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ÍÑIGO ERREJÓN / SECRETARIO DE POLÍTICA DE PODEMOS
“La campaña de infamias y acoso va a ir a más”
MIGUEL MORA / SOLEDAD GALLEGO-DÍAZ / JACOBO RIVERO
FOTOS: MANUEL FINISHEXTRACTOS DE LA ENTREVISTA EN VÍDEO (PABLO PÉREZ/ENRIQUE PORTILLA): VIMEO.COM/CTXT/
Conversar con los dirigentes de Podemos es casi una hazaña estos días. No hay medio de
comunicación, nacional o extranjero, que no pida una entrevista con alguna de sus caras
visibles; el precario equipo de prensa está desbordado, y el líder máximo, Pablo Iglesias,
parece haber decidido dejar de conceder entrevistas suicidas por una temporada.
Tras una semana de whatsapps, cinco periodistas de ctxt (tres plumillas de tres generaciones
distintas, un fotógrafo y un videorreportero) acuden al pequeño cuartel general de Podemos.
El local, situado en un edificio feo y gris del centro de Madrid, tiene una habitación diáfana
de unos treinta metros cuadrados, una sala auxiliar más pequeña —con una mesa para unas
diez personas— y dos despachos diminutos. Apenas hay decoración, salvo una bandera
morada del partido occidental más joven y pujante del momento: en un solo año, cabalgando
sobre la desesperación causada por las políticas de ajuste dictadas por Angela Merkel y
aplicadas con fervor por el Gobierno de Mariano Rajoy, Podemos ha canalizado el malestar
de millones de españoles y se ha erigido en la primera fuerza política —según algunas
encuestas— de la cuarta economía de la zona euro.
La actividad en el politburó es febril, y el ambiente recuerda más a una ONG o a una
redacción que a un partido clásico: unas veinte personas, la mayoría del Equipo Técnico,
trabajan a toda pastilla en portátiles, casi todos Mac, y dispositivos móviles. Sobre un armario
hay una caja de aguacates vacía y restos de fruta. Se ven más damas que caballeros. La media
de edad debe rondar los 30 años. Viendo su energía y su soltura, y conociendo su capacidad,
es fácil pensar que este puñado de jóvenes de clase media que caminan por la oficina sin
pisar la moqueta van a ser la clave del futuro de España, los protagonistas del gran cambio
generacional llamado a enterrar el régimen del 78.
Alto, afable y flaquísimo, Íñigo Errejón (Madrid, 1983) recibe a los periodistas en la puerta del
cuartel general con un sólido apretón de manos y luego conduce al pelotón hasta uno de los
despachos. Sobre la mesa está el artículo de José María Ruiz Soroa El peligro de una sociedad
sin divisiones (El País, 9 de enero), que define las ideas de Podemos como “totalitarias”. El
texto, según Errejón, “es muy bueno pero totalmente equivocado”. Lo dice con media sonrisa:
“Mola de vez en cuando tener críticas así. No estamos acostumbrados a ese nivel”.
El secretario de Política de Podemos gana en el cara a cara. Durante hora y media, desgrana
sus argumentos a una velocidad endiablada, demuestra una inteligencia sólida y autocrítica, y
parece una persona honesta y cabal. Oyéndole, es imposible no recordar las alternativas al
bipartidismo clásico surgidas en los últimos años en Francia (la saga Le Pen), Italia
(Berlusconi, Grillo) o Reino Unido (Nigel Farage). Los jóvenes de Podemos representan, en
buena medida, la vía contraria: formados, leídos y viajados, respetan las instituciones,
defienden el Estado de Derecho y no hay rastro de xenofobia en su discurso. ¿Revolución
bolivariana en ciernes, comunismo camuflado? Escuchando a Errejón se diría que todo es
bastante menos dramático. Su visión es que Podemos representa a una legión de jóvenes y
adultos desencantados con una clase política y económica que ha sido incapaz de proteger
los derechos colectivos como prometió, y que les ha tocado a ellos impulsar el relevo de un
"régimen agotado".
Con su aspecto de estudiante modelo, este investigador de Ciencia Política recuerda a sus 31
años a una reencarnación, madrileña y postmarxista, de Antonio Gramsci. Hijo de militantes
comunistas, se curtió como adolescente en un colectivo libertario y más tarde en el
movimiento antiglobalización junto a Pablo Iglesias, con quien mantiene una estrecha
amistad; en los últimos años, el intelectual orgánico de Podemos ha participado en docenas
de debates en la factoría del movimiento (la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad
Complutense (Somosaguas, Madrid), y ha cultivado su verbo revolucionario ma non troppo
durante sus frecuentes viajes a Latinoamérica como vocal de la Fundación CEPS (Centro de
Estudios Políticos y Sociales), para la que ha realizado diversos trabajos, sobre todo en Bolivia
y Ecuador.
Aunque lo niegue, Errejón es un político nato. Más reflexivo y menos demagógico que Iglesias
—él apenas utiliza la retórica deportiva de resonancias berlusconianas—, el secretario de
Política es el gran estratega del partido: fue director de campaña en las elecciones al
Parlamento Europeo del 25 de mayo, y repetirá en los comicios municipales, autonómicos y
también en las generales.
Durante la entrevista, se muestra relajado, seguro de sí mismo, a ratos un poco profesoral, y
no evade ninguna cuestión. Asegura que, si Podemos llega al Gobierno, lanzará un proceso
constituyente "para blindar los derechos de la mayoría empobrecida por las élites que han
secuestrado el poder”. Aunque añade que el proceso en ningún caso se planteará como una
"demolición de las instituciones".
Pregunta. Hay mucha gente en esta oficina. ¿Son voluntarios o cobran?
Respuesta. La proporción de liberados es de uno a diez. La mayor parte de la gente
viene a hacer trabajo militante. Los únicos recursos que tenemos son los que vienen de
Europa. Pero los recursos de Europa, en su mayor parte, se los come Europa.
P. Sus análisis de ciencia política son brillantes, pero... ¿Ha hecho ya la transición de
científico a político?
R. La subjetiva sí, la interior no.
P. ¿Todavía no se siente político?
R. No, no. Pero lo vivo desde una cierta… Llevo militando desde los 14 años. La
novedad es que ahora de repente se te ve: te hacen fotos.
P. ¿Tiene Podemos la capacidad estructural y organizativa para ganar las elecciones?
R. Sí.
P. ¿Ya la tienen?
R. Creo que para ganar sí, aunque no es fácil, las encuestas de ahora…
P. ¿Están infladas?
R. Pero no porque nadie las haya trucado, sino porque todo el que quiere votar a
Podemos se muere por decirlo y muchos de los que van a acabar votando a los partidos
tradicionales del régimen, como eso ahora no viste mucho, no lo quieren decir.
P. ¿Qué esperan de PSOE y PP? ¿Sana rivalidad, pánico, ataques?
R. Creemos que la campaña del miedo va a ser aún más dura. Vamos a vivir un año
terrible, y la campaña de infamias y de acoso irá a más. ¿A qué nos van a retar ellos? ¿A
discutir de política? ¿Tal como está el país y con sus capacidades? No nos van a buscar
ahí. ¿Dónde nos van a buscar? En desgastarnos, en que no lleguemos políticamente
vivos o intelectualmente sanos a la cita de noviembre. Así que vamos a tener un año
infernal que va a ser difícil aguantar. Pero hemos dicho muchas veces que lo importante
no es que Podemos gane. Lo importante es que esa grieta que Podemos es capaz de
abrir y de capitalizar sea llenada por mucha energía y creatividad popular. Si no es a
lomos o a hombros de esa energía y creatividad popular, no se llega; y si llegas, llegas
cercado.
P. Las encuestas dicen que un 24% de quienes votaron a Rajoy hace tres años
votarían hoy a Podemos. ¿Cree que se mantendrán fieles a un partido recién nacido,
cuyas bases aspiran a asaltar los cielos?
R. La tensión clásica militante-simpatizante, que tan bien enseñaba José María Maravall,
es muy intensa en nuestro partido. Y no tiene buena solución. Pero hay formas de
gestionarla: una es el modelo organizativo; las primarias garantizan que las grandes
decisiones están en manos de la gente, no de los militantes. Esa decisión fue
complicada, porque te obliga a pedir a los imprescindibles que cedan en la toma de
decisiones para no burocratizarte y no tomar decisiones malas por amiguismo o
politiqueo… Y luego está la duda de cómo diriges la fuerza de transformación: nosotros
hemos puesto los qués por delante de los cómos; en el 15-M no sabíamos qué hacer. En
el congreso decidimos, nos dijimos “viene un ciclo electoral corto, vamos a ir a la
batalla de noviembre construyendo una máquina política capaz de formar una nueva
mayoría en España”. ¿El modelo organizativo es perfecto? En absoluto. Lo estamos
intentando construir, pero no lo mitificamos.
P. ¿Y dónde se ve usted en el futuro?
R. Sigo teniendo el corazón y las ganas escindidas, porque sigo perdiendo un poco de
tiempo, no perdiendo, pero sigo intentando sacar tiempo para leer, para escribir cosas
académicas, que lee un 0,1% de la gente que ve mi intervención en televisión. Soy
consciente de que vas un sábado por la noche a la tele, dices algo y tiene muchísima
repercusión. Pero trabajar en la estrategia política y cultural es lo que me gusta hacer, y
es ahí donde me veo cuando esta aventura se acabe, se acabe como se acabe. Y eso
significa que vaya donde vaya tiene que ser en algún espacio en el que pueda por lo
menos seguir.
P. ¿Pensando?
R. Intentando compatibilizarlo. ¿Que eso implica asumir a veces responsabilidades
políticas? Pues claro. Porque además en los momentos históricos uno está un poco
donde las cosas le colocan. Nosotros tampoco teníamos tan claro antes de la noche del
25 de mayo que de repente íbamos a tener que estar jugando este papel. Yo me creía la
hipótesis. Creía que era correcta y que podía funcionar. Pero no me esperaba que fuera
a funcionar en tres meses. Ha pasado un año desde que lanzamos Podemos, lo lanzamos
el 17 de enero, pero ni siquiera fue lanzar Podemos, fue lanzar a ver si hay ganas de una
candidatura. Un año después estamos ante una posibilidad inédita de cambio político
en este país como había sido difícil que alguien se imaginara hace un año. Y eso te
coloca en posiciones en las que, si me apuras, a lo mejor suena muy trascendente, muy
cristiano, pero a veces no tienes derecho a negarte.
P. Si Podemos no ganara, ¿cree que el PSOE y el PP moverán ficha para incluir a
algunos de los sectores próximos a ustedes? ¿O ya está asumido que no contarán con
esas alianzas?
R. Es una relación siempre compleja, pero los dos grandes partidos han entendido ya,
en el plano simbólico y estético, que no se pueden parecer tanto a ellos mismos. Si
quieren seguir teniendo una capacidad de convencimiento amplio, tendrán que tomar
medidas de renovación estética, de renovación del lenguaje. Yo creo que eso puede ir
más allá. Lo estamos viendo con la discusión sobre la deuda, en la que el PSOE empieza
a moverse desde su posición inicial, conforme se van moviendo también algunos
economistas reputados, y nada sospechosos de ser peligrosos. Esos economistas van
diciendo: “La crisis de la deuda no tiene solución profundizando en las mismas políticas
que han llevado a su agravamiento. Es perfectamente normal reestructurar las deudas,
negociarlas”. Vamos a ver ese cambio con la deuda, y lo vamos a ver con muchas otras
cuestiones.
P. Pero si Podemos no alcanza el poder en lo inmediato, en este curso político,
¿dónde quedaría?
R. Mucha gente nos dice: “Con que lleguéis hasta aquí, yo ya os lo agradecería
muchísimo, por el meneo que les habéis dado, el miedo que tienen y cómo se están
empezando a mover”. Pero todo eso se les pasa rápido. La posibilidad de volver a las
posiciones de antes, como si no hubiera pasado nada, está ahí. La primera vez que una
encuesta dio a Podemos en cabeza, un diario de tirada nacional tituló “La ira ciudadana
aúpa a Podemos a la primera posición”. Fue particularmente insultante porque es como
si hubiera un voto racional, de la gente que vota tranquila, y otro de la gente que vota
diferente, porque vota airada. Pero eso revela una fantasía. La fantasía de que, después
de un febril 2014, las aguas pueden volver a su cauce, y que el monopolio de la política
quedará en manos de los de siempre.
P. ¿Puede suceder eso?
R. No como si no hubiera pasado nada, pero puede suceder. Siempre que hay una fuerza
de cambio, una fuerza que viene a romper y desbaratar los equilibrios anteriores, hay
una duda y una tentación en quienes mandan: “¿Me cierro totalmente o integro una
parte de las reivindicaciones de quienes me desafían pero las conduzco yo? Así que las
integro pero te quito a ti la iniciativa política. La tomo yo, lo conduzco yo y renuevo el
orden”. Creo que eso puede pasar. Una posibilidad es que las promesas de
recuperación calen un poco, no en la vida cotidiana de la gente, pero es que, para calar,
el relato no tiene que ser estadísticamente cierto. Que empiece a calar la idea de que lo
hemos pasado muy mal, pero que las cosas irán poco a poco a mejor, que hay que tener
confianza, que todo cambio es terrorífico y hay que tenerle miedo al cambio. Ese es
siempre el leit motiv de las élites cuando no tienen nada qué proponer. El cambio es
malo, el cambio da miedo. Y tres o cuatro cosas que no minusvaloro, que pueden ser
importantes: que el núcleo fundamental del poder introduzca tres o cuatro
modificaciones; y el desgaste, el cansancio. La gente no vive permanentemente
politizada, ni permanentemente movilizada.
P. ¿Se conforman con ser fuerza de agitación?
R. Claramente no nos conformamos. Decimos que hace falta un Gobierno al servicio de
la mayoría social empobrecida. Y que vamos a trabajar para construirlo. Las encuestas
nos dan primeros en voto estimado. Eso, pasado por la ley electoral y por la
distribución geográfica de nuestro voto, te puede convertir en el segundo o en el tercer
grupo en escaños. Ganando incluso en votos. Pero si no eres el primer grupo en
escaños, incluso si no tienes la mayoría en la Cámara, la clave es, para mí, que en
noviembre o en enero, si es que llegan a atrasarlas hasta enero, haya un resultado que
haga imposible la vuelta a lo de antes con plena normalidad. Es decir, que haya un
resultado que haga saltar por los aires el sistema de partidos viejos, y que lo que venga
por delante no tiene por qué ser mejor, pero no puede ser “uff, ya se pasó esta fiebre”.
Al final la gente siempre acaba votando por lo malo conocido y restauramos. Para mí
esa es la clave. Que la incursión en este ciclo político electoral sea una cuña tan fuerte
que impida volver al equilibrio viejo.
El 15-M
P. Vayamos al 15 de mayo de 2011. Básicamente ese día la gente se junta para pedir
democracia. Democracia real ya. No nos representan. Ahora Podemos habla de otras
mayorías sociales. Y dice que su programa lo podrían firmar los socialdemócratas de
hace 25 o 30 años. ¿Apelan a un espíritu de consenso social, relativamente distinto al
que en principio algunos sectores del 15-M estaban apelando?
R. Por partes. Primero hubo una discusión en torno a interpretación en el 15-M del “No
nos representan”. Y eso seguramente es lo más definitivo. Define un espíritu de época.
La gente dice: “Ya no les creemos. No nos representan”. Y ahí creo que la discusión
tiene que ver con una letra. Con no nos “representan” o no nos “representen”. Hay
quien quiso ver en el 15-M un rechazo de toda forma de representación, y la
inauguración de una política en la que no hubiera delegación ni representación. De
gente que decide todo en asamblea. Yo creo que había una parte de eso en el 15-M.
Seguramente la parte más militante y más activista. Pero había también un sector más
grande, con menos estudios, con menos intelectuales, que decía: “Que estos no nos
representan”. No era una crítica de la representación ni de las instituciones. Era una
crítica de las élites que habían usurpado unas instituciones que ya no representaban la
voluntad popular. De forma que la plaza diría claro que hay voluntad popular, pero
nosotros la encarnamos más que quienes están dentro de las instituciones. Así que hay
que echarlos. Creo que convivían esas dos corrientes.
P. La gente iba a manifestarse delante del Congreso. Luego reconocían la
institución…
R. Como sede de la soberanía popular. Pero algo ha pasado. Algunos dirán que se trata
de la casta. Otros dirán que es el secuestro de las instituciones políticas por parte del
poder financiero. Seguramente hay diferentes diagnósticos, pero efectivamente hay un
reconocimiento. Si no ¿por qué vas ahí? Vete al Banco de España, no, mejor vete al
Santander. La protesta reconocía que el Parlamento debe ser la sede de la voluntad
popular, pero que no se estaba cumpliendo. Y creo que eso diferencia la vía de los que
estamos ensayando formas de poder político diferente, y la otra que dice estamos
construyendo un estado de opinión y una mera acumulación de fuerzas. Vimos durante
todo un ciclo el despliegue de una cosa y la otra, y el agotamiento del ciclo de protestas
modificó la correlación entre un alma y otra, porque creo que se generalizó la sensación
de cómo puedo detener yo este saqueo, si lo que está pasando aquí es una
desvergüenza, y yo me he manifestado, he hecho asambleas, me han detenido, me han
arrestado, he ido a marchas y no sucede nada.
P. ¿El 15-M no era entonces el “que se vayan todos” de Argentina en 2001?
R. Nosotros vivimos en un Estado de la Unión Europea, de Europa y del Norte. Que
funciona bien. Que funcione bien significa, siempre lo digo con la misma metáfora, que
los presidentes aquí no salen en helicóptero de La Moncloa. Y eso significa que la
acumulación de protestas, por ruidosas o violentas que sean, no modifica los equilibrios
de poder en el Estado. Eso no pasa en un Estado del norte desde hace mucho tiempo.
No lo modifica por sí sola. Claro que tiene impacto, pero por sí sola no lo modifica. Lo
hemos visto en el caso griego. Seguramente ha sido el ciclo de protestas más duro y
violento que hemos vivido en Europa desde los años setenta. Ha tenido mucho efecto,
pero por sí solo no ha sido capaz de modificar los equilibrios de poder en el interior del
Estado. Creo que eso abre la discusión del qué y el cómo. Hay que disputar una parte
del poder político. Y en las democracias liberales occidentales eso tiene que ver, no
solo, pero tiene que ver sobre todo con la vía electoral. Y hay una tarea inmediata,
construir una mayoría política nueva para devolver las instituciones a la mayoría
empobrecida. Esa es una vía más inmediata, en las elecciones. Pero luego hay otra, que
es a lo que nos referimos cuando hablamos de reconstruir un pueblo. Ser capaz no solo
de ese espíritu de delegación cuando alguna gente te dice: “No nos falléis, eh. Te voy a
votar pero no nos falléis”. Bueno, sí. Pero esto se trata de que construyamos una
ciudadanía para que esto no vuelva a suceder. Y eso tiene que ver con una serie de
transformaciones culturales, institucionales, políticas más lentas, de más lento calado,
que aseguren una posibilidad de contrapoder ciudadano o de voluntad popular nueva.
Socialdemocracia y oligarquía financiera
P. Eso es más que un programa socialdemócrata.
R. La socialdemocracia es una etiqueta que hoy a la gente le dice muy pocas cosas. Pero
que nos vale para caracterizarlo, porque en un momento dado favoreció los pactos de
convivencia en la Europa de posguerra. Creo que vivimos un momento tal que, sobre
todo en los países del sur de Europa, la democracia es ya incompatible con los
proyectos de la oligarquía financiera. No puede haber democracia, es imposible. Hay
planes que solo se pueden desarrollar chocando nítidamente con el poder financiero, y
tenemos que defender cosas tan básicas como el derecho a tener derechos. Esto dibuja
ya una frontera entre la democracia y la minoría privilegiada, que seguramente es quien
ha roto el pacto. Creo que el enfado en nuestras sociedades, incluso aunque pueda
tener un sentimiento progresista, popular, emancipador y democrático, parte de una
percepción subjetiva conservadora. No es que las mayorías, la gente común, las
mayorías empobrecidas hayan roto el pacto porque hayan dicho “esto es un engaño”.
Me da que la cosa va a más, porque la percepción es que han sido los privilegiados los
que se han puesto por encima de cualquier regla colectiva, por encima de las normas y
del Estado de Derecho. De manera que sorprendentemente la gente que sale a la calle a
protestar, y que son tildados de antisistema, son gente que está diciendo: “¿Oiga,
podemos tener alguna garantía de que las normas rigen igual para todo el mundo?”.
P. Es decir, que los antisistema son ellos.
R. Claro. Es que el pacto social lo han roto ustedes por arriba. Se han colocado por
encima de cualquier capacidad de control de ninguna institución. Y así pasa que
aparecen fenómenos políticos, alianzas raras, extrañas, que en los tiempos normales, no
de crisis orgánica, en tiempos normales dirías qué hace una persona como tú… de
dónde vienen estas alianzas. Me parece que vienen de que esa frontera democracia /
oligarquía ha dibujado un bloque muy amplio de gente, transversal…
P. ¿Se refiere a la traición del socialismo a las ideas de izquierda, a su alianza con el
poder financiero?
R. En términos estrictamente políticos, no. La encuesta que estima que un 24,7% de
nuestros potenciales votantes proceden de antiguos electores del PP revela que algo
muy profundo se ha quebrado en el sentido común de nuestra sociedad para que casi
un cuarto de los que hoy digan que van a votar a Podemos votaran a Rajoy en las
últimas elecciones. Visto desde la izquierda más clásica, eso dice que algo están
haciendo mal. Pero algo más profundo se ha quebrado para que las cartas se realineen
tanto. Cuando nosotros dijimos lo de la centralidad del tablero, muchos periodistas
preguntaron si nos habíamos vuelto de centro. No. Primero, porque el centro no existe.
El centro es una media entre dos cosas que nos inventamos. Si corres la derecha 35
kilómetros hacia allá, se desplaza el centro. No se trata de definirse como de centro o
no. Se trata de asumir que hay ideas que hoy no están representadas, y que sin embargo
están compartidas por una mayoría transversal. De gente que viene de lugares muy
diferentes. Eso no pasa siempre, no es una estrategia atrápalo todo, para todos los
momentos. No sale en un manual de campaña. Pasa, en mi opinión, en momentos de
descomposición de las ideas y de las confianzas que nos explicaban en qué sociedad
vivíamos y a qué teníamos derecho.
El proceso constituyente
P. Si el problema es que una oligarquía se ha situado por encima de las normas, pero
la mayoría acepta esas normas, ¿por qué hace falta el proceso constituyente del que
habla Podemos?
R. Nosotros tenemos una Constitución que parece diseñada para que no ser modificada.
Parece que al constituyente en 1978 lo que le preocupaba es que no se tocase en mucho
tiempo. Es una Constitución muy difícil de reformar. He estudiado bien las
Constituciones latinoamericanas, por cierto de signos ideológicos diferentes, y están
hechas para ser fácilmente modificables. Es decir, la sociedad se dota en un momento
dado de un pacto y dice: estamos transitando de un modo de sociedad a otra. La
Constitución de la que nos estamos dotando podrá ser modificada. Estamos en un
momento de transición. Dotémonos de unas normas que permitan que este texto sea
modificable. Por el contrario, cuando uno estudia nuestra Constitución, parece más bien
que el constituyente lo que estaba pensando es en cerrarla bien. Pero es verdad que se
puede modificar, faltaría más. Aunque hablemos del candado del 78.
P. Si la Constitución es difícilmente reformable, ¿hay que proceder por fuera de ella?
R. No, no se puede hacer por fuera. No hay forma. Lo que pienso es que siempre hay
una tensión entre el Poder Constituyente y el Poder Constituido. Y siempre hay un
momento, cuando se crea una voluntad popular nueva, en el que hay gente que dice:
"Somos un pueblo y queremos normas para vivir mejor" y eso siempre choca con las
normas que había antes. No ha habido nunca un proceso en el que haya una nueva
voluntad popular que exige dotarse de nuevas normas y en el que la respuesta sea:
campo libre. Siempre chocas con las normas heredadas y estas pueden ser
democráticas, o menos. En nuestro caso provienen de un proceso democrático, con
tutelas autoritarias, pero de un proceso democrático. En mi opinión, primero hay que
construir un consenso muy amplio. ¿Cómo vamos a querer cambiar la Constitución sin
consenso? Eso es imposible. Hay que construir un consenso muy amplio en torno a una
idea: las reglas del juego han sido rotas por los de arriba y necesitamos unas reglas del
juego adecuadas a las necesidades actuales de nuestra sociedad.
P. ¿Y cuáles son las reglas del juego que se han roto, las que no valen?
R. A mí me gustaría tener reglas del juego más garantistas para las personas. Me
gustaría por ejemplo que el derecho a la vivienda estuviera dentro de los artículos de la
Constitución que son inmediatamente reclamables.
P: Pero eso no implica que se haya roto ninguna norma.
R. Bueno, pero esa ausencia nos ha colocado ante un drama humanitario. A mí me
gustaría proteger ese derecho en la Constitución, y proteger la titularidad del agua, de
la energía y de los recursos naturales, de forma que sean de titularidad pública, aunque
eso no significa que no puedan ser explotados de forma privada. Queremos proteger
determinados bienes en la Constitución, bienes con los que no queremos jugar. Igual
que en un momento dado el Constituyente dijo: “No hay democracia sin habeas corpus y
hay que proteger ese derecho”, igual alguien debe decir hoy: no hay democracia si el
agua puede ser un objeto de negocio para unos pocos. Y para protegerlo, vamos a
poner ese derecho en el capitulo, no de las cosas bonitas, sino en el de las cosas
exigibles.
P. En Italia se afrontó y ganó el problema de la propiedad del agua con un
referéndum. ¿No podría hacerse aquí?
R. Claramente, pero el marco constitucional español lo dificulta mucho. Aquí la
Iniciativa Legislativa Popular lo tiene dificilísimo para prosperar, pese a la gran
movilización social que exige. Hasta ahora el reparto entre PSOE y PP hace que sea
prácticamente imposible. Esa mayoría ha hecho que pareciera que no existía acuerdo
en cosas fundamentales ni descontento, porque no se expresaba en el Parlamento.
Hasta que ha estallado. Ha estallado, felizmente de forma no violenta, pero ha estallado.
Y mucha gente ha dicho: “Si ustedes no dan cabida en las instituciones a voces
diferentes ni a sus demandas, ustedes deberían salir de ellas". La gente se echa a las
plazas o deja de votar, se harta. Yo creo que hay que posibilitar la apertura de un
proceso constituyente para dar cabida a esas demandas.
P. ¿Qué entiende exactamente por proceso constituyente?
R. La convocatoria a Cortes Constituyentes...
P. Pero para la mayoría de las demandas que ha expuesto no hace falta convocar
Constituyentes, se puede modificar la Ley.
R. Hacen falta dos tercios en el Parlamento para esas cuestiones, y conseguir dos
tercios en el Parlamento.... En todo caso, creo que hace falta un consenso amplio para
avanzar en esos cambios. ¿Tiene que producirse ese consenso entre los diputados? Yo
creo que en momentos como estos, de agotamiento de cierto pacto de convivencia….
P. ¿Se ha agotado el pacto de convivencia?
R. Sí, porque la gente no se cree ya a las instituciones ni a las élites que las ocupan.
¡Incluso aunque les voten! Hay una epidemia, me parece, de cinismo, de descrédito de
las instituciones y de quienes las ocupan, una ruptura de las expectativas sociales.
P. ¿Se trata entonces de dar más contenido a esas instituciones?
R. Por supuesto. Ningún proceso constituyente en la historia ha tenido que ver con
demoler las instituciones. Nunca. Se trata de modificarlas, pero llamando a la gente a
dotarse de un nuevo texto constitucional. Nosotros creemos que muchas de las
modificaciones se pueden hacer dentro de esta Constitución y otras sin tocar una coma.
Sin embargo, creemos que el objetivo final es devolver la confianza en las instituciones a
todos los ciudadanos, decirles que tienen la misma posibilidad que las élites de que les
vayan bien las cosas. Es decir, afrontar ese cinismo del que hablábamos, ese "bueno sí,
las leyes están escritas, pero todo el mundo sabe cómo funcionan las cosas".
P. ¿Y cómo se afronta eso?
R. Ese "todo el mundo sabe cómo funciona las cosas" tiene dos problemas. Uno,
eliminar la desconfianza social, y la desconfianza en las propias instituciones. Y dos, la
quiebra del pacto intergeneracional. En nuestro país hubo toda una generación que
aceptó muchos sacrificios entendiendo que estaba haciendo un proyecto aplazado de
vida: “Renuncio para mí, pero la siguiente generación vivirá en mejores condiciones que
nosotros”. Ahora ya nadie se atreve a hablar de ese pacto. No lo digo con mordacidad,
ese dicho expresaba un cierto convencimiento de que merecían la pena los sacrificios
porque se dejaba un país mejor a la generación siguiente. Hoy no hay casi ningún
español que mantenga eso.
P. ¿Y para recuperar ese ánimo hace falta un proceso constituyente?
R. Yo creo que un proceso constituyente es, en primer lugar, saludable en términos
democráticos. Si uno consigue una mayoría para un proceso constituyente significa que
hay un ansia de dotarse de nuevas reglas de convivencia.
P. Hay pocas democracias, occidentales por lo menos, que tengan procesos
constituyentes cada treinta años.
R. Francia se ha refundado varias veces...
P. ¿Realmente piensa que tiene sentido hacer tabula rasa?
R. No. Es imposible hacer tabula rasa. Hay mucha cosas con las que no se va hacer
tabula rasa. No se va hacer, por ejemplo, con la Seguridad Social. Es algo de lo que
podemos estar profundamente orgullosos. Funcionaba, y funciona todavía
razonablemente bien, y protege un derecho sin el cual uno no puede ser ciudadano. Si
uno tiene miedo a ponerse enfermo, no puede ser ciudadano. ¿Hay que hincar el diente
a determinadas cuestiones que no están protegidas en la Constitución española? Si.
Para eso hay dos vías: conseguir un consenso entre las élites políticas, o abrir un
proceso de gran acuerdo popular.
P. ¿Qué cosas requieren ese nuevo gran acuerdo popular?
R. Hay muchas. ¿Hay que abrir la cuestión de la Jefatura de Estado? Hay que abrirla.
¿Hay que abrir la cuestión del encaje territorial de España? Claramente. No vale con
cerrar los ojos. Y, sobre todo, hemos tenido pocas herramientas institucionales para
evitar el secuestro por parte del poder financiero del conjunto de las instituciones
políticas. Eso es así hasta el punto de que vemos normal el rescate permanente de
bancos y entidades privadas y, sin embargo, se sigue echando a las familias de las
casas. A las pruebas me remito. Pero un proceso constituyente no tiene que ver con un
proceso de destrucción.
P. ¿Y para salir de esta crisis, que no es sólo económica, es imprescindible meter al
país en una vía tan incierta como esa? ¿No es lo prioritario que la gente empobrecida
recupere el empleo y el bienestar? ¿No cree que ese proceso pondría a España en
una situación muy complicada en Europa?
R. En una situación muy complicada estamos ahora. Las empresas se van de España. La
crisis no para de crecer. Los intereses de la deuda se comen buena parte de los
esfuerzos de los españoles.... En ésas estamos. Yo creo que no hay diferencia entre
solucionar la problemática social y solucionar la problemática democrática. Nunca
habríamos llegado a esta situación de despojo de la mayoría y empobrecimiento de los
sectores populares y medios si no hubiese sido por una masiva concentración de poder
en manos de unos pocos. Por eso han podido hacerlo. Tiene que ver con afinidades, con
la conquista del aparato del Estado, una conquista paulatina de espacios en la sociedad
civil, en los medios de comunicación, en la capacidad de convencernos de que las
razones de unos pocos son las razones de todos. Una cosa y la otra son lo mismo.
La transición vieja, y la nueva
P. ¿Contra eso se levantó el 15M?
R. El 15-M fue seguramente la mejor vacuna para nuestro país, porque significó que el
malestar no lo iba a capitalizar Marine Le Pen. Lo que el 15-M dijo básicamente es que
no tenemos casas porque tenemos una democracia extraordinariamente débil. Puso
como enemigo a la Troika, no a los inmigrantes. Al hacer eso, el 15-M introdujo una
maravillosa vacuna democrática, impidió que nadie dijera “primero vamos a garantizar
que haya trabajo”. El 15-M puso sobre la mesa que la cuestión social y la cuestión
democrática iban de la mano. Subrayó que la mayor concentración de riqueza en manos
de las élites se ha dado en el momento de mayor descrédito de las instituciones y del
mayor alejamiento de la gente respecto a la representación. Y que una y la otra son lo
mismo. Y por otra parte, nuestra sociedad es una sociedad madura. Creo que el relato
dominante sobre la transición...
P. ¿Cuál es el relato dominante de la transición?
R. El relato según el cual hicimos una transición modélica.
P. Algunos dirían que el relato dominante hoy es justo el contrario, que fue un
desastre…
R. Bueno, vamos a medir cuántas series de televisión cuestionan la Transición. Cuántas
películas. Cuántos catedráticos. Cuantos programas de televisión. Pero yo me refería a
la idea según la cual los españoles somos un pueblo tendente a enfrentarnos entre
nosotros. Eso salió a relucir, por cierto, con el tema de la sucesión dinástica: “¿Un
referéndum para enfrentarnos más?”. Sinceramente, yo no me imagino que nadie se
plantee esa pregunta en países como Noruega. Yo creo que durante la Transición había
una concepción un tanto romántica de los españoles, quizá un poco atávica: “Hubo una
guerra entre hermanos y una transición en la que todo el mundo cedió algo”. Esa idea
según la cual tendríamos dificultades para gestionar demasiada democracia porque
siempre tendemos a dividirnos, no sé si es solo española, pero no me la imagino en
Noruega.
P. Volvamos a la idea de que la oligarquía ha secuestrado la democracia. ¿Cree que
ha secuestrado también la Constitución?
R. Hay autores que hablan de un cierto proceso "deconstituyente". La idea de cómo se
ha ido modificando la Constitución sin pasar por ningún referéndum. Cómo ha sido
reforzada paulatinamente en algunos aspectos y, digamos, desvalorizada en otros.
P. Eso dicen algunos autores. ¿Y usted?
R. Yo no soy experto en Derecho Constitucional. Me interesa más la discusión sobre en
qué medida esta Constitución ayuda al bienestar de los españoles, que la del momento
fundacional del régimen del 78. Lo que me importa es cómo nos dotamos de
instituciones que nos permitan saber que nuestros hijos no tendrán miedo si se ponen
enfermos. Y eso puede exigir modificaciones para externalizar servicios de Sanidad.
Porque los españoles hemos decidido modificar una parte del pacto de convivencia
fundamental. Yo soy más partidario de un proceso constituyente, pero lo fundamental
es que nos pongamos de acuerdo en cuáles son los contenidos a modificar.
P. ¿Y cuáles son?
R. Queremos dotarnos de un pacto que diga, por ejemplo, que el derecho a la sanidad
pública igual está igual de blindado que el derecho a la libertad de expresión. Y
queremos dotarnos de unas normas que hagan que eso no esté en manos de una
mayoría o de otra. Vamos a reunir una inmensa mayoría, lo blindamos, y que solo se
pueda modificar con una mayoría similar. Que pueda haber modificaciones en el
equilibrio electoral en un sentido o en otro, pero que hayamos construido un suelo
mínimo. Yo creo que no hemos sido capaces de construir ese suelo mínimo que
garantice a todos los ciudadanos que puedan ser ciudadanos.
P. ¿Quiere decir que la Constitución no ha impedido que el poder viole el Estado de
Derecho?
R. Sí, desde luego, y ahí se abre una discusión. ¿Un mejor uso de la Constitución lo
habría podido hacer? Es posible. Pero también es verdad que esta Constitución ha
permitido que esto suceda. Así que nosotros, que somos otra generación, nos dotamos
de unas instituciones porque las existentes no se han revelado lo suficientemente
fuertes para impedir que esos privilegiados secuestren el Estado de Derecho. Así que a
lo mejor hay que reforzar las murallas. Y hay otra discusión, más técnica: ¿para reforzar
las murallas tenemos que repartir de nuevo la baraja o basta con hacer modificaciones
de la Constitución? Y ahí de nuevo, ves cómo no lo tengo asumido en lo subjetivo, la
respuesta como politólogo es que querría desarrollar más el debate. En términos
exclusivamente políticos, diría que lo importante es construir una mayoría muy amplia
nueva para que se produzcan esas modificaciones, y encontrar luego cuáles son las vías
para que esas modificaciones puedan reordenar una parte del pacto de convivencia en
un sentido más favorable a la gente corriente, a la gente trabajadora.
P. ¿Y si esa mayoría no cristalizara, qué se haría mientras no se cambie la
Constitución?
R. El expresidente de Uruguay Pepe Mujica decía que para la gente que nos dedicamos a
la política como transformación, lo importante siempre es el "mientras tanto", nos
contaba que él venía de una generación que estaba empeñada en asaltar los cielos, pero
que mientras los asaltaban… Lo dice alguien con cierta edad y como presidente de
Uruguay, pero me parece una cosa con mucho sentido. La clave es el "mientras tanto".
Porque hay muchas cosas que no llegan. Claro que las tienes que pelear porque si no,
no avanzas. Mientras tanto, ¿cómo vas a ser capaz de asegurar que mañana se frena la
infamia de que una familia pierda su casa? ¿Eso significa renunciar a la posibilidad de un
consenso amplio para una apertura constituyente? No en absoluto, no. Solo significa
decir que en el mientras tanto hay necesidades urgentes que cubrir. Si hay un cambio y
Gobierno nuevo, la gente nos juzgará desde el minuto uno por las expectativas que
hemos levantado. Eso está bien, pero también te espolea a solucionar mañana, en 100
días, que la gente no pase frío en su casa. Mientras haces grandes cambios, habrá que
asegurar que nadie pasa frío.
P. Es decir, que lanzar el proyecto constituyente como meta es una idea para
galvanizar a la sociedad.
R. Claro, y servir de palanca. Mucha gente nos dice: “Si ahora lo abres te sale peor que
en el 78”. Eso obvia que si has sido capaz de abrirlo es porque la correlación de fuerzas
ya es diferente. Lanzar esa idea abre un horizonte constituyente; hasta que eso se
transforma en una codificación legal pasa mucho tiempo. Pero es una idea en discusión.
A mí me seduce…
P. ¿No hay unanimidad en el partido sobre eso?
R. Sí. Lo que hay es diferencia sobre la prioridad de las cosas y sobre en qué medida
cada cosa ayuda a acumular fuerzas en un sentido y en otro. Hay que reconocer que es
uno de estos temas que exigen un grado un poquito más alto de complejidad política.
No es uno de estos temas que se explican tan fácilmente y por tanto cala más en
espacios de debate digamos más sosegados, y luego si va permeando, permea.
P. En su reciente conferencia en la UNED dijo que la ciencia política no tiene sentido
sin compromiso. El compromiso es lo que le da valor a todo lo demás. ¿Compromiso
con qué? ¿Cuál es el compromiso de Podemos?
R. Compromiso con una vida en la que la gente tenga menos miedo. Que la gente no
tenga miedo a perder la casa, a que le echen del trabajo, a no llegar a fin de mes. Que las
diferencias entre cómo viven unos y otros no sean tan grandes. Y que la gente pueda
ejercer la ciudadanía.
P. ¿Compromiso como lucha contra la desigualdad y por los derechos civiles?
R. Yo lo resumiría en democracia. La democracia ha sido siempre eso. Nos hemos
acostumbrado a ir pensando que es solo un conjunto de reglas de procedimientos
institucionales y legales. Ha sido siempre la voluntad del común de la gente, de la gente
que no tenía amigos poderosos ni mucho dinero. Ser tenida en cuenta, vivir en
condiciones más dignas, poder decidir más sobre su día a día.
P. Pero eso se hace a través de leyes.
R. Claro, de leyes. De acuerdos que luego se institucionalizan en leyes.
P. El compromiso de Podemos es hacer leyes preguntando a la propia sociedad qué
quiere. Marine Le Pen, por ejemplo, propone un referéndum sobre la pena de
muerte. ¿Qué preguntará Podemos a los ciudadanos?
R. Yo creo que hay dos vías. Una vía para tener una democracia más sólida, más fuerte y
más justa. Ahí hay dos combates por dar. Uno es ver cuál es el radio de acción de la
democracia, hasta dónde llega la democracia. La democracia puede quedarse en decidir
quién se sienta en los Parlamentos, pero llegar también a la posibilidad de decidir de
quién son las empresas de energía, a las relaciones sobre el trabajo, a las relaciones
entre géneros. Hay una cosa que tiene que ver para mí con la extensión. Hasta dónde
llega. Ciertamente, hoy una parte de las decisiones que afectan a nuestra sociedad son
democráticas, se deciden en las urnas. Solo son una pequeña parte. Pero el grueso del
poder político, y digo poder político conscientemente, porque aunque no se llame
político es político, no está sometido al menor control democrático. Está sometido solo
a una forma de funcionamiento típicamente oligárquica. Minorías que, por tener más
dinero y más poder, se salen sistemáticamente con la suya. Eso significa que es muy
importante que tengamos derecho a votar si una ley es para todos. Eso es
importantísimo, y ha costado mucho conseguirlo. La cuestión es que los poderosos han
sido capaces de irse escapando y de ir escatimando cada vez más terrenos a la lógica de
la democracia. “Ustedes van a seguir decidiendo democráticamente quién se sienta en
los Parlamentos. Todo lo demás déjennoslo a nosotros. Eso lo decidimos nosotros”.
Democracia, instituciones, igualdad
P. ¿Y qué mecanismos hay para lograr eso?
R. Hay una pelea permanente entre oligarquía y democracia. Entre la ley de los
privilegiados y la ley de los más. Y eso significa expandir la soberanía popular. Hacer
que haya más cosas que sean decidibles.
P. ¿A través de referéndum?
R. O a través de un Gobierno. Decía que hay esa pelea por la expansión de la soberanía
popular, y luego otra, que es que la gente pueda decidir, digamos, más a menudo y con
mejores procedimientos. Yo me lo imagino como una pelea de extensión —que la
democracia llegue a más terrenos— y como una pelea de intensificación. Que haya más
información disponible en mejores condiciones para que la gente pueda evaluar las
actuaciones de los representantes públicos. Que haya más transparencia, que haya
mejores mecanismos institucionales, que la gente pueda intervenir más… Que tenga
más posibilidades de control de sus representantes. Yo creo que son dos líneas de
desarrollo de fortalecimiento democrático.
P. Pero si una parte de esa expansión democrática viene a través del Gobierno…
¿Cómo se hace?
R. Yo creo que los gobiernos que son representantes o deberían ser representantes de
los ciudadanos muy a menudo han sido copartícipes de una suerte de secuestro de las
instituciones democráticas por parte de los privilegiados. Cuando nosotros
denunciamos la corrupción no lo hemos hecho nunca como una cosa conservadora y
tecnocrática. “Es que los políticos son corruptos, que gobiernen otros”. No. En realidad
eso es mucho más peligroso. Estamos diciendo que ese ha sido un mecanismo por el
cual los más poderosos se han apropiado de las instituciones.
P. ¿Y eso cómo se evita?
R. Hemos visto hace poco un ejemplo. Hemos visto al Gobierno español negociando con
los laboratorios que tienen la patente del medicamento para los enfermos crónicos de
Hepatitis C. Y hemos visto ahí dos poderes chocar. Un poder de signo democrático,
como es el Gobierno español, frente a un poder mucho más poderoso incluso, con
ninguna legitimidad democrática, que es una multinacional farmacéutica. Ahí hemos
visto un choque. Y ahí hay una posibilidad de ceder o defender. Hemos visto un
Gobierno particularmente débil al que le parece que quitarle una casa a una familia es
una normalidad, pero que, por favor, cómo vas a desprivatizar una patente.
P. No es solo una decisión de Gobierno. Es del Parlamento.
R. En nuestro sistema, para ser Gobierno tienes que tener una mayoría en el
Parlamento, aunque sea prestada. Pero te puedes sentar a una mesa de negociación y te
puedes sentar con otra voluntad. ¿Por qué no sucede esto? ¿Es por alguna maldad del
partido del Gobierno? Yo creo que no es por ninguna maldad en absoluto. Es un
funcionamiento coherente con a quién se deben, que les hace ser sistemáticamente
fuertes con los débiles, siempre débiles con los fuertes, y fuertes con los débiles.
P. Entonces no es un secuestro, sino un pacto, o una rendición.
R. Bueno, sí. Siempre que sepamos que quienes están ahí muchas veces han actuado
como testaferros del poder. De los grandes poderes. Muchas veces ha habido una
lectura del concepto tan traído de casta que la restringía a los representantes políticos.
A si tiene un coche oficial o no. Bueno, el problema fundamental no es si tienen coche
oficial o no. O si son más o menos transparentes los viajes en el Senado. El problema
está en a quién se deben. Y en ese a quién se deben, ¿cómo puede ser que en un
momento tan dramático hayamos visto la mayor concentración de riqueza entre la
minoría más privilegiada? Porque tienen un gobierno a su servicio. Porque tienen un
gobierno que lleva mucho tiempo haciendo leyes para esa minoría privilegiada.
P. El libro de José María Maravall Las promesas políticas explica que no existe la
posibilidad tajante de que la desigualdad desaparezca. Lo que hay es que pelear para
que no siga creciendo. ¿Podemos quiere una sociedad totalmente igualitaria?
R. Quizá os sorprenda, pero creo que está bien que la desigualdad nunca desaparezca
del todo. Porque eso es garantía de libertad. La pelea política no se acaba nunca. No hay
un mañana que de repente abres la puerta y ya está, acabas de inaugurar una sociedad
sin problemas. Esa sociedad no puede existir, y si existiera sería una tortura, sería un
mundo cerrado en realidad. No, no. Yo creo que ese es un combate que hay que dar
siempre. Pero sin que eso nos haga caer en el relativismo de que siempre hay cierto
grado de desigualdad. Nosotros hemos visto en los últimos años un especial
agravamiento y una especial concentración de la riqueza en manos de unos pocos. Y
eso tiene que ver con decisiones políticas que no llueven del aire. Que no son aleatorias.
Lo que pasa es que nos hemos acostumbrado, creo que durante demasiado tiempo, a
que quienes abanderaban digamos las banderas de la igualdad, de la democracia, de un
cierto pacto social que nos hiciera a todos más ciudadanos que súbditos, han tenido
miedo a la voluntad de los privilegiados, han aceptado en lo fundamental la forma de
ver el mundo, el marco, el lenguaje de sus adversarios.
P. ¿Qué cosas concretas piensan traducir en leyes?
R. Hay tres patas que para nosotros son parte de un mismo modelo de país. Desde que
las políticas de ajuste se están desarrollando en España, los tres principales problemas
de nuestro país se han agravado, están peor. La deuda pesa más sobre España. Todas
las medidas que supuestamente iban a facilitar hacer frente a la deuda lo único que han
hecho es aumentarla, y que pese más aún y se coma un porcentaje mayor de los
Presupuestos Generales del Estado, más de un tercio. La desigualdad es hoy peor que al
comienzo de la austeridad; la pobreza es peor. Y esto no son fenómenos desconectados
ni son fenómenos casuales. Es el resultado de un compromiso de un modelo de país.
¿Cuál es ese modelo? Es un modelo en el cual las élites económicas y políticas, que en la
historia de nuestro país han sido poco creativas y poco emprendedoras —no estamos
hablando de una burguesía creativa, que al desarrollarse desarrolla junto con ella el
conjunto del país, no—, tienen como virtud fundamental estar cerca del poder y recibir
regalos del poder. En un momento en que la fragilidad de nuestro sistema económico se
pone de manifiesto cuando llegan las turbulencias financieras, ¿qué se les ocurre a esas
élites para salir de esta situación y mantener las mismas ganancias que antes?
Empobrecer al resto y competir por abajo. Y esto no obedece a ninguna maldad, sino a
un proyecto determinado. Que no puede ser separado de la cuestión de la crisis
democrática.
P. ¿Piensan reforzar la independencia del Tribunal Constitucional?
R. El otro día estuvimos reunidos con gente de Jueces para la Democracia, y decían: “A
nosotros nos parece mejor que sea el Poder Judicial el que pueda elegir más a sus
miembros”. Y nosotros decíamos: “Estamos estudiando la posibilidad de que algunos
miembros del Poder Judicial sean elegidos directamente. Y sean elegidos por los
ciudadanos”. Es una cosa muy normal en América, en todo el continente americano,
incluyendo Estados Unidos.
P. ¿Elegidos por los miembros de la judicatura?
R. Según los cargos, en algunos casos por los ciudadanos, y en los casos de los
tribunales mayores entre juristas o entre miembros del Poder Judicial a partir de cierta
experiencia. Tienes que tener más de 30 años de ejercicio y entonces la gente puede
elegir entre determinados jueces. El problema es que el nivel de información que
necesitas para poder elegir a un juez es normalmente mayor que el que necesitas para
elegir a un diputado. Porque es más difícil saberte la trayectoria. ¿Cuál es la ventaja?
Que evitas la captura del Poder Judicial por el Poder Ejecutivo. Es verdad que el Poder
Ejecutivo puede pelear en unas elecciones, pero tiene que pelear en unas elecciones, no
le basta con levantar un teléfono y llamar a un juez. Porque ese juez viene de un origen
diferente. El juez en cualquier momento le puede decir al Gobierno: “Mira, a mí me han
elegido como a ti”, y eso plantea un choque de legitimidades…
P. ¿Le parece mejor ese sistema?
R. Bueno, la elección directa me parece francamente interesante. Y a lo mejor tendría
sentido que pudiésemos tener peritos o una Policía Judicial que no hubiera que pedirle
a Interior. Porque a veces al mismo Ejecutivo al que estamos investigando le tenemos
que pedir que nos facilite los medios para investigarle más. De manera que a veces son
un poco renuentes. Y a veces combatimos con menos medios. Esas no son a lo mejor
grandes modificaciones. No es una revolución democrática. Pero es que hemos llegado
a un punto en que la defensa del Estado de Derecho es una cosa revolucionaria. El juez
Ruz, que es un hombre de origen conservador, dice: “Oiga, déjennos trabajar”, y esto no
lo digo solo en términos de choque contra el Gobierno, sino de caracterización de la
situación en la que estamos. Que es una situación en que el atrincheramiento de unos
hace que el normal funcionamiento de las instituciones sea muy problemático para los
que mandan.
P. ¿Está diciendo que la separación de poderes es inexistente?
R. No diría que es inexistente. Creo que hay una tensión siempre abierta. En España
existe separación de poderes, pero los privilegiados trabajan día a día, con el normal
funcionamiento de las cosas, para reducirla. Y hay algunos a los que, para reducirla, les
vale una llamada, una comida, un amigo, una presión. Pero los ciudadanos están
carentes de ese tipo de mecanismos. ¿Qué necesitan los ciudadanos, entonces? Más
capacidad de intervenir en política, y más y mejores instituciones. Solo con un refuerzo
de las instituciones los ciudadanos pueden hacer frente al atrincheramiento.
P. ¿Qué instituciones hay que reforzar, y en qué grado?
R. La Fiscalía Anticorrupción y la defensoría del pueblo, que puede ser perfectamente
elegida directamente por los ciudadanos y que debería poder actuar de oficio ante
cuestiones de corrupción. Hay muchos organismos en los cuales el diagnóstico
principal de cómo deberían funcionar muchas veces proviene de gente que ha trabajado
allí y que ha acabado tirando la toalla. [Esa gente] ha acabado diciendo: “Son demasiado
poderosos. No me puedo enfrentar”.
P. ¿Cuál será el modelo para blindar las instituciones?
R. Según para qué cosas. Igual que para la protección social Estados Unidos no es un
modelo en absoluto, hay cuestiones que tienen que ver, por ejemplo, con la elección de
los jueces, que pueden ser interesantes. Ahí yo sí creo que hay que ser laico, y digo
laico en el sentido de ecuménico, para tener la capacidad de acudir a los ejemplos como
si fueran una caja de herramientas.
P. ¿Y qué elementos están en esa caja de herramientas?
R. Como he trabajado más en América Latina, conozco mejor los procesos de elección
judicial de allí. Hay muchos que son francamente interesantes. Cuando estuve en Bolivia
se estaba discutiendo la nueva Constitución: decidieron cómo elegir a los jueces para
hacer frente al problema de que sólo un 10-15% de la población fuera blanca y hablara
en castellano y que, sin embargo, todos los jueces se correspondieran con ese
segmento de la población. Necesitamos modificar las escuelas judiciales, para que
procedan de estratos sociales y de grupos étnicos diferentes. Necesitamos modificar los
modos de elección. Si queremos que empiecen a salir jueces representativos de la
pluralidad de nuestra sociedad, tendremos que empezar a valorar diferentes…
P. Pero eso ya existe. En Bolivia, no, pero aquí, sí.
R. Con respecto a la elección, no.
Universidad, casta, ideología
P. El artículo de Soroa afirma que su propuesta de crear una nueva hegemonía divide
al país en honestos y corruptos y tiene un tufo totalitario.
R. Es un buen artículo al que me gustaría tener tiempo para responder. Porque comete
al menos dos trampas: por un lado, describe una lógica general, la de la hegemonía,
como una particularidad de Podemos, que aspiraría a construir una voluntad general
nueva. No hay actor con voluntad hegemónica que no aspire a encarnar el universal.
Pero esa aspiración es siempre precaria y necesariamente incompleta, lo que es
garantía de libertad, de que el poder, con Leffort, es siempre un lugar vacío. Por otra
parte, deduce de esa pretensión hegemónica una lógica excluyente. Es cierto que toda
construcción de un pueblo conlleva la creación de una frontera que define un ellos y un
nosotros. Pero esa frontera puede ser en términos adversariales: el "ellos" es legítimo,
no se aspira a su destrucción física sino a su derrota política. En una comprensión típica
del conservadurismo liberal, se cree que lo que amenaza la diferencia es el conflicto y la
lucha de ideas, cuando lo que la viene amenazando es la suspensión de las diferencias
en torno a un consenso ‘técnico’ que encumbra el poder de minorías oligárquicas por
encima de la soberanía popular.
P. Bajemos un poco a la tierra. ¿Qué le pareció la manifestación de París?
R. La casta se hizo un selfie. Esa foto desde arriba, apartados de la gente, ese triángulo
es tremendo. Además ir de la mano de gente como Netanyahu, Sarkozy… Por lo masiva
se parece a la del 11-M, que fue la mani más transversal en la que yo he estado. Estaban
Aznar, Berlusconi y gente de todas las tendencias.
P. ¿Hay casta en la Universidad?
R. Yo creo que la casta se inventó en la Universidad.
P. ¿Así que lo de Félix de Azúa lo sabía ya?
R. ¡Y nos los dices a nosotros, que hemos estado de becarios, corrigiendo exámenes y
trabajos que no son nuestros, escribiendo artículos que a veces no firmas, o pagando un
precio muy alto por el compromiso político! El compromiso de izquierdas en la
Universidad estaba bien visto en la Transición, luego había que moderarse y si seguías
siendo rojo se pagaba caro. Bolsas de viajes para asistir a seminarios, derecho a escribir
en ciertas publicaciones… Conocemos muy bien la casta universitaria.
P. A usted también le acusan de gozar de privilegios.
R. Nos están poniendo bajo una lupa de aumento que no ya la casta, sino una gran parte
de la ciudadanía, no podría aguantar. Es muy significativo que en el momento de
agotamiento moral y crisis de imaginación de unas élites, lo único que se les ocurra
decir es: “¿Lo ven? Nosotros damos asco, pero ¿ven como ellos también?”. Esas cosas
siempre calan, y no hay que ser arrogante. Pero creo que la gente se da cuenta de que
usan una doble vara de medir, y eso puede convertir en un bumerán.
P. Muchos dicen que los dirigentes de Podemos son grandes expertos en
comunicación política y malos políticos.
R. Esa es una crítica más elaborada: primero fue la andanada con ETA y Venezuela,
luego vino el “ustedes no reciclan”, sugerir que no somos gente honesta y trabajadora
que nos dedicamos a lo que nos dedicamos, y luego una cosa que parece un elogio pero
que es una crítica: “No, es que son muy listos, son muy buenos”, es decir, saben engañar
a la gente. Ahora nos dibujan como a una especie de alquimistas; después de las
elecciones en la tele todos me preguntaban “¿Cuál es la fórmula?”. Yo podría ser un
farsante y escribir un best-seller: “Yo inventé la campaña Podemos”. Pero la fórmula es:
¿No has visto cómo está el país? Son un conjunto de ingredientes que no fabrican la
receta.
P. Falta que Podemos explique para qué está aquí.
R. La sensación es que estamos en un momento muy raro en el que los “para qué” son
evidentes para mucha gente. Unos movimientos sociales se han convertido en
alternativa de cambio y otros no. La clave es que las cosas se les han ido tanto la mano
a los poderosos que reivindicaciones muy moderadas son hoy las banderas del cambio.
Nos han puesto muy fácil la receta. No somos una suerte de laboratorio, solo somos
unos militantes universitarios críticos que quieren cambiar las cosas y que en un
momento dijimos: vamos a convertir esa marea de gente harta en una alternativa de
cambio. No lo hemos conseguido. Solo hemos puesto sobre la mesa que es posible, que
hay condiciones para el cambio. Pero falta lo más duro.
P. Mucha gente no entiende que digan que no tienen ideología, que no son de
izquierdas.
R. La ideología no solo se expresa en las metáforas derecha e izquierda. Esa metáfora es
eminentemente europea y se utiliza desde hace dos siglos, pero ya no sirve para
explicar lo que pasa en España. Las diferencias formales entre izquierda y derecha se
han borrado tanto que la gente ya no se identifica con eso… La división entre casta y
ciudadanía ha prendido como un campo de hojas secas al que tiras una cerilla. La cerilla
solo había que tirarla, pero la clave es que el campo estaba totalmente seco, que el
terreno estaba abonado. Pero eso no es una apelación nuestra a desideologizar. Al
revés: se trata de hacer más política pero con otras metáforas.
Grecia y la Unión Europea
P. ¿Cómo cree que va a influir Grecia en el futuro de Podemos? El taxista que nos
traía dice que lo suyo va a depender de lo que pase en Grecia. Dice que como los de
Grecia ganen y la caguen aquí la gente no se tomará en serio a Podemos.
R. Cuando nosotros hemos dicho que estábamos siguiendo la agenda griega y que eso
solo conducía a la situación griega, nos decían “¡Esto no es Grecia!”. Ahora de repente
todo el mundo parece encantado de decir que esto es Grecia. El caos, Syriza es el
Podemos griego… De repente hemos descubierto que esto es Grecia. Pero hay
diferencias sustanciales. A nosotros nos parece que Grecia está condenada a mayor
audacia de la que nos haría falta a nosotros, porque nosotros somos la cuarta economía
de la zona euro y tenemos más capacidad de negociar y de presionar, de hacernos
valer, y tenemos una composición de la deuda diferente. En el caso de Grecia me parece
que están obligados a jugar de farol. Como cuando en las películas americanas hay dos
coches que van corriendo hacia el abismo a ver quién se atreve menos y se desvía, y el
que se rinda antes pierde. Y yo creo que Merkel también está jugando de farol. Hay
economistas que ya están diciendo que en realidad las instituciones europeas tienen
descontada la mayor parte de la deuda griega, que es con las instituciones europeas o
con instituciones internacionales y no con fondos de inversión o con los mercados
secundarios, y que por tanto la posibilidad de reestructurar la deuda es más sencilla. Lo
que pasa es que Merkel también está en campaña electoral.
P. Y negociando…
R. Tanto la victoria de Syriza como el desempeño de un posible Gobierno popular y
alternativo en Grecia van a tener repercusiones, pero me parece que al final la política
internacional importa relativamente, influye relativamente en las cosas, salvo en
periodos muy concretos. Si hay una guerra o un atentado…
P. Bueno, oyéndole parecería que el PP se hubiera inventado esa política, cuando esa
política la ha impuesto Merkel. Lo cual indica que la política internacional cuenta y
mucho.
R. Ah, no, no, claro, Rajoy es un testaferro… Decía para la cosa electoral.
P. Podemos dice que va a cambiar las cosas, pero si gana las elecciones va a llegar a
Bruselas y va a haber 26 países de 28 que van a decir: “Esto no se toca”. ¿No sería
bueno ser honestos con la gente y decir que esto es muy difícil cambiarlo?
R. Sí. Hay que reconocer que las columnas centrales exigen... Hay una pelea que dar en
Europa, pero es obvio que la das en una correlación de fuerzas que no eliges, incluso si
has ganado aquí. En Europa avanzas lo que puedes; lo que no puedes, lo negocias, y lo
que no puedes negociar, te lo comes. Por otra parte, y esto es muy poco hermoso para
salir en los manuales, todo el mundo hace básicamente lo que puede. Incluso en los
procesos más formalmente revolucionarios, llegas al poder, te encuentras con lo que
hay y a partir de eso avanzas lo que puedes; y lo que no puedes lo intentas postergar o
intentas no ceder demasiado. Sin embargo, mi sensación es que hay margen.
Seguramente la política fiscal es el mejor ejemplo de eso. Habría elementos. ¿Hay
soberanía económica en España? En absoluto. Pero ¿tienes elementos concretos como
para hacer modificaciones que cambien sustancialmente la vida de la gente? Creo que
hay muchas cosas que sí puedes hacer.
P. ¿Hay margen para la política?
R. Ciertamente hay margen. Hemos hablado de desahucios, hemos hablado de la
pobreza energética, hemos hablado del modelo de relaciones laborales, de las leyes
para regular el mercado de trabajo, hemos hablado de la política fiscal. Todas esas
cuestiones son cuestiones en las que un Gobierno se puede mover. Hay que reconocer
que ha habido cesión de soberanía en Europa, y hay que reconocer también que esa ha
sido la mejor excusa para las élites. Las élites durante mucho tiempo han podido usar el
“es que viene de Europa”. No, a usted le vienen directivas y usted decide cómo las
aplica y cómo las concreta. Pero le vienen sobre algunas cosas, hay muchas cosas sobre
lo que usted decide.
P. ¿Cree posible construir Europa sin ceder soberanía?
R. Entiendo que hoy no hay un proceso europeo, que el actual proceso europeo es un
proceso fallido. La debilidad política de la Unión Europea y la cesión de cosas tan
importantes como la soberanía monetaria a órganos que no tienen el menor control
democrático ha sido un suicidio. No tenía ningún sentido cederle eso a un banco central
europeo sobre el que no tenemos control y que parece haber sido diseñado para
engrosar las arcas de los bancos privados, no puede prestar a los Estados pero sí a los
bancos para que estos presten a los Estados. Pero claramente no hay integración sin
cesión de soberanía. A mí no me importa ceder soberanía siempre que se la cedas a
organismos democráticos. Si cedes soberanía a organismos menos democráticos que lo
que tenías en tu Estado nación, mejor no cederla…
P. Una curiosidad. Entre Mujica y Correa, ¿con quién se siente más identificado?
R. Conozco mucho más Ecuador, por tanto conozco más el proceso ecuatoriano de la
llamada revolución ciudadana, mucho más que Mujica y Uruguay. Creo que en todo
caso responden a dos sociedades, iba a decir distintas, pero eso es de Perogrullo, a dos
momentos políticos muy diferentes. En Ecuador se cae el sistema de partidos, y hay una
posibilidad de aglutinar el descontento en torno a un liderazgo carismático. Un tipo que
precisamente porque está preparado, porque se salió de un Gobierno por la negativa a
pagar la deuda, tiene capacidad de aglutinar un descontento con el cual refundar un
país en condiciones más justas. En el caso de Uruguay no se cae nada. Lo que hay es un
giro a la izquierda de un señor que además ha estado preso durante la dictadura. Pero
digamos que eso responde a una sociedad que, con el nivel de vida que tiene Uruguay,
el nivel de estabilidad democrática, aunque es verdad que tuvo dictadura, ha tenido
instituciones sólidas, una ciudadanía articulada, ha elegido presidente, ha girado y
además cae particularmente simpático en Europa, tiene formas particularmente
europeas. Es muy fácil que Mujica caiga bien aquí. A mí me cae fantástico. No lo digo
como crítica. Y en el otro caso tenemos el derrumbe de un sistema institucional.
P. ¿En España hay un derrumbe del sistema?
R. No, no como el de allí. Aquí hay crisis de régimen pero no hay crisis de Estado. Aquí,
el régimen político, cuando digo régimen es democrático, aquí el régimen político del 78
está en un desgaste prolongado y en un agrietamiento cada vez más profundo. Pero el
Estado no. ¿Qué significa eso? Aquí las farolas siguen funcionando, el tráfico se ordena,
la basura se recoge, hay orden público y eso va a seguir; esto significa que los cambios
que nos imaginemos van a ser más en términos de reformas más o menos estructurales
que de tabula rasa. Y menos mal. Porque en todos los sitios donde ha habido tabula
rasa… Cuando a nosotros nos dicen que si nos inspiramos en experiencias que están a
miles de kilómetros, dices: “Dios, menos mal que no hace falta”. Aquí la gente no
sobrevive hacinada en los cerros de las ciudades sin ser ciudadano. En los sitios donde
se ha hecho tabula rasa tenía que ver con que se cae un Estado, aquí afortunadamente
no se cae. Y que no se caiga, digo afortunadamente porque eso también garantiza que
puedas volver a las cuatro de la mañana caminando por la calle y que no va a suceder
nada.
P. Y que para hacer una gestión no hace falta corromper a nadie.
R. Claro. Y eso es salud institucional. Cuidado, que también hace que los cambios sean
seguramente menos abruptos y tengan más posibilidades de funcionar. ¿Por qué?
Porque tú aquí no tienes que inventar un Estado al día siguiente de llegar. Tú aquí no es
que llegas al Gobierno y tienes que construir un Estado. Aquí las Administraciones
públicas podían funcionar mejor, claro, como todo, pero en lo fundamental funcionan.