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Los supuestos sociales de la epistemología de Popper Carlos Ruiz Schneider (1982) De la Revista Escritos de Teoría, V, Santiago de Chile, Octubre 1982, pág. 37 - 54 Desde fines de la Segunda Guerra Mundial, la influencia de la obra de Karl Popper como epistemólogo no ha cesado de aumentar. En el campo de la filosofía política, su contribución es altamente apreciada también por una variada gama de autores que cubren un amplio espectro político, desde conservadores a socialdemócratas, para los cuales sus escritos representan una posición típicamente liberal y democrática ante los problemas de la época. Uno de los más importantes entre los filósofos que buscan en la epistemología de Popper una base para sus propias propuestas sociales y políticas es F. A. von Hayek, el vastamente difundido leader del neoliberalismo. Esta relación entre el pensamiento de Hayek y el de Popper, que data desde el comienzo mismo de la carrera académica de Popper en Inglaterra y que se sustenta en puntos de vista comunes en cuestiones esenciales, no ha sido apreciada en todo su alcance para caracterizar a las ideas de Popper. Es, en cambio, de esta relación de la que ha partido la indagación que recojo en este artículo, en el que intentaré mostrar, en primer término, que las ideas epistemológicas de Popper se fundan en una opción política previa a su obra como filósofo, cuestión que no deja de repercutir en su propia epistemología, algunas de cuyas limitaciones intentaré también destacar. En segundo lugar, intentaré también hacer ver que el mentado liberalismo popperiano no es democrático, en el sentido en que Macpherson propone hacer la distinción entre democracia y liberalismo, lo que permite ver con una claridad mucho mayor las razones del acercamiento a su obra por parte de un pensador conservador como von Hayek. I. La epistemología de Popper puede caracterizarse, de un modo esquemático, a partir de tres grandes rasgos. En primer lugar, a partir de su antiinductivismo. La base filosófica para esta posición, es el pensamiento de David Hume, reactualizada en ciertos aspectos, por los escritos filosóficos de científicos de primera línea. 1

Los Supuestos Sociales de La Epistemologia de Popper

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Los supuestos sociales de la epistemología de Popper Carlos Ruiz Schneider (1982)De la Revista Escritos de Teoría, V, Santiago de Chile, Octubre 1982, pág. 37 - 54

Desde fines de la Segunda Guerra Mundial, la influencia de la obra de Karl Popper como epistemólogo no ha cesado de aumentar. En el campo de la filosofía política, su contribución es altamente apreciada también por una variada gama de autores que cubren un amplio espectro político, desde conservadores a socialdemócratas, para los cuales sus escritos representan una posición típicamente liberal y democrática ante los problemas de la época.

Uno de los más importantes entre los filósofos que buscan en la epistemología de Popper una base para sus propias propuestas sociales y políticas es F. A. von Hayek, el vastamente difundido leader del neoliberalismo. Esta relación entre el pensamiento de Hayek y el de Popper, que data desde el comienzo mismo de la carrera académica de Popper en Inglaterra y que se sustenta en puntos de vista comunes en cuestiones esenciales, no ha sido apreciada en todo su alcance para caracterizar a las ideas de Popper. Es, en cambio, de esta relación de la que ha partido la indagación que recojo en este artículo, en el que intentaré mostrar, en primer término, que las ideas epistemológicas de Popper se fundan en una opción política previa a su obra como filósofo, cuestión que no deja de repercutir en su propia epistemología, algunas de cuyas limitaciones intentaré también destacar. En segundo lugar, intentaré también hacer ver que el mentado liberalismo popperiano no es democrático, en el sentido en que Macpherson propone hacer la distinción entre democracia y liberalismo, lo que permite ver con una claridad mucho mayor las razones del acercamiento a su obra por parte de un pensador conservador como von Hayek.

I.La epistemología de Popper puede caracterizarse, de un modo esquemático, a partir de tres grandes

rasgos.En primer lugar, a partir de su antiinductivismo. La base filosófica para esta posición, es el

pensamiento de David Hume, reactualizada en ciertos aspectos, por los escritos filosóficos de científicos de primera línea.

El núcleo de las tesis de Hume sobre el conocimiento de hechos (matter of facts) consiste en su insistencia en que no hay fundamento lógico para concluir enunciados universales a partir de hechos singulares. De ello deriva la primera y tal vez la más importante de las contribuciones de Popper a la solución de lo que él llama problema de la inducción: la tesis de que el conocimiento científico no puede justificarse a partir de la inducción y, en rigor, la propuesta incluso más radical de que la verdad de los enunciados científicos no puede justificarse positivamente en modo alguno. Todas las teorías científicas resultan así para Popper hipótesis, conjeturas, a partir de las cuales pueden ser deducidas proposiciones que pueden a su vez ser contrastadas con enunciados que se refieran a hechos. La ciencia se transforma de esta suerte en un conjunto de enunciados hipotético-deductivos, lo que significa además un completo abandono de la evidencia, la certeza, e incluso la probabilidad como garantías de cientificidad. 1

A partir del tema de la necesidad de contrastación, podemos abordar el segundo de los rasgos definitorios de la epistemología popperiana, su teoría de la falsabilidad.1 Confrontar, sobre este punto, de Félix Schwartzmann, "Sistemas cognitivos, ciencia y tecnología", Escritos de Filosofía, Año 11, N- 4, Julio-Diciembre 1979, en donde el problema del abandono de la evidencia y la certeza es analizado en todas sus consecuencias para la teoría de la ciencia contemporánea. Debo al Profesor Schwartzmann algunas de las motivaciones centrales que me llevaron a escribir este artículo, lo que, por cierto, no lo compromete con las opiniones que en él defiendo.

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Si las teorías científicas son en esencia hipótesis, si la inducción no las funda, si no hay en modo alguno fundamentación última de una teoría, ¿cómo pueden, por lo menos, estas teorías ser verificadas y diferenciadas de los enunciados no científicos? En rigor, como se deriva de lo anterior, para Popper jamás podrá haber tampoco verificación última de una teoría científica, pues ello nos retrotraería al problema de encontrar un lazo lógico entre los hechos singulares y enunciados universales. O, más bien, diría Popper, hay un lazo o una vía lógica para hacer posible este paso, pero es un lazo negativo: es la conexión, prevista ya por la lógica elemental y que concluye, de la falsedad del enunciado particular, la falsedad del universal. Así, afirma Popper, los enunciados científicos no pueden ser verificados por la experiencia, pero si deben, para tener status de tales, poder ser falsificados por ella. Esto quiere decir, entonces, que toda teoría, para ser científica, debe ser refutable, falsificable, “incompatible con ciertos resultados posibles de observación”, 2 para decirlo con los términos de un comentarista simpatizante de las tesis popperianas. Es, por último, esta propiedad de los enunciados científicos de prohibir ciertos estados de cosas observables, la que nos proporciona el criterio decisivo para establecer una demarcación entre ciencia y pseudo - ciencia.

En efecto, según Popper, una teoría que “explique todo lo que podría suceder, no explica nada”, 3 es decir, una teoría completamente irrefutable, carece de contenido científico. Un tercer rasgo importante de la epistemología de Popper, aunque de menor relevancia para nuestro tema, lo constituye, por último, su rechazo, ya en parte previsible por lo que llevamos dicho, del positivismo lógico, en el estilo del Círculo de Viena, que centraba sus ataques a los enunciados de tipo metafísico en la carencia de significado de éstos. Como en, último término, sostiene Popper, los positivistas reducen la idea de significado a la de verificación positiva a través de observaciones, el criterio del significado resulta también afectado por la crítica a la inducción. En definitiva, piensa Popper, así, no sólo la metafísica, sino también algunas de las más importantes teorías científicas caerían fuera de la ciencia, lo que no hace sino reforzar las reservas de numerosos e importantes hombres de ciencia frente a la estrechez de los criterios positivistas.

Esta crítica del neo-positivismo, la más importante corriente tecnocrática de la filosofía contemporánea mucho más circunstanciada, evidentemente, que lo que aquí se señala, junto a su constante combate por la racionalidad y el antidogmatismo, que el ve vinculado a esas “teorías que lo explican todo”, y junto a ello, un innegable impulso anticonvencional y desprovisto del típico “espíritu de seriedad” académico-burocrático, otorgan a la obra de Popper incuestionables méritos en la renovación del pensamiento epistemológico contemporáneo. Sin embargo, sus fundamentales insuficiencias teóricas, y el carácter, paradójicamente, también dogmático de sus opciones, sobre todo en el terreno político, hacen que la crítica de sus posiciones sea también impostergable.

De hecho se han formulado numerosas y bien fundadas críticas a las concepciones popperianas en epistemología.

Desde luego, ya mucho antes de Popper, Duhem y luego Willard v. O. Quine han sostenido que no se confronta nunca teorías científicas aisladas con experiencias, sino series de teorías sistemáticamente articuladas cuyas relaciones con las experiencias no son nunca tales que resulte claro y evidente cuál, entre estas teorías, es la refutada por los hechos. 4 Por otra parte, la relación, cada vez más evidenciada

2 Alin Boyer, “La tyranie de la certitude”, Esprit, 1981.3 Karl Popper, The Poverty of Historicism, Routiedge and Kegan Paul, London, 1957, p. 154.4 Ver sobre este punto la obra clásica de Pierre Duhem, La Théoirie Physique. Son objet, Sa structure, Riviere et Cie, 1914, en especial el capítulo VI de la II Parte. En cuanto a Quine, véase su conocido artículo “Two dogmas of empiricism” en From a logical point of view, Harvard University Press, 1953.

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entre hechos y teorías, entre observaciones y conceptos, parece prohibir también una relación de falsificación simple de las teorías, por hechos como la planteada por Popper. Desde una perspectiva de este tipo, Paul K. Feyerabend, por ejemplo, ha argüido que ciertos nuevos sistemas conceptuales, como por ejemplo la teoría especial de la relatividad, que conllevan también posibilidades observacionales modificadas respecto de las tradicionales, son inconmensurables con los sistemas conceptuales que los anteceden. Esto quiere decir, según Feyerabend que no es que estos nuevos sistemas “nieguen la existencia de los estados de cosas clásicos sino que ni siquiera nos permiten formular enunciados que expresen tales estados de cosas (no hay ninguna disposición del diagrama de Minkowski --por ejemplo-- que corresponda a una situación clásica). No comparte, y no puede compartir, ni un solo enunciado con su predecesor”. 5

Subrayando también este rol de los conceptos y los sistemas teóricos en las ciencias, hay otros autores que señalan que hay enunciados científicos fundamentales que son completamente infalsables por la experiencia. Entre este tipo de enunciados, que no son tampoco, por otra parte, ni convencionales ni analíticos, se cuentan nada menos que principios como el de inercia, los principios de conservación y también leyes de menor extensión, como la ley de Boyle sobre gases ideales. Con todos estos enunciados ocurre, contrariamente a lo que Popper sostiene, que es necesario que sean experimentalmente falsos, o que carezcan de falsadores potenciales, situación en la cual, como puede verse, la falsabilidad como criterio de demarcación entre ciencia y pseudo-ciencia pierde su sentido. 6

Sin embargo, con todo lo profundas que sean estas críticas a la epistemología popperiana, hay aún otros enfoques cuyos efectos me paren todavía más demoledores para la posición que examinamos.

Una de estas críticas es la contenida en el artículo recién aludido del filósofo inglés Peter Binns quien sostiene que, incluso desde un punto de vista puramente lógico, no puede defenderse la asimetría planteada por Popper entre verificación y refutación. Y ello por la razón de que si una teoría T es falsificada, su complemento lógico no-T resulta inmediatamente verificado, con lo que se destruye un punto esencial en la argumentación de nuestro autor sobre la verificabilidad de los enunciados científicos. Pero además, y esto me parece más importante, Binns muestra también que los méritos relativos del falsacionismo y el inductivismo se sostienen, ambos, sólo en el caso de que el universo ea finitamente especificable; es obvio que esta conclusión contradice patentemente la argumentación de Popper contra el inductivismo. Si, en cambio, la condición enunciada no se cumple, tanto el falsacionismo como el inductivismo resultan paralelamente vindicables: en este segundo caso, la probabilidad de una teoría, ni aumenta por los hechos que no la contradicen, ni disminuye por su falsación, con lo que su margen de indeterminación se extiende hacia el infinito. La objeción que, por último, el lógico inglés W. Kneale ha dirigido a la teoría de la ciencia de Popper me parece todavía más devastadora. Afirma Kneale que, a su juicio, no hay razón alguna para mantener lo que él llama “programa de revolución científica permanente” -que suscribiría Popper- si este programa se funda, como es el caso en nuestro autor, en la infinitud de las notas de la naturaleza y el carácter selectivo de nuestras percepciones y teorías. Y ello es así porque de estas características manifiestamente no se sigue que las teorías sobre la naturaleza deban ser también infinitas. Si, continúa Kneale, esta postulación se funda en que no hay teorías últimamente satisfactorias, resulta entones también sin sentido la búsqueda de una mayor aproximación a la verdad, con lo que toda proposición de teorías resulta una empresa fútil.7

5 P. K. Feyerabend, Contra el Método, Ariel, 1974, p. 120.6 Véase sobre este tipo de argumentación, Peter Binns, “The supposed asymmetry between falsification and verification”, Dialéctica, Vol. 32, Nº 1, 1978, y Franz Hinkelammert, “El cesto de los cisnes muertos”, Proposiciones, Santiago de Chile, Año 2, Nº 6, 1982.7 W. Kneale, “Scientific Revolution for Ever?” en British Journal for the Philosophy of Science, 19, 1967.

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Estas dos últimas críticas nos ponen ante la vista lo que, a mi juicio, es lo, esencial en la epistemología popperiana, esto es su dependencia de la filosofía empirista e individualista clásica --cuyo representante paradigmático es, sin duda, como lo hemos dicho, Hume-- y cuyo punto de partida es el supuesto, a la vez ontológico y gnoseológico, del carácter radical de la finitud, la limitación y la falibilidad, como fundamentos últimos y absolutos de lo real y de su comprensión. En el caso de Popper, esta absolutización paradojal de la limitación y la falibilidad está, por decirlo así reduplicada: es el carácter selectivo y por tanto limitado de nuestra experiencia --como lo destaca críticamente Kneale-- lo que funda el rechazo absoluto y necesario de toda verdad que no sea provisoria, parcial y puramente negativa, esto es, de una verdad cuyo contenido vaya más allá de una suerte de equilibrio inestable y puntual en medio de un abismo de falsedad y error que amenazan por todos lados. Extraña teoría ésta, en realidad, en donde la falsedad y el error (posibles) son criterios de verdad, en donde lo buscado, más que la explicación verdadera de los procesos y fenómenos reales, pareciera ser un criterio para hacer imposible la verdad y, sobre todo, una verdad incómoda, que acaso disuelva las pseudo evidencias de la limitación, y el individuo considerados como sustratos últimos e irreductibles de lo real y de la empresa cognocitiva.

Para continuar adentrándonos en el análisis de esto que nos parece en realidad el centro de las tesis de Popper, digamos, por ahora algo abruptamente, que ciertamente parece haber, en su filosofía, tales verdades o por lo menos tales doctrinas incómodas. No es ningún azar que ellas sean fundamentalmente el marxismo, el psicoanálisis y el darwinismo. Digo que no me parece que la conjunción de estas tres teorías sea obra del azar, en primer término, porque --aparte las claras connotaciones político-ideológicas que conlleva su rechazo radical-- las tres tienen en común el descentramiento del sujeto individual como principio metodológico y como clave ontológica de lo real, pero, sobre todo, .en segundo lugar, porque me parece que lo común a estas tres posiciones es el concepto de totalidad y el de relación interna, que son los verdaderos y más ,profundos enemigos teóricos para Popper.

Con el fin de hacer ver esto que decimos, ahora de un modo más circunstanciado, consideremos un texto importante en donde Popper intenta explicitar, de un modo más concreto, lo que entiende por su criterio de falsabilidad. Para introducirlo, digamos que en él, Popper está intentando responder a una crítica de Imre Lakatos quien sostiene, en sustancia, que según la norma popperiana, si la teoría de Freud es pseudocientífica, también lo sería, por ejemplo, la teoría de la gravitación newtoniana, en cuanto también ella carecería de falsadores potenciales.

A esta objeción responde entonces Popper lo que sigue:“La teoría newtoniana sería igualmente contradicha si una de las manzanas del árbol de Newton o

del mío se alzara del suelo y comenzara a bailar entre las ramas desde las que cayó…,En oposición a esto, no puedo describir ningún estado de cosas sobre Mr. Smith (o quienquiera.) -

digamos sobre su comportamiento- que necesite ser inmunizado para no chocar con la teoría freudiana. Es precisamente esta característica de las “teorías de impacto emocional y que lo explican todo”... la que he recalcado en mis escritos”. 8

Un primer análisis de este curioso texto de Popper nos muestra en qué tipo de falsadores está él pensando para diferenciar la teoría newtoniana del psicoanálisis, una de esas teorías emocionales y que lo explican todo que es aquí puesta en cuestión. Notemos, entonces, que los falsadores que Popper propone son falsadores, por decirlo así, imaginarios.

8 Karl Popper, “Replies to my critics” en The Philosophy of Karl Popper, The Library of Living Philosophers, Ed. por P. A. Schilpp, II Parte, p. 1005.

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Si analizamos el punto con, algo de detención veremos que lo que aquí se nos revela es el hecho de que la refutabilidad popperiana tiene, por lo menos, dos sentidos distintos que nuestro autor no diferencia en sus obras.

En, un primer sentido, hay que entender la refutabilidad. a partir del siguiente, principio, que debiera ser su fundamento: ningún enunciado científico puede ser necesario, esto es, enunciados que refuten una determinada teoría científica deben ser siempre posibles, no contradictorios. El defensor, tal vez, más radical de esta tesis en la filosofía contemporánea es el Wittgenstein del Tractatus, con su postulación de que la única necesidad estricta es la necesidad lógica, la que se reduce a tautologías, sin que puedan existir, por tanto, conexiones naturales --que son todas sintéticas-- que sean necesarias.

Ahora bien, es claro que el criterio popperiano de refutabilidad no puede ser tan amplio como para prohibir exclusivamente teorías analíticas y necesarias en ciencias naturales, esto es, teorías cuyas alternativas posibles encierran una contradicción. Si ello fuera así, Popper no estaría sosteniendo nada que se diferencie de la filosofía de Hume. Pero sobre todo, este criterio es obviamente demasiado amplio para excluir de la cientificidad a teorías como las de Darwin, Marx y Freud, quienes jamás han pretendido que sus teorías eran rigurosa y estrictamente necesarias en sentido lógico. Pero no sólo esto, sino que, además, el argumento popperiano -así entendido- no puede tocar a estas teorías en sí mismas, en cuanto siempre es posible, esto es, no encierra contradicción alguna pensar, por ejemplo, fenómenos biológicos no evolutivos, o fenómenos culturales no ligados a la producción, o fenómenos psicológicos sin significación libidinal.

Con todo, incluso respecto del enunciado básico según el cual no hay conexiones necesarias en la naturaleza, o en ciencias naturales, es posible abrigar fundadas reservas. En primer término y a propósito del ejemplo de Popper, podríamos preguntarnos por ejemplo ¿por qué tiene él que recurrir, cuando se trata de enunciados como la ley de gravitación o, digamos, el principio de inercia, a falsadores que son manifiestamente imaginarios? De otra manera, podemos preguntarnos, ¿cuál es la diferencia que existe entre las manzanas popperianas sin gravedad, o una especie biológica que no haya evolucionado jamás y un Centauro como falsador potencial? Porque ocurre que si los Centauros bastan para este rol, entonces, todas las teorías se transforman en falsables, y la refutación como criterio de demarcación pierde su sentido.

En un sentido similar, el punto ha sido elaborado por W. Kneale a quien nos referíamos antes en otro contexto. Después de mostrar, criticando aseveraciones de Wittgenstein, que la posibilidad misma de la adscripción de una cualidad a un objeto supone la exclusión de algunas otras propiedades, es decir, supone incompatibilidades objetivas entre distintos estados de cosas, escribe por ejemplo:

“Del mismo modo que los individuos son esencialmente correlativos a los universales y son, por tanto, inconcebibles por sí mismos, los hechos, que son contingentes en el sentido de pertenecer a un rango de alternativas posibles, son esencialmente correlativos a leyes de necesidad e imposibilidad, y, por lo tanto, inconcebibles sin las últimas. Este argumento asume un concepto de posibilidad que es ignorado por los convencionalistas, pero incluso sin salirse de sus propios supuestos, se puede argüir que, si son convenciones las que transforman en necesarias a las proposiciones necesarias, estas mismas convenciones deben transformar en .contingentes, esto es, en no necesarias, a las proposiciones contingentes...”. 9

Pero, como lo he sugerido, no parece ser este componente convencionalista, aunque él exista

9 W. Kneale, The Development of Logic, Oxford, 1978, p. 640.

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ciertamente en la base de las teorías popperianas, el único rasgo esencial de su posición. Estrechamente ligado a él, el otro núcleo central de la tesis popperiana, está constituido como ya lo hemos dicho por su aseveración de que las “teorías que lo explican todo” deben ser excluidas de la ciencia. Lo que quiere decir Popper al emplear este tipo de expresiones es, de nuevo, bastante ambiguo. Uno tendría que estar de acuerdo, en primer término, con su formulación, si ella pretendiera alcanzar a conjuntos de enunciados de tan absoluta maleabilidad como para poseer lazos deductivos con todo tipo de estados de cosas. La razón filosófica para este acuerdo --una razón que está detrás de la argumentación de Popper-- es la de que explicarlo todo significa, en último término, violar el principio de no contradicción. Ahora bien, no es éste, sin embargo, a mi juicio, el alcance último, que Popper otorga a este componente de su tesis, sino el aparentemente similar, pero completamente diferente de excluir de entre los enunciados científicos a aquellos cuya articulación lógica se funda en categorías como las de totalidad, relación interna e, incluso, estructura, en un sentido bastante amplio. Ello es así, como se desprende del texto de su respuesta a la objeción de Lakatos, porque como lo muestra el ejemplo que pone Popper de este tipo de teorías, el psicoanálisis, él está pensando en definitiva en tipos de teorías que, por su lógica interna, no dejen espacio para estados singulares y aislados de cosas que puedan refutar a la teoría.

Ahora bien, en este punto, Popper está claramente incurriendo en un argumento falaz, ya que no es en absoluto lo mismo enunciar que, como lo hace Freud, que el polimorfismo de la libido permea la totalidad de da vida psíquica, que postular que es autocontradictorio e imposible pensar en teorías alternativas o complementarias para explicar estos mismos fenómenos. Si, como parece, a Popper ambas posiciones le parecen equivalentes, es porque parte de un supuesto --que, como veremos, es más que metodológico, ontológico-- el supuesto de nuestra originaria y constitutiva limitación en el ámbito del conocimiento, supuesto al que querría ver fundar en realidad mucho más que lo que sus auténticas posibilidades le permiten.

En primer término, Popper pretende deducir de esta limitación originaria, que se patentiza, por ejemplo, como vimos antes, en el carácter necesariamente fragmentario y selectivo de nuestro contacto perceptual con el mundo, la consecuencia no demostrada de que nuestras teorías sobre el mundo deben necesariamente participar de esa misma parcialidad y limitación; pero esta consecuencia no se sigue de la premisa de Popper, a no ser que creamos, como los inductivistas que las únicas teorías verdaderas son las que copian las notas infinitas de la realidad. Sólo si, en efecto, aceptamos este modo de razonar, podrá parecernos evidente que debe haber siempre singulares inaccesibles, aislados e independientes que puedan falsar a la teoría y cuya posibilidad debe estar asegurada por su lógica misma, la que debe incluir la limitación como una cuestión de principio.

Pero, en segundo lugar, Popper parece derivar una segunda consecuencia de su supuesto de la limitación original: la de que las relaciones entre esos singulares inagotables y los universales de los que son instancias, son también completamente contingentes. Es evidente que, si esto es así, las teorías de la totalidad como las de Darwin, Marx o Freud resultan excluidas del ámbito de la ciencia, pero es claro que ello no ocurre sobre la base de un argumento, sino a partir de una decisión, además completamente arbitraria e infundada. En efecto, como lo acabamos de ver, como lo hacía ver Kneale, por lo demás, ni del carácter limitado y selectivo de nuestras percepciones se sigue que nuestras teorías deban ser todas internamente limitadas y parciales, ni tampoco, de esta limitación deriva que los singulares deben estar siempre relacionados en forma contingente con los universales, con lo que se derrumba el esfuerzo popperiano por reducir las teorías de la totalidad a instancias irrefutables de enunciados que explican absolutamente todo lo que podría suceder, expulsándolas así, fuera de las ciencias.

Es necesario subrayar en este punto que toda la argumentación filosófica opuesta a las tendencias

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atomistas y empiristas que Popper representa, se centra precisamente en la contestación de que: a) la limitación y la finitud sean datos últimos y b) que las relaciones entre singulares y universales sean tales como nuestro autor lo supone.

Sin pretender hacer aquí otra cosa que un esbozo de los argumentos de estas tendencias filosóficas alternativas, cuyos representantes principales son por lo menos de tanta, si no más, estatura teórica que Hume, el maestro de Popper, digamos que ellos tienen su punto de partida en la tesis spinozista de que la determinación es negación, lo que significa que toda realidad que posea límite y figura es incomprensible sin que incluyamos en su concepto el de sus relaciones con aquella realidad que la limita y sobre el fondo de cuya alteridad ella se define como determinación. 10 La conclusión inmediata de este argumento spinozista es que toda realidad limitada es esencialmente relativa y no puede, por tanto, constituirse jamás en sustrato último y absoluto de lo real o de su conocimiento. Para Spinoza pues, todo singular implica relación y relación a un otro, lo que transforma al extremo de la singularidad en todo lo contrario de algo último, independiente e irreductible: precisamente en el extremo de la dependencia y la pasividad en una relación.

Se desprende claramente de este breve resumen de la posición spinozista, que defender que la determinación sea negación no significa en modo alguno afirmar, como lo querrían los filósofos de la tradición empirista, algo similar al conjunto de enunciados Q y no-Q, el que viola manifiestamente los principios de la lógica formal, sino hacer la afirmación completamente diferente según la cual no es posible separar absolutamente a un enunciado o a un hecho del contexto enunciativo o factual en el que ocurre. En otras palabras, esto significa decir que no existen ni los enunciados ni los hechos atómicos, ni al principio ni al final, ni en ninguna parte de un sistema teórico; esto es, que lo dado, lo, singular, los “comienzos absolutos”, son siempre resultados y, por lo tanto, realidades siempre ya mediatizadas.

Pero Spinoza no es por cierto el único gran filósofo que haya procurado en sus escritos fundar una lógica filosófica no formalista y no atomista. Todo el empeño kantiano por fundar la síntesis a priori se inscribe también --aunque desde una perspectiva idealista, aparentemente en pugna con el materialista Spinoza-- en este esfuerzo por mostrar que los haces de relaciones, las reglas para la constitución de los objetos de la experiencia, son lógicamente previas o, por lo menos correlativas de la presentación de esos mismos objetos. El último paso clásico en esta dirección es, por cierto Hegel, el chivo expiatorio de Popper y de toda la tradición analítica, la que en general, es cierto, lo desconoce más aún de lo que lo menosprecia.

En su artículo de 1802 sobre las relaciones entre escepticismo y filosofía dice Hegel, por ejemplo, destacando el significado del Octavo Tropo de Sexto Empírico, referido a la relación, lo siguiente:

“Sexto hace notar que el Octavo Tropo es el más extendido, porque se refiere al hecho de que todo lo finito está condicionado por otra cosa o, lo que es lo mismo, a que cada cosa es en relación a otra cosa”. 11

De esta universalidad de la categoría de relación, de la que se sigue el carácter interno de éstas, deriva también Hegel la necesidad de la conexión entre lo singular y las totalidades relativas en que éste está inserto, con lo que lo sustancial de su poder como principio, base veritativa o falsador potencia, resulta radicalmente puesto en cuestión.

10 El texto clásico de Spinoza sobre la determinación como negación es la célebre Carta 50 a Jarig Jelles, del 2 de junio de 1674.11 G. F. W. Hegel, Verhältnis des Skeptizismus zur Philosophie, en Jenaer Schriften, Ed. Suhrkamp, Ban II, p. 239. La traducci6n es mía.

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Es posible sostener, incluso, que el aporte central de Hegel y la tendencia filosófica que nos ocupa tiene fundamentalmente un carácter crítico: el de haber intentado la disolución de la ideología de la finitud y su dominio sobre la problemática del conocimiento. 12 No parece entonces muy legítimo excluir de la cientificidad a quienes se inspiran en esta tendencia, sobre la base de nociones que, como es el caso de la refutabilidad, suponen desde la partida, como ya demostradas de una vez para siempre, cuestiones como la exterioridad de las relaciones y todas las pseudo evidencias de la limitación y la finitud, es decir, cuestiones que precisamente habría que demostrar y no suponer, en la crítica de teorías antagonistas.

II.En ninguna parte es más clara la dependencia de la obra de Popper de supuestos atomistas e

individualistas que en su concepción de las ciencias sociales.Aparentemente, Popper edifica, sobre la base de su teoría falibilista de la verdad y la razón, su visión

del conocimiento social y su modelo de sociedad. Como veremos más adelante, las cosas ocurren más bien a la inversa: es sobre la base de la exclusión de un determinado modelo de sociedad que Popper construye su epistemología y su visión de las ciencias sociales.

La concepción popperiana de las ciencias sociales se expresa, hasta donde sé, en dos grandes tesis, internamente ligadas aunque, a mi juicio, difícilmente compatibilizables.

La primera constituye lo que uno debiera llamar individualismo metodológico. La segunda, su propuesta de un método objetivamente comprensivo para las ciencias sociales, al que llama también “lógica de las situaciones” y al que caracteriza como un “método individualista” aunque no psicológico. La primera de estas tesis se expresa claramente en el texto siguiente, de una conferencia pronunciada en 1948:

“La creencia en la existencia empírica de todos sociales o colectivos, que puede ser descrita cómo un colectivismo ingenuo, debe ser reemplazada por la demanda de que los fenómenos sociales, incluso los colectivos, deben ser analizados en términos de individuos y sus acciones y relaciones”. 13

En La miseria del historicismo, Popper radicaliza aún más esta posición, si cabe, estableciendo que la tarea de las ciencias sociales es “construir y analizar nuestros modelos sociológicos cuidadosamente, en términos descriptivos o nominalistas, es decir, en términos de individuos, sus actitudes, expectativas, relaciones, etc., un postulado que puede ser denominado “individualismo metodológico”. 14

Se trata de textos importantes en la medida en que ponen aún más claramente de manifiesto, el supuesto ontológico básico de Popper, su individualismo, que aquí está expuesto con toda radicalidad.

El método objetivamente omnicomprensivo que Popper construye para las ciencias sociales al que denomina, con un término muy expresivo “lógica situacional” o “lógica de la situación” es definido en los términos siguientes:

“Consiste en analizar la situación de los hombres que actúan lo suficiente como para explicar su conducta a partir de la situación misma, sin más ayudas psicológicas la “comprensión” objetiva radica en nuestra conciencia de que la conducta era objetivamente adecuada a la situación... (Esto) ... nos permite una comprensión de sus actos a la que podemos calificar de objetiva en el siguiente sentido: sin duda que mis objetivos y mis teorías son diferentes (a las de Carlomagno, por ejemplo); pero si hubiera 12 Confrontar, para una interpretación de Hegel concebida en estos términos el libro de Gérard Lebrun, La Patience du Concept, Gallimard, 1972.13 Karl Popper, "Prediction and, Prophecy in the social sciences" en Conjectures and Refutations, Basic Books, 1962, p. 341.14 Karl Popper, The Poverty of Historicism, op. cit., p. 136.

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estado yo en su situación --una situación analizada en estos y aquellos términos--, y teniendo en cuenta que la situación incluye objetivos y conocimientos, hubiera actuado, y también hubieras actuado tú, sin duda, de manera semejante”. 15

Como el texto lo muestra, el método de la “lógica de las situaciones” no difiere, en su esencia, de cualquier otra metodología comprensiva para las ciencias sociales. De lo que se trataría ahora es de compatibilizarlo con la tesis individualista. El problema surge desde el momento en que toda metodología comprensiva supone significaciones, sentido y que el sentido, por muy "objetivo" que lo supongamos se define por lo menos por dos notas: la primera es su carácter convencional o arbitrario, no natural; la segunda, es que sólo podemos hablar de sentido y de comprensión allí donde los significados se forman a partir de relaciones estructurales --y, por tanto, internas-- entre los términos que definen una situación. La consecuencia más grave de esta posición, para una epistemología como la popperiana, es que, por consiguiente, este tipo de ciencias no admite, en principio, falsadores potenciales aislados, con lo que su tesis de la unidad metodológica de las ciencias experimenta una restricción decisiva. En este sentido, la metodología de Popper no contiene, en verdad ninguna novedad importante respecto de la postulación weberiana de los tipos ideales, los que claramente no son tampoco falsables en el sentido de nuestro autor.

En segundo lugar, no parece fácil tampoco hacer consistentes una metodología comprensiva, que en general recurro a modelos estructurales en la determinación de significados y el individualismo metodológico, que debería excluir toda consideración de tipo “holista” como las que están implícitas en la categoría de comprensión. En general, es éste, ciertamente el punto más débil de la epistemología de Popper y no querría repetir aquí los argumentos anti individualistas, en el sentido metodológico, que ya esbocé en la sección anterior. Recuérdese tan sólo que el sentido mismo de tendencias científicas tan importantes en la actualidad, en este campo, como el estructuralismo lingüístico y antropológico, parten por denunciar las referencias al individuo y a la conciencia individual como categorías gnoseológicas últimas.

Hay que destacar a propósito de este punto que, en lo que concierne a la epistemología de las ciencias sociales, la coincidencia entre Popper y el neoliberal von Hayek es completa. En La Miseria del Historicismo, su obra más importante sobre las ciencias sociales, Popper deja explícitamente constancia de su deuda con Hayek sobre la materia, una deuda que abarca no sólo las tesis sobre el individualismo metodológico sino también el uso de un enfoque grosso modo basado en la comprensión, como criterio metodológico. En efecto, la metodología de Hayek, parece inclinarse también, a pesar de sus esfuerzos posteriores por importar la falsabifidad popperiana, hacia un logicismo similar al de su maestro von Mises, quien otorga a los axiomas en economía una evidencia incluso no convencional, con lo que cuya firmeza supera incluso la de los axiomas matemáticos. 16 Ahora bien, para comprender más hondamente el sentido de estas coincidencias, así como también el del individualismo popperiano --tanto metodológico como ontológico, como la hemos visto-- es, sin embargo, imprescindible ir más allá de sus escritos propiamente epistemológicos y analizar, en primer término, la génesis de su pensamiento y, luego, el modelo de sociedad que él denomina “sociedad abierta”.

III.

15 Karl Popper, “La lógica de las ciencias sociales”, en Adorno, T. W. y otros, La disputa del positivismo en la sociología alemana, Grijalbo, 1973, p. 115.16 Esta interpretación es defendida por N. P. Barry en su libro Hayek's social and economic philosophy, Macmillan, 1980.

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Un estudio, aunque sea sumario, de la génesis del pensamiento de Popper y de las líneas fundamentales de su modelo de sociedad deberá pues permitirnos aclarar los puntos que hemos dejado en suspenso y ello sobre todo si logramos dejar claramente establecida la medida en que la teoría de Popper depende de sus opciones políticas y sociales.

En un escrito de carácter autobiográfico, traducido bajo el título de Búsqueda sin Término, es él mismo quien nos abre la vía para comprender la génesis de su obra:

“El encuentro con el marxismo --expresa allí Popper-- fue uno de los principales eventos de mi desarrollo intelectual... Hizo de mí un falibilista y me inculcó el valor de la modestia intelectual... (La actitud de Einstein) pensé, era la verdadera actitud científica... (totalmente diferente de la actitud dogmática de Marx y Freud)... que constantemente pretendía hallar verificaciones de sus propias teorías...” 17

Este texto, de una transparencia sin par, evita casi todo comentario respecto del verdadero origen de la epistemología popperiana. Este origen, como lo muestra el párrafo que comentamos, no es otro que el intento de elaborar una alternativa política al socialismo, cuya legitimación Popper intentará buscar en una interpretación de la ciencia cuyo resultado deberá ser entonces la exclusión, en el terreno teórico, de los fundamentos doctrinarios de las ideas políticas que previamente ha decidido rechazar. No deberá ahora parecernos extraño, en consecuencia, el carácter circular que hemos intentado mostrar en el argumento de Popper contra la categoría de totalidad, la que, a partir, es cierto, de distintas interpretaciones, ha sido casi siempre considerada un concepto central de los escritos de Marx. Es Marx, entonces, el verdadero enemigo teórico de Popper y sus críticas a Hegel, a Darwin, a Freud y al historicismo no tienen sino un solo objetivo: mostrar el carácter pseudocientífico del marxismo --y de teorías parcialmente afines a él-- con lo que así su opción política temprana resultará avalada.

Ahora bien, para mostrar esto que decimos de una manera más precisa, indicando al mismo tiempo las limitaciones que este carácter reactivo de las teorías popperianas entraña para su misma doctrina, procuraremos hacer ver en lo que sigue la homología que existe entre su concepción de la democracia. y su visión de la ciencia, por una parte, y, por otra, el neto giro conservador que implica para su pensamiento, aparentemente liberal, el mantener la oposición al socialismo como matriz básica de su filosofía.

La historia de la relación de Popper al socialismo es en verdad, bastante compleja. Ella parte por un cierto compromiso político con estas tendencias, a las que posteriormente descalificará con la inflexibilidad que hemos visto.

“Había aceptado --dice en su misma Autobiografía refiriéndose a esa etapa de su vida-- un credo peligroso de una manera acrítica. La reacción hizo de mi primeramente un escéptico; luego me llevó, aunque sólo por un cierto tiempo, a reaccionar contra todo racionalismo...” 18

Como vemos, como lo dice Popper con gran honestidad, la primera --y tal vez la más profunda y constante-- reacción que en él induce el rechazo del socialismo es el escepticismo. Como lo hemos visto en sus escritos epistemológicos, el escepticismo es una amenaza que ronda por todas partes en su teoría negativa y falibilista de la ciencia. Pero el escepticismo es también, además, la más eficaz de las defensas contra el cambio en una sociedad. En esto Popper no hace sino repetir, una vez más, con todas las diferencias del caso, el mismo gesto filosófico de Hume, cuya opción política conservadora se funda en el escepticismo filosófico. Lo que ha cambiado es, ciertamente, el motivo de ambas respuestas

17 Karl Popper, Búsqueda sin término, Tecnos, p. 49-52.18 Ibid., p. 47.

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reactivas, cambio que se refleja también en la estructura de los discursos de ambos autores. De la filosofía de Hume, se ha dicho con profundidad que su sentido último era la demolición de la Ilustración (y por lo tanto del liberalismo) con sus propias armas conceptuales. 19 Algo similar puede afirmarse de la empresa popperiana respecto del socialismo. El problema es que, como lo veremos a continuación, este programa popperiano no puede lograrse manteniendo la oposición radical al socialismo como punto básico sin implicar al mismo tiempo una profunda regresión del liberalismo político, un programa que Popper dice por otra parte sustentar como propuesta alternativa frente a las doctrinas que combate.

Para analizar esta regresión de la teoría democrática en nuestro autor, podemos comenzar, en verdad, simplemente por registrar lo que Popper entiende por régimen democrático, una concepción que nos hará inmediatamente evidente su sentido, origen y limitaciones.

Es altamente significativo de esta regresión el que Popper comience sus reflexiones sobre la democracia en La Sociedad Abierta y sus Enemigos con una crítica de la noción de soberanía popular, a la que toda teoría democrática coherente recurre más bien como a su programa mínimo. Popper en cambio, revelando así desde la partida el sesgo conservador de su pensamiento político, propone la sustitución de las teorías de la soberanía por una “teoría del control y del equilibrio”. 20

C. B. Macpherson ha mostrado, a mi juicio de manera concluyente, que las teorías contemporáneas de la democracia como medio, control o equilibrio suponen una profunda revisión del proyecto político que caracteriza como democracia liberal, una revisión cuyo sentido más profundo es amputar del proyecto los contenidos propiamente democráticos, esto es, igualitarios. 21

Hay que reconocer en este punto que pocos autores de la tradición liberal han ido más lejos que Popper en esta involución democrática. En efecto, nuestro autor define la democracia haciendo el siguiente tipo de consideraciones:

“... Podemos distinguir dos tipos principales de gobiernos. El primero consiste en aquellos de los cuales podemos liberarnos sin derramamiento de sangre, por ejemplo, mediante elecciones generales...

El segundo tipo consiste en aquellos de los cuales los gobernados sólo pueden liberarse mediante una revolución, lo cual equivale a decir que, en la mayoría de los casos no pueden liberarse en absoluto.

Se nos ocurre que el término “democracia” podría servir... para designar al primero, en tanto que el término “dictadura” o “tiranía” podría reservarse para el segundo...”. 22

Una definición de la democracia tal como la aquí propuesta se presta en verdad a múltiples tipos de objeción, siendo una de las principales la de que se trata de una concepción pura y estrechamente formal: pasible por lo tanto de todas las críticas que muestran que estas teorías formalistas evaden la universalidad concreta y real en nombre de normas abstractamente universales. Pero hay que señalar que, con ser importante, no es esta la única crítica que es posible hacer a la definición popperiana. También desde la perspectiva de Macpherson, es posible hacer ver que esta teoría, como las restantes concepciones de la democracia como equilibrio, marginando de su definición toda idea del libre desarrollo de las potencialidades y capacidades propiamente humanas, le resta a la democracia, primero, todo contenido y, segundo, toda fundamentación y alcance ético.

19 Sh. Wolin, "Hume and Conservatims", The American Political Science Review.20 Karl Popper, La Sociedad Abierta y sus Enemigos, Tomo 1, Paidos, 1960, P. 191.21 Sobre este punto, véase de C. B. Macpherson, “Revisionist Liberalism” y “Elegant Tombstones. A note on Friedman's Freedom”, In Democratic Theory, Oxford, 1973, y The Life and Times of Liberal Democracy, Oxford, 1977.22 Karl Popper, La Sociedad Abierta y sus Enemigos, Tomo 1, p. 194.

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Con todo, no es este el punto fundamental para nuestra discusión de las ideas popperianas sino el destacar que esta teoría de la democracia nos pone ante la vista otro factor, a nuestro juicio esencial, para la comprensión de su epistemología.

En efecto, lo que me parece sobre todo digno de destacarse en este texto, es que él hace visible una sorprendente homología entre la epistemología falibilista de nuestro autor y su teoría política.

En efecto, tal como la democracia popperiana está explícitamente pensada como propuesta de exclusión de los regímenes que él denomina totalitarios, esto es, fundamentalmente del marxismo, así también su epistemología apunta a la exclusión del ámbito de la ciencia de las teorías que “lo explican todo”, entre las cuales, y no por azar, según parece, el marxismo ocupa de nuevo un lugar de excepción. Hemos mostrado ya, en la primera parte de este artículo cuan problemática es esta asimilación que Popper propone entre dogmas que lo explican todo y ciertas categorías como la de totalidad que él asimila, fraudulentamente, a nuestro entender, a las primeras. Con todo, lo que ahora podemos comprender más claramente es el sentido de una de las piezas centrales de la construcción popperiana: su visión de la ciencia como empresa esencialmente falible y de las teorías científicas como falsables o refutables. Tal sentido no parece ser otro que la exclusión del marxismo del terreno de las ciencias, con lo cual la doctrina política de Marx perdería uno de sus soportes fundamentales. El problema de una tal epistemología consiste, sin embargo, en ir demasiado lejos en su celo falibilista, tan lejos que, para excluir a las doctrinas antes mencionadas de la ciencia, se ve obligada a desalojar también del ámbito científico a todo conocimiento verdadero, en sentido fuerte, con lo que, como lo ha demostrado Kneale, toda aproximación a la verdad, y con ella, el sentido mismo d el error y de la falsación se hacen también vanos.

En su intento de importar a la epistemología su rechazo de los dogmas políticos, al tratar de fundar en este rechazo el carácter científico de una ciencia, Popper está además implícitamente sosteniendo que existe una profunda analogía y unidad entre el conocimiento científico y la democracia. Deberíamos intentar --sugiere Popper-- organizar pues nuestra convivencia de acuerdo a la más racional y crítica de las empresas humanas, esto es, la ciencia. Ahora bien, como lo señala por ejemplo J. F. Malherbe en su libro sobre Popper, esta analogía está muy lejos de ser obvia y constituye ciertamente una idealización del proceso del conocer científico, a partir solamente de sus puntos de ruptura con las ideologías tradicionales. Siguiendo en este punto a Kuhn, Malherbe muestra que en sus períodos “normales”, la ciencia no se caracteriza precisamente por el “espíritu crítico”, sino, por el contrario, más bien, en sus términos, por “el dogmatismo que funda su coherencia”, esto es, por “la estabilidad de una matriz disciplinaria que define lo que es admisible y lo que debe ser rechazado”. 23

Con estas consideraciones, que muestran las dificultades que esconde la relación tan aparentemente simple que postula Popper entre ciencia y democracia, querríamos en verdad introducirnos ahora en el análisis un poco más detallado de la filosofía política popperiana.

El problema central de este aspecto de la filosofía de Popper radica. a nuestro juicio, en su pretensión de fundar un proyecto caracterizado sobre todo por sus propuestas de exclusión, en lo que llama democracia. Para cualquier analista de sus posiciones resultará claro, sin embargo, que ambos designios son inconsistentes, salvo que se apele a un concepto no formal de la democracia, lo que, en primer término, no es el caso de Popper y, en segundo término, además de plantear serios problemas teóricos, es, ciertamente, una cuestión sin resolver para la práctica política contemporánea.

23 J. F. Malherbe, La Philosophie de Karl Popper et le Positivisme Logique, Presses Universitaires de France, 1979, p. 162 y 161.

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Sobre la base, pues, del primado de sus normas de prohibición, la teoría política de Popper va siendo forzada a desembocar en una concepción básicamente conservadora de la democracia como forma política que necesita ser “protegida” y cuyos mejoramientos sólo son posibles a través de reformas graduales. Intentaremos en lo que sigue, ilustrar brevemente los hitos fundamentales de la posición de Popper en estas materias, lo que nos permitirá entonces situar con algo más de concreción tanto sus tesis epistemológicas como, lo que era nuestro punto de partida, el sentido de la aproximación del neo-liberal von Hayek a esta filosofía.

En primer lugar, para completar la concepción popperiana de un régimen democrático, es necesario hacer referencia a lo que llama, sugerentemente, “sociedad abierta”, y a la que caracteriza por el predominio de valores como el individuo y la competencia libre, por donde se ve que su modelo real de sociedad democrática se identifica con las sociedades occidentales contemporáneas.

En la emergencia de la sociedad abierta, a partir de las arcaicas “sociedades tribales”, definidas por el colectivismo y el autoritarismo políticos, Popper aprecia, sobre todo, su carácter individualista:

“... el individualismo --aún más que el igualitarismo-- constituía un verdadero bastión en la línea defensiva del nuevo credo humanitario (la sociedad abierta) ... En efecto, la gran revolución espiritual que condujo al derrumbe de] tribalismo y al advenimiento de la democracia no fue sino la emancipación del individuo ...”. 24

Como lo muestra este texto, la teoría política de Popper comienza por postular una hábil reversión del pensamiento de las corrientes liberales y democráticas clásicas, todas las cuales, en el siglo XX, siguen más o menos el pensamiento de Stuart Mill y T. H. Green en lo que toca a proponer mecanismos de regulación de los extremos del individualismo y la libre competencia. Para Popper, al contrario, es el desligamiento del individuo de los controles sociales lo que significa modernización y progreso democrático. Es por ello que, creemos, nada hay más superficial que la interpretación del pensamiento político de nuestro autor --a partir de algunos pronunciamientos más o menos sueltos sobre la intervención estatal-- como próximo a la social democracia contemporánea, que sí asigna un rol de importancia real a esta intervención.

En verdad querríamos sostener aquí que la sociedad abierta de Popper no es de ningún modo otra cosa que la prosaica sociedad de mercado. Es lo que se transparenta, por ejemplo, en textos como los siguientes:

“Quizá la causa más poderosa que determinó la caída de la sociedad cerrada haya sido el desarrollo de las comunicaciones y el comercio marítimos... el comercio, la iniciativa mercantil, parece ser una de las pocas formas en que la iniciativa y la independencia individuales pueden adquirir vigencia, aún dentro de una sociedad en que todavía prevalece el tribalismo”. 25

Texto, entre muchos otros, que Popper complementa insistiendo frecuentemente sobre los más actuales y “tremendos benéficos que pueden derivarse del mecanismo de los mercados libres”; 26

beneficios que, sin duda, le ha enseñado a apreciar aún más la obra de Hayek, a quien cita frecuentemente en La Sociedad Abierta para fundar su crítica del socialismo.

Es esta misma y apenas velada defensa de la sociedad de mercado como contenido real de su

24 Karl Popper, La Sociedad Abierta y sus Enemigos, T. I., p. 157.25 Ibid., p. 275.26 Karl Popper, The Open Society and its Enemies, Vol. II, Harper Torchbooks, 1967, p. 124.

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propuesta democrática, la que lo conduce, en 1954 en una conferencia pronunciada ante la Sociedad Mont Pelerin, fundada y dirigida por el economista austríaco, a decir de la democracia que ésta “no es sino un marco, en cuyo interior los individuos pueden actuar de un modo más o menos organizado y coherente”. A lo que agrega que “la democracia como tal no puede conferir ningún beneficio sobre el ciudadano y no debiera esperarse que los confiera...” 27

De un alcance similar, aunque más explícitos en su apología del modelo de mercado irrestricto son aún estos textos de 1948, en donde leemos por ejemplo que:

“La búsqueda de la igualdad, especialmente en su sentido económico, por deseable que sea en sí misma, puede convertirse en una amenaza para la libertad... de un modo similar, el principio de la mayor felicidad, de los utilitarios, puede fácilmente ser transformado en una excusa para una dictadura benevolente ...”. 28

Este último fragmento, además de mostrar muy claramente que no es posible ubicar seriamente a Popper entre los partidarios del intervencionismo estatal, exhibe también a las claras cómo la propuesta popperiana amputa al proyecto liberal de su contenido democrático e igualitario, como lo sostuvimos al comenzar esta sección.

Si sumamos a todos estos antecedentes, que revelan claramente que la sociedad abierta popperiana no es otra cosa que la sociedad capitalista, la presencia permanente y obsesiva de la amenaza socialista a lo largo de toda su obra, no podrá entonces sorprendernos que, fundamentalmente como respuesta a esta amenaza, el último paso de Popper consista en profundizar aún más su revisionismo de la teoría democrático liberal, depurándola ahora incluso del elemento esencial de una auténtica sociedad “abierta”:

“... el principio de la política democrática --nos dice en este sentido Popper-- consiste en la decisión de crear, desarrollar y proteger las instituciones políticas que hacen imposible el advenimiento de la tiranía...”. 29

Es claro que con la postulación de un modelo como éste, en que la democracia es primero expurgada de sus contenidos igualitarios para, luego, terminar puesta bajo vigilancia, Popper termina por marginarse a sí mismo de los verdaderos defensores de este tipo de régimen político, lo que no es sino una consecuencia necesaria del radicalismo e intransigencia de su rechazo del socialismo, unido a la defensa no menos intolerante de la sociedad de mercado y sus valores individualistas, irrestrictos.

No resulta, por ello, sorprendente que un autor cuyo pensamiento político es tan claramente conservador como F. von Hayek --y volvemos con ello a lo que dijimos sería nuestro hilo conductor en el intento de comprender el pensamiento de Popper-- busque en la epistemología y la filosofía política de nuestro autor un aval y un importante, aliado de sus propias concepciones. Lo que Hayek agradece sobre todo a Popper es su insistencia en el falibilismo y los límites de nuestro conocimiento. Sólo así, piensa, es posible justificar una visión de la vida social como resultado indeliberado de la acción de seres formalmente libres, lo que es una base para prohibir cualquier intervención racional en la vida económica y social. Hemos visto en nuestro rápido análisis de la obra de Popper que su filosofía política

27 Karl Popper, “Public Opinion and Liberal Principies”, en Conjectures and Refutations, p. 350-351.28 Karl Popper, “Prediction and Prophecy in the Social Sciences”, en Conjectures and Refutations, p. 345.29 Karl Popper, La Sociedad Abierta y sus Enemigos, T. I, p. 196. Agradezco a Franz Hinkelammert por haberme señalado este texto de Popper y sus conexiones con la frase de Saint Just: “Pas de liberté pour les ennemis de la liberté!”. Para toda esta tercera parte de mi trabajo ha sido esencial el aporte de los trabajos de Renato Cristi sobre la filosofía política de Hayek.

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lo conduce a estas mismas consecuencias conservadoras: no se puede, en efecto, defenderlo existente, de un modo más radical que prohibiendo, como estos filosofías lo hacen, toda acción e intervención de la política sobre una institución como el mercado, la que sólo reproduce y amplifica las desigualdades sociales previas. Si a esta radical apología de la sociedad de mercado uno agrega, como lo hemos sugerido, el radicalismo antisocialista, entonces se deberá concluir que la apelación liberal e individualista extrema que caracteriza, con sus diferencias a posiciones como las de Hayek y Popper, no es más que una apariencia. Una apariencia, porque la profunda revisión de la teoría democrática que llevan a cabo autores como éstos oculta, bajo la fraseología democrática a pensadores de la crisis de un sistema, cuyas obras avalan, por tanto, soluciones para esta misma crisis que ya no caben en absoluto en los marcos de la democracia y el liberalismo.

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