uso.

—¿Qué tienes en esa cesta? —dijo Yaya ahora, lo que era inusualmente grosero. La canasta de Tiffany estaba sobre la mesa. Tenía un presente en ella, por supuesto. Todo el mundo sabía que llevabas un pequeño presente cuando ibas de visita, pero se supone que la persona a la que estás visitando se sorprende cuando se lo das, diciendo cosas como: "Oooh, no debías hacerlo".

—Le traje algo —dijo Tiffany, balanceando la gran tetera negra sobre el fuego.

—No tienes que venir a traerme regalos, estoy segura —dijo Yaya con severidad.

—Sí, bueno —dijo Tiffany, y lo dejó así.

Oyó a Yaya levantar la tapa de la cesta. Había un gatito en ella.

—Su madre es Pinky, la gata de la Viuda Cable —dijo Tiffany, para llenar el silencio.

—No debiste hacerlo —gruñó la voz de Yaya Ceravieja.

—No fue un problema. —Tiffany sonrió al fuego.

—No puedo ocuparme de gatos.

—Ella va a mantener controlados los ratones —dijo Tiffany, sin no darse vuelta.

—No tengo ratones.

Nada para que ellos coman, pensó Tiffany. En voz alta, dijo:

—La Sra. Earwig tiene seis grandes gatos negros. —En la cesta, el gatito blanco miraba a Yaya Ceravieja con la expresión triste y sorprendida de todos los gatitos. Usted me prueba, yo la pruebo a usted, pensó Tiffany.

—Yo no sé lo que voy a hacer con él, estoy segura. Va a tener que dormir en el cobertizo de las cabras —dijo Yaya Ceravieja. La mayoría de las brujas tenía cabras.

El gatito se frotó contra la mano de Yaya y maulló.

Cuando Tiffany se fue, más tarde, Yaya Ceravieja dijo adiós en la puerta y cerró con mucho cuidado dejando afuera al gatito.

Tiffany pasó a través del claro hasta donde había atado la escoba de la Srta. Traición.

Pero no se fue, todavía no. Dio un paso atrás contra un arbusto de acebo, y se quedó quieta, hasta que ya no estaba, hasta que todo en ella dijo: "Yo no estoy aquí”.

Todo el mundo puede ver imágenes en el fuego y en las nubes. Sólo lo tienes que poner al revés. Desactivar ese trozo de ti misma que dice que estás allí. Te disuelves. Cualquier persona que te mira encontraría muy difícil de verte. Tu cara se convierte en un poco de hoja y sombra, tu cuerpo en un trozo de árbol y arbusto. Que la mente de la otra persona llene los vacíos.

Viéndose como otra pieza de acebo, miró la puerta. El viento se había levantado, cálido pero preocupante, sacudiendo las hojas amarillas y rojas de los

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árboles de sicomoro y haciéndolas zumbar en torno al claro. El gatito trató de pegarle a algunas de ellas en el aire y luego se sentó allí, haciendo tristes ruidos de gemidos. En cualquier momento, Yaya Ceravieja pensaría que Tiffany había desaparecido y podría abrir la puerta y…

—¿Has olvidado algo? —dijo Yaya en su oreja.

Ella era el arbusto.

—Eh... es muy dulce. Sólo pensé que podría, ya sabe, gustarle un poco —dijo Tiffany, pero estaba pensando: “Bueno, ella podría haber llegado hasta aquí si corría, pero ¿por qué no la vi? ¿Puede correr y esconderse al mismo tiempo?”

—No te preocupes por mí, mi niña —dijo la bruja—. Corre con la Srta. Traición y dale mis mejores deseos, ahora mismo. Pero —y su voz se suavizó un poco— fue un buen esconderte el que acabas de hacer. Hay muchas que no te habrían visto. ¡Apenas escuché crecer tu pelo!

Cuando la escoba de Tiffany hubo dejado el claro, y Yaya Ceravieja se convenció de otras pequeñas formas de que ella se había ido, volvió a entrar, ignorando cuidadosamente al gatito de nuevo.

Después de unos minutos, la puerta se abrió un poco. Puede haber sido sólo una corriente de aire. El gatito corrió adentro....

 

Todas las brujas eran un poco extrañas. Tiffany se había acostumbrado a lo extraño, por lo que extraño parecía bastante normal. Allí estaba la Srta. Level, por ejemplo, que tenía dos cuerpos, aunque uno de ellos era imaginario. La Sra. Empujabajo, que criaba lombrices de tierra de pedigrí y les daba nombres a todas... bueno, no era extraña en absoluto, tan sólo un poco peculiar, y las lombrices de tierra eran de todos modos bastante interesantes, de una manera básicamente no interesante. Y estaba Vieja Madre Dismass, que sufría de ataques de confusión temporal, lo cual puede ser muy extraño cuando le sucede a una bruja; la boca nunca se movía a tiempo con sus palabras, y a veces bajaba por las escaleras diez minutos antes de hacerlo.

Pero cuando se trataba de extrañeza, la Srta. Traición no sólo ganaba los laureles, sino el primer premio también, y también una mención especial.

Por dónde empezar, cuando las cosas son extrañas de pared a pared....

La Srta. Euménides Traición se había quedado ciega cuando tenía sesenta años. Para la mayoría de las personas habría sido una desgracia, pero la Srta. Traición estaba calificada en Préstamo, un particular talento de las brujas.

Ella podía utilizar los ojos de los animales, leer lo que ellos veían, directamente de sus mentes.

Se había quedado sorda a los setenta y cinco años, pero había conseguido utilizar los oídos que pudo encontrar corriendo por ahí.

Cuando Tiffany había ido a vivir con ella por primera vez, la Srta. Traición usaba un ratón para ver y oír, porque su viejo grajo había muerto. Era un poco preocupante ver a una mujer de edad caminando por la cabaña con un ratón en su mano extendida, y muy preocupante si decías algo y el ratón se volvía hacia ti. Era sorprendente ver qué tan espeluznante podía ser una pequeña nariz rosa.

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Los cuervos nuevos eran mucho mejores. Alguien en una de las aldeas locales había hecho a la anciana una percha que encajaba en sus hombros, un ave de cada lado, y con el pelo largo y blanco, el efecto era muy, bien, brujeril, aunque un poco desordenado en la parte trasera de su capa al final del día.

Luego estaba su reloj. Era pesado y fabricado de hierro oxidado por alguien que era más herrero que relojero, razón por la cual hacía clonk-clank en vez de tic-tac. Lo llevaba en el cinturón, y podía decir la hora tocando las manecillas rechonchas.

Corría la historia en las aldeas que el reloj era el corazón de la Srta. Traición, que ella utilizaba desde que su primer corazón murió. Pero había montones de historias acerca de la Srta. Traición.

Tenías que tener un umbral alto para lo extraño para soportarla. Era tradicional que las brujas jóvenes viajaran y se quedaran con las brujas mayores para aprender de un montón de expertas a cambio de lo que la Srta. Tick, la buscadora de brujas, llamaba "ayuda con las tareas", lo que significaba "hacer todas las tareas". En su mayoría, dejaban a la Srta. Traición después de una noche. Tiffany se había quedado durante tres meses hasta ahora.

Oh, y a veces, cuando estaba buscando un par de ojos para mirar a través, la Srta. Traición se metía en los tuyos. Era una sensación extrañamente espinosa, como tener a alguien invisible, mirando sobre tu hombro.

Sí... tal vez la Srta. Traición no sólo ganaba los laureles, el primer premio, y la mención especial, sino también las chucherías, los bocadillos, y el hombre que hacía animales divertidos con globos.

Ella estaba tejiendo en su telar cuando Tiffany entró. Dos picos se volvieron hacia ella.

—¡Ah, niña! —dijo la Srta. Traición en un hilo de voz agrietada—. Has tenido un buen día.

—Sí, Srta. Traición —dijo Tiffany obedientemente.

—Has visto a la niña Ceravieja y ella está bien. —Clic-clac hizo el telar. Clonk-clank hizo el reloj.

—Muy bien —dijo Tiffany. La Srta. Traición no hacía preguntas. Ella sólo decía las respuestas. "La niña Ceravieja", pensó Tiffany, cuando comenzó a hacer la cena. Pero la Srta. Traición era muy vieja.

Y daba mucho miedo. Era un hecho. No se podía negar. No tenía una nariz aguileña y tenía todos sus dientes, aunque eran amarillos, pero aparte de eso, era la bruja malvada de un libro de estampas. Y sus rodillas hacían clic al caminar. Y lo hacía muy rápido, con la ayuda de dos bastones, correteando por ahí como una gran araña. Ésa era otra cosa extraña: La cabaña estaba llena de telarañas, que la Srta. Traición ordenó a Tiffany no tocar, pero nunca veías una araña.

Y estaba la cosa del negro, también. A la mayoría de las brujas les gustaba negro, pero la Srta. Traición incluso tenía cabras negras y pollos negros. Las paredes eran de color negro. El suelo era negro. Si dejabas caer un palo de regaliz, nunca lo ibas a encontrar de nuevo. Y, para consternación de Tiffany, tenía que hacer sus quesos negros, lo que significaba pintar los quesos con cera de color negro brillante. Tiffany era una excelente fabricante de quesos y los mantenía

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húmedos, pero desconfiaba de los quesos negros. Siempre parecía que estaban tramando algo.

Y la Srta. Traición parecía no necesitar dormir. Ella ahora no tenía mucho uso para la noche y el día. Cuando los cuervos se iban a la cama, convocaba a un búho y tejía con la vista del búho. Un búho era especialmente bueno, decía, porque gira la cabeza para ver la lanzadera del telar. Clic-clac hacía el telar, y clonk-clank hacía el reloj, justo detrás de él.

La Srta. Traición, con su manto negro ondulante y los ojos vendados y el salvaje pelo blanco...

La Srta. Traición con sus dos bastones, errando por la cabaña y el jardín en la noche oscura y helada, oliendo el recuerdo de las flores....

Todas las brujas tenían alguna habilidad especial, y la Srta. Traición proveía Justicia.

La gente venía desde muy lejos para traerle sus problemas:

—¡Sé que es mi vaca, pero él dice que es suya!

—¡Ella dice que es su tierra, pero mi padre me la dejó a mí!

... y la Srta. Traición se sentaba en el telar que hacía clic-clac, de espaldas a la sala llena de gente ansiosa. El telar les preocupaba. Lo miraban como si tuvieran miedo de él, y los cuervos los observaban.

Tartamudeaban sus casos, diciendo hum y ah, mientras que el telar se sacudía, en la vacilante luz de las velas. Oh, sí... la luz de las velas...

Los candelabros eran dos cráneos. Uno tenía la palabra ENOCHI tallada en él, y el otro tenía la palabra ATHOOTITA.

Las palabras significaban "CULPA" e "INOCENCIA". Tiffany deseaba no saberlo. No había forma de que una niña criada en la Creta pudiera saberlo, porque las palabras eran en un idioma extranjero, y uno antiguo, además. Ella las sabía por el Dr. Sensibilidad Bustle, D. M. Phil., B. El L., Profesor Patricio De Magia en la Universidad Invisible, estaba en su cabeza.

Bueno, una pequeña parte de él, por lo menos.

Un par de veranos atrás había sido poseída por una colmena, una... cosa, que había estado recolectando mentes por millones de años. Tiffany logró sacarla de su cabeza, pero algunos fragmentos se habían quedado enredados en su cerebro. Uno de ellos era un trozo pequeño de ego y una mezcla de recuerdos que era lo que quedaba del difunto Dr. Bustle. No era mucho problema, pero si miraba algo en un idioma extranjero, podía leerlo… o, más bien, escuchar la voz chillona del Dr. Bustle traduciendo para ella. Eso parecía ser todo lo que quedaba de él, pero ella evitaba desvestirse delante de un espejo.

Las velas habían goteado cera sobre los cráneos, y la gente los miraba todo el tiempo que estaban en la habitación.

Y entonces, cuando todas las palabras habían sido dichas, el telar se detenía con un choque de silencio repentino, y la Srta. Traición giraba en la gran silla pesada, que tenía ruedas, y se quitaba la venda negra de sus ojos gris perla y decía:

—He escuchado. Ahora voy a ver. Voy a ver qué es lo verdadero.

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Algunas personas realmente escapaban en este momento, cuando ella los miraba a la luz de los cráneos. Esos ojos, que no podían ver tu cara, de alguna manera podían ver tu mente. Cuando la Srta. Traición estaba mirando a través tuyo, sólo podías ser veraz o muy, muy estúpido.

Así que nunca nadie discutía con la Srta. Traición.

A las brujas no se les permitía recibir paga por usar sus talentos, pero todos los que llegaban para resolver un litigio por la Srta. Traición le traían un regalo, por lo general alimentos, pero a veces ropa usada limpia, si era negra, o un par de botas viejas, si eran de su tamaño. Si la Srta. Traición dictaba sentencia en tu contra, no era realmente una buena idea (todo el mundo lo decía) pedir tu regalo de vuelta, porque ser convertido en algo pequeño y pegajoso a menudo ofende.

Decían que si mentías a la Srta. Traición, morirías horriblemente en una semana. Decían que los reyes y príncipes venían a ver a la Srta. Traición en la noche, haciendo preguntas sobre grandes asuntos de Estado. Decían que en su sótano había una pila de oro, custodiada por un demonio con la piel como el fuego y tres cabezas que atacaría a cualquiera que viese y se comería su nariz.

Tiffany sospechaba que al menos dos de estas creencias estaban equivocadas. Ella sabía que la tercera no era verdad, porque un día había ido al sótano (con un cubo de agua y un palo, por si acaso), y no había nada ahí, salvo pilas de patatas y zanahorias. Y un ratón, mirándola con atención.

Tiffany no tenía miedo, no mucho. Por un lado, a menos que el demonio fuese bueno en disfrazarse como una papa, probablemente no existía. Y por otro, aunque la Srta. Traición tenía mal aspecto, y sonaba mal, y olía como un viejo armario cerrado, no se sentía mal.

Primera Vista y Segundos Pensamientos, en eso tenía que confiar una bruja: Primera Vista para ver lo que realmente estaba allí, y Segundos Pensamientos para vigilar a los Primeros Pensamientos para comprobar que estaban pensando correctamente. Luego estaban los Terceros Pensamientos, que Tiffany nunca había oído discutir y por lo tanto se mantenía callada al respecto; eran extraños, parecían pensar por sí mismos, y no se presentaban con mucha frecuencia. Y ellos le decían que había más Srta. Traición que lo que se veía.

Y entonces un día, cuando sacudía el polvo, Tiffany derribó el cráneo llamado Enochi...

... y de repente Tiffany supo mucho más acerca de la Srta. Traición que lo que la Srta. Traición probablemente quería que nadie supiera.

Esa noche, mientras estaban comiendo su estofado (con frijoles negros), la Srta. Traición dijo:

—Se está levantando viento. Tenemos que ir pronto. Yo no confiaría en la escoba por encima de los árboles en una noche como ésta. Puede haber criaturas extrañas por allí.

—¿Ir? ¿Vamos a salir? —preguntó Tiffany. Ellas nunca salían en las tardes, por lo que las tardes siempre se sentían largas como un centenar de años.

—En efecto, lo haremos. Van a bailar esta noche.

—¿Quiénes?

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—Los cuervos no serán capaces de ver y la lechuza se confundirá —continuó Miss Traición—. Tendré que usar tus ojos.

—¿Quién bailará, Srta. Traición? —dijo Tiffany. Le gustaba el baile, pero nadie parecía a bailar aquí arriba.

—No es lejos, pero habrá una tormenta.

Así que era eso; la Srta. Traición no iba a contarle. Pero sonaba interesante. Además, probablemente sería educativo ver a alguien que la Srta. Traición pensaba que era extraño.

Por supuesto, eso significaba que la Srta. Traición se pondría su sombrero puntiagudo. Tiffany odiaba esta parte. Tendría que estar delante de la Srta. Traición y mirarla, y sentir el pequeño cosquilleo en sus ojos mientras la anciana bruja la utilizaba como una especie de espejo.

El viento rugía en el bosque como un animal grande y oscuro para el momento en que habían terminado de cenar. Arrancó la puerta de las manos de Tiffany cuando la abrió y voló por la sala, haciendo zumbar las cuerdas en el telar.

—¿Está segura de esto, Srta. Traición? —dijo, tratando de empujar la puerta para cerrarla.

—¡No me digas eso! ¡Nunca me digas eso! ¡La danza debe tener testigos! ¡Nunca me he perdido la danza! —La Srta. Traición parecía nerviosa y tensa—. ¡Tenemos que ir! Y debes vestir de negro.

—Srta. Traición, usted sabe que no visto de negro —dijo Tiffany.

—Esta noche es una noche para el negro. Usarás mi segunda mejor capa.

Lo dijo con la firmeza de una bruja, como si la idea de que alguien desobedeciera nunca hubiera pasado por su cabeza. Ella tenía 113 años de edad. Había tenido mucha práctica. Tiffany no discutió.

No es que tenga nada en contra del negro, pensó Tiffany cuando fue a buscar la segunda mejor capa, es sólo que no soy yo. Cuando la gente dice que las brujas visten de negro, en realidad significa que las viejas damas visten de negro. De todos modos, no es como si vistiera de color rosa o algo...

Después tuvo que envolver el reloj de la Srta. Traición en pedazos de manta, de modo que el clonk-clank se convirtió en clonk-clank. No era cuestión de dejarlo atrás. La Srta. Traición siempre conservaba el reloj cerca de ella.

Mientras Tiffany se alistaba, la vieja dama dio cuerda al reloj con un ruido horrible. Siempre estaba dándole cuerda; a veces paraba en medio de una sentencia para hacerlo, con una sala llena de gente horrorizada.

Aun no llovía, pero cuando salieron el aire estaba lleno de ramas y hojas volando. La Srta. Traición se sentó a lo amazona en la escoba, aferrándose por su vida, mientras Tiffany caminaba remolcándola por medio de una cuerda.

El cielo de la puesta de sol aún era rojo y una luna gibosa estaba alta, pero las nubes pasaban a través de ella, llenando el bosque con sombras en movimiento. Las ramas se golpeaban entre sí, y Tiffany oyó el crujido y el estrépito cuando, en algún lugar en la oscuridad, una caía al suelo.

—¿Vamos a las aldeas? —gritó Tiffany por encima del estruendo.

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—¡No! ¡Toma el camino a través del bosque! —gritó la Srta. Traición.

Ah, pensó Tiffany, ¿es éste el famoso "baile sin calzones" del que he oído hablar tanto? En realidad, no mucho, porque tan pronto como alguien lo menciona, alguien más le dice que se calle, así que realmente no he oído hablar mucho sobre él en absoluto, pero no he oído hablar de una manera muy significativa.

Es algo que la gente pensaba que las brujas hacían, pero las brujas no creían haberlo hecho. Tiffany tenía que admitir que podía ver por qué. Incluso las calurosas noches de verano no eran tan calientes, y siempre había erizos y cardos de que preocuparse. Además, no podías imaginar a alguien como Yaya Ceravieja bailando sin… Bueno, no podías imaginarlo, porque si lo hicieras, haría explotar tu cabeza.

El viento se calmó cuando tomó el sendero forestal, aún remolcando a la flotante Srta. Traición. Pero el viento había traído aire frío con él, y lo dejó detrás. Tiffany se alegró de la capa, aunque fuera negra.

Siguió caminando, tomando diferentes senderos cuando se lo decía la Srta. Traición, hasta que vio luz de fuego a través de los árboles, en una pequeña hondonada.

—Para aquí y ayúdame bajar, chica —dijo la bruja—. Y escucha atentamente. Hay reglas. Uno, no hables; dos, mira sólo a los bailarines, tres, no te moverás hasta que termine el baile. ¡No lo voy a decir dos veces!

—Sí, Srta. Traición. Hace mucho frío aquí.

—Y hará más frío.

Se dirigieron hacia la luz distante. ¿Qué tiene de bueno un baile que sólo puedes ver?, se preguntó Tiffany. No parecía muy divertido.

—No se supone que sea divertido —dijo la Srta. Traición.

Las sombras se movían a la luz de las llamas, y Tiffany escuchó las voces de hombres. Luego, al llegar a la orilla de la hondonada, alguien echó agua al fuego.

Se oyó un silbido, y una nube de humo y vapor se elevó entre los árboles. Sucedió en un momento y dejó una sensación chocante por detrás. Lo único que parecía vivo aquí, había muerto.

Las hojas secas crujían bajo sus pies. La luna, en un cielo sin nubes ahora, dibujaba formas de plata en el suelo del bosque.

Pasó algún tiempo antes de que Tiffany se diera cuenta de que había seis hombres de pie en medio del claro. Debían estar vestidos de negro; contra la luz de la luna parecía agujeros en forma de hombre en la nada. Estaban en dos líneas de tres, una frente a la otra, pero tan quietos que después de un tiempo Tiffany se preguntó si estaba imaginándolos.

Se escuchó un tambor: bom… bom… bom…

Continuó durante medio minuto o algo así, y se detuvo. Pero en el silencio del bosque frío el ritmo continuó en la cabeza de Tiffany, y tal vez no era la única cabeza en la que atronaba, porque los hombres estaban moviendo suavemente la cabeza, manteniendo el ritmo.

Comenzaron a bailar.

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El único ruido era el de sus botas golpeando el suelo mientras los hombres sombra se movían adelante y atrás. Pero entonces Tiffany, la cabeza llena del tambor silencioso, escuchó otro sonido. Su pie estaba golpeando por sí mismo.

Había oído este ritmo antes, había visto a hombres que bailaban así. Pero había sido en los días cálidos de sol brillante. Usaban campanillas en sus ropas.

—¡Éste es un baile Morris! —dijo, en voz no tan baja.

—¡Calla! —susurró Miss Traición.

—Pero este no es el correcto…

—¡Silencio!

Sofocada y furiosa en la oscuridad, Tiffany quitó los ojos de los bailarines y desafiante, miró a su alrededor en el claro. Había otras sombras apiñadas, humanas o, al menos con forma humana, pero no podía verlas claramente y tal vez era mejor así.

Estaba haciendo más frío, estaba segura. La blanca helada crepitaba en las hojas.

El golpeteo continuó. Pero a Tiffany le parecía que no estaba solo ahora, sino que había tomado otros golpes, y hacía ecos en el interior de su cabeza.

La Srta. Traición podía hacerla callar todo lo que quisiera. Era un baile Morris. ¡Pero fuera de temporada!

Los hombres Morris llegaban a la aldea en algún momento de mayo. Nunca puedes estar segura de cuándo, debido a que tenían que anunciarlo a un montón de aldeas a lo largo de la Creta, y cada pueblo tenía una taberna, lo que los retrasaba.

Llevaban palos y vestían ropa de color blanco con cascabeles, para evitar que se moviesen sigilosamente hacia la gente. A nadie le gusta un bailarín Morris inesperado. Tiffany debió esperar fuera de la aldea con los otros niños y bailar detrás de ellos todo el camino adentro.

Y luego solían bailar en el prado de la aldea al ritmo de un tambor, entrechocando sus palos en el aire, y luego todos se iban a la taberna y el verano llegaba.

Tiffany no había sido capaz de averiguar cómo era esa última parte. Los bailarines bailaban, y entonces llegaba el verano, eso era lo que todos parecían saber. Su padre dijo que había habido un año cuando los bailarines no aparecieron, y una primavera húmeda y fría se había convertido en un otoño frío, con los meses entre ellos llenos de niebla y lluvia y heladas en agosto.

El sonido de los tambores llenaba su cabeza ahora, haciendo que se sintiera mareada. Estaban equivocados, había algo mal…

Y entonces recordó al séptimo bailarín, ése que llamaban el Tonto. Generalmente era un hombre pequeño, con un maltratado sombrero de copa y trapos brillantes cosidos por toda su ropa. Básicamente, paseaba sosteniendo el sombrero y sonriendo a la gente hasta que le daban dinero para la cerveza. Pero a veces se ponía el sombrero y giraba entre los bailarines. Uno esperaba que hubiera una colisión masiva de brazos y piernas, pero nunca sucedía. Saltando y girando entre los hombres sudorosos, siempre se las arreglaba para estar donde los otros bailarines no estaban.

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El mundo se movía a su alrededor. Parpadeó. Los tambores en su cabeza eran como truenos ahora, y escuchó un golpe tan profundo como los océanos. La Srta. Traición quedó olvidada. Sólo existía la extraña y misteriosa multitud. Ahora sólo existía la danza misma.

Se retorcía en el aire como una cosa viva. Pero había un espacio en ella, moviéndose. Estaba donde debía estar, lo sabía. La Srta. Traición había dicho que no, pero eso había sido hace mucho tiempo y ¿cómo podría la Srta. Traición entender? ¿Qué podía saber? ¿Cuándo bailó por última vez? El baile ahora estaba en los huesos de Tiffany's, llamándola. ¡Seis bailarines no eran suficientes!

Corrió y saltó a la danza.

Los ojos de los hombres que bailaban la miraban mientras saltaba y bailaba entre ellos, siempre donde ellos no estaban. Los tambores tenían sus pies, y ellos iban donde el ritmo los enviaba.

Y entonces... hubo alguien más allí.

La gente del pueblo no sabía cómo había llegado el libro. Apareció un día, en un estante en una de las tiendas.

Ellos sabían cómo leer, por supuesto. Había que tener una cierta cantidad de lectura y escritura para avanzar en el mundo, incluso en Cododeperro. Pero no tenían mucha confianza en los libros, o en el tipo de personas que los leían.

Éste, sin embargo, era un libro sobre cómo tratar con las brujas. Tenía un aspecto bastante autoritario, también, sin demasiadas palabras largas (y por lo tanto poco fiables), como "mermelada". Por último se dijeron unos a otros, esto es lo que necesitamos. Éste es un libro sensato. Bueno, no es lo que uno espera, pero ¿recuerdas a esa bruja el año pasado? ¿La que metimos en el río y luego tratamos de quemar viva? ¿Sólo que ella estaba demasiado húmeda, y se escapó? ¡No hay que pasar por eso otra vez!

Prestaron especial atención a esta parte:

Es muy importante, después de haber atrapado a la bruja, no hacerle daño de manera alguna (¡por ahora!). ¡En ningún caso prenderle fuego! Se trata de un error en que a menudo caen los principiantes. Sólo vuelve loca a la bruja y ella retorna aún más fuerte. Como todos saben, la otra manera de deshacerse de una bruja es tirarla a un río o estanque.

Éste es el mejor plan:

En primer lugar, encarcelarla durante la noche en una habitación moderadamente cálida y darle tanta sopa como ella pida. La de zanahoria y lentejas podría servir, pero para obtener mejores resultados, recomendamos la de puerro y papa hecha con un buen caldo de carne. Ha sido demostrado que esto perjudica gravemente sus poderes mágicos. No le den sopa de tomates, que la hará muy poderosa.

Para estar completamente seguros, pongan una moneda de plata en cada una de sus botas. No será capaz de sacar las monedas porque se quemará los dedos.

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Proporciónenle mantas abrigadas y una almohada. Esto la engañará e irá a dormir. Cierren la puerta y vean que nadie entre.

Alrededor de una hora antes del amanecer, vayan a la habitación. Ahora ustedes pueden pensar que la manera de hacerlo sería corriendo y gritando. NADA MÁS LEJOS DE LA VERDAD. En puntas de pie, suavemente, dejar una taza de té a la bruja dormida, en puntas de pie volver a la puerta, y toser en voz baja. Esto es importante. Si se despierta de repente, ella podría ser ciertamente muy desagradable.

Algunos autores recomiendan las galletas de chocolate con el té, otros dicen que las galletas de jengibre serán suficientes. Si da valor a su vida, no le dé galletas comunes, ya que volarán chispas de sus orejas. Cuando se despierte, recite esta runa mística de gran poder, que le impedirá convertirse en un enjambre de abejas y escapar volando:

ITI SAPIT EYI MA NASS.

Cuando haya terminado el té y galletas, átenla de pies y manos al frente, con una cuerda usando nudos Bosun Nº 1 y tírenla al agua.

NOTA DE SEGURIDAD IMPORTANTE: Haga esto antes de que comience a llegar la luz. ¡No se quede a ver!

Por supuesto, esta vez algunas personas se quedaron. Y lo que vieron fue a la bruja hundirse y no flotar de nuevo, mientras que su perverso sombrero puntiagudo flotaba. Luego se fueron a casa para desayunar.

En este río en particular, nada importante sucedió durante varios minutos más. Entonces, el sombrero puntiagudo comenzó a moverse hacia un parche espeso de cañas. Se detuvo allí, y se alzó muy lentamente. Un par de ojos asomaban por debajo del ala....

Cuando estuvo segura de que no había nadie alrededor, la Srta. Perspicacia Tick, profesora y buscadora de brujas, se arrastró hasta la orilla sobre su estómago y salió corriendo a alta velocidad hacia el bosque justo cuando el sol salía. Había dejado una bolsa con un vestido limpio y algo de ropa interior limpia metida en una madriguera de tejón, junto con una caja de fósforos (nunca los llevaba en su bolsillo si existía el peligro de ser descubierta, en caso de que diera ideas a la gente).

Bueno, pensó, mientras se secaba enfrente de un fuego, las cosas podrían haber sido peores. Gracias a Dios, en el pueblo aún había alguien que sabía leer, o de lo contrario habría sido bonitamente escabechada. Tal vez fue una buena idea que el libro fuera impreso en letras grandes.

De hecho, la Srta. Tick había escrito Cacería de Brujas para Tontos, y se aseguraba de que las copias encontrasen su camino hacia las zonas donde la gente todavía creía que las brujas deben ser quemadas o ahogadas.

Dado que la única bruja que podía pasar por allí estos días era la Srta. Tick misma, eso significaba que si las cosas iban mal, habría conseguido un sueño reparador y una buena comida antes de ser arrojada al agua. El agua no era ningún problema para la Srta. Tick, que había estado en el Colegio Quirm Para Señoritas, donde había que tomar un baño helado cada mañana para construir Fibra Moral. Y el Nudo Bosun Nº 1 era muy fácil de desatar con los dientes, incluso bajo el agua.

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Oh, sí, pensó, mientras vaciaba sus botas, y tenía dos monedas de plata de seis peniques, también. En realidad, la gente de la aldea de Cododeperro era muy estúpida, por cierto. Por supuesto, eso fue lo que sucedió cuando se deshizo de sus brujas. Una bruja era sólo alguien que sabía un poco más que tú. Eso es lo que el nombre significaba. Y a algunas personas no les gustaba que nadie supiera más que ellos, por lo que en estos días los profesores y los bibliotecarios errantes evitaban pasar por el lugar. Por la manera en que iban las cosas, si la gente de Cododeperro quería tirar piedras a alguien que sabía más que ellos, pronto tendrían que tirarlas a los cerdos.

El lugar era un desastre. Lamentablemente, había una niña de ocho años que era definitivamente prometedora, y la Srta. Tick caía en ocasiones para mantener un ojo sobre ella. No como una bruja, obviamente, porque aunque a ella le gustaba un baño frío por la mañana, se puede tener demasiado de algo bueno. Se disfrazaba de humilde vendedora de manzanas, o de adivina. (Las brujas no suelen practicar la adivinación, porque si lo hicieran, serían demasiado buenas. La gente no quiere saber lo que realmente va a ocurrir, sólo que va a ser bueno. Pero las brujas no añaden azúcar.)

Lamentablemente, el resorte en el sombrero disimulado de la Srta. Tick había funcionado mal, mientras ella caminaba por la calle principal, y la punta había aparecido. Incluso la Srta. Tick había sido incapaz de salir de eso hablando. Oh, bueno, tendría que hacer otros arreglos ahora. Encontrar brujas era siempre peligroso. Había que hacerlo, sin embargo. Una bruja que crece sola era un niño triste y peligroso....

Se detuvo y miró el fuego. ¿Por qué estaba pensando en Tiffany Doliente? ¿Por qué ahora?

Trabajando con rapidez, vació sus bolsillos y comenzó un amaño.

Los amaños funcionaban. Eso era todo lo que podías decir de ellos con seguridad. Los hacías de un poco de cuerda y un par de palos y todo lo que tenías en el bolsillo en ese momento. Eran el equivalente para una bruja de los cuchillos con quince hojas y tres destornilladores y una lupa pequeña y una cosa para la extracción de cera de los oídos de los pollos.

No podías siquiera decir exactamente lo que hacían, aunque la Srta. Tick pensaba que eran una manera de descubrir qué cosas sabían, de alguna manera, los fragmentos ocultos de tu propia mente. Había que hacer un amaño desde cero cada vez, y sólo de las cosas en los bolsillos. No había nada malo en tener cosas interesantes en sus bolsillos, sin embargo, por si acaso.

Después de menos de un minuto Miss Tick había elaborado un amaño de:

Una regla de doce pulgadas

Un lazo de zapato

Un trozo de cuerda de segunda mano

Algunos hilos negros

Un lápiz

Un sacapuntas

Una piedra pequeña con un agujero en ella

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Una caja de cerillas que contenía un gusano de la harina llamado Roger, junto con un trozo de pan para darle de comer, porque cada amaño debe contener algo de vida

Alrededor de la mitad de un paquete de Pastillas Garganta Lubricada de la Señora Sheergold

Un botón

Parecía una cuna de gato, o tal vez los hilos enredados de un títere muy extraño.

La Srta. Tick se quedó mirando, esperando a que eso la leyera. Luego, la regla dio la vuelta, los dulces de garganta estallaron en una pequeña nube de polvo rojo, el lápiz fue disparado lejos y se metió en el sombrero de la Srta. Tick, y la regla quedó cubierta de escarcha.

No se suponía que sucediese eso.

 

La Srta. Traición se sentó en la sala de abajo de su cabaña y vio a Tiffany dormir en el bajo dormitorio por encima de ella. Lo hizo a través de un ratón, que estaba sentado en la cama de latón deslucido. Más allá de las ventanas grises (la Srta. Traición no se había molestado en limpiarlas por cincuenta y tres años, y Tiffany no había sido capaz de quitar todo el polvo), el viento aullaba entre los árboles, aunque era media tarde.

Él está buscándola, pensó mientras alimentaba con un trozo de queso viejo a otro ratón en su regazo. Pero no la encontrará. Ella está a salvo aquí.

Entonces el ratón levantó la vista del queso. Había oído algo.

—¡Les dije! ¡Está aquí en alguna parte, muchachos!

—No veo por qué no podemos hablar con la vieja hag. Nos llevamos bien con las hags.

—Pue’ser, pero ésta es una terrrrrible maravilla. Dicen que tiene un temible demonio en su sótano de papas.

La Srta. Traición parecía perpleja.

—¿Ellos? —se susurró a sí misma. Las voces salían de debajo del suelo. Envió el ratón corriendo a través de las tablas y por un agujero.

—Yo no quiero decepcionarlos, pero estamos en un sótano aquí, y está lleno de papas.

Después de un tiempo una voz dijo:

—Entonces, ¿adónde está?

—¿Pue’ser que tenga el día libre?

—¿Para qué necesita un demonio un día libre?

—¿Para ver a su vieja mamá y papá, pue`ser?

—¿Oh, sí? Los demonios tienen mamá, ¿no?

—¡Crivens! ¿Vais a dejar de discutir tanto? ¡Ella nos puede escuchar!

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—Na, ella es ciega como un murciélago y sorda como una tapia, dicen.

Los ratones tienen muy buena audición. La Srta. Traición sonrió cuando el ratón salió corriendo en la desigual pared de piedra del sótano, cerca del piso.

Ella miró a través de sus ojos. Podía ver muy bien en la oscuridad, también.

Un pequeño grupo de hombrecitos se arrastraba por el suelo. Sus pieles eran azules y cubiertas de tatuajes y suciedad. Todos llevaban kilts muy sucios, y cada uno tenía una espada, tan grande como él, a la espalda. Y todos ellos tenían el pelo rojo, un real color naranja-rojizo, con coletas desaliñadas.

Uno de ellos llevaba una calavera de conejo como un casco. Hubiera producido más miedo, si no se le deslizara una y otra vez sobre los ojos.

En la habitación de arriba, la Srta. Traición volvió a sonreír. ¿Así que habían oído hablar de la Srta. Traición? Pero no habían oído lo suficiente.

Mientras los cuatro hombrecitos se deslizaban a través de un viejo agujero de ratas para salir del sótano, fueron vistos por dos ratones más, tres escarabajos diferentes, y una polilla. Pasaron cuidadosamente de puntillas por delante de una vieja bruja que estaba claramente dormida, hasta que golpeó en los brazos de la silla y gritó:

—¡Jings! ¡Los estoy viendo, ustedes pequeños schemies!

Los Feegles reaccionaron de inmediato con pánico, chocando unos con otros en estado de choque y temor.

—¡No recuerdo haberles dicho que se muevan! —gritó la Srta. Traición, sonriendo horriblemente.

—¡Oh, waily, waily, waily! ¡Ella tiene conocimiento del habla! —sollozó alguien.

—Sois Nac Mac Feegles, ¿verdad? Pero no conozco las marcas del clan. Calma, no voy a freírlos. ¡Tú! ¿Cuál es tu nombre?

—Soy Roba A Cualquiera, Gran Hombre del clan de Colina de Creta —dijo el que tenía el casco de cráneo de conejo—. Y…

—¿Sí? ¿Gran Hombre, sois? Luego hacedme la cortesía de sacaros el bonete antes de hablar con mí! —dijo la Srta. Traición, divirtiéndose inmensamente—. ¡Y con la espalda recta! ¡No permitiré hombros caídos en esta casa!

Al instante los cuatro Feegles se pararon en rígida atención.

—¡Muy bien! —Dijo la Srta. Traición—. ¿Y quienes sois el resto de vosotros?

—Este es mi hermano Wullie Tonto, señorita —dijo Roba A Cualquiera, sacudiendo el hombro del Feegle que era un wailer instantáneo. Miraba con horror a Enochi y Athootita.

—Y los otros dos de ustedes... Quiero decir, ¿vosotros dos? —dijo la Srta. Traición—. Tú, allí. Me refiero a vos. Tenéis la gaita-ratón. ¿Sois un gonnagle?

—Sí, señora —dijo un Feegle que parecía más ordenado y limpio que los demás, a pesar de que había que decir que había cosas que vivían bajo troncos viejos que eran más limpias y ordenadas que Wullie Tonto.

—¿Y tu nombre es ...?

—Espantosamente Diminuto Billy Granbarbilla, señora.

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—Estáis mirando fijamente a mí, Espantosamente Diminuto Billy Granbarbilla —dijo la Srta. Traición—. ¿Estáis miedoso?

—No, señora. Estaba admirándoos. Hace mi corazón tae bueno ver a una bruja tan... bruja.

—Lo hace, ¿verdad? —dijo la Srta. Traición con desconfianza—. ¿Estáis seguro que vos no tenéis miedo de mí, señor Billy Granbarbilla?

—No, señora. Pero voy a tenerlo si os hace feliz —dijo Billy cuidadosamente.

—¡Ah! —dijo la Srta. Traición—. Bueno, veo que tenemos... tenemos un inteligente aquí. ¿Quién es su gran amigo, Sr. Billy?

Billy dio a Gran Yan un codazo en las costillas. A pesar de su tamaño, que para un Feegle era enorme, se le veía muy nervioso.

Al igual que muchas de las personas con músculos grandes, se ponía nervioso cerca de las personas que eran fuertes en otros aspectos.

—Él es Gran Yan, señora —suministró Billy Granbarbilla, mientras que Gran Yan miraba sus pies.

—Yo veo que tiene un collar de dientes grandes —dijo la Srta. Traición—. ¿Dientes humanos?

—Sí, señora. Cuatro, señora. Uno por cada hombre que dejó fuera de combate.

—¿Está hablando de hombres humanos? —preguntó la Srta. Traición asombrada.

—Sí, señora —dijo Billy—. Mayormente cae sobre ellos de cabeza desde un árbol. Él tiene una cabeza muy dura —añadió, por si acaso no quedaba claro.

La Srta. Traición se sentó.

—Y ahora tengan la amabilidad de explicar por qué os habéis aparecido aquí, en mi hogar —dijo—. ¡Vamos, ahora!

Hubo una pausa pequeña, pequeña antes de que Roba A Cualquiera dijera alegremente:

—Oh, bien, eso es fácil. Nosotros estamos cazando haggis.

—No, no —dijo la Srta. Traición cortante—, porque un haggis es un pudín de tripas de cordero y carne, bien condimentados y cocidos en el estómago de una oveja.

—Ah, eso es sólo cuando podemos encontrar la cosa verdadera, señora —dijo Roba A Cualquiera cuidadosamente—. No es un remiendo en la cosa real. Oh, un animal astuto es el haggis, que hace sus madrigueras en los sótanos de papas....

—¿Y eso es verdad? ¿Están a la caza de haggis? ¿Lo es, Wullie Tonto? —dijo la Srta. Traición, con voz de repente aguda. Todos los ojos, incluyendo un par que pertenecía a una tijereta, se volvieron al infortunado Wullie.

—Eh... Sí... oooh... aarg… ¡waily, waily, waily! — gimió Wullie Tonto, y cayó de rodillas—. ¡Por favor, no me haga algo horrible tae mí, señora! —suplicó—. ¡La tijereta me dirigió una mirada terrible!

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—Muy bien, vamos a empezar de nuevo, —dijo la Srta. Traición. Se aproximó y se arrancó la venda de los ojos. Los Feegles dieron un paso atrás cuando tocó los cráneos a ambos lados de ella.

—Yo no necesito los ojos para oler una mentira cuando aparece gritando— dijo—. Dime por qué estás aquí. Dímelo... otra vez.

Roba A Cualquiera vaciló un momento. Eso fue, dadas las circunstancias, muy valiente de él. Luego dijo:

—Es sobre la gran hag pequeñita, señora, vinimos.

—La gran hag pequeñi … Oh, ¿te refieres a Tiffany?

—¡Sí!

—Está bajo uno de esos grandes pájaros —dijo Wullie Tonto, manteniendo la vista apartada de la ciega mirada de la bruja.

—Él quiere decir geas, señora —dijo Roba A Cualquiera, mirando a su hermano. —Es como una…

—-… una tremenda obligación que no se puede desobedecer —dijo la Srta. Traición—. Sé lo que es geas. Pero, ¿por qué?

La Srta. Traición había escuchado un montón de cosas en 113 años, pero ahora escuchó con asombro la historia de una niña humana que había sido, por unos días al menos, la Kelda de un clan de Nac Mac Feegles. Y si eras su Kelda, incluso por unos pocos días, tenían que velar por ti... para siempre.

—Y ella es la hag ‘e nuestras colinas —dijo Billy Granbarbilla—. Ella se preocupa por ellas, las mantiene a salvo. Pero...

Dudó, y Roba A Cualquiera continuó:

—Nuestra Kelda tiene sueños. Sueños de futuro. ¡Sueños de las colinas congeladas y todo el mundo muerto y nuestra gran bruja usando una corona de hielo!

—¡Dios mío!

—¡Sí, y hay más! —dijo Billy, abriendo sus brazos—. ¡Vio un árbol verde creciendo en una tierra de hielo! ¡Vio un anillo de hierro! ¡Vio a un hombre con un clavo en su corazón! ¡Vio una plaga de pollos y un queso que camina como un hombre!

Hubo un silencio, y luego la Srta. Traición, dijo: —Los dos primeros, el árbol y el anillo, no hay problema, buen simbolismo oculto. El clavo también, muy metafórico. Estoy un poco dudosa acerca del queso —¿podría significar Horacio?— Y los pollos ... no estoy segura de que puedan tener una plaga de pollos, ¿verdad?

—Jeannie fue muy firme acerca de ellos —dijo Roba A Cualquiera—. Ella ha soñado muchas cosas extrañas y preocupantes, así que pensamos que podíamos tan sólo ver cómo nuestra gran hag pequeñita lo está pasando.

Los varios ojos de la Srta. Traición lo miraron fijamente. Roba A Cualquiera le devolvió la mirada con una expresión de honestidad feroz, y no se inmutó.

—Esto parece una empresa honorable —dijo—. ¿Por qué empezar por la mentira?

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—¡Oh, la mentira parece tae ser mucho más interesante! —dijo Roba A Cualquiera.

—La verdad del asunto parece bastante interesante para mí —dijo la Srta. Traición.

—Puede ser, pero estaba planeando ponerle gigantes, piratas, y una comadreja mágica —declaró Roba—. ¡El valor real para el dinero!

—Oh, bueno —dijo la Srta. Traición—. Cuando la Srta. Tick trajo a Tiffany a mí, me dijo que estaba custodiada por extraños poderes.

—Sí —dijo Roba A Cualquiera con orgullo—.Eso seríamos nosotros, bastante cierto.

—Pero la Srta. Tick es una mujer mandona —dijo la Srta. Traición—. Lamento decir que yo no escuché mucho lo que dijo. Ella siempre me decía que estas chicas tienen realmente ganas de aprender, pero la mayoría no son más que casquivanas que quieren ser una bruja para impresionar a los hombres jóvenes, y huir después de unos días. Esta no, ¡oh no! ¡Ella corre hacia las cosas! ¿Sabían ustedes que trató de bailar con el Forjainviernos?

—Sí. Lo sabemos. Nosotros estábamos allí —dijo Roba A Cualquiera.

—¿En serio?

—Sí. La seguimos.

—Nadie los vio allí. Yo lo habría sabido si los hubieran visto —dijo la Srta. Traición.

—¿Sí? Y bien, es que somos buenos para que nadie nos vea —dijo Roba A Cualquiera, sonriendo—. Es sorprendente, las personas que no pueden vernos.

—Ella en realidad trató de bailar con el Forjainviernos —repitió la Srta. Traición—. Yo le dije que no lo hiciera.

—Ach, la gente siempre está diciéndonos no tae hacer las cosas —dijo Roba A Cualquiera—. ¡Así es como sabemos las cosas que son más interesantes tae hacer!

La Srta. Traición lo miró con los ojos de un ratón, dos cuervos, varias polillas, y una tijereta.

—En efecto —dijo, y suspiró—. Sí. El problema de ser de esta edad, saben, es que ser joven está tan lejos de mí ahora que a veces parece que le sucedió a alguien más. Una vida larga no es lo que pintan, es un hecho. Eso…

—El Forjainviernos está buscando la gran hag pequeñita, señora —dijo Roba A Cualquiera—. La vimos bailar con el Forjainviernos. Ahora la está buscando. Podemos escucharlo en el aullido del viento.

—Ya lo sé —dijo la Srta. Traición. Se detuvo y escuchó un momento—. El viento ha amainado —afirmó—. La ha encontrado.

Cogió sus bastones y corrió hacia la escalera, subiendo con una velocidad asombrosa. Los Feegles pululaban junto a ella en el dormitorio, donde Tiffany yacía sobre una cama estrecha.

Una vela ardía en un plato en cada esquina de la habitación.

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—Pero, ¿cómo la ha encontrado? —preguntó la Srta. Traición—. ¡Yo la tenía escondida! ¡Ustedes, los hombres azules, a buscar leña ahora! —Los miró—. Les dije a buscar…

Oyó un par de golpes. El polvo se estaba asentando. Los Feegles estaban mirando a la Srta. Traición a la expectativa. Y palos, una gran cantidad de palos, se amontonaban en la minúscula chimenea de la habitación.

—Vos lo hicisteis bien —dijo—. ¡Y no tae pronto!

Los copos de nieve bajaban a la deriva por la chimenea.

La Srta. Traición cruzó sus bastones delante de ella y dio una fuerte patada en el suelo.

—¡La madera quema, arde el fuego! —gritó. La madera en la parrilla estalló en llamas. Pero ahora la helada se estaba formando en la ventana, zarcillos como helechos blancos se extendían a través del vidrio, con un sonido crepitante.

—¡No estoy pudiendo con esto a mi edad! —dijo la bruja.

Tiffany abrió los ojos y dijo:

—¿Qué está pasando?

CAPÍTULO TRES

El Secreto de Boffo

No es bueno quedar en un sándwich de bailarines desconcertados. Eran hombres pesados. Tiffany era Doliente por todos lados. Estaba cubierta por magulladuras, incluida una con la forma de una bota, que no mostraría a nadie.

Los Feegles llenaban cada superficie plana en el cuarto de tejido de la Srta. Traición. Ella estaba trabajando en su telar dando la espalda al cuarto porque, decía, la ayudaba a pensar; pero dado que ella era la Srta. Traición, su posición no importaba mucho. Había muchos ojos y oídos que ella podía usar, después de todo. El fuego ardía cálido, y había velas por todos lados. Negras, desde luego.

Tiffany estaba enojada. La Srta. Traición no había gritado, ni siquiera había alzado la voz. Sólo suspiró y dijo “niña tonta”, lo cual era mucho peor, mayormente porque eso era lo que Tiffany sabía que había sido. Uno de los bailarines había ayudado a llevarla de vuelta a la cabaña. Ella no podía recordar nada de eso en absoluto.

¡Una bruja no hacía cosas porque parecían una buena idea en ese momento! ¡Eso era prácticamente cacarear! Tenías que lidiar todos los días con gente tonta, perezosa, mentirosa y realmente desagradable, y podías ciertamente terminar pensando que el mundo mejoraría considerablemente si les dabas un bofetón. Pero no lo hacías porque, como explicó una vez la Srta. Tick: a) eso haría del mundo un sitio mejor sólo por un tiempo muy corto; b) eso haría después del mundo un sitio ligeramente peor; y c) no se supones que seas tan estúpida como ellos.

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Sus pies se habían movido, y ella los había escuchado. Debía haber escuchado su cabeza. Ahora tenía que sentarse junto al fuego de la Srta. Traición con una botella de lata con agua caliente en la falda y un chal alrededor de ella.

—¿De modo que el Forjainviernos en un tipo de dios? —preguntó.

—Ese tipo de cosa, sí —dijo Billy Granbarbilla—. Pero no del tipo de orarle. Él sólo… forja inviernos. Es su trabajo, vos sabéis.

—Es un elemental —dijo la Srta. Traición desde su telar.

—Sí —dijo Roba A Cualquiera—. Dioses, elementales, demonios, espíritus… a veces es difícil separarlos sin un mapa.

—¿Y el baile es para dar la bienvenida al invierno? —dijo Tiffany—. ¡Eso no tiene sentido! El baile Morris es para dar la bienvenida al verano, sí, eso es…

—¿Eres un bebé? —dijo la Srta. Traición—. ¡El año es redondo! ¡La rueda del mundo debe girar! Por eso ellos bailan el Morris Oscuro, para equilibrarla. ¡Dan la bienvenida al invierno porque el nuevo verano está profundamente adentro de él!

El telar hizo clic-clac. La Srta. Traición estaba tejiendo una nueva tela, de lana marrón.

—Bien, correcto —dijo Tiffany—. Le damos la bienvenida a eso… a él. ¡Eso no significa que se supone que él venga a buscarme!

—¿Por qué te uniste al baile? —preguntó la Srta. Traición.

—Eh… había un lugar y…

—Sí. Un lugar. Un lugar no planeado para ti. No para ti, chiquilla tonta. Bailaste con él, y ahora quiere reunirse con tan atrevida muchacha. ¡Nunca escuché nada así! Quiero que me traigas el tercer libro de la derecha del segundo estante desde arriba de mi biblioteca. —Le pasó a Tiffany una pesada llave negra—. ¿Podrás hacer eso?

Las brujas no necesitan abofetear al estúpido, no cuando tienen una lengua afilada siempre lista.

La Srta. Traición tenía varios estantes de libros, algo poco usual para una de las brujas más viejas. Los estantes eran altos, los libros se veían grandes y pesados, y además hasta ahora la Srta. Traición había prohibido a Tiffany quitarles el polvo, ni hablar de abrir la gran banda de hierro negro que los aseguraba a los estantes. La gente que venía siempre les echaba una mirada nerviosa. Los libros eran peligrosos.

Tiffany abrió las bandas y barrió el polvo. Ah… los libros no eran todo lo que parecían, al igual que la Srta. Traición. Parecían libros mágicos, pero tenían nombres tales como Una Enciclopedia de la Sopa. Había un diccionario. A su lado estaba el libro que la Srta. Traición había pedido, cubierto por telarañas.

Aún ruborizada de vergüenza y rabia, Tiffany bajó el libro, luchando para liberarlo de las telarañas. Algunas sonaron ¡pling! al cortarse, y el polvo cayó desde la parte superior de las páginas. Cuando lo abrió, olía a viejo y apergaminado, como la Srta. Traición. El título, en letras doradas casi borradas, era Mitología Antigua y Clásica, de Pinzón. Estaba lleno de marcadores.

—Páginas dieciocho y diecinueve —dijo la Srta. Traición, sin mover la cabeza. Tiffany las buscó.

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—¿“La Dazan de las Estocaines”? —dijo—. ¿Se supone que sea “La Danza de las Estaciones”?

—Lamentablemente, el artista, Don Weizen de Yoyo, cuya famosa obra maestra fue ésta, no tenía el mismo talento con las letras que con la pintura —dijo la Srta. Traición—. Lo preocupaban, por algún motivo. Noto que mencionaste las palabras antes que las figuras. Eres una niña de libros.

El dibujo era… extraño. Mostraba dos figuras. Tiffany no había visto disfraces de mascarada. No había dinero en casa para ese tipo de cosas. Pero había leído acerca de ellos, y eran muy parecidos a lo que había imaginado.

La página mostraba a un hombre y a una mujer… o, al menos, cosas que parecían un hombre y una mujer. La mujer tenía una etiqueta de “Verano” y era alta, rubia y hermosa y, por lo tanto, para la baja y morena Tiffany, fue una figura de recelo inmediato. Ella llevaba algo, como una gran canasta en forma de caracol, llena de fruta.

El hombre, “Invierno”, era viejo, encorvado y gris. De su barba colgaban carámbanos.

—Ach, así es como el Forjainviernos se vería, con toda seguridad —dijo Roba A Cualquiera, paseando a través de la página—. El Viejo Escarchado.

—¿Él? —inquirió Tiffany—. ¿Ése es el Forjainviernos? ¡Se ve como si tuviera cien años!

—Un jovencito, ¿eh? —dijo la Srta. Traición ofendida.

—¡No le dejéis besaros, o vuestra nariz puede tornarse azul y caer! —dijo Wullie Tonto alegremente.

—¡Wullie Tonto, no te atrevas a decir cosas como ésa! —dijo Tiffany.

—Yo sólo estaba tratando de aligerar el ambiente, ¿sabéis? —dijo Wullie, con aspecto acobardado.

—Ésa es la impresión de un artista, desde luego —intervino la Srta. Traición.

—¿Qué significa eso? —dijo Tiffany, mirando la imagen. Estaba mal. Ella lo sabía. No era así cómo se veía en absoluto...

—Esto significa que él lo inventó —dijo Billy Granbarbilla—. Él no lo ha visto, ahora, ¿verdad? Nadie ha visto al Forjainviernos.

—¡Todavía! —dijo Wullie Tonto.

—Wullie —dijo Roba A Cualquiera, dirigiéndose a su hermano—, ¿que te dije sobre tener tacto en tus observaciones?

—Bueno sí, Roba, yo sé —dijo Wullie obedientemente.

—Y lo que acabas de decir no lo tenía —dijo Roba

Wullie inclinó la cabeza.

—Lo siento, Roba.

Tiffany apretó los puños.

—¡No quise que todo esto sucediera!

La Srta. Traición giró la silla con cierta solemnidad.

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—Entonces, ¿qué quisiste? ¿Me lo dirás? ¿Bailaste por la inclinación de los jóvenes a desobedecer a la vejez? Querer es pensar. ¿Pensaste en todo? Otros se han unido al baile antes de ahora. Niños, borrachos, jóvenes por una apuesta tonta... no pasó nada. Las danzas de primavera y otoño son... sólo una vieja tradición, diría la mayoría de la gente. Sólo una forma de marcar cuándo el hielo y el fuego intercambian su dominio sobre el mundo. Algunos de nosotros pensamos que tenemos mejor juicio. Pensamos que algo sucede. Para ti, la danza se convirtió en real, y algo ha sucedido. Y ahora el Forjainviernos te está buscando.

—¿Por qué? —alcanzó a decir Tiffany.

—No lo sé. Cuando estabas bailando, ¿viste algo? ¿Escuchaste algo?

¿Cómo podrías describir la sensación de estar en todas partes y en cada cosa?, se preguntó Tiffany. No lo intentó.

—Pienso… que escuché una voz, tal vez dos voces —musitó—. Eh, me preguntaron quién era yo.

—In-te-re-san-te —dijo la Srta. Traición—. ¿Dos voces? Voy a considerar las consecuencias. Lo que no puedo entender es cómo te encontró. Voy a pensar en eso. Mientras tanto, creo que sería una buena idea usar ropa de abrigo.

—Sí —dijo Roba A Cualquiera—, el Forjainviernos no puede soportar el calor. ¡Oh, voy a estar olvidando mi propia cabeza la próxima vez! Traemos una pequeña carta de ese árbol hueco en el bosque. Dásela a la gran hag pequeñita, Wullie. La recogimos al pasar.

—¿Una carta? —dijo Tiffany, mientras el telar hacía clac-clac detrás de ella y Wullie Tonto comenzó a tirar de un mugriento sobre enrollado, de su spog.

—Es de ese pequeño montón de popó del castillo allá en casa —prosiguió Roba, mientras su hermano tiraba—. Dice que está bien y espera que estéis lo mismo, y él está esperando que volváis a casa en breve, y hay muchas cosas acerca de cómo las ovejas lo están haciendo y cosas por el estilo, no muy interesantes en mi opinión, y él ha escrito S.C.U.B.A. al pie, pero no hemos averiguado lo que eso significa todavía.

—¿Leíste mi carta? —dijo Tiffany con horror.

—Oh, sí —dijo Roba con orgullo—. Ningún problema. Billy Granbarbilla aquí me dio una pequeña ayuda con algunas palabras largas, pero fui sobre todo yo, sí. —Sonrió, pero la sonrisa se desvaneció al ver la expresión de Tiffany—. Ach, yo sé que estáis un poquito pequeñito molesta porque abrimos tu sobre de la cosita —explicó—. Pero eso está bien, porque la pegamos de nuevo con babosa. Vos nunca sabríais que había sido leída.

Tosió, porque Tiffany seguía mirándolo. Todas las mujeres daban un poco de miedo a los Feegles, y las brujas eran las peores. Por fin, cuando él estaba muy nervioso, Tiffany, dijo:

—¿Cómo sabías donde estaría esa carta?

Miró de reojo a Wullie Tonto. Él estaba masticando el borde de su falda. Sólo lo hacía cuando tenía miedo.

—Eh… ¿aceptaríais una pequeñita mentirita? —dijo Roba.

—¡No!

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—Es interesante. Tiene dragones y unicornios…

—¡No! ¡Quiero la verdad!

—Ach, es tan aburrida. Vamos al castillo del Barón y leemos las cartas que vos enviáis a él, y, y dijisteis que el cartero sabe dejar las cartas tae vos en el árbol hueco cerca de la cascada —dijo Roba.

Si el Forjainviernos hubiera entrado a la cabaña, el aire no se habría puesto más frío.

—Él pone las cartas de vos en una caja debajo de su… —comenzó Roba, y entonces cerró los ojos cuando la paciencia de Tiffany se quebró con un tuang aún más fuerte que las extrañas telarañas de la Srta. Traición.

—¿No sabes que está mal leer las cartas de otras personas? —preguntó ella.

—Eh… —comenzó Roba A Cualquiera.

—Y tú irrumpiste en el castillo del Bar…

—Ah, ah, ah, no, no,no —dijo Roba, saltando arriba y abajo—. ¡Vos no podéis meternos en eso! Nosotros sólo caminamos por una de las pequeñitas ranuritas para disparar flechas…

—¿Y entonces leyeron mis cartas personales enviadas personalmente a Roland? —dijo Tiffany—. ¡Eran personales!

—Oh, sí —dijo Roba A Cualquiera—. Pero no hay problema… no le diremos a nadie lo que había en ellas.

—Nosotros nunca le contaremos a nadie lo que está en el diario de vos, después de todo —dijo Wullie Tonto—. Ni de las partes con flores dibujadas alrededor de ellas.

La Srta. Traición está sonriendo para sí misma detrás de mí, pensó Tiffany. Sé que lo está haciendo. Pero se ha quedado sin desagradables tonos de voz. Hacías eso después de hablar con los Feegles por algún tiempo.

Tú eres su Kelda, le recordaron sus Segundos Pensamientos. Ellos piensan que tienen el solemne deber de protegerte. No les importa lo que tú pienses. Van a hacerte la vida taaan complicada.

—No lean mis cartas —dijo ella—. Ni lean mi diario, tampoco.

—Muy bien —dijo Roba A Cualquiera.

—¿Promesa?

—Oh, sí.

—¡Pero lo prometiste la última vez!

—Oh, sí.

—¿Cruzas tu corazón y esperas morir?

—Oh, sí, nae problemo.

—Y ésa es la promesa de un poco fiable, mentiroso, ladrón Feegle, ¿verdad? —dijo la Srta. Traición—. Porque creéis estar muertos ya, ¿verdad? Eso es lo que creéis, ¿verdad?

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—Oh, sí, señora —dijo Roba A Cualquiera—. Gracias por traer mi atención tae eso.

—De hecho, Roba A Cualquiera, vos no tenéis intención de mantener ninguna promesa.

—Sí, señora —dijo Roba con orgullo—. No pobres pequeñitas promesas débiles como ésa. Porque, veis, es nuestro destino solemne proteger la gran hag pequeñita. Debemos entregar nuestras vidas por ella, si se trata de eso.

—¿Cómo podéis hacerlo si estáis ya muertos? —dijo la Srta. Traición agudamente.

—Eso es un pequeñito rompecabezas, bastante cierto —dijo Roba—, por lo que probablemente vamos a entregar la vida de cualquier scunner que haga mal a ella.

Tiffany se dio por vencida y suspiró.

—Tengo casi trece años —dijo—. Puedo cuidar de mí misma.

—Escucha a la Señorita Autosuficiente —dijo la Srta. Traición, pero no de una manera particularmente desagradable—. ¿Contra el Forjainviernos?

—¿Qué quiere? —dijo Tiffany

—Ya te dije. ¿Tal vez él quiere averiguar qué clase de chica era tan atrevida como para bailar con él? —dijo la Srta. Traición.

—¡Fueron mis pies! ¡Le dije que no era mi intención!

La Srta. Traición se volvió en su silla. ¿Cuántos ojos está utilizando?, se preguntaron los Segundos Pensamientos de Tiffany. ¿Los Feegles? ¿Los cuervos? ¿Los ratones? ¿Todos ellos? ¿Cuántas de mí está viendo? ¿Está mirándome con ratones o insectos con docenas de ojos brillantes?

—Oh, eso está bien entonces —dijo la Srta. Traición—. Una vez más, no era tu intención. ¡Una bruja se hace responsable! ¿No has aprendido nada, niña?

Niña. Era una cosa terrible para decir a alguien que tiene casi trece. Tiffany se sintió enrojecer otra vez. El horrible calor se propagó dentro de su cabeza.

Fue por eso que ella cruzó la habitación, abrió la puerta del frente y salio afuera.

Una nevada caía suave y esponjosa, muy suavemente. Cuando Tiffany miró hacia el cielo gris pálido, vio los copos arrastrados por la corriente en racimos suaves, como plumas; era el tipo de nieve que la gente de casa, en la Creta, llamaba "Abuela Doliente esquila sus ovejas”.

Tiffany sentía los copos fundirse en el pelo mientras se alejaba de la cabaña. La Srta. Traición gritaba desde la puerta, pero ella siguió caminando, dejando que la nieve refrescara su rubor

Por supuesto, esto es estúpido, se dijo. Pero ser una bruja es una estupidez. ¿Por qué lo hacemos? Es un trabajo duro por no mucha recompensa. ¿Qué es un buen día para la Srta. Traición? ¡Cuando alguien le trae un par de botas viejas de segunda mano que le queden bien! ¿Qué sabe ella sobre cualquier cosa?

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¿Dónde está el Forjainviernos, entonces? ¿Está aquí? ¡Sólo tengo la palabra de la Srta. Traición acerca de eso! ¡Eso y una imagen inventada en un libro!

—¡Forjainviernos! —gritó.

Podías escuchar la nieve cayendo. Hacía un extraño ruidito, como un chisporroteo débil, frío.

—¡Forjainviernos!

No hubo respuesta.

Bueno, ¿que había esperado? ¿Un vozarrón grande? ¿El Sr. Puntiagudo el hombre carámbano? No había más que la suavidad de la nieve blanca cayendo pacientemente entre los oscuros árboles.

Se sintió un poco tonta ahora, pero satisfecha, también. ¡Esto era lo que hacía una bruja! ¡Se enfrentaba a lo que ella temía, y después no producía miedo! ¡Ella era buena en esto!

Ella se dio vuelta… y vio al Forjainviernos.

Recuerda esto, dijeron sus Terceros Pensamientos, interrumpiendo. Cada pequeño detalle es importante.

El Forjainviernos era… nada. Pero la nieve lo bosquejaba. Fluía alrededor de él en líneas, como viajando sobre una piel invisible. Él era sólo una forma, y nada más, excepto tal vez por dos pequeños puntos pálidos de color púrpura grisáceo en el aire, donde podrías esperar encontrar unos ojos.

Tiffany permaneció inmóvil, su mente congelada, su cuerpo esperando que le dijeran que hacer.

La mano hecha de nieve que caía se adelantaba hacia ella ahora, pero muy lentamente, como la adelantarías hacia un animal que no quieres espantar. Había… algo, alguna extraña sensación de cosas no dichas, porque no había voz para decirlas, una sensación de esfuerzo, como si la cosa estuviera poniendo cuerpo y alma en ese momento, aún sin conociendo el significado de cuerpo y alma.

La mano se detuvo a cerca de un pie de ella. Estaba cerrada en un puño, que se giró y abrió los dedos.

Algo brilló. Era el caballo blanco, hecho de plata, en una fina cadena de plata.

La mano de Tiffany voló a su garganta. ¡Pero si ella lo había tenido encima anoche! Antes que fuera… a ver… el baile.

¡Se me debe haber caído! ¡Y él lo halló!

Eso es interesante, dijeron sus Terceros Pensamientos, que se ocupaban del mundo a su manera. No puedes ver lo que está escondido dentro de un puño invisible. ¿Cómo funciona eso? ¿Y por qué están esas pequeñas manchas de color púrpura grisáceo en el aire donde esperarías encontrar los ojos? ¿Por qué no son invisibles?

Eso son los Terceros Pensamientos para uno. Cuando una masiva roca está por caer en tu cabeza, esos Pensamientos piensan: ¿Es una roca ígnea, como granito, o es piedra arenisca?

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La parte del cerebro de Tiffany que era un poco menos precisa en ese momento miró el caballo de plata pendiendo de su cadena.

Su Primer Pensamiento fue: Tómalo.

Su Segundo Pensamiento fue: No lo tomes. Es una trampa.

Su Tercer Pensamiento fue: De verdad, no lo tomes. Estará más frío que lo que puedes imaginar.

Y luego el resto de ella anuló por completo los pensamientos y dijo: Tómalo. Es parte de lo que eres. Tómalo. Cuando lo sostienes, piensas en tu casa. ¡Tómalo!

Ella tendió la mano derecha.

El caballo cayó en ella. Instintivamente, cerró los dedos sobre él. Estaba, en efecto, más frío que lo que podía haber imaginado, y quemaba.

Ella gritó. El perfil de nieve que era el Forjainviernos se convirtió en una ráfaga de copos. La nieve alrededor de sus pies estalló con un grito de "¡Crivens!" cuando una masa de Feegles le agarró los pies, y la llevó, en posición vertical, a través del claro y atravesó la puerta de la cabaña.

Tiffany forzó su mano a abrirse y, con dedos temblorosos, quitó el caballo de plata de su palma. Dejó una impresión perfecta, un caballo blanco sobre carne rosada. No era una quemadura, era… una congelación.

La silla de la Srta. Traición retumbó sobre sus ruedas.

—Ven acá, niña —ordenó.

Todavía sujetándose la mano, intentando contener las lágrimas, Tiffany caminó hacia ella.

—¡Ven aquí, junto a mi silla, en este mismo instante!

Tiffany lo hizo. No era el momento de desobedecer.

—Deseo mirar en tu oído —dijo la Srta. Traición—. Aparta tu cabello.

Tiffany llevó el cabello hacia atrás, y se estremeció al oír el cosquilleo de bigotes de ratón. Entonces la criatura se apartó.

—Ah, estoy sorprendida —dijo la Srta. Traición—. No puedo ver nada.

—Eh… ¿qué esperaba ver? —aventuró Tiffany.

—¡La luz del día! —soltó la Srta. Traición, tan fuerte que el ratón se escabulló—. ¿No tienes nada de cerebro, niña?

—Ah, no sé si a alguien le interesa —dijo Roba A Cualquiera—, pero creo que el Forjainviernos se ha ido. Y ha dejado de nevar.

Nadie le escuchaba. Cuando las brujas están en una reyerta, se concentran.

—¡Era mío!

—¡Bisutería!

—¡No!

—Por supuesto, éste puede no ser el mejor momento para deciros… —continuó Roba, miserablemente.

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—¿Piensas que lo necesitas para ser una bruja?

—¡Sí!

—¡Una bruja no necesita artefactos!

—¡Usted usó amaños!

—¡Los usé, sí! No los necesito. ¡No los necesito!

—Es decir, está bastante derret…—dijo Roba, sonriendo nervioso.

La ira se apoderó de la lengua de Tiffany. ¡Cómo se atreve esta estúpida vieja bruja a hablar de no necesitar las cosas!

—¡Boffo! —gritó—. ¡Boffo, Boffo, Boffo!

Un silencio dio un portazo. Después de un rato la Srta. Traición miró más allá de Tiffany y dijo:

—¡Vosotros schemies Feegle pequeñitos! ¡Fuera de aquí en este momento! ¡Sabré si vosotros no lo hacéis! ¡Éste es asunto de hags!

La habitación se llenó con una especie de silbido, y la puerta de la cocina se cerró de golpe.

—Entonces —dijo la Srta. Traición—, tú sabes acerca de Boffo, ¿verdad?

—Sí —dijo Tiffany, respirando pesadamente—. Lo sé.

—Muy bien. ¿Y lo has contado a alguien...? —La Srta. Traición hizo una pausa y se llevó un dedo a los labios. Luego golpeó un bastón en el suelo—. Ah, dije que salíais, vosotros scunners! ¡Afuera a los bosques vosotros! ¡Comprobaré que la pandilla realmente se haya ido! ¡Voy a ver a través de vuestra culpa si osáis desafiarme!

Desde abajo se oyó el ruido de un montón de patatas rodando cuando los Feegles se arrastraron a través de la pequeña rejilla de ventilación.

—Ahora se ha ido —dijo la Srta. Traición—. Y se quedarán afuera también. Boffo se ocupará de eso.

De alguna manera, en el espacio de unos segundos, la Srta. Traición se había vuelto más humana y daba mucho menos miedo. Bueno... un poco menos de miedo.

—¿Cómo te enteraste? ¿Fuiste a buscarlo? ¿Fuiste rondando y rebuscando? —dijo la Srta. Traición.

—¡No! ¡Yo no soy así! Me enteré por casualidad un día en que usted se echaba una siesta! —Tiffany se frotó la mano.

—¿Te duele mucho? —dijo la Srta. Traición, inclinándose hacia adelante. Podía ser ciega, pero —como todas las brujas de alto rango que sabían lo que estaban haciendo—, se daba cuenta de todo.

—No, ahora no. Me dolía, sin embargo. Mire, yo…

—¡Entonces, aprenderás a escuchar! ¿Piensas que el Forjainviernos se ha ido?

—Simplemente pareció desvanecerse… quiero decir, desaparecer aún más. Creo que sólo quería devolverme mi collar.

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—¿Crees que es el tipo de cosa que el espíritu del Invierno, quien comanda la tormenta de nieve y la helada, realmente haría?

—¡No lo sé, Srta.Traición! ¡Él es el único que he conocido!

—Tu bailaste con él.

—¡Yo no sabía que iba a hacerlo!

—No obstante.

Tiffany esperó, y luego dijo:

—No obstante, ¿qué?

—Sólo no obstante en general. El pequeño caballo lo trajo a ti. Pero él no está aquí ahora, tienes razón en eso. Yo lo sabría si estuviese.

Tiffany se acercó a la puerta, vaciló un momento, y luego la abrió y salió al claro. Había un poco de nieve aquí y allá, pero el día se convertía en uno más de esos días de invierno de cielo gris.

Sabría si estuviese, también, pensó. Y no está. Y sus Segundos Pensamientos dijeron: —¿Oh? ¿Cómo lo sabes?

—Los dos hemos tocado el caballo —dijo en voz baja.

Miró a su alrededor a las ramas vacías y los árboles durmientes, jugueteando con la cadena de plata en la mano. Los bosques se enroscaban sobre sí mismos, preparados para el invierno.

Está por ahí, pero no cerca. Debe estar muy ocupado, con todo un invierno para hacer....

Ella dijo:

—¡Gracias! —automáticamente, porque su madre siempre había dicho que la cortesía no cuesta nada, y volvió adentro. Hacía mucho calor dentro ahora, pero la Srta. Traición siempre tenía un montón enorme de troncos por el Secreto de Boffo. Los leñadores locales siempre mantenían la pila alta. Una bruja con frío puede ponerse desagradable.

—Me gustaría una taza de té negro —dijo la anciana cuando Tiffany entró, pensativa.

Esperó hasta que Tiffany hubo lavado la taza, y luego dijo:

—¿Has escuchado las historias sobre mí, niña? —La voz era amable. Hubo gritos, hubo cosas que se han dicho que podrían haber sido mejor dichas, hubo genio y desafío. Pero estaban allí juntas, sin ningún lugar adónde ir. La voz tranquila fue una ofrenda de paz, y Tiffany se alegró de ello.

—Eh, ¿que tiene un demonio en el sótano? —respondió Tiffany, su mente todavía llena de enigmas—. ¿Y usted come arañas? ¿Y recibe la visita de reyes y príncipes? ¿Y que cualquier planta en su jardín florece negra?

—Oh, ¿dicen eso? —dijo la Srta. Traición, encantada—. No había escuchado la última. Qué buena. ¿Y escuchaste que paseo por la noche en la temporada oscura del año y recompenso a aquellos que han sido buenos ciudadanos con una bolsa de plata? ¿Pero si han sido malos, abro sus vientres con la uña del pulgar de esta manera?

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Tiffany saltó hacia atrás cuando una mano arrugada se torció alrededor suyo y la uña amarilla de la Srta. Traición pasó como una guadaña por su estómago. La anciana parecía aterradora.

—¡No! ¡No, no he oído eso! —jadeó, apretándose contra el fregadero.

—¿Qué? ¡Y fue una historia maravillosa, con antecedentes históricos reales! —dijo la Srta. Traición, su cruel ceño fruncido convirtiéndose en una sonrisa—. ¿Y el de mí que tengo la cola de una vaca?

—¿La cola de una vaca? ¡No!

—¿En serio? ¡Qué irritante! —dijo la Srta. Traición, bajando el dedo—. Me temo que el arte de la narración ha bajado bastante de forma por estos lados. Realmente tendré que hacer algo.

—Esto es sólo otro tipo de Boffo, ¿verdad? —dijo Tiffany. No estaba totalmente segura. La Srta. Traición le había dado bastante miedo con esa uña. No era de extrañar que las chicas se fuesen tan rápidamente.

—Ah, tienes cerebro, después de todo. Por supuesto que sí. Boffo, sí. Un buen nombre para él. Boffo, en efecto. El arte de las expectativas. Muestra a la gente lo que quieren ver, les muestra lo que piensan que debería estar allí. Tengo una reputación que mantener, después de todo.

Boffo, pensó Tiffany. Boffo, Boffo, Boffo.

Se acercó a los cráneos, tomó uno, y leyó la etiqueta debajo, al igual que había hecho hacía un mes:

Cráneo Horrible N º 1 Precio $ 2.99

Tienda de Novedades y Bromas de Boffo

N º 4, Calle Décimo Huevo, Ankh-Morpork

Si es una risa... ¡es un Boffo!

—Muy vívido, ¿no crees? —dijo la Srta. Traición, volviendo clic-clic hacia su silla—, ¡si puedes decir eso de un cráneo, por supuesto! La tienda vende una máquina maravillosa para hacer telarañas. Le metes ese material pegajoso, entiendes, y con algo de práctica puedes hacer unas telarañas bastante buenas. No soporto esas horripilantes arañas, pero por supuesto tengo que tener las telarañas. ¿Observaste las moscas muertas?

—Sí —dijo Tiffany, mirando hacia arriba—. Parecen pasas. Creí que usted tenía arañas vegetarianas

—Bien hecho. No hay nada malo con tus ojos, por lo menos. Tengo mi sombrero allí, también. “Malvada Bruja Vieja Número Tres, Una Necesidad Para Las Fiestas De Miedo," creo que era. Todavía tengo en alguna parte su catálogo, si estás interesada.

—¿Todas las brujas le compran a Boffo? —preguntó Tiffany.

—Sólo yo, al menos por aquí. Oh, creo que la Vieja Sra. Sinaliento de Dos Caídas acostumbraba a comprarle verrugas.

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—Pero… ¿por qué? —dijo Tiffany.

—No las puede hacer crecer. No las puede hacer crecer para nada, pobre mujer. Intentó todo. Toda la vida tuvo la cara como el culo de un bebé.

—No, me refería, ¿por qué quiere parecer tan —Tiffany dudó, y continuó— horrible?

—Tengo mis razones —dijo la Srta. Traicion.

—Pero usted no hace esas cosas que las historias dicen que hace, ¿verdad? Los reyes y los príncipes no vienen a consultarle, ¿verdad?

—No, pero pueden —dijo la Srta. Traición con firmeza—. Si se perdieron, por ejemplo. Ah, sé todo acerca de esas historias. ¡Inventé la mayor parte de ellas!

—¿Usted inventó historias sobre sí misma?

—Oh, sí. Por supuesto. ¿Por qué no? No podría haber dejado algo tan importante en manos de aficionados.

—¡Pero la gente dice que usted puede ver el alma de un hombre!

La Srta. Traición rió entre dientes.

—Sí. ¡No inventé ésa! Pero te diré, ¡para algunos de mis parroquianos necesitaría una lupa! Veo lo que ven, oigo con sus oídos. Conocí a sus padres, abuelos y bisabuelos. Sé los rumores y los secretos, las historias y las verdades. Y yo soy la justicia para ellos, y yo soy justa. Mírame. Veme.

Tiffany miró… y miró más allá de la capa negra y las calaveras y las telarañas de goma y las flores negras y la venda de los ojos y las historias, y vio a una viejita ciega y sorda.

Boffo marcaba la diferencia... no sólo las tontas cosas de fiesta, sino el Bofo-pensamiento… los rumores y las historias. La Srta. Traición tenía poder porque la gente pensaba que lo tenía. Era como el sombrero de la bruja normal. Pero la Srta. Traición estaba llevando a Boffo mucho, mucho más allá.

—Una bruja no necesita artefactos, Srta. Traición —dijo Tiffany.

—No te hagas la lista conmigo, niña. ¿No te contó la chica Ceravieja todo esto? Oh, sí, no necesitas de una varita mágica ni de un amaño, ni siquiera de un sombrero puntiagudo para ser una bruja. ¡Pero ayuda a una bruja montar un espectáculo! La gente lo espera. Ellos creen en ti. ¡No llegué a donde estoy hoy con un sombrero de lana y un delantal de algodón barato! Ocupo el rol. Yo…

Hubo un estrépito afuera, en la dirección de la lechería

—¿Nuestros amiguitos azules? —dijo la Srta. Traicion, alzando las cejas.

—No, tienen absolutamente prohibido entrar en cualquier trabajo en lácteos —comenzó Tiffany, dirigiéndose a la puerta—. ¡Oh, cielos, espero que no sea Horacio…!

—Ya te dije que traería problemas, ¿verdad? —gritó la Srta. Traición cuando Tiffany salió a toda prisa.

Era Horacio. Se había escurrido fuera de su jaula de nuevo. Él se podía hacer bastante fluido cuando quería.

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Había un recipiente de manteca roto sobre el piso, pero aunque había estado lleno de manteca, no había nada ahora. Sólo había una mancha de grasa.

Y, desde la oscuridad, bajo el fregadero, venía una especie de ruido quejoso de alta velocidad, una especie de mnnamnamnam....

—Oh, estás buscando manteca ahora, ¿verdad, Horacio? —dijo Tiffany, cogiendo la escoba de lácteos—. Eso es prácticamente canibalismo, ya sabes.

Aun así, era mejor que los ratones, tenía que admitirlo. Encontrar montoncitos de huesos de ratón en el piso era un poco molesto. Ni siquiera la Srta. Traición había sido capaz de resolverlo. Un ratón que ocurría que estaba usando para ver, estaría tratando de llegar a los quesos y después vería todo oscuro.

Eso era porque Horacio era un queso.

Tiffany sabía que los quesos Lancre Azul estaban siempre un poco en el lado alegre, y a veces tenían que ser clavados, pero... bueno, ella era muy hábil en la elaboración del queso, aunque lo dijera ella, y Horacio era definitivamente un campeón. Las famosas rayas azules que daban a la variedad su maravilloso color eran muy bonitas, aunque Tiffany no estaba segura de que debieran brillar en la oscuridad.

Ella pinchó las sombras con la punta de la escoba. Se oyó un chasquido, y cuando ella tiró del palo de nuevo, faltaban dos pulgadas del final. Luego escuchó un ruido ¡ptooi! y la parte que faltaba del palo rebotó contra la pared al otro lado de la habitación.

—No más leche para ti, entonces —dijo Tiffany, enderezándose, y pensó: Él vino a devolverme el caballo. El Forjainviernos lo hizo.

Hum...

Eso es... impresionante, cuando lo piensas.

Quiero decir, él tiene que organizar las avalanchas y los vendavales e inventar nuevas formas en los copos de nieve y todo eso, pero encontró un poco de tiempo sólo para venir y devolverme mi collar. Hum...

Y él se quedó allí parado.

Y después desapareció… quiero decir desapareció aún más.

Hum…

Ella dejó a Horacio murmurando debajo del fregadero y preparó té para la Srta. Traición, que estaba de vuelta en su tejido. Luego subió tranquilamente a su habitación.

El diario de Tiffany era de tres pulgadas de espesor. Annagramma, otra bruja local entrenada y una de sus amigas (más o menos), dijo que ella debería en realidad llamarlo su Libro de las Sombras y escribirlo en pergamino con las tintas especiales mágicas vendidas en el Emporio Mágico de Zakzak Fuerteenelbrazo a Precios Populares —al menos, los precios que eran populares para Zakzak.

Tiffany no podía permitirse una. Sólo se podía trocar brujería… no se suponía que la vendieras. A la Srta. Traición no le importaba su venta de quesos, pero aún así el papel era caro aquí arriba, y los vendedores ambulantes no tenían mucho para vender. Por lo general, tenían una o dos onzas de sulfato ferroso verde, sin

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embargo, que daba la posibilidad de hacer una tinta decente si se mezclaba con las agallas de roble o cáscaras de nuez verde trituradas…

El diario ahora era tan grueso como un ladrillo, con las páginas que Tiffany le había pegado. Ella llegó a la conclusión de que podía hacerlo durar dos años más si hacía letra pequeña.

Sobre la tapa de cuero, ella había escrito, con un pincho caliente, las palabras “¡Feegles Fuera!”. No había funcionado. Ellos veían ese tipo de cosas como una invitación. Ella escribía partes del diario en código en esos días. La lectura no era algo natural para los Feegles de La Colina de Creta, de forma que seguramente no iban romper el código.

Miró a su alrededor con cuidado, por si acaso, y abrió el candado enorme que aseguraba una cadena alrededor del libro. Volvió las páginas hasta el día de hoy, metió la pluma en la tinta, y escribió: "Runms t *." (Werk ...)

Sí, un copo de nieve sería un buen código para el Forjainviernos.

Él se quedó allí parado, pensó.

Y echó a correr porque grité.

Lo cual era una buena cosa, obviamente.

Hum…

Pero… desearía no haber gritado.

Abrió su mano. La imagen del caballo aún estaba allí, blanca como la tiza, pero no había ningún dolor.

Tiffany tuvo un pequeño escalofrío y se tranquilizó a sí misma. ¿Y qué? Había conocido al espíritu del Invierno. Ella era una bruja. Era la clase de cosas que a veces pasan. Le había devuelto educadamente lo que era suyo, y luego se había ido. No había motivos para ponerse sensiblera al respecto. Había cosas que hacer.

Entonces escribió: “Crt d R.”

Abrió con mucho cuidado la carta de Roland, lo que fue fácil, porque la baba de babosa no es con mucho un pegamento. Con un poco de suerte hasta podría volver a utilizar el sobre. Se encorvó sobre la carta para que nadie pudiera leer por encima del hombro. Finalmente dijo:

—Srta. Traición, ¿saldrá de mi cara, por favor? Tengo que usar mis ojos en privado.

Hubo una pausa y luego un murmullo desde abajo, y el cosquilleo detrás de sus ojos desapareció.

Siempre era… bueno recibir una carta de Roland. Sí, eran a menudo acerca de las ovejas, y otras cosas de la Creta, y a veces habría una flor seca dentro, una campanilla o una prímula. Yaya Doliente no lo habría aprobado; ella siempre decía que si las colinas hubieran querido que la gente recogiera flores, habrían hecho crecer más de ellas.

Las cartas siempre la hacían sentir nostalgia.

Un día la Srta. Traición había dicho:

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—Este joven que te escribe... ¿Es tu pretendiente? —Y Tiffany había cambiado el tema hasta que tuvo tiempo de buscar la palabra en el diccionario y mucho más tiempo para detener el rubor.

Roland era... bueno, la cosa de Roland era... lo fundamental de... bueno, el punto era... él estaba allí.

Bueno, cuando ella en realidad lo conoció, él había sido un zoquete bastante inútil, y bastante estúpido, pero ¿qué se podía esperar? Había sido prisionero de la Reina de los Elfos por un año, para empezar, gordo como manteca y medio loco por el azúcar y la desesperación. Además, había sido criado por un par de tías altivas, su padre —el Barón— estaba mayormente más interesado en caballos y perros.

Él más o menos había cambiado desde entonces; más reflexivo, menos ruidoso, más serio, menos estúpido. Él había tenido también que usar anteojos, los primeros que se veían en la Creta.

¡Y tenía una biblioteca! ¡Más de cien libros! En realidad, pertenecía al castillo, pero nadie más parecía interesado en ella.

Algunos de los libros eran enormes y antiguos, con cubiertas de madera y grandes letras negras, e imágenes de color de animales extraños y lejanos lugares. Estaba el Libro de los Días Inusuales, de Waspmire, el Porqué Las Cosas No Son Lo Contrario, de Crumberry, y todos los volúmenes, menos uno, de la Enciclopedia Ominosa. Roland había quedado asombrado al ver que ella podía leer palabras extranjeras, y había tenido cuidado de no decirle que todo fue hecho con la ayuda de lo que quedaba del Dr. Bustle.

La cosa era... el hecho era... bueno, ¿quién más tenía lo que ellos tienen? Roland no podía, no podía tener amigos entre los niños del pueblo, con eso que él es el hijo del barón y todo eso. Pero Tiffany tenía el sombrero puntiagudo ahora, y eso cuenta para algo. A la gente de la Creta no le gustaban mucho las brujas, pero ella era nieta de Yaya Doliente, ¿no? Sin contar lo que había aprendido de la vieja muchacha, allá en la choza de pastoreo. Y dicen que ella mostró a las brujas en la montaña de qué se trata la brujería, ¿eh? ¿Recuerdas los partos del último año? ¡Ella trajo corderos casi muertos a la vida sólo mirándolos! Y es una Doliente, y ellos tienen estas colinas en los huesos. Ella está bien. Ella es nuestra, ¿ves?

Y eso estaba bien, excepto que ella no tenía más viejos amigos. Los niños allá en casa que habían sido amistosos, eran ahora... respetuosos, por el sombrero. Había una especie de muro, como si ella hubiera crecido y ellos no. ¿De qué podían hablar? Ella había estado en lugares que ellos ni siquiera podían imaginar. La mayoría de ellos ni siquiera habían ido a Doscamisas, que estaba sólo a medio día de distancia. Y eso no les preocupaba en absoluto. Iban a hacer el trabajo que hicieron sus padres, o criar a los hijos como lo hicieron sus madres. Y eso estaba bien, Tiffany añadió a toda prisa para sí misma. Pero ellos no lo habían decidido. Les había sucedido, y no se dieron cuenta.

Era lo mismo en las montañas. Las únicas personas de su misma edad con las que en realidad se podía hablar eran otras brujas en entrenamiento como Annagramma y el resto de las chicas. Era inútil tratar de tener una verdadera conversación con la gente en las aldeas, especialmente los chicos. Sólo bajaban la vista y murmuraban y movían los pies, como las personas en casa cuando tenían que hablar con el Barón.

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En realidad, Roland hacía eso también, y se ponía rojo cada vez que ella lo miraba. Cada vez que visitaba el castillo, o caminaba por las colinas con él, el aire estaba lleno de complicados silencios... al igual que lo había estado con el Forjainviernos.

Leyó la carta con cuidado, tratando de ignorar las sucias huellas dactilares de Feegles por todas partes. Él había tenido la amabilidad de incluir varias hojas de papel de repuesto.

Ella extrajo una, con mucho cuidado, miró la pared por un rato, y luego comenzó a escribir.

Abajo, en la despensa1, Horacio el queso había salido de detrás de la cubeta de decantación. Ahora estaba delante de la puerta trasera. Si alguna vez un queso se vio pensativo, Horacio estaba pensativo ahora.

En la pequeña aldea de Doscamisas, el conductor del coche correo estaba teniendo un pequeño problema. Un montón de correo de la zona alrededor de Doscamisas terminaba aquí, en la tienda de recuerdos, que funcionaba también como oficina de correos.

Normalmente el conductor sólo levantaba la maleta del correo, pero hoy había una dificultad. Pasaba frenéticamente las páginas del libro de Regulaciones de la Oficina de Correos.

La Srta. Tick golpeaba el suelo con el pie. Se estaba poniendo nerviosa.

—Ah, ah, ah —dijo triunfante el cochero—. ¡Aquí dice nada de animales, aves, dragones ni peces!

—¿Y cuál de ellos piensa que soy? —preguntó, helada, la Srta. Tick.

—Ah, bueno, correcto, bueno, un humano es un animal de alguna clase, ¿verdad? Quiero decir, mire los monos, ¿correcto?

—No deseo mirar los monos —dijo la Srta. Tick—. He visto el tipo de cosas que hacen.

El cochero vio claramente que éste no era un camino para seguir, y pasó las páginas furiosamente. Luego dijo sonriente.

—Ah, ah, ah —dijo él—. ¿Cuánto pesa usted, señorita?

—Dos onzas —dijo la Srta. Tick—. Que por casualidad es el peso máximo de una carta para que pueda ser enviada a Lancre y Área de Influencia por diez peniques. —Señaló a las dos estampillas pegadas a su solapa—. Ya compré mis estampillas.

—¡Usted nunca puede pesar dos onzas! —dijo el cochero—. ¡Usted tiene ciento veinte libras por lo menos!

La Srta. Tick suspiró. Ella hubiera querido evitar esto, pero Doscamisas no era Cododeperro, después de todo. Vivía en la carretera, miraba al mundo pasar. Extendió la mano y apretó el botón que hacía funcionar el sombrero.

1 Una habitación fuera de una cocina para el lavado de las cacerolas y hacer otras tareas húmedas y sucias. Aunque la Srta. Traición tenía cráneos, ella no los tenía en la despensa. Habría sido bastante divertido, sin embargo, si lo hiciera.

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—¿Querría que olvide lo que acaba de decir? —preguntó ella.

—¿Por qué? —dijo el cochero.

Hubo una pausa mientras la Srta. Tick quedó mirándolo. Luego volvió sus ojos hacia arriba.

—Disculpe —dijo—. Esto siempre ocurre, me temo. Es la zambullida, ya sabe. La herrumbre de primavera.

Extendió la mano y golpeó el lateral del sombrero. La punta escondida disparó, esparciendo flores de papel.

Los ojos del cochero las siguieron.

—Oh —dijo.

Y la cuestión sobre los sombreros puntiagudos era la siguiente: La persona debajo de uno era definitivamente una bruja o mago. Oh, alguien que no lo era probablemente podría conseguir un sombrero puntiagudo y usarlo, y estaría bien justo hasta el momento en que se encontrara con un verdadero dueño de sombrero puntiagudo. A los magos y las brujas no les gustan los impostores. Tampoco les gusta que les hagan esperar.

—¿Cuánto peso ahora, por favor? —preguntó ella.

—¡Dos onzas! —dijo rápidamente el cochero.

La Srta. Tick sonrió.

—Sí. ¡Y ni un escrúpulo más! Un escrúpulo es, desde luego, un peso de veinte granos, o un veinticuatro avo de onza. Soy, en efecto… ¡inescrupulosa!

Esperó a ver si esta broma muy pedagógica iba a conseguir una sonrisa, pero no lo lamentó cuando no fue así. A la Srta. Tick no le gustaba ser más inteligente que otras personas.

Subió al coche.

Cuando el coche subió a la montaña, la nieve comenzó a caer. La Srta. Tick, que sabía que no hay dos copos de nieve que sean iguales, no les hizo caso. Si lo hubiera hecho, se habría tenido que sentir un poco menos inteligente.

Tiffany dormía. Un fuego ardía en la chimenea del dormitorio. En la planta baja, el telar de la Srta. Traición tejía su camino a través de la noche....

Pequeñas figuras azules se extendían por el suelo de la habitación y, al formar una pirámide Feegle, alcanzaron la cima de la mesita que Tiffany utilizaba como escritorio.

Tiffany dio vuelta en la cama e hizo un pequeño ruido snfgl. Los Feegles se congelaron, sólo por un momento, y luego la puerta del dormitorio se cerró suavemente detrás de ellos.

Una niebla azul levantó una estela de polvo en la estrecha escalera, a través de la habitación de telar, fuera en el fregadero, y a través de un extraño agujero en forma de queso en la puerta exterior. A partir de entonces fue un rastro de hojas perturbadas penetrando profundamente en el bosque, donde ardía un pequeño

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fuego. Iluminó los rostros de una horda de Feegles, aunque puede que eso no fuese lo pretendido.

La niebla se detuvo y se convirtió en seis Feegles, con dos de ellos llevando el diario de Tiffany.

Lo bajaron cuidadosamente.

—Estamos bien fuera de esa casa —dijo Gran Yan—. ¿Vieron esos cráneos de bigjob? ¡Hay una hag que no os querríais cruzar tae prisa!

—¡Ach, veo que ella tiene un candado de nuevo! —dijo Wullie Tonto, caminando alrededor del diario.

—Roba, yo no puedo evitar pensar que no es tae correcto leer esto —dijo Billy Granbarbilla, cuando Roba puso su brazo en el ojo de la cerradura—. ¡Es personal!

—Ella es nuestra hag. Lo que es su tae personal es tae personal de nosotros —dijo Roba con total naturalidad, hurgando el interior de la cerradura—. Además, ella debe querer que alguien tae lo lea, porque ella escribió cosas. ¡No tiene sentido escribir cosas si ella no quiere que las lean! ¡Se trata de un mero desperdicio de lápiz!

—Tal vez ella quería tae leerlo ella misma —dijo Billy dudando.

—¿Oh, sí? ¿Porqué querría ella tae hacer eso? —dijo Roba desdeñoso—. Ella ya sabe qué hay adentro. Y Jeannie quiere tae saber que piensa ella del muchacho del Barón.

Se oyó un clic y se abrió el candado. La Feegletería reunida observó cuidadosamente.

Roba pasó las páginas robadas y sonrió.

—Ach, ella escribió acá: Oh, los queridos Feegles han aparecido otra vez —dijo. Esto fue recibido con un aplauso general.

—Ach, qué chica amable es tae escribir eso —dijo Billy Granbarbilla—. ¿Puedo verlo?

Él leyó: Oh, cielos, los Feegles han aparecido otra vez.

—Ah —dijo. Billy Granbarbilla había venido con Jeannie todo el camino desde el clan Lago Largo. El clan se hallaba más en casa con la lectura y la escritura, y puesto que él era el gonnagle, se esperaba que fuese bueno en ambos.

Los Feegles de las Colinas de Creta, por el contrario, se sentían más cómodos bebiendo, robando, y peleando, y Roba A Cualquiera era bueno en los tres. Pero él había aprendido a leer y escribir porque Jeannie le había pedido que lo hiciera. Lo hacía con mucho más optimismo que exactitud, sabía Billy. Cuando se enfrentaba a una frase larga, tendía a entender algunas palabras y luego hacer una conjetura gigante.

—El arte de leer se trata de comprender lo que las palabras están tratando tae de decir, ¿verdad? —dijo Roba.

—Sí, puede ser —dijo Gran Yan—, ¿pero hay alguna palabra allí tae diga que la gran hag pequeñita es dulce en esa pila de popó allá en el castillo de piedra?

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—Vos teneis carácter muy ro-mántico —dijo Roba—. Y la respuesta es: yo no puedo decirlo. Ellos escriben algunas partes de sus cartas en sus pequeños códigos. Eso es una cosa terrible tae hacer para un lector. Ya es bastante difícil leer las palabras normales, sin que alguien revuelva todo.

—Va a ser una maaaala mirada para todos si la gran hag pequeñita comienza a pensar en chicos en lugar de aprender hagglin —dijo Gran Yan.

—Sí. Pero el muchacho no estará interesado en casarse —dijo Angus Pocoloco.

—Algún día puede estarlo —dijo Billy Granbarbilla, que tenía el hobby de observar a los humanos—. La mayoría de los bigjob hombres se casan.

—¿De verdad? —dijo un Feegle asombrado.

—Oh, sí.

—¿Ellos quieren tae casarse?

—Un montón quiere, sí —dijo Billy.

—¿De modo que nada de beber, robar y pelear?

—¡Hey, a mí me permiten todavía algo de beber, robar y pelear! —dijo Roba A Cualquiera.

—Sí, Roba, pero no podemos evitar notar que también tienes que hacer tae la Explicación —dijo Wullie Tonto.

Hubo un asentimiento general de la multitud. Para los Feegles, la Explicación era una de las artes oscuras. Era tan difícil.

—Al igual que, cuando volvemos de beber, robar y pelear, Jeannie os da el Fruncir los Labios —continuó Wullie Tonto.

Un gemido partió de todos los Feegles:

—¡Ooooh, sálvanos del Fruncir de Labios!

—Y está el Cruzar de Brazos —dijo Wullie, para asustarse a sí mismo.

—¡Oooooh, waily, waily, waily, el Cruzar de Brazos! —lloraron los Feegles, tirándose del cabello.

—Para no tae mencionar el Golpe con el Pie… —Wullie se detuvo, sin querer mencionar el Golpe con el Pie.

—¡Aargh! ¡Oooooh! ¡El Golpe con el Pie no! —Algunos de los Feegles comenzaron a golpearse la cabeza contra los árboles.

—Sí, sí, sí, PERO, —dijo Roba A Cualquiera desesperadamente—, lo que vos no sabéis es que esto es parte de los hiddlins de la cría.

Los Feegles se miraban unos a otros. Se hizo el silencio, salvo por el crujido de un árbol pequeño que se cayó.

—Nunca escuchamos nada de eso, Roba, —dijo Gran Yan.

—¡Bueno, y no me sorprende! ¿Quién os lo hubiera dicho? ¡Vosotros no estáis casados! Vosotros no tenéis la po-et-ica sime-tría de todo el asunto. Reuníos alrededor hasta que yo os diga....

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Roba miró a su alrededor para ver si alguien, aparte de unos quinientos Feegles, le estaba mirando, y continuó:

—Miren... primero tenéis el beber, el pelear y el robar, correcto. Y cuando volvéis tae al montículo, es el momento para el Golpe con el Pie…

—¡Ooooooooo!

—… y el Cruzar de Brazos…

—¡Aaaaargh!

—… y, por supuesto, el Fruncir de Labios ¡y vosotros scunners ya basta con los gemidos antes de que comience a golpear las cabezas juntas! ¿Correcto?

Todos los Feegles quedaron en silencio, excepto uno:

—¡Oh, waily, waily, waily! ¡Ohhhhhhh! ¡Aaarrgh! El Fruncir… de…

Se detuvo y miró alrededor embarazado.

—¿Wullie Tonto? —dijo Roba A Cualquiera con paciencia helada.

—¿Sí, Roba?

—¿Escuchasteis que os dije que hay veces en que debéis escuchar lo que estaba diciendo?

—¿Sí, Roba?

—Ésta era una de esas veces.

Wullie Tonto agachó la cabeza.

—Lo siento, Roba.

—Sí! Ahora, donde estaba... Oh, sí... tenemos los labios y los brazos y los pies, ¿de acuerdo? Y entonces…

—¡Es la hora de la Explicación! —dijo Wullie Tonto.

—¡Sí! —replicó Roba A Cualquiera—. ¿Alguno de vosotros mudlins quiere ser el que se atreva a tae hacer la Explicación?

Miró alrededor.

Los Feegles retrocedieron.

—¿Con la Kelda en Fruncir y Cruzar y Golpear —Roba era la voz del Destino—, y esa mirada en sus lindos ojos que dice “Esta explicación más vale que sea realmente buena”? ¿Y bien? ¿Os atrevéis?

Ahora los Feegles estaban gimiendo y masticando aterrorizados el ruedo de sus kilts.

—No, Roba —murmuraron.

—¡No, sí! —dijo Roba A Cualquiera triunfante—. ¡No os atrevéis! ¡Eso es porque no tenéis el conocimiento de la cría!

—He oído a Jeannie decir que se te han ocurrido Explicaciones que ningún otro Feegle en todo el mundo intentaría —dijo Wullie Tonto con admiración.

—Sí, eso es bastante probable —dijo Roba, henchido de orgullo—. ¡Y los Feegles tienen una excelente tradición de enormes Explicaciones!

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—Ella dice que algunas de tus Explicaciones son tan largas y retorcidas que para cuando llegáis al final, ella no puede recordar como empezaron —continuó Wullie Tonto.

—Es un don natural… no quiero alardear —dijo Roba, agitando la mano con modestia.

—No puedo ver bigjobs que sean buenos en la Explicación —dijo Gran Yan—. Son pensadores muy lentos.

—Sin embargo, consiguen casarse —dijo Billy Granbarbilla.

—Sí, y el joven muchacho en el castillo grande está siendo demasiado amistoso con la gran hag pequeñita—, dijo Gran Yan—. Su papá está viejo y enfermo, y pronto el joven muchacho poseerá un gran castillo de piedra y los papeles pequeñitos pequeñitos que dicen que es dueño de las colinas.

—Jeannie teme que si él tiene los papeles pequeñitos pequeñitos que dicen que es dueño de las colinas —continuó Billy Granbarbilla—, podría ponerse tonto y creer que le pertenecen. Y sabemos a dónde conduce eso, ¿verdad?

—Sí —dijo Gran Yan—. Al arado.

Era una palabra temida. El viejo barón había planeado arar algunas de las áreas más planas de la Creta, porque el trigo estaba alcanzando precios altos y no había dinero en las ovejas, pero Yaya Doliente estaba viva entonces y había cambiado de opinión por él.

Sin embargo, algunos pastizales alrededor de la Creta ya se estaban arando. Había dinero en el trigo. Los Feegles dieron por sentado que Roland tomaría el arado, también. ¿No había sido criado por un par de tías vanas, intrigantes, y desagradables?

—Yo no confío en él —dijo Angus Pocoloco—. Lee libros y todo eso. No le importa la tierra.

—Sí —dijo Wullie Tonto—, pero si quiere casarse tae con la gran hag pequeñita, no pensará en el arado, porque la gran hag pequeñita pronto le dará el Fruncir de los Brazos…

—¡Es el Cruzar de los Brazos! —saltó Roba A Cualquiera.

Todos los Feegles miraron alrededor temerosamente.

—Oooooh, no el Cruzar de…

—¡Callaos! —gritó Roba—. ¡Estoy avergonzado de vosotros! ¡Es tae que la gran hag pequeñitaa tae se case con quien tae quiera! ¿No es así, gonnagle?

—¿Hummm? —dijo Billy, alzando la mirada. Atrapó un copo de nieve.

—Dije que la gran hag pequeñita puede casarse con quien ella quiera, ¿correcto?

Billy estaba mirando el copo de nieve.

—¿Billy? —dijo Roba.

—¿Qué? —dijo él, como si despertase—. Oh… sí. ¿Pensáis que ella quiere tae casarse con el Forjainviernos?

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—¿El Forjainviernos? —dijo Roba—. Él no puede casarse con nadie. Él es como un espíritu… ¡él no es tae nadie!

—Ella bailó con él. La vimos —dijo Billy, atrapando otro copo e inspeccionándolo.

—¡Sólo buen humor de niña! De todos modos, ¿por qué la gran hag pequeñita piensa algo del Forjainviernos?

—Tengo razones para creer —dijo lentamente el gonnnagle, mientras descendían más copos—, que el Forjainviernos está pensando mucho en la gran hag pequeñita…

CAPÍTULO CUATRO

Copos de Nieve

Se dice que nunca puede haber dos copos de nieve exactamente iguales, pero, ¿alguien lo verificó últimamente?

La nieve caía suavemente en la oscuridad. Se amontonaba en los techos, besaba su camino entre las ramas de los árboles, se posaba en el suelo del bosque con un chisporroteo suave y olía fuertemente a lata.

Yaya Ceravieja siempre comprobaba la nieve. Se paró en la puerta, con la luz de las velas saliendo a su alrededor, y atrapó copos en el dorso de una pala.

La gatita blanca miraba los copos de nieve. Eso es todo lo que hacía. No los tocaba con una pata, sólo miraba, muy atentamente, cada copo bajando en espiral hasta que aterrizaba. Entonces la gatita lo miraba un poco más, hasta que estaba segura de que el espectáculo había terminado, antes de levantar la vista y seleccionar otro copo.

Se llamaba Tú, como en “¡Tú! ¡Deja eso!”, y en “¡Tú! ¡Baja de ahí!”. Cuando se trataba de nombres, Yaya Ceravieja no iba por la fantasía.

Yaya miraba los copos de nieve y sonreía a su manera no-exactamente-amable.

—Vuelve adentro, Tú —dijo, y cerró la puerta.

La Srta. Tick estaba temblando cerca del fuego. No era muy grande, apenas lo suficiente. Sin embargo, había olor a tocino y budín de guisantes proveniente de una olla pequeña sobre las brasas, y al lado de la olla pequeña había una mucho más grande de la que procedía el olor del pollo. La Srta. Tick no conseguía pollo a menudo, así que vivía en la esperanza.

Debe ser dicho que Yaya Ceravieja y la Srta. Tick no se llevaban bien entre ellas. Las brujas superiores con frecuencia no lo hacen. Uno puede decir que no lo hacen por la forma en que son muy amables todo momento.

—La nieve ha llegado temprano este año, Sra. Ceravieja —dijo la Srta. Tick.

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—En efecto, Srta. Tick —dijo Yaya Ceravieja—. Y tan... interesante. ¿Se ha fijado en ella?

—He visto la nieve antes, Sra. Ceravieja —dijo la Srta. Tick—. Estaba nevando todo el camino hasta aquí. ¡Tuve que ayudar a empujar el coche del correo! ¡Vi demasiada nieve! Pero ¿qué vamos a hacer con Tiffany Doliente?

—Nada, Srta. Tick. ¿Más té?

—Ella es más bien nuestra responsabilidad.

—No. Es suya, del principio al final. Ella es una bruja. Ella bailó la Danza de Invierno. La vi hacerlo.

—Estoy segura que no fue su intención —dija la Srta. Tick.

—¿Como puede uno bailar sin intentarlo?

—Es joven. La emoción probablemente atrapó sus pies. No sabía lo que estaba pasando.

—Tendría que haberse enterado —dijo Yaya Ceravieja—. Tendría que haber escuchado

—Estoy segura de que usted siempre hizo lo que le decían cuando tenía casi trece años, Sra. Ceravieja —dijo la Srta. Tick con una pizca de sarcasmo.

Yaya Ceravieja quedó mirando la pared por un momento.

—No —dijo ella—. Cometí errores. Pero yo no busqué excusas.

—Pensé que usted quería ayudar a la niña.

—La ayudaré a ayudarse a sí misma. Ésa es mi manera. Ella bailó en la Historia más vieja que existe, y la única manera de salir es llegar hasta el final. La única manera, Srta. Tick.

La Srta. Tick suspiró. Historias, pensó. Yaya Ceravieja cree que en el mundo todo tiene que ver con historias. Bueno, todos tenemos nuestras pequeñas manías graciosas. Excepto yo, obviamente.

—Por supuesto. Es que ella es tan... normal —dijo la Srta. Tick en voz alta—. Cuando usted considera lo que ha hecho, quiero decir. Y ella piensa tanto. Y ahora que ha llegado a la atención del Forjainviernos, bueno...

—Ella lo ha fascinado —dijo Yaya Ceravieja.

—Eso va a ser un gran problema.

—El cual tiene que resolver ella.

—¿Y si no puede?

—Entonces, ella no es Tiffany Doliente —dijo Yaya Ceravieja con firmeza—. Ah, sí, ella está en la historia ahora, ¡pero ella no lo sabe! Mire la nieve, Srta. Tick. Dicen que no hay dos copos de nieve iguales. ¿Cómo podían saber algo así? ¡Oh, piensan que son tan inteligentes! Siempre he querido atraparlos. ¡Y lo he hecho! Salga ahora, y mire la nieve. ¡Mire la nieve, Srta. Tick! ¡Todos los copos son iguales!

Tiffany oyó los golpes y abrió la pequeña ventana de la habitación con dificultad. La nieve se había acumulado en el alféizar, suave y esponjosa.

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—No queríamos tae despertaros —dijo Roba A Cualquiera—, pero Espantosamente Diminuto Billy dijo que deberíais tae ver esto.

Tiffany bostezó.

—¿Qué debería ver? —murmuró.

—Atrapad algunos copos de allá —dijo Roba—. No, no en vuestra mano… se funden muy tae pronto.

En la penumbra, Tiffany buscó a tientas su diario. No estaba allí. Miró en el suelo, por si acaso lo hubiera derribado. Luego brilló un fósforo cuando Roba A Cualquiera encendió una vela, y allí estaba el diario, viéndose como si siempre hubiera estado allí, pero, advirtió, también sospechosamente frío al tacto. Roba parecía inocente, un signo seguro de culpabilidad.

Tiffany guardó las preguntas para más adelante y puso el diario fuera de la ventana. Los copos se asentaron en él, y ella lo levantó más cerca de sus ojos.

—Se ven como cualquier copo ordin… —empezó, y luego se detuvo, y dijo—: Oh, no... ¡Esto debe ser un truco!

—¿Sí? Bueno, podeis llamarlo así —dijo Roba—. Pero es su truco, sabeis.

Tiffany miró a los copos que caían derivando a la luz de la vela.

Cada uno de ellos era Tiffany Doliente. Una pequeña, helada, brillante Tiffany Doliente.

Abajo, la Srta. Traicion comenzó a reir.

El picaporte de la puerta del dormitorio de la torre se sacudió con rabia. Roland de Chumsfanleigh (pronunciado Chuffley; no era culpa suya) con sumo cuidado no le prestó atención.

—¿Qué estás haciendo ahí, niño? —dijo una voz apagada y malhumorado.

—Nada, tía Danuta —dijo Roland, sin darse la vuelta de su escritorio. Una de las ventajas de vivir en un castillo era que las habitaciones eran fáciles de cerrar; la puerta tenía tres cerraduras de hierro y dos pernos que eran tan gruesos como el brazo.

—Tu padre está gritando por ti, ¿sabes? —dijo otra voz, con aún más mal humor.

—Él susurra, tía Araminta —dijo Roland con calma, escribiendo con cuidado una dirección en un sobre—. Él sólo grita cuando le pones los médicos encima.

—¡Es por su propio bien!

—Él grita —repitió Roland, y lamió la solapa del sobre.

Tía Araminta sacudió el pomo de nuevo.

—¡Eres un niño muy ingrato! Te morirás de hambre, ¿sabes? ¡Diremos a los guardias que tiren esta puerta abajo!

Roland suspiró. El castillo había sido construido por gente a la que no le gustaba que tirasen abajo sus puertas, y cualquiera que tratase de hacer eso aquí tendría que llevar el ariete por una estrecha escalera de caracol sin espacio arriba

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para dar la vuelta, y luego encontrar una manera de derribar una puerta de cuatro gruesos tablones de madera de roble, tan antiguos que eran como de hierro. Un hombre podía defender esta habitación durante meses, si tenía provisiones. Oyó algunas quejas más afuera y luego el eco de los zapatos de las tías, cuando bajaban de la torre. Luego les oyó gritar a los guardias de nuevo.

No les haría mucho bien. El Sargento Roberts y sus guardias2 eran reacios a tomar órdenes de las tías. Todo el mundo sabía, sin embargo, que si el Barón muriese antes de que el muchacho tuviera veintiún años, las tías manejarían legalmente la propiedad hasta que los tuviese. Y aunque el Barón estaba muy enfermo, no estaba muerto. No era una época feliz para ser un guardia desobediente, pero el sargento y sus hombres sobrevivían a la ira de las tías por ser, cuando sus órdenes lo justificaban, sordos, estúpidos, olvidadizos, confundidos, enfermos, perdidos, o —en el caso de Kevin— extranjero.

Por ahora, Roland realizaba sus excursiones en horas de la madrugada, cuando no había nadie cerca y podía saquear la cocina. Era entonces cuando entraba a ver a su padre. Los médicos mantenían al viejo dopado con algo, pero Roland le sostuvo la mano por un tiempo para darle desahogo. Si encontraba frascos de avispas o sanguijuelas, los arrojaba al foso.

Se quedó mirando el sobre. Tal vez debería contar a Tiffany sobre esto, pero no le gustaba pensar en ello. Se preocuparía, y ella podía tratar de rescatarlo de nuevo, y no sería correcto. Esto era algo que él tenía que enfrentar. Además, él no estaba encerrado, ellas estaban bloqueadas afuera. Mientras estaba en la torre, había un lugar donde no podían tocar y curiosear y robar. Había metido lo que quedaba de los candelabros de plata debajo de su cama, junto con lo que quedaba de los cubiertos de plata antigua ("llevados a ser tasados", le dijeron) y el joyero de su madre. Había llegado un poco tarde a encontrarlo; le faltaba su anillo de boda y el collar de plata y granate que su abuela había dejado para ella.

Pero mañana se levantaría temprano y llevaría la carta a Doscamisas. Le gustaba escribirlas. Ellas convertían el mundo en un lugar más agradable, porque no tenía que incluir las partes malas.

Roland suspiró. Hubiera sido bueno decir a Tiffany que en la biblioteca había encontrado un libro llamado Los Asedios y la Supervivencia por el famoso general Callus Tácticus (que inventó la "táctica", que interesante). ¿Quién habría pensado que un libro tan antiguo podría ser tan útil? El general había sido muy firme acerca de las provisiones, por lo que Roland tenía un montón de patatas pequeñas, grandes salchichas y un pesado pan enano, que tenía a mano para dejar caer sobre la gente.

Echó una mirada por la habitación, donde había un retrato de su madre, que había llevado desde el sótano donde ellas lo habían dejado ("a la espera de ser limpiado", dijeron). Justo al lado, si sabías lo que estabas buscando, una zona de la pared del tamaño de una pequeña puerta parecía más liviana que el resto de las piedras. El candelabro al lado se veía un poco desequilibrado, también.

Había muchas ventajas en vivir en un castillo.

Afuera, comenzó a nevar.

2 Kevin, Neville y Trevor.

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Los Nac Mac Feegles espiaron los plumosos copos desde el techo de la casa de la Srta. Traición. Por la luz que lograba filtrarse por las ventanas mugrientas de abajo, vieron las pequeñas Tiffanys pasar en remolinos.

—Lo dice con copos de nieve —dijo Gran Yan—. ¡Ja!

Wullie Tonto arrebató un copo que bajaba en espiral.

—Tendréis que admitir que ha hecho el sombrero puntiagudo pequeñito muy bien —dijo—. Tiene que gustarle mucho la gran hag pequeñita.

—¡Esto no tiene ningún sentido! —dijo Roba A Cualquiera—. ¡Él es el Invierno! Es todo nieve y hielo y tormentas y heladas. ¡Ella es sólo una gran niña pequeñita! ¡Vosotros no podéis decir que sea una pareja ideal! ¿Qué decís, Billy? ¿Billy?

El gonnagle estaba masticando el extremo de su gaita-ratón mientras observaba los copos con una mirada lejana en sus ojos. Sin embargo, de alguna manera la voz de Roba quebró en sus pensamientos, porque dijo:

—¿Qué hace que a él le guste la gente? Él no está tan vivo como un insecto pequeñito, sin embargo es tan poderoso como el mar. Y él es dulce con la gran hag pequeñita. ¿Por qué? ¿Ella qué puede ser tae él? ¿Qué va a hacer ahora? Te digo lo siguiente: Los copos de nieve son sólo el comienzo. Debemos vigilar afuera, Roba. Esto puede ponerse muy mal....

Arriba en las montañas, 990.393.072.007 Tiffanys Doliente aterrizaron suavemente sobre la nieve vieja amontonada en una cresta y comenzó una avalancha que se llevó más de un centenar de árboles y un pabellón de caza. Esto no fue culpa de Tiffany.

No fue su culpa que la gente se resbalara en las capas rebosantes de ella, o no pudiera abrir la puerta porque ella estaba apilada fuera, o fuera golpeada por un puñado de ella arrojado por niños pequeños. La mayor parte de ella se había derretido para la hora del desayuno del día siguiente, y además, nadie notó nada extraño, excepto las brujas, que no toman la palabra de la gente acerca de las cosas, y un montón de niños a los que nadie escuchó.

Aún así, Tiffany despertó sintiendose muy avergonzada.

La Srta. Traicion no ayudó para nada.

—Al menos le gustas —dijo mientras daba cuerda al reloj con ferocidad.

—No sabría decirle, Srta. Traición —dijo Tiffany, que realmente no quería esta conversación en absoluto. Estaba lavando los platos en el fregadero, de espaldas a la vieja, y se alegró de que la Srta. Traición no pudiera ver su cara… y, si vamos a eso, que ella no pudiera ver la cara de la Srta. Traición, tampoco.

—¿Qué dirá tu joven acerca de esto, me pregunto?

—¿Qué joven es ése, Srta. Traición? —dijo Tiffany, tan fríamente como pudo lograr.

—¡Te escribe cartas, niña!

Y espero que las lea con mis ojos, pensó Tiffany.

—¿Roland? Es sólo un amigo... una especie —dijo ella.

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—¿Una especie de amigo?

No voy a entrar en esto, pensó Tiffany. Apuesto a que está sonriendo. No es asunto suyo, de todos modos.

—Sí —dijo—, es verdad. Una especie de amigo.

Hubo un largo silencio, que Tiffany aprovechó para fregar el fondo de una cacerola de hierro.

—Es importante tener amigos —dijo la Srta. Traición, con una voz que de alguna manera era más pequeña que lo que había sido. Sonaba como que Tiffany había ganado—. Cuando hayas terminado, querida, por favor ten la amabilidad de buscarme mi bolso de amaños.

Tiffany lo hizo, y se apresuró a ir a la lechería. Siempre era bueno entrar allí. Le recordaba a su casa, y podría pensar mejor. Ella…

Había un agujero en forma de queso en la parte inferior de la puerta, pero Horacio estaba de vuelta en su jaula rota, haciendo un ruido muy débil mnmnmnmn que pueden haber sido ronquidos de queso. Ella lo dejó solo y se encargó de la leche de la mañana.

Por lo menos, no estaba nevando. Ella se sintió ruborizar, y trató de impedir siquiera pensar en ello.

E iba a haber un aquelarre esta noche. ¿Lo sabrían las otras chicas? ¡Ja! Por supuesto que sí. Las brujas prestan atención a la nieve, sobre todo si iba a ser embarazoso para alguien.

—¿Tiffany? Deseo hablar contigo —gritó la Srta. Traicion.

La Srta. Traición casi nunca la había llamado Tiffany antes. Fue bastante preocupante escucharle decir el nombre.

La Srta. Traición estaba armando un amaño. Su ratón lazarillo estaba colgando torpemente entre los trozos de hueso y la cinta.

—Esto es tan inconveniente —dijo, y alzó la voz—. Ach, vosotros mudlins! ¡Vamos, afuera! ¡Yo sé que estáis allí! ¡Puedo veros mirándome!

Fueron apareciendo cabezas de Feegle de atrás de casi todo.

—¡Bien! ¡Tiffany Doliente, siéntate!

Tiffany se sentó rapidamente.

—En un momento como éste, también —dijo la Srta. Traición, extendiendo el amaño—. Esto es tan inconveniente. Pero no hay duda. —Hizo una pausa por un momento y dijo—: Voy a morir al día después de mañana. El viernes, justo antes de las seis y media de la mañana.

Fue una declaración impresionante, y no merecía esta respuesta:

—Oh, es una lástima, tae que perderá un fin de semana como éste —dijo Roba A Cualquiera—. ¿Os vais a alguna parte bonita?

—Pero... pero... ¡no se puede morir! —estalló Tiffany—. ¡Usted tiene ciento trece años, Srta. Traición!

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—Sabes, ésa es muy probablemente la razón, niña —dijo la Srta. Traición con calma—. ¿Nadie te dijo que las brujas reciben una advertencia cuando van a morir? De todos modos, me gusta un buen funeral.

—Oh sí, no podéis vencer un buen velatorio —dijo Roba A Cualquiera—. Con mucha bebida y baile y saludos y fiesta y bebida.

—Puede haber algo de jerez dulce —dijo la Srta. Traición—. En cuanto a la comida, siempre dije que no puedes equivocarte con rollos de jamón.

—Pero usted no puede sólo… —comenzó Tiffany. Y se detuvo cuando la Srta. Traicion giró su cabeza velozmente, como un pollo.

—¿… dejarte así? —dijo—. ¿Eso es lo que ibas a decir?

—Eh, no —mintió Tiffany.

—Tendrás que mudarte con alguien, por supuesto —dijo la Srta. Traicion—. En realidad no eres lo bastante mayor como para tomar una cabaña, no cuando hay chicas mayores esperando…

—Usted sabe que no quiero pasar mi vida en las montañas, Srta. Traicion —dijo rápidamente Tiffany.

—Oh, sí, la Srta. Tick me lo dijo —dijo la vieja bruja—. Quieres ir de nuevo a tus pequeñas colinas de creta.

—¡No son pequeñas! —saltó Tiffany, más fuerte que lo que quería.

—Sí, éstos han sido unos tiempos difíciles por aquí —dijo la Srta. Traición con mucha calma—. Voy a escribir algunas cartas, que llevarás hasta el pueblo, y tendrás la tarde libre. Vamos a celebrar el funeral mañana por la tarde.

—¿Cómo? ¿Antes que usted muera? —dijo Tiffany.

—¡Por supuesto! ¡No veo por qué no debo tener algo de diversión!

—¡Bien pensado! —dijo Roba A Cualquiera—. Ésa es la clase de detalles sensatos que usualmente la gente tae no toma en consideracion.

—Lo llamamos una fiesta de despedida —dijo la Srta. Traición—. Sólo para las brujas, por supuesto. Las otras personas tienden a ponerse un poco nerviosas, no comprendo por qué. Y por el lado bueno, tenemos el espléndido jamón que el Sr. Armbinder nos dio la semana pasada por solucionar la propiedad del castaño, y me encantaría probarlo.

Una hora más tarde Tiffany salió, con sus bolsillos llenos de notas para los carniceros y panaderos y los agricultores en las aldeas locales.

Le sorprendió un poco la acogida que tuvo. Al parecer creían que todo era una broma.

—La Srta. Traición no va a ir a morir a su edad —dijo un carnicero, pesando salchichas—. Escuché que la muerte ha venido por ella antes, ¡y ella le cerró la puerta!

—Trece docenas de salchichas —dijo Tiffany—. Cocidas y entregadas a domicilio.

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—¿Está segura de que va a morir? —dijo el carnicero, con la incertidumbre nublándole el rostro.

—Yo no. Pero ella sí —dijo Tiffany.

Y el panadero dijo:

—¿No sabe usted acerca de su reloj? Ella lo hizo fabricar cuando su corazón se murió. Es como un mecanismo de relojería del corazón, ¿ve?

—¿En serio? —dijo Tiffany—. Así que si su corazón murió, y ella tuvo uno nuevo hecho de un reloj, ¿cómo permaneció con vida, mientras que el nuevo corazón se estaba haciendo?

—Oh, eso fue magia, obviamente —dijo el panadero.

—Pero un corazón bombea sangre, y el reloj de la Srta. Traición está fuera de su cuerpo —señaló Tiffany—. No… hay… caños…

—Bombea la sangre mágicamente —dijo el panadero, hablando suavemente. Le lanzó una mirada extraña—. ¿Cómo puede usted ser una bruja si no sabe esas cosas?

Fue lo mismo en todas partes. Era como si la idea de la ausencia de la Srta. Traición tuviese la forma equivocada para caber en la cabeza de nadie. Ella tenía 113 años, y argumentaban que era prácticamente desconocido que alguien muriese a los 113. Era una broma, dijeron, o ella había firmado con sangre un pergamino que significaba que viviría para siempre, o uno tendría que robarle el reloj antes de que ella muriese, o cada vez que la Parca vino por ella, mintió sobre su nombre o la envió a otra persona, o tal vez no era más que una pequeña sensación de malestar....

Para cuando Tiffany terminó, se preguntaba si realmente iba a suceder. Sin embargo, la Srta. Traición había parecido tan segura. Y si tuvieras 113, lo asombroso no era que fueses a morir mañana, sino que todavía estuvieras vivo hoy.

Con la cabeza llena de pensamientos sombríos, se dirigió al aquelarre.

Una o dos veces pensó que podía sentir a los Feegles observándola. Nunca supo cómo podía sentir eso; era un talento aprendido. Y aprendías a tolerarlo, la mayoría de las veces.

Todas las otras jóvenes brujas estaban allí cuando ella llegó, y había incluso un fuego encendido.

Algunas personas piensan que "aquelarre" es una palabra para un grupo de brujas, y en verdad eso es lo que dice el diccionario. Pero la palabra real para un grupo de brujas es “discusión”.

En cualquier caso, la mayoría de las brujas que Tiffany había conocido nunca utilizaban la palabra. La Sra. Earwig lo hacía, sin embargo, casi todo el tiempo. Era alta y delgada y más bien fría, y llevaba gafas de plata en una cadenita, y utilizaba palabras como "avatar" y "sigilo". Y Annagramma, que dirigía el aquelarre, ya que lo había inventado y tenía el sombrero más alto y la voz más aguda, era su mejor alumna (y la única).

Yaya Ceravieja siempre decía que lo que la Sra. Earwig hacía era magia de mago con un vestido, y sin duda Annagramma llevaba una gran cantidad de libros y de varitas a las reuniones. Mayormente, las muchachas hacían unas pocas

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ceremonias para mantenerla callada, porque para ellas el verdadero propósito del aquelarre era ver a las amigas, aunque fueran amigas simplemente porque eran, en realidad, las únicas personas con que podían hablar libremente porque tenían los mismos problemas y entenderían acerca de qué se quejaban.

Siempre se reunían en el bosque, incluso con nieve. Siempre había suficiente madera caída para un fuego, y todas vestían abrigos como una cosa natural. Incluso en verano, la comodidad en un palo de escoba a cualquier altura significaba más capas de ropa interior que la que nadie se atrevería a adivinar, y a veces un par de botellas de agua caliente atadas con una cuerda.

Por el momento, tres pequeñas bolas de fuego rodeaban el fuego. Annagramma las había hecho. Uno podía matar enemigos con ellas, había dicho. Ponían a las demás incómodas. Era magia de mago, vistosa y peligrosa. Las brujas preferían cortar a sus enemigas con una mirada. No tiene sentido matar a tu enemiga. ¿Cómo iba ella a saber que le habías ganado?

Dimity Hubbub había traído una enorme bandeja de torta invertida. La cosa era simplemente poner una capa en las costillas contra el frío.

Tiffany dijo:

—La Srta. Traición me dijo que va a morir en la mañana del viernes. Ella dijo que simplemente lo sabe.

—Eso es una lástima —dijo Annagramma en un tono de voz eso-no-es-en-realidad-una-lástima—. Ella era muy vieja, pienso.

—Aún lo sigue siendo —dijo Tiffany.

—Hum, le dicen La Llamada—dijo Petulia Gristle—. Las brujas viejas saben cuándo van a morir. Nadie sabe cómo funciona. Sólo lo saben.

—¿Tiene todavía esos cráneos? —dijo Lucy Warbeck, que tenía sus cabellos acumulado sobre la cabeza con un cuchillo y un tenedor clavados en ellos—. No los podía soportar. ¡Parecían estar mirándome todo el tiempo!

—Fue ella utilizándome como un espejo lo que me hizo dejarla —dijo Lulu Darling—. ¿Todavía hace eso?

Tiffany suspiró.

—Sí.

—Dije rotundamente que no iba a ir —dijo Gertruder Tiring, atizando el fuego—. ¿Sabías que si dejas a una bruja sin permiso, ninguna otra bruja te tomará, pero si dejas a la Srta. Traición, incluso después de sólo una noche, nadie dice nada al respecto y te consiguen otro lugar?

—La Sra. Earwig dice que las cosas como las calaveras y los cuervos van demasiado lejos —dijo Annagramma—. ¡Todo el mundo está, literalmente, con un susto de muerte!

—Hum, ¿qué te va a suceder a ti? —dijo Petulia a Tiffany.

—No lo sé. Supongo que iré a algún otro lado.

—Pobre de ti —dijo Annagramma—. ¿La Srta. Traición no dijo quién va a hacerse cargo de la cabaña, por casualidad? —añadió, como si recién hubiera pensado la pregunta.

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El sonido que siguió fue el silencio hecho por media docena de pares de oídos escuchando con tanto ahínco que casi chirriaban. No había una gran cantidad de jóvenes que llegan a brujas, es cierto, pero las brujas vivían mucho tiempo, y obtener su cabaña propia era el premio. Era entonces cuando empezabas a recibir respeto.

—No —dijo Tiffany.

—¿Ni siquiera una pista?

—No.

—Ella no dijo que ibas a ser tú, ¿verdad? —dijo Annagramma bruscamente. Su voz podía ser realmente molesta. Podría hacer que un "hola" sonara como una acusación.

—¡No!

—De todas formas, eres demasiado joven.

—En realidad, no hay, ya sabes, límite de edad real —dijo Lucy Warbeck—. Nada escrito, de todos modos.

—¿Cómo sabes eso? —le espetó Annagramma.

—Le pregunté a la anciana Sra. Pewmire —dijo Lucy.

Los ojos Annagramma se estrecharon.

—¿Tú le preguntaste? ¿Por qué?

Lucy blanqueó los ojos.

—Porque quería saber, eso es todo. Mira, todo el mundo sabe que eres la mayor y la… tú sabes, más entrenada. Por supuesto que obtendrás la cabaña.

—Sí —dijo Annagramma, mirando a Tiffany—. Por supuesto.

—Eso está, hum, arreglado, entonces —dijo Petulia, con más fuerza que la necesaria—. ¿Tuviste una gran cantidad de nieve anoche? Vieja Madre Blackcap dijo que era inusual.

Tiffany pensó: Oh cielos, aquí vamos…

—A menudo la tenemos temprano aquí —dijo Lucy.

—Pensé que era un poco más mullida que de costumbre —dijo Petunia—. Muy bonito, si te gusta ese tipo de cosas.

—Fue sólo nieve —dijo Annagramma—. Oigan, ¿alguna de ustedes escuchó lo que pasó con la chica nueva que empezó con la Srta. Tumulto? ¿Huyó gritando después de una hora? —Ella sonrió, no con mucha simpatía.

—Hum, ¿fue la rana? —preguntó Petulia.

—No, no la rana. No le importaba la rana. Fue Charlie Malasuerte.

—Él puede dar miedo —admitió Lucy.

Y eso era todo, comprendió Tiffany, mientras el chisme seguía corriendo. Alguien que era prácticamente una especie de dios había hecho miles de millones de copos de nieve que se parecían a ella… ¡y no se habían percatado!... Lo cual era una buena cosa, obviamente...

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Por supuesto que lo era. Lo último que quería era bromas y preguntas estúpidas, por supuesto. Bien, por supuesto...

... pero... bueno... habría sido agradable si lo hubieran sabido, si hubieran dicho "Guau", si hubieran estado celosas, o asustadas, o impresionadas. Y ella no les podía decir, o al menos no le podía decir a Annagramma, que haría una broma de ello y casi, pero no exactamente, diría que ella lo estaba inventando.

El Forjainviernos la había visitado y quedado... impresionado. Era un poco triste que las únicas personas que sabían esto fueran la Srta. Traición y cientos de Feegles, sobre todo porque —se estremeció— el viernes por la mañana sólo sería conocido por cientos de hombrecillos azules.

Para decirlo de otro modo: Si ella no le contaba a otra persona que fuera al menos del mismo tamaño que ella y estuviera viva, iba a estallar.

Se lo dijo a Petulia, de camino a casa. Tenían que seguir el mismo camino, y ambas volaban tan lentamente que en la noche era más fácil caminar, ya que no golpeabas tantos árboles.

Petulia era gordita y fiable y ya la mejor bruja de cerdo en las montañas, lo que significa mucho donde cada familia posee un cerdo. Y la Srta. Traición había dicho que pronto los muchachos iban a correr tras ella, porque una chica que conoce sus cerdos nunca necesitaría buscar marido.

El único problema con Petulia era que ella siempre estaba de acuerdo contigo y siempre decía lo que pensaba que querías oír. Pero Tiffany fue un poco cruel y sólo le dijo todos los hechos. Ella dio unos cuantos “guau”, con los que quedó complacida.

Después de un tiempo Petulia dijo:

—Eso debe haber sido muy, eh, interesante. —Y eso era Petulia para ti.

—¿Qué debo hacer?

—Hum... ¿Necesitas hacer algo? —dijo Petulia.

—¡Bueno, la gente, tarde o temprano va a notar que todos los copos de nieve tienen mi forma!

—Hum, ¿estás preocupada de que no lo hagan? —dijo Petulia, tan inocentemente que Tiffany se echó a reír.

—¡Pero tengo la sensación de que no se va a detener en los copos de nieve! ¡Quiero decir, él está todo relacionado con el invierno!

—Y salió corriendo cuando gritaste... —dijo pensativa Petulia.

—Eso es correcto.

—Y luego hizo algo... tonto.

—¿Qué?

—Los copos de nieve —dijo amablemente Petulia.

—Bueno, yo no diría eso, exactamente —dijo Tiffany, algo lastimada—. No es exactamente tonto.

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—Entonces es más que evidente —dijo Petunia—. Es un chico.

—¿Qué?

—Un chico. ¿Sabes qué son? —dijo Petunia—. ¿Ruborizarse, gruñir, hablar entre dientes, tambalearse? Son todos más o menos lo mismo.

—¡Pero tiene millones de años y actúa como si nunca hubiera visto a una chica antes!

—Hum, no sé. ¿Ha visto alguna vez una chica?

—¡Él debe haberla visto! ¿Qué hay de Verano? —dijo Tiffany—. Ella es una chica. Bueno, una mujer. Según he visto en un libro, de todos modos.

—Supongo que todo lo que puedes hacer es esperar a ver qué hace ahora, entonces. Lo siento. Nunca he tenido copos de nieve hechos en mi honor.... Eh, estamos aquí...

Habían llegado al claro donde vivía la Srta. Traición, y Petulia comenzó a verse un poco nerviosa.

—Hum... todas esas historias sobre ella... —dijo, mirando a la cabaña—. ¿Estás bien ahí?

—¿Una de ellas fue acerca de lo que puede hacer con la uña del pulgar? —preguntó Tiffany.

—¡Sí! —dijo Petulia, estremeciéndose.

—Ésa la inventó ella. No se lo digas a nadie, sin embargo.

—¿Por qué alguien inventaría una historia como ésa sobre ella misma?

Tiffany vaciló. Los cerdos no pueden ser engañados por Boffo, por lo que Petulia no había pasado por eso. Y ella era increíblemente honesta, lo cual Tiffany estaba llegando a aprender que era un poco inconveniente en una bruja. No era que las brujas fueran realmente deshonestas, pero eran cuidadosas sobre qué tipo de verdad decían.

—No lo sé —mintió—. De todos modos, tienes que cortar mucho a través de una persona antes que algo se caiga. Y la piel es muy dura. Yo no creo que sea posible.

Petulia parecía alarmada.

—¿Lo has intentado?

—Practiqué con la uña del pulgar en un gran jamón esta mañana, si es eso lo que quieres decir —dijo Tiffany. Tienes que comprobar las cosas, pensó. Oí la historia de que la Srta. Traición tiene dientes de lobo, y la gente la cuenta a otros a pesar de que la han visto.

—Hum... voy a venir a ayudar mañana, por supuesto —dijo Petulia, mirando nerviosamente las manos de Tiffany en caso de que fuera a haber más experimentos con la uña del pulgar—. Las fiestas de despedida pueden ser muy alegres, la verdad. Pero, bueno, si yo fuera tú, me gustaría decirle al Sr. Forjainviernos que desaparezca. Eso es lo que hice cuando Davey Lummock empezó a ponerse, hum, demasiado romántico. Y yo le dije que estaba, hum, saliendo con Makky Tejedor… ¡no les digas a las otras!

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—¿No es ése que habla de cerdos todo el tiempo?

—Bueno, los cerdos son muy interesantes —dijo en tono de reproche Petulia—. Y su padre, hum, tiene la mayor granja de cría de cerdos en las montañas.

—Eso es algo que vale la pena pensar, definitivamente —dijo Tiffany—. Ay.

—¿Qué pasó? —dijo Petulia.

—Oh, nada. Mi mano dio una puntada por un momento—. Tiffany la frotó—. Parte de la curación, supongo. Nos vemos mañana.

Tiffany entró en la casa. Petulia continuó a través del bosque.

Desde cerca del techo llegaron los sonidos de una conversación.

—¿Escuchasteis lo que dijo la gorda?

—Sí, pero los cerdos no son interesantes.

—Oh, no tengo conocimiento de eso. Un animal muy útil es el cerdo. Puedes comer cualquier parte de él, ¿sabeis?, a excepción del chillido.

—Ach, estáis equivocado. Podéis utilizar el chillido.

—¡No seas tonto!

—¡Sí, podéis! Hacéis una masa de pastel, correcto, y ponéis un montón de jamón, correcto, y entonces cogéis el chillido, ponéis la parte superior del pastel antes de que pueda escapar, correcto, y lo metéis en el horno.

—¡Yo nunca escuché tal cosa como eso!

—¿No habéis? Se llama pastel de chillido y jamón.

—¡No hay tal cosa!

—¿Por qué no? Hay burbuja y chirrido, ¿no? Y un chirrido es pequeñito en comparación tae un chillido. Supongo que podrías…

—¡Si vosotros mudlins no escuchais, voy a poneros en un pastel a vosotros! —gritó Roba A Cualquiera. Los Feegles murmuraron hasta silenciarse

Y en el otro lado del claro, el Forjainviernos observaba con ojos púrpura-gris. Observó hasta que se encendió una vela en una habitación de arriba, y observó el brillo de color naranja hasta que se extinguió.

Luego, caminando con paso inseguro sobre piernas nuevas, fue hacia el parche de flores, donde, en el verano, las rosas habían crecido.

 Si usted fuera al Emporio Mágico de Zakzak Fuerteenelbrazo, vería bolas de cristal de todos los tamaños, pero más o menos a un solo precio, que era una Gran Cantidad De Dinero. Como la mayoría de las brujas, y sobre todo las buenas, tenían No Mucho Dinero, usaban otras cosas, como los flotadores de vidrio de viejas redes de pesca o un platillo de tinta negra.

Había un charco de tinta negra sobre la mesa de Yaya Ceravieja ahora. Había estado en un plato, pero las cosas se habían tambaleado un poco cuando Yaya y la Srta. Tick se golpearon la cabeza tratando de ver juntas en el plato, al mismo tiempo.

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—¿Ha oído eso? —dijo Yaya Ceravieja—. ¡Petulia Gristle hizo la pregunta importante, y ella simplemente no pensó en ella!

—Lamento decir que la he perdido también —dijo la Srta. Tick. Tú, la gatita blanca, saltó sobre la mesa, se acercó con cuidado a través del charco de tinta, y se dejó caer en el regazo de la Srta. Tick.

—No, Tú —dijo Yaya Ceravieja en una manera vaga, la Srta. Tick se quedó mirando el vestido.

—Apenas se ve —dijo la Srta. Tick, pero en realidad eran muy claras cuatro perfectas huellas de gato. Los vestidos de las brujas comienzan negros, pero pronto se decoloran a tonos de gris debido a los lavados frecuentes o, en el caso de la Srta. Tick, a las inmersiones periódicas en diferentes estanques y arroyos. Estaban raídos y andrajosos, también, y a sus dueñas les gustaban. Demostraban que era una bruja de trabajo, no una bruja para mostrar. Cuatro huellas negras de gatito en el centro de su vestido, sin embargo, sugerían que estabas un poco débil. Bajó la gata al suelo, donde trotó hasta Yaya Ceravieja, se frotó contra ella, y trató de maullar más pollo a la existencia.

—¿Cuál fue la importante? —dijo la Srta. Tick.

—Se lo pregunto como una bruja a otra, Perspicacia Tick: ¿El Forjainviernos conoció a alguna chica?

—Bueno —dijo la Srta. Tick—. Supongo que la representación clásica del Verano podría llamarse una…

—Pero, ¿alguna vez se reunieron? —preguntó Yaya Ceravieja.

—En el Baile, supongo. Sólo por un momento —dijo la Srta. Tick.

—Y en ese momento, en ese mismo momento, entra a la danza Tiffany Doliente —dijo Yaya Ceravieja—. Una bruja que no se viste de negro. No, es azul y verde para ella, como la hierba verde bajo un cielo azul. Ella llama a la fuerza de sus colinas, todo el tiempo. ¡Y ellas la llaman a ella! ¡Colinas que alguna vez estuvieron vivas, Srta. Tick! Ellas sienten el ritmo del Baile, y así lo siente ella en sus huesos, aunque no lo supiera. ¡Y esto da forma a su vida, incluso aquí! ¡Ella no podía evitar golpetear sus pies! ¡La tierra llama sus pies al Baile de las Estaciones!

—Pero ella… —comenzó la Srta. Tick, porque a ningún profesor le gusta oír hablar a ninguna persona por mucho tiempo.

—¿Qué ocurrió en ese momento? —Yaya Ceravieja era imparable—. Verano, Invierno, y Tiffany. ¡Un momento mareante! Y luego se separan. ¿Quién sabe qué se complicó? De repente, el Forjainviernos actúa tan estúpido, que incluso podría ser un poquito... ¿humano?

—¿Qué hizo que ella se metiese en esto? —dijo la Srta. Tick.

—El Baile, Srta. Tick. El Baile que nunca termina. Y ella no puede cambiar los pasos, todavía no. Ella tiene que bailar su tonada durante un tiempo.

—Ella va a estar en un gran peligro —dijo la Srta. Tick.

—Tiene la fuerza de sus colinas —dijo Yaya.

—Colinas suaves, sin embargo —dijo la Srta. Tick—. Se desgastan fácilmente.

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—Pero el corazón de la creta es de pedernal, recuerde. Corta más afilado que cualquier cuchillo.

—La nieve puede cubrir las colinas —dijo la Srta. Tick.

—No para siempre.

—Lo hizo una vez —dijo la Srta. Tick, harta de juegos—. Durante miles de años, por lo menos. Una edad de hielo. Grandes bestias se tambaleaban y estornudaban por todo el mundo.

—Eso es como puede ser —dijo Yaya Ceravieja, con un destello en los ojos—. Por supuesto, yo no estaba presente entonces. Mientras tanto, debemos vigilar a nuestra chica.

La Srta. Tick bebió un sorbo de té. Quedarse con Yaya Ceravieja era un poco como una prueba. La olla de anoche con los desechos de pollo había resultado no ser para ella, si no para Tú. Las brujas tenían un grueso budín de guisantes y buena sopa de tocino sin —y esto es importante— el tocino. Yaya ató un buen trozo de grasa de tocino a una cuerda y lo había quitado, lo secó con cuidado, y lo guardó para otro día. A pesar de su hambre, la Srta. Tick estaba impresionada. Yaya podría recortar la piel de un segundo.

—He oído que la Srta. Traición ha escuchado su Llamada —dijo.

—Sí. Mañana es el funeral —dijo Yaya Ceravieja.

—Ésa es una granja3 difícil—dijo la Srta. Tick—. Han tenido a la Srta. Traición durante mucho, mucho tiempo. Será una tarea difícil para una bruja nueva.

—Ella va a tener una difícil... actuación a seguir, de hecho —dijo Yaya Ceravieja.

—¿Actuación? —dijo la Srta. Tick.

—Me refiero a la vida, por supuesto —dijo Yaya Ceravieja.

—¿A quién pondrá ahí? —preguntó la Srta. Tick, porque le gustaba ser la primera con las noticias. Ella también usaba intencionadamente "a quién" siempre que podía. Ella sentía que era más literario.

—Srta. Tick, no depende de mí —dijo Yaya bruscamente—. No tenemos líderes en la brujería, ya lo sabe.

—Oh, en efecto —dijo la Srta. Tick, que también sabía que el líder que las brujas no tenían era Yaya Ceravieja—. Pero sé que la Sra. Earwig va a proponer a la joven Annagramma, y la Sra. Earwig tiene un gran número de seguidores en estos días. Probablemente sean los libros que escribe. Hace que la brujería suene emocionante.

—Sabe que no me gustan las brujas que intentan imponer su voluntad a los demás —dijo Yaya Ceravieja.

—Absolutamente —dijo la Srta. Tick, tratando de no reír.

—Yo, sin embargo, dejé caer un nombre en la conversación —dijo Yaya Ceravieja.

3 (El área de las responsabilidades diarias de una bruja. Puede ser sólo un pueblo, puede ser el mundo entero.)

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Con un clang, espero, pensó la Srta. Tick.

—Petulia Gristle se ha formado muy bien —dijo—. Una buena bruja por todos lados.

—Sí, pero sobre todo por el lado de los cerdos —dijo Yaya Ceravieja—. Yo estaba pensando en Tiffany Doliente.

—¿Qué? —dijo la Srta. Tick—. ¿No cree que esa niña tenga suficiente para hacer frente?

Yaya Ceravieja sonrió brevemente.

—Bueno, Srta. Tick, ¿sabe qué dicen? Si quieres algo hecho, dáselo a alguien que está ocupado. Y la joven Tiffany podría estar muy ocupada pronto —agregó.

—¿Por qué dice eso? —dijo la Srta. Tick.

—Hmm. Bueno, yo no puedo estar segura, pero voy a estar muy interesada en ver lo que sucede con sus pies...

Tiffany no durmió mucho la noche antes del funeral. El telar de la Srta. Traición había claqueado y cliqueado durante toda la noche, porque había un pedido de sábanas que ella quería terminar.

 Estaba llegando la luz cuando Tiffany se dio por vencida y se levantó, en ese orden. Por lo menos podía tener limpio el establo y las cabras ordeñadas antes de abordar las otras tareas. Había nieve, y un viento helado estaba soplando por la tierra.

No fue hasta que estuvo acarreando bosta a la pila de mantillo, que humeaba suavemente a la luz grisácea, que oyó el tintineo. Sonaba un poco como las campanitas de viento que la Srta. Empujabajo tenía alrededor de su casa, sólo que estaban ajustadas a una nota que era incómoda para los demonios.

Venía desde el lugar donde estaba el cantero de las rosas en verano. Crecian rosas finas, viejas, llenas de aroma y tan rojas que eran casi, sí, negras.

Las rosas florecían de nuevo. Pero…

—¿Cómo te gustan, chica oveja? —dijo una voz. No llegaba de su cabeza, no eran sus pensamientos, ninguno de ellos, y el Dr. Bustle no se despertaba al menos hasta las diez. Era su propia voz, de sus propios labios. Pero ella no lo había pensado, y no había querido decirlo.

Ahora estaba corriendo de regreso a la cabaña. No había decidido hacerlo, pero sus piernas habían tomado el control. No era miedo, no exactamente, era sólo que tenía muchas ganas de estar en alguna parte que no fuera el jardín con el sol no arriba y la nieve soplando y llenando el aire con cristales de hielo tan finos como niebla.

Atravesó la puerta de la despensa y chocó con una figura oscura, que dijo:

—Hum, lo siento —y por lo tanto era Petulia. Ella era el tipo de persona que pedía disculpas si le pisabas el pie. En este momento no había una visión más bienvenida.

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—Lo siento, me llamaron para tratar a una vaca difícil y, hum, no valía la pena volver a la cama —dijo Petulia, y añadió—: ¿Estás bien? ¡No lo parece!

—¡Escuché una voz en mi boca! —dijo Tiffany.

Petulia le dirigió una mirada extraña y puede ser que haya retrocedido dos o tres centímetros.

—¿Quieres decir en tu cabeza? —preguntó ella.

—¡No! ¡Puedo hacer frente a eso! ¡Mi boca dijo palabras por sí sola! ¡Y ven a ver lo que ha crecido en el jardín de rosas! ¡No lo creerás!

Había rosas. Estaban hechas de hielo tan delgado que, si soplabas sobre ellas, se desvanecian y dejaban nada más que los tallos muertos en que habían crecido. Y había docenas de ellas, ondeando en el viento.

—Incluso el calor de mi mano junto a ellas las hace gotear —dijo Petunia—. ¿Crees que es tu Forjainviernos?

—¡No es mío! ¡Y no puedo pensar en ninguna otra forma en que hubieran aparecido!

—¿Y tú crees que él, hum, te habló? —dijo Petulia, arrancando otra rosa. Partículas de hielo se deslizaban fuera del sombrero cada vez que se movía.

—¡No! ¡Era yo! ¡Quiero decir, mi voz! Pero no se parecía a él. ¡Quiero decir, como creo que sonaría! ¡Era un poco sarcástico, como Annagramma cuando está de mal humor! ¡Pero era mi voz!

—¿Cómo crees que él sonaría? —dijo Petulia.

El viento soplaba a través del claro, haciendo temblar los árboles de pino y rugiendo.

—... Tiffany... sé mía...

Después de un rato Petulia tosió y dijo: —Hum, ¿era sólo yo, o eso sonó como…?

—No sólo tú —susurró Tiffany, de pie y muy quieta.

—Ah —dijo Petulia, con una voz tan brillante y frágil como una rosa de hielo—. Bueno, creo que debemos ir adentro ahora, ¿verdad? Hum, y encender todos los fuegos y hacer algo de té, ¿verdad? Y entonces dejar las cosas listas, ya que muy pronto vendrá una gran cantidad de personas.

Un minuto después estaban en la cabaña, con las puertas cerradas y todas las vela chisporroteando a la vida.

No hablaron sobre el viento o las rosas. ¿Cuál sería el punto? Además, había un trabajo por hacer. El trabajo, eso es lo que ayuda. Trabajar, y pensar y hablar después, no hacer bulla ahora como patos asustados. Incluso consiguieron sacar otra capa de mugre de las ventanas.

A lo largo de la mañana la gente llegó de la aldea con las cosas que la Srta. Traición había ordenado. La gente caminaba a través del claro. El sol había salido, aunque estaba pálido como un huevo escalfado. El mundo pertenece.... a la normalidad Tiffany se sorprendió preguntándose si estaba equivocada acerca de las cosas. ¿Había rosas? No se veía ninguna, los pétalos frágiles no habían sobrevivido

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incluso a la débil luz del alba. ¿Había hablado el viento? Entonces encontró la mirada de Petulia. Sí, había sucedido. Pero por ahora había un funeral para alimentar.

Las chicas ya se habían puesto a trabajar en los rollos de jamón, con tres tipos de mostaza, pero aunque no podías hacerlo demasiado mal con un rollo de jamón, si eso era todo lo que estabas dando a setenta u ochenta brujas hambrientas, ibas todo el camino más allá de Mal y te dirigías a la Fiesta del Desastre Absoluto. Así fueron llegando los carros con el pan y la carne asada, y frascos de pepinos encurtidos tan grandes que parecían ballenas ahogadas. Las brujas son muy aficionadas a los encurtidos, como norma, pero la comida que más les gusta es la comida gratis. Sí, ésa es la dieta para su bruja trabajadora: montones de comida que alguien más está pagando, y tanta que hay suficiente para meter en los bolsillos para más tarde.

Al final resultó que la Srta. Traición no pagó por ella tampoco. Nadie aceptaría dinero. Ellos no se iban, tampoco, sino que holgazaneaban en la puerta de atrás con aire preocupado hasta que pudieran hablar con Tiffany. La conversación, cuando ella pudiera perder el tiempo entre cortar en lonchas y repartir, sería algo como esto:

—Ella no está realmente muriendo, ¿verdad?

—Sí. A eso de las seis y media, mañana.

—¡Pero ella es muy vieja!

—Sí. Creo que es algo de eso, usted ve.

—Pero, ¿qué vamos a hacer sin ella?

—No lo sé. ¿Qué hacían antes de que ella estuviera aquí?

—¡Ella siempre estuvo aquí! ¡Ella lo sabía todo! ¿Quién va a decirnos qué hacer ahora?

Y luego ellos dirían:

—No va a ser usted, ¿verdad? —Y le echarían una Mirada que decía: Esperamos que no. Ni siquiera usa un vestido negro.

Después de un rato, Tiffany se hartó de esto y con una voz muy aguda solicitó a la siguiente persona, una mujer que entregaba seis pollos cocidos:

—¿Qué pasa con todas esas historias acerca de cortar el vientre de la gente mala con la uña del pulgar, entonces?

—Eh, bueno, sí, pero nunca fue alguien que conociéramos —dijo la mujer, virtuosa.

—¿Y el demonio en el sótano?

—Eso dicen. Desde luego, yo nunca lo vi personalmente. —La mujer le echó a Tiffany una mirada de preocupación—. Está ahí abajo, ¿no?

Usted quiere que esté, pensó Tiffany. ¡Usted realmente quiere que haya un monstruo en el sótano!

Pero por lo que Tiffany sabía, lo que estaba en el sótano esta mañana era un montón de Feegles roncando, que habían estado emborrachándose. Si pones un

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montón de Feegles en un desierto, dentro de los veinte minutos iban a encontrar una botella de algo terrible para beber.

—Créame, señora, no quiero despertar lo que está ahí abajo —dijo ella, dándole a la mujer una sonrisa preocupada.

La mujer parecía satisfecha con eso, pero de pronto pareció preocupada de nuevo.

—¿Y las arañas? ¿Ella realmente come arañas? —preguntó.

—Bueno, hay un montón de telas —dijo Tiffany—, ¡pero nunca se ve una araña!

—Ah, bien —dijo la mujer, como si hubiera sido introducida un gran secreto—. Diga lo que quiera, la Srta. Traición ha sido una verdadera bruja. ¡Con calaveras! Espero que tengas que pulirlas, ¿eh? ¡Ja! ¡Ella podría escupirte en el ojo tan pronto como te viera!

—Ella nunca lo hizo, sin embargo —dijo un hombre que traía una enorme bandeja de salchichas—. No a ninguna persona local, de todos modos.

—Es cierto —admitió la mujer de mala gana—. Ella fue muy amable en ese sentido.

—Ah, ella era una bruja adecuada de los viejos tiempos, la Srta. Traición —dijo el hombre salchicha—. Muchos hombres se han orinado en sus botas cuando ella volvió el lado afilado de su lengua hacia ellos. ¿Usted conoce el tejido que está siempre haciendo? ¡Teje tu nombre en el telar, es lo que hace! ¡Y si le dices una mentira, rompe tu hilo y caes muerto en el acto!

—Sí, eso pasa todo el tiempo —dijo Tiffany, pensando: “¡Esto es increíble! ¡Boffo tiene una vida propia!”

—Bueno, no tenemos brujas como ella en estos días —dijo un hombre que entregaba cuatro docenas de huevos—. Hoy en día todo es de cuento de hadas y bailar por ahí sin calzones.

Todos miraron inquisitivamente a Tiffany.

—Es invierno —dijo con frialdad—. Y tengo que seguir con mi trabajo. Las brujas estarán aquí pronto. Muchas gracias.

Mientras estaban poniendo los huevos a hervir, le contó a Petulia al respecto. No fue una sorpresa.

—Hum, están orgullosos de ella —dijo Petulia—. Yo los he oído jactarse de ella, arriba en el mercado del porcino en Lancre.

—¿Se jactan?

—Oh, sí. Cosas como: ¿Crees que la vieja Sra. Ceravieja es dura? ¡La nuestra tiene calaveras! ¡Y un demonio! Ella va a vivir para siempre, porque tiene un corazón de relojería que da cuerda todos los días! ¡Y ella come arañas, seguro! ¿Cómo os gustan las manzanas envenenadas, eh?

Boffo funciona solo, pensó Tiffany, una vez que empieza a funcionar. Nuestro Barón es más grande que su Barón, nuestra bruja es más brujeril que su bruja...

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CAPÍTULO CINCO

El Gran Día de la Srta. Traición

Las brujas comenzaron a llegar alrededor de las cuatro, y Tiffany salió al claro para controlar el tráfico aéreo. Annagramma llegó sola, muy pálida y llevando más joyas ocultistas que lo que uno podría imaginar. Y hubo un momento difícil cuando la Sra. Earwig y Yaya Ceravieja llegaron al mismo tiempo, haciendo círculos en un ballet de cuidadosa cortesía, ya que cada una esperaba que la otra aterrizase. Al final, Tiffany las dirigió a diferentes rincones del claro y se marchó apresuradamente.

No había ni rastro del Forjainviernos, y estaba segura de que ella sabría si él estaba cerca. Se había ido muy lejos, esperaba, organizando un vendaval o conduciendo una tormenta de nieve. El recuerdo de esa voz en su boca permaneció, incómodo y preocupante. Al igual que una ostra tratando con un grano de arena, Tiffany lo recubrió con gente y trabajo duro.

Ahora, el día era sólo otro pálido y seco día de principios del invierno. Aparte de la comida, nada más en el funeral había sido arreglado. Las brujas se arreglaban por su cuenta. La Srta. Traición estaba sentada en su sillón, saludando a viejas amigas y antiguas enemigas por igual4. La casa era demasiado pequeña para todas ellas, por lo que se derramaron en el jardín en grupos chismorreantes, como una bandada de urracas o, posiblemente, de pollos. Tiffany no tenía mucho tiempo para hablar, porque estaba muy ocupada llevando bandejas.

Pero algo estaba pasando, podía decirlo. Las brujas se detenían y se daban vuelta a mirarla mientras ella pasaba tambaleando, y luego se daban vuelta de nuevo a su grupo y el nivel de bullicio en el grupo subía un poco. Los grupos se reunían y se volvían a separar. Tiffany reconoció eso. Las brujas tomaban una Decisión.

Lucy Warbeck se acercó a ella mientras traía una bandeja de té, y le susurró, como si se tratara de un secreto culpable: —La Sra. Ceravieja te ha sugerido, Tiff.

—¡No!

—¡Es cierto! ¡Están hablando acerca de ello! ¡Annagramma está teniendo un ataque!

—¿Estás segura?

—¡Positivo! ¡La mejor de las suertes!

—Pero yo no quiero la… —Tiffany empujó la bandeja en brazos de Lucy—. Mira, ¿puedes llevar esto por mí, por favor? Ellas sólo agarran a medida que vas pasando. Tengo que obtener el, eh, poner las cosas en, eh... tengo cosas que hacer....

Bajó corriendo la escalera a la bodega, que estaba sospechosamente vacía de Feegles, y se apoyó contra la pared.

4 Dice algo sobre las brujas que una vieja amiga y una vieja enemiga muy a menudo pueden ser la misma persona.

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¡Yaya Ceravieja debe estar cacareando, reglas o no reglas! Pero sus Segundos Pensamientos treparon hasta un susurro: Tú puedes hacerlo, sin embargo. Ella puede tener razón. Annagramma molesta a la gente. Ella les habla como si fueran niños. Está interesada en la magia (lo siento, Magik con una "K"), pero la gente la pone nerviosa. Va a hacer un lío, sabes que lo hará. Resulta que es alta y lleva muchas joyas ocultistas y se ve impresionante con un sombrero puntiagudo.

¿Por qué Yaya sugirió a Tiffany? Oh, era buena. Sabía que era buena. Pero, ¿no sabe todo el mundo que no quería pasar la vida aquí? Bueno, tenía que ser Annagramma, ¿no? Las brujas solían ser cautelosas y tradicionales, y ella era la mayor del aquelarre. Muy bien, a muchas de las brujas no les gustaba la Sra. Earwig, pero Yaya Ceravieja no tenía precisamente muchos amigos tampoco.

Volvió a subir antes de que pudieran extrañarla, y trató de ser discreta cuando se deslizó entre la multitud.

Vio a la Sra. Earwig y a Annagramma como centro de un grupo; la muchacha parecía preocupada, y corrió cuando vio a Tiffany. Tenía la cara roja.

—¿Has oído algo? —preguntó.

—¿Qué? ¡No! —dijo Tiffany, comenzando a apilar platos usados.

—Estás tratando de quitarme la cabaña, ¿verdad? —Annagramma estaba casi llorando.

—¡No seas tonta! ¿Yo? ¡No quiero una cabaña en absoluto!

—Eso dices tú. ¡Pero algunas de ellas dicen que debes hacerlo! ¡La Srta. Level y la Srta. Empujabajo han hablado a tu favor!

—¿Qué? ¡Yo no podría suceder a la Srta. Traición!

—Bueno, por supuesto, eso es lo que está diciendo la Sra. Earwig a todos —dijo Annagramma, restableciéndose un poco—. Totalmente inaceptable, dice ella.

Llevé la colmena a través de la Puerta Oscura, pensó Tiffany, mientras raspaba con saña los restos de comida en el jardín, para los pájaros. El caballo blanco salió de la colina para mí. Traje a mi hermano y a Roland de regreso de la Reina de los Elfos. Y bailé con el Forjainviernos, que me convirtió en diez mil millones de copos de nieve. No, no quiero estar en una cabaña en estos bosques húmedos, yo no quiero ser una especie de esclavo de gente que no se molesta en pensar por sí misma, no quiero vestir de medianoche y hacer que la gente me tenga miedo. No hay nombre para lo que quiero ser. Pero yo tenía la edad suficiente para hacer todas esas cosas, y yo era aceptable.

Pero dijo:

—¡No sé de qué se trata!

En ese momento sintió que alguien la miraba, y sabía que, si se daba la vuelta, sería Yaya Ceravieja.

Sus Terceros Pensamientos —los que prestan atención por el borde de la oreja y el rabillo de los ojos todo el tiempo— le dijeron: Algo está pasando. Todo lo que puedes hacer al respecto es ser tú misma. No mires a tu alrededor.

—¿Realmente no estás interesada? —dijo Annagramma con incertidumbre.

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—He venido hasta aquí para aprender brujería —dijo Tiffany con frialdad—. Y luego me voy a ir a casa. Pero... ¿estás segura de que quieres la cabaña?

—Bueno, ¡por supuesto! ¡Cada bruja quiere una cabaña!

—Pero ellos han tenido años y años de Srta. Traición —señaló Tiffany.

—Entonces tendrán que acostumbrarse a mí —dijo Anagrama—. ¡Espero que estén muy contentos de ver que los cráneos y las telarañas y ser asustados se han ido! Sé que tiene a la gente del lugar realmente asustada.

—Ah —dijo Tiffany.

—Voy a ser una escoba nueva —dijo Anagrama—. Francamente, Tiffany, después de esa vieja, casi cualquier persona podría ser popular.

—Eh, sí... —dijo Tiffany—. Dime, Annagramma, ¿has trabajado alguna vez con cualquier otra bruja?

—No, siempre he estado con la Sra. Earwig. Soy su primera alumna, sabes —agregó Annagramma con orgullo—. Ella es muy exclusiva.

—Y ella no va mucho por las aldeas, ¿verdad? —dijo Tiffany.

—No. Ella se concentra en Magik Superior. —Annagramma no era muy atenta y era muy vanidosa, incluso según la norma de las brujas, pero ahora parecía un poco menos segura—. Bueno, alguien tiene que hacerlo. No todos podemos vagabundear por ahí vendando dedos cortados, sabes —agregó—. ¿Hay algún problema?

—¿Hmm? Oh, no. Estoy segura de que lo harás bien —dijo Tiffany—. Eh... Yo conozco el lugar, así que si necesitas ayuda, basta con preguntar.

—Oh, estoy segura de que voy a arreglar las cosas a mi gusto —dijo Annagramma, cuya ilimitada confianza en sí misma no podía quedar aplastada por mucho tiempo—. Mejor me voy. Por cierto, parece que la comida se está agotando.

Ella desapareció.

Las grandes cubas sobre la mesa de caballete junto a la puerta estaban efectivamente pareciendo un poco vacías. Tiffany vio una bruja metiendo cuatro huevos duros en el bolsillo.

—Buenas tardes, Srta. Tick —dijo ella en voz alta.

—Ah, Tiffany —dijo la Srta. Tick sin problemas, dando la vuelta sin el menor signo de vergüenza—. La Srta. Traición acaba de decirnos lo bien que lo has estado haciendo aquí.

—Gracias, Srta. Tick

—Ella dice que tienes un buen ojo para los detalles ocultos —continuó la Srta. Tick.

Como las etiquetas de los cráneos, pensó Tiffany.

—Srta. Tick —dijo—, ¿sabe algo acerca de gente que desea que me haga cargo de la cabaña?

—Oh, eso está decidido —dijo la Srta. Tick—. Hubo algunas sugerencias de que fueras tú, puesto que ya estás aquí, pero en realidad, todavía eres joven, y Annagramma ha tenido mucha más experiencia. Lo siento, pero…

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—Eso no es justo, Srta. Tick —dijo Tiffany.

—Ahora, ahora, Tiffany, ése no es el tipo de cosas que dice una bruja —comenzó la Srta. Tick.

—No quiero decir que no es justo para mí, quiero decir injusto con Annagramma. Ella va a hacer un lío de esto, ¿verdad?

Sólo por un momento la Srta. Tick pareció culpable. Realmente era un espacio muy corto de tiempo en verdad, pero Tiffany lo descubrió.

—La Sra. Earwig está segura de que Annagramma hará un trabajo muy bueno —dijo la Srta. Tick.

—¿Y usted?

—¡Recuerda con quién estás hablando, por favor!

—¡Estoy hablando con usted, Srta. Tick! ¡Esto está... mal! —Los ojos de Tiffany ardían.

Ella vio movimiento por el rabillo del ojo. Un plato entero de salchichas se movía a través de la tela blanca a muy alta velocidad.

—Y eso es robar —gruñó ella, saltando atrás de él.

Corrió tras el plato mientras, a unos pocos centímetros por encima del suelo, éste daba la vuelta a la casa y desaparecía detrás del cobertizo de las cabras. Se zambulló detrás de él.

Había varios platos sobre las hojas detrás del cobertizo. Había papas, rebosando mantequilla, y una docena de rollos de jamón, y un montón de huevos cocidos, y dos pollos cocidos. Todo, menos las salchichas en el plato, que ahora estaba inmóvil, tenía un aspecto roído.

No había absolutamente ninguna señal de los Feegles. Así fue como supo que estaban allí. Siempre se escondían de ella cuando sabía que estaba enfadada.

Bueno, esta vez estaba muy enojada. No (mucho) con los Feegles, aunque el estúpido truco del escondite la puso nerviosa, sino con la Srta. Tick y Yaya Ceravieja y Annagramma y la Srta. Traición (por morir), y el Forjainviernos mismo (por un montón de razones que no había tenido tiempo de resolver todavía).

Dio un paso atrás y se quedó en silencio.

Siempre había una sensación de hundirse lentamente y de forma pacífica, pero esta vez fue como una inmersión en la oscuridad.

Cuando abrió los ojos, sintió como si estuviera mirando a través de las ventanas en un enorme salón. El sonido parecía venir de muy lejos, y se produjo un escozor entre sus ojos.

Los Feegles aparecieron de debajo de las hojas, detrás de las ramitas, incluso de debajo de los platos. Sus voces sonaban como si estuvieran bajo el agua.

—¡Ach, crivens! ¡Ha hecho alguna hagglin grande sobre nosotros!

—¡Ella jamás lo había hecho antes!

Ah, me estoy escondiendo de ustedes, pensó Tiffany. Un poquito de cambio, ¿eh? Hmm, me pregunto si me puedo mover. Dio un paso al costado. Los Feegles no parecieron verlo.

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—¡Ella va a saltar sobre nosotros en cualquier momento! Ooohhh, waily…

¡Ja! Si pudiera caminar hasta Yaya Ceravieja así, quedaría tan impresionada…

La comezón en la nariz de Tiffany iba empeorando, y había una sensación similar, pero afortunadamente aún no idéntica, a la necesidad de visitar el retrete. Quería decir: Algo va a suceder pronto, por lo que sería una buena idea estar preparada para ello.

El sonido de las voces comenzó a ser más claro y puntos azules y púrpura corrieron a través de su visión.

Y luego fue algo que, si hubiera hecho un ruido, habría sido ¡wwwhamp! Fue como el estallido que tienes en los oídos después de un vuelo alto en escoba. Reapareció en medio de los Feegles, provocando el pánico inmediato.

—¡Dejad de robar las carnes del funeral ahora mismo, scuggers pequeñitos! —gritó.

Los Feegles se detuvieron y la miraron fijamente. Entonces Roba A Cualquiera dijo: —¿Calcetines sin pies?

Hubo uno de esos momentos —tienes un montón de ellos con los Feegles— cuando el mundo parece estar enredado y es importante desentrañar el nudo antes de que pueda ir más allá.

—¿De qué estás hablando? —preguntó Tiffany.

—Scuggers —dijo Rob A Cualquiera—. Son como los calcetines sin pies en ellos. Para mantener vuestras piernas calientes, ¿sabeis?

—¿Quieres decir como polainas? —dijo Tiffany.

—Sí, sí, eso sería un nombre muy bueno para ellos, siendo lo que son —dijo Roba—. El punto a señalar, puede ser que el término que queríais utilizar fuese “scunners ladrones", que significa…

—… nosotros —dijo Wullie Tonto amablemente.

—Oh. Sí. Gracias —dijo Tiffany en voz baja. Cruzó los brazos y gritó—: ¡Sí, ustedes scunners ladrones! ¿Cómo se atreven a robar las carnes del funeral de la Srta. Traición?

—¡Oh, waily waily, es el Cruzar de Brazos, el Cruuuzar de Brazos! —exclamó Wullie Tonto, cayendo al suelo y tratando de cubrirse con hojas. A su alrededor los Feegles comenzaron a llorar y se encogían, y Gran Yan comenzó a golpearse la cabeza contra la pared posterior de la lechería.

—¡Ahora bien, vosotros todos debéis mantener la calma! —gritó Roba A Cualquiera, dando la vuelta y agitando las manos desesperadamente a sus hermanos.

—¡Ahí está el Fruncir los Labios! —gritó un Feegle, señalando con el dedo tembloroso a la cara de Tiffany—. ¡Ella tiene el conocimiento del Fruncir los Labios! ¡La Condena ha venido sobre nosotros!

Los Feegles intentaron correr, pero ya que se encontraban en pánico de nuevo, sobre todo chocaron unos con otros.

—¡Estoy esperando una explicación! —dijo Tiffany.

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Los Feegles se congelaron, y todos los rostros se volvieron hacia Roba A Cualquiera.

—¿Una Explicación? —dijo, moviéndose con inquietud—. Oh, sí. Una Explicación. Nae problemo. Una Explicación. Eh... ¿de qué tipo la quieres?

—¿Qué tipo? ¡Sólo quiero la verdad!

—¿Sí? Oh. ¿La verdad? ¿Estás segura? —aventuró Roba con nerviosismo—. Yo puedo hacer Explicaciones mucho más interesantes que eso…

—¡Afuera con ella! —le espetó Tiffany, golpeando con el pie.

—¡Ach, crivens, el Golpe con el Pie ha comenzado! —se quejó Wullie Tonto—. ¡Va a fulminarnos con la reprimenda en cualquier momento!

Y eso fue todo. Tiffany se echó a reír. No podías mirar un montón de Nac Mac Feegles asustados y no reír. Eran tan malos en ello. Una palabra fuerte y eran como una cesta de cachorros asustados, sólo que más apestosos.

Roba A Cualquiera le dio una sonrisa de medio lado.

—Bueno, todas las hags grandes están haciéndolo también — dijo—. ¡La gorda pequeñita se robó quince rollos de jamón! —añadió con admiración.

—Ésa sería Tata Ogg —dijo Tiffany—. Sí, ella siempre lleva una bolsa de red en la pierna de sus calzones.

—Ach, éste no es un velatorio apropiado —dijo Roba A Cualquiera—. Deberían estar cantando y emborrachándose y flexionando las rodillas, no chismorrear por todos lados.

—Bueno, el chisme es parte de la brujería —dijo Tiffany—. Están comprobando si todavía están chifladas. ¿Cuál es la flexión de las rodillas?

—El bailar, vos sabéis —dijo Roba—. Las gigas y reels. No es un buen velatorio a menos que las manos se agiten y los pies se muevan y las rodillas se flexionen y los kilts vuelen.

Tiffany nunca había visto bailar a los Feegles, pero los había oído. Sonaba como la guerra, que probablemente era la forma en que terminaba. La parte de los kilts volando sonaba un poco preocupante, sin embargo, y le recordaba una pregunta que nunca se había atrevido a hacer hasta ahora.

—Dime... ¿se lleva algo bajo el kilt?

De la forma en que otra vez se mantuvieron en silencio los Feegles, ella tuvo la sensación de que ésa no era una pregunta que les gustase.

Roba A Cualquiera entornó los ojos. Los Feegles contuvieron la respiración.

—No necesariamente —dijo.

Por fin había terminado el funeral, posiblemente porque no había quedado nada qué comer y beber. Muchas de las brujas salían llevando pequeños paquetes. Ésa era otra tradición. Un montón de cosas en la cabaña eran propiedad de la casa, y pasarían a la bruja que vendría, pero todo lo demás pasaba a amigas de la bruja pronta-a-fallecer. Dado que la vieja bruja estaría viva cuando esto sucedía, ahorraba riñas.

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Ésa era la cosa con las brujas. Eran, según Yaya Ceravieja, "la gente que mira arriba." No lo explicó. Rara vez explicaba. Ella no quería decir la gente que miraba al cielo, todo el mundo lo hacía. Probablemente quería decir que miraba por encima de las tareas cotidianas y se preguntó: "¿Qué es todo esto? ¿Cómo funciona? ¿Qué debo hacer? ¿Para qué soy yo? Y, posiblemente, incluso: "¿Lleva algo bajo el kilt?" Tal vez por eso lo extraño, en una bruja, era normal...

... pero disputaban como hurones sobre una cuchara de plata que ni siquiera era de plata. Así las cosas, varias estaban esperando con impaciencia cerca del sumidero a que Tiffany lavase algunos platos grandes que la Srta. Traición les había prometido, y que habían usado con patatas asadas y salchichas en el funeral.

Por lo menos no había ningún problema con las sobras. Tata Ogg, una bruja que había inventado la Sopa de Sándwiches Sobrantes, estaba esperando en el fregadero con su gran bolso de malla y una sonrisa aún más grande.

—Íbamos a tomar el sobrante y las patatas para la cena —dijo Tiffany con rabia, pero con un cierto interés. Ella había conocido antes a Tata Ogg y le gustaba bastante, pero la Srta. Traición había dicho, oscuramente, que Tata Ogg era "un viejo equipaje repugnante". Ese tipo de comentario atrae tu atención.

—Muy bien —dijo Tata Ogg cuando Tiffany puso la mano en la carne—. Hiciste un buen trabajo hoy, Tiff. La gente nota eso.

Se fue antes que Tiffany pudiera recobrarse. ¡Una de ellas casi había dicho gracias! ¡Sorprendente!

Petulia la ayudó entrar la gran mesa y a terminar de ordenar. Ella vaciló, sin embargo, antes de marcharse.

—Hum... vas a estar bien, ¿verdad? —dijo—. Es todo un poco... extraño.

—Se supone que no somos ajenas a lo extraño —dijo Tiffany con recato—. De todos modos, te has sentado con muertos y moribundos, ¿no?

—Oh, sí. Sobre todo con los cerdos, sin embargo. Algunos seres humanos. Hum... no me importa quedarme, si quieres —agregó Petulia en voz de yéndome-tan-pronto-como-sea-posible.

—Gracias. Pero después de todo, ¿qué es lo peor que puede pasar?

Petulia la miró fijamente y luego dijo:

—Bueno, déjame pensar... mil vampiros demonios, cada uno con enormes…

—Voy a estar bien —dijo Tiffany rápidamente—. No te preocupes en absoluto. Buenas noches.

Tiffany cerró la puerta y se apoyó contra ella con la mano sobre la boca hasta que oyó el clic de la reja. Contó hasta diez para asegurarse de que Petulia había logrado una cierta distancia y luego corrió el riesgo de quitar la mano. Para entonces, el grito que había estado esperando pacientemente para salir se había reducido a algo así como "¡Unk!"

Ésta iba a ser una noche muy extraña.

La gente moría. Era triste, pero lo hacía. ¿Qué hacías después? La gente esperaba que la bruja local lo supiera. Así que lavabas el cuerpo y hacías en secreto y silenciosamente unas pocas cosas y los vestías con sus mejores ropas y los

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disponías con cuencos de tierra y de sal al lado de ellos (nadie sabía por qué se hacía, ni siquiera la Srta. Traición, pero siempre se había hecho) y ponías dos peniques sobre sus ojos "para el barquero" y te sentabas con ellos la noche antes de ser enterrados, porque no se los debe dejar solos.

Nunca ha sido explicado correctamente y exactamente por qué, a pesar de todo el mundo conocía la historia del anciano que estaba ligeramente menos muerto que lo que todo el mundo pensaba y se levantó de la cama extra en mitad de la noche y volvió a la cama con su esposa.

La verdadera razón era probablemente mucho más oscura que eso. El inicio y el final de las cosas siempre fueron peligrosos, sobre todo de las vidas.

Pero la Srta. Traición era una malvada vieja bruja. ¿Quién sabía lo que podía pasar? Un momento, se dijo Tiffany, no crees en el Boffo. ¡Ella en realidad es una inteligente señora de edad, con un catálogo!

En la otra habitación, el telar de la Srta. Traicion se detuvo.

A menudo lo hacía. Pero aquella noche el silencio repentino que hizo fue más fuerte que de costumbre.

La Srta. Traición gritó:

—¿Qué tenemos en la despensa que necesite ser comido?

Sí, ésta va a ser una noche muy extraña, se dijo Tiffany.

La Srta. Traición se fue a la cama temprano. Era la primera vez que Tiffany tuvo la certeza de que no dormía en una silla. Se había puesto un camisón blanco largo, también, la primera vez que Tiffany la había visto no de negro.

Había mucho por hacer. Era tradicional que la casa debía quedar reluciente de limpia para la bruja siguiente, y aunque era difícil hacer brillar el negro, Tiffany hizo lo posible. En realidad, la casa siempre estaba bastante limpia, pero Tiffany raspó y fregó y pulió, para postergar el momento en que tendría que ir a hablar con la Srta. Traición. Incluso quitó las telarañas falsas, y las arrojó al fuego, donde ardieron con una desagradable llama azul. No estaba segura de qué hacer con los cráneos. Por último, escribió todo lo que podía recordar acerca de las aldeas de la zona: cuándo se esperaban los bebés, quién estaba muy enfermo y de qué, quién estaba enemistado, quién era "difícil", y casi todos los otros detalles locales que pensaba podían ser útiles a Annagramma. Cualquier cosa para poner de lado el momento....

Por fin no tuvo más remedio que subir las escaleras estrechas y decir:

—¿Está todo bien, Srta. Traición?

La vieja estaba sentada en la cama, haciendo garabatos. Los cuervos estaban posados sobre la patas de la cama.

—Estoy escribiendo unas pocas cartas de agradecimiento —dijo—. Algunas de esas damas de hoy llegaron de bastante lejos y van a tener un regreso frío.

—¿Cartas de “Gracias por venir a mi funeral"? —preguntó débilmente Tiffany.

—Desde luego. Y no son escritas a menudo, puedes estar segura de eso. ¿Sabes que la muchacha Annagramma Hawkin será la bruja nueva por aquí? Estoy segura de que le gustaría que te quedaras. Al menos por un tiempo.

—No creo que sea una buena idea —dijo Tiffany.

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—Absolutamente —dijo la Srta. Traición sonriendo—. Sospecho que la niña Ceravieja tiene arreglos en mente. Será interesante ver cómo la marca de fábrica de brujería de la Sra. Earwig se adapta a mi gente tonta, aunque puede ser mejor observar los acontecimientos desde detrás de una roca. O, en mi caso, debajo de ella.

Dejó a un lado las cartas, y ambos cuervos se volvieron para mirar a Tiffany.

—Tú has estado aquí conmigo sólo tres meses.

—Así es, Srta. Traición.

—No hemos hablado, de mujer a mujer. Debí haberte enseñado más.

—He aprendido mucho, señorita Traición. —Y era cierto.

—Tienes un joven, Tiffany. Él te envía cartas y paquetes. Vas a Ciudad Lancre cada semana para enviarle cartas. Me temo que no vives dónde amas.

Tiffany no dijo nada. Habían pasado por esto antes. Roland parecía fascinar a la Srta. Traición.

—Yo estuve siempre demasiado ocupada para prestar atención a los jóvenes —dijo la Srta. Traición—. Siempre los dejé para más adelante y luego fue demasiado tarde. Presta atención a tu joven.

—Ehh... dije que él no es realmente mi… —comenzó Tiffany, sintiendo que empezaba a enrojecer.

—Pero no te conviertas en una hetaira como la Sra. Ogg —dijo la Srta. Traición.

—No soy muy musical —dijo Tiffany con incertidumbre5.

La Srta. Traición se echó a reír.

—Tienes un diccionario, creo —dijo—. Una cosa extraña pero útil para que tenga una niña.

—Sí, Srta. Traicion.

—En mi biblioteca encontrarás un diccionario bastante más grande. Un Diccionario Sin Expurgar. Una cosa útil para que tenga una mujer joven. Puedes tomarlo, y un libro más. Los otros permanecerán en la cabaña. También puedes tener mi escoba. Todo lo demás, por supuesto, pertenece a la cabaña.

—Muchas gracias, Srta. Traición. Me gustaría tener ese libro sobre mitología.

—Ah, sí. Pinzón. Una muy buena elección. Ha sido una gran ayuda para mí y, sospecho, será de gran ayuda para ti. El telar debe quedar, por supuesto. Annagramma Hawkin lo encontrará útil.

Tiffany lo dudaba. Annagramma no era muy práctica en absoluto. Pero probablemente no era el momento de decirlo.

La Srta. Traición se apoyó en los almohadones.

—Ellos piensan que tejía los nombres en su tela —dijo Tiffany.

5 La Srta. Traición dice “Strumpet”, que Tiffany confunde con “Trumpet”. Juego de palabras intraducible. (N. d. T.)

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—¿Eso? Oh, es verdad. No hay nada mágico en eso. Es un truco muy viejo. Cualquier tejedor puede hacerlo. Uno no será capaz de leerlo, sin embargo, sin saber cómo se ha hecho. —La Srta. Traición suspiró—. Oh, mi tonta gente. Cualquier cosa que no entiende es por arte de magia. Creen que puedo ver en sus corazones, pero ninguna bruja puede hacerlo. No sin cirugía, por lo menos. No se necesita magia para leer sus pequeñas mentes, sin embargo. Los he conocido desde que eran bebés. ¡Recuerdo cuando sus abuelos eran niños! ¡Ellos piensan que son tan adultos! Pero siguen siendo no mejores que los bebés en el cajón de arena, peleando por pasteles de barro. Veo sus mentiras y las excusas y los temores. Nunca crecen, en realidad. Nunca miran hacia arriba y abren los ojos. Se quedan niños toda su vida.

—Estoy segura de que la van a extrañar —dijo Tiffany.

—¡Ja! Soy una malvada vieja bruja, niña. ¡Me temían, e hicieron lo que les decía! Temían a los cráneos de broma y a las historias tontas. Elegí el miedo. Yo sabía que nunca me amarían por decirles la verdad, así que me aseguré de su miedo. No, van a estar aliviados al oír que la bruja está muerta. Y ahora te voy a contar algo de vital importancia. Es el secreto de mi larga vida.

Ah, pensó Tiffany, y se inclinó hacia delante.

—Lo importante —dijo la Srta. Traición—, consiste en mantener el paso del aire. Debes evitar las frutas y hortalizas bulliciosas. Los frijoles son lo peor, créeme.

—No creo entender —comenzó Tiffany.

—Trata de no tirarte pedos, en pocas palabras.

—¡En pocas palabras me imagino que sería bastante desagradable! —dijo Tiffany con nerviosismo. Ella no podía creer que se había dicho esto.

—Esto no es cosa de broma —dijo la Srta. Traición—. El cuerpo humano sólo tiene una cantidad de aire en él. Tienes que hacerlo durar. Un plato de frijoles puede tomar un año de tu vida. He evitado el bullicio todos mis días. ¡Soy una persona de edad y eso significa que lo que digo es la sabiduría! —Dio a la desconcertada Tiffany una mirada severa—. ¿Entiendes, niña?

La mente de Tiffany corría. ¡Todo es una prueba!

—No —dijo—. ¡Yo no soy una niña y eso es una tontería, no sabiduría!

La mirada severa se resquebrajó en una sonrisa.

—Sí —dijo la Srta. Traición—. Un galimatías total. Pero tienes que admitir que es una historia, de todos modos, ¿no? Definitivamente, ¿te lo creíste, por un momento? Los aldeanos lo hicieron el año pasado. ¡Deberías haber visto la forma en que caminaron por un par de semanas! ¡Las miradas en sus caras tensas me alegraron bastante! ¿Cómo van las cosas con el Forjainviernos? Todo ha ido tranquilo, ¿verdad?

La pregunta era como un cuchillo afilado en una rebanada de pastel, y llegó tan de repente que Tiffany quedó sin aliento.

—Me desperté temprano y me pregunté dónde estabas —dijo la Srta. Traición. Era tan fácil olvidar que ella usaba los oídos y los ojos de otra gente todo el tiempo, de una manera algo distraída.

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—¿Ha visto las rosas? —preguntó Tiffany. Ella no había sentido el cosquilleo indicador, pero no había tenido exactamente mucho tiempo para nada más que preocuparse.

—Sí. Cosas finas —dijo la Srta. Traición—. Me gustaría poder ayudarte, Tiffany, pero yo voy a estar ocupada en otra cosa. Y el romance es un área en la que no puedo ofrecer muchos consejos.

—¿Romance? —dijo Tiffany, sorprendida.

—La niña Ceravieja y la Srta. Tick tendrán que guiarte —continuó la Srta. Traición—. Debo decir, sin embargo, que sospecho que ninguna de ellas ha justado mucho en las lides del amor.

—¿Las lides del amor? —dijo Tiffany. ¡Se estaba poniendo peor!

—¿Sabes jugar al póquer? —preguntó la Srta. Traición.

—¿Perdón?

—Póquer. El juego de cartas. ¿O Sr. Cebolla Tullido? ¿Caza Mi Vecino Hasta el Pasaje? ¿Debes haberte sentado con muertos y moribundos antes?

—Bueno, sí. ¡Pero nunca he jugado a las cartas con ellos! ¡De todos modos, no sé cómo se juega!

—Te voy a enseñar. Hay una baraja de cartas en el último cajón de la cómoda. Ve a buscarla.

—¿Es como un juego de azar? Mi padre me dijo que no hay que jugar.

La Srta. Traición asintió con la cabeza.

—Un buen consejo, mi querida. No te preocupes. La forma en que juego al póquer no es un juego de azar...

Cuando Tiffany se despertó con un sobresalto las cartas se deslizaron de su vestido y cayeron en el suelo, la fría luz gris de la mañana llenaba la habitación.

Miró a la Srta. Traición, que roncaba como un cerdo.

¿Qué hora era? ¡Eran al menos las seis! ¿Qué debía hacer?

Nada. No había nada que hacer.

Cogió el As de Varitas y lo miró. Así que eso era el póquer, ¿verdad? Bueno, no había sido tan mala en él, una vez que habías comprendido que se trataba de hacer decir mentiras a tu cara. La mayoría de las veces, las cartas eran sólo algo que hacer con las manos.

La Srta. Traición dormía. Tiffany se preguntó si debía buscar algo que desayunar, pero parecía que tal…

—Los antiguos reyes de Djelibeybi, que están enterrados en las pirámides —dijo la Srta. Traición desde la cama—, acostumbraban creer que podían llevar cosas con ellos al otro mundo. Cosas tales como oro y piedras preciosas y esclavos, incluso. Sobre esa base, por favor, me haces un sándwich de jamón.

—Eh... ¿quiere decir...? —comenzó Tiffany.

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—El viaje después de la muerte es bastante largo —dijo la Srta. Traición y se sentó—. Puede que tenga hambre.

—¡Pero usted será sólo un alma!

—Bueno, tal vez un sándwich de jamón tiene un alma, también —dijo la Srta. Traición, mientras sacaba sus delgadas piernas de la cama—. No estoy segura acerca de la mostaza, pero vale la pena intentarlo. ¡Quédate quieta ahí! —Esto se debía a que había recogido su cepillo para el cabello y usaba a Tiffany como espejo. La mirada ferozmente concentrada a pocos centímetros de distancia era todo lo que podía soportar Tiffany en una mañana como ésta.

—Gracias… puedes ir y hacer el sándwich —dijo la Srta. Traición, poniendo el cepillo a un lado—. Ahora voy a vestirme.

Tiffany se apresuró a salir y se lavó la cara en el lavabo en su cuarto; siempre lo hacía después de que ella usaba su mirada, pero nunca había tenido el coraje de oponerse, y ahora sin duda no era el momento para empezar.

Mientras se secaba la cara, le pareció oír un ruido sordo fuera y se acercó a la ventana. Había escarcha en…

¡Oh, no... oh... no... no! ¡Era él otra vez!

Los helechos de la escarcha escribían la palabra "Tiffany". Una y otra vez.

Agarró un trapo y lo limpió, pero el hielo sólo se formó de nuevo, más grueso.

Corrió escaleras abajo. Los helechos estaban en todas las ventanas, y cuando trató de limpiar, el trapo se congeló en el vidrio. Crujió cuando ella tiró de él.

Su nombre, por todas las ventanas. En todas las ventanas. Tal vez por todas las ventanas de todas las montañas. En todas partes.

Había vuelto. ¡Eso era horrible!

Pero también, sólo un poco... cálido....

No había pensado en la palabra, porque por lo que Tiffany sabía la palabra significaba "ligeramente frío". Pero ella pensaba el pensamiento, aun así. Era un pequeño pensamiento caliente.

—En mis días los jóvenes tallaban las iniciales de la muchacha en un árbol —dijo la Srta. Traición, bajando la escalera, un cuidadoso paso a la vez. Demasiado tarde, Tiffany sintió el cosquilleo detrás de sus ojos.

—¡No es gracioso, Srta. Traición! ¿Qué debo hacer?

—No lo sé. Si es posible, sé tu misma.

La Srta. Traición se inclinó crujiendo y abrió la mano. El ratón lazarillo saltó al suelo, se volvió y miró con ojitos negros por un momento. Ella lo empujó con un dedo.

—Anda, vete. Gracias —dijo, y el ratón se escabulló a un agujero.

Tiffany la ayudó a levantarse, y la vieja bruja dijo:

—Estás empezando a lloriquear, ¿no es así?

—Bueno, es todo un poco… —comenzó Tiffany. El ratoncito se veía tan perdido y abandonado.

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—No llores —dijo la Srta. Traición—. Vivir tanto tiempo no es tan maravilloso como la gente piensa. Quiero decir, se tiene la misma cantidad de juventud que todos los demás, pero una gran gran dosis extra de ser muy viejo y sordo y frágil. Ahora, suénate la nariz y ayúdame con la percha de los cuervos.

—Todavía podría estar allí afuera... —murmuró Tiffany, levantando la percha sobre los delgados hombros.

Luego frotó de nuevo la ventana y vio formas y movimiento.

—Oh... llegaron... —dijo.

—¿Qué? —dijo la Srta. Traición. Se detuvo—. ¡Hay un montón de gente ahí fuera!

—Eh... sí —dijo Tiffany.

—¿Qué sabes acerca de esto, mi niña?

—Bueno, verá, se preguntaban si…

—¡Busca mis calaveras! ¡No deben verme sin mis calaveras! ¿Cómo se ve mi pelo? —dijo la Srta. Traición, dando cuerda frenéticamente a su reloj.

—Se ve bien…

—¿Bien? ¿Bien? ¿Estás loca? ¡Era un desorden hasta este momento! —exigió la Srta. Traición—. ¡Y busca mi capa más andrajosa! ¡Ésta está demasiado limpia! ¡Muévete, niña!

Le tomó varios minutos tener lista a la Srta. Traición, y dedicó un montón de tiempo a convencerla de que sacar las calaveras a la luz del día podía ser peligroso, en caso de que se cayeran y alguien viera las etiquetas. Entonces Tiffany abrió la puerta.

Un murmullo de conversación colisionó en el silencio.

Había una multitud de gente alrededor de la puerta. Cuando la Srta. Traición se adelantó, se separaron para dejar un camino claro.

Para su horror, Tiffany vio una tumba excavada del otro lado del claro. Ella no lo esperaba. No estaba segura de lo que había esperado, pero no era una tumba excavada.

—¿Quién excavó… ?

—Nuestros amigos azules —dijo la Srta. Traición—. Les pedí que lo hicieran.

Y entonces la multitud empezó a aplaudir. Las mujeres se apresuraron hacia adelante con grandes ramos de tejo, acebo, y muérdago, lo único verde que crecía. La gente reía. La gente lloraba. Se agruparon en torno a la bruja, lo que llevó a Tiffany al borde de la multitud. Ella guardó silencio y escuchó.

—No sabemos qué vamos a hacer sin usted, Srta. Traición.

—¡No creo que tengamos otra bruja tan buena como usted, Srta. Traición!

—Nunca pensé que se iría, Srta. Traición. Usted trajo mi viejo abuelo al mundo.

Caminando hacia la tumba, pensó Tiffany. Bueno, eso es estilo. Eso es... de oro macizo Boffo. Lo recordarán el resto de sus vidas…

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—En ese caso, deberá conservar todos los cachorros, menos uno —la Srta. Traición se había detenido para organizar a la multitud—. La costumbre es dar uno al dueño del perro. Usted debería haber mantenido la perra adentro, después de todo, y reparar sus cercas. ¿Y su pregunta, señor Blinkhorn?

Tiffany se enderezó. ¡Ellos estaban molestándola! ¡Incluso esta mañana! Pero ella... quería ser molestada. Ser molestada era su vida.

—¡Srta. Traición! —dijo bruscamente, abriendose paso por la turba—. ¡Recuerde que tiene una cita!

No era la mejor cosa para decir, pero mucho mejor que:

—¡Usted dijo que iba a morir en alrededor de cinco minutos!

La Srta. Traición se volvió y miró incierta por un momento.

—Oh, sí —dijo—. Sí, desde luego. Será mejor que me ponga a eso. —Entonces, sin dejar de hablar con el señor Blinkhorn sobre un problema complejo, relativo a un árbol caído y el cobertizo de alguien, y con el resto de la multitud detrás de ella, dejó que Tiffany la condujera con suavidad a la tumba.

—Bueno, al menos tiene un final feliz, Srta. Traición —susurró Tiffany. Fue una tontería y mereció lo que tuvo.

—Hacemos un final feliz, niña, día a día. Pero ya ves, para la bruja no hay finales felices. Son sólo finales. Y aquí estamos...

Mejor no pensar, pensó Tiffany. Mejor no pensar que estás bajando por una escalera real a una tumba real. Trata de no pensar en ayudar a la Srta. Traición a bajar la escalera hacia las hojas amontonadas en un extremo. No te dejes saber que estás de pie en una tumba.

Aquí abajo, el horrible reloj parecía sonar aún más fuerte: clonk-clank, clonk-clank....

La Srta. Traición pisó un poco las hojas y dijo alegremente:

—Sí, puedo verme muy cómoda aquí. Escucha, niña, te he dicho acerca de los libros, ¿no es así? Y hay un pequeño regalo para ti en mi silla. Sí, esto parece adecuado. Ah, me olvidaba...

Clonk-clank, clonk-clank... prosiguió el reloj, sonando mucho más fuerte allí.

La Srta. Traición se puso de puntillas y asomó la cabeza por encima del borde del agujero.

—¡Señor Fácil! ¡Le debe dos meses de alquiler a la viuda Langley! ¿Entiende? ¡Sr. Plenty, el cerdo pertenece a la señora Frumment, y si no lo devuelve, vendré a gemir bajo su ventana! Sra. Fullsome, la familia Dogelley ha tenido Derecho de Paso por la pradera Turnwise desde que no me acuerdo, y usted debe... debe...

Clon…k.

Hubo un momento, un largo momento, cuando el silencio repentino del tic-tac del reloj llenó el claro como un trueno.

Poco a poco la Srta. Traición se encorvó sobre las hojas.

Tomó unos pocos segundos terribles a su cerebro comenzar a trabajar y, entonces Tiffany gritó a la gente agrupada arriba:

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—¡Retrocedan, todos ustedes! ¡Denle un poco de aire!

Se arrodilló mientras retrocedían a toda prisa.

El olor de la tierra era punzante en el aire. Al menos la Srta. Traición parecía haber muerto con los ojos cerrados. No todo el mundo lo hacía. Tiffany odiaba tener que cerrárselos a la gente, era como matarlos de nuevo.

—¿Srta. Traición? —susurró. Ésa era la primera prueba. Había un montón, y tenía que hacerlas todos: hablar con ellos, levantar un brazo, revisar el pulso, incluyendo el que está detrás de la oreja, echar el aliento en un espejo... y ella siempre había estado tan nerviosa de hacerlas mal, que la primera vez que había tenido que salir a tratar con alguien que parecía muerto —un joven que había estado en un horrible accidente de aserradero— había hecho todas las pruebas, a pesar de que había tenido que ir a buscar la cabeza.

No había espejos en casa de la Srta. Traición.

En tal caso ella…

… ¡debía pensar! ¡Ésta aquí es la Srta. Traición! ¡Y la escuché dando cuerda a su reloj hace tan sólo unos minutos!

Sonrió.

—¡Srta. Traición! —dijo, muy cerca de la oreja de la mujer—. ¡Sé que está ahí!

Y fue entonces cuando la mañana, que había sido triste, extraña, rara y horrible, se convirtió en... Boffo todo el camino.

La Srta, Traición sonrió.

—¿Se han ido? —preguntó.

—¡Srta. Traición! —dijo Tiffany con severidad—. ¡Eso fue una cosa terrible de hacer!

—Detuve mi reloj con la uña del pulgar —dijo la señorita Traición con orgullo—. No podía defraudarlos, ¿eh? ¡Tuve que darles un espectáculo!

—Srta. Traición —dijo Tiffany seriamente—, ¿ha inventado la historia de su reloj?

—¡Por supuesto que sí! Y es un trozo maravilloso de folclore, una historia real. ¡La Srta. Traición y su reloj corazón! Podría incluso convertirse en un mito, si tengo suerte. ¡Recordarán a la Srta. Traición durante miles de años!

La Srta. Traición volvió a cerrar los ojos.

—Ciertamente la recordaré, Srta. Traición —dijo Tiffany—. Lo haré realmente, porque…

El mundo se había vuelto gris, y se ponía más gris. Y la Srta. Traición estaba muy quieta.

—¿Srta. Traición? —dijo Tiffany, empujándola suavemente—. ¿Srta. Traición?

¿SRTA. EUMÉNIDES TRAICIÓN, EDAD CIENTO ONCE?

Tiffany oyó la voz dentro de su cabeza. No parecía haber llegado a través de sus oídos. Y la había oído antes, haciendo de ella alguien bastante inusual. La mayoría de la gente oye la voz de Muerte sólo una vez.

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La Srta. Traición se puso de pie, sin siquiera el crujido de un hueso. Y ella se veía como la Srta. Traición, sólida y sonriente. Lo que ahora yacía en las hojas muertas era, bajo esta luz extraña, sólo una sombra.

Sin embargo, una figura oscura muy alta estaba de pie junto a ella. Era el mismísimo Muerte. Tiffany lo había visto antes, en su propia tierra más allá de la Puerta Oscura, pero no era necesario haberlo conocido antes para saber quién era. La guadaña, la larga túnica con capucha, y por supuesto el conjunto de relojes de arena eran todas pistas.

—¿Dónde están tus modales, niña? —dijo la Srta. Traición.

Tiffany miró y dijo:

—Buenos días.

BUENOS DÍAS, TIFFANY DOLIENTE, DE TRECE AÑOS, dijo Muerte en su no-voz. VEO QUE ESTÁS EN BUENA SALUD.

—Una pequeña reverencia también sería apropiada —dijo la Srta. Traición.

¿Para Muerte?, pensó Tiffany. A Yaya Doliente no le hubiera gustado eso. Nunca dobles la rodilla ante los tiranos, decía.

POR FIN, SRTA. EUMÉNIDES TRAICIÓN, DEBEMOS CAMINAR JUNTOS. Muerte la tomó suavemente por el brazo.

—¡Hey, espere un minuto! —dijo Tiffany—.¡La Srta. Traición tiene ciento trece!

—Eh... lo he ajustado ligeramente por motivos profesionales —dijo la Srta. Traición—. Ciento once suena tan... adolescente. —Como para ocultar su turbación fantasmal, metió la mano en el bolsillo y sacó el espíritu del sándwich de jamón.

—Ah, funcionó —dijo—. Yo sabía… ¿Dónde se ha ido la mostaza?

LA MOSTAZA SIEMPRE ES TRAMPOSA, dijo Muerte, mientras comenzaban a desvanecerse.

—¿Nada de mostaza? ¿Qué pasa con las cebollas en escabeche?

LOS ENCURTIDOS DE TODO TIPO NO PARECEN LOGRARLO. LO SIENTO. Detrás de ellos, apareció el contorno de una puerta.

—¿No hay sabores en el otro mundo? ¡Eso es horrible! ¿Qué pasa con las salsas picantes? —dijo la evanescente Srta. Traición.

HAY MERMELADA. LA MERMELADA FUNCIONA.

—¿Mermelada? ¡Mermelada! ¿Con jamón?

Y se fueron. La luz volvió a la normalidad. El sonido regresó. El tiempo volvió.

Una vez más lo que tenía que hacer era no pensar demasiado profundamente, sólo seguir sus pensamientos agradables y nivelarse y centrarse en lo que tenía que hacer.

Mirada por la gente que todavía se cernía alrededor del claro, Tiffany fue a buscar unas mantas, empaquetándolas de tal forma que cuando las llevó a la tumba, nadie se daría cuenta de que los dos cráneos Boffo y la máquina de la tela de araña iban dentro. Luego, con la Srta. Traición y el secreto de Boffo a salvo de las miradas, llenó la tumba, y en ese momento un par de hombres corrió y la ayudaron… hasta que llegó, desde debajo del suelo:

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Clonk-clank. Clonk.

Los hombres se congelaron. Lo mismo hizo Tiffany, pero sus Terceros Pensamientos la cortaron con: ¡No te preocupes! ¡Recuerda, ella lo detuvo! ¡Una piedra que cayó o algo debe de haberlo arrancado otra vez!

Se relajó y dijo dulcemente:

—Probablemente era sólo ella diciendo adiós.

El resto del suelo fue paleado muy rápido.

Y ahora yo soy parte de Boffo, pensó Tiffany, cuando la gente se apresuró a regresar a sus aldeas. Pero la Srta. Traición trabajó muy duro para ellos. Ella merece ser un mito, si eso es lo que quiere. Y apuesto, apuesto a que en las noches oscuras van a oír su....

Pero ahora no había nada sino el viento en los árboles.

Se quedó mirando la tumba.

Alguien debería decir algo. ¿Y bien? Ella era la bruja, después de todo.

No era tanta la religión en la Creta o en las montañas. Los Omnianos venían y había una reunión de oración una vez al año, y a veces un sacerdote de los Maravillados Nueve Días o de la Vista de la Pequeña Fe o la Iglesia de los Dioses Menores vendría en un burro. La gente iba a escuchar, si un sacerdote parecía interesante o se ponía rojo y gritaba, y cantaban las canciones si tenían una buena melodía. Y luego se iban a casa de nuevo.

—Somos gente pequeña —había dicho su padre—. No es prudente llamar la atención de los dioses.

Tiffany recordó las palabras que había dicho sobre la tumba de Yaya Doliente, lo que parecía hace una eternidad. En el pasto del verano de las tierras bajas, con los buitres gritando en el cielo, parecía ser todo lo que había que decir. Así que ella dijo ahora:

—Si alguna tierra es Consagrada, esta tierra lo es. Si algún día es Santo, es el día de hoy.

Vio un movimiento, y entonces Billy Granbarbilla, el gonnagle, pasó sobre la tierra revuelta de la tumba. Le echó una mirada solemne Tiffany, luego descolgó su gaita-ratón y comenzó a tocar.

Los seres humanos no escuchan muy bien la gaita-ratón porque las notas son demasiado altas, pero Tiffany podía sentirla en su cabeza. Un gonnagle podía poner muchas cosas en su música, y ella sintió puestas de sol, y un otoño, y la niebla en las colinas, y el olor de rosas tan rojas que eran casi negras....

Cuando hubo terminado, el gonnagle permaneció en silencio por un momento, miró a Tiffany de nuevo, luego se desvaneció.

Tiffany se sentó en un tocón y lloró un poco, porque había que hacerlo. Luego se fue a ordeñar las cabras, porque alguien tenía que hacerlo, también.

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CAPÍTULO SEIS

Los pies y las coles

En la cabaña, las camas se estaban ventilando, el suelo había sido barrido, y el canasto de leña estaba lleno. En la mesa de la cocina yacía el inventario: tantas cucharas, tantos sartenes, tantos platos, todo alineado a la luz lúgubre. Tiffany había empacado algunos de los quesos, sin embargo. Ella los había hecho, después de todo.

El telar estaba en silencio en su habitación; parecía los huesos de algún animal muerto, pero debajo de la silla grande estaba el paquete que la Srta. Traición había mencionado, envuelto en papel negro. Dentro de él estaba un manto tejido de lana marrón tan oscura que era casi negra. Parecía caliente.

Eso era todo, pues. Tiempo de irse. Si se acostaba y ponía su oreja en una ratonera, podía oír los ronquidos generalizados procedentes del sótano. Los Feegles creían que después un funeral muy bueno, todos debían estar acostados. No era una buena idea despertarlos. Sabrían encontrarla. Siempre lo hacían.

 ¿Era eso todo? Oh, no, no todo. Cogió el Diccionario Sin Expurgar y la Mitología de Pinzón, con "La Dazan de las Estocaines" en él, y fue a meterlos en una bolsa debajo de los quesos. Mientras lo hacía, las páginas se voltearon como tarjetas y varias cosas cayeron sobre el suelo de piedra. Algunas de ellas eran desvanecidas cartas viejas, que volvió a meter adentro por ahora.

También estaba el catálogo de Boffo. La tapa tenía un payaso sonriente en ella, y las palabras:

¡¡¡¡¡La Compañía Boffo de Novedades & Bromas!!!!!

¡¡¡Carcajadas, Chistes, Risas, Bromas En Abundancia!!!

¡¡SI ES UNA RISA, ES UNA BOFFO!!!

¡¡¡Sea El Alma De La Fiesta Con Nuestro Paquete Regalo De Novedades!!!

¡¡¡Oferta Del Mes: Narices Rojas A Mitad De Precio!!!

Sí, una podía pasar años tratando de ser una bruja, o podía pagar un montón de dinero al Sr. Boffo y serlo tan pronto como llegara el cartero.

Fascinada, Tiffany pasaba las páginas. Había cráneos (Que Brilla En La Oscuridad, $8 extra) y falsas orejas y páginas de narices hilarantes (Horribles Mocos Colgando gratis en las narices de más de $ 5) y máscaras, como diría Boffo, ¡¡¡En Abundancia!!! La máscara Nº 19, por ejemplo, era: Bruja Malvada De-Luxe, con Loco Pelo Grasiento, Dientes Podridos, y Verrugas Peludas (¡¡¡suministradas por separado, péguelas donde quiera!!!). La Srta. Traición se había abstenido, obviamente, de comprar una de éstas, posiblemente debido a que la nariz se parecía a una zanahoria, pero probablemente debido a que la piel era de color verde

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brillante. También podría haber comprado las Espeluznantes Manos De Bruja ($ 8 el par, con la piel verde y uñas pintadas de negro) y Apestosos Pies De Bruja ($ 9).

Tiffany escondió el catálogo de nuevo en el libro. No podía dejarlo para que Annagramma lo encontrara, o el secreto del Boffo de la Srta. Traición sería descubierto.

Y eso fue todo: una vida, terminada y pulcramente ordenada. Una cabaña, limpia y vacía. Una niña, sin saber qué iba a suceder después. Se harían "Arreglos".

Clonk-clank.

Ella no se movió, no miró a su alrededor. Yo no voy a ser Boffo, se dijo. Hay una explicación para ese el ruido que no tiene nada que ver con la Srta. Traición. Vamos a ver... yo limpiaba la chimenea, ¿no? Y apoyé el atizador a su lado. Pero a menos que lo pongas correctamente, siempre se cae, tarde o temprano, de una manera furtiva. Eso es todo. Cuando me dé vuelta y mire detrás de mí, voy a ver que el atizador se ha caído y yace en la parrilla, por lo que el ruido no fue causado por ningún tipo de reloj fantasma.

Se dio la vuelta lentamente. El atizador se hallaba en la parrilla.

Y ahora, pensó, sería una buena idea salir al aire libre. Es un poco triste y encerrado aquí. Es por eso que quiero salir, porque es triste y encerrado. No es en absoluto, porque tenga miedo de cualquier ruido imaginario. Yo no soy supersticiosa. Soy una bruja. Las brujas no somos supersticiosas. Somos acerca de quiénes la gente es supersticiosa. Yo no me quiero quedar. Me sentía segura aquí cuando ella estaba viva —era como estar refugiada bajo un enorme árbol—, pero no creo que sea seguro ya. Si el Forjainviernos hace que los árboles griten mi nombre, bueno, me taparé los oídos. La casa se siente como que está muriendo y me voy afuera.

No tenía sentido echar llave. La gente del lugar era bastante nerviosa acerca de entrar, incluso cuando la Srta. Traición estaba viva. Desde luego, no pondrían los pies en el interior ahora, no hasta que otra bruja hubiera hecho propio el lugar.

Un débil sol, una especie de huevo goteando, se mostraba a través de las nubes y el viento había soplado lejos la escarcha. Pero un breve otoño se volvía rápidamente invierno aquí arriba; de ahora en adelante siempre habría olor a nieve en el aire. Arriba en las montañas, el invierno no se acababa nunca. Incluso en el verano, el agua de los arroyos era fría como el hielo, al provenir de la nieve derretida.

Tiffany se sentó en el viejo tocón con su antigua maleta y un saco y esperó a los Arreglos. Annagramma estaría aquí muy pronto, podría apostarlo.

La cabaña ya parecía abandonada. Parecía como si…

Era su cumpleaños. El pensamiento mismo se abrió paso hacia el frente. Sí, sería hoy en día. Muerte había acertado. El único gran día del año que era totalmente suyo, y ella se había olvidado con toda la excitación, y ahora ya habían pasado más de dos tercios.

¿Alguna vez le dijo a Petulia y a las otras cuándo era su cumpleaños? No podía recordar.

Trece años de edad. Pero ella había estado pensando en sí misma como "casi trece" desde hacía meses. Muy pronto estaría en "casi catorce."

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Estaba a punto de disfrutar de un poco de autocompasión cuando se produjo un ruido furtivo detrás de ella. Se volvió tan rápidamente que Horacio el queso saltó hacia atrás.

—Ah, eres tú —dijo Tiffany—. ¿Dónde has estado, tú much… queso travieso? ¡Estaba muy preocupada!

Horacio parecía avergonzado, pero era muy difícil ver cómo lo lograba.

—¿Vas a venir conmigo? —preguntó ella.

Horacio fue rodeado inmediatamente por una sensación de asentimiento.

—Muy bien. Debes entrar en el saco. —Tiffany lo abrió, pero Horacio se apartó.

—Bueno, si vas a ser un queso travie… —empezó, y se detuvo. Su mano picaba. Levantó la vista... hacia el Forjainviernos.

Tenía que ser él. Al principio no era más que remolinos de nieve en el aire, pero mientras avanzaban a través del claro, parecían juntarse, convertirse en humano, convertirse en un hombre joven con una capa ondeando a sus espaldas y nieve en el pelo y los hombros. Él no era transparente en esta ocasión, no del todo, pero algo como unas ondas corría a través de él, y Tiffany pensó que podía ver los árboles detrás de él, como sombras.

Ella dio unos pocos pasos apresurados hacia atrás, pero el Forjainviernos cruzaba la hierba seca con la velocidad de un patinador. Podía dar vuelta y correr, pero eso significaría que estaba, bien, dando vuelta y corriendo, y ¿por qué debería hacerlo? ¡No había sido ella la que escribía garabatos en las ventanas de la gente!

¿Qué debía decir, qué debía decir?

—Bueno, realmente aprecio que hayas encontrado mi collar —dijo ella, retrocediendo de nuevo—. Y los copos de nieve y las rosas fueron realmente muy... fue muy dulce. Pero... no creo que... bueno, que estás hecho de frío y yo no... Yo soy humana, hecha de materia... humana.

—Tienes que ser ella —dijo el Forjainviernos—. ¡Tú estabas en el baile! Y ahora está aquí, en mi invierno.

La voz no estaba bien. Sonaba... falsa de alguna manera, como si le hubieran enseñado al Forjainviernos a pronunciar el sonido de las palabras sin entender lo que eran.

—Soy una ella —dijo con incertidumbre—. No sé nada sobre “tienes”. Er... por favor, lo siento mucho sobre el baile, yo no quise, me pareció tan...

Notó que él todavía tenía los mismos ojos de color púrpura-gris. Púrpura-gris, en un rostro esculpido de niebla congelada. Una cara bonita, también.

—Mira, yo nunca pretendí hacerte pensar… —empezó.

—¿Pretender? —dijo el Forjainviernos, pareciendo asombrado—. Pero nosotros no pretendemos. ¡Nosotros somos!

—¿Qué... pretendes?

—¡Crivens!

—Oh, no... —murmuró Tiffany mientras los Feegles brotaban de la hierba.

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Los Feegles no conocían el significado de la palabra "miedo". A veces Tiffany deseaba que hubieran leído un diccionario. Luchaban como tigres, luchaban como demonios, luchaban como gigantes. Lo que no hacían era luchar con algo más de una cucharada de cerebro.

Atacaron al Forjainviernos con espadas, cabezas y pies, y el hecho de que todo pasaba a través de él como si fuera una sombra no parecía molestarles. Si un Feegle dirigía una bota a una pierna brumosa y terminaba pateando su propia cabeza, era un buen resultado.

El Forjainviernos no les hizo caso, como un hombre que no presta atención a las mariposas.

—¿Dónde está tu poder? ¿Por qué estás vestida así? —preguntó el Forjainviernos—. ¡Esto no es como debería ser!

Dio un paso adelante y agarró la muñeca de Tiffany con fuerza, mucha más fuerza que la que una mano fantasmal debía ser capaz de hacer.

—¡Esto está mal! —gritó. Por encima del claro las nubes se movían velozmente.

Tiffany trató de apartarse.

—¡Déjame ir!

—¡Tú eres ella! —gritó el Forjainviernos, tirándola hacia él.

Tiffany no supo de dónde vino el grito, pero el golpe vino de su mano, pensando por sí misma. Pegó a la figura en la mejilla con tanta fuerza que por un momento la cara fue borrosa, como si se hubiera borroneado una pintura.

—¡No te acerques! ¡No me toques! —gritó

Hubo un destello detrás del Forjainviernos. Tiffany no podía ver claramente a causa de la niebla helada y sus propia ira y terror, pero algo borroso y oscuro se movía hacia ellos a través del claro, vacilante y distorsionado como una figura vista a través de hielo. Se asomó detrás de la figura transparente por un oscuro momento, y luego se convirtió en Yaya Ceravieja, en el mismo espacio que el Forjainviernos... en su interior.

Él gritó por un segundo, y estalló en una niebla.

Yaya se tambaleó hacia adelante, parpadeando.

—Urrrgh. Tomará un tiempo sacar el gusto fuera de mi cabeza —dijo—.Cierra la boca, niña… algo podría volarte adentro.

Tiffany cerró la boca. Algo podría volarle adentro.

—¿Qué... qué hizo con él? —logró decir.

—¡Eso! —replicó Yaya, frotándose la frente—. ¡Es un eso, no un él! ¡Y eso piensa que es un él! ¡Ahora dame tu collar!

—¡Cómo! ¡Pero es mío!

—¿Crees que quiero discutir? —demandó Yaya Ceravieja—. ¿Dice mi cara que quiero discutir? ¡Dámelo ahora mismo! ¡No te atrevas a desafiarme!

—No voy sólo…

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Yaya Ceravieja bajó la voz y, en un silbido penetrante mucho peor que un grito, dijo: —Ésa es la forma en que te encuentra. ¿Quieres encontrártelo otra vez? Es sólo una niebla ahora. ¿Qué tan sólido crees que será?

Tiffany pensó en esa cara extraña, que no se mueve como una verdadera, y esa voz extraña, poniendo palabras juntas como si fueran ladrillos....

Desabrochó la hebilla de plata y levantó el collar.

Es sólo Boffo, se dijo. Cada palo es una varita mágica, cada charco es una bola de cristal. Esto es sólo una... una cosa. No la necesito para ser yo.

Sí, la necesito.

—Debes dármelo —dijo Yaya en voz baja—. No puedo tomarlo.

Tendió la mano, con la palma hacia arriba.

Tiffany bajó el caballo en ella y trató de no ver los dedos de Yaya Ceravieja cerrándose como una garra.

—Muy bien —dijo Yaya, satisfecha—. Ahora tenemos que irnos.

—Usted me estaba mirando —dijo Tiffany de mal humor.

—Durante toda la mañana. Podrías haberme visto si hubieras pensado en buscar —dijo Yaya—. Pero no hiciste un mal trabajo en el entierro, voy a decir eso.

—¡Hice un buen trabajo!

—Eso es lo que dije.

—No —dijo Tiffany, sin dejar de temblar—. No lo hizo.

—Nunca tuve nada con calaveras y cosas por el estilo —dijo Yaya, haciendo caso omiso de eso—. Artificiales, en todo caso. Pero la señorita Traición…

Se detuvo y Tiffany vio que miraba a la copa de los árboles.

—¿Es él otra vez? —preguntó ella.

—No —dijo Yaya, como si esto fuera algo decepcionante—. No, es la joven Srta. Hawkins. Y la Sra. Letice Earwig. No perdieron tiempo, veo. Y la Srta. Traición apenas enfriándose. —Resopló—. Algunas personas podrían tener la decencia de no arrebatar.

Las dos escobas aterrizaron un poco más lejos. Annagramma parecía nerviosa. La Sra. Earwig se veía como siempre: alta, pálida, muy bien vestida, llevaba muchas joyas ocultistas y una expresión que decía que estaba un poco molesta, pero estaba siendo lo suficientemente amable para no demostrarlo. Y ella siempre miraba a Tiffany, cuando se molestaba en mirarla, como si Tiffany fuera una especie de extraña criatura que ella no entendía del todo.

La Sra. Earwig siempre era cortés con Yaya, de una manera formal y fría. Eso ponía loca a Yaya Ceravieja, pero ésa era la manera de las brujas. Cuando en realidad no se gustaban una a la otra, eran tan corteses como duquesas.

Cuando las otras dos se acercaron, Yaya hizo una profunda reverencia y se quitó el sombrero. La Sra. Earwig hizo lo mismo, sólo que la reverencia fue un poco más baja.

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Tiffany vio a Yaya mirar y luego inclinarse aún más bajo, alrededor de una pulgada.

La Sra. Earwig consiguió ir media pulgada más abajo.

Tiffany y Annagramma intercambiaron una mirada desesperada sobre las esforzadas espaldas. A veces este tipo de cosas podía continuar durante horas.

Yaya Ceravieja lanzó un gruñido y se enderezó. Lo mismo hizo la Sra. Earwig, con la cara roja.

—Las bendiciones sean con nuestra reunión —dijo Yaya con voz tranquila. Tiffany hizo una mueca. Ésa era una declaración de hostilidades. Los gritos y pinchazos con los dedos eran argumentos de bruja perfectamente ordinarios, pero hablar con cuidado y calma era una guerra abierta.

—¡Qué amable de su parte recibirnos! —dijo la Sra. Earwig—. ¿Espero verla en buen estado de salud?

—Sigo bien, Srta. Ceravieja. —Annagramma cerró los ojos. Eso era una patada en el estómago, según las normas de las brujas.

—Es Señora Ceravieja, Sra. Earwig —dijo Yaya—. ¿Como creo que usted sabía?

—Pues sí. Por supuesto que sí. Lo siento mucho. —Habiendo pasado estos golpes despiadados, Yaya siguió—: Confío en que la Srta. Hawkins encontrará todo a su gusto.

—Estoy segura de que… —la Sra. Earwig miró a Tiffany, su rostro una pregunta.

—Tiffany —dijo Tiffany amablemente.

—Tiffany. Por supuesto. ¡Qué nombre tan bonito...! Estoy segura de que Tiffany ha hecho lo mejor —dijo la Sra. Earwig—. Sin embargo, vamos a confesar y consagrar la cabaña, en caso de... influencias.

¡Ya fregué, y fregué todo!, pensó Tiffany.

—¿Influencias? —dijo Yaya Ceravieja. Ni siquiera el Forjainviernos podría haber logrado una voz tan helada.

—Y vibraciones inquietantes —dijo la Sra. Earwig.

—Oh, yo sé sobre eso —dijo Tiffany—. Es la tabla del suelo suelta en la cocina. Si pisas sobre ella, hace que la cómoda oscile.

—Se ha hablado de un demonio —dijo la Sra. Earwig, gravemente haciendo caso omiso de esto—. Y... cráneos.

—Pero… —comenzó Tiffany, y la mano de Yaya le apretó el hombro con tanta fuerza que se detuvo.

—Oh, cielos —dijo Yaya, sin soltar la presa—. Cráneos, ¿eh?

—Hay algunas historias muy inquietantes —dijo la Sra. Earwig, observando a Tiffany—. De la más oscura naturaleza, Sra. Ceravieja. Creo que la gente en esta granja ha sido muy mal servida, por cierto. Las fuerzas oscuras se han desencadenado.

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Tiffany quería gritar: ¡No! ¡Era todas historias! ¡Todo era Boffo! ¡Ella velaba por ellos! ¡Detenía sus discusiones estúpidas, se acordaba de sus leyes, regañaba su estupidez! ¡No podría haberlo hecho si no era más que una anciana frágil! ¡Tenía que ser un mito! Pero el apretón de Yaya mantuvo su silencio.

—Hay fuerzas extrañas que están sin duda trabajando —dijo Yaya Ceravieja—. Le deseo lo mejor en sus esfuerzos, Sra. Earwig. ¿Si usted me perdona?

—Por supuesto, Seño… ra Ceravieja. Quieran las buenas estrellas asistirla.

—Que sea el camino más lento para acompañar sus pies —dijo Yaya. Dejó de apretar a Tiffany tan fuerte pero sin embargo casi la arrastró por el costado de la cabaña. La última escoba de la Srta. Traición estaba apoyada contra la pared.

—¡Ata tus cosas cuanto antes! —ordenó—. ¡Tenemos que movernos!

—¿Va a volver? —preguntó Tiffany, luchando para atar el saco y la vieja maleta a las cerdas

—Todavía no. No pronto, creo. Pero te buscará. Y será más fuerte. ¡Peligroso para ti, creo, y para los que te rodean! ¡Tienes mucho que aprender! ¡Tienes mucho que hacer!

—¡Le agradecí! ¡Intenté ser amable con él! ¿Por qué sigue interesado en mí?

—A causa del Baile —dijo Yaya.

—¡Lamento eso!

—No es suficiente. ¿Qué sabe una tormenta del dolor? Debes hacer las paces. ¿De verdad piensas que el espacio estaba allí para ti? ¡Oh, esto es tan enredado! ¿Cómo están tus pies?

Tiffany, enfadada y desconcertada, se detuvo con una pierna a la mitad sobre el palo.

—¿Mis pies? ¿Qué pasa con mis pies?

—¿Te pican? ¿Qué sucede cuando te quitas las botas?

—¡Nada! ¡Sólo veo mis calcetines! ¿Qué tienen mis pies que ver con nada?

—Vamos a averiguarlo —dijo Yaya, exasperante—. Ahora, vamos.

Tiffany trató de que el palo levantara, pero apenas se separó del pasto muerto. Miró a su alrededor. Las cerdas estaban cubiertas con Nac Mac Feegles.

—No nos tengáis en cuenta —dijo Roba A Cualquiera—. ¡Nos agarraremos fuerte!

—Y no vayáis a hacerlo demasiado lleno de baches, porque siento como que la tapa de mi cabeza se sale —dijo Wullie Tonto.

—¿Nos darán comidas en este vuelo? —dijo Gran Yan—. Estoy listo para una pequeña bebida.

—¡No puedo llevarlos a todos! —dijo Tiffany—. ¡Yo ni siquiera sé adónde voy!

Yaya Ceravieja miró a los Feegles.

—Van a tener que caminar. Estamos viajando a la Ciudad de Lancre. La dirección es Tir Nani Ogg, La Plaza.

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—Tir Nani Ogg —dijo Tiffany—. ¿No es eso…?

—Eso significa Lugar de Tata Ogg —dijo Yaya, cuando los Feegles desaparecieron de la escoba—. Estarás segura allí. Bueno, más o menos. Pero debemos hacer un alto en el camino. Tenemos que poner ese collar tan lejos de ti como sea posible. ¡Y yo sé cómo hacerlo! ¡Oh, sí!

Los Nac Mac Feegle corrían por el bosque por la tarde. La fauna local se había enterado de los Feegles, por lo que las criaturas del bosque se habían zambullido en sus madrigueras o subido a lo alto de los árboles, pero después de un rato Gran Yan hizo un alto y dijo:

—¡Hay algo siguiéndonos!

—No seas tonto —dijo Roba A Cualquiera—. ¡No ha quedado nada en estos bosques tan loco como tae cazar Feegles!

—Yo sé lo que estoy sintiendo —dijo Gran Yan obstinadamente—. Lo puedo sentir en mi agua. ¡Hay algo que nos sigue en este momento!

—Bueno, yo no voy tae a discutir con el agua de un hombre —dijo Roba, cansado—. ¡Muy bien, muchachos, extiéndanse en un círculo grande!

Las espadas desenvainadas, los Feegles se dispersaron, pero después de unos minutos hubo un murmullo general. No había nada que ver, nada que oír. Algunos pájaros cantaban, a una distancia segura. Paz y tranquilidad, inusual en las proximidades de Feegles, por todas partes.

—Lo siento, Gran Yan, pero estoy pensando que vuestra agua no dio en el botón de este momento —dijo Roba A Cualquiera.

Fue en este punto que Horacio el queso cayó de una rama sobre su cabeza.

Mucha agua corría bajo el puente grande en Lancre, pero desde aquí arriba apenas se podía ver por el rocío proveniente de las cascadas un poco más adelante, rocío que se cernía en el aire helado. Había agua turbulenta por todos lados a través de la profunda garganta, y luego el río saltaba en una cascada, como un salmón, y golpeaba las llanuras de abajo como una tormenta. Desde la base de las cataratas se podría seguir el río hasta más allá de la Creta, pero se movía en anchas curvas perezosas, y era más rápido volar en línea recta.

Tiffany había volado hasta arriba sólo una vez, cuando la Srta. Level la había traído por primera vez a las montañas. Desde entonces había tomado siempre el camino largo abajo, cruzando justo por encima de la zigzagueante carretera de coches. Volar sobre la orilla de ese torrente furioso en una caída repentina llena de aire frío y húmedo y luego apuntar el palo casi directamente hacia abajo estaba bastante alto en su lista de cosas que ella nunca tendría la intención de hacer, nunca.

Ahora Yaya Ceravieja estaba en el puente, con el caballo de plata en la mano.

—Es la única manera —dijo—. Va a terminar en el fondo del mar profundo. ¡Que la busque el Forjainviernos allí!

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Tiffany asintió con la cabeza. No lloraba, que no es lo mismo que, bueno, no llorar. La gente camina alrededor no llorando todo el tiempo y sin pensar en ello en absoluto. Pero ahora, ella lo hizo. Pensó: No estoy llorando...

Tenía sentido. Por supuesto que tenía sentido. ¡Todo era Boffo! Cada palo es una varita mágica, cada charco es una bola de cristal. Nada tenía ningún poder que no hubieras puesto allí. Amaños y cráneos y varitas... eran como palas y cuchillos y anteojos. Eran como... palancas. Con una palanca se podía levantar una roca grande, pero la palanca no hacía ningún trabajo.

—Tiene que ser tu elección —dijo Yaya—. No puedo hacerlo por ti. Pero es una cosa pequeña, y mientras la tengas, puede resultar peligroso.

—Usted sabe, yo creo que él no quería hacerme daño. Sólo estaba molesto —dijo Tiffany.

—¿En serio? ¿Quieres verlo molesto de nuevo?

Tiffany pensó en esa cara extraña. Había habido la forma de un ser humano allí —más o menos—, pero era como si el Forjainviernos hubiera oído hablar de la idea de un ser humano, pero no hubiera encontrado todavía la manera de hacerlo funcionar.

—¿Usted piensa que va a dañar a otras personas? —preguntó.

—Él es el Invierno, niña. No es todo lindos copos de nieve, ¿entiendes?

Tiffany le tendió la mano.

—Démelo de nuevo, por favor.

Yaya se lo entregó con un encogimiento de hombros.

Yacía en la mano de Tiffany, sobre la extraña cicatriz blanca. Fue lo primero que había recibido que no era útil, que no tenía que hacer algo.

Yo no necesito esto, pensó. Mi poder viene de la Creta. ¿Pero es que la vida va a ser así? ¿Nada que no sea necesario?

—Tenemos que atarlo a algo liviano —dijo en una voz sin emoción—. De lo contrario, se quedará atrapado en el fondo

Después de escarbar en la hierba cerca del puente, encontró un palo y envolvió la cadena de plata alrededor.

Era mediodía. Tiffany había inventado la palabra medioluz porque le gustaba el sonido. Cualquiera podía ser una bruja a la medianoche, había pensado, pero tendría que ser muy buena para ser una bruja a medioluz.

Buena en ser bruja, de todos modos, pensó cuando se dirigía hacia el puente. No buena en ser una persona feliz.

Tiró el collar desde el puente.

No hizo una gran cosa de eso. Hubiera sido bueno decir que el caballo de plata brillaba a la luz, que pareció flotar en el aire por un momento antes de la larga caída. Tal vez lo hizo, pero Tiffany no miró.

—Bien —dijo Yaya Ceravieja.

—¿Está todo terminado ahora? —preguntó Tiffany.

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—¡No! Bailaste en una historia, chica, una que se cuenta al mundo cada año. Es el Relato sobre hielo y fuego, Verano e Invierno. Lo hiciste mal. Tienes que permanecer hasta el final y asegurarte de que resulte bien. El caballo está sólo comprándote tiempo, eso es todo.

—¿Cuánto tiempo?

—No lo sé. Esto no ha sucedido antes. Tiempo para pensar, al menos. ¿Cómo están tus pies?

El Forjainviernos se movía por el mundo sin moverse, en cualquier sentido humano, para nada. Donde estaba el invierno, él estaba también.

Estaba tratando de pensar. Nunca había tenido que hacerlo antes, y dolía. Hasta ahora los seres humanos habían sido sólo partes del mundo que se movían de maneras extrañas y encendían fuegos. Ahora él estaba desarrollando una mente por sí mismo, y todo era nuevo.

Un ser humano... hecho de materia humana... eso era lo que ella había dicho.

Materia humana. Tenía que hacerse a sí mismo de materia humana para la persona amada. En el frío de las morgues y restos de buques, el Forjainviernos cabalgó el aire buscando materia humana. Y ¿qué era? Polvo y agua, en su mayor parte. Deja a un humano el tiempo suficiente e incluso el agua se irá, y no habrá nada más que un puñado de polvo que vuela con el viento.

Por lo tanto, ya que el agua no piensa, todo el trabajo lo está haciendo el polvo.

El Forjainviernos era lógico, porque el hielo era lógico. El agua era lógica. El viento era lógico. Había reglas. Entonces, ser un humano se trataba de... ¡el tipo correcto de polvo!

Y, mientras estaba buscándolo, podía mostrarle lo fuerte que era.

Esa noche, Tiffany se sentó en el borde de la cama nueva, con las nubes del sueño creciendo en su cerebro como nubes de tormenta, bostezó y se quedó mirándose los pies.

Eran rosados, y tenía cinco dedos cada uno. Eran pies bastante buenos, teniendo en cuenta las circunstancias.

Normalmente cuando la gente te conocía, decían cosas como "¿Cómo estás?" Tata Ogg acababa de decir:

—Vamos adentro ¿Cómo están tus pies?

De repente todo el mundo estaba interesado en sus pies. Por supuesto, los pies son importantes, pero, ¿qué esperaba la gente que pase con ellos?

Los balanceó de un lado a otro en los extremos de sus piernas. No hicieron nada extraño, así que se metió en la cama.

No había dormido bien durante dos noches. No había realmente entendido eso hasta que ella llegó a Tir Nani Ogg, cuando su cerebro había comenzado a girar espontáneamente. Había hablado con la señora Ogg, pero era difícil recordar sobre

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qué. Las voces habían golpeado en sus oídos. Ahora, por fin, no tenía nada que hacer, más que dormir.

Era una buena cama, la mejor en la que nunca había dormido. Era la mejor habitación que había tenido, a pesar de que había estado demasiado cansada para explorarla. Las brujas no se preocupaban mucho por la comodidad, especialmente en los dormitorios extra, pero Tiffany había crecido en una cama antigua, donde los resortes hacían gloing cada vez que se movía, y con cuidado podía conseguir que tocaran un tema musical.

Este colchón era grueso y resistente. Ella se hundió como si fuera una muy suave, muy tibia y muy lenta arena movediza.

El problema es que puedes cerrar los ojos pero no puedes cerrar tu mente. Mientras yacía en la oscuridad, ésta garabateaba imágenes dentro de su cabeza, de relojes que hacían clonk-clank, de copos de nieve con la forma de ella, de la Srta. Traición caminando por el bosque durante la noche, en busca de gente mala, con la amarilla uña del pulgar lista.

Mito Traición…6

Ella flotaba a través de estas memorias mezcladas en la blancura mate. Pero las cosas se pusieron más brillantes, y mostraron detalles, pequeñas zonas de negro y gris. Empezaron a moverse suavemente de lado a lado....

Tiffany abrió los ojos, y todo quedó claro. Ella estaba de pie en un... un bote, no, un velero grande. Había nieve en las cubiertas, y colgaban carámbanos de las cuerdas. Estaba navegando en la luz color-del-agua-de-lavado de la madrugada, en un silencioso mar gris lleno de hielos flotantes y de nubes de niebla. El aparejo crujía, el viento en las velas suspiraba. No había nadie a la vista.

Ah. Esto parece ser un sueño.

—Déjame salir, por favor —dijo una voz familiar.

—¿Quién eres? —dijo Tiffany.

—Tú. Tose, por favor.

Tiffany pensó: Bueno, si esto es un sueño... y tosió.

Una figura creció de la nieve en la cubierta. Era ella, y estaba mirando a su alrededor, pensativa.

—¿Tú eres yo también? —preguntó Tiffany. Curiosamente, aquí en la cubierta congelada, no parecía, bien, extraño.

—Hmm. Oh, sí —dijo la otra Tiffany, sin dejar de mirar fijamente las cosas—. Yo soy tus Terceros Pensamientos. ¿Te acuerdas? ¿La parte de ti que nunca deja de pensar? ¿La partecita que te avisa de los pequeños detalles? Es bueno estar en el aire fresco. Hmm.

—¿Hay algo mal?

—Bueno, es evidente que parece ser un sueño. Si quieres mirar, verás que el timonel en impermeable amarillo allí al timón es el Jolly Sailor de las envolturas del tabaco que Yaya Doliente solía fumar. Él siempre viene a nuestra mente cuando pensamos en el mar, ¿verdad?

6 El autor hace un juego de palabras intraducible, entre “Miss” y “Myth” (N. d. T.)

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Tiffany miró a la figura con barba, que le dirigió un alegre saludo.

—¡Sí, ciertamente es él! —dijo

—Pero yo no creo que éste sea nuestro sueño, exactamente —dijo Terceros Pensamientos—. Es demasiado... real.

Tiffany se agachó y recogió un puñado de nieve.

—Se siente real —dijo—. Se siente frío. —Hizo una bola de nieve y la arrojó a sí misma.

—Realmente desearía que yo no hiciera eso —dijo la otra Tiffany, cepillando la nieve de su hombro—. Pero ¿ves lo que quiero decir? Los sueños nunca son tan... nosoñados como éste.

—Sé lo que quiero decir —dijo Tiffany—. Creo que va a ser real y, a continuación algo raro aparece.

—Exactamente. No me gusta nada. Si esto es un sueño, algo horrible va a pasar...

Miraron por delante de la nave. Había un banco de niebla triste y sucia, extendido sobre el mar.

—¡Hay algo en la niebla! —dijeron las Tiffanys juntas.

Se dieron la vuelta y se escabulleron por la escalera hacia el hombre al timón.

—¡Manténgase alejado de la niebla! ¡Por favor, no se acerque a ella! —gritó Tiffany.

El Jolly Sailor se sacó la pipa de la boca y miró desconcertado.

—¿Un Buen Fumar En Cualquier Clima? —dijo a Tiffany.

—¿Qué?

—¡Es todo lo que puede decir! —dijo Terceros Pensamientos, agarrando el timón—. ¿Te acuerdas? ¡Eso es lo que dice en la etiqueta!

El Jolly Sailor la apartó suavemente.

—Un Buen Fumar En Cualquier Clima —dijo con dulzura—. En Cualquier Clima.

—Mira, lo único que queremos —comenzó Tiffany, pero Terceros Pensamientos, sin decir palabra, puso una mano en su cabeza y la hizo girar.

Algo estaba saliendo de la niebla.

Se trataba de un témpano, uno grande, por lo menos cinco veces mayor que el buque, tan majestuoso como un cisne. Era tan grande que estaba causando su propio clima. Parecía moverse lentamente; había agua turbulenta alrededor de su base. La nieve caía a su alrededor. Serpentinas de niebla se arrastraban detrás de él.

La pipa de Jolly Sailor cayó de su boca cuando miró.

—¡Un Buen Fumar! —juró.

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El témpano era Tiffany. Era una Tiffany de cientos de pies de altura, formada de brillante hielo verde, pero todavía era una Tiffany. Había aves marinas posadas en su cabeza.

—¡No puede ser que el Forjainviernos haga esto! —dijo Tiffany—. ¡Tiré el caballo lejos! —Se puso las manos en la boca y gritó: —¡TIRÉ EL CABALLO LEJOS!

Su voz hizo eco en la figura de hielo que se avecinaba. Algunas aves volaron de la enorme cabeza fría, gritando. Detrás de Tiffany, el timón de la nave giraba. El Jolly Sailor estampó un pie y señaló a las velas blancas por encima de ellos.

—¡Un Buen Fumar En Cualquier Clima! —ordenó.

—¡Lo siento, no sé lo que quieres decir! —dijo Tiffany desesperadamente.

El hombre señaló a las velas e hizo frenéticos movimientos tirando con las manos.

—¡Un Buen Fumar!

—¡Lo siento, no te entiendo!

El marinero soltó un bufido y corrió hacia una cuerda, que tiró con mucha prisa.

—Se ha puesto raro —dijo Terceros Pensamientos en voz baja.

—Bueno, sí, creo que un enorme témpano con mi forma es…

—No, eso es sólo extraño. Esto es raro —dijo Terceros Pensamientos—. Tenemos pasajeros. Mira —señaló.

Abajo en la cubierta principal había una fila de trampillas con grandes rejas de hierro sobre ellas; Tiffany no las había notado antes.

Las manos, cientos de ellas, pálidas como raíces debajo de un tronco, a tientas y saludando, empujaban a través de las rejas.

—¿Pasajeros? —susurró Tiffany con horror—. Oh, no...

Y luego empezaron los gritos. Hubiera sido mejor, pero no mucho mejor, si hubieran sido gritos de "¡Ayuda! y "Sálvanos", pero estaban sólo gritando y llorando, sólo sonidos de gente en el dolor y el miedo…

¡No!

—Vuelve dentro de mi cabeza —dijo con gravedad—. Es demasiada distracción tenerte corriendo al aire libre. Ahora mismo.

—Voy a caminar detrás de ti —dijo Terceros Pensamientos—. Entonces, no parecerá tan…

Tiffany sintió una punzada de dolor, y un cambio en su mente, y pensó: Bueno, supongo que podría haber sido mucho más desordenado.

Está bien. Déjame pensar. Deja que toda yo piense.

Miró las manos desesperadas, ondeando como la hierba bajo el agua, y pensó: estoy en algo parecido a un sueño, pero creo que no es mío. Estoy en un barco, y nos va a matar un témpano que es una figura mía gigante.

Creo que me gustaba más cuando era copos de nieve....

¿De quién es este sueño?

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—¿Qué es esto, Forjainviernos? —preguntó, y sus Terceros Pensamientos, de vuelta donde debían estar, comentaron: Es increíble, incluso puedes ver tu propio aliento en el aire.

—¿Es esto una advertencia? —gritó Tiffany—. ¿Qué quieres?

A ti para mi novia, dijo el Forjainviernos. Las palabras acaban de llegar a su memoria.

Tiffany hundió los hombros.

Sabes que esto no es real, dijeron sus Terceros Pensamientos. Pero puede ser la sombra de algo real....

No debería haber dejado a Yaya Ceravieja enviar a Roba A Cualquiera lejos…

—¡Crivens! Sacudan la madera —gritó una voz detrás de ella. Y luego estaba el clamor de siempre:

—¡Es “maderas”, vosotros tontos!

—¿Sí? ¡Pero sólo puedo encontrar una!

—¡Empalmen el tablón grande! ¡Wullie Tonto acaba de caer en el agua!

—¡El gran budín! ¡Yo le dije, el parche en un solo ojo!

—Con un yo hoho y un ho yoyo…7

Los Feegles brotaron de la cabina detrás de Tiffany, y Roba A Cualquiera se detuvo frente a ella mientras el resto pasaba. La saludó

—Sentimos llegar un poco pequeñito tarde, pero tuvimos que encontrar los parches negros— dijo—. Hay tal cosa como el estilo, ¿sabéis?

Tiffany se quedó sin habla, pero sólo por un momento. Señaló.

—¡Tenemos que parar este barco antes de golpear ese témpano!

—¿Sólo eso? ¡Nae problemo! —Roba miró más allá de ella a la giganta de hielo que se avecinaba y sonrió—.Tiene vuestra nariz muy parecida, ¿eh?

—¡Sólo tienes que pararlo! ¿Por favor? —suplicó Tiffany.

—¡Sí-sí! ¡Vamos, muchachos!

Observar el trabajo de los Feegles era como ver a las hormigas, salvo que las hormigas no usaban kilts ni gritaban "¡Crivens!" todo el tiempo. Tal vez fue porque podían hacer que una palabra hiciera tanto trabajo, que no parecían tener ningún problema en absoluto con las órdenes del Jolly Sailor. Pululaban por la cubierta. Misteriosa cuerdas fueron retiradas. Las velas se movían y agitaban a un coro de "Un Buen Fumar" y "¡Crivens!

Ahora el Forjainviernos quiere casarse conmigo, pensó Tiffany. Oh, cielos.

Había veces en que se preguntaba si había de casarse un día, pero había determinado que ahora era demasiado pronto para "un día". Sí, su madre se había casado cuando tenía todavía catorce años, pero era el tipo de cosas que ocurrían en los viejos tiempos. Había un montón de cosas por hacer antes de que Tiffany se casara, ella lo tenía muy claro.

7 Una canción de piratas (N. d. T.)

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Además, cuando una piensa en eso... puaj. Él ni siquiera era una persona. Sería demasiado…

¡Tud!, hizo el viento en las velas. El barco crujía y se inclinaba, y todo el mundo le gritaba. La mayoría de ellos gritaba:

—¡El timón! ¡Agarra el timón ahora! —aunque también hubo un desesperado— ¡Un Buen Fumar En Cualquier Clima!

Tiffany se volvió para ver el timón que giraba en forma borrosa. Intentó agarrarlo, y le golpeó los dedos con los rayos, pero había un trozo de cuerda enrollada cerca y se las arregló para lazar el timón y halarlo a un alto sin resbalar demasiado por la cubierta. Después, agarró el timón y trató de girarlo en sentido contrario. Era como empujar una casa, pero se movió, muy lentamente al principio y luego más rápido mientras ella ponía la espalda en eso.

El barco dio la vuelta. Podía sentirlo en movimiento, comenzando a dirigirse un poco lejos del témpano, y no directamente a él. ¡Bueno! ¡Las cosas estaban saliendo bien al fin! Ella giró el timón un poco más, y ahora la enorme pared fría pasaba deslizándose, llenando el aire de niebla. Todo iba a estar bien después de la…

El barco golpeó el témpano.

Comenzó con un simple ¡Crac! cuando un mástil quedo atrapado en un afloramiento, pero luego se rompieron los demás cuando el buque raspó a lo largo del hielo. Luego hubo algunos ruidos agudos como de astillas cuando el buque continuaba destrozándose, y fueron disparados pedazos de tabla a las columnas de agua espumosa. El tope de un mástil se rompió, arrastrando las velas y los aparejos con él. Un trozo de hielo cayó sobre la cubierta a unos pocos metros de Tiffany, bañándola con agujas.

—¡Así no es cómo se supone que debe suceder! —jadeó, aferrándose al timón.

Cásate conmigo, dijo el Forjainviernos.

Las aguas turbulentas rugían a través de la nave naufragada. Tiffany se mantuvo por un momento más, luego el oleaje frío la cubrió... excepto que de repente no era fría, sino caliente. Pero todavía contenía la respiración. En la oscuridad, ella trató de abrirse camino a la superficie, hasta que la negrura se hizo de pronto de lado, sus ojos se llenaron de luz, y una voz dijo:

—Estoy segura de que estos colchones son demasiado blandos, pero no se puede decir nada a la Sra. Ogg

Tiffany parpadeó. Estaba en la cama, y una mujer delgada con el pelo preocupado y una nariz roja estaba junto a ella.

—Estabas dando vueltas como loca —dijo la mujer, poniendo una taza humeante en la mesita junto a la cama—. Un día alguien se sofocará, recuerda mis palabras.

Tiffany parpadeó de nuevo. Se supone que debo pensar: Oh, fue sólo un sueño. Pero no fue sólo un sueño. No mi sueño.

—¿Qué hora es? —alcanzó a decir.

—Como las siete —dijo la mujer.

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—¡Las siete! —Tiffany apartó las sábanas—. ¡Tengo que levantarme! ¡La Sra. Ogg querrá el desayuno!

—No lo creo. Se lo llevé a la cama no hace diez minutos —dijo la mujer, echando una mirada a Tiffany—. Y yo estoy fuera de casa—. Resopló—. Tómate el té antes de que se enfríe—. Y con eso se marchó hacia la puerta.

—¿Está enferma la Sra. Ogg? —preguntó Tiffany, buscando por todas partes sus calcetines. Nunca había oído hablar de alguien que no fuera muy viejo o muy enfermo comiendo en la cama.

—¿Enferma? No creo que haya estado enferma un día en su vida —dijo la mujer, llegando a sugerir que en su opinión no era equitativo. Cerró la puerta.

Incluso el suelo del dormitorio era suave… no alisado por centenares de pies que habían gastado las tablas y quitado todas las astillas, sino porque alguien lo había lijado y barnizado. Los pies descalzos de Tiffany se pegaron un poco. No había polvo a la vista, ni telarañas. La habitación era brillante y fresca y exactamente diferente de cómo debía ser cualquier habitación en la cabaña de una bruja.

—Voy a vestirme —dijo al aire—. ¿Hay algun Feegle aquí?

—¡Ach, no! —dijo una voz desde abajo de la cama.

Hubo algunos susurros frenéticos y la voz dijo:

—Eso es tae decir, casi no hay uno de nosotros aquí.

—Entonces, cierra tus ojos —dijo Tiffany.

Se vistió, tomando sorbos ocasionales del té mientras lo hacía. ¿Té llevado a tu cama cuando no estabas enferma? ¡Ese tipo de cosas les pasaban a los reyes y las reinas!

Y entonces se dio cuenta del moretón en los dedos. No dolía nada, pero la piel era de color azul adonde el timón de la nave había golpeado. Bien...

—¿Feegles? —dijo.

—Crivens, no nos engañareis una segunda vez —dijo la voz desde debajo de la cama.

—¡Sal aquí donde pueda verte, Wullie Tonto! —ordenó Tiffany.

—Es hagglin real, señorita, la forma en que vos siempre sabéis que soy yo.

Después de algunos susurros urgentes más, Wullie Tonto —pues era él— salió en tropel con dos Feegles más y Horacio el queso.

Tiffany se quedó mirando. Muy bien, era un queso azul, por lo que era casi del mismo color que un Feegle. Y se comportaba como un Feegle, sin duda. ¿Por qué, sin embargo, tenía una tira de sucio tartán Feegle a su alrededor?

—Él nos encontró —dijo Wullie Tonto, poniendo su brazo alrededor de la mayor cantidad de Horacio que le fue posible—. ¿Puedo quedármelo? ¡Él entiende cada palabra que digo!

—Eso es increíble, porque yo no lo hago —dijo Tiffany—. Mira, ¿estábamos en un naufragio anoche?

—Oh, sí. De algún tipo.

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—¿De algún tipo? ¿Era real o no?

—Oh, sí —dijo el Feegle nerviosamente.

—¿Sí, qué? —insistió Tiffany.

—Un poco real, y un poco no real, de una manera realmente irreal —dijo Wullie Tonto, retorciéndose un poco—. No tengo el conocimiento de las palabras correctas.

—¿Están todos los Feegles bien?

—Oh, sí, señorita —dijo Wullie Tonto, iluminándose—. Nae problemo. Era sólo un barco de ensueño en un mar de ensueño, después de todo.

—¿Y un témpano de ensueño? —dijo Tiffany.

—Ach, no. El témpano era real, señora.

—¡Ya me lo imaginaba! ¿Estás seguro?

—Sí. Somos buenos en el conocimiento de cosas por el estilo —dijo Wullie Tonto—. Eso es así, ¿eh, muchachos? —Los otros dos Feegles, con el asombro total de estar en la presencia de la gran hag pequeñita sin la seguridad de cientos de hermanos que les rodeasen, asintieron con la cabeza a Tiffany y trataron luego de esconderse uno detrás del otro.

—¿Un verdadero témpano con mi forma está a la deriva en el mar? —dijo Tiffany con horror—. ¿Poniéndose en el camino de las naves?

—Sí. Podría ser —dijo Wullie Tonto.

—¡Me voy a meter en tantos problemas! —dijo Tiffany, poniéndose de pie.

Hubo un ruido seco, y el extremo de una de las tablas del suelo saltó fuera del piso y quedó allí, balanceándose arriba y abajo con el ruido de una mecedora. Había arrancado dos largos clavos.

—Y ahora esto —dijo Tiffany débilmente. Pero los Feegles y Horacio habían desaparecido.

Detrás de Tiffany alguien se echó a reír, aunque fue tal vez más una sonrisa, profunda y real y con sólo una insinuación de que tal vez alguien había dicho una broma grosera.

—Esos diablillos no pueden correr a medias, ¿eh? —dijo Tata Ogg, entrando tranquilamente en la habitación—. Ahora bien, Tiff, quiero que des la vuelta poco a poco y vayas a sentarte en la cama con los pies que no toquen el suelo. ¿Puedes hacer eso?

—Por supuesto, Sra. Ogg —dijo Tiffany—. Mire, lo siento.

—Caa, ¿qué es una tabla del piso más o menos? —dijo Tata Ogg—. Estoy mucho más preocupada por Esme Ceravieja. ¡Ella dijo que podría pasar algo como esto! Ja, ella tenía razón y la Srta. Tick estaba equivocada! ¡No habrá vivir con ella después de esto! ¡Tendrá la nariz tan alta en el aire, que sus pies no tocarán el suelo!

Con un sonido de ¡spioioioiiing!, surgió otra tabla.

—Y podría ser una buena idea que los tuyos tampoco, señorita —añadió Tata Ogg—. Vuelvo en medio tic.

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Eso resultó ser veintisiete segundos, cuando Tata regresó con un par de pantuflas de color rosa violento con conejitos en ellas.

—Mi segundo mejor par —dijo mientras, detrás de ella, una placa hizo ¡plunk! y lanzó cuatro clavos grandes a la pared del fondo. En las tablas que ya habían surgido empezaban a brotar lo que se parecía mucho a hojas. Eran delgadas y herbáceas, pero hojas era lo que eran.

—¿Soy yo haciendo esto? —preguntó Tiffany nerviosa.

—Me atrevería a decir que Esme querrá contarte sobre todo esto ella misma —dijo Tata, metiendo los pies de Tiffany en las pantuflas—. Pero lo que tienes aquí, señorita, es un caso grave de Ped Fecundis. —En la trastienda de la memoria de Tiffany. el Dr. Sensibilidad Bustle, DM Phil., B. El L., se agitó en el sueño por un momento y se hizo cargo de la traducción.

—¿Pies fértiles? —preguntó Tiffany

—¡Bien hecho! No esperaba que sucediera algo así a las tablas, fíjate, pero tiene sentido, cuando se piensa en ello. Están hechas de madera, después de todo, así que están tratando de crecer.

—¿Sra. Ogg? —dijo Tiffany.

—¿Sí?

—¿Por favor? ¡No tengo ni idea de lo que está diciendo! ¡Mantengo mis pies muy limpios! ¡Y creo que soy un témpano gigante!

Tata Ogg le lanzó una lenta y amable mirada. Tiffany la miró a los ojos oscuros y brillantes. No trates de engañarla o de obtener nada a cambio de esos ojos, dijeron sus Terceros Pensamientos. Todo el mundo dice que ella ha sido la mejor amiga de Yaya Ceravieja desde que eran niñas. Y eso significa que bajo todas esas arrugas debe haber nervios de acero.

—La tetera está abajo —dijo Tata alegremente—. ¿Por qué no te vienes abajo y me cuentas todo sobre eso?

Tiffany había buscado "hetaira" en el Diccionario Sin Expurgar, y encontró que significaba "una mujer que no es mejor de lo que debería ser" y "una mujer de virtud fácil". Esto, decidió después de un rato de pensar, hacía que la Sra. Gytha Ogg, conocida como Tata, fuera una persona muy respetable. Ella encontraba fácil la virtud, por un lado. Y si no era mejor que lo que debería ser, entonces ella era tan buena como debería ser.

Tenía la sensación de que la Srta. Traición no había querido decir esto, pero una no podía discutir con la lógica.

Tata Ogg era buena para escuchar, por lo menos. Ella escuchaba como una gran oreja grande, y antes de Tiffany se diera cuenta, le estaba contando todo. Todo. Tata se sentó en el otro lado de la gran mesa de la cocina, chupando suavemente una pipa con un erizo grabado en ella. A veces hacía una pequeña pregunta, como "¿Por qué?", o "¿Y entonces qué pasó?". Y allá íbamos de nuevo. La amigable sonrisa de Tata podía arrastrar fuera de ti cosas que no sabías que sabías.

Mientras hablaban, los Terceros Pensamientos de Tiffanys exploraban la sala con el rabillo de sus ojos.

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Era maravillosamente limpio y brillante, y había adornos por todas partes… baratos, alegres, del tipo que tienen cosas como "a la Mejor Mamá del Mundo" en ellos. Y donde no había adornos, había fotos de los bebés, y los niños, y las familias.

Tiffany había pensado que sólo la gente distinguida vivía en casas como ésta. ¡Había lámparas de aceite! ¡Había una bañera de hojalata, colgando convenientemente de un gancho fuera de la letrina! ¡Había realmente una bomba en el interior! Pero Tata deambulaba con su vestido desgastado y escasamente negro, para nada distinguida.

Desde la mejor silla en la sala de los ornamentos, un gran gato gris observaba a Tiffany con un ojo medio abierto que brillaba con maldad absoluta. Tata se había referido a él como “Greebo... no le hagas caso, él es sólo un blandengue grande y viejo”, pero Tiffany sabía lo suficiente para interpretarlo como "él tendrá sus garras en tu pierna si te acercas a él."

Tiffany hablaba como ella no había hablado con nadie antes. Tiene que ser una especie de magia, concluyeron sus Terceros Pensamientos. Las brujas pronto hallaban la forma de controlar a la gente con sus voces, pero Tata Ogg te escuchaba.

—Este muchacho Roland, que no es tu joven —dijo Tata, cuando Tiffany hizo una pausa para tomar aliento—. Estás pensando en casarte con él, ¿verdad?

No mientas, insistieron sus Terceros Pensamientos.

—Yo... bueno, a tu mente se le ocurren todo tipo de cosas cuando no estás prestando atención, ¿no? —dijo Tiffany—. No es como pensarlo. De todas formas, ¡todos los otros muchachos que he conocido sólo miran a sus estúpidos pies! Petulia dice que es por el sombrero.

—Bueno, quitarlo ayuda —dijo Tata Ogg—. Eso sí, también ayudaba un corpiño escotado, cuando yo era joven. ¡Los disuade de mirar sus estúpidos pies, no me importa decirte!

Tiffany vio los ojos oscuros clavados en ella. Se echó a reír. El rostro de la Sra. Ogg se iluminó con una enorme sonrisa que debería haber sido encerrada por el bien de la decencia pública, y por alguna razón Tiffany se sintió mucho mejor. Había pasado algún tipo de prueba.

—Eso sí, probablemente no funcionaría con el Forjainviernos, por supuesto —dijo Tata, y la oscuridad volvió a bajar.

—No me importaban los copos de nieve —dijo Tiffany—. Pero el témpano… Creo que eso fue un poco demasiado.

—Hacerse ver delante de las chicas —dijo Tata, fumando su pipa erizo—. Sí, eso hacen.

—¡Pero él puede matar gente!

—Es Invierno. Es lo que hace. Pero creo que está en un poco nervioso, porque él nunca antes ha estado enamorado de un ser humano.

—¿Enamorado?

—Bueno, es probable que él crea que lo está.

Una vez más los ojos la observaban con atención.

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—Él es un elemental, y son simples, en realidad —prosiguió Tata Ogg—. Pero él está tratando de ser humano. Y eso es complicado. Estamos llenos de cosas que él no entiende… no puede entender, realmente. La ira, por ejemplo. Una tormenta de nieve nunca se enfada. La tormenta no odia a las personas que mueren en ella. El viento nunca es cruel. Pero cuanto más piensa en ti, más tiene que lidiar con sentimientos de este tipo, y no hay nadie que pueda enseñarle. No es muy inteligente. Él nunca ha tenido que serlo. Y lo interesante es que está cambiando demasiado…

Hubo un golpe en la puerta. Tata Ogg se levantó y la abrió. Yaya Ceravieja estaba allí, con la Srta. Tick mirando por encima de su hombro.

—Bendiciones sean sobre esta casa —dijo Yaya, pero con una voz que sugería que si las bendiciones necesitaban ser quitadas, podía hacer eso, también.

—Muy probablemente —dijo Tata Ogg.

—¿Es Ped Fecundis, entonces? —Yaya señaló con la cabeza a Tiffany.

—Parece un caso grave. El suelo comenzó a crecer después de que caminó sobre él con los pies descalzos.

—¡Ja! ¿Le has dado algo para eso? —dijo Yaya.

—Le receté un par de pantuflas.

—Realmente no veo cómo podría estar teniendo lugar una avatarización, no cuando estamos hablando de los elementales, no tiene… —comenzó la Srta. Tick.

—Deje de parlotear, Srta. Tick —dijo Yaya Ceravieja—. Noto que parlotea cuando las cosas van mal, y no es de ayuda.

—No quiero que se preocupe la niña, eso es todo —dijo la Srta. Tick. Tomó la mano de Tiffany, le dio unas palmaditas y le dijo—: No te preocupes, Tiffany, nosotras…

—Ella es una bruja —dijo Yaya con severidad—. Sólo tenemos que decirle la verdad.

—¿Cree que me estoy convirtiendo en una... una diosa? —dijo Tiffany.

Valió la pena ver sus caras. La única boca que no era una O era la de Yaya Ceravieja, que estaba sonriendo. Ella se veía como alguien cuyo perro acababa de hacer un truco bastante bueno.

—¿Cómo llegaste a eso? —preguntó Yaya.

El Dr. Bustle había hecho una conjetura: Avatar, una encarnación de un dios. Pero yo no voy a contarle eso, pensó Tiffany.

—¿Bueno, lo soy? —dijo.

—Sí —dijo Yaya Ceravieja—. El Forjainviernos piensa que lo eres... oh, ella tiene un montón de nombres. La Dama de las Flores es uno agradable. O la Dama Verano. Ella hace el verano, al igual que él hace el invierno. Él piensa que tú eres ella.

—Está bien —dijo Tiffany—. Pero sabemos que él está equivocado, ¿no?

—Er... no tan equivocado como nos gustaría —dijo la Srta. Tick.

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La mayoría de los Feegles había acampado en el granero de Tata Ogg, donde se celebraba un consejo de guerra, excepto que se trataba de algo que no era exactamente lo mismo

—Lo que tenemos aquí —pronunciaba Roba A Cualquiera—, es un caso de Romance.

—¿Qué es eso, Roba? —preguntó un Feegle.

—Sí, ¿es como la forma como los bebés pequeñitos se hacen? —preguntó Wullie Tonto—. Vos lo contasteis el año pasado. Fue muy interesante, aunque un poco exagerado tae mi mente.

—No exactamente —dijo Roba A Cualquiera—. Y es un poco difícil tae describir. Pero creo que aquel Forjainviernos quiere romance con la gran hag pequeñita y ella no sabe qué tae hacer con eso.

—¿Así que es como la forma que se hacen los bebés? —dijo Wullie Tonto.

—No, porque incluso las bestias saben eso, pero sólo la gente sabe sobre Romance —dijo Roba—. Cuando un toro se encuentra con una señora vaca, no tienen que tae decir, “Mi corazón hace bang-bang-bang, cuando veo su cara pequeñita”, porque está un poco incorporado dentro de sus cabezas. La gente lo tiene más difícil. Y el Romance es muy importante, ¿sabéis? Básicamente es una forma en que el chico puede acercarse a la chica sin que ella lo ataque y arañe sus ojos.

—Yo no veo cómo podemos enseñarle eso a ella —dijo Angus Pocoloco.

—La gran hag pequeñita lee libros —dijo Roba A Cualquiera—. Cuando ve un libro no puede evitarlo. Y yo —agregó con orgullo—, tengo un Plan.

Los Feegles se relajaron. Ellos siempre se sentían más felices cuando Roba tenía un Plan, sobre todo porque la mayoría de sus planes se reducían a gritar y correr hacia algo.

—Cuéntanos acerca del Plan, Roba —dijo Gran Yan.

—Estoy contento que preguntéis —dijo Roba—. El Plan es: Vamos a encontrar un libro sobre Romance.

—¿Y cómo vamos a encontrar este libro, Roba? —preguntó Billy Granbarbilla incierto. Era un gonnagle leal, pero también era lo suficientemente brillante como para ponerse nervioso cada vez que Roba A Cualquiera tenía un Plan.

Roba A Cualquiera hizo un gesto alegre con la mano.

—Ach —dijo—, ¡nosotros sabemos este truco! ¡Lo que necesitamos es un gran sombrero y un escudo y una percha y un palo de escoba!

—¿Oh sí? —dijo Gran Yan—. ¡Bueno, no voy a estar abajo en la rodilla de nuevo!

Con las brujas, todo es una prueba. Es por eso que probaron los pies de Tiffany.

Apuesto a que soy la única persona en el mundo a punto de hacer esto, pensó mientras bajaba los dos pies en una bandeja de tierra que Tata había paleado a toda

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prisa. Yaya Ceravieja y la Srta. Tick estaban sentados en sillas de madera desnuda, a pesar del hecho de que el gato gris Greebo ocupaba la totalidad de un gran sillón deformado. No querrías despertar a Greebo cuando él quería dormir.

—¿Puedes sentir algo? —preguntó la Srta. Tick.

—Está un poco frío, eso es todo… oh... pasa algo...

Aparecieron brotes verdes alrededor de sus pies, y crecieron rápidamente. Luego se pusieron blancos en la base y empujaron suavemente los pies de Tiffany a un lado cuando comenzaron a hincharse.

—¿Cebollas? —dijo Yaya Ceravieja con desprecio.

—Bueno, eran las únicas semillas que pude encontrar rápidamente —dijo Tata Ogg, hurgando en los bulbos de brillante blancura—. Buen tamaño. Bien hecho, Tiff.

Yaya miró sorprendida.

—No vamos a comer eso, ¿verdad, Gytha? —dijo en tono acusador—. Lo harás, ¿verdad? ¡Te los vas a comer!

Tata Ogg, poniéndose en pie con un manojo de cebollas en cada mano regordeta, parecía culpable, pero sólo por un momento.

—¿Por qué no? —dijo con firmeza—. Las verduras frescas no deben ser despreciadas en el invierno. Y de todos modos, sus pies son agradables y limpios.

—No es correcto —dijo la Srta. Tick.

—No me dolió —dijo Tiffany—. Todo lo que tuve que hacer fue poner los pies en la bandeja por un momento.

—Sí, ella dice que no hace daño —insistió Tata Ogg—. Ahora, creo que podría haber algunas viejas semillas de zanahoria en el armario de la cocina… —Ella vio las expresiones en los rostros de las demás—. Está bien, está bien, entonces. No hay necesidad de mirar así —dijo—. Yo estaba tratando de señalar el lado bueno, eso es todo.

—¿Alguien por favor que me diga lo que me está sucediendo? —se lamentó Tiffany.

—La Srta. Tick te va a dar la respuesta en algunas palabras largas —dijo Yaya—. Pero se reduce a esto: Es la Historia sucediendo. Está haciendo que quepas en ella.

Tiffany trataba de no parecerse a alguien que no entendía una palabra de lo que acababa de oír.

—Yo podría hacer algo con los detalles finos, creo —dijo.

—Creo que voy a hacer un poco de té —dijo Tata Ogg.

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CAPÍTULO SIETE

Adelante con el baile

El Forjainviernos y la Dama Verano… bailaban. La danza no terminaba nunca.

Invierno nunca muere. No como muere la gente. Continúa en las heladas tardías y en el olor del otoño en una tarde de verano, y en el calor escapa a las montañas.

Verano nunca muere. Se hunde en el terreno; en las profundidades, se forman los capullos de invierno en lugares protegidos y los brotes blancos se deslizan por debajo de las hojas muertas. Parte de ella se escabulle en los desiertos más profundos, más calientes, donde hay un verano que nunca termina. Para los animales no eran más que el clima, sólo una parte del todo.

Pero surgieron los humanos y les dieron nombres, así como la gente llenó el cielo estrellado con héroes y monstruos, porque eso los convierte en historias. Y los humanos amaban las historias, porque una vez que habías tornado las cosas en historias, puedes cambiar las historias. Y allí estaba el problema, justo allí.

Ahora la Dama y el Forjainviernos bailaban alrededor del año, cambiando de lugar en la primavera y el otoño, y eso había funcionado durante miles de años, justo hasta el momento en que una niña no pudo controlar sus pies y llegó a la danza exactamente en el momento equivocado.

Pero la Historia tenía vida, también. Era como un juego ahora. Se desarrollaría en todo el año, y si uno de los jugadores no era la actriz real sino simplemente una chica que había paseado hasta el escenario, bueno, eso era muy malo. Tendría que llevar el traje y decir las líneas y esperar a que hubiese un final feliz. Cambia la Historia, aunque no sea tu intención, y la Historia te cambia a ti.

La Srta. Tick usó un montón más de palabras, como "personificación antropomórfica", pero esto fue lo que terminó en la cabeza de Tiffany

—Así que... ¿no soy una diosa? —dijo.

—Oh, me gustaría tener un pizarrón —suspiró la Srta. Tick—. Realmente no sobreviven al agua, sin embargo, y por supuesto, las tizas están tan empapadas…

—Lo que creemos que ocurrió en el Baile —comenzó Yaya Ceravieja en voz alta—, es que tú y la Dama Verano se han... mezclado.

—¿Mezclado?

—Puedes poseer algunos de sus talentos. El mito de la Dama Verano dice que las flores crecen dondequiera que camine —dijo Yaya Ceravieja.

—Doquiera —dijo la Srta. Tick remilgadamente.

—¿Qué? —replicó Yaya, que estaba paseando arriba y abajo delante de la chimenea.

—Es “doquiera ella camine", de hecho —dijo la Srta. Tick—. Es más... poético.

—Ja —dijo Yaya—. ¡Poesía!

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¿Voy a tener problemas al respecto?, se preguntó Tiffany.

—¿Y qué hay acerca de la verdadera Dama Verano? ¿Va a estar enojada? —preguntó.

Yaya Ceravieja se detuvo y miró a la Srta. Tick, quien dijo:

—Ah, sí... er... estamos explorando todas las posibilidades…

—Eso significa que no lo sabemos —dijo Yaya—. Ésa es la verdad. Se trata de dioses, ¿ves? Pero sí, ya que lo preguntas, pueden sentirse un poco susceptibles.

—Yo no la vi en el baile —dijo Tiffany.

—¿Viste al Forjainviernos?

—Bueno... no —dijo Tiffany. ¿Cómo podía describir ese momento maravilloso, sin fin, dorado, giratorio? Esto va más allá de cuerpos y pensamientos. Pero había sonado como si dos personas hubieran dicho: "¿Quién eres?" Ella se puso sus botas de nuevo—. Er ... ¿dónde está ella ahora? —preguntó mientras se ataba los cordones. Tal vez tuviera que correr.

—Ella probablemente ha vuelto al Inframundo para el invierno. La Dama Verano no camina sobre la tierra en invierno.

—Hasta ahora —dijo Tata Ogg alegremente. Parecía estar disfrutando de esto.

—Aah, la Sra. Ogg ha puesto el dedo en el otro problema —dijo la Srta. Tick—. El, eh, Forjainviernos y la Dama Verano son, eh, es decir, que nunca han… —Miró implorante a Tata Ogg.

—Nunca se han reunido excepto en el Baile —dijo Tata—. Pero ahora aquí estás, y para él te sientes como la Dama Verano, caminando tan audaz en el invierno, por lo que podrías estar... ¿cómo lo diría...?

—... excitando sus inclinaciones románticas —dijo la Srta. Tick rápidamente.

—Yo no iba a describirlo exactamente así —dijo Tata Ogg.

—¡Sí, sospechaba que no lo ibas a hacer! —dijo Yaya—. ¡Sospechaba que ibas a usar Lenguaje!

Tiffany definitivamente escuchó la "L" mayúscula, lo que sugería que el lenguaje en que estaba pensando no era pronunciado en conversaciones educadas.

Tata se levantó y trató de parecer arrogante, lo cual es difícil de hacer cuando tienes una cara como una manzana feliz.

—Yo en realidad iba a llamar la atención de Tiff sobre esto —dijo ella, tomando un adorno de la congestionada chimenea. Era una casa pequeña. Tiffany la había visto antes; tenía dos puertas pequeñas en la parte delantera y, en este momento, un pequeño hombrecito de madera con un sombrero de copa.

—Se llama la casa del clima —dijo Tata, entregándosela a Tiffany—. No sé cómo funciona, hay un poco de hilo especial o algo así, pero hay un hombrecito de madera que sale si va a llover y una mujercita de madera que sale cuando va a estar soleado. Pero están en una cosa que pivota, ¿ves? Nunca pueden estar al mismo tiempo, ¿ves? Nunca. Y no puedo evitar preguntarme, cuando el tiempo está cambiando, el hombrecito ve a la mujercita con el rabillo del ojo y se pregunta…

—¿Esto es sobre el sexo? —preguntó Tiffany.

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La Srta. Tick miró el techo. Yaya Ceravieja se aclaró la garganta. Tata soltó una carcajada enorme que hubiera avergonzado incluso al hombrecito de madera.

—¿Sexo? —dijo—. ¿Entre Verano e Invierno? Ahora existe un pensamiento.

—No… creo… eso —dijo Yaya Ceravieja con severidad. Se volvió a Tiffany—. Está fascinado por ti, eso es lo que es. Y no sabemos cuánto del poder de la Dama Verano está en ti. Ella puede ser bastante débil. Tendrás que ser un verano en invierno hasta que el invierno termine —agregó rotundamente—. Ésa es la justicia. No hay excusas. Has hecho una elección. Recibes lo que elegiste.

—¿No podría simplemente ir a buscarla y decir que lo siento...? —comenzó Tiffany.

—No. Los antiguos dioses no son muy grandes en “lo siento" —dijo Yaya, paseando arriba y abajo de nuevo—. Ellos saben que es sólo una palabra.

—¿Sabes lo que pienso? —dijo Tata—. Creo que ella está mirándote, Tiff. Ella está diciendo para sí: “¿Quién es esta engreida joven caminando en mis zapatos? ¡Bueno, vamos a hacerla caminar una milla en ellos y ver cómo le gusta!

—La Sra. Ogg puede tener algo ahí —dijo la Srta. Tick, que hojeaba la Mitología de Pinzón—. Los dioses esperan que uno pague por sus errores.

Tata Ogg palmeó la mano de Tiffany.

—Si ella quiere ver lo que puedes hacer, muéstrale lo que puedes hacer, Tiff, ¿eh? ¡Ése es el camino! ¡Sorpréndela!

—¿Quiere decir a la Dama Verano? —dijo Tiffany.

Tat le guiñó un ojo.

—Ah, ¡y a la Dama Verano, también!

Hubo algo que sonó muy parecido al inicio de una risa de la Srta. Tick antes de que Yaya Ceravieja la fulminase con la mirada.

Tiffany suspiró. Estaba muy bien hablar de opciones, pero ella no tenía otra opción aquí.

—Muy bien. ¿Qué más puedo esperar, aparte de... bueno, los pies?

—Estoy, eh, controlando —dijo la Srta. Tick, todavía hojeando el libro—. Ah ... aquí dice que ella era, quiero decir es, más hermosa que todas las estrellas en el cielo...

Todos miraron a Tiffany.

—Podrías intentar hacer algo con tu cabello —dijo Tata Ogg después de un momento.

—¿Cómo qué? —dijo Tiffany.

—Como cualquier cosa, realmente.

—Aparte de los pies y hacer algo con mi pelo —dijo Tiffany bruscamente—, ¿hay algo más?

—Aquí dice, citando un manuscrito muy antiguo: "Ella camina los pastos en Abril y llena las colmenas con miel dulce” —informó la Srta. Tick.

—¿Cómo puedo hacer eso?

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—No lo sé, pero sospecho que ocurriría de todas maneras —dijo la Srta. Tick.

—¿Y la Dama Verano se lleva el crédito?

—Creo que ella sólo tiene que existir para que suceda, en realidad —dijo la Srta. Tick.

—¿Algo más?

—Er, sí. Tienes que asegurarte de que el invierno termine —dijo la Srta. Tick—. Y, por supuesto, hacer frente al Forjainviernos.

—¿Y cómo lo hago?

—Creemos que sólo tienes que estar allí... —dijo Yaya Ceravieja—. O tal vez sabrás qué hacer cuando llegue el momento.

Miau.

—¿Estar dónde? —dijo Tiffany.

—En todas partes. En cualquier lugar.

—Yaya, su sombrero chilló —dijo Tiffany—. ¡Hizo miau!

—No, no lo hizo —dijo Yaya bruscamente.

—Lo hizo, lo sabes —dijo Tata Ogg—. Lo he oído también.

Yaya Ceravieja gruñó y se quitó el sombrero. La gatita blanca, enroscada alrededor del moño de su pelo, parpadeó en la luz.

—No puedo evitarlo —murmuró Yaya—. Si dejo la maldita cosa sola, se mete debajo de la cómoda y llora, y llora. —Miró a su alrededor a las otras como retándolas a decir algo—. De todos modos —añadió—, mantiene mi cabeza caliente.

En su silla, la ranura amarilla del ojo izquierdo de Greebo se abrió perezosamente.

—Al suelo, Tú —dijo Yaya, levantando la gatita de su cabeza y poniéndola en el suelo—. Me atrevería a decir que la Sra. Ogg tiene un poco de leche en la cocina.

—No mucha —dijo Tata—. ¡Voy a jurar que algo ha estado bebiéndola!

Los ojos de Greebo se abrieron del todo, y comenzó a gruñir en voz baja.

—¿Seguro que sabes lo que estás haciendo, Esme? —dijo Tata Ogg, buscando un almohadón para arrojar—. Él es muy protector de su territorio.

Tú, la gatita, se sentó en el suelo y se lavó las orejas. Entonces, cuando Greebo se puso de pie, ella le clavó una mirada inocente y dio un brinco sobre su nariz, cayendo sobre él con todas sus garras.

—Así es ella —dijo Yaya Ceravieja, cuando Greebo hizo erupción de la silla y se lanzó por la habitación antes de desaparecer en la cocina. Hubo un choque de cacerolas seguido por el groioioioing de una tapa de una cacerola girando hasta el silencio en el suelo.

La gatita volvió al cuarto, saltó en la silla vacía, y se enroscó.

—Él trajo medio lobo la semana pasada —dijo Tata Ogg—. No has estado hexperimentando8 en la pobre gatita, ¿verdad?

8 Usar la magia sólo para ver que pasa.

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—No se me ocurriría semejante cosa —dijo Yaya—. Ella conoce su propia mente, eso es todo. —Se volvió a Tiffany—. No cuentes con que el Forjainviernos se preocupe demasiado por ti por un tiempo —dijo—. El gran clima de invierno estará pronto con nosotros. Eso lo mantendrá ocupado. Mientras tanto, la Sra. Ogg te enseñará... las cosas que ella conoce.

Y Tiffany pensó: Me pregunto qué tan vergonzoso va a ser esto.

En las profundidades de la nieve, en medio de un páramo barrido por el viento, un pequeño grupo de bibliotecarios viajeros se sentaba alrededor de la estufa que se enfriaba y se preguntaba qué quemar ahora.

Tiffany nunca había sido capaz de averiguar mucho acerca de los bibliotecarios. Eran un poco como los sacerdotes y los maestros errantes, que iban incluso a los pueblos más pequeños y más solitarios, para entregar esas cosas —las oraciones, las medicinas, los hechos— de las que la gente puede prescindir por semanas, pero que a veces necesita una gran cantidad de una sola vez. Los bibliotecarios te prestan un libro por un centavo, aunque a menudo aceptan comida o buena ropa de segunda mano. Si les das un libro, tienes diez préstamos libres.

Algunas veces se podían ver dos o tres de sus vagones estacionados en algún claro y sentir el olor de las colas que ellos hervían para reparar los libros más antiguos. Algunos de los libros que prestaban eran tan viejos que la impresión se había puesto gris por la presión de los ojos de la gente al leerlos.

Los bibliotecarios eran misteriosos. Se decía que podían decir qué libro necesitabas sólo mirándote, y podían quitarte la voz con una palabra.

Pero allí estaban buscando en los estantes el famoso libro Supervivencia en la Nieve de T. H. Tieneratones.

Las cosas se estaban poniendo desesperadas. Los bueyes que tiraban de la carreta habían roto sus ataduras y escaparon en la ventisca, la estufa estaba casi apagada, y lo peor de todo, estaban usando sus últimas velas, lo que significaba que pronto no serían capaces de leer libros.

—Aquí dice en Entre las Comadrejas de Nieve de K. Pierpoint Poundsworth que los miembros de la desafortunada expedición a Bahía Ballena sobrevivieron haciendo sopa de sus propios pies —dijo el Vice Bibliotecario Grizzler.

—Eso es interesante —dijo la Bibliotecaria Principal Swinsley, que hurgaba en el estante de abajo—. ¿Hay una receta?

—No, pero puede haber algo en el libro Cocinando en Apuros de Superflua Cuervo. De ahí sacamos la receta de ayer para Nutritivos Calcetines Hervidos Sorpresa. —Hubo un golpe atronador en la puerta. Era una puerta de dos partes que permitía abrir sólo la mitad superior, para que una repisa en la mitad inferior pudiera ser una especie de pequeño escritorio para sellar libros. La nieve pasó a través de la grieta mientras los golpes continuaban.

—Espero que no sean los lobos de nuevo —dijo el Sr. Grizzler—. ¡No pude dormir en toda la noche!

—¿Llaman a la puerta? Podríamos comprobarlo en Los Hábitos de los Lobos por el Capitán W. E. Ligeramente —dijo el Bibliotecario Principal Swinsley—, ¿o quizás sólo podría abrir la puerta? ¡Rápido! ¡Las velas se apagan!

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Grizzler abrió la parte superior de la puerta. Había una figura alta en los escalones, difícil de ver a la luz irregular de la luna tamizada por las nubes.

—Estoy buscando Romance —resonó.

El Bibliotecario Adjunto pensó por un momento y luego dijo:

—¿No está un poco frío ahí fuera?

—¿No sois, pues, la gente con todos esos libros? —preguntó la figura.

—Sí, en efecto... ¡oh, Romance! ¡Sí, por supuesto! —dijo el Sr. Swinsley, con alivio—. En ese caso, creo que quiere a la Srta. Jenkins. Adelante por favor, Srta. Jenkins.

—Parece que os estáis congelando allí —dijo la figura—. Hay carámbanos colgando del techo.

—Sí. Sin embargo, hemos logrado mantenerlos apartados de los libros —dijo Swinsley—. Ah, Srta. Jenkins. El, eh, señor está buscando Romance. Su departamento, creo.

—Sí, señor —dijo la Srta. Jenkins—. ¿Que tipo de romance está buscando?

—Oh, uno con tapa, vos sabeis, y con páginas con todas esas palabras en ellas —dijo la figura.

La Srta. Jenkins, que estaba acostumbrada a este tipo de cosas, desapareció en la penumbra al otro extremo del carro.

—¡Estos scunners están totalmente locos! —dijo una nueva voz. Parecía venir de alguna parte en la persona del oscuro prestatario de libros, pero mucho más abajo de la cabeza.

—¿Perdón? —dijo el Sr. Swinsley.

—Ach, nae problemo —dijo la figura rápidamente—. Estoy sufriendo de rodilla sonora, un viejo problema.

—¿Por qué no queman todos esos libros, eh? —refunfuñó la invisible rodilla sonora.

—Lo siento acerca de esto, sabéis de qué modo las rodillas pueden dejar a un hombre abajo en público, soy un mártir de ésta —dijo el desconocido.

—Sé cómo es. Mi codo actúa así en tiempo húmedo —dijo el Sr. Swinsley. Hubo una especie de lucha en las regiones inferiores del desconocido, que temblaba como una marioneta.

—Esto será un penique —dijo la Srta. Jenkins—. Y necesito su nombre y dirección.

La figura oscura se estremeció.

—Oh, yo… ¡nunca damos el nombre ni la dirección! —dijo rápidamente—. Es contra nuestra religión, ¿sabéis? Er... Yo no quiero ser una rodilla, pero ¿por qué estáis todos vosotros aquí congelándoos tae la muerte?

—Nuestros bueyes escaparon, y desgraciadamente, la nieve es muy profunda para caminar —dijo el Sr. Swinsley.

—Sí. Pero teneis una estufa y todos esos viejos libros secos.

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—Sí, lo sabemos —dijo el bibliotecario,perplejo.

Era el tipo de pausa desgraciada a que se llega cuando dos personas no van a entender sus puntos de vista en absoluto. Entonces:

—Os diré que, yo —y mi rodilla— iremos a traer vuestras vacas para vosotros, ¿eh? —dijo la misteriosa figura—. Tiene un valor de tae un penique, ¿eh? ¡Gran Yan, sentirás el lado áspero de mi mano en un minuto!

La figura se perdió de vista. La nieve voló a la luz de la luna. Por un momento pareció como si tuviera lugar una refriega, y luego un ruido como "¡Crivens!" desapareciendo en la distancia.

Los bibliotecarios estaban a punto de cerrar la puerta cuando oyeron los bramidos aterrorizados de los bueyes, haciéndose más fuertes con gran rapidez.

Dos ondas encrespadas de nieve llegaron a través de los páramos brillantes. Las criaturas las cabalgaban como surfistas, gritando a la luna. La nieve se asentó a unos pies de distancia de la carreta. Hubo una mancha azul y roja en el aire, y el libro romántico fue retirado del lugar.

Pero lo realmente extraño, acordaron los bibliotecarios, fue que cuando los bueyes habían venido acelerando hacia ellos, parecían viajar hacia atrás.

Era difícil sentirse avergonzado por Tata Ogg, porque su risa alejaba la vergüenza. Ella no se avergonzaba de nada.

Hoy Tiffany, con un par de medias extra para evitar desafortunados incidentes florales, fue con ella "a dar una vuelta a las casas", como lo conocían las brujas.

—¿Hiciste esto por la Srta. Traición? —preguntó Tata cuando salieron. Había grandes nubes gordas concentrándose alrededor del monte; esta noche la nieve sería mucho más.

—Oh, sí. Y para la Srta. Level y la Srta. Empujabajo.

—Lo disfrutabas, ¿verdad? —dijo Tata, envolviéndose en su capa.

—A veces. Quiero decir, sé por qué lo hacemos, pero a veces te hartas de gente estúpida. Me gusta mucho hacer las cosas de medicina.

—Buena con las hierbas, ¿verdad?

—No. Soy muy buena con las hierbas.

—Oh, hay un poco de presumida, ¿eh? —dijo Tata.

—Si no supiera que soy buena con las hierbas, sería estúpida, Sra. Ogg.

—Así es. Bien. Es bueno ser bueno en algo. Ahora, nuestro pequeño favor del día, es…

… dar un baño a una anciana, en la medida de lo posible, con un par de cuencos de lata y algunos paños. Y eso era brujería. Luego vieron a una mujer que acababa de tener un bebé, y eso era brujería, y un hombre con una lesión en la pierna muy desagradable que Tata Ogg dijo que estaba yendo muy bien, y eso era brujería también, y luego en un grupo de casitas acurrucado fuera-del-camino, subieron la escalera de madera hasta un estrecho cuartito, donde un hombre de edad disparó contra ellas con una ballesta.

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—Tú, viejo demonio, ¿no estás muerto todavía? —dijo Tata—. ¡Te ves bien! ¡Te lo juro, el hombre de la guadaña debe de haber olvidado dónde vives!

—¡Estoy esperándolo, Sra. Ogg! —dijo el anciano alegremente—. ¡Si voy a ir, lo voy a llevar conmigo!

—Ésta es mi chica Tiff. Está aprendiendo brujería —dijo Tata, alzando la voz—. Éste es el Sr. Hogparsley, Tiff... ¿Tiff? —Chasqueó los dedos delante de los ojos de Tiffany.

—¿Eh? —dijo Tiffany. Ella seguía mirando con horror.

El tuanng del arco cuando Tata abrió la puerta había sido bastante malo, pero por una fracción de segundo, habría jurado que una flecha había atravesado a Tata Ogg y se había clavado en el marco de la puerta.

—Avergüénzate por disparar a una joven, Bill —dijo Tata severamente, esponjando las almohadas—. Y la Sra. Dowser dice que le has disparado cuando ella vino a verte — añadió, poniendo su cesta en el suelo junto a la cama—. Ésa no es manera de tratar a una mujer respetable que te trae tu comida, ¿verdad? ¡Qué vergüenza!

—Lo siento, Tata —murmuró el Sr. Hogparsley—. Es que ella es delgada como un rastrillo y se viste de negro. ¡Es un error fácil de cometer en poca luz!

—El Sr. Hogparsley aquí está al acecho de la muerte, Tiff —dijo Tata—. La Sra. Ceravieja te ayudó a hacer las trampas especiales y las flechas, ¿no es cierto, Bill?

—¿Las trampas? —susurró Tiffany. Tata le dio un codazo y señaló hacia abajo. Las tablas del suelo estaban cubiertas de cepos con púas feroces.

Estaban todas dibujadas con carbón.

—¿Yo dije que no está bien, Bill? —repitió Tata, alzando la voz—. ¡Ella te ayudó con las trampas!

—¡Ella lo hizo! —dijo el Sr. Hogparsley—.¡Ja! ¡No me gustaría estar en el lado equivocado de ella!

—Correcto, así que no disparas flechas a nadie, excepto a Muerte, ¿verdad? De lo contrario la Sra. Ceravieja no te hará ninguna más —dijo Tata, poniendo una botella en la vieja caja de madera que era la mesa de luz del Sr. Hogparsley—. Aquí traje algo de linimiento, recién mezclado. ¿Adónde te dijo que pongas el dolor?

—Está aquí sentado, en mi hombro, señora, sin dar ningún problema.

Tata tocó el hombro, y pareció pensar por un momento.

—¿Es un garabato marrón y blanco? ¿Algo alargado?

—Así es, señora —dijo el Sr. Hogparsley, tirando del corcho en la botella—. Se mueve fuera y me río de él. —El corcho saltó. De repente, la habitación olía a manzanas.

—Se está haciendo grande —dijo Tata—. La Sra. Ceravieja vendrá esta noche para quitarlo.

—Tiene razón, señora —dijo el viejo, llenando una taza hasta el borde.

—Trata de no disparar contra ella, ¿de acuerdo? La pone loca.

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Estaba nevando otra vez cuando salieron de la cabaña, grandes copos plumosos que significaban que iba en serio.

—Creo que eso es todo por hoy —anunció Tata—. Tengo más cosas para ver en Rebanada, pero vamos a tomar el bastón mañana.

—Esa flecha que disparó contra nosotros… —dijo Tiffany.

—Imaginaria —dijo Tata Ogg, sonriendo.

—¡Por un momento parecía real!

Tata Ogg se rió entre dientes.

—¡Es increíble lo que Esme Ceravieja puede hacer que la gente imagine!

—¿Cómo las trampas para Muerte?

—Oh, sí. Bueno, le da al viejo muchacho un interés en la vida. Está en camino a la Puerta. Pero al menos Esme se ha ocupado de que no haya dolor.

—¿Debido a que está flotando por encima del hombro? —dijo Tiffany.

—Sí. Lo puso afuera de su cuerpo, por lo que no le hace daño —dijo Tata, con la nieve crujiendo bajo sus pies.

—¡Yo no sabía que usted podía hacer eso!

—Puedo hacerlo con cosas pequeñas, dolores de muelas y cosas similares. La campeona es Esme, sin embargo. Ninguna de nosotras es demasiado orgullosa para llamarla. Sabes, ella es muy buena con las personas. Es curioso, en realidad, porque a ella no le gustan mucho.

Tiffany miró el cielo, y Tata era la clase inconveniente de persona que se fija en todo.

—¿Preguntándote si el muchacho amoroso está por caer? —dijo con una gran sonrisa.

—¡Tata! ¡De verdad!

—Pero lo estás, ¿no? —dijo Tata, que no conocía la vergüenza—. Por supuesto, siempre está alrededor, cuando se piensa en ello. Estás caminando a través de él, lo sientes en tu piel, lo pateas de las botas cuando entras en la casa…

—Pero no hable así, ¿por favor? —dijo Tiffany.

—Además, ¿qué es el tiempo para un elemental? —charlaba Tata—. Y supongo que los copos de nieve no se hacen solos, sobre todo cuando tienes que conseguir los brazos y las piernas correctas....

Ella me mira con el rabillo del ojo para ver si me sonrojo, pensó Tiffany. Lo sé.

Entonces Tata le dio un codazo en las costillas y rió una de sus risas que harían enrojecer a una roca.

—¡Bien por ti! —dijo—. ¡Yo misma he tenido algunos novios que me habría encantado patear de mis botas!

Tiffany estaba preparándose para ir a la cama esa noche, cuando se encontró con un libro bajo la almohada.

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El título, en letras rojo fuego, era Juguete De La Pasión por Marjory J. Boddice, y en letra más pequeña, estaban las palabras: ¡Dioses y Hombres dijeron que su amor no iba a ser, pero ellos no escucharon! ¡Una historia atormentada de un romance tempestuoso por la autora de Corazones Divididos!

La portada mostraba, de cerca, una mujer joven con pelo oscuro y ropas que estaban un poco en el lado escaso, en opinión de Tiffany, el pelo y la ropa flotando en el viento. Parecía desesperadamente determinada, y también con un poco de frío. Un joven montado en un caballo estaba observando a cierta distancia. Al parecer, una tormenta se desarrollaba.

Extraño. Había un sello de biblioteca adentro, y Tata no usaba la biblioteca. Bueno, no haría daño leer un poco antes de apagar la vela.

Tiffany comenzó la página uno. Y dio vuelta a la página dos. Cuando llegó a la página diecinueve fue a buscar el Diccionario Sin Expurgar.

Tenía dos hermanas mayores, y sabía algo de esto, se dijo. Pero Marjory J. Boddice había ridículamente entendido mal algunas cosas. Las chicas en la Creta no suelen huir de un joven que era lo suficientemente rico como para poseer su propio caballo… o no por mucho tiempo y no sin darle la oportunidad de agarrarla. Y Megs, la heroína del libro, estaba claro que no sabía nada acerca de granjas. Ningún joven estaría interesado en una mujer que no podía medicar a una vaca o cargar un cochinillo. ¿Qué tipo de ayuda sería ella? ¡Andar por ahí con labios como cerezas no tendría las vacas ordeñadas ni las ovejas esquiladas!

Y había otra cosa. ¿Marjory J. Boddice sabía algo de ovejas? Se trataba de una granja de ovejas en el verano, ¿no? Así que ¿cuándo esquilaban las ovejas? ¿La segunda ocasión más importante del año en una granja de ovejas y no valía la pena mencionarlo?

Por supuesto, podía tener una raza, como Habbakuk Polls o Cobbleworths de las Tierras Bajas, que no necesita esquila, pero eran raras y cualquier autor sensato sin duda lo habría mencionado.

Y la escena en el capítulo cinco, donde Megs deja las ovejas a su suerte mientras iba recogiendo nueces con Roger... bueno, ¿que tan estúpido era eso? Podrían haber ido a cualquier lugar, y ellos eran realmente estúpidos al pensar que iba a encontrar nueces en junio.

Siguió leyendo un poco más, y pensó: Oh. Ya veo. Hmm. Ja. Nada de nueces, entonces. En la Creta, ese tipo de cosas se llamaba "buscar nidos de cuco."

Ella se detuvo allí para bajar a buscar una vela nueva, volvió a la cama, dejó que los pies se calentaran de nuevo, y siguió leyendo.

¿Debía Megs casarse con el ceñudo Guillermo de ojos oscuros, que ya era propietario de dos vacas y media, o debía dejarse llevar por Roger, quien la llamaba "mi orgullosa belleza", pero era claramente un mal hombre porque montaba un caballo negro y tenía un bigote?

¿Por qué creía ella que tenía que casarse con uno de ellos?, se preguntó Tiffany. De todos modos, pasaba demasiado tiempo apoyada de manera significativa contra las cosas y frunciendo el ceño. ¿Nadie trabaja? Y si ella siempre se vestía así, se resfriaría.

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Era increíble lo que esos hombres tenían que soportar. Pero esto te hacía pensar.

Apagó la vela y se hundió suavemente bajo el edredón, que era tan blanco como la nieve.

La nieve cubría la Creta. Caía en torno a las ovejas, dándoles un aspecto amarillo sucio. Cubría las estrellas pero brillaba por su propia luz. Se pegaba a las ventanas de las cabañas, borrando la anaranjada luz de las velas. Pero nunca cubriría el castillo. El castillo estaba en una loma a poca distancia de la aldea, una torre de piedra gobernando todas esas casas con techo de paja. Parecía como si hubieran crecido de la tierra, pero el castillo parecía clavado. Decía: Yo Poseo.

En su habitación, Roland escribió cuidadosamente. Pasó por alto el martilleo del exterior.

Annagramma, Petulia, Srta. Traición… las cartas de Tiffany estaban llenas de gente lejana con nombres extraños. A veces trataba de imaginarlas, y se preguntó si las estaba inventando. Todo el negocio de la brujería parecía... bueno, no como publicidad. Parecía como…

—¿Has oído esto, chico malo? —la tía Danuta sonaba triunfante—. ¡Ahora está enrejado de este lado también! ¡Ja! Esto es para su propio bien, ya sabes. ¡Te quedarás allí hasta que estés listo para pedir disculpas!

… como trabajo duro, para ser honesto. Digno, sin embargo, visitar a los enfermos y todo eso, pero muy ocupado y no muy mágico. Había oído hablar del "baile sin calzones" y trató de no imaginarlo, pero en cualquier caso no parecía ser nada de eso. Incluso los paseos en escoba sonaban…

—¡Y sabemos acerca de tu pasaje secreto ahora, oh sí! ¡Lo están tapiando! ¡No más burlarte de las personas que están haciendo lo mejor para ti!

… aburridos. Hizo una pausa por un momento, mirando fijamente los montones cuidadosamente apilados de panes y salchichas al lado de su cama. Tendría que conseguir algunas cebollas esta noche, pensó. El General Tacticus dice que son inmejorables para el buen funcionamiento del sistema digestivo, si uno no puede encontrar fruta fresca.

Qué escribir, qué escribir... ¡sí! Él le había contado sobre la fiesta. Había ido sólo porque su padre, en uno de sus buenos momentos, se lo había pedido. ¡Es importante tener buenas relaciones con los vecinos, pero no con los familiares! Había sido muy agradable salir, y él había sido capaz de dejar su caballo en el establo del Sr. Gamely, donde las tías no pensarían en buscarlo. Sí... a ella le agradaría oír hablar de la fiesta.

Las tías estaban gritando una vez más, acerca del bloqueo de la puerta de la habitación de su padre. Y estaban bloqueando el pasaje secreto. Eso quería decir que lo único que le quedaba era la piedra suelta detrás de la tapicería en la habitación contigua, la losa tambaleante que podía dejarlo pasar hasta la habitación de abajo, y, por supuesto, la cadena fuera de la ventana que le permitía escalar todo el camino hasta el suelo. Y sobre su escritorio, arriba del libro del General Tacticus, había un juego completo de brillantes llaves nuevas del castillo. Había conseguido

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que el Sr. Gamely las hiciera para él. El herrero era un hombre reflexivo que podía ver el sentido de ser amigable con el próximo Barón.

Podía ir y venir como le gustaba, hicieran lo que hicieran. Podían intimidar a su padre, podían gritar todo lo que quisieran, pero nunca lo poseerían a él.

Uno puede aprender mucho de los libros.

El Forjainviernos estaba aprendiendo. Era una tarea difícil y lenta cuando tenías que hacer el cerebro con hielo. Pero él había aprendido sobre los muñecos de nieve. Eran construidos por el tipo más pequeño de humanos. Eso era interesante. Aparte de ésos de sombreros puntiagudos, los humanos más grandes no parecían escuchar. Sabían que las criaturas invisibles no hablaban con ellos desde el aire.

Los pequeños, sin embargo, no se habían enterado de que era imposible.

En la gran ciudad había un gran muñeco de nieve.

En realidad, sería más honesto llamarlo un muñeco de fango. Técnicamente era nieve, pero por el tiempo que había pasado a través de las nieblas de la gran ciudad, smog, y humo, ya era de una especie de gris amarillento, y luego la mayor parte de lo que terminaba en el pavimento era lo que había sido arrojado desde la cuneta por las ruedas de las carretas. Era, como mucho, un muñeco de casi-nieve. Sin embargo, tres niños sucios estaban haciéndolo de todos modos, porque lo que hacían era construir algo que se podía llamar un muñeco de nieve. Incluso si era amarilla.

Habían hecho todo lo posible con lo que pudieron encontrar y le habían dado dos bostas de caballo como ojos y una rata muerta por nariz.

En ese momento el hombre de nieve les habló, en sus cabezas.

Pequeños humanos, ¿por qué hacen esto?

El niño que podría haber sido el niño mayor miró a la chica que podría haber sido la niña mayor.

—Te voy a decir lo que oí si tu dices que lo oíste también —dijo.

La niña todavía era lo suficientemente joven como para no pensar "los muñecos de nieve no pueden hablar" cuando uno de ellos acababa de hablar con ella, así que le dijo:

—Hay que ponerlos para hacerte un muñeco de nieve, señor.

¿Eso me hace humano?

—No, porque... —Ella vaciló.

—No tienes entrañas —dijo el tercero y más pequeño niño, que podría haber sido el muchacho más joven o la muchacha más joven, pero que era esférico, con tantas capas de ropa que era absolutamente imposible determinarlo. Tenía un gorro de lana de color rosa con una borla, pero eso no significaba nada. Alguien se preocupaba por él, sin embargo, debido a que había bordado "D" e "I" en sus mitones, "F" y "E" en el frente y la espalda de su chaqueta, "A" en la parte de arriba del gorro, y, probablemente, "I" en la parte inferior de sus botas de goma. Eso significaba que, si bien no se podía saber qué era, uno podía estar seguro de cuál era la parte de arriba y hacia qué lado miraba.

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Un carro pasó, levantando una nueva ola de fango.

¿Entrañas?, dijo la voz secreta del muñeco de nieve. Hecho de polvo especial, ¡sí! ¿Pero qué polvo?

—Hierro —dijo el niño posiblemente mayor de inmediato—. Bastante hierro para fabricar un clavo.

—Oh, sí, es cierto, así es como va —dijo la muchacha posiblemente mayor—. Acostumbrábamos a saltar a él. Er... Hierro suficiente como para hacer un clavo... agua suficiente para ahogar a una vaca…

—Un perro —dijo el niño posiblemente mayor—. Es “Agua suficiente para ahogar a un perro, azufre suficiente para detener las pulgas”. Es “el veneno suficiente para matar a una vaca”.

¿Qué es esto?, preguntó el Forjainviernos.

—Es... como... una vieja canción —dijo el niño posiblemente mayor.

—Más bien una especie de poema. Todo el mundo lo sabe —dijo la muchacha posiblemente mayor.

—Se llama "Estas Son Las Cosas Que Hacen A Un Hombre" —dijo el niño que tenía el lado correcto arriba.

Dime lo demás, exigió el Forjainviernos, y sobre la acera congelada lo hicieron, todo lo que sabían.

Cuando terminó, el niño posiblemente mayor dijo esperanzado:

—¿Hay alguna posibilidad de que pueda llevarnos volando?

No, dijo el Forjainviernos. ¡Tengo cosas de encontrar! ¡Cosas que hacen a un hombre!

Una tarde, cuando el cielo se enfriaba, se produjo un golpe desesperado en la puerta de Tata. Resultó ser causada por Annagramma, que casi cayó en la habitación. Tenía un aspecto horrible, y sus dientes castañeteaban.

Tata y Tiffany la pararon junto al fuego, pero empezó a hablar antes de que sus dientes se hubieran calentado.

—¡Ccccrrráneos! —logró decir.

¡Dios mío!, pensó Tiffany.

—¿Qué hay con ellos? —dijo, mientras Tata Ogg corría desde la cocina con una bebida caliente.

—¡Los cccrrráneos dddee llllaa ssseeeñññoorrita Ttttrrraaiición!

—¿Sí? ¿Qué pasa con ellos?

Annagramma tomó un sorbo de la taza.

—¿Qué hiciste con ellos? —dijo sin aliento, el cacao goteando por la barbilla.

—Los enterré.

—¡Oh, no! ¿Por qué?

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—Eran cráneos. ¡No se puede dejar cráneos tirados por allí!

Annagramma miró a su alrededor salvajemente.

—¿Me puedes prestar una pala, entonces?

—¡Annagramma! No puedes cavar la tumba de la Srta. Traición!

—¡Pero necesito algunos cráneos! —insistió Anagrama—. ¡La gente de allí, bueno, es como los viejos tiempos! ¡Yo encalé ese lugar con mis propias manos! ¿Tienes idea de cuánto tiempo se tarda en poner cal sobre el negro? ¡Se quejaron! ¡No quieren saber nada con la terapia de cristales, sólo fruncen el ceño y dicen que la Srta. Traición les daba una medicina negra y pegajosa que tenía un sabor horrible, pero funcionaba! Y siguen pidiéndome que resuelva pequeños problemas estúpidos, y no tengo ni idea de qué se trata. Y esta mañana había un anciano que ha muerto y yo tengo que vestirlo y sentarme con él esta noche. Bueno, quiero decir, que es tan... puaj....

Tiffany miró a Tata Ogg, que estaba sentada en su silla y fumaba suavemente su pipa. Sus ojos brillaban. Al ver la expresión de Tiffany, le hizo un guiño y dijo:

—Voy a dejar que las niñas tengan una pequeña charla, ¿de acuerdo?

—Sí, por favor, Tata. Y por favor no escuche atrás la puerta.

—¿Una conversación privada? ¡Vaya idea! —dijo Tata, y se fue a la cocina.

—¿Escuchará? —susurró Annagramma—. Voy a morir si la Sra. Ceravieja se entera.

Tiffany suspiró. ¿Sabía algo Annagramma? —Por supuesto que va a escuchar —dijo—. Ella es una bruja.

—¡Pero ella dijo que no lo haría!

—Ella va a escuchar, pero va a fingir que no lo hizo y no se lo dirá a nadie —dijo Tiffany—. Es su cabaña, después de todo.

Annagramma parecía desesperada.

—¡Y el martes probablemente tenga que ir y tener un bebé en algún valle en alguna parte! ¡Una anciana se acercó y me parloteó sobre eso!

—Ésa debe ser la Sra. Owslick —dijo Tiffany—. Dejé algunas notas, ya sabes. ¿No las has leído?

—Creo que tal vez la Sra. Earwig las ordenó en algún lugar —dijo Annagramma.

—¡Deberías haberlas mirado! ¡Me tomó una hora escribirlas! —dijo Tiffany en tono de reproche—. ¡Tres hojas de papel! Mira, cálmate, ¿quieres? ¿No aprendiste nada de partos?

—La Sra. Earwig dijo que dar a luz es una acción natural y se debe permitir que la naturaleza siga su curso —dijo Annagramma, y Tiffany estuvo segura de oír un resoplido detrás de la puerta de la cocina—. Conozco un canto tranquilizador, sin embargo.

—Bueno, espero que seá una ayuda —dijo Tiffany débilmente.

—La Sra. Earwig dijo que las mujeres del pueblo saben qué hacer —dijo Annagramma esperanzada—. Ella dice confiar en su sabiduría campesina.

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—Bueno, la Sra. Obble fue la vieja que llamó, y ella tiene sólo la simple ignorancia campesina —dijo Tiffany—. Ella pone hojas mohosas en las heridas si no la miran. Mira, sólo porque una mujer no tiene dientes no significa que sea sabia. Sólo podría significar que ha sido estúpida por mucho tiempo. No dejes que esté cerca de la señora Owslick hasta después del bebé. No va a ser un parto fácil, como está.

—Bueno, yo sé un montón de hechizos que ayudan a…

—¡No! ¡Nada de magia! ¡Sólo eliminar el dolor! ¿Seguro que ya sabes eso?

—Sí, pero la Sra. Earwig dice…

—¿Por qué no te vas a pedir a la Sra. Earwig que te ayude, entonces?

Annagramma miró a Tiffany. Esta frase había salido un poco más fuerte que lo esperado. Y entonces la cara Annagramma se deslizó a lo que ella probablemente pensaba que era una expresión amigable. La hacía parecer un poco loca.

—Oye, tengo una gran idea —dijo, tan brillante como un cristal que estaba a punto de romperse—. ¿Por qué no regresas a la cabaña y trabajas para mí?

—No. Tengo otro trabajo que hacer.

—Pero tú eres tan buena en las cosas desordenadas, Tiffany —dijo Annagramma en voz almibarada—. Parece que te viene naturalmente.

—Comencé en los partos de corderos cuando era pequeña, por eso. Las manos pequeñas pueden entrar y desenredar las cosas.

Y ahora Annagramma tenía la expresión aterrorizada de cuando se enfrentaba con algo que no entendía de inmediato.

—¿Dentro de las ovejas? ¿Te refieres a sus...?

—Sí. Por supuesto.

—¿Desenredar las cosas?

—A veces los corderos intentan nacer hacia atrás —dijo Tiffany.

—Hacia atrás —murmuró Annagramma débilmente.

—Y puede ser peor si hay gemelos.

—Gemelos... —Entonces Annagramma dijo, como si encontrase la falla—: Pero mira, he visto muchas pinturas de pastores y ovejas y nunca hay nada de eso. Pensé que todo era sólo... estar de pie y mirar a las ovejas comer hierba.

Había momentos en que se podía sentir que el mundo sería un lugar mejor si Annagramma recibiese una bofetada ocasional en la oreja. Los tontos insultos no pensados, su gran falta de interés en cualquiera que no fuese ella misma, la forma en que trataba a todos como si fueran un poco sordos y un poco estúpidos... podía hacer hervir la sangre. Pero resistías, porque a veces veías a través. En el interior había una preocupada y desesperada carita mirando el mundo como un conejo mirando un zorro, y gritando en la esperanza de que se fuera sin hacerle daño. Y una reunión de brujas, que se supone que es inteligente, le entregó esta granja, que sería un duro trabajo para cualquiera.

No tenía sentido.

No, no tenía sentido.

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—Sólo ocurre cuando hay un parto difícil —dijo Tiffany, mientras su mente daba vueltas—. Y eso significa que es en la oscuridad, el frío y la lluvia. Los artistas nunca parecen estar por ahí. Es increíble.

—¿Por qué me miras así? —dijo Anagrama—. ¡Como si yo no estuviera aquí!

Tiffany parpadeó. Bueno, pensó, ¿cómo se supone que debo hacer frente a esto?

—Mira, yo iré y te ayudaré a vestirlo y prepararlo —dijo ella, con tanta calma como pudo—. Y espero poder ayudar con la Sra. Owslick. O pregunta a Petulia. Es buena. Pero tendrás que hacer el funeral por ti misma.

—¿Estar sentada toda la noche con una persona muerta? —dijo Annagramma, y se estremeció.

—Puedes leer un libro —dijo Tiffany.

—Supongo que podría dibujar un círculo de protección alrededor de la silla... —murmuró Annagramma.

—No —dijo Tiffany—. Nada de magia. La Sra. Earwig debe haberte dicho eso.

—Sin embargo, un círculo de protección…

—Llama la atención. Algo podría subir para ver por qué está allí. No te preocupes, es sólo para hacer feliz a la gente vieja.

—Er... cuando dices que algo podría aparecer... —comenzó Annagramma.

Tiffany suspiró.

—Está bien, voy a sentarme contigo, sólo por esta vez —dijo. Annagramma resplandecía.

—Y en cuanto a los cráneos —dijo Tiffany—, sólo tienes que esperar un momento. —Se fue arriba y buscó el catálogo de Boffo, que había escondido en su vieja maleta. Volvió con él cuidadosamente enrollado y se lo entregó—. No mires ahora —dijo—. Espera hasta que estés sola. Podrías encontrar que te da ideas. ¿De acuerdo? Voy a ir a encontrarme contigo en torno a las siete esta noche.

Cuando Annagramma se fue, Tiffany se sentó y contó en voz baja. Cuando llegó a cinco, Tata Ogg vino y sacudió con vigor algunos adornos antes de decir:

—Oh, ¿tu pequeña amiga se ha ido?

—¿Cree que estoy siendo tonta? —dijo Tiffany.

Tata dejó de pretender estar haciendo las tareas domésticas.

—No sé lo que estás hablando, no habiendo escuchado —dijo—, pero si hubiera estado escuchando, diría que no recibirás las gracias, eso es lo que yo pensaría.

—Yaya no debería haberse entrometido —dijo Tiffany.

—¿No debería, eh? —dijo Tata, con el rostro en blanco.

—No soy estúpida, Tata —dijo Tiffany—. Ya lo he resuelto.

—Lo has resuelto, ¿verdad? Aquí hay una chica inteligente —dijo Tata Ogg, sentándose en su silla—. ¿Y qué es lo que has resuelto entonces?

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Esto iba a ser difícil. Tata era generalmente alegre todo el tiempo. Cuando se ponía solemne, como hoy, podía ponerte nerviosa. Pero Tiffany siguió adelante.

—No podría tomar una cabaña —dijo—. Oh, puedo hacer la mayoría de las cosas cotidianas, pero hay que ser mayor para regir una granja. Hay cosas que la gente no te dirá si tienes trece años, sombrero o no. Pero Yaya lo puso como que me estaba sugiriendo, por lo que todo el mundo lo vio como una competencia entre Annagramma y yo, ¿verdad? Y la eligieron porque es mayor y suena realmente competente. Y ahora todo se está cayendo a pedazos. No es culpa de ella, se le enseñó magia en lugar de brujería. Yaya sólo quiere que ella falle para que todos sepan que la Sra. Earwig es una mala profesora. Y no creo que eso sea bueno.

—No sería demasiado rápida para decidir lo que Esme Ceravieja quiere, si yo fuera tú —dijo Tata Ogg—. No voy a decir una palabra, créeme. Irás y ayudarás a tu amiga si quieres, pero todavía tienes que trabajar para mí, ¿de acuerdo? Eso es lo justo. ¿Cómo están los pies?

—Se sienten bien, Tata. Gracias por preguntar.

A más de un centenar de kilómetros de distancia, el Sr. Johnson Fusel no sabía nada de Tiffany, Tata Ogg, ni de hecho de casi nada a excepción de relojes y péndulos, los que hacía para ganarse la vida. También sabía cómo blanquear con cal una cocina, que era una manera fácil y barata de conseguir un buen aspecto blanco, incluso si la materia era un poco fluida. Y por lo tanto no tenía idea de por qué varios puñados de polvo blanco brotaron hacia arriba fuera del recipiente antes de que pudiera añadir el agua, flotaron en el aire por un momento como un fantasma, y desaparecieron por la chimenea. Al final lo atribuyó a los muchos trolls que circulaban en la zona. Esto no era muy lógico, pero tales creencias en general no lo son.

Y el Forjainviernos pensó: ¡Cal suficiente como para hacer un hombre!

Esa noche, Tiffany se sentó con Annagramma y el viejo Sr. Tissot, salvo que él estaba acostado porque estaba muerto. A Tiffany nunca le había gustado mirar a los muertos. No era exactamente algo que pudiese gustar. Siempre era un alivio cuando el cielo se volvía gris y los pájaros empezaban a cantar.

A veces, en la noche, el Sr. Tissot hizo ruiditos. Excepto, por supuesto, que no era el Sr. Tissot, que había conocido horas atrás a Muerte. Era sólo el cuerpo que había dejado atrás, y los sonidos que hizo en realidad no eran diferentes de los ruidos emitidos por una casa antigua, que se enfría.

Era importante recordar estas cosas a eso de las dos de la mañana. De vital importancia, cuando la vela parpadeaba.

Annagramma roncaba. Nadie con una nariz pequeña debería ser capaz de hacer un ronquido tan fuerte. Era como arrancar tablones. Los malos espíritus que pudieran estar por allí esta noche, probablemente fueron espantados por los sonidos.

No era la parte gnn gnn gnn la que era tan mala, y Tiffany podría vivir con ¡bloooooorrrrt! Era la brecha entre ellos, después de que gnn gnn gnn había acabado pero antes de la larga bajada de ¡bloooooorrrrt!, lo que realmente la ponía

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nerviosa. Nunca era dos veces de la misma longitud. A veces había gnn gnn gnn ¡bloooooorrrrt!, uno detrás del otro, y es posible que hubiera una brecha tan enorme después de gnn gnn gnn que Tiffany se encontraba conteniendo la respiración mientras esperaba el ¡bloooooorrrrt! No habría sido tan malo si Annagramma se hubiera apegado a una longitud de pausa. A veces se detenía por completo, y había un bendito silencio hasta que comenzaba un festival de bloorts, por lo general con un débil sonido mni mni de los labios cuando Annagramma cambiaba de posición en la silla.

¿Dónde estás, Dama Flor? ¿Qué eres? ¡Debías estar durmiendo!

La voz era tan débil que Tiffany no podría haberla oído en absoluto si no hubiera estado en la tensa espera del siguiente gnn gnn gnn. Y aquí venía…

¡gnn gnn gnn!

Te voy a enseñar mi mundo, Dama Flor. ¡Te voy a enseñar todos los colores del hielo!

¡BLOOOOOORRRRT!

Aproximadamente tres cuartas partes de Tiffany pensó: ¡Oh, no! ¿Me encontrará si respondo? No. Si me pudo encontrar, es que está aquí. Mi mano no está picando.

La otra cuarta parte pensó: un dios o ser divino me habla y realmente podría estar mejor sin los ronquidos, Annagramma, muchas gracias.

¡gnn gnn gnn!

—Dije que lo lamentaba —susurró ella en la danzante luz de las velas. Vi el témpano. Fue muy... er... amable de tu parte.

He hecho muchos más.

¡BLOOOOOORRRRT!

Muchos témpanos más, pensó Tiffany. Grandes montañas flotando congeladas, parecidas a mí, arrastrando bancos de niebla y tormentas de nieve detrás de ellas. Me pregunto cuántos barcos chocarán contra ellos.

—No deberías haberte puesto en tantos problemas —susurró.

¡Me estoy haciendo más fuerte! ¡Escucho y aprendo! ¡Estoy comprendiendo a los humanos!

Fuera de la ventana de la cabaña un ruiseñor se puso a cantar. Tiffany apagó la vela y la luz gris se deslizó en la habitación.

Escucha y aprende… ¿como podría una tormenta comprender cosas?

¡Tiffany, Dama Flor! ¡Me estoy haciendo a mí mismo un hombre!

Hubo un gruñido complicado cuando gnn gnn gnn y ¡bloooooorrrrt! de Annagramma se cruzaron uno al otro y ella se despertó.

—Ah —dijo ella, extendiendo los brazos y bostezando. Miró a su alrededor—. Bueno, esto parece ir bien.

Tiffany quedó mirando la pared. ¿Qué quiso decir, hacer a sí mismo un hombre? Seguramente…

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—No te quedaste dormida, ¿verdad, Tiffany? —dijo Annagramma en lo que probablemente pensó que era una voz juguetona—. ¿Ni siquiera por un diminuto segundo?

—¿Qué? —dijo Tiffany, mirando a la pared—. Oh... no. ¡No lo hice!

La gente se movía en el piso bajo. Después de un rato hubo un crujido en la escalera y la baja puerta se abrió. Un hombre de mediana edad, mirando tímidamente al piso, articuló:

—¿Mamá dice si a las damas le gustaría desayunar?

—Oh, no, no podríamos tomar lo poco que tienen… —comenzó Annagramma.

—Sí, por favor, vamos a estar agradecidas —dijo Tiffany, más fuerte y más rápido. El hombre asintió con la cabeza, y cerró la puerta.

—Oh, ¿cómo puedes decir eso? —dijo Annagramma, mientras sus pasos crujían hacia abajo—. ¡Esta es gente pobre! Pensé que serías…

—Cállate, ¿quieres? —le espetó Tiffany—. ¡Cállate y despierta! ¡Éstas son personas reales! ¡No son una especie de, de, de idea! ¡Vamos a ir allá y vamos a desayunar y vamos a decir lo bueno que está, y después vamos a darles las gracias y nos van a dar las gracias y nos iremos! Y eso significa que todos han hecho lo correcto según la costumbre, y eso será importante para ellos. ¡Además, no creen ser pobres, porque todo el mundo por aquí es pobre! ¡Pero no son tan pobres que no puedan permitirse hacer las cosas correctamente! ¡Eso sería ser pobre!

Annagramma la miraba con la boca abierta.

—Ten cuidado con lo que dices ahora —dijo Tiffany, respirando pesadamente—. De hecho, no digas nada.

El desayuno era jamón y huevos. Fueron comidos en cortés silencio. Después de eso, en el mismo silencio, excepto que era al aire libre, volaron de regreso a lo que la gente probablemente pensaría siempre como la cabaña de la Srta. Traición.

Había un niño vagando fuera. Tan pronto como aterrizaron, les espetó:

—La Sra. Obble dice que el bebé está en camino y dijo que me darían un penique por ir.

—Tienes una bolsa, ¿verdad? —dijo Tiffany, dirigiéndose a Annagramma.

—Sí, eh, muchas.

—Me refiero a una bolsa de llamadas. Ya sabes, lo guardas cerca de la puerta con todo el contenido que necesitarás si...

Tiffany vio la mirada de terror en el rostro de la muchacha.

—Muy bien, así que no tienes una bolsa. Tendremos que hacer lo mejor que podamos. Dale un penique y vamos.

—¿Podemos conseguir que alguien ayude si las cosas van mal? —preguntó Annagramma al dejar la tierra.

—Nosotras somos la ayuda —dijo Tiffany simplemente—. Y puesto que ésta es tu granja, te voy a dar el trabajo más duro…

… que era mantener a la Sra. Obble ocupada. La Sra. Obble no era una bruja, aunque la mayoría de la gente pensaba que lo era. Parecía una, es decir, se veía

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como alguien que había comprado todo el catálogo Boffo el día de la Oferta Especial en Verrugas Peludas, y estaba ligeramente loca y no deberían haberle permitido acercarse a menos de una milla de cualquier madre que fuera a tener su primer bebé, ya que estaría muy concienzudamente contándoles (o cacareándoles) sobre todas las cosas que podrían salir mal, de una manera que la hacía sonar como si todo fuera a salir mal. Ella no era una mala enfermera, sin embargo, una vez que le impedías poner una cataplasma de hojas mohosas en todo.

Las cosas marcharon ruidosamente y con una cierta cantidad de confusión, pero nada como la señora Obble había predicho, y el resultado fue un niño, que no fue un bebé rebote pero sólo porque lo cogió Tiffany; Annagramma no sabía cómo alzar a un bebé.

Ella se veía bien con sombrero puntiagudo, sin embargo, y dado que era claramente mayor que Tiffany y que difícilmente hacía casi ninguno de los trabajos, las otras mujeres asumieron que ella estaba a cargo.

Tiffany la dejó cargar al bebé (en la posición correcta, esta vez) y viéndose orgullosa, y comenzó el largo viaje de vuelta por el bosque hasta Tir Nani Ogg. Era una noche despejada, pero un poco de viento soplaba punzantes cristales de nieve de los árboles. Fue un viaje agotador y muy, muy frío. No puede saber dónde estoy, se repetía mientras volaba de vuelta en la oscuridad. Y no es muy inteligente. El invierno tiene que acabar en algún momento, ¿no?

Er... ¿cómo?, dijeron sus Segundos Pensamientos. La Srta. Tick dijo que sólo hay que estar allí, ¿pero seguro que hay que hacer algo más?

Supongo que tendré que caminar sin mis zapatos, pensó Tiffany.

¿En todas partes?, preguntaron sus Segundos Pensamientos, mientras ella zigzagueaba entre los árboles.

Es probable que sea como ser una reina, dijeron sus Terceros Pensamientos. Ella sólo tiene que sentarse en un palacio y tal vez pasear un poco en un gran coche saludando, y monarquear todo un reino enorme que está funcionando.

Pero a medida que evitaba más árboles también trataba de evitar el pequeño pensamiento que estaba intentando de arrastrarse en su mente: Tarde o temprano, de una u otra forma, él te encontrará... y ¿cómo puede hacerse un hombre a sí mismo?

El Ayudante de Jefe de Correos Groat no creía en los médicos. Ellos te enferman, pensaba. Así que ponía azufre en los calcetines cada mañana y estaba orgulloso de decir que él nunca había tenido un día de enfermedad en su vida. Esto puede ser porque no mucha gente se acercaba a él, a causa del olor. Algo lo hizo, sin embargo. Un vendaval rugió en su oficina de correos cuando abrió la puerta una mañana y sopló los calcetines limpiándolos9.

Y nadie oyó al Forjainviernos decir: ¡Azufre suficiente para hacer un hombre! 

9 Esto se publicó en los periódicos, y poco después una viuda le escribió diciendo lo mucho que admiraba a un hombre que realmente entiende acerca de la higiene. Más tarde fueron vistos caminando juntos, así que fue un mal viento, como dicen...

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Tata Ogg estaba sentada junto al fuego cuando entró Tiffany, pateando la nieve de sus botas.

—Te ves toda congelada —dijo Tata—. Necesitas un vaso de leche caliente con una gota de aguardiente en ella, eso es lo que necesitas.

—Ooh, ssssí... —alcanzó a decir Tiffany a través del castañeteo de dientes.

—Tráeme uno también, entonces, ¿quieres? —dijo Tata—. Sólo estoy bromeando. Entra en calor; yo voy a ver a la bebida.

Los pies de Tiffany se sentían como bloques de hielo. Se arrodilló junto al fuego y tendió la mano a la olla en su gancho negro. Ésta hervía todo el tiempo.

Pon recta tu mente y balancea. Alcánzala y pon tus manos en copa alrededor de ella, y concéntrate, concéntrate, en tus botas congeladas.

Después de un rato los pies se sentían tibios y luego…

—¡Ay! —Tiffany apartó sus manos y se chupó los dedos.

—No tenías tu mente recta —dijo Tata Ogg desde la puerta.

—Bueno, ya sabe, eso es un poco difícil cuando has tenido un día largo y no dormiste mucho y el Forjainviernos te busca —le espetó Tiffany.

—Al fuego no le importa —dijo Tata, encogiéndose de hombros—. La leche caliente está viniendo.

Las cosas estaban un poco mejor cuando Tiffany se hubo calentado. Se preguntó cuánto brandy había añadido Tata a la leche. Tata había hecho uno para ella, probablemente con un poco de leche añadida al brandy.

—¿No es bonito y acogedor? —dijo Tata después de un tiempo.

—¿Ésta va a ser la charla de sexo? —dijo Tiffany.

—¿Alguien ha dicho que va a haber una? —dijo Tata inocentemente.

—Como que tengo la sensación —dijo Tiffany—. Y sé de dónde vienen los bebés, Sra. Ogg.

—Eso espero.

—Y sé cómo llegan allí, también. Vivo en una granja y tengo un montón de hermanas mayores.

—Ah, bien —dijo Tata—. Bueno, veo que estamos bastante bien preparadas para la vida, entonces. No hay mucho que me quede por decirte, supongo. Y nunca he tenido un dios que me preste atención, por lo que puedo recordar. Halagada, ¿verdad?

—¡No! —Tiffany miró a la sonrisa de Tata—. Bueno, un poco —admitió.

—¿Y asustada de él?

—Sí.

—Bueno, la pobre cosa no hizo absolutamente nada bien todavía. Empezó muy bien, con las rosas de hielo y todo, y entonces quiso mostrar sus músculos. Típico. Pero no debes tener miedo de él. Él debe tener miedo de ti.

—¿Por qué? ¿Porque estoy pretendiendo ser la mujer flor?

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—¡Porque eres una chica! Es una pobre perspectiva si una chica brillante no puede enrollar a un chico alrededor de su dedo meñique. Está locamente enamorado de ti. Puedes hacer su vida una miseria con una palabra. ¡Cuando yo era una niña, un joven casi se arrojó desde el puente de Lancre porque rechacé sus avances!

—¿Lo hizo? ¿Qué pasó?

—Dejé de rechazarlo. Bueno, se veía muy bonito allí parado, y pensé, eso es un culo bonito si alguna vez he visto uno. —Tata se echó hacia atrás—. Y piensa en el pobre viejo Greebo. Va a luchar contra cualquier cosa. Pero la gatita blanca de Esme saltó hacia él, y ahora el pobre no entrará en esta sala sin mirar atrás de la puerta para comprobar que ella no está aquí. Debes ver su carita cuando lo hace, también. Está todo arrugado. Por supuesto, podría hacerla pedazos con una garra, pero ahora no puede porque ella está fija en su cabeza.

—No está diciendo que debería tratar de hacer llorar al Forjainviernos, ¿verdad?

—No, no, no tienes que ser tan contundente como eso. Dale un poco de esperanza. Sé amable pero firme…

—¡Quiere casarse conmigo!

—Bueno.

—¿Bueno?

—Eso significa que quiere ser amistoso. No digas que no, no digas que sí. Actúa como una reina. Tiene que aprender a mostrar algo de respeto. ¿Qué estás haciendo?

—Escribir esto —dijo Tiffany, escribiendo en su diario.

—No es necesario que lo escribas, amor —dijo Tata—. Está escrito en alguna parte de ti. En una página que no has leído todavía, supongo. Lo que me recuerda, esto vino cuando estabas fuera. —Tata pescó entre los cojines del asiento y sacó un par de sobres—. Mi hijo Shawn es el cartero, así que sabía que te habías mudado.

Tiffany casi los arrebató de la mano. ¡Dos cartas!

—Te gusta él, ¿verdad? ¿Tu joven en el castillo? —dijo Tata.

—Es un amigo que me escribe —dijo Tiffany altivamente.

—Así es, ésa es justo la mirada y la voz que necesitas para hacer frente al Forjainviernos —dijo Tata, viéndose encantada—. ¿Quién se cree que es él, atreverse a hablar contigo? ¡Ése es el camino!

—Voy a leerlas en mi cuarto —dijo Tiffany.

Tata asintió con la cabeza.

—Una de las chicas nos hizo una cazuela hermosa —dijo (era famoso que Tata nunca recordara los nombres de sus nueras)—. La tuya está en el horno. Me voy a la taberna. ¡Comenzamos temprano mañana!

Sola en su habitación, Tiffany leyó la primera carta.

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A simple vista, no pasaba mucho en la Creta. Había evitado la Historia. Era un lugar de cosas pequeñas. Tiffany disfrutaba leyendo sobre ellas.

La segunda carta parecía ser muy parecida a la primera, hasta lo del baile. ¡Había ido a un baile! ¡Fue en la casa del Sr. Diver, que era un vecino! ¡Había bailado con su hija, quien se llamaba Yodina porque Lord Diver pensaba que era un bonito nombre para una niña! ¡Habían bailado tres veces! ¡Y comido helado! ¡Yodina le había mostrado sus acuarelas!

¡¡¡¿Cómo podía sentarse allí y escribir esas cosas?!!!

Los ojos de Tiffany se movieron, sobre las noticias de todos los días como el mal tiempo y lo que había pasado a la pierna de la vieja Aggie, pero las palabras no entraban en la cabeza porque estaba en llamas.

¿Quién se creía que era, bailando con otra chica?

Tú bailaste con el Forjainviernos, dijeron sus Terceros Pensamientos.

Está bien, pero ¿qué pasa con las acuarelas?

El Forjainviernos te mostró los copos de nieve, dijeron sus Terceros Pensamientos.

¡Pero yo sólo estaba siendo amable!

Tal vez él sólo estaba siendo amable, también.

Está bien, pero conozco a las tías, pensó Tiffany con furia. ¡Nunca les he gustado, porque yo sólo soy una chica de granja! ¡Y el Sr. Diver es muy rico y su hija es su única hija! ¡Están conspirando!

¿Cómo podía sentarse allí y escribir como si comer helado con otra chica fuera una cosa perfectamente normal que hacer? Eso era tan malo como… bueno, ¡algo bastante malo, por lo menos!

En cuanto a mirar las acuarelas...

Es sólo un muchacho que sucede que te escribe, dijeron sus Terceros Pensamientos.

Sí, bueno...

Sí, bueno... ¿qué?, persistieron sus Terceros Pensamientos. Estaban poniendo nerviosa a Tiffany. ¡Su propio cerebro debería tener la decencia de estar de su lado!

Sólo "Sí, bueno...", ¿de acuerdo?, pensó con rabia.

No estás siendo muy sensata acerca de esto.

¿En serio? ¡Bueno, he sido sensata todo el día! ¡He sido sensata desde hace años! Creo que me debo cinco minutos irrazonables de estar realmente enojada, ¿no?

Hay un poco de cazuela abajo, y no has comido desde el desayuno, dijeron sus Terceros Pensamientos. Te sentirás mejor después de haber comido algo.

¿Cómo puedo comer guiso cuando la gente está mirando las acuarelas? ¡Cómo se atreve a mirar acuarelas!

Pero sus Terceros Pensamientos estaban en lo cierto… no era que este hecho mejorase las cosas. Si vas a estar enojada y miserable, también podías estarlo con

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el estómago lleno. Bajó la escalera y encontró la cazuela en el horno. Olía bien. Sólo lo mejor para la querida vieja mamá.

Abrió el cajón de los cubiertos por una cuchara. El cajón se atascó. Ella lo sacudió, tiró de él, y juró varias veces, pero se quedó atascado.

—Oh, sí, adelante —dijo una voz detrás de ella—. Vea cuanto ayuda eso. No sea sensata y no meta la mano por la parte superior y con mucho cuidado no libere el elemento pegado. Oh, no. ¡Sacuda y maldiga, ése es el camino!

Tiffany se volvió.

Había una mujer flaca de aspecto cansado, de pie cerca de la mesa de la cocina. Parecía vestir una sábana envuelta a su alrededor y fumaba un cigarrillo. Tiffany nunca había visto a una mujer fumar un cigarrillo antes, pero sobre todo nunca un cigarrillo que ardía con una grasienta llama roja y despedía chispas.

—¿Quién es usted y qué hace en la cocina de la Sra. Ogg? —dijo Tiffany bruscamente.

Esta vez fue la mujer la que se sorprendió.

—¿Puedes oírme? —dijo—. ¿Y verme?

—¡Sí! —gruñó Tiffany—. Y ésta es una zona de preparación de alimentos, ¿sabe?

—¡No se supone que seas capaz de verme!

—¡Bueno, la estoy mirando!

—Espera un minuto —dijo la mujer, frunciendo el ceño a Tiffany—. No eres un simple ser humano, ¿verdad...? —Entrecerró los ojos extrañada por un momento y luego dijo—: Oh, tú eres ella. ¿Estoy en lo cierto? ¿El nuevo Verano?

—No te preocupes por mí, ¿quién es usted? —dijo Tiffany—. ¡Y fue sólo un baile!

—Anoia, Diosa De Las Cosas Que Se Atascan En Los Cajones —dijo la mujer—. Encantada de conocerte. —Tomó otra calada del cigarrillo en llamas, y hubo más chispas. Algunas de ellas cayeron al piso, pero no parecieron hacer ningún daño.

—¿Hay una diosa sólo para eso? —dijo Tiffany.

—Bueno, encuentro sacacorchos y cosas que ruedan debajo de los muebles —dijo Anoia al descuido—. A veces las cosas que se pierden bajo los cojines del sofá, también. Quieren que haga cremalleras atascadas, y estoy pensando en eso. Pero sobre todo me manifiesto cuando la gente hace sonar cajones atascados y llama a los dioses. —Dio una chupada a su cigarrillo—. ¿Tienes una taza de té?

—¡Pero no llamé a nadie!

—Lo hiciste —dijo Anoia, soplando más chispas—. Maldijiste. Tarde o temprano, todas las maldiciones son una oración. —Agitó la mano que no sostenía el cigarrillo y algo en el cajón hizo pling—. Va a estar bien ahora. Fue el corta huevos. Todo el mundo tiene uno, y nadie sabe por qué. ¿Alguien en el mundo a sabiendas sale un día y compra un corta huevos? No lo creo.

Tiffany probó el cajón. Se deslizó con facilidad.

—¿Qué hay del el té? —dijo Anoia, y se sentó.

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Tiffany puso la tetera.

—¿Usted sabe de mí? —preguntó.

—Oh, sí —dijo Anoia—. Ha pasado bastante tiempo desde que un dios se enamorara de un mortal. Todo el mundo quiere ver cómo resulta.

—¿Se enamoró?

—Oh, sí.

—¿Y quiere decir que los dioses están mirando?

—Bueno, por supuesto —dijo Anoia—. ¡La mayoría de los grandes no hacen otra cosa en estos días! Pero se supone que debo hacer cierres, oh sí, ¡y mis manos se ponen muy rígidas con este tiempo!

Tiffany miró el techo, que ahora estaba lleno de humo.

—¿Están mirando todo el tiempo? —dijo, horrorizada.

—He oído que estás atrayendo más interés que la guerra en Klatchistan, y eso fue muy popular —dijo Anoia, extendiendo las manos rojas—. Mira, sabañones. No es que les importe, por supuesto.

—¿Incluso cuando me estoy… lavando? —dijo Tiffany.

La diosa se echó a reír groseramente.

—Sí. Y pueden ver en la oscuridad, también. Mejor no pensar en ello.

Tiffany miró hacia el techo de nuevo. Había estado esperando tomar un baño esta noche.

—Intentaré no hacerlo —dijo sombríamente, y añadió—: ¿Es… difícil ser una diosa?

—Tiene sus días buenos —dijo Anoia. Se puso de pie con el brazo del cigarrillo sostenido en el codo por la otra mano, manteniendo el fuego que echaba chispas cerca de su cara. Ahora ella dio una fuerte calada, levantó la cabeza, y sopló una nube de humo para unirse al smog en el techo. Las chispas cayeron como lluvia—. No he estado haciendo cajones mucho tiempo. Yo solía ser una diosa del volcán.

—¿En serio? —dijo Tiffany—. Nunca lo hubiera imaginado.

—Oh, sí. Era un buen trabajo, aparte de los gritos —dijo Anoia, y luego añadió con un tono amargo en la voz—: ¡Ja! Y el dios de las tormentas siempre estaba lloviendo en mi lava. Eso es un hombre para ti, querida. Ellos llueven en tu lava.

—Y miran acuarelas —dijo Tiffany.

Los ojos Anoia se estrecharon.

—¿Acuarelas de alguien?

—¡Sí!

—¡Los hombres! Son todos lo mismo —dijo Anoia—. Sigue mi consejo, querida, y muéstrale al Sr. Forjainviernos la puerta. No es más que un elemental, después de todo.

Tiffany miró hacia la puerta.

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—Dale una patada, querida, mándalo a paseo y cambia las cerraduras. Tengamos verano todo el año como hacen los países cálidos. Uvas por todo el lugar, ¿eh? ¡Cocos en todos los árboles! Ah, cuando yo estaba en el juego del volcán, no me podía mover del mango. Un beso de despedida a la nieve y la niebla y al fango. ¿Tienes la cosita todavía?

—¿La cosita? —dijo Tiffany, preocupada.

—Va a pasar, me atrevo a decir —dijo Anoia—. Me han dicho que puede ser un poco difícil… Uy, oigo ruidos, debo volar, no te preocupes, no le voy a decir dónde estás…

Ella desapareció. También lo hizo el humo.

No sabiendo qué más hacer, Tiffany sirvió un plato abundante de carne y hortalizas y se lo comió. Así que... ¿podía ver a los dioses ahora? ¿Y se sabía de ella? Y todo el mundo quería darle consejos.

No era una buena idea llamar la atención de aquellos en altos puestos, le había dicho su padre.

Pero era impresionante. En amores con ella, ¿eh? ¿Y diciéndolo a todo el mundo? Pero en realidad era un elemental, no un dios apropiado. ¡Lo único que sabía era cómo mover el viento y el agua!

Aún así... eh. ¡Algunas personas tienen elementales corriendo detrás de ellos! ¡Oh, sí! ¿Qué te parece? Si las personas eran lo suficientemente estúpidas para bailar por ahí con niñas que pintaban acuarelas para conducir a los hombres honestos a la perdición, así, ella podría ser altiva con gente que eran casi dioses. Tendría que mencionar eso en una carta, excepto que por supuesto no iba a escribirle a él ahora. ¡Ja! 

A unos cuantos kilómetros de distancia Vieja Madre Blackcap, quien hacía su propio jabón de grasa animal y potasa, obtenida a partir de cenizas de plantas, sintió una pastilla de jabón siendo arrancada de su mano justo cuando estaba a punto de hervir las sábanas. La tina de agua se congeló por completo, también.

Siendo una bruja, inmediatamente dijo:

—¡Hay un ladrón extraño!

Y el Forjainviernos dijo:

—¡Suficiente potasa para hacer un hombre!

CAPÍTULO OCHO

El Cuerno de la abundancia

Esa noche, después de que Tata Ogg se hubo ido a la cama, Tiffany tomó el baño que había estado esperando. Esto no era algo para tomarlo a la ligera. En primer lugar, había que bajar la tina de estaño de su gancho en la parte posterior de la letrina, que estaba en el fondo del jardín, y arrastrarla por la oscura noche helada

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a un lugar de honor frente al fuego. Entonces había que calentar ollas sobre el fuego y sobre la negra estufa de la cocina, y era un esfuerzo obtener seis pulgadas de agua caliente. Después, había que sacar toda el agua con un cucharón al sumidero y mudar la tina a una esquina, lista para llevarla afuera por la mañana. Cuando habías hecho todo eso, podías también fregar cada pulgada.

Tiffany hizo una cosa extra: escribió ¡PRIVADO! en un pedazo de cartón y lo encajó en la lámpara colgada en el centro de la habitación para que pudiera ser leída sólo desde arriba. No estaba segura de que pudiera disuadir a cualquier dios inquisitivo, pero se sentía mejor por haberlo hecho.

Esa noche durmió sin soñar. En la mañana la nieve había puesto una capa fresca en el ventisquero, y un par de nietos de Tata Ogg estaban construyendo un muñeco de nieve en el jardín. Entraron después de un rato y exigieron una zanahoria para la nariz y dos trozos de carbón para los ojos.

Tata la llevó al aislado pueblo de Rebanada, donde la gente siempre estaba contenta y sorprendida de ver a alguien que no fuera pariente. Tata Ogg deambuló de cabaña a cabaña a lo largo de los senderos abiertos en la nieve, bebiendo suficientes tazas de té para hacer flotar un elefante y haciendo brujería de pequeñas maneras. Parecía consistir mayormente sólo de chismes, pero una vez que le cogías el tranquillo, se podía oír la magia sucediendo. Tata Ogg cambiaba la forma en que pensaba la gente, aunque fuera sólo por unos minutos. Ella dejaba a la gente pensando que eran personas un poco mejores. No lo eran, pero, como Tata decía, les daba algo para estar a la altura.

Luego hubo otra noche sin sueños, pero Tiffany se despertó con un chasquido a las cinco y media, sintiéndose... extraña.

Frotó la escarcha de la ventana y vio el muñeco de nieve a la luz de la luna.

¿Por qué lo hacemos?, se preguntó. Tan pronto como hay nieve, construimos muñecos de nieve. Adoramos al Forjainviernos, en cierto modo. Hacemos humana a la nieve... Le damos ojos de carbón y una nariz de zanahoria para darle vida. Ah, y veo que los niños le dieron una bufanda. Eso es lo que necesita un muñeco de nieve, una bufanda para mantenerlo caliente....

Bajó a la cocina silenciosa, y a falta de otra cosa que hacer fregó la mesa. Hacer algo con las manos le ayudaba a pensar.

Algo había cambiado, y era ella. Ella había estado preocupada por lo que él haría y pensaría, como si fuera sólo una hoja llevada por el viento. Temía oír su voz en su cabeza, donde él no tenía derecho a estar.

Bueno, ahora no. Ya no más.

Él debería estar preocupado por ella.

Sí, ella había cometido un error. Sí, fue culpa de ella. Pero ella no iba a ser intimidada. No podías dejar a los muchachos andar lloviendo sobre tu lava y comer con los ojos las acuarelas de otras personas.

Encuentra la historia, decía siempre Yaya Ceravieja. Ella creía que el mundo estaba lleno de formas de historia. Si se lo permites, te controlan. Pero si las estudias, si averiguabas de ellas... podías utilizarlas, podías cambiarlas...

La Srta. Traición había sabido todo acerca de las historias, ¿verdad? Ella las había hecho girar como una telaraña, para darse poder. Y funcionban porque la

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gente quería creer en ellas. Y Tata Ogg contó una historia, también. Gorda, alegre Tata Ogg, que gustaba de un trago (y otro trago, si es tan amable) y era la abuela favorita de todos... pero esos ojitos brillantes podían perforarte la cabeza y leer todos tus secretos.

Hasta Yaya Doliente tenía una historia. Ella había vivido en la vieja cabaña de pastoreo en lo alto de las colinas, escuchando el viento que soplaba sobre el césped. Ella era misteriosa, solitaria… y las historias flotaban y se reunían a su alrededor, todas esas historias acerca de hallar corderos perdidos a pesar de que estaba muerta, todas esas historias sobre ella, todavía, vigilando a la gente...

La gente quería que el mundo fuera una historia, porque las historias tenían que sonar bien y tenían que tener sentido. La gente quería que el mundo tuviera sentido.

Bien, su historia no iba a ser la historia de una niña maltratada. Eso no tenía sentido.

Excepto... que él no es realmente malo. Los dioses en la Mitología, ellos parecían encontrarle la vuelta a ser humanos —demasiado humanos, a veces—, pero ¿cómo podía una tormenta de nieve o un vendaval averiguarlo? Era peligroso y aterrador, pero no podía dejar de sentir pena por él....

Alguien golpeó la puerta de atrás de Tata Ogg. Resultó ser una alta figura de negro.

—Casa equivocada —dijo Tiffany—. Aquí nadie está ni siquiera un poco enfermo.

Una mano levantó la capucha negra, y desde sus profundidades una voz susurró: —¡Soy yo, Annagramma! ¿Está ella en casa?

—La Sra. Ogg no está levantada todavía —dijo Tiffany.

—Bien. ¿Puedo entrar?

En la mesa de la cocina, con una taza de té para calentarse, Annagramma reveló todo. La vida en el bosque no iba bien.

—¡Dos hombres vinieron a verme para hablar de una estúpida vaca que ambos piensan que poseen! —dijo.

—Deben ser Joe Broomsocket y Shifty Adams. Te dejé una nota sobre ellos, también —dijo Tiffany—. Cada vez que uno u otro de ellos se emborracha, discuten sobre esa vaca

—¿Qué se supone que debo hacer al respecto?

—Asentir y sonreír. Espera hasta que la vaca muera, dijo siempre la Srta. Traición. O uno de los hombres —dijo Tiffany—. Es la única manera.

—¡Y una mujer vino a verme con un cerdo enfermo!

—¿Qué hiciste al respecto?

—¡Le dije que no hacía cerdos! Pero ella se echó a llorar, así que intenté con el Universal Nostrum de Bangle en él.

—¿Usaste eso en un cerdo? —dijo Tiffany, sorprendida.

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—Bueno, la bruja de cerdo usa magia, así que no veo por qué… —comenzó Annagramma a la defensiva.

—¡Ella sabe lo que funciona! —dijo Tiffany.

—¡Estaba perfectamente bien cuando lo bajé del árbol! ¡Ella no tenía que hacer todo ese alboroto! ¡Estoy segura de que las cerdas volverán a crecer! ¡Con el tiempo!

—No era un cerdo manchado, ¿verdad? ¿Y una mujer con estrabismo? —preguntó Tiffany.

—¡Sí! ¡Creo que sí! ¿Importa?

—La señora Stumper está muy apegada a ese cerdo —dijo Tiffany en tono de reproche—. Ella lo lleva hasta la cabaña una vez por semana. Por lo general es sólo un malestar estomacal. Ella le da de comer demasiado.

—¿En serio? Entonces no voy a abrirle la puerta la próxima vez —dijo Annagramma con firmeza.

—No, déjala entrar. Realmente, todo es porque ella está sola y quiere charlar.

—Bueno, pienso que tengo mejores cosas que hacer con mi tiempo que escuchar a una señora de edad que sólo quiere hablar —dijo indignada Annagramma.

Tiffany la miró. ¿Por dónde empezabas, aparte de golpear la cabeza de la muchacha sobre la mesa hasta que el cerebro comenzara a trabajar?

—Escucha con mucha atención —dijo—. Quiero decir a ella, no sólo a mí. No tienes un mejor uso de tu tiempo que escuchar a señoras mayores que quieren hablar. Todo el mundo dice cosas a las brujas. Así que escucha a todos y no digas mucho y piensa en lo que dicen y cómo lo dicen y mira sus ojos.... Se convierte en un gran rompecabezas, pero tú eres la única que puede ver todas las piezas. Sabrás lo que quieren que sepas, y lo que no quieren que sepas, y hasta lo que creen que nadie sabe. Es por eso que damos vuelta por las casas. Es por eso que darás vuelta por las casas, hasta que seas parte de su vida.

—¿Todo esto sólo para obtener algún poder sobre un grupo de agricultores y campesinos?

Tiffany se dio la vuelta y pateó una silla con tanta fuerza que se rompió una pata. Annagramma retrocedió rápidamente.

—¿Por qué hiciste eso?

—¡Eres inteligente… adivina!

—Ah, me olvidaba... tu padre es un pastor...

—¡Bien! ¡Te acordaste! —Tiffany vaciló. La certeza se derramaba en su cerebro, cortesía de sus Terceros Pensamientos. De repente, ella conocía a Annagramma.

—¿Y tu padre? —preguntó.

—¿Qué? —Annagramma se irguió instintivamente—. Oh, es dueño de varias fincas.

—¡Mentirosa!

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—Bueno, tal vez debería decir que es un granjero. —La chica comenzó a mostrar nerviosismo.

—¡Mentirosa!

Annagramma retrocedió.

—¿Cómo te atreves a hablarme así?

—¿Cómo te atreves a no decirme la verdad?

En la pausa que se abrió, Tiffany escuchó todo… el débil crujido de la madera en la estufa, el sonido de los ratones en la bodega, su propia respiración rugiendo como el mar en una cueva....

—Él trabaja para un granjero, ¿de acuerdo? —dijo Annagramma rápidamente, y luego pareció sorprendida por sus propias palabras—. No tenemos ninguna tierra, ni siquiera la cabaña. Es la verdad, si la deseas. ¿Feliz ahora?

—No. Pero gracias —dijo Tiffany.

—¿Vas a decirlo a los demás?

—No. No importa. Pero Yaya Ceravieja quiere que hagas un lío de todo esto, ¿me entiendes? Ella no tiene nada contra ti... —Tiffany vaciló y luego continuó—: Quiero decir, nada más que lo que tiene contra todos. Ella sólo quiere que la gente vea que el estilo de brujería de la Sra. Earwig no funciona. ¡Esto es lo que ella quiere! Ella no dijo una palabra en tu contra, tan sólo te dejó tener exactamente lo que querías. Es como una historia. Todo el mundo sabe que si obtienes exactamente lo que deseas, todo sale mal. Y tú deseabas una cabaña. Y vas a enredarlo todo.

—Sólo necesito un día o dos para encontrarle la vuelta…

—¿Por qué? Eres una bruja con una cabaña. ¡Se supone que debes ser capaz de lidiar con eso! ¿Por qué asumirlo si no podías hacerte cargo?

¡Se supone que debes ser capaz de lidiar con eso, chica de las ovejas! ¿Por qué asumirlo si no podías hacerte cargo?

—¿Así que no me vas a ayudar? —Annagramma miró a Tiffany, y luego su expresión, de manera inusual, se suavizó un poco y dijo—: ¿Estás bien?

Tiffany parpadeó. Es horrible tener tu propia voz haciendo eco a la otra parte de tu mente.

—Mira, yo no tengo tiempo —dijo con voz débil—. Tal vez las demás puedan… ¿ayudar?

—¡No quiero que sepan! —El pánico deformó la cara de Annagramma.

Ella puede hacer magia, pensó Tiffany. Simplemente no es buena en la brujería. Va a hacer un lío. Va a hacer un lío de la gente.

Cedió.

—Está bien, probablemente pueda perder algo de tiempo. No hay muchas tareas que hacer en Tir Nani Ogg. Y voy a explicar las cosas a las demás. Ellas tienen que saber. Probablemente ayuden. Tú aprendes rápido… podrías entender el material básico en una semana o algo así.

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Tiffany observó el rostro de Annagramma. ¡Realmente lo estaba pensando! Si se ahogaba y le tirabas una cuerda, se quejaba si era del color equivocado....

—Bueno, si vas a ayudarme... —dijo Annagramma, alegrándose.

Casi podías admirar a la muchacha por la forma en que podía reorganizar el mundo real en su cabeza. Otra historia, pensó Tiffany; todo se trata de Annagramma.

—Sí, te vamos a ayudar. —Suspiró.

—¿Tal vez podríamos decir a la gente que ustedes chicas vienen a mí para aprender? —dijo Annagramma esperanzada.

La gente decía que siempre uno debería contar hasta diez antes de perder los estribos. Pero si estabas tratando conAnnagramma, había que conocer algunos números más grandes, como tal vez un millón.

—No —dijo Tiffany—, no creo que lo hagamos. Tú eres la que hace el aprendizaje.

Annagramma abrió la boca para discutir, vio la mirada en el rostro de Tiffany, y decidió no hacerlo.

—Er, sí —dijo ella—. Por supuesto. Er... gracias.

Eso fue una sorpresa.

—Probablemente ellas van a ayudar —dijo Tiffany—. No se verá bien si una de nosotras falla.

Para su sorpresa, la chica realmente estaba llorando.

—Es que yo realmente no pensaba que fueran mis amigas...

—No me gusta ella —dijo Petulia, que estaba hasta las rodillas en los cerdos—. Me llama la bruja de cerdos.

—Bueno, eres una bruja de cerdos —dijo Tiffany, que se hallaba fuera de la pocilga. El galpón estaba lleno de cerdos. El ruido era casi tan malo como el olor. Afuera caía nieve fina, como polvo.

—Sí, pero cuando ella lo dice, hay demasiado cerdos y no suficiente bruja —dijo Petulia—. Cada vez que abre la boca, creo que he hecho algo mal. —Ella hizo un gesto con la mano en la cara de un cerdo y murmuró algunas palabras. El animal cruzó los ojos y abrió su boca. Recibió una gran dosis de líquido verde de una botella.

—No podemos dejar que ella luche —dijo Tiffany—. La gente puede salir lastimada.

—Bueno, no sería culpa nuestra, ¿verdad? —dijo Petulia, dando una dosis a otro cerdo. Ahuecó las manos y gritó por encima del estruendo a un hombre en el otro extremo del corral—: ¡Fred, este lote se acabó! —Entonces salió del corral, y Tiffany vio que había recogido su falda hasta la cintura y vestía un pantalón de cuero grueso debajo de ella.

—Están haciendo un verdadero lío esta mañana —dijo—. Parece que se van a poner un poco juguetones.

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—¿Juguetones? —dijo Tiffany—. Oh... sí.

—Escucha, puedes oír gritar a los machos en su cobertizo —dijo Petulia—. Pueden oler la primavera.

—¡Pero ni siquiera es la Vigilia del Puerco todavía!

—Es el día después de mañana. De todos modos, la primavera duerme bajo la nieve, mi padre siempre lo dice —dijo Petulia, lavándose las manos en un cubo.

Nada de hums, dijeron los Terceros Pensamientos de Tiffany. Cuando está trabajando, Petulia nunca dice "hum". Ella está segura de las cosas cuando está trabajando. Se pone derecha. Está a cargo.

—Mira, será culpa nuestra si podemos ver algo mal y no hacemos nada al respecto —dijo Tiffany.

—Oh, Annagramma de nuevo —dijo Petulia. Se encogió de hombros—. Mira, puedo ir allá quizá una vez a la semana después de Vigilia del Puerco y mostrarle algunas de las cosas básicas. ¿Eso te hace feliz?

—Estoy segura de que estará agradecida.

—Estoy segura de que no lo estará. ¿Le has pedido a alguna de las otras?

—No. Pensé que si sabían que habías aceptado, ellas, probablemente, también lo harían —dijo Tiffany.

—¡Ja! Bueno, supongo que por lo menos podemos decir que lo intentamos. ¿Tú sabes, solía pensar que Annagramma era realmente inteligente porque sabía un montón de palabras y podía hacer hechizos brillantes? ¡Pero muéstrale un cerdo enfermo y es inútil!

Tiffany le contó del cerdo de la señora Stumper y Petulia pareció sorprendida.

—No podemos tener ese tipo de cosas —dijo—. ¿En un árbol? Tal vez voy a tratar de dejarme caer esta tarde entonces. —Ella vaciló—. ¿Sabes que Yaya Ceravieja no será feliz con esto? ¿Queremos quedar atrapadas entre ella y la Sra. Earwig?

—¿Estamos haciendo lo correcto o no? —dijo Tiffany—. De todos modos, ¿qué es lo peor que podría hacernos?

Petulia lanzó una breve carcajada sin humor en absoluto.

—Bueno —dijo ella—, primero, podría hacer que nuestra…

—No lo hará.

—Me gustaría estar tan segura como tú —dijo Petulia—. Muy bien, entonces. Por el cerdo de la Sra. Stumper.

Tiffany voló por encima de las copas de los árboles, y la ocasional ramita alta rozó sus botas. Sólo había sol de invierno suficiente para hacer la nieve quebradiza y brillante, como una torta helada.

Había sido una mañana muy ocupada. El aquelarre no había estado muy interesado en ayudar a Annagramma. El propio aquelarre parecía haber sucedido mucho tiempo. Había sido un invierno ocupado.

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—Todo lo que hicimos fue perder el tiempo mientras Annagramma nos mangoneaba —había dicho Dimity Hubbub, mientras molía minerales y muy cuidadosamente los ponía, un poco a la vez, en una olla pequeña calentada por una vela—. Estoy demasiado ocupada para perder el tiempo con la magia. Nunca hizo nada útil. ¿Sabías de su problema? Ella piensa que puedes ser una bruja comprando bastantes cosas.

—Necesita aprender cómo tratar con la gente —dijo Tiffany.

En este punto, la olla explotó.

—Bueno, creo que podemos decir con seguridad que no era una cura diaria del dolor de muelas—dijo Dimity, quitando pedazos de olla de su cabello—. Está bien, yo puedo perder el día libre, si Petulia lo está haciendo. Pero no va a hacer mucho bien.

Lucy Warbeck yacía de cuerpo entero y con la ropa puesta en una tina de estaño llena de agua cuando Tiffany llegó. Tenía la cabeza bajo la superficie, pero cuando vio a Tiffany mirando, levantó un cartel que decía: “¡NO ME ESTOY AHOGANDO!”. La Srta. Tick había dicho que haría una buena descubridora de brujas, así que estaba entrenando duro.

—No veo por qué deberíamos ayudar a Annagrama —dijo mientras Tiffany la ayudaba a secarse—. A ella simplemente le gusta rebajar a las personas con esa voz sarcástica suya. De todos modos, ¿por qué te importa? Sabes que ella no te quiere.

—Pensé que siempre nos llevábamos... más o menos —dijo Tiffany.

—¿En serio? ¡Tú puedes hacer cosas que ella ni siquiera puede intentar! Como esa cosa donde te vuelves invisible... ¡lo haces y haces que parezca fácil! ¡Pero vienes a las reuniones y actúas como el resto de nosotras y ayudas a limpiar después, y eso la pone loca!

—Mira, no entiendo adónde estás yendo.

Lucy cogió otra toalla.

—Ella no puede soportar la idea de que alguien sea mejor que ella y que no se pavonee al respecto.

—¿Por qué debería hacerlo? —dijo Tiffany, desconcertada.

—Porque eso es lo que haría ella, si ella fuera tú —dijo Lucy, empujando con cuidado el cuchillo y el tenedor de nuevo en su cabello amontonado10—. Piensa que te estás riendo de ella. Y ahora, te doy mi palabra, ella tiene que depender de ti. Puede ser también que hayas empujado alfileres hasta su nariz.

Pero Petulia había firmado, y, así también Lucy y el resto de ellas lo hicieron. Petulia se había convertido en la historia de gran éxito desde que había ganado las Pruebas De Brujas con su famoso Truco del Cerdo hacía dos años. Se le habían reído —bueno, Annagramma, y todas las demás habían sonreído con esa especie de torpeza— pero se había apegado a aquello en que era buena y la gente estaba diciendo que había conseguido habilidades con los animales que ni siquiera Yaya Ceravieja podía igualar. Ella había conseguido un sólido respeto, también. La gente

10 Todas las brujas son un poco extrañas. Lo mejor es conseguir ordenar su extrañeza a tiempo.

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no entendía mucho de lo que hacían las brujas, pero cualquiera que pudiera poner a una vaca enferma de nuevo en pie... bueno, esa persona era alguien a quien admiraban. Así que para el aquelarre completo, después de Vigilia del Puerco, iba a ser tiempo de Todo Sobre Annagramma.

Tiffany voló hacia Tir Nani Ogg, con la cabeza girando. Ella nunca había pensado que nadie pudiera tener envidia de ella. Bueno, podía hacer una o dos cosas, pero cualquiera podía hacerlas. Sólo tenías que ser capaz de apagarte a ti misma.

Se había sentado en la arena del desierto detrás de la Puerta, se había enfrentado a perros con dientes afilados... no eran cosas que quisiera recordar. Y encima de todo eso, allí estaba el Forjainviernos.

Él no podía encontrarla sin el caballo, todo el mundo estaba seguro de eso. Podía hablar en su cabeza, y ella podía hablar con él, pero eso era una especie de magia y no tenía nada que ver con los mapas.

Había estado en silencio durante un rato. Probablemente estaba construyendo témpanos.

Aterrizó la escoba en una pequeña colina pelada entre los árboles. No había ninguna casa a la vista.

Se bajó del palo, pero se aferró a él, por si acaso.

Las estrellas estaban saliendo. Al Forjainviernos le gustaban las noches claras. Eran más frías.

Y las palabras vinieron. Fueron sus palabras en su voz y ella sabía lo que significaban, pero tenían una especie de eco.

—¡Forjainviernos! ¡Yo te mando!

Mientras ella parpadeaba por el alto tono en que las palabras habían sonado, llegó la respuesta.

La voz estaba a su alrededor.

¿Quién manda al Forjainviernos?

—Yo soy la Dama Verano. —Bueno, pensó, soy una especie de doble.

Entonces, ¿por qué escondes de mí?

—Temo tu hielo. Temo tu frío. Huyo de tus aludes. Me escondo de tus tormentas. —Ah, claro. Esto es hablar como diosa.

¡Vive conmigo en mi mundo de hielo!

—¿Cómo te atreves a darme órdenes? ¡No te atrevas a darme órdenes!

Pero has elegido vivir en mi invierno.... El Forjainviernos sonaba inseguro.

—Voy a dónde me dé la gana. Puedo hacer mi propio camino. No busco el permiso de nadie. En tu país tú me honrarás… ¡o habrá un ajuste de cuentas! —Y esa parte es mía, pensó Tiffany, con el placer de meter una palabra.

Hubo un largo silencio, lleno de incertidumbre y perplejidad. Entonces el Forjainviernos dijo:

¿En qué puedo servirle, señora?

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—No más témpanos parecidos a mí. No quiero ser un rostro que hunda un millar de naves.

¿Y la escarcha? ¿Podemos compartir las escarchas? ¿Y los copos de nieve?

—Las escarchas no. No tienes que escribir mi nombre en las ventanas. Eso sólo puede llevar a problemas.

¿Pero se me permite honrarle en copos de nieve?

—Er ... —Tiffany se detuvo. Las diosas no deberían decir "er", estaba segura de ello.

—Los copos de nieve son... aceptables —dijo. Después de todo, pensó, no es como si tuvieran mi nombre en ellos. Quiero decir, la mayoría de la gente no se dará cuenta, y si lo hacen no sabrán que soy yo.

Entonces habrá copos de nieve, mi señora, hasta el momento en que bailemos de nuevo. ¡Y lo haremos, porque me estoy haciendo a mí mismo un hombre!

La voz del Forjainviernos... se fue.

Tiffany volvió a quedar sola entre los árboles.

Salvo... que no lo estaba.

—Sé que todavía estás allí —dijo ella, su aliento dejando un brillo en el aire—. Eres tú, ¿verdad? Te puedo sentir. No eres mi pensamiento. No te estoy imaginando. El Forjainviernos se ha ido. Puedes hablar con mi boca. ¿Quién eres?

El viento hizo caer la nieve de los árboles cercanos. Las estrellas titilaban. Nada más se movía.

—Estás ahí —dijo Tiffany—. Has puesto pensamientos en mi cabeza. Incluso has hecho que mi propia voz me hable. Eso no va a suceder de nuevo. Ahora que conozco la sensación, puedo mantenerte fuera. Si tienes algo que decirme, dilo ahora. Cuando salga de aquí, voy a cerrar mi mente a ti. No voy a dejar…

¿Cómo se siente al ser tan indefenso, niña de las ovejas?

—Eres Verano, ¿verdad? —dijo Tiffany.

Y tú eres como una niña pequeña vistiendo con la ropa de su madre, pequeños pies en zapatos grandes, el vestido arrastrando por el polvo. El mundo se congela debido a una tonta niña…

Tiffany hizo algo que sería imposible de describir para ella, y la voz terminó como un insecto lejano.

La colina era solitaria, y fría. Y todo lo que podías hacer era seguir adelante. Podías gritar, llorar, y golpear tus pies, pero aparte de hacerte sentir más caliente, no serviría de nada. Podías decir que era injusto, y era cierto, pero al universo no le importaba porque no sabía lo que significaba "justo". Ése era el gran problema de ser una bruja. Te corresponde a ti. Siempre te corresponde a ti.

Vigilia del Puerco llegó, con más nieve y algunos presentes. Nada desde casa, a pesar de que algunos coches estaban pasando. Se dijo que existía una buena razón, y trató de creerlo.

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Fue el día más corto del año, lo que era conveniente porque encajaba perfectamente con la noche más larga. Éste era el corazón del invierno, pero Tiffany no esperaba el regalo que llegó al día siguiente.

Había nevado mucho, pero el cielo de la tarde era de color rosa y azul y congelante.

Eso salió de la puesta de sol de color rosa con un silbido y aterrizó en el jardín de Tata Ogg, lanzando una lluvia de tierra y dejando un gran agujero.

—Bueno, eso es adiós a las coles —dijo Tata, mirando por la ventana.

El vapor se elevaba desde el agujero cuando salieron afuera, y había un fuerte olor a coles.

Tiffany se asomó a través del vapor. Polvo y tallos cubrían la cosa, pero ella podía distinguir algo redondeado.

Se dejó deslizar hacia el interior del agujero, directo hacia abajo en medio del barro y el vapor, y la cosa misteriosa. No estaba muy caliente ahora, y a medida que tiraba cosas afuera, comenzó a tener la desagradable sensación de que sabía lo que era.

Era, estaba segura, la "cosa" de que había hablado Anoia. Parecía lo suficientemente misteriosa. Y tal como surgió del barro, sabía que la había visto antes.

—¿Estás bien ahí abajo? ¡No puedo ver por todo esto vapor! —gritó Tata Ogg. Por el sonido, los vecinos habían acudido; había cierto parloteo excitado.

Tiffany raspó rápidamente barro y puré de repollo de sobre el advenimiento y gritó: —Creo que esto podría explotar. ¡Dígale a todo el mundo que entre! Y luego agáchese y tome mi mano, ¿quiere?

Hubo algunos gritos por encima de ella y el sonido de pies que corrían. La mano Tata Ogg apareció, agitándose en la niebla, y entre ellos sacaron a Tiffany fuera del agujero.

—¿Vamos a escondernos debajo de la mesa de la cocina? —dijo Tata mientras Tiffany intentaba sacudir el barro y la col de su ropa. Luego Tata guiñó un ojo—. ¿Si esto va a explotar?

Su hijo Shawn vino de la casa con un balde de agua en cada mano y se detuvo, con expresíon decepcionada porque no había nada que hacer con ellos.

—¿Qué fue eso, mamá? —jadeó.

Tata miró a Tiffany, quien dijo:

—Er... una roca gigante cayó del cielo.

—¡Las rocas gigantes no pueden permanecer en el cielo, señorita! —dijo Shawn.

—Creo que por eso ésta cayó al suelo, muchacho —dijo Tata enérgicamente—. Si quieres hacer algo útil, puedes estar de guardia y asegurarte de que nadie se acerque.

—¿Qué debo hacer si explota, Mamá?

—Ven a avisarme, ¿quieres? —dijo Tata.

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Apuró a Tiffany a la cabaña, cerró la puerta detrás de ellas, y dijo:

—Soy una vieja mentirosa horrible, Tiff, y hace falta ser una para conocer a otra. ¿Qué hay ahí abajo?

—Bueno, no creo que vaya a explotar —dijo Tiffany—. Y si lo hiciera, creo que lo peor que podría suceder es que quedáramos cubiartos en ensalada de col. Creo que es la Cornucopia.

Se oyó el ruido de voces en el exterior y la puerta se abrió de golpe.

—Bendiciones sean sobre esta casa —dijo Yaya Ceravieja, sacudiendo la nieve de sus botas—. Tu hijo dijo que no debía entrar, pero creo que estaba equivocado. Vine tan rápido como pude. ¿Qué ha pasado?

—Tenemos cornucopias —dijo Tata Ogg—, sean lo que sean.

Fue esa misma noche. Había esperado hasta que fuese oscuro antes de sacar la Cornucopia fuera del agujero. Era mucho más liviana que lo que Tiffany había esperado; de hecho tenía un aire de algo muy, muy pesado que, por razones propias, se había convertido en liviano sólo por un tiempo.

Ahora estaba en la mesa de la cocina, limpia de lodo y coles. Tiffany pensaba que le resultaba vagamente viva. Era cálida al tacto y parecía vibrar ligeramente bajo sus dedos.

—De acuerdo con Pinzón —dijo ella, con el Mitología abierto en su regazo— el dios Io el Ciego creó la Cornucopia de un cuerno de la cabra mágica Almeg para alimentar a sus dos hijos con la Diosa Bisonomy, que fue después transformada en una ducha de ostras por Epidity, Dios de las Cosas Con Forma De Patatas, después de insultar a Resonata, Diosa de las Comadrejas, lanzando un topo en su sombra. Ahora es el distintivo de la oficina de la diosa del verano.

—Siempre dije que solían ir demasiado lejos en ese tipo de cosas en los viejos tiempos —dijo Yaya Ceravieja.

Las brujas se quedaron mirando la cosa. Se veía un poco como un cuerno de cabra, pero mucho más grande.

—¿Cómo funciona? —dijo Tata Ogg. Metió la cabeza adentro y gritó—: ¡Hola! —Los holas volvieron, haciendo eco por mucho tiempo, como si hubieran ido mucho más lejos de lo esperado.

—Me parece un gran caracol grande —fue la opinión de Yaya Ceravieja. La gatita Tú paseaba en torno a la cosa gigante, olfateándola delicadamente. (Greebo se escondía detrás de las cacerolas en el estante superior. Tiffany lo comprobó.)

—No creo que nadie lo sepa —dijo—. Pero el otro nombre de esto es El Cuerno de la Abundancia.

—¿Un cuerno? ¿Se puede tocar una melodía en él? —preguntó Tata.

—No lo creo—dijo Tiffany—. Contiene... er... cosas.

—¿Qué tipo de cosas? —dijo Yaya Ceravieja.

—Bueno, técnicamente... todo —dijo Tiffany—. Todo lo que crece.

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Les mostró el dibujo en el libro. Todo tipo de frutas, verduras y granos se derramaban de la amplia boca de la Cornucopia.

—En su mayoría frutas, sin embargo —dijo Tata—. No muchas zanahorias, pero supongo que están arriba, en el extremo puntiagudo. Ajustan mejor allí.

—Típico de un artista —dijo Yaya—. Él sólo pinta las cosas llamativas en la parte delantera. ¡Demasiado orgulloso para pintar una patata honesta! —Hurgó en la página con un dedo acusador—. ¿Y qué acerca de estos querubines? No vamos a tenerlos también, ¿verdad? No me gusta ver a los bebés pequeños volando por el aire.

—Ponen un montón en los cuadros antiguos —dijo Tata Ogg—. Los meten para demostrar que es arte y no sólo imágenes traviesas de damas con no mucha ropa encima.

—Bueno, no me engañan a mí —dijo Yaya Ceravieja.

—Vamos, Tiff, hazlo funcionar —dijo Tata Ogg, caminando alrededor de la mesa.

—¡No sé cómo hacerlo! —dijo Tiffany—. ¡No hay instrucciones!

Y luego, demasiado tarde, Yaya gritó:

—¡Tú! ¡Sal de ahí!

Pero con un movimiento de la cola, la gatita blanca trotó hacia su interior.

Golpearon el cuerno. Lo sostuvieron al revés y lo sacudieron. Trataron de gritar en él. Pusieron un plato de leche frente a él y esperaron. La gatita no regresó. Despues, Tata Ogg tanteó suavemente dentro de la Cornucopia con un trapeador, que sin gran sorpresa de nadie fue más lejos dentro de la Cornucopia que lo que había de Cornucopia en el exterior.

—Va a salir cuando tenga hambre —dijo para tranquilizarla.

—No, si ella encuentra algo de comer allí —dijo Yaya Ceravieja, mirando en la oscuridad.

—No creo que vaya a encontrar comida para gatos —dijo Tiffany, examinando el dibujo de cerca—. Puede haber leche, sin embargo.

—¡Tú! ¡Sal de ahí ahora mismo! —ordenó Yaya en una voz de hacer temblar a las montañas.

Hubo un miau lejano.

—¿Tal vez se quedó atascada? —dijo Tata—. Quiero decir, es como una espiral, cada vez más pequeña al final, ¿no? Los gatos no son muy buenos en ir hacia atrás.

Tiffany vio la expresión en el rostro de Yaya y suspiró.

—¿Feegles? —dijo a la sala en general—. Sé que hay algunos de ustedes en esta sala. ¡Vengan, por favor!

Aparecieron Feegles de detrás de cada adorno. Tiffany golpeó con los dedos la Cornucopia.

—¿Pueden sacar a un pequeño gatito de aquí? —preguntó.

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—¿Sólo eso? Sí, nae problemo —dijo Roba A Cualquiera—. ¡Esperaba que fuese algo difícil!

Los Nac Mac Feegles desaparecieron en el Cuerno al trote. Sus voces se apagaron. Las brujas esperaron.

Esperaron un poco más.

Y un poco más.

—¡Feegles! —gritó Tiffany en el agujero. Le pareció oír un muy distante, muy débil “¡Crivens!”.

—Si esto puede producir granos, podrían haber encontrado cerveza —dijo Tiffany—. ¡Y eso significa que sólo saldrán cuando la cerveza se agote!

—¡Los gatos no pueden alimentarse a cerveza! —replicó Yaya Ceravieja.

—Bueno, estoy harta de esperar —dijo Tata—. Mira, hay un pequeño agujero en el extremo puntiagudo, también. ¡Voy a soplar en él!

Lo intentó, al menos. Sus mejillas se pusieron grandes y rojas y sus ojos se abrieron, y fue bastante claro que si la bocina no sonaba, ella luego… y en ese momento, el cuerno se rindió. Hubo un lejano e inconfundible ruido sordo rizado, que se hizo más y más fuerte.

—No puedo ver nada —dijo Yaya, mirando dentro de la boca del cuerno.

Tiffany la empujó a un lado cuando salió Tú al galope de la Cornucopia con su cola recta y sus orejas gachas. Se deslizó sobre la mesa, saltó sobre el vestido de Yaya Ceravieja, escarbó en su hombro, se volvió y escupió en desafío.

Con un grito de “¡Crivvvvvvvvens!” los Feegles salieron del cuerno.

—¡Detrás del sofá, todo el mundo! —gritó Tata—. ¡Corran!

Ahora el estruendo era como un trueno. Creció y creció y entonces…

… se detuvo.

En el silencio, tres sombreros puntiagudos se levantaron de detrás del sofá. Pequeños rostros azules surgieron detrás de todo.

Luego hubo un ruido muy similar a ¡puat! y algo pequeño y arrugado salió de la boca del Cuerno y cayó en el suelo. Era una piña muy seca.

Yaya Ceravieja sacudió un poco de polvo de su vestido.

—Será mejor que aprendas a usar esto —le dijo a Tiffany.

—¿Cómo?

—¿No tienes alguna idea?

—¡No!

—¡Bueno, ha aparecido para usted, señora, y es peligroso!

Tiffany tomó con cautela la Cornucopia, y de nuevo tuvo la clara sensación de algo tremendamente pesado pretendiendo, con mucho éxito, ser liviano.

—A lo mejor necesita una palabra mágica —sugirió Tata Ogg—. O hay algún lugar especial que aprietes....

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Cuando Tiffany giró a la luz, algo brillo por un momento.

—Esperen, éstas parecen palabras —dijo ella. Leyó:

Todo lo que usted desee, le doy a un nombre, murmuró la memoria del Dr. Bustle.

La siguiente línea decía:

Crezco, me achico, tradujo el Dr. Bustle.

—Creo que podría tener una idea —dijo ella, y en memoria de la Srta. Traición declaró—:¡Sándwich de jamón!

No pasó nada.

Luego el Dr. Bustle tradujo perezosamente, y Tiffany dijo:

Con un ‘fwlap’ un sándwich de jamón zarpó de la desembocadura de la Cornucopia y fue expertamente atrapado por Tata, que lo mordió.

—¡No está mal! —anunció—. Prueba algo más.

 —dijo Tiffany, y se escuchó el tipo de sonido que se obtiene al molestar en una cueva llena de murciélagos.

—¡Basta! —gritó ella, pero nada se detuvo. Luego el Dr. Bustle susurró y ella gritó—:

Había... un montón de sándwiches. La pila llegaba hasta el techo, de hecho. Sólo la punta del sombrero de Tata Ogg era visible, pero había algunos ruidos amortiguados más abajo en el montón.

Un brazo empujó hacia fuera, y Tata Ogg se abrió camino a través de la pared de pan y cerdo en rodajas, masticando pensativa.

—No tiene mostaza, me fijé. Hmm. Bueno, podemos ver que todo el mundo por aquí tenga una buena cena esta noche —dijo—. Y puedo ver que voy a tener que hacer un montón de sopa, también. Es mejor no intentarlo de nuevo aquí, sin embargo, ¿de acuerdo?

—No me gusta nada —le espetó Yaya Ceravieja—. ¿De dónde viene todo esto, eh? Los alimentos mágicos no alimentan adecuadamente a nadie!

—No es magia, es una cosa de dioses —dijo Tata Ogg—. Como modales de los cielos, ese tipo de cosas. Supongo que está hecho de firmamento en crudo.

De hecho, es simplemente una viva metáfora de la fecundidad infinita del mundo natural, susurró el doctor Bustle en la cabeza de Tiffany.

—Uno no obtiene modales del cielo —dijo Yaya.

—Esto fue en el extranjero, hace mucho tiempo —dijo Tata, dirigiéndose a Tiffany—. Si yo fuera tú, querida, la sacaría al bosque mañana y vería lo que puede hacer. Aunque, si no te importa, me vendrían bien algunas uvas frescas en este momento.

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—¡Gytha Ogg, no puedes utilizar la Cornucopia de los dioses como una… una despensa! —dijo Yaya—. ¡El asunto de los pies ya era bastante malo!

—Pero es una —dijo Tata Ogg inocentemente—. Es la despensa. Es como todo en espera de crecer en la próxima primavera.

Tiffany la dejó con mucho cuidado. Había algo... vivo acerca de la Cornucopia. Ella no estaba segura de que fuese sólo un instrumento mágico. Parecía estar escuchando.

Cuando tocó la mesa, empezó a disminuir hasta que fue del tamaño de un jarrón pequeño.

—Discúlpame —dijo Roba A Cualquiera—, pero ¿esto hace cerveza?

—¿Cerveza? —dijo Tiffany, sin pensar.

Hubo un ruido de goteo. Todas las miradas se volvieron hacia el jarrón. Un líquido marrón estaba formando espuma sobre el borde.

Entonces todas las miradas se volvieron hacia Yaya Ceravieja, quien se encogió de hombros.

—No me mires —dijo amargamente—. ¡Vas a beberlo de todos modos!

Está viva, pensó Tiffany, mientras Tata Ogg se apresuraba a buscar algunas jarras más. Aprende. Ha aprendido mi idioma....

Alrededor de la medianoche, Tiffany se despertó debido a un pollo blanco que estaba parado sobre su pecho. Ella lo apartó y se agachó por sus zapatillas, y encontró solamente pollos. Cuando tuvo la vela encendida, vio media docena de pollos en el extremo de la cama. El suelo estaba cubierto de pollos. Así estaba la escalera. Así estaba cada habitación abajo. En la cocina, los pollos se habían desbordado en el fregadero.

No estaban haciendo mucho ruido, sólo el ocasional werk que hace un pollo cuando está un poco incierto acerca de las cosas, lo cual es más o menos todo el tiempo.

Los pollos estaban arrastrando los pies con paciencia para hacer espacio. Werk. Estaban haciéndolo porque la Cornucopia, ahora un poco más grande que un pollo adulto, estaba disparando suavemente un pollo cada ocho segundos. Werk.

Mientras Tiffany observaba, otro aterrizó en la montaña de sándwiches de jamón. Werk.

Aislada en la parte superior de la Cornucopia estaba Tú, mirando muy confundida. Werk. Y en el centro del piso Yaya Ceravieja roncaba suavemente en el sillón grande, rodeada de gallinas fascinadas. Werk. Aparte de los ronquidos, el coro de werks, y el susurro de arrastrar de los pollos, todo era muy tranquilo en la luz de las velas. Werk.

Tiffany fulminó con la mirada la gatita. Se frotaba contra las cosas cuando quería ser alimentada, ¿no? Werk. ¿Y hacía miau? Werk. Y la Cornucopia podía aprender idiomas, ¿no? Werk.

Ahora susurró:

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—No más pollos —y después de unos segundos el flujo de pollos cesó. Werk.

Pero ella no podía dejarlo así. Sacudió a Yaya por el hombro y, cuando la anciana se despertó, le dijo:

—La buena noticia es que muchos de los sándwiches de jamón se han ido... er...

 Werk.

CAPÍTULO NUEVE

Disparos Verdes

Estaba mucho más frío a la mañana siguiente, un frío adormecedor que prácticamente podía congelar las llamas de un fuego.

Tiffany dejó la escoba instalada entre los árboles a poca distancia de casa de Tata Ogg. La nieve no se había acumulado mucho aquí, pero llegaba hasta las rodillas, y el frío la había puesto tan quebradiza que crujía como una hoja seca cuando Tiffany la pisaba.

En teoría, ella estaba en el bosque para aprender sobre la Cornucopia, pero en realidad estaba allí para mantenerla fuera del camino. Tata Ogg no había estado demasiado molesta por los pollos. Después de todo, ahora era propietaria de quinientos pollos, que en la actualidad rondaban en su cobertizo haciendo werk. Sin embargo, los pisos eran un desastre, había cagadas de pollo hasta en la barandilla, y como Yaya había señalado (en un susurro), ¿suponiendo que alguien hubiera dicho "tiburones"?

La Cornucopia yacía en su regazo mientras ella se sentaba en un tronco entre los árboles cubiertos de nieve. Una vez el bosque había sido bonito. Ahora era odioso. Troncos oscuros contra ventisqueros, un mundo de rayas blancas y negras, barras a contraluz. Echaba de menos los horizontes.

Divertido... la Cornucopia siempre estaba algo tibia, incluso aquí, y parecía saber de antemano qué tamaño debía tener. "Crezco, me achico", pensó Tiffany. Y me siento muy pequeña.

¿Y ahora qué? ¿Y ahora qué? Ella había abrigado la esperanza de que el... el poder caería sobre ella, al igual que había hecho la Cornucopia. No había ocurrido.

Había vida bajo la nieve. Ella lo sentía en sus dedos. En algún lugar allá abajo, fuera del alcance, estaba el Verano real. Usando la Cornucopia como pala, raspó en la nieve hasta llegar a las hojas muertas. Había vida allí abajo, en las telarañas blancas de los hongos y las pálidas raíces nuevas. Un gusano medio helado se arrastró lentamente y se escondió debajo de un esqueleto de hoja, fina como encaje. Junto a él había una bellota.

Los bosques no estaban en silencio. Estaban conteniendo la respiración. Todos estaban esperando, y ella no sabía qué hacer.

No soy la Dama Verano, se dijo. Nunca podré ser ella. Estoy en sus zapatos, pero nunca podré ser ella. Yo podría ser capaz de hacer que algunas flores crezcan,

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pero nunca podré ser ella. Ella caminará por todo el mundo y océanos de savia se levantarán en estos árboles muertos y un millón de toneladas de hierba crecerá en un segundo. ¿Puedo hacer eso? No. Soy una niña tonta con un puñado de trucos, eso es todo. Soy Tiffany Doliente, y estoy doliente de ganas de ir a casa.

Sintiéndose culpable por el gusano, sopló un poco de aire caliente en el suelo y luego empujó las hojas para cubrirlo. Mientras lo hacía, hubo un pequeño sonido húmedo, como el chasquido de los dedos de una rana, y la bellota se dividió. Un brote blanco escapó de ella y creció más de media pulgada mientras ella lo observaba.

Apresuradamente ella hizo un agujero en el moho con los dedos, empujó la bellota adentro, y apretó el suelo de nuevo.

Alguien la estaba observando. Se levantó y se dio la vuelta rápidamente. No había nadie a la vista, pero eso no significaba nada.

—¡Sé que estás ahí —dijo, aún dándose vuelta—. ¡Quien quiera que seas!

Su voz resonó entre los árboles negros. Incluso a ella sonaba delgada y asustada.

Se encontró levantando la Cornucopia.

—Muéstrate —dijo con voz trémula—, o…

¿Qué? se preguntó. ¿Te voy a llenar de fruta?

Algo de nieve cayó de un árbol con un golpe, haciéndola saltar y luego sentirse aún más tonta. ¡Ahora estaba acobardándose con la caída de un puñado de nieve! Una bruja nunca debe tener miedo en los bosques más oscuros, le dijo una vez Yaya Ceravieja, porque debe estar segura en su alma que lo más terrible en el bosque era ella.

Levantó la Cornucopia y dijo sin entusiasmo:

—Fresa...

Algo salió disparado de la Cornucopia con un pfut e hizo una mancha roja en un árbol a seis metros de distancia. Tiffany no se molestó en comprobar, siempre entregaba lo que pedías.

Lo cuál era más que lo que podía decir de sí misma.

Y encima de todo lo demás, era su día para visitar a Annagramma. Tiffany suspiró profundamente. Probablemente había hecho mal eso también.

Lentamente, a horcajadas sobre su escoba, desapareció entre los árboles.

Después de un minuto o dos, un brote verde se alzó desde el parche de tierra que ella había soplado, creció hasta una altura de cerca de seis pulgadas, y echó dos hojas verdes.

Se acercaron unos pasos. No eran tan crujientes como son por lo general las pisadas en la nieve congelada.

Hubo un crujido ahora, sin embargo, de alguien de rodillas sobre las hojas heladas.

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Un par de manos flacas, pero potentes, arrastraron y esculpieron suavemente la nieve y las hojas para hacer una pared alta y delgada alrededor del brote, encerrándolo y protegiéndolo del viento como a un soldado en un castillo.

Una pequeña gatita blanca trató de tocarlo con el hocico y fue levantada con cuidado fuera del camino.

Luego Yaya Ceravieja volvió a entrar en el bosque, sin dejar huellas. Nunca enseñas a nadie todo lo que sabes.

Pasaron los días. Annagramma aprendía, pero fue una lucha. Era difícil enseñar a alguien que no admitiría que había algo que ella no sabía, por lo que hubo conversaciones como ésta:

—Sabes cómo preparar la raíz placebo, ¿verdad?

—Por supuesto. Todo el mundo sabe eso. —Y éste no era el momento de decir, “Está bien, entonces, muéstrame” porque haría lío alrededor por un rato y luego diría que tenía un dolor de cabeza. Éste era el momento de decir, “Bueno, mírame a ver si lo estoy haciendo bien”, y luego hacerlo perfectamente. Y añadir cosas como, “Como sabes, Yaya Ceravieja dice que prácticamente cualquier cosa funciona en lugar de la raíz de placebo, pero lo mejor es usar la cosa real, si la puedes conseguir. Si se prepara en almíbar, es un recurso increíble para enfermedades menores, pero por supuesto eso ya lo sabes”.

Y Annagramma diría, “Por supuesto”.

Una semana más tarde, en los bosques, hacía tanto frío que algunos árboles viejos explotaron en la noche. No había sido visto durante mucho tiempo, dijeron los viejos. Sucedía cuando la savia se congelaba, y trataba de expandirse

Annagramma era tan frívola como un canario en una habitación llena de espejos y de inmediato entraba en pánico cuando se enfrentaba a cualquier cosa que no sabía, pero era lista para aprender las cosas, y muy buena en parecer saber más que lo que realmente sabía, lo cual es un talento valioso para una bruja. Una vez, Tiffany notó el catálogo Boffo abierto sobre la mesa con algunas cosas en círculos. No hizo preguntas. Estaba demasiado ocupada.

Una semana después de eso, los pozos se congelaron.

Tiffany fue alrededor de las aldeas con Annagramma un par de veces y sabía que lo lograría, con el tiempo. Ella tenía incorporado a Boffo. Era alta y arrogante y actuaba como si lo supiera todo, incluso cuando no tenía ni idea. Eso la llevaría lejos. La gente la escuchaba.

Ellos lo necesitaban. No había caminos abiertos ahora; entre las cabañas, la gente había cortado túneles llenos de fría luz azul. Todo lo que necesitaba ser movido era movido por escoba. Eso incluía a los ancianos. Fueron levantados, ropa de cama, bastones, y todo, y trasladados a otras casas. La gente se juntaba para estar más caliente, y podrían pasar el tiempo recordando otros que, aunque esto era frío, no era tan frío como el frío que tuvieron cuando eran jóvenes.

Después de un rato, dejaron de decir eso.

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A veces se derretía, sólo un poco, y luego se congelaba de nuevo. Eso bordeó cada techo de carámbanos. En el siguiente deshielo, apuñalaban el suelo como dagas.

Tiffany no dormía, por lo menos, no iba a la cama. Ninguna de las brujas lo hacía. La nieve pisoteada se hacía hielo, que era como roca, por lo que algunos carros se pudieron mover, pero aún no eran suficientes brujas para todo o suficientes horas en el día. No había suficientes horas en el día y la noche juntos. Petulia se había quedado dormida en su escoba y terminó en un árbol a dos millas de distancia. Tiffany se resbaló una vez y aterrizó en un montón de nieve.

Los lobos entraron en los túneles. Estaban débiles por el hambre, y desesperados. Yaya Ceravieja los detuvo y nunca le dijo a nadie cómo lo había hecho.

El frío era como ser golpeado, una y otra vez, día y noche. Sobre la nieve había pequeños puntos oscuros que eran aves muertas, congeladas en el aire. Otras aves habían encontrado los túneles y los llenaron de gorjeos, y la gente las alimentó con los desechos, ya que trajeron una falsa esperanza de primavera para el mundo...

… porque había comida. Oh, sí, había comida. La Cornucopia corría día y noche.

Y Tiffany pensaba: debía haber dicho que no a los copos de nieve....

Había una choza, vieja y abandonada. Y allí estaba, en los tablones podridos, un clavo. Si el Forjainviernos hubiera tenido dedos, los habría sacudido.

¡Esto era lo último! ¡Había habido tanto que aprender! ¡Había sido tan difícil, tan difícil! ¿Quién hubiera pensado que un hombre fuera hecho de cosas como tiza, hollín, gases, venenos y metales? Pero ahora se formaba hielo debajo del clavo oxidado, y la madera crujía y chirriaba mientras el hielo crecía y lo forzaba a salir.

Giró suavemente en el aire, y la voz del Forjainviernos se oyó en el viento que congelaba las copas de los árboles:

—¡HIERRO SUFICIENTE PARA HACER UN HOMBRE!

En lo alto de las montañas la nieve explotó. Hizo montículos en el aire como si debajo estuvieran jugando delfines, formándose y desapareciendo....

Entonces, tan repentinamente como había subido, la nieve bajó de nuevo. Pero ahora había un caballo allí, blanco como la nieve, y en su lomo un jinete, reluciente de escarcha. Si al mejor escultor que el mundo había conocido hasta entonces le hubieran dicho que hiciera un muñeco de nieve, se habría parecido a esto.

Algo estaba sucediendo aún. Las formas del caballo y el hombre se movían lentamente a medida que se volvían más y más reales. Aparecieron los detalles. Aparecieron los colores, siempre pálidos, nunca brillantes.

Y había un caballo, y había un jinete, que brillaban en la incómoda luz del sol de pleno invierno.

El Forjainviernos tendió la mano y flexionó los dedos. El color es, después de todo, simplemente una cuestión de reflejos; los dedos tomaron el color de la carne.

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El Forjainviernos habló. Es decir, hubo una variedad de sonidos, desde el rugido de una tormenta al tableteo de la succión de las olas en una playa de gravilla después de una destructiva tormenta en el mar. En algún lugar entre todos ellos había un tono que parecía correcto. Lo repitió, lo extendió, lo movió a su alrededor, y lo convirtió en habla, jugando con él hasta que sonó bien.

Él dijo:

—¿Tasbnlerizwip? ¿Ggokyziofvva? ¿Wiswip? Nananana... Nyip... nap... Ah.... ¡Ah! ¡Esto es hablar! —El Forjainviernos echó hacia atrás la cabeza y cantó la obertura de Invierno en Überwald del compositor Wotua Doinov. Lo había oído una vez al conducir un viento rugiente alrededor de los tejados de un teatro de ópera, y había quedado asombrado al descubrir que un ser humano, en realidad nada más que una bolsa de agua sucia con piernas, podía tener un entendimiento tan maravilloso de la nieve.

—¡SNOVA POXOLODALO! —cantó al cielo congelado.

El único ligero error del Forjainviernos, mientras su caballo trotaba entre los pinos, fue cantar los instrumentos, así como las voces. Cantó, de hecho, todo el asunto, y fue como una orquesta viajera, al hacer los sonidos de los cantantes, los tambores, y el resto de la orquesta al mismo tiempo.

¡Oler los árboles! ¡Sentir la atracción de la tierra! ¡Ser sólido! ¡Sentir la oscuridad detrás de tus ojos y saber que eras tú! ¡Ser —y saber que eres— un hombre!

Nunca se había sentido así antes. Era emocionante. Había muchas cosas de... de todo, le venían encima desde todas las direcciones. La cosa con el suelo, por ejemplo. Atraía todo el tiempo. Estar parado tomaba mucho pensamiento. ¡Y los pájaros! El Forjainviernos siempre los había visto como nada más que impurezas del aire, interfiriendo con el flujo del tiempo, pero ahora eran seres vivos al igual que él. Y jugaban con la presión del viento, y poseían el cielo.

El Forjainviernos nunca había visto antes, nunca había sentido antes, nunca había escuchado antes. No podías hacer esas cosas a menos estuvieses... separado, en la oscuridad detrás de los ojos. Antes, no había estado separado, él había sido parte, una parte de todo el universo de atracción y presión, de luz y sonido, fluyendo, bailando. Había corrido tormentas contra las montañas por siempre, pero nunca había sabido lo que era una montaña hasta hoy.

La oscuridad detrás de los ojos... qué cosa preciosa. Te daba tu... identidad. Tu mano, con esas risibles cosas sacudibles en ella, te dan el tacto; los orificios a ambos lados de la cabeza dejaban entrar el sonido; los agujeros en la parte delantera dejaban entrar el maravilloso olor. ¡Qué listos los agujeros para saber qué hacer! ¡Era increíble! Cuando eras un elemental, todas las cosas pasaban juntas, dentro y fuera, también en una sola cosa....

Cosa. Se trata de una palabra útil... cosa. Cosa era algo que el Forjainviernos no podía describir. Todo eran... cosas, y eran emocionantes.

¡Era bueno ser un hombre! Oh, él estaba hecho principalmente de hielo sucio, pero eso era sólo agua sucia mejor organizada, después de todo.

Sí, él era un humano. Era tan fácil. Era sólo cuestión de organizar las cosas. Tenía los sentidos, podía moverse entre los humanos, podía... buscar. Era como

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buscar para los humanos. ¡Tú te convertiste en uno! Era tan difícil de hacer para un elemental y era muy difícil, incluso reconocer a un humano, en la agitada cosidad del mundo físico. Pero un humano podía hablar con otros humanos con los orificios para el sonido. ¡Podía hablar con ellos y ellos no sospecharían!

Y ahora que él era humano, no habría vuelta atrás. ¡Rey Invierno!

Todo lo que necesitaba era una reina.

Tiffany despertó porque alguien la estaba moviendo.

—¡Tiffany!

Había ido a dormir en la cabaña de Tata Ogg, con la cabeza contra la Cornucopia. Desde algún lugar cercano llegaba un ruido pif extraño, como un goteo seco. Una luz de nieve azul pálido llenaba la habitación.

Al abrir los ojos, Yaya Ceravieja estaba empujando suavemente su espalda en la silla.

—Has estado durmiendo desde las nueve, mi niña —dijo ella—. Es hora de volver a casa, creo.

Tiffany miró a su alrededor.

—Estoy aquí, ¿no? —dijo, con sensación de mareo.

—No, ésta es la casa de Tata Ogg. Y éste es un plato de sopa…

Tiffany despertó. Había un borroso tazón de sopa delante de ella. Parecía... familiar.

—¿Cuándo fue la última vez que dormiste en una cama? —dijo una sombría figura vacilante.

Tiffany bostezó.

—¿Qué día es hoy?

—Martes —dijo Yaya Ceravieja.

—Mmm... ¿qué es un martes?

Tiffany se despertó por tercera vez y fue agarrada y puesta en pie.

—Ya está —dijo la voz de Yaya Ceravieja—. Esta vez te mantendrás despierta. Toma sopa. Te hace entrar en calor. Tienes que ir a casa.

Esta vez el estómago de Tiffany tomó el control de una mano y una cuchara y, poco a poco, Tiffany se calentó.

Yaya Ceravieja se sentó enfrente, la gatita Tú en su regazo, mirando a Tiffany hasta que la sopa se hubo ido.

—Esperaba demasiado de ti —dijo—. Esperaba que a medida que los días fueran más largos, encontrarías más poder. Eso no es culpa tuya.

Los ruidos pif eran cada vez más frecuentes. Tiffany miró hacia abajo y vio cebada goteando de la Cornucopia. El número de granos aumentó mientras observaba.

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—La pusiste en cebada antes de caer dormida —dijo Yaya—. Se vuelve lenta cuando estás cansada. Menos mal, realmente, de lo contrario nos habrían devorado vivas los pollos.

—Se trata de la única cosa que hice bien —dijo Tiffany.

—Oh, no lo sé. Annagramma Hawkin parece estar dando resultado. Suerte en sus amigas, por lo que oí. —Si la Srta. Traición hubiera tratado de jugar al póquer contra la cara de Yaya Ceravieja, habría perdido.

El golpeteo de los nuevos granos de repente se hizo mucho más fuerte en el silencio.

—Mire, yo… —comenzó Tiffany.

Yaya resopló.

—Estoy segura de que nadie tiene que darme explicaciones —dijo virtuosamente—. ¿Me prometes que te irás a casa? Un par de coches consiguió pasar esta mañana, y he oído que no está tan mal, todavía, abajo en las llanuras. Vuelve a tu país de Creta. Tú eres la única bruja que tienen.

Tiffany suspiró. Ella quería ir a casa, más que nada. Pero sería como huir.

—Podría ser como correr —dijo Yaya, recobrando su vieja costumbre de responder a algo que no había sido dicho.

—Iré mañana, entonces —dijo Tiffany.

—Bien. —Yaya se puso de pie—. Ven conmigo. Quiero enseñarte algo.

Tiffany la siguió a través de un túnel de nieve que salía cerca del borde del bosque. La nieve había sido comprimida aquí por gente arrastrando leña a casa, y una vez que andabas un poco desde el borde del bosque, los ventisqueros no eran tan malos; un montón de nieve colgaba en los árboles, llenando el aire con frías sombras azules.

—¿Qué estamos buscando? —preguntó Tiffany.

Yaya Ceravieja señaló.

Había un toque de verde en el blanco y el gris. Eran hojas jóvenes en un retoño de roble de un par de pies de altura. Cuando Tiffany crujió su paso a través de la corteza de la nieve y se acercó a tocarlo, el aire se sentía caliente.

—¿Sabes cómo te las arreglaste para eso? —preguntó Yaya.

—¡No!

—Yo tampoco. Yo no podría hacerlo. Tú lo hiciste, niña. Tiffany Doliente.

—Es sólo un árbol —dijo Tiffany.

—Ah, bueno. Tienes que empezar poco a poco, con los robles.

Miraron en silencio el árbol durante unos instantes. El verde parecía reflejarse en la nieve a su alrededor. El invierno robaba el color, pero el árbol brillaba.

—Y ahora todas tenemos cosas que hacer —dijo Yaya, rompiendo el hechizo—. Tú, en mi opinión, normalmente estarías dirigiéndote al viejo sitio de la Srta. Traición ahora. Yo no esperaba menos de ti...

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Había una posada. Estaba ocupada, incluso a esta hora de la mañana. El coche del Correo Rápido había hecho una parada rápida por caballos de refresco después de un largo recorrido en las montañas, y otro, con destino a la llanura, esperaba por los pasajeros. El aliento de los caballos llenaba el aire con vapor. Los conductores pateaban el suelo. Sacos y paquetes eran cargados. Los hombres se afanaban alrededor con morrales. Algunos hombres patizambos rondaban, fumando y chismeando. En quince minutos el patio de la posada se vaciaría de nuevo, pero por ahora todo el mundo estaba demasiado ocupado como para prestar mucha atención a un extraño más.

Después todos contaban historias diferentes, contradiciéndose entre sí en voz alta. Probablemente la explicación más precisa vino de la Srta. Dymphnia Stoot, la hija del posadero, que estaba ayudando a su padre servir el desayuno:

—Bueno, él, pues, entró, y allí pude ver que era extraño. Caminaba curioso, ya sabe, levantando sus piernas como lo hace un caballo al trote. También, era algo así como brillante. Pero tenemos de toda clase aquí, y no vale la pena hacer comentarios personales. Tuvimos un montón de hombres lobo la semana pasada y eran como usted y como yo excepto que tuvimos que poner los platos en el piso.... Bueno, sí, este hombre... bueno, se sentó en una mesa y dijo: “¡Soy un humano igual que tú!” ¡Salió con eso, así de simple!

—Por supuesto, nadie prestó atención, pero yo le dije que estaba encantada de oírlo y qué quería comer, porque las salchichas estaban particularmente buenas esta mañana, y me dijo que sólo podía comer alimentos fríos, que era gracioso porque todo el mundo se quejaba sobre el frío que hacía en la sala ahora, y no es que no hubiera un gran fuego encendido. En fin... en realidad teníamos un poco de salchicha fría en la despensa y estaban un poco pasadas, si sabe lo que quiero decir, así que se las di a él, y masticó un rato y luego dijo, con la boca llena si se quiere, “Esto no es lo que yo esperaba. ¿Qué hago ahora?”. Y le dije que tragara y dijo, “¿Golondrina?11”. Y yo le dije que sí, usted lo traga hasta el estómago, correcto, y él dijo, esparciendo trozos de salchicha por todo el lugar, “¡Oh, una parte hueca!”, y como una especie de vacilación y luego dijo: “Ah, soy un humano. ¡He comido salchichas con éxito!”. Y yo le dije que no había necesidad de ser así, estaban hechas principalmente de cerdo, como siempre.

—Entonces él preguntó qué se suponía debía hacer con ellas ahora, y le dije que no es mi obligación decirle y que eran dos peniques por favor, y puso una moneda de oro, así que hice una reverencia, porque, bueno, nunca se sabe. Luego dijo: “Yo soy un humano igual que tú. ¿Dónde están los humanos puntiagudos que vuelan por el cielo?”, que fue una manera divertida de entenderlo, pero le dije que si eran brujas lo que quería, había un montón de ellas pasando el Puente de Lancre, y dijo: “¿De nombre Traición?”, y yo le dije que escuché que estaba muerta, pero con las brujas quien puede decir. Y se marchó. Todo el tiempo tenía esa, como, sonrisa, todo brillante y un poco preocupante. Algo estaba mal con las ropas, también, como si estuvieran pegadas a él o algo así. Pero no se puede ser demasiado exigente en este negocio. Hemos tenido algunos trolls ayer. No pueden comer nuestra comida, ya sabe, siendo algo así como rocas caminantes, pero les dimos una comida de tazas rotas y grasa. Pero era un humano. El lugar se puso mucho más caliente después que salió, también.

11 Se escriben igual en inglés, tragar y golondrina. (NT)

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No espero menos de ti...

Las palabras mantuvieron a Tiffany caliente mientras volaba sobre los árboles. El fuego en su cabeza ardía con orgullo, pero contenía uno o dos grandes troncos crepitantes de ira.

¡Yaya había sabido! ¿Lo había planeado? Porque se veía bien, ¿no? Todas las brujas lo sabrían. La alumna de la Sra. Earwig no podía arreglarse sola, pero Tiffany Doliente organizó a todas las demás chicas para ayudar y no le digas a nadie. Por supuesto que no, entre las brujas, decirle a nadie era una forma segura de conseguir averiguar las cosas. Las brujas eran muy buenas para escuchar lo que no estabas diciendo. Así Annagramma retuvo su cabaña, y la Sra. Earwig estaba avergonzada y Yaya sería presuntuosa. Todo ese trabajo y apuro, para que Yaya se sienta satisfecha. Bueno, y para el cerdo de la Sra. Stumper y todos los demás, por supuesto. Eso lo hacía complicado. Si podías, hacías lo que tenías que hacer. Meter la nariz era brujería básica. Ella lo sabía. Yaya sabía que ella lo sabía. Así que Tiffany se había escurrido alrededor como un pequeño ratón a cuerda....

¡Habría un ajuste de cuentas!

El claro estaba lleno de nieve helada en grandes ventisqueros, pero estuvo encantada de ver un usado camino hasta la cabaña.

Era algo nuevo. Había gente de pie cerca de la tumba de la Srta. Traición, y algo de la nieve había sido raspada.

¡Oh, no!, pensó Tiffany mientras daba vueltas, ¡por favor, di que ella no ha ido a buscar las calaveras!

Resultó ser, en algunos aspectos, peor.

Reconoció a la gente alrededor de la tumba. Eran aldeanos, y lanzaron a Tiffany la mirada desafiante y preocupada de la gente temerosa del pequeño pero posiblemente enojado sombrero puntiagudo delante de ellos. Y había algo en la manera muy deliberada en no estaban mirando el montículo, que inmediatamente atraía la atención sobre él. Estaba cubierto de pequeños trozos de papel, inmovilizados con palos. Ondeaban al viento.

Ella cogió un par:

“Srta. Traición por favor ayude a mi hijo Joe a salvar la vista”.

“Srta. Traición, me estoy quedando calvo ayuda por favor”.

“Srta. Traición, por favor encuentre a nuestra Chica Becky que huyó lo siento”.

Había más. Y justo cuando estaba a punto de hablar punzantemente a los aldeanos por seguir molestando a la Srta. Traición, se acordó de los paquetes de tabaco Jolly Sailor que los pastores, incluso ahora, dejaban en el césped donde había estado la vieja cabaña de pastoreo. No escribían sus peticiones, pero estaban allí de todos modos, flotando en el aire:

“Abuela Doliente, que pastoreas los rebaños de las nubes en el cielo azul, por favor vigila mis ovejas”. “Abuela Doliente, cura a mi hijo”. “Abuela Doliente, encuentra mis corderos”.

Eran las oraciones de gente pequeña, con demasiado miedo de molestar a los dioses en sus altares. Ellos confiaban en lo que conocían. No estaban bien ni mal. Estaban... esperanzados.

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Bueno, Srta. Traición —pensó—, usted es un mito ahora, tan seguro como cualquier cosa. Puede ser que incluso la hagan una diosa. No es divertido, le puedo decir.

—¿Y Becky ha sido encontrada? —dijo, volviéndose hacia la gente.

Un hombre evitó su mirada mientras decía: —Para mí que la Srta. Traición entenderá por qué la niña no busca volver pronto a casa.

Oh, pensó Tiffany, una de esas razones.

—¿Alguna noticia del muchacho, entonces? —dijo.

—Ah, eso funcionó —dijo una mujer—. Su madre recibió una carta ayer diciendo que había estado en un naufragio terrible, pero fue recogido con vida, que sólo va a mostrar.

Tiffany no le preguntó qué era lo que iba a mostrar. Bastaba con que se había ido a mostrarlo.

—Bien, eso es bueno —dijo.

—Pero muchos de los pobres marineros se ahogaron —continuó la mujer—. Chocaron contra un témpano en la niebla. Una gran montaña de hielo flotante en forma de mujer, dijeron. ¿Qué le parece eso?

—Creo que si han estado en el mar el tiempo suficiente, cualquier cosa se vería como una mujer, ¿eh? —dijo el hombre, y se rió entre dientes. La mujer le dirigió una Mirada.

—¿Él no dijo si se parecía, ya sabe... a alguien? —dijo Tiffany, tratando de sonar indiferente.

—Depende de dónde estaban mirando —empezó el hombre alegremente.

—Debes lavarte el cerebro con agua y jabón —dijo la mujer, pinchándolo con dureza en el pecho.

—Er, no, señorita —dijo, mirando a sus pies—. Sólo dijo que su cabeza estaba toda cubierta con… popó de gaviotas, señorita.

Esta vez, Tiffany trató de no sonar aliviada. Miró a los trozos de papel revoloteando sobre la tumba y de nuevo a la mujer, que estaba tratando de ocultar lo que podría ser una nueva solicitud a la espalda.

—¿Cree en estas cosas, Sra. Carter?

La mujer repentinamente se vio nerviosa. —Oh, no, señorita, por supuesto que no. Pero es que... bueno, ya sabe....

Te hace sentir mejor, pensó Tiffany. Es algo que puedes hacer cuando no hay nada más por hacer. Y quién sabe, podría funcionar. Sí, lo sé. Es…

Su mano picaba. Y ahora se daba cuenta de que había estado picando por un tiempo.

—¿Ah, sí? —dijo en voz baja—. ¿Te atreves?

—¿Se encuentra bien, señorita? —dijo el hombre. Tiffany no le hizo caso. Un jinete se acercaba y la nieve lo seguía, extendiéndose y ampliándose a sus espaldas como una capa, silenciosa como un deseo, espesa como niebla.

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Sin apartar los ojos de él, Tiffany buscó en su bolsillo y se apoderó de la pequeña Cornucopia. ¡Ja!

Caminó hacia adelante.

El Forjainviernos desmontó de su caballo blanco como la nieve cuando alcanzó la altura de la vieja cabaña.

Tiffany se detuvo a unos veinte metros de distancia, su corazón latía con fuerza.

—Señora —dijo el Forjainviernos, e hizo una reverencia.

Se veía... mejor, y más viejo.

—¡Te advierto! ¡Tengo una Cornucopia y no tengo miedo de usarla! —dijo Tiffany. Pero vaciló. Él parecía casi humano, a excepción de esa sonrisa fija y extraña—. ¿Cómo me has encontrado? —dijo.

—Por ti he aprendido —dijo la figura—. Aprendí a buscar. ¡Soy humano!

¿En serio? Pero su boca no se ve bien, dijeron sus Terceros Pensamientos. Es pálida en el interior, como la nieve. Eso allí no es un muchacho. Eso simplemente piensa que lo es.

Una calabaza grande, instaron sus Segundos Pensamientos. Se ponen realmente duras en esta época del año. ¡Dispárale ahora!

Tiffany misma, la del exterior, la que podía sentir el aire en la cara, pensó: ¡No puedo hacer eso! Todo lo que está haciendo es hablar allí de pie. ¡Todo esto es mi culpa!

Quiere un invierno interminable, dijeron sus Terceros Pensamientos. ¡Todos los que conoces van a morir!

Estaba segura de que los ojos del Forjainviernos podían ver directamente en su mente.

El verano mata el invierno, insistieron los Terceros Pensamientos. ¡Así es como funciona!

Pero no como esto, pensó Tiffany. ¡Sé que no se supone que sea así! Se siente mal. No es la historia... correcta. ¡El rey del invierno no puede ser muerto por una calabaza voladora!

El Forjainviernos la observaba con atención. Miles de copos en forma de Tiffany caían a su alrededor.

—¿Vamos a terminar la danza ahora? —dijo—. ¡Yo soy humano, igual que tú! —Le tendió una mano.

—¿Sabes qué es humano? —dijo Tiffany.

—¡Sí! ¡Fácil! ¡Hierro suficiente para hacer un clavo! —dijo el Forjainviernos con prontitud. Sonrió, como si hubiera hecho un truco con éxito—. Y ahora, por favor, bailemos...

Dio un paso hacia adelante. Tiffany retrocedió.

Si bailas ahora, advirtieron sus Terceros Pensamientos, será el final de esto. Tú estarás creyendo en ti misma y confiando en tu estrella, y a miles de grandes

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cosas centelleantes millas arriba en el cielo no les importa si brillan sobre la nieve eterna.

—Yo no... estoy lista —dijo Tiffany, apenas un susurro.

—Pero el tiempo pasa —dijo el Forjainviernos—. Soy humano, conozco estas cosas. ¿No eres una diosa en forma humana?

Los ojos se clavaron en ella.

No, no lo soy, pensó. Siempre voy a ser sólo... Tiffany Doliente.

El Forjainviernos se acercaba, su mano todavía extendida.

—Es hora de bailar, Dama. Es hora de terminar el Baile.

Los pensamientos se filtraron fuera del control de Tiffany. Los ojos del Forjainviernos llenaron su mente con nada más que blancura, como un campo de nieve pura...

—¡Aaaiiiiieeeee!

La puerta de la vieja cabaña de la Srta. Traición se abrió de golpe y... algo salió, tambaleándose por la nieve.

Era una bruja. No había error. Ella —probablemente era una ella, pero algunas cosas son tan horribles que preocuparse acerca de cómo dirigirles una carta es una tontería— tenía un sombrero con una punta enroscada como una serpiente. Estaba arriba de goteantes mechones de pelo loco, grasiento, que se alzaba sobre una cara de pesadilla. Era verde, como las manos que agitaban uñas pintadas de negro que eran garras realmente terribles.

Tiffany miró. El Forjainviernos miró. La gente miró.

Cuando la horrible cosa se acercó gritando y sacudiéndose, los detalles fueron más claros, como los podridos dientes marrones y las verrugas. Montones de verrugas. Hasta las verrugas en las verrugas tenían verrugas.

Annagramma había pedido todo. Parte de Tiffany quería reír, incluso ahora, pero el Forjainviernos arrebató su mano…

… y la bruja la agarró por el hombro.

—¡No eches mano de ella de esa manera! ¡Cómo te atreves! Soy una bruja, ¿sabes?

La voz de Annagramma no era fácil de escuchar, en el mejor de los casos, pero cuando ella estaba asustada o enojada, tenía un rechinido que se clavaba directamente en la cabeza.

—Deja que ella se vaya, digo —gritó Annagramma. El Forjainviernos parecía aturdido. Tener que escuchar a Annagramma furiosa era difícil para alguien que no había tenido oídos por mucho tiempo.

—¡Déjala ir! —gritó. Luego arrojó una bola de fuego.

Erró. Es posible que haya sido su intención. Una bola de fuego de gas zumbando cerca, por lo general hace que la mayoría de las personas dejen lo que están haciendo. Pero la mayoría de la gente no se derrite.

La pierna del Forjainviernos cayó fuera.

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Más tarde, en el viaje a través de la tormenta, Tiffany se preguntó cómo funcionaba el Forjainviernos. Estaba hecho de nieve, pero pudo hacerla caminar y hablar. Eso debe significar que tenía que pensar en eso todo el tiempo. Tenía que hacerlo. Los seres humanos no tienen que pensar acerca de su cuerpo todo el tiempo, porque sus cuerpos saben qué hacer. Pero la nieve no sabe ni pararse derecha.

Annagramma lo miraba como si hubiera hecho algo realmente molesto.

Miró a su alrededor, como desconcertado, aparecieron grietas sobre su pecho, y luego no fue más que nieve desintegrándose, colapsando en brillantes cristales.

La nieve comenzó a caer ahora, como si las nubes fueran estrujadas.

Annagramma hizo a un lado la máscara y miró por primera vez al montón y luego a Tiffany.

—Está bien —dijo ella—, ¿qué ha pasado? ¿Se suponía que iba a hacer eso?

—Yo venía a verte y... ¡ese es el Forjainviernos! —Fue todo lo que Tiffany pudo decir en ese punto.

—¿Quieres decir como... el Forjainviernos? —dijo Anagrama—. ¿No es sólo una historia? ¿Porqué está detrás de ti? —agregó en tono acusador.

—Es que... él… yo... —comenzó Tiffany, pero no había ningún lugar donde comenzar—. ¡Él es real! ¡Tengo que alejarme de él! —dijo—. ¡Tengo que salir! Se tarda demasiado tiempo para explicar!

Por un horrible momento pensó que Annagramma todavía iba a exigir toda la historia, pero ella alargó la mano y agarró la de Tiffany con una garra de caucho negro.

—¡Entonces, sal de aquí ahora mismo! Oh, no, ¿todavía tienes la vieja escoba de la Srta. Traición? ¡Totalmente inútil! ¡Usa la mía! —Arrastró a Tiffany hacia la casa, mientras los copos de nieve se espesaban.

—¡Hierro suficiente para hacer un clavo! —dijo Tiffany, tratando de mantener el ritmo. No podía pensar en nada más que decir, y de pronto fue muy importante—. Pensó que era humano…

—Sólo he golpeado a su muñeco de nieve, tonta. ¡Volverá!

—Sí, pero suficiente hierro, ya ves, para…

Una mano verde le dio una bofetada, pero esto dolió menos que lo que podía haber dolido, a causa de la goma.

—¡No balbucees! ¡Pensé que eras inteligente! Realmente no sé de qué se trata, pero si tuviera esa cosa en pos de mí, yo no andaría por ahí balbuceando! —Annagramma tiró de la Máscara de Bruja Malvada De-Luxe Con El Moco Colgando Gratis, ajustó el colgar del moco, y se dirigió a los aldeanos, que habían estados clavados en el suelo durante todo este tiempo—. ¿Qué están mirando? ¿No han visto nunca a una bruja antes? —gritó—. ¡Vuelvan a casa! ¡Ah, y voy ir mañana con alguna medicina para su niño, Sra. Carter!

Se quedaron mirando la cara verde, los dientes podridos, el pelo apestoso, y el moco enorme, hecho en realidad de vidrio, y huyeron.

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Aún embriagada de terror y alivio, Tiffany se balanceaba suavemente, murmurando:

—¡Hierro suficiente para hacer un clavo! —hasta que Annagramma la sacudió. Los gruesos copos caían tan rápido que era difícil verle la cara.

—Tiffany, escoba. Escoba volar —dijo Anagrama—. ¡Vuela muy lejos! ¿Me oyes? ¡A un lugar seguro!

—Pero él... la pobre cosa piensa que...

—Sí, sí, estoy segura de que es muy importante —dijo Annagramma, arrastrándola hacia la pared de la cabaña, donde se apoyaba su escoba. Ella medio empujó, medio levantó a Tiffany sobre ella y miró hacia arriba. La nieve estaba brotando del cielo como una cascada ahora.

—¡Él va a regresar! —dijo bruscamente, y dijo unas palabras en voz baja. La escoba se disparó hacia arriba y desapareció en la luz que desaparecía llena de nieve.

CAPÍTULO DIEZ

Yendo a Casa

Yaya Ceravieja levantó la vista del plato de tinta, en el cual una pequeña Tiffany estaba desapareciendo en la blancura de la tormenta. Estaba sonriendo, pero con Yaya Ceravieja eso no quería decir necesariamente que estaba ocurriendo algo agradable.

—Podríamos haberlo derrotado fácil —dijo Roba A Cualquiera en son de reproche—. Debíais habernos dejado.

—Tal vez. ¿O tal vez los habría congelado? —dijo Yaya—. Además, hay una tarea mayor por delante de los Nac Mac Feegles. Su gran hag pequeñita los necesita para hacer dos cosas. Una de ellas es difícil, la otra es muy difícil.

Los Feegles vitorearon al oír esto. Estaban por todas partes en la cocina de la Sra. Ogg. Algunos estaban sobre la misma Tata Ogg, y la Srta. Tick parecía muy incómoda rodeada por ellos. A diferencia de la Srta. Tick, los Feegles rara vez tenían oportunidad para bañarse.

—En primer lugar —dijo Yaya—, ella tendrá que ir al… Inframundo, a buscar a la Dama Verano.

La pausa significativa no pareció molestar a los Feegles en absoluto.

—Oh sí, podemos hacer eso —dijo Roba A Cualquiera—. Podemos entrar en cualquier lugar. Y eso es lo muy difícil, ¿verdad?

—¿Y salir de nuevo? —dijo Yaya.

—Oh, sí —dijo Roba firmemente—. ¡Principalmente hacemos que nos arrojen afuera!

—La parte muy difícil —dijo Yaya—, va a ser encontrar un héroe.

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—Eso no es difícil —dijo Roba—. ¡Los héroes estamos aquí! —Se escucharon vítores.

—¿En verdad? —dijo Yaya—. ¿Tienes miedo de ir al Inframundo, Roba A Cualquiera?

—¿Yo? ¡No! —Roba A Cualquiera miró a sus hermanos y sonrió enormemente.

—Deletrea la palabra “mermelada” entonces. —Yaya Ceravieja empujó un lápiz a través de mesa de Tata Ogg y se reclinó en su silla—. Adelante. Ahora mismo. ¡Y no hay nadie para ayudarte!

Roba retrocedió. Yaya Ceravieja era la hag de todas las hags… él lo sabía. No se sabía qué podría hacerle a un Feegle errante.

Cogió el lápiz con nerviosismo, y colocó el extremo puntiagudo contra la madera de la mesa. Otros Feegles se agruparon alrededor, pero bajo el ceño fruncido de Yaya nadie se atrevía ni siquiera a aplaudirlo.

Roba miró hacia arriba, moviendo los labios y con sudor cubriéndole la frente.

—Mmmmee... —dijo.

—Uno —dijo Yaya.

Roba parpadeó.

—¿Eh? ¿Quién está contando? —protestó.

—Yo —dijo Yaya. El gatito Tu saltó sobre su regazo y se acurrucó.

—¡Crivens, nunca dijisteis que iba a ser con cuentas!

—¿No? ¡Las reglas pueden cambiar en cualquier momento! ¡Dos!

Roba garabateó una M pasable, vaciló, y luego dibujó a una R justo cuando Yaya decía:

—¡Tres!

—Va a tener tae ser una "E" allí, Roba —dijo Billy Granbarbilla. Miró desafiante a Yaya y agregó—: Oí decir que las reglas pueden cambiar en cualquier momento, ¿no?

—Por supuesto. ¡Cinco!

Rob rayó una E y añadió otra M en un estallido de creatividad.

—Seis y medio —dijo Yaya con calma, acariciando el gatito.

—¿Qué? Ach, crivens —murmuró Roba, y se secó la mano sudada en su kilt. Luego agarró el lápiz y dibujó una L, que tenía el pie bastante ondulado, porque el lápiz se deslizó fuera de sus manos y se rompió la punta.

Gruñó y sacó su espada.

—Ocho —dijo Yaya. Volaron las virutas cuando Roba hachó una nueva punta bastante desigual al lápiz.

—Nueve. —Una A y una D fueron garabateadas por Roba, cuyos ojos ahora estaban desorbitados y cuyas mejillas estaban rojas.

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—Diez. —Roba se paró en atención, con expresión sobre todo un poco nerviosa pero orgullosa, junto a MREMLAD. Los Feegles empezaron a aplaudir, y los más cercanos le abanicaban con sus kilts.

—¡Once!

—¿Qué? Crivens! —Roba se escurrió de nuevo al final de la palabra y plantó una pequeña A.

—¡Doce!

—Podéis contar todo lo que tae queráis, señora —dijo Roba, tirando el lápiz—, ¡pero ésa es toda la mermelada que hay! —Esto obtuvo otro vitoreo.

—Un esfuerzo heroico, Sr. Cualquiera —dijo Yaya—. La primera cosa que un héroe debe vencer es el miedo, y cuando se trata de pelear, los Nac Mac Feegles no conocen el significado de la palabra.

—Sí, es cierto —gruñó Roba—. ¡No conocemos el significado de miles de palabras!

—¿Puedes luchar contra un dragón?

—¡Oh, sí, tráigalo! —Todavía estaba enojado por la mermelada.

—¿Correr a un monte alto?

—¡Nae problemo!

—¿Leer un libro hasta el final para salvar a su gran hag pequeñita?

—Oh, sí. —Roba se detuvo. Parecía acorralado. Se lamió los labios—. ¿Cuántas de esas cosas páginas serían? —dijo con voz ronca.

—Cientos —dijo Yaya.

—¿Con letras en ambos lados?

—Sí, desde luego. ¡En escritura muy pequeña!

Roba se agachó. Siempre lo hacía cuando estaba acorralado, lo mejor para salir luchando. La masa de Feegles contuvo la respiración.

—¡Yo lo haré! —anunció con gravedad, apretando los puños.

—Bien —dijo Yaya—. Por supuesto que sí. Eso sería heroico… para ti. Pero alguien tiene que entrar en el Inframundo para encontrar la verdadera Dama Verano. Se trata de una Historia. Ya ha sucedido antes. Funciona. Y debe hacerlo con miedo y terror, como un verdadero Héroe, porque muchos de los monstruos que tiene que superar son los que están en su cabeza, los que trae con él. Es hora de la primavera, y el invierno y su nieve están todavía con nosotros, así que debes encontrarlo ahora. Tienes que encontrarlo y poner sus pies en el camino. El Camino Que Va Hacia Abajo, Roba A Cualquiera.

—Sí, conocemos ese camino —dijo Roba.

—Su nombre es Roland —dijo Yaya—. Supongo que debes dejarnos tan pronto como haya luz.

La escoba se movía velozmente a través de la negra tormenta. Las escobas generalmente van donde las brujas quieren que vayan, y Tiffany, extendida a lo largo

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de la escoba, trató de no morir congelada, y confió en que la estaba llevando a su casa. No podía ver otra cosa que oscuridad y nieve acelerada que picaba los ojos, así que se extendió con el sombrero calado para hacer aerodinámico el palo. Aun así, los copos de nieve la golpeaban como piedras y se amontonaban en el palo. Tenía que desgranarlos a cada rato para evitar la formación de hielo.

Ella oyó el rugido de las cataratas abajo y sintió la profundidad repentina del aire cuando el palo se deslizó sobre las llanuras y comenzó a hundirse. Sintió el frío hasta los huesos.

No podía luchar contra el Forjainviernos, no como pudo Annagramma. Oh, ella podría planear hacerlo, e ir a la cama determinada, pero cuando lo vio...

... suficiente hierro para hacer un clavo.... Las palabras quedaron flotando en su mente cuando el palo voló y se acordó de la vieja rima que había oído años atrás, cuando los maestros errantes llegaron a la aldea. Todo el mundo parecía saberla:

Hierro suficiente para hacer un clavo,

Cal suficiente para pintar una pared,

Agua suficiente para ahogar a un perro,

Azufre suficiente para detener las pulgas,

Veneno suficiente para matar una vaca,

Potasa suficiente para lavar una camisa,

Oro suficiente para comprar un fríjol,

Plata suficiente para cubrir un alfiler,

Plomo suficiente para lastrar un pájaro,

Fósforo suficiente para iluminar la ciudad,

Y seguía, y seguía...

Era una especie de absurdo, del tipo que nunca te acuerdas que te enseñaron, pero pareces haber conocido siempre. Las niñas saltan con ella, los niños la usan para ver quien había quedado afuera.

Y entonces un día un maestro viajero, que como todos los demás enseñaba a cambio de huevos, verduras frescas y ropas de segunda mano limpias, descubrió que tenía más para comer enseñando cosas interesantes que útiles. Habló de cómo algunos magos habían una vez, usando una magia muy avanzada, averiguado exactamente de qué estaba hecho un ser humano. Era sobre todo agua, pero había hierro y azufre y hollín y una pizca de todo lo demás, incluso una pequeña cantidad de oro, pero todo cocinado junto de alguna manera.

Eso tenía tanto sentido para Tiffany como cualquier otra cosa. Pero estaba segura de esto: Si tomas todo eso y lo pones en un cuenco grande, no se convertirá en un ser humano sin importar lo mucho que le grites.

No se podía hacer un cuadro vertiendo una gran cantidad de pintura en un cubo. Si fueras humano, lo sabrías.

El Forjainviernos no lo era. El Forjainviernos no lo sabía....

No sabía cómo terminaba la canción, tampoco.

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Las palabras dieron vueltas alrededor de su mente mientras la escoba prestada caía hacia adelante. En un momento, el Dr. Bustle tomó el turno, con su voz aflautada y satisfecha de sí misma, y le dio una conferencia sobre los Elementos Menores y cómo, en efecto, los humanos están formados por casi todos ellos, pero también contenían una gran cantidad de narrativium, el elemento básico de las historias, que se puede detectar solamente observando la forma en que todos los demás se comportaban....

Corres, huyes. ¿Qué te parece esto, chica de las ovejas? Me lo robaste a mí. ¿Es él todo lo que esperabas? La voz salió del aire justo a su lado.

—No me importa quién eres —murmuró Tiffany, con demasiado frío para pensar con claridad—. Vete...

Pasaron las horas. El aire aquí era un poco más cálido, y la nieve no tan feroz, pero el frío aún lograba pasar, no importa cuánta ropa llevabas. Tiffany luchaba para mantenerse despierta. Algunas brujas podían dormir en una escoba, pero no se atrevió a intentarlo en caso de que ella soñase que se caía y se despertara para descubrir que era cierto, pero pronto no lo sería.

Pero ahora había luces abajo, irregulares y amarillas. Probablemente era la posada de Doscamisas, un punto de navegación importante.

Las brujas no se quedaban en las posadas si podían evitarlo, porque en algunas áreas podía ser peligroso, y en todo caso la mayoría de ellas tienen el inconveniente de requerir que una les pague con dinero. Pero la Sra. Umbridge, que dirigía la tienda de recuerdos frente a la posada, tenía un viejo granero en la parte trasera y era lo que la Srta. Tick llamaba ACB, o Amistosa Con Brujas. Había incluso un signo de brujas, rayado en la pared del granero, donde nadie que no estuviera buscando lo encontraría: una cuchara, un sombrero puntiagudo, y una gran marca de verificación de maestra.

Un montón de paja nunca le había parecido más maravilloso, y a los dos minutos Tiffany estaba dentro de la paja. En el otro extremo del pequeño granero el par de vacas de la Sra. Umbridge mantenía el aire caliente y con olor a hierba fermentada.

Era un sueño oscuro. Ella soñó con Annagramma sacándose la Máscara De-Luxe y revelando su rostro, y luego quitándose el rostro para mostrar el rostro de Yaya Ceravieja debajo....

Y luego: ¿Valía la pena un baile, chica de las ovejas? Has tomado mi poder y soy débil. El mundo se convertirá en escarcha. ¿Valía la pena un baile?

Se sentó en el granero extremadamente oscuro y creyó ver un resplandor retorciéndose en el aire, como una serpiente. Luego volvió a caer en la oscuridad y soñó con los ojos del Forjainviernos.

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CAPÍTULO ONCE

Incluso Turquesa

¡Clang-clonk!

Tiffany se sentó de golpe, con la paja cayendo a su alrededor. Pero era sólo el sonido de una manija golpeando en el costado de un cubo de metal.

La señora Umbridge estaba ordeñando sus vacas. La luz del día brillaba pálida a través de las rendijas de las paredes. Levantó la vista cuando oyó a Tiffany.

—Ah, pensé que una de mis damas debía de haber llegado en la noche —dijo—. ¿Quiere algo para desayunar, querida?

—¡Por favor!

Tiffany ayudó a la anciana con sus cubos, ayudó a hacer un poco de mantequilla, acarició a su muy viejo perro, comió frijoles sobre pan tostado y, después…

—Creo que tengo algo para ti —dijo la señora Umbridge, dirigiéndose al pequeño mostrador que era toda la oficina de correos de Doscamisas—. Ahora, dónde lo… oh sí...

Le entregó a Tiffany un pequeño manojo de cartas y un paquete plano, todo unido por una banda elástica y cubierto de pelos de perro. Siguió hablando, pero Tiffany apenas lo notó. Escuchó algo acerca de cómo el carretero se había roto una pierna, pobre hombre, o tal vez era su caballo el que se había roto una pierna, pobre criatura, y una de las tormentas había derribado muchos árboles en el sendero, y luego la nieve había puesto tan cruel, querida, que ni siquiera un hombre de a pie podía pasar, y así entre una cosa y otra el correo para y desde la Creta se había retrasado y que realmente no había prácticamente ninguno de todos modos…

Todo esto era una especie de zumbido de fondo para Tiffany, porque las cartas estaban dirigidas a todas a ella, tres de Roland y una de su madre… y también el paquete. Tenía un aire comercial, y cuando se abrió reveló una elegante caja negra, que a su vez se abrió para revelar…

Tiffany nunca había visto una caja de acuarelas antes. Ella no sabía que existían tantos colores en un solo lugar.

—Oh, una caja de pinturas —dijo la señora Umbridge, mirando sobre su hombro—. Eso está bien. Tuve una cuando era una niña. Ah, y tiene color turquesa. Eso es muy caro, el color turquesa. Es de tu novio, ¿verdad? —añadió, porque a las mujeres de edad les gusta saber todo, o un poco más.

Tiffany se aclaró la garganta. En sus cartas ella había mantenido fuera todo el doloroso tema de la pintura. Él debía haber pensado que le gustaría intentarlo.

Los colores en sus manos brillaban como un arco iris atrapado.

—Es una mañana preciosa —dijo ella—, y creo que sería mejor volver a casa...

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En el río helado justo por encima de la tronante Catarata Lancre, un tronco de árbol estaba amarrado. Yaya Ceravieja y Tata Ogg, de pie en una enorme piedra gastada por el agua en el centro del torrente lo miraban.

El tronco estaba cubierto de Feegles. Todos parecían alegres. Es cierto que una muerte segura les esperaba, pero eso no implicaba —y esto es importante— tener que deletrear nada.

—Tú sabes, ningún hombre ha caído por estas cataratas y vivió para contarlo —dijo Tata.

—El señor Parkinson lo hizo —dijo Yaya—. ¿No te acuerdas? ¿Hace tres años?

—Ah, sí, él vivió, sin duda, pero quedó con un tartamudeo muy malo —dijo Tata Ogg.

—Pero él lo escribió —dijo Yaya—. Lo llamó "Mi Caída Por Las Cataratas”. Era bastante interesante.

—Nadie cuenta un cuento en realidad—dijo Tata—. Ése es mi punto.

—Sí, bien, somos tan livianos como pequeñas plumas —dijo Gran Yan—. Y el viento soplando a través del kilt lleva a un hombre muy alto, ¿sabes?

—Estoy segura que eso es algo digno de ver —dijo Tata Ogg.

—¿Estáis listos? —dijo Roba A Cualquiera—. ¡Muy bien! ¿Seríais tan buena como para desatar la cuerda allá, Sra. Ogg?

Tata Ogg deshizo el nudo y le dio al tronco un empujón con el pie. Derivó un poco y luego quedó atrapado por la corriente.

—¿Rema, Rema, Rema Vuestro Bote? —sugirió Wullie Tonto.

—¿Qué es un bote? —dijo Roba A Cualquiera cuando el tronco comenzó a acelerar.

—¿Por qué no lo cantamos todos? —dijo Wullie Tonto. Las paredes del cañón se cerraban rápido ahora.

—Está bien —dijo Roba—. Después de todo, es una placentera cancioncilla náut-ica. Y Wullie, tae mantengáis vuestro queso lejos de mí. No me gusta la forma en que me está mirando.

—No tiene nada de ojos, Roba —dijo humildemente Wullie, agarrado a Horacio.

—Sí, eso es lo que quiero decir —dijo Roba con acritud.

—Horacio no tae intenta comeros, Roba —dijo Wullie Tonto dócilmente—. Y vosotros habéis dicho que es amable y limpio cuando os escupió afuera.

—¿Y como habéis llegado a conocer el nombre de un queso? —exigió Roba, cuando el agua turbulenta comenzó a salpicar sobre el tronco.

—Él me dijo, Roba.

—¿Sí? —dijo Roba, y se encogió de hombros—. Oh, está bien. No voy a discutir con un queso.

En el río se mecían trozos de hielo. Tata Ogg los señaló a Yaya Ceravieja.

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—Toda esta nieve hace que los ríos de hielo se muevan de nuevo —dijo.

—Lo sé.

—Espero que puedas confiar en las historias, Esme —dijo Tata.

—Son historias antiguas. Tienen una vida propia. Hace mucho que se repiten. ¿Verano rescatado de una cueva? Muy vieja —dijo Yaya Ceravieja.

—El Forjainviernos perseguirá a nuestra chica, sin embargo.

Yaya miró el tronco de los Feegles derivando por el codo.

—Sí, lo hará —dijo—. Y, sabes, casi siento pena por él.

Y así los Feegles navegaron a casa. Aparte de Billy Granbarbilla, no podían llevar una melodía en un cubo, pero ese problema menor era eclipsado por el gran problema, que era que no se molestaban con la idea de cantar en el mismo tono, o a la misma velocidad, ni siquiera con las mismas palabras. Además, las peleas menores pronto estallaban, como siempre ocurría, incluso cuando los Feegles se divertían, y así el sonido que se hacía eco entre las rocas mientras el tronco aceleraba hacia el borde de la cascada era algo así:

—¡Remaaarghsuave ouchsuavedoon bote bote bote boteiddley flujo bote botelyalegremente botearrgh CRIVENnnnnns...!

Y con su carga de Feegles, el tronco apuntó y desapareció, junto con la canción que lo acompañaba, en la bruma.

Tiffany voló sobre la larga ballena de la Creta. Era una ballena blanca ahora, pero la nieve no parecía demasiado profunda aquí. Los acerbos vientos que soplaban la nieve en las colinas también la quitaban. No había árboles y pocas paredes para que se acumulase.

Al acercarse a la casa, miró hacia abajo, a los bajos campos protegidos. Los corrales de parición ya estaban siendo armados. Había una gran cantidad de nieve para esta época del año —¿y quién tiene la culpa de eso?—, pero las ovejas tenían su propio calendario, nieve o no. Los pastores sabían qué tan amargo puede ser el tiempo en la época de parto; el invierno nunca se rindió sin luchar.

Aterrizó en el corral y le dijo unas palabras a la escoba. No era suya, después de todo. Se levantó y salió disparada de nuevo hacia las montañas. Una escoba siempre puede encontrar su camino a casa, si conoces el truco.

Hubo reuniones, muchas risas, algunas lágrimas, una afirmación general de que había crecido como una habichuela y ya estaba tan alta como su madre y todas las otras cosas que se dicen en un momento como éste.

Aparte de la pequeña Cornucopia en el bolsillo, había dejado todo detrás… su diario, su ropa, todo. No importaba. Ella no había huido de nada, había corrido a un sitio, y aquí estaba, esperando por ella misma. Podía sentir su propio terreno bajo sus botas de nuevo.

Colgó el sombrero puntiagudo detrás de la puerta y fue a ayudar a los hombres a levantar los corrales.

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Era un buen día. Un poco de sol había logrado escapar a través de las tinieblas. Contra la blancura de la nieve, todos los colores parecían brillantes, como si el hecho de estar aquí les diese algo de brillo especial. Los viejos arneses en la pared del establo brillaban como plata; e incluso los marrones y grises que una vez que le hubieran parecido tan monótonos parecían, ahora, tener vida propia.

Levantó la caja de pinturas y un poco de precioso papel y trató de pintar lo que veía, y había una especie de magia allí, también. Se trataba de luz y oscuridad. Si podías conseguir en un papel la sombra y el brillo, la forma que cualquier criatura dejaba en el mundo, entonces podrías tener la cosa misma.

Sólo había dibujado con tizas de colores antes. La pintura era mucho mejor.

Era un buen día. Había sido un día sólo para ella. Podía sentir partes de sí misma abriéndose y saliendo de su escondite. Mañana habría tareas, y gente muy nerviosa viniendo a la granja en busca de la ayuda de una bruja. Si el dolor era bastante fuerte, nadie se preocupaba de que la bruja que lo hacía desaparecer fuera alguien que recordaban con dos años corriendo por ahí con sólo su camiseta puesta.

Mañana... podría llegar a ser cualquier cosa. Pero hoy el mundo de invierno estaba lleno de color.

CAPÍTULO DOCE

El Lucio

Se habló de cosas extrañas en toda la llanura. Allí estaba la barca de remos perteneciente al viejo que vivía en una choza justo debajo de la cascada. Se alejó remando sola, tan rápido, decía la gente, que saltaba sobre el agua como una libélula, pero no había nadie en su interior. Se la encontró atada en Doscamisas, donde corría el río debajo de la carretera de coches. Pero luego el coche del correo nocturno que había estado esperando fuera de la posada escapó por sí mismo, dejando atrás todas las sacas de correo. El cochero pidió prestado un caballo para darle caza y encontró el coche a la sombra de la Creta con todas las puertas abiertas y un caballo perdido.

El caballo fue devuelto un par de días después por un hombre joven bien vestido que dijo que lo había encontrado vagando. Sorprendentemente, por entonces, parecía bien alimentado y bien peinado.

La mejor manera de describir las paredes del castillo sería “muy, muy gruesas”. No había guardias de noche, porque cerraban a las ocho y se iban a casa. En cambio, estaba Old Robbins, que había sido una vez un guardia y que ahora era oficialmente el vigilante nocturno, pero todo el mundo sabía que se quedaba dormido frente al fuego a las nueve. Había una vieja trompeta que se suponía que debía hacer sonar si había un ataque, aunque nadie estaba seguro de qué lograría esto.

Roland dormía en la Torre Heron, porque había un largo tramo de escalones, que a sus tías no les gustaba mucho trepar. También tenía paredes muy, muy

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gruesas, y menos mal, porque a las once, alguien puso una trompeta contra su oreja y sopló con fuerza.

Saltó de la cama, se enredó en el edredón, se deslizó sobre una estera que cubría el helado suelo de piedra, se golpeó la cabeza contra un armario, y logró encender una vela con el tercer fósforo raspado con desesperación.

Sobre la mesita junto a su cama había un par de fuelles enormes con la trompeta de Old Robbins atascada en la punta. La habitación estaba vacía, excepto por las sombras.

—Tengo una espada, sabes —dijo—. ¡Y sé cómo usarla!

—Ach, estais muerto ya —dijo una voz desde el techo—. Picado en piezas tae pequeñitas pequeñitas en la cama, mientras roncabais como un cerdo. Sólo jugamos, ¿sabéis? Ninguno de nosotros os hará ningún daño. —Hubo cierto susurro apresurado en la oscuridad de las vigas, y luego la voz continuó—: Pequeña corrección allí, la mayoría de nosotros no quiere haceros ningún daño. Pero no hablamos por Gran Yan, que no le gusta mucho nadie.

—¿Quién eres?

—Sí, allí vais otra vez, haciendo todo mal —dijo la voz, en tono conversacional—. Estoy aquí y fuertemente armado, vos sabéis, mientras que vos estáis allí abajo allí en vuestro pequeño camisón, haciendo un bonito objetivo, y os parece que sois el que hace las preguntas. Así que ya sabéis cómo luchar, ¿verdad?

—¡Sí!

—¿Así que luchareis contra monstruos tae cuidar la gran hag pequeñita? ¿Lo haréis?

—¿La gran hag pequeñita?

—Eso es Tiffany tae vos.

—¿Quieres decir Tiffany Doliente? ¿Qué ha pasado con ella?

—¿Estaréis listo para cuando ella os necesite?

—¡Sí! ¡Por supuesto! ¿Quién es usted?

—¿Y sabéis cómo tae pelear?

—¡He leído el Manual de Esgrima de cabo a rabo!

Después de unos segundos la voz de las sombras, dijo:

—Ah, creo que he puesto mi dedo en una pequeña falla en este plan...

Había una armería en el patio del castillo. No era mucho de armería. Había una armadura formada de varias piezas que no coincidian, unas pocas espadas, un hacha de batalla que nadie había sido capaz de levantar, y un traje de cota de malla que parecía haber sido atacado por polillas extremadamente fuertes. Y había algunos maniquíes de madera con grandes resortes para la práctica de espada. En este momento los Feegles estaban viendo a Roland atacar a uno con gran entusiasmo.

—Ach. Bueno —dijo Gran Yan con desaliento mientras Roland saltaba—. Si nunca tiene que luchar con algo diferente a pedazos de madera, podría estar bien.

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—Tiene voluntad —señaló Roba A Cualquiera mientras Roland ponía su pie en el maniquí y trataba de sacar la punta de espada fuera de él.

—Oh, sí. —Gran Yan parecía sombrío.

—Tiene una bonita acción, debéis admitir —dijo Roba.

Roland consiguió sacar la espada del maniquí, que saltó sobre su viejo resorte y lo golpeó en la cabeza.

Parpadeando un poco, el muchacho miró a los Feegles. Él los recordaba del momento en que fue rescatado de la Reina de las Hadas. Nadie que conociera a los Nac Mac Feegles los olvidaba nunca, aunque se esforzara. Pero todo era vago. Había estado casi loco parte del tiempo, e inconsciente, y había visto cosas tan extrañas que era difícil saber qué era real y qué no.

Ahora lo sabía: eran reales. ¿Quién inventaría una cosa así? Bueno, uno de ellos era un queso que rodaba alrededor por su propia cuenta, pero nadie es perfecto.

—¿Qué voy a tener que hacer, Sr. Cualquiera? —preguntó.

Roba A Cualquiera había estado preocupado por esta parte. Palabras como "Inframundo" pueden dar a la gente una idea equivocada.

—Os es necesario rescatar a una dama... —dijo—. No es la gran hag pequeñita. Otra señora... Podemos llevaros hasta el lugar donde espera. Es como... subterráneo, ¿sabéis? Ella está como... durmiendo. Y todo lo que vos tenéis tae hacer es traer a ella tae a la superficie, ese tipo de cosa.

—Ah, ¿quiere decir como Orfeo rescatando a Eunifon del Inframundo? —dijo Roland.

Roba A Cualquiera se quedó mirando.

—Es un mito de Efebe —continuó Roland—. Se supone que es una historia de amor, pero en realidad es una metáfora del retorno anual del verano. Hay un montón de versiones de esa historia.

Todavía quedaron mirando. Los Feegles tienen miradas muy preocupantes. Son peores que los pollos en ese sentido.

—Una metáfora es una clase de mentira para ayudar a la gente a entender lo que es verdad —dijo Billy Granbarbilla, pero esto no sirvió de mucho.

—Y ganó su libertad tocando música hermosa —agregó Roland—. Creo que tocó un laúd. O tal vez fue una lira.

—Ach, bueno, eso se adapta bien a nosotros —dijo Wullie Tonto—. Somos expertos en saquear y luego mentimos sobre eso.

—Son instrumentos musicales —dijo Billy Granbarbilla. Miró a Roland—. ¿Podéis tocar uno, señor?

—Mis tías tienen un piano —dijo Roland dubitativo—. Pero me voy a meter en problemas reales si le ocurre algo. Tirarán abajo las paredes.

—Espadas es, entonces —dijo Roba A Cualquiera de mala gana—. ¿Nunca habéis luchado contra una persona real, señor?

—No. Quería practicar con los guardias, pero mis tías no los dejan.

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—¿Mas vos habéis usado una espada?

Roland parecía avergonzado.

—No últimamente. No como tal. Er... no en absoluto, de hecho. Mis tías dicen…

—Entonces, ¿cómo practicáis? —preguntó Rob con horror.

—Bueno, hay un gran espejo en mi cuarto, usted ve, y puedo practicar... la… real... —comenzó Roland, deteniéndose cuando vio sus expresiones—. Lo siento —agregó—. No creo que yo sea el tipo que están buscando...

—Oh, yo no diría eso —dijo Roba A Cualquiera con cansancio—. De acuerdo tae la hag de hags, vos sois sólo el muchacho. Vos sólo necesitáis a alguien con tae quien luchar...

Gran Yan, siempre sospechoso, miró a su hermano y siguió su mirada hasta la maltratada armadura.

—¿Oh sí? —gruñó—. ¡Bueno, yo no voy a ser una rodilla!

Al día siguiente fue un buen día, hasta el punto en que se convirtió en un pequeño cuenco de terror.

Tiffany se levantó temprano y encendió el fuego. Cuando su madre bajó, estaba fregando el suelo de la cocina, muy duro.

—Er... ¿no se supone que debes hacer ese tipo de cosas por arte de magia, querida? —dijo su madre, que nunca había realmente captado lo que era la brujería.

—No, mamá, se supone que no —dijo Tiffany, aún fregando.

—¿Pero no puedes mover la mano y hacer que toda la suciedad vuele lejos, entonces?

—El problema es conseguir que la magia comprenda lo que es la suciedad —dijo Tiffany, frotando una mancha—. He oído de una bruja en Escrow que se equivocó y terminó perdiendo todo el piso y sus sandalias y casi un dedo del pie.

La Sra. Doliente retrocedió.

—Pensé que sólo tenías que agitar las manos por encima —murmuró ella con nerviosismo.

—Eso funciona —dijo Tiffany—, pero sólo si se agitan por encima del suelo con un cepillo.

Terminó el suelo. Limpió debajo del fregadero. Abrió todos los armarios, los limpió, y puso todo dentro de nuevo. Limpió la mesa, y luego le dio la vuelta y limpió por debajo de ella. Incluso lavó la parte inferior de las patas, donde tocaba el suelo. Fue entonces cuando la señora Doliente fue y encontró cosas que hacer en alguna parte, porque era evidente que no se trataba sólo de orden y limpieza.

No lo era. Como Yaya Ceravieja dijo una vez, si uno quiere caminar con la cabeza en el aire, entonces uno necesita tener los dos pies en el suelo. Fregando pisos, cortando madera, lavando ropa, fabricando queso… estas cosas te unen a la tierra, te enseñan lo que es real. Podías dedicar una pequeña parte de tu mente a ellas, dando a tus pensamientos tiempo de alinearse y asentarse.

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¿Estaba ella a salvo del Forjainviernos? ¿Estaba aquí a salvo del Forjainviernos?

Tarde o temprano tendría que mirarlo a la cara una vez más… un muñeco de nieve que pensaba que era humano y tenía el poder de la avalancha. La magia sólo podía detenerlo por un tiempo, y provocar su enojo. Ningún arma ordinaria funcionaría, y ella no tenía muchas de las extraordinarias.

¡Annagramma había ido por él con rabia! Tiffany deseaba poder estar tan enojada. Tendría que volver y darle las gracias, también. Annagramma iba a estar bien, por lo menos. La gente la había visto convertirse en una gritadora monstruosa de piel verde. Se podía respetar a una bruja así. Una vez que consigues el respeto, tienes todo.

Tendría que tratar de ver a Roland, también. No sabía qué decir. Eso era una especie de bien, porque él no sabría qué decir, tampoco. Podrían pasar tardes enteras juntos, sin saber qué decir. Estaba probablemente en el castillo en este momento. Al limpiar bajo el asiento de una silla, se preguntó qué estaba haciendo.

Hubo un martilleo en la puerta de la armería. Eso eran las tías para ti. La puerta era de cuádruple espesor de roble y hierro, pero golpeaban de todos modos.

—¡No vamos a tolerar este capricho! —dijo la tía Danuta. Hubo un crash desde el otro lado de la puerta—. ¿Estás luchando ahí dentro?

—¡No, estoy escribiendo una sonata de flauta! —gritó Roland. Algo pesado golpeó la puerta.

Tía Danuta recobró la compostura. Se parecía a la Srta. Tick en líneas generales, pero con los ojos del perpetuamente ofendido y la boca de un quejoso instantáneo.

—Si no haces lo que te digo, se lo diré a tu padre… —comenzó, y se detuvo cuando la puerta se abrió bruscamente.

Roland tenía un corte en su brazo, su cara estaba roja, el sudor goteaba de la barbilla, y estaba jadeando. Alzó la espada en una mano temblorosa. Detrás de él, al otro lado de la habitación gris, había una armadura muy maltratada. Giró su casco para ver a las tías. Eso hizo un ruido chirriante.

—Si te atreves a molestar a mi padre —dijo Roland, cuando lo miraron—, le diré lo del dinero que está siendo sacado del arcón en la cámara acorazada. ¡No mientan!

Por un momento —un parpadeo lo habría perdido— el rostro de la tía Danuta tuvo la culpa escrita en él, pero se desvaneció con rapidez.

—¡Cómo te atreves! Tu querida madre…

—Está muerta —gritó Roland, y cerró la puerta.

La visera del casco fue empujado hacia arriba y media docena de Feegles asomó la cabeza.

—Crivens, que par de viejos grajos —dijo Gran Yan.

—Mis tías —dijo Roland amenazante—. ¿Qué es un grajo?

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—Es como un gran cuervo viejo que cuelga esperando a que alguien tae muera —dijo Billy Granbarbilla.

—Ah, entonces ustedes las han visto antes —dijo Roland con un brillo en los ojos—. ¿Vamos a tener otra oportunidad, sí? Creo que estoy agarrando el paso de esto.

Hubo un retumbo de protestas de todas partes de la armadura, pero Roba A Cualquiera gritó:

—¡Está bien! Vamos a darle al muchacho una oportunidad más —dijo—. ¡A vuestros tae puestos!

Hubo clangs y muchos juramentos mientras los Feegles subían por el interior de la armadura, pero después de unos segundos la armadura pareció rehacerse. Tomó una espada y avanzó pesadamente hacia Roland, que podía escuchar las apagadas órdenes procedentes del interior.

La espada se balanceó, pero en un rápido movimiento, él la desvió, dio un paso hacia un lado, balanceó su propia espada en un borrón, y cortó la armadura por la mitad con un ruido que resonó en todo el castillo.

La parte de arriba golpeó contra la pared. La mitad inferior sólo se balanceaba, todavía en pie.

Después de unos segundos, una gran cantidad de pequeñas cabezas se levantó lentamente por encima de los pantalones de hierro.

—¿Se suponía que pasase eso? —dijo Roland—. ¿Está todo el mundo, eh... completo?

Un conteo rápido reveló que no había medios Feegles, aunque había una gran cantidad de hematomas y Wullie Tonto había perdido su spog. Un montón de Feegles estaba caminando en círculos y golpeándose con las manos en los oídos, sin embargo. Había sido un ruido muy fuerte.

—No un mal esfuerzo, esta vez —dijo Roba A Cualquiera vagamente—. Vos parecéis tae tener el conocimiento del combate.

—Definitivamente parecía mejor, ¿no es eso? —dijo Roland, con aspecto orgulloso—. ¿Tendré otra oportunidad?

—¡No! Quiero decir... no —dijo Roba—. No, creo que es suficiente por hoy, ¿eh?

Roland miró a la ventana de barrotes, en lo alto de la pared.

—Sí, será mejor ir a ver a mi padre —dijo, y se desvaneció el resplandor de su rostro—. Es bien pasada la hora del almuerzo. Si no lo veo todos los días, se olvida de quién soy.

Cuando el muchacho se hubo ido, los Feegles se miraron unos a otros.

—Ese muchacho no está teniendo una vida fácil en este momento —dijo Roba A Cualquiera.

—Hay que admitir que está tae mejorando —dijo Billy Granbarbilla.

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—Oh, sí, te aseguro que no es el flojo que yo pensaba, pero esa espada es tae muy pesada para él, y va a tomar semanas tae sacar de él algo bueno —dijo Gran Yan—. ¿Tenemos semanas, Roba?

Roba A Cualquiera se encogió de hombros. —¿Quién sabe? —dijo—. Va a ser el Héroe, como pueda. La gran hag pequeñita se va a reunir con el Forjainviernos pronto. Ella no puede luchar contra esto. Es como la hag de hags dijo: no podéis luchar contra una historia tan antigua como ésa. Va a encontrar un camino. —Hizo copa con las manos—. Vamos muchachos, al tae montículo. Volveremos esta noche. Tal vez no podéis hacer un héroe de una sola vez.

El hermano pequeño de Tiffany tenía edad suficiente para querer ser considerado mayor todavía, lo cual es una ambición peligrosa en una granja ocupada, donde hay caballos de grandes cascos y baños de ovejas y cientoún otros lugares donde una persona pequeña puede no ser notada hasta que es demasiado tarde. Pero sobre todo le gustaba el agua. Cuando no lo podías encontrar, estaba por lo general en el río, pescando. Le encantaba el río, lo que era un poco sorprendente, ya que un enorme monstruo verde había saltado una vez fuera de él para comérselo. Sin embargo, Tiffany lo había golpeado en la boca con una sartén de hierro. Ya que había estado comiendo dulces en ese momento, el único comentario de Wentworth después había sido "Tiffy golpeó pez hizo bang". Pero parecía estar creciendo como un pescador experto. Estaba pescando esta tarde. Había encontrado el don de saber dónde estaban los monstruos. El lucio muy grande se escondía en los profundos y negros agujeros, pensando lentos pensamientos de hambre hasta que el señuelo de plata de Wentworth le cayó casi dentro de la boca.

Cuando Tiffany fue a llamarlo, lo encontró tambaleándose por el camino, desarreglado, y llevando un pez que parecía pesar por lo menos la mitad que él.

—¡Es el grande! —gritó tan pronto como la vio—. Abe contó que estaba metido debajo del sauce caído, ¿sabes? ¡Dijo que iba a morder cualquier cosa en esta época del año! ¡Me tiró, pero me agarré! ¡Debe pesar al menos treinta libras!

Alrededor de veinte, pensó Tiffany, pero los peces son siempre mucho más pesados que el hombre que los capturan.

—Bien hecho. Pero entra, que te vas a congelar —dijo.

—¿Puedo comerlo para la cena? ¡Tomó eras hacerlo entrar en la red! ¡Tiene por lo menos treinta y cinco libras! —dijo Wentworth, luchando con la carga. Tiffany sabía que no debía ofrecerse a llevarlo. Eso sería un insulto.

—No, tiene que ser limpiado y remojado por un día, y mamá hizo estofado para esta noche. Pero lo voy a cocinar para mañana con salsa de jengibre.

—¡Y habrá suficiente para todos —dijo Wentworth feliz—, porque pesa al menos cuarenta libras!

—Fácilmente —coincidió Tiffany.

Y esa noche, después de que el pez hubo sido debidamente admirado por todo el mundo y se encontró que pesaba veintitrés libras con la mano de Tiffany en la escala ayudando un poco, fue al fregadero y limpió el pescado, que era una buena manera de hablar sobre sacar o cortar todo lo que no se debe comer, que si Tiffany

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salía con la suya significaba el pescado entero. A ella no le gustaba mucho el lucio, pero una bruja a su vez nunca debe meter la nariz en los alimentos, especialmente en los alimentos gratis, y por lo menos una buena salsa detendría la degustación del lucio.

Entonces, cuando estaba vaciando las tripas en el cubo, vio el destello de la plata. Bueno, no podía exactamente culpar a Wentworth por estar demasiado emocionado para extraer el señuelo.

Ella se agachó y sacó, cubierto de lodo y escamas, pero sí muy reconocible, el caballo de plata.

Debía haberse oído un trueno. Sólo estaba Wentworth, en la habitación de al lado, relatando por décima vez la heroica captura del pez monstruo. Debería haber habido una ráfaga de viento. Apenas una corriente perturbó las velas.

Pero él sabía que lo había tocado. Ella sintió su impacto.

Se acercó a la puerta. Cuando la abrió, unos cuantos copos de nieve cayeron, pero como si de pronto fueran felices de tener una audiencia, empezaron a caer más hasta que —sin sonido, pero con un silbido— la noche se volvió blanca. Ella tendió la mano para coger algunos copos y los miró muy de cerca. Pequeñas Tiffanys heladas se derritieron.

Oh, sí. Él la había encontrado.

Su mente se quedó fría, pero las ruedas de cristal del pensamiento giraban rápidamente.

¿Podría tomar un caballo?... No, no llegaría lejos en una noche como ésta. ¡Tendría que haber conservado esa escoba!

No debería haber bailado.

No había ningún lugar a donde ir. Tendría que mirarlo a la cara otra vez, y enfrentarlo aquí, y detenerlo. En las montañas, con sus bosques negros, el invierno interminable era difícil de imaginar. Era más fácil aquí, y porque era más fácil era peor, porque él estaba poniendo invierno en su corazón. Sentía cada vez más frío.

Pero la nieve ya tenía pulgadas de profundidad, en este corto tiempo. Ella era hija de un pastor antes de ser una bruja, y en este momento, en este lugar, había más cosas que hacer de inmediato.

Entró en el calor y la luz dorada de la cocina y dijo:

—Papá, tenemos que ocuparnos del rebaño.

CAPÍTULO TRECE

La Corona de Hielo

Eso fue entonces. Esto es ahora.

—Ach, crivens —gimió Pequeño Peligroso Spike, en el techo del cobertizo de carros.

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El fuego se apagó. La nieve que había llenado el cielo empezó a adelgazar. Pequeño Peligroso Spike escuchó un grito en lo alto y supo exactamente qué hacer. Levantó los brazos en el aire y cerró los ojos cuando el halcón voló fuera del cielo blanco y lo cogió.

A él le gustaba esta parte. Cuando abrió los ojos, el mundo se mecía bajo sus pies y una voz cercana dijo:

—¡Súbete rápido aquí, muchacho!

Agarró el delgado arnés de cuero encima de él, y tiró, y las garras soltaron su agarre suavemente. Luego, mano sobre mano en el viento del vuelo, se arrastró a través de las plumas del ave hasta que pudo agarrar el cinturón de Hamish el aviador.

—Roba dice que tenéis tae suficiente edad para bajar al Inframundo —dijo Hamish por encima del hombro—. Roba ha ido tae buscar el héroe. ¡Vos sois un pequeñito muchacho de suerte!

El pájaro voló hacia arriba.

Abajo, la nieve... huía. No había más fusión, simplemente se apartaba de la paridera como se aleja la marea o se toma una respiración profunda, sin más ruido que un suspiro.

Morag se deslizaba sobre el campo de parto, donde los hombres miraban a su alrededor con perplejidad.

—Una oveja muerta y una docena de corderos muertos —dijo Hamish—, ¡pero no la gran hag pequeñita! La ha llevado.

—¿A dónde?

Hamish dirigió a Morag en un amplio círculo. Alrededor de la finca la nieve había dejado de caer. Pero en las colinas estaba todavía cayendo como martillos.

Y entonces tomó una forma.

—Allá arriba —dijo.

 Muy bien, estoy viva. Estoy bastante segura de eso.

Sí.

Y puedo sentir el frío a mi alrededor, pero no me siento fría, lo cual sería muy difícil de explicar a nadie más.

Y no me puedo mover. No, en absoluto.

Blanco a mi alrededor. Y dentro de mi cabeza, todo blanco.

¿Quién soy yo?

Puedo recordar el nombre de Tiffany. Espero que sea el mío.

Blanco a mi alrededor. Esto sucedió antes. Era una especie de sueño o un recuerdo o alguna otra cosa para la que no tengo una palabra. Y a mi alrededor, la blancura cayendo. Y construyéndose alrededor de mí, y levantándome para arriba. Era... las tierras de creta en construcción, silenciosamente, bajo los antiguos mares.

Eso es lo que significa mi nombre.

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Significa la Tierra Bajo La Onda.

Y, como una onda, vino el color inundando de nuevo su mente. Era sobre todo el rojo de ira.

¡Cómo se atreve!

¡Matar a los corderos!

Yaya Doliente no hubiera permitido eso. Ella nunca perdió un cordero. Ella podía traerlos de vuelta a la vida.

Nunca debí haberme ido de aquí, en primer lugar, pensó Tiffany. Tal vez debería haberme quedado y tratar de aprender cosas por mí misma. Pero si yo no hubiera ido, ¿todavía sería yo? ¿Sabría lo que sé? ¿Habría sido tan fuerte como mi abuela, o sería una cacareadora? Bueno, voy a ser fuerte ahora.

Cuando el clima asesino era la naturaleza ciega, sólo se podía maldecir, pero si camina sobre dos piernas... entonces era la guerra. ¡Y habría un ajuste de cuentas!

Trató de moverse, y ahora la blancura cedió. Se sentía como nieve dura, pero no hacía frío al tocarla; caía, dejando un agujero.

Un piso suave, ligeramente transparente, se extendía delante de ella. Había grandes pilares creciendo hasta un techo que estaba oculto por una especie de niebla.

Había paredes de la misma materia que el suelo. Parecían de hielo —se podían ver pequeñas burbujas dentro de ellos— pero no eran más que frío cuando las tocaba.

Era una habitación muy grande. No había muebles de ninguna clase. Era justo el tipo de habitación que construiría un rey para decir “¡Mira, me puedo permitir desperdiciar todo este espacio!”.

Sus pasos resonaban mientras ella exploraba. No, ni siquiera una silla. ¿Y qué tan cómoda sería si se encontraba con una?

Finalmente, encontró una escalera que subía (a menos, por supuesto, que comenzaras en la parte superior). Llevaba a otra sala en que al menos había muebles. Eran el tipo de sillones en que se suponía reposaban las señoras ricas, con aire cansado, pero hermosas. Ah, y había urnas, urnas bastante grandes, y estatuas, también, todo en el mismo hielo caliente. Las estatuas mostraban atletas y dioses, muy parecidos a las imágenes de la Mitología de Pinzón, haciendo cosas antiguas, como lanzar jabalinas o matar enormes serpientes con sus manos desnudas. Entre todos no tenían una puntada de ropa, pero todos los hombres llevaban hojas de higuera, que Tiffany, con espíritu investigativo, encontró que no podía sacar.

Y había un fuego. La primera cosa extraña es que los leños eran también del mismo hielo. La otra cosa extraña era que el fuego era azul… y frío.

Este nivel tenía ventanas altas y puntiagudas, pero comenzaban a larga distancia desde el suelo y no mostraban nada más que el cielo, donde el sol era un fantasma pálido entre las nubes.

Otra escalera, muy grande esta vez, llevaba a otro piso con más estatuas, y sofás, y urnas. ¿Quién podría vivir en un lugar como éste? Alguien que no tenía

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necesidad de comer o dormir, ése era quién. Alguien que no necesitaba estar cómodo.

—¡Forjainviernos!

Su voz rebotó de pared a pared, enviando "NOS… nos…nos… “ hasta que se apagó.

Otra escalera, entonces, y esta vez había algo nuevo. En un plinto, donde podría haber habido una estatua, había una corona. Flotaba en el aire a unos pies por encima de la base, girando suavemente, y brillaba con la escarcha. Un poco más adelante estaba otra estatua, más pequeña que la mayoría, pero alrededor de ésta, danzaban y brillaban luces azul, verdes y doradas.

Se parecían mucho a las Luces del Eje que a veces se podían ver en lo profundo del invierno flotando sobre las montañas en el centro del mundo. Algunas personas pensaban que estaban vivas.

La estatua era de la misma altura que Tiffany.

—¡Forjainviernos! —Todavía no había respuesta. Un lindo palacio sin cocina, sin cama.... Él no tenía necesidad de comer ni dormir, así que ¿para quién era?

Ella ya sabía la respuesta: para mí.

Alargó la mano para tocar las luces danzantes, y treparon por su brazo y se repartieron sobre su cuerpo, haciendo un vestido que brillaba como la luna sobre campos de nieve. Ella se sorprendió, y después se enojó. Le hubiera gustado tener un espejo, se sentía culpable por eso, y volvió a enojarse, y resolvió que si por casualidad se encontraba un espejo, la única razón por la que se miraría en él, sería para comprobar qué tan enojada estaba.

Después de buscar durante un rato, encontró un espejo, que no era más que un muro de hielo de un verde tan oscuro que era casi negro.

Ella parecía enojada. E inmensamente, bellamente brillante. Había destellos de oro en el azul y el verde, como los que había en el cielo en las noches de invierno.

—¡Forjainviernos!

Debía estar observándola. Podía estar en cualquier lugar.

—¡Está bien! ¡Estoy aquí! ¡Tú sabes eso!

—Sí. Lo sé —dijo el Forjainviernos detrás de ella.

Tiffany se dio la vuelta y le dio una bofetada en la cara y luego lo abofeteó de nuevo con la otra mano.

Fue como golpear roca. Él estaba aprendiendo muy rápido ahora.

—Eso es por los corderos —dijo ella, tratando de sacudir un poco de vida dentro de sus dedos—. ¡Cómo te atreves! ¡No tenías que hacerlo!

Parecía mucho más humano. Ya fuera que llevaba puesta ropa de verdad, o que había trabajado duro en hacer que parecieran reales. Había conseguido realmente verse... bueno, guapo. No frío, simplemente... cool.

Él no es más que un muñeco de nieve, protestaron sus Segundos Pensamientos. Recuerda eso. Él es demasiado inteligente para tener carbón por ojos o una zanahoria por nariz.

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—Ay —dijo el Forjainviernos, como si hubiera recordado decirlo.

—¡Te exijo que me dejes ir! —espetó Tiffany—. ¡Ahora mismo! —Eso está bien, dijeron sus Segundos Pensamientos. Tú quieres que él termine escondiéndose detrás de las cacerolas arriba del aparador de la cocina. Como si fuera...

—En este momento —dijo el Forjainviernos con mucha calma—, soy un vendaval demoliendo buques a miles de millas de distancia. Estoy congelando caños de agua en una ciudad aislada por la nieve. Estoy helando el sudor de un hombre moribundo, perdido en una ventisca terrible. Me arrastro en silencio bajo las puertas. Cuelgo de los canalones. Acaricio la piel del oso dormido, al fondo de su cueva, y corro en la sangre de los peces bajo el hielo.

—¡No me importa! —dijo Tiffany—. ¡No quiero estar aquí! ¡Y tú no deberías estar aquí tampoco!

—Niña, ¿quieres caminar conmigo? —dijo el Forjainviernos—. No voy a hacerte daño. Estás a salvo aquí.

—¿Por que? —dijo Tiffany y, después, porque mucho tiempo alrededor de la Srta. Tick produce algo en tu conversación, incluso en momentos de estrés, cambió a—: ¿De qué?

—La muerte —dijo el Forjainviernos—. Aquí no morirás jamás.

En la parte posterior del pozo de los Feegles en la creta, más creta había sido extraída de la pared para hacer un túnel de unos cinco pies de alto y tal vez el mismo largo.

Frente a él estaba Roland de Chumsfanleigh (no era su culpa). Sus antepasados habían sido caballeros, y se habían hecho dueños de la Creta al matar a los reyes que pensaban que ellos lo eran. Espadas, de eso se había tratado todo. Espadas y cortar cabezas. Así era como conseguías la tierra en los viejos tiempos, y después las reglas se modificaron de modo que no necesitabas una espada para poseer más tierras, sólo necesitaba el pedazo correcto de papel. Sin embargo, sus antepasados habían conservado colgadas sus espadas, sólo por si la gente pensaba que todo el asunto con los pedazos de papel era injusto, ya que es un hecho que no se puede complacer a todos.

Él siempre había querido ser bueno con la espada, y había sido un choque el descubrir que eran tan pesadas. Él era grande con la espada de aire. Frente a un espejo podía esgrimirla contra su reflejo y ganar casi todo el tiempo. Las espadas reales no permitían eso. Tratabas de balancearlas y terminaban balanceándote. Se había dado cuenta de que quizás estaba hecho más para trozos de papel. Además, necesitaba gafas, lo que podría ser un poco difícil debajo de un casco, sobre todo si alguien te golpea con la espada.

Llevaba un casco ahora, y tenía una espada que era —aunque él no lo admitiría— demasiado pesada para él. También estaba vestido con un traje de malla que hacía muy difícil caminar. Los Feegles habían hecho todo lo posible para que le ajustara, pero la entrepierna colgaba hasta las rodillas y se agitaba divertidamente cuando se movía.

Yo no soy un héroe, pensó. Tengo una espada, que necesito las dos manos para levantar, y tengo un escudo que también es muy pesado, y tengo un caballo

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con cortinas alrededor, que he tenido que dejar en casa (y mis tías se volverán locas cuando entren en la sala), pero por dentro soy un chico al que le gustaría saber dónde está el retrete...

Pero ella me rescató de la Reina de las Hadas. Si no lo hubiera hecho, aún sería un niño estúpido en lugar de... um... un joven esperando no ser demasiado estúpido.

Los Nac Mac Feegles habían irrumpido de nuevo en su habitación, abriéndose paso a través de la tormenta que había llegado durante la noche, y ahora, dijeron, era su momento de ser un héroe para Tiffany... Bueno, lo sería. Estaba seguro de ello. Bastante seguro. Pero ahora el escenario no era lo que había esperado.

—¿Saben? Esto no parece la entrada al Inframundo —dijo.

—Ach, cualquier cueva puede ser el camino —dijo Roba A Cualquiera, que estaba sentado en el casco de Roland—. Pero debéis tener el conocimiento de dónde ponéis los pies. Bueno, Gran Yan, habéis de ir primero...

Gran Yan se pavoneó hasta el orificio en la creta. Metió los brazos detrás de él, doblados por los codos. Se inclinó hacia atrás, sacando una pierna para mantener el equilibrio. Luego movió el pie en el aire un par de veces, se inclinó hacia delante, y se desvaneció tan pronto como el pie tocó el suelo.

Roba A Cualquiera golpeó en el casco de Roland con el puño.

—Muy bien, gran Héroe —gritó—. ¡Habéis de ir!

No había manera de salir. Tiffany ni siquiera sabía si había una manera de entrar.

—Si fueras la Dama Verano, entonces bailaríamos —dijo el Forjainviernos—. Pero ahora sé que no lo eres, a pesar de que lo pareces. Pero por ti, ahora soy humano, y debo tener compañía.

La mente de Tiffany corría mostrándole imágenes: la bellota germinando, los pies fértiles, la Cornucopia. Tengo bastante de una diosa para engañar a unas pocas tablas, y a una bellota y un puñado de semillas, pensó. Yo soy igual que él. Hierro suficiente para hacer un clavo no hacen humano a un muñeco de nieve, y un par de hojas de roble no me hacen una diosa.

—Vamos —dijo el Forjainviernos—, déjame mostrarte mi mundo. Nuestro mundo.

Cuando Roland abrió los ojos, todo lo que podía ver eran sombras. No sombras de cosas… simplemente sombras, a la deriva como telarañas.

—Estaba esperando algún lugar... más caliente —dijo, tratando de mantener el alivio lejos de su voz. A su alrededor, los Feegles aparecieron de la nada.

—Ah, estás pensando en los infiernos —dijo Roba A Cualquiera—. Tienden a estar en el lado tostado, es verdad. Los Inframundos son más del tipo sombrío. Es donde la gente termina cuando se ha perdido, ¿sabes?

—¿Qué? ¿Quieres decir que si es una noche oscura y das una vuelta equivocada…?

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—¡Ach, no! Como tal vez estar muertos cuando no deberían estarlo y no hay lugar para tae ir, o se caen en un hueco en el mundo y no conocen el camino. Algunos de ellos ni siquiera saben dónde están, pobres almas. Hay un montón de ese tipo de cosa. No hay mucha risa en el Inframundo. Éste acostumbraba tae ser llamado Limbo, ¿sabéis?, porque la puerta era muy baja. Parece que se ha ido cuesta abajo desde que pasamos por aquí. —Levantó la voz—. ¡Y una gran mano, muchachos, para el joven Pequeño Peligroso Spike, aquí afuera con nosotros por primera vez! —Hubo una ovación irregular, y Pequeño Peligroso Spike agitó su espada.

Roland se abrió paso entre las sombras, que en realidad ofrecían cierta resistencia. El mismo aire estaba gris por aquí. A veces oía gemidos, o alguien tosiendo en la distancia... y luego se oyeron pasos, arrastrando los pies hacia él.

Sacó su espada y miró a través de la penumbra.

Las sombras se abrieron y una mujer muy vieja, en harapos, con la ropa raída, pasó, arrastrando una gran caja de cartón detrás de ella. Rebotaba torpemente mientras tiraba de ella. Ella ni siquiera miró a Roland.

Bajó la espada.

—Pensé que habría monstruos —dijo, mientras la anciana desaparecía en la oscuridad.

—Sí —dijo Roba A Cualquiera con gravedad—. Los hay. Piensa en algo sólido, ¿quereis?

—¿Algo sólido?

—¡No estoy jugando!¡ Piensa en una montaña grande y bonita, o en un martillo! ¡Lo que hagáis, que no sea deseo ni lamento ni esperanza!

Roland cerró los ojos y luego extendió la mano para tocarlos.

—¡Todavía puedo ver! ¡Pero mis ojos están cerrados!

—¡Sí! Y veréis más con vuestros ojos cerrados. ¡Mirad alrededor, si os atrevéis!

Roland, con los ojos cerrados, dio unos pasos hacia delante y miró a su alrededor. Nada parecía haber cambiado. Tal vez las cosas fueran un poco más sombrías. Y entonces lo vio, un destello de color naranja brillante, una línea en la oscuridad que iba y venía.

—¿Qué fue eso? —preguntó.

—No sabemos cómo se llaman ellos a si mismos. Nosotros los llamamos bogles —dijo Roba.

—¿Son destellos de luz?

—Ach, ése estaba muy lejos —dijo Roba—. Si queréis ver tae uno de cerca, hay uno parado al lado vuestro...

Roland se dio la vuelta.

—¡Ah, veis, cometisteis un error clásico ahí —dijo Roba, conversacional—. ¡Abristeis vuestros ojos!

Roland cerró los ojos. El bogle estaba de pie a seis pulgadas de distancia de él.

Él no se inmutó. No gritó. Cientos de Feegles lo observaban, lo sabía.

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Al principio pensó: Es un esqueleto. Cuando brilló una vez más, parecía un pájaro, un pájaro alto como una garza. Luego fue una figura palo, como podría dibujar un niño. Una y otra vez se escribía a sí misma contra la oscuridad en líneas finas y ardientes.

Se garabateó una boca y se inclinó hacia delante por un momento, mostrando cientos de dientes de aguja. Luego se desvaneció.

Hubo un murmullo de los Feegles.

—Sí, habéis hecho bien —dijo Roba A Cualquiera—. Mirasteis en la boca y no disteis tanto como un paso atrás.

—Sr. Cualquiera, yo estaba demasiado asustado como para correr —murmuró Roland

Roba A Cualquiera se inclinó hasta que estuvo a la altura de la oreja del niño.

—Sí —le susurró—, ¡lo sé de sobra! Hay un montón de hombres que se convirtieron en héroes tenían demasiado miedo tae correr! Pero vos, ni gritasteis ni cack vuestros kecks, y eso es bueno. Habrá más de ellos a medida que sigamos. ¡No les permitáis entrar en vuestra cabeza! ¡Mantenlos afuera!

—¿Por qué, qué hacen? ¡No, no me diga! —dijo Roland.

Caminó a través de las sombras, parpadeando para no perderse nada. La vieja se había ido, pero la oscuridad comenzó a llenarse de personas. La mayoría de ellas estaba parada, o se sentaba en sillas. Algunos vagaban alrededor en silencio. Pasaron junto a un hombre en ropa antigua que estaba mirando su propia mano, como si la estuviera viendo por primera vez.

Había una mujer balanceándose suavemente y cantando una canción sin sentido con una voz tranquila, de niña. Ella dio a Roland una sonrisa extraña, de loca, cuando él caminó más allá. Justo detrás de ella estaba un bogle.

—Está bien —dijo Roland con gravedad—-. Ahora me dicen lo que hacen.

—Comen vuestros recuerdos —dijo Roba A Cualquiera—. Vuestros pensamientos son reales tae ellos. ¡Deseo y esperanzas son como comida! Son parásitos, de verdad. Esto es lo que sucede cuando estos lugares no son cuidados.

—¿Y cómo puedo matarlos?

—Oh, ésa fue una palabra muy desagradable que acabáis de utilizar. ¡Escucha al gran héroe pequeñito! No te molestes con ellos, muchacho. No os atacarán aún, y tenemos un trabajo tae hacer.

—¡Odio este lugar!

—Sí, el infierno es mucho más animado —dijo Roba A Cualquiera—. Despacio ahora… estamos en el río.

Un río corría a través del Inframundo. Era tan oscuro como el suelo, y lamía sus riveras en una forma lenta y aceitosa.

—Ah, creo que he oído hablar de esto —dijo Roland—. Hay un barquero, ¿no?

SÍ.

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Él estaba allí, de repente, de pie en un bote largo y bajo. Vestía todo de negro, por supuesto de negro, con una capucha que ocultaba por completo su rostro y daba una clara sensación de que esto estaba muy bien.

—Hola, amigo —dijo Roba A Cualquiera alegremente—. ¿Cómo estais vos?

OH NO, NO USTEDES GENTE OTRA VEZ, dijo la figura oscura con una voz que no era tanto oída como sentida. CREÍ QUE ESTABAN PROHIBIDOS.

—Sólo un pequeño malentendido, vos sabéis —dijo Roba, deslizándose por la armadura de Roland—. Tenéis tae dejarnos entrar, porque ya estamos muertos.

La figura extendió un brazo. El traje negro cayó, y lo que señaló a Roland se veía, para él, muy parecido a un dedo huesudo.

PERO ÉL DEBE PAGAR EL BARQUERO, dijo en tono acusador, en la voz de las criptas y cementerios.

—No hasta que esté en el otro lado —dijo Roland con firmeza.

—¡Oh, vamos! —dijo Wullie Tonto al barquero—. ¡Podéis ver que es un héroe! Si no podéis confiar en un héroe, ¿en quién podéis confiar?

La capucha consideró a Roland durante lo que pareció un siglo.

OH, MUY BIEN ENTONCES.

Los Feegles pululaban a bordo del barco en descomposición con su entusiasmo habitual y gritos de "¡Crivens!", “¿Dónde está el alcohol en este crucero?", y "Estamos justo en el borde del Estigio ahora!", y Roland subió con cuidado, observando al barquero con sospecha.

La figura tiró del remo grande, y partieron con un crujido y luego, lamentablemente, y para disgusto del barquero, al son del canto. Más o menos canto, es decir, a cualquier velocidad y tempo posible y sin considerar para nada la melodía:

—Rema rema vuestro bote a remos bote bote bote baja bote corre alegremente como un pájaro en el lin…

¿QUIEREN CALLARSE?

—… lindo barco de remos ondea barco barco rema de la fila por la fila escuchar alegremente alegremente alegremente barco…

—... lindo bote de remos corre corre bote bote rema su bote por la alegre corriente rema alegre alegre bote...

¡ESTO NO ES APROPIADO!

—Baja el bote bote por la alegre corriente corriente alegre alegre alegre alegre alegre alegre alegre bote!

—¿Sr. Cualquiera? —dijo Roland mientras se deslizaban a las sacudidas.

—¿Sí?

—¿Por qué estoy sentado al lado de un queso azul con un trozo de tartán envuelto alrededor de él?

—Ah, ése sería Horacio —dijo Roba A Cualquiera—. Él es amigo de Wullie Tonto. Él no es una molestia, ¿verdad?

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—No. ¡Pero está tratando de cantar!

—Sí, todos los quesos azules zumban un poco.

—Mnamnam mnam mnamnam —cantó Horacio.

El barco chocó contra la orilla opuesta, y el barquero saltó a tierra rápidamente.

Roba A Cualquiera trepó por la manga andrajosa del traje de malla de Roland y susurró:

—Cuando os dé la palabra, ¡corred!

—Pero puedo pagar al barquero. Tengo el dinero —dijo Roland, tocando su bolsillo.

—¿Tú qué? —dijo el Feegle, como si ésa fuera una idea extraña y peligrosa.

—Tengo el dinero —repitió Roland—. Dos peniques es la tarifa para cruzar el Río de los Muertos. Es una vieja tradición. Dos peniques para poner en los ojos de los muertos, para pagar al barquero.

—Como hombre inteligente que sois, sin duda —dijo Rob cuando Roland dejó caer dos monedas de cobre en la mano huesuda del barquero—, ¿no pensasteis tae traer cuatro peniques?

—El libro sólo decía que los muertos llevan dos —dijo Roland.

—Sí, puede ser que lo hagan —acordó Roba—, ¡pero eso es porque los muertos no tae esperan volver atrás!

Roland miró hacia atrás a través del río oscuro. Los destellos de luz de color naranja eran espesos en la orilla que había dejado.

—Sr. Cualquiera, una vez fui un prisionero de la Reina de la Tierra de las Hadas.

—Sí, yo conozco eso.

—Fue un año en este mundo, pero sólo parecían unos días... salvo que las semanas pasaban como siglos. Era tan aburrido..., casi no podía recordar nada después de un tiempo. Ni mi nombre, ni sentir el sol, ni el sabor de la comida de verdad.

—Sí, tenemos conocimiento de eso… nosotros ayudamos a tae rescataros. Nunca dijisteis gracias, pero estabais fuera de vuestro cráneo todo el tiempo, por lo que no hay ofensa.

—Entonces, permítame darle las gracias ahora, Sr. Cualquiera.

—Ni lo menciones. En cualquier momento. La felicidad tae obliga.

—Ella tenía mascotas que alimentaban tus sueños hasta que morías de hambre. Odio las cosas que tratan de llevarse lo que eres. Quiero matar a esas cosas, Sr. Cualquiera. Quiero matar a todos ellos. Cuando quitas los recuerdos, quitas la persona. Todo lo que son.

—Es una linda ambición la que tenéis allí —dijo Roba—. Pero tenemos un trabajo tae pequeñito que hacer, vos sabéis. Ah crivens, esto es lo que sucede cuando las cosas se ponen descuidadazas y los bogles se hacen cargo.

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Había un montón de huesos en el camino. Ciertamente eran huesos de animales, y los collares podridos y la longitud de cadena oxidada eran otra pista.

—¿Tres perros grandes? —dijo Roland.

—Un perro muy grande con tres cabezas —dijo Roba A Cualquiera—. Raza muy popular en el Inframundo, ésa. Pueden morder directo a través de la garganta de un hombre. ¡Tres veces! —agregó con entusiasmo—. Pero pones tres galletas de perro en fila en tierra, y la pobre cosa pequeñita se sienta allí esforzándose y gimiendo todo el día. ¡Es una pobre cosita, yo os lo digo! —Le dio una patada a los huesos—. Sí, hubo un tiempo cuando lugares como éste tenían alguna personalidad. Mira lo que han hecho aquí, también.

Más adelante en el camino había lo que probablemente era un demonio. Tenía una cara horrible, con tantos colmillos que algunos de ellos debían haber sido sólo de adorno. Había alas, también, pero no podrían haberlo levantado. Había encontrado un trozo de espejo, y cada pocos segundos echaba un vistazo en él y se estremecía.

—Sr. Cualquiera —dijo Roland—, ¿hay algo aquí que esta espada que llevo pueda matar?

—Ah, no. No "matar" —dijo Roba A Cualquiera—. No bogles. No como tales. No es una espada mágica, ¿ves?

—Entonces, ¿por qué la estoy arrastrando?

—Porque sois un Héroe. ¿Quién ha oído de un Héroe sin una espada?

Roland sacó la espada de su vaina. Era pesada y para nada como el volador dardo de plata que había imaginado en frente del espejo. Era más bien como un garrote de metal con un filo.

Él la agarró con ambas manos y logró lanzarla en medio del lento y oscuro del río.

Justo antes de caer al agua, un brazo blanco se alzó y la tomó. La mano agitó la espada un par de veces y luego desapareció con ella bajo el agua.

—¿Se suponía que pasase eso? —preguntó.

—¿Un hombre tirando su espada? —gritó Roba—. ¡No! ¡No se supone que tiréis una buena espada en el río!

—No, me refiero a la mano —dijo Roland—. Es sólo…

—Ach, se aparecen a veces —Roba A Cualquiera hizo un gesto con la mano como si los malabaristas de espada bajo el agua fueran una práctica cotidiana—. ¡Pero no tenéis arma ahora!

—¡Dijo que las espadas no pueden dañar a los bogles!

—Sí, pero es el aspecto de la cosa, ¿de acuerdo? —dijo Roba, apurándose.

—Pero no tener una espada me hace más heroico, ¿verdad? —dijo Roland, mientras el resto de los Feegles trotaba tras ellos.

—Técnicamente, sí —dijo Roba A Cualquiera de mala gana—. Pero también puede ser más muerto.

—Además, tengo un Plan —dijo Roland.

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—¿Tenéis un Plan? —dijo Roba.

—Sí. Quiero decir sí.

—¿Escrito?

—Sólo he pensado en… —Roland se detuvo. Las sombras siempre cambiantes se habían separado, y había una gran cueva por delante.

En el centro de ella, rodeando lo que parecía una losa de piedra, había una luz amarilla tenue. Había una pequeña figura tendida en la losa.

—Aquí estamos—dijo Roba A Cualquiera—. No fue tan malo, ¿no?

Roland parpadeó. Cientos de bogles estaban agrupados alrededor de la losa, pero a distancia, como si no estuvieran interesados en acercarse más.

—Puedo ver a... alguien acostado —dijo.

—Ésa es la misma Verano —dijo Roba—. Tenemos que ser tae astutos en esto.

—¿Astutos?

—Como... cuidadosos —dijo Roba amablemente—. Las diosas pueden ser un poquito complicadas. Muy conscientes de su imagen.

—¿No podemos tan sólo... agarrarla y correr? —dijo Roland.

—Oh, sí, vamos a terminar haciendo algo así —dijo Rob—. Pero tú, señor, tendrás que tae darle un beso primero. ¿Estás de acuerdo con eso?

Roland parecía un poco tenso, pero dijo:

—Sí... er, muy bien.

—Las damas lo esperan, ¿sabéis? —continuó Roba.

—¿Y entonces corremos por ella? —dijo Roland esperanzado.

—Sí, porque probablemente eso es cuando los bogles intentarán detenernos, al escapar. Es la gente saliendo, que no les gusta. Fuera vais, muchacho.

Tengo un Plan, pensó Roland, caminando hacia la losa. Y voy a concentrarme en él para no pensar en el hecho de que estoy caminando a través de una multitud de monstruos garabateados que sólo existes si parpadeas y mis ojos lagrimean. Lo que hay en mi cabeza es real para ellos, ¿verdad?

Voy a parpadear, voy a parpadear, voy a...

... parpadear. Terminó en un momento, pero el temblor se prolongó durante mucho más tiempo. Habían estado en todas partes, y cada boca dentada lo miraba. No debería ser posible mirar con los dientes.

Echó a correr, los ojos llorosos por el esfuerzo de no cerrarlos, y miró a la figura yaciente en el resplandor amarillo. Era hembra, respiraba, estaba dormida, y parecía Tiffany Doliente.

Desde lo alto del palacio de hielo Tiffany podía ver a millas de distancia y las millas eran de nieve. Sólo sobre la Creta había algún signo de verde. Era una isla.

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—¿Ves cómo aprendo? —dijo el Forjainviernos—. La Creta es tuya. Así que allí el verano llegará, y serás feliz. Y tú serás mi novia y yo seré feliz. Y todo va a ser feliz. La felicidad es cuando las cosas son correctas. Ahora soy humano, yo entiendo estas cosas.

No grites, no grites, dijeron sus Terceros Pensamientos. No te congeles, tampoco.

—Oh... ya veo —dijo—. ¿Y el resto del mundo se quedará en invierno?

—No, hay algunas latitudes que nunca sienten mis heladas —dijo el Forjainviernos—. Pero las montañas, las llanuras hasta el mar circular... oh, sí.

—¡Millones de personas morirán!

—Pero sólo una vez, ya ves. Eso es lo que lo hace maravilloso. Y después de eso, ¡no más muerte!

Y Tiffany lo vio, como una tarjeta de Vigila del Puerco: aves congeladas en sus ramas, caballos y vacas todavía en pie en los campos, la hierba helada, como puñales, sin el humo de ninguna chimenea, un mundo sin muerte porque no había nada más que muriera, y todo brillando como oropel.

Ella asintió con cuidado.

—Muy… sensato —dijo—. Pero sería una lástima si nada se mueve en absoluto.

—Eso sería fácil. Muñecos de nieve —dijo el Forjainviernos—. ¡Puedo hacerlos humanos!

—¿Hierro suficiente para hacer un clavo? —dijo Tiffany.

—¡Sí! Es fácil. ¡He comido salchichas! ¡Y puedo pensar! Nunca pensé antes. Yo era una parte. Ahora estoy separado. Sólo cuando estás separado, sabes quién eres.

—Tú me hiciste rosas de hielo —dijo Tiffany.

—¡Sí! ¡Ya me estaba conviertiendo!

Pero las rosas se derritieron con la aurora, añadió Tiffany para sí misma, y miró hacia el sol amarillo pálido. Tenía apenas la fuerza suficiente para hacer chispear al Forjainviernos. Él piensa como un humano, pensó, mirando la extraña sonrisa. Piensa como un ser humano que nunca ha conocido a otro ser humano. Es cacareo. Es tan loco, nunca entenderá qué tan loco que es.

Simplemente no tiene ni idea de lo significa "humano", no sabe los horrores que planea, simplemente no entiende... Y es tan feliz que casi es dulce...

Roba A Cualquiera golpeó en el casco de Roland.

—Adelante con eso, muchacho —exigió.

Roland se quedó mirando la brillante figura.

—¡Esto no puede ser Tiffany!

—¡Ach, ella es una diosa, puede parecerse a cualquier cosa —dijo Roba A Cualquiera—. Sólo un beso pequeñito en la mejilla, ¿de acuerdo? No te

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entusiasmes, no tenemos todo el día. Un beso pequeñito y estamos saliendo en disparada.

Algo topó el tobillo de Roland. Era un queso azul.

—No os preocupéis por Horacio… lo único que quiere tae hagáis lo correcto —dijo el Feegle loco que Roland había llegado a conocer como Wullie Tonto.

Se acercó, con el resplandor crepitando en torno a él, porque ningún hombre quiere ser un cobarde delante de un queso.

—Esto es un poco... vergonzoso —dijo.

—Crivens, adelante con eso, ¿queréis?

Roland se inclinó hacia delante y picoteó la mejilla dormida.

La durmiente abrió los ojos, y él dio un paso atrás muy rápidamente.

—¡Ésta no es Tiffany Doliente! —dijo, y parpadeó. Los bogles eran tan espesos a su alrededor como tallos la hierba.

—Ahora tómala de la mano y corre —dijo Roba A Cualquiera—. Los bogles se pondrán desagradables cuando vean que nos estamos yendo. —Golpeó alegremente en el lado del casco, y añadió—: Pero eso está bien, ¿verdad? ¡Porque tenéis un Plan!

—Espero tener el correcto, sin embargo—dijo Roland—. Mis tías dicen que soy demasiado inteligente por la mitad.

—Me alegro de tae oírlo —dijo Roba A Cualquiera—, porque es mucho mejor que ser demasiado estúpido en tres cuartas partes. ¡Ahora agarra a la dama y corre!

Roland trató de evitar la mirada de la muchacha mientras tomaba su mano y la bajaba suavemente de la losa. Ella dijo algo en un idioma que no entendía, salvo que sonaba como si hubiera un signo de interrogación en el final.

—Estoy aquí para salvarte —dijo. Ella lo miró con los ojos de oro de una serpiente.

—La chica de las ovejas está en problemas —dijo con una voz desagradable llena de ecos y silbidos—. Tan triste, tan triste.

—Bueno, eh, es mejor correr —logró decir—, quien quiera que seas...

La no-Tiffany le dedicó una sonrisa. Era una sonrisa incómoda, con un poco de satisfacción en ella. Corrieron.

—¿Cómo se combate a los bogles? —jadeó cuando el ejército Feegle trotaba por las cuevas.

—Ach, no les gusta demasiado nuestro sabor—dijo Roba A Cualquiera cuando las sombras se apartaron—. Puede ser porque pensamos mucho acerca de la bebida, los emborracha un poco. ¡Sigue moviéndote!

Y fue en este punto que los bogles golpearon, aunque esa no era la palabra correcta. Era más como tropezar con una pared de susurros. Nada los agarraba; no había garras. Si miles de pequeñas cosas débiles como camarones o moscas trataran de detener a alguien, así sería cómo se sentía.

Pero el barquero estaba esperando. Levantó una mano cuando Roland corrió tambaleante hacia el barco.

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ESO SERÁN SEIS PENIQUES, dijo.

—¿Seis? —dijo Roland.

—¡Ah, nosotros no estuvimos aquí más de dos horas, y el precio es seis peniques! —dijo Wullie Tonto.

UN VIAJE DE IDA Y VUELTA, UNO DE IDA SOLO, dijo el barquero.

—¡No tengo tanto! —gritó Roland. Estaba empezando a sentir los pequeños tirones en la cabeza. Los pensamientos tuvieron que trabajar duro para llegar hasta la boca.

—Déjame esto tae mí —dijo Roba A Cualquiera. Se volvió a mirar hacia abajo a sus compañeros Feegles y golpeó el casco de Roland para que hiciera silencio.

—Muy bien, muchachos —anunció—. ¡No vamos a salir!

¿QUÉ? dijo el barquero. ¡OH NO, SALDRÁN! ¡NO LOS QUIERO AQUÍ ABAJO OTRA VEZ! ¡AÚN ESTAMOS ENCONTRANDO LAS BOTELLAS DE LA ÚLTIMA VEZ! ¡VAMOS, SUBAN AL BARCO EN ESTE MOMENTO!

—Crivens, no podemos hacer eso, amigo —dijo Roba A Cualquiera—. Estamos bajo una geas para ayudar a este muchacho, ¿sabes? ¡Dónde él va, nosotros vamos!

¡NO SE SUPONE QUE LA GENTE QUIERA QUEDARSE AQUÍ! replicó el barquero.

—Ach, pronto tendremos al viejo lugar saltando de nuevo —dijo Roba A Cualquiera, sonriendo.

El barquero tamborileó con los dedos en el poste. Hicieron un chasquido, como dados.

OH, ESTÁ BIEN. PERO —Y QUIERO SER CLARO EN ESTO— ¡NO HAY CANTO!

Roland arrastró a la chica al barco. Los bogles se mantuvieron apartados, al menos, pero cuando el barquero se apartó de la orilla, Gran Yan pateó a Rolando en la bota y señaló hacia arriba. Garabatos de luz naranja, cientos de ellos, se movían a través del techo de la caverna. Había más de ellos en la orilla opuesta.

—¿Cómo está yendo el Plan, Sr. Héroe? —preguntó Roba A Cualquiera silenciosamente mientras bajaba del casco del muchacho.

—Estoy esperando el momento oportuno —dijo Roland con altivez. Se volvió para mirar a la no-Tiffany—. Yo estoy aquí para sacarla —dijo, tratando de no mirarla directamente a los ojos.

—¿Tú? —dijo la no-Tiffany, como si la idea fuera divertida.

—Bueno, nosotros —se corrigió Roland—. Todo es…

Hubo un golpe cuando el barco tocó tierra en la otra orilla, donde los bogles eran tan espesos como el maíz de pie.

—Habéis de ir, pues —dijo Gran Yan.

Roland tiró de la no-Tiffany por el camino unos pasos y se detuvo. Cuando parpadeaba, el camino era una masa de color naranja que se retorcía. Podía sentir los pequeños tirones en él, no más fuertes que una brisa. Pero estaban en su cerebro, también. Fríos, y mordisqueando. Esto era una estupidez. No podía

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funcionar. Él no sería capaz de hacerlo. No era bueno en este tipo de cosas. Era caprichoso y desconsiderado y desobediente, como sus... tías... decían.

Detrás de él, Wullie Tonto gritó, a su manera alegre:

—¡Haced a las tías estar orgullosas de vos!

Roland media vuelta, de repente enfadado. —¿Mis tías? Déjenme decirles acerca de mis tías…

—¡No hay tiempo, muchacho! —gritó Roba A Cualquiera—. ¡Adelante con eso!

Roland miró a su alrededor, con la mente en llamas.

Nuestros recuerdos son reales, pensó. ¡Y no me detendré por esto!

Se volvió hacia la no-Tiffany y dijo:

—No tengas miedo. —Entonces tendió la mano izquierda y susurró en voz baja—: Recuerdo… una… espada...

Cuando cerró los ojos, allí estaba… tan ligera que apenas la podía sentir, tan delgada que apenas la podía ver, una línea en el aire que estaba hecha sobre todo de nitidez. Había matado a un millar de enemigos con ella, en el espejo. Nunca era demasiado pesada, se movía como parte de él, y aquí estaba. Un arma que cortaba todo lo que aferraba y mentía y robaba.

—Tal vez vos podéis hacer un héroe todo en uno —dijo Roba A Cualquiera pensativo, mientras los bogles se garabateaban a la existencia y morían. Se volvió a Wullie Tonto—. ¿Wullie Tonto? —dijo—. ¿Podéis traer a la mente cuando dije que vos decís a veces exactamente lo correcto?

Wullie Tonto parecía desconcertado.

—Ahora que mencionáis eso, Roba, yo no os recuerdo diciendo nunca eso, nunca.

—Sí —dijo Roba—. Bueno, si yo lo hubiera hecho, ahora mismo hubiera sido una de esas veces.

Wullie Tonto parecía preocupado.

—Está bien sin embargo, ¿no? ¿Dije algo bien?

—Sí. Lo hicisteis, Wullie Tonto. Por primera vez. Estoy orgulloso de vos —dijo Roba.

El rostro de Wullie Tonto se dividió en una sonrisa enorme.

—¡Crivens! Hey, muchachos, dije…

—Pero no te dejes llevar —agregó Roba.

Cuando Roland balanceaba la hoja de aire, los bogles se separaban como tela de araña. Había más, siempre más, pero la línea de plata siempre los encontraba, cortándolos con libertad. Se retiró, intentó nuevas formas, retrocedió ante el calor de la ira en su cabeza. La espada zumbó. Los bogles se enroscaban alrededor de la hoja y zumbaban a la nada en el suelo…

… y alguien estaba golpeando en el casco. Había estado haciéndolo durante bastante tiempo.

—¿Huh? —dijo, abriendo los ojos.

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—Debéis correr afuera —dijo Roba A Cualquiera. Su pecho palpitante, Roland miró a su alrededor. Ojos abiertos o cerrados, las cuevas estaban vacías de rayas naranja. La no-Tiffany le observaba con una extraña sonrisa en su rostro.

—O nos vamos ahora —dijo Roba—, o podéis holgazanear y esperar por algo más, tal vez.

—Y aquí vienen —dijo Billy Granbarbilla. Señaló al otro lado del río. Una masa pura de naranja estaba fluyendo en la cueva, tantos bogles que no había espacio entre ellos.

Roland vaciló, aún luchando por respirar.

—Os diré qué —dijo Roba A Cualquiera en tono tranquilizador—. Si sois un niño bueno y rescatáis a la dama, os traeremos aquí abajo otra vez, con unos bocadillos para que podamos pasar el día.

Roland parpadeó.

—Er, sí —dijo—. Hum... lo siento. No sé lo que pasó en ese momento...

—¡Hora de irnos! —gritó Gran Yan. Roland agarró la mano de la no-Tiffany.

—Y no mires hacia atrás hasta que estemos bien fuera de aquí —dijo Roba A Cualquiera—. Es un poco tradicional.

En la cima de la torre, la corona de hielo apareció en las manos pálidas del Forjainviernos. Brillaba más que los diamantes, incluso bajo la pálida luz del sol. Era de hielo puro, sin burbujas, líneas, o defectos.

—Hice esto para ti —dijo—. La Dama Verano nunca la usará —añadió con tristeza.

Encajaba a la perfección. No se sentía fría.

Él dio un paso atrás.

—Y ahora está hecho —dijo el Forjainviernos.

—Hay algo que tengo que hacer, también —dijo Tiffany—. Pero primero hay algo que tengo que saber. ¿Encontraste las cosas que hacen a un hombre?

—¡Sí!

—¿Cómo te enteraste de lo que eran?

El Forjainviernos le dijo con orgullo acerca de los niños, mientras Tiffany respiraba con cuidado, obligándose a relajarse. Su lógica era muy… lógica. Después de todo, si una zanahoria y dos pedazos de carbón pueden hacer de un montón de nieve un muñeco de nieve, entonces, un cubo grande de sales y gases y metal sin duda debe hacerlo un ser humano. Tenía... sentido. Al menos, sentido para el Forjainviernos.

—Pero, ya ves, necesitas saber toda la canción —dijo Tiffany—. Se trata mayormente de lo que están hechos los humanos. No se trata de lo que son los humanos.

—Había algunas cosas que no pude encontrar —dijo el Forjainviernos—. No tenían sentido. No tenían ninguna sustancia.

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—Sí —dijo Tiffany, asintiendo tristemente—. Las tres últimas líneas, espero, que son el todo el meollo. Realmente lo siento por eso.

—Pero voy a encontrarlas —dijo el Forjainviernos—. ¡Lo haré!

—Espero que lo hagas, un día —dijo Tiffany—. Ahora, ¿alguna vez has oído hablar de Boffo?

—¿Qué es este Boffo? ¡No estaba en la canción! —dijo el Forjainviernos, inquieto.

—Oh, Boffo es cómo los seres humanos cambian el mundo engañándose a sí mismos —dijo Tiffany—. Es maravilloso. Y Boffo dice que las cosas no tienen ningún poder que los seres humanos no pongan allí. Puedes hacer cosas mágicas, pero no puedes hacer un humano de cosas por arte de magia. Es sólo un clavo en tu corazón. Sólo un clavo.

Y ha llegado el momento y sé qué hacer, pensó soñadora. Sé cómo tiene que terminar la Historia. Tengo que terminar esto en la forma correcta.

Tiró del Forjainviernos hacia ella y vio la expresión de asombro en su rostro. Se sintió mareada, como si sus pies no tocasen el suelo. El mundo se convirtió en... más simple. Era un túnel, conduciendo al futuro. No había nada que ver, salvo la cara del frío Forjainviernos, nada para escuchar, sino su propia respiración, nada que sentir, excepto el calor del sol sobre su cabello.

No era el mundo de fuego del verano, pero todavía era mucho más grande que cualquier hoguera nunca podría ser.

Cuando esto me lleva, yo decido ir, se dijo, dejando que el calor se vertiese en ella. Puedo elegir. Elijo hacer esto. Y voy a tener que ponerme de puntillas, agregó.

Tormenta en mi mano derecha. Relámpago en mi mano izquierda.

Fuego sobre mí....

—Por favor —dijo ella—, lleva al invierno lejos. Vuelve a tu montaña. Por favor.

Escarcha enfrente de mí....

—No. Soy Invierno. No puedo ser otra cosa.

—Entonces no puedes ser humano —dijo Tiffany—. Las últimas tres líneas son: "La fuerza suficiente para construir un hogar, el Tiempo suficiente para sostener a un niño, el Amor suficiente para romper un corazón.

Equilibrio... y no tardó en llegar, de la nada, levantándose en el interior.

El centro del subibaja no se mueve. No se siente ni subir ni bajar. Está equilibrado.

Equilibrio... y sus labios eran como hielo azul. Ella lloró, más tarde, por el Forjainviernos que quería ser humano.

Equilibrio... y la vieja Kelda había dicho, una vez:

—Hay un poco dentro de vos que no puede derretirse y fluir.

Tiempo de descongelación.

Cerró los ojos y besó al Forjainviernos...

... y bajó el sol.

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Escarcha al fuego.

Toda la cima del palacio de hielo se derritió en un destello de luz blanca que proyectó sombras en las paredes a un centenar de millas de distancia. Un pilar de vapor rugió, cosido con relámpagos, y hacia fuera por encima del mundo como una sombrilla, cubriendo el sol. Entonces comenzó a caer como una lluvia suave y cálida que abrió pequeños agujeros de gusano en la nieve.

Tiffany, con la cabeza por lo general muy llena de pensamientos, no tenía un pensamiento de sobra. Yacía sobre una losa de hielo en la lluvia suave y escuchaba caer el palacio a su alrededor.

Hay momentos en que todo lo que puedes hacer se ha hecho y no hay nada que hacer ahora, sólo enroscarte y esperar a que el trueno se apague.

Había algo más en el aire, también, un destello de oro que desapareció cuando ella trató de mirarlo y luego volvió a aparecer en la esquina de su ojo.

El palacio se fundía como una cascada. La losa en que yacía medio se deslizó y medio flotó por una escalera que se estaba convirtiendo en un río. Por encima de ella, grandes pilares cayeron, pero pasaron de hielo a un chorro de agua tibia en el aire, de modo que lo que se desplomó fue un rocío.

Adiós a la corona reluciente, pensó Tiffany con un toque de nostalgia. Adiós al vestido hecho de luz danzante, y adiós a las rosas de hielo y los copos de nieve. Era una lástima. Una verdadera lástima.

Y entonces había hierba bajo ella, y tanta agua vertiéndose que se trataba de un caso de levantarse o ahogarse. Se las arregló para ponerse de rodillas, por lo menos, y esperó hasta que fue posible ponerse de pie sin caerse.

—Tienes algo mío, niña —dijo una voz detrás de ella. Se volvió, y la luz dorada se condensó en una forma. Era su propia forma, pero sus ojos eran... extraños, como los de una serpiente. Aquí y ahora, con el rugir del calor del sol aún llenando sus oídos, esto no parecía muy sorprendente.

Lentamente, Tiffany tomó la Cornucopia de su bolsillo y se la entregó.

—Tú eres la Dama Verano, ¿verdad? —preguntó.

—¿Y tú eres la chica de las ovejas que sería yo? —Había un siseo en las palabras.

—¡Yo no quise serlo! —dijo Tiffany apresuradamente—. ¿Por qué te pareces a mí?

La Dama Verano se sentó en el césped. Es muy extraño verte a ti misma, y Tiffany se percató de que había un pequeño lunar en la parte posterior de su cuello.

—Se llama resonancia —dijo—. ¿Sabes qué es eso?

—Significa "vibrar con" —dijo Tiffany.

—¿Cómo sabe eso una chica de las ovejas?

—Tengo un diccionario —dijo Tiffany—. Y soy una bruja, gracias.

—Bueno, mientras estabas tomando mis cosas, he estado tomando las tuyas, inteligente bruja-oveja —dijo la Dama Verano. Estaba haciendo a Tiffany recordar

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mucho a Annagramma. Eso era realmente un alivio. Ella no sonaba sabia, o buena... era sólo otra persona, que resultaba ser muy poderosa, pero no terriblemente inteligente y era, francamente, un poco molesta.

—¿Cuál es tu forma real? —preguntó Tiffany.

—La forma del calor en el camino, la forma del olor de las manzanas. —Bella respuesta, pensó Tiffany, pero nada útil, no como tal.

Tiffany se sentó junto a la diosa.

—¿Estoy en problemas? —preguntó.

—¿A causa de lo que hiciste al Forjainviernos? No. Él tiene que morir todos los años, como yo. Morimos, y dormimos y despertamos. Además... eres entretenida.

—¿Sí? ¿Fui entretenida, verdad? —dijo Tiffany, entrecerrando los ojos.

—¿Qué es lo que quieres? —preguntó la Dama Verano. Sí, pensó Tiffany, igual que Annagramma. No notaría una insinuación de una milla de alto.

—¿Querer? —dijo Tiffany—. Nada. Sólo el verano, gracias.

La Dama Verano parecía perpleja.

—Pero los humanos siempre quieren algo de los dioses.

—Pero las brujas no aceptan pago. El césped verde y el cielo azul bastarán.

—¿Qué? ¡Los tendrás de todos modos! —La Dama Verano sonaba confusa y enojada, y Tiffany era muy feliz por esto, en una pequeña forma rencorosa.

—Bien —dijo.

—¡Salvaste al mundo del Forjainviernos!

—En realidad, lo salvé de una niña tonta, Srta. Verano. Enderecé lo que torcí.

—¿Un simple error? Serías una chica tonta, si no aceptaras una recompensa.

—Me gustaría ser una joven mujer sensata para rechazar una —dijo Tiffany, y se sentía bien decir eso—. El invierno ha terminado. Lo sé. Lo he visto pasar. Cuando me llevó, elegí ir. Yo elegí cuando bailé con el Forjainviernos.

La Dama Verano se puso de pie.

—Notable —dijo—. Y extraño. Y ahora nos separamos. Pero primero, algunas cosas más deben ser tomadas. Levántate, joven mujer.

Tiffany lo hizo, y cuando miró a la cara de Verano, los ojos de oro se convirtieron en pozos que la atrajeron adentro.

Y luego el verano la llenó. Debe haber sido por sólo unos segundos, pero dentro de ellos se prolongó durante mucho más tiempo. Se sentía lo que era ser la brisa a través de maíz verde en un día de primavera, madurar una manzana, saltar con el salmón en los rápidos, las sensaciones vinieron todas a la vez y se fundieron en una gran, gran sensación brillante, de color amarillo dorado del verano...

... que se volvió más caliente. Ahora el sol se puso rojo en un cielo en llamas. Tiffany flotaba en el aire como aceite caliente en la calma abrasadora de los desiertos profundos, donde incluso los camellos mueren. No había una cosa viva. Nada se movía excepto cenizas.

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Flotaba por un lecho de un río seco, con huesos de animales blanco puro en los bancos. No había barro, ni una gota de humedad en el horno de una tierra. Éste era un río de piedras… ágatas listadas, como los ojos de un gato, granates yaciendo sueltos, huevos de trueno con sus anillos de colores, piedras de color naranja, marrón, blanco cremoso, algunas con venas negras, pulidas por el calor.

—Aquí está el corazón del verano —susurró la voz de la Dama Verano—. Témeme tanto como al Forjainviernos. No somos tuyos, a pesar de que ustedes nos dan formas y nombres. Somos fuego y hielo, en equilibrio. No te interpongas entre nosotros otra vez...

Y ahora, por fin, había movimiento. Desde los resquicios entre las piedras llegaron como piedras vivas: bronce y rojo, ámbar y amarillo, blanco y negro, con patrones de arlequín y mortales escamas relucientes.

Las serpientes analizaron el aire hirviendo con lenguas bífidas y sisearon triunfantes.

La visión se desvaneció. El mundo volvió.

El agua se había vertido en la distancia. El viento eterno había rasgado las nieblas y vapores en largas serpentinas de nubes, pero el sol invicto estaba encontrando su camino. Y, como siempre ocurre, y ocurre demasiado pronto, lo extraño y maravilloso se convierte en un recuerdo y un recuerdo se convierte en un sueño. Mañana ya no está.

Tiffany caminaba por el césped donde había estado el palacio. Habían quedado unos cuantos trozos de hielo, pero se irían en una hora. Allí estaban las nubes, pero las nubes se alejaban. El mundo normal presionaba sobre ella, con sus aburridas pequeñas canciones. Estaba caminando en un escenario después de que la obra había terminado y ahora ¿quién podría decir qué había pasado?

Algo chisporroteaba en la hierba. Tiffany se agachó y recogió un trozo de metal. Todavía estaba caliente con lo último del calor que lo había deformado, pero una podía ver que había sido un clavo.

No, no voy a aceptar un don para hacer que el dador se sienta mejor, pensó. ¿Por qué habría de hacerlo? Voy a encontrar mis propios dones. Yo estaba... "entreteniéndola", eso es todo.

Pero él… me hizo las rosas y los témpanos y la escarcha y nunca entendió...

Se volvió de pronto al sonido de voces. Los Feegles llegaban corriendo por la ladera de las colinas, a una velocidad suficiente para que un ser humano pudiera seguir el ritmo. Y Roland lo mantenía, jadeando un poco, con su voluminosa cota de malla haciéndole correr como un pato.

Ella se echó a reír.

Dos semanas más tarde Tiffany volvió a Lancre. Roland la llevó hasta Doscamisas, y el sombrero puntiagudo la llevó el resto del camino. Eso era algo de suerte. El conductor recordaba a la Srta. Tick, y como no había un espacio libre en el techo del coche, él no estaba dispuesto a pasar por todo eso otra vez. Los caminos estaban inundados, las zanjas gorgoteaban, la crecida de los ríos chupaba los puentes.

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Primero visitó a Tata Ogg, a quien tuvo que contar todo. Eso ahorró algún tiempo, porque una vez que le has dicho a Tata Ogg, le has dicho a más o menos a todas las demás. Al oír exactamente lo que Tiffany había hecho al Forjainviernos, ella rió y rió.

Tiffany tomó prestada la escoba de Tata y voló lentamente a través de los bosques hasta la cabaña de la Srta. Traición.

Las cosas se estaban moviendo. En el claro, varios hombres estaban cavando la zona de verduras, y mucha gente esperaba cerca de la puerta, así que aterrizó de nuevo en el bosque, metió la escoba en una madriguera de conejo y el sombrero debajo de un arbusto, y regresó a pie.

Atascado en un abedul donde el sendero entraba en el claro había… un muñeco, tal vez, hecho de un montón de ramas unidas entre sí. Era nuevo, y un poco preocupante. Ésa era probablemente la idea.

Nadie la vio levantar la trampa en la puerta del fregadero ni deslizarse dentro de la casa. Se apoyó contra la pared de la cocina y se quedó en silencio.

Desde la habitación de al lado se oyó la voz inconfundible de Annagramma en su más típica Annagrammática.

—… sólo un árbol, ¿me entienden? Lo cortan y comparten la madera. ¿De acuerdo? Y ahora se dan la mano. Adelante. Lo digo en serio. ¡Correctamente, o de lo contrario voy a enojarme! Bien. Eso se siente mejor, ¿no? No vamos a tener más de esta tontería…

Después de diez minutos de escuchar a la gente siendo regañada, quejada, y punzada en general, Tiffany se deslizó afuera de nuevo, cortó por el bosque, y entró en el claro por la senda. Había una mujer corriendo hacia ella, pero se detuvo cuando Tiffany dijo:

—Perdone, ¿hay una bruja cerca de aquí?

—Ooooh, sí —dijo la mujer, y le lanzó una mirada dura a Tiffany—. Tú no eres de por aquí, ¿verdad?

—No —dijo Tiffany, y pensó: Yo viví aquí durante meses, Sra. Carter, y la vi casi todos los días. Pero yo siempre llevaba el sombrero. La gente siempre habla con el sombrero. Sin el sombrero, estoy disfrazada.

—Bueno, está la Srta. Hawkins —dijo la Sra. Carter, como si fuese reacia a dar un secreto—. Tenga cuidado, sin embargo. —Ella se inclinó hacia delante y bajó la voz—. ¡Ella se convierte en un terrible monstruo cuando está enojada! ¡La he visto! Ella está bien con nosotros, por supuesto —agregó—. ¡Muchas de las brujas jóvenes han venido a aprender cosas de ella!

—¡Cielos, ella debe ser buena!

—Ella es increíble —prosiguió la Sra. Carter—. ¡Había estado aquí sólo cinco minutos y parecía saber todo sobre nosotros!

—Sorprendente —dijo Tiffany. Uno pensaría que alguien anotó todo. Dos veces. Pero eso no sería lo suficientemente interesante, ¿verdad? ¿Y quién iba a creer que una bruja real compraba su cara en Boffo?

—Y tiene un caldero con burbujas verdes —dijo la Sra. Carter con gran orgullo—. Caen por los lados. Eso es brujería correcta, eso es.

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—Así parece —dijo Tiffany. Ninguna bruja que hubiera conocido había hecho nada con un caldero aparte de guiso, pero de alguna manera la gente creía en su corazón que el caldero de una bruja debe burbujear verde. Y debe ser por eso que el Sr. Boffo vendía el Item # 61 Equipo de Caldero con Burbujas Verdes, $ 14, bolsitas extra de Verde, $ 1 cada una.

Bueno, funcionó. Probablemente no debería, pero la gente era la gente. No creía que Annagramma estuviera particularmente interesada en una visita en este momento, en especial de alguien que había leído todo el catálogo Boffo, por lo que recuperó su escoba y se dirigió a casa de Yaya Ceravieja.

Había un gallinero en el jardín de atrás ahora. Había sido cuidadosamente tejido de avellano flexible y venían contentos werks desde el otro lado.

Yaya Ceravieja estaba saliendo por la puerta de atrás. Miró a Tiffany como si la niña acabara de regresar de un paseo de diez minutos.

—Tengo asuntos en la aldea en este momento —dijo—. No me preocuparía si vinieras, también. —Eso era, viniendo de Yaya, tan bueno como una banda de música y un pergamino iluminado de bienvenida. Tiffany se puso al lado de ella cuando marchó a lo largo de la senda.

—¿Espero encontrarla bien, Sra. Ceravieja? —dijo, apresurándose para mantener el ritmo.

—Todavía estoy aquí después de otro invierno, eso es todo lo que sé —dijo Yaya—. Te ves bien, niña.

—Oh, sí.

—Vimos el vapor desde aquí —dijo Yaya.

Tiffany no dijo nada. ¿Eso era todo? Bueno, sí. De Yaya, eso sería todo.

Después de un tiempo Yaya dijo:

—¿Has vuelto a ver a tus jóvenes amigos, eh?

Tiffany respiró hondo. Ella había pasado por esto en su cabeza docenas de veces: qué le diría, qué diría Yaya, lo que iba a gritar, lo que Yaya gritaría...

—Usted lo planeó, ¿no? —dijo—. Si a usted sugería una de las otras, ellas probablemente tendrían la cabaña, por lo que me sugirió. Y usted lo sabía, sólo sabía que yo le había ayudado. Y todo está resuelto, ¿no? Apuesto a que todas las brujas en la montaña ahora saben lo que pasó. Apuesto a que la Sra. Earwig hierve. Y lo mejor de todo es que nadie resultó herido. Annagramma ha cogido donde la Srta. Traición dejó, todos los aldeanos son felices, ¡y usted ganó! Oh, espero que me dirá que era para mantenerme ocupada y enseñarme cosas importantes y dejar de pensar en el Forjainviernos, ¡pero usted todavía ganó!

Yaya Ceravieja caminaba tranquilamente. Luego dijo:

—Veo que tienes tu baratija de nuevo.

Era como tener un rayo y luego no escuchar un trueno, o lanzar una piedra a un estanque y no escuchar un chapoteo.

—¿Qué? Oh. El caballo. ¡Sí! Mire, yo…

—¿Qué clase de pescado?

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—Er... lucio —dijo Tiffany.

—¿Ah? A algunos les gusta, pero son demasiado fangosos para mi gusto.

Y eso fue todo. En la calma de Yaya no tenía a dónde ir. Podía darle la lata, podía quejarse, y no haría ninguna diferencia. Tiffany se consolaba con el hecho de que al menos Yaya sabía que ella sabía. No era mucho, pero era todo lo que iba a conseguir.

—Y el caballo no es la única baratija que veo —continuó Yaya—. Magik, ¿verdad? —Ella siempre pegaba una K en el final de cualquier magia que desaprobaba.

Tiffany miró el anillo en su dedo. Tenía un brillo opaco. Nunca se oxidaría mientras ella lo llevara, le había dicho el herrero, a causa de los aceites en su piel. Él se había tomado incluso el tiempo de cortar pequeños copos de nieve en él con un cincel pequeño.

—Es sólo un anillo hecho de un clavo —dijo.

—Hierro suficiente para hacer un anillo —dijo Yaya, y Tiffany se detuvo en seco. ¿Ella realmente entraba en la mente de las personas? Tenía que ser algo así.

—¿Y por qué decidiste que querías un anillo? —dijo Yaya.

Por todo tipo de razones que nunca alcanzaron a ser claras en la cabeza de Tiffany, lo sabía. Lo único que pudo pensar en decir fue:

—Me pareció una buena idea en ese momento. —Esperó la explosión.

—Entonces probablemente lo era —dijo Yaya con suavidad. Se detuvo, señaló afuera de la senda —en la dirección de la aldea y la casa de Tata Ogg—, y dijo—: Yo puse la valla que lo rodea. Tiene otras cosas protegiéndolo, puedes estar segura de eso, pero algunos animales son demasiado estúpidos para asustarse.

Era el retoño del roble, ya de cinco pies de altura. Una valla de postes y ramas entretejidas lo rodeaban.

—Creciendo rápido, para un roble —dijo Yaya—. Estoy manteniendo un ojo sobre él. Pero vamos, no me lo quiero perder. —Se puso de nuevo en marcha, cubriendo velozmente el terreno. Desconcertada, Tiffany corrió tras ella.

—Perder, ¿qué? —dijo jadeando.

—¡El baile, por supuesto!

—¿No es demasiado pronto para eso?

—No aquí arriba. ¡Se inicia aquí!

Yaya se apresuró a lo largo de pequeños caminos y detrás de los jardines y salió a la plaza del pueblo, que estaba llena de gente. Se habían instalado pequeños puestos de venta. Muchas personas se encontraban alrededor, en la algo inútil forma de “¿por qué-estamos-aquí?” de las multitudes que están haciendo lo que sus corazones desean hacer, pero que las cabezas sienten vergüenza por ello, pero al menos había cosas calientes en palillos para comer. Había muchos pollos blancos, también. Muy buenos los huevos, le había dicho Tata, por lo que habría sido una lástima matarlos.

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Yaya se dirigió a la parte delantera de la multitud. No hubo necesidad de empujar a la gente fuera del camino. Se hacían a un lado, sin darse cuenta.

Habían llegado justo a tiempo. Los niños llegaron corriendo por la carretera hasta el puente, apenas por delante de los bailarines que, a medida que caminaban, parecía hombres bastante acogedores y comunes, hombres que Tiffany había visto muchas veces, trabajando en la forja o conduciendo carros. Todos llevaban ropas blancas, o al menos ropa que había sido blanca una vez, y como el público, que se veía un poco avergonzado, sus expresiones sugerían que todo esto era sólo un poco de diversión, realmente, no para ser tomado en serio. Incluso estaban saludando a la gente en la multitud. Tiffany miró a su alrededor y vio a la Srta. Tick, y a Tata, e incluso a la Sra. Earwig... casi todas las brujas que ella conocía. Ah, y estaba Annagramma, sin los pequeños dispositivos del Sr. Boffo, y luciendo muy orgullosa.

No fue así el otoño pasado, pensó. Estaba oscuro y silencioso y solemne y oculto, todo lo que esto no es. ¿Quién lo miraba desde las sombras?

¿Quién lo mira ahora a la luz? ¿Quién está aquí en secreto?

Un tambor y un hombre con un acordeón se abrieron paso entre la multitud, junto con el dueño de la taberna local con ocho pintas de cerveza en una bandeja (porque ningún hombre crecido va a bailar delante de sus amigos con cintas en su sombrero y campanas en el pantalón, sin una perspectiva clara de una gran bebida).

Cuando el ruido se hubo apagado un poco, el tamborilero golpeó el tambor un par de veces y el acordeonista tocó un largo acorde, la señal legal que un baile de Morris está a punto de comenzar, y las personas que esperaban alrededor después de esto sólo podían culparse a sí mismos.

La banda de dos hombres arrancó. Los hombres, en dos líneas de tres enfrentadas, contaron los golpes y saltaron... Tiffany se dirigió a Yaya cuando doce botas claveteadas se estrellaron contra el suelo, levantando chispas.

—Dígame cómo eliminar el dolor —dijo, por encima del ruido de la danza.

¡Crash!

—Es difícil —dijo Yaya, sin dejar de mirar a los bailarines. Las botas hicieron crash de nuevo.

—¿Puede sacarlo del cuerpo?

¡Crash!

—A veces. U ocultarlo. O hacer una jaula para él y llevarlo. Y todo es peligroso, y te va a matar si no lo respetas, joven mujer. Es todo costo y sin beneficios. Me pides que te diga cómo poner la mano en la boca del león.

¡Crash!

—Debo saber, para ayudar al barón. Está malo. Hay mucho que tengo que hacer.

—¿Eso es lo que eliges hacer? —dijo Yaya, aún mirando.

—¡Sí!

¡Crash!

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—¿Ése es tu Barón que no gusta de las brujas? —dijo Yaya, su mirada yendo de cara en cara por la multitud.

—Pero, ¿quién gusta de las brujas hasta que necesita una, Sra. Ceravieja? —dijo Tiffany con dulzura.

¡Crash!

—Éste es un ajuste de cuentas, Sra. Ceravieja —agregó Tiffany. Después de todo, una vez que has besado al Forjainviernos, estás de humor para atreverte. Y Yaya Ceravieja sonrió, como si hubiera hecho todo lo que se esperaba de ella.

—¡Ja! ¿Es ahora? —dijo—. Muy bien. Ven a verme otra vez antes de irte, y vamos a ver lo que puedes llevar contigo. Y espero que puedas cerrar las puertas que estás abriendo. ¡Ahora mira a la gente! ¡A veces la ves!

Tiffany prestó atención a la danza. El Bufón había aparecido sin que ella se diera cuenta, vagando alrededor, recogiendo dinero en su sombrero de copa grasiento. Si una muchacha se veía como si fuera a chillar si la besaba, le daba un beso. Y a veces, sin previo aviso, saltaba a la danza, girando través de los hombres sin poner nunca un pie en el lugar equivocado.

Entonces Tiffany la vio. Los ojos de una mujer al otro lado del baile brillaron dorados, sólo por un momento. Una vez que la hubo visto, ella la vio una vez más… en los ojos de un niño, una niña, el hombre sosteniendo la cerveza, moviéndose para ver el Bufón…

—¡Verano está aquí! —dijo Tiffany, y se dio cuenta de que estaba golpeando con el pie al compás; se dio cuenta porque una bota más pesada acababa de pisarlo y lo bajaba con suavidad pero con firmeza al suelo. Junto a él, Tú la miró en la inocencia de ojos azules, que se convirtieron, durante un breve fragmento de un segundo, en los perezosos ojos dorados de una serpiente.

—Ella está destinada a ser —dijo Yaya Ceravieja, quitando su bota.

—¿Unas pocas monedas de cobre para la suerte, señorita? —dijo una voz cercana, y oyó el ruido de monedas que se agitaban en un viejo sombrero.

Tiffany se volvió y miró los ojos de color púrpura-gris. El rostro alrededor de ellos era arrugado, bronceado y sonriente. Tenía un pendiente de oro.

—¿Un cobre o dos de la bella dama? —engatusaba—. ¿Plata u oro, tal vez?

A veces, pensó Tiffany, simplemente sabes cómo debería ir todo...

—¿Hierro? —dijo, tomando el anillo del dedo y soltándolo en el sombrero.

El Bufón lo tomó, con delicadeza, y lo voló en el aire. Los ojos de Tiffany lo siguieron, pero de alguna manera ya no estaba en el aire, sino brillando en el dedo del hombre.

—El hierro alcanza —dijo, y le dio un súbito beso en la mejilla.

Era apenas frío.

Las galerías en el interior del montículo Feegle estaban llenas, pero silenciosas. Esto era importante. El honor del clan estaba en juego aquí.

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En el medio había un libro grande, más alto que Roba y lleno de coloridas imágenes. Estaba bastante embarrado por su viaje hacia abajo en el montículo. Roba había sido desafiado. Durante años había pensado de sí mismo como un héroe y, entonces la hag de hags había dicho que no lo era, no en realidad. Y bien, uno no podía discutir con la hag de hags, pero él estaba tae contestando el desafío, oh sí, lo haría, o su nombre no era Roba A Cualquiera.

—¿Dónde está mi vaca? —leyó—. ¿Es eso mi vaca? ¡Hace cloc! ¡Es un... un… pollo! ¡No es mi vaca! Y entonces hay esta pequeña pintura de una pareja de pollos. Eso es otra página, ¿no?

—En efecto, lo es, Roba —dijo Billy Granbarbilla.

Hubo una ovación de la asamblea de Feegles cuando Roba corrió alrededor del libro, agitando las manos en el aire.

—Y éste es mucho más difícil que Abker, ¿verdad? —dijo, cuando hubo hecho el circuito—. ¡Ése fue uno fácil! Y una trama muy predecible. Quien escribió ese libro no se estresó a sí mismo, en mi opinión.

—¿Quieres decir El ABC? —dijo Billy Granbarbilla.

—Sí. —Roba A Cualquiera saltó arriba y abajo y golpeó el aire un par de veces—. ¿Tienes algo un poco más duro?

El gonnagle miró la pila de libros maltratados que los Feegles habían, de diversas maneras, recogido.

—Algo en que pueda clavar mis dientes —añadió Roba—. Un gran libro.

—Bueno, éste se llama Principios de Contabilidad Moderna —dijo Billy, dubitativo.

—¿Y es un gran libro heroico para leer? —dijo Roba, corriendo en el acto.

—Sí. Probablemente, pero…

Roba A Cualquiera levantó una mano para pedir silencio y miró a Jeannie, que tenía una multitud de pequeños Feegles a su alrededor. Ella le sonreía, y sus hijos estaban mirando a su padre con asombro silencioso. Un día, pensó Roba, serán capaces de caminar hasta incluso las palabras más largas y darles una buena patada. ¡Ni siquiera las comas y los tramposos punto y coma los detendrán!

Tenía que ser un héroe.

—¡Me estoy sintiendo bueno sobre esto de la lectura! —dijo Roba A Cualquiera—. ¡Tráelo!

Y leyó Principios de Contabilidad Moderna toda la mañana, pero sólo para que fuese interesante, puso muchos dragones en él.

Nota del autor

La danza Morris...

... Tradicionalmente se bailaba el 1 de mayo, para dar la bienvenida al verano. Su historia es un poco confusa, posiblemente debido a que a menudo se bailaba

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cerca de tabernas, pero ahora es el baile popular inglés. Los bailarines por lo general visten de blanco, y tienen campanas cosidas en su ropa. Es bailado por hombres y mujeres, y es sin duda bailada en los Estados Unidos también.

Lo sé porque vi un Morris Oscuro bailado en una librería de Chicago hace algunos años.

Yo había inventado el Morris Oscuro para otro libro llamado El Segador (al menos creo que lo he inventado), y un equipo de Morris (conocido oficialmente como un equipo) se presentó de negro, sólo para mí. Lo bailaron en silencio y tiempo perfecto, sin la música y las campanas del baile de "verano".

Fue hecho maravillosamente. Pero también era un poco espeluznante. Por lo tanto, podría no ser una buena idea probar en casa....

Acerca del Autor

Terry Pratchett es uno de los escritores más populares del mundo. Su primer cuento fue publicado cuando tenía 13 años, y su primer libro fue publicado cuando tenía 23 años. Las novelas del Sr. Pratchett se han traducido a más de dos docenas de idiomas, y han vendido más de 45 millones de copias. Recibió el honor más alto de Gran Bretaña para un libro para niños, la Medalla Carnegie, por EL ASOMBROSO MAURICE Y SU ROEDORES EDUCADOS.

El Sr. Pratchett tiene una hija ya crecida y vive en Inglaterra con su esposa y varios gatos.

www.terrypratchettbooks.com

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