Memorias Del Oratorio

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MEMORIAS DEL ORATORIO DE SAN FRANCISCO DE SALESINTRODUCCION de San Juan Boscoal ndice Por qu y para qu estas memorias? Muchas veces me pidieron que escribiera las memorias del Oratorio de San Francisco de Sales. Aunque no poda negarme a la autoridad de quien me lo aconsejaba, sin embargo, no me resolv a ocuparme decididamente de ello porque deba hablar de m mismo demasiado a menudo. Mas ahora se aade el mandato de una persona de suma autoridad, mandato que no me es dado eludir, y, en consecuencia, me decido a exponer detalles confidenciales que pueden dar luz o ser de alguna utilidad para percatarse de la finalidad que la divina providencia se dign asignar a la Sociedad de San Francisco de Sales. Quede claro que escribo nicamente para mis queridsimos hijos salesianos, con prohibicin de dar publicidad a estas cosas, lo mismo antes que despus de mi muerte. Para qu servir, pues, este trabajo? Servir de norma para superar las dificultades futuras, aprendiendo lecciones del pasado. Servir para dar a conocer cmo el mismo Dios condujo todas las cosas en cada momento. Servir de ameno entretenimiento para mis hijos cuando lean las andanzas en que anduvo metido su padre. Y lo leern con mayor gusto cuando, llamados por Dios a rendir cuenta de mis actos, ya no est yo entre ellos. Compadecedme, si encontris hechos expuestos con demasiada complacencia y quiz aparente vanidad. Se trata de un padre que goza contando sus cosas a sus hijos queridos, mientras ellos, a su vez, se gozarn al saber las aventuras del que tanto les am y tanto se afan trabajando por su provecho espiritual y material en lo poco y en lo mucho. Presento estas memorias divididas por dcadas, o perodos de diez aos, porque en cada una de ellas tuvo lugar un notable y sensible desarrollo de nuestra institucin. Hijos mos, cuando despus de mi muerte, leis estas memorias, acordaos de que tuvisteis un padre carioso, que os las dej antes de morir en prenda de su cario paternal. Al recordarme, rogad a Dios por el descanso eterno de mi alma.

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UNA VIDA ENMARCADA POR UN SUEO (1815 1825)1- Ao de hambre y un sueoHijo de campesinos Nac el da consagrado a la Asuncin de Mara al cielo del ao 1815, en Morialdo, barrio de Castelnuovo de Asti. Mi madre se llamaba Margarita Occhiena, y era natural de Capriglio; y mi padre, Francisco. Eran campesinos. Se ganaban honradamente el pan de cada da con el trabajo y el ahorro. Mi padre, casi nicamente con sus sudores, proporcionaba sustento a la abuelita, septuagenaria y achacosa, y a tres nios, el mayor de los cuales, Antonio, era hijo del primer matrimonio. Jos era el segundo, y Juan el ms pequeo, que soy yo. Adems haba dos jornaleros del campo. Muerte del padre No tena yo an dos aos cuando Dios nuestro Seor permiti en su misericordia que nos turbara una grave desgracia. Un da, el amado padre, en plena robustez, en la flor de la edad, deseoso de educar cristianamente a sus hijos, de vuelta del trabajo, enteramente sudado, entr descuidadamente en la bodega, subterrnea y fra. El enfriamiento sufrido se manifest hacia el anochecer con una fiebre alta, precursora de un gran resfriado. Todos los cuidados resultaron intiles. En pocos das se puso a las puertas de la muerte. Confortado con todos los auxilios de la religin, despus de recomendar a madre confianza en Dios, expiraba, a la edad de treinta y cuatro aos. Era el 12 dc mayo de 1817. No s qu fue de m en aquellas tristes circunstancias. Slo recuerdo, y es el primer hecho de la vida del que guardo mi memoria, que todos salan de la habitacin del difunto y que yo quera permanecer en ella a toda costa. -Ven, Juann; ven conmigo -repeta mi afligida madre. -Si no viene pap, no quiero ir -responda yo. -Pobre hijo -aadi mi madre-, ven conmigo. ya no tienes padre. Y dicho esto, rompi a llorar; me agarr de la mano y me llev a otra parte, mientras yo lloraba al verla llorar a ella. Y es que, en aquella edad, no poda ciertamente comprender cun grande desgracia es la prdida del padre. Este hecho sumi a la familia en una gran consternacin. Penuria econmica Haba que mantener a cinco personas y las cosechas de aquel ao, nuestro nico recurso, se perdieron por causa de una terrible sequa. Los comestibles alcanzaron precios fabulosos. El trigo se pag hasta 25 liras la hmina (igual a 23 litros); y el maz a 16 liras. Algunos testigos contemporneos me aseguran que los mendigos pedan con ansia un poco de salvado con que suplir el cocido de garbanzos o judas para alimentarse. Se encontraron personas muertas en los prados con la boca llena de hierbas, con las que haban intentado aplacar su hambre canina. Me cont mi madre muchas veces que aliment a la familia mientras tuvo con qu hacerlo. Despus entreg una cantidad de dinero a un vecino, llamado Bernardo Cavallo para que fuese en busca de comestibles. Rond ste por varios mercados, mas nada pudo encontrar ni a precios

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abusivos. Volvi al cabo de dos das, hacia el anochecer. Todos le esperaban, pero cuando dijo que volva con el dinero en el bolsillo y que no traa nada, el miedo se apoder de todos, ya que, dado el escaso alimento que haban tomado aquel da, eran de temer las funestas consecuencias del hambre para aquella noche. Mi madre, sin apurarse, pidi prestado a los vecinos algo que comer, pero ninguno pudo ayudarla. -Mi marido -aadi entonces- me dijo antes de morir que tuviera confianza en Dios. Venid, hijitos mos, pongmonos de rodillas y recemos. Tras una corta plegaria, se levant y dijo: -Para casos extraordinarios, medios extraordinarios. Fue entonces a la cuadra, en compaa del seor Cavallo, mat un becerro y, haciendo cocer una parte a toda prisa, logr aplacar el hambre de la extenuada familia. Das ms tarde pudo proveerse de cereales, trados de muy lejos, a precios enormes. Proponen a Margarita un nuevo matrimonio Puede imaginarse lo que sufrira y se cansara mi madre durante aos tan calamitosos. Pero con trabajo infatigable y gran economa, sacando partido de los recursos ms insignificantes, junto con alguna ayuda verdaderamente providencial, se pudo salvar aquella crisis de vveres. Mi propia madre me cont muchas veces estos hechos y me los confirmaron parientes y amigos. Pasada aquella terrible penuria y alcanzada una mejor situacin econmica, alguien propuso a mi madre un matrimonio ventajoso, pero ella replic siempre: -Dios me dio un marido y me lo quit. Tres hijos me dej al morir, y yo sera una madre cruel si les abandonase en el preciso momento en que me necesitan. Le dijeron que sus hijos quedaran bajo un buen tutor, el cual se ocupara de todo. -Un tutor -contest la generosa mujer- es un amigo, mientras que la madre de mis hijos soy yo. No los abandonar jams, as me ofrezcan todo el oro del mundo. Su mayor cuidado fue instruir a los hijos en la religin, ensaarles a obedecer y tenerlos ocupados en trabajos compatibles con su edad. La primera confesin Era yo muy pequeo, y ella misma me enseaba a rezar. Cuando ya fui capaz de unirme a mis hermanos, me pona con ellos de rodillas por la maana y por la noche y todos ,juntos rezbamos las oraciones y la tercera parte del rosario. Recuerdo que ella me prepar para mi primera confesin. Me acompa a la iglesia, se confes antes que yo, me recomend al confesor y despus me ayud a dar gracias. Sigui ayudndome hasta que me juzg capaz de hacerlo dignamente yo solo. A la escuela As llegu a los nueve aos. Quera mi madre enviarme a la escuela, pero le asustaba la distancia, ya que estbamos a cinco kilmetros del pueblo de Castelnuovo. Mi hermano Antonio se opona a que fuera a la escuela. Se arbitr una solucin: durante el invierno ira a clase a Capriglio, pueblecito prximo, donde aprend a leer y a escribir. Mi maestro era un sacerdote muy piadoso, que se llamaba don Jos Lacqua; fue muy amable conmigo y puso mucho inters en mi instruccin y sobre todo en mi educacin cristiana. Durante el verano contentara a mi hermano trabajando en el

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campo. Un sueo que enmarca una vida Tuve por entonces un sueo, que me qued profundamente grabado para toda la vida. En el sueo me pareci estar junto a mi casa, en un paraje bastante espacioso, donde haba reunida una muchedumbre de chiquillos en pleno juego. Unos rean, otros jugaban, muchos blasfemaban. Al or aquellas blasfemias, me met enseguida en medio de ellos para hacerlos callar a puetazos e insultos. En aquel momento apareci un hombre muy respetable, de varonil aspecto, noblemente vestido. Un blanco manto le cubra de arriba abajo. Su rostro era tan luminoso que no se poda fijar en l la mirada. Me llam por mi nombre y me mand ponerme al frente de aquellos muchachos, aadiendo estas palabras: -Con golpes, no; sino que debers ganarte a estos tus amigos con la mansedumbre y la caridad. Ponte, pues, ahora mismo a ensearles la fealdad del pecado y la hermosura de la virtud. Aturdido y espantado, dije que yo era un pobre muchacho ignorante, incapaz de hablar de religin a aquellos muchachos. En aquel momento cesaron ellos en sus rias, alborotos y blasfemias y rodearon al que hablaba. Sin casi saber lo que me deca, aad: -Quin sois vos para mandarme estos imposibles? -Precisamente porque esto te parece imposible, debes convertirlo en posible con la obediencia y la adquisicin de la ciencia. -En dnde? Cmo podr adquirir la ciencia? -Yo te dar la Maestra. Bajo su disciplina podrs llegar a ser sabio, pero sin Ella toda sabidura se convierte en necedad. -Pero quin sois vos que me hablis de este modo? -Yo soy el Hijo de Aquella a quien tu madre te acostumbr a saludar tres veces al da. -Mi madre me dice que no me junte con los que no conozco, sin su permiso. Decidme, por tanto, vuestro nombre. -Mi nombre pregntaselo a mi Madre. En aquel momento vi junto a l una Seora de aspecto majestuoso, vestida con un manto que resplandeca por todas partes, como si cada uno de sus puntos fuera una estrella refulgente. Ella, al verme cada vez ms desconcertado en mis preguntas y respuestas, me indic que me acercase, y tomndome bondadosamente de la mano, me dijo: -Mira. Al mirar me di cuenta de que aquellos muchachos haban desaparecido. Y vi en su lugar una multitud de cabritos, perros, gatos, osos y varios otros animales. La majestuosa Seora me dijo: -He aqu tu campo, he aqu en donde debes trabajar. Hazte humilde, fuerte y robusto, y lo que veas que ocurre en estos momentos con estos animales, lo debers hacer t con mis hijos. Volv entonces la mirada, y en vez de los animales feroces, aparecieron otros tantos mansos corderillos que, haciendo fiestas al Hombre y a la Seora, seguan saltando y balando a su alrededor. En aquel momento, siempre en sueos, me ech a llorar. Ped que se me hablase de modo que pudiera comprender, pues no alcanzaba a entender qu quera representar todo aquello. Entonces Ella me puso la mano sobre la cabeza y me dijo:

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-A su debido tiempo, todo lo comprenders. Dicho esto, un ruido me despert y todo desapareci. Qued muy aturdido. Me pareca que tena deshechas las manos por los puetazos que haba dado, y que me dola la cara por las bofetadas recibidas. Y, despus, aquel personaje y aquella Seora llenaron mi mente de tal modo, con lo dicho y odo, que ya no pude reanudar el sueo aquella noche. Capitn de bandoleros? Por la maana cont en seguida aquel sueo; primero a mis hermanos, que se echaron a rer, y luego a mi madre y a la abuela. Cada uno lo interpretaba a su manera. Mi hermano Jos dijo: T sers pastor de cabras, ovejas y otros animales. Mi madre: Quin sabe si un da sers sacerdote! . Antonio, con dureza: Tal vez capitn de bandoleros. Pero la abuela, analfabeta del todo, con ribetes de telogo, dio la sentencia definitiva: No hay que hacer caso de los sueos. Yo era de la opinin de mi abuela. Pero nunca pude echar en olvido aquel sueo. Lo que expondr a continuacin dar explicacin de ello. Yo no habl ms de esto, y mis parientes no le dieron la menor importancia. Pero cuando el ao 1858 fui a Roma para tratar con el Papa sobre la Congregacin Salesiana, l me hizo exponerle con detalle todas las cosas que tuvieran alguna apariencia de sobrenatural. Entonces cont, por primera vez, el sueo que tuve de los nueve a los diez aos. El Papa me mand que lo escribiese literal y detalladamente y lo dejara para alentar a los hijos de la Congregacin. Esta era precisamente la finalidad de aquel viaje.

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LOS AOS FABULOSOS (1825 1835)1- El pequeo saltimbanquiPequeo de estatura Me habis preguntado muchas veces a qu edad comenc a preocuparme de los nios. A los diez aos haca lo que era compatible con esa edad: una especie de oratorio festivo. Escuchad. Era yo an muy pequeo y ya estudiaba el carcter de mis compaeros. Miraba a uno a la cara, y ordinariamente descubra los propsitos que tena en el corazn. Por eso los de mi edad me queran y me respetaban mucho. Todos me elegan para juez o para amigo. Por mi parte, haca bien a quien poda, y mal a ninguno. Los compaeros me queran a su lado para que, en caso de pelea, me pusiera de su parte. Porque, aunque era pequeo de estatura, tena fuerza y coraje para meter miedo a compaeros de mi edad. De tal forma que, si haba pelea, disputas, rias de cualquier gnero, yo era el rbitro de los contendientes, y todos aceptaban de buen grado la sentencia que dictaba. Narrador de historias y cuentos Pero lo que les reuna junto a m y les arrebataba hasta la locura eran mis narraciones. Los ejemplos que oa en los sermones o en el catecismo, la lectura de libros, como Los Reales de Francia, Gerrn Mezquino, Bertoldo y Bertoldino, me prestaban argumentos. Tan pronto me vean mis compaeros, corran en tropel para que les contase algo, yo que apenas entenda lo que lea. A ellos se unan algunas personas mayores, y suceda que a veces, yendo o viniendo de Castelnuovo, u otras en un campo o en un prado, me vea rodeado de centenares de personas. Acudan a escuchar a un pobre chiquillo que tena un poquito de memoria. Estaba en ayunas de toda ciencia, por ms que entre ellos pasase por un doctor. En el pas de los ciegos, el tuerto es rey. Durante el invierno, me reclamaban en los establos para que les contara historietas. All (el lugar ms caliente de la casa) se reuna gente de toda edad y condicin, y todos disfrutaban escuchando inmviles durante cinco o seis horas al pobre lector de Los Reales de Francia, que hablaba como si fuera un orador , de pie sobre un banco para que todos le vieran y oyesen. Y como se deca que iban a escuchar el sermn, empezaba y terminaba las narraciones con la seal de la cruz y el rezo del avemara (1826). Andaba y bailaba sobre la cuerda Durante la primavera, en los das festivos sobre todo, se reunan los del vecindario y algunos forasteros. Entonces la cosa iba ms en serio. Entretena a todos con algunos juegos que haba aprendido de otros. Haba a menudo, en ferias y mercados, charlatanes y volatineros a quienes yo iba a ver. Observaba atentamente sus ms pequeas proezas y volva a casa y las repeta hasta aprenderlas. Imaginaos los golpes, revolcones, cadas y volteretas a que me expona vez por vez.

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Lo creeris? A mis once aos haca juegos de manos, daba el salto mortal, haca la golondrina, caminaba con las manos, andaba, saltaba y bailaba sobre la cuerda como un profesional. Por lo que se haca los das de fiesta lo comprenderis fcilmente. Haba en I Becchi un prado en donde crecan entonces algunos rboles. Todava queda un peral que en aquel tiempo me sirvi de mucho. Ataba a ese rbol una cuerda que anudaba en otro ms distante. Despus colocaba al lado una mesita con una bolsa y una alfombra en el suelo para dar los saltos. Cuando todo estaba preparado y el pblico ansioso por lo que iba a seguir, entonces invitaba a todos a rezar la tercera parte del rosario, tras lo cual se cantaba una letrilla religiosa. Acabado esto, suba a una silla y predicaba o, mejor dicho, repeta lo que recordaba de la explicacin del Evangelio que haba odo por la maana en la iglesia; o tambin contaba hechos y ejemplos odos o ledos en algn libro. Terminado el sermn, se rezaba un poco y enseguida, venan las diversiones. En aquel momento hubierais visto al predicador como antes dije, convertirse en un charlatn de profesin. Hacer la golondrina, ejecutar el salto mortal, caminar con las manos en el suelo y los pies en alto, echarme a continuacin al hombro las alforjas y tragarme monedas para despus sacarlas de la punta de la nariz de este o del otro espectador. Multiplicar pelotas y huevos, cambiar el agua en vino, matar y despedazar un pollo para hacerlo luego resucitar y cantar mejor que antes, eran los entretenimientos ordinarios. Andaba sobre la cuerda como por un sendero. saltaba, bailaba, me colgaba, ora de un pie, ora de los dos; ya con las dos manos, ya con una sola. Tras algunas horas de diversin, cuando yo estaba bien cansado, cesaban los juegos, se haca una breve oracin y cada cual volva a su casa. Quedaban fuera de estas reuniones los que hubieran blasfemado, hablado mal o no quisieran tomar parte en las prcticas religiosas. Al llegar aqu, diris algunos : Para ir a las ferias y mercados, para or a los charlatanes, para preparar cuanto se necesita para tales diversiones, hace falta dinero. De dnde sala? Yo poda proporcionrmelo de mil diversos modos. Las moneditas que mi madre y otros me daban para divertirme o para golosinas, las propinas, los regalos, todo lo guardaba para eso. Tena adems una gran pericia para cazar pjaros con la trampa, la jaula, la liga y los lazos; y saba mucho de nidos. Cuando haba recogido unos cuantos, buscaba la manera de venderlos convenientemente. Las setas, las hierbas colorantes y el brezo, constituan para m otra fuente de ingresos. Vosotros me preguntaris si mi madre estaba contenta de que yo llevase una vida tan disipada y de que perdiese el tiempo haciendo de saltimbanqui. Habis de saber que mi madre me quera mucho y yo le tena una confianza tan ilimitada, que no me hubiera atrevido a mover un pie sin su consentimiento. Ella lo saba todo, todo lo observaba y me dejaba hacer. Es ms, si necesitaba alguna cosa, me la proporcionaba con gusto. Los mismos compaeros y, en general, todos los espectadores, me daban de buena gana cuanto necesitaba para procurarles los ansiados pasatiempos.

2- EncuentrosLa primera comunin A la edad de once aos fui admitido a la primera comunin. Me saba entero el catecismo, pero de ordinario, ninguno era admitido a la primera comunin, si no tena

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doce aos. Adems, a m, dada la distancia (unos 5 Km.), no me conoca el prroco y me deba limitar exclusivamente a la instruccin religiosa de mi buena madre. Y como no quera que siguiera creciendo sin realizar este gran acto de nuestra santa religin, ella misma se las arregl para prepararme como mejor pudo y supo. Me envi al catecismo todos los das de cuaresma. Despus fui examinado y aprobado, y se fij el da en que todos los nios deban cumplir con pascua (26 de marzo de 1826). Era imposible evitar la distraccin en medio de la multitud. Mi madre procur acompaarme varios das. Durante la cuaresma, me haba ayudado a confesarme tres veces. -Juann -me repiti varias veces-, Dios te va a dar un gran regalo. Procura prepararte bien, confesarte y no callar nada en la confesin. Confisalo todo, arrepentido de todo, y promete a nuestro Seor ser mejor en lo porvenir. Todo lo promet. Si despus he sido fiel, Dios lo sabe. En casa me haca rezar, leer un libro devoto y me daba adems aquellos consejos que una madre ingeniosa tiene siempre a punto para bien de sus hijos. Aquella maana no me dej hablar con nadie. Me acompa a la sagrada mesa e hizo conmigo la preparacin y accin de gracias, que el vicario, de nombre don Jos Sismondo, diriga alternando con todos en alta voz. No quiso que durante aquel da me ocupase en ningn trabajo material, sino que lo empleara en leer y en rezar. Entre otras muchas cosas, me repiti mi madre muchas veces estas palabras: -Querido hijo mo: ste es un da muy grande para ti. Estoy persuadida de que Dios ha tomado verdadera posesin de tu corazn. Promtele que hars cuanto puedas para conservarte bueno hasta el fin de la vida. En lo sucesivo, comulga con frecuencia, pero gurdate bien de hacer sacrilegios. Dilo todo en confesin; s siempre obediente; ve de buen grado al catecismo y a los sermones; pero, por amor de Dios, huye como de la peste de los que tienen malas conversaciones. Record los avisos de mi buena madre y procur ponerlos en prctica. Me parece que desde aquel da hubo alguna mejora en mi vida, sobre todo en la obediencia y en la sumisin a los dems, que al principio me costaba mucho, ya que siempre quera oponer mis pueriles objeciones a cualquier mandato o consejo. Me apenaba la falta de una iglesia o capilla adonde ir a rezar y a cantar con mis compaeros. Para or un sermn o para ir al catecismo tena que andar cerca de diez kilmetros entre ida y vuelta a Castelnuovo o a la aldea de Buttigliera. Por eso mis coterrneos venan gustosos a or mis sermones de saltimbanqui. La santa misin En aquel ario de 1826, con motivo de una santa misin que hubo en la aldea de Buttigliera, tuve ocasin de or varios sermones. La nombrada de los predicadores atraa a las gentes de todas partes. Yo mismo iba en compaa de otros muchos. Despus de una instruccin y una meditacin, al caer de la tarde los oyentes volvan a sus casas. Una de aquellas tardes del mes de abril volva a casa en medio de una gran multitud. Iba entre nosotros un tal don Juan Calosso, de Chieri, hombre muy piadoso, que, aunque curvado por los aos, haca aquel largo trecho de camino para ir a escuchar a los misioneros. Era el capelln de la aldea de Morialdo.

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Una propina por cuatro palabras Al ver a un muchacho de baja estatura, con la cabeza descubierta y el cabello recio y ensortijado, que iba con gran silencio en medio de los dems, puso sus ojos sobre m y empez a hablarme de esta manera: -Hijo mo, de dnde vienes? Acaso has ido t tambin a la misin? -S, seor. He odo tambin los sermones de los misioneros. -Pues s que habrs podido entender mucho! De seguro que tu madre te hubiera predicado mejor. No te parece? -Es cierto. Mi madre me dice a menudo cosas muy bonitas. Pero eso no quita que yo no vaya con gusto a or a los misioneros, y creo haberlos entendido muy bien. -Si me dices cuatro palabras de los sermones de esta tarde, te doy una propina. -Dgame si quiere que le hable del primer sermn o del segundo. -Sobre el que quieras. Basta que me digas cuatro cosas. Te acuerdas de qu trat el primer sermn? -Trat de la necesidad de entregarse a Dios y de no dejar para ms adelante la conversin. -Pero, en resumen, qu se dijo-aadi el venerable anciano algo maravillado. -Lo recuerdo bastante bien. Si quiere, se lo digo entero. Y, sin ms, comenc con el exordio, y segu a continuacin con los tres puntos, a saber: que el que difiere su conversin corre gran peligro de que le falte el tiempo, la gracia, o la voluntad. l me dej hablar por ms de media hora, rodeado por toda la gente. Despus empez a preguntarme: -Cmo te llamas? Quines son tus padres? Has ido mucho a la escuela? -Me llamo Juan Bosco. Mi padre muri cuando yo era muy nio. Mi madre es viuda, con cinco personas que mantener. He aprendido a leer y escribir un poco. -Has estudiado la gramtica latina? -No s qu es eso. -Te gustara estudiar? -Muchsimo! -Quin te lo impide? -Mi hermano Antonio. -Y por qu Antonio no te deja estudiar? -Porque como a l no le gustaba ir a la escuela, dice que no quiere que otros pierdan el tiempo estudiando como l lo perda. Pero, si yo pudiese ir, s que estudiara y no perdera el tiempo. -Y para qu quisieras estudiar? -Para hacerme sacerdote. -Y por qu quieres ser sacerdote? -Para acercarme a hablar y ensear la religin a tantos compaeros mos que no son malos, pero que se hacen tales porque nadie se ocupa de ellos. Mi franqueza y, dira, mi audacia en el hablar caus gran impresin en aquel santo sacerdote, que, mientras yo hablaba, no me quitaba los ojos de encima. Llegados entre tanto a un determinado punto del camino en que era menester separarnos, me dej diciendo: -Animo! yo pensar en ti y en tus estudios. Ven a verme con tu madre el domingo, y todo lo arreglaremos.

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Cunto vale un amigo fiel Fui, en efecto, al domingo siguiente con mi madre. Y convinieron en que l mismo me dara clase un rato cada da, a fin de que trabajase el resto en el campo, para condescender con mi hermano Antonio. Este se conform fcilmente, ya que todo esto deba empezar despus del verano, cuando ya no hay mucho trabajo en el campo. Me puse enseguida en las manos de don Juan Calosso, que slo haca unos meses que haba venido a aquella capellana. Me di a conocer a l tal como era. Le manifestaba con naturalidad mis deseos, mis pensamientos y mis acciones. Esto le agrad mucho, porque as me poda guiar con ms conocimiento de la realidad en lo espiritual y en lo temporal. Y as conoc cunto vale un director fijo, un amigo fiel del alma, pues hasta entonces no lo haba tenido. Me prohibi enseguida, entre otras cosas, una penitencia que yo acostumbraba a hacer y que no era proporcionada a mi edad y condicin. Me anim a frecuentar la confesin y comunin, y me ense a hacer cada da una breve meditacin y un poco de lectura espiritual. Los domingos pasaba con l todo el tiempo que poda. De este modo comenc a gustar la vida espiritual, ya que hasta entonces obraba ms bien materialmente y como las mquinas que hacen las cosas sin saber por qu. Hacia mediados de septiembre comenc los estudios de la gramtica italiana, que aprend pronto y practiqu con oportunas redacciones. Por Navidad empec el Donato, y por Pascua ya traduca del latn al italiano, y viceversa. Durante todo aquel tiempo no dej los acostumbrados entretenimientos festivos en el prado, o en el establo durante el invierno. Todo cuanto mi maestro haca o deca, la ms mnima de sus palabras, me serva para entretener a mi auditorio. Vea el cielo abierto, pues haba logrado mis deseos. Pero una nueva tribulacin, ms an, un grave infortunio ech abajo todas mis ilusiones.

3- Se acab toda esperanzaLos libros y la azada Mientras dur el invierno y los trabajos del campo no urgan, mi hermano Antonio dej que me dedicara a las tareas de la escuela. Pero, en cuanto lleg la primavera, comenz a quejarse. Deca que l deba consumir su vida en trabajos pesados, mientras que yo perda el tiempo haciendo el seorito. Hubo vivas discusiones conmigo y con mi madre. Se determin, al fin, para tener paz en casa, que por la maana ira temprano a la escuela, y el resto del da lo empleara en trabajos materiales. Pero cmo estudiara las lecciones? Cundo hara las traducciones? Od. La ida y vuelta de la escuela me proporcionaba algn tiempo para estudiar. En cuanto llegaba a casa, agarraba la azada en una mano y en la otra la gramtica, y camino del trabajo estudiaba: qui, quae, quod, etc., hasta que llegaba al tajo. All daba una mirada nostlgica a la gramtica, la colocaba en un rincn, y me dispona a cavar, a escardar o a recoger hierbas con los dems, segn necesidad. A la hora en que los dems merendaban, yo me iba aparte, y mientras tena en una mano el pan que coma, con la otra mano sostena el libro y estudiaba. La misma operacin haca al volver a casa. Y para hacer mis deberes escritos, el nico tiempo de que dispona era durante las comidas y las cenas, ms algn hurto hecho al sueo.

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Mas, a pesar de tanto trabajo y de tan buena voluntad, mi hermano Antonio no se daba por satisfecho. Un da, delante de mi madre y, despus, delante de mi hermano Jos, dijo con tono imperativo: -Ya he aguardado bastante! Quiero acabar con tanta gramtica! yo me hice grande y fuerte y nunca vi un libro. Dominado en aquel momento por el pesar y la rabia, respond lo que no deba: -Pues mal hecho! -le dije-. No tienes ah a nuestro burro que es ms grande que t y tampoco fue a la escuela? Quieres ser t como l? A tales palabras se puso furioso y, gracias a mis piernas, que, por cierto, me solan obedecer bastante bien, pude ponerme a salvo de una lluvia de golpes y pescozones. Un puado de das felices Mi madre estaba afligidsima. Yo lloraba. El capelln don Juan Calosso senta gran pena. Aquel digno ministro del Seor, enterado de los conflictos de mi casa, me llam un da y me dijo: -Has puesto en m tu confianza, y no quiero que esto sea en vano. Deja a ese bendito hermano tuyo, vente conmigo y tendrs un padre amoroso. Comuniqu en seguida a mi madre la caritativa oferta, y hubo una gran alegra en la familia. Hacia el mes de abril comenc a vivir con el capelln de Morialdo, y slo iba a casa por la noche, para dormir. Nadie puede imaginar mi gran alegra. Don Juan Calosso se convirti para m en un dolo. Le quera ms que a un padre, rezaba por l y le serva con ilusin en todo. Adems era un placer tomarse molestias por l y, dira, dar la vida por complacerle. Adelantaba ms en un da con aquel sacerdote que una semana en casa. Y aquel hombre de Dios me apreciaba tanto, que me dijo varias veces: -No te preocupes de tu porvenir. mientras yo viva, nada te ha de faltar. Y, si muero, tambin proveer. Don Juan Calosso se muere Mis cosas marchaban con increble suerte. Me consideraba feliz en todo y no deseaba nada del mundo, cuando un desastre trunc el camino de mis esperanzas. Una maana de abril de 1828, don Juan Calosso me mand a un recado a mi casa. Apenas haba llegado, cuando una persona, corriendo, jadeante, me indica que vuelva inmediatamente junto al sacerdote, pues haba sido atacado de un mal grave y preguntaba por m. Ms que correr, vol junto a mi bienhechor. Le encontr en la cama, privado del habla. Sufra un ataque apopljico. Me conoci, quiso hablar, pero no pudo articular palabra. Me dio la llave del dinero, haciendo gestos de que no la entregase a nadie. Tras dos das de agona, el alma de aquel santo sacerdote volaba al seno del Creador. Con l moran todas mis esperanzas. Siempre he rezado por aquel mi insigne bienhechor, y jams dejar de hacerlo mientras viva. Llegaron los herederos de don Juan Calosso y les entregu la llave y todo lo dems.

4- Veinte kilmetros para ir a la escuela

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Un seminarista de ojos brillantes Aquel ao, la divina Providencia me relacion con un nuevo bienhechor: don Jos Cafasso, de Castelnuovo de Asti. Era el segundo domingo de octubre de 1827, y celebraban los habitantes de Morialdo la maternidad de la Santsima Virgen. Era la solemnidad principal de la poblacin. Unos estaban en las faenas de la casa o de la iglesia, mientras otros se convertan en espectadores o tomaban parte en juegos y pasatiempos diversos. A uno solo vi alejado de todo espectculo, Era un seminarista. pequeo de estatura, de ojos brillantes, aire afable y rostro angelical. Se apoyaba contra la puerta de la iglesia. Qued como subyugado con su figura, y aunque yo rozaba apenas los doce (quince) aos, sin embargo, movido por el deseo de hablarle, me acerqu y le dije: -Seor cura, quiere ver algn espectculo de nuestra fiesta? Yo le acompaar con gusto adonde desee. Me hizo una seal para que me acercase y empez a preguntarme por mis aos, por mis estudios; si haba recibido la primera comunin, con qu frecuencia me confesaba, a dnde iba al catecismo y cosas semejantes. Quede como encantado de aquella manera edificante de hablar, respond gustoso a todas las preguntas; despus, casi para agradecer su amabilidad, repet mi ofrecimiento de acompaarle a visitar cualquier espectculo o novedad. -Mi querido amigo -dijo l-: los espectculos de los sacerdotes son las funciones de la iglesia. Cuanto ms devotamente se celebran, tanto ms agradables resultan. Nuestras novedades son las prcticas de la religin, que son siempre nuevas, y por eso hay que frecuentarlas con asiduidad. Yo slo espero a que abran la iglesia para poder entrar. Me anim a seguir la conversacin y aad : -Es verdad lo que usted dice. Pero hay tiempo para todo: tiempo para la iglesia y tiempo para divertirse. l se puso a rer. Y termin con estas memorables palabras, que fueron como el programa de las acciones de toda su vida: -Quien abraza el estado eclesistico se entrega al Seor, y nada de cuanto tuvo en el mundo debe preocuparle, sino aquello que puede servir para la gloria de Dios y provecho de las almas. Entonces, admiradsimo, quise saber el nombre del seminarista, cuyas palabras y porte publicaban tan a las claras el espritu del Seor. Supe que era el clrigo Jos Cafasso, estudiante del primer curso de teologa, del cual ya haba odo hablar en diversas ocasiones como de un espejo de virtudes. Porvenir incierto La muerte de don Juan Calosso fue para m un desastre irreparable. Lloraba sin consuelo por el bienhechor fallecido. Cuando estaba despierto pensaba en l. Soaba con l cuando dorma. Tan adelante fueron las cosas, que mi madre, temiendo por mi salud, me mand por algn tiempo con mi abuelo a Capriglio. En aquel tiempo tuve otro sueo. En l se me reprenda speramente por haber puesto mi esperanza en los hombres y no en la bondad del Padre celestial. Mientras tanto, yo pensaba siempre en adelantar en los estudios. Vea a varios buenos sacerdotes que trabajaban en el sagrado ministerio; pero no poda acomodarme a un trato familiar con ellos. Me ocurri a menudo encontrarme por la calle con mi

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prroco y su vicario. Los saludaba desde lejos y, cuando estaba ms cerca, les haca una reverencia. Pero ellos me devolvan el saludo de un modo seco y corts y seguan su camino. Muchas veces, llorando, deca para m y tambin a los otros: -Si yo fuera cura, me comportara de otro modo. Disfrutara acercndome a los nios, conversando con ellos, dndoles buenos consejos. Qu feliz sera si pudiese charlar un poco con mi prroco! Con don Juan Calosso tena esta suerte. Y que ahora no la tenga ya! Mi madre, vindome siempre afligido a causa de las dificultades que se oponan a mis estudios, desesperando de obtener el consentimiento de Antonio, que ya pasaba de los veinte aos, determin hacer la divisin de los bienes paternos. Haba una gran dificultad, ya que Jos y yo ramos menores de edad y precisaba hacer muchas diligencias y soportar gastos considerables. Con todo, en poco tiempo se realiz aquella determinacin. As que la familia se redujo a mi madre y a mi hermano Jos, que quiso vivir conmigo sin dividir las partes. Mi abuela haba muerto haca unos aos (11 febrero 1826). Cierto que, con aquella divisin, se me quitaba un gran peso de encima y se me daba plena libertad para seguir los estudios. Mas, para cumplir las formalidades de la ley se precisaron varios meses, con lo que no pude ir a las escuelas pblicas de Castelnuovo hasta cerca de Navidad de 1828, cuando yo tena trece aos. Juan Roberto sastre y cantor La entrada en una escuela pblica, con un maestro nuevo, despus de haber estudiado en privado, fue para m desconcertante. Tuve casi que comenzar la gramtica italiana para pasar luego a la latina. Durante algn tiempo iba desde casa todos los das a la escuela del pueblo; pero en lo ms crudo del invierno me resultaba casi imposible. Entre las dos idas y las dos vueltas haca casi cerca de veinte kilmetros al da. As que me pusieron a pensin con un buen hombre que se llamaba Juan Roberto, sastre de profesin, muy aficionado al canto gregoriano y a la msica vocal. Como yo tena bastante buena voz, me di con ardor al arte musical, de modo que en pocos meses logr formar parte del coro y ejecutar los solos con xito. Deseando adems ocupar las horas libres con alguna otra cosa, me puse a hacer de sastre. En poqusimo tiempo aprend a pegar botones, a hacer ojales, costuras simples y dobles. Aprend a cortar calzoncillos, camisas, pantalones, chalecos, y me pareca que ya era todo un seor sastre. Mi amo, al verme adelantar en su oficio, me hizo propuestas bastante ventajosas para que me quedara a trabajar definitivamente con l. Pero mis planes eran muy otros: yo quera adelantar en los estudios. Por eso, mientras me ocupaba en muchas cosas para evitar el ocio, haca todos los esfuerzos posibles para alcanzar el fin principal. Un grupo de amigos Durante aquel ao tropec con algn peligro por parte de ciertos compaeros. Queran llevarme a jugar durante las horas de clase y, como yo sacara la excusa de que no tena dinero, me sugeran la forma de reunirlo robando a mi amo y tambin a mi madre. Para animarme a ello, me deca uno: -Amigo, ya es hora de que despiertes. Hay que aprender a vivir en este mundo.

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Quien tiene los ojos vendados no sabe por dnde camina. Ea, apate para tener dinero, y tambin t gozars de las diversiones de tus compaeros. Recuerdo que respond as: -No entiendo lo que quieres decir. Me parece que con tus palabras me aconsejas el juego y el robo. Pero t no rezas cada da: el sptimo, no hurtar? El que roba es un ladrn, y los ladrones acaban mal. Adems que mi madre me quiere mucho, y si le pido dinero para cosas que no estn mal, me lo dar. Sin su permiso nunca he hecho nada; no quiero comenzar ahora a desobedecerla. Si tus compaeros hacen esto, no son buenos. Si no lo hacen, y lo aconsejan a los otros, son unos granujas y unos malvados. Estas palabras corrieron de boca en boca, y nadie se atrevi a hacerme tan indignas propuestas. Es ms, mi respuesta lleg a odos del profesor, que desde entonces me apreci ms. Lo supieron tambin los padres de muchos jovencitos, y aconsejaban por esto a sus hijos que viniesen conmigo. De esta forma pude fcilmente elegir un grupo de amigos que me queran y obedecan como los de Morialdo. Mis cosas iban tomando muy buen cariz, cuando un nuevo incidente vino a trastornarlas. El seor Virano, mi profesor, fue nombrado prroco de Mondonio, en la dicesis de Asti. En abril de aquel ao 1831, nuestro querido maestro tomaba posesin de su parroquia y le sustitua otro (Nicols Moglia), que, con su incapacidad para la disciplina, casi ech a perder cuanto haba aprendido en los meses anteriores.

5- Las escuelas de Chieri: tres cursos en un aoVolver a empezar desde el principio Despus de perder tanto tiempo, finalmente se tom la decisin de que fuera a Chieri para dedicarme seriamente al estudio. Era el ao 1831 (3 de noviembre). Quien se ha criado entre bosques y no ha visto ms que un pueblecillo provinciano, queda muy impresionado ante cualquier novedad. Estaba de husped en casa de una paisana: Luca Matta, viuda con un solo hijo, la cual viva en aquella ciudad para atenderle y vigilarle. La primera persona a quien conoc fue al sacerdote don Eustaquio Valimberti, de santa memoria. l me dio muchos y buenos consejos para mantenerme alejado de los peligros. Me invitaba a ayudarle a misa, lo que le daba ocasin para hacerme algunas sugerencias. El mismo me present al delegado de estudios de la escuela, y me hizo trabar conocimiento con otros profesores. Como los estudios hechos hasta entonces eran de todo un poco, que equivalan a casi nada, me aconsejaron entrar en la clase sexta (que hoy correspondera a un cuarto de bsica). El maestro de entonces, don Valeriano Pugnetti, tambin de grata memoria, tuvo para conmigo mucha caridad. Me ayudaba en la escuela, me invitaba a ir a su casa y, compadecido de mi edad y de mi buena voluntad, no ahorraba nada de cuanto pudiera ayudarme. Por mi edad y mi corpulencia (diecisis aos cumplidos) pareca un pilastrn en medio de mis compaeros, an nios. Ansioso de sacarme de aquella situacin, despus de estar dos meses en la clase sexta y habiendo conquistado el primer puesto, fui admitido a examen para pasar a la clase quinta. Entr con gusto en la nueva clase, porque los condiscpulos eran algo mayores y tena adems como profesor al querido don Eustaquio Valimberti.

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Dos meses despus, tras haber logrado varias veces ser el primero de la clase, fui admitido a otro examen por va de excepcin, y pas as a la clase cuarta (que correspondera al sexto de bsica). El profesor de esta clase era Jos Cima, hombre severo en la disciplina. Cuando vio comparecer en su aula, a mitad de curso, a un alumno tan alto y corpulento como l, dijo bromeando delante de todos: -He aqu un enorme talento o un topo. Qu opinis? Aturdido ante tal presentacin, respond : -Algo de las dos cosas. Un pobre muchacho que tiene buena voluntad para cumplir su deber y progresar en los estudios. Estas palabras fueron de su agrado y respondi con inslita afabilidad: -Si usted tiene buena voluntad, ha cado en buenas manos; no le dejar sin trabajo. Anmese y, si alguna dificultad encuentra, dgamelo en seguida, que yo se la allanar. Se lo agradec de corazn. Un da me olvid un libro Haca dos meses que estaba en aquella clase cuando ocurri un pequeo incidente que dio algo que hablar sobre m. Explicaba un da el profesor la vida de Agesilao, escrita por Cornelio Nepote. Aquel da no tena yo mi libro y, para disimular mi olvido, sostena abierto ante m el Donato. Los compaeros se dieron cuenta de ello. Empez uno a rer, sigui otro, hasta que cundi el desorden en la clase. -Qu sucede? -dijo el profesor-; qu sucede? Dganlo en seguida. Y como todas las miradas se dirigiesen hacia m, me mand hacer la construccin gramatical del prrafo y repetir su misma explicacin. Me puse de pie y, siempre con la gramtica en la mano, repet de memoria el texto, la construccin gramatical y la explicacin. Los compaeros, casi instintivamente, aplaudieron, entre gritos de admiracin. Imposible explicar el furor del profesor, ya que era aqulla la primera vez en que, segn l, le fallaba la disciplina. Me larg un pescozn, que esquiv agachando la cabeza. Despus, con la mano sobre mi Donato, hizo explicar a los vecinos la razn de aquel desorden. Ellos dijeron: -Bosco, con el Donato en las manos, ha ledo y explicado como si tuviera el libro de Cornelio Nepote. Repar el profesor en el libro sobre el que haba apoyado la mano, me hizo continuar la lectura dos perodos ms y despus me dijo: -Le perdono su olvido por su feliz memoria. Es usted afortunado. Procure servirse bien de ella. Al fin de aquel ao escolar, 1831-32, pas, con buenas calificaciones, al tercer curso (sptimo de EGB).

6- La Sociedad de la AlegraAprende por s mismo En estas cuatro primeras clases aprend, bien que a mi costa, a tratar con los compaeros. Yo les tena divididos en tres categoras: buenos, indiferentes y malos. A estos ltimos deba evitarlos del todo y siempre, apenas los localizara. Con los indiferentes

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bastaba un trato de cortesa y convivencia. Con los buenos poda entablar amistad, siempre y cuando fueran verdaderamente tales. Como en la ciudad no conoca a ninguno, me impuse la regla de no tener familiaridad con nadie. Sin embargo, hube de luchar, y no poco, con los que no conoca del todo. Unos se empeaban en llevarme al teatro, otros al juego, algunos a nadar. Incluso a robar fruta por los huertos o en el campo. Hasta hubo un descarado que me aconsej que robara a mi patrona un objeto de valor para comprarnos caramelos. Me fui liberando de aquella caterva de desgraciados, huyendo totalmente de su compaa tan pronto como los descubra. De ordinario responda que mi madre me haba confiado a mi patrona y que por el mucho cario que mi madre le tena, yo no quera ir a ninguna parte ni hacer nada sin el consentimiento de la buena Luca, que se era su nombre. Mi fiel obediencia a la seora Luca me result til; porque por ello me confi con gran placer a su nico hijo, de carcter vivaracho, muy amigo de jugar y poco de estudiar. Me encarg le repasara las lecciones, aun cuando era de un curso superior al mo. Yo me preocup de l como de un hermano. Por las buenas, con algn regalillo, con entretenimientos caseros y, sobre todo llevndolo a las funciones religiosas, le hice bastante dcil, aplicado y obediente, al extremo de que, al cabo de seis meses, era ya tan bueno y aplicado que complaca al profesor hasta el punto de obtener premios de honor en la clase. La madre qued tan satisfecha que, en pago, me perdon del todo la pensin mensual. Capitn de un pequeo ejrcito Y como quiera que los compaeros que queran arrastrarme al desorden eran los ms descuidados en sus deberes, tambin ellos empezaron a venir conmigo, para que hiciera el favor de dictarles o prestarles los apuntes escolares. Disgust tal proceder al profesor, pues mi equivocada benevolencia favoreca su pereza. Y me lo prohibi severamente. Acud entonces a un medio ms ventajoso, es decir. explicarles las dificultades y ayudar tambin a los ms atrasados. As agradaba a todos y me ganaba el bien querer y el cario de los compaeros. Empezaron a venir para jugar, luego para or historietas y para hacer los deberes escolares y, finalmente, venan porque s, como los de Morialdo y Castelnuovo. Para darles algn nombre, acostumbrbamos a denominar aquellas reuniones Sociedad de la Alegra. El nombre vena al pelo, ya que era obligacin estricta de cada uno buscar buenos libros y suscitar conversaciones y pasatiempos que pudieran contribuir a estar alegres. Por el contrario, estaba prohibido todo lo que ocasionara tristeza, de modo especial las cosas contrarias a la ley del Seor. En consecuencia, era inmediatamente expulsado de la Sociedad el blasfemo, el que pronunciase el nombre de Dios en vano o tuviera conversaciones malas. As colocado a la cabeza de una multitud de compaeros, se pusieron de comn acuerdo estas bases : Todo miembro de la Sociedad dc la Alegra debe evitar toda conversacin y toda accin que desdiga de un buen cristiano. Exactitud en el cumplimiento de los deberes escolares y religiosos. Todo esto contribuy a granjearme el aprecio, al extremo de que en 1832 mis

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compaeros me honraban como a capitn de un pequeo ejrcito. Me reclamaban por todas partes para animar las diversiones, hacerme cargo de alumnos en sus propias casas, y tambin para dar clase y hacer repasos a domicilio. De este modo me facilitaba la divina Providencia la adquisicin de cuanto necesitaba para ropas, objetos de clase y dems, sin ocasionar ninguna molestia a mi familia.

7- Das de alegra y de escuelaSi no tienes un amigo que te corrija, paga a un enemigo Entre los que componan la Sociedad de la Alegra encontr a algunos verdaderamente ejemplares. Merecen ser nombrados de entre ellos Guillermo Garigliano, de Poirino, y Pablo Braja, de Chieri. Estos tomaban parte con gusto en los juegos, con tal que primero se hicieran los deberes escolares. A los dos les gustaba el retiro y la piedad, y constantemente me daban buenos consejos. Los das festivos, despus de la reunin reglamentaria del colegio, bamos a la iglesia de San Antonio, en donde los jesuitas tenan una catequesis estupenda, amenizada con algunos ejemplos, que an guardo en la memoria. Durante la semana, la Sociedad de la Alegra se reuna en casa de uno de los socios para hablar de religin. A esta reunin iba libremente el que quera. Garigliano y Braja eran de los ms asiduos. Nos entretenamos un poco en amenos recreos, con charlas piadosas, lecturas religiosas, oraciones, dndonos buenos consejos y avisndonos de los defectos personales que uno hubiese observado o de los que hubiera odo hablar a alguien. Sin que entonces lo supiese, practicbamos aquel aviso sublime: Dichoso quien tiene un monitor, y aquello de Pitgoras: Si no tienes un amigo que te corrija las faltas, paga un enemigo para que te haga este servicio . Una sola palabra en broma bastaba... A ms de estos amistosos entretenimientos, bamos a or sermones, a confesarnos y a recibir la santa comunin. Bueno ser os recuerde aqu que en aquel tiempo, la re1igin formaba parte fundamental de la educacin. Al profesor que, aun en broma, dijera una palabra indecorosa o irreverente, se le privaba inmediatamente del cargo. Y si eso suceda con los profesores, imaginad la severidad que se empleaba con los alumnos indisciplinados y escandalosos! Todos los das de la semana se oa la santa misa. Al empezar la clase se rezaba devotamente el ofrecimiento de obras, seguido del avemara. Al acabar, la accin de gracias, seguida tambin del avemara. Los das festivos se reunan los alumnos en la iglesia de la congregacin. Mientras llegaban los jvenes se haca una lectura espiritual, a la que segua el oficio de la Virgen. Despus la misa y luego la explicacin del Evangelio. Por la tarde, catecismo, vsperas e instruccin. Todos deban recibir los santos sacramentos, y para impedir la negligencia en tan importantes deberes, haba obligacin de presentar, una vez al mes, la cdula de confesin. Quien no hubiese cumplido con este deber, no poda presentarse a exmenes

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de fin de curso, aunque fuera de los primeros de la clase. Esta severa disciplina produca maravillosos efectos. Se pasaban los aos sin or una blasfemia o una mala conversacin. Los alumnos eran dciles y respetuosos, en clase y en casa. Suceda a menudo que en las clases, numerossimas por cierto, aprobaban todos al fin de curso. Mis condiscpulos de tercero, cuarto y quinto aprobaron todos. Un cannigo simptico Para m, el acontecimiento ms importante fue la eleccin de un confesor fijo en la persona del doctor Maloria, cannigo de la colegiata de Chieri. Me reciba siempre con bondad, cuantas veces iba a l. Es ms, me animaba a confesar y comulgar con la mayor frecuencia. Era raro encontrar quien animase a la frecuencia de los sacramentos. No recuerdo que ninguno de mis maestros me lo aconsejase. El que iba a confesar y comulgar ms de una vez al mes, era tenido por uno de los ms virtuosos, y muchos confesores no lo permitan. yo creo que debo a mi confesor el no haber sido arrastrado por los compaeros a ciertos desrdenes que los jvenes inexpertos han de lamentar muy a menudo en los grandes centros escolares. Durante estos aos no olvid a mis amigos de Morialdo. Mantuve siempre relacin con ellos, y de cuando en cuando los visitaba los jueves. En las vacaciones de otoo, apenas saban de mi llegada, venan a mi encuentro desde lejos, y siempre la convertan en una autntica fiesta. Tambin entre ellos se introdujo la Sociedad de la Alegra. Se apuntaban en ella todos los que durante el ao se haban distinguido por su conducta moral. Por el contrario, se daba de baja a los que se hubiesen portado mal, sobre todo si haban blasfemado o sostenido malas conversaciones.

8- Encuentro con Luis ComolloEl riesgo de un suspenso Terminada la enseanza bsica, nos visit el abogado y profesor don Jos Gozzani, Magistrado de la Reforma, y hombre de muchos mritos. Fue muy benvolo conmigo. Me qued tan buen recuerdo de l y sent por l tal gratitud, que de all arrancaron la amistad y trato ntimo que siempre mantuvimos. Aquel bonsimo sacerdote vive todava ( 1873) en Moltedo Superior, cerca de Oneglia, lugar de su nacimiento. Entre sus muchas obras de caridad, fund una beca en nuestro colegio de Alassio (1 de marzo de 1872) para un jovencito que desee seguir la carrera eclesistica. Aquellos exmenes fueron muy rigurosos. Sin embargo, mis cuarenta y cinco condiscpulos pasaron todos a la clase superior, que corresponde al ltimo curso de bsica. Yo estuve a punto de ser suspendido, por haber dejado copiar el tema a otro. Si aprob, se lo debo a la proteccin de mi venerado profesor, el padre Giusiana, dominico, que logr pudiese hacer un nuevo ejercicio, el cual me sali tan bien que obtuve la mxima calificacin. Haba entonces la saludable costumbre de que en cada curso el municipio premiase al menos a un alumno con la dispensa de la matrcula, que era de doce liras. Para obtener este favor era preciso sacar sobresaliente en los exmenes y en la conducta moral. A m me favoreci siempre la suerte; as que en todos los cursos estuve libre de

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pago. Aquel ao perd uno de los compaeros ms queridos. El muchacho Pablo Braja, mi querido e ntimo amigo, tras una larga enfermedad, modelo acabado de piedad, de resignacin y de fe viva, mora el da... del ao... (lO julio 1832), marchndose as a juntarse con San Luis, de quien se mostr devoto fiel toda su vida. Fue una pena para todo el colegio. A su entierro asistieron todos los compaeros. Y muchos, durante largo tiempo, iban los das de vacacin a comulgar, a rezar el oficio de la Santsima Virgen o la tercera parte del rosario por el eterno descanso del alma del amigo fallecido. Mas Dios se dign compensar esta prdida con otro compaero de la misma virtud, pero an ms notable por sus obras. Este fue Luis Comollo, del cual hablar en seguida. A patadas y bofetones Termin, pues el ao de humanidades (ltimo de bsica) con bastante xito, en forma tal que mis profesores, especialmente el doctor Pedro Banaudi, me aconsejaron pidiera examen para pasar a filosofa; y lo aprob; pero como me gustaba el estudio de las letras, pens que me ira bien seguir los estudios con regularidad y hacer la retrica en el curso 1834-35. Precisamente aquel ao comenzaron mis relaciones con Comollo. La vida de este excelente compaero ya fue escrita aparte, y la pueden leer todos cuando quieran. Anotar aqu un hecho que fue ocasin de que le conociera entre los estudiantes de humanidades. Se comentaba entre los alumnos de nuestro curso que en aquel ao se nos aadira un alumno santo. Y se deca que era sobrino del cura de Cinzano, sacerdote anciano y muy conocido por su santa vida. Yo deseaba conocer al joven, mas no saba su nombre. Un suceso me lo puso al alcance. Estaba muy en boga entonces el peligroso juego del fil derecho a la hora de entrar en la escuela. Los ms disipados y menos amigos del estudio eran de ordinario los que ms aficin le tenan. Haca algunos das que vea a un tmido joven, como de unos quince aos, que, al llegar a la escuela, escoga un lugar y, sin preocuparse del gritero de los dems, se pona a leer o estudiar. Un compaero insolente se le acerc, le tom por un brazo y pretenda que tambin l se pusiera a saltar. -No s -respondi el otro humildemente y mortificado-. No s; nunca he jugado a estos juegos. -Pues has de venir. De lo contrario te obligar yo a patadas y bofetones. -Puedes pegarme lo que quieras, pero no s. No puedo y no quiero. El mal educado y perverso condiscpulo, agarrndolo por el brazo, lo arrastr y le dio un par de bofetones, que resonaron por toda la escuela. Ante aquel espectculo sent hervir la sangre en mis venas. Esperaba que el ofendido, lgicamente, se vengase, tanto ms cuanto que el ultrajado era mucho mayor que el otro en estatura y en edad. Pero cul no fue mi maravilla cuando el joven desconocido, con la cara enrojecida y casi lvida, echando una mirada de compasin a su ofensor, le dijo solamente: -Si con esto te das por satisfecho, dalo por terminado. Yo te perdono. Aquel acto heroico dej en m ganas de saber su nombre: era Luis Comollo, sobrino del cura de Cinzano, de quien tantos encomios se haban odo.

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Vaya garrote! Desde entonces le tuve por amigo ntimo, y puedo decir que de l aprend a vivir como buen cristiano. Puse toda mi confianza en l, y l en m. Nos necesitbamos mutuamente. Yo necesitaba su ayuda espiritual, y l la ma corporal. Comollo, por su gran timidez, nunca intentaba la propia defensa ni contra los insultos de los malos. Yo, en cambio, era temido por todos los compaeros, aun mayores de edad y estatura, por mi fuerza y coraje. Lo haba hecho patente un da con ciertos individuos que queran burlarse de Comollo y pegarle, lo mismo que a otro muchacho llamado Antonio Candelo, el caso clsico de chico bonachn. Quera yo intervenir en favor de ellos, y la ocasin no se hizo esperar. Viendo un da a aquellos inocentes maltratados, dije en alta voz: -Ay de los que se burlen de stos! Muchos de los ms altos y descarados se juntaron en defensa comn, amenazndome a m mismo, al tiempo que sonaban dos bofetadas en la cara de Comollo. En aquel instante me olvid de m mismo. Echando mano, no de la razn, sino de la fuerza bruta, al no encontrar a mi alcance ni una silla ni un palo, agarr por los hombros a un condiscpulo y me serv de l como de un garrote para golpear a mis enemigos. Cuatro cayeron tendidos por el suelo, y los otros huyeron gritando y pidiendo socorro. Mas... ay! En aquel momento entr en el aula el profesor, y, al ver por el aire brazos y piernas en medio de un vocero de padre y muy seor mo, se puso a gritar dando bofetadas a derecha e izquierda. Iba a descargar la tempestad sobre m, pero hizo que le contaran antes la causa del jaleo. Entonces dispuso que se repitiera la escena o, mejor, la prueba de aquella mi fuerza. Ri el profesor, rieron todos los alumnos, y fue tal la admiracin, que no se pens ms en el castigo que me haba merecido. Ests tan atento en tratar a los hombres... Comollo me daba lecciones muy diferentes. Apenas pudimos hablar a solas me dijo: -Amigo mo, me espanta tu fuerza. Creme, Dios no te la dio para destrozar a tus compaeros. El quiere que nos amemos los unos a los otros, que nos perdonemos y devolvamos bien a los que nos hacen mal. Admirado de la caridad de mi amigo, me puse en sus manos, dejndome guiar a donde quera y como quera. De acuerdo con l y con mi amigo Garigliano, bamos juntos a confesar, comulgar y hacer la meditacin, la lectura espiritual, la visita al Santsimo y a ayudar la santa misa. Luis saba insinuarse con tanta bondad, dulzura y cortesa que era imposible rechazar sus invitaciones. Recuerdo que un da, conversando con un compaero, pas de largo por delante de una iglesia sin descubrirme la cabeza. El me dijo en seguida con gracia: -Juan, ests tan atento en tratar a los hombres que te olvidas hasta de la casa del Seor.

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9- Diversos sucesosMocito de caf Tras estos detalles de la vida escolar, contar algunos sucesos que pueden servir de amena diversin. El ao de humanidades cambi de pensin. As poda estar ms cerca de mi profesor don Pedro Banaudi, y condescender con un amigo de mi familia, llamado Juan Pianta, que abra aquel ao un caf en la ciudad de Chieri. Aquel hospedaje era ciertamente bastante peligroso. Pero viviendo con medios cristianos y continuando las relaciones con compaeros ejemplares, pude seguir adelante sin daos morales. Los deberes escolares me dejaban mucho tiempo libre, que dedicaba, en parte, a leer los clsicos italianos y latinos, y, en parte, a fabricar licores y confituras. Al cabo de medio ao estaba en condiciones de preparar caf y chocolate, y dominaba los secretos y las frmulas que me permitan confeccionar toda clase de dulces, licores, helados y refrescos. Mi amo comenz dndome albergue gratuito. Y, despus, al considerar lo til que podra serle para su negocio, me hizo proposiciones ventajosas con tal de que dejase todas las dems ocupaciones para dedicarme totalmente a aquel oficio. Pero yo trabajaba en ello slo por gusto y diversin. Mi intencin era la de seguir los estudios. Una desgracia El profesor Banaudi era un verdadero modelo de maestro. Haba llegado a hacerse respetar y amar por todos los alumnos sin imponer nunca un castigo. Amaba a todos como a hijos, y ellos le correspondan como a un tierno padre. Se determin hacerle un regalo en el da de su fiesta onomstica para testimoniarle nuestro aprecio. A tal efecto acordamos preparar composiciones en prosa y en verso, y presentarle algunos obsequios que nosotros juzgamos seran de su agrado. La fiesta result esplndida. No es para decir la alegra del maestro, que, para demostrarnos su satisfaccin, nos llev a comer al campo. Result un da felicsimo. Profesor y alumnos formaban un solo corazn y todos buscaban la manera de manifestar la alegra de su espritu. A la vuelta, antes de llegar a la ciudad de Chieri, el profesor se encontr con un forastero al que hubo de acompaar, dejndonos a nosotros solos durante un corto trecho de camino. En aquel momento se acercaron algunos compaeros de clases superiores y nos invitaron a ir a baarnos en un lugar llamado la Fuente Roja, que estaba a dos kilmetros y medio de Chieri. Yo, con algunos compaeros ms, me opuse, pero intilmente. Algunos vinieron conmigo a casa, y los otros se empearon en irse a nadar. Desgraciada determinacin! Pocas horas despus de llegar nosotros a casa, vinieron corriendo, espantados y jadeantes, primero uno y luego los dems, diciendo: - Sabis ? Felipe N., el que tanto insisti para que furamos a nadar, se ha ahogado. -Cmo? -preguntamos todos al primero-. Pero si se le tena por un gran nadador! -Qu queris que os diga ? -sigui otro-. Para animarnos a sumergirnos en el agua, confiando en su pericia y no conociendo los remolinos de la peligrosa Fuente

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Roja, se tir el primero. Esperbamos que saliera a la superficie, pero nos equivocamos. Nos pusimos a gritar, vino gente, se emplearon muchos medios, y, despus de hora y media, no sin arriesgarse alguno, se logr sacar fuera el cadver. Aquella desgracia caus en todos profunda tristeza. Ni aquel ao, ni el siguiente (1835) se oy hablar a nadie de ir a nadar. Hace algn tiempo me encontr con alguno de aquellos antiguos amigos y recordamos con verdadero dolor la desgracia sufrida por el infeliz compaero en el remolino de la Fuente Roja.

1O- Amistad con el judo JonsCrisis a los dieciocho aos Durante el ao de humanidades, estando todava en el caf de Juan Pianta, entabl amistad con un joven hebreo llamado Jons. Frisaba ste los dieciocho aos. Era de hermossimo aspecto y cantaba con una voz preciosa. Jugaba bien al billar. Nos conocamos de encontrarnos en la librera de un tal Elas. Apenas llegaba al caf, preguntaba por m. Yo le tena gran cario, y l, a su vez, senta por m una gran amistad. Rato libre que tena, vena a pasarlo conmigo en mi aposento. Nos entretenamos cantando, tocando el piano, leyendo y relatando mil historias. Un da tom parte en una reyerta, que poda acarrearle tristes consecuencias, por lo que corri a aconsejarse conmigo. Yo le dije: -Querido Jons: si fueras cristiano, te acompaara en seguida a confesarte; pero esto no te es posible. -Tambin nosotros vamos a confesarnos, si queremos. -Vais a confesaros, pero vuestro confesor no est obligado al secreto, y no tiene poder para perdonar los pecados, ni puede administrar ningn sacramento. -Si quieres acompaarme, ir a confesarme con un sacerdote. -Yo te podra acompaar, pero se requiere una larga preparacin. -Cul? -La confesin perdona los pecados cometidos despus del bautismo. Por lo tanto, si t quieres recibir cualquier sacramento, se precisa recibir el bautismo primero. -Qu debo hacer para recibir el bautismo? -Instruirte en la religin cristiana, creer en Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Entonces, s podras recibir el bautismo. -Y qu ventajas me traera el bautismo? -El bautismo te borra el pecado original y todos los pecados actuales, te abre la puerta para recibir otros sacramentos; en fin te hace hijo de Dios y heredero del paraso. -Entonces los judos, no nos podemos salvar? -No, querido Jons. Despus de la venida de Jesucristo, los judos no pueden salvarse sin creer en l. -Pobre de m si mi madre llega a enterarse de que quiero hacerme cristiano! -No temas; Dios es el seor de los corazones, y si te llama para hacerte cristiano, l har de modo que tu madre se conforme o proveer de otro modo al bien de tu alma. -T que me aprecias tanto, si estuvieras en mi lugar qu haras? -Empezara por instruirme en la religin cristiana; mientras tanto, Dios abrira los caminos para cuanto deba hacerse en lo porvenir. Toma, pues, el catecismo elemental y empieza a estudiarlo. Ruega a Dios que te ilumine y te haga conocer la verdad.

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El drama familiar Desde aquel da empez Jons a aficionarse al estudio de la fe cristiana. Vena al caf y, despus de echar una partida de billar, me buscaba para conversar sobre religin y catecismo. En pocos meses aprendi la seal de la cruz, el padrenuestro, el avemara, el credo y las verdades principales de la fe. Estaba contentsimo de ello y cada da que pasaba mejoraba en su conducta y en sus conversaciones. Era hurfano de padre desde nio. La madre, de nombre Raquel, haba tenido alguna vaga noticia de que el hijo se inclinaba a cambiar de religin, pero no saba nada seguro. La cosa se descubri as. Un da, hacindole la cama, encontr el catecismo que su hijo haba dejado inadvertidamente entre el colchn y el jergn. Se puso a gritar por toda la casa, llev el catecismo al rabino y, sospechando lo que suceda, corri a toda prisa en busca de Bosco, de quien haba odo hablar muchas veces a su propio hijo. Imaginaos el tipo de la misma fealdad y tendris una idea de la madre de Jons. Era tuerta, dura de odo, de nariz abultada, desdentada, labios gruesos, boca torcida y barbilla larga y puntiaguda. Tena una voz que pareca un gruido. Los judos solan llamarla la Bruja Lil, nombre con el que ellos indican lo ms feo. Su aparicin me espant, y antes de que pudiera rehacerme, empez a decir: -Sepa usted que se equivoca del todo. Usted ha sido el que pervirti a mi Jons. Lo ha deshonrado ante todos. No s qu va a ser de l. Temo que se haga cristiano, y usted ser el culpable. Comprend entonces quin era y de qu hablaba. Le expuse con toda calma que deba estar satisfecha y dar gracias a quien haca el bien a su hijo. -Qu bien? Es que es algn bien hacerle a uno renegar dc su religin? -Clmese, buena seora -le dije-, y escchenle. Yo no he buscado a su hijo Jons; nos hemos encontrado en la librera de Elas. Nos hicimos amigos sin saber cmo; l me, aprecia y yo le aprecio tambin mucho y, como amigo suyo de verdad, deseo que salve su alma y que pueda conocer la religin fuera de la cual no hay salvacin para nadie. Advierta que yo le he dado un libro a su hijo, dicindole nicamente que conozca nuestra religin y que, si l se hace cristiano, no abandona la religin hebrea, sino que la perfecciona. -Si l se hace cristiano, deber dejar a nuestros profetas, pues los cristianos no admiten a Abrahn, Isaac y Jacob, ni a Moiss ni a los Profetas. -Nosotros creemos en todos los santos patriarcas y en todos los profetas de la Biblia. Sus escritos, sus palabras y profecas constituyen el fundamento de la fe cristiana. -Si estuviera aqu nuestro rabino, l sabra responderle. Yo no s ni la Mishn ni la Gemar (las dos partes del Talmud); pero qu ser de mi pobre Jons? Dicho esto, se fue. Sera largo contar aqu los muchos ataques que me dirigieron la madre, el rabino y los parientes de Jons. Y no hubo amenaza ni violencia que no empleasen tambin contra el animoso joven. Todo lo soport y sigui instruyndose en la fe. Como peligraba su vida en familia, se vio obligado a abandonar su casa y vivi casi de limosna. Pero muchos le socorrieron. Y para que todo procediera con la debida prudencia, recomend a mi amigo a un sabio sacerdote que le prodig cuidados paternales. Cuando estuvo bien instruido en religin y se decidi a hacerse cristiano, se

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celebr una gran fiesta, que fue de edificacin para toda la ciudad y de estmulo para otros judos, algunos de los cuales abrazaron ms tarde el cristianismo. Los padrinos fueron los esposos Carlos y Octavia Bertinetti, los cuales proveyeron al nefito de cuanto necesitaba, de forma que, hecho cristiano, pudo ganarse honestamente el pan con su trabajo. El nombre que se le puso fue el de Luis.

11- Magia blancaQuem mis composiciones Adems de mis estudios y de diversos entretenimientos, como el canto, el piano, la declamacin, el teatro, etc., a los que me entregaba con toda el alma, haba aprendido otros varios juegos. Los naipes, las bolas, las chapas, los zancos, los saltos, las carreras eran diversiones que me gustaban mucho y en las que, si no era consumado maestro, tampoco era mediocre. Muchos los haba aprendido en Morialdo, otros en Chieri; y si en los prados de Morialdo era un aprendiz principiante, ahora ya poda competir con profesionales. Todo esto maravillaba no poco, ya que, como en aquella poca apenas se conocan tales habilidades, parecan cosas del otro mundo. Qu decir de los juegos de manos? A menudo daba sesiones en pblico y en privado, y como la memoria me favoreca bastante, me saba al pie de la letra grandes prrafos de los clsicos, particularmente en verso. Estaba tan familiarizado con Dante, Petrarca, Tasso, Parini, Monti y otros que poda citarlos a capricho como si fueran cosa ma. Por eso me resultaba realmente fcil improvisar sobre cualquier tema. En aquellas diversiones, en aquellos espectculos, a veces cantaba, a veces tocaba o compona versos que se tenan por obras de arte, pero que en realidad no eran ms que trozos de autores adaptados al tema propuesto. Por eso, nunca di mis composiciones a otros, y alguna que escrib procur echarla al fuego. Juegos de manos Creca la maravilla con los juegos de manos. Ver salir de una cajita pelotas y ms pelotas, todas ms gordas que la misma caja. Sacar de una bolsita huevos y ms huevos, eran cosas que dejaban a todos boquiabiertos. Cuando me vean recoger las voluminosas pelotas en la punta de la nariz de los asistentes y adivinar el dinero de los bolsillos ajenos; cuando, slo al tocar con los dedos, se reducan a polvo monedas de metal, o se haca aparecer a todo el auditorio bajo un horrible aspecto y hasta sin cabeza, entonces algunos comenzaron a pensar si no sera yo un brujo, ya que no poda realizar tamaas cosas sin intervencin del demonio. Un pollo vivo en la cazuela Contribuy a acrecentar esta fama el amo de mi casa, Toms Cumino. Era ste un fervoroso cristiano y hombre de buen humor. Yo me aprovechaba de su carcter y de su simpleza, para hacrselas de todos los colores. Un da haba preparado, con mucho cuidado, un pollo en gelatina para obsequiar a los huspedes en su da onomstico. Llev el plato a la mesa. Pero, al destaparlo, salt

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afuera un gallo que, aleteando, cacareaba escandalosamente. Otra vez prepar una cazuela de macarrones, y, despus de haberlos cocido bastante tiempo, cuando fue a echarlos en el plato salieron convertidos en puro salvado. Muchas veces llenaba la botella de vino y, al echarlo en el vaso, lo encontraba agua clara; pero se decida a beber aquella agua y se le haba trocado otra vez en vino. Convertir las confituras en rebanadas de pan, el dinero de la bolsa en piezas intiles de lata roosa, el sombrero en cofia, y nueces y avellanas en saquito de guijarros, eran transmutaciones la mar de frecuentes. El bueno de Toms no saba a qu carta quedarse. -Los hombres -deca para s- no pueden hacer tales cosas. Dios no pierde el tiempo en cosas intiles. Luego el demonio anda de por medio. Como no se atreva a comentarlo con los de casa, se aconsej con un sacerdote vecino, el reverendo Bertinetti. Y como ste tambin barruntase algo de magia blanca en todo aquello, decidi contrselo al Delegado del obispo en la escuela. Este era por entonces un respetable eclesistico, el cannigo Burzio, arcipreste y prroco de la catedral. Este, que era un seor muy instruido, piadoso y prudente, sin decir nada a nadie, me llam a dar explicaciones. T sirves al demonio o el demonio te sirve a ti Llegu a su casa mientras l rezaba el breviario, y, mirndome sonriente, me hizo sentar para que esperara un poco. Por fin me dijo que le siguiera a un saloncito, y una vez all empez a preguntarme con palabras corteses, pero con aspecto severo: -Hijo mo, estoy muy contento de tu aplicacin y de la conducta que has observado hasta ahora. Pero se cuentan ya tantas cosas de ti... Me dicen que conoces el pensamiento ajeno, que adivinas el dinero que los dems llevan en su bolsillo , que haces ver blanco lo negro y lo negro blanco, que conoces los hechos mucho antes de que sucedan y otras cosas por el estilo. Das mucho que hablar, y alguien ha llegado a sospechar que te sirves de la magia, y que en tus obras puede haber intervencin del diablo. Dime, pues: quin te ense todas estas ciencias? Adnde fuiste a aprenderlas? Dmelo con toda confianza. Te doy mi palabra de que nicamente me servir de ello para tu bien. Con mucha naturalidad le ped cinco minutos de tiempo para responder y le invit a que me dijera la hora exacta. Meti una mano en el bolsillo y no encontr el reloj. -Si no tiene el reloj -aad-, al menos deme una moneda de cinco cntimos. El cannigo registr todos los bolsillos, y no encontr el monedero. -Bribn -empez a gritar montando en clera-, t sirves al demonio, o el demonio te sirve a ti. Me has robado el reloj y el monedero. Ya no puedo callar; estoy obligado a denunciarte, y an no s cmo te aguanto y no te propino una paliza. Pero, al contemplarme tranquilo y sonriente, se calm un tanto y continu: -Bueno, vamos a tomar las cosas con calma. Ea, explcame tus misterios. Cmo te las has arreglado para que mi reloj y mi monedero se escapasen de mi bolsillo sin darme cuenta? y adnde diablos han ido a parar esos objetos? -Seor arcipreste -empec a decirle respetuosamente-. Se lo explicar en pocas palabras: todo es habilidad de manos, inteligencia previa o cosa preparada. -Qu tiene que ver la inteligencia con esa desaparicin de mi reloj y mi monedero?

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-Se lo explico en dos palabras. Al llegar a su casa, estaba usted dando una limosna a una mendiga y dej el monedero sobre un reclinatorio. Al pasar luego de una habitacin a otra, deposit el reloj en la mesita. Yo escond ambas cosas, y, mientras usted pensaba que las llevaba consigo, result que estaban bajo esta pantalla. Y as diciendo, levant la pantalla y aparecieron los dos objetos que, segn l, el demonio ya haba llevado a otra parte. Rise mucho el buen cannigo; me pidi que le hiciera algunos otros juegos de destreza y, cuando supo cmo se hacan aparecer y desaparecer los objetos, qued muy satisfecho, me hizo un regalo y concluy: -Ve y di a tus amigos que la ignorancia es el pasmo de los ingenuos.

12- Las olimpiadas de Juan BoscoA la velocidad de un tren Demostrado que en mis habilidades no haba nada de magia, de nuevo me entregu a reunir a mis compaeros y a divertirme como antes. Sucedi por entonces que algunos levantaban hasta las nubes a cierto saltimbanqui, que haba dado un espectculo pblico recorriendo a pie la ciudad de Chieri de punta a punta en dos minutos y medio, que es casi el mismo tiempo que emplea una locomotora a gran velocidad. Sin medir las consecuencias de mis palabras, dije que yo me desafiaba con el charlatn. Un compaero imprudente fue a contrselo a l, y heteme metido en un desafo:un estudiante desafa a un corredor de profesin! El lugar escogido fue la alameda de la Puerta de Turn. La apuesta era de veinte liras. Como yo no tena tal cantidad, varios amigos que pertenecan a la Sociedad de la Alegra me ayudaron. Asista una enorme multitud. Comenz la carrera, y mi rival me tom unos pasos de ventaja. Pero enseguida gan terreno y le dej tan atrs que se par a la mitad de la carrera, dndome por ganada la partida. -Te desafo o saltar -dijo-. pero hemos de apostar cuarenta liras, o ms, si quieres. La varita mgica Aceptamos el desafo, y como le tocase a l la eleccin del lugar, fij el salto: consista en saltar un canal hasta el muro de contencin. Salt l primero y lleg a poner los pies junto al muro justamente. De esta manera, al no poder saltar ms all, yo poda perder, pero no ganar. Mas el ingenio vino en mi ayuda. Di el mismo salto, pero apoy las manos sobre el parapeto o muro y ca de la otra parte. Me dieron un gran aplauso. -Te desafo otra vez. Escoge el juego de destreza que prefieras. Acept y eleg el de la varita mgica, apostando ochenta liras. Tom, pues, una varita, puse un sombrero en su extremo y apoy la otra extremidad en la palma de ]a mano. Despus, sin tocarla con la otra, la hice saltar hasta la punta del dedo meique, del anular, del medio, del ndice, del pulgar; la pas por la mueca, por el codo, sobre los hombros, a la barbilla, a los labios, a la nariz, a la frente; luego, deshaciendo el camino, volvi otra vez a la palma de la mano. -No creas que voy a perder -dijo el rival-; ste es mi juego favorito. Tom la misma varita y, con maravillosa destreza, la hizo caminar hasta los

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labios, donde choc con su nariz, un poco larga, y, al perder el equilibrio, no tuvo ms remedio que agarrarla con la mano, porque se le caa al suelo. Nos hubiera gustado que ganase El infeliz, viendo que le volaba su dinero, exclam casi furioso: -Paso por todo, menos porque me gane un estudiante. Pongo las cien liras que me quedan. Las ganar el que coloque sus pies ms cerca de la punta de aquel rbol. Sealaba un olmo que haba junto a la alameda. Aceptamos tambin esta vez. En cierto modo hasta nos hubiese gustado que ganase, pues nos daba lstima y no queramos arruinarle. Subi primero l, olmo arriba; lleg con los pies a tal altura, que a poco ms que hubiera subido se hubiese doblado el rbol, cayendo a tierra el que intentase encaramarse ms arriba. Todos convenan en que no era posible subir ms alto. Lo intent. Sub cuanto fue posible sin doblar el rbol. Despus, agarrndome en el rbol a dos manos, levant el cuerpo y puse los pies un metro ms arriba que mi contrincante. Quin podr nunca expresar los aplausos de la multitud, la alegra de mis compaeros, la rabia del saltimbanqui y mi orgullo por haber resultado vencedor, no de unos condiscpulos, sino de un campen de charlatanes? Una comida para veintids estudiantes En medio de su gran desolacin, quisimos proporcionarle un consuelo. Compadecidos de la desgracia de aquel infeliz, le propusimos devolverle el dinero, si aceptaba una condicin: pagarnos una comida en la fonda de Muletto. Acept agradecido. Fuimos en nmero de veintids: tantos eran mis partidarios! La comida cost veinticinco liras y le devolvimos doscientas quince. Fue aquel un jueves de gran alegra. Y yo me cubr de gloria por haber ganado en destreza a todo un profesional. Los compaeros, contentsimos, porque se divirtieron a ms no poder con el espectculo y el banquete final. Tambin debi de quedar contento el charlatn, que volvi a ver en sus manos casi todo su dinero y goz tambin de la comida. Al despedirse dio las gracias a todos diciendo: -Al devolverme el dinero, me evitis la ruina. Os lo agradezco de corazn. Guardar de vosotros grato recuerdo. Pero en la vida me volver a desafiar con un estudiante.

13- Pasin por los librosDos tercios de la noche leyendo Al verme pasar el tiempo tan disipado, diris que necesariamente deba de descuidar los estudios. No os oculto que habra podido estudiar ms. Pero recordad que, con atender en clase, tena suficiente para aprender lo necesario. Tanto ms cuanto que entonces yo no distingua entre leer y estudiar. Poda repetir fcilmente el argumento de un libro ledo o expuesto por otro. Adems, como mi madre me haba acostumbrado a dormir ms bien poco, poda emplear dos tercios de la noche en leer libros a mi placer y dedicar todo el da a trabajos de mi libre eleccin, como dar repaso o lecciones particulares,

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cosas que, aunque me prestaba a hacerlas por caridad o por amistad, no pocos me las pagaban. Haba por aquel tiempo en Chieri un librero judo, de nombre Elas, con quien me relacion asocindome a la lectura de los clsicos italianos. Pagaba un sueldo por cada volumen, que devolva despus de ledo. Lea en un da un volumen de la Biblioteca Popular. Al alba con Tito Livio en las manos El ao ltimo de bsica lo emple en la lectura de los autores italianos. En el de retrica, me di a estudiar los clsicos latinos, y comenc a leer a Cornelio Nepote, Cicern, Salustio, Quinto Curcio, Tito Livio, Cornelio, Tcito, Ovidio, Virgilio, Horacio y otros. Yo lea aquellos libros por diversin. Me gustaban como si los entendiese totalmente. Slo ms tarde me di cuenta de que no era cierto, puesto que, ordenado sacerdote, habindome puesto a explicar a otros aquellas celebridades clsicas, entend que, slo despus de mucho estudio y gran preparacin, se alcanza el sentido justo y su calidad literaria. Pero los deberes escolares, las ocupaciones de los repasos, el mucho leer, requeran el da y una gran parte de la noche. Varias veces me sucedi que me pillaba la hora de levantarme con las Dcadas, de Tito Livio, entre las manos, cuya lectura haba empezado la noche anterior. Esto arruin de tal forma mi salud, que durante varios aos mi vida pareca estar al borde de la tumba. Por eso siempre aconsejar hacer lo que se pueda y no ms. La noche se hizo para descansar, y, fuera del caso de necesidad, nadie debe dedicarse a estudios despus de cenar. Un hombre robusto resistir durante algn tiempo, pero acabar por daar ms o menos su salud.

14- Decisin de la vocacinMi poca fe en los sueos Mientras tanto, se acercaba el final del curso de retrica, poca en que los estudiantes acostumbraban a decidir su vocacin. El sueo de Morialdo estaba siempre fijo en mi mente. Es ms, se me haba repetido otras veces de un modo bastante ms claro, por lo cual, si quera prestarle fe, deba elegir el estado eclesistico, hacia el que senta, en efecto, inclinacin. Pero la poca fe que daba a los sueos, mi estilo de vida, ciertos hbitos de mi corazn y la falta absoluta de las virtudes necesarias para este estado, hacan dudosa y bastante difcil tal deliberacin. Oh, si entonces hubiese tenido un gua que se hubiese ocupado de mi porvenir! Hubiera sido para mi un gran tesoro; pero este tesoro me falt. Tena un buen confesor, que pensaba en hacerme un buen cristiano, pero en cosas de vocacin no quiso inmiscuirse nunca. Aconsejndome conmigo mismo, despus de haber ledo algn buen libro, decid entrar en la orden franciscana. Pensaba para m: -Si me hago sacerdote secular, mi vocacin corre riesgo de naufragio. Abrazar el estado eclesistico, renunciar al mundo, entrar en el claustro, me dar al estudio, a

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la meditacin, y as, en la soledad, podr combatir las pasiones, Especialmente la soberbia, que ha echado hondas races en mi corazn. Dios te prepara otro lugar Hice, pues, la demanda a los conventuales. Sufr el correspondiente examen y me aceptaron. Todo qued a punto para entrar en el convento de la Paz en Chieri. Pocos das antes del fijado para mi entrada, tuve un sueo bastante extrao. Me pareci ver una multitud de aquellos religiosos con los hbitos rotos, corriendo en sentido contrario los unos de los otros. Uno de ellos vino a decirme: -T buscas la paz, y aqu no vas a encontrarla. Observa la actitud de tus hermanos. Dios te prepara otro lugar: otra mies. Quera hacer alguna pregunta a aquel religioso, pero un rumor me despert y ya no o nada ms. Expuse todo a mi confesor, el cual no quiso or hablarle de sueos ni de frailes. Me dijo: -En este asunto es preciso que cada uno siga sus inclinaciones y no los consejos de los otros. Una charla aclara el horizonte Sucedi entre tanto algo que me impidi efectuar aquel mi proyecto. Como los obstculos eran muchos y duraderos resolv exponer la cosa al amigo Comollo. l me aconsej que hiciera una novena, durante la cual escribira a su to prroco. El ltimo da de la novena, en compaa de mi inolvidable amigo, confes y comulgu. O despus una misa y ayud otra en el altar de Nuestra Seora de las Gracias, en la catedral. De vuelta a casa encontramos una carta del to de Comollo, concebida en estos trminos: Considerado atentamente todo lo expuesto, aconsejara a tu compaero no entrar en un convento. Tome la sotana y, mientras sigue los estudios, conocer mejor lo que Dios quiere de l. No tema perder la vocacin, ya que con el recogimiento y las prcticas de piedad superar todos los obstculos. Segu aquel consejo y me apliqu seriamente a cuanto pudiera ayudarme para vestir la sotana. El clera en Turn Despus del examen de retrica, sufr el de la toma de hbito clerical en Chieri, precisamente en las actuales habitaciones de la casa de Carlos Bertinetti, que al morir nos dej en herencia y que tena alquiladas el arcipreste cannigo Burzio. Aquel ao los exmenes no fueron en Turn, segn costumbre, a causa del clera que amenazaba a nuestros pueblos. Quiero hacer notar aqu una cosa que da a conocer claramente hasta qu punto se cultivaba el espritu de piedad en cl colegio (hoy instituto nacional) de Chieri. Durante los cuatro aos en que frecuent aquellas escuelas, no recuerdo haber odo una conversacin o una sola palabra contra las buenas costumbres o contra la religin. Terminado el curso de retrica, de los veinticinco alumnos que componan la clase, veintiuno abrazaron el estado eclesistico, tres se hicieron mdicos y uno

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comerciante. Vuelto a casa para pasar las vacaciones, dej de hacer el saltimbanqui y me di a las buenas lecturas, que, para vergenza ma lo digo, haba descuidado hasta entonces. Segu ocupndome de los nios, entretenindoles con historietas, agradables recreos y cantos religiosos. Es ms, observando que muchos eran ya mayorcitos, pero muy ignorantes de las verdades de la fe, me apresur a ensearles, en primer lugar, las oraciones de cada da, y otras cosas importantes en aquella edad. Era aquello una especie de oratorio al que acudan unos cincuenta muchachos, que me obedecan y me queran como a un padre.

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SIGUIENDO UN GRAN IDEAL (1835 1845)1- Imposicin de la sotanaDespojarse del hombre viejo Tomada la resolucin de abrazar el estado eclesistico y, despus de pasar el examen de ingreso en el seminario, empec a prepararme para aquel da tan importante, ya que estaba persuadido de que de la eleccin de estado depende ordinariamente la eterna salvacin o la eterna perdicin. Encomend a varios amigos que rezaran por m. Hice una novena y el da de San Rafael (25 de octubre de 1835) me acerqu a los santos sacramentos. El telogo Cinzano, cura y vicario forneo de mi parroquia, bendijo la sotana, y me la impuso antes de la misa mayor. Cuando me mand quitarme los vestidos del siglo con aquellas palabras: Que el Seor te despoje del hombre viejo y de sus actos, dije en mi corazn: -Oh cunta ropa vieja he de quitar! Dios mo, destruid, s, en m todas mis malas costumbres. Despus, cuando aadi, al darme el alzacuello: Que el Seor te revista del nuevo hombre, que Dios cre en justicia y santidad verdadera, me sent conmovido y aad en mi corazn: S, Oh Dios mo! Haced que en este momento vista yo un hombre nuevo, es decir, que desde este momento empiece una vida nueva, todo segn vuestro divino querer, y que la justicia y la santidad sean el objeto constante de mis pensamientos, de mis palabras y de mis obras. As sea. Oh Mara!, sed mi salvacin. Pareca un mueco disfrazado Terminada la fiesta religiosa, quiso mi buen prroco hacerme un obsequio que result completamente profano. Se empe en llevarme a la fiesta de San Rafael Arcngel, que se celebraba en Bardella, pequea aldea de Castelnuovo. l pretenda hacerme un cumplido con aquella fiesta, pero aquello no era para m. Yo iba a parecer un mueco disfrazado que se presentaba en pblico para que lo vieran. A ms, tras varias semanas de preparacin para el da suspirado, cmo iba a encontrarme a gusto, despus en la comida, entre gente de toda condicin y sexo all reunida para rer, bromear, comer, beber y divertirse, gente cuya mayor parte buscaba entretenimientos, bailes y partidas de todo gnero? Qu trato poda tener aquella gente con uno que por la maana del mismo da haba vestido el hbito de santidad para entregarse del todo al Seor? Mi prroco se dio cuenta de ello. Y a la vuelta a casa me pregunt por qu en un da de alegra general me haba mostrado yo tan retrado y pensativo. Respond, con toda sinceridad, que la funcin celebrada por la maana en la iglesia no concordaba ni en gnero, ni en nmero, ni en caso con lo de la tarde. Y aad: -Es ms: el haber visto sacerdotes haciendo el bufn en medio de los convidados y un tanto alegrillos por el vino, casi ha hecho nacer en m aversin hacia la vocacin. Si supiera que haba de ser un sacerdote de sos, preferira quitarme esta sotana y vivir como un pobre seglar, pero buen cristiano. Y me respondi el sacerdote: -El mundo es as, y hay que tomarlo como es. Conviene ver el mal para conocerlo

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y evitarlo. Nadie lleg a ser guerrero y valeroso sin aprender el manejo de las armas. As hemos de hacer nosotros, los que sostenemos continuo combate contra los enemigos de las almas. Call entonces, pero dije dentro de mi corazn: -No ir nunca a comidas de fiestas, a no ser que me vea obligado por funciones religiosas. Plan de vida Despus de aquella jornada deba ocuparme de m mismo. La vida llevada hasta entonces haba que reformarla radicalmente. No es que hubiese sido en los aos anteriores propiamente malo. Pero s disipado, vanidoso y muy metido en partidas, juegos, pasatiempos y cosas semejantes, que por el momento alegran, pero que no llenan el corazn. Para trazarme un plan de vida estable y no olvidarlo, escrib los siguientes propsitos : 1) En lo venidero, nunca tomar parte en los espectculos pblicos, en ferias y mercados. No ir a ver bailes y teatros. Y, en cuanto me sea posible, no ir a las comidas que se suelen dar en tales ocasiones. 2) No har ms juegos de manos, ni de destreza, ni de cuerda, ni actuar de saltimbanqui ni de prestidigitador. No tocar ms el violn, ni ir ms de caza. Considero todas estas cosas contrarias a la gravedad y espritu eclesistico. 3) Amar y practicar el retiro y la templanza en el comer y beber. No tomar ms descanso que las horas estrictamente necesarias para la salud. 4) As como en el pasado serv al mundo con lecturas profanas, as en lo porvenir procurar servir a Dios dndome a lecturas de libros religiosos. 5) Combatir con todas mis fuerzas toda lectura, pensamiento, toda conversacin, toda palabra y obra, y lo que pueda ir contra la virtud de la castidad. Por el contrario, practicar cuanto pueda contribuir a conservar esta virtud, por insignificante que sea. 6) Adems de las prcticas ordinarias de piedad, no dejar de hacer todos los das un poco de meditacin y un de lectura espiritual. 7) Contar cada da algn ejemplo o mxima edificante en bien del prjimo. Esto lo har con los compaeros, con los amigos, con los parientes y, cuando no tenga con quin, con mi madre. Estos son los propsitos de cuando tom la sotana. A fin de que se me quedaran bien impresos, fui ante una imagen de la Santsima Virgen, los le y, despus de orar, promet formalmente a la celestial Bienhechora guardarlos, aun a costa de cualquier sacrificio.

2- Hacia el seminarioNo es el hbito lo que honran El da 30 de octubre de 1835 deba estar en el seminario. El escaso equipo de ropa estaba preparado. Todos mis parientes se mostraban contentos, y yo ms que ellos. Slo a mi madre se la vea pensativa, y no me perda de vista como si tuviera que decirme alguna cosa. La vspera de la partida por la tarde me llam y me dijo estas memorables palabras:

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-Querido Juan, ya has vestido la sotana de sacerdote. Como madre experimento un gran consuelo en tener un hijo seminarista. Pero acurdate de que no es el hbito lo que honra tu estado, sino la prctica de la virtud. Si alguna vez llegases a dudar de tu vocacin, por amor de Dios!, no deshonres ese hbito. Qutatelo en seguida. Prefiero tener un pobre ca