Literatura Latina en Romance

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  • 8/19/2019 Literatura Latina en Romance

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    LITERATURA MEDIEVAL

    Volume II

    ACTAS DO IV CONGRESSO

    DA

    À s s o c i A g À o  H I S P Á N I C E  L I T E R T U R M E D I E V L

    Lisboa, 1-5 Outubro 1991)

    Organizagao

     d e

    AIR E S A . NAS C IM E NT O

    e

    CRISTINA ALMEIDA REBEIRO

    E O I G Ó E S C O S M O S

    L i s b o a

    1993

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    1 9 9 3 ,  E D I C Ò E S C O S M O S  e  A S S O C I A Ì À O H I S P Á N I C A

    D E L I T E R A T U R A M E D I E V A L

    Reservados todos os direitos

    de acordo com a legisla^áo em vigor

    Capa

    Conc ep9ào: Hen rique Cay atte

    Impressào: Li tograf ia A morim

    C o m p o s i ^ à o e I m p r e s s à o :

      EOIFOES

      C

    OSMOS

    1« edÌ9ào: M aio d e 1993

    Depósi to Legal : 63839/93

    ISBN: 972-8081-05-7

    Difusào DistribuÌ9ào

    L I V R A R I A A R C O Ì R I S E D I C Ò E S C O S M O S

    Av. JúUo Dinis, 6-A Löjas 23 e 30 — P 1000 Lisboa Ru a da Em end a, 111-1® — 1200 Li sbo a

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      iteratura atina y enguas Rom ances

    Manuel C Díaz y Díaz

    Universidad de Santiago de Compostela

    Nadie puede discutir hoy de manera coherente la continuidad e interpenetración de la

    literatura latina y las nacientes li teraturas románic as en los siglos me dios . En efec to todos

    solemos aceptar com o si de un axioma se tratase pero con visiones difere ntes el hec ho de la

    continuidad radical que implica que la realidad literaria en los primer os siglos de este segu ndo

    milenio a punto de finalizar llegó a expresarse en cualquiera de aquellas lenguas. Resulta

    curioso el impacto producido por el l ibro de Curtius desde hace cuatro decenios cons ecue ncia

    de la enorme aportación de variados materiales con que el i lustre profesor de Heidelberg

    docimientó este hech o que por otra parte sólo representaba cierta nov eda d acaso más para la

    investigación de nuestra época que para tiempos má s antiguos en que se tenía clara conc iencia

    de tal continuidad primero e interpenetración después. Me permitiré hacer a este propósito

    unas reflexiones en al ta voz refiriéndom e de manera preferente a los ambientes de los re inos

    cristianos de la mitad occidental de la Peníns ula.

    El singular fenómeno de la aparición de las li teraturas románicas no deja de suscitar

    sesudos y picantes problem as que a me nud o han atenazado a los investigadores y a los

    estudiosos en general de la producción literaria en una u otra lenguas. Habría que comenzar

    teniendo en cuenta que ya el echo de ponerlas en parang ón en línea de igualdad resulta

    admirable de un lado y no fácil de comp rende r del otro. La m ejo r prueb a reside en los va riados

    modos en que abordan este problem a difirien do notablem ente unos y otros investigad ores.

    Buena parte de los que partiendo del latín se han ocupad o poc o de esta cuestión ven — en los

    temas en los tópicos en la conservación y adaptación de form as lingüísticas retóricas o

    incluso poéticas — una continuidad y pervivencia que arranca del hecho de que se imponía

    perentoriamente a las gentes de aquellos siglos la idea de que sólo en latín se realizaban las

    matizaciones de léxico las evocacion es de toda clase que prov ocab an y fav orec ían las

    lecturas de los grande s autores los uso s ma rcad os y canon izados por la retórica al us o los

    colores que daban a cada compo sición la reque rida calidad literaria. Es decir se pond eran los

    caracteres que señalan la li teratura como cosa propia por origen y destino de una minoría

    culta cerrada en sí mis ma y orgullosa de su riqueza exclusiva. Por su lado mu cho s es tudiosos

    que abordan la Edad Media desde el punto de vista de las lenguas modernas ven el problema

    bajo ima perspectiva distinta: pue s la minoría c ulta poseía el latin las gentes del co mú n

    buscaron en aquél los elementos literarios que fueron ennobleciendo su producción — casi

    diríamos autóctona — con el objetivo acaso subconciente de llegar a para ngo nars e con la

    poderosa minoría que guar daba la li teratura latina com o bien privativo. Es decir la llamad a

    continuidad consistía básicamente en la apropiación y utilización románica de los elementos

    latinos precedentes.

    Así se fu e imponiendo y pervive la preocupación por definir la relación entre ambas

    produccion es literarias des de el pun to de vista rom ance me diante la aplicación del mé todo

    que la erudición del siglo

     XD

    fu e poco a poco puliendo hasta hacerlo dúct il y matizado com o

    relación de dependencia en que el latín funciona como fun dam ento o fuente. O d icho de otra

    man era en el proce so diglósico que caracteriza los siglos vni-XI una lengua se con stituye

    com o facto r de contin uidad la latina estilizada en su form a escrita mien tras que la otra las

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    que llegarán a ser lenguas rom ánicas, evo luciona de mo do insens ible pero inevitable: sólo la

    refer encia de una a otra da la med ida del cambio en esta última. El problem a d iglósico, im por-

    tante al afíanzarse la nacionalidades, acaba solucionándose de manera bastante radical: las

    lenguas románicas orales acaban por convertirse en lenguas escritas, pasando el latín a partir

    de ese mo me nto a la condición de segund a lengua en nueva y diversa relación con a quéllas. Es

    el tránsito a lengua literaria el que nos interesa.

    Por suerte la investigación ha sabido trans ferir al plano de la li teratura lo que los lingüistas

    habían ido perf iland o durante estos cien últimos años. En efecto, desd e los tiempos áureos d e

    Roma, durante los varios siglos del Imperio, y poco después de desaparecida la estructura

    política de éste, se fueron dando xina serie de influencias, tensiones internas, y situaciones

    geográficas, sociales, políticas y culturales variadas que modificaron el latín. Pero estas

    modificaciones, que vistas a distancia y consideradas aisladamente parecen impresionantes,

    en la realidad cotidiana y contemporánea no pasaban de ser variaciones y diferencias más o

    men os profund as a veces, sólo com o «rasgos presagiadores» de lo que se avecinaba) dentro

    de un a sola y única lengua. A sí se mantiene la situación ha sta que la toma de concienc ia de la

    diversidad con enfre ntam iento diferenciad or nueva lengua /v/ latín), ajustad a a condicion es,

    mom entos y si tuaciones determinados, provoca un cambio acelerado que l leva de inmediato,

    y en todos los planos casi simultáneamente, a un reajuste de las modificaciones en beneficio

    de nuevas estructuras que son ya los primeros balbuceos de imas realidades diferentes, las

    nuevas lenguas. Habladas por grupos distintos, que sin embargo siguen teniendo ima serie de

    ambientes y modos de vida similares, este feliz nacimiento no supone la desaparición del

    latín, sino su «desviación» su stancial. El latín ahora ya definitivam ente identificad o con latín

    literario, o al me nos con su casi equivalente de latín escrito) con tinuará s iendo la lengua tradi-

    cional mira ndo hacia atrás, y suprasegm ental, si se mira hacia delante segm entos suyos son,

    en efecto , las nuevas realizacion es lingüísticas). Su propio peso hac e que siga siendo no sólo

    la lengua que trasmite toda la antigua literatura, sino también el vehículo idóneo y por el

    momento insustituible para el mundo intelectual y las relaciones entre grupos.

    En este punto la fuerza que actúa con eficacia y repercusión más poderosa y plurivalente

    a mi entende r es la eclesiástica. Por un lado, agrup aciones c om o la parro quia, y sobre todo la

    diócesis, establecen lazos firmes de cohesión en tre las gentes y provoca n — o permiten — la

    aparición de variedades peculiares de lengua, propias de quienes se sienten miembros de

    com unida des sólidas y afines. A su vez estas com unida des tienen neces idades qu e trascien den

    sus limites, como la li turgia y sobre todo la predicación, y causan nivelaciones crecientes

    entre las variedades más pró ximas, singularmente c uando juega im elemento polí t ico, o co n

    menor frecuencia entonces económico, para relacionarlas y trabarlas. De otra parte, el mundo

    eclesiástico necesita a su vez contar con ciertos medios de unidad qu e se m uev an a cordes c on

    las tendencias centrípetas de Roma en este tiempo, desde época carolingia al siglo de

    Gregorio

      VII

    Por ello me parece que los estamentos sociales como tales juegan im papel

    menos destacado en la primera y sustancial configuración de los dialectos postlatinos de que

    surgirán las lenguas románicas.

    Paralela, pero con diferenc ias en el t iemp o y en el mo do, va a presentarse la cuestión d e las

    nuev as literaturas. Querría distinguir entre las creaciones literarias con cierto carácter espo n-

    táneo, es decir aquellas que surgen an ónim as, hasta parecer productos del gru po social, u ob ra

    colectiva, como necesidad para comunicar sentimientos generales, tales como el amor, la

    tristeza y la alegría o enseñanzas, como en los apólogos o cuentos; y aquellas producciones

    que — com o había form alizado la vieja retórica — requieren la act ividad específica de u n

    creador bien individualizado que «inventa, dispone y compone» la obra.

    Esta diversidad de formas por otro lado se ha dado siempre. El problema se plantea

    concreto y agudo en el caso de la creación literaria propiamente dicha, cuando se toma

    concien cia de dispone r de má s de im vehículo lingüístico, caída la unicida d y exclusividad del

    latín. Mientras para muchísimas obras de la diversidad de lengua podría ser sólo cuestión de

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    elección, aquel las que van dirigidas a un p úblic o extens o, a l que se quiere l legar ya que sólo

    él las just i f ic a , no t ienen opción l ing üíst ica: han de ut i l izar la lengu a com ún . Un cas o m uy

    significat ivo es e l de la pred icación crist iana.

    La Iglesia , cons ervado ra a ul t ranza, tarda en aceptar e l princip io de cam bio d e leng ua en

    la predicación, camb io que at isba co m o inevi table y que siente com o pel igroso: la pred icació n

    en la Iglesia occiden tal , ya desd e antes de los t iemp os de Grego rio Ma gn o, tenía un os m od os

    únicos y imitarios. Pienso que los movimientos eclesia les del s iglo   XI con su preocupac ión

    casi obsesiva por acelerar la for m ació n crist iana de los f ieles, en extens ión, pero so bre to do en

    intensidad, van a l levar a m uch os ánim os despué s de la escueta , e intrasce nden te p ara

    nosotros formulación del conci l io de Toiu-s en 813, y otros similares posteriormente) a plan-

    tearse seriam ente e l pro blem a del camb io de lengua, qu e en su inicio se siente sólo co m o im a

    necesidad para m ejor ar la difusió n de los principios c ris t ianos, en pugn a con la neces idad de

    mantener la cohesión l ingüíst ica , soporte imprescindible bajo otros puntos de vista de ima

    necesaria e inequívo ca coh esión doctrinal . En el fon do jue gan aqui no poco s factores : las

    lenguas de la mayoría — que por ser varias causan graves dificul tades a muchos niveles,

    frente a la cóm oda unidad la t ina — impon en este cam bio de orientación, que viene determ inado

    asimism o por factore s econ óm icos y sociales, con la aparic ión de la nue va vida en los burg os

    y los cam bios de estructuras pol í t icas de toda clase . N o se t ra ta de un fen óm en o qu e po dam os

    simplificar con referir lo sólo a cuest iones de lengua o l i teratura . En ciertos ambientes e l

    camb io de act itud se im po ne resuel tam ente . En 1200 Francisco de Asís fu nd a la prim era de las

    órde nes men dic ante s, la de los franciscanos, a la qu e sigu e un os añ os desp ué s la de los

    predicadores, creación de Dom ing o de Gu zm án: unos y otros sienten la necesid ad d e l legar a l

    pueblo, a la gente sin formación ante la que se estre l laba i rremisiblemente la predicación

    tradicional , a justada a cánones y formulaciones l ingüíst icas y re tóricas que no lograban

    entender los humildes, a veces creyentes de buena fe pero sin luces, otras gentes buenas

    vencidas por los a tract ivos d e herej ías o mo vim ientos disidentes.

    Estas corrientes de opin ión en tom o a la evange l ización, y a la predica ción c om o m od o

    normal de e l la^ no son exclusivas de los primeros años del s iglo

      XIII

    sino que se habían

    iniciado, s iquiera t ímid am ente, mu cho antes por lo qu e hace al pro blem a l ingüíst ico. Te ne m os

    una excelente mu estra , la de los textos glosad os, provistos con fo rm as suplet ivas que b usc an,

    a no dudar, hacer más comprensibles c iertas piezas de interés, cuyo conocimiento parecía

    deseable que l legara a m ás gentes qu e las que, dispo nien do de un a formación la t ina de base,

    lograban mejor que peor entenderlos, a l menos en su sent ido general . Quiero decir que no

    considero los textos glosados puros test imonios escri tos de la nueva lengua: me parecen los

    prim eros fi rm es balbu ceos por l legar a un a «l i teratura» en rom anc e. En Cas t i l la pres cind o en

    este m om ento de las posib les conno taciones riojanas en algún caso) disp on em os de las

    l lamadas Glosas E mi l ianenses y da las S i lense englobo en es tas deno min ac ione s y a

    consagradas diversas series y textos que a fin de cuentas provien en de estos grand es ceno bios).

    No me entretendré ni im minuto en consideraciones l ingüíst icas.

    Interesa que veamos cómo aparecen, y que rastreemos con qué fin se registran estas

    glosas. Prim er hecho im portan te: las piezas que se glosan no se caracterizan po r su exce lencia

    form al l i teraria s ino po r su condición y con tenido , s iendo en la línea de pastoral eclesiást ica

    mu y significat ivas. Us ualm ente se dice qu e en San M il lán se t ra ta en prim er lugar del

    manuscri to 60 de la Real Academia de la Historia de Madrid, reproducido en facsímil en

    1977), se glosan sermo nes d e Agust ín y extractos de las Vidas d e Padres. Es casi ver dad . Pe ro

    esta designación, inconcreta , y parcialmente inexacta , cela los verdaderos términos del

    problema. Cuando bien entrado el s iglo XI se apostilla el códic e 60 de la Co goU a, las glos as se

    ext ienden a dos  exempla  uno adap tado de las  Vitae atrwn  y o tro form ado por una de las

    cartas supu estas de Aristó teles a Aleja ndr o), así com o a cuatro serm ones que , originario s t res

    a l menos) de la p luma de Cesáreo de Arles , formaban par te , debidamente re tocados y

    recortados, de la colección conocida como Homil iario Toledano. El rasgo comlín de todas

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    estas piezas es su estricto carácter escatològico, que las hacía m uy ap tas, como hab ía pre visto

    el adaptador de las mismas, para exposición o predicación cuaresmal. Hay diferencias en el

    modo de glosar no carentes de significación. Mientras en una primera fase de las glosas las

    palabras romá nicas van situadas encim a de la latina, en la última sin que este orden lleve a

    suponer que se corresponde con prelaciones temporales), presentan marcas de envío. Si este

    último procedimiento hace en apariencia menos directa la glosadura, acaso implique por su

    parte ima mayor aceptación del cainbio de lengua. D e otro lado, la trasferencia de me canis mo s

    se hace patente por aparece r en mu cho s folios, incluso en algunos que ofre cen poc as glosas

    léxicas o sintácticas, marcas gramaticales sujetos, comp lementos) qu e denuncian claramente

    una voluntad de adaptación escolar, que suplantaría los elementos lingüísticos utilizando sin

    embargo la misma técnica gramatical.

    Pienso que el objetivo contemplado en la glosadura no es, como se dice a menudo, el de

    facilitar la lectura por parte de los clérigos, sino el de ofrec er posibilidad es de transfo rm ación

    del texto, para que la inclusión de las glosas, presentadas como alternativa de la forma allí

    escrita, disuelva algunas dificultades de la narración latina, sin alterar el tenor sustancial de

    ésta. Es decir, ha de entenderse como ensayo de una especie — me atrevería a decir — de

    lengua mixta que permita a un oyen te leido o declama do el texto) un a m ejo r com pren sión del

    con junto . Tod avía no se ha dado el cambio radical de men talidad qu e autorice sin m ás la susti-

    tución de una lengua por otra en una com posición literaria los serm ones van pu estos

    pseudep ígrafos nada menos que bajo el nombr e de Agust ín). Pero const i tuye un paso en e sa

    dirección. Para mejorar la adecuación latín/romance, evitar improvisaciones, y acaso para ir

    cons tituyendo un com o repertorio de ejemplo s utilizables en la predica ción po pular, se pone n

    por escrito las form as rom ances fijándolas. Se conserva la leíición antigua, que no se su planta

    más que en una función pràtica concreta. Y a la vez se va creando un acervo lingüístico

    utilizable en otros mom entos, de la mism a man era y con el mi sm o principio con que se hab ían

    originado los glosarios latinos, conocidos y empleados en la docencia emilianense en la fase

    de com pren sión y explicación de los textos conserv amo s aún dos de estos glosarios en los

    manuscritos 46 y 31 de la Real Academia de la Historia, Madrid). La única sentencia

    elaborada como tal, y ya avanzando sobre palabras sueltas, figura en el folio 72 del dicho

    Emilianense 60: consiste en una doxología expandida, similar a otras que cierran obras o

    piezas teológicas o litúrgicas de toda clase. Viene a ser propiamente la primera traducción

    penins ular, con la particularidad de que la versión rom ance ac omp aña al pro pio texto orig inal,

    traducción en el margen, texto en la caja. Importa mucho señalar que se trata de una

    disposición en que el romance todavía reconoce su carácter ancilar.

    Qu e esta aparición de glosas form a parte de im mov imien to cultural de sentid o so ciológic o

    se comprueba bien en el caso de Silos. El texto en el que encontramos las llamadas Glosas

    Silenses que diría prime ras) es ni más ni me nos que un Penitencial, tratadillo si los hay d e

    hondas repercusiones en la predicación de todo tiempo. El carácter moral y edificante que

    presenta por este tiempo la predicación, en perjuicio de las explicaciones y enseñanzas

    dogmáticas, confiere a estos repertorios de pecados y su penitencia correlativa singular rele-

    vancia. Como era de esperar, aquí son los pecados y sus circunstancias los que reciben la

    inmen sa mayoría de las glosas. Es de subrayar que el ma nusc rito de Silos Lon dres B M   add.

    30843 presenta ya las glosas má s institucionalizadas e n func ión del texto, pue s van copiad as

    ad hoc por el propio copista, colocadas con fallos poco relevantes) so bre el vocablo p ertinente

    sin signos de envío com o anteriorm ente. Tal tratamiento denim cia a la vez una nu eva actitud

    ante las glosas que ya no pued en ser tenidas por anotaciones m ás o me nos vergo nza ntes, s ino

    como un nuevo dato que goza de cierto reconocimiento), y la anterioridad relativa del

    momento real de esta glosadura.

    Visto así estos me canism os glosísticos, se excluye del todo la idea de que sean recu rsos de

    clérigos poco ilustrados para lograr comprender los textos latinos. Por otro lado, frente a

    interpretaciones comúnmente admitidas, no parece que la terminología cristiana más elevada

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    se conserve en latín, como patrimonio privativo del clero, pues las glosas son numerosas a

    estos vocablos y ex presiones.

    Ahora sabemos que los manuscritos con glosas castellanas van más allá de los men-

    cionados. Una serie de mo vimientos de liberación, afirmación y, aún añadiría, de equipa ración

    de la propia lengua románica pu ede reco nocer se en el con junto glosístico que edité hac e imos

    años en el último hom ena je que sus amigos y discípulos rendimo s a la gran perso na y agud o

    investigador que fu e B. Bisc hof f, que lamen tableme nte hem os perdido hace unos días p ara

    siempre. Se trata de un excelente manuscrito litúrgico de uso en el oficio divino, monástico

    por supuesto, en todo caso clerical y no popular: el manuscrito Silense Londres BM   add.

    30851. En él se glosan no pocos himn os, lo que parece apuntar, desnortad am ente, a un intento

    de remodelar  uernulis uerbis  produccione s poéticas de alta calidad. Un paso má s, sin dud a, en

    la difícil ruta hacia la norm alización de la nuev a lengua . Ahora ya no se descu bre en abso luto

    la perspectiva pastoral de la predicación que justificaba una actuación extraordinaria en el

    campo tradicional de la lengua eclesiástica. Este códice es de uso interno de la comunidad

    silense, en la que a mediados del siglo XI se participa en tan trascendental innovación,

    disimulada en parte, y en parte subrayada po r dos hechos cu riosos: que las glosas rom ánica s,

    pocas pero únpo rtantes, se mezc lan con otras latinas sacad as de glosar ios con lo que e sto

    significa de nivelación interpretativa); y el hecho de que los signos de envío son aquí, en la

    mayoría de los casos, notas musicales. Si reunimos ambos hechos, l legamos a la conclusión

    indiscutible de que la aceptación de términos románico s algunos interesantísimos, c om o

    saucia: piagata obstruât: serret g ramina: erba rorulenta: ruscienta pruina: gelata etc.), se

    debe a un anotador bien arm ado y culto. Los hinm os m ás glosados so n los del ciclo tem poral,

    en el santoral los de san Félix, Justo y Pastor entre otros, y en el común los de exequias

    sacerdotales, sin que las dificultades de los poemas supongan mayor presencia de glosas.

    Estos hecho s tienen lugar en el siglo

     XI

    Poco d espués , el siglo XII ya avanzado — no sin

    notables precedentes, aislados y poco formalizados — la romanización alcanza otro campo

    también de reperc usione s gen erales, la docum entación priv ada. Sería difícil decidir si son los

    propios notarios los que sienten la necesidad, y ceden a lo comodidad, de ir introduciendo

    vocablos o frases román icas no por supu esto en las fórm ulas jurídicas , de mo me nto) e n

    documentos que iban a producir efectos en ciertos ambientes. No estoy en condiciones de

    afirmar que esta temp rana cu asirroma nización se dé en cualquier clase de cartas: creo qu e son

    compraventas y permutas, en que entran particulares, las primeras afectadas por la novedad.

    Se resisten a ella los documentos que otorgan o reciben monasterios, iglesias o personas de

    alta cualificación, cuando los notarios pertenecen a estos centros. El hecho relevante de que

    estas formas «vulgares» se introduzcan en documentos castellanos, leoneses, gallegos, y en

    menos medida aragoneses y catalanes, nos mueve a suponer que la tendencia es general y

    definitiva, irreversible, a pesar d e que en los docum entos integram ente latinos la calidad d e la

    lengua tiende a hacerse más y más escolástica y regular. No cabe, pues, duda de que en

    muchos terrenos se está cediendo a la presión social que quiere pode r entende r y enten derse,

    y toma conciencia cada vez mayor de que la expresión latina le es más y más inaccesible,

    como peculiar de la categoría de los «letrados» o «latinados». No s e form ula así hasta m uch o

    más tarde — «ca non so tan letrado po r fe r otro latino» — pero se ha abierto el c am ino.

    De la misma manera que en Castilla-Rioja, también en el Nordeste, con las llamadas

    «Hom ilías de Orgañ a», la prosa se inicia con eleme ntos de predicació n, que sólo po co a po co

    se van fijando por escrito, contando con los precedentes documentales. Esta predicación en

    romance quiere, sin duda, desde muy pronto combatir en el mismo terreno, y con armas

    similares a las que emplea la poesía pop ular de toda clase.

    Así pues, en el mun do del escrito, la rotura del mon olito literario latino, ¿se basa y co m o

    que arranca de las necesidades pastorales de la Iglesia primero , de la convivenc ia y rela cione s

    jurídicas después? Sí. Pero pronto comienzan otras actividades en que centros eclesiásticos,

    comunidades monásfticas en general, se enrolan bajo el pabellón romance. Necesidades de

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    propaganda, tan en boga en todos los tiempos, impone el acceso a las gentes para extender

    devo ciones o cultos con las repercus iones económ icas subsiguientes, de legados y dona tivos

    de los devotos); cuéntase en la misma línea con las exigencias de la promoción de un

    mo naste rio o centro cultural, que se ma terializaba en difun dir relacion es de las reliquias q ue

    pose ía, o en elabora r Libros de Milagro s de sus santos: en esta línea situarem os la Vida de San

    M illán, de Gonza lo de Be rceo , con su versión del falso privilegio de los Votos de San M illán;

    o la de Santo Domingo de Silos. ¿Tendremos con ello que pensar en una nueva categoría que

    serían obras de encargo? Si no en sentido estricto, hemos de aceptarlo como resultado de ima

    actitud y disposición favorable del escritor. Estas finalidades y modalidades constituyen un

    nuevo elemento en las primeras obras románicas. Al lado de estas exigencias, que diríamos

    profesionales en cuanto derivan del status del escritor en su medio, y como consecuencia de

    él, se darían a veces otras exigencias íntimas, personales, de índole devocion al o sentim ental:

    ellas mo verían a Berc eo a com poner los M ilagros de Nue stra Señ ora, que han de inscribirse en

    los movimientos mariales de los siglos XII-XIII. Más aún, a demandas del público, tan

    importante para un escritor, puede atribuirse la aparición de obras de entretenimiento. Una

    vez más ve mo s cóm o primero poco a poco, luego de repente, de mane ra casi masiva, variada,

    se van invadien do los cam pos temá ticos peculiares hasta entonc es de la li teratura latina, cuya

    sustitución ya no se explica del todo por necesidades de la difus ión entre el público a que cad a

    obra se dirige. Así se abren nuevos géneros a la li teratura romance.

    La presen cia bien testimoniada ahora ya en el siglo XI — para no forz ar las datas — , de la

    lírica popular que se nos ha conservado en la forma de muwaxahas en las regiones meri-

    dionales, l írica amorosa, nostálgica, que usa recursos y medios universales para su expresión

    en una len gua incipiente pero ya marcad a, nos pone en contacto con una realidad d ifícilme nte

    detectable en el mundo cristiano del Norte peninsular. No porque aquí no se dieran estas

    manifestaciones líricas, sino porque la vigilancia de los clérigos, apenas directa, y desde

    luego no en forma de censura, operó con un medio eficaz y definitivo, la no escribilidad de

    estas prod uccion es d e corte popu lar. No se escribían por su prop io origen, pero también po r el

    vehíc ulo lingüístico utilizado sería insensato e irresponsa ble atribuir esta negativa a los

    temas, que jamás fueron ni distintos ni de un talante tal que no estuviera representado en la

    literatura latina de todos los tiempos, recordemos los poemas amorosos de Ripoll). La

    difu sión y multiplicación de estas composicio nes, cada vez meno s controlables , al escapa r su

    tenor lingüístico de los ámbitos eclesiásticos, creó probablemente la desazón pastoral que

    llevó a los ensayos de formalizar la nueva lengua y de ahormar sus usos según los requisitos

    de la gramática y la retórica tradicionales en el mundo latino. Y nos pone en la pista para

    justificar la presencia de textos siempre métricos en esta primera fase de la nueva literatura.

    La literatura romance todavía pertenece a la órbita oral; los usuarios son sólo oyentes, no

    lectores. Este hecho importante significa que la li teratura latina sigue teniendo el más alto

    rango de literatura de lo escrito. En este terreno se actuará pronto, y de manera muy eficaz.

    En esta líneas diversas de tensión en tre la li teratura rom ance y la tradicional latina hay q ue

    situar todas las primeras producciones literarias. El enfi-entamiento «joglaría/ clerecía» pro-

    clamado por Berceo, rebasa los límites de un topos para convertirse en un cuadro real. Visto

    desde un ángulo mediolatino, ¿qué sentido tiene este enfrentamiento? Desde luego no se

    refiere en absoluto a la elección de la lengua usada. No cabe duda de que no se piensa, para

    establece r esta diferencia, en el público , ya que unos y otros poem as, en su sentido norm al, se

    remiten al mismo. Tampoco necesariamente los temas que, dígase lo que se quiera, no son

    patrim onio de ning una tende ncia. Aho ra bien, en este supuesto, no cabe la me nor duda de q ue

    algo importante sucede. La «clerecía» ya no se distingue por emplear el latín — lengua

    literaria por excelencia — sino por utilizar deliberada y conscientemente unos principios y

    mec anismo s l i terarios que hasta este mo me nto eran peculiares y exclusivos de la forma ción

    latina, y que ahora comienzan a aplicarse, resueltamente, en el grado que sea, a las nuevas

    lenguas. Es decir, son los autores li terarios, dotados de una formación clerical — o similar,

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    com o en su caso la universi taria de los siglos Xn y Xin — , los qu e se desd oblan , s i rviendo con

    los mism os recurso s a la creación la t ina o a la rom an ce (a vece s, un a mism a person a co m o el

    Dante , Petrarca, o Ramón Lull) . Tengo la impresión de que cuando hacia 1225, o poco

    despué s, se formu la esta contraposición «jog laría / c lerecía» es porqu e ha surgido de verd ad,

    en su marcha im parab le hacia su total auton om ía, la concienc ia de xma nue va l i teratura .

    Hay que estudiar, pues, los m ecanis mo s qu e apl ican los c lérigos en la creación l i teraria en

    una lengua que no responde sino muy parcialmente a los requerimientos impuestos por su

    formación. Haya ob tenido Gonza lo de Berceo grados o no en un a univers idad, como parece

    desprenderse del emp leo constan te por e l poeta del t í tulo de «m aestro» , lo c ierto es que toda

    su form ación y, por desco ntado , sus lecturas, le impo nían una m ane ra determ inada de abordar

    el manejo de su lengua. La condición no es privat iva de Berceo. Hace muchos años que

    sabemo s, por e jemp lo, de las lecturas y form ación la t ina seria del c lérigo autor de la

      Vie de St

    Alexis

    Y ahora se empiezan a hacer «descubrimientos» similares en el

      Poema de Mío Cid

    Aún sin apurar estas conclusion es qu e, a veces, rebasan los datos en qu e pretenden fun dar se ,

    e l estudio de los cono cimien tos re tóricos y l i terarios de los escritores c ontribu ye, má s que el

    estudio de las fue ntes (que en sua base t iene m uc ho s supue stos, y que disocia inde bida me nte

    fondo y forma, a l querer a tr ibuir para cada uno un origen dist into, con una dicotomía

    irresponsable), a l recon ocim iento d e la form ació n del autor, pero tamb ién a su propio mé ri to,

    todo el lo deb idam ente entrete j ido com o en la real idad, s in quiebras ni su turas.

    Problema acuciante es saber a lgo de esta formación. Por supuesto que no es de este

    momento anal izar las condiciones, densidad docente y resul tados del aprendizaje de las

    distintas técnicas li terarias entre los clérigos. Esta no es tan resultado del estudio de ciertas

    artes

      com o se ha sugerido a veces. Quiero aportar un test imonio: estudiando la docu me ntación

    (clérigos como notarios, con fonnación que se espera de nivel medio) de los siglos

     X

     y

     XI

    h e

    comprob ado rec ientemente cóm o un nota rio , cuyo nom bre se desconoce , que redac ta en 971

    un testamento (el de Ro send o de Celanova), ut i l iza proced imiento s singu lares en su redacció n,

    que van del uso conciente y preciso del cursus (jugando incluso con los procedimientos de

    corresponsión ) a técnicas com o la sinon imia, la adn om inat io, e l hom oteleu ton, la conci im itas

    y la varia t io frásicas, a una selección especial del vocabulario, así como a la correcta y ex-

    presiva estructuración del texto. En el s iglo   XI  a lgun os notarios se mu estran capa ces d e

    diferenciar sus redacciones, mediante amplificaciones y variaciones, en función del tono y

    condición de l documen to . A sí pues , una profun da y t radic iona l fonna c ión re tór ica se m antuvo

    en el c lero, incluso en niveles med ios — ¡cuanto más t ra tándos e de gentes capaces y deseo sas

    de hacer obra li teraria — diu-ante la Edad M edia . Na da p ued e extr aña m os q ue en el s iglo  XII-

    -XIII en que los niveles cul turales la t inos se habían elevado notablemente con difusión

    intensa de las nuevas artes de composición, las s íntesis correspondientes a lcanzaran mucha

    extensión aunque no conservemos ahora manuscri tos de t ra tados de re tórica , o escasos.

    Lo que im porta en el estudio de la nuev a l i teratura es la ut i l ización de su lengua co m o u na

    nueva forma, además de la reelaboración de «fuentes la t inas» anteriores, a test iguadas en

    man uscri tos, incluso a vece s ident if icable s. Este méto do de la

      Quellenforschung

      ha tenido la

    virtud de probar hasta la saciedad cómo manejaban sus lectJiras y las aprovechaban, cómo

    buscaban textos y manuscri tos y procuraban adaptarlos, los escri tores románicos. Pero no

    reside en el lo todo el problema, aunque sí aspectos importantes del mismo. Además de los

    temas y contenid os se buscaba a toda costa reproducir o acom odar las form as que, en virtud de

    la docencia profunda y metódica de las escuelas la t inas, habían l legado a considerarse como

    las t ínicas viables para crear l i teratura . Ante e l problem a de la vaci lación l ingüíst ica , has ta q ue

    se asentaron formas y significados, e l que había estudiado la gramática la t ina ya sabía que

    exist ían de ant iguo fo rm as dobles o t riples para a lgunas fu nci on es, que los t ra tadistas h abían

    procurado conservar respe tuosam ente , pero a t r ibuyéndoles d i fe rentes ma t ices , t ras recon ocer

    las formas comunes bás icas pecul ia res de la lengua es t i l i zada . En s in taxis , l éxico o

    constru cciones , los m odelo s se a tenían a la vez a las nor m as fund am enta les deriv adas del us o

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    de las grandes  auctoritates y a las de los modelos inmediatos adoptados. La retórica

    normalizada enseñaba el recto empleo de diversas técnicas, en figuras o t ropos, debidamente

    organizados y dotados de va lores propios y convenc iona les . La nueva composic ión l levaba

    inevi tablemente este sel lo desde el la t ín a l romance de la mano de los nuevos escri tores.

    Pero en una lengua qu e era poco m ás que coloqu ial , con rasgos del prop io patois , se hacía

    más que dificul toso apl icar todo este complejo y riquísimo sistema de morfemas, funciones,

    estructuras y superestructuras que const i tuía e l soporte de real ización textual de una obra

    l i teraria , a vece s carente , o casi , de con tenido intelectual , o qu e lo po seía en gra do tr ivia l , pero

    capaz de adoptar en su forma extema, mediante la adecuada combinación de reciu-sos, xma

    apariencia gara nt ida po r la larga t radición escolást ica y l ibraria . De otra parte , sólo e l con tacto

    con tinuo con la l i teratura la t ina dispo nible ofi ecía ocasio nes, que s e hab ían ido en say and o e n

    las glosa s y en las tentat ivas de t rascripción de palabras rom ance s en docum ento s, par a do tar

    a las nuevas lenguas de un sistema gráfico que permit iera la escri tura normal del romance,

    pues hab ía que adaptar la grafía t radicional , ahora ya a rt i f ic ia lmen te a justada a las real izaciones

    de la lectura la t ina, a las necesidad es o rtográficas de la nue va escri ta de las lengu as rom ánica s,

    proceso com ple jo que m e parece todavía no debidamente es tudiado ent re n osot ros .

    Vistos otros precedentes, uno t iene el derecho de preguntarse si en estas primeras fases

    literarias en el siglo

     XIII

     no es tamos l i sa y l lanamente ante t raducc iones , más o men os para -

    frást icas, que parecen verdaderas creaciones propias gracias a la habi l idad que la re tórica

    — y a veces la didáct ica escolást ica — con fiere al escri tor. Para que se den las prim eras

    composiciones, y sin negar un ápice de la capacidad de estos primeros escri tores, dos puntos

    parecen importantes: que las primeras producciones son obras de personajes que revelan un

    profundo conocimiento y práct ica de la l i teratura la t ina no sólo como lectores asiduos sino

    quizá también como redactores (sea cualquiera e l nivel de sus producciones); y que el

    fen óm en o de la nue va l i teratura hu nd e sus ra íces en las librerías la t inas del t iemp o, do nd e se

    encontraba un rico venero de modelos de todas c lases, l i terarios y gramaticales, en que se

    apoyan incesantemen te los nuevos escr itores roman ces . Go nza lo de Berce o escr ibe contan do

    para su erudición con la r iquísima bibl ioteca emil ianense, de la que nos ha l legado sólo ima

    pequ eña aunqu e va l iosa par te . Na die todavía se ha preocup ado d e aver iguar cuá les fueron los

    manuscr i tos concre tos que leyó y para fraseó, y s i quedan hue l las de su mane jo . Y, s in

    embargo, es probable que aparezcan más de las que se sospechan.

    La llamada lírica galaico-portugu esa c on tó a no dudar con lo s am bientes que en los sigl os

    XI y XII se habían generado en San tiago, cuy a riqueza de produ cción no s ha llegad o limitada

    lamentablemente, por su reducido número; afortunadamente, por su rica variedad formal

    dentro de su mono cordismo temático) en el Cód ice Calixtino, hablando, por descontado, en

    función de sus calidades formales y estructurales, nada ajenas a ciertas composiciones

    paralitúrgicas jac obe as.

    El proceso se ve luego con ni t idez en la obra histórica de Alfonso

      X ,

      y en el papel

    des em peñ ado en la const i tución de la lengu a l i teraria por las version es bíbl icas. En el caso del

    Rey Sabio, la bibl ioteca en que su obra se apoya no es la de un centro determinado, s ino que

    viene cons t i tu ida por la acumulac ión de mate r ia les obtenidos por e l propio monarca que

    sol ic i tó en préstamo aquí y a l lá los manuscri tos que le interesaban no sólo como fuente de

    notic ias s ino como modelos de decir . Por su parte , la act ividad de sus colaboradores, ta les

    com o Bern ardo d e Brihuega , t i ene mayor sen t ido s i se p iensa que la s ín tes i s de mate r ia les qu e

    algunos de el los l levan a cabo busca sobre todo una nivelación práct ica en el est i lo y t ra ta-

    m iento de las piezas que interesaban p or su conte nido a la ob ra historiogr áfíca patrocinad a p or

    el rey.

    Esta técnica sustancial de t raducción presenta la ventaja de faci l i tar e l enriq uecim iento de

    la lengua por t rasferencia de la t inismos, léxicos y construct ivos, o por calcos, y conlleva la

    exigen cia de buscar e lem ento s que viertan la r iqueza de los m ode los — riqueza en todo c aso,

    sean éstos cualesquier a , s i se los com para co n la penu ria de un a lengua en sus prime ros tanteos

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    l i terarios — o para hablar con los viejos términos retóricos, se obtienen notables beneficios

    porque se concentra todo el esfu erzo en la fase de la  elocutio.

    La atención a los manuscritos latinos parece que debe tenerse por prioritaria en la

    reconstrucción de los momentos iniciales de las li teraturas romances. Pero no sería deseable

    que se buscasen e identificasen sólo para tomarlos como fuente temática — el caso del

    manuscrito Thott para los Milagros de Nuestra Señora de Gonzalo de Berceo. Los códices

    manejados por aquellos autores probablemente guarden testimonios de esta actividad sobre

    ellos: habrá que revisar nue vam ente mu chos códices concretos sobre los que se traba jaba no

    sobre textos, en general) para de scubrir e interpretar el uso qu e de ellos se hizo. Cla ro que al

    mismo tiempo habrá qu e ampliar la búsq ueda a libros menos valios os, que con todo pud ieron

    ser utilizados por el autor. Tal parece ser el caso — al fin — del texto tardío que sirvió de

    base a Berc eo para su vida de Santa Oria, identificado recienteme nte, segú n mis noticias, en

    las lecciones correspondientes d e los restos de un Brev iario todavía con servado en el A rchivo

    de San Millán. Pues tratándose de clérigos no sorprende descubrir que sean precisamente

    libros litúrgicos, com o los Oficiero s y Brev iarios — cuyas lecciones norm alm ente decurtad as

    se adaptaban de for ma somera a breves secuencias narrativas — , o fue ntes similares por lo

    demás, tal como había acon tecido desde el final del mu ndo r om ano), la fue nte de inspiración

    antes que grandes obras de que éstas son espejo.

    Pues un prejuicio extend ido nos lleva a me nud o a suponer q ue las fuentes deben ser textos

    valiosos, que luego se revelan insuficientes para explicar las obras posteriores. A lgo similar a

    lo que pasa con los escritores d e la Alta Edad M edia y la interpretación de origen decim onón ico,

    pero aún en uso, cuand o se suponía que maneja ban directam ente fue ntes antiguas, hasta que se

    ha descubierto su verdadera técnica de composición, técnica de mosaico cuyas teselas

    proceden siempre de textos menores, comentarios, breviarios, antologías o catecismos.

    Querría insistir todavía en que solemos operar con perspectivas distintas de las de los

    siglos me dios, a las que habrem os de ate nem os cada vez m ás. A llí los textos latinos, fijados

    por escrito y trasmitidos en códices, adquieren un prestigio, un halo de calidad que los

    convierte sin más en eventual modelo. Claro que hay que contar con la ruptura del antiguo

    concepto estrictísimo de   auctoritates,  dignas de imitación y emu lación, después de que se

    introduce, fi-ente al sistema cerrado de la escuela romana, una gran laxitud que en muchos

    casos acaba convirtiendo a cualquier texto en modelo utilizable, o al menos digno de ser

    tenido en cuenta, y lo hace compartir prestancia con otros, volviendo en texto retenible y

    ejemplar.

    Las íntimas relaciones del mundo latino y las nuevas literaturas aún aguardan muchas

    investigaciones, realizadas sin espíritu cantonal, y sin que impliquem reconocimiento de

    dependencias o autonomías que no se dieron má s que coyunturahnen te. Conv ivencia, tradición

    e innovación, en un am biente com ún, definen los rasgos más im portantes de aquella situación .

    Advertencias Bibl iográf icas

    Sin pretender apurar un aparato erudito, que no considero pertinente, sí quiero añadir

    algunas referen cias que ilustren las páginas anteriores.

    En la línea aquí puesta de relieve, y a efectos sólo de continuidad latina, véase E.R.

    Curtius,   Europäische Literatur und lateinisches Mittelalter,  Be rna 1948; trad. esp. de M.

    Frank y A.  Aìaiorrc, Literatura europea y Edad M edia Latina,  México 1955; sobre el

    p rob lem a , C .U hl ig , «E .R . Cur t iu s und T .S . E l io t . Zur k r i t i schen A ff i r m a t io n de r

    Ueberl ieferung», E.R. Curtius. Werk, Wirtung. Zukunftperspektiven,  Heidelberg 1989, 115-

    -131. Quiero referirme a M. Alvar, «De las Glosas emil ianenses a Gonzalo de Berceo»,

    Revista de Filologia española,  69 1989) 5-38. Importante D. Norb erg, Introduction à l étude

    de la versification latine mediévale,

      Stockholm 1958, así com o

     Les vers latins iambiques et

    trochaíques au Moyen Age et leurs répliques rhythmiques,  Stockholm 1988. Sobre glosas

    véase Días y Días,  Las primeras glosas hispánicas,  Barc elona 1978, y «Las glosas de un

    manuscrito litúrgico de Silos»,

      Scire Utteras,

     Munich 1988,111-1 26.

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    Para la form ación de los nuevo s escritores deb e remitirse a Ch. Faulhaber, Latin Rhetorical

    Theory in Thirteenth and Fourteenth Century Castile Berkeley 1972. Se mu estran aquí

    algunos pun tos de vista diferente s de los come ntados p or F. Rico , «Letteratura latina e poesia

    romanza nel primo Duecento spagnuolo».  Aspetti della letteratura latina nel secolo XIII

    Perugia-Firenza 1986,105-122.

    Sobre aspectos nuevos recientemente puestos de relieve en la técnica del Poema del Cid,

    y de Berceo, véanse las enjundiosas notas de Deyermond en F. Rico,   Historia y crítica de la

    literatura española I: A.Deyermond,  Edad Media Barcelona 1979.

    Para nuev os aspectos en el estudio de las técnicas de Berceo rem ito a B. D utton,   Gonzalo

    de Berceo. Obras completas Londres 1967-1980, 5 volúmenes.

    Para conocimientos retóricos en notarios seáme permitido enviar a Díaz, «El testamento

    monást ico de san Rosendo»,  Historia. Instituciones. Docum entos 16 1990) 47-102 . Sobre

    aspectos lingüísticos y consecuencias li terarias véase R. Lapesa,   Historia de la lengua

    española M adrid 1980 8« ed.).

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