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Materia: Semiótica Profesora: Carolina Guevara - 1 - Módulo 2 Lectura 2: La constitución de la Semiótica moderna 2.1. Semiótica y Semiología La Semiótica es una disciplina relativamente nueva. Su denominación como tal, también lo es. Como parece evidente, las fronteras entre ambas están muy borrosas y el debate se presenta en el orden epistemológico de esta ciencia, es decir, con la forma de concebir el fundamento del estudio de esta ciencia. Saussure denominó Semiología a la ciencia general que estudia los signos (Zecchetto, 1999: 21). La Semiología fue definida en el Curso de Lingüística general, como la "ciencia general de todos los sistemas de signos (o de símbolos) gracias a los cuales los hombres se comunican entre ellos" (Zecchetto, 1999: 22). Para Zecchetto, la Semiología se constituirá como una rama de las ciencias humanas que tiene por objeto todos los sistemas de signos que constituyen sistemas de significación y, por lo tanto, no sólo el lenguaje propiamente dicho, sino también los gestos, las imágenes y los sonidos. Citando a Saussure: “se puede, pues, concebir una ciencia que estudie la vida de los signos en el seno de la vida social. Tal ciencia sería parte de la psicología social, y por consiguiente de la psicología general. Nosotros la llamaremos semiología(Zecchetto, 1999: 22). Por el otro lado del océano, Charles Sanders Peirce, fundador de la tradición norteamericana, fue quien acuñó el término Semiótica para referirse a la "doctrina casi necesaria o formal de los signos" y "la lógica, en su sentido general, no es sino otro nombre de la semiótica" (Zecchetto, 1999: 55). En este sentido, queda establecido cómo Saussure pone el acento en el carácter humano y social de la doctrina, mientras que Peirce destaca su carácter lógico y formal. Oficialmente, no hay diferencia entre ambas disciplinas, aunque el uso vincule más la Semiología a la tradición europea y la Semiótica a la tradición anglo-sajona. Sin embargo, el uso de la denominación "Semiótica" para hablar de esta ciencia se ha generalizado más que el anterior. Para Zechetto, la Semiología de Saussure, fuente de la que se ha alimentado la Semiótica moderna, surge de modo independiente y prácticamente al mismo tiempo que la Semiótica de Peirce. Se distingue de ésta, por el lugar que ocupa en ella lo específicamente lingüístico. Para Saussure, la Lingüística es una rama de especial importancia para su Semiología, porque permite construir desde ella, el edificio completo de una Teoría General sobre los Signos. La Semiología forma parte de ese sistema más abarcativo que es la Lingüística, ya que el lenguaje verbal es el más rico, porque permite abstracciones que otros lenguajes (por ejemplo, el gestual) no permiten. A diferencia de Peirce, que elaboraba su Semiótica desde la Filosofía y la Lógica, Saussure utiliza como punto de partida sus estudios de Lingüística Comparada, con aguda conciencia del doble carácter social y psicológico de los sistemas semióticos. En conclusión, Semiótica y Semiología son de uso equivalente (Zecchetto, 1999: 69), aunque algunos autores reservan el término de Semiótica para el estudio de los signos no lingüísticos y sobre todo, de los signos nacidos del análisis estético (por ejemplo, los carteles), del Psicoanálisis, de la Antropología, de la Teoría de la Comunicación. Como parece evidente, las fronteras entre ambas se encuentran muy borrosas. Actualmente, de acuerdo a la resolución de la Asociación Internacional de estudiosos de la disciplina, se ha elegido la denominación Semiótica para los estudios de la cultura que se basen

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Módulo 2 Lectura 2: La constitución de la Semiótica moderna

2.1. Semiótica y Semiología La Semiótica es una disciplina relativamente nueva. Su denominación como tal, también lo es. Como parece evidente, las fronteras entre ambas están muy borrosas y el debate se presenta en el orden epistemológico de esta ciencia, es decir, con la forma de concebir el fundamento del estudio de esta ciencia. Saussure denominó Semiología a la ciencia general que estudia los signos (Zecchetto, 1999: 21). La Semiología fue definida en el Curso de Lingüística general, como la "ciencia general de todos los sistemas de signos (o de símbolos) gracias a los cuales los hombres se comunican entre ellos" (Zecchetto, 1999: 22). Para Zecchetto, la Semiología se constituirá como una rama de las ciencias humanas que tiene por objeto todos los sistemas de signos que constituyen sistemas de significación y, por lo tanto, no sólo el lenguaje propiamente dicho, sino también los gestos, las imágenes y los sonidos. Citando a Saussure: “se puede, pues, concebir una ciencia que estudie la vida de los signos en el seno de la vida social. Tal ciencia sería parte de la psicología social, y por consiguiente de la psicología general. Nosotros la llamaremos semiología“(Zecchetto, 1999: 22). Por el otro lado del océano, Charles Sanders Peirce, fundador de la tradición norteamericana, fue quien acuñó el término Semiótica para referirse a la "doctrina casi necesaria o formal de los signos" y "la lógica, en su sentido general, no es sino otro nombre de la semiótica" (Zecchetto, 1999: 55). En este sentido, queda establecido cómo Saussure pone el acento en el carácter humano y social de la doctrina, mientras que Peirce destaca su carácter lógico y formal. Oficialmente, no hay diferencia entre ambas disciplinas, aunque el uso vincule más la Semiología a la tradición europea y la Semiótica a la tradición anglo-sajona. Sin embargo, el uso de la denominación "Semiótica" para hablar de esta ciencia se ha generalizado más que el anterior. Para Zechetto, la Semiología de Saussure, fuente de la que se ha alimentado la Semiótica moderna, surge de modo independiente y prácticamente al mismo tiempo que la Semiótica de Peirce. Se distingue de ésta, por el lugar que ocupa en ella lo específicamente lingüístico. Para Saussure, la Lingüística es una rama de especial importancia para su Semiología, porque permite construir desde ella, el edificio completo de una Teoría General sobre los Signos. La Semiología forma parte de ese sistema más abarcativo que es la Lingüística, ya que el lenguaje verbal es el más rico, porque permite abstracciones que otros lenguajes (por ejemplo, el gestual) no permiten. A diferencia de Peirce, que elaboraba su Semiótica desde la Filosofía y la Lógica, Saussure utiliza como punto de partida sus estudios de Lingüística Comparada, con aguda conciencia del doble carácter social y psicológico de los sistemas semióticos. En conclusión, Semiótica y Semiología son de uso equivalente (Zecchetto, 1999: 69), aunque algunos autores reservan el término de Semiótica para el estudio de los signos no lingüísticos y sobre todo, de los signos nacidos del análisis estético (por ejemplo, los carteles), del Psicoanálisis, de la Antropología, de la Teoría de la Comunicación. Como parece evidente, las fronteras entre ambas se encuentran muy borrosas. Actualmente, de acuerdo a la resolución de la Asociación Internacional de estudiosos de la disciplina, se ha elegido la denominación Semiótica para los estudios de la cultura que se basen

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en el enfoque peirceano o el saussereano. Sin embargo, dada la marcada diferencia entre las dos aproximaciones, no es raro encontrar en la bibliografía sobre esta ciencia ambas denominaciones. Con el nombre de Semiología se pretende, a grandes rasgos, marcar la deuda teórica con la escuela de París, de corte estructuralista, y con el de Semiótica aquellos trabajos que utilizan nociones tales como la clásica tricotomía de Icono-Índice-Símbolo, propuesta por Pierce (Andatch, 1987: 13).

2.1.1. Ferdinand de Saussure. La Semiología en sede lingüística Saussure manifestó interés en profundizar el estudio del lenguaje, para que este pudiera aparecer coherente y claro su comprensión como sistema. Con ese peculiar espíritu de investigación elaboró algunos principios que debían sustentar los estudios del lenguaje. Abordó los diferentes problemas semiológicos, en la medida que estaban relacionados con la Ciencia Lingüística. Tanto su método de análisis como sus reflexiones las planteó como parte de esa disciplina que consideraba el lenguaje como un sistema en sí, como objeto científico ya establecido. Era común en su tiempo pensar que las lenguas eran nomenclaturas, esto es un catálogo de nombres y palabras que simplemente designan cosas o estados del mundo (Zecchetto, 1999:21). Esta postura desconocía el hecho que una lengua es un sistema, y por lo tanto, un conjunto interrelacionado de partes donde cada elemento está distribuido y organizado para accionar en forma unificada. Saussure postula pensar el sistema de la lengua como parte de esta ciencia general que denominó Semiología. Al considera la lengua dentro del sistema más vasto y general de los signos, Saussure la instalaba en medio del terreno semiológico (Zecchetto, 1999: 22). Al respecto, Saussure asegura que el problema lingüístico es ante todo semiológico. Si se quiere descubrir la verdadera naturaleza de la lengua o de los hechos como los ritos, las costumbres como signos hay que captarlos y agruparlos en la semiología y explicarlos por las leyes de esta ciencia (Zecchetto, 1999: 22). Otro aspecto de importancia semiológica lo constituye la serie de antinomias metodológicas para investigar la estructura del lenguaje (Zecchetto, 1999: 22). Estas antinomias u oposiciones van siempre unidas y combinadas: ellas permiten concebir los fenómenos lingüísticos desde una perspectiva dinámica y relacional, y le otorgan además unidad evolutiva a la organización y funcionamiento de las lenguas. Con estos postulados Saussure se coloca entre los pioneros fundadores de la Semiología (Zecchetto, 1999:22). La Semiología, ciencia que estudia la vida de los signos en el seno de la vida social y que trata de los sistemas de comunicación dentro de las sociedades humanas, fue acuñada por Ferdinand de Saussure, a quien se lo ha considerado como el padre de la Lingüística Estructural Moderna. Enseñará en qué consisten los signos y cuáles son las leyes que los gobiernan. Hoy, es tal la importancia que este campo tiene en el saber actual, en cuanto a la relación de los sistemas de comunicación con las Ciencias Humanas, en general, y con el hombre, en particular.

2.1.2. La constitución de la lengua como objeto de estudio. Concepción de la lengua como estructura Para Saussure, la lengua es una estructura, es el mecanismo, el o los códigos referenciales que usan los individuos para hablar, sin los cuales no sería posible el habla (Zecchetto, 1999:23). En los años que Saussure desarrollaba su actividad, la Lingüística estaba volcada al análisis histórico de los orígenes de las lenguas. Pero, era un estudio estéril, porque se detenía en investigar unidades atomizadas del lenguaje, el significado de las palabras o los cambios de pronunciación de una época a otra (Zecchetto, 1999:33). Eso aportaba poco a la comprensión más profunda y estructural del lenguaje presente. Sugería que el lenguaje fuera estudiado como sistema que, teniendo un sentido específico en una época

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puntual, cambia y evoluciona a medida que transcurren los años, de manera que los sentidos del lenguaje adquieren nuevas configuraciones con el paso de los años (Zecchetto, 1999:33). Esta perspectiva planteada por el autor permitiría obtener una visión más completa y coherente de los sistemas de las lenguas, es decir, conocer sus estructuras. La lengua es un sistema de signos que expresan ideas, y por tanto, comparable a la escritura, al alfabeto de los sordomudos, a los ritos simbólicos, a las formas de urbanidad; sólo que es el más importante de los sistemas. Pensar las lenguas no como nomenclaturas que designan cosas, sino como un sistema, como un conjunto interrelacionado de partes donde cada elemento está distribuido y organizado para accionar de forma unificada era el objetivo de Saussure. Ya se había mencionado anteriormente que la metodología utilizada por Saussure, lo constituyen las antinomias que creó para investigar la estructura del lenguaje (Zecchetto, 1999: 22). Estas oposiciones van siempre unidas y combinadas, y permiten concebir los fenómenos de la lengua desde una perspectiva dinámica y relacional, y le otorgan unidad evolutiva al funcionamiento del lenguaje (Zecchetto, 1999:22). Otro aspecto importante en la obra de Saussure es en su concepción de la lengua como institución social. Para Saussure, la lengua tiene las dos características esenciales, que configuran toda institución: a) Está conformado por reglas generales, esto es, ajenas a la voluntad individual, y b) Son reglas de carácter coercitivo, esto es, limitadoras de posibilidades, en la conducta interactiva. Las lenguas son instituciones que, precisamente por su carácter profundamente arbitrario, sólo pueden cambiar lentamente, por causas naturales, esto es, históricas (extrínsecas o intrínsecas). Si desde el punto de vista social, la lengua es una institución; desde el enfoque formal, es un sistema. Saussure utilizó esta noción de sistema en el sentido que tenía en su época, como estructura matemática: como un conjunto de elementos cuyos rasgos definitorios son relacionales, esto es, que tienen una existencia cuyo significado está determinado por las relaciones que mantienen con otros elementos del mismo conjunto. Los signos lingüísticos no son, sino que tienen valor. Por eso, Saussure niega que la lengua constituya una nomenclatura, un repertorio fijo de designaciones de la realidad, una lista de términos que corresponden a otras tantas cosas. En una nomenclatura de este tipo, existe una correspondencia fija entre términos y realidades y, por lo tanto, el cambio voluntario e intencional es posible, sin que quede afectado en el resto de conjunto. En cambio, nada de esto sucede en las lenguas naturales. Su naturaleza histórica asegura su fijeza, y su carácter supraindividual las pone a salvo de las decisiones particulares de cambio. En síntesis, la lengua es una estructura y la armazón del sistema de un idioma, mientras que la práctica de los hablantes es efectivamente, el habla.

2.1.3. La perspectiva diádica Como ya se ha mencionado, Saussure utilizaba una metodología de antinomias duales que permiten concebir los fenómenos de la lengua desde una perspectiva dinámica y relacional, y le otorgan unidad evolutiva al funcionamiento del lenguaje (Zecchetto, 1999: 22). La Semiología de Ferdinand de Saussure tiene su base teórica en la díada del signo, considerada como una estructura análoga al sistema de lenguaje. Para el lingüista suizo la semiología es dicotómica, es decir, fundada sobre pares opuestos como, en el caso del signo, por significante/significado.

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Este despliegue de conceptos explicados a través de esta metodología de los pares opuestos se encuentra a lo largo de todos los planteos de la obra de Saussure. En los puntos siguientes se irán desarrollando estas temáticas, a partir del planteo de este autor.

Oposiciones Lengua y habla Una de las primeras distinciones que hace Saussure es entre lengua y habla. Partiendo de la constatación de que el lenguaje es una institución humana, pero sin ninguna relación natural con su objeto (es puro consenso social) concluye que su estudio sólo es posible mediante la observación directa de las lenguas que hablan las personas, esto es del habla. El habla es el lenguaje en acción, es la ejecución individual de cada hablante (Zecchetto, 1999:23). Ocupados en el desarrollo histórico del lenguaje, los lingüistas tomaban como campo de estudio la lengua escrita. El punto de partida utilizado por Saussure fue, pues, el de la individualidad del acto expresivo: la palabra hablada. Se presenta así la primera distinción teórica entre: la lengua (el sistema) o lo que se puede hacer con el lenguaje, y el habla (el uso del sistema), o lo que de hecho se hace al hablar. En algunos idiomas, existen vocablos diferentes para referir estos dos conceptos, en inglés, por ejemplo, se utilizan los términos "language" para significar "lengua" y "speech" para el habla. Sin embargo, pese a esta diferenciación conceptual, ningún lingüista antes había focalizado sus estudios desde esta perspectiva que constituye la principal crítica de Saussure al enfoque tradicional de la lingüística (Zecchetto, 1999:23). El lugar de la lengua se ubica en el cerebro de los hablantes, en la suma de imágenes verbales y sus correspondientes conceptos, almacenada en todos los individuos. La lengua es un tesoro depositado por la práctica del habla en todos los sujetos que pertenecen a la misma comunidad; se trata de un sistema virtualmente existente en el conjunto de los individuos. En efecto, la lengua es esencialmente social, nunca está completa en el cerebro individual y es “exterior” al individuo. Por otra parte, es un producto que se registra pasivamente; el individuo no puede por sí mismo crearla ni modificarla: es homologable a una especie de contrato establecido en la comunidad y para conocer su funcionamiento es preciso realizar una tarea de aprendizaje. Es, por eso, un hecho histórico (Zecchetto, 1999:23). Por el contrario, el habla tiene un carácter esencialmente individual: se trata de un acto de voluntad e inteligencia de los hablantes; tiene un carácter “más o menos accidental”, incluye los aspectos físicos y fisiológicos, y contrariamente a la lengua, es algo “accesorio” (un individuo privado del habla por determinada patología puede seguir poseyendo su lengua). La lengua, si bien es un objeto psíquico, tiene naturaleza concreta, dado que los signos tienen un lugar real en el cerebro y son representables mediante imágenes convencionales. Un diccionario y una gramática pueden ser una representación fiel de una lengua. La lengua, sostiene Saussure, es forma y no sustancia, es el terreno de las articulaciones entre el plano de los conceptos y de la sustancia fónica (Zecchetto, 1999:24).

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Para Saussure, la lengua tiene los siguientes caracteres:

Caracteres de la lengua

Esta fuera del individuo, es adquirida.

Es un hecho social: es externo, antecede.

Precede al individuo, éste no la puede cambiar.

El lenguaje se impone por sobre los individuos.

La lengua permanece, no varía.

Es homogénea.

Se registra pasivamente.

Esta constituida de signos y todos estos constituidos iguales por: significante y significado.

Es netamente psíquica.

Es un conjunto de códigos.

Es concreta.

Constituye el universo de lo social.

Caracteres del habla

Es heterogénea, psíquica, fisiológica y física.

Es un acto de voluntad, no hay habla sin lengua.

Es el uso de un código (lengua).

Lo que se estudia es la lengua y no el habla.

Se registra activamente.

Se inscribe en el orden de lo individual.

Sincrónico y diacrónico Otra de los pares dicotómicos que plantea Saussure es la oposición diacronía/sincronía. El autor considera que no es posible describir plenamente un lenguaje si no se hace de forma aislada; pero también en relación a la comunidad que hace uso de él, y a su vez, teniendo en cuenta los efectos que el tiempo tiene sobre dicho lenguaje (su evolución). Una de las más importantes distinciones conceptuales introducidas por Saussure tiene que ver con la relación de la lengua con el tiempo, y que él llamó estudios sincrónicos y diacrónicos (Zecchetto, 1999: 28). Efectivamente, durante el transcurso del tiempo, el lenguaje evoluciona, lo que pone en evidencia que los signos cambian. En consecuencia, Saussure afirma que una lengua puede ser estudiada tanto en un momento particular en sí misma; como a través de su evolución en el tiempo. En este sentido, diferenciará dos modalidades respecto al uso del lenguaje: Sincrónica: (proviene de syncronos: al mismo tiempo). El estudio sincrónico se detiene en analizar un estadio particular de un idioma en un momento o período determinado. Examina las relaciones entre los elementos coexistentes de la lengua, con independencia de cualquier factor temporal. Permite describir el estado del sistema lingüístico, siendo ésta descripción abarcativa de la totalidad de los elementos interactuantes en la lengua (Zecchetto, 1999: 28). Diacrónica: (proviene de diacronos, a través del tiempo). Se enfoca en el proceso evolutivo y se

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centra en aquellos fragmentos que se corresponden con ciertos momentos históricos. El análisis diacrónico describe la evolución histórica de un idioma a lo largo del tiempo (Zecchetto, 1999: 28). Para el lingüista, cuando se verbaliza el sistema de una lengua, sólo intervienen elementos sincrónicos, puesto que nadie necesita conocer la historia de una lengua para hacer uso de ella. Por otra parte, los factores diacrónicos no alteran al sistema como tal. Para explicar este punto, Saussure recurre a una metáfora planetaria, diciendo que si un planeta del sistema solar cambiara de peso y tamaño, tales cambios alterarían el equilibrio del conjunto en su totalidad, aunque de todas formas, el sistema solar, seguiría siendo un conjunto. El carácter histórico y social de la lengua se comprende aún mejor desde el punto de vista de la ley de sincronía y diacronía. Saussure dice que para comprender el funcionamiento de las leyes de una lengua primero hay que separar las esferas de lo diacrónico y las de lo sincrónico. Tales esferas consisten en considerar el sistema de la lengua situado sobre dos ejes (Zecchetto, 1999: 28):

a) El eje de la simultaneidad: que se refiere a las relaciones entre cosas coexistentes, donde toda intervención del tiempo queda excluida.

b) El eje de las sucesiones: en el que nunca se puede considerar más que una cosa por vez, pero en el que están situadas todas las cosas del primer eje con sus cambios (Zecchetto, 1999: 28).

Si bien los hechos sincrónicos y diacrónicos son autónomos, existe una relación de interdependencia entre ambos. No es posible conocer el estado de una lengua si no se analizan los cambios que sufrió. Sobre la base de la dimensión del tiempo, Saussure plantea la necesidad de distinguir la perspectiva sincrónica y la perspectiva diacrónica en el estudio lingüístico, necesidad común a todas las ciencias que operan con valores. De este modo, plantea, en primer lugar, una Lingüística Sincrónica (Zecchetto, 1999: 29) que se ocupa del aspecto estático de la lengua („el eje de las simultaneidades‟), que se instancia como un sistema de puros valores fuera de toda consideración histórica y, en segundo lugar, una Lingüística Diacrónica („el eje de las sucesiones‟) que estudia la evolución de una lengua (Zecchetto, 1999: 29). Para Saussure, la oposición entre ambos puntos de vista es absoluta: la lengua es comparada en este sentido con un juego de ajedrez: el valor respectivo de las piezas depende de su posición en el tablero, por lo tanto, el sistema siempre es algo momentáneo, que varía de posición a posición (el sistema en equilibrio). Los cambios evolutivos (alteraciones del sistema) no afectan más que a elementos aislados (como el movimiento de una pieza); esos cambios pueden tener repercusión alta o nula en el sistema total. Ambas perspectivas son igualmente legítimas y necesarias; sin embargo considera que la Lingüística ha dedicado una atención excesiva a la diacronía y que debe volverse hacia el estudio de la sincronía, considerada como una descripción de estados de la lengua (Zecchetto, 1999: 29). Por ello, en todo sistema semiótico, y especialmente en la lengua, hay que diferenciar entre su estado actual, y los estados que le han precedido y han llevado a él; hay que distinguir entre lo sincrónico y lo diacrónico. Antes de Saussure, se daba primacía a la lingüística diacrónica. Constituía parte del paradigma historicista en Ciencias Sociales: las explicaciones científicas de la Lingüística eran explicaciones históricas. Saussure pone en cuestión este paradigma, afirmando la primacía de la Lingüística Sincrónica. Lo que el lingüista ha de estudiar es una realidad mental, un sistema lingüístico presente en la mente de los que saben hablar una lengua y, desde ese punto de vista, carecen de pertinencia las consideraciones históricas. Lo que el hablante sabe no es una cadena histórica de relaciones causales, sino un sistema de relaciones de significación. Por eso, el objeto propio de la Lingüística es la descripción de la estructura de la lengua como si fuera algo fijo. Esta segunda gran bifurcación de la ciencia lingüística tiene importantes consecuencias metodológicas, asegurando entre otras cosas la autonomía de las explicaciones diacrónicas y

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sincrónicas. De igual modo, la elección del enfoque sincrónico determina la forma de las explicaciones lingüísticas. Las regularidades (leyes) que tal Lingüística ha de describir son de naturaleza completamente diferente a las que dirigen las evoluciones históricas, e igualmente diferentes de otras leyes sociales. Las regularidades lingüísticas son pues fruto no de los avatares históricos, sino del hecho de la naturaleza sistemática de la lengua. Tales leyes están sujetas a una causalidad estructural: el cambio de elementos provoca reacomodaciones del sistema que se explican precisamente por la necesidad de conservar una determinada estructura. Saussure estuvo en el origen de la lingüística moderna. De su concepción general del lenguaje se ha configurado el marco conceptual de buena parte de la lingüística posterior a él (Zecchetto, 1999: 29). Paradigma y sintagma. Saussure afirma que en un estado de lengua, todo se basa en relaciones. Al analizar una cadena de signos se generan dos órdenes de relaciones diferentes que corresponden a las dos formas de nuestra actividad mental: el orden sintagmático y el orden asociativo o paradigmático (Zecchetto, 1999: 29). Las relaciones sintagmáticas reflejan la linealidad del signo lingüístico, que condiciona la secuencialidad de todas las expresiones: los elementos se alinean uno detrás del otro en la cadena del habla (fonos, palabras, oraciones); la totalidad resultante es llamada sintagma y se compone de dos o más unidades consecutivas (por ejemplo: ante-poner, con razón, Aunque llueva, saldré). Se trata de relaciones „en presencia‟ (puesto que dos o más elementos se hallan igualmente presentes en la serie), ordenadas y que tienen un carácter finito (Zecchetto, 1999: 29). Las relaciones paradigmáticas se dan en el cerebro del hablante (son relaciones “en ausencia”), que asocia elementos del sistema que tienen algo en común (por ejemplo, altura/frescura/calentura; cariño/afecto/amor; perdón/calefón/atención), es decir, la asociación puede basarse en la presencia de elementos comunes (un sufijo), en la analogía de significados o en la simple similitud fónica. Los elementos evocados forman una familia asociativa que no tiene un orden dado ni, por lo general, un número definido (Zecchetto, 1999: 29). Ambas relaciones designan dos enfoques posibles de coexistencia de los signos, y por lo tanto, de descripción del lenguaje. El reconocimiento de estas relaciones va a marcar, según Saussure, las características semióticas. En el eje paradigmático se hallan los esquemas o modelos virtuales, es decir, lo que es meramente potencial, mientras que el eje sintagmático, establece la actualización del objeto semiótico, es decir, lo vuelve un componente reconocible por su presencia. La dinámica que se establece en estas relaciones va desde lo virtual hasta su actualización, el paso de objetos potenciales a la realización de su concreta estructura (Zecchetto, 1999: 30).

La cuestión del valor La cuestión del valor del signo está estrechamente ligado a su característica arbitraria, al lazo que une significante y significado que no es natural, sino establecido por una convención. Esto le permite afirmar a Saussure que la lengua no puede ser más que un sistema de valores puros, donde cada signo toma consistencia por su puesta en relación de oposición a otro signo. El valor es un sistema de equivalencias entre cosas de órdenes diferentes (Zecchetto, 1999: 26). Un ejemplo es si se menciona la palabra “mar”, esa palabra se opone a cualquier otro signo de valor distinto. Pero si se cambia la letra “r” por la letra “l”, se indicaría una realidad totalmente distinta (Zecchetto, 1999: 26). La lengua es un sistema de valores puros, que son establecidos por el hecho social: los valores de los signos lingüísticos se basan en el uso y el consenso de la

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comunidad. Un elemento del sistema no tiene valor sino en su relación con la totalidad del sistema; la lengua es un sistema en el que todos sus elementos son solidarios y en el que el valor de cada uno resulta de la presencia simultánea de los otros. La noción de valor se verifica tanto en el plano del significado como en el plano del significante. Dentro de una misma lengua, las palabras con un significado general común se delimitan recíprocamente (valiente, audaz, temerario); las palabras de distintas lenguas no siempre tienen una correspondencia uno a uno (el inglés emplea “fish” indistintamente para pescado y pez; pero en español se oponen por el rasgo más o menos viviente; sus valores respectivos emanan de las diferencias que constituyen el sistema total del inglés y el español respectivamente). En cuanto al plano del significante, son sólo las diferencias opositivas las que configuran los valores de los elementos: hay cierto margen de flexibilidad para la realización de determinados fonemas (en la Argentina encontramos distintas pronunciaciones según las variantes regionales y sociodialectales para la palabra lluvia (iuvia, lluvia, yuvia) que portan el mismo valor distintivo; sin embargo, tal flexibilidad no podría trasladarse al sistema fonológico del francés). Saussure concluye que en la lengua no hay más que diferencias conceptuales y fónicas que resultan del sistema y que ponen en relación de valor a todos sus elementos (Zecchetto, 1999: 29).

El signo como entidad de doble cara El signo lingüístico estudiado por Saussure es una “díada”, una entidad psíquica de dos caras en la que se unen un significante (imagen acústica) y un significado (concepto). Puede decirse que la palabra es la cosa, mientras que el signo es el resultado de pensar científicamente tal palabra-cosa. Saussure afirma que la estructura dual del signo, está constituida por un significante y un significado. El significante, en un ejemplo, es la imagen acústica evocada por la voz "manzana", y el significado no es (como falsamente se podría intuir) la manzana misma, sino el concepto de la manzana (Zecchetto, 1999: 24). Un lugar central en la Teoría Semiológica de Saussure lo ocupa la concepción del signo, inseparable de la teoría del lenguaje de Saussure, de la que constituye su fundamento a través de la noción del sistema y del principio de arbitrariedad. En realidad, se ocupó ante todo del signo lingüístico y reconsideró la relación semiológica, reduciéndola a una relación diádica. En esta concepción quedan, pues, excluidos los polos correspondientes a la realidad (el objeto representado) y, curiosamente, la materialidad del propio signo, la vibración de ondas sonoras que puede constituir una palabra, por ejemplo. Estos son elementos que subyacen a la relación semiótica, pero que se encuentran más allá de ella, ligados quizá, por relaciones causales con los componentes genuinos del signo: el significante y el significado. Los polos de la relación semiótica son de naturaleza psicológica, pero de diferente nivel de abstracción. Compete a la psicología, su investigación en cuanto a “objetos” o “fenómenos de índole mental”; a la Semiología sólo le atañe especificar la naturaleza de sus relaciones, que Saussure encontró sujetas a dos principios: la arbitrariedad de su conexión y la linealidad del significante.

Significado y significante. Signo y representación El signo lingüístico es, pues como ya se ha especificado anteriormente, una entidad psíquica de dos caras que Saussure denomina significado y significante (para el concepto y la imagen acústica, respectivamente), de manera de trasmitir la unidad indisoluble que conforma el signo como totalidad, dentro de una sociedad. Propone conservar esa palabra (signo) para designar a la totalidad y reemplazar los términos concepto e imagen acústica respectivamente por significado y significante. Así pues, el significante es la eficacia „psíquica‟ de la imagen acústica. El significado es el concepto „abstracto‟ de una cosa (Zecchetto, 1999: 24). Significado y significante están en una relación de interdependencia; el vínculo entre ellos es arbitrario, es decir,

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inmotivado: no hay razón para que a determinado significado le corresponda determinado significante y viceversa, hecho que prueba la existencia misma de distintas lenguas naturales para un mismo significado: por ejemplo, “mesa de luz” (en español); nuittable (francés); nighttable (inglés); Nachttisch (alemán); nótese, además, que el español conceptualiza de manera distinta de las demás lenguas, esa significación. Por otra parte, el signo lingüístico es lineal debido al carácter auditivo del significante: tiene lugar necesariamente en la dimensión tiempo y asume sus características (representa una extensión mensurable). Los elementos del significante se disponen secuencialmente y forman una cadena, lo cual es evidente en la escritura. El signo lingüístico es inmutable en relación con el individuo y la masa hablante que lo emplea: la lengua es siempre herencia de una época precedente, es “la carta forzada” y por tanto no puede cambiarse por la libre voluntad. Sin embargo, en relación con la dimensión tiempo, el signo lingüístico es mutable, puesto que es susceptible de alteración tanto en el plano del significante como del significado (cfr. latín clásico: necare, „matar‟; español: anegar; francés: noyer, „ahogar‟). Esa asociación entre concepto e imagen acústica para formar un signo lingüístico se trata de una delimitación convencional que sucede dentro de una masa amorfa de contenido (“una nebulosa”) de significaciones, mediante una forma lingüística: sólo pueden distinguirse conceptos en virtud de “su estar ligados” a un significante particular. La lengua oficia así, de intermediaria entre el pensamiento y el sonido (Zecchetto, 1999: 25). Debe quedar claro que a pesar del carácter arbitrario de los signos lingüísticos, toda lengua es un bagaje cultural perteneciente a una sociedad que se transmite de generación en generación. Cada ser humano que nace aprende y asume un idioma ya presente e institucionalizado por un determinado grupo social, pues en este caso, los signos vendrían a representar una etapa y un tiempo determinado y no otro. La lengua tiene pues un carácter dado y fijado de antemano que es preciso mantener para poder entenderse en sociedad (Zecchetto, 1999: 27).

2.1.4. Alcance y limitaciones del pensamiento saussureano. La figura de Saussure resalta en primer lugar, porque se le suele reconocer como el padre de lo que hoy se denomina “Semiología”. De él arrancan los estudios e investigaciones del siglo XX sobre los signos y la semiótica en general. La presencia de su pensamiento se dejó sentir en el campo de la Semiología bajo diversos aspectos (Zecchetto, 1999: 30). Éstos son algunos de los principales aportes de sus investigaciones:

a. Su análisis del signo: una de las principales diferencias entre Saussure y Pierce. Saussure pone especial atención en simplificar los principios de la producción del signo. Su Teoría del Signo no es tan sólida y compleja como la de Pierce. Su interés por reflexionar sobre estas cuestiones estuvo determinado por su afán de ponerse al servicio de los estudios del lenguaje: nunca trabajó en elaborar una teoría específica sobre el signo, porque se enfocó en el lenguaje, en el estudio de la lengua. Sin embargo, su concepto del signo es el más conocido y divulgado hasta el presente (Zecchetto, 1999: 31). Su concepto del signo dual ahondó una polémica entre los lingüistas de la época. Destacó el papel del significante como aquel objeto que la mente percibe ocupando el lugar de otra cosa, para significarla. Aunque, a esto se dirigieron las críticas cuando le cuestionaron la idea acusándola de psicologista pues consideraba al significante como una pura entidad mental. Otra elemento que se le criticó fue el darle demasiada relevancia a este aspecto y no haber desarrollado más sobre sus componentes o al hecho, por ejemplo, de no haber explicado la posibilidad de asignar a un único significante varias imágenes mentales o conceptos, que Pierce sí desarrolló (Zecchetto, 1999: 31).

b. Reflexiones sobre el valor de los signos: afirmó que esos valores se construyen a partir de contenidos que los colocan en relación de oposición a las demás unidades sígnicas. Ese carácter diferencial hace que sea posible distinguir y transmitir valores que tienen los signos dentro del sistema de la lengua (Zecchetto, 1999: 32).

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c. La lengua y el habla como entidades sociales: buscando ahondar en la naturaleza de los signos, Saussure establece relaciones con la sociología en sus estudios. Plantea que todo ser humano en sociedad aprende una lengua que ya viene establecida y que es resultado y fruto de la interacción social entre los individuos, a partir de diferentes experiencias sociales (Zecchetto, 1999: 32). De este modo, la lengua será un sistema dependiente de los acontecimientos históricos, el reflejo de una conciencia colectiva, y de las normas surgidas de la propia comunidad, transformada en práctica colectiva. Esto abrió las puertas a ricas perspectivas culturales que más tarde ahondará, por ejemplo, Roland Barthes. Saussure enseño que la antropología de la lengua está relacionada con los grupos sociales. Él llamó “etnismo” a ese lazo social, a esa unidad esencial de comunidades lingüísticas que se forjan en el seno de las etnias y de la vida comunitaria. Una clara alusión a lo que ahora se denomina “contexto cultural” (Zecchetto, 1999: 33).

d. Inspirador de la teoría Crítica y el Estructuralismo: tras décadas después de la desaparición de Saussure, la semiología saussureana inspiró a la teoría crítica de Frankfurt, que criticaba a la sociedad capitalista y al funcionamiento dentro de ella de los medios de comunicación masiva; y al estructuralismo de los años 60, quienes pusieron de relieve el rol de los signos que se generan en los procesos históricos sociales (Zecchetto, 1999: 33). Tomaron de Saussure el planteo de la construcción arbitraria de los signos por parte de las estructuras sociales y las fuerzas de poder, para la formación y propagación de la ideología dominante a través de los medios de comunicación (Zecchetto, 1999: 33). El caso de la Teoría Crítica de Frankfurt es conocido, pues estos científicos apuntaron directamente a la crítica del nazismo y su utilización de los medios masivos y de signos para fijar su ideología política, a través del uso de símbolos.

2.2. Charles S. Peirce. La Semiótica en sede lógica La vida de Charles Sanders Peirce (1839-1914) tuvo rasgos peculiares que corren camino paralelo a su enorme originalidad. Hijo de un célebre catedrático de matemáticas y astronomía en Harvard, Charles fue formado por las normas sociales y científicas de la época; se benefició intelectualmente de haber sido educado en las altas esferas de una sociedad urbana, que entonces estaba siendo forjada por la modernización política, económica y cultural. El pragmatismo fue una corriente de pensamiento que intentó conciliar la ciencia evolucionista con un punto de vista religioso; el lugar de reunión de tal esfuerzo era el Metaphysical Club de Cambridge donde se encontraban Peirce, William James y otros eruditos. Paradójicamente, los conflictos y dificultades con la comunidad académica explican su poca dedicación al ejercicio de la docencia como tal. En 1914, murió en Pennsylvania, alejado del resto del mundo científico académico; durante las tres últimas décadas de su vida impartió algunas conferencias ocasionales y escribió abundantemente, ya que intentaba completar su sistema de Semiótica, Lógica y Ciencia. En los manuales de Teoría de la Comunicación pueden encontrarse menciones muy generales a unos cuantos aspectos de su obra: definición del signo, su división en tres entidades y su tipología de signos. Peirce escribió artículos de varias ciencias; la tardía recopilación de su obra (hasta los años treinta del siglo XX) hace que se conozca póstumamente, pues sus escritos fueron rescatados tan sólo comenzaron a publicarse, más de 15 años después de su muerte (Zecchetto, 1999: 44). Lo que el vislumbra es que debe existir una ciencia capaz de dar cuenta de todos los instrumentos que puede utilizar el ser humano para comunicar cosas. Junto con William James, funda la pragmática estadounidense; es decir, conduce el análisis de fenómenos de comunicación a formas que sean prácticas (Zecchetto, 1999: 44): ¿para qué sirve conocer lo que conozco?, ¿cuál es el uso de lo conocido? Peirce define el significado de la cosa a partir del uso que se le da y abre el camino a autores como Charles Morris (1903-1979), para quien el significado de las cosas es el sentido y uso que los individuos hacen de ellas. Para Peirce, la

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Semiótica es una teoría que trata de explicar la apropiación significativa que el hombre hace de la realidad: es una doctrina formal, que pasa de la observación de los signos concretos a la abstracción de sus características generales. La noción de triada es central en la Semiótica de Peirce. Peirce rompió con un conjunto de visiones que había en su época (como el funcionalismo y de hecho más tarde con el estructuralismo) pues caracteriza a la semiosis como un proceso complejo e infinito de sucesivo encadenamientos de procesos de significación; cambia las concepciones que tenían la Antropología y Sociología del Conocimiento y la acción social como cuestiones separadas; para Peirce no hay división entre cognición y acción; el conocimiento no es algo previo a la acción, sino que tiene en sí mismo una especie valor performativo, todo signo conlleva una acción (Zecchetto, 1999: 44). La Semiótica encabezada por Peirce ha abierto infinidad de vetas en la filosofía de la ciencia y el lenguaje que en principio parecen ser la salida natural de la contribución de este autor en pensadores como Wittgenstein (1889-1951) o el gran lingüista Roman Jakobson (1896-1982) quien le acredita a Peirce la influencia en sus ideas. Pierce recurre a la lógica a modo de método adecuado y sólido capaz de fundamentar sus ideas. La Filosofía de Pierce es un continuo balanceo entre la Lógica y la Metafísica (Zecchetto, 1999: 44).

2.2.1. Encuadre filosófico de la perspectiva peirceana. Definición y alcance de la Semiótica como Filosofía del lenguaje Pierce fue un pensador original y profundo que abrió caminos en la Filosofía y especialmente en la investigación semiótica. Se ubica en la corriente pragmática, de la cual fue uno de los inspiradores. El pragmatismo pretendía “construir una filosofía positiva”, es decir, orientada a crear un sistema de pensamiento unificado y sostenido por la ciencia (Zecchetto, 1999:44). La Teoría de Pierce es un constante balanceo entre la Lógica y la Metafísica. Para eso Pierce recurre a la Lógica, como método adecuado para fundamentar sus ideas. El pensamiento pragmatista de Pierce es descrito por el autor: el pragmatismo pretende determinar el significado real de los signos (ideas, conceptos, pensamientos) o sea de aquello que se afirma sobre las cosas u objetos. Se trata entonces, de un método para averiguar la validez de los razonamientos sobre algo. Esa validez pragmática se convalida al considerar las consecuencias prácticas que tales afirmaciones reportan, la verdad práctica que encierran. Según Pierce, el principio máximo del pragmatismo consiste en considerar cuáles son los efectos prácticos que pueden ser producidos por el objeto que cada individuo concibe. El sentido de todos esos efectos es la concepción completa del objeto. En consecuencia, la concepción completa de algo, da la probabilidad de estar seguros de las afirmaciones que se hacen sobre ese algo (Zecchetto, 1999:44). Según enseña el pragmatismo, dice Pierce, lo que se piensa ha de ser interpretado en función de lo que se está dispuesto a hacer, entonces con seguridad, la lógica o la doctrina de lo que se debe pensar, tiene que ser una aplicación de la doctrina de lo que deliberadamente se resuelve hacer, o sea la ética. De este modo, para el autor toda la realidad está conectada por la triada del signo y explica la presencia de sentidos previos en la mente de los sujetos que leen las realidades sígnicas, las cuales funcionan como elementos combinatorios y combinados con cada aspecto de la triada. Peirce ubicaba a su teoría semiótica dentro del conjunto de las teorías de la realidad (Zecchetto, 1999:45).

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Buscaba aquella universalidad de pensamiento que permitiera comprender la totalidad del mundo. Para eso vio la necesidad de elaborar un sistema con categorías bien abarcativas de las realidades conocidas y cognoscibles. Su perspectiva semiótica tiende a ser una filosofía del conocimiento, es decir: se presenta como una semiótica cognoscitiva, como una disciplina filosófica que pretende la explicación e interpretación del conocimiento humano (Zecchetto, 1999:46).

2.2.2. La perspectiva triádica de la realidad

Para Pierce, toda la realidad puede ser comprendida a partir de 3 categorías que permiten unificar aquello que es complejo y múltiple (Zecchetto, 1999: 46). El primer correlato: es todo cuanto tiene posibilidad de ser, real o imaginario (Zecchetto, 1999: 46). Esta pura posibilidad es la permite luego la concreción de todos los seres. La primeridad es lo abstracto (Zecchetto, 1999: 46). El universo de la primeridad constituye el telón de fondo indefinido sobre el cual tomará perfil todo lo demás, todo el resto (Zecchetto, 1999: 46). Es el modo de ser de lo que es, tal como es, sin referencia a ninguna otra cosa (Zecchetto, 1999: 46), es la primera impresión o sentimiento que se percibe de las cosas. El segundo correlato son los fenómenos existentes, es lo posible realizado y por tanto es aquello que ocurre y se ha concretizado en relación con la primeridad. Es el modo de ser de lo que es en relación a lo segundo (Zecchetto, 1999: 47). Se trata de una categoría relacional, de combate. Lo segundo es siempre el fin, el elemento ocurrido, lo causado. El tercer correlato está formado por las leyes que rigen el funcionamiento de los fenómenos, es una categoría general que da validez lógica y ordena lo real (Zecchetto, 1999: 47). Se trata de una interrelación establecida con el tercer término. Lo tercero es el medio, la racionalidad eficiente que regula lo que pasa mediante la ley y en consecuencia, tiene un carácter general (Zecchetto, 1999: 47).

Modelo triádico de Peirce

2.2.3. Las categorías. La correlación triádica de la realidad consta de tres categorías que Peirce denomina “Primeridad, Segundidad y Terceridad”. Peirce mismo concede que sus categorías son ideas tan generales que pueden considerarse como algo semejante a inclinaciones o tendencias hacia las cuales se dirigen los pensamientos. Las categorías fluyen por todos los rincones de la mente, según Peirce, impregnando sus reflexiones sobre los signos. Estas categorías yacen detrás de todo pensamiento humano, y de hecho, detrás de todos los procesos del universo, tanto inorgánicos como orgánicos. Este proceso triádico es, para Pierce, el proceso que domina la disposición analítica e interpretativa de la realidad, desde el sistema de pensamiento humano (Zecchetto,

Signo o Representamen

Objeto

Interpretante

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1999: 49). Éste puede describir la situación global de las cosas como cualidades (primeridad), o en su acción real (Segundidad), o como entidades regidas por leyes y fines (terceridad). Esto se plantea siempre como una experiencia continua y fluida (Zecchetto, 1999: 49). Las categorías pueden resumirse de la siguiente manera: 1. Primeridad: es el modo de significación de lo que es, tal como es, sin referencia a otra cosa (Zecchetto, 1999: 46). La Primeridad, de por sí, no es una cualidad concreta (como, por ejemplo, la sensación del color y la forma de una manzana que se estuviese percibiendo en este momento). No es más que una mera posibilidad, sin partes definibles, sin antecedentes ni consecuencias. Es simplemente lo que es, sin que alguien sea plenamente consciente de la cualidad que es. Peirce se refiere a la Primeridad como pura libertad, espontaneidad, originalidad, la posibilidad de que acontezca algo nuevo. Es, por ejemplo, cuando en el instante en que se alcanza a percibir un libro azul sobre la mesa, lo que se ve, aún (todavía) sin conciencia de lo que se ve, es sencillamente una mancha de cierto color, de cierta forma x, antes de que haya sido clasificada como una forma rectangular de color azul, y sin que se la haya denominado “libro”. Es nada más una cualidad, sin conexión con todo lo demás que hay a su alrededor. Es sólo una posibilidad que, en algún momento futuro, quizás pueda formar parte de una clasificación determinada de manera que entre en interrelación semiótica con otros signos posibles. Es cualidad de sentimiento (Zecchetto, 1999: 49). 2. Segundidad: es el modo de significación de lo que es, tal como es, con respecto a algo más, pero sin referencia a un tercer elemento (Zecchetto, 1999: 46). La Segundidad trata precisamente de algo actualizado. Ese algo existe 'aquí', en 'este' momento. Es una singularidad, una particularidad. Es lo que se tuvo delante de los ojos como Primeridad, sin que (todavía) hubiese sido plenamente consciente de ello. Pero ahora sí. Ya se tuvo en cuenta, más o menos, de lo que esa singularidad es, como Segundidad, y el individuo se enfrenta con el hecho de lo que es, quiera o no. Es un mero 'hecho bruto', como parte de este mundo físico, o es una imaginación o un pensamiento en la mente. A esta altura de la consciencia, se sabe que la singularidad es algo aparte del individuo. Es algún otro, sin que (todavía) se lo haya podido clasificar o describir. Es decir, como pura Segundidad, queda fuera de la conceptualización, que pertenece propiamente a la Terceridad. En otras palabras, la Segundidad es la otredad en el sentido más primitivo de la palabra. Goza de autonomía respecto al individuo; es un pleno producto del mundo físico o del mundo mental. Si la Primeridad es afirmación, la Segundidad es negación en el sentido de que implica la existencia de algún 'otro'. Es la reacción (Zecchetto, 1999: 49). 3. Terceridad: es el modo de significación de lo que es, tal como es, en tanto que tercero o medio entre un Segundo y un Primero. Es en la medida que trae un Segundo y un Tercer elemento (por ejemplo, un representamen y un objeto semiótico) y lo pone en correlación con el Primero (abarca la mediación, la síntesis de las categorías Primeridad y Segundidad) (Zecchetto, 1999: 46). Puede decirse que la Primeridad es cualidad, la Segundidad es efecto, y la Terceridad es producto, y que la Primeridad es posibilidad (un quizás pueda ser), la Segundidad es actualidad (lo que es, aquí-ahora), y la Terceridad es probabilidad o necesidad (lo que debería ser, según las circunstancias que existen aquí-ahora) (Zecchetto, 1999: 49). La Terceridad se define a través de un conjunto de tres términos: (1) mediación, (2) transformación, y (3) evolución o crecimiento vital. En el acto de mediación, dos entidades se interrelacionan por medio de una tercera entidad mediadora. Por ejemplo, un signo de interrelacionalidad, media entre un objeto al que está entretejido, y un interpretante, e incorpora también a quien esté interpretando el signo: todos quedan íntimamente entrelazados en un abrazo líquido que fluye por el río de la semiosis. El signo es un eje de intersección interdependiente e interrelacionado que entra en interacción con el organismo que lo interpreta, de modo que todos, incluso el mismo organismo, componen un signo complejo. La

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Terceridad lleva a cabo una transformación en tanto que su función es la de traducir (interpretar) una entidad semiótica en otra. Por lo tanto, la Terceridad marca el desarrollo vital de los signos. Es un proceso creador por medio del cual el caos se hace orden, y la confusión se hace claridad. Es el proceso de la semiosis, la producción de interpretantes que engendran otros signos que a su vez engendran otros interpretantes, ad infinitum. En cuanto al aspecto temporal de la semiosis, el presente -huidizo, efímero, esquivo- del que el intérprete de un signo (todavía) no tiene consciencia plena, es propio de la Primeridad; el pasado, que ya es un hecho permanente y estático (aunque accesible a múltiples interpretaciones) es propio de la Segundidad; y la futuridad, foco de esperanzas, deseos, anticipación, y hábito, es de la Terceridad (Zecchetto, 1999: 47).

El fanerón. La realidad como fenómeno semiótico

Pierce considera que todo hecho semiótico se explica por los estados mentales del ser humano que, en forma permanente, teje significaciones sobre la realidad en que vive, a partir de otras concepciones aprendidas en los grupos sociales con los que se vincula; por y en las experiencias personales adquiridas; y en las normas culturales inculcadas. Este fenómeno de conciencia lo denomina fanerón. El fanerón representaría el papel de categoría relacional mediante la cual vinculamos elementos simples y complejos. El fanerón es un nombre propio para denotar el contenido total de una conciencia (Zecchetto, 1999: 50). Es algo ontológico, puede tener existencia real como existencia mental. Configura las sensaciones y las percepciones de lo real tanto en sus formas simples como en las más complejas. El estudio de los fanerones se denomina faneroscopia (Zecchetto, 1999: 50). Desempeña el papel de categoría relacional mediante la cual se vincula elementos simples y complejos de cualquier realidad semiótica (Zecchetto, 1999: 50). Un ejemplo claro de esto sería pensar en el siguiente signo:

“avión” (el término escrito o el sonido de la palabra)

O, en la imagen1:

Este signo puede leerse desde múltiples ángulos culturales. Las valencias simples o primarias son las fónicas perceptivas o bien los colores: cuando la palabra “avión” suena la persona se

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imagina cierta forma mental del objeto, cierto color, ciertas líneas que lo trazan en su forma básica (Zecchetto, 1999: 50). Pero en un nivel más superior, están las fónicas superiores, que son aquellas elaboradas en conexión con otras realidades ya exclusivas de esa persona que recepta la palabra: Por ejemplo, un RRPP de una corporación multinacional pensará seguramente, ante la palabra “avión”, en múltiples aerolíneas de primer nivel, o relacionará la idea de avión a la tecnología de vanguardia, ya que se supone que por su posición en la escala social es una persona que viaja constantemente en este medio de transporte y debe conocer más de una aerolínea de países del primer mundo, debido a que su experiencia de vida lo vincula a un trabajo que implica viajar y llevar un nivel de vida acomodado. Incluso hasta lo asocie con su rutina laboral y lo considere un objeto que le significa “desgaste laboral”, “rutina” o conceptos relacionados. No será lo mismo para un turista de clase alta. Una persona que se dedica a viajar por placer y ocio, el signo “avión” le representará la idea de “placer”, o de lugares paradisíacos, o incluso hasta lo relacionará con otras culturas, con palmeras, sol, playas. Nunca será lo mismo este signo que para un sujeto indigente que habita los aeropuertos, durmiendo allí porque no tiene un hábitat propio donde refugiarse. Ni tampoco este signo le representará lo mismo a una ama de casa que vive en las cercanías del aeropuerto y el avión le significa “ruidos molestos”, “vidrios que tiemblan”, “sonido ensordecedor”. Se produce, por lo tanto, un tejido de relaciones que va pasando por los niveles de 3 categorías.

2.2.4. El signo como entidad de tres caras. Objeto, representamen, interpretante Si algo se destaca este autor es por su peculiar concepción del signo. Aplica al signo la misma triada que había aplicado para entender la realidad. La función signo, según Pierce, consiste en ser “algo que está en lugar de otra cosa bajo algún aspecto o capacidad” (Zecchetto, 1999: 52). El signo peirceano es signo de proceso continuo, de flujo, de incesante cambio. Su naturaleza triádica le confiere esa característica. Es una representación, por la cual alguien puede mentalmente remitirse a un objeto. En este proceso, se hacen presentes tres elementos formales de la triada a modo de soportes y relacionados entre sí: El primero es el representamen, relacionado con su objeto (lo segundo) y el tercero, que es el interpretante. El representamen: es la representación de algo, o sea, es el signo como elemento inicial de toda semiosis (Zecchetto, 1999: 52). Siendo esta la expresión que muestra alguna cosa (lo que aparece como signo, casi siempre es fruto del artificio o de la arbitrariedad de quienes lo crean, como sucede con las lenguas, por ejemplo. Según Pierce, el representamen se dirige a alguien en forma de estímulo, como lo que “está en lugar de otra cosa”, para la formación de otro signo equivalente que cerca al interpretante. A veces las propiedades expresivas del representamen son ambiguas y originan sentidos e interpretaciones diversas. El representamen es simplemente el signo en sí mismo, tomado formalmente en un proceso concreto de semiosis, y no se lo debe confundir con un objeto, sino que es una realidad teórica y mental (Zecchetto, 1999: 52). El interpretante: Es lo que produce el representamen en la mente de la persona. En el fondo, es la idea del representamen o sea del signo mismo, el autor dice que signo es un representamen que tiene un interpretante mental. El interpretante es la captación del significado en relación con su significante (Zecchetto, 1999: 52). En definitiva, es siempre otro signo y por tanto, le agrega algo al objeto primero y como dentro del modelo triádico la semiosis es continua, el interpretante puede estar constitutito por el desarrollo de uno o más signos (Zecchetto, 1999: 52). El objeto: es aquello a lo que alude el representamen y está en lugar de algo (su objeto); el objeto es la denotación formal del signo en relación con los otros componentes del mismo. A medida que la persona tiene mucho bagaje cultural es posible que „engrose‟ ese objeto, asignándole material

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cognoscitivo e incluir más significantes conocidos por la mente. La interrelación entre el representamen y el objeto queda implícita, si no hay un interpretante y una correlación que corresponde al interpretante y al objeto establecido por la persona que lo está interpretando, el intérprete. La función del intérprete, en colaboración con su respectivo interpretante, es precisamente la de demarcar y hacer explícita hasta dónde sea posible, la correlación entre representamen y objeto, lo que pone en marcha el proceso de la significación del signo. La correlación mediadora tiene que ser, entonces, netamente triádica. Nótese que el modelo no tiene forma triangular. Es, más bien, un trípode, de modo que el punto axial crea una interrelación entre un componente y otro componente del signo, de la misma manera en que se crea la misma interrelación entre estos dos componentes y el tercer componente. Y así, se completa el signo triádico (Zecchetto, 1999: 56). El interpretante, es lo que produce el signo en la mente de la persona. La noción de interpretante, según Peirce, encuadra con la actividad mental del ser humano, donde todo pensamiento no es sino la representación de otro: "el significado de una representación no puede ser sino otra representación". La forma de pensar triádica se extiende a otros conceptos como los tipos de argumentos (inducción-deducción-abducción), niveles de signos (icono, índice, símbolo), tipos de signos icónicos (imagen, diagrama, metáfora). Primeridad, segundidad y terciaridad son, en principio, nombres genéricos: indican solamente una relación de orden entre ellos, pero después designan también propiedades del proceso de significación: a la primeridad pertenecen cualidades sensibles y las apariencias (color, la dureza, las propiedades físicas de las cosas), es la idea de aquello que es tal como es, sin consideración a ninguna cosas, es la cualidad. La segundidad le pertenece la experiencia de una acción, del esfuerzo o la reacción sin tomar en cuenta su carácter intencional (por ejemplo, la experiencia de un ruido que actúa sobre el silencio); es lo que es con relación al primero, reacción de éste. La terceridad le pertenece los signos, en los que se relacionan tres cosas: el objeto, el signo interpretado y el signo mismo o representamen (Zecchetto, 1999: 49).

Clasificación de los signos. Las tricotomías En la tríada planteada por el autor es posible ver el reflejo de la división triádica fundamental ya explicada. El representamen remite a la primeridad, el objeto a la segundidad, y el interpretante a la terceridad. Enlazando estas categorías con cada elemento del signo es posible obtener la siguiente clasificación:

Primeridad Secundidad Terceridad

Representamen Cualisigno Sinsigno Legisigno

Objeto Icono Índice Símbolo

Interpretante Rema Dicisigno Argumento

Se trata de una clasificación del signo que toma en cuenta su triple relación: consigo mismo, con el objeto al cual alude, y con el interpretante (Zecchetto, 1999: 57). A) División del signo en relación con sí mismo, es decir, con el Representamen: En relación al representamen, los signos se clasifican en: Cualisigno: es el signo en su aspecto de cualidad. Por ejemplo, el color del caballo, el tono de voz en una poesía. Es lo general del signo, que le permite subsistir en cuanto tal (Zecchetto, 1999: 57). Sinsigno: es la presencia concreta del signo. Por ejemplo, la presencia del color del caballo en dicho signo. Es lo particular del signo (Zecchetto, 1999: 57). Legisigno: es la norma o modelo sobre le cual se construye un sinsigno. Por ejemplo, lo que establece el diccionario para la definición semántica de la palabra caballo (Zecchetto, 1999: 57).

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B) División del signo en relación con su Objeto: Con relación al objeto, es decir, a la cosa a la que se refiere o designa, el signo puede ser clasificado en: íconos, índices y símbolos (Zecchetto, 1999: 57). Icono: Signo que posee alguna semejanza o analogía con su referente u objeto. Ejemplos: una fotografía, una estatua, un esquema, un pictograma. Un ejemplo, sería la siguiente imagen:

Índice: Signo que mantiene una relación directa con su referente u objeto. Se conecta de forma directa con este. Ejemplos: suelo mojado, indicio de que llovió; huellas, indicio del paso de un animal o persona; una perforación de bala; una impresión digital.

Símbolo: Signo cuya relación con el referente es arbitraria, convencional. Tienen significado por una ley de convención arbitrariamente establecida (Zecchetto, 1999: 58). Ejemplos: Las palabras habladas o escritas; la cruz roja.

Los íconos son sobre todo de la Primera categoría. Brevemente, un ícono es un signo que se exhibe en lugar de su objeto, en virtud de alguna semejanza entre este signo y su objeto, los íconos manifiestan la posibilidad de revelar la estructura, función, y/o interrelaciones inherentes en sus respectivos objetos, no hay íconos puros en la mente consciente, sin cualidades que no estén (todavía) incorporadas en alguna interrelación dentro de algún contexto, y para que un icono sea signo, la semejanza debe existir como una idea o imagen en la mente de algún intérprete. Un ícono representa su objeto, en virtud de las características que posee, exista o no alguna interrelación con su objeto semiótico. Figuras, diagramas y mapas son íconos típicos (Zecchetto,

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1999: 58). A diferencia del ícono, el índice goza de interrelación con algún objeto semiótico en virtud de una conexión natural que existe entre los dos. Y el símbolo, está interrelacionado con su respectivo 'objeto semiótico' por medio de una convención social que requiere una interpretación en cuanto a su papel, como signo general (signo que tiene implicaciones para toda una clase de signos del mismo tipo). Los índices son más bien signos de Segundidad. Ellos, se definen como signos en interrelación existencial (física, natural, o intencional si el signo es imaginario) con su objeto, esta interrelación le dota al signo de la capacidad para llamar la atención sobre la existencia del objeto de alguna forma u otra, y una vez que el objeto de la significación cumpla con su función de llamar la atención, entonces se le puede dar un valor (nombre), lo que es un paso esencial para que se reemplace al índice con un símbolo. Un índice es, por tanto, un signo cuyo carácter representativo consiste en su condición de Segundidad. Por ejemplo, un termómetro es un índice en el sentido de que indica (lo que es la función indexical) el nivel de calor en el ambiente. Señala a otra cosa distinta de sí mismo y, por lo tanto, no es una entidad auto-contenida y auto-suficiente, como el ícono. Además, ya que la interrelación entre el termómetro como índice y su otro, el aire, es una interrelación natural o física, existe en contradistinción a la interrelación de semejanza que existe entre un icono y su otro (Zecchetto, 1999: 58). Un signo indexical existe en espera de un intérprete y un interpretante, que pueden emerger en el momento en que se establezca alguna interrelación causal o natural, gracias a alguna mente (intérprete). Entonces, el signo sale a la luz como si hubiera también obligado al intérprete a fijarse en cierta conexión, y no en otras. Para Peirce, el índice es como un pronombre demostrativo o relativo, que forzosamente dirige la atención hacia un objeto particular sin que se describa. De este modo, cualquier cosa que enfoque la atención hacia algo es un índice. Al hacer hincapié en la función del índice, se traslada el punto de enfoque de la atención, desde el signo como posibilidad (Primeridad), la mera sensación de algo sin que haya consciencia de alguna propiedad de este algo, hacia el signo como actualidad (Segundidad), ya que el intérprete ha alcanzado la consciencia del signo, como algo con ciertos atributos específicos. En contraste con los íconos e índices, los símbolos tienen interrelaciones con sus objetos principalmente en virtud de hábitos o convenciones sociales: un símbolo es una regularidad del futuro indefinido (Zecchetto, 1999: 58). De esta manera, un símbolo es un signo cuya aptitud para representar su objeto depende de un hábito mental, no de alguna cualidad que se encuentre en el signo mismo o de una interrelación necesaria o física con el objeto, es general, ya que se aplica a un número indefinido de casos en cuanto a signos contextualizados y los objetos con los que se interrelacionan. Obtiene significación por medio de una mente que debe realizar una asociación entre un icono (posibilidad de significar, cualidad, Primeridad) junto con un elemento indexical (de actualización, relación binaria entre signo o mente y otra entidad, Segundidad), y por fin, es un mediador por excelencia, característica indispensable del proceso semiótico (Zecchetto, 1999: 58). El ejemplo máximo de un símbolo es un signo de una lengua natural o artificial. El mundo de por sí, como signo de pura posibilidad, es un icono. La palabra 'mundo' como algo que indica el mundo, tiene función indexical. Pero la palabra, no es mero índice, como en el caso del termómetro. El termómetro tiene interrelación con su otro, el aire, exista un intérprete o no. En cambio, 'mundo' no tiene ninguna interrelación con nada aparte de una convención social y lingüística en base a la lengua española según la cual la palabra 'mundo' goza de alguna referencia con la entidad „mundo‟. Y, a base de la interrelación entre la palabra 'mundo' y la entidad mundo, emerge la función mediadora del símbolo, que ofrece el significado de la palabra (Zecchetto, 1999: 57). De esta manera, el símbolo pertenece principalmente a la Terceridad. De hecho, el símbolo la considera como su propio dominio, ya que está tan acostumbrado a las vías que conducen hacia ella. Una Terceridad, es decir, un símbolo, es el nombre o la descripción que se interrelaciona con su objeto por medio de 'una asociación de ideas o conexiones

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habituales (acostumbradas) entre el nombre (signo simbólico) y lo que significa. No hay necesariamente ningún vínculo natural o existencial respecto al símbolo, que le da legitimación para funcionar como signo significando el objeto que en particular significa. La interrelación bien puede ser en principio puramente arbitraria, y ya que sigue la corriente de las convenciones sociales, el signo se une con su objeto por un acto mental, acto ya habitualizado por alguna convención. De esta manera, el símbolo, como portero más apropiado de la Terceridad, pasa de signo arbitrario, a signo necesario, dentro de un contexto cultural determinado (Zecchetto, 1999: 58). Debido a la participación central de la mente, en el proceso semiótico que conduce al engendramiento de los símbolos, ellos tienen la potencialidad de constituir, según Peirce, la clase de signos más 'genuinos', porque son los signos más 'acabados'. Es por eso, que los símbolos crean interrelaciones triádicas por excelencia. Los íconos se definen por la cualidad, los índices por la individualidad, y los símbolos, sobre todo, por la mediación. El engendramiento de símbolos por habitualización es muy diferente de la generación de signos de Segundidad. Aquéllos exigen la colaboración activa del intérprete, mientras, éstos pueden ser producto de la existencia bruta del mundo físico. Nunca hay identidad absoluta de un caso de un signo con otro, de un momento con otro. Ésta es, entonces, la función del símbolo como tipo. El lazo entre lo que es el signo simbólico y la manera en que funciona se debe a una convención social, lo que le da a los símbolos su característica de generalidad, de abstracción, porque los hábitos son reglas generales a que el organismo se ha sujetado. La función del símbolo, en fin, servirá para darle un toque de generalidad al proceso de la significación. En vista de que el signo simbólico pertenece a la Terceridad, es el más apropiado para cubrirse con el atributo de la generalidad (Zecchetto, 1999: 58). En fin, categorías, íconos, índices, y símbolos: todo es cuestión de signos, o en una palabra, es semiosis, los signos en movimiento perpetuo. Es la vida, es el universo inorgánico tanto como orgánico (Zecchetto, 1999: 58). C) División del signo en relación con el Interpretante: Se clasifican en: Rema: es el signo percibido en su forma abstracta, es una relación que el sujeto establece con el representamen de manera general, por ejemplo: pensar en los nombres de las personas en general (Zecchetto, 1999: 59). Dicisigno: es un interpretante con contenido concretizado. Por ejemplo: “el niño se llama Emilio” (Zecchetto, 1999: 57). Argumento: es el signo cuyo interpretante tiene forma de silogismo, es decir, posee algún tipo de razonamiento argumentativo e interpretativo. Por ejemplo, el juego de las cartas en el Truco, a partir de las reglas que rigen dicho juego (Zecchetto, 1999: 57).

2.2.5. La cuestión de la semiosis infinita De la idea de signo se desprende el concepto de Pierce de semiosis infinita. Según Pierce, el interpretante de un signo refleja siempre los hábitos mentales de la persona que entra en contacto con el representamen, o dicho de otro modo, traduce las reacciones del individuo ante la provocación y el estímulo del signo, denotando sus comportamientos y experiencias. Se alude aquí a la necesaria relación entre la recepción del signo y los hábitos culturales de los receptores, sus experiencias previas de los objetos y de las cosas del mundo. Los individuos en el momento de leer un signo lo interpretan a partir de lo que ya tienen formado en la mente, es decir, las ideas, las valoraciones sociales, las visiones de la realidad, los prejuicios, los estereotipos, que por

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cultura, tradición o formación ya poseen de antemano (Zecchetto, 1999: 55). A partir de allí se va generando nuevas configuraciones. Es este proceso el que da lugar a una semiosis infinita, es decir, a una continua sucesión de producción de signos mediante la cual los sujetos van pensando la verdad de las cosas y del mundo (Zecchetto, 1999: 55). La acción del conocimiento humano cuya base es la actividad sígnica coloca a los sujetos dentro de una cadena sin fin de mediaciones que le remiten de signo en signo, entrelazando un lenguaje con otro, arrastrándolos por una corriente tumultuosa de la semiosis. Por esto, Pierce asegura que todo pensamiento no es sino la representación de otro: el significado de una representación, no puede ser, sino, otra representación (Zecchetto, 1999: 55).

2.2.7. La realidad y el hombre como signos

Lo que se conoce, se sabe y conoce por inferencia, no por intuición. Afirma Peirce que el único pensamiento que puede conocerse es el pensamiento en los signos. Un conocimiento que no pueda conocerse, no existe. Por eso, todo pensamiento debe existir necesariamente en los signos. No se puede pensar sin signos. De la proposición que todo pensamiento es un signo, se deriva el que todo pensamiento debe orientarse hacia algún otro pensamiento, ya que ésta es la esencia del signo. De esto se desprenden cuatro consecuencias:

No hay ninguna capacidad de intuición, todo pensamiento está determinado lógicamente por pensamientos precedentes.

No hay introspección, todo conocimiento del mundo interno se deriva, con un razonamiento hipotético, del conocimiento de los hechos externos.

No se puede pensar sin signos.

No hay concepto de lo absolutamente incognoscible (el caos). La demolición del concepto de intuición y de „incognoscible‟ implica una revisión del concepto de realidad y conocimiento. Para Peirce, todo conocimiento es un acto de inferencia que remite a una serie indefinida, a un proceso de comienzos (Zecchetto, 1999: 55). Pero si el conocimiento es un proceso que retrotrae indefinidamente hacia atrás, hay que pensar en un cuándo y cómo de un comienzo. Este supuesto dato originario, o esta premisa concebida como inmediata, no puede menos que ser un predicado, o sea, lo que se dice o podría decirse de la cosa captada, pero, ya que predicar una cosa respecto de otra, equivale a establecer que la primera es un signo de la segunda, la premisa no sería otra cosa que un signo que, como todo signo, no hace más que transmitir una información acerca de la cosa, no hace más que significarla, transmitir su significado y no presentarla en su supuesto ser real en sí (Zecchetto, 1999: 55). La manera de dar cuenta del acto cognoscitivo consiste en reconocer que la realidad y el conocer se encuentran en un mismo universo, es decir, que las cosas reales son de naturaleza cognitiva y por lo tanto significativa. La cosa no existe como un en sí antes y afuera del proceso de conocimiento sino que ella misma existe en el proceso de conocimiento, en un largo trayecto. Esto es lo mismo que decir que toda la realidad es un signo, un proceso dinámico de significados. La semiosis infinita no es una propiedad exclusiva del conocer, sino además, y al mismo tiempo, una propiedad de lo real. Si el significado de una palabra es el concepto que ella comunica, lo incognoscible no tiene significado alguno porque no hay ningún concepto que le corresponda. Es, entonces, una palabra carente de significado, y por tanto todo lo que significa, por medio de cualquier término que sea, como “lo real”, es cognoscible en algún grado. ¿En qué sentido las cosas están en relación con la mente y, sin embargo, existen independientemente de tal relación? Peirce distingue entre el pensamiento mío, tuyo y el pensamiento general. El primero es el pensamiento privado, afectado fatalmente por idiosincrasias y errores, conocido también como el sentido común. Instalado cada individuo en la cadena de la semiosis infinita, se pertenece a ella y no ella al individuo. Lo que para mí es lo real, posee una posibilidad hipotética de traducirse en una afirmación futura, el hecho de que esa traducción se

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efectúe o imponga no depende de la totalidad de informaciones o interpretaciones en proceso, sino del futuro del “pensamiento en general”. A él pertenece la “verdad pública”, o sea la verdad sin otros adjetivos, la verdad objetiva. Lo real es aquello que, tarde o temprano, desemboca en información o razonamiento, y que es, por lo tanto, independiente de los caprichos de uno u otro. El concepto de realidad implica esencialmente la noción de una comunidad, sin límites definidos, y capaz de un acrecentamiento definido del conocimiento (Zecchetto, 1999: 55).

2.2.8. Proyecciones y alcance del pensamiento Pierceano. A partir de la segunda mitad del siglo XX, las teorías de Pierce comenzaron a expandir su influencia en numerosos estudiosos de la comunicación. La traducción y difusión de sus escritos permitió un mayor conocimiento de sus ideas y la riqueza que encerraban. Esto abrió el camino a nuevas investigaciones semióticas y obligó a mirar las cosas de una manera diferente a la mirada que ofrecía la semiología estructuralista del enfoque saussureano. Las ideas de Pierce y Saussure comenzaron a compararse. Aunque fuese complicado establecer una comparación entre estas dos figuras tan disímiles, sus ideas dieron origen a dos corrientes:

La primera ha sido la corriente de la semiología surgida de las ideas de Saussure, cuya base teórica ha sido la díada del signo, considerada como una estructura análoga al sistema del lenguaje. En esta corriente también se ubican Barthes y Greimas.

La otra corriente es la semiótica que se inspiró en las ideas de Pierce e influyó a pensadores anglosajones. el punto de partida es el esquema triádico que se desarrolla a lo largo de toda la filosofía peirceana. Umberto Eco es otro de los teóricos que asumen también esta perspectiva. Hoy el debate entre una y otra se considera superado (entre semiología y semiótica) (Zecchetto, 1999:68). Cada una encara los problemas desde principios epistemológicos muy diferentes y con intereses comunicativos distintos. Sin embargo, la obra de Pierce representa hoy uno de los campos más fecundos de reflexión semiótica, porque su perspectiva teórica permite dar cuenta de modo ordenado y lógico de la complejidad de los fenómenos semióticos. Algunos afirman que la Teoría de Pierce aborda la realidad como un material donde todos los elementos pueden leerse y analizarse semióticamente (Zecchetto, 1999:69).