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“LOS UMBRALES ESPACIALES DE LA MODERNIDAD” Fernando Arizpe 1

Los Umbrales Espaciales de La Modern Id Ad

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“LOS UMBRALES ESPACIALES DE LA MODERNIDAD”

Fernando Arizpe

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“LOS UMBRALES ESPACIALES DE LA MODERNIDAD”

Contenido.

Introducción 31

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Los umbrales urbano-arquitectónicos de la primera mundialización.

América Latina y la primera modernidad mundializada.

Atenas, Teotihuacan, Chartres y San Pedro.

Los umbrales de los siglos XVI y XVII en América.

Los umbrales de Versalles.

Los umbrales europeos como escenario revolucionario.

Los umbrales revolucionarios en Argentina y México.

Haussmann, Garnier, Soria y Cerdá.

Los umbrales de Paris y Londres.

Los umbrales de la Ciudad Jardín y el Movimiento Moderno.

Los discursos posmodernos.

Entre el umbral de la exclusión y el espacio virtual de la ciudad globalizada.

Los umbrales de segregación en Latinoamérica.

El umbral entre la Arquitectura y el Arquitecto.

Bibliografía.

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HISTORIA DE LA ARQUITECTURA Y EL URBANISMO

LOS UMBRALES ESPACIALES DE LA MODERNIDAD

Introducción

El estudio de la historia de la arquitectura y el urbanismo, adquiere una valoración mayor en la medida en que su abordaje va dependiendo de análisis que lo enriquecen, cada vez más, por la incorporación de nuevas relaciones temáticas entre sus aspectos espaciales, in espaciales y temporales que, inevitablemente, surgen con la intención de sintetizar y explicar de manera más precisa las lógicas de una determinada realidad.

En el presente trabajo intento establecer una relación entre la evolución de la Modernidad en los espacios de transición urbano arquitectónicos, tanto en Europa como en América Latina. Siendo importante aclarar que tanto la precisión espacial como la temporal, implican recorridos de carácter complejo1, en los que necesariamente se incluye un componente de carácter in espacial, como lo es, el mundo de las ideas, que desde distintas perspectivas y en distintas geografías, desde distintos pensamientos y en distintas circunstancias, construyen las cosmovisiones, valores, conductas y normas de lo que somos, de lo que sabemos, de lo que pretendemos2.

La Modernidad sería una condición de la historia, que comienza a darse de manera conciente entre los pensadores, entre los actores de esta historia en Europa, básicamente entre los siglos XVII y XVIII 3. Sin embargo, el tema propuesto, que incluye la presencia de América Latina con su propio rol protagónico en la gestación de la Modernidad, merece la consideración de un punto fijo de inflexión histórica: el 12 de Octubre de 1492, así como de un período de innovación cultural de enorme valor para América Latina y el mundo, aunque esta condición premoderna resulte traumática para la misma Modernidad, cuya historia se ha tejido a través de una sucesión de traumas, incluyendo el iniciado en 1492.

El tema de los espacios urbanos en relación con la arquitectura de la Modernidad, adquiere una especial importancia porque posibilita, por

1 La historia también se puede entender como una estructura compleja en donde sus componentes temporales, espaciales e inespaciales, interactúan, involucrando también al observador. Esta condición se adapta a la teoría del pensamiento complejo de Edgar Morin, entrevistado por Página 12, sábado 3 de abril de 1993, Buenos Aires.2 CASULLO, Nicolás. “Los itinerarios de la Modernidad”. Ed. Oficina de publicaciones del CBC, Universidad de Buenos Aires, p.103Idem. p.10

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un lado, a desarrollar análisis valorativos de la necesaria articulación evolutiva entre las disciplinas urbana y arquitectónica y, por el otro, representa una puerta de entrada para la comprensión de la recursividad entre los fenómenos espaciales e in espaciales de la historia en Argentina, la historia en Hispanoamérica y fundamentalmente de la historia de la Modernidad que, en materia urbano arquitectónica, se caracteriza por el surgimiento de la actividad proyectual, consciente e individualizada, de las interfaces espaciales, o mejor dicho, de los umbrales urbano arquitectónicos.

El término “umbral”, según el diccionario de la Lengua, significa: Pieza o escalón que forma parte inferior de una puerta; una viga que cubre el paso (en un sentido arquitectónico). Comienzo o principio de un proceso o actividad ( en un sentido figurado). Límite a partir del cual se percibe una sensación o estímulo; intensidad mínima que debe alcanzar un estímulo para que se perciba (en un sentido fisiológico). Accidente geográfico límite entre dos ecosistemas (Geografía)1.

Este término, precisamente por contar con una gran variedad de acepciones y sinónimos (límite, frontera, borde, transición, interfaz, tránsito, paso etc.), se acuña en el presente trabajo para expresar, unitariamente, múltiples relaciones entre: a) los componentes espaciales de una sola estructura, ya sea de escala arquitectónica, urbana, metropolitana o regional, b) entre estas mismas estructuras espaciales, c) y entre toda estructura espacial con sus homólogas de carácter inespacial e histórico temporal.

Para una mayor precisión, se trata de la identificación y reflexión de aquellos espacios-umbrales que le otorgan una especial significación a la producción urbano-arquitectónica de la Modernidad europea y americana.

Uno de los grandes debates que la Modernidad ha planteado es el referido al “qué hacer” del arquitecto y su rol dentro de la disciplina urbanística. Desde mi punto de vista, el ámbito de los umbrales es el ámbito de la relación disciplinar entre la arquitectura y el urbanismo que, aunque no representa en su totalidad la relación compleja entre ambas escalas, si contribuye a visualizar y relacionar la importancia de la dimensión ampliada del espacio arquitectónico y la importancia de la visión arquitectónica del espacio urbano.

.1.- Los umbrales urbano-arquitectónicos de la primera mundialización

1 Diccionario Larousse, 2006.

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El fin de la edad media está marcado con el inicio de la primera mundialización histórica, ligada a la aparición de economías mundiales capitalistas que Fernand Braudel representó según un modelo ternario de ciudad – un centro, una periferia y una semiperiferia – y que tenía pues una dimensión territorial. Esta primera mundialización adquiere fuerza con los descubrimientos del s. XV y se apoya en las ciudades mercantiles y marítimas que forman una “red”1.

Desde la óptica renacentista, la ciudad y la arquitectura medievales ya eran una especie de palimpsesto anónimo donde se tenía que montar la nueva espacialidad racionalizada, humanizada, individualizada y desmitificada, contenida en círculos, cuadrados, cubos, esferas y cilindros; concebidos desde variadas perspectivas pero, además, esta concepción espacial no renunció nunca a los aportes medievales como la ojiva y el modelo basilical usados en Florencia y en Roma por Brunelleschi y Miguel Ángel2 .

El desarrollo de la perspectiva ofrece una nueva dimensión urbana a través de la cual, los arquitectos descubren la posibilidad de concebir y proyectar el espacio público. Por primera vez la calle, por ejemplo, se ve obligada a cumplir múltiples roles, entre ellos el de admitir el tránsito rodado de mayor velocidad, demandando una sección mayor imposible para la trama medieval que, en primera instancia, tuvo que soportar dicha carga, hasta la adaptación periférica y fragmentaria de las soluciones propiamente renacentistas como es el caso de la calle Strata Nuova en Génova, proyectada con el propósito de que fuera la calle más magnífica en Italia; tenía a sus costados enormes palacios, separados entre sí, con jardines en las laderas de la parte de atrás, de dimensiones suficientes para albergar un ejercito privado, y con habitaciones correlativamente amplias. Pero esta nueva calle audaz, si bien es más ancha que los antiguos pasajes y callejas, con todo solo tiene seis metros de ancho y menos de doscientos metros de largo3.

Estas clarificaciones son fragmentarias; fundamentalmente en la calle recta de perspectiva rítmica que invierte la jerarquía espacial con respecto a la calle medieval y que simplifica la movilidad en una ciudad que adquiere un carácter plural y democrático, ciudad que ya no puede amurallarse, aunque la llamada ciudad barroca, que es la experiencia totalizadora de la ciudad renacentista, haya admitido la muralla, ésta fue pensada como ornato acompañando al conjunto de sendas - con su nuevo carácter de avenidas - en una composición placentera que ignora la demanda funcional de la nueva ciudad

1 MONGUIN Olivier. “La Condición Urbana”, Ed. Paidós, Buenos Aires, 2006. p.174.

2 FLEMING, William, “Arte, Música e Ideas”, Ed. Interamericana, México, 1987, Pág. 158 y 188.3 BARDET Gastón. “Del Arte Urbano al Urbanismo”, Ed. Universitaria de Buenos Aires, 1959.

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mundializada solo para satisfacer al observador de un plano, ya sea de Palma Nuova o Vitry, este trazado se subordina a la decoración y no a las localizaciones1.

Pero, al mismo tiempo y casi de manera imperceptible, las ciudades se fundan y crecen marcadas con un formato que ha permanecido durante toda la Modernidad; el de la desigualdad, en donde los umbrales desempeñan un papel definitivo. Con esto no se quiere decir que la ciudad medieval haya estado al margen de este problema, sin embargo, los feudos y los burgos tenían una estructura piramidal establecida y asumida por el conjunto de la sociedad en cuya jerarquía de valores: lo social se subordinaba a lo espiritual, generando umbrales espontáneos y sin tensión. Por el contrario, a partir del modelo barroco, hasta la actualidad, la sociedad urbana –la civitas – ha despertado y creado sus expectativas en torno a una anhelada equidad en las oportunidades de desarrollo en un sistema democrático y, por consiguiente, la urbis reacciona reflejando espacialmente el conflicto que adquiere varias formas dependiendo de las diferentes condiciones de los grupos sociales.

El tránsito de la Edad Media a la Modernidad está barrido en varios siglos y su intensidad es diferente en cada lugar. Esta apreciación solo es posible desde un punto histórico no anterior al siglo XVII, donde lo moderno ha adquirido cierta maduración, sobretodo en la noción de lo público que supone una ampliación del espacio común y la atribución de un valor normativo a cuanto es accesible a todos. En el paso crucial de lo público a lo privado, se lee lo que será más tarde la característica de la democracia: la valoración del número de personas; el complemento, en cierto modo, del principio de libertad.

Podemos considerar a Florencia como el eje geográfico de expansión del pensar y actuar de la Modernidad y al 12 de Octubre de 1492, como el momento preciso de la mundialización de este modo de pensar y actuar, porque la llegada al Nuevo Mundo, es un acto propio de la Modernidad, es más, representa la inauguración de la misma.

Para entonces, el escolasticismo se había vuelto de hecho, cada vez más un ejercicio rígido y depurado de gimnasia lógica, y con gran frecuencia sus formas desdeñaban el mundo real y los hechos necesarios para dar validez y sustancia al pensamiento racional promovido por los Nominalistas2.

Estas ideas condujeron a una nueva actitud experimental y a un nuevo concepto del espacio. Entre el arte y la ciencia nació una

1 Idem.

2 En el lenguaje de los propios escolásticos, estos razonaban a priori, en tanto que los nominalistas lo hacían a posteriori: Estos sistemas esbozan la diferencia entre el pensar deductivo y el inductivo, de los cuales, el último sentó las bases del método experimental de la ciencia moderna. FLEMING, William.” Arte, música e ideas”. Ed. Interamericana, México. 1987. p. 155.

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íntima hermandad y los arquitectos se volvieron matemáticos, los escultores anatomistas, los pintores geómetras y los músicos especialistas en acústica1.

2.- América Latina y la primera Modernidad mundializada.

La primera mundialización histórica está marcada fundamentalmente por el encuentro cultural entre Europa y América y, desde el punto de vista urbanístico, por las ordenanzas de Felipe II que, más que imponerse, acompañaron a un modelo de ocupación territorial donde la plaza y la calle aparecen como predeterminadas por un patrón tipológico y morfológico jerarquizado, que responde primero a la necesidad evangelizadora y después a las necesidades políticas, administrativas y productivas.

En Europa, la ciudad aparece históricamente como mercado de la producción de un área rural generando una fuerza centrípeta, pero en el caso de la ocupación de los territorios conquistados de la América española, el proceso de urbanización territorial se da con un sentido inverso al europeo2.

En este caso la ciudad ejerce una fuerza centrífuga sobre un territorio cuyos límites quedan inicialmente definidos de manera institucional y no como producto de una relación socioeconómica espontánea entre un centro y su área de mercado a la manera europea3.

Mientras toda calle europea del siglo XVI, era la misma calle medieval con una sociedad renacentista, las calles de la misma época en Latinoamérica, eran ya renacentistas con una sociedad de carácter medieval.

Las primeras actuaciones urbanas, producto de la primera mundialización, se presentan ya desde el siglo XVI. En Puebla México, fundada en 1531 por españoles y para españoles, para su erección requirió de mano de obra indígena, la que provenía de diversas regiones y que por ordenanza real, no podía vivir en pueblos españoles, por lo que se asentaron en los alrededores de la traza. Se sabe que en 1546, el Cabildo hizo extensivo los privilegios de los vecinos a los indios que se habían ido asentando en la ciudad, eximiéndoles del pago de tributo y dándoles solares, con la condición de residir durante cinco años y prestar algunos servicios. Años más tarde, en 1550, el Cabildo dispuso que los indígenas vivieran fuera,

1 FLEMING, William, “Arte, Música e Ideas”, Ed. Interamericana, México, 1987. Pág. 174.2 ARROYO Julio en BERTUZZI María Laura. “Ciudad y urbanización”, Ediciones UNL 2005.

3Idem.

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apartados de la traza española y que se les otorgara “…algún sitio o solar para hacer sus casas”1.

Fue así como surgieron los primeros barrios populares en Latinoamérica, distribuyéndose por etnias a los alrededores de la traza de Puebla2, segregados por un río que funcionaba y, aunque ahora ya no es río, sigue funcionando como un umbral que separa tejidos y trazas contrastantes con respecto a la ciudad central.

Muchos de estos solares otorgados a los indígenas se localizaban en zonas bajas susceptibles de inundación y/o con suelos inestables, aquí las calles no eran ordenadas como en el centro, los accidentes topográficos y la sencillez de sus recursos humanos y materiales produjeron paisajes callejeros diversos, por un lado la calle del barrio popular, llena de colorido más que por una intención creativa, por una necesidad expresiva. Por otro lado, se destaca la calle sobria del centro, jerarquizada así por toda la sociedad, ya que la diferente condición socioeconómica, como en la vida medieval, no era motivo de tensión. El pensamiento propio de la Modernidad no había sido asimilado en los primeros años de la Colonia.

3.- Atenas, Teotihuacan, Chartres y San Pedro

Así, el espacio urbano arquitectónico también se involucra en el nuevo umbral dialéctico entre lo espiritual y lo racional, lo deductivo y lo inductivo, lo dinámico y lo estático. Por ejemplo, si observamos la estructura básica de la composición del conjunto urbano-arquitectónico de la Basílica y la Plaza de San Pedro en Roma y la comparamos con la de Teotihuacan, es posible identificar en ambos modelos un eje a través del cual, no solo se desarrollan ambas composiciones, sino además, este eje le imprime un sentido direccional a cada conjunto, aunque hay una diferencia fundamental porque, en el caso de Teotihuacan, ciudad construida en el año 250 d.C. exclusivamente por motivos espirituales, en donde lo racional es únicamente la herramienta de un trazado físico perfecto, hay un eje dominante (Calzada de los Muertos), que marca una direccionalidad hacia su objetivo o elemento primario (Pirámide de la Luna), los pequeños ejes transversales son de mucho menor importancia y por tanto sus centralidades también.

Este eje estructurante, a lo largo de la historia y en distintas geografías, gana o pierde fuerza protagónica, a veces, con el deseo de estabilidad y de cierta tendencia a la centralidad se contrarresta

1 TERAN José Antonio. “El desarrollo de la fisonomía urbana del centro histórico de la ciudad de Puebla”, 1531-1994. Editado por Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla, 1996, p. 23.2 Idem.

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con otro eje que lo cruza perpendicularmente, como en el Panteón de Roma. En otros casos, su presencia se remarca por su gran proporción y continuidad, persuadiendo al movimiento direccional como la Catedral de Chartres.

En otros casos aparece otro foco para generar una segunda centralidad, es el caso del conjunto de San Pedro, el eje estructurante se arma con más componentes, en donde el interior arquitectónico pretende compensarse en su jerarquía con el exterior urbano, mediante la generación de dos centralidades, la primera, al interior de la Basílica central sugerida inicialmente como única por Bramante, coexiste con la adaptación al modelo basilical tradicional, a través del eje que se articula con la segunda centralidad en el exterior, generada por la columnata de Bernini, a partir de la cual, se organiza una composición que intenta, desde un proyecto donde la perspectiva se impone, equilibrar, pero a la vez tensionar, tanto lo arquitectónico como lo urbano; el interior y el exterior; lo espiritual y lo racional.

Teotihuacan, elige un solo eje estructurante, destacando su carácter teocéntrico, tal como lo elige también la catedral de Chartres, aunque esta última utiliza la direccionalidad hacia un interior arquitectónico que intenta alejarse de lo terrenal e invita a los fieles a un encuentro con Dios. En Teotihuacan, el eje no se introduce en el monumento, permanece en el exterior, enmarcado por remates visuales jerarquizados que conducen la mirada hacia la cúpula celeste; la morada de los dioses permanece impenetrable, tal y como sucede con los antiguos griegos. Aunque, en la Grecia del siglo V, se privilegiaba “aquello por lo cual para los hombres vale la pena vivir juntos”, es decir, compartir entre ellos y los dioses palabras y actos. El ágora es una puesta en escena común que permite a cada ciudadano y también a los dioses, elegir el papel protagónico de mayor gloria1.

La primacía del espacio exterior tanto en Teotihuacan como en Atenas es característica fundamental de ambas culturas, aunque sus motivaciones sean diferentes. En Atenas el eje se tensiona entre el Ágora y la Acrópolis, mientras que en Teotihuacan el eje direccional hacia la pirámide mayor no presenta ninguna tensión; conduce inevitablemente la mirada hacia lo divino.

La primacía del espacio dinámico interior en las iglesias góticas, contrasta con el espacio reposado de San Pedro con su doble centralidad urbano-arquitectónica.

4.- Los umbrales urbano arquitectónicos de los siglos XVI y XVII en América

1 ARENDT, Hannah, Condition de l ´Homme Moderne. 1958. en MONGUIN, Olivier. La condición urbana”. Ed. Paidos, Buenos Aires 2006, p. 101.

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Las diversas interpretaciones historiográficas del descubrimiento de América, derivadas de la Modernidad, sobretodo las surgidas durante los siglos XVIII, XIX y XX, parecen discursos ajenos a las composiciones urbano-arquitectónicas en la América de los siglos XVI y XVII. Algunos autores como Graziano Gasparini afirman que, España, impulsada por el fanatismo religioso y convencida de su misión salvadora, presidió la transfiguración cultural de América Latina, marcando profundamente su perfil y condenándola también al atraso1. Afirmando también que el trazado de las ciudades nada tiene que ver con tradiciones locales o con la persistencia de conceptos urbanísticos precolombinos y que la forma monótona del trazado cuadricular, importada de Europa, adquiere características americanas debido a la insistente repetición del esquema en casi todas las fundaciones. Siguiendo el mismo discurso, se afirma también que la mano de obra indígena, más que expresar sentimientos respaldados por impulsos creativos, se limita a reproducir y recombinar los motivos importados2.

Este discurso, con la misma intención, podría Gasparini adaptarlo para tratar de desvalorar cualquier obra de arquitectura y/o urbanismo de cualquier época y lugar, ya que ninguna cultura es absolutamente original y autónoma en todas sus manifestaciones. La riqueza de la cultura está precisamente en su continuidad y en la unidad diversificada por las reinterpretaciones en otros lugares y tiempos.

Pero por otro lado, también aparecen los discursos exagerados con otras tendencias, por ejemplo, en donde se presenta la acción española en América como una empresa pacífica y desinteresada motivada únicamente por la evangelización, en donde la arquitectura y el urbanismo son creaciones cien por ciento autónomas y originales.

Ambos discursos polarizados, propios de la dialéctica de la Modernidad quedan completamente al margen cuando admiramos y vivimos las estructuras heredadas porque, como dijo Octavio Paz, la arquitectura es el testigo insobornable de la historia3, todo lo que se pueda decir para descalificar o sobre-calificar un período histórico, quedará grabado como una interpretación subjetiva más; propia de la misma historiografía moderna.

Por un lado, es indudable que desde el inicio del siglo XVI, se ve reflejado nítidamente un sincretismo religioso, independientemente de las intensidades y variantes interpretativas del mismo en todo el continente. Los frailes mendicantes edificaron con la ayuda de la

1 GASPARINI, Graziano. En SEGRE, Roberto. “América Latina en su arquitectura”. Ed. Siglo XXI. UNESCO, México, 1996, p. 143.2 Idem, p.147. 3 PAZ, Octavio, Revista “Vuelta”, México, Número 91. octubre de 1992, p.12.

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mano de obra indígena, de alta creatividad y sensibilidad, los conjuntos conventuales desde el siglo XVI.

Sin duda, es posible notar, en estos conjuntos, la influencia de los antiguos conventos medievales. Ramón Gutiérrez nos dice que las funciones externas (catequesis, liturgia, enseñanza, asistencia) y las internas (producción agrícola y artesanal, formación espiritual) eran similares, pero los problemas de escala y concepción cultural variaron las propias propuestas arquitectónicas. Estas variaciones se pueden apreciar en la fortificación, el uso del atrio, las capillas abiertas y las capillas posas1.

Este programa, impuesto por la necesidad de persuadir a los indígenas a transitar de la costumbre del culto exterior al culto interior, presenta umbrales urbano-arquitectónicos de carácter muy particular, primero porque se visualiza el eje estructurante externo con su propia centralidad (la cruz atrial) que, en la mayoría de las fundaciones mesoamericanas, funcionaba originalmente como el elemento rector no solo del atrio, sino de toda la población porque, en el caso en que los conventos se insertan en estructuras urbanas consolidadas (Oaxaca, Querétaro, Puebla, Guadalajara, etc.) desaparecen los condicionantes defensivos y se modifican los espacios externos para insertarse en los usos urbanos2 aunque después, durante los procesos urbanos del siglo XVIII, el centro se trasladó a otra plaza en donde conviven, con la misma jerarquía, el poder religioso y el poder civil.

Pero volviendo la mirada hacia el atrio, se aprecia, además del eje que conduce al interior del templo con su propia centralidad, el conjunto de capillas posas, el portal de peregrinos y la capilla abierta que, integran todo un sistema funcional urbano producto de un programa de necesidades3. Esta exigencia en la composición urbana es totalmente contraria a las exigencias espaciales europeas tanto medievales como renacentistas.

Durante los siglos XVI y XVII, mientras en América los fieles eran programadamente preparados para ingresar al interior de la iglesia, en Europa es a la inversa; conforme se aceleraba la Modernidad, se intentaba jerarquizar cada vez más al espacio exterior, siempre, a través de la mayor o menor tensión del eje estructurante.

En Sudamérica, aunque con otra intensidad, los invariantes de la nueva cultura Iberoamericana, están presentes. Ya Chueca Goitia

1 GUTIÉRREZ, Ramón. “Arquitectura y Urbanismo en Latinoamérica”. Ediciones Cátedra, Madrid, 1992, p. 29.2 Idem, p. 37.3 Las Funciones del atrio están descritas en un grabado de Fray Diego de Valadés. En LIRA Vásquez. “Para una historia de la arquitectura mexicana”. Ed. Tilde Editores. Universidad Autónoma Metropolitana de Azcapotzalco, México.1990, p. 59 y 60.

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señalaba el sentido de la conquista de América donde España es capaz de reducir un continente a la unidad de Idioma, Religión y Arquitectura sin alterar su propia pluralidad regional. El mudejarismo andaluz, la idea de exteriorización del espacio sacro, una cierta intemporalidad respecto a los estilos artísticos y la reiteración española de una arquitectura de volúmenes enfatizada por efectos de silueta1, son aportes que, ciertamente, se presentan con menor intensidad en el sur del continente pero conocido es que el Río de la Plata tuvo este carácter (de transculturación periférica) dentro del proceso de la conquista pues alejado del epicentro geopolítico del Caribe y satelizado en cierta manera desde Lima, no pudo perfilar por razones de índole económica un papel que trascendiera el simple abastecimiento de materias primas y un equilibrio regional interno basado en la mera subsistencia2.

Sin embargo, dentro de este carácter de transculturación periférica en donde tal parece que el desarrollo formal de la arquitectura sudamericana de los siglos de la pre modernidad vive de préstamos, se distingue un invariante sustancial sobretodo en la relación -que nos ocupa- entre el espacio urbano y el arquitectónico. Este umbral adquiere un carácter singular porque, ante la simpleza del programa arquitectónico, se recurre al tratamiento ornamental concentrado en las portadas tanto en iglesias como en edificios civiles, hecho que muestra también, aunque con menor profusión que en Nueva España que se perfila en el siglo XVII hacia un barroco muy diferente al europeo, más que una intención creativa, una necesidad expresiva. El umbral en América invita hacia el interior, mientras que en la misma época, en Versalles, proyecto representativo del barroco absolutista europeo, este espacio se convierte en un umbral estático.

Ningún país del mundo generó tantas ciudades nuevas como España durante los siglos XVI, XVII y XVIII. En 1513, Fernando el Católico firmó las instrucciones para el trazado de ciudades en el nuevo mundo, orden que se cumplió con ciertas variaciones en los primeros centros urbanos de Nueva España. El damero de los antiguos romanos, inspiración obligada de la Modernidad mundializada, se concibió originalmente para ordenar y estructurar, mediante dos ejes, tanto el desarrollo de una ciudad como el de una red articulada de ciudades. Pero en América, adquiere una función adicional derivada de la necesidad de conquistar poblando, el centro no solo es el cruce funcional de dos ejes, sino la concentración de los poderes, primero el religioso, sobre el cual, la Modernidad se encargará de imponer la presencia del poder civil.

1 CHUECA GOITIA, Fernando, “Invariantes castizos de la arquitectura española”. Ed. Dossat. Madrid, 1947.2 CHUECA GOITIA, Fernando, “Invariantes castizos de la arquitectura española”. Ed. Dossat. Madrid, 1947.

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Bajo Felipe II, necesariamente, debía aparecer una reglamentación que diera pautas precisas. Y así fue:1 en 1573 firmó las ordenanzas. La novedad grande fue que ellas contenían tácitamente un modelo de ciudad que no coincidía con el modelo empírico con el que se trazaron una gran cantidad de ciudades2, no obstante, independientemente de la repetición del modelo, su singularidad para cada población ha quedado de manifiesto.

Un hecho muy significativo de este modelo de urbanización, es el de haber permitido el primer umbral histórico de articulación entre el centro y la periferia; entre lo urbano y lo rural.

La arquitectura guaranítica y su urbanización también integran conjuntos jerarquizados en su composición. La Plaza Mayor, equivalente al atrio del siglo XVI en México, funciona como un umbral entre el exterior y el interior, entre lo secular y lo sacro, a través del eje estructurante que pasa por el centro y penetra hasta el interior de la iglesia; y a la vez, organiza a todo el asentamiento empezando por las casas de los caciques que rodean la Plaza y siguiendo con las casas de los indios formando bloques alargados con galerías perimetrales que, aparte de su valor como espacio de recorrido y umbral de transición entre el interior y la calle, constituía una útil protección climática y un resguardo de la estructura de muros contra los agentes destructivos de la intemperie3, esta solución propia del siglo XVII en América del Sur, será distintiva en la tipología de los umbrales urbano arquitectónicos de la región, tanto, que aún hoy sigue siendo motivo de elección.

Tanto el damero de origen romano, antes o después de las Ordenanzas de Felipe II, como la galería guaranítica, la recova y/o el patio porticado de las casonas coloniales mexicanas, alcanzan niveles de expresión particularizados en cada rincón de Latinoamérica, se trata de la cultura barroca americana, cuyo valor, no se reduce al simple tratamiento ornamental de estructuras, sino que se expresa en la integración armónica de todo umbral urbano arquitectónico.

Tanto las estancias jesuíticas como los conventos de los frailes de las distintas ordenes, guardan invariantes en la composición de sus umbrales, se reconoce claramente el eje que se dirige hacia su centralidad interior. Los patios porticados de los conventos ubicados generalmente al costado de la iglesia, forman los microambientes de doble herencia cultural, la romana y la árabe a través del

1 NICOLINI Y SILVA, en “Documentos para una historia de la arquitectura argentina”. Coordinadora: WAISMAN, Marina. Ed. Ediciones Suma, Buenos Aires, 1980, p. 37.

2 Idem, p. 37.3 DE PAULA, Alberto, en “Documentos para una historia de la arquitectura argentina”. Coordinadora: WAISMAN, Marina. Ed. Ediciones Suma, Buenos Aires, 1980, p. 44.

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mudejarismo español y reinterpretado en múltiples versiones según la localidad, como por ejemplo los umbrales derivados de las portadas Tequitqui en México1, como también la evolución del apoyo barroco, desde el purista de fines del siglo XVI, pasando por el de estrías móviles, el tritóstilo, el tableteado, el salomónico, el estípite, el losángico, hasta el neóstilo usado ya en el siglo XVIII2, y las manifestaciones diferenciadas entre el umbral del barroco urbano y el rural, el primero con el predominio de elementos importados del repertorio europeo y el último con el predominio del aporte local, donde es posible apreciar la proliferación de elementos decorativos barrocos sobre estructuras sobrias del siglo XVI, lo que posibilita cierta transformación en el paisaje urbano de ciudades como Oaxaca y Puebla.

Esta, mal llamada, provincialización barroca con sus variantes e invariantes, surge, no de la imposición estilística europea, sino de la libre reinterpretación de aportes europeos que, en la misma época en Europa, se empleaban con intenciones totalmente diferentes.

5.- Los umbrales de Versalles. El siglo XVII, cuyos protagonistas principales no son Italia y España sino Francia e Inglaterra, traerá consigo, una nueva forma de concebir los umbrales urbano-arquitectónicos. Versalles, el imponente palacio de Luis XIV, integra un conjunto urbano en donde la tensión desaparece casi por completo. Este siglo XVII y gran parte del XVIII, van a ser siglos de una nueva reformulación de las condiciones de la historia, de la idea sobre la historia, de la conciencia en la historia, donde aparece lo que se va llamar la Querella, una disputa de pensadores, “antiguos” y los “modernos”3, En donde los “modernos” imponen una relación diferente entre el espacio urbano y el arquitectónico. Versalles, no fue tanto la vanidad de Luis XIV como un símbolo de la monarquía absoluta y el ejemplo sobresaliente de la arquitectura barroca aristocrática. Representó un movimiento que se apartó del gobierno descentralizado feudal, y se orientó al Estado centralizado moderno4.

1 Las portadas tequitqui son en cierto modo precursoras de las portadas populares barrocas de argamasa, que se cubren totalmente de relieves, en cuanto al gusto por la ornamentación y la libertad de expresión, si bien las portadas del siglo XVII son ya plenamente barrocas, sin mezcla de elementos tequitqui, pero no cabe duda que el mismo gusto popular, indígena, amante de las formas profusas y aglomeradas está presente en ambos estilos. VARGAS Lugo, Elisa. “Las portadas religiosas en México”. I.I.E. UNAM, México. 1969, p. 270.2 LIRA VÁZQUEZ, Carlos. “Para una historia de la arquitectura mexicana”. Tilde Editores. México 1990, pp. 88 a 96.3 CASULLO, Nicolás. “Itinerarios de la Modernidad”. Oficina de Publicaciones del CBC de la Universidad de Buenos Aires. Argentina, 1997. p. 222 y 223.4 FLEMING, William. “Arte, música e ideas”. Ed. Interamericana. México, 1987. p.233.

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Como postuló Descartes en el siglo XVII, la verdad viene de adentro. Viene de ese sujeto racional. Ya hemos dejado atrás la revelación, los misterios, lo bíblico, el diálogo de los hombres con los dioses1. Ahora el diálogo es entre los hombres y el poder absoluto del rey. El espacio vital, en el plano barroco, era considerado como una inutilidad, pues la propia avenida determinaba la forma del lote y la profundidad de la manzana2.

El proyecto de Versalles, de Claude Perrault, quien desplazó a Bernini, es como el proyecto de una población completa donde la centralidad espiritual desaparece por completo. Aquel eje estructurante que tensa el umbral entre lo divino y lo secular, se convierte en varios ejes radiados, sin tensión, en donde la mirada se dirige a escenarios que evocan el poder absoluto del rey cuyo palacio permanece indiferente, sus umbrales bellísimos no tienen la necesidad de convocar, tan solo el despótico interés de exhibir al edificio como inalcanzable. Estas fueron las bases aceptadas para el planeamiento de nuevas secciones del París del siglo XIX, y el plano urbano de Washington. Tal vez cuando Fourier diseñó su Falansterio utópico tenía presente también el modelo de Versalles, tal vez, como aquel sueño popular del siglo XIX, para alcanzar lo que antes era inalcanzable. Aún en la actualidad, una de las condiciones proyectuales urbano arquitectónicas más recurridas tienen su apoyo en este conjunto.

Así, en el barroco europeo del siglo XVIII, el modo de entender la ciudad produce un cambio radical en el modo de entender el umbral. El espíritu de la ciudad-estado cerrada en si misma que de un modo u otro había subyacido en la ciudad medieval y el renacimiento, desaparece para dar paso a la ciudad capital del Estado. En estos umbrales, el espacio simbólico se concibe subordinado al poder político, cuyo papel sobresaliente tratará de destacar la arquitectura urbana mediante un nuevo planteamiento de perspectivas y distribución de espacios: El origen y el destino, condicionantes primarios para la composición de la calle, estarán en función siempre de un punto fijo de referencia y carácter público, ya sea un hito, una plaza, el palacio de los nobles o cualquier otro monumento que represente el poder político del Estado. La calle que se somete a esta función primordial y acompaña al trazado barroco, cumple la función adicional de exhibir las fachadas de la nueva burguesía. Este hecho sumado al aumento de la población produce el fenómeno, ya citado, del modelo ternario de la primera mundialización, fenómeno

1 CASULLO, Nicolás. “Itinerarios de la Modernidad”. Oficina de Publicaciones del CBC de la Universidad de Buenos Aires. Argentina, 1997. p. 226.2 MUMFORD, Lewis. “La ciudad en la historia”. Ediciones Infinito. Buenos Aires. 1979, p.533.

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económico claramente vinculado con la ciudad mercantil que en el plano político acompaña la aparición de las libertades comunales1.

Con la aparición de las periferias, aparece una clasificación de lugares y flujos, por consiguiente, la clasificación de las calles de la Modernidad, sin que esto quiera decir que esta clasificación corresponda a la necesidad de ordenar funcionalmente a la ciudad, ni mucho menos para resolver los umbrales entre el centro y la periferia, sino simplemente para embellecer la exhibición de los espacios del poder político.

6.- Los umbrales europeos como escenario revolucionario

Durante la Edad Media por libertad se había entendido libertad de las restricciones feudales, libertad para las actividades corporativas del municipio, la corporación y la orden religiosa. Desde el siglo XVIII, en las renovadas ciudades comerciales se entendía por libertad de la exención de restricciones municipales: libertad para las inversiones privadas para el lucro privado y la acumulación privada, sin referencia alguna al bienestar de la comunidad en conjunto. Los apologistas de este orden, desde Bernard Mandeville hasta Adam Smith, suponían que la prosecución de actividades individuales originadas en la codicia, la avaricia y la ambición produciría un máximo de artículos de consumo para la comunidad en conjunto. En el período en que este credo constituyó la ortodoxia preponderante – en términos generales hasta el tercer cuarto del s. XIX, cuando las normas industriales y municipales comenzaron tímidamente a mitigar la suciedad y la enfermedad resultantes - , los ricos se hicieron más ricos y los pobres más pobres2, y los umbrales espaciales se degradaron cada vez más.

Habrá que destacar que después de casi un siglo de iniciada la Revolución Industrial en Inglaterra, aparece en Francia el libro El Contrato Social de Rousseau, el humanismo como revolución de ideas, el primer paso del liberalismo hacia el cual concurren los grandes pensadores franceses de la época como Voltaire, preparando el hecho de la Revolución Francesa que adquiere forma en 1789 con la toma de la Bastilla, declarando así los Derechos del Hombre. Es evidentemente el territorio de gestación de las grandes apuestas del hombre moderno. Es también el lugar donde, en los talleres de los poetas, de los pensadores, de los primeros libres pensadores que produjo la modernidad, se fueron forjando las palabras que alimentaron los sueños, las esperanzas, las movilizaciones de millones de seres humanos3 que han cambiado a las Virtudes de la

1 MONGIN,Olivier. “La condición urbana”. Ed. Paidós, Buenos Aires, 2006, p. 175.2 MUMFORD Lewis. “La Ciudad en la Historia”, Ed. Infinito, Buenos Aires, 1979, p. 561.3 CASULLO, Nicolás. “Itinerarios de la Modernidad”. Oficina de Publicaciones del CBC de la Universidad de Buenos Aires. Argentina, 1997. p. 242.

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Fe, la Esperanza y la Caridad, por los principios de Libertad, Igualdad y Fraternidad. Las Virtudes se volvieron locas.

La historia de Francia en este momento, hasta la restauración, es un juego de ambiciosos que luchan por encaramarse en el poder, hasta que Bonaparte en 1804 se declara emperador y para sostenerse mantendrá a su patria de adopción en constante guerra, mientras tanto, la calle parisina asumirá otro rol para el que no estaba preparada: el de escenario de la manifestación política, ideológica y social.

A principios del siglo XIX, algunos libros, algunos descubrimientos arqueológicos y las repetidas convulsiones sociales produjeron en Francia, como pivote europeo, innumerables cambios radicales en la orientación intelectual, en los estilos de arte y en las formas de gobierno. Así, se intenta borrar el pasado inmediato para retomar el camino inicial de lo clásico. Winckelmann, había señalado desde finales del XVIII, que la característica básica y común en las obras maestras del arte griego es una noble sencillez y una tranquila grandeza1

Mientras tanto, hasta 1850 en París, en Londres y en Viena, no había solución al grave problema de la calle, inadecuada a las múltiples funciones que exigía la ciudad. La casa de alquiler no es solo ya la de los obreros, hay nueva demanda y la ciudad original tiene que ensancharse y con ella, las avenidas tienen que repensarse.

En general el s.XIX fue preparando lentamente las bases metodológicas de la planificación, comenzando por el norte de Europa, donde había sido más rápido el proceso de industrialización y más alarmantes resultaban sus consecuencias2.

El siglo XIX, es el siglo de las propuestas utópicas que intentan dar respuesta a los efectos urbanos de la industrialización. El romanticismo nacido a finales del XVIII, también hijo y celebrante de las Luces de la Ilustración, hace reingresar el dilema del mito, en su preocupación de entender y revalidar lo irracional que cobra vida en todo logos racionalizante3. Kant, será el sintetizador e inaugurador de este nuevo sueño, que después Hegel lo transformará en la preocupación por saber cuáles son los fundamentos del conocimiento, ya no hay dioses pero ahora quién los substituye. Hay que volver a inaugurar un mundo que se ha agrietado y que tenía una verdad indiscutible, que ya no la tiene más4. Estas preocupaciones intelectuales en una Europa marcada por las revoluciones (la francesa 1 FLEMING, William. “Arte, música e ideas”. Ed. Interamericana. México, 1987. p.281.2 ZEVI Bruno. “Historia de la Arquitectura Moderna”, Ed. Poseidón, Barcelona, 1980, Pág.29.3 CASULLO, Nicolás. “Itinerarios de la Modernidad”. Oficina de Publicaciones del CBC de la Universidad de Buenos Aires. Argentina, 1997. p. 275.4 Idem, p. 227.

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y la industrial), repercuten en todos los ámbitos, incluyendo el de los umbrales urbano-arquitectónicos.

Tanto en Francia como en Inglaterra surgen las primeras propuestas en el marco de una reacción crítica a los problemas urbanos. Los ingleses plantearon el arribo de la justicia a través de los filántropos, entre ellos, Robert Owen es el más representativo, fundador del movimiento cooperativo, desarrolla una propuesta de ciudad ideal y utópica en la cual, el impacto en los umbrales urbano-arquitectónico será muy significativo. Uno de sus principales enunciados consistió en la eliminación del concepto tradicional de calle. Owen decía que en la ciudad tradicional << los patios, las avenidas y las calles, crean una multitud de inconvenientes inútiles, son perjudiciales para la salud y destruyen casi toda la comodidad natural de la vida humana. La alimentación de toda la población puede asegurarse mejor y más económicamente desde una cocina colectiva, y los niños pueden entretenerse y educarse mejor estando todos juntos, bajo la mirada de sus padres, que de cualquier otro modo1 >>.

La idea de Robert Owen no pudo ser realizada tal como la pensó, aunque su ciudad ha sido inspiradora de múltiples intervenciones fragmentarias que, al igual que Nueva Armonía, ignoraron la necesidad de equilibrar la composición entre flujos y lugares, no se percataron de que la ciudad no solamente es un lugar, sino composición entre flujos y lugares.

Charles Fourier, genera su propia visión de ciudad inspirada en una teoría filosófico – psicológica, según la cual las acciones de los seres humanos derivan de la atracción pasional y no del provecho económico2.

A diferencia de Owen, Fourier no piensa en alojamientos separados para los habitantes del falansterio. La vida transcurrirá como en un gran hotel cuyos niveles están reservados para habitantes según su edad, el edificio es simétrico y al igual que la propuesta de Owen, es inevitable relacionar la estructura resultante de estos proyectos con la del Versalles del siglo XVII.

En el proyecto de Fourier, la calle tradicional desaparece o por lo menos se desvincula del falansterio que, por su forma, solo acepta calle – galería para la distribución interna, pero no para la articulación con la calle pública, con el afuera., Fourier dice que en su proyecto << La calle – galería >> está situada en el primer piso; no podría

1 BENÉVOLO Leonardo. “Historia de la Arquitectura Moderna”, Ed. Gustavo Gili, México, 7ª. Edición, 1996, p.180.

2 BENÉVOLO Leonardo. “Historia de la Arquitectura Moderna”, Ed. Gustavo Gili, México, 7ª. Edición, 1996, p.182

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estar en planta baja porque la atravesarían en muchos puntos de pasos para coches1.

En 1848, James Silk Buckingham propone una ciudad modelo, toda de fierro, con un gran parque al centro, en plan concéntrico – rectangular en el que algunos puntos obligadamente quedan orientados desfavorablemente. Sin embargo, esta propuesta representa el enlace entre las utopías y la ciudad jardín.

7.- Los umbrales revolucionarios en Argentina y México

Los hechos más significativos que aceleraron la incorporación del continente americano al proceso de la Modernidad Europea, son, primero, la llegada de los reyes borbónicos a la Corona española en 1700 y la expulsión de los jesuitas por Carlos III en 1763. Después de dos siglos y medio, el proyecto barroco americano, es cambiado por un proyecto barroco ilustrado en donde se pretende que los virreinatos se conviertan en, ahora si, verdaderas colonias sujetas al poder borbónico. Acá podríamos también hablar de transplantes y de retórica persuasiva, tal como lo propuso Gasparini2, pero es más conveniente verificar las diferencias barrocas y neoclásicas entre Europa y América.

Desde el racionalismo de Descartes pasando por el romanticismo filosófico de Kant hasta el pensamiento revolucionario de Voltaire, Europa, fundamentalmente Francia, fue formando a los grandes inspiradores de los movimientos en América. Así, el neoclasicismo penetró en España desde Francia, a través –especialmente- de la Real Academia de Nobles Artes de San Fernando, inspiradora de la Real Academia de San Carlos en México y del Real Cuerpo de Ingenieros Militares en Río de la Plata.

La nueva producción arquitectónica neoclásica se impone en el paisaje, intentando desbarroquizarlo para someterlo al canon académico de la expresividad estandarizada, en donde el umbral no solo prescinde del ornato barroco, sino que se vuelca en su contra y lo expulsa porque, el academicismo ilustrado veía en la expresión barroca, no únicamente la presencia de la Fe religiosa, sino la jerarquía de esta sobre la razón, amenaza intolerable para los intelectuales de la época.

Los retablos barrocos que, a pesar de la presencia borbónica, se siguieron construyendo en México durante el siglo XVIII, en el XIX fueron quemados en su gran mayoría por la piqueta liberal mientras se importaban los nuevos modelos de edificios gubernamentales que, aunque sin adornos barrocos, contenían toda la influencia versallesca porque fue el mismo poder despótico el que actuó, supuestamente,

1 Idem. p.183.2 GASPARINI, Graziano, “América, Barroco y Arquitectura”. Ernesto Armitano Editor. Caracas. 1972, p.48.

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contra el mismo despotismo, aunque ahora ya desbarroquizado para justificar la Revolución e inspirar a la corriente neoclásica. Bastaron 100 días para acabar con tesoros de arte y frutos intelectuales que se habían acumulado durante trescientos años1.

Tanto Miguel Hidalgo como Simón Bolívar, José de San Martín, Manuel Belgrano, fueron herederos directos del pensamiento de la revolución ilustrada. Particularmente, Rivadavia en Argentina, ejemplificaba la faceta de la negación histórica, la miopía barnizada de “progresismo” y del eficientismo de los ilustrados2 y propició una apresurada imposición de modelos culturales, que entre otras cosas, suplantarán la tradición arquitectónica criolla3

En Buenos Aires, el nuevo modelo, dictado para crear la ciudad europea, “culta y civilizada” frente a la “barbarie” expresada por las formas de vida tradicionales, requirió de la creación del Departamento de Ingenieros y Arquitectos y el Departamento de Ingenieros Hidráulicos, en donde la arquitectura y las “bellas artes” serán patrimonio del pensamiento francés, mientras el equipamiento y la infraestructura, quedará a cargo de los británicos.

El contexto cultural correspondiente tanto a la Revolución de Mayo en Argentina como el movimiento independentista en México, se expresa con invariantes como la pirámide de Mayo en Buenos Aires, o el obelisco conmemorativo de Carlos III en el zócalo de la ciudad de Puebla, transformado después en monumento conmemorativo de la independencia, ambos documentan la influencia del estilo “neo egipcio”, en boga al principio de la época bonapartista4.

Antes de 1700, los reyes de la casa Austria habían dirigido la conquista concentrándose en las regiones más pobladas del continente, así, la ocupación y aprovechamiento de grandes extensiones territoriales era un objetivo secundario y subordinado a la evangelización. Por el contrario, los reyes borbónicos cambiaron esta visión, considerando más importante la extensión y riqueza de los suelos productivos que en su mayor parte estaban en el sur. La creación del Virreinato del Río de la Plata en 1776, aunque de corta duración, fue producto de esta visión estratégica.

Nueva España, Nueva Granada y Perú, fueron únicamente colonias sujetas al poder borbónico, mientras que el Virreinato del Río de la

1 SCHLARMAN, Joseph. “México Tierra de Volcanes”. Ed. Porrúa. México. 1987, p.365.2GUTIÉRREZ, Ramón. “Arquitectura y Urbanismo en Latinoamérica”. Ediciones Cátedra, Madrid, 1992, p.391. 3 Idem, p.391.4 DE PAULA, Alberto, en “Documentos para una historia de la arquitectura argentina”. Coordinadora: WAISMAN, Marina. Ed. Ediciones Suma, Buenos Aires, 1980, p.57.

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Plata, merecía mayor atención, no solo porque ofrecía mayores réditos para la Corona, sino también por la amenaza de la invasión portuguesa.

Es realmente significativo que durante la independencia, en cada uno de los cuatro virreinatos americanos, surgieron grupos en torno a dos posiciones: erigir una propia Junta Suprema (lo que equivaldría a una independencia de facto), o bien someterse a la Junta de Cádiz (obviamente, enemiga de cualquier intento de independencia). En el Virreinato del Río de la Plata, desde un principio, prevaleció la primera1. Este hecho, es reflejo de la diferente relación entre la Corona borbónica y cada virreinato y marcará un destino diferente, sobretodo en el contrastante desarrollo de la región rioplatense con respecto a Nueva España donde, quienes sostenían la posición de formar la Junta Suprema fueron neutralizados en 1808, lo que ocasionó que la guerra de independencia fuera más un proceso conflictivo entre liberales afrancesados y conservadores españoles incluyendo al clero regalista, por el simple interés de adueñarse de las colonias, más que por el anhelo de una república independiente.

En el México del XIX iniciará un camino en medio de ruinas ocasionadas por estas disputas. Tras el fugaz Imperio de Iturbide, las logias masónicas se apoderaron de la autoridad civil, sumiendo a México en una feroz anarquía. Las logias yorkinas formaron el partido americano (después llamado Partido Liberal), y propugnaban por el sistema republicano federal, mientras que las logias escocesas formaron el núcleo del Partido Conservador y apoyaban al establecimiento del sistema republicano centralista. De hecho el Partido Conservador fue tan liberal como el de sus adversarios. Sin embargo, las pugnas entre liberales y conservadores rompieron la unidad de los mexicanos con el resultado de que, tan solo en los primeros cuarenta años de vida independiente, la nación mexicana sufrió 240 rebeliones, 60 cambios de manos en la presidencia y la pérdida de la mitad del territorio nacional2. Así, el siglo XIX en México transcurrirá en medio de guerras y de un obsesivo deseo de extranjerización radical, manifestado claramente en la arquitectura afrancesada académicamente que, sin embargo, tendría que tolerar cierta incorporación de elementos reinterpretados del barroco indígena como el color y las texturas mediante el empleo de materiales de la región como el tezontle que sustituye a los sillares clásicos de cantera, o como también la construcción de cimientos abovedados que permiten mayor estabilidad en un suelo errático como el del Valle de México.

1 LOUVIER CALDERÓN, Juan. “Historia política de México”. Ed. Trillas. México. 2004, p.38.2 LOUVIER CALDERÓN, Juan. “Cultura mexicana y globalización”. Ed. Edamex. UPAEP. México.1995, p.90.

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De esta época, destacan ejemplos del Neoclásico como el Palacio de Minería en la ciudad de México de Manuel Tolsá y la Alhóndiga de Granaditas en Guanajuato.

Coincidente con el período liberal en Argentina (1880-1914), La paz porfiriana en México, llamada así por su carácter de paréntesis entre las intervenciones extranjeras y la Revolución Mexicana, fue un período de relativa oportunidad tanto para el crecimiento económico como para imitar a las vanguardias francesas del momento. La ciudad de México, por ser la capital va a manifestar más claramente el proceso, las tendencias y condiciones dentro de las cuales se desarrolló la arquitectura de esta singular época y que refleja las contradicciones de la sociedad porfiriana1. El eclecticismo, la permanencia de gustos y esquemas académicos provenientes de las Escuelas de Bellas Artes europeas, que influyeron tanto durante el Neoclásico, la necesidad y el deseo de buena parte de la sociedad por el “revival,” y al mismo tiempo su interés por integrarse a la modernidad del “Nouveau”, junto con un deseo nacionalista basado en la interpretación de lo prehispánico, retratan claramente, el desarrollo y evolución de una sociedad que con gusto, a cambio del “progreso” se sometía a una dictadura2. El proyecto haussmaniano de Paris fue el principal referente. Sin embargo, las intervenciones en materia de diseño urbano fueron muy limitadas y encapsuladas en pequeños fragmentos (Paseo de la Reforma y sus parques en la ciudad de México, Av. Juárez y el Paseo Bravo en Puebla, etc.), evidenciando un nulo intento por llegar a propuestas integrales, de hecho, si los umbrales urbano arquitectónicos tuvieron alguna transformación, esta dependió, casi en su totalidad, de la nueva arquitectura ecléctica, la Nouveau, la neoprehispánica y la neocolonial. De este período se destacan el Palacio de Bellas Artes de Adamo Boari, quien manifestó que las formas arquitectónicas propias de un pueblo debían utilizarse en la arquitectura pero “renovadas y modernizadas”. En congruencia con ese pensamiento utilizó elementos indígenas en dicha obra, “Boari trató de hacer un Art-Nouveau mexicanizado, por lo cual asoman en muchas partes cabezas de tigre y coyote y unas poderosas serpientes ondulan en los arcos de las ventanas del primer piso3. La ubicación de esta obra permitió fusionar varias manzanas céntricas que se articulan con la Alameda Central. Sin embargo, esta articulación queda prácticamente condicionada a la cuadrícula preexistente.

Mientras tanto, la Argentina del siglo XIX, se perfila como un país paralelo al desarrollo europeo, el extenso suelo productivo, la creciente inmigración y la importante vocación agroexportadora generó la necesidad de múltiples asentamientos urbanos que,

1 LIRA VASQUEZ, Carlos. “Para una historia de la arquitectura mexicana”. Ed Tilde, UAM. 1990, p.141.2 Idem.3 DE LA MAZA, Francisco. “Sobre Arquitectura Art-Nouveau, en La arquitectura de la época porfiriana”. Ed Tilde. UAM. P.80.

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favorecidos por la topografía, admitían al damero perfeccionado. Este proceso se ve coronado con un período de extraordinario empuje en todos los ámbitos de la vida urbana; entre 1880 y 1910. Por ejemplo, la población urbana de 1869 a 1914 pasó del 28% al 53%1.

La infraestructura ferroviaria atravesó las ciudades; sus estaciones marcaban los límites urbanos procurando no interferir con las funciones de los centros históricos2 (Puerto Madero y Rosario), permitiendo que la estructuras urbanas se definieran por zonas autónomas y con una eficiente vestibulación, o sistema de umbrales, como en Buenos Aires, único caso en Latinoamérica ya que en ese entonces, solo Washington contaba con una estructura similar. El plano de Rosario constituyó un paso adelante en relación con el de Buenos Aires, y tomó como modelo la propuesta más avanzada del momento –no europea sino americana- conocida el mismo año de la contratación de Bouvard: el plan de Chicago, de Burnham y Bennet3.

Buenos Aires fue una ciudad formalmente pensada como una ciudad ideal, delimitada, y una estructura zonificada. El proyecto elegido para el puerto es una muestra del deseo de no crecer más allá. Sin embargo, el crecimiento fue inevitable y el proyecto de la ciudad de La Plata4 como capital posible, expresa claramente la intención de abarcar la totalidad del proyecto urbano intercalando damero con diagonales. Intención no presente en las ciudades mexicanas. Pero además en Argentina, como dice Liernur: el país urbano no se construyó exclusivamente en las grandes ciudades. Con sus artefactos, sus demandas de nuevos consumos y, en consecuencia, con la expansión de los sistemas industriales y extractivos, las ciudades ocuparon también, jalonándolo, el territorio no urbanizado. Se crearon de ese modo pueblos industriales, colonias agrícolas, instalaciones turísticas, centros de salud5. En materia arquitectónica, tanto en Argentina como en México, se produjo el academicismo neoclásico, el Art Nouveau y el Art Decó. Sus diferencias interpretativas en uno y otro lugar dependen de varios factores como: materiales de cada región, capacidad portante del suelo, incorporación de elementos prehispánicos (en el caso de México), incorporación de elementos italianizantes (en el caso de Argentina). La única tipología fuertemente característica de la modernización argentina, y poco frecuente en otros países, se produjo de manera anónima y espontánea: la casa popular de patio lateral6. En México, el patio porticado central quedará como definitivo tanto para la arquitectura monumental como la residencial. Este

1 LIERNUR, Jorge Francisco. “Arquitectura de la Argentina del siglo XX”. Ed. Fondo Nacional de las Artes, p.25.2 Idem, p.26.3 Idem, p.32.4 Idem, p.30.5 Idem, p.34.6 Idem, p.45.

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hecho se debe a una diferente disposición urbana en cuanto a la división de predios, aunque también, al fuerte arraigo por la tradición colonial mexicana.

8.- Haussmann, Garnier, Soria y Cerdá.

El hecho urbano más significativo en el siglo XIX es, sin duda, la intervención de Paris por Haussmann, ya que materializa, de alguna forma, las aspiraciones de la sociedad que se acelera tanto en su industrialización como en su insalubridad, pero también en sus pensamientos dialécticos. Un fantasma recorre Europa, así comienza Marx su manifiesto comunista, y no exagera. Los populistas rusos quieren hacer saltar por los aires a todos los zares que se crucen por el camino; descubren que “el pueblo”, en el campesinado, está el bien, la redención, y hacia allí dirigen todos sus pasos, idealistas, soñadores, alucinados, creyentes absolutos en la revolución, en la nueva era que se acerca1.

Paris derribó las murallas en el s. XVII, pero al principio del s. XIX aún era una ciudad de medio millón de habitantes, de estructura medieval, con sus callejuelas y graves problemas de salubridad y a mediados de siglo la ciudad ya tenía un millón trescientos mil habitantes con zonas que alcanzaban una densidad de cien mil habitantes por Km22.

La construcción a lo largo de las nuevas calles se realiza con una normativa más detallada que en el pasado: En 1852 se establece la obligación de presentar una solicitud de construcción; en 1859 se modifica el antiguo reglamento de Paris (1783 – 1784), y se fijan las nuevas normas que relacionan la altura de las casas con la anchura de las calles3. Este hecho, sin precedentes, será fundamental para que se intente controlar el tejido de toda ciudad a partir de la calle - corredor. Sin embargo, la fuerte influencia de la traza barroca y la construcción de las murallas en la nueva periferia, hacen pensar que estas regulaciones sobre el tejido urbano derivan más de la necesidad estética de fijar los parámetros de la proporción paisajística entre los diferentes componentes del espacio público con la arquitectura en general, que desde el punto de vista de una segregación funcional por zonas y corredores, es decir, si existe una segregación esta se limita a marcar la diferencia entre equipamiento ( fundamentalmente

1 FORSTER, Ricardo, en CASULLO, Nicolás. “Itinerarios de la Modernidad”. Ed. Oficina de Publicaciones del CBC de la Universidad de Buenos Aires. Argentina, 1997.2 SORT Jordi Juliá. “Redes Metropolitanas”, Ed. Gustavo Gili, Barcelona, 2006, p. 58 y 59.3 BENÉVOLO Leonardo. “Historia de la Arquitectura Moderna”, Ed. Gustavo Gili, México, 7ª. Edición, 1996, p.97.

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de transporte ), zonas de uso mixto en general y parques, teniendo a las calles – corredores como interlocutores uniformes sin jerarquía en cuanto a su nivel de servicio como vialidades.

La urbanística neoconservadora de Haussmann se convierte en práctica común de todas las ciudades europeas, sobre todo a partir de 18701. Aunque también será común en América. En Buenos Aires, la apertura de la Av. De Mayo obliga a la demolición parcial del Cabildo para establecer un eje central que conecta a la Plaza de Mayo con la Plaza del Congreso, generando un clásico umbral del barroco europeo, aunque generando además, un enorme tajo abierto en la trama que marca, por primera vez de manera tan elocuente, la división entre el norte rico y el sur pobre que caracterizará a Buenos Aires a lo largo del siglo XX2. En la ciudad de México, aunque con menor claridad barroca, se traza el Paseo de la Reforma para conectar el Castillo de Chapultepec con el centro de la ciudad, así como en Rosario el Bv. Oroño, en Puebla la apertura de la Av. Juárez y, en Santa Fe, el Bv. Gálvez. La contribución en materia de umbrales, fue valiosísima, ya que mostró la posibilidad de que los flujos urbanos pueden ser al mismo tiempo lugares. Esta es la principal virtud del umbral urbano arquitectónico.

En Lyon, Bruselas, Roma, Viena, etc. Aunque habrá que guardar distancia, ya que, en la mayoría de estas ciudades, las intervenciones de influencia haussmaniana se llevaron a cabo en la periferia respetando los cascos antiguos, estos ensanches hacen que las ciudades queden divididas en sectores diferenciados, los trazados medievales tienen que cercarse pero a la vez integrarse a la nueva trama. Por ejemplo El Ring de Viena, proyectado por Ludwig Förster que elimina las viejas fortificaciones para dar lugar al célebre Ring, franja direccional equipada que garantiza una ósmosis entre el centro histórico y los barrios suburbiales3. Así permite incluir a la ciudad antigua en el sistema viario de la ciudad moderna decimonónica, decisión adoptada por muchas ciudades europeas, lo cual contribuyó a la ruptura definitiva con la experiencia totalizadora de cierta influencia barroca y a la vez permitió el desarrollo de nuevos conceptos urbanísticos, previos a las experiencias del movimiento moderno.

El proyecto de la ciudad de Tony Garnier, presentado en 1904, tiene por objeto fijar cánones de diseño para la ciudad moderna, ahora motivados principalmente por el hecho de que toda ciudad tendrá que ser necesariamente industrial; los Estados europeos estaban

1 Idem, p. 1092 LIERNUR, Jorge Francisco. “Arquitectura de la Argentina del siglo XX”. Ed. Fondo Nacional de las Artes, p.31.3 ZEVI Bruno. “Historia de la arquitectura moderna”. Ed Poseidón. Barcelona 1980. pp. 34 y 35.

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plenamente consolidados y conscientes de esta premisa que viajará rápidamente a Latinoamérica.

En esta nueva ciudad, los barrios residenciales se componen de pequeñas casas unifamiliares aisladas, de aspecto modesto, ordenadas en una red uniforme de calles.

La fábrica principal se encuentra separada de la ciudad por una vía férrea que la comunica, así garantiza un orden urbano mediante la zonificación vivienda – trabajo. Garnier concibe ya, en un primer paso la segregación funcional, el control sobre la densidad de viviendas y al mismo tiempo pretende la distinción entre corredores viales y corredores peatonales dispuestos en tramas yuxtapuestas.

El proyecto de Garnier para la ciudad industrial y el ensanche proyectado para Barcelona por Cerdá, ejecutado parcialmente, representan ya un antecedente claro que establece la plataforma de los nuevos desafíos del s.XX.

En 1840 la ciudad de Barcelona tenía cien mil habitantes, hacinados en un recinto amurallado de dos kilómetros de diámetro que el gobierno no dejaba derribar. En 1856, Barcelona consigue derribar las murallas y comienza una rápida expansión hacia las poblaciones vecinas, canalizada por un plan urbanístico, el Ensanche, proyectado por el ingeniero Idelfons Cerdá. En 1900, la ciudad tiene ya medio millón de habitantes1.

El ensanche de Cerdá se realiza, al igual que en Viena, respetando el casco antiguo, pero su configuración es muy original ya que, como Oriol Bohigas ha señalado, son dos las versiones que Cerdá realiza de su plan. La primera, con un tipo de calles muy semejantes a las existentes hoy, más otras flanqueadas por jardines que alternan con los costados de los bloques. La segunda versión, mucho más innovadora, supone en definitiva la supresión de la rue – corridor, propugnada tantas veces por Le Corbusier y otros urbanistas2.

El esquema viario que sirve de soporte para todo el plan en su versión primaria – manzanas en “L” -, es sumamente conveniente, ya que permite dotar a la ciudad de suficientes áreas verdes, sin embargo hay que aclarar que la rue – corridor no se suprime en la práctica sino que adquiere originalidad en su concepción al manejar ochavas amplias que permiten abrir y homogeneizar el tejido en las esquinas.

Sin lugar a dudas, el proyecto original de Cerdá hubiera sido una experiencia revolucionaria e interesante si se hubiese llevado a la práctica, pero también es conveniente tomar en cuenta otros

1 SORT Jordi Juliá. “Redes Metropolitanas”, Ed. Gustavo Gili, Barcelona, 2006, p.124.2 BENÉVOLO Leonardo. “Historia de la Arquitectura Moderna”, Ed. Gustavo Gili, México, 7ª. Edición, 1996, p.127.

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aspectos como el de la reducción de la densidad en aquellos espacios y aquellos tiempos, entre otros muchos factores que influenciaron también para que los arquitectos del s. XX, en su intento por solucionar el problema social y la densidad habitacional, propusieran la desvinculación entre vivienda y calle para vincular bloque de viviendas serializadas con autopista interurbana, en una relación en donde las escalas humana y social quedan evidentemente comprometidas y sometidas a una drástica polarización en los umbrales urbano-arquitectónicos europeos y americanos.

Por su parte, en 1882, Arturo Soria y Mata, preocupado por la congestión de la ciudad, propone una alternativa radical: una cinta de ancho limitado y longitud ilimitada, recorrida a lo largo de su eje, por una o más líneas férreas1.

La propuesta de Soria es de escala regional, ya que la ciudad lineal multiplicada, funciona como articulación de calles que son ciudades en red de muy baja densidad considerando que los edificios no pueden ocupar más de la quinta parte del predio, las casas son unifamiliares.

Soria es consciente de que para llevar a cabo su proyecto requiere de reformas jurídicas con respecto a la propiedad del suelo. << En la ciudad que no es obra del instinto sino producto del cálculo y de la reflexión, el precio más alto no estará en un solo punto, sino en una línea de extensión indefinida y, por tanto, niveladora de los precios y estos disminuirán rápidamente a medida que se separen de los carriles a lo largo de las calles transversales, o sea en vez de círculos concéntricos, por líneas paralelas de la vía férrea. En la ciudad lineal, merced a esta brusca transición de precios de los terrenos, ricos y pobres vivirán juntos >>2.

En 1894 se llevó el proyecto de Soria a la realidad en Madrid, entre los suburbios septentrionales de Chamartín y del Barrio de la Concepción, sobre un espacio que cubría los cinco kilómetros3.

Mientras estas experiencias se desarrollaban, paralelamente se desarrolló también la discusión acerca de la validez y vigencia del neoclasicismo frente a la reivindicación de la tradición de los estilos medievales, sobre todo el gótico que, desde su negación renacentista hasta su exploración en el s. XIX, había permanecido en la penumbra. Las razones de este hecho están profundamente ligadas a una crisis en el planteamiento teórico del lenguaje arquitectónico, pero también a la necesidad, por parte de los arquitectos, de resolver el problema

1 BENÉVOLO Leonardo. “Historia de la Arquitectura Moderna”, Ed. Gustavo Gili, México, 7ª. Edición, 1996, p.390. 2 Idem, p.390. 3 ZEVI Bruno. “Historia de la Arquitectura Moderna”, Ed. Poseidón, Barcelona, 1980, p. 35.

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social de la ciudad desde su propia visión y ya no conforme a los cánones decimonónicos, problema que en la actualidad continua vigente.

Camilo Sitte en Viena, será uno de los urbanistas que encarará esta problemática proponiendo una mirada nueva hacia las estructuras medievales para despertar nuevas expectativas arquitectónicas y, con ellas, nuevas soluciones urbanas.

Aunque William Morris no fue arquitecto, tuvo una gran influencia en la disciplina, siendo uno de los principales promotores de la reivindicación medieval: Debemos conocer a fondo la arquitectura gótica, entender qué fue y qué supone: una explicación magnífica del espíritu orgánico. Al igual que los órganos crecen en un ser viviente, se adaptan y se transforman, también en la ciudad sus órganos, sus arquitecturas, crecen, se adaptan y se transforman en interacción constante con un medio natural o social que preestablece el ámbito de estos mismos cambios. Sola Morales nos dice que, desde el pensamiento renacentista hasta el organicismo de Frank Lloyd Wright o Raymond Unwin, el modelo orgánico-evolucionista ha definido el modo de entender la relación entre los cambios de la ciudad y los cambios de la arquitectura1, y también, entre las diversas transformaciones históricas del umbral urbano arquitectónico.

9.- Los umbrales de París y Londres

Las experiencias de la ciudad en el s. XIX, tanto en París como en Londres, repercutirán en forma decisiva para la configuración de las nuevas calles de la ciudad preexistente en el siglo XX en Europa y América una vez consolidada la llamada segunda mundialización.

En forma particular, Londres ha tenido una evolución fuertemente condicionada, por un lado, por su situación de ser pionera al enfrentar la industrialización desde 1760 y por otro, el espíritu de los reformadores sociales quienes luchaban por combatir el aparentemente inevitable deterioro de la vida urbana2.

Londres fue, durante los s. XVII XVIII y XIX, una especie de laboratorio urbano de intervenciones inspiradas desde las aldeas vecinas, concepción diversa a la de París de carácter fuertemente centrípeto, trasladando su influencia hacia el exterior. Paris se desarrolla a partir

1 SOLA MORALES Ignasi. “Presente y futuros. La arquitectura en las ciudades”. Barcelona, 1996, p.12.

2 SCHOENAUER Norbert,  6.000 años de hábitat, Ed. Gustavo Gili, Barcelona 1984, p. 344.

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de un comienzo, desde un foco insular que se arriesga hacia un afuera que va a estar marcado históricamente por sucesivos cercos1.

El centro no puede sino remitir a sí mismo y la fuerza que aspira es tan fuerte que no es posible concebir ninguna exterioridad. No ocurre lo mismo con el cuerpo de Londres, que es la antítesis de París: la ciudad de Londres no tiene ni “medio ni eje”, no se apoya en un centro2.

La calle de París, al responder a esta estructura centrípeta se convierte en un espacio multifuncional en el que conviven las viviendas de familias acomodadas, las viviendas de la clase media y las de los sirvientes con el comercio, el taller, la oficina, el pasaje peatonal y el vehicular; este tipo de bloque de apartamentos parisino le proporciona a la calle-corredor ambientes de integración social, en donde el umbral público-privado es siempre amable.

En Londres se prefiere la vivienda unifamiliar que, junto al anhelo de la coexistencia campo-ciudad y la creciente demanda de vivienda en la ciudad industrial, obligó a que los constructores desarrollaran modelos de viviendas tipificadas. Uno de estos tipos era el “almhouse”, financiada por instituciones privadas para los pobres de la ciudad. Otros modelos fueron tomados de las tradicionales granjas situadas en áreas rurales y que habían sido construidas durante el siglo XVIII. Todos estos prototipos fueron adaptados fácilmente para apretados desarrollos de casas en hilera3, como es el caso de los desarrollos “back to back” que, independientemente de las graves consecuencias antihigiénicas del momento por la precaria infraestructura, sirvieron de base las propuestas para tratar de solucionar el problema de la vivienda social a finales del siglo diecinueve y principios del veinte. En consecuencia tanto la calle como el trazado de las ciudades tendrá un carácter menos orgánico y marcadamente mecánico; prácticamente sin jerarquía.

Ambos caracteres urbanos, también son trasladados a Latinoamérica. Su adopción se verifica en dos momentos, en primer lugar la centralidad parisina, que es centrípeta y a la vez centrífuga, está presente en los ejes heredados de España, la ciudad funciona como un umbral abierto de trayectorias obligadas que remiten al centro y parten de él. La fuerte centralidad de la ciudad latina, aún hoy, resulta paradigmática a pesar de que, paulatinamente, el avance de la Modernidad intenta prescindir de ella.

El carácter de la estructura londinense, por el contrario, se intensifica en Latinoamérica conforme avanza la influencia tanto de la Ciudad

1 MONGUIN Olivier. “La Condición Urbana”, Ed. Paidós, Buenos Aires, 2006, p.47.

2 MONGUIN Olivier. “La Condición Urbana”, Ed. Paidós, Buenos Aires, 2006, p. 473 SCHOENAUER Norbert. 6.000 años de hábitat, Ed. Gustavo Gili, Barcelona 1984, p. 346.

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Jardín como la ciudad del Movimiento Moderno, ambas con su intento de descentrar a las ciudades.

10.- Los umbrales de la Ciudad Jardín y del Movimiento Moderno

Según Peter Hall1, se reconocen tres vías en la reacción de los arquitectos ante la producción urbano arquitectónica del XIX: la primera basada en la capacidad de la estética, formada por las corrientes academicistas, que se influirían recíprocamente. Es frecuente distinguir en este enfoque de tipo compositivo, al menos dos líneas distintas: la que, en continuidad con la Ecole de Beaux Arts, parecen orientarse hacia el monumentalismo (Brinkman, el movimiento de la City Beautifull, Hegemann, pero también Henard y Garnier); y la que desde posturas más empíricas, extrayendo sus conclusiones de la ciudad existente, alcanzan un enfoque decididamente compositivo (Sitte, Unwin –al menos en sus primeras obras).

La segunda, estaría formada por los técnicos que, arrancando de las propuestas eficientes, buscaban completarlas con otros aspectos necesarios para la correcta gestión de la ciudad, con aspiración de autonomía frente a la arquitectura. Emergen aquí las actuaciones y textos de diversos autores englobados bajo la denominación de “tratadística alemana” sobre la construcción de la ciudad (Stubben, Beaumeister, Eberstadt), desde el exterior de la arquitectura y atentas a las cuestiones de higiene, circulación y economía productiva.

La tercera estaría formada por las propuestas con un alto grado de intención social reformadora. Su actitud no es nueva, coincide con las de los utopistas y con los higienistas del XIX, pero se distinguen claramente de unos y otros. Por una parte se apoyan en la realidad social y por otra, la necesidad de un punto de partida más racional. Ambas posturas de esta tercera vía, requerían de modelos nuevos, como lo fue, de hecho la Ciudad Jardín de Howard, único modelo que resistió a la crítica del Movimiento Moderno, gracias a su preocupación social que coincidió con objetivos básicos de los años primeros de ese siglo, especialmente en las administraciones social demócratas2.

1 Según Peter Hall, las respuestas al urbanismo que se dan en el siglo XIX, de mera expansión burguesa, se reducen a cuatro: la ciudad monumental y academicista; la ciudad jardín y el contacto con el campo, donde se incluiría la ciudad lineal de Soria; la derivación hacia la planificación racional; y la nueva ciudad planteada por el Movimiento Moderno. Sin embargo, antes del siglo XX, este último no había hecho eclosión y, por tanto, se pueden reducir a las tres del presente texto. HALL, Peter, “Cities of Tomorrow. An Intelectual History of Urban Planning and Design in the Twentieth Century”, Oxford, 1988.2 SICA, Paolo, “Historia del Urbanismo”. Siglo XX, Madrid, 1981, p 102.

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El nacimiento del urbanismo como disciplina formal, coincide prácticamente con la llegada sorpresiva del automóvil a la calle, complicando el rol social de la misma y acelerando la gestación del nuevo urbanismo de la Carta de Atenas.

Durante la primera mitad del siglo XX, mientras la ciudad jardín, por un lado, encara tres grandes desafíos: 1.- La articulación entre residencia y el campo, 2.- La densidad habitacional y 3.- El control de la plusvalía del suelo urbano. El movimiento moderno por el otro, prepara el giro decisivo para imponer, a través de la Carta de Atenas, las cuatro categorías de análisis que simplifican la experiencia urbana bajo las bases de un racionalismo estático. Dos modelos son suficientes para sintetizar la realidad urbana de la primera mitad del siglo XX: la Ciudad Jardín y la Villa Radiante, ambos marcan el valor de la relación residencia-campo de baja y alta densidad respectivamente, por encima del valor de la calle como umbral urbano arquitectónico.

En Benjamín, particularmente, en más de un ensayo aparece esta idea de lo que él denomina el carácter destructivo1, que tiene una función prometeica, es decir constructiva: despejada, pide tabula rasa, mesa limpia para poder escribir, a dibujar, a pensar, precisamente porque está seguro, o cree al menos estarlo, de que la época abre una nueva oportunidad, que allí donde el peligro, la disolución, la crisis, aparecen como propio del tiempo, también justamente en el interior del peligro, de la crisis, de la disolución de las grandes ideas, surge la oportunidad2.

La vivienda y el automóvil se convierten así en una especie de binomio cuyo múltiplo resuelve, racional y funcionalmente, toda la estructura urbana, mientras que el corredor urbano quedó aislado de sus múltiples funciones; por un lado fue reducido a simple circulación como las autopistas y nodos elevados y por el otro, a un flujo privativo dentro de contenedores habitacionales, comerciales o industriales de propiedad horizontal en condominio.

En la Carta de Atenas, el movimiento quedaba circunscrito a una de las cuatro grandes funciones urbanas, junto a la vivienda, el trabajo y el ocio, la ciudad tenía que prever las zonas de transporte. Era ciertamente, el reconocimiento de su importancia, pero seguía siendo objeto de un tratamiento separado, sustantivo, que tendía a dejar en manos de los expertos en transporte la definición física de esta función y su localización en zonas especializadas3.

1 FORSTER, Ricardo, en CASULLO, Nicolás. “Itinerarios de la Modernidad”. Ed. Oficina de Publicaciones del CBC de la Universidad de Buenos Aires. Argentina, 1997. p. 144.2 Ídem, p. 144.3 SOLA MORALES Ignasi. “Presente y futuros. La arquitectura en las ciudades”. Barcelona, 1996, p.14.

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El funcionalismo predominante en el urbanismo moderno descalificó pronto el espacio público al asignarle usos específicos. En unos casos se confundió con la vialidad, en otros se sometió a las necesidades propias del Estado. En casos más afortunados se priorizó la monumentalidad, el “embellecimiento urbano”1.

El primer atentado grave contra la vitalidad del sencillo esquema dual entre el espacio público constituido por la calle, avenidas, plazas y los espacios parcelados públicos o privados, se produce durante las décadas de los 20 y 30, mediante un nuevo modelo de ciudad donde el espacio público sería mucho más abundante2.

Independientemente de que la intención de los arquitectos del movimiento moderno haya sido la de percibir a la ciudad como una pieza de transición, una propuesta que probablemente conduzca al restablecimiento de un entorno natural virgen, “los arquitectos vanguardistas de la primera época del movimiento moderno, en lugar de cultivar la naturaleza, insertaron sus edificios en ella”3. Al pretender optimizar el espacio residencial, lo desvincularon del espacio público y, a su vez, este espacio generó una separación forzada entre sus dos funciones principales: el lugar y el flujo. Este umbral se presenta con pocas posibilidades de tránsito. El mismo Le Corbusier transformó el umbral tradicional porque decía que la naturaleza, con sus grandes extensiones verdes, podía penetrar con tan solo ser vista a través de las ventanas bien orientadas del espacio interior optimizado y tipificado.

El proceso de industrialización en América Latina y la Revolución Industrial, son hechos de diferente época (s. XIX en Europa y Norteamérica, primera mitad del XX en América Latina). Sin embargo, ambas dependieron de la aparición de la segunda mundialización histórica que corresponde al advenimiento de la sociedad industrial que es fruto de la revolución industrial producida en el campo tecnológico4.

Esta mundialización trajo para América Latina, en los años 30´,cambios definitivos, primero en las políticas de desarrollo para las naciones, la substitución de un modelo agro exportador, cuya

1 BORJA Jordi. Revista del CLAD Reforma y Democracia, No.12, octubre 1998, Caracas.

2 LOPEZ DE LUCIO Ramón. Texto presentado y comentado durante el Seminario Internacional: “La Ciudad: acciones para su transformación”. Estrategias proyectuales: Madrid-Buenos Aires”.20 al 24 de octubre de 2003. Organizado por la FAU-UB y el Grupo de Estudios Urbanos.3 FRAMPTON Kenneth.en texto basado en una conferencia de Yurgos Simeoforidis, Paisaje y espacio público, pronunciada con motivo de la convocatoria de EUROPAN 3 en Praga, fue publicado en el número especial “The city of all senses” de la revista Arquitectura & Behaviour, Vol. 9, no. 3.

4 MONGUIN Olivier. “La Condición Urbana”, Ed. Paidós, Buenos Aires, 2006, p.175.

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evolución había alcanzado niveles importantes desde la primera mitad del s. XIX, fundamentalmente en Argentina, en un modelo de dependencia de las importaciones y, por consiguiente, un cambio en el perfil de muchas ciudades, por ejemplo, Santa Fe, cuya estructura sufrió mutaciones de gran importancia provocadas principalmente por el crecimiento de la infraestructura para el automotor que desplaza a la del ferrocarril, los corredores industriales se convierten en los motores del desarrollo urbano con la lógica migración del campo a la ciudad y el consecuente desbordamiento de esta hacia el norte.

La ciudad de Santa Fe que en 1921 no llegaba a tener 300 automotores, para 1931 había alcanzado los 4000 vehículos1. Antes los flujos determinaban la localización estratégica de las ciudades, pero después, a mediados del s XX, los flujos se adaptaron a las localizaciones con la nueva infraestructura carretera que favoreció a ciudades como Rosario, que habían desarrollado una gran actividad industrial retroalimentada con el crecimiento de su infraestructura, pero al mismo tiempo, desfavoreció a ciudades como Santa Fe, cuyo posicionamiento y desarrollo dependió, únicamente, de su condición de Capital Provincial.

Todas las corrientes arquitectónicas y urbanísticas de la historia, que generalmente están representadas por sus propias utopías expresadas, al menos conceptualmente, han tenido vertientes positivas y negativas dependiendo de la cultura receptora. El Movimiento Moderno no es la excepción. En Argentina, la visita de Le Corbusier en 1929 fue un hecho significativo en cuanto a la figura de él mismo, como arquitecto libre e independiente, pero no como un hecho definitivo en cuanto a la influencia de todo un movimiento que en el mundo se venía desarrollando desde la segunda década del siglo XX. De hecho, el mismo Le Corbusier vino a percatarse de dichas tendencias y no precisamente a inaugurarlas. En todo caso, la geografía de Argentina y en especial de Buenos Aires, enriquecieron la visión de Le Corbusier.

La Arquitectura Moderna fue consecuencia de las grandes transformaciones que Sedlmayr ha condensado en la fórmula de la “pérdida de centralidad”2. Es de primordial importancia registrar que la puesta en cuestión de la tectónica tradicional –basada en esfuerzos de comprensión-, la disolución de los límites entre lugares y entre interior y exterior (transparencia), la desvinculación con el contexto inmediato urbano o natural (objetualización), el cuestionamiento de la mediación lingüística en el concepto de mimesis, la negación del pasado y la consecuente necesidad de autolegitimación, la liquidación de todo rasgo de caracterización, fueron y son los nudos

1 ARROYO Julio en BERTUZZI María Laura. “Ciudad y urbanización”, Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe, Argentina 2005, p. 53.2 LIERNUR, Jorge Francisco. “Arquitectura de la Argentina del siglo XX”. Ed. Fondo Nacional de las Artes, p.167.

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problemáticos explorados por la Arquitectura Moderna y como medio de esa “pérdida”1.

Es evidente que este umbral, de principios del XX, contiene tanto el deseo de modernidad como la nostalgia de la cualidad perdida. Así, el eclecticismo, el Nouveau y el Decó, se desvanecen pero sin desaparecer totalmente. En el ámbito arquitectónico de Buenos Aires, el edificio Kavanagh, de Sánchez, Lagos y De la Torre es una buena muestra de la ambigua relación entre modernismo y tradición2. A veces el jalonamiento viene de la fuerza del poder estatal que reclama lo estable, lo permanente y no lo posiblemente transitorio, tal es el caso de los proyectos institucionales de Alejandro Bustillo. Pero ha quedado como muestra de la mayor asimilación del Moderno, los proyectos promovidos por Le Corbusier y Wladimiro Acosta junto a Jorge Ferrari Hardoy y Juan Kurchan, como el Plan de Buenos Aires, o las obras realmente concretadas de la Av. 9 de Julio y la Av. General Paz que completa la envolvente urbana junto con el Río de la Plata. En ambos umbrales, independientemente de la belleza paisajística, del descongestionamiento vehicular y la contención logradas, se percibe una espacialidad en donde la escala humana se subordina a la presencia del automóvil.

En general Argentina fue un territorio fértil para el Movimiento Moderno. En materia de urbanismo los planes reguladores de Salta y Rosario, de Guido, Della Paolera y Farengo, los estudios de Werner Hegemann3. Y en el plano arquitectónico, en 1933 se completó la segunda parte del barrio Rawson con nueve pabellones y 74 casas individuales; en 1934 se reformuló un proyecto para un edificio de 66 departamentos –en su mayor parte de dos dormitorios y sala- en el terreno de San Juan y Balcarce4, entre muchos otros conjuntos habitacionales tipificados que, aunque respondían generalmente a la tendencia del Moderno, adquirieron rasgos muy particulares, condicionados por la geografía pampeana.

En los “ateliers de artistas”, se ensayaron nuevas articulaciones de los espacios para habitar. Relajados o informales como también lo suponía el carácter de su programa, estas unidades incorporaron ámbitos de doble altura, y compactaron e integraron entre si funciones de la casa de una manera hasta entonces infrecuente5, como las casas individuales de Alberto Prebisch, de Wladimiro Acosta, o de Antonio Vilar que, con el empleo de la misma sintaxis y un mismo conjunto de vocablos, proyecta los edificios para el Automóvil

1 Idem, p.167.2 Idem, p.167.3 Idem, p.181.4 Idem, p.187.5 Idem, p.217.

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Club Argentino constituyendo una zaga que, extendida por todo el país, responde de manera excelente a los requerimientos de repetición y simultáneamente de adecuación a las condiciones de cada sitio1.

Resulta importante hablar aquí del proyecto de Brasilia, calificada por muchos como la ciudad ideal y punto de llegada del Movimiento Moderno; calificación que lejos de favorecer es injusta tanto para la ciudad como para el mismo Movimiento, ya que, como bien advierte Adrián Gorelik: Si volvemos a la repercusión internacional de Brasilia, como punto de llegada de la repercusión de la “arquitectura moderna brasileña”, podremos notar la multiplicidad de las posiciones en juego en el escenario de los años cincuenta, la completa ausencia de estabilidad en los postulados del modernismo2. La rica exuberancia formal de Niemeyer, citada por muchos críticos, estaría en contraposición con los mismos discursos de la Carta de Atenas que, por otro lado, nunca derivaron en caracteres académicamente detallados para trazar un modelo. De hecho, esos discursos, en la década del 50, ya se empezaban a reformular.

Lo que nació en Río, bajo el comando de Lucio Costa, fue un eficaz dispositivo de producción simbólica que haría célebre en los años cuarenta y cincuenta un “movimiento”, el único lo suficientemente homogéneo para aspirar al nombre de “Arquitectura Brasileña Moderna”3.

Desde la Revolución de 1930, el Estado Brasileño concibió a la modernidad como un valor político, el estado buscará que una arquitectura de prestigio lo identifique y en esa búsqueda se producirá una ligazón muy íntima entre político y arquitecto; íntima y directa, a la manera de mecenazgo tradicional, ya que es una relación que para ser eficaz necesita preservar el carácter de artista del arquitecto (nótese la diferencia con el modelo mexicano de reclutamiento estatal de las vanguardias de los años veinte y treinta, que va a tender a convertir al arquitecto en funcionario público)4.

Es precisamente en México donde las repercusiones de una modernidad forzada, tendrán efectos decisivos para la pobreza expresiva urbano arquitectónica a partir de los años veinte y treinta. México no termina de aceptar los nuevos valores de la modernidad mundializada. El pueblo, conciente o inconcientemente, se pronuncia

1 Idem, p.222.2 GORELIK, Adrián. Tentativas de comprender la ciudad moderna, Artículo escrito como parte del Programa Modernidades tardías no Brasil, del Centro de Estudios Literarios de la Facultade de Letras de la Universidad Federal de Minas Gerais y la Fundación Rockefeler.2005.3 Idem.4 GORELIK, Adrián. Tentativas de comprender la ciudad moderna, Artículo escrito como parte del Programa Modernidades tardías no Brasil, del Centro de Estudios Literarios de la Facultade de Letras de la Universidad Federal de Minas Gerais y la Fundación Rockefeler.2005.

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por sus valores barrocos del pasado y, durante las primeras décadas del XX, sus movilizaciones sociales estarán siempre manipuladas por la pugna entre masones que se asocian como una familia revolucionaria que se consolida en el poder como la dictadura disfrazada y perfecta1 durante 70 años.

Juan Ignacio Barragán comenta que, de 1930 a 1960, México vive los años de la “inconsciencia urbana”, debido a que se combinaron severas mutaciones en la estructura económica y demográfica en el país con un contexto de represión al ejercicio de la actividad empresarial2. El gobierno de Cárdenas, emanado de la “familia revolucionaria” instalada en el poder desde 1917, establece la colectivización de la tierra, pues en la práctica, todos los ejidos agrarios comunales pasaron a ser de jurisdicción federal3 y para manejar y controlar dichos ejidos, el régimen creó un organismo llamado Banco Ejidal, mismo que se convirtió en el nuevo amo de los campesinos; un amo anónimo y sin más rostro que el fugaz que presentaban los funcionarios en turno, los cuales buscaban sacar todo el provecho personal posible durante el tiempo –generalmente breve- del desempeño de sus funciones en la región. Y como en los ejidos colectivos los campesinos ya no eran asalariados, no podían acogerse a las leyes laborales; pero al no ser tampoco propietarios de sus parcelas, quedaron totalmente a merced del Banco Ejidal4 que, pronto quedó sin recursos humanos ni materiales y sin estrategias para atender el campo. Esta situación derivó en una fuerte movilización migratoria hacia las ciudades, principalmente a la ciudad de México, donde las actividades terciarias y la industria periférica representaron la única oportunidad para subsistir. De tal manera, la ciudad de México, y aunque en menor medida Puebla, Monterrey y Guadalajara, tuvieron un sorpresivo crecimiento poblacional; de 1940 a 1950 el Distrito Federal pasa de 1.8 a 3.1 millones de habitantes, situación que complica si le sumamos la falta de experiencia en materia de planificación urbana. Si nos ubicamos en 1967 y volvemos la mirada, la última intervención importante fue la del Paseo de la Reforma y nos percataremos de que el Distrito Federal, ha crecido al margen de toda planificación, mediante la extensión de un damero que se deforma conforme se avanza hacia la periferia conurbana con poblados que se convirtieron en barrios dentro de una mancha que absorbe al 20% de la población urbana del país.

Tanto en arquitectura como en urbanismo, durante estos años en México continuará, como en el XIX, importando modas o tratando de vincular forzadamente la arquitectura prehispánica con el Art Decó,

1 VARGAS LLOSA, Mario. Entrevistado por El Heraldo de México, 31 de agosto de 1990.2 BARRAGÁN VILLARREAL, Juan Ignacio. “Cien años de vivienda en México”. Ed Urbis Internacional. Monterrey 1994.3 LOUVIER CALDERÓN, Juan. “Historia política de México”. Ed Trillas. México, 2004, p 142.4 Idem, p.143.

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no es el deseo por la cualidad perdida como en Argentina, sino el obsesivo afán de remarcar (por si acaso no había surtido efecto) el supuesto odio y olvido, consignado por la Revolución, por todo lo que parece español. Para ello, los arquitectos fueron prácticamente empleados gubernamentales con la consigna no de buscar la auténtica modernidad, sino de imponer el neoindigenismo. Sin embargo, existen realizaciones que debemos valorar por la capacidad de arquitectos como Ortiz Monasterio, Juan Ogorman, Federico Mariscal, Francisco J. Serrano, entre otros. Obras como el Anahuacalli en la ciudad de México, de Juan O´Gorman, la del “Diario de Yucatán” en Mérida, de Rubio Ibarra. El edificio del Departamento de Salubridad, de Obregón Santacilia.

La obra de los muralistas Rivera, Orozco y Siqueiros, imprime un carácter que realza la obra arquitectónica, más por el colorido que por la temática misma, especialmente después de la década del cuarenta, cuando el Movimiento Moderno empieza a tener repercusiones en el país. Destacan las obras de Mario Pani quien fue uno de los arquitectos que mantuvo contacto permanente con la vanguardia moderna europea, como lo muestra el Multifamiliar Miguel Alemán1, al sur de la ciudad de México, construido simultáneamente a la Unidad Habitacional de Le Corbusier en Marsella. Hay que destacar que el proyecto de Pani, desarrollado en cuatro manzanas fusionadas para contener un conjunto de edificios en altura que se interrelacionan con espacios que contienen espacios comunes, funcionó de acuerdo a la concepción original mientras el Estado, a través del ISSSTE (Instituto de Servicios y Seguridad Social para los Trabajadores del Estado), se hizo cargo de administrar los servicios y umbrales comunes. Cuando el ISSSTE en 1970 no soportó más las cargas administrativas, mediante un acto de abandono disfrazado de generosidad social, entregó a los vecinos la custodia de esos espacios comunes. Este hecho, aunado a la falta de cultura condominál por parte de los vecinos, devino en la degradación de los umbrales urbanos arquitectónicos que se repite –con algunas ligeras variantes- en la mayoría de los conjuntos de interés social durante los últimos 38 años, de 1970 a 2008, en Latinoamérica. Independientemente de ello, el inobjetable valor del proyecto de Mario Pani, consistió en haber logrado el objetivo de un programa arquitectónico, tal como lo había acordado con sus clientes; programa que en ningún momento vislumbrara la posibilidad del abandono gubernamental de estos umbrales.

Mario Pani también proyectará una gran cantidad de obras para el gobierno como la Unidad Nonoalco Tlaltelolco, la Escuela Nacional de Maestros, entre una multitud de edificios en altura que han quedado

1 En un documental producido por el Instituto Mora de México D.F.”Mi multi es mi multi”, ha quedado de manifiesto la repentina ausencia del Estado en el Multifamiliar Miguel Alemán. En este video se hacen entrevistas a varias generaciones de vecinos, así como al mismo Mario Pani, en el momento de la inauguración del conjunto en 1949.

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como muestra del importante contacto de este arquitecto con las vanguardias modernistas europeas y norteamericanas, al igual que Enrique del Moral que, en la década del cincuenta, sembró de edificios el Paseo de la Reforma y la Av.de los Insurgentes en ciudad de México, definiendo junto con Pani y Enrique Yañes el perfil internacionalista del paisaje urbano a base de plantas libres y la limpia articulación de masas. Aunque al mismo tiempo, otro grupo de arquitectos como Luis Barragán, Félix Candela y Pedro Ramírez Vázquez, formarán otra tendencia consistente en abandonar los conceptos uniformadores del racionalismo para iniciar, cada uno en lo particular, la maduración de una arquitectura introspectiva, negadora del entorno urbano y cuyo único propósito es la estética del espacio1.

Los efectos de la proliferación del automóvil en la ciudad de México, aunada por un lado a la moda por las autopistas urbanas y, por el otro a la falta absoluta de planificación urbana, fueron de gravísimas consecuencias durante toda la segunda mitad del siglo XX y los primeros años del XXI.

Es notable ver que, mientras en la ciudad de Boston, las autoridades preocupadas por la falta de espacios de integración Inter.-barrial, demolían dobles niveles en importantes vialidades para inducir el transito en forma subterránea, generando umbrales en donde la sociedad se encuentra y convive sin conflicto con un tránsito localizado y una mezcla adecuada de usos de suelo. Al mismo tiempo, en ciudades latinoamericanas imitamos el error que ahora tratan de corregir los norteamericanos.

Un ejemplo realmente patético fue el proyecto y la obra del segundo nivel para el periférico de la ciudad de México en el año 2004, cuyo proceso estuvo empañado por graves hechos de corrupción por parte del gobierno en turno, quien concibió el proyecto pensando únicamente en descongestionar la vialidad como flujo, sin tomar en cuenta las consecuencias tanto sociales como paisajísticas dentro de un conglomerado urbano con alto grado de segregación social y grandes superficies de suelo privatizadas. Curiosamente, Andrés Manuel López Obrador, se presentaba como un líder que luchaba en contra de la falta de integración social.

En Argentina, en las décadas del cuarenta y cincuenta, se multiplicaron las relaciones con la cultura arquitectónica de los Estados Unidos. Marcel Breuer construyó el Parador Ariston; Eduardo Catalano se instaló en Carolina del Norte. La casa que edificó en Raleigh es una pieza extraordinaria en la que se articulan con elegancia su interés por las estructuras de la naturaleza, por la construcción industrializada, y por una extrema libertad espacial2.

1 DE ANDA ALANÍS, Enrique, en “Historia del Arte Mexicano”, Ed. Salvat. México, 1986, Tomo 14, p.2066.2 LIERNUR, Jorge Francisco. “Arquitectura de la Argentina del siglo XX”. Ed. Fondo Nacional de las Artes, Buenos Aires, p.232.

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Una obra significativa es el edificio “Los Eucaliptus”, de Ferrari Hardoy y Juan Kurchan en Buenos Aires, ya que expresa en forma clara el deseo de ingresar, no solo a un definitivo racionalismo arquitectónico, sino también de desarrollar un modelo de umbral capaz de regenerar el tejido amenazado de la ciudad.

La doble tendencia modernista manifestada en México, también estará presente en Argentina desde la década de 1950, aunque con una mayor ingerencia en aspectos urbanísticos; el estudio de Mario Roberto Álvarez, despliega con una especial sinceridad todo su repertorio formal de simplificación arquitectónica, razonada y sin estridencias, sin más búsqueda que la requerida según el discurso modernista de la época. Como lo señala en 1974 Marina Waisman en un artículo aparecido en el número doble de Summa: “MRA o el arte de ser simple en un mundo complicado”1.

Una segunda tendencia estaría representada por el estudio de Clorindo Testa cuya obra, como por ejemplo el Banco Hipotecario (1959), entre dos calles estrechas, rodeado por edificios de estilo neoclásico, en un área urbana densa, el edificio retoma las proporciones de sus vecinos en altura2 y refleja la búsqueda de una propia expresividad en el empleo de una geometría brutalista que, aunque es propia del Movimiento Moderno, conforme avanza la segunda mitad del siglo XX, en sus siguientes proyectos Clorindo Testa se va desprendiendo de la influencia inicial y constituye uno de los representantes más relevantes de una forma proyectual basada en la ruptura vanguardista de las convenciones3.

11.- Los umbrales y los discursos posmodernos

Los discursos y las realizaciones que contestan las propuestas de la Carta de Atenas, entre 1950 y 1980, intentaron la reivindicación de los umbrales mediante una visión estructural de la ciudad, como los estudios de Leslie Martin sobre un damero ideal de zonas construidas y zonas libres demostrando que la disposición construida formando grandes patios tiene ventajas evidentes – de mayor cantidad de suelo aprovechable o de menor altura de edificación – frente a la disposición construida con bloques o manzanas densas dejando calles o espacios intermedios continuos4.

1 MOLINA Y VEDIA, Juan, en “Diez estudios argentinos”, editado por Clarín. Buenos Aires 2007. Tomo 1 Mario Roberto Álvarez, p, 13.2 Idem, Tomo II Clorindo Testa p, 143.3 LIERNUR, Jorge Francisco. “Arquitectura de la Argentina del siglo XX”. Ed. Fondo Nacional de las Artes, Buenos Aires, p.320.4 ORDEIG CORSINI José María. “Diseño Urbano y Pensamiento Contemporáneo”, Ed. Océano, México 2004, p.68.

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También las propuestas estructuralistas de Alison y Peter Smithson para la reconstrucción de Berlín y la urbanización de Robin Hood Gardens y Goleen Lane en Londres, donde Smithson redescubre la concepción de la calle1, o los desarrollos de Candilis en Francia y los de Bakema y Van den Broek en Holanda. Todos estos proyectos estructuralistas, destacan por su originalidad en su diseño arquitectónico y su deseo de contrarrestar las debilidades observadas del Movimiento Moderno en cuanto al umbral entre lugares y flujos. Sin embargo, sus aportes no dejaron de ser una derivación de la misma corriente racionalista, los flujos y los lugares continúan aislados, con la diferencia de que ahora pertenecen a una composición estructural integrada mediante la yuxtaposición de las redes de flujos a distintos niveles con los bloques residenciales y comerciales de cierta composición individualizada. Pero el corredor sigue siendo monofuncional, y es precisamente esta monofuncionalidad la que se acentuará en el camino utópico hacia el High Tech.

En un sencillo análisis, Jane Jacobs repasa lo que se podría considerar como un conjunto de detalles de diseño que favorecen o entorpecen la vitalidad urbana. Por ejemplo, la distinción del contacto vecinal natural frente al contacto obligado que algunas agrupaciones residenciales tipológicas modernas creaban. O también, la necesidad de la mezcla de usos que garantiza la presencia de personas en todo momento y con ella la seguridad del sitio. La densidad urbana, el rediseño de vacíos fronterizos dados por la independencia de los barrios o por los bordes con actividades industriales.

David Harvey, refiriéndose al postmodernismo en las ciudades, afirma que si los modernistas planifican la estructura del espacio, los posmodernos diseñan, en una época en que los ideales de igualdad del movimiento moderno son sustituidos por una descarada jerarquización del mercado. Nunca como antes, la injusta renta privada del suelo había dañado tanto la estructura social y por consiguiente al espacio público.

Confluye en esta escena del presente que vivimos, como primer elemento, lo que se dio en llamar la crisis del sistema capitalista, que por supuesto no es una crisis como la que pensaba el marxismo o la revolución, cincuenta años atrás, una crisis terminal, que es una crisis de reformulación. A mediados de la década del 70 tiene su fin la onda expansiva de un desarrollo sostenido del capitalismo, que se iniciará en la segunda posguerra, y la lenta hegemonía a partir de esta crisis (que se va a emblematizar, a mediados de los 70, con la famosa crisis del petróleo), del capital especulativo financiero por sobre el clásico capital de inversión industrial2.

1 ROSSI Aldo. “La arquitectura de la ciudad”. Ed. Gustavo Gili, Barcelona, 1971, p. 154.2 CASULLO, Nicolás. “Itinerarios de la Modernidad”. Ed. Oficina de Publicaciones del CBC de la Universidad de Buenos Aires. Argentina, 1997. p. 196.

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Las reformulaciones del modernismo, que surgen automáticamente desde el mismo momento en que la segregación funcional y la serialización de la vivienda intentan imponerse en diversos lugares del mundo, conducen a considerar que, aunque la arquitectura edificatoria sigue teniendo un protagonismo absoluto, se abandona la fría y repetitiva seriación de las fachadas y se adoptan nuevos lenguajes, más personales e individualizados, tratando –no precisamente con éxito- de contextualizarlos.

En Argentina, durante la década del 60, la inversión pública fue rebasando a la privada y, a la vez, ante las nuevas influencias europeas del Team X, se crean condiciones de inversión, escala y relación estado/empresa/proyectista permitieron que, inspirada en los objetivos e inquietudes sociales que hemos analizado, una parte de la matrícula experimentará en los grandes conjuntos nuevas soluciones de mayores valencias existenciales1.

En Europa estas reformulaciones generan un espacio urbano con formas expresivas, sobretodo en aquellos proyectos del “mixed development”, como los Barrios Hansa en Berlín y el World´s End en Chelsea Londres, donde se evita la regularidad, el paralelismo y la igualdad; pero se mueve dentro de los parámetros anteriores: continúa quedando como el negativo, el vacío dejado por los edificios. Como consecuencia sin ningún espacio intermedio que haga de transición de escala, los lugares de esparcimiento y representación son de tamaño desproporcionado. Esto es, porque el módulo residencial sigue condicionando, no únicamente al conjunto de viviendas en cuestión, sino a la ciudad toda, por más que ahora se intente recuperar la manzana y la calle, como en el caso del barrio Centenario en Santa Fe Argentina, de Baudizzone, Díaz, Ervin, Lestard, Varas, en donde tanto la calle como la manzana y sus vacíos interiores no dejan de permanecer ajenos al conjunto residencial.

Otros ejemplos de este tipo de reformulaciones proyectuales, los podemos reconocer en las propuestas del estudio Manteola, Sánchez Gómez, Santos, Solsona, Viñoly, como las viviendas de ALUAR, en Puerto Madryn. O el conjunto habitacional Villa Soldati, de Bielus, Goldemberg, Wainstein, Krasuk, en Buenos Aires; que dejan de manifiesto la búsqueda de nuevos umbrales de transición entre la residencia, el espacio común, la manzana y la vía pública.

Esta búsqueda continúa hasta nuestros días, aunque ahora, se acumulan otros problemas con otros retos: los que plantea la tercera mundialización.

1 LIERNUR, Jorge Francisco. “Arquitectura de la Argentina del siglo XX”. Ed. Fondo Nacional de las Artes, Buenos Aires, p.353.

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12.- Entre el umbral de exclusión y el espacio virtual de la ciudad globalizada

La tercera mundialización, producto, entre otros factores, de las nuevas tecnologías y de la revolución económica iniciada ya en la década de 1960, al fusionar las “economías mundo” en una sola “economía mundo”, inaugura rupturas históricas cualitativas1.

En primer término, el Estado deja de desempeñar una función central porque ya no es el motor de una política industrial2.

Gracias al fenómeno de la globalización económica, sello indiscutible de esta tercera mundialización, tanto la cultura, la política, el carácter migratorio, la visión territorial y los marcos jurídicos de las ciudades, responden fielmente a los dictados del mercado internacional que, a través de la electrónica (Internet), monitorean sus intereses desde los grandes centros internacionales usurpadores del poder del Estado, o cómplices de este.

Ante este fenómeno de carácter mundial, surge entre otros, el fenómeno de la deslocalización de la industria que se intensificará durante las últimas tres décadas del siglo XX. Mientras la segunda mundialización se caracterizaba por la capitalización de la industria, la tercera opta por la industrialización del capital, es decir, la financierización del capital y la importancia de la cotización en Bolsa; la ciudad se transforma porque la industria ya no requiere de localización de lugares, sino simplemente de flujos no localizados, se busca el no lugar. La calle pierde, aún más, su carácter estructurador. Surgen así, dos tipos de comunicación, la que remite a lo “virtual puro” y la que remite a lo “real” degradado.

Jean Toussaint Desanti, ha señalado que, si bien ese desfase entre lo real y lo virtual cambia la forma de nuestra realidad en el mundo, no anula por ello lo real, sino que lo desvaloriza en comparación con lo que nos ofrece lo puramente virtual3. Entonces la calle y la plaza se desvalorizan también al convertirse en flujo y centralidad degradados, ya sea por el abandono o por adquirir un carácter monofuncional: lugar de tránsito vehicular, foco de violencia e inseguridad o borde entre enclaves fragmentados.

En Argentina, durante las dos últimas décadas del siglo XX, posteriores a la dictadura militar, con un Estado desorganizado y una economía colapsada, se inicia una época en la que el capitalismo, a

1 MONGUIN Olivier. “La Condición Urbana”. Ed. Paidós, Buenos Aires, 2006, p.175.

2 Idem. p.176.3 MONGUIN Olivier. “La Condición Urbana”. Ed. Paidós, Buenos Aires, 2006, p. 185.

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través de esta tercera mundialización, o globalización económica, estrena una nueva faceta. Según Manuel Castels, a partir de los 80´ se ha operado un pasaje de lo que él denomina modo de desarrollo industrial al modo de desarrollo informacional1. En estas dos décadas la concentración de la riqueza ha alcanzado en la Argentina un nivel desconocido hasta entonces2.

Ya desde 1972, Jorge E. Hardoy, señalaba que en la ciudad latinoamericana se renuevan pautas de vida rurales por parte de una creciente masa de población marginada de los programas básicos de la comunidad. Y aseguraba que esa población constituiría en pocos años el porcentaje numéricamente más importante de las metrópolis latinoamericanas y ocuparía una superficie sustancial de los futuros territorios urbanos y suburbanos, y añadía que: su participación en las decisiones, en la medida en que un proceso democrático de gobierno lo permita, será cada vez más fuerte y su contribución al desarrollo económico de cada país será fundamental3.

En la actualidad, lo que Hardoy señalaba, sigue vigente, con la aclaración de que: países como Argentina y México, lejos de haber permitido que los procesos democráticos generen espacios participativos, simplemente han permanecido ausentes, incentivando con ello la segregación socio-espacial a través de la formación de guetificaciones, gentrificaciones y suburbanizaciones, en las cuales, los umbrales urbano arquitectónicos tienden a degradarse o a privatizarse.

Las ciudades contemporáneas, en Europa y América, se han desarrollado, bajo esta condición dual que, independientemente de que haya permitido el crecimiento macroeconómico de los países, las provincias y ciudades; sus efectos negativos son más notorios porque las microeconomías tienen oportunidades desiguales de desarrollo y amenazan con revertirse, incluso, en contra de quienes las han producido. Cada día hay más población con menos y menos población con más. Esta tendencia hace que el espacio público pierda su carácter integrador de la estructura urbana y, por un lado, responda fragmentariamente a intereses particulares, o, por el otro, sea ignorado tanto por el Estado como por la sociedad.

Como Liernur señala, siguiendo la definición de Derrida, la frivolidad se hace presente en dos sentidos: por un lado, como producto de la separación entre el significado y el significante, y por el otro como una manifestación que se asocia al despilfarro de recursos, al prestigio de los asuntos banales o al goce hedonista, indiferente a las

1 LIERNUR, Jorge Francisco. “Arquitectura de la Argentina del siglo XX”. Ed. Fondo Nacional de las Artes, Buenos Aires, p.359.2 Idem, p.361.3 HARDOY Jorge Enrique. “Las Ciudades en América Latina”, E. Paidos Buenos Aires, 1972. p. 68.

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miserias propias o circundantes1. Curiosamente, este estado de frivolidad, estuvo también presente en México desde el inicio de la década de los 80´, cuando el sueño de la abundancia petrolífera, durante el gobierno de López Portillo, produjo gastos y endeudamientos excesivos para un país que empezaba a experimentar el inicio de la caída de la dictadura perfecta del PRI, pero que al mismo tiempo aceptaba las reglas de una nueva economía de mercado.

En este sentido, la cultura arquitectónica a nivel mundial, aceptó e incluso auspició la intercambiabilidad y el flujo de significantes sin significado alguno. Con el uso de los nuevos materiales y técnicas constructivos, se trata ya no de dar respuesta a nada sino simplemente de sembrar la emergencia arquitectónica a través de la manifestación generalizada de la concepción de la ciudad por partes, cuyo inicio en Argentina se produjo en 1986 con el concurso “20 ideas para Buenos Aires”2 con las consignas de recuperar la identidad urbana, mejorar la calidad de los espacios públicos y evitar la dispersión. Aunque las intenciones eran incuestionables, surgió el problema de la desvinculación de la Arquitectura con la problemática urbana, ya que estas ideas podían prescindir de la participación del arquitecto.

13.- Los diversos umbrales de segregación socio espacial en Latinoamérica

El término socio espacial, se acuña por la necesidad de establecer la relación directa y estructural entre la civitas y la urbis; una relación circular causa-efecto-causa3. La segregación social conlleva a la segregación espacial y viceversa, son fenómenos concomitantes caracterizados por la formación de aglomerados urbanos de diferentes características de acuerdo con su condición y origen de acuerdo con las codificaciones hechas por Savage, Warde y Ward: (ghettificación, suburbanización, gentrificación)4. Su proliferación se debe principalmente a la falta de políticas y legislación específicas y a su vez,- continuando con la interrelación circular--, la falta de políticas y legislación depende del anquilosamiento de la relación entre individuo-grupo social-Estado a través de los organismos intermedios de la sociedad.

1 LIERNUR, Jorge Francisco. “Arquitectura de la Argentina del siglo XX”. Ed. Fondo Nacional de las Artes, Buenos Aires, p.359.2 Idem, p.381.3 MORIN, Edgar, Entrevista Diario Página 12, sábado 3 de abril de 1993, Buenos Aires.4 ROITMAN,Sonia. Mike Savage, Alan Warde y Kevin Ward (2003). Urban Sociology, “Capitalism and Modernity”. Hampshire: Palgrave-Macmillan. EURE (Santiago), dic. 2003, vol 29, p. 178-180.

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Los asentamientos guettificados, segregados; de formación irregular espontánea, que tienen la imposibilidad de mejorar su condición social por la falta de oportunidades de inserción laboral, proliferan en espacios olvidados por el resto de la ciudad y donde el Estado Municipal ha permanecido al margen tolerando la formación, consciente o inconsciente, de umbrales sin vestibulación no aptos para la vida social. En su gran mayoría, estos asentamientos se localizan en zonas de riesgo, susceptibles al brote de enfermedades infecciosas y a los altos grados de inseguridad. Son espacios que, desde su origen, persuaden a la población más necesitada para ser ocupados en forma irregular y sin servicios. Muchos de estos asentamientos son producto de la expoliación urbana o de un proceso que va desde la expropiación ilegal a la apropiación legítima o viceversa. Los ejemplos más evidentes de esta realidad, no están únicamente en las ciudades latinoamericanas, sino en cualquier ciudad del mundo porque, esta mundialización retirará la etiqueta de ciudad del primer mundo a toda ciudad. Y llevará la famosa diferencia entre el primero y el tercer mundo, a cualquier ciudad.

Ejemplos claros de guettificación son: todo el borde oeste de la ciudad de Santa Fe en Argentina, afectado por los bañados del Río Salado, los asentamientos irregulares al margen del Río Atoyac en Puebla México o la villa 31 en Buenos Aires.

Otra forma de segregación socio-espacial es el desarrollo predeterminado de suburbanizaciones, a través de operaciones privadas o públicas (avaladas por el Estado Municipal por medio del reglamento de urbanización y zonificación), influenciados por la tradición anti-urbana de la ciudad jardín europea y norteamericana, que se asientan generalmente, aprovechando la infraestructura que con inversión del Estado se realiza en la periferia, se trata de comunidades que por razones de seguridad y el anhelo de vivir en un status exclusivo; suburbios que tienden siempre a eliminar el umbral, se vuelven pequeños feudos privados que carecen de la integración e identidad de una ciudad en el sentido tradicional, y que a la vez, hacia su exterior, producen espacios vacíos, senderos, vialidades etc.,de complicada articulación contextual, ya que generalmente se construyen de manera aislada antes de cualquier proyecto de ensanche urbano o en substitución de este. Los countries cuya historia se caracterizó por un proceso de cambio generacional y social, visible en el pasaje y/o desplazamiento de los countries de fin de semana, por los residentes permanentes1 (matrimonios jóvenes). En Argentina estos procesos se intensificaron durante el gobierno de Menem. En México, durante el gobierno de Salinas de Gortari (penúltimo presidente de la dictadura priista), quien promovió, junto a gobernadores copartidarios, la proliferación de estos asentamientos al sur de la ciudad de México y norte de Cuernavaca, así como en las

1 SVAMPA, Maristella. “La brecha urbana”. Ed. Capital Intelectual, 2004, p.48.

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periferias de las ciudades más importantes del país como Guadalajara, Monterrey, Puebla y Veracrúz.

Las “gentrificaciones”, espacios segregados de formación espontánea y/o predeterminada a través de operaciones privadas toleradas o promovidas por el Estado, localizadas céntrica o periféricamente en sectores revalorizados por iniciativa privada, imponiendo un determinado estatus socio-económico y produciendo al mismo tiempo la pérdida de identidad o la emigración de la población tradicionalmente usuaria y/o asentada, substituyéndola por otra clase de población excluyente; conjuntos residenciales, de alto y uniforme valor adquisitivo, y/o complejos comerciales (contenedores como Puerto Madero o Palermo en Buenos Aires o como los conjuntos comerciales y residenciales de Angelópolis en Puebla o Santa Fe en México D.F.).

Además, ya dentro del punto de vista arquitectónico, el nacimiento del Shopping malls, como parte de estos conjuntos “gentrificados”, no es simplemente una parte de la ciudad sino su remplazo por un sistema nuevo, donde se atenúa o desaparece lo que caracterizó en el pasado, lo urbano1.

El Shopping, que permanece indiferente a la ciudad, en sus espacios los visitantes se desplazan en una atmósfera artificial como los peces domésticos en sus recipientes oxigenados, decorados con plantas marinas2, constituyó un desafío para arquitectos no dispuestos a abrazar la estrategia del collage posmodernista. En Latinoamérica, el Shopping revela una desigualdad mayor entre quienes lo usan como paseo y quienes, además, compran de modo significativo. Sin embargo, el éxito de unos y otros está en las posibilidades de ensoñación que ofrece: siempre es mejor desear que no desear3.

Con una composición irreverente de sus volúmenes, sus colores, sus terminaciones descuidadas, sus columnas de cartón pintado, el Buenos Aires Design Center, de Clorindo Testa, fue duramente criticado por tradicionalistas y modernistas recalcitrantes4.

En consonancia con la tendencia a la “gentrification” de áreas centrales obsoletas comenzó a utilizarse un nuevo espacio habitable: el loft, que constituye una respuesta al cuestionamiento de la familia clásica. Estos lofts, se introdujeron en Argentina como fórmula elaborada y estilista y no como solución pragmática5

1 SARLO, Beatriz. “La ciudad vista”. Ed. Siglo XXI. Buenos Aires, 2009, p.192 Ídem, p.19.3 Ídem. P.20.4 LIERNUR, Jorge Francisco. “Arquitectura de la Argentina del siglo XX”. Ed. Fondo Nacional de las Artes, Buenos Aires, p.381.5 Idem, p.381.

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Generalmente, estos espacios, al igual que los suburbios, tienden a una privatización del espacio público, pero además están dirigidos a un determinado status en cuya escala de valores el poder de consumo determina a lo social y a todo lo demás. Aunque en algunos casos están abiertos al público, resultan excluyentes para quien no tiene y/o para quien no puede adoptar las modas impuestas por un determinado status.

En Retiro se llevó a cabo un concurso con el objeto de determinar una forma general para el área, provocando un substancial aumento de la densidad y una no suficientemente ponderada nueva oferta de espacios terciarios. Este proyecto constituyó un proceso de privatización lisa y llana de una propiedad estatal, sin otro beneficio para los ciudadanos que el proveniente de la venta de terrenos, puesto que no mediaba en este caso la creación de algún mecanismo de reapropiación pública del aumento de la renta derivado de la propia urbanización1. Los principales problemas de la gentrification son dos. En primer lugar, el de los destinos de las poblaciones desplazadas, no siempre considerados y menos aún cuando el desplazamiento se produce a raíz de iniciativas de origen privado. En segundo lugar, es el sentido mismo de la operación, por cuanto el destino de estas zonas parece ser una paradoja, en la medida que adquieren valor en el momento en que ese valor –el de las culturas determinadas que dieron origen al clima singular que se trata de capturar- se pierde definitivamente con el alejamiento de los usos y los seres que los originaron, las zonas “gentrificadas” devienen así en escenografías dulcificadas, cáscaras ilusorias de una densidad humana perdida para siempre2. Se advierte que 250 hectáreas de las tierras más valiosas del país (Argentina) han pasado a manos de unos pocos en sólo una década, sin que los beneficios fueran claramente planeados y controlados por sus antiguos propietarios, convertidos, en casi todos los casos, en meros convidados de piedra o en consumidores3.

Estos fenómenos se presentan y afectan de forma diferente a cada estructura urbana dependiendo de las diversas condiciones históricas y culturales de las ciudades. Por ejemplo, en 1940 Buenos Aires tiene el doble de la población de México DF; en 1960 tiene la mitad4 y, esta tendencia, se mantendrá así en el futuro debido a que el DF se extendió horizontalmente sin ningún umbral planificado hacia sus límites jurisdiccionales y alcanzó prematuramente su conurbación con las localidades del Estado de México. Mientras que Buenos Aires, contenida dentro de sus umbrales: la avenida General Paz y el Río de la Plata, se extendió fuera de su jurisdicción en lo que ahora

1 LIERNUR, Jorge Francisco. “Arquitectura de la Argentina del siglo XX”. Ed. Fondo Nacional de las Artes, Buenos Aires, p.381.2 Idem, p.3743 Idem, p.3754 GORELIK Adrián. “Miradas sobre Buenos Aires”, Siglo XXI Editores Argentina, Buenos Aires, 2004.

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conocemos como El Gran Buenos Aires, de esta forma la ciudad capital quedó resguardada y su crecimiento está fuertemente condicionado a su única posibilidad: la altura. Sin embargo, en ambas experiencias urbanas, el fenómeno de la segregación socio-espacial, se intensificó después de los primeros efectos de la tercera mundialización. En la Ciudad de México la población marginada crece en diferentes tipos de enclaves céntricos y periféricos, con procesos alternados de guetificación y gentrificación, con la formación de umbrales irreconciliables entre ellos y de casi imposible lectura por la velocidad de crecimiento poblacional, en una sola mancha urbana donde tanto el centro como la periferia oprimen a una, cada vez más estrecha, semi periferia (clase media) en constante transformación por las migraciones y gentrificaciones, estas últimas, producto de la globalización económica que tiende a concentrar la riqueza en estos enclaves, y a generar la exclusión de enormes y multiformes sectores guettificados.

Habrá que añadir también, los procesos de ocupación popular de origen propiamente latinoamericano que, por los desfazamientos históricos de la industrialización con respecto a Europa y Norteamérica, presentan características propias. Fenómenos que se producen y afectan de diversas maneras al desarrollo actual de nuestras ciudades: las villas, el barrio popular, los asentamientos de interés social, los vacíos urbanos y la degradación del paisaje. Estos procesos, independientemente de sus particular desarrollo en nuestro continente, no tienen una caracterización específica, sino también pueden tener distintos grados de guettificación y/o gentrificación.

Las villas

Surgidas a partir de la década de 1930, producto de la industrialización y la migración campo-ciudad, de origen y crecimiento irregulares y espontáneos que se sitúan cerca de los principales centros de trabajo, generalmente en la periferia de las ciudades y que ahora suelen coexistir con conjuntos habitacionales promovidos por el Estado después de la década de 1970. Un ejemplo de estos asentamientos se dio en la ciudad de Puebla cuya periferia densamente poblada se constituye, por una parte, de villas que crecieron cuando se asentaron a principios del siglo XX las industrias textiles y, por otra parte, de conjuntos construidos por el INFONAVIT.

El barrio popular

Surgido entre 1940 y 1970, producto de la subdivisión del suelo rural a través de inversiones privadas fuera de toda planificación y legislación y que, con el tiempo, su crecimiento deriva en un reconocimiento forzado por parte del municipio. Debido a su falta de inserción planificada dentro de una estructura urbana que también tiene una incipiente planificación, estos barrios quedan como islas, cuyos umbrales a manera de bordes, a veces psicológicos más que

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físicos, se manifiestan por un abrupto contraste de tejidos, tramas y tipologías.

Los asentamientos de interés social

Ocupación masiva del territorio con cierta organización previa, producto de reordenamientos promovidos a partir de la década de 1980 por los programas de vivienda social, a través del FONAVI (Argentina), INFONAVIT (México), entre otros países latinoamericanos.

Estos programas, independientemente de su concepción originaria y sus aspectos indudablemente positivos (generación de empleos, otorgamiento de créditos accesibles, entre otros), han funcionado como verdaderas plataformas para la formación de monopolios de la construcción de vivienda social que, en combinación con funcionarios públicos y bajo el argumento de ofrecer vivienda barata (no solo en costo sino en valor), se han enriquecido lucrando con la ilusión de una vivienda digna; desarrollos habitacionales que no respondieron a ningún plan urbano, fraccionando suelo rural o más bien: empobreciendo más el suelo rural y degradando tanto los umbrales de transición público-privada, como los de transición entre centro-periferia y, fundamentalmente los umbrales urbano-arquitectónicos. La mayoría de estos conjuntos, por ejemplo en México, fueron (y aún siguen siendo) autorizados oficialmente bajo el régimen de propiedad en condominio, figura legal muy conveniente y lucrativa para los desarrolladores que se liberan del área de donación del 20%, dispuesta en la Ley de Fraccionamientos en casi todos los estados en México, porque claro, el condominio no es un fraccionamiento por ley y, por lo tanto, no es obligatoria la donación de terreno para servicios públicos. En algunos casos, sobretodo cuando se aplica este régimen en planes de vivienda unifamiliar, se ha generado la confusión en vecinos que reclaman, fuera de la Ley, el mantenimiento de parques, calles y mobiliario urbano, creyendo que estos pertenecen a la vía pública, percatándose tarde de su situación condominál; régimen incomprensible para el ciudadano común, que firma un contrato sin entenderlo y adquiere una vivienda unifamiliar pensando que es propietario único de un predio y lo construido sobre él. Sin embargo, se encuentra con la sorpresa de que es co propietario de un enorme conjunto habitacional, normalmente con cientos de viviendas con déficit de servicios y umbrales que, en lugar de integrar al conjunto, lo excluyen del resto de la ciudad; un “guetto” autorizado por el Estado; un guetto que, generalmente deriva en una privatización del espacio urbanizado que, en este caso, se desurbaniza, porque la experiencia urbana gira en torno a una intrincación entre lo público y lo privado que se tejió a favor de lo público, mucho antes de que un movimiento de privatización, el que marca el paso de lo urbano a lo pos urbano, transformara en profundidad las funciones tradicionales

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acordadas a lo público y a lo privado1. Esta condición, que jerarquiza el valor de lo público sobre lo privado en la ciudad y que contrasta con la subordinación de lo público en el espacio rural, es la que imprime el sello que ha caracterizado a la ciudad antes de esta pos modernidad. Pero, al privatizarse, el espacio urbanizado no adquiere toda la potencialidad para convertirse en una expresión cultural objetiva y real de la colectividad cuyo fin último es enriquecer la cultura subjetiva de cada uno de los ciudadanos2.

Como decía Durkheim, el espacio público debe ser el escenario donde el hecho social se presenta como una estructura independiente de las demás ciencias de la naturaleza que explica el carácter objetivo de cualquier manifestación individual3. Esta individualización de los hechos sociales, les permite formar parte activa en el enriquecimiento del espacio público mediante la continua transformación colectiva del mismo y, por consiguiente, de la ciudad como un todo social. Pero si los umbrales –en cualquier escala-, separan en lugar de vincular, el hecho social no alcanza su unicidad sino se fragmenta y, así, el espacio público tiende a degradarse hasta desaparecer.

Los vacíos urbanos

Otro de los grandes problemas urbanos de la actualidad son los umbrales generados por los espacios vacantes. Propiedades ociosas, públicas o privadas, construidas o no, (terrenos solos, casas, edificios públicos sub utilizados o abandonados, vías de FFCC sin uso que funcionan como bordes, etc.), que favorecen la segregación socio-espacial y la degradación de la calidad y la productividad de los espacios públicos y privados debido a la tolerancia gubernamental, por un lado, ante la especulación privada del suelo urbano y por el otro, ante el conformismo burocrático del mismo gobierno.

La degradación del paisaje

El grave deterioro del paisaje urbano, para muchos considerado como un problema secundario porque, en forma equivocada se dice que la estética urbana es un anhelo superficial o un lujo que solamente está presente en las clases acomodadas, situando esta no como necesidad urgente sino como accesoria a la funcionalidad urbana de los servicios y la infraestructura. Sin embargo, el deseo de belleza; de proporción y de armonía tipológicas, genera expectativas válidas y necesarias para mantener una mejora continua de la calidad de vida

1 MONGIN, Olivier.2006. “La condición urbana”. Ed. PAIDOS. Buenos Aires. 2006. p.362 LOUVIER, Juan. 1995 “Cultura mexicana y globalización”. EDAMEX UPAEP, 1995, p. 12, 13, 14 y 15 (cultura subjetiva o personal y cultura objetiva o real).3 DURKHEIM, Emile.. “Las reglas del método sociológico”. Buenos Aires.(1987) Ed. La Pléyade. Cap.1.

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urbana. La postura más elitista y marginadora es aquella que considera que estos valores son superfluos y exclusivos de las clases acomodadas.

14.- La indefinición del rol del arquitecto

La confusión en cuanto al rol del arquitecto en la ciudad, ha traído graves consecuencias para nuestras ciudades latinoamericanas, primero por la invasión de campos disciplinares ante la desvalorización de la especificidad disciplinar del arquitecto: el proyecto espacial y, por consiguiente, la falta de contextualización urbano arquitectónica que contribuye no únicamente al deterioro del paisaje urbano, sino a la formación de umbrales deficientemente vestibulados que fragmentan a la ciudad.

Esta confusión no es nueva, ya desde principios del siglo XX, cuando se empezaba a cuestionar la labor academicista de los técnicos en el campo de la arquitectura y el urbanismo, el arquitecto surge como el profesional que debe asumir la total responsabilidad del diseño de las ciudades.

Con el objetivo de poner orden en una actividad que en los comienzos de la modernización se presentaba como un confuso amasijo de prácticas, creencias e ideas, se definieron e instituyeron formas legales, hábitos, normas éticas, límites físicos, modelos, formas de reconocimiento, etc., que fueron acotando a la Arquitectura como disciplina rectora de la construcción del habitar1, tal como sucedía en Europa. Sin embargo, llama la atención que el cuerpo profesional no actuó de manera homogénea. Por el contrario, durante todo el siglo XX y lo que llevamos del XXI, los intereses particulares y/o de grupo, provocaron que en las diferentes formas de agrupación de profesionales de la Arquitectura en Latinoamérica, ante una industria de la construcción cada vez más lucrativa, los arquitectos no intentaran establecer la especificidad de la disciplina arquitectónica tanto en la edificación misma como en el ámbito urbanístico: el proyecto del espacio habitable. Independientemente de que esta tarea necesariamente deba articularse con una diversidad de disciplinas cuya especificidad no es la del arquitecto sino de un ingeniero, un administrador, un agente inmobiliario, etc.

Como dice Liernur, los arquitectos que operaban en el país (Argentina) tuvieron que afrontar los mismos interrogantes que se les planteaban a sus colegas en Occidente y, poco a poco, a los de todos los territorios que la expansión del capitalismo incorporaba a la modernización. Estos se expresaban en los cuatro niveles de la creación proyectual: el técnico, el tipológico, el compositivo y el de

1 LIERNUR, Jorge Francisco. “Arquitectura de la Argentina del siglo XX”. Ed. Fondo Nacional de las Artes, Buenos Aires, p.39.

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carácter1. Sin embargo, estos niveles corresponden a una multiplicidad de disciplinas que no necesariamente tienen que entrar en competencia unas con otras. Si existiera el profesional capaz de realizar y responsabilizarse de un proyecto espacial (arquitectónico y urbano), un proyecto estructural, proyectos de instalaciones eléctricas, sanitarias etc., conducción técnica y administrativa de obras, administración de bienes raíces, entre muchas otras disciplinas que intervienen en cualquier proyecto y construcción edilicia o urbana, este profesional sería un “todólogo” y no tendría sentido ninguna otra profesión relacionada con la industria de la construcción.

La fuerte tendencia a considerar al urbanismo y la arquitectura como disciplinas separadas ha producido, entre muchas otras razones, la confusión en el rol del arquitecto, tendiendo por un lado a la invasión naturalizada de campos disciplinares tanto dentro de la industria de la construcción, como en los ámbitos culturales y políticos y, por el otro, llegando a la misma negación de su especificidad disciplinar. En la década de 1970, era común afirmar que: el arquitecto como artista, reclama el aplauso del público para su obra, sigue buscando el “personificarse” en ella y en singularizarla, que sea única, para ello no omita esfuerzo y así debe ser. Esto es antitético al trabajo en equipo del urbanismo2.

Una de las consignas del Movimiento Moderno era que el arquitecto asumiera un papel no solo protagónico, sino rector del desarrollo urbano a través de la elaboración planes directores, programas y proyectos de ciudad en donde se establecían los principios de organización espacial, a los cuales, tenían que ajustarse los planes de urbanismo para que la realidad futura se acoplara a lo predefinido espacialmente. La historia de la arquitectura urbana de los últimos cincuenta años es la historia de un deseo: hacer la ciudad desde la arquitectura3.

Ahora, el neourbanismo que propone Francois Ascher, se apoya en una gestión más reflexiva, adaptada a una realidad compleja y a un futuro incierto4. La gestión estratégica considera, sin abandonar la necesidad de reducir incertidumbres, como propia la posibilidad de fallos y enmiendas, aunque sí, impone como premisa la participación social y la interdisciplinaridad; y, en esta última, el arquitecto debe descubrir su propio rol.

1 LIERNUR, Jorge Francisco. “Arquitectura de la Argentina del siglo XX”. Ed. Fondo Nacional de las Artes, Buenos Aires, p.40.2 GARCÍA RAMOS, Domingo. “Iniciación al Urbanismo”. Ed. UNAM. México, 1978, p.23.3 SOLA MORALES, Ignasi, “Hacer la ciudad, hacer la arquitectura”, en Visiones urbanas. Europa 1870-1993. La ciudad del artista. La ciudad del arquitecto. Barcelona 1994.4 ASCHER, Francois. “Los nuevos principios del urbanismo”. Ed Alianza Editorial. Madrid. 2004, p.72.

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En este sentido, es necesario reconocer que el arquitecto, genéricamente hablando; el que se vislumbra desde un programa académico de grado, tiene un rol fundamental que está dejando de ejercer. Un rol que le es específico, independientemente de que después busque otras especialidades a través de los pos grados que, en todo caso, deben enriquecer la especificidad original y no desplazarla. De lo contrario, sucede lo que ha estado sucediendo. Al arquitecto se le confunde a veces con cualquier técnico, lo peor de todo, no con un buen técnico sino con uno barato y sobre todo mediocre, porque su preparación no es que sea insuficiente, sino simplemente otra.

Desafortunadamente la sociedad, en la mayoría de las veces, no reconoce la función principal de un arquitecto. Actualmente en Latinoamérica, no es común que alguien busque a un arquitecto para elaborar un proyecto espacial arquitectónico o urbano, salvo que se trate de un arquitecto de mucho renombre y el cliente tenga gran solvencia económica para destacar y valorar la importancia de un proyecto arquitectónico por sí mismo. Es más común buscarlo para que construya una obra, o para resolver problemas técnicos que, como no tiene la preparación suficiente para resolverlos como un técnico, o los resuelve mal, o se convierte en un intermediario con responsabilidad indefinida.

Indicadores derivados de importantes estudios, son evidentes al señalar que la superficie construida por arquitecto había bajado de su promedio de 1.000 m2 anuales para el período 1910/1968 a 164 m2 anuales en el quinquenio 1979/1983; y esta situación parecía estar empeorando aún más1.

Existe una relación inversamente proporcional entre el paulatino decrecimiento de la demanda de servicios del arquitecto con respecto al creciente número de egresados de las facultades de Arquitectura. Por ejemplo, en Argentina (1994) hay un alumno de arquitectura cada 1.235 habitantes, en Dinamarca 1 / 2.577, en Brasil 1 / 6.992, en Bélgica 1 / 25.885, en China 1 / 92.086. Considerada en el área metropolitana, la relación es aún más alarmante: 1 / 426 y, peor aún, en la Capital Federal –donde se concentran 17.401 de los arquitectos matriculados- la proporción alcanza un valor de gravedad extrema: hay allí un arquitecto por cada 170 habitantes2.

Según los estudios de Bekinstein y de San Sebastián, el resultado de estas condiciones es que, sin tener en cuenta qué tipo de tareas realizan ni en qué nivel de responsabilidad, menos del 60% de los matriculados se encuentra trabajando como arquitecto. Del total, y no considerando el volumen de los emprendimientos, apenas un minoritario 23,5% de la totalidad de egresados realiza las tareas de 1 LIERNUR, Jorge Francisco. “Arquitectura de la Argentina del siglo XX”. Ed. Fondo Nacional de las Artes, Buenos Aires, p.383.2 Idem, p.383.

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proyecto y dirección de obras1. Más aún, falta por identificar en este estudio un dato fundamental: cuántos de ellos jerarquizan el proyecto espacial y la dirección arquitectónica de las obras por sobre el proyecto estructural, el de instalaciones, y la conducción técnica; ya que estas últimas tareas no son ni exclusivas del arquitecto, ni de su absoluta responsabilidad.

Ciertamente, en ocasiones se valora la actividad proyectual del arquitecto; de hecho, esta actividad ocupó el lugar central de los programas de enseñanza. Pero al carecer de un desarrollo igualmente importante e integrado de los estudios tecnológicos, de las formas de gerenciamiento, de las teorías y de las humanidades, sin interconexiones activas con las artes, el proyecto quedó confinado a su condición de técnica operativa. Técnica que, no debería confundirse con la Arquitectura misma2.

Por un lado, hay sectores de la sociedad que ven la disciplina desde un punto de vista técnico pero revestido accesoriamente de carácter estético. En otros casos, resulta lo mismo buscar a un arquitecto o a un ingeniero o incluso a un maestro mayor de obras; de cualquier forma el objetivo es construir; y el proyecto (dibujito) es accesorio. En otros casos; desafortunadamente en muchos, hay un descrédito en la actividad arquitectónica; la sospecha de la charlatanería.

Hay quienes opinan, desde las mismas facultades de arquitectura, que se debe fortalecer la formación técnica del alumno de arquitectura para estar en condiciones de competir con la preparación de un ingeniero en construcciones; como si se tratara de competir con otra profesión, opinión realmente preocupante.

Pero hay algo que agrava más el problema de la indefinición del rol del arquitecto, es la actitud del Estado que, a través de la legislación vigente, promueve aún más esta confusión. Para el gobierno, se puede prescindir del arquitecto en proyectos de hasta 4 pisos. El 85% del parque construido en Argentina, es levantado por ingenieros y, sobre todo, por maestros mayores de obras3. Pero habría que agregar que no solo es levantado por estos profesionales, sino además, proyectado espacialmente por ellos, en una clara muestra de la incomprensión de la tarea arquitectónica por parte del mismo Gobierno. Tan impensable y absurdo como que: a un médico cirujano, por ley, se le permitiera practicar una endodoncia, o que a un odontólogo se le habilitara para atender una peritonitis, o que a un arquitecto se le permitiera edificar sin el apoyo de la preparación y responsabilidad de un ingeniero calculista o de otros profesionales que necesariamente deben participar en la industria de la construcción.

1 Idem, p.384.2 LIERNUR, Jorge Francisco. “Arquitectura de la Argentina del siglo XX”. Ed. Fondo Nacional de las Artes, Buenos Aires, p.385.3 Idem, p.384.

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