MORENO SARDÀ. Arquetipo Viril... Extracto

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    Moreno Sard, Amparo (1986), El Arquetipo Viril protagonista de la historia. Ejercicios de

    lectura crtica no androcntrica

    Presentacin (pp. 9-15)

    Al iniciarse el curso 1978-1979 y exponer mi programa de Historia de la Comunicacin Social a

    mis alumnas y alumnos de la Facultad de Ciencias de la Informacin de la Universidad

    Autnoma de Barcelona, una de ellas observ, con toda razn, que era tan machista como

    todos los de esta casa.

    Haca entonces diez aos que haba concluido mi licenciatura en la Facultad de Historia de la

    Universidad de Valencia. All, gracias a la actitud intelectual y humana de mis profesores los

    doctores Joan Regl, Emili Giralt, Alfons Cuc, Anton Ubieto, Miquel Tarradell y a

    conversaciones con compaeras y compaeros de pasillos de aquel vetusto edificio, haba

    descubierto algo que ha constituido despus un eje central de mis pensamientos: que el

    estudio del pasado debe orientarse a la comprensin del presente a fin de transformarlo en

    una vida social ms humana. En consecuencia, mi participacin activa en el Movimiento

    Feminista, tal como se configur al amparo del Ao Internacional de la Mujer, me haba

    conducido a elaborar mi personal reflexin histrica sobre las divergencias y conflictos que

    surgan constantemente en su seno, en una obra publicada dos aos antes por la Editorial

    Anagrama (Mujeres en lucha. El movimiento feminista en Espaa). Sin embargo, mi inquietud

    por la problemtica que como mujer viva no haba logrado alterar mis planteamientos

    docentes de la Historia, sin duda porque las exigencias que la actividad acadmica universitaria

    establece prioritariamente no me dejaban ni tiempo para profundizar en el problema de la

    mujer, tema considerado especializado y, por qu no decirlo, marginal y secundario.

    La crtica de mi alumna no modific mis condiciones de trabajo. Pero me afect

    profundamente. Puso el dedo en la llaga de esa escisin entre prctica y teora que me

    desazonaba. Me pregunt, decididamente, hasta qu punto los libros de historia que yo haba

    estudiado y segua estudiando, la historia que a mi turno ofreca en clase, olvidaban la realidad

    histrica de las mujeres, es decir, los problemas que yo viva por el hecho de ser mujer. Y,

    tambin, si tales obras, si el discurso histrico, la forma acadmica habitual de explicar el

    pasado, olvidan la realidad de al menos la mitad de la poblacin, de quin nos hablan? Dado

    que no poda dedicarme a fondo a las aportaciones de la historiografia feminista -por entonces

    todava escasas-, decid empezar a tomar nota de cuanto hallara sobre las mujeres en las obras

    que consultaba. Y pronto pude comprobar que tales referencias eran notablemente ms raras

    de lo que sospechaba, a menudo meros contrapuntos o ironas que servan para contrastar o

    aligerar los textos; y, al mismo tiempo, que, en contra de lo que haba aprendido a creer, no

    todo lo que se dice de el hombre, de los hombres, o de cualquier otro masculino presunta

    mente genrico, puede identificarse con lo humano, es decir, con cualquier ser humano,

    mujer u hombre. Descubr, as, que solemos utilizar los masculinos de forma ambigua, en

    ocasiones para referirnos slo a los hombres, en otras como generalizadores de lo humano, sin

    molestarnos en especificar el sentido que les damos, quiz porque ni siquiera nos paramos a

    pensarlo.

    Por entonces, los pre-supuestos tericos sobre los que trabajaba en la elaboracin de la

    Historia de la Comunicacin Social eran los del anlisis marxista, los del desideratum de una

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    historia total en la lnea de Pierre Vilar. De ah que mi indagacin acerca del pasado histrico

    de las mujeres haya sido siempre indagacin acerca de las diversas relaciones entre mujeres y

    hombres; por tanto, tratar de clarificar la articulacin entre hegemona de clase, hegemona de

    sexo y otras formas de hegemona que se dan en la vida social y sin embargo poco atendidas

    en el discurso acadmico (por ejemplo, el etnocentrismo). De ah, tambin, que

    interrelacionase todo esto con otros problemas: la relacin entre ideologa y organizacin

    socioeconmica y poltica, la materialidad de lo ideolgico y la ideologa que se desprende de

    lo material; y la transformacin histrica de la articulacin entre lo privado y lo pblico que nos

    acerca a la articulacin social entre las relaciones comunicativas interpersonales y la

    comunicacin de masas. Pero fue, sin duda, el problema de las relaciones histricamente

    conflictivas entre mujeres y hombres, y su exclusin del discurso histrico acadmico, lo que

    acab por hacer aicos esquemas tericos que hasta entonces haba considerado

    esencialmente vlidos y me llev a proponerme formular una historia total no androcntrica,

    cuyos rasgos elementales expuse en un par de artculos publicados en L'Aven, a principios de

    1981.

    Todo este proceso fue, pues, consecuencia de afinar mis antenas comprensivas tratando de

    descubrir ya no slo qu se deca de la mujer en los libros de historia y otras ciencias sociales,

    sino tambin qu se deca del hombre, a quin se referan los distintos masculinos de los

    diversos textos que lea. Llegu a la conclusin de que ste era un problema clave del discurso

    acadmico y tambin del discurso informativo. En primer lugar, por la ambigedad y el

    confusionismo que conlleva, en unos textos que se precian de claridad conceptual, precisin y

    rigor. Pero, adems, porque a la sombra de esta ambigedad conceptual se oculta una

    particular concepcin de lo humano que se presenta como lo humano por excelencia, lo que

    permite considerar natural un sistema de valores particular y partidista y que yo considero in-

    humano por anti-humano, es decir, por basarse en la hegemona de unos seres humanos sobre

    otros.

    As llegu a la conclusin, al finalizar el verano de 1981, de que cuanto se dice del hombre

    corresponde, no a cualquier ser humano, mujer u hombre de cualquier condicin, ni siquiera a

    cualquier hombre, sino a lo que defin como el arquetipo viril: un modelo humano imaginario,

    fraguado en algn momento de nuestro pasado y perpetuado en sus rasgos bsicos hasta

    nuestros das, atribuido a un ser humano de sexo masculino, adulto y cuya voluntad de

    expansin territorial y, por tanto, de dominio sobre otras y otros mujeres y hombres le

    conduce a privilegiar un si tema de valores que se caracteriza, como ya resalt Simone de

    Beauvoir, por valorar positivamente la capacidad de matar (legitimada, por supuesto, en

    ideales considerados superiores, trascendentes) frente a la capacidad de vivir y regenerar la

    vida armnicamente, Tanatos frente a Eros. Y este ingrediente elemental del discurso histrico

    y de las restantes ciencias sociales, esta conceptualizacin de lo humano a la medida del

    arquetipo viril, vicia de raz las formas mediante las cuales hemos aprendido a pensar nuestra

    existencia humana, con las que nos hemos habituado a reflexionar sobre los problemas que

    hoy vivimos y, por tanto, a formular interrogantes al pasado.

    No me result fcil demostrarlo acadmicamente. Esta fue la tarea de mi tesis doctoral que

    pude leer, al fin, en octubre de 1984, en la Facultad de Historia de la Universidad de Barcelona,

    Una lectura atenta de La Poltica de Aristteles me permiti poner al descubierto y mostrar

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    que este padre del saber lgico-cientfico y poltico habla contribuido de forma decisiva a

    acuar racionalmente esta conceptualizacin de lo viril, su universo mental y su sistema de

    valores, y a legitimarlo como lo natural-superior- humano. Sin embargo, lo que el filsofo

    haba expuesto tan ntidamente, se tornaba opaco en las obras de historia del pensamiento de

    amplio uso en la Universidad, que explican su obra y la de los restantes padres del saber

    acadmico. En ellas, estudiosos y estudiosas de nuestro tiempo, lejos ya de argumentar la

    superioridad que Aristteles atribuy a los varona adultos de raza griega, esposos-padres-

    amos de esclavos, identifican su sistema de valores con lo humano, sin tener en cuenta que se

    excluye, as, tomar en consideracin otros muchos aspectos de la vida social -a los que el

    filsofo se refiri para elaborar sus argumentos- que permiten poner en tela de juicio la

    valoracin positiva de esta voluntad de dominio expansivo propia del arquetipo viril. Es decir:

    el discurso acadmico actual no slo es decididamente androcntrico, sino que, adems,

    encubre esa perspectiva particular partidista al identificarla con lo humano. De ah que

    tengamos que hablar de la opacidad androcntrica del discurso en la actualidad.

    Cmo hemos podido incurrir en tal confusin? Sin duda porque en nuestro paso por los

    distintos niveles del sistema educativo hemos aprendido a operar mentalmente con este

    modelo humano particular, como si se refiriese a lo humano, a confundir lo viril con lo propio

    de cualquier ser humano, mujer u hombre, y as, hemos asimilado su universo mental, su

    sistema de valores y su forma de conocer para llevar a cabo sus propsitos de hegemona

    expansiva, como si se tratase de lo natural-superior- humano. Luego, a medida que nos hemos

    ido integrando, ya adultas y adultos en los escenarios pblicos, en los distintos cuerpos

    profesorales, transmitimos a nuestra vez a alumnas y alumnos, generacin tras generacin,

    esta creencia profunda, sin que tengamos tiempo ni ocasin para paramos a reflexionar sobre

    esta cuestin tan elemental y sencilla, sin que, por su parte, alumnas y alumnos, ms

    pendientes de superar pruebas y exmenes que de lo que aprenden, puedan encontrar

    posibilidades de rplica. Y as vamos reproduciendo los parmetros mentales propios del Saber

    vinculado al Poder, propios del arquetipo viril, que gobiernan profundamente el conocimiento

    acadmico lgico- cientfico, considerado, adems, como e! conocimiento por excelencia,

    liberador de ignorantes. ste es, tambin, el modelo humano con el que opera el discurso

    poltico y quiz a ello hay que achacar la incapacidad de que hace gala la actividad poltica para

    resolver los problemas que hoy vivimos.

    De ah mi inters por realizar una re-lectura crtica de los manuales que se publican para

    alumnos y alumnas de Bachiller: en ellos se condensan las claves conceptuales y las lneas

    bsicas del discurso histrico considerado socialmente vlido y legitima do oficialmente, de

    forma resumida, por tanto, ms fcilmente aprehensibles que si hubiera recurrido a las

    numerosas obras especializadas que se utilizan en la Universidad, y que en lneas generales

    parten de los mismos pre-supuestos, a menudo slo modificados por las restricciones del

    saber especializado. Adems, con estas lecturas crticas no pretendo tanto criticar a otros

    autores o autoras, como utilizar la ocasin pan practicar el des- aprendizaje autocrtico, para

    reaprender desaprendiendo, como me dijo un da una alumna, apasionante tarea que no

    obstante resulta ms difcil que aprender por primera vez, tal como nos advirti Aristteles.

    Gracias a una subvencin que me concedi en 1984 el Instituto de la Mujer del Ministerio de

    Cultura, he podido realizar la lectura crtica no-androcntrlca de manuales de historia de BUP

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    que ofrezco en estas pginas. Esta ayuda econmica me permiti contar con la colaboracin

    de Carlos M. Ruiz Caballero, que durante varios meses se ocup pacientemente del rastreo y

    cuantificacin de las referencias a mujer y las referencias masculinas que aparecen en los

    manuales analizados, y de su ordenacin en las casi cuatrocientas fichas que reposan en los

    archivos del Instituto de la Mujer por si alguien desea consultadas.

    Se advertir que el anlisis de los manuales se limita, en el primer nivel cuantitativo, a dos, uno

    de historia universal y otro de historia de Espaa, ambos de la Editorial Vicens Vives, que es la

    que tiene una ms amplia difusin (correspondientes a primer y tercer curso de BUP,

    respectivamente), y que el segundo nivel de anlisis se ha limitado al manual que expone el

    discurso de la historia universal. Estas restricciones obedecen a la escasez de recursos

    econmicos. No obstante, considero que los resultados obtenidos resultan ya suficientemente

    significativos puesto que nos desvelan los parmetros mentales bsicos de la opacidad

    androcntrica del discurso histrico.

    Soy consciente de que es mucho ms fcil leer crticamente que escribir sin incurrir en lo

    criticado, acaso porque no slo el concepto hombre, sino otros muchos que configuran el

    universo mental viril presentado como humano, las normas de correccin gramatical y

    sintctica, y las que pautan el orden textual pertinente acadmicamente, vician, desde su raz,

    nuestros pensamientos. Por tanto, no debe extraar, ni a m ni a nadie que lea lo que he

    escrito, que incurra en ocasiones en vicios que crtico, Es ms, agradecer cualquier

    sugerencia, cualquier crtica o comentario que deseis hacerme quienes leis estas pginas y,

    des de luego, cualquier informacin sobre experiencias similares: nuestras preocupaciones se

    tornan ms llevaderas en la medida en que podemos compartirlas con otras personas y,

    adems, la comunicacin enriquece siempre nuestras particulares perspectivas, las matiza y las

    hace ms tangibles, lo que resulta de gran utilidad para que se esfumen esos fantasmas

    mentales que a me nudo nos acechan a quienes trabajamos como especialistas en productos

    cerebrales.

    Ciertamente, si en los ltimos cinco aos he podido adentrarme en el orden androcntrico del

    discurso histrico y su opacidad sin naufragar, ha sido gracias a la comprensin y al apoyo que

    he encontrado entre numerosas personas, amigas y amigos, alumnas y alumnos, y tambin

    entre algunas profesoras y profesores universitarios. Pero, tambin, a pesar de la resistencia

    que he hallado entre otras personas, en especial entre algunos profesores y profesoras

    universitarios cuya incomprensin disfrazada de argumentos dogmticos y hasta inquisitoriales

    me ha servido de aliciente para proseguir en la clarificacin del Saber Viril como sistema de

    creencias asumido inconscientemente. Todas estas aportaciones, especialmente las de

    alumnas y alumnos de Bellaterra que se han prestado a realizar los ejercicios de lectura crtica

    no-androcntrica de obras diversas que les he propuesto en los ltimos cursos me han

    ayudado a desaprender muchas cosas y a tomar en consideracin otras muchas que haba

    aprendido a olvidar. Citar a todas estas personas seria incurrir en un orden preferencial

    impuesto por el propio orden textual, que prefiero evitar, y hasta en exclusiones que

    lamentara. Por ello, prefiero dedicar este cuaderno inacabado a cuantas personas, con su

    amistad cmplice, me han ayudado a constatar que los seres humanos, mujeres y hombres,

    aspiramos a relacionarnos armnicamente aun cuando hayamos aprendido a no creer en ello,

    punto de partida bsico de la perspectiva no-androcntrica que propongo. Entre estas

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    personas se encuentran Mireia Bofia, que consider interesante publicar mi texto, y Ma.

    Carmen Garca Nieto, que ha escrito el prlogo.

    He dividido el texto en dos partes. La primera (que contiene unas cuantas pginas de mi tesis

    doctoral), constituye una aproximacin terica al problema del androcentrismo en el discurso

    histrico, para lo cual parto de la distincin entre dos trminos, que suelen utilizarse como

    sinnimos aunque no lo son: sexismo y androcentrismo. En ella expongo las razones por las

    que considero es necesario no limitar nuestro anlisis al sexismo, sino que hemos de ampliar

    nuestra capacidad comprensiva al funcionamiento global de la vida social y por tanto a la

    articulacin de las divisiones sociales que condensa el trmino androcentrismo. En la segunda

    parte creo que se demuestra claramente, a partir de los ejercicios de lectura crtica no-

    androcntrica, la pobreza reflexiva en que podramos incurrir si solamente atendemos a la

    divisin social en razn del sexo, ya que el hombre que aparece como protagonista de la

    historia no es cualquier humano, mujer u hombre de cualquier condicin, ni siquiera cualquier

    hombre, sino el arquetipo viril. Dado que el saber hegemnico actualmente se presenta como

    racional, ocultando el sustrato simblico-religioso sobre el que se fundamenta, he querido

    concluir con unas breves reflexiones acerca de esta cara oculta del Saber Viril, acaso la ms

    importante y compleja aportacin de la lectura crtica no-androcntrica en la que habr que

    profundizar ms.

    Ciertamente, uno de los defectos en que incurre, con excesiva frecuencia, el discurso

    feminista, es hablar de la mujer sin matizar las diferentes divisiones sociales que confluyen

    tambin las mujeres. Esta limitacin de la atencin a la divisin social en razn del sexo,

    eludiendo su articulacin con otras divisiones sociales, hace que a menudo el discurso

    feminista caiga en sexismo que critica, aunque lo formule con imagen de mujer, y hasta

    aparezca impregnado de unas imgenes elitistas y jerrquicas que llevan a distinguir entre las

    feministas y... las otras como si las mujeres que no han adoptado los planteamiento feministas

    fueran, por definicin, ms sumisas y hasta ignorantes que las que los han adoptado. De ah la

    incapacidad para articular esa crtica radical, es decir, desde las races del orden social, que

    tericamente dice propugnar. La distincin entre sexismo y androcentrismo nos aproxima al

    debate en tomo al feminismo de la igualdad y el feminismo de la diferencia y aun a otro

    menos explicitado pero que se deriva de todo lo anterior: las dos corrientes que conviven

    contradictoria y conflictivamente en el movimiento feminista, y que permiten, una, el acceso u

    mujer al poder y, la otra, cuestionar radicalmente el poder. Dirase incluso que la primera -que

    suele tener mayor audiencia en los medios de comunicacin de masas- podra servir, ante la

    profunda crisis de la hegemona androcntrica a que hoy asistimos, para dar una alternativa

    que no pasara de la simple sustitucin de los varones hegemnicos por mujeres hegemnicas,

    para transformar la hegemona androcntrica en una hegemona ginecocntrica. Pienso que

    para eso no vala la pena tanto es fuerzo. Y, adems, que no son stas las intenciones de

    muchas de las mujeres que nos identificamos como feministas. De ah mi deseo de plantear

    pblicamente un debate en tomo al androcentrismo y sus repercusiones. Un debate que

    considero necesario realizar entre todas aquellas personas, mujeres y hombres, preocupadas

    por un saber acadmico y poltico que muestra cada da ms sus insuficiencias para avanzar

    hacia unas formas de vida social ms humanas.

    Tortosa-Barcelona, enero de 1986

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    Parte II: Ejercicios de lectura crtica no androcntrica. El arquetipo viril protagonista de la

    historia (pp. 52-68)

    Puntos de partida y metodologa

    Como he explicado en la Presentacin, el primer objetivo que me propuse cuando empec a

    realizar lo que ahora llamo ejercicios de lectura crtica no-androcntrica, fue rastrear las

    referencias a mujer que aparecieran en los distintos libros que lea. stas suelen ser ms

    escasas de lo que suponemos, a menudo meros contrapuntos irnicos o anecdticos que

    permiten aligerar el texto. Estas referencias a mujer me llevaron a prestar atencin a qu se

    deca del hombre: los masculinos en ocasiones slo se refieren a hombres, y aun a hombres

    muy concretos, y en ocasiones presuntamente generalizan lo humano, sin que suela

    explicitarse en qu sentido se usan. As, las normas de correccin lingstica a las que nos

    hemos habituado en el proceso de socializacin, nos llevan a pre-suponer, sin pensarlo ms,

    que cuanto se dice o decimos del hombre, de los hombres, nosotros, los catalanes, los

    romanos, los franceses, los espaoles.., o cualquier otro trmino similar, puede generalizarse

    al conjunto de mujeres y hombres. Pero esto no es tan claro cuando se lee, se escribe, se

    piensa tomando en consideracin las diferenciadas condiciones histricas de la vida de

    mujeres y hombres de distintas condiciones histrico-culturales.

    La lectura atenta me puso de manifiesto, adems, que a travs del conducto gramatical del

    masculino presunto generalizador de lo humano, se presenta como propio de la naturaleza

    humana un sistema de valores particular, compartido y valorado como superior por algunos

    colectivos histricos, pero no por todos los seres humanos y todas las culturas que han

    generado en los distintos espacios y tiempos. Al acercarme a los textos, desde mi punto de

    vista crtico de mujer, fui cerciorndome de la constante reiteracin acrtica de un conjunto de

    valores interrelacionados en un sistema de valores atribuidos al hombre: el dominio sobre la

    Naturaleza y de unos seres humanos sobre otros -desde la familia al Estado y al dominio racial-

    , la expansin territorial idealizada en smbolos transcendentes, la supeditacin de la vida

    (Eros) a la Muerte (Tanatos), el Orden que se impone hegemnicamente (Cosmos) frente a

    cuanto se resiste a supeditarse a l (Caos) y que con frecuencia es lo que nos permite

    sobrevivir cotidianamente. Se trata del sistema de valores que ha sido fraguado

    histricamente por la cristiandad europea occidental, cuyas races encontramos en la Grecia

    clsica y en el Imperio Romano: el sistema de valores hegemnico en nuestra cultura que hoy

    extiende su hegemona sobre la Tierra con pretensin de universalizarse, para lo que se

    legitima como universal. Cierta mente, si se tratara realmente de un sistema de valores

    universal, natural y congnito a cualquier ser humano, no necesitara imponerse

    coactivamente ni legitimarse como tal: cualquier ser humano nos identificaramos con esos

    valores. Pero en los textos se presenta como natural (natural-superior-humano) y hasta

    ineludible, como algo revelado, innato o congnito, frente a cuantas actuaciones humanas son

    valoradas negativamente por oponerle alguna forma de resistencia; lo que demuestra que

    existen formas de actuacin humana diversas.

    La reiteracin acrtica de este sistema de valores apareca en textos numerosos, de diversas

    opciones tericas y polticas: en los textos ms crticos hallaba siempre resquicios in-cuestiona

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    dos, uno de los cuales, pero no el nico, era la hegemona en razn del sexo. Constantemente

    los pensamientos expresados en los textos y mis propios pensamientos quedaban atrapados

    en la dicotoma que clasifica entre superior/inferior, lo valorado positiva/negativamente, aun

    cuando se inviertan los trminos y lo inferior, o lo valorado negativamente, pasen a ocupar el

    lugar de lo superior o de lo valorado positivamente, y viceversa, como s la propia dicotoma

    fuera ineludible. De ah la necesidad ya no slo de descubrir la cara oculta del saber viril, sino

    adems de no dejarnos deslumbrar ya ms por ninguno de sus rostros.

    Ello me exigi dedicarme a buscar argumentos para contrastar este sistema de valores y

    cuestionar tanto su supuesta superioridad como su presunta universalidad. Y fue la indagacin

    de qu sea ser mujer, en el tejer y destejer la vida cotidianamente desaprendiendo hechuras

    asfixiantes, lo que me condujo a vislumbrar,... desde fuera/desde dentro/desde fuera..., el

    crculo dogmtico que define el universo mental androcntrico y su sistema de valores. Dicho

    de otra forma: el contraste entre las explicaciones tericas acerca del funcionamiento de la

    vida social, y la prctica vital, entre los valores imperantes en las formulaciones discursivas y

    aquello que yo valoro ms de mi vivencia cotidiana de mujer, me llev no slo a descubrir los

    desajustes entre teora y prctica, sino tambin, cada vez ms, a tomar en consideracin y

    valorar positivamente evidencias vitales que no son considera das datos significativos en el

    discurso androcntrico.

    De ah que poco a poco redefiniera el objetivo inicial de mis Ejercicios de lectura crtica.

    Orient mi atencin, cada vez ms, a rastrear y descubrir ese universo mental que se atribuye

    al hombre y que adquiere carcter natural-superior-humano a travs del uso incuestionado del

    masculino como presunto generalizador de cuanto afecta a mujeres y hombres de diversas

    condiciones. Esta orientacin me exigi desbrozar, al mismo tiempo, ya no slo cuanto se

    atribuye a la mujer, sino tambin nuevas reflexiones que no incurrieran en la dicotoma entre

    superior/inferior. A esta nueva perspectiva di en llamarla no-androcntrica, trmino con el que

    quiero apelar a todo cuanto no participa de una voluntad de poder o de hegemona central: a

    cualquier punto de vista que resulte, fundamentalmente, no-...cntrico.

    Conviene, pues, que empiece por establecer algunos de los puntos de partida adoptados para

    la realizacin de los Ejercicios de lectura crtica no-androcntrica, para poder pasar a explicar,

    despus, la metodologa. Habitualmente he sealado dos, a los que considero evidencias

    vitales que no necesitan demostracin y que vienen a cuestionar las hiptesis o pre-supuestos

    de partida in cuestionados sobre los que su erige el discurso androcntrico.

    Primera evidencia: la humanidad nace de mujer. Si meditamos sobre algunas de las

    conclusiones a que nos conduce el d curso histrico que ha excluido de su explicacin la

    existencia de las mujeres, podemos descubrir que permite afirmar que la cultura es obra de

    varn. Sin embargo, sabemos que la humanidad nace de mujer (1), y que la reproduccin de

    nuevas criaturas humanas es tarea en la que han de relacionarse mujeres y hombres y en la

    que la mujer es protagonista principal no slo por su participacin en la gestacin de nuevas

    criaturas, sino tambin por su atencin a la subsistencia de estas criaturas mientras no han

    adquirido la posibilidad de subsistir por s mismas, tarea sta que no slo es propia de mujeres.

    As, sabemos que nacemos de mujer; pero nos re-conocemos descendientes de linajes

    paternos, re-conocemos la cultura humana producto de varn; la tarea de la mujer en la

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    reproduccin de la vida humana no suele ser considerada dato significativo histricamente ni

    siquiera las instituciones histricas mediante las cuales se ha reglamentado patriarcalmente la

    reproduccin de la especie, las relaciones entre mujeres y hombres para cumplir esta tarea

    indispensable para la supervivencia humana. Por ejemplo, muy rara vez se tiene en cuenta

    todo esto cuando se analizan los cambios demogrficos y, menos an se consideran las

    transformaciones operadas en los sistemas de parentesco para comprender la demografa;

    como si la familia patriarcal monogmica imperante en nuestra cultura hoy hubiera existido

    siempre, en todo espacio y tiempo; como si no fuera una creacin cultural humana el mandato

    divino establecido en la Biblia, fundamental en nuestro pasado y presente, creced y

    multiplicaos y poblad la Tierra....

    Dirase, pues, que la afirmacin de que la cultura humana es producto de varn y la valoracin

    positiva de linajes paternos (y no solo de linajes consanguneos sino tambin, por ejemplo, de

    linajes eruditos que legitiman un texto como producto acadmico universitario) (2) se afirma

    negativizando la aportacin de las mujeres a la reproduccin de la vida humana, todo cuanto

    se relaciona con la supervivencia cotidiana de la especie. Dirase que se trata no slo de una

    afirmacin, sino de una afirmacin que niega, de un decir-en-contra, de una contra-diccin

    primera, fundamental y fundamentadora, que permite menospreciar la aportacin de las

    mujeres a la existencia humana, por tanto, legitimar un sistema de valoracin jerrquica entre

    los seres humanos en razn del sexo.

    ste es, pues, el primer punto de partida: la humanidad nace de mujer, pero nuestro sistema

    de creencias, nuestros pre-su puestos culturales nos llevan a menospreciar este aspecto de la

    vida humana mediante afirmaciones simbo-lgicas que afirman que en el principio fue el

    Padre, sea Zeus, Yahv o El Cazador. Cierto que para que la humanidad nazca de mujer hace

    falta la participacin del hombre, la relacin entre mujeres y hombres. Pero este hecho no es

    un hecho simplemente biolgico, natural, trminos con los que suele situarse la reproduccin

    de la especie como al margen de la cultura, de lo histrico (3). Como todo fenmeno humano,

    es un hecho natural culturizado (4), es decir, que ha sido sometido a ordenamiento histrico-

    cultural. Precisamente, la capacidad que tiene la mujer para reproducir la especie parece ser la

    razn por la que los varones se han ocupado de apropiarse de las mujeres, con el objetivo de

    controlar la legitimidad de los hijos que han de sucederles como jefes de los patrimonios.

    Desde los primeros cdigos patriarcales, de hace cinco mil aos, hasta los ltimos debates

    sobre el aborto, pasando por las investigaciones recientes sobre ingeniera gentica, aparece

    insistente la obsesin viril por controlar la capacidad de las mujeres para la reproduccin de la

    vida humana. Por tanto, se impone investigar la historia de la paternidad patrimonial, su

    proceso de implantacin y sus transformaciones en el tiempo y en los distintos lugares, como

    institucin vinculada a la consolidacin del orden social hegemnico.

    Quiero sealar que, cuando en algunas ocasiones he propuesto valorar positivamente el hecho

    de que la humanidad nace de mujer, ha cundido a mi alrededor una enorme incomodidad, a

    menudo resuelta con ironas despectivas. Hasta las propias mujeres, hoy, en especial quiz las

    mujeres intelectuales, hemos aprendido a menospreciar este dato. Hoy consideramos la

    maternidad tal como ha sido definida por los intereses patriarcales: castigo divino, causa de

    nuestro sometimiento, argumento justificador de servidumbres. Si en lugar de asumir esta

    forma de valorar nuestra potencialidad reproductora, la valoramos en su justa medida, tal

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    como nos lo han recordado autoras como Adrienne Rich o Martha I. Moia, y tal como somos

    capaces de vivirla, como relacin humana gratificante, a pesar de cuantos fantasmas culturales

    acechan cotidianamente, podemos dar en preguntarnos por un problema central en nuestro

    sistema de creencias y, as, en la ordenacin hegemnica de nuestra vida social en el discurso

    lgico-cientfico que la legitima.

    La valoracin positiva de este dato de la vida humana, la consideracin de la capacidad de la

    mujer para reproducir la vida como dato significativo para la comprensin de nuestro pasado/

    presente/futuro y la bsqueda de lo que pueda ser una maternidad no-patriarcal y unas entre

    mujeres y hombres no contaminadas por creencias jerarquizadoras, ha sido decisiva para que

    Osara aventurarme por las mrgenes no-escritas del discurso androcntrico.

    Precisamente, de esta bsqueda de una maternidad no-patriarcal y unas relaciones no

    jerarquizadas entre mujeres y hombres, y de su posibilidad tangible en la prctica cotidiana, se

    deriva el segundo punto de partida que quiero resaltar:

    Segunda evidencia: toda sociedad est constituida por mujeres y hombres de distintas

    condiciones, y las diferencias no tienen por qu suponer relaciones jerrquicas o

    consideraciones de superioridad e inferioridad que se desprenden de esquemas mentales

    jerarquizadores. El naturalismo del orden jerrquico est ms asumido de lo que parece,

    aunque a veces se encubra apelan do slo a lo Superior sin remitir a su correspondiente

    inferior, o por la sola mencin de lo que se considera superior, que relega al silencio todo lo

    dems. Adems, se entiende el orden jerrquico a la medida del sistema de valores

    hegemnico en nuestra cultura, presentndolo como modelo de lo natural-superior a lo que

    aspirar. Sin embargo, la jerarquizacin o no de las relaciones interhumanas, las formas que tal

    jerarquizacin adopta, dependen de la organizacin social impuesta jerrquicamente o del

    orden no-jerrquico, que es tambin una posibilidad social humana, la cual, en el caso de que

    se considere, es valorada como inferior, primitiva, catica. Por medio de qu mecanismos se

    ha ido imponiendo y se impone hoy da ese orden jerrquico, y con qu resistencias ha

    tropezado y tropieza an hoy, esto es lo que hemos de estudiar crticamente.

    Como se ver a travs de los Ejercicios de lectura crtica no androcntrica en nuestra tradicin

    cultural la jerarquizacin se sustenta en la afirmacin de que el hombre adulto blanco con

    voluntad de dominio expansivo constituye el modelo natural-superior-humano al cual aspirar

    (al que aspirar, puesto que se trata de un modelo ideal al que hay que adecuarse hasta

    intentar encarnarlo) para as participar en el centro hegemnico de la vida social. Y de esta

    afirmacin se desprende la valoracin negativa y el menosprecio de toda actividad y actitud

    humanas que no participen de este sistema de valores.

    Como puede notarse no se trata de hiptesis o supuestos que necesitan demostracin, sino de

    evidencias vitales que hemos aprendido a menospreciar en nuestras explicaciones

    historiogrficas, en nuestras argumentaciones lgico-cientficas y polticas. Valorar

    positivamente, en su justa medida (es decir, sin una valoracin positiva idealizada sino como

    puro dato), que todo colectivo est constituido por mujeres y hombres diversas y diversos, y

    que la humanidad nace de mujer, nos permitir nos, desde una perspectiva crtica no-

    androcntrica, al histrico hegemnico, e iniciar la excursin por las negadas y excluidas.

  • 10

    Metodologa

    El objetivo de estos ejercicios es, pues, clarificar si cuanto se dice en el discurso histrico -o en

    cualquier otro discurso del hombre, los hombres, o cualquier otro trmino masculino

    presuntamente generalizador, hace referencia, como solemos creer, a mujeres y hombres de

    distintas condiciones, o si, por el contrario, se refiere a los hombres en sentido estricto, o slo

    a algunos hombres; o bien, si generaliza, sin ms, tomando en consideracin solamente lo que

    es propio de una parte del colectivo humano, y enmascara, as, el silencio que tiende sobre las

    mujeres, o incluso sobre la realidad de determinadas mujeres y determinados hombres.

    En principio, se trata de un ejercicio sencillo pero que, debido a los hbitos mentales

    asumidos, resulta ms difcil de lo que parece, dado que no se reduce a una crtica de textos,

    sino que comporta, como ya he sealado, una constante autocrtica. Por ello planteo realizar

    estos ejercicios en dos fases o niveles:

    Primer nivel: Qu se dice de la mujer? Y del hombre?De qu hombre? En un primer

    momento, se trata de clarificar qu se dice de la mujer y qu se dice del hombre

    presuntamente generalizador. Pronto surge el primer problema: mientras la utilizacin del

    femenino se refiere a las mujeres, de acuerdo con las normas gramaticales el masculino puede

    referirse tanto a conjuntos de mujeres u hombres como solamente a seres humanos de sexo

    masculino. Y los textos no suelen explicitar a qu se refieren; no solemos explicitarlo cuando

    escribimos. De ah que debamos aumentar nuestros interrogantes iniciales y preguntarnos

    tambin: a quin se refiere este masculino?, puede generalizarse a mujeres y hombres, o

    slo se refiere a hombres?, a qu hombres?...

    Tratar de clarificar qu se dice de las mujeres puede ayudar a clarificar de quin se habla

    realmente cuando se dice algo del hombre, los hombres..., a la vez que nos exige planteamos

    hasta qu punto se toman en consideracin en el texto -y nos hemos habituado a no tomar en

    cuenta- las peculiares condiciones de vida establecidas por las distintas culturas en razn del

    sexo.

    Para detectar el sexismo de las expresiones presumiblemente generalizadoras, puede resultar

    de gran ayuda la regla de la in versin que A. Garca Meseguer dice adoptar del feminismo

    activo: Consiste, simplemente, en cambiar "mujer" por "varn", "esposa" por "marido",

    etctera, y ver qu sucede. La regla de inversin puede aplicarse a cualquier situacin social, a

    un texto escrito, a la conducta verbal, etc. Si, despus de la inversin, todo queda ms o menos

    igual, puede asegurarse que no hay sexismo. Si, por el contrario, aparece algo raro o chocante,

    la luz roja de alarma se ha encendido y debe analizarse nuevamente la situacin directa, a esta

    nueva luz: casi siempre se encontrar como resultado final una situacin sexista.(5)

    Pero aun tomando estas medidas, podemos encontrarnos con la dificultad de saber si, en el

    caso concreto que analizamos, el masculino puede generalizarse o no: es decir, dado que las

    mujeres podemos hacer las mismas cosas que los hombres (excepto gestar y dar a luz

    criaturas, tarea que n pueden realizar los hombres), podemos fcilmente concluir que un

  • 11

    masculino puede generalizar y, sin embargo, podemos incurrir en un error si no tomarnos en

    consideracin las normas sexuadas que imperen en la sociedad a la que se refiera el texto.

    Por todo ello, como no acostumbramos a prestar atencin a estos matices lingsticos, es

    conveniente realizar la lectura con papel y lpiz a fin de tomar nota y fijar nuestra atencin.

    Incluso podemos elaborar unas fichas que pueden adaptarse a cada investigacin y nos

    permitirn cuantificar los resultados.

    Veamos un primer ejemplo. Leamos detenidamente el siguiente fragmento, correspondiente a

    un manual de historia de primer curso de BUP (6), y anotemos en la primera columna de la

    ficha lo que se dice de la mujer, y en la segunda lo que se dice del hombre o de cualquier otro

    masculino, tratando de descubrir cundo tal o cual masculino se refiere slo a hombres, y

    cundo se refiere a conjuntos de mujeres y hombres.

    5. LA POLIS CLSICA (SIGLO V A.C.)

    La base econmica de las polis griegas en la poca clsica sigui siendo la agricultura en

    muchas polis los grandes propietarios continuaban siendo los dueo y seores de la situacin;

    pero hubo otras -el caso ms conocido es el de Atenas- en las que, durante el siglo V,

    predomin el propietario rural dueo de una extensin de tierra de tipo medio. Este

    campesino dedicaba una parte de su tierra a cultivar los cereales que necesitaba para su

    alimentacin, pero otra parte estaba plantada de vias y olivos que le proporcionaban un

    excedente de vino y aceite para vender. Este tipo de cultivo dio a estos ciudadanos medios una

    evidente independencia econmica.

    En algunas polis privilegiadas por su situacin geogrfica (Corinto, Atenas, Siracusa, Tarento...)

    se dio, adems, un verdadero desarrollo de actividades comerciales e industriales. Atenas

    exportaba vino, aceite y cermica y se convirti en el centro econmico ms importante del

    Mediterrneo oriental. La explotacin de las minas de plata del Laurion proporcionaba a los

    atenienses abundante numerario para sus actividades comerciales.

    Este tipo de sociedad se gobernaba por un sistema poltico cuyo model ms perfeccionado

    fue elaborado en Atenas a lo largo del siglo V (lo empez Soln en 594 a.C. y lo termin

    Clstenes en las reformas de 510-507 a.C.)

    Este sistema poltico -llamado por los griegos democracia- se caracterizaba por: la igualdad

    poltica de todos los ciudadanos que tenan el derecho a participar en el mismo grado en el

    gobierno de la polis. La soberana poltica resida en la Asamblea formada por todos los

    ciudadanos (no eran ciudadanos ni los extranjeros ni los esclavos aunque residiesen en la

    polis). Esta Asamblea -en la que todos tenan voz y voto- aprobaba las leyes, decida si haba

    que declarar la guerra o si convena firmar la paz, administraba justicia y elega a los

    magistrados. El Consejo -del que, por turno, iban formando parte todos los ciudadanos- era un

    rgano deliberante que discuta y preparaba los asuntos sobre los que la Asamblea tendra que

    decidir ms tarde.

    Los magistrados -llamados en Atenas arcontes- eran elegidos por un perodo corto de tiempo

    para ocuparse de asuntos concretos: el arconte basileus diriga el culto a los dioses, el arconte

    polemarco se ocupaba del ejrcito...

  • 12

    Este breve anlisis del sistema democrtico permite deducir una consecuencia importante: el

    ciudadano deba dedicar mucho tiempo a su participacin en la vida poltica sesiones de la

    Asamblea, reuniones del Consejo, actuacin como arconte... y teniendo en cuenta que no se

    cobraba por la intervencin en estas tareas se comprende que, en la prctica, muchos

    ciudadanos pobres no pudieran dedicarse a ejercer sus derechos polticos. Para salvar esta

    dificultad, en la Atenas del siglo y a.C., se impuso la costumbre de pagar a los que ejercan el

    arcontado o formaban parte del Consejo, incluso, al final, se lleg a pagar una pequea

    cantidad de dinero a los que asistan a las sesiones de la Asamblea. Pero, de dnde sala tanto

    dinero? Esta pregunta nos introduce en un asunto muy complejo que nos llevar de la mano a

    la comprensin de la crisis de la polis clsica: el Imperio Ateniense del siglo V.

    Realizada la lectura podemos notar:

    1. Que no aparece ninguna referencia a mujer. En principio este dato no tiene por qu

    significar que no se dice nada las mujeres, ya que si los masculinos se refieren a conjuntos de

    mujeres y hombres, no podemos calificar el texto ni sexista ni de androcntrico.

    2. Pero la mayora de las referencias masculinas se muestran ambiguas. Solamente resultan

    claras en el caso de los dos nombres propios, Soln y Clstenes. Hacia la mitad del texto, la

    frase no eran ciudadanos ni los extranjeros ni los esclavos, entre parntesis, nos advierte

    que la expresin todos los ciudadanos, que aparece varias veces, no se refiere a todos los

    seres humanos habitantes de Atenas. Notamos, as, que donde se habla de los extranjeros y

    de los esclavos, s podramos hablar de las extranjeras y los extranjeros y las esclavas y

    los esclavos; sin embargo, podramos decir que la soberana poltica resida en la asamblea

    formada por todas las ciudadanas y ciudadanos?

    Si hablamos de Grecia, de la polis clsica (siglo V a.C.) , no.

    Ejemplo de ficha

    Texto ledo: OCCIDENTE. Historia de las Civilizaciones y del Arte, pginas 55-56

    (5. La polis clsica, siglo V a.C.)

    Referencias a MUJER ............ 0

    HOMBRE ...................... 21

    M. y H. ......................... 2 y una dudosa

    Se habla de mujer,

    mujeres ....

    Se habla de hombre,

    hombres .....

    Se refiere a

    H MyH

    los grandes propietarios X

    el propietario rural X

  • 13

    este campesino X

    estos ciudadanos medios X

    los atenienses X

    Soln X

    Clstenes X

    los griegos ?

    igualdad poltica de todos los

    ciudadanos que tenan derecho

    a participar.., en el gobierno

    X

    todos los ciudadanos X

    no eran ciudadanos X

    ni los extranjeros X

    ni los esclavos X

    todos tenan voz y voto X

    los magistrados X

    todos los ciudadanos X

    los magistrados... arcontes X

    el arconte basileus X

    el arconte polemarco X

    el ciudadano X

    actuacin como arconte X

    muchos ciudadanos pobres X

  • 14

    los que ejercan el arcontado y

    formaban parte

    X

    los que asistan a las sesiones

    de la asamblea

    X

    As, no se puede decir que el texto sea solamente sexista: centra la atencin en el colectivo de

    varones adultos griegos que constituye la minora racial y, por tanto, la clase hegemnica.

    Sexismo adulto, racismo y clasismo aparecen amalgamados: esto es lo que quiero expresar con

    la palabra androcentrismo.

    Realizamos, pues, el primer descubrimiento de nuestra excursin no-androcntrica por el

    texto: la ambigedad con que se usa e! masculino, la falta de precisin conceptual con que

    opera el discurso lgico-cientfico a la que nos hemos habituado.

    El objetivo del primer nivel de esta lectura crtica se habr cumplido en la medida en que se

    nos desvele que e! problema del androcentrismo es ms vasto y complejo de lo que nos

    pareca, lleguemos a distinguir entre sexismo y androcentrismo. y descubramos hasta qu

    punto hemos asumido acrticarnente un punto de vista que nos ha conducido a no tomar en

    consideracin la particular realidad de las mujeres, o a valorarla como in-significante, no-

    significativa. Esta conciencia es imprescindible para poder profundizar en las repercusiones del

    androcentrismo, para llevar la critica hasta los niveles ms profundos de la autocrtica y, as,

    poder plantearnos la posibilidad de liberar nuestra imaginacin de sus parmetros y superarlo.

    He de decir que esta lectura no resultada menos reveladora y sorprendente si, en lugar de

    tomar como punto de partida qu se dice de la mujer, nos situsemos en el punto de vista de

    las criaturas humanas... Y, por lo que acabo de decir, evidencio que el punto de vista no-

    androcntrico que he adoptado es el de una criatura humana mujer..., adulta. En fin, expongo

    lo que he realizado, pero quiero invitar a quien le seduzca la idea a que siga otros rastros

    distintos del que yo he seguido: las mrgenes que rodean el centro ofrecen numerosas

    posibilidades de ubicacin, muy diversas formas de comprensin y conocimiento.

    Segundo nivel: el arquetipo viril y la opacidad androcntrica del discurso. Pronto surge la

    necesidad de matizar ms: es real mente generalizable a mujeres y hombres cuanto se dice,

    sin ms matizaciones, del hombre, de los hombres... de lo humano? Hasta qu punto nos

    identificamos con esa imagen de lo humano? Hace referencia solamente a los hombres, no a

    mujeres y hombres? A todos los hombres...? a qu hombres? Qu modelo humano se filtra

    a travs de esta confusin conceptual? Cul es su sistema de valores, el sistema de valores

    que se presenta como humano? Clarificar estas cuestiones constituye el objetivo del segundo

    nivel de esta lectura crtica no-androcntrica.

    La aplicacin de estas lecturas a textos muy diversos, de ciencias sociales y de los medios de

    comunicacin de masas, me llev a concluir que el uso ambiguo del masculino suele encubrir

    un particular modelo de masculinidad: un modelo viril que se halla en el centro del sistema de

    valores hegemnico en nuestra sociedad, caracterizado, en lneas generales, por actitudes de

  • 15

    prepotencia, por una voluntad de hegemona expansiva y de trascendencia, por una vocacin

    de muerte fraticida. (7)

    Aqu he de apelar de nuevo a las evidencias vitales que he reivindicado como puntos de

    partida de estos Ejercicios de lectura crtica no-androcntrica. Y aun a la sentimentalidad de

    cada cual. De la misma manera que una cosa es ser mujer, y otra muy distinta ser femenina, es

    decir, mujer segn la versin minusvalorada del sistema, as tambin una cosa es ser

    hombre, y otra muy diferente ser viril, es decir, hombre segn la versin supervalorada del

    sistema, Cierto: quiz no sepamos qu sea ser mujer o ser hombre ms ac y ms all del

    sistema de valores en que hemos sido domesticadas domesticados (tanta confusin nos

    pueden generar estos modelos hegemnicos contrapuestos) o acaso no sepamos expresarlo

    con palabras, o no podamos hacerlo (tan mancillado percibimos el lenguaje). En todo caso se

    trata de una aventura vital para la cual diramos que es imprescindible prescindir del sistema

    simblico-conceptual imaginario, que delimita dicotmicamente lo viril/lo femenino, vivir sin

    todava nombrar... Adems, sabemos que existe un periodo en la vida de los hombres Con

    quienes convivimos durante el que se les obliga a hacerse hombres, es decir, se les inculcan

    los valores viriles como naturales a sus peculiaridades fisiolgicas visibles. Es ms: muchas

    mujeres sabemos por experiencia que si queremos ubicarnos como miembros de pleno

    derecho en mbito pblico hemos de demostrar -y demostrarnos- que somos capaces de

    hacer lo mismo que los hombres, y ntese que as como se acepta la reivindicacin de que

    la mujer sea igual que el hombre, apenas se plantea esta demanda en trminos inversos, es

    decir, que los hombres sean iguales que las mujeres. Existe pues, un modelo viril, valorado

    hegemnicamente en nuestra cultura, que hace referencia a una particular forma de entender

    lo humano, atribuido a los hombres, pero que, precisamente porque se trata de un modelo de

    comportamiento, tambin podemos encarnar las mujeres. (8)

    Este hombre es el que aparece como protagonista de la Historia, como sujeto activo del

    pasado y del presente que se proyecta hacia un futuro idealizado y, por tanto -por suerte-

    inalcanzable. Este arquetipo viril aparece claramente expuesto en La Poltica de Aristteles, y

    en obras de otros muchos filsofos, y encubierto bajo la apariencia de lo humano en casi todos

    los productos textuales que constituyen los discursos hegemnicos actuales (9). Veamos

    algunos de los rasgos con los que Aristteles lo acu conceptualmente:

    Para hacer grandes cosas es preciso ser tan superior a sus semejantes como lo es el hombre a

    la mujer, el padre a los hijos y el amo a los esclavos. (10)

    Notemos varias cosas a partir de esta cita:

    - En este texto, hombre no puede generalizarse a todos los seres humanos, ni siquiera a todos

    los hombres: los no- adultos y los no-griegos, brbaros a los que segn el filsofo los griegos

    tienen derecho a esclavizar, tampoco estn incluidos en el concepto hombre: se trata de un

    varn adulto griego, un esposo-padre-amo de esclavos. (11)

    - Mujer... qu piensa Aristteles de las hijas? y de las esclavas?... Aqu slo se habla de la

    mujer adulta griega, esposa-madre de hijos que se han de convertir en varones adultos

    griegos. Esta mujer tampoco se refiere, pues, a todas las mujeres.

  • 16

    - Las relaciones entre estos cuatro colectivos sociales de que habla el filsofo -el varn, las

    mujeres y las criaturas de raza griega, y mujeres y hombres no-griegos esclavizados-

    constituyen la esencia de la OIKONOMIA del orden domstico o mbito privado patrimonio de

    cada varn adulto griego, esposo-padre-amo de esclavos. (12) Mientras que la POLITIKE, el

    mbito pblico, constituye el espado propio del con junto de varones adultos griegos.(13) Este

    modelo de clasificacin social aristotlico nos ofrece un sistema articulado de divisiones

    sociales que atiende a las variables sexo/edad/ raza/clase..., consolidado a partir de la divisin

    del espacio social en mbitos privados/mbito pblico, tal como podemos ver en esta figura:

    Aristteles argumenta que la superioridad del varn adulto griego es producto de la naturaleza

    (FYSIS). Pero, a la vez, forja su propia concepcin de natura La naturaleza de una cosa es su

    fin (TELOS) aquello a lo que llega una vez alcanza su pleno desarrollo..., as, el nio tiene que

    llegar a ser varn (14). Esta idea de naturaleza la establece segn el LOGOS, facultad que,

    para nuestro filsofo, slo se da completa en los varones adultos griegos.

    Ciertamente si creemos con l que los varones adultos griegos son superiores a otras mujeres

    y otros hombres, podemos aceptar la trampa conceptual que nos tiende para consolidar

    nuestra creencia. Pero no nos los creemos: lo consideramos como un modelo imaginara de

    clasificacin social que arroja luz sobre nuestro presente, por cuanto parece haberse impuesto,

    con modificaciones superficiales a travs del pasado de nuestra cultura, por medio de la

    coercin (poder) y de la persuasin/disuasin (saber). Es ms, el propio filsofo nos dice, por

    ejemplo, que la guerra es un medio natural y justo para someter a todos aquellos seres que

    de a ser mandados se niegan a someterse (15).

    Conviene hacer notar que donde las traducciones hablan de hombre, el original habla a veces

    de ANZROPOS (trmino que pudiera generalizarse) y otras de ANER, ANDROS, trmino

    reservado a los varones adultos griegos que al integrarse en el ejrcito pasaban a formar parte

    tambin del colectivo viril poltico, es decir, pasaban a ser ciudadanos (P0LITES) o POLITIKOS

    segn les tocase o no ejercer el poder entre ellos. Tambin, que donde la traduccin dice

    obedecer el original utiliza la forma pasiva de mandar, dice quien es mandado, que no es lo

    mismo que quien obedece: el que manda requiere de la existencia del que es mandado, lo que

    no quiere decir que quien es mandado o mandada obedezca. Precisamente a Aristteles le

    preocupaba la resistencia de mujeres y hombres a un modelo tan perfecto como l lo

    conceptualizaba. De ah la especial atencin que prest a la reproduccin de los miembros del

  • 17

    colectivo viril: dado que tres cosas pueden colaborar a crear varones perfectos, la naturaleza,

    el hbito y la razn, el poltico deber controlar los matrimonios para garantizar la robustez

    corporal y tambin reglamentar la educacin, empezando por los hbitos corporales que se

    adquieren en la primera infancia. (16) De ah, tambin, que forjase la abstraccin conceptual

    varn perfecto (ANER AGAZOS), como modelo idealizado al que deba tender el hombre de

    sangre griega al acceder a la adultez. (17)

    De todo cuanto acabo de exponer sobre La Poltica de Aristteles -y que puede arrojar luz para

    una mejor comprensin de nuestro presente- slo encontramos una parte en las obras que

    nos hablan de su pensamiento. Puede cotejarse con cualquier manual de historia de la

    filosofa: en estas obras se centra la atencin casi exclusivamente en los conflictos que se

    producen en el seno del colectivo viril, debidos -como nos aclara el filsofo- a que el poder es

    el premio del combate.(18) Sus autores, al no percibir el conjunto de relaciones que se dan

    entre este colectivo restringido y el conjunto de mujeres y hombres, ni siquiera ofrecen una

    visin comprensiva de la problemtica poltica. Y esta visin parcial no es achacable slo a la

    falta de rigor de las traducciones, sino tambin a la lectura lineal que nos hemos habituado a

    realizar, y a que nos hemos credo que todo lo que se dice del hombre... nos atae. Esto es

    cierto si aadimos todo cuanto se dice..., y, tambin, cuanto no se dice, cuanto se niega y

    silencia.

    Por ello, he dado en llamar opacidad androcntrica del discurso al conjunto de mecanismos

    discursivos mediante los que ya no slo se sita el arquetipo viril en el centro del universo

    mental-discursivo (lo que nos llevara a hablar solamente de androcentrismo, tal como aparece

    en Aristteles), sino que, adems, se oculta tal centralidad generalizando como humano

    cuanto corresponde, exclusiva y excluyentemente, al sistema de valores propio de quien se

    sita en un centro hegemnico de la vida social a partir del cual proyecta su hegemona

    expansiva sobre otras y otros mujeres y hombres. Esta opacidad caracteriza el discurso actual,

    lo cual parece estar relacionado con la ampliacin histrica del centro hegemnico poltico

    debido a la constante expansin territorial y, en consecuencia, a la necesidad de incrementar

    el nmero de sus miembros y, por tanto, de divulgar entre stos, tanto el saber lgico-

    cientfico, a travs del sistema educativo, como los derechos y deberes patrimoniales y

    polticos.

    Notaremos que a medida que nos familiaricemos con esta lectura crtica no-androcntrica

    iremos pasando de una percepcin lineal del texto a otra de carcter simblico: lo que

    habamos aprendido a menospreciar cobrar nuevo realce y nos permitir contrastar los

    rasgos imaginarios de lo que nos habamos habituado a identificar con lo natural-superior-

    humano.(19) As iremos descubriendo la cara oculta del saber viril... y su relacin con nuestras

    vivencias humanas.

  • 18

    Otras reflexiones. Del otro lado de la cara oculta del saber viril

    ... Encara cal obrir l'oracle de la nostra histria per saber qui som...

    LLUS LLACH, Somniem

    Al tirar del hilo de la exclusin de la mujer del discurso histrico, nos hemos ido acercando,

    poco a poco, desde lo que el texto incluye y valora positivamente hasta su relacin con lo que

    valora negativamente y, al rastrear estas negaciones, hemos podido descubrir las amplias

    mrgenes de lo excluido y as silenciado; en definitiva, lo encubierto opacamente hoy por el

    discurso androcntrico.

    Hemos vislumbrado, as, lo valorado como actividades humanas existentes y la comprensin

    de nuestro pasado-presente personal-colectivo de criaturas humanas. Y esta ampliacin de

    nuestro campo comprensivo nos ha permitido percibir lo incluido y valorado positivamente

    como una versin particular y partidista acerca de la existencia humana, epopeya del orden

    social hegemnico androcntrico.

    De este modo, hemos ido pasando de una lectura lineal a otra de carcter simblico, jugando

    con el orden relacional que nos propone el texto, buscando las asociaciones y condensaciones

    de imgenes que el texto suscita, la articulacin profunda de su sistema de valoraciones

    positivas que niegan, de inclusiones que excluyen. Y as hemos podido percibir que el orden

    androcntrico del discurso histrico, tal como se ha configurado como saber legitimado y

    legitimador, constituye la principal dificultad con que tropezamos, puesto que nos habita a

    considerar in-significantes determinados aspectos de nuestra existencia humana, y a valorar

    negativamente determinadas actitudes para ensalzar como positivas aquellas que se orientan

    a perpetuar un sistema de relaciones antihumanas, que hace posible que unos seres humanos

    vivan a expensas de otros.

    Aqu radica una de las principales dificultades con que topamos una y otra vez al realizar estos

    ejercicios de lectura crtica: bajo la aparente linealidad del discurso racional, en este caso del

    discurso histrico, subyace una estructura simblica profundamente encubierta que opera

    articulando negaciones/afirmaciones, un universo simblico complejo y coherente en el que

    una valoracin negativa sugiere su inversa valoracin positiva y viceversa. Es a este sistema de

    valores no explicitado a lo que me refiero cuando hablo del sustrato simblico-religioso, de

    carcter sacral, del saber viril. Y es en esa no explicitacin de esta subestructura simblica

    donde hallamos el velo opaco que encubre actualmente el punto de vista androcntrico. Es

    decir: una lectura lineal lgica, tal como se ordena en un texto, nos ofrece slo la cara opaca

    del discurso androcntrico; la lectura crtica no-androcntrica que he realizado, me ha

    arrastrado poco a poco a indagar la otra cara de la opacidad, la cara oculta del saber

    instrumento del poder viril. La crtica enraza en la autocrtica y exige sopesar los distintos usos

    que se hacen y hacemos de los conceptos segn de qu seres humanos hablemos, segn nos

    hayamos habituado a valorar positivamente o rechazar las distintas actividades y actitudes

    humanas, a poner, pues, en tela de juicio nuestras propias actuaciones y actitudes cotidianas.

    Nos exige, tambin, descubrir el orden que estructura el texto, las relaciones que establece

    entre el principio, el final y las argumentaciones intercaladas, a indagar barajando una y otra

    vez, el texto, a cuestionar, por tanto, nuestros hbitos mentales, nuestras convicciones, hasta

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    dar con la relacin entre lo que pensamos y lo que vivimos. Y de este modo, nos vamos

    situando ya del otro lado de la cara oculta del saber viril, del lado de ac.

    Pero es ah, en esa confrontacin entre el vivir y el pensar, donde hallamos ese universo

    simbo-lgico viril que impregna en mayor o menor medida textos que hasta ahora creamos

    tan distintos textos conservadores y progresistas, que impregna nuestros pensamientos; ese

    universo que pervive con ms nitidez en las expresiones religiosas, artsticas, en los productos

    de la cultura de masas, es decir, en los discursos institucionales que fraguan la sentimentalidad

    hacia lo que debe ser. El universo simbolgico viril linda con profundos pnicos que en la

    medida en que nos persuaden de que la existencia humana ha de adecuarse a lo natural-

    superior, nos disuaden de que podamos vivir de otras formas so pena de incurrir en el

    amenazante Caos, nos convencen incluso de que cuanto hacemos en el tratar de vivir humano

    de cada da que no se orienta a proyectos superiores slo es digno de ser valorado

    negativamente o silenciado por pudor.

    Las argumentaciones racionales mediante las que se entreteje el discurso androcntrico

    aparecen, as, como sistemas que permiten argumentar el sentimiento de lo que debe ser,

    sistemas engarzados con ese sistema simblico viril que fundamenta la dicotoma entre lo que

    debe ser/lo que no debe ser, lo afirmado/lo negado. Y la valoracin hegemnica de estas

    argumentaciones racionales, la consideracin actual del discurso lgico-cientfico como saber

    verdico, hace que no nos detengamos a reconsiderar si cuanto hemos aprendido a creer que

    no debe ser, a valorar negativamente o a excluir de nuestros razonamientos, contiene

    posibilidades de existencia humana ms humanas que las que hoy vivimos. Quiz por ello los

    callejones sin salida y los interrogantes siempre sin respuesta a que nos conduce el discurso

    acadmico, la incapacidad del discurso poltico, incluido el que se autoproclama critico, para

    mejorar la vida social; quiz tambin por ello la actual revitalizacin de explicaciones

    simblicas de claro carcter religioso. No en vano muchos intelectuales considerados crticos

    han encallado en ese universo simblico viril, en el que anidan los pnicos que cada cual

    hemos encarnado desde la infancia al familiarizarnos con los pnicos colectivos fraguados en el

    pasado de nuestra cultura. Porque es intil hacer ver que no existen, o que no nos afectan:

    slo perdemos el miedo a algo cuando percibimos al fin la desproporcin entre sus

    dimensiones tangibles y las que imaginariamente le habamos otorgado. Y el aprendizaje de la

    simbologa viril que realizamos desde la ms tierna infancia consiste precisamente en

    habituarnos a vivir de acuerdo con las normas hegemnicas, a restringir nuestra capacidad de

    imaginar otras posibilidades de existencia humana, a coaccionar nuestra capacidad de vivir. De

    ah que su desaprendizaje requiera nuevas prcticas, a la vez que las nuevas prcticas, y la

    consideracin de que estas prcticas tambin se hallan cargadas de significado para la

    comprensin de nuestra existencia humana, constituyen la base nutricia de estas reflexiones

    no-androcntricas. Por esta razn he sealado, como puntos de partida de estos ejercicios de

    lectura crtica, la valoracin positiva de evidencias vitales.

    Ciertamente, el proceso educativo al que nos sometemos constituye un elemento clave del

    funcionamiento de la vida social: la consideracin como natural de las relaciones de poder por

    parte de cada cual es el lubricante que amortigua los chirridos de la maquinaria jerarquizadora

    de las relaciones interhumanas. Esta imagen naturalista de las relaciones jerrquicas la

    asimilamos en la prctica de la vida diaria, y la reforzamos al aprender a argumentarla

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    histricamente. Del estudio de la historia aprendemos a deducir que unos pocos seres

    humanos hacen la historia y el resto... la padecemos?, slo nos queda la alternativa de la

    pasividad frente a esa actividad que hoy ms que nunca muestra su capacidad de destruccin

    humana? Si creemos tal cosa, procuraremos participar en esa actividad histrica, adecuar

    nuestras actuaciones a ese arquetipo viril que aparece como protagonista de la historia. Ahora

    bien: as como el que desea definirse superior necesita definir a otro como inferior, quien no

    comparte tal deseo no tiene por qu creerse la definicin que propugna este sistema de

    clasificacin antihumano. De ah que haya sealado, como punto de partida de estas lecturas,

    la evidencia de que la humanidad est constituida por mujeres y hombres diversas y diversos,

    y que tal diversidad no implica valoraciones de superioridad e inferioridad: precisamente lo

    que hay que clarificar es como se imponen estas valoraciones, cmo se han generado

    histricamente y se han difundido a travs del espacio del tiempo.

    Otra evidencia vital, otro punto de partida: la humanidad nace de mujer. Hemos podido notar

    que el discurso histrico slo aborda el sistema de parentesco como argumento para valorar

    negativamente otras culturas, lo que le permite legitimar el sistema impuesto por la

    cristiandad europea occidental sin siquiera explicitarlo. Lo negado nos conduce a las imgenes

    de lo excluido, de algo que todos los seres humanos hemos vivido originariamente. Pero no

    podemos dejar encallar nuestra reflexin en el universo simblico viril en el que se

    fundamentan las explicaciones lgicas y contraponer, por ejemplo, una maternidad idealizada

    a la paternidad prioritariamente idealizada. La frase sirve para llamar la atencin sobre algo

    que indudablemente las mujeres aportamos a la existencia humana, fruto de una actividad en

    la que mujeres y hombres entramos en profunda interrelacin, en la que la unin entre un

    hombre y una mujer hace que nuestro cuerpo de mujer se regenere en otros cuerpos de

    mujeres y hombres. Algo que, sin embargo, hemos aprendido a ver vivir negativamente

    (parirs hijos con dolor) como una obligacin que nos somete, y a excluir de nuestras

    reflexiones sobre nuestro pasado y nuestro presente. Los europeos -nos dice el discurso

    histrico- necesitaron y necesitan cada vez ms tierras porque la poblacin aument

    considerablemente, debido a...? En ningn caso se hace referencia a la reglamentacin de las

    relaciones para la reproduccin de la especie que, indudablemente, son decisivas no slo para

    el control demogrfico, sino para supeditar las relaciones afectivas a las exigencias

    demogrficas del centro hegemnico. Se oculta as el carcter patrimonial y jerrquico de la

    paternidad que ha definido tambin a su medida la maternidad: Creced y multiplicaos y

    poblad la Tierra...

    Se oculta, tambin, que no todos los seres humanos consideramos natural dominar m

    territorio del que necesitamos para nuestra supervivencia, que no todos los colectivos

    humanos han seguido la lgica de dominar cada vez ms espacio operando una mayor

    economa de recursos humanos y naturales, explotando hasta esquilmar la Tierra. Es ms, se

    considera la explotacin intensiva y extensiva de los recursos humanos y naturales, actividad

    natural-superior, actividad trascendente que permite definir negativamente a quienes no la

    desarrollan. Recordemos que mientras esta forma de relaciones con la naturaleza para

    obtener bienes, propia de la cristiandad europea occidental, es definida como economa, la

    actividad de los africanos de no explotacin de los recursos naturales es definida como

    religin encubrindose as el carcter religioso del sistema de valores econmico.

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    En definitiva, ese orden social jerrquico, que asimilamos como natural desde que nacemos en

    una familia en la que el padre es definido superior ala madre y ambos a los hijos ya las hijas, y

    los hijos a las hijas, ese orden jerrquico que el ordenamiento pblico de la vida socia1

    refuerza, y que permite una sistemtica expansin territorial a expensas de otros colectivos

    humanos, eso es lo in-cuestionado en el discurso histrico androcntrico. Quiz porque exigira

    dejar de considerar la infancia negativamente, renunciar a cualquier estatuto de superioridad,

    como adultos en el seno de nuestra propia sociedad, y tambin en relacin o otras sociedades,

    no hay que olvidar el carcter etnocntrico del saber viril, que est al servicio de esa tercer

    parte de la humanidad que ha accedido a la sociedad del despilfarro a expensas de las dos

    terceras partes de seres humanos que pueblan la Tierra y pasan hambre.

    Por ello he iniciado este cuaderno inacabado distinguiendo entre sexismo y androcentrismo;

    advirtiendo de los errores en que podemos incurrir si hablamos de las mujeres generalizando

    nuestro particular universo mental sin matizaciones, errores similares a los que vician los

    masculinos en el discurso androcntrico; propugnando que dirijamos nuestros esfuerzos no ya

    hacia la historia de la mujer y otras indagaciones particulares sobre las particularidades de la

    mujer, sino hacia nuevas reflexiones acerca de nuestro pasado y presente de mujeres y

    hombres que nos clarifiquen cmo orientarnos a cada momento el futuro convirtindolo en

    presentes ya pasados.

    Al legar a este punto se me suele pedir que concrete alternativas. Alternativas no-.... cntricas

    hay muchas, ms de las que creemos, tantas como actitudes humanas que buscan

    entendimiento, tantas como actitudes de entendimiento hayamos desarrollado y

    desarrollemos las criaturas humanas. Anda buscndolas, probndolas, sopesndolas, primero

    en silencio... Quiz vivir sea cada instante aprender a vivir.