La Piedra de Moises - James Becker

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La piedra de MoissJames Becker

PrlogoMasada, Judea Anno Domini 73 No podemos esperar ms. Elazar ben Yair se subi a una pesada tribuna de madera situada casi en el centro de la fortaleza y baj la mirada dirigindola hacia los rostros de los hombres y mujeres que lo rodeaban. Al otro lado de los recios muros de piedra, un torrente de sonidos (rdenes dictadas a voz en grito, el ruido de las excavaciones y los golpes de las piedras cayendo unas sobre otras) serva como teln de fondo a sus palabras. De cuando en cuando, por encima del jaleo, se impona un ruido sordo seguido de un gran estruendo, lo que significaba que un proyectil proveniente de una de las balistas, las imponentes armas de asedio romanas, se haba estrellado contra los muros de la fortaleza. Ben Yair lideraba el grupo de rebeldes judos conocidos como sicarios desde haca siete aos, desde el mismo momento en que se hicieron con Masada tras arrebatrsela a la guarnicin romana all estacionada. Los sicarios eran un grupo extremista dentro de los zelotes. De hecho, eran tan radicales que entre sus enemigos se contaban los propios zelotes, as como la mayor parte de los pueblos de Judea. Durante aos, la fortaleza situada en la cima de la montaa les haba servido como base para saquear tanto los asentamientos romanos, que se extendan por todo el pas, como los judos. El ao anterior, a Ludo Flavio Silva, gobernador romano de Judea, se le agot la paciencia y atac Masada con la legin Fretensis, compuesta por unos cinco mil soldados avezados en la lucha. Sin embargo, Masada era un hueso duro de roer y todos los esfuerzos iniciales por parte de los romanos para abrir una brecha en sus defensas haban resultado infructuosos. Como ltimo recurso haban construido un muro de contencin (una rcumvallatio) alrededor de una parte de la fortaleza, y a partir de ah haban empezado a erigir una rampa de una altura suficiente que les permitiera usar un ariete contra lagruesa muralla que rodeaba la ciudadela. Todos vosotros habis visto la rampa que se apoya en nuestra muralla comenz a decir Elazar ben Yair con un tono de resignacin en su voz. Maana o, como muy tarde, pasado maana, los arietes rompern nuestras defensas. Ya no hay nada que podamos hacer para

evitarlo y, una vez que consigan penetrar, los romanos nos invadirn. Entre hombres, mujeres y nios, no llegamos a las mil almas. Al otro lado de las murallas nuestros enemigos quintuplican ese nmero. No alberguis duda alguna, los romanos vencern, independientemente de la fiereza y la valenta con que luchemos. Elazar ben Yair hizo una pausa y mir a su alrededor. En aquel momento, una salva de flechas, proveniente de ms all de las almenas, cruz silbando por encima de las cabezas de los all reunidos, pero la mayor parte apenas se inmut. Si luchamos prosigui Ben Yair, la mayora de nosotros, los ms afortunados, morir. Los pocos que sobrevivan sern ejecutados, probablemente mediante la crucifixin, o vendidos en los mercados de esclavos de la costa. Un murmullo cargado de ira se elev por encima de la multitud en respuesta a las palabras de su lder. Los romanos haban ideado un retorcido mtodo para evitar que los sicarios contraatacaran: haban empleado esclavos para construir la rampa, y era evidente que se valdran igualmente de ellos para empujar los arietes. Y para atacar una fortaleza ocupada por judos, nada mejor que utilizar esclavos judos. De este modo, para protegerse, los sicarios se habran visto obligados a matar a sus propios campesinos convertidos en esclavos, algo que incluso ellos, que no eran conocidos precisamente por su tolerancia o su compasin, encontraban de mal gusto. Esta era la razn por la cual no haban podido detener la construccin de la rampa, y la misma que les impedira contrarrestar el ataque de los arietes. La eleccin es bien sencilla concluy Ben Yair. Si luchamos y conseguimos sobrevivir a la batalla, acabaremos clavados en cruces en el valle que se extiende a los pies de la fortaleza o convertidos en esclavos de los romanos. La multitud lo mir y los murmullos cesaron. Y si nos rindiramos? pregunt una voz llena de rabia. Eres libre de hacerlo, hermano respondi Elazar ben Yair dirigiendo la mirada al hombre que haba intervenido. Pero aun as acabaras igualmente crucificado o vendido como esclavo.

Si no podemos luchar ni tampoco rendirnos, qu otras opciones nos quedan? Hay un modo dijo Ben Yair, el nico para conseguir una victoria de la que todos hablaran durante generaciones. Podemos derrotar a los romanos? Podemos derrotarlos, s, pero no de la manera que imaginas. Cmo entonces? Elazar ben Yair hizo una breve pausa y mir a las gentes con las que haba compartido su vida y la fortaleza durante siete aos. Seguidamente, se lo explic. Al caer la noche, el ruido de las obras de construccin, al otro lado de la muralla, ces. En el interior, los hombres se dividieron en grupos y se dispusieron a preparar lo que se convertira en el ltimo acto del drama de Masada. Para ello, apilaron trozos de madera y recipientes de aceite inflamable en las bodegas del extremo norte de la fortaleza, excluyendo un grupo de habitaciones que deban permanecer intactas siguiendo rdenes especficas de Elazar ben Yair. Ms tarde, cuando los ltimos rayos de sol se desvanecieron por detrs de las montaas que rodeaban el lugar, construyeron una enorme hoguera en el centro de la plaza principal de la fortaleza y la encendieron. Para terminar, prendieron fuego a los montones de madera de las despensas. Una vez concluidos los preparativos, Elazar ben Yair reuni a cuatro de sus hombres y les dio instrucciones detalladas. La construccin de la rampa haba hecho que la atencin de los romanos se centrara en el flanco occidental de la ciudadela. Era all donde se concentraban la mayor parte de los legionarios, listos para el ltimo asalto. Asimismo, haba guardias apostados alrededor del resto de la fortaleza, en el rido terreno que se extenda a los pies de la formacin rocosa, pero en un nmero mucho ms reducido que en los das y semanas anteriores. En la ladera oriental de Masada, la cada era de unos cuatrocientos metros y, aunque no se trataba exactamente de un precipicio, la pendiente era tan abrupta y peligrosa que los romanos no consideraban que los sicarios fueran tan insensatos como para utilizarla, as que el nmero de centinelas all apostados era bastante reducido. Y hasta aquella noche, tenan razn.

Ben Yair condujo a sus hombres hasta los pies del grueso muro que protega la meseta de Masada. A continuacin les entreg dos objetos cilindricos, ambos envueltos en tela de lino y bien amarra dos con una cuerda junto a dos pesadas tablillas de piedra, igualmente protegidas por una gruesa envoltura de la misma tela. Seguidamente, abraz a cada uno de ellos, se dio la vuelta y se alejo del lugar. Como fantasmas en la noche, los cuatro hombres escalaron el muro y desaparecieron en silencio entre el amasijo de rocas que marcaba el inicio de su arriesgado descenso. Los sicarios reunidos, novecientos treinta y seis entre hombres, mujeres y nios, se arrodillaron para pronunciar la que saban que sera la ltima plegaria de sus vidas. A continuacin, se dispusieron en fila delante de una tarima que se encontraba a los pies de uno de los muros de la fortaleza y efectuaron el sorteo. Una vez que todos hubieron extrado una pajita, diez de ellos se apartaron de la multitud y se acercaron de nuevo a la mesa donde Elazar ben Yair esperaba en pie. Este orden que se hicieran constar sus nombres junto al de su lder y un escriba los transcribi en once fragmentos de arcilla, a razn de un nombre por trozo. Despus, Ben Yair se encamin hacia el edificio que haba hecho construir Herodes, unos cien aos antes, para utilizarlo como fortaleza personal cuando sus superiores romanos lo designaron rey de Judea. All orden que se enterraran con sumo cuidado los fragmentos de arcilla, con objeto de que sirvieran como recordatorio del fin del asedio. Por ltimo, regres al centro de la fortaleza y emiti una nica orden, un grito que reson por toda la ciudadela. Alrededor de l, todos los combatientes (excepto los diez elegidos por sorteo) desenvainaron sus espadas y dagas y las arrojaron a sus pies. El estruendo de cientos de armas golpeando contra el suelo polvoriento retumb contra los muros que los rodeaban, transformndose en un ruido atronador. Luego hubo una segunda orden y los diez hombres se situaron justo delante de sus compaeros desarmados. Ben Yair observ que una de las primeras vctimas daba un paso hacia delante para abrazar al hombre elegido para ser su verdugo. Hazlo con rapidez y firmeza, hermano dijo mientras regresaba a su posicin inicial. Dos de sus compaeros asieron con fuerza los brazos del hombre desarmado y lo sujetaron firmemente. El otro desenvain su espada, se inclin

hacia delante, retir con suma delicadeza la tnica de su vctima para dejar el pecho al descubierto y alz el brazo derecho. Vete en paz, amigo mo dijo con voz entrecortada. A continuacin, asest un nico golpe certero que introdujo la espada en el corazn de su vctima. Este emiti un gruido a causa del repentino impacto, pero sus labios no dejaron escapar ni un grito de dolor. Con delicadeza y veneracin, los dos hombres depositaron su cuerpo sin vida en el suelo. El mismo proceso se repiti en cada uno de los pequeos grupos de hombres repartidos por la plaza, y en todos y cada uno de los casos culmin con diez de ellos yaciendo muertos sobre el terreno. Elazar ben Yair dict de nuevo la orden y una vez ms las espadas alcanzaron su objetivo, pero en esta ocasin una de ellas sesg la vida del propio Ben Yair. Trascurrida una media hora, todos los sicarios, excepto dos, yacan inertes en el suelo. Solemnemente, los ltimos dos hombres lo echaron a suertes y de nuevo una corta y poderosa estocada acab con otra vida. El guerrero que quedaba, con los ojos baados en lgrimas, recorri la fortaleza examinando uno a uno todos los cuerpos para asegurarse de que ninguno de sus compaeros estuviera vivo. Al final ech un ltimo vistazo a la ciudadela en la que ya no quedaba ni rastro de vida. Entre dientes elev una plegaria a su dios para pedir perdn por lo que estaba a punto de hacer, le dio la vuelta a su espada, coloc la punta sobre su pecho y se abalanz sobre ella. A la maana siguiente, el ariete comenz a golpear el muro oeste de Masada y en un breve espacio de tiempo logr atravesarlo. Justo detrs, los romanos se toparon con otro baluarte que los sicarios haban erigido en un intento desesperado por defenderse, pero igualmente lo destruyeron en cuestin de minutos. Poco despus los soldados irrumpieron en estampida en la fortaleza. Una hora despus de que se hubiera conseguido abrir una brecha en el muro, Lucio Flavio Silva subi la rampa, super las lneas de legionarios y atraves el agujero del muro. Una vez dentro, mir a su alrededor con expresin incrdula.

Haba cadveres por todas partes, de hombres mujeres y nios, y la sangre que cubra sus pechos ya se haba oscurecido y coagulado. Nubes de moscas revoloteaban bajo el sol de la tarde alimentndose con avaricia, aves carroeras picoteaban los blandos tejidos de los cadveres y cientos de ratas correteaban por encima de los cuerpos. Ben Yair condujo a sus hombres hasta los pies del grueso muro que protega la meseta de Masada. A continuacin les entreg dos objetos cilindricos, ambos envueltos en tela de lino y bien amarrados con una cuerda junto a dos pesadas tablillas de piedra, igualmente protegidas por una gruesa envoltura de la misma tela. Seguidamente, abraz a cada uno de ellos, se dio la vuelta v se alejo del lugar. Como fantasmas en la noche, los cuatro hombres escalaron el muro y desaparecieron en silencio entre el amasijo de rocas que marcaba el inicio de su arriesgado descenso. Los sicarios reunidos, novecientos treinta y seis entre hombres, mujeres y nios, se arrodillaron para pronunciar la que saban que sera la ltima plegaria de sus vidas. A continuacin, se dispusieron en fila delante de una tarima que se encontraba a los pies de uno de los muros de la fortaleza y efectuaron el sorteo. Una vez que todos hubieron extrado una pajita, diez de ellos se apartaron de la multitud y se acercaron de nuevo a la mesa donde Elazar ben Yair esperaba en pie. Este orden que se hicieran constar sus nombres junto al de su lder y un escriba los transcribi en once fragmentos de arcilla, a razn de un nombre por trozo. Despus, Ben Yair se encamin hacia el edificio que haba hecho construir Herodes, unos cien aos antes, para utilizarlo como fortaleza personal cuando sus superiores romanos lo designaron rey de Judea. All orden que se enterraran con sumo cuidado los fragmentos de arcilla, con objeto de que sirvieran como recordatorio del fin del asedio. Por ltimo, regres al centro de la fortaleza y emiti una nica orden, un grito que reson por toda la ciudadela. Alrededor de l, todos los combatientes (excepto los diez elegidos por sorteo) desenvainaron sus espadas y dagas y las arrojaron a sus pies. El estruendo de cientos de armas golpeando contra el suelo polvoriento retumb contra los muros que los rodeaban, transformndose en un ruido atronador. Luego hubo una segunda orden y los diez hombres se situaron justo delante de sus compaeros desarmados. Ben Yair observ que una de las

primeras vctimas daba un paso hacia delante para abrazar al hombre elegido para ser su verdugo. Hazlo con rapidez y firmeza, hermano dijo mientras regresaba a su posicin inicial. Dos de sus compaeros asieron con fuerza los brazos del hombre desarmado y lo sujetaron firmemente. El otro desenvain su espada, se inclin hacia delante, retir con suma delicadeza la tnica de su vctima para dejar el pecho al descubierto y alz el brazo derecho. Vete en paz, amigo mo dijo con voz entrecortada. A continuacin, asest un nico golpe certero que introdujo la espada en el corazn de su vctima. Este emiti un gruido a causa del repentino impacto, pero sus labios no dejaron escapar ni un grito de dolor. Con delicadeza y veneracin, los dos hombres depositaron su cuerpo sin vida en el suelo. El mismo proceso se repiti en cada uno de los pequeos grupos de hombres repartidos por la plaza, y en todos y cada uno de los casos culmin con diez de ellos yaciendo muertos sobre el terreno. Elazar ben Yair dict de nuevo la orden y una vez ms las espadas alcanzaron su objetivo, pero en esta ocasin una de ellas sesg la vida del propio Ben Yair. Trascurrida una media hora, todos los sicarios, excepto dos, yacan inertes en el suelo. Solemnemente, los ltimos dos hombres lo echaron a suertes y de nuevo una corta y poderosa estocada acab con otra vida. El guerrero que quedaba, con los ojos baados en lgrimas, recorri la fortaleza examinando uno a uno todos los cuerpos para asegurarse de que ninguno de sus compaeros estuviera vivo. Al final ech un ltimo vistazo a la ciudadela en la que ya no quedaba ni rastro de vida. Entre dientes elev una plegaria a su dios para pedir perdn por lo que estaba a punto de hacer, le dio la vuelta a su espada, coloc la punta sobre su pecho y se abalanz sobre ella. A la maana siguiente, el ariete comenz a golpear el muro oeste Masada y en un breve espacio de tiempo logr atravesarlo. Justo detrs, romanos se toparon con otro baluarte que los sicarios haban erigido en intento desesperado por defenderse, pero igualmente lo destruyeron de los un en

cuestin de minutos. Poco despus los soldados irrumpieron en estampida en la fortaleza. Una hora despus de que se hubiera conseguido abrir una brecha en el muro, Lucio Flavio Silva subi la rampa, super las lneas de legionarios y atraves el agujero del muro. Una vez dentro, mir a su alrededor con expresin incrdula. Haba cadveres por todas partes, de hombres mujeres y nios, y la sangre que cubra sus pechos ya se haba oscurecido y coagulado. Nubes de moscas revoloteaban baj o el sol de la tarde alimentndose con avaricia, aves carroeras picoteaban los blandos tejidos de los cadveres y cientos de ratas correteaban por encima de los cuerpos. Estn todos muertos? pregunt a un centurin. Es as como los hemos encontrado, seor. Pero hay siete supervivientes, dos mujeres y cinco nios. Estaban escondidos en una cisterna subterrnea en el extremo sur de la meseta. Y cmo explican lo ocurrido aqu? Se han suicidado? No exactamente, seor. Su religin lo prohibe. En realidad hicieron un sorteo para matarse los unos a los otros. El ltimo de ellos aadi el centurin sealando uno de los cuerpos que yaca boca abajo y de cuya espalda asomaba la punta de una espada se arroj sobre su arma, de manera que fue el nico que realmente se suicid. Pero por qu? se interes Silva, aunque su pregunta era ms bien retrica. Segn cuentan las mujeres, Elazar ben Yair, su lder, sugiri que si se quitaban la vida, en el momento y modo que ellos elegan, nos privaran de la victoria. El centurin seal al norte de la ciudadela. Podan haber seguido luchando. Las despensas, aquellas que deliberadamente salvaron del incendio, estn llenas de vveres y las cisternas rebosan agua potable. Pues, si realmente han vencido, se trata de una extraa forma de victoria reneg Silva sin apartar la vista de los cientos de cuerpos que lo rodeaban. Hemos tomado posesin de Masada, por fin esos miserables sicarios estn todos muertos y no hemos perdido ni un solo legionario en el asalto. Le aseguro que no me importara afrontar muchas ms derrotas como esta!

El centurin esboz una sonrisa complaciente. En cuanto a las mujeres y los nios, mi general, cules son sus rdenes? Llevad a los nios al mercado de esclavos ms cercano y entregad las mujeres a las tropas. Si todava estn vivas cuando nuestros hombres hayan acabado con ellas, dejadlas marchar. Justo a las afueras de Masada, los cuatro sicarios aguardaban escondidos tras un peasco, a unos treinta metros del desierto que se extenda a sus pies. Despus de que las tropas romanas hubieran abierto una brecha en el muro e irrumpido en la ciudadela, los generales dieron orden al resto de centinelas de abandonar sus puestos. Aun as, a pesar de que los legionarios ya se haban marchado, los cuatro hombres esperaron a que oscureciera para completar el descenso. Tres das ms tarde llegaron a Ir-Tzadok B'Succaca, la comunidad asentada en la cima de una montaa (que dos milenios ms tarde se conocera como Qumrn). Tras pasar all todo un da, los cuatro sicarios reanudaron el viaje. Recorrieron a pie unos ocho kilmetros, bordeando la costa oeste del mar Muerto, antes de emprender camino direccin norte. Pasaron por las ciudades de Kipros, Taurus y }eric, e hicieron noche en Fazael. El segundo da giraron en direccin a Silo, pero una vez dejaron la ciudad y comenzaron a caminar en direccin norte por la ladera oriental del monte Gerizim, la marcha se torn mucho ms dura y complicada, por lo que no consiguieron llegar a Mahanaim hasta el anochecer. Al da siguiente llegaron hasta Sicar, donde se tomaron otra jornada de descanso porque estaban a punto de afrontar la parte ms penosa del viaje, una caminata de ms de quince kilmetros por los difciles terrenos que bordeaban la ladera oeste del monte Ebal hasta la ciudad de Bemesilis. Esa travesa les llev todo el da siguiente y una vez ms descansaron veinticuatro horas antes de continuar direccin norte hasta la ciudad de Ginea. Llegaron all cuando haban pasado unas dos semanas desde que abandonaran Masada y aprovecharon para adquirir nuevas provisiones para afrontar la ltima parte de su viaje. Reanudaron la marcha a la maana siguiente, caminando hacia el noroeste a travs de los palmerales que recubran las frtiles tierras bajas que se expanden entre el mar de Galilea y las costas del mar Muerto, y que conducen hasta la llanura de Esdraeln. La ruta que seguan fluctuaba de

izquierda a derecha, esquivando los numerosos obstculos y evitando los terrenos ms elevados que se interponan entre ellos y su lugar de destino. Este hecho no solo ralentiz mucho la marcha, sino que la hizo mucho ms fatigosa debido a los implacables rayos de sol que les acompaaron durante todo el trayecto. A media tarde avistaron por primera vez su objetivo, y casi haba anochecido cuando llegaron a las faldas de la montaa. En vez de intentar escalar la ladera y llevar a cabo completamente a oscuras la misin que les haba encomendado Elazar ben Yair, optaron por hacer noche y reposar unas horas. A la salida del sol, los hombres se encontraban ya en la cima de la planicie. Solo uno de ellos haba estado all antes y les llev ms de ocho horas cumplir su cometido. No pudieron descender el empinado sendero que conduca a la llanura inferior hasta bien entrada la tarde y era casi media noche cuando llegaron a Nan. Por fortuna, el trayecto result algo menos fatigoso porque ya no acarreaban ni los dos objetos cilindricos ni las tablas de piedra. A la maana siguiente fueron en busca de un alfarero y, tras ofrecerle una cantidad de oro suficiente para evitar que hiciera preguntas, tomaron posesin de su taller durante el resto del da. Se quedaron all, con la puerta cerrada a cal y canto hasta bien avanzada la noche, trabajando bajo la luz parpadeante de algunas lmparas alimentadas con grasa animal. Al amanecer los cuatro hombres emprendieron caminos diversos, cada uno de ellos con una misin diferente que cumplir. Nunca ms volvieron a verse.

Primera parte Marruecos

1

A Margaret O'Connor le encantaba la medina, pero lo que verdaderamente la volva loca era el zoco. Le haban dicho que en rabe la palabra medina significaba ciudad, pero en Rabat, como en otros muchos lugares de Marruecos, se haba convertido en un trmino genrico para designar el centro histrico de la ciudad, un laberinto de angostas callejuelas, la mayora de ellas tan estrechas que no haba espacio suficiente para que pasaran los coches. De hecho, haba tramos en los que dos personas caminando una junto a la otra podan llegar a molestarse. En el zoco en particular, a pesar de que haba algunas zonas algo ms amplias rodeadas por puestos o tiendas abiertas al exterior, se podan encontrar pasajes todava ms reducidos y, en opinin de Margaret, an ms encantadores precisamente por lo que teman de pintorescos. Las paredes enlucidas de las casas estaban agrietadas y cuarteadas por el paso del tiempo y el sol haba desconchado y desteido la pintura que las recubra. Cada vez que Ralph y ella visitaban el lugar, lo encontraban abarrotado de gente. Al principio haba sentido cierta decepcin al comprobar que la mayora de los nativos preferan vestir a la manera occidental (lo que ms se vea eran vaqueros y camisetas), en vez de las tradicionales chilabas que esperaba encontrar. La gua turstica que haba comprado en la recepcin del hotel le ayud a entender el porqu. A pesar de ser una nacin islmica, solo un cuarto de la poblacin de Marruecos era rabe. La mayora de ellos eran bereberes, o imazighen, como les gustaba que se les llamase, un pueblo originario del norte de frica que no pertenece a la etnia rabe. Los bereberes eran los nativos de Marruecos, y aunque en un principio se haban resistido a la invasin de su pas por los rabes, con el tiempo se haban convertido al islam y haban adoptado la lengua de los invasores. Esta gradual aculturacin por parte de los bereberes en la comunidad rabe no solo haba dado como resultado una gran diversidad en la forma de vestirse, sino tambin una llamativa mezcla cultural y lingstica, haciendo que tanto el rabe como el idioma bereber tamazight estuvieran muy extendidos, as como el francs, el espaol e incluso el ingls. A Margaret O'Connor le encantaban los sonidos, los olores y el bullicio del lugar, e incluso toleraba bastante bien la inagotable cantidad de nios que

correteaban por las callejuelas pidiendo limosna u ofrecindose como guas a los turistas que caminaban sin rumbo fijo y cuya condicin de extranjeros era ms que evidente. Era la primera vez que ella y su marido Ralph visitaban Marruecos y, a decir verdad, este no demostraba el mismo entusiasmo por el pas que su esposa. El gento que atestaba las calles del zoco le produca claustrofobia y los miles de extraos olores le resultaban bastante desagradables. Prefera con mucho los complejos tursticos que bordeaban la costa espaola, su destino de vacaciones habitual, pues, aun estando en un pas extranjero, le resultaban infinitamente ms familiares. No obstante, aquel ao Margaret haba insistido en viajar a algn lugar ms extico, probar algo diferente, y Marruecos les haba parecido el lugar ms aceptable a ambos. Estaba en otro continente, pero lo suficientemente cerca como para no tener que soportar un largo trayecto en avin. Haban descartado Casablanca porque todo el mundo deca que era la tpica ciudad portuaria sucia y ruidosa, nada que ver con la clsica imagen romntica creada por Hollywood. Por esta razn compraron un billete en un vuelo de bajo coste hasta Casablanca y alquilaron un coche para trasladarse al hotel, de precio mdico, que haban reservado en Rabat. Aquella tarde, la ltima que pasaran en Marruecos, se dirigan una vez ms en direccin al zoco y, mientras Margaret se mostraba entusiasmada, Ralph caminaba con una expresin de resignacin en su rostro. Qu es lo que quieres comprar exactamente? Nada. Todo. Que s yo! Margaret se detuvo y mir a su marido. Eres incapaz de sentir ni una pizca de romanticismo, verdad ? En realidad, no se trataba de una pregunta, sino de una afirmacin. Mira, maana volvemos a casa. Solo quera dar un ltimo paseo por el zoco y hacer unas cuantas fotos, algo que nos sirva para recordar estas vacaciones. Al fin al cabo, no creo que volvamos nunca ms, no es cierto? Si de m dependiera, no murmur Ralph mientras su esposa se daba la vuelta y se encaminaba hacia la medina, aunque el volumen de su voz fue lo suficientemente alto para que llegara a los odos de Margaret. El ao que viene dijo esta, volveremos a Espaa, de acuerdo? As que deja de quejarte, sonre y finge al menos que te ests divirtiendo.

Al igual que en todas las dems ocasiones desde que llegaron a Rabat, se dirigieron a la medina por la casba de los Oudayas, simplemente porque, segn Margaret, era la ruta ms atractiva y pintoresca. La casba era una fortaleza del siglo xii, erigida en lo alto de una colina, desde cuyas almenas y slidas murallas se poda contemplar la antigua ciudad pirata de Sal y cuyo interior era una autntica delicia. Todas y cada una de las casas encaladas lucan una banda de color azul rielo exactamente del mismo tono alrededor de la base, desde el suelo hasta una altura de algo menos de medio metro. Aunque resultaba evidente que no haban sido pintadas recientemente, daba la sensacin de que lo hubieran hecho haca poco tiempo. Era un elemento decorativo extraamente atractivo que ni Margaret ni su marido haban visto antes y, a pesar de que preguntaron en varias ocasiones, nadie supo explicarles a qu obedeca. Cada vez que intentaban averiguar el motivo, la gente los miraba con expresin de extraeza y se encoga de hombros. Por lo visto, las casas del interior de la casba siempre haban sido decoradas de aquel modo. Tras salir del recinto amurallado, continuaron con paso firme en direccin a la medina por una calle bastante amplia, que alternaba tramos llanos con grupos aislados de tres escalones que, sin duda, haban sido construidos para hacer ms llevadera la pendiente. A su izquierda discurra el ro, mientras que a la derecha se extenda una zona cubierta de csped, donde la gente sola sentarse a admirar el panorama o, simplemente, se tumbaba a ver la vida pasar. La entrada a la medina tena un aspecto oscuro y poco acogedor, en parte debido al contraste con la luz vespertina del exterior pero, sobre todo, por la estructura de metal que cubra aquella parte del centro histrico, formando un elegante techo abovedado. Los paneles metlicos tenan un diseo geomtrico, y aunque aparentemente no dejaban pasar demasiada luz, conferan al rielo una especie de iridiscencia luminosa y opaca que recordaba a la madreperla. Una vez en el interior, la penumbra haca an ms patentes los olores que ya les resultaban tan familiares: a tabaco, al polvo de metal o a madera recin cortada, junto a un olor desconocido y penetrante que despus de un tiempo Margaret descubri que provena de los talleres de curtidos. El nivel de ruido aumentaba considerablemente conforme se adentraban en el zoco, y el repiqueteo de los martillos de los orfebres actuaba de constante contrapunto al zumbido de las conversaciones de los compradores y vendedores, que

regateaban el precio de sus productos y cuyas voces, de vez en cuando, suban de tono por la excitacin o el enfado. Como era habitual, el lugar estaba a rebosar de gente y de gatos. La primera vez que Margaret visit la medina y el zoco haba quedado horrorizada ante la cantidad de gatos salvajes que encontraron, pero su sorpresa fue an mayor cuando se dio cuenta de lo sanos que se les vea. Pronto descubri las zonas donde un montn de felinos bien alimentados se tumbaban al sol junto a los platos de comida que la gente dejaba para los que habitaban el mercado. Supuso que los comerciantes aceptaban con agrado su presencia porque as mantenan a raya el nmero de ratas y ratones aunque, a la vista de algunos de los gatos ms grandes que dormitaban felices, era evidente que haca mucho tiempo que no tenan que cazar para alimentarse. La variedad de productos y habilidades que se ofertaban en el zoco era, como siempre, asombrosa. Pasaron por delante de puestos que vendan faroles negros de metal, botellas de vidrio azules y verdes que tambin se hacan por encargo, piezas de cuero entre las que se incluan sillas, exquisitas cajas de madera de cedro, zapatos, ropa colgada de una especie de tendederos que se extendan de un lado a otro de las estrechas calles, y que obligaba a los viandantes a agachar la cabeza y abrirse paso entre ellas, relojes, especias que extraan directamente de enormes sacos abiertos, alfombras, mantas y todo tipo de objetos de plata. Margaret siempre se detena en un puesto determinado y se quedaba a observar, fascinada, cmo trabajaban con un martillo las lminas de plata para luego cortarlas, moldearlas y soldarlas en forma de teteras, cuencos y todo tipo de utensilios de cocina. Mirara donde mirara, haba puestos de comida donde se ofertaban desde bocadillos hasta cordero cocinado en los tradicionales tajines marroques, recipientes de barro con una forma similar a la de un embudo invertido. La primera vez que pasearon por el zoco, Margaret quiso probar algn producto tpico de la comida rpida del lugar, pero Ralph le solt una reprimenda. Mira en qu estado se encuentran esos puestos dijo. Si los viera un inspector de sanidad britnico le dara un sncope. Esta gente no tiene ni la menor idea de lo que es la higiene. Margaret estuvo tentada de contestar que todos los nativos que haban visto hasta ese momento tenan un aspecto de lo ms saludable y que, seguramente, se deba a que los productos de la dieta local carecan de los

beneficios de los aromatizantes, colorantes, conservantes y dems componentes qumicos que se haban vuelto indispensables en la alimentacin de los britnicos, pero se mordi la lengua. Este era el motivo por el cual, como era de prever, haban comido y cenado en el hotel todos los das desde su llegada a la ciudad. Ralph desconfiaba incluso de algunos de los platos que servan en el restaurante, pero tenan que comer en algn sitio y le pareca la opcin ms segura. Hacer fotos en el zoco se demostr mucho ms difcil de lo que Margaret haba pensado en un principio, porque la mayora de los comerciantes y vendedores se mostraban bastante reacios a que les inmortalizaran, incluso aunque se tratara de un turista y, precisamente, eran los habitantes del lugar lo que quera capturar con su Olympus de bolsillo; era a ellos lo que le gustara recordar. Cuando, por ensima vez, otro alto marroqu se gir bruscamente al verla levantar la cmara, Margaret murmur irritada: Por el amor de Dios! A partir de ese momento baj la cmara y la coloc a la altura del pecho, parcialmente escondida detrs de su bolso. Haba ajustado la longitud del asa, se la haba cruzado por encima de la cabeza y la sujetaba contra su cuerpo con la mano izquierda porque les haban advertido de la presencia de numerosos carteristas. Realizara su reportaje fotogrfico apretando el botn de forma indiscriminada conforme atravesaban el zoco sin molestarse en apuntar con la cmara. Esa era una de las ventajas de las mquinas digitales, la tarjeta de memoria era lo suficientemente grande como para almacenar una buena cantidad de fotografas. Cuando volvieran a su casa en Kent ya se ocupara de borrar las que no hubieran salido bien. Adems, llevaba consigo una tarjeta adicional por si se llenaba la de la cmara. De acuerdo, Ralph resolvi Margaret, colcate a mi derecha. Eso ayudar a que no se vea la cmara. Cruzaremos el zoco hasta el otro extremo y, luegoaadi, volveremos al hotel y disfrutaremos de nuestra ltima cena en Marruecos. Buena idea dijo este. Ralph O'Connor pareca aliviado ante la idea de dejar elzoco, de manera que se situ al otro lado de la estrecha callejuela donde su mujer le haba indicado. Despus, presionados por un grupo de jvenes que les llamaron la atencin a gritos, empezaron a caminar lentamente mientras su paseo

se vea salpicado por una sucesin de dbiles chasquidos cada vez que Margaret sacaba una foto. A mitad del recorrido a travs del zoco, se toparon con un repentino alboroto en uno de los puestos situados casi directamente delante de ellos. Una media docena de hombres, todos ellos vestidos a la manera rabe tradicional, se gritaban y empujaban unos a otros y, a pesar de que Margaret no entenda ni palabra de rabe, sus voces daban a entender que estaban muy enfadados. El motivo de su enojo pareca ser un hombre pequeo vestido con ropas radas que estaba de pie delante de uno de los puestos. Los dems parecan hacer alusin a los productos que tena a la venta, lo que desconcert a Margaret pues, aparentemente, el puesto ofreca una coleccin de mugrientas tablillas de arcilla y fragmentos de barro, el tipo de baratijas que se podan encontrar fcilmente excavando un poco en cualquiera de las innumerables ruinas de Marruecos. Tal vez, elucubr, los rabes eran funcionarios del Estado y algunos de los artculos haban sido robados o eran fruto del saqueo de algn sitio arqueolgico. Independientemente de la causa de la disputa, era lo ms emocionante que haban presenciado en el zoco hasta aquel momento. Margaret hizo lo que pudo por apuntar con la cmara al grupo y empez apretar el botn una vez tras otra. Qu haces? le recrimin Ralph entre dientes. Intento capturar un poco de colorido local, eso es todo respondi Margaret. Es mucho ms interesante tomar fotos de una pelea que de un montn de ancianos vendiendo cafeteras de latn. Venga! Vmonos! dijo Ralph agarrando la manga de su esposa y animndola a alejarse del lugar. No me fo de esta gente. Por Dios, Ralph! A veces te comportas como un autntico gallina. No obstante, la discusin que presenciaban empez a ponerse fea por momentos, de modo que, tras tomar un par de fotografas ms, Margaret se dio la vuelta y ech a andar hacia la entrada del zoco, mientras su marido caminaba a grandes zancadas junto a ella. Cuando apenas haban recorrido unos cincuenta metros, el tono de la discusin se elev todava ms y empezaron a orse fuertes gritos. Segundos despus, advirtieron los pasos de alguien que corra a toda velocidad hacia donde se encontraban.

Rpidamente Ralph empuj a Margaret, obligndola a entrar en uno de los callejones laterales del zoco y, apenas se apartaron de la calle principal, el hombre pequeo y vestido de forma harapienta que haban visto en el puesto atraves el lugar corriendo. Unos segundos despus vieron pasar a los individuos que haban discutido con l, gritndole algo que no entendieron. Me pregunto qu habr hecho dijo Margaret mientras sala del callejn. Sea lo que sea, no es asunto nuestro repuso Ralph. Solo puedo decir que me quedar mucho ms tranquilo cuando hayamos vuelto al hotel. Empezaron a abrirse paso entre la multitud pero, poco antes de que llegaran a la puerta principal, justo cuando pasaban delante de un puesto de especias situado junto a otro de los callejones laterales, volvieron a escuchar el gritero. Instantes despus, el pequeo rabe pas de nuevo junto a ellos respirando con dificultad y buscando desesperadamente un refugio. Detrs de l, Margaret avist claramente a sus perseguidores, esta vez a una distancia mucho menor. Cuando pas delante de ellos, un pequeo objeto de color beis se le cay de uno de los bolsillos de su chilaba y, tras dar varias volteretas en direccin al suelo, su trayectoria se vio interrumpida por un saco abierto de especias de color claro. El objeto aterriz justo en el centro del saco y, casi de inmediato, qued oculto, ya que su color era prcticamente idntico al de las especias que lo rodeaban. Era evidente que el hombre no se haba percatado de que haba perdido algo y continuaba su fuga precipitada. Al poco, media docena de hombres pasaron a toda prisa, acelerando el paso cuando avistaron a su presa que, en ese momento, se encontraba a apenas treinta metros de ellos. Margaret lanz una rpida ojeada al objeto y despus levant la vista hacia el dueo del puesto, que se encontraba de espaldas a ellos y observaba al grupo desaparecer. Rpidamente se inclin hacia delante, extrajo el objeto beis del saco de especias y lo meti disimuladamente en uno de los bolsillos de su chaqueta. Qu diantres ests haciendo ? Cierra la boca, Ralphle orden Margaret entre dientes al comprobar que el dueo del puesto se les quedaba mirando. A continuacin, le sonri

con amabilidad, agarr del brazo a su marido y empez a caminar hacia la salida del zoco ms cercana. No es tuyo murmur Ralph mientras abandonaban el mercado y giraban en direccin al hotel. No deberas haberlo cogido. Es solo un trozo de arcilla respondi Margaret, y dudo mucho que tenga algn valor. De todos modos, no pienso quedrmelo. Sabemos cul es el puesto de ese hombre. Maana regresar y se lo devolver. Pero no sabes si tena algo que ver con el puesto. Es posible que simplemente estuviera ah de pie. No tenas que haberte involucrado. No me he involucrado, como ni dices. Si no lo hubiera cogido, lo habra hecho algn otro y entonces no existira modo alguno de que volviera a las manos de su propietario. Vendr a trarselo maana, te lo prometo, y despus nos olvidaremos de l. 2 Finalmente los perseguidores alcanzaron al fugitivo en la explanada que se extiende entre las murallas de Rabat y Chellah, una antigua necrpolis que actualmente se ha convertido en un lugar donde los turistas acostumbran a sentarse a comer al aire libre durante el da, pero que suele estar prcticamente vaco al anochecer. Se haba escondido detrs de uno de los numerosos arbustos de flores silvestres que crecen en la zona pero, desgraciadamente, uno de sus perseguidores lo vio ocultarse y en pocos segundos lo agarr y lo empuj violentamente contra una roca. En un abrir y cerrar de ojos el resto de los perseguidores se agruparon en torno a su prisionero. Un individuo alto, delgado y con nariz aguilea dio un paso hacia delante. De nio haba padecido una enfermedad llamada parlisis facial de Bell y, al no haber recibido el tratamiento adecuado, la parte derecha de su rostro estaba completamente atrofiada. Esta dolencia tambin ocasion que perdiera la vista del ojo derecho y la apariencia de su crnea de color blanco lechoso contrastaba con su tez oscura. Dnde est, Hassan? le pregunt con voz pausada y actitud comedida. El hombre que haban apresado neg con la cabeza, lo que le provoc que uno de los que lo sujetaban le propinara un tremendo puetazo en el estmago. Dolorido, se inclin hacia delante jadeando y dndole arcadas.

Te lo preguntar una vez ms. Dnde est ? En mi bolsillo acert a decir Hassan al Qalaa. El hombre alto hizo un ademn y los dos que sujetaban al cautivo le permitieron que buscara primero en uno de sus bolsillos y luego en el otro, mientras en su rostro el agotamiento ceda paso a la desesperacin, conforme se daba cuenta de que el objeto del que se haba apropiado antes de echar a correr ya no estaba en su poder. Se me ha debido de caer balbuci. Debe de estar en algn lugar del zoco. El hombre alto lo atraves con la mirada, impasible. Registradlo! orden con brusquedad. Uno de sus hombres inmoviliz al cautivo contra una roca mientras otro rebuscaba entre sus ropas. Nada dijo este ltimo. Vosotros cuatro espet el hombre alto. Volved y registrad el zoco. Seguid el camino que hemos recorrido e interrogad a los vendedores. Los aludidos abandonaron el grupo y se precipitaron en direccin a la entrada del zoco. Mira, Hassan dijo el hombre alto inclinndose hacia el cautivo, es posible que se te haya cado, o quiz se lo has dado a alguien, pero no importa. Antes o despus aparecer y, cuando lo haga, lo recuperar. A continuacin hizo una pausa, mir fijamente al hombre inmovilizado y se acerc an ms a l. T sabes quin soy yo? pregunt casi en un susurro. El cautivo neg con la cabeza y, con expresin de terror, mir fijamente el paralizado rostro del hombre que tena ante s y su inquietante ojo carente de visin. Entonces te lo dir respondi. Seguidamente se acerc a su odo y susurr unas palabras. En ese mismo instante, el prisionero comenz a sacudir la cabeza con violencia mientras sus ojos reflejaban el terror que lo embargaba.

No, no! grit forcejeando con todas sus fuerzas. Era solo un pedazo de arcilla! Te lo pagar! Te dar todo lo que quieras! No se trata de dinero, imbcil! Y no era solo un pedazo de arcilla! No tienes ni idea, ni la ms remota idea de lo que has tenido entre tus manos. El hombre alto hizo otro ademn y uno de sus esbirros rasg la tnica del cautivo dejando al descubierto su pecho. A continuacin, le meti un trozo de tela en la boca y lo at por detrs de su cabeza, a modo de mordaza. Lo sujetaron firmemente contra la roca, con los brazos extendidos de manera que, por mucho que se retorca, no consegua liberarse. El pobre diablo pataleaba violentamente (las piernas era lo nico que consegua mover), y uno de sus puntapis alcanz de refiln al hombre alto. Con esto, lo nico que has conseguido es que tu sufrimiento se prolongue an ms. A continuacin meti la mano bajo su chilaba y, de una vaina escondida entre sus ropajes, extrajo una daga curva con hoja de doble filo. Tras subirse la manga derecha hasta la altura del codo (para evitar que se le manchara de sangre), se aproxim un poco ms a su vctima. Seguidamente, con cuidado, apoy la punta del arma en su pecho, buscando el espacio entre dos costillas, y comenz a aumentar poco a poco la presin que ejerca sobre el mango. En el mismo instante en que la punta perfor la piel, el cautivo solt un alarido, pero este, perdido en los pliegues de la rudimentaria mordaza, se qued tan solo en una especie de gruido amortiguado. El hombre alto presion an ms y, de repente, la parte delantera de la chilaba de su vctima empez a teirse de un color rojo intenso, mientras la sangre brotaba de la herida. El hombre alto sigui introduciendo la daga gradualmente sin apartar la vista del rostro del moribundo. Cuando consider que la punta del arma estaba a punto de tocar el corazn, se detuvo unos segundos, cambila forma en que asa la empuadura, apret con fuerza y la movi de un lado a otro haciendo que los extremos de la hoja prcticamente cortaran en dos el corazn del pequeo comerciante. Quieres que lo enterremos? O prefieres que lo tiremos por algn terrapln ? pregunt uno de los hombres despus de que el cuerpo cayera al suelo, desplomado. El hombre alto neg con la cabeza.

No, arrastradlo hasta allorden, apuntando a un montn de maleza ligeramente ms densa, antes de limpiar de sangre la hoja de su daga con la ropa del muerto. Maana o pasado maana alguien lo encontrar. Minutos despus, mientras l y sus hombres caminaban de regreso al zoco, aadi: Encargaos de que corra la voz. Aseguraos de que todo el mundo sepa que Hassan al Qalaa muri a consecuencia de sus actos. Quiero que les quede claro que todo el que hable con la polica correr la misma suerte. Y ofreced una recompensa a quien ayude a recuperar la tablilla. Tenemos que encontrarla, cueste lo que cueste. 3 A la maana siguiente, poco despus de las diez, Margaret caminaba de vuelta al zoco con la tablilla de barro oculta en el interior de su bolso. La noche anterior la haba examinado con detenimiento en la habitacin del hotel y le haba hecho algunas fotografas. En realidad la tablilla pareca muy poca cosa. Tena un grosor de algo ms de un centmetro y deba de medir unos doce de largo por siete de ancho. Era de color marrn grisceo, casi beis y, mientras el dorso y los bordes eran suaves y perfectamente pulidos, la superficie de la parte delantera estaba cubierta por una serie de marcas que, en opinin de Margaret, deban de corresponder a algn tipo de escritura, pero que no supo reconocer. Estaba convencida de que no se trataba de ninguna lengua europea, y tampoco se pareca a las palabras y los caracteres rabes que haba visto en los diferentes carteles y peridicos desde que llegaron a Rabat. Ralph opt por no acompaarla con la condicin de que prometiera que se limitara a volver al puesto, entregar el objeto y regresar directamente al hotel. Sin embargo, cuando Margaret entr en el zoco y camin por los tortuosos callejones en direccin al lugar de los hechos, se encontr con un problema con el que no haba contado: no haba ni rastro del pequeo hombre marroqu ni de la coleccin de antiguas reliquias que haban estado observando el da anterior. En su lugar, dos hombres, que no haba visto nunca, estaban de pie detrs de un tablero, sujeto con caballetes, en el que se exponan hileras de los tpicos recuerdos para turistas, como cafeteras de latn, cajas de metal y otros objetos decorativos.

Durante unos segundos se qued all de pie, sin saber qu hacer, y al final resolvi acercarse y entablar conversacin con aquellos hombres. Entienden el ingls? les pregunt, intentando hablar despacio y vocalizando. Uno de ellos neg con la cabeza. Ayer haba aqu otro puesto diferente explic seleccionando cuidadosamente las palabras. El propietario era un seor pequeo aadi mientras realizaba un gesto con la mano para indicar la altura del marroqu que haba visto el da anterior. Quera comprarle algunas cosas. l no aqu hoy dijo finalmente uno de los hombres. Usted comprar regalos a nosotros, si?. No, no. Gracias respondi Margaret sacudiendo la cabeza con decisin. Al menos lo he intentado, pens mientras regresaba por donde haba venido. Al fin y al cabo, si el hombre que haba perdido la tablilla el da anterior no haba vuelto, resultaba imposible devolvrsela. Se la llevara a casa, a Kent, y la conservara como un extrao suvenir de sus primeras vacaciones fuera de Europa y como recordatorio de lo que haba visto. De lo que no se percat es de que, mientras se alejaba del puesto, uno de los vendedores agarr su telfono mvil e hizo una llamada. Margaret decidi dar un ltimo paseo por los alrededores antes de regresar al hotel. Estaba convencida de que Ralph no consentira volver a Marruecos, pues no haba disfrutado nada de su estancia en Rabat. Sin duda, aquella sera su ltima oportunidad de sacar unas fotos ms, incluyendo algunas vistas de la ciudad. Camin sin rumbo fijo por el zoco, haciendo fotos cada vez que la ocasin lo permita, y luego abandon el lugar. En aquel momento record que no haba conseguido convencer a Ralph de que visitaran Chellah, as que sinti la necesidad de, al menos, acercarse a ver los jardines, aunque no visitara el santuario en s. No obstante, cuando se diriga a las antiguas murallas de la necrpolis, divis a varios oficiales de polica pululando justo delante de ella y, por un segundo, se pregunt si deba desistir y volver al hotel. Finalmente se encogi de hombros y decidi continuar su camino. Fuera cual fuera el problema que haba atrado la atencin de aquel puado de curiosos, no tena

nada que ver con ella. A decir verdad, la curiosidad siempre haba sido una de sus virtudes (o de sus defectos, en opinin de Ralph), as que decidi pasar junto al pequeo grupo de hombres que se arremolinaban intentando averiguar lo que suceda. En un principio, lo nico que acertaba a ver eran sus espaldas, pero cuando un par de ellos se hicieron ligeramente a un lado, pudo distinguir con claridad lo que todos observaban con tanta atencin. A muy poca distancia de una gran roca, una pequea figura yaca en el suelo con la parte delantera de la chilaba completamente manchada de sangre. Aunque la imagen ya era lo suficientemente impactante de por s, Margaret se qued petrificada cuando reconoci el rostro de la vctima. Estaba tan desconcertada que no consegua moverse del lugar en el que se encontraba. De pronto fue perfectamente consciente de por qu el pequeo rabe ya no estaba detrs de su puesto en el zoco, e igualmente supuso que la tablilla de barro que llevaba en el bolso, el objeto que se le haba cado cuando pasaba corriendo junto a ellos, poda ser mucho ms importante y valiosa de lo que hubiera podido imaginar. Uno de los policas advirti su presencia y, al verla all de pie, con la boca abierta y sin apartar la vista del cadver, le hizo un gesto para que se marchara con una evidente expresin de irritacin en su rostro. Margaret se dirigi de nuevo hacia el zoco, absorta en sus pensamientos. En aquel momento decidi que no poda seguir adelante con su antiguo plan, que consista en dejar la tablilla en su bolso y dirigirse al aeropuerto. Tendra que pensar en una forma de sacarla de Marruecos sin ser descubierta. Y estaba claro que haba un modo bien sencillo de hacerlo. 4 No me da ninguna pena volver a casa coment Ralph O'Connor sentado al volante del Renault Mgane que haban alquilado y con el que abandonaban Rabat en direccin al aeropuerto de Casablanca, donde deban coger un avin que les llevara a Londres. Lo s replic secamente su esposa. Has dejado perfectamente claro que Marruecos est en la ltima posicin de la lista de lugares a los que te gustara regresar. Supongo que el ao que viene querrs volver a Benidorm, o tal vez a Marbella. Me equivoco?

Bueno, al menos en Espaa me siento como en casa. Este pas es demasiado extranjero para mi gusto. Y por cierto, sigo pensando que deberas haberte deshecho del maldito trozo de barro que cogiste. Mira, hice lo mejor que poda hacer dadas las circunstancias, y no pienso seguir discutiendo sobre el tema. Durante unos minutos permanecieron en silencio. Margaret no le haba contado a Ralph lo que haba visto en los alrededores de Chellah aquella maana, aunque s que haba enviado un precipitado correo electrnico a su hija justo antes de abandonar el hotel. A unos ocho kilmetros de Rabat el trfico se haba ido reduciendo hasta hacerse casi inexistente, y prcticamente tenan la carretera para ellos solos. El nico vehculo que Ralph vea por los espejos retrovisores era un enorme cuatro por cuatro de color oscuro a cierta distancia de ellos. En cuanto a los que se aproximaban en direccin contraria, su nmero era cada vez menor conforme se alejaban de la ciudad. Llegados a un cierto punto, justo en el momento en que la carretera se estrechaba en un tramo bastante prximo a la costa atlntica, el propietario del cuatro por cuatro aceler. Como conductor prudente que era, Ralph O'Connor empez a prestar atencin a la distancia que los separaba del otro vehculo, que se aproximaba a una velocidad considerable. Justo entonces divis un viejo Peugeot blanco que vena en direccin contraria y levant el pie del acelerador para permitir que el cuatro por cuatro pudiera adelantarlos antes de que el otro turismo los alcanzara. Por qu has reducido la velocidad? inquiri Margaret. Llevamos un coche detrs que va bastante deprisa y hay una curva pronunciada justo delante de nosotros. Prefiero que nos adelante antes de que lleguemos. Sin embargo, el cuatro por cuatro no mostr ninguna intencin de adelantar y se limit a situarse a unos veinte metros del Renault de los O'Connor y ajustar su velocidad a la de ellos. A partir de entonces todo sucedi en un abrir y cerrar de ojos. Justo en el preciso instante en que se acercaban a la curva que giraba a la izquierda, el Peugeot vir bruscamente hacia ellos. Ralph pis el freno con fuerza y mir a su derecha. El cuatro por cuatro, un Toyota Land Cruiser

con los cristales ahumados y una frontal, se encontraba justo a su lado.

enorme

barra

de

proteccin

A pesar de todo, el Toyota segua sin mostrar ninguna intencin de adelantar y se mantena impertrrito en la misma posicin. Ralph redujo an ms la velocidad y el conductor del cuatro por cuatro gir el volante hacia la derecha, golpeando el Renault con la parte derecha de la barra de acero. Se oy un terrible estrpito y Ralph no pudo evitar que el coche diese un bandazo. Dios! exclam apretando el freno con fuerza. Los neumticos derraparon y empezaron a echar humo, dejando unas marcas sobre el asfalto que atravesaban de lado a lado la carretera. El impacto haba lanzado el Renault hacia la derecha en direccin al extremo de la curva. Los esfuerzos de Ralph fueron infructuosos. La velocidad del Renault y la fuerza del Toyota, de dos toneladas de peso, hicieron que su coche, mucho ms ligero, se desviara inexorablemente hacia el margen exterior de la calzada. Ralph! chill Margaret mientras el coche se deslizaba lateralmente hacia el escarpado barranco que quedaba a su derecha. Justo en ese momento, el Toyota volvi a golpear al Renault. Esta vez el impacto hizo saltar el airbag de Ralph, obligndole a soltar el volante. A partir de ese momento estaba completamente indefenso. El Renault impact contra una pequea hilera de rocas sujetas con cemento al borde del arcn. Mientras Margaret gritaba aterrorizada, la parte izquierda del vehculo se levant y comenz a inclinarse hacia un lado. Seguidamente volc por encima del borde y empez a rodar por el terrapln casi vertical hasta aterrizar, unos diez metros ms abajo, en el lecho seco de un ro. Apenas el coche sali de la carretera, el reconfortante ruido del motor fue inmediatamente remplazado por una interminable sucesin de golpes y sacudidas. Margaret chill de nuevo mientras todo a su alrededor empezaba a dar vueltas. La sensacin de terror se hizo an ms intensa cuando fue consciente de que no poda hacer nada para evitar lo que estaba pasando. Ralph, por su parte, sigui apretando con fuerza el pedal del freno y se aferr de nuevo al volante, dos acciones instintivas que se revelaron completamente intiles. En aquel momento el mundo de ambos se transform en una vorgine de ruido y de violencia. Las sucesivas vueltas zarandeaban sus cuerpos de forma

brusca, mientras el parabrisas se haca aicos y la carrocera se doblaba con los repetidos impactos. Aunque los cinturones los mantuvieron en sus asientos y el resto de airbags se desplegaron, ninguna de estas cosas sirvi absolutamente de nada. Margaret busc la mano de su marido, pero no logr encontrarla porque los golpes y sacudidas se intensificaron. Justo en el instante en que abri la boca para gritar de nuevo, la violencia ces por completo. Sinti un enorme golpe en la parte superior de la cabeza, un dolor atroz y, de repente, la oscuridad sobrevino. Arriba, en la carretera, tanto el conductor del Toyota como el del Peugeot detuvieron sus respectivos vehculos y, tras apearse de ellos, se acercaron al borde de la carretera y se asomaron al cauce seco del torrente. El primero de ellos asinti con la cabeza con gesto de satisfaccin, se puso un par de guantes de goma y comenz a descender la pendiente a toda velocidad en direccin al coche siniestrado. El maletero del Renault se haba abierto de golpe y el equipaje de los O'Connors haba salido disparado. Una vez abajo, abri las maletas y rebusc en su interior. Luego se dirigi a la puerta del copiloto, se arrodill y, tras sacar el bolso de Margaret, introdujo la mano y extrajo una pequea cmara digital. Se la meti en uno de sus bolsillos, y contino revolviendo el interior. Sus dedos detectaron una bolsita de plstico hermtica que contema una tarjeta de memoria de alta capacidad y un lector de tarjetas USB que tambin se meti en el bolsillo. No obstante, era evidente que tena que haber algo ms, algo que no haba conseguido encontrar. Con gesto cada vez ms irritado, revis de nuevo las maletas, luego el bolso y, con la nariz arrugada en seal de desagrado, registr incluso los bolsillos de los O'Connor. La puerta de la guantera del Renault se haba atascado pero, despus de unos segundos, la cerradura acab cediendo gracias la larga hoja de una navaja automtica que el hombre extrajo de su bolsillo. Pero tambin este compartimento estaba vado. El hombre cerr la guantera de un portazo, peg una patada al lateral del coche visiblemente enfadado y trep de nuevo hasta la carretera. All intercambi algunas palabras con el otro individuo e hizo una llamada con el mvil. Seguidamente descendi la ladera de nuevo, se acerc una vez ms a los restos del vehculo y, tras sacar el bolso de Margaret y revolver de nuevo el contenido, extrajo su carn de conducir. Luego lanz el bolso al interior del Renault y ascendi de nuevo.

Tres minutos despus, el Toyota desapareci sin dejar rastro en direccin a Rabat, pero el viejo Peugeot blanco permaneci aparcado junto a la carretera a la altura del lugar donde se haba producido el accidente. El conductor se apoy con toda tranquilidad en la puerta de su vehculo y marc el nmero de los servicios de emergencia en su mvil. 5 Y qu se supone que debo hacer cuando llegue all? pregunt Chris Bronson con evidente irritacin. Aquella maana, apenas haba llegado a la comisara de polica de Maidstone, su superior lo haba llamado a su despacho. Y por qu quieres que vaya yo ? Tengo entendido que este tipo de casos es responsabilidad de los inspectores. El comisario Reginald Byrd, tambin conocido como Dicky, suspir. Mira, hay muchos otros factores que considerar aqu, no solo el rango de la persona que se ocupar de la investigacin. Nos han asignado el caso simplemente porque los familiares de la pareja fallecida residen en Kent, y yo te he elegido a ti porque posees una cualidad que ninguno de los detectives tiene: hablas francs. En realidad lo que hablo es italiano puntualiz Bronson. En francs ms o menos me defiendo, pero no se puede decir que lo hable bien. Adems, no habas dicho que los marroques nos proporcionaran un intrprete? S, pero sabes tan bien como yo que hay detalles que se pierden con la traduccin. Quiero alguien que comprenda lo que realmente dicen y no solo lo que cuente un traductor. Lo nico que tienes que hacer es comprobar la exactitud de sus afirmaciones, volver aqu y ponerlo por escrito. Y que te hace pensar que su informe no ser exacto? Byrd cerr los ojos. No lo pienso. En mi opinin se trata solo de otro maldito conductor britnico que se olvida de por qu parte de la carretera debe conducir y acaba lindola. Pero necesito alguien que confirme mis sospechas y que investigue si existi algn otro factor que contribuyera a que se produjera el accidente. Tal vez se debi a un fallo del coche de alquiler. Los frenos, la direccin...

Yo qu s! O quiz haya algn otro vehculo involucrado y las autoridades marroques estn intentando taparlo. La familia, es decir, su nica hija y su marido, vive en Canterbury. Se les ha informado esta misma maana del accidente y, por lo que me ha dicho la polica local, tienen intencin de ir a Casablanca a organizar la repatriacin de los cuerpos. Quiero que llegues all antes que ellos e investigues un poco. En el caso de que an no se hubiesen marchado cuando vuelvas, me gustara tambin que fueras a visitarlos para responder a todas las dudas que puedan tener. S muy bien que es un coazo de trabajo, pero... Si, lo s, alguien tiene que hacerlo. Bronson mir el reloj, se levant y se pas la mano por su oscura y rebelde cabellera. Est bien. Ir a preparar una bolsa de viaje con ropa para un par de das y a hacer algunas llamadas que tengo pendientes. En realidad, Bronson solo tena que hacer una llamada. Su plan de invitar a cenar a su exmujer al da siguiente (algo que ya haba tenido que posponer dos veces por culpa del trabajo) tendra que esperar de nuevo. Byrd le pas un informe deslizndolo por la mesa. El billete de avin es para Casablanca porque los vuelos a Rabat estaban todos llenos. Por cierto, es de clase turista. A continuacin, tras una breve pausa, aadi: Tal vez, si le dedicas una sonrisa a la azafata de facturacin, consigas que te haga un hueco en preferente. 6 Eso es todo? pregunt David Philips mientras observaba una imagen en la pantalla del porttil de su mujer. Estaban sentados uno junto al otro en el dormitorio que haca las veces de estudio, en su modesta casa adosada de Canterbury. Kirsty asinti. Tena los ojos enrojecidos y las lgrimas haban llenado sus suaves mejillas de pequeos surcos. Pues no parece gran cosa. Ests segura de que es esto lo que tu madre cogi? Su esposa volvi a asentir con la cabeza, pero esta vez reuni las fuerzas suficientes para hablar.

Este es el objeto que encontr en el zoco. El que se le cay a aquel hombre. Pues a m me parece un pedazo de arcilla sacado de algunos escombros. Mira, David, solo puedo decirte lo que ella me cont. Esto es lo que se cay del bolsillo de aquel hombre cuando pas corriendo por delante de ellos. Philips apart la vista del ordenador, se apoy sobre el respaldo y se qued pensativo unos segundos. A continuacin, introdujo un CD en blanco en la unidad de disco, e hizo clic un par de veces. Qu haces? le pregunt Kirsty. Solo hay una manera de averiguar qu es esta tablilla respondi Philips. Le pasar la foto a Richard y le contar lo que ha sucedido. Puede escribir un artculo e investigar por nosotros. Ests seguro de que es una buena idea, David? Maana salimos para Rabat y todava no he hecho las maletas. Lo llamar ahora mismo insisti Philips. Tardo solo diez minutos en acercarle el CD a su oficina. Aprovechar para comprar algo para la comida y, mientras, t puedes empezar a decidir lo que tenemos que llevarnos a Marruecos. Estaremos solo dos das, crees que podramos arreglarnos con un par de bolsas de mano? Kirsty se sec los ojos con un pauelo de papel y su marido la rode con sus brazos. Cario dijo este estar fuera solo veinte minutos. Despus comeremos, haremos las maletas y maana, cuando lleguemos a Rabat, lo solucionaremos todo. Y te lo repito una vez ms, si prefieres quedarte en casa, no tengo ningn inconveniente en ir solo. S lo difcil que es todo esto para ti. Nodijo Kirsty sacudiendo la cabeza. No quiero que me dejes sola. Tampoco me apetece ir a Marruecos, pero tengo que hacerlo. A continuacin hizo una pausa y sus ojos volvieron a llenarse de lgrimas. Es solo que an no me hago a la idea de que ya no estn y de que no volver a verlos jams. En su correo mam pareca tan feliz y entusiasmada con lo que haba encontrado! Y ahora, mira lo que les ha pasado. Cmo es posible que todo se haya echado a perder en tan poco tiempo?

7

Si son tan amables, me gustara ver el vehculo y visitar el lugar del accidente dijo Bronson en ingls, intentando hablar despacio, a los dos hombres que lo miraban desde el otro lado de la mesa. A continuacin, se recost en su asiento y esper a que el intrprete de la polica tradujera al francs su peticin. Estaba sentado en una silla rgida y bastante incmoda situada en una pequea sala de interrogatorios de la comisara de Rabat. El edificio tena forma cuadrada, estaba pintado de blanco y lo nico que lo distingua de los de alrededor era el amplio aparcamiento posterior para vehculos de polica y los carteles, en rabe y francs, de la fachada. Bronson haba llegado a Rabat apenas una hora antes y, tras alquilar un coche en el aeropuerto de Casablanca y registrarse en el hotel, se fue directo a la comisara. La capital de Marruecos era ms pequea de lo que haba imaginado y tena un montn de plazas elegantes y espacios abiertos generalmente unidos entre s por amplias avenidas. La mayora de los bulevares estaban flanqueados por majestuosas palmeras, y la ciudad rezumaba un aire de sofisticacin cosmopolita y de amabilidad. En realidad, pareca ms europea que marroqu. Sin embargo, haca demasiado calor; una especie de calor seco y polvoriento que, como si de un horno se tratara, acrecentaba los peculiares olores de frica. Bronson decidi que, en el caso de que el comisario Byrd tuviera razn y hubiera algo sobre el fatal accidente que la polica estaba tratando de tapar, la mejor manera de pillarlos era fingir que no hablaba ni una palabra de francs y limitarse a escuchar atentamente lo que decan. Hasta aquel momento, su plan haba funcionado a las mil maravillas, excepto por el hecho de que la polica local haba contestado todas sus preguntas sin evasivas y, desde su punto de vista, la traduccin haba sido excepcionalmente precisa. Por suerte todos los agentes de polica que haba encontrado hasta entonces acostumbraban a conversar en francs. El idioma oficial de Marruecos es el rabe, mientras que el francs es el segundo ms hablado, de manera que su maravilloso plan se habra ido al garete si la polica hubiera decidido utilizar la primera lengua. Ya contbamos con ello, sargento Bronson respondi Jalal Talabani, a travs del intrprete.

Se trataba de un oficial de alto rango de la polica de Rabat y Bronson pens que probablemente su cargo equivala al de un inspector britnico. Era un hombre delgado de algo ms de metro ochenta, con la piel bronceada, el pelo y los ojos oscuros, y vestido con un impecable traje oscuro de estilo occidental. Hemos trasladado el vehculo a las dependencias policiales, aqu en Rabat, y podemos ir en coche hasta el lugar del accidente cuando usted desee. Gracias. Qu le parece si empezamos ahora mismo con el coche? Como usted quiera. Talabani se puso en pie y, con un gesto, indic al intrprete que poda retirarse. Creo que, a partir de ahora, podemos arreglrnoslas sin l dijo mientras el hombre abandonaba la habitacin. Hablaba ingls con bastante fluidez y un ligero acento americano. Ou, si vous voulez; nous pouvons continuer en franaisaadi con una leve sonrisa. Creo que su francs es lo suficientemente bueno para ello, sargento Bronson. Era evidente que Talabani no tena un pelo de tonto. En realidad s que lo hablo admiti Bronson, pero muy poco. Esa es la razn por la que mis superiores me enviaron aqu. Me lo imaginaba. Me ha dado la impresin de que segua la conversacin sin necesidad de esperar a la traduccin del intrprete. En ocasiones es posible saber si alguien entiende lo que se est diciendo sin necesidad de que abra la boca. De todos modos, si usted est de acuerdo, podemos seguir en ingls. Cinco minutos despus, Bronson y Talabani estaban sentados en los asientos traseros de un coche de polica marroqu, sorteando a toda velocidad el escaso trfico vespertino con las luces rojas y azules encendidas y la sirena a todo volumen. Para Bronson, acostumbrado a la discreta forma de actuar de la polica britnica, esta manera de moverse por la ciudad le pareci algo innecesaria. Despus de todo, se dirigan a un depsito de vehculos para echar un vistazo a un coche implicado en un accidente mortal, una misin que difcilmente poda ser considerada urgente.

No tengo tanta prisa coment con una sonrisa. Talabani gir la cabeza y le mir. Tal vez usted no dijo, pero nosotros estamos en medio de una investigacin por asesinato y tengo muchas cosas que hacer. Bronson se inclin levemente hacia l, interesado. Qu ha pasado ? Una pareja de turistas encontr el cadver de un hombre con una herida de arma blanca en el pecho. Estaba en unos jardines cercanos a Chellah, una antigua necrpolis fuera de las murallas de la ciudad explic Talabani. No hemos encontrado testigos, y desconocemos el mvil, pero lo ms probable es que se tratara de un robo. Hasta ahora lo nico que tenemos es el cadver, y ni siquiera hemos conseguido averiguar su identidad. Mi jefe est presionndome para que resuelva el caso lo antes posible. Los turistas, por lo general aadi mientras el coche de polica entraba en un aparcamiento situado a la derecha con el sonido de la sirena extinguindose poco a poco hasta detenerse por completo, se muestran algo reacios a visitar las ciudades con asesinatos sin resolver. A un lado del depsito, una extensin de terreno cubierta de cemento resquebrajado, se poda ver un Renault Mgane, aunque la nica forma que tuvo Bronson de reconocer el modelo fue a travs de lo que quedaba de la puerta del maletero. El techo del vehculo haba quedado aplastado prcticamente hasta la altura del cap, y bastaba un simple vistazo para comprender que el accidente haba sido mortal de necesidad. Como ya le dije, el vehculo circulaba por una carretera cercana a Rabat y, a pocos kilmetros de la ciudad, tom una curva a demasiada velocidadexplic Talabani. Esto provoc que se saliera de la calzada, chocara contra unas rocas que haba junto al margen de la carretera y volcara. Haba un desnivel de unos diez metros de profundidad que acababa en el lecho seco de un ro y, tras caer rodando por el terrapln, el vehculo aterriz sobre el techo. Tanto el conductor como su acompaante murieron en el acto. Bronson ech un vistazo al interior del vehculo. Tanto el parabrisas como las ventanillas se haban hecho aicos y el volante estaba doblado. Los airbags, parcialmente desinflados, le impedan ver mejor el interior, de modo que los apart a un lado e inspeccion detrs. Las grandes

manchas de sangre en los asientos y en el revestimiento del techo hablaban por s solas. Alguien haba arrancado las dos puertas delanteras, probablemente los servicios de rescate, para extraer los cuerpos, y las haba arrojado sobre los asientos traseros. Era, se mirara por donde se mirara, un autntico caos. Talabani se asom al habitculo desde el otro lado. Cuando llegaron los servicios de emergencia, descubrieron que hada un buen rato que ambos pasajeros haban fallecido dijo. Aun as, los trasladaron al hospital. Los cuerpos siguen all, en el depsito de cadveres. Sabe usted quin se ocupar de los trmites de repatriacin? Bronson asinti. Tengo entendido que la hija de los O'Connor y su marido vendrn para organizado todo a travs de la embajada britnica. Y qu puede decirme de sus pertenencias? Teniendo en cuenta que ya haban dejado el hotel, no encontramos nada en la habitacin, pero recuperamos dos maletas y una bolsa de mano del lugar del accidente. El impacto provoc que se abriera el maletero y que el equipaje saliera disparado. Los cierres haban saltado y el contenido estaba esparcido por el suelo, pero recogimos todo lo que encontramos. Tambin hallamos un bolso de mujer en el interior del coche. No haba sufrido daos pero estaba cubierto de sangre, imaginamos que de la seora O'Connor. Todos esos objetos se encuentran a buen recaudo en la comisara, a la espera de que los reclamen los parientes ms cercanos. Si lo desea, puede examinarlos. De todos modos, ya hemos redactado un inventario del contenido, por si quiere echarle un vistazo. Gracias, me ser muy til. Haba algo en las maletas que pudiera tener algn inters ? Talabani neg con la cabeza. Nada, si exceptuamos las cosas que se pueden encontrar habitualmente en el equipaje de una pareja de mediana edad de vacaciones una semana. Lo que ms haba era ropa y artculos de tocador, ms un par de novelas y una buena provisin de los tpicos medicamentos que la gente lleva cuando sale de viaje, la mayor parte de ellos sin abrir. En los bolsillos de la ropa que llevaban puesta y en el bolso de la mujer encontramos sus pasaportes, documentos relativos al alquiler del coche, billetes de vuelta de avin, un

permiso de conducir internacional a nombre del marido, algo de dinero y las habituales tarjetas de crdito. Esperaba encontrar alguna otra cosa? No, la verdad es que no. Bronson suspir, convencido de que estaba perdiendo el tiempo. Todo lo que haba visto y odo hasta el momento pareca confirmar que Ralph O'Connor era un incompetente que haba perdido el control de un coche al que no estaba acostumbrado en una carretera desconocida. Adems, no vea la hora de volver a Londres para poner de nuevo fecha a la cena con ngela, que tantas veces se haba visto obligado a aplazar. Haban estado vindose ltimamente, y Bronson empezaba a albergar esperanzas de darle una nueva oportunidad a su fallida relacin, aunque no estaba del todo seguro de que su exmujer pensara de la misma manera. Gracias por todo, Jalaldijo ponindose en pie. Si me lo permite, me gustara echar un vistazo a las pertenencias de los O'Connor y visitar el lugar del accidente. Cuando haya terminado, no lo molestar ms. 8 Bronson se encontraba de pie en el margen polvoriento y sin pavimentar de una carretera a unos quince kilmetros de Rabat. Por encima de su cabeza, el sol se desplazaba por un cielo de un color azul intenso en el que no se divisaba ni el ms mnimo rastro de nubes. Adems, el aire era pesado y no corra ni una pizca de viento. El calor era brutal, sobre todo si se comparaba con el aire acondicionado del coche de polica que, en aquel momento, estaba aparcado a un lado de la carretera, unos veinte metros ms abajo. Se haba quitado la chaqueta, que hasta aquel momento no le haba estorbado, pero aun as comenzaba a sentir las gotas de sudor que le corran por debajo de la camisa, una sensacin muy desagradable y a la que no estaba acostumbrado. Tena bien claro que no quera estar all fuera ms tiempo del absolutamente necesario. Tras reflexionar unos minutos mirando arriba y abajo, Bronson concluy que era un lugar bastante lgubre para que Dios te llamara a su seno. La franja de asfalto, lisa y recta, se expanda hacia ambos lados de la curva junto al wadi. A un lado y otro de la carretera, el suelo arenoso del desierto salpicado de rocas formaba ondas irregulares carentes de cualquier tipo de vegetacin, a excepcin de alguna que otra mata raqutica aqu y all. Por debajo de la calzada, la estrecha sima de la vaguada pareca no haber visto ni rastro de humedad desde haca dcadas.

Bronson no llevaba bien el calor y estaba de mal humor, pero al mismo tiempo tena la sensacin de que algo no terminaba de cuadrar. Aunque la curva era bastante cerrada, no debera haber supuesto ningn problema para un conductor con un mnimo de experiencia. Por otro lado, la carretera discurra por una zona abierta y despejada. A pesar de la curva, la visibilidad era excelente, de modo que cualquiera que se acercara al lugar poda verla con la suficiente antelacin como para afrontarla con facilidad. Pero las dos marcas paralelas que haban estropeado el asfalto y que se alargaban hasta el lugar donde el Renault se haba salido de la carretera indicaban que, en el caso de Ralph, no haba sido as. Mirando hacia abajo, era fcil distinguir el lugar exacto donde el Mgane finalmente se haba detenido. Una coleccin de artefactos y trozos del vehculo (cristales, piezas de plstico, metal retorcido y restos de chapa) formaba una especie de crculo tosco alrededor de un pedazo de arena amarillenta. Exceptuando la ubicacin, a unos diez metros por debajo del margen de la carretera, el lugar del siniestro era prcticamente idntico al de las docenas de accidentes que Bronson haba tenido que cubrir a lo largo de su carrera, un triste recordatorio de que una pequea distraccin poda hacer que un vehculo en perfectas condiciones quedara reducido a un montn de chatarra en cuestin de segundos. Sin embargo, en este accidente haba algo que no le terminaba de cuadrar. Bronson se inclin hacia delante para observar mejor la hilera de rocas sujetas con cemento al mismo borde del asfalto y contra la cual, segn Talabani, se haba estrellado el coche de los O'Connor. Como l mismo haba podido comprobar en el depsito de vehculos, el Renault era de color gris plateado, y las rocas presentaban restos evidentes de araazos y escamas de pintura gris. Dos de las rocas se haban desprendido de su base de cemento, probablemente a causa del impacto del coche cuando volc. Todo pareca tener sentido, sin embargo Bronson no acababa de tener clara la causa del accidente. Era posible que Ralph O'Connor estuviera bebido? O quiz se haba quedado dormido mientras conduca ? Volviendo la vista de nuevo hacia la carretera not que la curva era bastante pronunciada, pero no tan pronunciada. Segn su teora sobre cmo sucedi el accidente... comenz a decir a Talabani. Sin embargo, el agente de polica marroqu no lo dej terminar. Perdone, sargento Bronson. Pero las cosas no son exactamente como usted las plantea. Sabemos con exactitud cmo sucedi todo. Tenemos un testigo.

Ah, s? Y quin es? Se trata de un marroqu que conduca por esta misma carretera en sentido contrario, hacia Rabat. Vio aparecer el Renault en esa curva, a demasiada velocidad, pero estaba lo suficientemente lejos como para no verse involucrado en el accidente. Fue el primero en llegar al lugar del siniestro y avis a los servicios de emergencia con su telfono mvil. Podra hablar con l? pregunt Bronson. Por supuesto. Tenemos su direccin de Rabat. Llamar a mis hombres para que le pidan que pase por comisara esta misma tarde. Gracias. Su testimonio puede ser de gran ayuda para explicar a los familiares de los O'Connor lo que sucedi exactamente. Bronson saba que una de las tareas ms difciles de los agentes de polica era trasmitir a alguien el tipo de noticias que, inevitablemente, le destrozaran la vida. En aquel momento mir de nuevo a las piedras y a la parte del asfalto donde la curva era ms pronunciada y descubri algo que hasta aquel momento le haba pasado desapercibido. Haba unos cuantos restos de pequeas escamas de pintura negra desperdigadas en el mismo borde de la carretera y que apenas se vean debido a la oscuridad del asfalto. Ech un vistazo a su alrededor y vio que Talabani estaba conversando de nuevo con el conductor del coche de polica y que ambos estaban mirando hacia el otro lado. Entonces se agach, cogi un par de escamas del borde y las introdujo disimuladamente en una pequea bolsa de plstico de las que utilizaba para guardar pruebas. Ha encontrado algo? le pregunt Talabani que se acercaba hacia l desde el vehculo policial. No respondi Bronson deslizando la bolsa en su bolsillo y ponindose en pie. Nada importante. De vuelta a Rabat, Bronson, que se encontraba solo ante los restos del Renault Mgane de los O'Connor en el depsito de vehculos de la comisara, se pregunt si estara viendo cosas donde no las haba. Haba pedido a Talabani que lo dejara all para tomar unas cuantas fotografas de los restos del automvil, y el marroqu haba accedido. Bronson utiliz su cmara digital para capturar una docena de imgenes, prestando especial atencin a la parte posterior izquierda del automvil

y a la puerta del conductor, que haba extrado del resto de la chatarra y fotografiado separadamente. El impacto contra el suelo lleno de rocas del lecho desecado del ro (el wadi) haba sido de tal magnitud que todos y cada uno de los paneles de la carrocera presentaban abolladuras y enormes araazos causados o bien por el mismo accidente, o por la posterior operacin de rescate. Talibani le haba explicado cmo se haba llevado a cabo esta ltima. Dado que era perfectamente evidente que los dos ocupantes estaban muertos, el oficial de polica marroqu que acudi al lugar del accidente orden al personal de la ambulancia que esperara y dio instrucciones a un fotgrafo para que documentara la escena con su Nikon digital, mientras l y sus hombres examinaban el vehculo y la carretera. Talibani tambin le haba proporcionado a Bronson copias de todas estas fotografas. Una vez que hubieron extrado los cuerpos y los evacuaron, la polica procedi a la recuperacin del vehculo. En aquel momento no haba ninguna elevadora disponible, por lo que se vieron obligados a usar una simple gra de remolque. Adems, como a lo largo de toda la carretera no haba ningn lugar que permitiera el acceso de vehculos, tuvieron que aparcar la gra al borde de la calzada y utilizar la potencia de su torno para darle la vuelta al coche siniestrado. A continuacin, lo arrastraron ladera arriba hasta la carretera y finalmente lo subieron a la plataforma de la gra. Bronson no tema ni idea de qu daos haban sido causados por el propio accidente y cules se deban a la posterior recuperacin. Sin la ayuda de un estudio pericial, no poda estar seguro de sus conclusiones. El problema era que, para llevarlo a cabo, hubiera sido necesario trasladar el automvil por mar hasta el Reino Unido para que lo examinara un perito forense, y sabe Dios lo que costara y el tiempo que llevara. Sin embargo, haba un nmero de abolladuras en las puertas del lado izquierdo y en el guardabarros trasero que, segn l, parecan causadas por un impacto lateral, y que no concordaban con lo que Talibani le haba contado ni con la declaracin del testigo. Bronson se meti la mano en el bolsillo y extrajo la bolsa que contena las escamas de pintura negra que haba cogido en el lugar del siniestro. Parecan frescas, pero Bronson era consciente de que eso no significaba nada. Es posible que se hubieran producido ms de una docena de accidentes en ese tramo de carretera, y las escamas podan corresponder a cualquiera de ellos. En Gran Bretaa la lluvia las habra arrastrado en apenas un par de horas, pero en Marruecos este fenmeno atmosfrico era muy poco frecuente.

No obstante, en un pequeo lugar de la puerta del conductor encontr un araazo que poda ser de color azul, pero tambin negro. Bronson se diriga a pie al hotel en que se hospedaba cuando son su mvil. Hay algn sitio por ah adonde pueda mandarte un fax? pregunt el comisario Byrd casi gritando, y cuya voz daba muestras evidentes de irritacin. Imagino que el hotel tendr uno. Espera, te busco el nmero. Diez minutos ms tarde, Bronson observaba un fax de poca calidad que mostraba un artculo publicado por un peridico local de Canterbury con fecha del da anterior. Antes de que pudiera leerlo, el mvil son de nuevo. Lo tienes? inquiri Byrd. Uno de los oficiales de Canterbury lo descubri por casualidad. Bronson mir de nuevo el titular: Asesinados por un trozo de arcilla ?. Debajo del texto en negrita haba dos fotografas. En la primera se vea a Ralph y a Margaret en algn tipo de acto social sonriendo a la cmara. Ms abajo haba una imagen algo borrosa de un objeto rectangular de color beis con una serie de marcas incisas en la superficie. T sabas algo de esto? Bronson resopl. No. Qu ms dice el artculo? Lelo t mismo. Luego quiero que vayas a hablar con Kirsty Philips y le preguntes a qu demonios estn jugando ella y su marido. Te refieres a cuando vuelva a Gran Bretaa? No. Me refiero a hoy, como mucho maana. Deberan haber llegado a Rabat ms o menos al mismo tiempo que t. Toma nota de su nmero de mvil. Byrd puso fin a la conversacin con la misma brusquedad con la que la haba empezado y Bronson se dispuso a leer el artculo. Cuando termin, decidi que aquella historia estaba empezando a pasar de castao a oscuro. Segn el artculo, los O'Connor haban presenciado una violenta discusin en el zoco de Rabat. Inmediatamente despus, Margaret O'Connor haba

recogido una pequea tablilla de barro que se le haba cado a un hombre a quien perseguan por las estrechas callejuelas de aquella zona de la ciudad. Al da siguiente, cuando se dirigan por carretera al aeropuerto de Casablanca, les haban tendido una emboscada en un tramo cercano a Rabat, como consecuencia de la cual, ambos fallecieron. No fue un accidente, habra dicho David Philips, segn el peridico. Mis suegros murieron a manos de una banda de criminales despiadados que los persiguieron y asesinaron con la intencin de recuperar la valiosa reliquia. Y qu piensan hacer al respecto la polica britnica y marroqu?, preguntaba el artculo, para concluir. Probablemente, muy poca cosa refunfu Bronson mientras agarraba el telfono para llamar a Kirsty Philips. Y yo me pregunto, pens, cmo saben ellos que la tablilla es tan valiosa? 9 El oficial de polica de Canterbury no fue la nica persona a la que llam la atencin el breve artculo del peridico local. Un hombre joven de pelo claro vio la fotografa de la tablilla y, ni corto ni perezoso, agarr unas tijeras y recort la noticia. Seguidamente, tras apartarla a un lado, sigui hojeando el resto del diario. Junto a l, en su modesto apartamento de las afueras de Enfield, haba un montn de publicaciones apiladas unas sobre otras, entre las que se poda encontrar una copia de todos los peridicos de tirada nacional de Gran Bretaa, una seleccin de revistas de actualidad y la mayor parte de los diarios provinciales. Le haba llevado toda la maana, y parte de la tarde, repasar una a una todas estas publicaciones y extraer los artculos de inters (una tarea que efectuaba todos los das), pero su trabajo todava no haba terminado. Meti todo los peridicos y revistas mutilados en una bolsa de basura negra y despus agarr el montn de recortes y los deposit en un escner, de tamao DIN A-3, que estaba conectado a un potente ordenador. Uno a uno los coloc en la superficie para documentos y los introdujo en el disco duro, asegurndose de que todas las imgenes estuvieran acompaadas por el nombre de la publicacin en la que haban apareado. Luego los almacen en una carpeta que llevaba la fecha del da en curso.

Cuando acab, meti todos los recortes en la bolsa de basura, junto a los peridicos desechados, y prepar un correo electrnico, sin texto alguno, al que adjunt copias de todas las imgenes escaneadas. Algunos das, la cantidad y el tamao de los documentos era tal que se vea obligado a dividirlos en grupos y enviarlos en dos o tres correos diferentes. La direccin a la que iban dirigidos corresponda a una cuenta de correo de Yahoo y constaba tan solo de una serie de nmeros que no aportaba ninguna pista sobre el titular. Cuando dio de alta la cuenta, se crearon tambin otras cinco ms que formaran una cadena para evitar la identificacin del correo de origen. Una vez estuvo activa, se cancelaron todas esas otras direcciones, imposibilitando cualquier intento de localizar la procedencia. Por supuesto, l conoca exactamente quin era el destinatario o, para ser ms exactos, saba dnde se recibira aquel correo, pero no exactamente quin lo leera. Llevaba casi dos aos destinado en Gran Bretaa, hacindose un nombre como periodista especializado en escribir para revistas y peridicos extranjeros. Incluso estaba en condiciones de presentar copias de varios peridicos europeos que incluan artculos escritos por l o, mejor dicho, en los que apareca su firma. Si alguien se hubiera molestado en comprobar los originales de esas publicaciones, habra encontrado que los artculos coincidan palabra por palabra con los suyos, pero estaban firmados con un nombre completamente diferente. De hecho, las copias haban sido cuidadosamente elaboradas en el stano seguro de un vulgar edificio, igualmente seguro, en una ciudad de Israel llamada Glilot, a las afueras de Tel Aviv, con el nico propsito de apoyar su tapadera. No era un espa (al menos, no todava), pero trabajaba para el Mosad, el servicio de inteligencia israel. Una de sus tareas como agente de apoyo era copiar todos y cada uno de los artculos que hicieran referencia, aunque fuera de pasada, al gobierno britnico, a sus cuerpos de seguridad, incluyendo los cuerpos especiales, y a los servicios de inteligencia y contraespionaje. Pero, al igual que a todos los dems agentes del Mosad, se le haba dado una lista adicional de temas que no estaban relacionados con ninguno de estos asuntos. Las tablillas antiguas, ya fueran de barro o de cualquier otro material, ocupaban un lugar prioritario dentro de esa lista. Normalmente, una vez enviado el correo electrnico, no tena nada ms que hacer hasta el da siguiente pero, aquella tarde, a los pocos minutos de mandarlo, el ordenador emiti un doble pitido que avisaba de que haba llegado un mensaje. Cuando abri la bandeja de entrada le salt el nombre

en cdigo del remitente, as como la prioridad. Segundos despus, escane rpidamente el correo y luego lo ley de nuevo. Fuera cual fuera la importancia de aquella tablilla de barro, daba la impresin de que el artculo haba causado un gran revuelo en Tel Aviv, y las nuevas instrucciones hacan hincapi en este hecho. El joven mir el reloj, valorando las diferentes opciones. A continuacin, agarr la chaqueta que estaba colgada en la percha de la entrada, dej el apartamento y se dirigi a las escaleras que conducan al pequeo aparcamiento en la parte trasera del edificio. Con un poco de suerte, estara en Canterbury en poco ms de una hora. 10

Le presento a Hafez Aziz dijo Talabani en ingls. Es el hombre que presenci el accidente. Solo habla tamazight, as que tendr que hacerle de traductor. Bronson se encontraba en otra sala de interrogatorios en la comisara de Rabat. Al otro lado de la mesa haba un marroqu pequeo y delgado que llevaba unos vaqueros desgastados y una camisa blanca. Durante los siguientes minutos, Jalal Talabani tradujo frase por frase lo que Aziz iba diciendo y, al acabar, Bronson se dio cuenta de que no saba nada que no supiera antes. Aziz haba repetido punto por punto la misma historia que le haba contado Talabani anteriormente, y sus palabras parecan las de un hombre honesto. Cont que haba visto el Renault aproximarse a la curva a toda velocidad y que, al tomarla, se haba desviado y haba chocado contra unas rocas que estaban en el margen de la carretera. A continuacin sali disparado por los aires, volc por encima del borde, y desapareci de su vista. Entonces detuvo el coche justo en el lugar del accidente, llam a la polica y baj como pudo al wadi para ayudar a los ocupantes aunque, desgraciadamente, era demasiado tarde. Haba una sola cosa que Bronson hubiera querido preguntar a Aziz, pero mantuvo la boca cerrada y se limit a agradecerle que hubiera ido a la comisara.

Cuando el marroqu abandon la sala de interrogatorios, Bronson se gir hacia Talibani. Le estoy muy agradecido por su ayuda le dijo> y tambin por haber organizado esta entrevista. Creo haber visto prcticamente todo lo que necesitaba. Solo me falta echar una ojeada a las maletas y a las cosas que recuperaron del interior del coche. Me parece recordar que haban preparado un inventario. Talabani asinti co