Lo que el Trabajo Esconde; Materiales para un replanteamiento de los análisis sobre el trabajo

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    Lo que el trabajo escondeMateriales para un replanteamiento de

    los anlisis sobre el trabajo

    Textos de:

    Bernard Lahire, Pierre Rolle, Pierre Saunier,Marcelle Stroobants, Mateo Alaluf

    y Moishe Postone

    traficantes de sueos

    bifurcaciones

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    Traficantes de Sueos no es una casa editorial, ni siquiera una editorial independiente que con-

    templa la publicacin de una coleccin variable de textos crticos. Es, por el contrario, un pro-

    yecto, en el sentido estricto de apuesta, que se dirige a cartografiar las lneas constituyentes de

    otras formas de vida. La construccin terica y prctica de la caja de herramientas que, con pala-

    bras propias, puede componer el ciclo de luchas de las prximas dcadas

    Sin complacencias con la arcaica sacralidad del libro, sin concesiones con el narcisismo literario,

    sin lealtad alguna a los usurpadores del saber, TdS adopta sin ambages la libertad de acceso al

    conocimiento. Queda, por tanto, permitida y abierta la reproduccin total o parcial de los textospublicados, en cualquier formato imaginable, salvo por explcita voluntad del autor o de la autora

    y slo en el caso de las ediciones con nimo de lucro.

    Omnia sunt communia!

    traficantes de sueos

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    1 edicin: 1000 ejemplaresFebrero de 2005Ttulo:Lo que el trabajo esconde. Materiales para un replanteamiento delos anlisis sobre el trabajoAutores:Bernard Lahire, Pierre Rolle, Pierre Saunier, Marcelle Stroobants,Mateo Alaluf y Moishe Postone.Edicin, traduccin y notas:

    Jorge Garca Lpez, Jorge Lago Blasco, Pablo Meseguer Gancedo,Alberto Riesco Sanz.Maquetacin y diseo de cubierta:Traficantes de Sueos.Edicin:Traficantes de SueosC\Hortaleza 19, 1 drcha.28004 Madrid. Tlf: 915320928e-mail:[email protected]://traficantes.netImpresin:Queimada Grficas.C\. Salitre, 15 28012, Madrid

    tlf: 915305211ISBN: 84-933555-6-9Depsito legal: M-1370-2005

    L I C E N C I A C R E A T I V E C O M M O N SReconocimiento-No Comercial-Sin obra derivada 2.0 Spain

    Esta licencia permite:- Copiar, distribuir, exhibir e interpretar este texto.

    Siempre que se cumplan las siguientes condiciones:Autora-Atribucin: Deber respetarse la autora del texto y de su traduccin. El nombre delautor/a y del traductor/a deber aparecer reflejado en todo caso.No Comercial: No puede usarse este trabajo con fines comercialesSin obra derivada: No se puede alterar, transformar, modificar o reconstruir este texto.

    - Se deber establecer claramente los trminos de esta licencia para cualquier uso o distribucin del texto.- Se podr prescindir de cualquiera de estas condiciones si se obtiene el permiso expreso del autor/a.

    Este libro tiene una licencia Creative CommonsReconocimiento-No Comercial-Sin obra derivada 2.0 Spain. Para ver unacopia de esta licencia visite http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.0/es/legalcode.es o envie una carta a Creative

    Commons, 559 Nathan Abbot Way, Stanford, California 94305, USA.

    2005, de los textos cada uno de los autores 2005, de la edicin editorial traficantes de Sueos

    creativecommonsCC

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    Ilustracin de portada: Miguel Brieva

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    Lo que el trabajo escondeMateriales para un replanteamiento de

    los anlisis sobre el trabajo

    Textos de:

    Bernard Lahire, Pierre Rolle, Pierre Saunier,Marcelle Stroobants, Mateo Alaluf

    y Moishe Postone

    Coordinadores de la edicin

    Jorge Garca Lpez, Jorge Lago Blasco,

    Pablo Meseguer Gancedo, Alberto Riesco Sanz

    traficantes de sueos

    bifurcaciones

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    ndice

    Prefacio:Jorge Garca, Jorge Lago, Pablo Meseguer y Alberto Riesco 13

    1. Una introduccin al trabajo como relacin social. 19

    1.1. La sociologa no es tu enemiga (I) 201.2. Qu trabajo? 331.3. Los trabajos que se compran y se venden 391.4. ... Son los trabajos que se igualan y se miden socialmente 541.5. Qu fordismos? 571.6. Qu postfordismos? 65

    1.7. Qu clase obrera? 731.8. Qu crtica del trabajo? 821.9. Qu Marx? 931.10. La sociologa no es tu enemiga (y II) 99

    2. Los limbos del construtivismo. Bernard Lahire 105Lugar comn 1: La construccin social no es ms que una construccin

    simblica y/o subjetiva 106Lugar comn 2: La sociologa no escoger sus objetos: no debe estudiar

    ms que construcciones de sentido comn (representaciones) 109

    Lugar comn 3: La construccin no es ms que una creacin intersubjetivacontextual y perpetua 112Lugar comn 4: Aquello que ha sido construido por la historia de determinada

    forma puede facilmente ser deshecho o hacerse de otra manera 113Lugar comn 5: La ciencia es una construccin discursiva de la realidad

    como cualquier otra 115Conclusin: Es razonable la crtica de los lugares comunes? 117

    3. El trabajo y su medida. Pierre Rolle 119

    Mutacin del trabajo 120El trabajo, una realidad compuesta 121

    El trabajo, una realidad medible 122Trabajo y tcnica 123

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    Naville convulsiona la sociologa 125La revolucin de los servicios 127Mutacin de la sociedad salarial 128

    4. Las tribulaciones de la autonoma y del saber obreros. Pierre Saunier 131

    El rechazo de la disciplina en el obrero fordista 132Los avatares del saber obrero 137La focalizacin de los Fordistas en la cadena y en sus consecuencias 137La dilapidacin del patrimonio del saber obrero 139El obrero mquina 142Las representaciones estereotipadas del trabajo: improvisaciones o automatismos 147El obrero materia 151El redescubrimiento del saber obrero 154

    Los saberes obreros: saberes clandestinos o saberes tcitos 161La vivencia obrera: Por qu trabajan los obreros? 165

    5. La mutacin al servicio del sistema productivo.Marcelle Stroobants 173

    1. Naturaleza y alcance de la mutacin 1732. La evolucin del modelo nipn 1763. El pasado recompuesto 1824. De la organizacin del trabajo a la movilizacin de competencias 1855. Conclusin 192

    6. Asir y utilizar la actividad humana. Cualidad del trabajo,cualificacin y competencia. Pierre Rolle 197

    De la nueva cualidad del trabajo a su implementacin 197La cualidad del trabajo 199Evoluciones, avatares y resurgimientos 200Una nueva forma de producir 203El futuro del trabajo 208

    7. Concepciones del trabajo, estrategias de empleoy evolucin de la clase obrera. Mateo Alaluf 213

    A. Qu hay de nuevo en el trabajo? 213B. El obrero de antao 215C. La inestabilidad de la relacin salarial 218D. La precarizacin general del empleo 225E. Qu clase obrera? 227

    8. Clase sin obreros?, obreros sin clase? Mateo Alaluf y Pierre Rolle 231

    9. Repensando a Marx (en un mundo post-marxista?).Moishe Postone 249

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    Autores

    Pierre Rolle, psiclogo y socilogo de formacin ha sido Directeur de Recherche enel CNRS y Profesor de Sociologa en la Universit Paris X-Nanterre hasta su recien-te jubilacin. Amigo y colaborador de Pierre Naville, comparti con l su compro-miso intelectual y poltico con las ciencias sociales y con el convulso panoramapoltico de la Francia y el mundo de la postguerra hasta nuestros das. Su trabajointelectual ha girado mayormente sobre los desafos y envites de lo que solemosdenominar trabajo, continuando el camino recorrido por Pierre Naville y reto-mando as su voluntad de dotar a las ciencias sociales de una consistencia hoy porhoy inexistente.

    Mateo Alaluf y Marcelle Stroobants son ambos profesores de sociologa en laUniversit Libre de Bruxelles (Blgica) donde han centrado sus investigaciones enla sociologa del empleo, los mercados de trabajo, las polticas formativas, la cuali-ficacin, etc. Ambos participan conjuntamente en numerosas investigaciones emp-ricas sobre estas temticas, en una lnea de trabajo muy cercana a la de la sociolo-ga de Pierre Naville y Pierre Rolle, socilogo este ltimo con quien Mateo Alalufcolabora regularmente.

    Moishe Postone: filsofo y socilogo, se form en el Institut fr Sozialforschung deFrankfurt (Alemania), afincndose posteriormente en EE.UU. donde es profesor desociologa en la University of Chicago. El ncleo de su obra gira en torno a unarelectura de la obra madura de Marx capaz de devolver a este autor la centralidadpara la comprensin del mundo contemporneo que en ocasiones se le ha negado,sacndole as de la torpeza con la que el grueso del marxismo tradicional se haaproximado a l. Postone ha trabajado igualmente sobre el Holocausto y el nazis-mo, as como sobre diferentes pensadores contemporneos: Habermas, Derrida,

    Bourdieu, etc.

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    Bernard Lahire, socilogo francs. y profesor de sociologa en la cole NormaleSuperieure de Lettres et Sciences Humaines de Lyon, donde ha centrado sus trabajosen el mbito educativo y en el propio quehacer y sentido de la sociologa en tantoque disciplina.

    Pierre Saunier trabaja en el Laboratoire de Recherche sur la Consommation del InstitutNational de la Recherche Agronomique, donde viene realizando anlisis sobre laformacin y evolucin de los gustos y prcticas alimentarias.

    Jorge Garca, Jorge Lago, Pablo Meseguer y Alberto Riesco son todos socilogosque se encuentran en la actualidad desarrollando investigaciones sobre diferentestemticas ligadas al mbito del trabajo.

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    sepermitelacopia

    Un libro como ste, atravesado de principio a fin por el debate en torno al tra-bajo no puede sino partir de la paradoja aparente que viven las sociedades con-temporneas: la fragmentacin y vaporizacin del trabajo, de los sujetos e iden-tidades que habamos vinculado al mismo, precisamente en un momento en elque las relaciones salariales y la mercantilizacin de un creciente nmero deesferas sociales parecen hacerse da a da ms presentes.

    Esta paradoja airea la sospecha y lleva a formular la pregunta que da ttu-lo al libro: qu esconde el trabajo? Como ha ocurrido con tantos otros fen-menos sociales, a menudo, cientficos sociales y activistas polticos nos hemoscontentado con aproximarnos a la realidad del trabajo desde lo ms eviden-te de la misma (los centros de trabajo, los sujetos en ellos presentes, con susactividades y conflictos propios, etc.), creyendo poder encontrar as un terre-no firme desde el cual edificar nuestros planteamientos tericos y nuestrasprcticas polticas. Sin embargo, los caminos aparentemente ms cortos nosiempre nos ahorran tiempo o esfuerzo y son muchos los obstculos que este

    tipo de aproximacin al trabajo han supuesto para la prctica poltica y lasciencias sociales.

    A lo largo del libro, a modo de un puzzle cuyas piezas van progresivamen-te engarzndose las unas con las otras, hemos pretendido reubicar nuevamen-te el debate sobre el trabajo partiendo de la sospecha sobre aquello que escon-de. Y lo que esconde el trabajo en las sociedades salariales no es ms nimenos que estar dotado de lo que podramos denominar una doble verdad.Doble verdad cuyos desafos sern abordados en detalle en los artculos quehemos recogido, pero que podramos resumir en que junto al trabajo como acti-vidad vamos a estar obligados a abordar el trabajo como relacin social, es decir,

    PrefacioJorge Garca, Jorge Lago,

    Pablo Meseguer y Alberto Riesco

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    como un trabajo que no va a poder ser recluido en los lmites de una fbrica ode un laboratorio, ni simplemente adscrito a quienes dentro de esos lmitesdesarrollan algn tipo de actividad.

    Frente al trabajo como actividad , el trabajo como relacin social va a actuarcomo una dimensin del trabajo mucho menos evidente a los sentidos, muchomenos plstica, siendo no por ello menos relevante, todo lo contrario. Si es cier-to que cada sociedad formula nicamente las preguntas que en un momentohistrico determinado est en condiciones de responder, tambin lo es que laaproximacin al trabajo como relacin social sea desde la prctica poltica,las ciencias sociales... tiene como condicin el que seamos capaces de dotar-nos de dispositivos de observacin y de anlisis capaces de dar cuenta de l,

    pues a diferencia del trabajo como actividad, el trabajo como relacin social vaa configurarse como un principio abstracto de estructuracin de las relacionessociales (lo cual no significa, evidentemente, que no tenga consecuencias muyconcretas en nuestra vida cotidiana) cuya aprehensin en trminos empricos ypolticos va a requerir de su construccin terica previa. Se trata de una dife-rencia similar a la que pueda existir entre un sujeto, a simple vista, autoeviden-te como es el individuo (sin pretender tampoco por ello que el individuo cons-tituya un producto natural) y un sujeto de amarre ms complejo que requiereser previamente construido intelectual y polticamente, tal y como ocurre con

    las clases sociales. Y, sin embargo, como avanzan varios de los textos que dancuerpo a este libro, en sociologa y en sociedades como las nuestras, la supues-ta contundencia y autoevidencia del individuo no le garantiza en absolu-to su relevancia explicativa o poltica.

    As pues, para esa comprensin del trabajo como relacin social, que esta-mos convencidos resulta absolutamente necesaria para cualquier tipo de inter-vencin poltica actual, nos ha parecido que la sociologa determinada socio-loga tiene todava mucho que decir y aportar. Evidentemente, no va a ser

    ella la nica disciplina en condiciones de aportar elementos valiosos para lacomprensin del trabajo como relacin social y, por lo tanto, desde nuestropunto de vista, para la intervencin poltica. Pero s queremos reivindicar la fuer-za explicativa y poltica que puede tener el discurso sociolgico, negndonos aaceptar las estriles fragmentaciones entre disciplinas que operan quienesreducen el valor de la sociologa a una especie de ejercicio contable de estads-ticas y atribuyen, por ejemplo, a la filosofa la funcin de la elaborar terica-mente los datos producidos por los socilogos.

    La sociologa que estamos manejando no constituye una escuela particulary, dado que no faltarn quienes se preocupen por hacerlo, nosotros vamos aevitar tener que adjetivar la sociologa por la que apostamos, prescindiendo as

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    de la necesidad de ponernos una etiqueta con la que mostrar que nuestro pro-ducto lava mejor y ms blanco. Hemos preferido ms bien enfatizar ciertasmaneras de proceder que han estado presentes en la tradicin sociolgicadesde sus comienzos y que, a da de hoy, nos siguen pareciendo absolutamen-te cruciales para una comprensin parcial, situada, inestable, condicionada ytemporal de los procesos y fenmenos sociales. Se trata de aspectos como: laradical necesidad de construir nuestros objetos de estudio y nuestros camposde intervencin poltica ms all de las preguntas y respuestas facilitadas porel sentido comn presente en los sujetos e instituciones en juego; la obligacindada esta exigencia de construir los objetos y campos de estudio e interven-cin de explicitar las huellas y el rastro depositado por quienes hemos parti-

    cipado en dicha construccin; el nfasis en la tensin que recorre y atraviesa deprincipio a fin la relacin entre intervencin poltica y explicacin cientfica,vinculndolas irremediablemente, pero imposibilitando de igual modo suplena identificacin, etc. Aspectos todos ellos creemos que presentes de mane-ra bastante explcita en los textos que componen este libro.

    No obstante, a propsito de la sociologa que estamos manejando, ms anen lo que a la aproximacin a los fenmenos del trabajo se refiere, hay un autorque ha estado sobrevolando el libro de un modo u otro de principio a fin: nosestamos refiriendo a Pierre Naville. Naville ha sido el mayor impulsor en el

    mbito de la sociologa de esta aproximacin al trabajo como relacin socialmediante su ampliacin del anlisis del trabajo al mbito de las relaciones sala-riales en las cules aqul se inserta. La aportacin de Naville ha sido para noso-tros absolutamente determinante, motivo por el cual nos sentimos obligados aexplicitar esta deuda con su trabajo. Un trabajo, por otro lado, que no se redu-

    jo al campo de la sociologa, sino que encontr importantes desarrollos en losmbitos de la psicologa, de la economa o del anlisis poltico, adems, porejemplo, de haber dado a conocer en Europa y haber traducido por primera vezobras que hoy nos pueden parecer tan relevantes como los famosos Grundrissede Marx o los trabajos de Clausewitz sobre la guerra. Naville particip igual-mente durante su juventud en la fundacin del Grupo Surrealista francs juntoa artistas como Andr Bretn, con quienes rompera posteriormente tras elapoyo de estos al Partido Comunista Francs y su alineamiento con el estalinis-mo por entonces en pleno auge. Desde ese momento, se iniciara la que consti-tuira otra constante en su vida: la militancia poltica de izquierdas en la con-vulsa historia del siglo XX. Muerto en la actualidad, nos parece urgente sercapaces de reivindicar su trabajo intelectual, su compromiso poltico, as comosu manera de hacer coexistir ambas dimensiones.

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    Adems del propio captulo realizado por nosotros en el que tratamos dearmar el hilo conductor presente entre los diferentes textos, as como muchosde los debates polticos que los recorren a menudo de manera larvada, buenaparte de los textos que hemos recogido son textos de colaboradores directos dePierre Naville (Pierre Rolle), as como de otros continuadores de su modo deabordar el trabajo (Mateo Alaluf y Marcelle Stroobants). Todos ellos, abordan-do diferentes problemas ligados al trabajo (las transformaciones actuales delmismo, el debate sobre la clase obrera y su crisis, el problema de la cualifica-cin y el debate sobre las competencias, etc.) van recomponiendo ese rompeca-

    bezas que sealbamos al principio desde una aproximacin al trabajo comorelacin social.

    El resto de los textos recogidos son trabajos de autores que nada tienenque ver con la obra de Naville, pero cuya reflexin nos ha parecido absoluta-mente pertinente y compatible con el abordaje que venimos proponiendo. Asocurre, por ejemplo, con el texto de Bernard Lahire, quien nos sita ante loslmites del construccionismo en las ciencias sociales y que nos permiteentrar a discutir el modo como entendemos nosotros el vnculo entre com-prensin del mundo e intervencin poltica sobre el mismo. Algo similarpodramos decir del artculo de un historiador como Pierre Saunier, quienaporta un valioso material de cara a detectar los problemas tericos y polti-

    cos de derivar la construccin de la clase social desde las categoras del tra-bajo como actividad. El texto de Saunier, acompaado de otros como los deAlaluf y Rolle a propsito de la clase social, nos posibilitar dar cuenta deque pasar de mirar el trabajo como actividad a mirarlo como relacin socialtiene como consecuencia una transformacin radical de los trminos con losque nos referamos a las clases sociales y a la clase obrera en particular, per-mitindonos esquivar los equvocos y delirios tericos y polticos que handominado los discursos y prcticas de los grupos de izquierda y de quienesse definan como portavoces del movimiento obrero.

    Finalmente, el texto de Moishe Postone, filsofo e historiador norteamerica-no, aporta una interpretacin de la obra madura de Marx que, poniendo laclave de lectura del anlisis marxiano del trabajo en su dimensin de media-cin social general, es decir, en su dimensin de trabajo abstracto, de trabajocomo relacin social, le da pie para afirmar que el objetivo de Marx no residatanto en realizar una crtica del capitalismo desde el punto de vista del traba-

    jo, sino una crtica del trabajo mismo en el capitalismo, es decir, toda unaapuesta poltica por superar el capitalismo y con l el trabajo asalariado, una

    apuesta por construir una sociedad basada en el no-trabajo.

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    sta constituye, a nuestro juicio, una idea clave en cualquier proyecto polticoque se pretenda emancipador, conectando con otra de las ideas-fuerza presen-tes en la obra de Pierre Naville: aquella que afirma que la contradiccin dia-lctica fundamental no es aquella que opone trabajo penoso a trabajo atrayen-te, sino la que opone trabajo a no-trabajo. La nuestra, en definitiva, sigue sien-do pues una apuesta por impulsar el no trabajo, apuesta que pasa hoy, precisa-mente, por impulsar su dimensin de trabajo abstracto, pese a que esa posibi-lidad de emancipacin poltica futura se siga presentando actualmente bajo lainquietante forma de una explotacin y dominacin acrecentadas.

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    En la obra de la ciencia slo puede amarse aquello que sedestruye, slo puede continuarse el pasado negndolo, slo

    puede venerarse al maestro contradicindolo (Bachelard,1993: 297).

    Este libro pretende servir como arma de combate. Un arma de combate aptapara operar en la guerra de las ideas, para operar en ese inevitable y perma-nente conflicto incruento que consiste en el contraste, la crtica, el debate, etc.,sobre el contenido, la naturaleza y el sentido de las relaciones, procesos y conflic-tos que componen la realidad social en la que vivimos. Nuestras posibilidades detransformar radicalmente esa realidad dependen tambin, necesariamente, si

    bien no exclusivamente, de los resultados parciales que ese combate nos brin-da a cada instante. A pesar de que este arma de combate no nos brinde un rece-tario de actuaciones prcticas con el que enfrentarnos de forma inmediata anuestras pequeas luchas cotidianas, determinar, de una u otra forma, las ten-

    siones bsicas que alimentan los conflictos sociales, las fuerzas originales quedinamizan el movimiento de los procesos (procesos en los que dichos conflic-tos se inscriben) y, en definitiva, dar cuenta de la naturaleza especfica del tipode relaciones sociales (las que configuran esos procesos y esos conflictos) supo-ne, simultneamente, preconfigurar se quiera o no los posibles contenidospresentes en ellos y, por lo tanto, los objetivos propios de una actividad trans-formadora congruente con dichos posibles.

    Captulo 1Una introduccin al trabajo

    como relacin socialPor Jorge Garca, Jorge Lago, Pablo

    Meseguer y Alberto Riesco.

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    1. La sociologa no es tu enemiga (I)

    Ahora bien, el arma de combate que aqu se presenta est cargada a partir deuna determinada disciplina cientfica: la sociologa1. No quiere esto decir queno se tomen prestadas herramientas de otras ciencias, tradiciones de pensamien-to o de accin, sino que stas acaban siendo traducidas, justificadas y validadasen el campo concreto de la sociologa. Y con ello corremos todos el riesgo deempantanarnos de entrada en una polmica estril acerca del rbol adecuadoal que deberamos a priori subirnos (filosofa?, economa?, historia?, psico-loga?), perdiendo de vista definitivamente el bosque que se trataba de otear(qu trabajo?, qu sujeto?, qu transformacin?, qu sociedad?).Se trata sta de una advertencia que no es gratuita, pues estamos ante una tra-dicin de pensamiento, la de una ciencia social, que, en el campo de laizquierda, ha estado a menudo bajo sospecha. Sospechosa, durante el siglopasado, de haber constituido desde sus orgenes la respuesta burguesa alsocialismo, al conocimiento proletario, al materialismo histrico y/o dia-lctico, y objeto de sospecha, hoy en da, por razones que, en el fondo, apenasdifieren de las de antao. En la actualidad, los socilogos son, en muchas oca-siones, acusados de promover la reificacin, cosificacin, simplificacin

    y naturalizacin del mundo social merced a su pretensin de ostentar elmonopolio de un nico conocimiento verdadero (el cientfico), frente a unamultiplicidad real de saberes que seran, en general, todas aquellas otras for-mas de conocimiento: la experiencia, los saberes locales, las creencias religio-sas, las artes, etc. Dichas formas de conocimiento, marginadas por el discursocientfico, emanaran de los propios sujetos comprometidos en procesos delucha e insertos en circuitos de dominacin y explotacin que haran de ellosfiguras subalternas. Formas de conocimiento, en definitiva, que encontraranpuntos de amarre en las razones y los marcos de sentido que dichos sujetos se

    dan respecto de sus propias acciones y situaciones, y que estaran, por ello,dotados de algn plus de realidad o de legitimidad tica, cuando no deperformatividad y eficacia poltica. Conocimientos, en definitiva, aprehensi-

    bles nicamente desde el interior mismo de las luchas o del espacio vivido ylas narraciones avanzadas por los sujetos implicados que se mostraran, segn

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    1 Como ocurrir ms de una vez a lo largo de este captulo, ms que avanzar definiciones aprio-rsticas previas, en este caso de lo que entendemos por sociologa, hemos credo preferible dejardicha definicin en suspenso para que sea el propio texto quien, conforme avance, permita al(paciente) lector reconstruir en trminos sustantivos y no formales el tipo de aproximacinque estamos construyendo.

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    este punto de vista, ms respetuosos con los propios marcos de sentido, losdeseos, anhelos y principios de identidad de dichos sujetos.

    El relativismo s puede ser tu enemigo

    Las formas que ha adoptado en la actualidad este tipo de posicionamiento enel pensamiento militante son incomprensibles, paradjicamente, al margen deun debate y de una determinada toma de posicin en l. Se trata de un debateendgeno al conjunto de las ciencias sociales contemporneas y, especialmente,dentro de ellas, a la sociologa: el debate sobre la modernidad y determinadas tomasde posicin postmodernas en el mismo. Estas tomas de posicin postmoder-nas partieron a principios de la dcada de 1960 de una necesaria denuncia delos efectos de poder que generaba y genera en nuestras sociedades el recursoal discurso cientfico, as como un cuestionamiento de las pretensiones de uni-versalidad y validez de lo que no son sino construcciones parciales. Sin embar-go, an habiendo partido de denuncias y sospechas razonables (y en multitudde ocasiones necesarias), muchas de ellas implcita o explcitamente hanacabado caracterizndose hoy por un relativismo radical respecto del conoci-miento y de sus criterios de validacin y validez. Ya no hay, se afirma desdeesta rebelda epistemolgica, formas de conocimiento ms verdaderas quelas dems, sino una pluralidad de aproximaciones al mundo, todas ellas igual-mente vlidas, tantas y tan variadas como los diferentes tipos de sujetos que seenfrentan cotidianamente con ese mismo mundo. Dentro del propio pensamientosociolgico, dichas tomas de posicin se traducen a menudo en un constructi-vismo radical que encuentra en la metfora de la construccin social de larealidad social su estandarte y leit motifaglutinador. As, el constructivismoradical sociolgico se apoya en el hecho de que todo lo social2 resulta estarsocialmente construido para justificar la prioridad ontolgica que dichoconstructivismo radical va a adscribir,precisamente, a la subjetividad, a lo sub-

    jetivo y lo simblico, a las representaciones del sentido comn que los sujetosse hacen de sus realidades [Cf. Captulo 2].

    Desde este punto de vista, el mundo social sera fundamentalmente elresultado de una polifona de representaciones enfrentadas construyendo per-manentemente realidad. Una construccin de lo real desde las representaciones

    Una introduccin al trabajo como relacin social

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    2Por nuestra parte, cuando hacemos referencia a lo social nos referimos al conjunto de la socie-dad y no a un mbito puro desprendido de, y/o contrapuesto a lo econmico, lo poltico, el

    Estado, lo acadmico, etc.

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    portadas por subjetividades enfrentadas, que dan lugar a dos apuestas en apa-riencia contrapuestas pero que, bien miradas, no lo son tanto: o bien se sostie-ne que no hay equilibrio alguno entre esas representaciones, que son mltiplesy diversas, que eso que se llama lo social est compuesto por una mirada derelaciones de fuerza locales; o bien nos topamos con discursos que reducen eseconjunto de representaciones polifnicas a un contrapunto de dos melodas aut-nomas: el capital como representacin contra el trabajo como representacin. Dosapuestas que acaban parecindose en aquello que tienden a evacuar (y que serobjeto fundamental de estudio en este captulo): la pregunta por la relacin. Larelacin precaria e inestable que, en el primer caso, acaba producindose entreesta multitud de representaciones y relaciones de fuerza; la relacin o las formas

    de vinculacin e interdependencia establecidas, en el segundo caso, entre los dosconjuntos abstractos de trabajo y capital. Al evacuar la pregunta por la relacin,el anlisis corre el riesgo, como intentaremos mostrar ms adelante, de topar contautologas y problemas tericos (con consecuencias prcticas) de difcil solucin.

    Pero ms all, o ms ac, de estas tautologas o antinomias de la razn postmo-derna nos parece necesario sealar el vnculo existente entre los posicionamientosde los espacios supuestamente diferenciados de lo militante y lo acadmi-co, de los sujetos de la lucha y de los sujetos de la ciencia. Vamos con ello.

    Militantes y socilogos: el campo del conocimiento es uno!

    Existe en la actualidad cierta tendencia a presentar el pensamiento militantecomo un pensamiento contrapuesto y diferenciado del pensamiento acadmi-co, como un pensamiento sui gneris, que emana,precisamente, de los sujetosen lucha, de sus subjetividades e inquietudes y de las representaciones questos se dan acerca de su realidad, en y por el conflicto con sta. Sin embargo,

    la supuesta especificidad del pensamiento militante es deudora lo sepa o no,lo diga o no de determinadas herramientas y tomas de posicin que hanemanado de la misma academia, de la misma ciencia y del mismo pen-samiento burgus de los que en tantas ocasiones abomina. De hecho, laidea de que la realidad social se compone, bsicamente y en ltimo trmino,de representaciones y de que, por tanto, su principal va de acceso la propor-cionaran las explicaciones que otorgamos a nuestras acciones, conductas ypensamientos, es una idea que tiene una larga historia en el campo de las cien-cias sociales por muy comprometida con la superacin de las miserias delmundo mercantil y capitalista que se pretenda y por muy novedosa que puedaparecerle a ms de uno.

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    Pero, adems y para mayor desconsuelo si cabe, las tomas de posicin objetiva-mente compartidas en los dos mbitos el acadmico y el militante (ennuestro ejemplo, el relativismo y constructivismo radicales aplicados, respecti-vamente, al conocimiento y a la intervencin sobre lo social) se comparten obje-tivamente por idnticas razones y, a menudo, con idnticas consecuencias en loinmediato. As, nos encontramos con que, en ocasiones, la asuncin de las ven-tajas adscritas socialmente al intelectual (ventajas materiales ttulos, becas,puestos de trabajo, etc. y, sobre todo, simblicas prestigio, poder, visibili-dad, etc.) no se ven acompaadas de compromiso alguno con ninguna de lasobligaciones que, en aquella modernidad que se trata ahora de superar, se leexigan a actividades y resultados para ser reconocidos y sancionados en tanto

    que caractersticos de un trabajo propiamente intelectual. Esto es: la formaciny la aplicacin de determinados mtodos y procedimientos contrastados y,sobre todo, contrastables, de construccin discursiva, mtodos y procedimien-tos de los que depende el efecto de cientificidad de los discursos.

    Dicho a lo bruto, si se prefiere, en lo que respecta a su mbito, no existe unespacio burgus de conocimiento (reproductor del orden social) la acade-mia y un espacio proletario del cual emanaran otros tipos de conocimien-tos diferentes (potencialmente subversivos) la militancia: la reivindicacinpostmoderna de los conocimientos dominados, as como la misma crtica a su

    sometimiento, opera en y por el mismo mbito social que ese otro tipo de conoci-miento que, supuestamente, los habra venido hasta la fecha dominando, estoes, opera tanto desde el exterior como desde el interior de la academia. En otras pala-

    bras: no existe ningn afuera de lo social instituido en el que se est incubandoun pensamiento radicalmente ajeno y diferente, propio de una sociedad-otra.Dicho de otra forma: el campo del conocimiento donde se dirimen los conoci-mientos adecuados para poder transformar la sociedad es uno, que atraviesa losmbitos acadmicos y militantes. Todava ms, no slo opera en y por el mismombito, en y para un mismo tipo de sociedad, sino que se ve obligado a justifi-carse, aunque sea para criticarlas, desde las mismas reglas y gramticas que hanvenido tradicionalmente caracterizando al otro tipo de conocimiento, es decir, alconocimiento cientfico. As pues, pasar por el tipo de conocimiento y de discur-so cientficamente informado resulta hoy imprescindible, an cuando de lo quese tratase fuese de apuntalar y defender las virtualidades polticas de determina-das tomas de posicin postmodernas frente al mismo.

    Ahora bien, esta necesidad se refuerza an ms si cabe en cuanto nosdesembarazamos del poso irracionalista inscrito en dichas tomas de posicin

    (acadmicas o militantes, burguesas o proletarias, etc.) y derivado dereducir los criterios de veracidad de una proposicin discursiva dada a las

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    tomas de posicin ticas de quienes las enuncian. Dicho en otras palabras, elpoder explicativo del discurso no presentara sus propias reglas (racionales)sino que se plegara a las excelencias de la posicin tica defendida por aquelque lo enuncia en cada caso. La apuesta por la priorizacin del anlisis de losubjetivo, lo simblico, lo representacional, lo interactivo, lo ideolgico, etc.,para la compresin del mundo moderno se legitimara entonces porqueresulta ticamente ms deseable apostar por los valores de la democracia, elreconocimiento de la diferencia, el libre albedro del ser humano, etc., frentea los de la dictadura, la homogeneidad cultural, la determinacin social delos comportamientos, etc.

    Por el contrario, la necesidad de volver la vista de nuevo hacia modalida-

    des de argumentacin cientfica se nos confirma desde el instante mismo enque dejamos de comulgar con estas ruedas de molino, esto es, con que la vali-dez y el poder explicativo de un discurso puedan ser evaluados en virtud deexigencias de naturaleza distinta de aquellas con las que, por ejemplo, Marx,Durkheim o Weber, justificaron a cada paso sus discursos, unas justificacionesque, evidentemente, no eran reducibles a sus talantes ticos o sus apuestaspolticas. Podemos pues encontrar apoyo en estos autores para seguir insistien-do en afirmaciones que, quiz, sean consideradas como obvias por el grueso delos lectores, a saber: que la realidad social no se construye slo con, ni se com-

    pone exclusiva y fundamentalmente de, smbolos y representaciones; que lasubjetividad y el sujeto no slo producen realidad sino que tambin estn, a suvez, producidos por sta en tanto que sujetos y subjetividades socio-histrica-mente especficas; que, en definitiva, la realidad social no parece ser exclusi-vamente el resultado, la creacin perpetuamente actualizada y reformula-da de una multiplicidad inconmensurable de interacciones intersubjetivascontingentes y, por consiguiente, ms o menos transformable a voluntad, sinoque presenta una consistencia, una articulacin y una dinmica especficas,inaprensibles partiendo exclusivamente del anlisis de esas interacciones.3

    Permtasenos una vuelta de tuerca ms al respecto, la ltima: en lo que res-pecta, especficamente, a la dilucidacin de las posibilidades para una transfor-macin radical del mundo social moderno, y no para otras cosas , no todos losdiferentes tipos de conocimiento resultan igualmente vlidos o aptos. Esto se

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    3 Las relaciones sociales a las que nos vamos a referir profusamente a lo largo de este captulocontienen y comprenden estas interacciones sociales directas entre sujetos o agentes socialespero no se agotan, sin embargo, en ellas. Por ejemplo, las mercancas y su produccin, circulaciny consumo instituyen vnculos sociales entre grupos de individuos que jams han interacciona-do directamente los unos con los otros.

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    debe a que la sociedad salarial y mercantil moderna conforma una realidadsocial a la que le ocurre lo mismo que a muchos pensadores militantes postmo-dernos: diciendo lo que dice perseguir consigue, sin embargo, otras cosas dife-rentes (y no necesariamente de manera consciente o intencional). Efectivamente,las razones que espontneamente esta sociedad se da acerca de su propia natu-raleza y funcionamiento (razones resultantes, en ltima instancia, de la formali-zacin ms o menos elaborada del sentido comn aplicado por todos y cada unode nosotros a nuestro acontecer cotidiano en ella), contribuyen a producir yreproducir los procesos efectivos que la sostienen y perpetan; procesos efecti-vos que, sin embargo, no son pensados ni nombrados en esos porqus socialesespontneos. En las palabras del filsofo Felipe Martnez Marzoa:

    [La] dependencia del modo de presencia de las cosas con respecto a laconstitucin del mundo histrico del que forman parte no aparececomo talpara ese mismo mundo histrico, el cual, por el contrario, da porsupuesto aquel modo de presencia de las cosas como perteneciente demanera natural y en s a las cosas mismas. Esto sucede porque lapropia constitucin del mundo histrico del que se trata [es decir, de lamodernidad capitalista] no es patente para ese mismo mundo [...]. Unmundo histrico es para s otra cosa de lo que es en s. Esta otra cosa, loque un mundo histrico, una sociedad, es para s mismo, es lo que

    designamos comoproyeccin ideal o ideologa. Se trata, pues, de la pecu-liar conciencia que un mundo histrico tiene de s mismo como totali-dad [Marzoa, 1983: 109, 111].

    Ser esta problemtica, especfica de las sociedades capitalistas modernas, laque explique la emergencia histrica, como necesidad, del pensamiento socialmoderno. La sistematizacin argumentadamente contrastada del pensamientosobre la sociedad, es decir, la sociologa, se convierte en una produccin socialnecesaria en un universo en el cual la naturaleza y funcionamiento de la tota-

    lidad social misma se presenta sistemticamente en formas transfiguradas(presentando, por ejemplo, las relaciones sociales bajo la forma de relacionesentre cosas, bajo la forma de economa) para el sentido comn. Formas que,por tanto, configuran modos de aparecer necesarios que hacen de la ideologa,los valores , las creencias , etc., mucho ms que una mera falsa conciencia, unsimple engao o un pertinaz error de percepcin, dando lugar a una modalidadde produccin de conocimiento especfica de las sociedades modernas,modalidad de la que, tal y como veremos al final de este apartado, la socio-loga no es ajena.

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    Pongamos un ejemplo bien sencillo: el de las lechugas. Sabido es que los valo-res o precios de las cosas parecen subir o bajar en funcin de propiedades delas cosas mismas: una lechuga ms cara lo ser porque se presenta, por ejem-plo, como ms sana, esto es, como una lechuga biolgica. Son las propieda-des de la cosa las que aportaran, pues, mayores o menores utilidades al consu-midor. Ahora bien, los consumidores contrastan las utilidades que les reportanlas cosas con los diferentes precios en que les son ofertadas: como si esas utilida-des remitiesen a propiedades de las cosas, a su mayor o menor calidad o a susmayores o menores prestaciones, de las que los precios supusieran un indica-dor. Y los productores, tambin, operan a travs de costes de produccin, cl-culos que toman el precio o valor de los factores de produccin como un

    dato: como si los precios, al remitirlos los unos (bienes elaborados) a los otros(factores de produccin), slo constituyesen una gramtica tautolgica, nece-saria para captar el movimiento de las cosas mismas. Estos dos procedimien-tos conforman la base de las actuaciones cotidianas de ambos, productores yconsumidores, como agentes econmicos. En los dos casos, para los actores, elsupuesto de que las cosas hablan por s mismas constituye el punto de par-tida irrenunciable de sus actuaciones cotidianas. Ahora bien, tomar concien-cia de que estamos atribuyendo a las cosas propiedades que slo tienen laspersonas, de que hemos invertido las formas de aparecer de las lechugas bio-

    lgicas (considerndolas nicamente desde sus cualidades como producto, enlugar de atender a las relaciones sociales en ellas objetivadas mayor trabajoasalariado invertido, por ejemplo), en este caso, no nos evita el tener queoperar maana, de nuevo, como si la realidad fuera la que parece ser: unasunto dirigido por los objetos, por sus propiedades y por los precios que deellas resultan4.

    Algo tan banal como la adquisicin de lechugas en el mercado podra pare-cer irrelevante, intil para ser extrapolado al conjunto de las relaciones socia-les que arman nuestras actuaciones cotidianas y nuestras trayectorias vitales,pero en un universo en el que todos somos alternativamente vendedores ycompradores de unos u otros productos con las oscilaciones de sus precios nos

    jugamos nuestro propio valor social como propietarios. Aqu las famosas con-secuencias no pensadas, no intencionales, no deseadas, de nuestras acciones(problemtica nuclear de toda sociologa) nos recuerdan con crudeza el princi-pio de no transparencia propio del mundo social moderno: entre los supuestos

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    4A lo largo del captulo trataremos de analizar con mayor detalle los mecanismos de configuracinde los precios y el tipo de relaciones sociales que intervienen en dichos procesos, relaciones que,

    como trataremos de mostrar, nos conducirn ms all de las cualidades sustantivas de los objetos.

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    con los que operan los agentes a nivel local (por ejemplo, nuestro inters envalorizar ms y mejor nuestras lechugas) y los resultados de las acciones com-

    binadas de todos ellos a nivel general (por ejemplo, un descenso en picado delprecio de las mismas), media un abismo, a priori inconmensurable desde elsentido comn de todos y cada uno, desde esas certezas con las que habamosoperado. Resultara entonces posible que la sociologa an tuviese algo impor-tante que decirnos y que mereciese la pena escucharla atentamente, mximepara y por aquellos que aspiramos desde la accin poltica a transformar elmundo en que todos vivimos.

    Las ciencias sociales hace ya mucho tiempo que construyensus propios objetos

    Llegados a este punto, debemos aclarar un posible malentendido referente alestatuto del discurso que se denomina a s mismo cientfico. Es cierto quela bsqueda de una teora total y universal sobre lo social resulta, sin duda,un imposible. Es evidente tambin que la comprensin presente del sentido ydireccin futuros de las prcticas, luchas y transformaciones sociales y polti-

    cas tiene un grado de indeterminacin irreductible en trminos absolutos. Porsu parte, la relacin entre los conceptos, las categoras, las proposiciones deldiscurso cientfico y la realidad que pretende (re)presentar constituye unarelacin harto problemtica, objeto de infinitos debates, con lo que el estatutodel discurso cientfico y su relacin con lo real o lo social han acabadosiendo asumidos como infinitamente ms complejos y problemticos de lo que

    buena parte de la epistemologa tradicional haba concebido. No obstante, quetodo cuanto acabamos de decir sea cierto no debera llevarnos tan fcil y rpi-damente a descartar como ocurre desde hace tiempo en mbitos militantes y

    acadmicos lo cientfico como elemento privilegiado de cara a la compren-sin de los procesos, discursos y prcticas que, ulteriormente y en otros espa-cios, se pretendera transformar. Y no se debera renunciar a este componentecientfico de las ciencias sociales, al menos, por dos razones.

    En primer lugar, porque, como comentbamos anteriormente, esta renun-cia no ha podido ser lo suficientemente coherente consigo misma como paraanular todo criterio de justificacin o validez del discurso, y ha acabado bus-cando los criterios de validez o veracidad fuera de lo dicho, esto es, en las vir-tualidades ticas de la posicin desde la que se enuncia el discurso, con inde-pendencia de la coherencia interna de ste.

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    En segundo lugar, sumado a este repliegue sobre la excelencia de quin dicey de para quin dice (antes de atender a lo que se dice, al cmo se dicey, eventualmente, a las consecuencias de lo dicho), nos topamos con otroproblema aadido: el de lo poltico. En efecto, buena parte del discurso postmo-derno, refugiado en la supuesta eficacia de los saberes sometidos a la hora dereformular y transformar discursos y prcticas dominantes, han acabado justi-ficando sus discursos en funcin de los supuestos efectos de verdad generados(capacidad de incidencia poltica y transformadora sobre los procesos socia-les), con independencia, de nuevo, de la solidez y coherencia (criterios de vera-cidad) de los discursos. Lo que, por otra parte, podra parecer normal. Y qums dar se preguntar ms de uno que el discurso no est fundado, argu-

    mentado y contrastado lgicamente, si sus objetivos polticos son claros, y lasposibilidades de transformar parcelas de lo real tambin?

    De hecho, esta apuesta por una comprensin contrastada y sociolgicamen-te fundada del mundo en el que vivimos (como paso necesario, aunque lgica-mente no suficiente, para una posible transformacin radical del mismo)puede parecer injustificada. Podemos comprobar a diario que las actuacionessobre el conjunto de las relaciones y espacios sociales no tienen una mayor omenor capacidad performativa en funcin de la mayor o menor veracidad desus presupuestos: que nadie haya descubierto la existencia de armas de des-

    truccin masiva en Irak no ha impedido que dicho pas fuera bombardeado y,posteriormente, ocupado militarmente; ocupacin y bombardeos justificadospor la existencia de esas armas. No obstante, la constatacin de que las actua-ciones que operan sobre, y conforman, la vida social y poltica no se fundamen-tan en la veracidad que contienen no debera llevarnos a rechazar, de antemano,una apuesta por comprender racionalmente el mundo en el que vivimos. Yesto, aunque sea tan slo desde una cierta perspectivapragmtica, a saber: queel xito de toda accin transformadora que busque algo ms que imponer suscriterios por la fuerza, ser tanto mayor cuanto ms se apoye en un conocimien-to de la situacin a transformar, y menos en intuiciones o deseos.

    Supongamos que un da cualquiera nos montamos en un coche y compro-bamos que no arranca. Podemos suponer que est fallando la batera, pues hafallado otras veces. Podemos incluso desear que sea la batera lo que falla, pues

    bastara con unas pinzas y la ayuda de otro conductor para que el coche arran-que y ahorrarnos as talleres, mecnicos y dems gastos. Sin embargo, antes desacar las pinzas, antes de pedir ayuda para conectar la batera a otro coche,abriremos el cap e intentaremos comprobar si nuestra intuicin, o nuestro

    deseo, concuerdan con la realidad del maldito coche que no arranca. Esta con-fianza en el conocimiento que se manifiesta en situaciones tan banales de nues-

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    tro da a da, debe ser dejada de lado en nuestros proyectos de transformacinde la realidad social?

    Podr argumentarse que una cosa es conocer el funcionamiento de uncoche y otra bien diferente dar cuenta de los procesos implicados en la vidasocial y poltica. Se nos dir que conocer cmo funciona un coche es posiblepuesto que responde a reglas, leyes y regularidades que pueden ser constata-das, mientras que las relaciones sociales, en la medida en que llevan implcitala actuacin de mltiples subjetividades, nunca podrn ser reducidas al deter-minismo de las leyes y regularidades postuladas por la ciencia. Pretenderexplicar las relaciones sociales a partir de las leyes de la ciencia slo puede darlugar, se podra continuar argumentando, a una legitimacin de ciertas posi-

    ciones, y a una naturalizacin de las mismas. Argumentos estos que cuentan conuna cierta dosis de realismo histrico, pues no parece especialmente difcilconstatar las innumerables atrocidades e injusticias cometidas a lo largo de lahistoria en nombre de supuestas verdades cientficas: que la raza aria essuperior al resto, que existe una posicin social natural de los individuos enfuncin de su sexo, que los seres humanos somos consustancialmente egostasy por lo tanto la organizacin de lo social debe encaminarse a controlar y regu-lar este egosmo, etc.

    En este sentido, que bajo la etiqueta de pensamiento sociolgico se ha con-tribuido (y se contribuye) a la reificacin, cosificacin, naturalizacino, simple y llanamente, a la justificacin del orden establecido (o a la justifi-cacin de su necesaria transformacin), es algo que no tiene discusin. Sinembargo, que lo haya hecho y lo siga haciendo en tanto que ciencia social, porel mero hecho de serlo o decirse serlo, en tanto que pensamiento contrastado,lgico, cientfico (o como se quiera adjetivar a un pensamiento que pretendeoperar gracias a un lenguaje formalizado y que recurre a la justificacin ycontrastacin de sus argumentos o desarrollos) es lo que nos parece mucho

    ms cuestionable.Cuestionable, sobre todo, porque parte de una visin de la ciencia demasia-

    do reducida, donde toda prctica cientfica acaba siendo asimilada al proyectopositivista. El hecho de que ciertos cientficos sociales se hayan inspirado en losmtodos y las prcticas tradicionales de las llamadas ciencias duras, y hayanpretendido dar cuenta de sus objetos de conocimiento desde el ms toscodeterminismo, ha creado una imagen, tanto de las ciencias sociales como delas ciencias naturales que, si la miramos con ms detenimiento, puede resul-tar hasta cmica. Porque de ese particular proyecto positivista se ha derivadouna imagen del cientfico como aquel que descubre la verdad del mundo,

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    Pero, en qu se diferencian los efectos de conocimiento producidos por unaciencia social como la sociologa de los emitidos por otro tipo de discursos?Sabemos que en lo que respecta a la vida social, la sociologa no es la nicaprctica que intenta dar cuenta de ella. Tambin lo hacen, por ejemplo, entreotros, los discursos religiosos, artsticos o polticos. Se diferencia entonces enalgo el discurso sociolgico de estos otros discursos? Creemos que s, ya que si

    bien los objetivos de todos estos discursos pueden coincidir en muchas ocasio-nes (todos tratan de interpretar el mundo social), los mtodos de los que se sir-ven no son exactamente los mismos. La religin remitir sus explicaciones teo-lgicas a ciertos actos de fe, las artes se apoyarn en argumentos estticos y/ofilosficos, la poltica utilizar el poder de la conviccin y de la fuerza, y la

    sociologa usar su propia metodologa, es decir, la metodologa sociolgica.Si, como acabamos de ver, la ciencia es ms unproceso de produccin de sentidoque una supuesta prctica encaminada a descubrir la verdad, sera absurdo man-tener, como se ha hecho durante mucho tiempo, la oposicin entre ciencia eideologa, oposicin que sita a la ciencia del lado de la verdad y a la ideo-loga del lado del error o del enmascaramiento. Desde al menos la dcadade 1940 est ya dicho y planteado, desde y para las ciencias duras, que: (...)no hay verdad sin error rectificado [Id.:281]. En la medida en que lo ideolgico esuna dimensin presente en todo discurso producido socialmente, cae por su

    peso que el discurso sociolgico y su metodologa tambin contienen dichadimensin ideolgica. Se diferencian en algo las condiciones de produccinsociales de la sociologa de las que estn detrs de esos otros discursos que pre-tenden, tambin ellos, dar cuenta de la realidad social? Evidentemente no, elsocilogo pertenece a la misma sociedad que el telogo, el artista y el poltico.La diferencia entre la actividad y los resultados del uno y los otros radica en lametodologa y el lenguaje aplicados, pues, frente a los discursos carentes deunaproblematizacin y explicitacin de la relacin entre lo considerado como real ylos conceptos con que se pretende atrapar esa realidad, el mtodo presente en

    las prcticas sociolgicas recurre (o puede hacerlo) a un cuestionamiento ince-sante y permanente de las formas de poner en relacin lo real y las formas de darcuenta de lo real. Se puede argumentar que no hay correspondencia posibleentre uno y otro espacio; se puede, tambin y ms de uno est en ello, afir-mar que lo real no existe, que todo lo que existe est del lado de lo representa-do; y se puede, incluso, suponer que todo intento de sistematizacin es un actode traicin a esa realidad que no podemos atrapar, sino tan slo habitar. Sinembargo, y a pesar de todo, lo que parece evidente es que entre un algo quellamaremos realidad social y otro algo que llamaremos representacin de

    esa realidad existe una distancia, dicha distancia inaugura una relacin y, porahora, una forma de abordar esa distancia y esa relacin que ha ido dando

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    algunos frutos. De qu forma de abordar fructfera estamos hablando? Lade dotarse de mtodos explcitos y lenguajes formalizados.

    Esta metodologa y este lenguaje formalizado son los que permiten a lasociologa producir efectos de conocimiento que creemos pueden ser conside-rados, si no como ms contrastados que los del resto de discursos sealados s,al menos, como ms contrastables. Por qu? Porque la sociologa, cuando utili-za un concepto, explicita (o al menos est en condiciones de hacerlo) a qu serefiere con dicho concepto, y tambin explicita (o puede hacerlo) de qu formaconecta sus conceptos con el mundo real, mundo real del que, como vimos enel caso de la fsica, no podemos dar cuenta en s mismo, sino a travs de herra-mientas de observacin y medicin, es decir, de las herramientas abstractas de las

    cuales nos dotamos. Herramientas de observacin y medicin que en el casode la sociologa son las encuestas, las entrevistas, la observacin participante,los grupos de discusin, el estudio de fuentes estadsticas, etc., que si bien tie-nen sus limitaciones, tambin tienen la virtud de poder hacer explcitas esaslimitaciones. As, este desdoblamiento en las relaciones del discurso sociolgicocon la realidad social es lo que dota a la sociologa de la posibilidad de producirun conocimiento verificable, pues al explicitar de qu manera establece las rela-ciones de sus conceptos y sus datos con lo real, establece el espacio para la con-trastacin, la discusin y la mejora potencial de las formas de conectar los meca-

    nismos a partir de los cuales damos cuenta de la realidad social con la propia realidadsocial , lo que no sucede con otro tipo de prcticas, tambin ellas sociales. Setrata ste de un aspecto sealado por el semilogo Eliseo Vern:

    Lo que hace que un discurso que se supone describe lo real sea un discurso cien-tfico no es una pretendida ausencia de ideologa. Lo ideolgico est siemprenecesariamente presente en el discurso de la ciencia: est presente en la medidaen que ste ltimo, como todo discurso, est sometido a condiciones de produc-cin determinadas. La distincin entre la cientificidad y el efecto ideolgico es un asun-

    to de reconocimiento y no de produccin. Lo que hace de un discurso un discursocientfico es la neutralizacin del efecto ideolgico como resultado de la relacinque el discurso establece con sus relaciones con lo real, desdoblamiento que defi-ne el efecto de cientificidad. Por lo tanto, este desdoblamiento no implica enabsoluto un desprendimiento del discurso en relacin con lo ideolgico; ins-taura una relacin con sus relaciones con lo real, el discurso no se libera de no squ prisin a la que habra estado sometido hasta ese momento, puesto queeste desdoblamiento no es otra cosa que la puesta en evidencia, por el discurso,de su sujecin a determinadas condiciones de produccin. En otras palabras: enun discurso, es la exhibicin de su carcter ideolgico lo que produce la cientificidad[Vern, 1996: 25].

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    As pues, tal y como avanzbamos, en cuanto sigue a continuacin intentare-mos apoyarnos en ciertas herramientas que nos brinda la tradicin sociolgicapara intentar producir efectos de conocimiento sobre la realidad social. Lo que,visto lo visto, supone necesariamente compartir con Bachelard la propuesta detratar de fundar la objetividad sobre la conducta ajena, o mejor, [...] elegir el ojo ajeno(siempre el ojo ajeno) para ver la forma (la forma felizmente abstracta) del fenmenoobjetivo: dime lo que ves y te dir qu es. [Pues] slo este circuito [...]puede darnosalguna seguridad de que hemos prescindido totalmente de nuestras visiones primeras[Bachelard, [1948] 1993: 283]. Lo que, a su vez, comporta igualmente para todosujeto de cualquier prctica cientfica verse sta sobre la naturaleza o sobrelas relaciones sociales una renuncia, un sacrificio, en cualquier caso ineludi-

    ble: Ah, sin duda no ignoramos nuestra prdida! De pronto, es todo un universo quese decolora, es toda nuestra comida que se desodoriza, es todo nuestro arranque psqui-co el que es roto, retorcido, desconocido, desalentado. Nos es tan necesario mantenerla integridad de nuestra visin del mundo! Pero es precisamente esta necesidad la quehay que vencer [Id :283].

    2. Qu trabajo?

    Explicitadas algunas de las razones que nos permiten pensar en ver alguna queotra cosa de inters encaramados a este rbol (la sociologa) podemos empezarya, sin ms dilacin, a echarle un vistazo a nuestro bosque (las relaciones socia-les), empezando por lo aparentemente ms incontrovertible y banal relativo ala naturaleza del bosque mismo: el trabajo. Si les siguiramos la bola a algunosconstructivistas radicales, en el sentido de que para entender qu es el trabajohay que partir de las definiciones que de l nos aportan los distintos actores que

    componen la realidad social, nos encontraramos con un primer problema: porcul de las definiciones existentes deberamos optar? Si para algunos el tra-

    bajo es una operacin encaminada a la produccin de bienes y servicios, paraotros se trata de una actividad forzada, o un factor de produccin que debeorganizarse de tal forma que permita generar un beneficio empresarial, o uncastigo divino al que debemos resignarnos a la espera de una recompensaen el ms all, con cul de estas definiciones deberamos comulgar?

    No pretendemos aqu imponer a nadie una definicin apriorstica del tra-

    bajo como nica forma vlida para actuar en su cotidianidad, dado que losmecanismos que cada uno nos damos para entender y dar sentido al mundo

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    en el que vivimos son muy variados y cada cual optar por aquellos que le per-mitan transitar en l de la forma ms llevadera posible. En muchas ocasiones,utilizamos aquellas definiciones articuladas por los discursos sociales que msse asemejan con nuestras vivencias. As, los empresarios prefieren definir sutrabajo como una actividad de gestin y organizacin del trabajo de otros quese legitima en funcin de su propiedad sobre los medios de produccin.Muchos trabajadores, por el contrario, opondrn sus reticencias a aceptar acr-ticamente esta legitimidad, en la medida en la que, sealan, son ellos mismoslos que activan esos medios de produccin por medio de su trabajo. Trabajoste de los trabajadores que, en ltima instancia, sera la nica actividad queproduce los bienes y servicios necesarios para la reproduccin de la sociedad.

    Estas dos formas de entender el trabajo pueden ser analizadas en funcin delas distintas posiciones en las que se encuentran empresarios y trabajadoresdentro de las relaciones que establecen entre ellos. Por lo tanto, puede sertil intentar comprender por qu una misma realidad, el trabajo, puede servista de formas tan diferentes en funcin de la posicin (objetiva y subjeti-va) social ocupada, lo que equivale a defender la pertinencia de un anlisisacerca del lugar que ocupa el trabajo en el conjunto de relaciones sociales,para lo cual ser necesario alejarse un poco de estas definiciones aportadaspor los distintos actores sociales.

    El trabajo considerado como actividad no nos lleva muy lejos

    Alejarnos de estas primeras definiciones va a permitirnos salir de algunoscallejones sin salida en los que se encuentran en la actualidad gran parte de lasapuestas polticas que se pretenden emancipadoras. A uno de estos callejonessin salida se llega inevitablemente desde los anlisis que privilegian un abor-

    daje del trabajo entendido ste como actividad (transformacin de la materia,la informacin y las relaciones humanas o sociales) encaminada a producir losbienes y servicios que utilizamos para nuestra reproduccin. Si esto fuera as,si el trabajo fuese definido en trminos de actividad humana o praxis, habraalguna actividad no definible como trabajo? Desde determinadas crticas femi-nistas se ha planteado que, frente a la invisibilidad y el poco o nulo reconoci-miento social que tienen las actividades domsticas, stas son, sin embargo,completamente necesarias para la reproduccin social actual. Si eliminramos deun plumazo todas las actividades que tantas mujeres realizan en el interior de los

    hogares, las necesidades sociales que stas cubren deberan bien ser obviadas,bien ser cubiertas de alguna otra forma. Reivindicando un reconocimiento social

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    tanto que actividad productora de esos bienes y servicios que adoptan actual-mente la forma social de mercancas. Es decir, que cuando hablamos de traba-

    jo asalariado no nos referimos nicamente a aquellos trabajadores adscritoscontractual y jurdicamente a un estatuto de asalariado, sino al hecho detener que poner en usufructo nuestra capacidad de trabajo durante un tiempodeterminado para poder participar en el intercambio de bienes y servicios,aspecto ste que provoca que nuestra vinculacin con la actividad desarrolla-da en el puesto de trabajo sea siempre condicional y con una continuidadnunca garantizada.

    Ahora bien, muchos discursos sociales (presentes y pasados) sealan a laforma mercanca como un mecanismo de dominacin ilegtimo. Se tratara,

    dicen, del mecanismo mediante el cual ciertos actores sociales (los empresarios)se apropiaran del trabajo de otros (los trabajadores), trabajo que, en ltima ins-tancia, sera el verdadero creador de los bienes y servicios producidos. Si el tra-

    bajo es la verdadera fuente de lo producido, y los empresarios meros apropia-dores externos, los trabajadores aparecern, lgicamente, como los propietarioslegtimos del trabajo. Veamos con ms detalle los fundamentos que sostienenestos argumentos.

    En primer lugar, todos ellos arrancan generalmente del siguiente punto de

    partida: no existe sociedad histrica conocida sin trabajo, esto es, sin activi-dades humanas destinadas a la produccin y reproduccin material de losindividuos que la conforman. Reproducindose a s mismos a travs de susactividades, los individuos reproducen, pero tambin recrean a su imagen ysemejanza, la sociedad que los vio nacer, pudiendo as transformarla social yculturalmente segn sus nuevas necesidades y deseos, a partir de las posibili-dades y limitaciones legadas por las generaciones precedentes. Aparentemen-te, esta constatacin de Perogrullo parece permitirnos enjuiciar el papel socialque cumplen actualmente nuestros trabajos: la actividad, lapraxis humana, se

    encontrara encorsetada, bloqueada, reprimida y mutilada por su representa-cin (social) salarial en las sociedades modernas. As, cuando la actividad, lapraxis humana, es representada socialmente como lo que no es, como lo que nopuede ser, es decir, como algo enajenable, alienable, separable de sus portado-res naturales para ser alquilable a terceros a cambio de dinero y ser puesta enfuncionamiento bajo formas y para objetivos que sus arrendadores y nica-mente ellos determinan, esa misma actividad, esa mismapraxis, se vaciara detodo contenido humano, deshumanizando consiguientemente tambin a susportadores. As pues, no resultara indiscutible la tendencia histrica hacia

    una progresiva descualificacin del trabajo bajo el rgimen salarial? No sehabra tratado incansablemente, bajo ese mismo rgimen, de profundizar el

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    proceso de separacin artificial entre concepcin y ejecucin? No se habranmecanizado hasta el paroxismo los procesos productivos arrebatando as sucontrol directo de manos de los trabajadores para entregarlos a la fra cadenciade mquinas sin alma? No se habran pulverizado en infinitos puestos yempresas diferentes esos mismos procesos de trabajo impidiendo as la capta-cin por parte del trabajador del sentido y la significacin sociales de su pro-pia actividad? As, todo este vaciamiento, toda esta mutilacin de su actividad,de supraxis, para el trabajador, no tendra otro contenido, otra funcionalidad,otra razn de ser que la de perpetuar el dominio de las clases dominantessobre las clases dominadas.

    En segundo lugar, y una vez establecido este tipo de argumentacin, la ten-

    sin o contradiccin central de las sociedades capitalistas contemporneasresultar, para estos discursos, difana como el agua: es aquella que se estable-ce entre el contenido ontolgico que, para lo social en cualesquiera momentosde la historia humana, acabamos de adscribir al trabajo en tanto que activi-dad, en tanto quepraxis humana, y la representacin artificial del mismo, entanto que mera mercanca, con la que la clase dominante capitalista tratara deinstrumentalizarlo con el nico objetivo, inconfesable, de perpetuar su domi-nacin. Si los trabajadores se rebelan necesaria y permanentemente es conse-cuencia del carcter irreductible, inconmensurable e inalienable de su traba-

    jo; si los empresarios se ven forzados a contra-atacar constantemente es siem-pre fruto de la imposibilidad de convertir definitivamente ese mismo trabajohumano en lo que ni es, ni puede llegar nunca completamente a ser: una meramercanca. Frente al planteamiento que acabamos de esbozar, un buen nmerode socilogos ha insistido en la necesidad de establecer otro punto de partidapara el anlisis: no es partiendo de la actividad humana o la praxis (categorastranshistricas) para buscarlas y reencontrarlas (ya sea mutiladas o encorseta-das, ya recompuestas o revivificadas) en las formas concretas de las prcticaslaborales modernas, como deberamos intentar dar cuenta de la significacinsocial y poltica del trabajo en la actualidad. Por el contrario, el punto de partidairrenunciable del anlisis tendra que ser el hecho fctico de que las capacidades labo-rales de las personas son movilizadas en las sociedades modernas, precisamente, entanto que mercancas. Lo cual supone una verdad de Perogrullo al menos tanincontestable como la anterior! No obstante, estas verdades de Perogrullosobre las cuales parecemos estar todos conformes, pasan pronto al bal de losrecuerdos en cuanto nos lanzamos al anlisis de la realidad social o a la inter-vencin poltica sobre la misma, colocando lo que nos pareca evidente entreparntesis, como si fuera una premisa y un previo que, en la prctica, no inter-vendra en la configuracin real de las dinmicas sociales. As pues, tengamos

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    paciencia y, pese a que puedan constituir aspectos ms o menos evidentes,antes de lanzarnos a evaluar moralmente sus resultados... examinmosla!

    El examen que a continuacin vamos a desarrollar, partiendo de esa realidadmercantil de la movilizacin de las capacidades laborales de las personas en lassociedades modernas, persigue un objetivo central: mostrar la naturaleza dualdel trabajo en nuestras sociedades. Actividad material o simblica, concreta, deproduccin de bienes y servicios, por un lado, pero tambin y simultneamente,por el otro, tiempos de trabajo, socializacin, formacin, recuperacin y ocio,abstractamente homologados, comparados, evaluados y jerarquizadosmediante una multiplicidad de medidas sociales. Medidas relativas a los resulta-dos del trabajo, a las actividades laborales y a las capacidades laborales de las personas.

    Son estas medidas mltiples volcadas sobreproductos, actividades y capacidadeslas que aqu vamos a ir examinando una por una, con objeto de mostrar, final-mente, lo siguiente: son los resultados generales (perpeta y permanentemen-te renovados) de esa homologacin, comparacin, evaluacin y jerarquizacinde tiempos abstractos los que configuran hoy las paredes que tabican las vidasde las personas. No es, por lo tanto, lo que hace la gente y cmo lo hace lo centralo prioritario a la hora de comprender nuestras sociedades sino, por el contra-rio, el cmo aquello que hace la gente va a ser comparado, medido, evaluado y jerarqui-zado al nivel de la totalidad social, esto es, mediante procedimientos semi-auto-

    mticos cuyos resultados generales van a presentar una consistencia y unadireccin cuasi-autnoma frente a los individuos y sus quehaceres particula-res. De esos resultados generales, como veremos, depende en la prctica elmantenimiento, la progresin, la regresin o la desaparicin final de unos yotros quehaceres y, con ellos, de la existencia y el valor social de las clases deindividuos que los realizan.

    3. Los trabajos que se compran y se venden

    Las razones por las cuales se entra en el circuito del trabajo asalariado sonvariadas: por necesidad, por la bsqueda de un reconocimiento simblico, porpuro aburrimiento, por no soportar ms a los padres o por seguir el caminopor ellos trazado, etc. Pero se acceda al mundo laboral por unas u otras razo-nes, lo que parece innegable es que el trabajo asalariado opera en nuestras

    sociedades como un mecanismo general de acceso a la vida social. En razn deello, los trabajadores, de forma general, asumirn someterse a la disciplina

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    empresarial por representar ste el nico medio que tienen a mano para obte-ner un salario y, por supuesto, todo lo que ste significa, empezando por loms elemental: el acceso al mercado y su cmulo infinito de mercancas.

    De forma bsica y general, podemos entender este salario como la contra-partida que el trabajador obtiene por ceder parte de su tiempo a la empresa,por poner sus capacidades productivas en acto segn las indicaciones queemanan desde la gestin, encargada de coordinar la labor de cada trabajadorcon la del resto de trabajadores y con los medios de produccin (maquinaria,materias primas, locales, etc.). Es decir, en un principio, nos encontramos conindividuos libres a los que nadie fuerza formalmente a trabajar. En las socieda-des capitalistas, a diferencia de otros sistemas sociales, la relacin que se esta-

    blece entre empresarios y trabajadores es una relacin mercantil, regulada porun intercambio monetario en el que ninguna de las dos partes est obligada apermanecer eternamente en la relacin: el trabajador puede abandonar laempresa siempre que quiera, mientras que el empresario tiene el derecho dedespedir al trabajador, si bien los ciclos de luchas sociales han establecido cier-tas limitaciones y contrapartidas a este derecho. La relacin entre el trabajadory la empresa es una relacin entre individuos formalmente iguales, aunquesocialmente diferentes. La principal diferencia social se refiere a las condicionesmismas de acceso a la relacin que va a establecerse entre ambos: el trabajador

    llega a la relacin de intercambio sin disponer de otro atributo que el de sucapacidad laboral, mientras que el empresario cuenta con una masa monetariaque le permitir poner en marcha su empresa a la bsqueda de un beneficio,debiendo para ello ceder parte de esa masa monetaria a los trabajadores queemplea bajo forma de salarios.

    Este es el contexto bsico que hace que las capacidades de los individuossean compradas y vendidas todos los das en sus respectivos mercados, adeterminados precios, diferentes segn las diversas especies y cualidades de

    esas capacidades y de las condiciones de su aplicacin productiva. En unmundo en el que los lazos que, indirectamente, nos ligan a todos con todos nos sitanalternativamente como compradores y vendedores de cosas (ya sean capacidadeslaborales, bienes y servicios, tierras o dinero), con las oscilaciones de las relacionesde proporcionalidad en los intercambios de las mercancas , con las oscilaciones desus precios, nos jugamos siempre mucho ms que un ingreso ocasional, nos

    jugamos nuestro propio valor social y con l, el conjunto de nuestras condiciones devida. Ahora que, evidentemente, no slo son las capacidades laborales de laspersonas las comparadas, medidas y evaluadas una y otra vez (con resultados

    desiguales para sus propietarios) sino que lo son en paralelo y en relacin conlas actuaciones laborales a las que dan lugar, y en relacin a los bienes y servi-

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    cios que, finalmente, resultan producidos gracias a dichas actuaciones labora-les. Consideremos uno por uno estos tres procesos de equiparacin y medida.

    Trabajos cuyos resultados se intercambian entre s

    En primer lugar, los resultados de las actuaciones laborales los productos, bienes y servicios se intercambian socialmente entre s siguiendo ciertasrelaciones de proporcionalidad variables entre ellos. As, por ejemplo, los pro-ductores de bienes y servicios las empresas dependen de las condicionesen las que van a realizarse los intercambios de sus productos frente al resto deproductos para tener garantizada la continuidad de su actividad productiva.Ahora bien, que el precio real del producto, una vez es puesto a la venta, coin-cida con el precio estimado previamente a partir de los clculos iniciales rela-tivos a los costes de su produccin, a los mrgenes de beneficio necesarios paracubrir la inversin inicial en plazos razonables, a la demanda potencial estima-da, etc., resulta en el mundo moderno indeterminable a priori. La multiplicidadde unidades productivas independientes que conforman la economa-mundo, ascomo las variaciones permanentes de los factores (medios naturales materias

    primas, fuentes energticas; medios tecnolgicos; recursos organizativos; ido-neidad niveles de formacin de capacidades humanas y disponibilidad geogrfica, pero tambin relativa a las expectativas de consumo y estrategiasde las familias, as como al poder de negociacin alcanzado por diferentes gru-pos de asalariados de dichas capacidades humanas) que estn incidiendo enla productividad de sus procesos de trabajo, constituyen el sustrato real de loque usualmente se conoce como el riesgo necesariamente adscrito a toda ini-ciativa empresarial. Esa productividad, que aumenta la eficiencia del procesoproductivo, contribuye a rebajar los costes de produccin por unidad de pro-

    ducto permitiendo, potencialmente, la rebaja de su precio frente al de la com-petencia. Pero, qu nos garantiza que, pongamos por caso, la innovacin orga-nizativa que nos va a permitir en Soria poner en el mercado unos pantalonesms baratos que el ao pasado no va a resultar compensada y sobrepasada enTokio, por otra empresa a travs, en su caso, de una innovacin tecnolgica?En semejante situacin, el precio estimado de nuestros pantalones podra aca-

    bar suponiendo, en el mercado, dos veces el precio de los mismos pantalonesproducidos por esta nueva e inesperada competencia nipona. Como resultadode lo cual nos veremos obligados a rebajar el precio real de los nuestros con las

    consiguientes prdidas, bajo riesgo de vernos enterrados en montaas de panta-lones para los que, ahora, nadie est dispuesto a pagar el precio que habamos,

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    inicialmente, estimado para ellos. Las medidas (costes de produccin) realizadaspor los productores, por las empresas, en torno a las proporciones de intercam-

    biabilidad de sus productos se revelan entonces como estimaciones aproximati-vas frente a un precio real que va a oscilar, en la prctica, determinado por con-diciones de produccin y niveles de productividad reales ligados, en cadamomento, al conjunto efectivo de las unidades de produccin implicadas direc-ta o indirectamente en la produccin de bienes semejantes.

    Trabajos actividad laboral que se miden

    En segundo lugar, esta indeterminacin apriorstica del precio efectivo de losresultados del trabajo, de las proporciones en las que se van a realizar sus inter-cambios con el resto de los bienes y servicios producidos para la venta, estestrechamente ligada a la necesidad de medidas aplicadas al esfuerzo produc-tivo realizado en dichos procesos de trabajo, a estudios y clculos aplicados per-manentemente en las empresas en torno a los tiempos de trabajo de los opera-dores humanos y mecnicos que en l intervienen. Estas medidas volcadas enlas actuaciones de mquinas y trabajadores son las que ayudan en todo momen-

    to a las empresas a planificar e implementar las necesarias transformacionesque la situacin anteriormente expuesta exige, es decir, frente a la amenaza per-manente de la productividad incrementada de los dems (catstrofe a la vista!)colocarse en condiciones de saber por dnde empezar a meterle mano al proce-so de trabajo con vistas a incrementar, a su vez, la productividad propia.

    De manera que, por medio del aumento de la productividad del trabajo, lasempresas particulares pueden poner en el mercado los bienes y servicios queproducen a un precio menor que el de sus rivales, hacindose as con unamayor cuota de mercado y consiguiendo de esta forma aumentar sus benefi-

    cios. El aumento de la cuota de mercado se da no slo porque sus competido-res no puedan poner en circulacin sus mercancas a los mismos precios que laempresa que ha aumentado su productividad, sino tambin porque esta reduc-cin de costes y precios operada por la primera de las empresas permitir queaccedan a dicha mercanca consumidores con anterioridad excluidos. En raznde ello, el aumento de la productividad del trabajo de una empresa particularprovocar con frecuencia la quiebra de muchos de sus competidores, pero tam-

    bin impulsar a muchos otros a realizar operaciones similares, es decir, aintroducir cambios organizativos y tcnicos en la produccin y a buscar en elmercado de trabajo a trabajadores menos caros que puedan llevar a cabo las

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    actividades productivas. Los beneficios extras que la primera empresa habaconseguido por medio del aumento de la productividad se vern, antes o des-pus, compensados por el aumento de la productividad de sus competidores,establecindose de nuevo un cierto equilibrio entre todas las empresas que pro-ducen los mismos bienes o servicios, equilibrio que volver a romperse cuandoalguna de ellas descubra nuevas formas de aumentar su productividad.

    Trabajos capacidad de trabajo que tambin se alquilan

    Sin embargo, y en tercer lugar, los aumentos de la productividad del trabajo noaseguran a las empresas, por s solos, la obtencin de beneficios, sencillamen-te porque para obtener un beneficio las empresas no slo deben producir mer-cancas, sino que tambin deben conseguir venderlas. A las empresas, pareceevidente, no les interesa producir ms y ms mercancas, sino slo aquellasque vayan a ser compradas. Y cmo se produce en nuestras sociedades esteajuste entre produccin y consumo, este ajuste que acaba producindose, aun-que siempre de manera inestable y a costa de la quiebra de muchas empresas?De entrada, se trata de un ajuste que puede resultar increble en sociedades en

    las que las demandas de los consumidores no son estables a lo largo del tiem-po, y en las que cada empresa particular produce slo una parte de la deman-da social global, de manera aislada, guindose slo por sus propios intereses,sin saber claramente qu mercancas son las que la sociedad va a demandar yen qu proporcin. Que las empresas producen los bienes y servicios que lasociedad reclama y/o absorbe, y que lo hace mediante mecanismos que llevanimplcitos la obtencin de un beneficio, pueden parecer constataciones bana-les, sin embargo, partir de estos mecanismos nos va a permitir explicar algoacerca de cmo se producen los ajustes entre produccin y consumo, cuestin

    en absoluto banal. Veamos la cosa paso por paso, aunque para ello tengamosque dar algn que otro rodeo por el tedioso mundo de las empresas, las capa-cidades laborales y los beneficios.

    Primera constatacin: un aumento (o una disminucin) en la demanda deuna determinada mercanca provoca que su precio tambin aumente (o dismi-nuya). Si, por las causas que sean, una determinada mercanca deja de ser recla-mada por los consumidores, muchas de las empresas que la producan podrncaer en bancarrota y tendrn, por tanto, que cerrar o reciclarse. De la mismamanera, el aumento de la demanda de una mercanca, y los consiguientes bene-ficios que esto pueda provocar, llevar a muchos empresarios a interesarse en

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    producirla. Hemos sealado ms arriba que la posibilidad de obtener benefi-cios produciendo una determinada mercanca no viene determinada slo porel aumento en la demanda de la misma, sino tambin por una mayor produc-tividad de los trabajos que la producen. As pues, en funcin de la mayor omenor demanda de una mercanca y de la mayor o menor productividad delos trabajos que la producen, unos sectores productivos sern ms rentablesque otros. Los ms rentables aparecern (en principio y si contamos conempresarios ms o menos sensatos) como ms atractivos, objeto, pues, demayores inversiones. Un fenmeno ste que, al provocar un aumento de lacompetencia empresarial, acabar reduciendo de nuevo, como sealamosantes, su rentabilidad. Pues bien, es precisamente este doble juego de ganan-

    cias y prdidas relativas (provocadas tanto por el aumento o la disminucin dela productividad de los trabajos, como por los aumentos o disminuciones de lademanda), el principio bsico que genera el reajuste permanente entre las dis-tintas necesidades socialmente expresadas (consumo) y el peso relativo de losdistintos sectores econmicos (produccin).

    Segunda constatacin: podra parecer que estos procesos mercantiles queestamos explicando son dirigidos simplemente por la ley de la oferta y lademanda. Pero podemos comprobar que esto no es sino una apariencia (nifalsa, ni verdadera): se trata de mecanismos mercantiles que estn articulados

    y atravesados por complejos procesos de evaluacin, medida y jerarquizacindel trabajo humano y, en ltima instancia, de su explotacin. Ahora bien, aclare-mos de antemano a qu nos estamos refiriendo cuando utilizamos el conceptode explotacin. No lo hacemos para referirnos a una especie de robo, a unrobo supuestamente ejercido por los empresarios sobre los trabajadores, alquedarse aquellos con los beneficios que, en ltima instancia, habran produ-cido estos ltimos con su trabajo. No, ya hemos explicado anteriormente que,en las sociedades salariales, trabajadores y empresarios son sujetos jurdica-mente libres y, por tanto, la relacin comercial que establecen entre s al cederlos primeros parte de su tiempo y de sus c