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Historia Crítica No. 18

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Universidad de los Andes, Colombia Facultad de Ciencias Sociales Departamento de Historia Revista de libre acceso Consúltela y descárguela http://historiacritica.uniandes.edu.co/

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índice carta a los lectores

jaime jaramillo uribe: la escritura de la historia como destino personal bernardo tovar

la contribución de germán colmenares a la historia intelectual y a la metodología de la historia jaime jaramillo

dossier: historia urbana

la pregunta por la existencia de la historia urbana germán rodrigo mejía

el papel de la orden de la merced en la configuración del espacio urbano de buenos aires (1580-1640) gabriela de las mercedes quiroga

estructura social de buenos aires y su relación con el espacio colonial (1580-1617) araceli n. de vera de saporiti

el neogranadino y la organización de hegemonías, contribución a la historia del periodismo colombiano gilberto loaiza

los retos de la historia ante la postmodernidad y las nuevas corrientes historiográficas marisa gonzález

¿cómo pensar la libertad a finales del siglo xi? el caso de anselmo de canterbury felipe castañeda

reseñas eduardo sáenz ricardo arias juan carlos flórez

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carta a los lectores

Historia Crítica está cumpliendo sus primeros diez años. Todos aquellos que están familiarizados con las dificultades que debe afrontar la publicación de una revista académica en nuestro país, son conscientes del significado que reviste esta conme- moración. En efecto, de manera permanente, el Departamento de Historia ha rea- lizado todo tipo de esfuerzos para vencer los innumerables obstáculos que dificul- tan este tipo de labores. Pero además de cumplir regularmente con nuestros lecto- res cada seis meses, creemos que, durante toda esta década, nuestra revista ha contribuido al desarrollo de la disciplina histórica en un país que, como el nuestro, necesita, con toda urgencia, fortalecer el estudio de la historia y de todas las cien- cias sociales en general.

Los resultados exitosos de Historia Crítica en la reciente convocatoria de Colciencias para la "Conformación del Index de Publicaciones seriadas científicas y tecnológi- cas colombianas", constituye, sin lugar a dudas, un reconocimiento a nuestro tra- bajo. Sin desconocer los enormes desafíos que se seguirán presentando y, cons- cientes de la enorme responsabilidad que implica nuestra tarea, queremos, como equipo, expresar en estas líneas nuestra satisfacción por los resultados logrados hasta el día de hoy. Deseamos, igualmente, agradecer a todos aquellos que, de una u otra manera, han colaborado con nuestra revista y, claro está, a la Universidad en general, que nos ha brindado su apoyo de manera permanente.

En un momento de balance como este, es justo brindar reconocimiento a Daniel García-Peña, fundador de la revista, y quien, con su entusiasmo y trabajo, hizo posible su existencia.

Este número rinde un homenaje a Jaime Jaramillo. Para no extendernos en elogios, que no siempre logran su noble objetivo, retomamos una frase reciente de Frank Safford: "... lo que ha pasado en los últimos cuarenta años es el desarrollo de la profesión universitaria de historia. [...] exalumnos de Jaime Jaramillo Uribe fueron realmente los fundadores de la historia profesional universitaria en Colombia"1 Presentamos a los lectores el texto realizado por Bernardo Tovar con ocasión de la

1 "La profesionalización de la historia", entrevista realizada al profesor Frank Safford por Sara González, en revista Memoria, Bogotá, enero-diciembre de 1998 pp. 150-151.

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entrega del premio Planeta de Historia al profesor Jaramillo, a finales de 1998. Por otra parte, Historia Crítica publica una serie de artículos sobre historia urbana, una disciplina que empieza a tomar fuerza en Colombia. Ofrecemos dos artículos rea- lizados por historiadoras argentinas que analizan el caso de Buenos Aires. La pre- sentación teórica de esta temática es realizada por Germán Mejía, especialista co- lombiano en estas materias.

****** El Departamento de Historia de la Universidad de los Andes considera un deber unir su voz de protesta para condenar a todos aquellos que, escudándose cobarde- mente en cualquier tipo de motivaciones, atentan contra la dignidad de los seres humanos y no dudan en hacer de la población civil una víctima más de sus atroci- dades. Desde nuestro trabajo académico, queremos sentar la más firme protesta por la desaparición de nuestro colega, Darío Betancourt Echeverry, profesor de la Universidad Pedagógica Nacional. A partir del momento en que la vida de un ciudadano corre peligro de muerte por sus ideas, su credo religioso, su adscripción a un grupo social o étnico, hay que aceptar que es todo el conjunto de la sociedad el que se encuentra amenazado.

La desaparición es un delito de lesa humanidad, para cuyo castigo la comunidad civilizada no acepta atenuantes. Esperamos el regreso de Darío Betancourt Echeverry.

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jaime jaramillo uribe:

la escritura de la historia como

destino personal *

bernardo tovar zambrano *

Don Teodoro Jaramillo no tuvo que esperar mucho tiempo para apreciar en su hijo Jaime las cualidades que, mediando la incertidumbre entre el destino y el azar, habrían de convertirlo en uno de los más importantes historiadores de Colombia. Muy temprano, pudo percibir en el niño las dos virtudes principales que debe po- seer quien se dedique a la disciplina de Clío: la capacidad de raciocinar y el arte de narrar. La observación del padre quedó consignada en una carta escrita en Pereira el 25 de mayo de 1926, cuando Jaime contaba con nueve años de edad: "Jaime, que es el último -decía don Teodoro-, es sin duda el más inteligente de todos. Oírlo raciocinar y referir sus historias es para causar admiración a cualquiera". Don Teodoro, sin embargo, no tuvo la suerte de vivir el tiempo suficiente como para poder, ya no oír, sino leer, las historias escritas por su hijo. Dos años después de aquella carta, le sobrevino la muerte. Tenía 44 años de edad.

Don Teodoro Jaramillo pertenecía al tronco familiar que registraba, por el lado paterno, la figura de un abuelo famoso: don Lorenzo Jaramillo Londoño. Oriundo de Sonsón, de fuerte personalidad, don Lorenzo tenía una habilidad especial para los negocios, lo cual le permitió acumular una gran fortuna. Por esas extrañas cir- cunstancias que se dan con alguna frecuencia en las familias, ninguno de los nueve

* Texto leído con motivo de la entrega del Premio Planeta de Historia 1998 al profesor Jaime Jaramillo Uribe, el 3 de diciembre de 1998 en el Gun Club de Bogotá. * Profesor del Departamento de Historia de la Universidad Nacional de Colombia.

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hijos de don Lorenzo salió con habilidad para los negocios. Negados para la lógica del capital, varios de ellos, en cambio, resultaron poetas y literatos. El historiador Jaramillo recuerda, entre otros, a Merejo Jaramillo, un poeta popular; a Joaquín Emilio JaramiUo, quien escribió algunas novelas y biografías; y a Manuel José, quien escribió en E/ Colombiano y fue autor de una novela. Recuerdos de personajes vinculados al mito familiar y a las figuras de identificación que, como otras que se presentarán a lo largo de su vida, debieron tener una influencia en los ideales y decisiones culturales del futuro historiador. Como todos los hijos de don Lorenzo, el abuelo de Jaime Jaramillo, José Manuel, recibió una importante herencia. Se decía que de los hijos de don Lorenzo el que menos poseía cualidades para los negocios era, precisamente, José Manuel. Habiendo quedado en la ruina, sus hijos, entre ellos Teodoro, tuvieron que abrirse paso a través de oficios muy diversos. Don Teodoro resolvió incorporarse con su esposa Genoveva y sus diez hijos, al éxodo de antioqueños que en los años veinte del presente siglo tenía como destino los departamentos de Caldas y Quindío. Después de un peregrinar por varias ciudades la familia se estableció en Pereira. Doña Genoveva, madre de Jaime Jaramillo, había nacido en el pueblo antioqueño del Retiro y pertenecía al linaje de los Uribe. Probablemente estaba emparentada con los Uribe del General Rafael Uribe Uribe, que provenían de Valparaíso. Ella, en efecto, tenía un culto especial por la memoria del General Uribe: "Nos lo ponía de ejemplo -expresa el profesor Jaramillo- para educar la voluntad y tener disciplina; nos hablaba de cómo el General se levantaba a las cinco de la mañana y tenía su vida reglamentada para el estudio y el trabajo. Era una especie de prototipo para ella". Cuando Teodoro Jaramillo decidió quedarse en Pereira, su hijo menor, Jaime, nacido en Abejorral en 1917, todavía no había cumplido los dos años de edad. Modelo de niño aplicado, aprendió a leer y a escribir cuanto tenía 4 ó 5 años de edad. Cursada la primaria, su ingreso al bachillerato estuvo signado por una decisión peculiar: la de convertirse en monaguillo de la Iglesia de Pereira. "Este oficio advierte Jaramillo- no lo busqué por religiosidad, sino por sentido práctico: me pagaban 2 ó 3 pesos al mes, con lo cual pagué mis tres primeros años de colegio. Después terminó gustándome el oficio". La cotidianidad que transcurría entre la casa, el colegio, la parroquia y los juegos fue de pronto interrumpida por la muerte de la madre. Las circunstancias entonces cambiaron: la familia se dispersó, él quedó prácticamente solo y tuvo que retirarse del colegio para ponerse a trabajar todo el tiempo. Se empleó primero como auxi-

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liar de un médico de Pereira. Después trabajó en un almacén de ropa y en un negocio de abarrotes. Sin embargo, mientras desempeñaba estos trabajos, no dejó de estudiar por sí mismo; jamás el empleo lo apartó de la lectura, que ya era en él una rutina. La lectura, en efecto, fue en Jaime Jaramilio un hábito temprano, adquirido en el seno de una familia donde el acto de leer se había convertido en una especie de ritual colectivo. Varias veces a la semana se reunía el círculo familiar, con algunas personas del vecindario, para escuchar la lectura que la hermana mayor hacía, en sonoro estilo, de ciertos libros famosos. La lectura de la novela semanal le abrió el universo encantado de los libros. Novela, poesía, biografía, historia, política, todo interesaba a los deseos de lectura y de conocimiento de quien crecía cultivando un lazo sagrado con los libros. Pero o sólo era la lectura. Se sentía impulsado a establecer una relación creadora con os asuntos de la vida y la cultura, lo cual se materializaba en el acto de la escritura. Empezó entonces a escribir pequeñas crónicas que publicaba en un periódico local. En 1936, el joven Jaime Jaramilio tomó una decisión: viajar a la Capital de la república a perseguir nuevos horizontes, siempre con la idea de terminar el Bachillerato. Por trabajo no debió preocuparse, pues pronto se empleó como cajero en el café Colombia, que era de un tío suyo. A su turno, entró a estudiar en la Escuela normal Central para varones. Estudiaba de día y por la noche atendía la caja del café. De esa manera pudo concluir la secundaria e ingresar a la universidad. Se articuló en la Escuela Normal Superior aprovechando una beca que a él, como a otros estudiantes, le había ofrecido el Rector José Francisco Socarras. La Normal en Colombia el principal centro educativo, en el que reinaba un clima de fecunda renovación intelectual, científica y profesional. Mediando los estímulos intelectuales de la universidad y, de modo particular, las publicaciones del Fondo de Cutura Económica de México y la Revista de Occidente, Jaime Jaramilio pudo tener cceso a las obras de algunos pensadores fundamentales en las ciencias sociales, Marx y Weber entre ellos. Al mismo tiempo, escribía comentarios de libros que publicaba en Educación, la revista de la Escuela. Posteriormente, hacia 1945, empezó a publicar sus primeros ensayos. De su paso por la universidad derivaría el convencimiento -bajo la prédica de Socarras- de que era necesario dedicarse a studiar el país. En 1941 obtuvo el grado de Licenciado en Ciencias Sociales y conómicas, y de inmediato fue nombrado profesor de la Normal Superior. Jaramillo ue la primera persona que empezó a enseñar sociología moderna en la Escuela Normal y luego en la Universidad Nacional. .

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En 1946 se hizo acreedor a una de las becas que el gobierno francés ofreció a varios profesores de la Normal Superior. En París, ingresó, como alumno, a la Sorbona y a la Escuela de Ciencias Políticas. En la Ciudad-Luz habría de resultarle crucial el contacto con la historiografía francesa, al mostrarle el camino de una decisión: dedicarse exclusivamente a la historia. Entre los diversos historiadores franceses, Jaramillo reconoce que fue Henri Pirenne quien le transmitió el entusiasmo y el goce por la historia. Quince días antes del trágico 9 de abril de 1948, Jaramillo retornó a Colombia. El y sus compañeros de beca debían reintegrarse a la Escuela Normal. Se presentaron ante el nuevo Rector, el poeta Rafael Maya, y éste les respondió que lamentaba mucho, pero en la Escuela no había nada para ellos. Aprovechando una coyuntura personal, se empleó en la Superintendencia Nacional de Instituciones Oficiales de Crédito, como Director de Visitadores. Aquí, de paso, colaboró en la elaboración de una historia de las empresas creadas por el Instituto de Fomento Industrial. Por el lapso de un año, entre 1950 y 1951, Jaramillo fue redactor del periódico El Liberal, cuyo director era Hugo Latorre Cabal. El diario llevaba la vocería de Alfonso López Pumarejo, quien con mucha frecuencia visitaba la casa del periódico. Por ese tiempo, Jaramillo se encontraba realizando su investigación sobre el pensamiento colombiano en el siglo XIX, y un día llegó López a su escritorio y le preguntó: "Y usted, ¿en qué anda?". "Estoy tratando de hacer una investigación sobre las ideas en Colombia", le respondió. "¿Las ideas en Colombia? Pues le va a costar mucho trabajo encontrarlas", le observó el expresidente. "Sí, Doctor López -comentó Jaramillo-, es muy difícil encontrarlas, pero usted sabe que el historiador es algo parecido a la divinidad, hace la creación ex nihilo” Mientras tanto, Jaramillo había adelantado sus estudios de derecho en la Universidad libre, graduándose, en 1951, en una profesión que finalmente no ejercería. Al año siguiente se vinculó a la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional, donde permaneció hasta 1953, cuando viajó a Alemania, como profesor visitante de la Universidad de Hamburgo. A mediados de 1955, regresó a Colombia y se reintegró a la Universidad Nacional. Fue el momento en que Jaramillo Uribe inició en esta institución su actividad de historiador que habría de tener una honda repercusión en la renovación de la historiografía nacional. Con el propósito de promover, por primera vez en el país, la profesionalización de la historia, creó en 1962 el Departamento de Historia y su órgano de difusión, el Anuario Colombiano de Historia Social de la Cultura. Un hecho

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significativo fue la formación, bajo la orientación del profesor Jaramillo, de un grupo de estudiantes que habría de convertirse en el núcleo principal de la tendencia que, pasando los años, se denominaría "La Nueva Historia de Colombia", tendencia a la cual se unirían historiadores provenientes de otras facultades y universidades.

En 1956 Jaramillo terminó de escribir su más importante obra, El pensamiento colombiano en el siglo XIX. Con este trabajo, que sólo sería publicado ocho años después, el autor inauguraba el territorio de la historia de las ideas. De la misma manera que esta obra no tenía antecedentes en nuestra historiografía, tampoco ha tenido continuadores. Permanece brillando en un lugar destacado dentro de los pocos libros clásicos de la historiografía colombiana.

Obedeciendo a una coyuntura, que no estaba exenta de un afecto por la ciudad de la infancia, en 1962 escribió una historia de Pereira, en colaboración con Juan Friede y Luís Duque Gómez. Después de la terminación de El Pensamiento colombiano, el interés investigativo del autor se desplazó a la época colonial. Aquí, se ocupó de la demografía indígena, de la esclavitud y del mestizaje. Sobre la esclavitud elaboró dos trabajos, los cuales, por su novedoso enfoque socio-cultural, se constituyeron en pioneros de la investigación moderna de la esclavitud colonial, y en antecedentes significativos de los estudios afrocolombianos. La investigación del mestizaje como elemento sustantivo de la dinámica social de la Colonia le permitió a Jaramillo escribir uno de los trabajos paradigmáticos de nuestra historiografía colonial.

Correspondiendo a otras temáticas que siempre han atraído la atención del maestro, publicó los libros Entre la historia y la filosofía (1968), e Historia de la pedagogía como historia de la cultura (1970). En 1970, por motivo de jubilación, Jaramillo se retiró de la Universidad Nacional. Se vinculó entonces a la Universidad de los Andes, donde ejerció la Decanatura de la Facultad de Filosofía y Letras (1970-1974) y dirigió la revista Razón y Fábula. A mediados de los años setenta, estuvo como profesor visitante en las Universidades de Oxford, Londres y Sevilla; poco tiempo después, asumió la Embajada de Colombia en Alemania, en la cual permaneció dos años.

Durante su vinculación a la Universidad de los Andes, que se prolonga hasta el presente, además de dictar las cátedras de historia, no ha dejado de investigar y de escribir. De este modo, entre 1977 y 1994, han aparecido tres libros que recogen una interesante y sugestiva variedad de ensayos: La personalidad histórica de Colom-

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bia, el tomo II de los Ensayos de historia social, y De la sociología a la historia. Un suceso historiográfico de particular importancia fue la elaboración, bajo la dirección dé Jaime Jaramillo, del célebre Manual de Historia de Colombia.

Como reconocimiento a su fecunda actividad intelectual, el profesor Jaramillo ha recibido diversas distinciones, entre las cuales se cuentan los Doctorados Honoris Causa en Filosofía, otorgados por la Universidad Nacional (1992) y la Universidad de los Andes (1994); La Cruz de Boyacá concedida por el Gobierno Nacional (1993); y el Premio Nacional a la Vida y Obra de un Historiador, creado por el Archivo General de la Nación (1995).

Hay que pensar en un antes y en un después de la historiografía colombiana cuando se trata de la obra del maestro Jaime Jaramillo. A su iniciativa se debe que la historia haya comenzado a tener en Colombia un espacio académico y profesional en la institución universitaria; que haya dejado de ser una espontánea y eventual actividad de aficionados para convertirse en un oficio profesional practicado con el rigor que imponen la teoría, la metodología y la técnica moderna de la investigación histórica. Puede decirse que con Jaramillo empieza la historiografía universitaria o nueva historia de Colombia. Bajo su orientación, surgió la primera generación de historiadores universitarios y profesionales cuya presencia, a su turno, ha sido importante para el desarrollo de la investigación y la formación de nuevos historiadores. El discurso histórico de Jaramillo ha contribuido a renovar el campo de la historia social y cultural de nuestro país, y de modo especial, tiene una impronta original y fundante en cuanto se refiere a la historia de las ideas en el siglo XIX y a la historia de la esclavitud y del mestizaje durante la época colonial. Estas son las principales significaciones que se simbolizan en el Premio que hoy otorga el Grupo Editorial Planeta al maestro Jaime Jaramillo Uribe, al historiador que hubo de comenzar, hace quince lustros y ante la mirada del padre, urdiendo y narrando historias infantiles.

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la contribución de germán colmenares a la historia intelectual y a la metodología de la historia *

jaime jaramillo uribe

Se me ha pedido por los organizadores de este homenaje que hable sobre las contribuciones de Germán Colmenares a la historia intelectual y a la metodología de la historia, pues aunque sus campos preferidos de investigación y donde dio sus mayores frutos fueron el de la historia social y económica de Colombia, dada la amplia visión que tenía de la historia y de la formación del historiador, nunca dejó de tocar los más significativos temas de nuestra historia intelectual y los referentes al método y en general a los problemas teóricos de la formación del historiador.

La moderna historia intelectual comprende lo que en términos tradicionales se llama historia del pensamiento o historia de las ideas, ya sean políticas sociales o estéticas y científicas. Más recientemente ha aparecido la historia de las mentalidades, que no se refiere a la descripción y al análisis de lo que pensaron y escribieron los grandes pensadores en el campo de la filosofía, la política o la ciencia, sino a las formas de pensar dominantes en las diversas épocas del pasado, fuera por la sociedad en general o por los diversos grupos y clases que componían su estructura.

*Conferencia leída en el acto de homenaje a Germán Colmenares organizado por el Archivo General de la Nación (28 y 29 de octubre de 1997).

*Profesor del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes.

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La historia intelectual o la historia de las ideas o de las mentalidades ha tomado tanta importancia, que uno de los más agudos pensadores contemporáneos y a la vez gran historiador, el inglés R.G. Collingwood, afirma que toda historia es historia de las ideas, porque detrás toda acción histórica hay necesariamente una idea. La historia es el hombre en acción y detrás de toda acción que tenga sentido histórico debe haber un pensamiento por elemental o simple que sea. Los hechos mismos, los acontecimientos en bruto, carecen de sentido y no podemos comprenderlos. Podemos comprenderlos y hacer de ellos historia porque detrás de ellos, tratase de un hecho individual o de un grupo o de una clase social, hay una idea o, desde luego, varias ideas1. Dentro de la grande y amplia inquietud intelectual que caracterizó a Germán Colmenares, la historia intelectual y los problemas teóricos de la historia ocuparon un puesto muy significativo. Su primer trabajo histórico, su tesis de grado para recibirse de abogado en el Colegio del Rosario, fue una investigación, que luego se convertiría en un libro que lleva por título Partidos políticos y clases sociales en Colombia, publicado en 1968. Posteriormente, en el transcurso de su carrera, Colmenares haría varias incursiones en el campo de la historia intelectual y de las ideas. Voy a referirme en forma especial a un ensayo muy agudo, quizás demasiado agudo y sutil, que lleva por título Las convenciones contra la cultura2. Luego me referiré a una serie de ensayos cortos, muy finos y sugerentes, como "El manejo ideológico de la ley penal en un período de transición", que se refiere al período final de la época colonial y su ensayo de utilización de la novela como fuente histórica a propósito de Manuela, la novela del costumbrista colombiano de nuestro siglo XIX, Eugenio Díaz3. El ensayo sobre los Partidos políticos y clases sociales en Colombia, como su título lo sugiere, se ocupa de las ideas que sobre la organización del Estado sostuvieron nuestros partidos políticos liberal y conservador desde sus orígenes y en gran parte del transcurso del siglo XIX y la relación entre sus tesis políticas y los intereses económicos y sociales de las clases sociales más activas y mejor configuradas de entonces, comerciantes y terratenientes, que para referirlos a los términos utilizados por Marx -de donde venia la utilización del modelo- para explicar la historia moderna, representarían la burguesía y la nobleza o aristocracia. 1 COLLINGWOOD, R. G Jdea de laHistoria, Ed. FCE, México, 1953. Especialmente su autobiografía, Ed. FCE, México, 1974, cap. X. 2 COLMENARES, G., Las convenciones contra la cultura, Ed. Tercer Mundo, Bogotá, 1987. 3 DÍAZ, Eugenio, Manuela, en Literatura Colombiana, Ed. Procultura-Planeta, Bogotá, 1988, Vol. I.

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El tema tenía su antecedente inmediato en el libro de Luís Eduardo Nieto Arteta, Economía y Cultura en la Historia de Colombia, publicado en 1940, donde Nieto hizo entre nosotros quizás el primer intento de aplicar el pensamiento marxista a la historia de Colombia. Recordemos que para Marx la historia se explica en general, y en cada época en particular, como un conflicto de clases sociales. En el caso de la historia moderna, en la época del capitalismo, como un conflicto entre la burguesía, motor y beneficiaria del sistema y la clase obrera. Así como en la época anterior a la Revolución Francesa se explicaría como un conflicto entre la nobleza y la burguesía. Ahora bien, en el curso de estos conflictos las clases en oposición toman conciencia de sus intereses y la expresan en la forma de ideas o ideologías. Así nacen en la historia moderna las ideas liberales como expresión de los intereses de la burguesía y las ideas socialistas como correspondientes a la clase obrera. En el caso de Colombia, al comenzar el siglo XIX, las clases sociales en conflicto eran, por un lado, los terratenientes o hacendados cuyas rentas provenían de la propiedad territorial y la explotación del trabajo de peones o aparceros y, por otro, los comerciantes que vivían de su actividad mercantil y que constituían la matriz de una burguesía naciente. La expresión en el plano de las ideas políticas de esa contraposición de intereses fueron las ideas conservadoras, que respondían a los intereses de los terratenientes y las liberales, que expresaban los intereses de los comerciantes. Esa seria la explicación del origen de nuestros tradicionales partidos políticos. Posteriormente, la explicación de Nieto tuvo gran fortuna en la historiografía nacional sobre todo en la supuestamente marxista. Con mayor bagaje de cultura histórica que la mayoría de sus antecesores, Colmenares da una explicación más matizada del origen de nuestros partidos, pero en general acepta el esquema terratenientes igual conservadores y comerciantes igual liberales. El tema fue retomado unos año después de la publicación del libro de Nieto y del ensayo de Colmenares sobre Partidos políticos y clases sociales por el historiador norteamericano Frank Safford, quien demostró, con argumentes bastante convincentes a nuestro juicio, que el esquema tenía muy débiles apoyos en los hechos. Examinando la ocupación y los intereses económicos a que estaban vinculados un número considerable de personalidades o líderes de nuestros partidos políticos, demostró casuísticamente que en el partido conservador militaban tantos comerciantes como en el partido liberal y que en éste había tantos terratenientes como en el conservador4. Sin embargo, no obstante su coincidencia con la tradición Nieto Arteta, Colmenares, en el libro que examinamos, amplía considerablemente las posibilidades de

4 SAFFORD, Frank, Aspectos del siglo XIX en Colombia, Ed. Hombre Nuevo, Medellín, 1977 pp. 153 y ss.

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explicación de los diferentes matices de nuestras mentalidades políticas, apoyándose en este caso en las diferencias de estructura social, económica y cultural de las regiones colombianas y para el caso analiza la posición adoptada por los terratenientes caucanos y por los del nororiente colombiano, -prácticamente cundinamarqueses, boyacenses y santandereanos- ante ciertos conflictos y retos de la época. A su juicio, mientras los señores caucanos que se movían en el seno de una sociedad esclavista, "donde la esclavitud era la base de la economía y de las relaciones sociales, respondían con una actitud aristocrática y conflictiva ante ciertos problemas de la época, por ejemplo, el de la necesidad de aumentar la capacidad exportadora del país como base para un mayor desarrollo económico, los del oriente colombiano, donde la esclavitud había sido muy débil o casi inexistente, respondían impulsando las exportaciones de tabaco, quina, añil, sombreros de Jipijapa y más tarde café". Es decir, respondían con una actitud más moderna. Esa circunstancia determinó —sigo el análisis de Colmenares- que los conflictos sociales de nuestro siglo XIX, tales como los surgidos en torno a la propiedad de la tierra entre hacendados y peones o arrendatarios, o entre artesanos y comerciantes, fueran más violentos en el Cauca, a pesar de que para referirse a ellos el ministro de gobierno de la época, Murillo Toro, los calificara como simples "retozos democráticos". En este tipo de análisis, encontramos un nuevo enfoque para estudiar el carácter de nuestras mentalidades regionales. Hay otra contribución sobresaliente de Colmenares a la historiografía de las mentalidades, al método y a las fuentes de la historia. Me refiero al intento de utilizar la literatura, y particularmente la novela, como fuente para el estudio de algunas formas de la mentalidad colombiana del siglo XIX. Para el efecto se basa en un fino análisis de la novela Manuela del escritor costumbrista bogotano Eugenio Díaz publicada hacia 1850, que trata de describir las costumbres políticas de la época y particularmente las formas de la vida rural de entonces en la región de la Sabana de Bogotá. Como recordarán los que han leído la novela, Díaz incorpora en su cuadro de personajes al hacendado propietario, a los abogados que sirven sus intereses y al mismo tiempo hacen política, a los arrendatarios, los peones, en fin, a todos los personajes que se mueven alrededor de una hacienda típica sabanera de aquella época. La novela, como lo indica Colmenares en su análisis del texto, es a la vez una idealización de la vida rural de entonces y una crítica de las costumbres sociales y políticas de la época. La novela está llena de nostalgias y evocaciones de la vida en las haciendas sabaneras, sus casas solariegas, sus sancochos, la chicha, los telares, las talanqueras y los vallados, todo lo cual es utilizado por Colmenares para presentar los rasgos de una sociedad conservadora, no tanto como forma de pensamiento político, sino como expresión de una mentalidad y una forma de comportamiento social.

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El tercer ensayo al que quisiera referirme en esta visión sucinta de las contribuciones de Colmenares a la historia intelectual, es un ensayo lleno de sugestiones y de planteamientos agudos sobre ciertos problemas teóricos de la historiografía. En él, Colmenares hace derroche de información y de conocimiento de la amplísima bibliografía producida en los últimos 20 ó 30 años sobre el intrincado problema del método en las ciencias sociales y de la cultura, particularmente de la historia, y sobre el aún más intrincado problema de la interdisciplinariedad de las ciencias. Lingüistas, sociólogos, críticos literarios, filósofos ingleses y franceses pasan abundantemente por las páginas de su ensayo. El mismo nombre del ensayo es un poco desconcertante. Colmenares lo titula Las convenciones contra la cultura. Considera como tales ciertos modelos exegéticos, ciertos esquemas explicativos de la historia que fueron usados por la historiografía europea de la primera mitad del siglo XIX, que fueron imitados sin mucha o sin ninguna actitud crítica por la mayoría de los historiadores latinoamericanos de la primera mitad del siglo pasado, sin mucha actitud crítica y con una buena dosis de interés en ocultar la realidad de los hechos en la sociedad latinoamericana posterior a la independencia. Explicar la historia por la intervención de una gran personalidad, del héroe nacional epónimo, como lo proponía el historiador ingles Thomas A Carlyle o el norteamericano William Prescot, era una de esas convenciones. Apoyándose en ella, los historiadores latinoamericanos interpretaron la conquista del territorio americano por los españoles como la obra de ciertas personalidades heroicas: Cortés, Pizarro, Valdivia, Jiménez de Quesada. Y en cuanto a la independencia, como la hazaña de Bolívar, San Martín, O Higgins, etc. La historia se veía como un drama representando en torno al héroe y a la acción y la personalidad de éste. Tal drama era el tema central de la obra histórica. Otra convención de la historiografía latinoamericana del siglo pasado fue el haber ignorado, no tanto por motivos lógicos como por motivos políticos e intereses de clase social, la continuidad de la historia. El hecho de que la historia colonial era parte integrante de la historia americana como un todo y que el ignorar la presencia de las instituciones, de la economía y la estructura social de la época colonial, era mutilarla. Para el conjunto de los historiadores hispanoamericanos analizados por Colmenares, la historia de los países latinoamericanos comenzaba con la independencia. Y encuentra la explicación de este hecho en la circunstancia de que muchos de ellos fueron actores directos o descendientes de los héroes epónimos. Además, los historiadores latinoamericanos del siglo XIX quisieron ignorar los proble-

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mas reales de tipo social y político que aparecerían después de la independencia, calificándolos o indicándolos a través de metáforas retóricas o abstracciones jurídicas. Fue el caso, por ejemplo, de nuestro historiador de la guerra de independencia, José Manuel Restrepo, quien solo veía en el futuro de Colombia un desfile de pasiones insanas. Cuando volvían la mirada hacia los 300 años de historia colonial, dice Colmenares, los historiadores latinoamericanos del siglo pasado solo veían desfilar "las sombras chinescas de los más perturbadores conflictos". Interpretar la historia latinoamericana a través de la influencia de las razas que entraron en el proceso de su formación social y cultural o a través de la influencia del clima y el medio geográfico o por elementos tan curiosos como la forma de la estructura corporal, particularmente del cráneo, como lo pretendía una pseudociencia que empezaba a nacer entonces, llamada frenología, eran otras tantas convenciones contra la cultura. ¿Por qué contra la cultura? Quizás porque asumimos que son falsas o incompletas y por lo tanto producen una historiografía que falla rotundamente al explicar la historia o la desfigura. La presencia de estas convenciones en la obra de un grupo de historiadores latinoamericanos del siglo XIX, es, como lo hemos dicho, el tema central del ensayo. Los escogidos son el argentino Bartolomé Mitre, los chilenos Barros Arana, Domingo Amunátegui Soler, Victorino Lastarria, el peruano Paz Soldán y el colombiano José Manuel Restrepo. Al margen de la aguda, y en ocasiones sarcástica crítica de Colmenares, sólo quedan el boliviano Gabriel Rene Moreno y don Andrés Bello. La abundancia de temas y la complejidad de ellos y las agudas y eruditas consideraciones de Colmenares en este ensayo ameritaría dedicarle un seminario o encuentro de historiadores para analizar a fondo los múltiples problemas que en él se platean. Podría llevar por título: "De cómo se ha escrito nuestra historia". Por el momento, con el ánimo de plantear algunas bases de análisis, me atrevería a formular algunas observaciones. Las convenciones historiográficas que Colmenares atribuye a los historiadores latinoamericanos del siglo XIX eran también las convenciones de los historiadores europeos de la misma época que les servían de modelos. La explicación por la acción de la gran personalidad, del héroe, de la raza o del medio geográfico, se presentaban al menos como hipótesis plausibles. Sólo en la segunda mitad del siglo XIX el panorama comenzó a variar con la aparición de las obras maduras de Marx, que incorporaron al análisis histórico los intereses económicos de las diversas clases sociales y con la aparición de obras como la Historia

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de la Civilización Inglesa, de T. Buckle, que llamó la atención sobre la importancia de los factores demográficos, la alimentación, la criminalidad y la distribución de la riqueza en el análisis histórico. Que, además, proponía el empleo de métodos estadísticos para explicar los hechos sociales. Antes que G. Lefebvre, fue Buckle quien dijo a los historiadores: Il faut conter ("Es preciso contar"). Pero las nuevas ideas solo se abrieron paso muy lentamente en la misma Europa. Todavía al finalizar el siglo XIX, la obra de Marx no tenia las repercusiones sobre las ciencias sociales que adquirió en el siglo XX. Si esto ocurría en Europa, mal podría ocurrir en otra forma en América Latina. Su comunicación con el viejo continente seguía siendo difícil y lenta. Casi toda su información científica e intelectual le llegaba de Francia y en menor medida de Inglaterra. El conocimiento de las obras de los grandes historiadores europeos que renovaron la historiografía, un Ranke, un Burkhardt, un Fustel de Coulanges, por muchas razones, no aparecían en el horizonte intelectual. Los historiadores latinoamericanos de la primera mitad del siglo XIX y todavía los de los de finales del siglo, se acogían a las convenciones dominantes en Europa a comienzos de la centuria. Esperar que se libraran de esos modelos, sería esperar mucho de ellos, sobre todo si se considera que la idea del historiador como un especialista, como un profesional de la ciencia, aun de la enseñanza, no existía en su horizonte cultural. Se trataba de abogados, políticos, gramáticos, militares que se aventuraban en el campo de la historia. A estas consideraciones habría que agregar que algunas de las convenciones que adoptó la historiografía del siglo XIX no han desaparecido totalmente, aunque en la actualidad han recibido un tratamiento más crítico y una aceptación más limitada. Tal ocurre, por ejemplo, con el problema de la acción histórica de las grandes personalidades y con el valor interpretativa de los factores geográficos en la explicación de ciertos aspectos de la historia. En efecto, aun la escuela francesa de los Annales, que tanto ha hecho por renovar los estudios históricos dando el giro hacia la historia social, de las civilizaciones y de la cultura y por renovar los métodos de la disciplina, ha conservado los vínculos con la geografía y ha reincorporado en sus orientaciones la importancia de las grandes personalidades en el proceso histórico, aunque renovando el método de su comprensión. A este propósito, baste recordar que uno de sus fundadores, Marc Bloch, incorpora en sus estudios de la historia social de Francia, especialmente de la historia rural, los factores geográficos, y que Georges Duby declara en sus memorias que se interesó por la historia social gracias a la influencia que en su formación ejerció el geógrafo André Allix. Y en cuanto al rol histórico de las grandes personalidades, otro de los líderes de la escuela, Lucien Febvre, dedicó gran parte de su vida a escribir las biografías de Lutero

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y Rabelais, aunque invirtiendo el método para interpretarlas, comprendiendo su personalidad como un resultado de las tendencias sociales, políticas y culturales de su época y no éstas por su influencia personal.

Finalmente, quiero referirme a un corto ensayo publicado en la revista Historia Critica editada por el Departamento de Historia de la Universidad de los Andes, denominado el "El manejo ideológico de la ley penal en un período de transición5 . Se trata de un estudio sobre algunos aspectos del derecho penal al finalizar la época colonial. Las fuentes consultadas se ubican entre 1800 y 1807, es decir, en los últimos años de la dominación española. El material está tomado especialmente de la región caucana y se refiere a la importancia que tuvieron en la legislación penal española ciertos delitos y la dureza con que se castigaron. Colmenares analiza allí varios temas, pero quiero destacar los que entonces se llamaban delitos de escándalo. Hechos que provocaban escándalo publico. De esa naturaleza eran los delitos cometidos por los esclavos contra sus amos o los adulterios y los amancebamientos.

Según Colmenares, estos delitos eran duramente castigados, no por su significado intrínseco, sino por los efectos que tenían sobre la estabilidad de ciertas institucio-nes como la familia o sobre las relaciones jerárquicas de los grupos sociales. 0 podríamos decir, sobre la solidez de las consagradas instituciones políticas y socia-les. Era una interpretación novedosa del sentido que tenia la ley penal para el mantenimiento del orden social de la época.

Con el examen de estos casos parciales de su fecunda obra, esperamos, haber con-tribuido a iniciar un análisis más amplio de ella y a rendir un merecido homenaje a las grandes virtudes humanas e intelectuales de historiador y de maestro que tuvo Germán Colmenares.

5 COLMENARES, G., "El manejo ideológico de la ley penal en un período de transición" en Historia Crítica, N° 4, julio-diciembre de 1990, pp. 831.

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la pregunta por la existencia de la historia urbana *

germán rodrigo mejía*

El surgimiento de la historia urbana como campo específico de investigación no es tan antiguo como podríamos presumir. Para que su existencia fuera posible fue necesario tomar conciencia sobre la historicidad de la ciudad, esto es, distinguir con claridad entre lo que es el recuento de sus anales y lo que es la elaboración de una explicación de la ciudad contemporánea en comparación con la ciudad antigua o medieval. ¿Qué es la ciudad? ¿Por qué el crecimiento urbano, tanto en número como en tamaño, parece ser inevitable? ¿Cuáles son los efectos sobre el ser huma-no de la vida en ciudad? Lo que en siglos anteriores se daba por evidente y anhela-do, pues civilización y vida urbana eran una unidad incuestionable —la misma raíz de la palabra ciudad así lo implica—, no lo es ya, pues las miserias de la ciudad industrial, por ejemplo el Londres de Dickens, hicieron tambalear las certidumbres de antaño. En palabras de Carlos Sambricio,

.. .cuando a finales del siglo XIX se formuló el sueño de abandonar la metró-polis y recuperar el modelo perdido de ciudad medieval, ocurre que por pri-mera vez el urbanista estudia la ciudad del pasado, analiza sus característi-

* Resumen de la conferencia dictada durante el curso "Las ciencias sociales y el patrimonio construido", Universidad Javeriana, marzo 1999.

* Profesor del Departamento de Historia de la Universidad Javeriana.

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cas, se preocupa por entender cuál fue su trazado, cuál el sentido de la calle, cuál la división en parcelas y cómo recuperar el espacio colectivo1.

Historiar la ciudad, encontrarle una explicación desde la perspectiva de su temporalidad, se convirtió en necesidad cuando la alternativa de civilización para muchos ya no estaba cifrada en la seguridad de un modelo de urbe sino en su negación —ya sea en la ciudad-jardín, propuesta por Ebenezer Howard, o en las soluciones más radicales de destruir la ciudad, pues recuperar al ser humano, desde la crítica al capitalismo, sólo era dable dentro del entonces nuevo ideal de vida rural. Por ello, esta toma de conciencia sólo fue posible con la conformación de la metrópoli contemporánea2 y los efectos creados en tales conglomerados por la revolución industrial y la consolidación de los estados nacionales durante el siglo XIX y los primeros años del XX3. Las rápidas y profundas transformaciones ocurridas en el número y tamaño de las ciudades, lo que necesariamente replanteó la noción de territorialidad, llevaron a que la organización y manejo de la ciudad tuviera que ser objeto ahora no de la tradicional intervención estatal o la recurrencia ideológica a la dudad ideal de origen cristiano o renacentista, sino principalmente del empleo de la rienda como la mejor herramienta para intervenir en el futuro de la ciudad. En otras palabras, "la nueva ciudad liberal buscará en la historia no tanto un modelo cuanto una referencia, un modo de reflexión"4. Sin embargo, esta renovada búsqueda en la historia, para que pudiera ser realmente efectiva, tuvo que informarse y madurar en lo que durante el cambio de siglo emergió 1SAMBRICIO, Carlos, "Introducción" en Carlos Sambricio, ed., La Historia Urbana, Colección

Ayer, N° 23, Madrid, Marcial Ponds, 1996,Introducción,p. 12. 2 Sobre el concepto de metrópoli y los problemas relativos a número y tamaño de las ciudades, ver

Emrys Jones, "Metrópolis" en Grandes Obras de Historia, N° 65, Barcelona, Eds. Altaya, 1997 3 "Un hecho aparece ya claro en la dinámica de evolución de la ciudad industrial: la estructura que se

va delineando no representa un paso dimensional superior respecto de la ciudad preindustrial, sino que constituye más bien una entidad cualitativamente nueva, que se contrapone a la precedente y que tiende a 'usarla' según su propia lógica, a cambiar su sentido y, en el límite, a transformarla por completo" Paolo Sica, Historia del Urbanismo. El siglo XIX, Tomo 1, Madrid, Instituto de Estudios de Administración Local, 1981, pp. 48-49. La importancia dada a la Revolución Industrial, como causa de una transformación completa de la ciudad es hoy reconocida por muchos especialistas, al punto que enuncian la existencia de una continuidad, al menos para occidente, entre la urbe producto de la revolución urbana del neolítico y la ciudad preindustrial que llega hasta el siglo XIX o XX, según los diferentes desarrollos regionales de la industrialización. Al respecto, ver, por ejemplo, Andre Leroi-Gourhan, El Gesto y la palabra, Universidad Central de Venezuela, si, Caracas; o la muy conocida obra de Gideon Sjoberg, The Preindustrial city. Past and Present, Glencoe,

Free Press, Illinois, 1960. 4 SAMBRICIO, "Introducción" p. 13.

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como una nueva disciplina: el urbanismo, ciencia de la ciudad5. Además, la dimensión de la problemática generada por las ciudades del capitalismo, muchas de las cuales no necesitaron de la presencia directa de la industrialización como factor causal decisivo en su transformación desde la ciudad preindustrial6, ocasionó que al tiempo que el urbanismo se configuraba como disciplina científica otras disciplinas sociales también se preocuparan del asunto urbano, en particular la sociología y la geografía. Pero ellas, las ciencias sociales nacidas directamente del positivismo, no tuvieron inicialmente en la historia un referente indispensable sino que, por el contrario, enunciaron desde las propias características de la ciudad capitalista o burguesa las preguntas que necesitaban responder y los límites de la reflexión que debían llevar a cabo. Por ello, el camino a la Historia Urbana fue lento y continuo siendo tortuoso. De una parte, el urbanismo, en su búsqueda de un estatuto científico propio, ha tratado de convertirse en ciencia del espacio y del hábitat. Sin embargo, su desarrollo como disciplina ha tenido que enfrentar el problema de la institucionalización de que ha sido objeto, esto es, de su uso por parte del estado o sectores de poder como herramienta de control del mismo espacio que pretende conocer; así mismo, la profesionalización del urbanismo bajo el imperio de la arquitectura, tomando distancia de las ciencias sociales, ocasionó que su lectura del espacio y del hábitat juega primordialmente funcional: el urbanismo como mecanismo de normalización de las necesidades humanas sobre el espacio7. Dada esta situación, la historia elabo 5 Ver Carlos Sambricio, "De los libros de viajeros a la historia urbana: el nacimiento de una

disciplina" en Carlos Sambricio, ed., la Historia Urbana, Colección Ayer N° 23, Marcial Pons, Barcelona, 1996, pp. 61-85.

6"....la verdad es que el crecimiento urbano no puede ponerse invariablemente en relación con el desarrollo de una base industrial local. Son posibles fuertes aumentos de población en ciudades donde la industrialización es relativamente modesta o inexistente, y donde los excedentes demográficos naturales que no pueden ser absorbidos en la producción agrícola van en busca de empleos en los servicios y en el sector terciario. En cierto número de casos la red urbana se ve reforzada -ciertamente, con mutaciones sensibles en la jerarquía tradicional de los centros-, sobre todo, por las opciones político-administrativas, que determinan, por ejemplo, la ubicación de servicios de alta especialización, cuales son la distribución de la red bancaria, de las universidades, etc.; las ciudades capitales y los mayores centros administrativos ven potenciado su aparato político-administrativo!' Sica, Historia del Urbanismo, tomo 1, p. 36. Esta tesis está favorablemente sustentada para América Latina en los casos de Buenos Aires y Bogotá. Al respecto, ver James R. Scobie, Buenos Aires, Plaza to Suburb, 1870-1910, Oxford University Press, New York, 1974; Germán R. Mejía Pavony, Los años del cambio. Bogotá 1820-1910, CEJA, Instituto de Cultura Hispánica, Bogotá, en imprenta.

7 Al respecto, ver Michel-Jean Bertrand, La dudad cotidiana, Instituto de Estudios de Administración Local, Madrid, 1981. Este autor expresa que "aislado de su contexto social y político, este espacio [el pensado por el urbanismo] llega a ser un elemento objetivo puramente formal que garantiza su neutralidad; inocente, depende de la lógica; incuestionable e implacable, se impone a todos. La Carta de Atenas destacaba esta concepción funcional definiendo y clasificando las necesidades que hay que satisfacer, normalizándolas" p. 15.

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rada por el urbanismo se vació de contenido, convirtiéndose fundamentalmente en un catálogo de formas. Es entendible, por lo tanto, que la pregunta por la Historia Urbana, por paradójico que parezca, no provenga entonces del urbanismo. De otra parte, un camino más exitoso, pero no por ello más fácil, fue el de la sociología y geografía urbana. Temprano en el siglo XX, jalonado por la insospechada magnitud del proceso urbanizador norteamericano, surgió en este país con fuerza la pregunta por la urbanización. Aunque inicialmente su respuesta tuvo en la historia uno de sus baluartes8, hacia mediados de siglo era evidente que dicha historia no superaba todavía la biografía de ciudades o, en el mejor de los casos, el estudio de la vida en ellas9. La fortaleza que para entonces había tomado la sociología urbana, en particular la desarrollada por la Escuela de Chicago desde los años 1920, fue vista por los historiadores norteamericanos, además de muchos europeos, como una fuente a la cual recurrir en su necesidad de elaborar un marco teórico suficiente para superar los defectos de la simple historia individual de ciudades. Lo significativo de la sociología urbana norteamericana es que se separó temprano de la consideración de la ciudad como un organismo único e individual, para preguntarse por las fuerzas que hacen inevitable no sólo su aparición sino, especialmente, su crecimiento tanto en número como en magnitud. La pregunta que surgió fue entonces por la urbanización. Ya en los años 1930, tratando de superar el inicial determinismo biológico de los iniciadores de la Escuela de Chicago —del cual se derivó el modelo de ecología humana10 que la hizo reconocida mundialmente-, Louis Wirth formuló lo que ellos entendían por urbanismo:

8 Por ejemplo, el trascendental trabajo de Arthur Meier Shlesinger, The Rise ofthe City, 1878-1898, [Ia ed. de 1933] Quadrangle Books, Chicago, 1971, en el que planteó que la ciudad fue la frontera donde las nuevas ideas, revolucionarias en su impacto, fueron originadas, y en donde las prácticas sociales, bajo la presión de los problemas generados por personas viviendo en cercana proximidad, tuvieron que cambiar para dar salida a las nuevas experiencias.

9 Para una síntesis de la evolución de la Historia Urbana en los Estados Unidos, ver Dwight W. Hoover, "The Diverging Paths of American Urban History" en Alexander B. Callow Jr., ed., American Urban History, 2a ed., Oxford University Press, New York, 1973, pp. 642-659.

10 Por Ecóloga Humana se entiende "la rama de la sociología urbana desarrollada por Park, Burgess, McKenzie y otros, en los años 1920, que dedicó su atención a la distribución espacio-temporal de los agregados de población... Ella trata principalmente con los 'problemas de población; lo que incluye la forma como el tamaño afecta a las comunidades humanas, la composición, tasa de crecimiento o descenso de la población, así como la importancia de la migración tanto en el desarrollo de la comunidad como en su estabilidad. En términos amplios, la ecología humana examina el ajuste de la población a los recursos y otras condiciones físicas del habitat" Roy Lubove, "The Urbanization Process: an approach to Historical Research" en Alexander B. Callow Jr., American Urban History, 2a ed., Oxford University Press, New York, 1973, pp. 664-665.

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El urbanismo es la acentuación acumulativa de las características distintivas del modo de vida que está asociado con el crecimiento de las ciudades. Tales características, en última instancia, derivan de los cambios en los modos de vida de la gente, donde quiera que ellos estén, pues caen bajo la influencia que la ciudad ejerce en virtud del poder de sus instituciones y personalidades, operando a través de los medios de comunicación y transporte11.

Con base en esta definición, Wirth introdujo al modelo ecológico inicial la consideración de otros factores, igualmente importantes: la estructura física (población, tecnología y ecología); la organización social (instituciones, sectores sociales y status social); y, el comportamiento colectivo (actitudes de grupo e ideologías). A partir de esta formulación, algunos historiadores norteamericanos propusieron que la Historia Urbana es aquella que busca explicar el proceso de urbanización, entendiendo que dicho proceso sólo es posible de investigar desde el estudio en conjunto de los tres factores enunciados por Wirth12. Desafortunadamente, los desarrollos posteriores de la Historia Urbana norteamericana enfatizaron únicamente el primer o segundo factor (población, tecnología y ecología; instituciones, sectores sociales y status social), pero en forma aislada y desdeñaron el tercero bajo una pretendida crítica culturalista. En los años 1950, Eric Lampard formuló la necesidad de renovar dicha perspectiva ecologista de la Historia Urbana criticando las desviaciones producidas por el énfasis en sólo uno de los dos primeros factores enunciados por Wirth. Para Lampard, "la presencia de las ciudades presupone un proceso social de urbanización, por lo que la relación entre urbanización y ciudad es una de causa a efecto... Nuestra preocupación [como historiadores urbanos] es la incidencia y ordenación histórica de la urbanización, en la que por incidencia entendemos rango de ocurrencia del fenómeno o magnitud de su impacto, y por ordenación, el modo como el fenómeno forma un sistema social tal que sus componentes alcanzan una interacción recíproca y regular... pues si el número de puntos de concentración crece así como su tamaño y, si además la mayoría de la población pasa a vivir en las ciudades, estos aspectos de la urbanización no pueden ser explicados por el proceso porque ellos definen el proceso"13. En síntesis, Lampard formuló que,

11 Citado por Hoover, "The Diverging Paths of American Urban History" p. 646. La traducción es nuestra.

12 Hoover, "The Diverging Paths of American Urban History" p. 647 13 LAMPARD, Eric E., "Historical aspects of urbanization" en Philip M. Hauser y Leo F. Schnore,

eds., The Study of Urbanization, John Wiley & Sons, New York, 1965, pp. 519,520. La traducción es nuestra.

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Para que las ciudades incrementen su número y tamaño, por lo tanto, debe haber no sólo población y espacio 0o cual es su crítica principal al ecologismo basado en el uso parcial del primer factor formulado por Whirth], sino también capacidades relevantes, las que son esencialmente atributos de la población. Lo que una población hace con su medio (environment) depende en mucho de los medios materiales de que dispone y del ordenamiento social que adopte, esto es, adaptación. Por lo tanto, el número y tamaño de las concentraciones humanas existentes en cualquier época están bastante determinadas por las capacidades tecnológicas de la población... De allí que tecnología y recursos sean también componentes de la capacidad que tiene una población para adaptarse14.

A partir de Lampard, entonces, la escuela ecologista de la Historia Urbana norteamericana basó su explicación de los modos dominantes de urbanización, de la forma como emergió del pasado y de su posible arreglo futuro, con base en el análisis conjunto de las siguientes cuatro variable: población, tecnología, ordenamiento social y medio ambiente. Es claro que para él, la Historia Urbana no es la historia de ciudades, sino la del proceso de urbanización. Sin embargo, esta posición tuvo pocos años después dos serias críticas: una, la elaborada por Roy Lubove y otra, la de la Nueva Historia Urbana Norteamericana. Lubove se apartó de la propuesta de Lampard y sus seguidores en dos aspectos fundamentales: el primero, la subvaloración o negación que la ecología humana hace del papel que el comportamiento humano y los fenómenos subjetivos juegan en la urbanización como reales agentes de cambio; el segundo, el énfasis puesto por la ecología humana en el proceso secular de concentración humana, perdiendo de vista la importancia que para la Historia Urbana tiene tanto lo que los geógrafos llaman sitio como el rango completo de mecanismos que intervienen causalmente en la construcción de la ciudad, esto es, la arquitectura y el paisajismo, la vivienda y su financiación, el mercado y las instituciones de bienes raíces, el transporte, las comunicaciones, la salud publica y el higienismo, la tecnología industrial y las organizaciones comerciales y productivas. En un sentido amplio, Lobuve denominó su planteamiento como "Proceso de construcción de ciudades" (City Building Process), el que retoma "la ciudad como un artefacto en el que su estructura está fuertemente determinada por decisiones que afectan el uso de la tierra"15.

14 LAMPARD, "Historical aspects of urbanization" p. 521. La traducción es nuestra. 15 LUBOVE, "The Urbanization Process" pp. 666,667

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Con relación a la Nueva Historia Urbana Norteamericana, dos son los aspectos que nos interesan señalar: primero, su posición crítica respecto a la existencia real de algo que pueda ser llamado Historia Urbana y, segundo, la crítica que hacen de la inexistencia en las escuelas anteriores de una preocupación por la gente común y corriente, llamado de atención elaborado con base a lo que se denominó desde los años 1970 "grassroots history" o "history from the bottom up". Respecto del primer asunto, muchos historiadores actuales consideran que los asuntos que investigan, por ejemplo "la migración del campo a la ciudad, los modos de estratificación y movilidad social, las consecuencias sociales de los cambios tecnológicos, la distribución de la propiedad y del poder, la situación y posición social de los grupos étnicos y raciales, entre otros, no están confinados únicamente a la ciudad y no deben ser explicados como si así lo fuere. Tales asuntos invocan la sociedad como un todo, aunque desde luego tales fenómenos tienen manifestaciones diferentes según el tamaño y tipo de las comunidades"16. En palabras de una historiadora, preguntándose precisamente por el objeto de la Nueva Historia Urbana,

Urbanización es el incremento en la proporción de una población dada que vive en ciudades, así sea a través del incremento en el número de las ciudades, o por su incremento en tamaño, o por las dos razones al tiempo. [Por ello], en una sociedad, las ciudades son el producto común de un proceso social más general, por lo que ellas están sistemáticamente vinculadas unas a otras y el cambio en una afecta a las demás. Tal conjunto de ciudades comparten una historia común, la cual debe ser tenida en cuenta si lo que se pretende es la interpretación de sus historias individuales o si lo que se quiere entender son las consecuencias de dicha historia común sobre otros aspectos de la vida social17.

El retorno de la Historia urbana a los campos ya consolidados de la Historia Social o de la Historia Económica tiene una gran influencia en historiadores contemporáneos, sin que ello signifique que la preocupación por la Historia Urbana no continúe ejerciendo atracción entre algunos académicos norteamericanos. Un caso interesante de mencionar, por su crítica a la Historia Urbana así como por la importancia de su obra, es el de Paul M. Hohenberg y Lynn Hollen Lees, autores de The making

16 Stephan Thernstrom, "Reflections on the New Urban History" en Alexander B. Callow Jr., ed., American Urban History, 2a. ed., Oxford University Press, New York, 1973, pp. 673,674. La traducción es nuestra.

17 CONZEN, Kathleen N., "The New Urban History: defining the field" en James B. Gardner y George R. Adams, Ordinary People and Every Day Ufe. Perspectives on tbe New Social History, The American Association for State and Local History, Nashville, 1983, pp. 67-89. La traducción es nuestra.

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of Urban Europe, 1000-1994. Aunque ellos reconocen su deuda académica con la escuela francesa de los Annales, en particular con Braudel y sus aportes al estudio del espacio históricamente construido, manifiestan sin embargo que su formación está fundada en lo que se denomina "Ciencia Social Anglo-Americana". Y es desde esta perspectiva que ellos plantean que "las historias urbanas son inseparables de las historias económica, social y política, esto es, del sistema del cual las ciudades hacen parte... Para estudiar eficientemente a las ciudades es indispensable estudiar la urbanización... teniendo claro que la urbanización es un proceso activo que afecta tanto a lo rural como a la ciudad. Un paso clave en su estudio es la identificación de las fuerzas importantes que dirigen el proceso de urbanización. Nosotros nos enfocaremos en tres fuerzas —tecnología, demografía y mercado—, que permiten vincular los modos y factores de producción y reproducción al papel económico de las ciudades"18. En síntesis, de la experiencia norteamericana queda el énfasis en su concepción de la Historia Urbana como una historia del proceso de urbanización, en la que el estudio de ciudades no pasa más allá de ser la fuente obvia de investigación pero no por su valor en cuanto tal sino, por el contrario, por ser el efecto material y concreto que permite leer y entender las fuerzas que causan la ciudad, esto es, la urbanización. De allí que para ellos, salvo excepciones dignas de tener en cuenta, las variables básicas a considerar, si el propósito es elaborar ciencia social, son la demografía, la tecnología, la economía y la organización. La cuestión del espacio es marginal o dependiente de otras variables y, no menos importante, las consideraciones temporales tienden a privilegiar o bien las largas curvas demográficas, sin percepción del significado de sus variaciones desde la presencia de otras variables de corte cultural o político, o bien de corta duración dado lo reciente del fenómeno urbano en Norteamérica. La pregunta por la Historia Urbana desde Europa nos encamina en otras direcciones. Nos detendremos a modo de ejemplo y muy en general en la tradición francesa 19. A diferencia de Norteamérica, la presencia de sitios poblados, ya sea ciudades, villas o pueblos, es milenaria en Europa, al igual que en Asia, continente del que los europeos son herederos en muchos aspectos. Sus civilizaciones han visto la transformación de varias de sus ciudades en imperios, pero además de la grandeza de sus urbes, han sido testigos una y otra vez de sus decadencias y desapariciones 18 Ver Paul M. Hohenberg y Lynn Hollen Lees, The Making of Urban Europe, 1000-1994, Harvard University Press, Cambridge, 1995. La traducción es nuestra. 19 Para un estudio del caso español, ver los artículos anteriormente citados de Carlos Sambricio.

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así como del renacimiento de varios de tales lugares. Dado este legado, del que no se puede prescindir en ningún postulado historiográfico, los franceses han entendi-do la Historia Urbana desde dos enunciados básicos: de una parte, "el fenómeno urbano no puede ser entendido a menos que a dicho fenómeno se le retorne su lugar en el corazón de un movimiento milenario, pues las sociedades urbanas, así como las formas urbanas, están enraizadas en un pasado distante"; de otra parte, "así como la sociedad no es simplemente la yuxtaposición de individuos, la ciudad no es el simple ensamblaje diacrónico de edificios, pues las ciudades son el espacio y el centro de las relaciones sociales". De esta manera, este énfasis historiográfico significa "una profunda mutación del análisis del contenedor por el análisis del contenido"20.

Estos principios han contribuido a que la historiografía francesa, aquella de la escuela de los Annales y del marxismo estructuralista, no esté tan encerrada en el debate entre historia del urbanismo (demografía, tecnología, economía y organiza-ción) e historia de la ciudad (producto como efecto de la urbanización) sino, por el contrario, en la búsqueda de respuestas a preguntas relativas a asuntos que en principio no les parecen tan evidentes. Al respecto, Georges Duby, en el prólogo a la Historia Urbana de Francia, anota lo siguiente, que merece por su importancia ser citado en extenso:

Y para comenzar, lo siguiente: ¿Qué es la ciudad? La respuesta es menos simple de lo que parece. Basta referirse a dos criterios, uno demográfico y otro económico. Se hace todavía comúnmente. Se considera la dimensión: tal aglomeración, se dice, pasa de la ruralidad desde que el número de habi-tantes sobrepasa un cierto nivel; pero ¿dónde situar precisamente este punto crítico? Se considera la actividad: urbanas son las localidades en donde el comercio y la fabricación predominan sobre el trabajo de la tierra. A nuestra manera de juzgar, esta doble definición se instaló con demasiada solidez. Ella tiene para sí el ser cómoda, especialmente para los administradores; permite fáciles clasificaciones estadísticas, basta con contar la gente, nume-rar las categorías profesionales. Pero miremos bien que los dos criterios —el primero sobre todo— responden ante todo a estructuras del estado moderno: la larga práctica de los funcionarios encargados de ordenar los sujetos, los reclutas o los contribuyentes han hecho implantar la costumbre. Los dos son por otro lado —sobre todo el segundo— muy dependientes del

20 BEDARIDA, E, "The French approach to Urban History" en Derek Fraser and Anthony Sutcliffe,

Thepursuit ofürban History, Edward Amold Publisher, London, 1983, pp. 395-406. La traducción es nuestra.

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mito del progreso; del cual debo decir algo. La presión de ideologías ligadas al modo de producción capitalista favoreció su acogida. Pero frente al poblado sumido en sus lentitudes, la ciudad, el mercado ampliamente abierto a los cambios, el nudo de la circulación monetaria, el vasto taller en donde el hombre industrial fabrica sus objetos libremente, ¿no está escapando a las coacciones del orden natural? Conviene sin embargo preguntarse si, para hacer la historia del fenómeno urbano en la larga duración, basta con una definición tan somera. Si esto algunas veces no ha conducido a exagerar rupturas, hablar muy rápido y muy alto de decadencias y de resurgimiento, a desconocer lo que significaba para el hombre de los siglos pasados —es más, la mirada que ellos tuvieron es la que cuenta, no la nuestra- la diferencia entre la ciudad y el campo... A lo largo de su historia, la ciudad no se caracteriza pues ni por el número, ni por las actividades de los hombres que allí habitan, sino por rasgos particulares de su status jurídico, de sociabilidad y de cultura. Estos rasgos derivan del papel primordial que cumple el órgano urbano. Este papel no es económico, es político. Polis. La etimología no se equivoca. La ciudad se distingue del medio que lo rodea en lo que ella es, en el paisaje, el punto de enraizamiento del poder. El Estado crea la ciudad. En la ciudad el Estado toma su asiento... Instrumento de regulación, la ciudad, desde que se disiparon las tinie-blas de la protohistoria, aparece en esencia como capital. Central. Ella es centro, el eje de un sistema de soberanía. La capacidad de regir y de asegurar el orden general se condensa en este punto focal. Allí se despliega en su plenitud. Desde aquí ella se expande hasta sus márgenes fronterizos, generalmente silvestres y desérticos, que separan la ciudad de sus vecinos semejantemente construidos. La ciudad es entonces indisociable de las extensiones rústicas que la rodean y que ella tiene vocación de organizar. Lo que la singulariza es que representa el lujo, el orgullo —que ella demuestra-, el modelo de su orden perfecto. La originalidad del espacio urbano está dada por todo esto21.

Para la historiografía francesa, entonces, la pregunta por el espacio es central pues valoriza el sitio construido como núcleo productor y reproductor de las relaciones sociales, esto es, la ciudad como productora de sociedad y no sólo producto de ella. De esta manera, "la fecundidad epistemológica [de esta escuela historiográfica] 21DUBY, Georges, "Prólogo [de Georges Duby a la Historia Urbana de Francia]", traducido por Ana

Beatriz Garda y Carlos Niño Murcia, Bogotá, 1991, Mecanografiado, pp. 3-4.

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ha iluminado considerablemente dos relaciones fundamentales: de una parte, la organización social con la organización urbana; y de otra parte, al espacio y su apropiación por los ciudadanos"22. Sin embargo, unas veces al margen de estos postulados de escuela y otras sin desconocerlos, lo cierto es que la historiografía norteamericana y la europea han desarrollado en un alto grado lo que podríamos denominar Estudios Urbanos Monográficos, esto es, la aplicación de conceptos y métodos de las ciencias sociales, de la que la Historia como disciplina hace parte, al estudio de las ciudades como objetos singulares de investigación. La diferencia con las biografías de ciudades es que tales monografías superan la simple narración de acontecimientos y alcanzan niveles bastante sofisticados de explicación. En el desarrollo de esta manera de hacer Historia Urbana, que es la que de hecho predomina en número, tanto europeos como norteamericanos han Dejado a temarios análogos, los cuales merecen ser citados no sólo por su valor historiográfico sino porque además nos enuncian los tópicos que hoy son imprescindibles en un estudio que se quiera calificar como Historia Urbana. Para la Nueva Historia Urbana Norteamericana, la agenda necesaria de cumplir en toda historia urbana se compone de un temario que congrega los siguientes tres conjuntos de tópicos necesarios de estudiar:

1. Las consideraciones sobre la experiencia compartida. . ¿Por qué las sociedades se urbanizan? . ¿Qué clase de movimientos de población están envueltos en dicho proceso? . ¿Qué

clase de sistema social resulta de dicho proceso? ¿Qué papel juegan las diferentes ciudades en el sistema?

2. El examen de los modos como las ciudades, consideradas individualmente, res¬ ponden al proceso de urbanización y cómo se comparan entre sí. . ¿Por qué y cómo crecen las ciudades? . ¿Cómo cambia su apariencia física? . ¿Qué estructuras sociales e instituciones crean sus habitantes? . ¿Qué decisiones toman con el alcance de afectar a toda la comunidad? 3. El estudio de por qué procesos sociales, políticos u otros igualmente generales, cuando toman forma en espacios urbanos, son afectados en formas presumi- 22 BEDARIDA, "The French approach to Urban History" p. 405. La traducción es nuestra.

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blemente predecibles por su mismo carácter urbano. Así mismo, la consideración de cómo el tamaño, la densidad y los rasgos heterogéneos que definen a las ciudades generan significativas y predecibles restricciones y oportunidades para la acción humana dentro de sus límites. Finalmente, por extensión, este tercer nivel puede convertirse en un análisis explícito del impacto de los asuntos urbanos sobre el desarrollo nacional, sobre la historia nacional.

Estos tres conjuntos de tópicos son conceptualmente distintos, pero están interrelacionados. Para usar terminología propia de las ciencias sociales, el primer nivel involucra el proceso de urbanización como variable dependiente, el algo a ser explicado. El segundo, la urbanización se erige en la variable independiente invocada para clarificar una nueva variable dependiente, el proceso de formación y transformación de una ciudad particular, por lo que la transformación de la ciudad se convierte en una medida de las consecuencias de la urbanización. En el tercer nivel, tanto la urbanización como la ciudad particular funcionan como variables que afectan el modo como emergen las diferentes facetas de la vida urbana23.

La historiografía francesa, por su parte, plantea en los estudios monográficos la necesidad de investigar los siguientes asuntos:

1. Población y demografía: el movimiento de población. . Actitudes demográficas. . Tasas de natalidad y mortalidad. . Salud e higienización. . Migración: orígenes geográficos; carácter social; conexiones políticas o religiosas. . Etnografía.

2. Estructuras sociales y económicas. . Estratificación social — categorías socio profesionales. . Riqueza de capital y formas de herencia. . Actividades de producción e intercambio. . Ritmos de la vida urbana. . Ciclos de crecimiento y estagnación. . Poder de la ciudad sobre la región.

3. La Historia de la política urbana. . Poder y dominación.

23 CONZEN, "The New Urban Histoy: defining the field" pp. 67-89. La traducción es

nuestra.

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. Planeación y espacio.

. Diversiones y uso del tiempo libre.

. Vivienda.

. Calidad del medio ambiente y calidad de la vida.

. Control y oportunidades de libre mercado.

4. El estudio de las prácticas sociales urbanas.

La ciudad aparece así como el teatro en el que la vida social se concentra y, también, como el ensamblaje de actores que desarrollan su acto en dicho teatro y le dan vida. Por ello es que el acento es puesto de manera tan deliberada sobre la dinámica urbana24.

Finalmente, vale la pena señalar que en una evaluación de la Historia Urbana Moderna en España, Fernando de Terán señala, que "lo más difícil de encontrar son las síntesis generales. Realmente no existe una obra completa de Historia Urbana en España, ya que las aproximaciones que se han hecho a ello consisten más bien en ediciones conjuntas de monografías temporalmente acotadas, que forman capítulos independientes, muy valiosas en sí mismas como Historia Urbana por períodos"25. Coincidente con Francia y Norteamérica, en la Historia Urbana española también predominan, por lo tanto, los estudios monográficos, los cuales, en palabras del mismo autor, se caracterizan porque en términos generales,

... esta gran cantidad de estudios abordan el proceso de formación de una ciudad (o de partes de ella) atendiendo a la relación entre los aspectos de desarrollo espacial y morfología urbana, y los de evolución demográfica y estructura económica, social y funcional. Incluyen muy frecuentemente un análisis histórico de la variación de las estructuras de poder y una interpretación de su influencia en la configuración del espacio. A veces tratan de indagar quién controla la ciudad, dónde estaban los motores de su economía, cómo era la sociedad que la habitaba y la acondicionaba y, en algunos casos, pretenden demostrar cómo los hechos económicos y sociales se reflejan en la organización del espacio, manifestando el reflejo sobre la estructura espacial de las luchas entre grupos sociales...26

24 BEDARIDA, "The French approach to Urban History" pp. 395-406. La traducción es nuestra. 25 De TERAN, Fernando, "Historia Urbana Moderna en España. Recuento y acopio de materiales" en Carlos Sambricio, ed., La Historia Urbana, Colección Ayer, N° 23, Marcial Pons, Madrid, 1996, p. 93. 26 Ibid., p. 95.

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el papel de la orden de la merced en la configuración del espacio urbano de buenos aires (1580-1640)

gabriela de las mercedes quiroga*

introducción

Considerada como forma y símbolo de una relación social integrada, o como expre-sión de la individualidad regional, o como producto del tiempo y de la naturaleza, la ciudad tuvo en América un papel destacado a partir de ser pensada como el eje vertebrador de la conquista y colonización española. La Iglesia del siglo XVI, en tanto institución que regulaba y prescribía las formas de comportamiento y conducta de los individuos en sus diferentes circunstancias, fue copartícipe de este proceso que, al asumir su cometido evangelizador, convirtió al estado español en un estado misionero1.

Buenos Aires fue resultado de esta realidad. Aunque poblada por Don Pedro de Mendoza en 1536 y luego abandonada, recién en 1580 el acta de fundación y la organización del espacio, materializarán esa realidad de la mano de Don Juan de Garay. Su difundido repartimiento de los solares y cuadras de la traza de la ciudad, realizado recién en 1583, constituye el punto de partida de nuestro estudio, que trabajará sobre este espacio fundado, con especial referencia al importante papel

* Licenciada en Historia en la Universidad Nacional de Lujan; profesora de la Universidad de Buenos

Aires, Facultad de Ciencias Económicas. 1 KONETZKE, Richard, América Latina II. La época colonial, Siglo XXI Editores, Madrid, 1981, p. 226.

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que tuvo en su configuración la Orden de la Merced, que acompañó los primeros años de la segunda fundación y su posterior desarrollo. La metodología de investigación empleada pasó por trabajar con los Antiguos Protocolos del Archivo General de la Nación, las Actas del Cabildo, el Registro Estadístico de Trelles, bibliografía secundaria, cartografía de la época, retículas catastrales actuales obtenidas en la Dirección de Catastro de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires e iconografía colonial que se comparó con el trabajo de campo de relevamiento in situ, para verificar, más allá de los cambios edilicios, la permanencia o no de la Orden en la zona. El concepto transversal de todo el trabajo fue el del espacio, entendiéndolo como hecho, factor e instancia social, producto de una acumulación de tiempos históricos que se transforman en el paisaje, y de elementos naturales que están en permanente relación dinámica, dado que el espacio-paisaje, domina la vida cotidiana del hombre. Sobre esta idea aplicada a la primitiva planta urbana porteña se intentó «leer» su organización eclesiástica, componiendo las dimensiones física y social de un modo satisfactorio, de tal manera que tuvieran en cuenta la multiplicidad de los aspectos con los que se presenta ante nuestros ojos la realidad rioplatense de los primeros años de la segunda fundación. Aunque somos conscientes, como señala Milton, que abarcar la totalidad es un tra-bajo fundamental y básico para la comprensión de cualquier objeto de estudio, no menos importante es el conocimiento de sus partes, de su estructura interna y de su evolución2. Por ello se trató a la orden dominicana en particular, siguiendo la se-cuencia de análisis: fundación y objetivos de la orden, expansión en América y el Río de la Plata, ubicación en Buenos Aires en la segunda fundación, proceso de apropiación de la tierra: lote asignado, edificación y expansión territorial urbana y rural, funciones que cumplieron, estado actual de la primitiva propiedad. Esto permitió integrar los puntos en común y las diferencias en un análisis de la organización y jerarquización del espacio porteño a partir de la presencia de la Iglesia, sin dejar de lado las características propias de una sociedad que influyó sobre la evolución del espacio en la naciente metrópoli. El tiempo de las conclusiones enmarca la reflexión de lo investigada Las citas a pie de página en cada capítulo respetan las fuentes y libros consultados, y una bibliografía final sirve de orientación para la continuación futura de la investigación.

2 SANTOS, Milton, Por una geografía nueva, Espasa Calpe, Madrid, 1990, p. 127.

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fundación-ciudad-iglesia

Toda la situación geopolítica de América del Sur aconsejaba en el último tercio del siglo XVI volver a asegurar a España la ruta fluvial de la cuenca del Plata, descuidada desde el despoblamiento (1541) de la primera Buenos Aires de Don Pedro de Mendoza.

Buenos Aires y Santa Fe responderán a esta advertencia, desde un punto de vista político y económico, al cumplir la función militar de mantener por la fuerza el suelo ocupado contra: 1) La reacción de los pueblos indígenas (Santa Fe sería en este caso el antemural de Buenos Aires)3; 2) las incursiones piratas en el litoral argentino, previniendo a las poblaciones del Pacífico de su presencia en el Atlántico, siendo nexo entre las autoridades portuguesas de Brasil y del Perú, desde donde se hacían llegar las noticias a Chile; y 3) el avance portugués, que se vio alentado y transformado en meras contravenciones policiales, por la unión de ambas monarquías (1581) en Felipe II. Darán también respiro al encierro humano del Paraguay, y abrirán el área a un proyecto económico agrícola-ganadero-comercial. Pero además, estas dos fundaciones serán etapas de la legendaria búsqueda, hacia el sur, de la Ciudad de los Cesares, que tanto Garay como su yerno Hernandarias de Saavedra, intentarán encontrar.

Nombrado en abril de 1578, por el Adelantado Don Juan Ortíz de Zarate, como Teniente Gobernador, Capitán General y Alguacil Mayor de la Gobernación del Río de la Plata, Juan de Garay se hizo cargo desde ese momento de "poblar en el puerto de buenos Aires, una dudad (...) y tomar posesión de ella"4. No sería esta la primera vez que fuera el protagonista de un acto fundacional, ya que en 1573, Santa Fe había sido asentada y poblada por sus manos.

El 11 de junio de 1580, a través de 6 actas corridas, que integran en sí el suceso fundacional, se levantó la ciudad formal", cada uno de cuyos elementos: espada, cruz, rollo de justicia, Cabildo, plano y espacio «ideal», legitimarán el acto que simbolizaba el dominio del Rey sobre la tierra y la instalación de una sociedad. Garay perfeccionaba en el tiempo el acto fundacional originario de 1536.

3 ZAPATA GOLLÁN, Agustín, "Fundaciones de Santa Fe y Buenos Aires", en Congreso Internacional de Historia de América, Separata-VI. Academia Nacional de la Historia (Argentina), Buenos Aires, s.n.,1982, Tomo II, p. 259-

4 RAZZORI, Amilcar, Historia de la ciudad argentina, Imprenta López, Buenos Aires, 1945, p. 375. 5 ROMERO, José Luis, Latinoamérica: las ciudades y las ideas, Siglo Veintiuno Argentina Editores, Buenos Aires, 1986, p. 16.

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La ciudad real6 se presentó tras los primeros días cuando hubo que levantar las paredes y la geografía comenzó a desplazar la traza imaginaria, deviniendo los cuadrados perfectos en cuadriláteros irregulares7 que la ley establecida no pudo enderezar. La definición de sus límites, imprecisos por no haber sido considerados en la planificación original, la dieron arroyos (Sur: Tercero del Sur, Norte: Tercero del Medio), barrancas (sector oriental) y capillas-ermitas (Oeste: Capilla de San Juan Bautista/ Norte: Ermita de San Sebastián o Cruz Grande [Hernandarias-1608]), marcando estas últimas, una presencia espacial religiosa en puntos estratégicos para la cristianización, control y desarrollo económico de los nuevos, y futuros, espacio rurales y urbanos.

Los templos y conventos iniciales del área fundacional fueron los primeros reguladores de los futuros barrios al Sur y Norte de la Plaza Mayor (barrio de San Francisco, Santo Domingo, San Ignacio) [Ver: Juan A.García, La Ciudad Indiana, pp. 45-46]. Sin embargo con el tiempo, esta situación no se verificó, sino más allá del nombre, porque la proximidad de uno y otro limitó las posibilidades de definición barrial para los que estaban destinados. La jerarquización espacial y económica fue determinada, como lo demuestra el citado García, por el valor diferenciado de los solares y cuadras a lo largo del tiempo8.

El tejido urbano no sobrepasó lo trazado por el Fundador y la banda sur de la ciudad se «endureció» con el devenir de los siglos, sobre todo en lo que respecta a la ubicación original de las congregaciones religiosas que no se modificó sustancialmente, sino que por el contrario se revalorizó con la cesión o donación de parcelas que las complementaron (ejemplo: las iglesias de San Francisco y Santo Domingo).

El reordenamiento de la región que convirtió a Buenos Aires en cabecera de la gobernación del Río de la Plata (16 de diciembre de 1617), comenzó a consolidar a la Ciudad «perseverante» junto con su elevación al rango de sede episcopal (1620). Buenos Aires se aseguraba entonces que las alturas de las torres y cúpulas de iglesias y capillas no sólo identificaran el perfil de la ciudad sobre el horizonte pampeano, o interrumpieran los techos y azoteas de la aldea (como lo muestran las obras de Brambila, Matthis, Pellegrini y Adams), sino que también orientaran a las naves que

6 Ibid., p. 16. 7 PICO, Pedro, "Ubicación y arrumbamiento de la propiedad territorial", en Revista de Buenos Aires Memoria y noticias para servir a la antigua historia de la República Argentina. Historia Americana, literatura, derecho y variedades, Buenos Aires, 1911-1913, Tomo VII, p.253.

8 GARCÍA, Juan Agustín, La Ciudad Indiana, Hyspamérica, Buenos Aires, 1986, pp. 45-46.

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se aproximaban a la ciudad-convento9 como se dio en llamar a este puerto ante el exceso, persistente, de claustros que convivían en él.

En los siguientes capítulos desglosaremos uno de los componentes de esta Ciudad de la Cruces, para poder observar en detalle su ubicación espacio-temporal, su crecimiento y función en un área limitada por la pobreza de una economía atada a requerimientos externos.

órdenes religiosas en el espacio del antiguo buenos aires

El solo hecho de hacer de Buenos Aires sede del obispado (1620) demuestra que la «resistencia» y persistencia de la Iglesia secular y regular durante los primeros años de la segunda fundación, estaba determinando la organización espacial no sólo de la ciudad sino también de la región.

A nivel local la instalación y edificación de la Iglesia Catedral y de los templos regulares había seguido las Ordenanzas españolas que ajustaban tal sentido. Así se había asignado y levantado la Iglesia Mayor enfrente de la plaza que concentraba a los fieles que a ella concurrían, y previendo las Leyes un aumento del tamaño que asumiría la ciudad, se había aconsejado la desconcentración de los pobladores de un solo templo, por lo que se habían multiplicado en la marcha los edificios eclesiales y también la división de las parroquias, en las llamadas plazas menores: «A trechos de la población se paya formando placas menores, en buena proporción, adonde se han de edificar los templos de la Iglesia Mayor, parroquias y monasterios, de manera que todo se reparta en buena proporción por la doctrina...»10 [Ordenanza CXIX].

De esta manera, la ley previo una organización de la religión teniendo en cuenta variables geográficas y públicas, que atendieran la prestancia con que la Iglesia debía surgir, para que los devotos la identificaran a la distancia desde lo edilístico hasta lo espacial.

9 ASLAN, Liliana, et al., Buenos Aires-Montserrat 1580-1970, Inventario de Patrimonio Urbano, Buenos Aires, s.n., 1991, p. 14.

10 Recopilación de Leyes de los Reinos de Indias, mandadas a publicar por su Magestad Católica el Rey Don Carlos II, 1791, rpt., Madrid, s.n., 1943, Tomo II, p. 21 y DIFRIERI, Horacio, Geohistoria de una Metrópoli, EUDEBA, Buenos Aires, 1981, p. 107.

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El territorio americano se vio organizado eclesiásticamente en dos categorías: la secular y la regular. Por la primera existía una estructura espacial organizada en tres grandes jurisdicciones: las parroquias, obispados o diócesis, y arzobispados11. Por la segunda categoría, que como tal se regía por una regla de la comunidad y tenía su propia organización espacial, existían provincias con un superior a la cabeza que dependía de los residentes en España. Esto no impedía que sus miembros estuviesen sometidos a la jurisdicción del obispo, con quien se enfrentaron en más de una oportunidad por las rivalidades existentes entre un grupo y otro; y que en función del número de representantes enviados al Nuevo Mundo y de las tareas apostólicas encomendadas sobre un territorio que dominaron cuando descubrieron su entorno y dibujaron en el mapa el área de su posible influencia, se dividieran en órdenes mayores y me-

La administración sacra implementada se basó en una iglesia misionera compuesta por comunidades monacales, nacidas entre los siglos XIII y XVI, que al finalizar las Cruzadas se habían propuesto difundir la enseñanza de Cristo mediante una predicación abnegada e incesante. Aunque fueron los frailes Jerónimos los primeros (1493) en instalarse en Antillas, serán los franciscanos los primeros en Tierra Firme (1514), seguidos por los dominicos (1526), agustinos (1533) y jesuitas (1566). Recién en el siglo XVII aumentará demográficamente el clero secular al poder controlar la Corona, el Consejo de Indias y la Santa Sede fácilmente a éste, ante los privilegios e influencias esgrimidos y alcanzados por aquéllos.

la orden de la merced

La «Real y Militar Orden de Nuestra Señora de la Merced, Redención de Cautivos» había sido fundada en 1218 en Barcelona, bajo los auspicios de Jaime I, el Conquistador, su ayo Pedro Nolasco y su confesor San Raimundo de Peñafort. Su finalidad era la redención de cautivos cristianos en manos del infiel, por ello a los tres votos comunes le habían agregado uno más: canjearse, si era necesario, por los prisioneros y secuestrados para obtener su libertad. La ocupación fundamental era recolectar limosnas para el rescate de los mismos.

Durante su primer siglo de vida, conforme a sus características, fue una orden reli-giosa-militar que también aceptó a laicos, lo que posibilitó que sus reglas no fueran

11ZURETTI, Juan Carlos, Nueva Historia Eclesiástica Argentina. Del Concilio de Trento al Vaticano Segundo, Itinerarium, Buenos Aires, 1972, p. 117.

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tan estrictas en cuanto al cumplimiento de una vida claustral. Por esto los mercedarios fueron aptos para participar como capellanes o vicarios castrenses en todas las expediciones de descubrimiento desde México hasta el Arauco.

Compartieron con los franciscanos y dominicos la evangelización de América, a la que llegaron por primera vez en el segundo viaje de Colón (1493). En 1514 ya tenían fundado su primer convento en Santo Domingo y de allí se expandieron hacia Guatemala, Perú, Tucumán, Bolivia y Chile.

Don Pedro de Mendoza llegó al Río de la Plata, en 1536, con fr. Juan de Salazar y fr. Juan de Almacia, quienes ejercieron su influencia sobre el Adelantado al traer con ellos la advocación mariana de la Virgen de Bonaria [Buen Aire], situada en Cagliari-Cerdeña-, donde los religiosos mantenían su devoción desde 137012. Desde entonces su presencia se hizo sentir preferentemente en el norte y centro del país, donde participaron con los conquistadores en la fundación y poblamiento de ciudades como Córdoba (1573) donde se les concedió una manzana para su convento.

Desde la ciudad mediterránea, llegó a Buenos Aires, en 1600, un hermano lego de la Orden de la Merced: fr. Francisco Martel. Proveniente de Cuzco en viaje a España, se había detenido en Córdoba en 1599 para reconocer el terreno asignado en la traza urbana para su comunidad. Su ubicación y despoblamiento llevaron a que el fraile comprara, con su dinero, otro mejor situado que donó a la Orden en 1601. El primitivo lote, mientras tanto, era adquirido por los dominicos.

En Buenos Aires, Martel tampoco encontró cenobio mercedario, pero por motivos distintos a los de Córdoba. En la Trinidad nunca había sido destinado terreno alguno a los Redentores por razones que Millé señala como de malevolencia hacia la orden mercedaria desde las esferas oficiales13. Nosotros creemos que esto puede haber obedecido más bien a rivalidades desatadas entre esta orden religiosa-militar y Garay, también militar, en Asunción, donde los mercedarios tenían una larga actuación desde 1540, y que luego se vería reflejada en el Repartimiento de Buenos Aires. Por otra parte, pensamos que la acción misional en el noroeste de la Gobernación necesitaba al Río de la Plata como soporte para recaudar la tan mentada limosna para la «redención de cautivos», hecho que recién sería efectivo, aun con grandes dificultades, transcurridos algunos años de la fundación de la Trinidad, por lo que los mercedarios no se movilizaron hasta este puerto sino hasta principios del siglo XVII.

12 BRUNET, José (0. de M.), Los mercedarios en la Argentina, Buenos Aires, s.n., 1973, p. 11. 13 MILLÉ, Andrés, La orden de la Merced en la conquista del Perú, Chile y el Tucumán y su convento del antiguo Buenos Aires. 1218-1804, Emecé, Buenos Aires, 1964, p. 223.

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Decidido Martel a abrir un espacio para su orden en Buenos Aires, procedió de la misma forma que en Córdoba. Ante las dificultades de lograr la cesión oficial de un solar dentro de la traza de la ciudad, por las conflictivas relaciones que para ese momento mantenían el gobernador y el obispo, adquirió, con sus fondos, la manzana que le pareció más conveniente en el lado sur de la ciudad. El terreno y su casa [lote 151-152, Repartimiento de 1583] estaba ubicado entre las actuales Chile, México, Perú y Bolivia, cerca del futuro Alto de San Pedro. Un protocolo de escribanos nos informa que el solar adquirido en 1601 por Martel habría sido anteriormente de Juan de Castro. Por su futuro accionar, suponemos que éste lo habría cedido a cambio de cierta "ayuda económica" que necesitaba y que el Padre tradujo a sus superiores como pago: "...y como tengo comprada otra casa para convento... en el puerto de Buenos Aires..."14 Lo obtenido, siguiendo nuestro pensamiento, le habría permitido a Castro comprar un solar en 160415. Sin embargo, su situación económica no debe haber mejorado puesto que en 1608 las propiedades que había donado a los Predicadores le fueron rechazadas por las deudas que las mismas cargaban. La llegada del Padre Provincial fr. Antonio Marchena (1601), ordenó la situación patrimonial de la orden en Buenos Aires, dado que reunido en Capítulo con otros sacerdotes que lo acompañaban, aceptó oficialmente, en nombre de la congrega-ción, la donación que hacía Martel del terreno por él adquirido, y consintió en per-mutar con los dominicos, ante un pedido de ellos, dicho solar, por el que tenían los Predicadores asignados en la planta urbana (lote Nº 35) desde 1583. Cabe preguntarse qué fue lo que llevó a aceptar el cambio. En primer lugar debemos pensar que fr. Marchena hizo un estudio del terreno, llegando a la misma conclusión a la que más tarde llegarían los dominicos con respecto a la ubicación del solar adquirido: alejado del centro cívico y comercial, no favorecía el acercamiento de los vecinos para la obtención de limosnas. En segundo lugar, hay que tener en cuenta que mudarse a un solar asignado a una orden en el momento de la fundación y repartimiento, era una forma de reinvindicar su no presencia en los actos legalizadores de los espacios determinados, una forma de revertir veinte años más tarde lo dispuesto por Garay. Por otro lado se convertían, en su nuevo domicilio, en la avanzada de la población hacia el norte, zona que estaba abandonada y que paradójicamente constituía las espaldas de la Iglesia, de la Plaza Mayor y del Cabildo, en una ciudad orientada por

14 Ibid, p. 144. 15 Ibid, pp. 231,395

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entonces hacia el sur por su puerto. Abrían una nueva área en la que no tendrían competencias religiosas hasta el siglo XVIII con la llegada de las Catalinas, y en donde el tiempo les retribuiría su alejamiento al convertirse el convento, por su construcción y permanencia, en el Convento Grande de San Ramón de Buenos Aires: casa destinada a la formación integral del personal de toda la provincia mercedaria de Santa Bárbara, además de residencia del provincial.

Volviendo a 1601, hallamos que la instalación en su nueva casa requería de la aprobación canónica correspondiente cosa que tuvo que dilatarse por estar la sede vacante ante el fallecimiento del obispo. La legalidad la dieron los hechos, puesto que fr. Martel fue el encargado de establecer la posesión concreta del suelo siguiendo los pasos ya conocidos por nosotros: la delimitación mediante tapias del lote, en primer lugar, y la edificación de las celdas y capilla de Nuestra Señora de la Merced, en segundo término. La pequeña iglesia era de barro y paja, muy baja, de piso de tierra, con un solo altar. El Comendador y responsable de esta etapa fue fr. Pedro López Valero, quien en 1603 dispuso de 500$ fuertes para la compra de los artículos de imaginería y culto que identificaban la casa de Dios y el convento.

El cementerio interior cerró el proceso de dominio del lote, pues el reposo final de fieles (Torres Briceño, Flores y Romero de Santa Cruz, Cabral y Alemán) y clérigos, dio a la morada un signo de permanencia y solidez que rápidamente se verificó en la expansión espacial de la orden. Fray Martel fue el encargado de llevar a cabo este proceso al ser autorizado por sus superiores, a cobrar en pesos de oro ¿plata, esclavos, ganados, mercaderías é bienes muebles y raíces, deudas y cuestaciones... y [a pedir] limosna16 para el convento porteño. La respuesta no se hizo esperar, ya que recibieron donaciones tanto oficiales (de la Real Tesorería, por 78$ corrientes de a ocho reales el peso para los ornamentos sagrados del altar), como privadas. Estas tomaron dos formas: en vida y testamentarias; las primeras divididas en urbanas y rurales tuvieron como benefactores en la ciudad a: Pedro Sánchez de Luque, con su cuadra de tierra en la nueva traza (1603) y a Francisco Martín de Saravia y Sra. con su medio solar (1700); y en las afueras, obtuvieron de Juan de Vergara un terreno situado en la rivera del Paraná (1641)17. Los legados dispusieron dádivas para la caja de redención de cautivos, misas pagas en el templo y capellanías sobre bienes (según los años, alcanzaron rentas de

16 GALARCE, A., Bosquejo de Buenos Aires, Stiller & Lass, Buenos Aires, 1887, Tomo I, pp. 614-615. 17 TRELLES, M. R., Registro estadístico de la provincia de Buenos Aires, Berheim y Boneo, Buenos Aires, 1868, Tomo I, p.l2. MILLÉ, op. cit., pp. 140-179.

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400$) como lo hicieron María Bracamonte y Anaya18, Isabel de Frías Martel, Martín Rebolledo y José de Alvarado.

La manutención de la orden fue sin embargo difícil, como lo demuestra el obispo Lizárraga al señalar que en 1609 no tenían rentas fijas. El asfixiante cinturón monopólico que sufría Buenos Aires hacía que los bienes recibidos o adquiridos carecieran de valor por la falta de juego económico de la plaza. Los frailes se vieron entonces obligados entonces a hacer valer el real permiso de matanza de ganado cimarrón para la obtención de cueros, cuya venta iría a parar a la caja de redención de cautivos, o mejor dicho a su propio sostenimiento. Esta actividad los involucrará, con el tiempo, en una denuncia de contrabando con los holandeses19.

La actividad apostólica de los frailes con los indios y españoles no recibió opiniones favorables a ellos. La primera la recogemos de Hernandarias, quien en 1616 señalaba que los mercedarios utilizaban a los indios de las reducciones de la Trinidad para trabajar en sus casas de Buenos Aires y Santa Fe. El gobernador Góngora habló en el mismo sentido al decir que los indios eran utilizados por «delincuentes» amparados por los Redentores. Con motivo de la peste de 1653 no parece que hubieran colaborado mucho en la atención de los enfermos, pues sólo se mencionan a franciscanos, dominicos y jesuítas, puntualizando que su convento debió ser reformado para la atención de los enfermos20.

La cumbrera de la Merced se mantuvo inalterable durante todo el siglo hasta 1674 cuando un nuevo templo reemplazó a las viejas paredes, llegando recién las definitivas en 1750 con la asistencia de arquitectos jesuítas y de importantes vecinos como los Arrelano, Arpide. El siglo XIX y Rivadavia transformaron el cenobio, mediante la expropiación de 1824, en la Sociedad de Beneficencia, institución que prestigió la zona al norte de la Catedral al convocar a sus vecinos más cercanos, como los Mitre, y al rodearse, con el paso del tiempo, de las actividades económico-financieras y sociales propias de la Capital del país. El templo pasó a la curia eclesiástica y el resto del patrimonio urbano fue vendido a particulares o adquirido por el Estado para sus dependencias21

18TRELLES, M. R., Revista del Archivo General de Buenos Aires, Buenos Aires, s.n., 1869, Tomo III, pp. 205-209. 19MILLÉ,op. cit ,p.l66. 20 CARBIA, Rómulo, Historia eclesiástica del Rio de la Plata, Buenos Aires, s.n., 1914, Tomo I, p. 67. CAYETANO, Bruno, Historia de la Iglesia en la Argentina, Ed. Bosco, Buenos Aires, 1966, Vol. II, p.109. MILLÉ, op. cit., p. 165. 21GALARCE, op. cit., Tomo I, p. 623.

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Cuando la orden fue restablecida, no pudieron los frailes recobrar el convento ni la iglesia, por lo que se ubicaron en las afueras de la ciudad, hoy barrio de Caballito, donde en la intersección de la Avenida Gaona y Espinosa, erigieron en 1893 la basílica de Nuestra Señora de Buenos Aires. Recién en 1963 se les restituyó su primitivo convento, que transformó parte de sus claustros de Reconquista, 269 en aulas de la Universidad Católica Argentina y sede de la Junta de Historia Eclesiástica.

Esta congregación, que sola en los «extramuros» de la urbe esperó el tropismo que sufrió la ciudad de sur a norte, sufrió, al igual que los dominicos, el peso de las medidas rivadavianas de 1822. Sin embargo, permanecieron en medio del vértigo financiero de la zona, como un volver a reafirmar lo que los caracterizó desde su llegada a una ciudad que no los había tenido en cuenta: la perseverancia en el espacio conquistado: ayer, en el despoblado barrio, hoy rodeado del mundo bursátil.

conclusión

Buenos Aires, en 1580, no escapó a la regla general del resto de las ciudades de América Latina, puesto que contó con los símbolos del poder: cruz, estandarte real, palo de justicia y damero, que impusieron fronteras y tapias al horizonte, desde el mismo momento de la planificación urbana. Plazas, calles, manzanas y templos trazados de antemano, antes de que hubiera vida, trataron de reproducir en poco tiempo lo que en España había llevado siglos. En esta tarea colaboró la arquitectura templaría que recreó un paisaje que satisfizo las necesidades de seguridad, protección, amistad y reconocimiento, y sujetó a los habitantes a un espacio que en sucesión infinita, harían ciudad e historia. Con este fin, la Iglesia cumplió varias funciones: asesoró y representó a las autoridades en cada circunstancia en que se requirió su colaboración, y legalizó, organizó y registró aquellos actos de su competencia que producían concomitantes efectos en el orden civil: la fe de bautismo (registro de personas), las actas de matrimonio (válidas para el derecho civil) y las constancias de sepelio (acta de defunción).

Este accionar, que contribuyó a la repoblación, hizo que Buenos Aires no sólo fuera una ciudad católica, sino que funcionara como tal: con campanadas que ritmaban el tiempo y las actividades, vociferando los acontecimientos tristes o alegres de la ciudad, con procesiones del Santo Patrono, con ceremonias por la coronación o muerte del rey, y con bandos y Reales Cédulas leídos en los atrios tras la misa.

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La instalación del templo mercedario como edificio de culto, como comunidad inmediata y superior del individuo, y como circunscripción menor de la administración eclesiástica, reforzó la estructura edilicia urbana. Tuvo un espacio y un nombre propio que lo diferenció de los otros y permitió su reconocimiento social por medio de los rezos, limosnas, diezmos y últimas voluntades que hacia él se dirigían. Sin embargo, no fue algo inamovible, donde sólo se impartían servicios y descansaban los muertos; fue también funcional pues generó un espacio social que lo hizo visible, público, permanente y abierto a todos y a todas las situaciones de la vida comunitaria, donde se conectaban vivos y muertos a través del recuerdo, oraciones y sufragios, y desde donde, como agente de socialización se trató de homogeneizar las actitudes de la población transformando a la sociedad civil en feligresía y promoviendo o facilitando la adhesión de ésta al lugar al que pertenecía.

Como en las demás ciudades de América, el Convento de la Merced se encargó de comunicar a Buenos Aires una cierta expresión estética. Junto a los otros templos convirtió a la ciudad en la dudad-convento, con un paisaje urbano integrado, donde las cumbreras constituyeron los centros de atención y referencia de un ambiente homogéneo.

La base material religiosa de este ambiente, más allá de la asignada y/o donada, fue producto de inversiones inmobiliarias eclesiásticas, que demostraron una capacidad de organización semejante a la de los laicos. Valiéndose de mecanismos temporales semejantes a los que necesitaban para cumplir con su misión universal, las Leyes de Indias, el clero estuvo capacitado para poseer bienes raíces, como se vio en el caso en estudio.

Una actitud de avanzada caracterizó a los mercedarios por ubicarse en el "barrio" norte de la ciudad, que recién se abrió a la actividad y especulación a principio de este siglo. El devenir del tiempo, encontró al templo en su solar original, aunque con un entorno transformado donde la silueta religiosa había sido trocada por el progreso de las oficinas.

La Orden Mercedaria fue sin lugar a dudas importante en la organización del espacio de Buenos Aires porque: adquirió por si misma una dinámica espacial propia que le permitió independizarse de la merced real de tierras; respondió a los postulados laico-religiosos del Estado español al servir como un elemento de dominio, contención y anclaje de la población; cumplió con su fin misional, inmediato; y porque definió las esferas públicas y privadas de la ciudad, impulsando un perfil arquitectónico que la identificó y diferenció en el horizonte.

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estructura social de buenos aires y su relación con el espacio colonial (1580-1617) araceli n. de vera de saporiti*

introducción

La ciudad, en cuanto forma de vida, parece ser el resultado de una solución típica-mente humana de organizar la vida de la sociedad con una autonomía más o menos amplia respecto del mundo físico; una forma de organización de las relaciones sociales en el espacio y en el tiempo a la que el hombre llega cuando se cumplen ciertas condiciones. La ciudad es el marco propio de la historia punto de concen-tración máxima del poderío y de la cultura de una comunidad. En sentido estricto, solo hay historia cuando aparecen las ciudades y hasta que son fundadas, todo son, si acaso, preparativos; pero al decir de Romero, "la fundación más que erigir la ciudad física, creaba una sociedad'", cuya característica relevante es la deliberada complejidad social. Planteado el tema urbano y considerado como una forma par-ticular de organizar el proceso social, la ciudad puede ser así entendida como un espacio o entorno "sencillamente un hecho social, un fenómeno concreto que se impone a todos los miembros de la sociedad, sin imponerse a la sociedad en sí misma", como afirma Milton Santos2.

* Profesora de la Universidad de Buenos Aires, Facultad de Ciencias Económicas. 1 ROMERO, José Luís, Latinoamérica: las ciudades y las ideas, Ed. Siglo XXI, 1976, p. 13. 2 SANTOS, Milton, Por una geografía nueva, Madrid, Ed. Espasa Calpe, 1990, p. 160.

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En la segunda mitad del siglo XVI, la fundación de la Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Santa María de Buenos Aires, obedeció a poderosas razones geopolíticas y económicas. En rigor nació como resultado del impulso de las regiones mediterráneas del sur en demanda de una salida autónoma, que evitara su dependencia de los puertos del Pacífico y una puerta abierta, para alcanzar la relación directa con España a través del Atlántico3. Pero la ciudad no surgió solamente por aquellas causas, ella fue también el resultado de una política de colonización de la Corona de España, que aspira a ejercer el dominio efectivo de los territorios que yacen al Este de la línea de Tordesillas. El acto de Garay del 11 de Junio de 1580 daría vida jurídica a lo que es hoy la capital de la República Argentina centro simbólico del estado nacional. Una vez terminada la ceremonia fundacional, se le dio vida física a la ciudad, se procedió de inmediato a la organización del espacio colonial y más tarde al repartimiento de indios de la jurisdicción que habían de ser encomendados.

La nueva ciudad, residencia oficial de autoridades políticas y eclesiásticas, acumularía sucesivamente diversas funciones: portuaria, mercantil, fortaleza militar, mercado consumidor y más tarde capital de la gobernación del Río de la Plata (1617), antes de llegar a serlo del Virreinato del Río de la Plata. Desde la fundación hasta 1593 dependió del gobierno del Paraguay, provincia del Río de la Plata, cuya capital había establecido Domingo Martínez de Irala en 1541 en Asunción del Paraguay. A partir de 1593, el Río de la Plata constituirá una provincia menor a cargo de un gobernador y teniente de gobernador para cada una de las ciudades subalternas, estaba sometida en lo político al Virrey del Perú y en lo judicial a la Audiencia de Charcas. La Provincia Rioplatense era tan extensa que fue preciso dividirla, en consecuencia la Real Cédula del 16 de diciembre de 1617 creó dos gobernaciones separadas, la del Guayrá y la nueva del Río de la Plata. Esta organización político-administrativa perduró hasta la creación del Virreinato del Río de la Plata en 17764. Desde la perspectiva de una común preocupación por las dimensiones física y social de la ciudad, nos proponemos demostrar que la estructura social primitiva de la ciudad de Buenos Aires, mediante las relaciones de propiedad de la tierra, instauró un sistema socio-espacial jerárquico impuesto por la Corona de España, a través de sus agentes .

3 ROMERO, José Luis, op. cit., p. 50. 4 ZORRAQUIN BECÜ, Ricardo, La organización política argentina en el período hispánico, 3ra. Ed., ed.

Perrot 1967, pp. 98 y 151

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El estudio de la estructura social debería abarcar la observación y análisis completo de los grupos sociales que es dable percibir en su ámbito, pero los propósitos de este trabajo son mucho más modestos: se limitan al estudio del grupo fundacional y primeros pobladores que arribaron y se establecieron en la ciudad en sus primeros años de vida (1580-1617), es decir, en el momento previo a la creación de la gobernación del Río de la Plata.

La historia urbana en cuanto a la fundación de la ciudad, la organización de su espacio y al gobierno municipal, sirvió como base para la reconstrucción de la estructura social primitiva de Buenos Aires; las fuentes documentales y cartográficas nos proporcionaron los datos necesarios para la identificación de los beneficiarios en el reparto de tierras e indios en encomienda y, el conocimiento del espacio organizado por Garay en el período estudiado, aunque no siempre fuese efectivamente ocupado por aquellos a quienes había sido asignado.

Los datos extraídos de las fuentes documentales permitieron confeccionar un Inventario de los Bienes Fundiarios y de las Encomiendas de Indígenas asignadas por Don Juan de Garay a los fundadores y primeros pobladores de Buenos Aires (1580-1583)5. El Inventario nos posibilitó visualizar en su conjunto el proceso de reparto de tierras e indios y la distribución de los cargos y competencias, como así también, crear una planimetría del espacio colonial, organizado por el Fundador, como medio de verificación de nuestra hipótesis de trabajo. Se tomó como base para la elaboración cartográfica el Plano del Repartimiento de la traza hecha por Garay en 1583 (Fig. I; ver página 62) y el trabajo de Taullard Los planos más antiguos de Buenos Aires (Fig. II) que ilustran el proceso de reparto en el plano de la ciudad (cada manzana, solar o cuadra tiene un número correlativo de 0 a 232 a fin de identificar a cada uno de los beneficiarios en el reparto, posteriormente se pudo componer sobre el espacio, un mapa social (Fig. III; ver página 63).

Para facilitar el análisis de la relación entre la estructura social primitiva de Buenos Aires y su espacio colonial, sobre la base del Inventario General y de los Subinventarios6, se establecieron las siguientes categorías de análisis, según espacios asignados a:

5 de VERA, Araceli N., Estructura social de Buenos Aires y su relación con el espacio colonial (1580-1617), Tesis de licenciatura dirigida por Elena M. Chiozza, Bs. As., Div. Historia Dto. de Ciencias Sociales, U.N.L., 1997 (inédita), pp. 89-92. 6 Ibid., pp. 93-96.

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* Fundadores: este grupo está integrado por los conquistadores y primeros pobladores que vienen con Garay y tienen acceso a todas las formas de reparto de la tierra.

* Pobladores tempranos: este grupo llega a la ciudad una vez fundada y cada poblador tiene asignado un solar en la planta urbana. La mayoría no tiene acceso a las cuadras.

* Espacios de reserva: son espacios vacíos que no fueron asignados en el reparto de Garay. Los documentos consultados en donde se identificaron a cada uno de los fundadores y pobladores tempranos corresponden al: Acta de fundación de la Ciudad7 y a los repartimientos efectuados por Don Juan de Garay: A) de la planta urbana en 1583, traza de la ciudad; B) de los repartimientos de tierras fuera de la planta y de ejido de la ciudad del 24 de octubre de 1580, las suertes de chacras8 (bienes rurales-suertes hasta 500 varas de frente) y las suertes de estancia9 (bienes rurales 3.000 varas de frente; C) del reparto de encomiendas de indígenas del 28 de marzo de 1582, a los vecinos de la ciudad de Buenos Aires efectuada por Juan de Garay en la ciudad de Santa Fe10 y d) las Actas del Extinguido Cabildo de la ciudad de Buenos Aires años: 1589, 1590, 1591 (Acuerdos del 21 de enero) y 1605 a 1617 existentes del período en estudio11. Respecto a las fuentes cartográficas, los planos consultados que poseen el registro de la totalidad del espacio organizado son: a) la planta urbana de Garay: Repartimiento de solares de 1583 (Fig. I) y b) el plano de Manuel Ozores12, único plano que se conoce de la primera mensura oficial de la planta urbana realizada en 1608. Se trata de una versión o copia hecha casi dos siglos más tarde por el piloto agrimensor Manuel Ozores quien, a requerimiento de la Junta de Propios, la presentó a dicho cuerpo municipal en su reunión del 5 de septiembre de 1792; además de la planta, este plano permite apreciar los límites de ejido y la distribución territorial fuera de éste.

7 TORRE REVELLO, José, Acta de fundación de la ciudad de Trinidad del Puerto de Santa María de Buenos Aires. El 11 de junio de 1580, Edición conmemorativa del 375 Aniversario de la Fundación, Bs. As., Ed. Institución colonial española, 1955.

8 TAULLARD, A, Los planos más antiguos de Buenos Aires. 1580-1880, Bs. As., Ed. Peuser, 1940, pp. 12-14.

9 Archivo Municipal de la Capital, Actas del Extinguido Cabildo de Bs. As., Libro II, años l6O9-l6l4, Bs. As, 1886.Introducción, p. LIII.

10 TRELLES, Manuel R., Registro Estadístico de la Provincia de Bs. As., Tomo 1,1862, pp. 92-95. 11 Archivo General de la Nación, Actas del Extinguido Cabildo de Buenos Aires, Tomo I, Libro I, años 1589-

1591,1605-1607, Bs. As., 1907 A.G.N., Actas del Extinguido Cabildo de Bs. As., Tomo II, Libro I, año 1608, Bs. As., 1907. Municipalidad de la Capital, Actas del Extinguido Cabildo de Bs. As., Libro II, 1609-1614, Bs. As., Imprenta Coni, 1886.

12 TAULLARD, op.cit, p. 26.

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Respecto a las fuentes bibliográficas, se ha recurrido a la consulta de obras de reconocida autoridad, que han proporcionado la información relacionada directamente con el tema de la ciudad, y específicamente el de la Ciudad de Buenos Aires. Nuestra investigación parte del conocimiento de que el Estado -en el caso de la ciudad de Buenos Aires encarnado en la persona de don Juan de Garay- juega un papel decisorio y decisivo en la selección del sitio y configuración de la traza de la ciudad-puerto que se funda el 11 de junio de 1580. Admite que el espacio geográfico es una creación social y que, más allá de las influencias recíprocas que puedan registrarse entre sociedad y espacio a lo largo del tiempo, éste es en gran medida un reflejo de la sociedad que lo modela. planta urbana a)organización de la traza hecha por Juan de garay en 1583 Las leyes españolas no sólo regulaban la formalidad de la fundación de una ciudad, sino también su organización espacial, la que se verificaba en el trazado y ejecución de la planta urbana que debía repetirse: "... por sus plazas, calles y solares a cordel y regla, comenzando desde la Plaza Mayor y sacando desde ella las calles y las puertas y caminos principales..."13 En base a esta legislación, procedió el fundador a la organización de la planta urbana. Al respecto, la copia del plano parcelario de Garay de 1583 (Fig. I), tiene una inmensa potencialidad como fuente de información, además de constituir el punto de partida del origen de la población urbana y rural. El trazado de la ciudad, prevaleciendo criterios geométricos, adoptó la forma de una cuadrícula dentro de un rectángulo compuesto por 144 manzanas o cuadras14, las cuales tendían de frente 140 varas. Distribuidas siete hacia el norte, nueve hacia el sur (la división norte-sur tiene como eje la actual calle Rivadavia15. Y hacia el interior, constituían el recinto de la ciudad.

13 Leyes de Indias, Tomo II, Libro IV, Título VII, p. 19. 14 TAULLARD, A., OP. CIT.,p.l5. 15 Al mencionar las calles, se hará con los nombres actuales para mayor claridad.

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De la lectura de ésta planta en damero, con calles rectilíneas de 11 varas de ancho cruzadas en ángulo recto, podemos dividir la ciudad en dos zonas: la de los solares (1/4 de manzana), al este, y la de las cuadras (una manzana), al oeste, siendo las actuales calles Chacabuco-Maipú el límite entre ambas zonas (Fig. III). A continuación analizaremos la organización del espacio en la zona de solares, aplicando las categorías de análisis según la asignación espacial. La zona que constituye el casco urbano, se estructuró en torno a la Plaza Mayor, donde se localiza¬ron los principales edificios públicos y se concentraron las actividades de orden cívico, religioso y comercial, abarcando el perímetro comprendido por las actuales calles: 25 de Mayo, Balcarce, Estados Unidos, Chacabuco, Maipú y Viamonte. El área puede ser divida, tomando como eje la actual calle Rivadavia, en: Catedral al Norte y Catedral al Sur (según la división de la ciudad en parroquias de 1769). En principio, cada una de las manzanas urbanas habría de subdividirse en cuatro solares, adjudicándose a la suerte uno de ellos "a cada soldado", Auto 17/10/158016, pero en realidad en el plano de distribución de solares de la planta de la ciudad, con un total de 64 manzanas, se hallaba subdividida de la siguiente forma: 46 manzanas, centradas en la plaza y paralelas a la ribera, fueron divididas en cuatro solares, adjudicados a los fundadores y pobladores tempranos, y 18 mantuvieron su unidad. Estas últimas indivisas, fueron destinadas a espacios públicos, a las instituciones (civiles y religiosas), viviendas de los vecinos (fundadores y pobladores tempranos) y a espacios de reserva. Siguiendo con nuestro análisis de la organización espacial, trataremos la zona de las cuadras que comprendían las cinco filas siguientes, hacia el oeste de la zona de solares. Las cuadras fueron espacios en principio destinados a huertas, en total de 80 fueron distribuidas entre: fundadores (55 cuadras), pobladores tempranos (12 cuadras y media) y espacios de reserva (12 cuadras y media). Quedaban comprendidos dentro del perímetro, señalado por las actuales calles: Maipú, Chacabuco, Estados Unidos, Salta, Libertad y Viamonte. Estos espacios (cuadras), fueron afectados para el alojamiento de comunidades indígenas, que no tuvieron acceso a la propiedad de la tierra en la planta. El eje Chacabuco-Maipú marcó el límite entre el mundo español y el indígena; aquél residía en la planta de solares y estaba integrado por los conquistadores y los vecinos de la ciudad, que a causa de los beneficios recibidos se distinguían por sus privilegios y por el dominio que ejercían tanto sobre los indios como sobre el terreno que ocupaban. 16 RAZZORI, Amílcar, Historia de la ciudad argentina, Tomo I, p. 387

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Por todo lo expuesto, podemos señalar que la sociedad que se instaura, formada por grupos sociales de condición legal y espacial distinta, estaba dividida en dos segmentos: uno que vivió e hizo la ciudad, ubicado en la zona amanzanada, de solar conocido, gozando de todos los privilegios y otro, el de los que no tuvieron acceso a la propiedad de la tierra, y que estaban fuera del área de los solares, ocupando las cuadras, propiedad de los primeros. b) el espacio urbano institucional Los edificios públicos necesarios para el funcionamiento de la nueva ciudad, aparecen definidos espacialmente: el Fuerte, residencia del Adelantado, el Cabildo y la Catedral. El fuerte y residencia del Adelantado, hoy la Casa de Gobierno, se hallaba ubicado fuera de la traza de Garay de 1583, y frente a la manzana n° O17 reservada al Adelantado Juan Torres de Vera y Aragón (en la actualidad, se encuentra allí la Plaza de Mayo). Su ubicación constituía el lugar más estratégico para la defensa del territorio. Comenzó a construirse en 1594, en el mismo solar que, por elección del Adelantado, se había elegido en 1580 como lugar para residencia de los gobernadores. El Cabildo y la cárcel funcionaron en el fuerte hasta 1608; luego, contemporánea a la mensura y traza definitiva de la ciudad, comenzó la construcción de su primer edificio en el lugar asignado en la traza originaria (solar n° 51), el que actualmente ocupa. Constaba de "una sala y un aposento"; la primera estaba destinada a las reuniones del Cuerpo y la segunda a la prisión. Las numerosas iglesias que el fundador proyectó convirtieron a la aldea en una ciudad convento18; este hecho se relaciona con la ubicación de la población, cuyas capas más altas estuvieron firmemente vinculadas a la distintas órdenes religiosas y a sus templos. A la iglesia de Buenos Aires, que fue erigida en Catedral por el primer obispo Fray Pedro Carranza en 1621, destinó Garay el cuarto de manzana que hasta hoy ocupa, en la esquina de las calles Rivadavia y San Martín (solar n° 2). A la Iglesia de Santo Domingo, le asignó, en 1583, la manzana n° 35 (Reconquista, 25 de Mayo, Pte. Perón y Sarmiento), que la Orden cedió después a los Mercedarios (actual Iglesia de La Meced ). Los Dominicos edificaron en 1603 su convento y capilla en el sitio que hoy ocupan (Defensa, Belgrano y Venezuela), y que Garay había destinado en parte a Domingo de Irak (solar n° 125) y Alonso Gómez (solar

17 Para la ubicación espacial de cada uno de los lotes mencionados, ver Fig. II. 18 ASLAN, L. y JOSELEVICH, I., entre otros, Buenos Aires. Monserrat. 1580-1970, Bs. As., U.B.A.,

Facultad de Arquitectura y Urbanismo, 1990-1991, P-14.

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n° 126), dos de los fundadores. Los franciscanos levantaron en la manzana n° 122 (Defensa, Balcarce, Moreno y Alsina), un pequeño convento y capilla, que terminaron en 1589. Años más tarde se instaló, contigua a ésta, la Capilla de San Roque, que se finalizó en 160119. El Hospital, que había de denominarse "San Martín", en homenaje a San Martín de Tours, Patrono de la ciudad, debía ocupar la manzana n° 36, comprendida entre las calles Sarmiento, Corrientes, Reconquista y 25 de Mayo. El Cabildo, según consta en Actas del 7/2/1611 y 20/3/161120, considera que la ubicación elegida por el Fundador no se adecuaba a las necesidades de la ciudad, determinando en consecuencia que: "sería más útil y conveniente hacerlo en el camino que va al Riachuelo donde esta más cerca del comercio". Así se hizo, construyéndose en aquel año una pequeña ermita y hospital que se denominó "San Martín de Tours y de Nuestra Señora de Copacabana", en la manzana de México, Defensa, Chile y Balcarce, A mediados del siglo XVIII, el Rey lo convirtió en Hospital General y en 1748 pasó a cargo de los padres Bettlemitas. A partir de lo expuesto podemos decir que las iglesias y el hospital se movilizaron en el espacio siguiendo las necesidades propias del desarrollo del la ciudad que irá jerarquizando la zona sur. Vecina al puerto del Riachuelo, que con el tiempo se convertirá en un área de activo tráfico comercial. El espacio de la Plaza Mayor sirvió desde los primeros momentos de la fundación para albergar a su alrededor no sólo los edificios públicos, sino también las viviendas de los principales pobladores. Desde el repartimiento de solares se reafirma el carácter central de la Plaza, pues cada terreno, y por ende cada futura casa-habitación encontraban en la mayor o menor distancia a ella su prestigio y valoración relativa. Este espacio público fue desde entonces el centro de la vida ciudadana; allí, los primeros pobladores desarrollaron un abanico de actividades que demostraban el dinamismo de la ciudad. c) grupos originarios beneficiarios en la planta urbana Luego de analizar la organización del espacio en manzanas y cuadras en la planta de la ciudad según la traza de Garay de 1583, se identificó y se localizó espacialmente, en primera instancia a cada uno de los beneficiarios (fundadores) del reparto de tierras, a fin de demostrar que desde la hora inicial, mediante las

19 TAULLARD, A., op. cit .,p.35. 20 Archivo Municipal de la Capital, Actas del Extinguido Cabildo de Buenos Aires, Libro II, años 1609-1614, pp. 203 y ss.

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relaciones de propiedad de la tierra, se instauró un sistema socio-espacial jerárquico en el nuevo mundo. Es necesario aclarar que en total participaron en la fundación de la ciudad de Buenos Aires, 66 personas (incluyendo a Juan de Garay), pero debemos considerar que este reparto inicial que estamos analizando, al conquistador Alonso de Vera "El Tupí " no le fue asignado ningún predio en la planta21. Los pobladores tempranos (llegaron a la ciudad posteriormente a la fundación): este grupo, en gran medida, estaba vinculado directamente al éxito de la segunda fundación de la ciudad; por efectivizar la finalidad real de ocupación permanente, fue reconocido y beneficiado por Garay, asignándoles un solar con nombre y apellido, como atestigua la copia del plano de 1583 (Fig. I). La mayoría de los integrantes del grupo (79 personas) no va ha tener acceso a las cuadras, ya que habían sido repartidas casi en su totalidad entre los fundadores.

Estos grupos originarios, que se arraigaron con dificultad en un Buenos Aires que crecía

y se urbanizaba lentamente, formaron no sólo la nueva comunidad rioplatense, sino que se convirtieron por su carácter de propietarios fundacionales en el grupo que orientaría la evolución territorial de la ciudad y sus alrededores. Planteados los términos (organización de la traza y grupos beneficiarios) que integran el Repartimiento de la planta urbana de 1583, es conveniente sintetizarlos. El siguiente cuadro permitirá observar cómo se organizaron y distribuyeron los espacios entre los diferentes grupos propietarios, las instituciones y los espacios que quedaron de reserva en la planta de la ciudad de Buenos Aires (Fig. III).

21 ALONSO de VERA "El Tupí": conquistador que participó de la fundación de la ciudad de Buenos Aires y luego partió

hacia España bajo una misión expresa de Juan de Garay.

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Planta de la ciudad

De los datos del cuadro precedente, se puede concluir que: a) Del total de los solares (256), adjudicó 197 disponibles para la vivienda en la

planta urbana a un total de 144 personas. b) La zona de los solares de la planta urbana la dividió prácticamente en igual

número de predios, 98 entre los fundadores y 99 entre los pobladores tempranos. Respecto a la ubicación norte-sur, se establece una pequeña diferencia entre los fundadores y los pobladores tempranos, ya que repartieron más solares hacia el norte (51), zona privilegiada por Garay, entre los fundadores, que hacia el sur (47) y 43 hacia el norte y 56 hacia el sur entre los pobladores tempranos, estable ciéndose así una distinción según la ubicación espacial de los grupos originarios.

Las evidentes diferencias entre los grupos las podemos observar en la adjudicación de las cuadras: de un total de 80, de cincuenta y cinco, fueron distribuidas entre el grupo fundador, que resultó el más favorecido, pues accedió a un espacio que le abría un conjunto de posibilidades para las actividades productivas y ade-

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más para el alojamiento de los grupos indígenas que prestaban servicio y aportaban mano de obra. Las 12.5 cuadras siguientes fueron repartidas entre los pobladores tempranos, otorgando en propiedad una a cada uno; se observa así claramente la desigualdad en los beneficios recibidos. c) Los espacios vacíos conforman un total de 37 solares y 12.5 cuadras cuyo destino previsto por Garay desconocemos aún. d) Los espacios institucionales, en total 22, fueron tema específico en las páginas precedentes. La posesión de la tierra fue la base socio-económica de los primeros tiempos y tuvo un papel preponderante en la jerarquización social. El Reparto de tierras fue importante porque el Estado lo incluyó entre los premios a los conquistadores y porque lo utilizó como un medio para fomentar la colonización. En esta etapa inicial de ocupación, en la que se otorgó la propiedad de la tierra, apreciamos diferencias con respecto a la superficie otorgada entre los beneficiarios. Es sin duda aquí donde comienza la jerarquización social, puesto que la concentración de la propiedad en manos del grupo de los fundadores la observamos con claridad en la planta de la ciudad, lo que significaba una neta diferenciación de los propietarios de extensiones más o menos grandes y los pobladores tempranos, que por lo general tenían un solo lote, lo que significará una ubicación más baja en la escala social. Así emergía como estructura social dominante el grupo de los fundadores. Conclusión

La fundación de una urbe constituye una expresión de la individualidad regional que es más forma y símbolo de una relación social integrada. La ciudad existe en función de un vínculo hombre-espacio que no se agota en la planificación urbanística. Tras los momentos iniciales del nacimiento citadino, aparecen formas de vida nueva que le son propias. Buenos Aires, como ejemplo de lo expuesto, cumplió con cada una de las pautas que el devenir de una ciudad tiene en sus inicios. A lo largo de las páginas precedentes, hemos intentado explicar esos primeros pasos en el lapso comprendido entre 1580 y 1617, durante el cual espacio y sociedad fueron las variables sobre las que se desarrollaron y analizaron los hechos. La estructura espacial, es decir el espacio organizado por el hombre para satisfacción de sus necesidades en cuanto a sus modificaciones, como las demás estructuras sociales, depende de varios factores: uno de importancia primordial correspon-

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de al Estado, por cuanto él es el que toma la decisión de ordenar o reordenar el territorio para asegurar su dominio, como afirma Milton Santos22. La organización del espacio colonial fue el resultado del voluntarismo imperial, el que estableció las pautas para la ocupación y el ordenamiento del territorio en América. La conquista y la colonización española repartieron tierras en grandes extensiones y, graduando la concesión de las mismas, premiaban los méritos de sus servidores, de tal manera que, mediante las relaciones de propiedad, instauraron un sistema social jerárquico en el Nuevo Mundo. La sociedad y el espacio aparecen así íntimamente entrelazados. Cabe aclarar que la sociedad que se instaura en Buenos Aires estaba diferenciada en grupos de condición legal distinta, reposando sus bases sobre la desigualdad y el privilegio. El presente estudio permitió establecer valoraciones de la incipiente sociedad porteña. Los grupos originarios fundadores y pobladores tempranos de Buenos Aires tuvieron derecho a la propiedad de la tierra en calidad de "vecinos", no así el grupo inicial de los indios "amigos", que acompañaron al Fundador, que estaban en situación de dependencia respecto a la ciudad, debiendo responder a ella sin participar en su vida política. La condición de vecino gravitó en la asignación del espacio. Los fundadores emergieron como grupo dominante de la estructura social lo que nos permite afirmar que:

* Desde los primeros repartos surgió un grupo de élite. * La estructura inicial de la sociedad, mediante sus relaciones con la propiedad de la

tierra, instauró un sistema socio-espacial jerárquico. * El grupo de los fundadores se convirtió, por su carácter de propietarios-fundadores, en

el grupo que orientará la evolución territorial de la ciudad y sus alrededores. Ninguna esfera de la vida ciudadana fue ajena a este grupo que conformó, quizás, el grupo más multifacético de la sociedad colonial, ya que, por lo general, desempeñó múltiples actividades (funcionarios de la Corona, comerciantes, mercaderes y profesionales). Esta multiplicidad de tareas reforzó su posición central, al ponerlos en contacto con miembros de otros grupos. La élite terrateniente asumió también la posición de mando en la milicia local, el rango militar fue un importante signo de pertenencia a la élite y un preciado sentido de "servicio al Rey".

22 SANTOS, Milton., op.cit., p. 163.

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El Consejo municipal brindó también a los propietarios un foro político de acción donde la participación fue un signo distintivo de su elevada posición. Este grupo monopolizó la administración de la ciudad, por lo tanto la tarea de establecer y reglamentar la vida urbana ocupó la atención del Cabildo durante los primeros años, en los que sus miembros dedicaron sesiones íntegras a planificar la expansión de la ciudad. En el caso particular de Buenos Aires, el acceso a la propiedad de la tierra evidentemente tuvo un papel preponderante en la evolución y jerarquización de la sociedad colonial. La posesión de tierras fue la única fuente de riqueza y prestigio que permitió el ejercicio de los derechos políticos coloniales y fue garantía de respeto y de derecho privado. La estructura social primitiva de Buenos Aires, mediante el reparto de tierras de Garay, las mercedes de los gobernadores, el cabildo y aún la autogestión propia, entró en el juego de la producción espacial urbana, lo que determinó en el caso porteño, instaurar un sistema social jerárquico considerando que poseer y heredar tierras del reparto original, no era lo mismo que acceder a las mismas por medio de la compra u otras vías de acceso. La localización privilegiada como reflejo de la jerarquización de los espacios sufrió a lo largo del tiempo los vaivenes de un sociedad que buscó definirse por sí misma al rotar la orientación citadina del norte continental, proyectada por Garay, al sur portuario que los grupos fundacionales dirigentes consolidaron con el paso del tiempo. Con todos estos elementos de juicio podemos volver a releer nuestro mapa Estructura social del espacio urbano según el Repartimiento de la traza de Buenos Aires hecha por el General Juan de Garay, e interpretar bajo una nueva luz la significación de la traza de la ciudad realizada por Juan de Garay a la hora de la fundación y el sentido de las asignaciones territoriales establecidas en los documentos fundacionales de Repartimiento de 1583. Así, los documentos reproducidos en la página 5, tantas veces repetidos por cuantos han historiado a la ciudad, se convierten en fiel reflejo de la sociedad que se instalaba. Somos conscientes que cada tema y subtema es susceptible de una investigación particular. Creemos que el conjunto aquí presentado permite arribar a una serie de conclusiones que abren nuevos caminos de investigación sobre nuestro objeto de estudio: la relación entre espacio-estructura social y propiedad en el casco histórico de la ciudad de Buenos Aires entre 1580-1617.

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el neogranadino y la organización de hegemonías contribución a la historia del periodismo colombiano gilberto loaiza cano *

< < L a imprenta es el fanal de la civilización>> Manuel María Madiedo

introducción

La historia del periodismo en Colombia no pasa aún del catálogo de nombres v de la descripción técnica de formatos de periódicos que alguna vez existieron; todavía no se consolida como una historia de la cultura intelectual o como parte de la historia de la cultura política, a pesar de sus evidentes nexos. Algunos títulos de la prensa escrita encierran en sí mismos una evolución, desde los simples cambios en la distribución tipográfica hasta en sus evidentes traspasos de propiedad que constatan la importancia de un instrumento en la transmisión de ideas y valores de cualquier tipo. El Neogranadino, en la mitad del siglo XIX, es prueba de las transformaciones en la esfera política, de la calificación de los medios de búsqueda de una opinión pública afín con un proyecto modernizador liberal. En su estructura tipográfica encierra los esfuerzos por asimilar técnicas que hicieran más eficaz su función modeladora en una sociedad sometida a la disgregación geográfica. Concentrados en la etapa fundacional del periódico, de la mano de Manuel Ancízar (1811-1882), un masón que para 1848 reunía los antecedentes de un conocedor del febril mundo de las imprentas de La Habana y de Caracas, donde había vivido antes de su retorno a la Nueva Granada, intentaremos analizar la trascendencia de este periódico en la organización de la estructura ideológica de la dirigencia liberal de mediados del siglo pasado.

* Profesor asistente del Departamento de Historia de la Universidad del Valle.

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1. fundación de el neogranadino Antonio Gramsci dijo alguna vez que la opinión pública era el resultado del contacto entre la sociedad política y la sociedad civil1. Esa sociedad política, ya sea a través del Estado o de los particulares desde sus partidos políticos o desde los movimientos sociales que representen, tiene que ingeniarse la manera de persuadir acerca de las presuntas bondades de sus medidas, de sus propuestas o de sus ideas. El objetivo es conquistar, en alguna medida, la voluntad política pública, conseguir adeptos, lectores, difusores y, al menos, efímeros defensores de los ideales propuestos. En la mitad de nuestro siglo XIX, la opinión pública apenas era un elemento de la vida política recién descubierto. Podríamos decir que su situación era tan primitiva como elemental el estado de la prensa. La escasez de periódicos y las rudimentarias condiciones de las imprentas existentes denotaban el débil y tímido contacto entre la sociedad política y la sociedad civil, el desinterés de aquella por convertirse en «persuasora permanente». Cuando nace el periódico El Neogranadino, en 1849, factores novedosos daban inicio a la proliferación de periódicos en la capital, desiguales órganos de opinión que abanderaban los propósitos de distintos sectores sociales y políticos. La polarización de dos partidos políticos en ciernes se manifestaba en órganos de una u otra tendencia que le dieron abrigo a los idearios fundacionales de cada organización partidaria. En vísperas de elecciones presidenciales que culminarían en un triunfo liberal, hubo quienes se atrevieron a formular de manera programática las tesis que debían acoger los militantes de las cada vez más definidas tendencias. Ezequiel Rojas, por ejemplo, en El Aviso del 16 de julio de 1848, presentó lo que se considera el primer esbozo ideológico de lo que iba a ser el partido liberal en Colombia. Desde ese mismo año se agitaba la formación del partido conservador mediante la fundación de El Nacional, bajo la dirección de dos aguerridos ideólogos: Mariano Ospina Rodríguez y José Eusebio Caro. Y no despreciemos el movimiento social de los artesanos reunidos en la capital, movimiento que llevaba un recorrido respetable a través de asociaciones reivindicadoras de su oficio y que comenzaba a manifestarse consignando sus aspiraciones en sus propios órganos de opinión. En la prensa comenzaban a esbozarse, a reproducirse, con alguna fidelidad, los protagonistas de los conflictos que marcaron la revolución liberal y la rebelión artesanal de mediados del siglo XIX.

1 Véase de Antonio Gramsci, "Apuntes de filosofía II" en Cuadernos de la cárcel, tomo III, Ediciones Era, México, 1985, pp. 196,197.

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La categoría del publicista fue por tanto tardía en nuestra república. Es decir, la figura del hombre que, utilizando palabras del sociólogo Pierre Rosanvallon, era a la vez organizador y profeta, no se había moldeado plenamente aún dentro de la élite neogranadina. No era definitivo el convencimiento de la eficacia política y cultural de la mediación entre el poder y la sociedad. La prensa, concebida como la «parte más dinámica» de la estructura ideológica, fue un hallazgo que se columbró a mediados del siglo XIX, más por el empuje de los hechos y de las agitaciones ideológicas de la época que por una convicción íntima de la élite político intelectual. Pocos, muy pocos, arrastraban la quimera de establecer una red de relaciones con el tejido social desde el taller de imprenta. Tan sólo aquellos que habían conocido de cerca el mundo apasionante e influyente de los periodistas e impresores de Estados Unidos -la tierra bendita de la democracia desde la sacralización concedida por Tocqueville-, sabían de los alcances culturales y políticos del establecimiento de una imprenta con todos los avances técnicos posibles y, en consecuencia, disponible para las tareas difusoras e iluminadoras más variadas.

Las agitaciones políticas e ideológicas de la mitad de siglo se encargaron de demostrarle a la élite neogranadina que el periódico era la herramienta apropiada para unificar intereses, el punto de partida para construir hegemonías políticas y culturales; que la imprenta imponía un método de trabajo que fomentaba la comunión entre intelectuales; que el oficio reproductivo y repetitivo del impresor podía crear consciencia de un pasado y un futuro comunes para una sociedad. Que, también, era medio fundamental para difundir ideologías, para familiarizar a los ciudadanos con proyectos de organización social. En fin, que la función tentacular del publicista podía contribuir en la construcción de los cimientos de una nación. Fue una lenta voluntad de crear nación la que, en definitiva, permitió la aparición y la preeminencia de esos ideólogos civiles que se apoyaban en la libertad de imprenta para formar opiniones, para imaginar comunidades unidas por la ceremonia diaria o semanal de la lectura del periódico o por la red de relaciones que proporcionaba un periódico, una revista, una novela por entregas, un taller de imprenta.

A mediados del siglo XIX, Bogotá ni siquiera se había consolidado como la capital

de la República, su vida intelectual no era más dinámica que la de Cartagena o la de Popayán o la de Santa Marta. Estas ciudades todavía conservaban los privilegios comerciales y culturales de su antiguo status colonial. Incluso circulaban algunos periódicos más influyentes en aquellos lugares, como sucedía con la Gaceta mercantil que dirigía Manuel Murillo Toro en Santa Marta; mientras tanto, en Bogotá los balbucientes partidos políticos con sus facciones más o menos definidas se

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alinderaban en periódicos de oposición o de apoyo a la administración del general Mosquera.

Precisamente, durante el gobierno del general Mosquera se concentraron peculiares tensiones políticas atribuibles no sólo a la energía de las corrientes ideológicas que emanaban de los agitados ambientes parisinos, sino también debido a muy locales disputas de intereses. Desde 1846 se debatía ardorosamente el problema religioso en sus más erizados aspectos: la supresión del diezmo, la abolición del fuero eclesiástico, la presencia de los jesuitas. Otros temas candentes fueron la abolición de la esclavitud y la presunta colaboración de Mosquera en las maniobras militares del exdictador Juan José Flores en el Ecuador. El más damnificado con las discordias ideológicas del momento era el propio general Mosquera, puesto que a él iban dirigidos los principales ataques de los periódicos recién fundados y porque, de adehala, era el más desprovisto de la herramienta que permitía exponer masivamente la cuestionada opinión oficial.

Apegado aún a las maniobras típicas de un dictador herido en su orgullo, el general Mosquera acusó del delito de calumnia a aquellos redactores de los periódicos que lo acusaron de apoyar la expedición de Flores en el sur, mas el jurado de imprenta -una institución de censura que Ancízar siempre despreció- absolvió de todo cargo a los jóvenes periodistas implicados. El episodio se celebró entre los liberales con vivas a la libertad de imprenta, pero el general se sintió desautorizado y quiso recurrir a las armas y, más moderadamente, a la censura. Quienes lo acompañaban en el gabinete, entre ellos Manuel Ancízar, le ayudaron a comprender que la solu-ción consistía en obtener para el gobierno un órgano «ministerial» que en el lenguaje de la época significaba vocero oficial2. Esa era la fórmula moderna del juego hegemónico. Ya no había que mirar la libertad de prensa como algo funesto para los gobernantes, sino como otro medio eficaz para gobernar, para exponer postulados de cohesión social, para acercar el Estado a la sociedad.

Valga reconocer que, desde antes de la administración de Mosquera, los miembros del Estado habían percibido la indefensión del Gobierno ante sus detractores. Desde la administración de Pedro Alcántara Herrán se tenía conciencia de que la libertad de prensa no era un peligro desestabilizador del régimen republicano, sino más bien un medio al cual también debía recurrir el Gobierno de la incipiente nación. Pero, eso sí, lo lamentable es que no se disponía de la herramienta básica: la imprenta. Por eso, este informe ministerial de 1844 que describe el deplorable estado

2 El episodio está narrado por Salvador Camacho Roldan en el primer capítulo de sus Memorias, tomo I, Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, Bogotá, 1946.

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de la imprenta oficial y que vislumbra la solución en la realización de contratos con particulares se convierte en uno de los más precisos antecedentes de la fundación de El Neogranadino:

La [imprenta] del Gobierno que se adquirió hace algunos años, se halla bastante deteriorada, así en razón del continuo servicio, como porque los bienes de la comunidad nunca se cuidan con el mismo esmero que los que pertenecen a los particulares. Por esto, y porque se carece en las imprentas de buenos operarios, las piezas oficiales se imprimen mal en su parte material... Se ha creído que el hecho más seguro de que las publicaciones oficiales se hicieran de una manera lucida, como debe esperarse del estado de perfección a que ha llegado el arte tipográfico, sería invitar a la concurrencia de empresarios particulares para una contrata general de las impresiones oficiales; lo que tendría la ventaja de favorecer el establecimiento de una buena imprenta, en la que podrían publicarse cuantas obras elementales requieren las Universidades, y Colegios, y la enseñanza primaria; y el Poder Ejecutivo lo ha adoptado. Si él surtiere buenos efectos, la imprenta del gobierno podrá venderse o entrar en parte del pago de las impresiones oficiales3.

La misión de persuasor permanente la tenía proyectada Manuel Ancízar desde antes de pisar el territorio de la Nueva Granada. El sabía desde su ardua y eficaz labor en la prensa venezolana que las incipientes sociedades de los regímenes republicanos de América hispana estaban urgidas de una voluntad mediadora que se inmiscuyera en lo más sutil y en lo más evidente de la vida social. Sabía que el periódico podía ser simultáneamente vehículo de instrucción popular, de educación política, de boletín económico, de tribuna fiscalizadora, de órgano impulsor de la iniciativa privada. Esa voluntad persuasora e ilustradora de Ancízar quedó a disposición del gobierno de Tomás Cipriano de Mosquera desde que se le apoyó en la consecución de una imprenta en Estados Unidos. Para 1847, el Ministro Plenipotenciario de la Nueva Granada ante Washington, el general Pedro Alcántara Herrán, le informaba de las gestiones que adelantaba con el impresor Antonio Labiosa, a quien seguramente Ancízar conocía desde su fugaz paso por ese país en 1839:

Tuve el gusto de ver al señor Labiosa en Nueva York, y de saber que tenía ya lista la imprenta y los operarios que Usted le recomendó... Reciba Usted mis congratulaciones por este nuevo vehículo de civilización que proporciona a nuestro país4

3 ACOSTA, Joaquín, Informe del Secretario de Relaciones Exteriores, Imprenta de José A. Cualla, Bogotá, 1844, p. 21. 4 Carta de Pedro Alcántara Herrán a Manuel Ancízar, Washington, diciembre 27 de 1847, Archivo Ancízar.

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Las gestiones de Ancízar fueron bien vistas por el gobierno de Mosquera, pues era la mejor oportunidad para garantizar la existencia de un periódico «ministerial», semioficial, en medio de la creciente difusión de periódicos oposicionistas. Con el apoyo financiero de diez mil pesos procedentes del tesoro nacional, mediante un contrato para publicar la documentación oficial cumpliendo determinadas especificaciones técnicas, Ancízar se retiró del cargo de Subsecretario de Relaciones Exteriores para dedicarse al establecimiento de la imprenta5. Hizo venir de Venezuela a los litógrafos Celestino y Jerónimo Martínez, y a los tipógrafos León, Jacinto y Cecilio Echeverría, además del impresor Felipe B. Ovalles. Todos ellos eran aventajados alumnos de Pedro Lovera y Carmelo Fernández, maestros fundadores del arte pictórico en Venezuela, y habían intervenido en la instalación de las modernas empresas impresoras de Caracas6. En carta emotiva de Manuel Murillo Toro, el mencionado fundador en Santa Marta de la Gaceta mercantil, le anunció a Ancízar el paso por allí de los hábiles artesanos venezolanos con rumbo a Bogotá y saludaba la nueva empresa que había asumido su colega:

Vi aquí a sus impresores y al señor Martínez que con señora siguieron para esa, y doile el parabién de su resolución de dedicarse al establecimiento tipográfico al frente del cual puede usted igualmente prestar importantes servicios al país contribuyendo al progreso moral y a la consolidación del sistema representativo7.

Transcurrían los primeros meses de 1848 y el general Mosquera, asediado por la crítica de sus enemigos políticos atrincherados en sus respectivos periódicos, clamaba con impaciencia por mayor prontitud en los trabajos de establecimiento de la novedosa maquinaria. Ancízar, mientras tanto, se debatía en las contingencias de la falta de piezas que seguramente se extraviaron en el viaje:

Pídole paciencia, mi General. La pérdida de elementos y de mi prensa grande me han destruido y me hacen no marchar con la celeridad que quisiera y me aconsejan mis propios intereses. Por otra parte, el Estado del Tesoro, que no ha podido ni puede darme un real, me obliga a aceptar algún trabajo particular con el cual pagar mis operarios que cada mes me piden 630 pesos de

5 Ancízar renunció al cargo en el gabinete Mosquera el 29 de abril de 1848, Archivo Ancízar. 6 Los hermanos Martínez y Echeverría hacían parte, junto con Carmelo Fernández, de la Logia América de

Caracas. Según listado en el legajo Documentos sobre masonería, Fondo Aristides Rojas, Archivo de la Academia Nacional de la Historia de Venezuela.

7 Carta de Manuel Murillo Toro a Manuel Ancízar, Santa Marta, enero 18 de 1848, Archivo Ancízar.

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sueldos. Todo esto me ha embarazado, pero dentro de poco he de recibir nuevas facturas de letra y prensas, y los trabajos irán rápidamente.8

Por fin, a mediados de 1848, pudo establecer la imprenta y fundar el periódico El Neogranadino; el taller quedó ubicado en la esquina de Concepciones al frente de las secretarías de Estado y, según los anuncios, podía ofrecer los servicios de impresión, encuademación y litografía. Con la imprenta que introdujo Ancízar quedó atrás la etapa de la lenta y dispendiosa máquina de imprimir a mano. Desde el 6 de agosto, el taller de Ancízar comenzó a imprimir la Gaceta oficial y a cumplir con otros encargos oficiales estipulados en el contrato. Mientras tanto, desde dos días antes, ya circulaba el primer número del semanario El Neogranadino en el que el orgulloso impresor y director del periódico anunciaba así la magnitud de la nueva imprenta instalada en Bogotá:

Se encuaderna con la última perfección del arte, desde simple cubierta de papel hasta la encuademación más lujosa. Los operarios son traídos de las afamadas oficinas de Harper y compañía de Nueva York. Además de encuademaciones se ejecuta toda especie de obra de cartonería, como Albums, Carteras, Portafolios, Estuches, etcétera, con la mayor finura y de la calidad que se pida9.

También ofrecía Ancízar el servicio de corrección y la permanente y discreta vigilancia de las obras que debía imprimir. La «inviolabilidad del secreto» era en aquella época de agitaciones partidistas atributos necesarios que los escritores exigían a los impresores:

Se imprime con aseo, corrección y puntualidad todo lo que se pida, desde hojas sueltas hasta obras extensas. La disposición de las oficinas y la vigilancia inmediata del empresario permiten asegurar inviolable secreto a los que así lo deseen para sus producciones. La corrección esmerada de las publicaciones queda a cargo de la Imprenta, a menos que el autor quiera reservarse el corregir las pruebas, en cuyo caso hallará un gabinete enteramente privado donde hacerlo sin ser visto, si le conviniere esta reserva10.

8 Carta de Manuel Ancízar a Tomás Cipriano de Mosquera, Bogotá, 1848 (sin fecha exacta), Archivo Ancízar. 9 El Neogranadino, Bogotá, N°l, agosto 4 de 1848. 10 Ibid.

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Una novedad evidente consistió en agregar los servicios de litografía, gracias a la sapiencia de los hermanos Martínez que habían conocido en París los adelantos de esa técnica. Esa novedad ha sido tímidamente ponderada por los escasos y super-ficiales estudios sobre la historia del periodismo colombiano. El servicio de lito-grafía, enseñado y multiplicado por los hábiles artesanos venezolanos, le permitió al periódico de Ancízar anunciar detalladamente que:

Se ejecutan trabajos litográficos de todo género, al crayón y grabados, al humo o iluminados. Se tiran tarjetas tan perfectas como las mejores grabadas en metal, y con costo infinitamente menor. Se hacen retratos al óleo. Se graba música; y en suma, no hay trabajo, por delicado que sea, que no se ejecute como se pida y a precios muy módicos11.

No faltaron los escollos, como el largo extravío de unas piezas de la prensa de imprimir y de una colección de tipos de letras. El 16 de septiembre de 1848, el desesperado director anunciaba en la última página:

¡Diablura! Cerca de ochenta días hace que andan vagando, no se sabe por dónde, una cajas marcadas M.S.&C° para M.A. y unas piezas de hierro que son parte de una prensa de imprimir. En una de las piezas, de forma semielíptica, se leen estas palabras en relieve: The Smith Press R. Hoe &C° New York' ¿Habrá una alma piadosa que quiera dirigir aquellas caras prendas a la Im-prenta Ancízar?12

La insistencia de sus avisos y el ofrecimiento de una recompensa le permitieron recuperar los preciados elementos de la imprenta. Así que para comienzos de 1849, el taller de Ancízar estuvo en disposición de anunciar mayores y más variados servicios a sus clientes:

Grande imprenta. Nuestros favorecedores, y los del progreso artístico e inte-lectual de Bogotá, pueden contar con los servicios cada vez mejor organiza-dos de nuestra Tipografía. En esta semana hemos recibido 118 cajas de be-llísimos tipos y selectas viñetas y 6 prensas más de aventajada construcción. Así nuestro establecimiento tiene hoy elementos para dejar complacidos a cuantos deseen impresiones nítidas, correctas y prontas13.

11Ibid. 12El Neogranadino, N° 7, septiembre 16 de 1848. 13 EI Neogranadino, N° 29, febrero 17 de 1849.

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Pero entre todas estas innovaciones, resalta aquella relacionada con el nacimiento de un nuevo tipo de mediación entre el poder político y la sociedad neogranadina. A semejanza del Moniteur creado en Francia bajo la protección de Napoleón, en la Nueva Granada surgía un periódico con la intención de establecer un nuevo tipo de comunicación entre la sociedad política y la sociedad civil. Se reconocía que la libertad de prensa, en vez de un constante peligro para la integridad del sistema republicano, era el mejor incentivo para fortalecerlo. Distante el poder de las sociedades locales en un país que fácilmente tendía a la disgregación, era necesario instaurar un agente intermediario que sirviera para establecer un constante diálogo entre los diversos niveles de la sociedad. El periódico podía crear la ilusión de cercanía y de diálogo entre la capital política y los problemas locales de las regiones14. 2. liberalismo modernizador La imprenta era el arma predilecta de los ideólogos civiles. A la vez era el arma más temida de las castas de gobernantes militares en las nuevas repúblicas. Sin ese instrumento, su labor primordial de organizadores de hegemonías era incompleta. La imprenta les facilitaba la tarea de ilustrar, de civilizar. Siendo sinónimo de masificación, significaba también mercado, distribución, popularidad, relaciones allende las fronteras. Deslumbraba a los hombres más recorridos, porque ver re-producido millares de veces un mismo escrito, un mismo pensamiento, parecía una mágica popularización de aquello que hasta entonces estaba sumido en los más estrechos círculos de la sabiduría. Manuel María Madiedo, colaborador entusiasta en el periódico de Ancízar, escritor polígrafo vinculado al ideario positivista en boga, ardoroso defensor de los avances de la ciencia y de los efectos igualitarios de la educación, consignó así en El Neogranadino su deslumbramiento con los esplendores de la imprenta: «Ella, como un espejo, refleja en un momento para millares de ojos la faz de los siglos que fueron, ofreciendo al hombre pensador en las multiplicadas lecciones de lo pasado cuál será el rumbo de lo futuro en el hogar doméstico, en el curso de los gobiernos y en la marcha general de la civilización humana»15. Otro atributo insoslayable para el impresor era el estrecho nexo entre el producto cultural y el mercado que pudiera o no consumirlo. Entre los impresores americanos del siglo XIX era común recurrir a la propaganda previa sobre una novedad

14 Sobre esta necesidad del Gobierno de insertarse en el sistema de necesidades de la sociedad a través de la prensa, véase Pierre Rosanvallon, Le momentGuizot, Éditions Gallimard, 1985, p. 65.

15 MADIEDO, M. M., "La imprenta',' El Neogranadino, N°33, marzo 17 de 1849.

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bibliográfica con el fin de saber de antemano si tal o cual libro iba a ser leído o no. Eso evitaba los riesgos de imprimir un costoso texto que después no sería comprado ni leído. Por supuesto, esa propaganda previa era un ejercicio crítico y persuasivo que le correspondía al impresor y él finalmente determinaba, con base en la acogida de los suscriptores, si el libro se publicaba o se le devolvían los originales al frustrado escritor. El impresor en su taller, pues era indispensable vivir al lado de su imprenta, se convertía en el eje de las relaciones culturales y mercantiles de una sociedad. Esa capacidad multiplicadora y expansiva de la imprenta adquiría dimensiones colosales con las reiteraciones de una publicación periódica. En el caso suramericano se soñaba con una alianza de periódicos con tal de refrendar en cada nación el sistema republicano. La imprenta era la herramienta que facilitaba con creces esa comunión entre las élites de cada nación y Ancízar, por supuesto, no ignoraba esa virtud integradora: «Uno de los beneficios inapreciables de la libertad de imprenta es su tendencia a unir a los hombres y a los pueblos haciéndolos hermanos en pensamiento, hermanos en la profesión de las verdades morales y políticas, hermanos también por la comunidad en el padecer y en el esperan »16. Como quien disfruta del amplio panorama que ofrece la altura de un faro, el impresor periodista puede tener una visión totalizadora de la sociedad. Su periódico es estructurado en un intento de sistematizar y condensar en un orden tipográfico las preocupaciones y expectativas del orden social. Con suma claridad, desde el primer número Manuel Ancízar definió las secciones principales del periódico que, con el tiempo, fueron adquiriendo sus personalidades distintivas. Desde la llaneza del formato hasta la más breve nota; desde la crónica sobre los eventos artísticos en la capital hasta el meditado editorial; desde las traducciones de los Sofismas económicos de Bastiat hasta la publicación por entregas de las novelas de Sue y Dumas, todo aquello obedecía al deseo, muy acendrado entre los intelectuales liberales de mitad de siglo, de crear un nuevo orden social. El periódico, tanto en la ideología explícita que enunciaba cada semana como en su distribución de secciones y en el sosegado estilo que impuso el director, pretendía crear la ilusión de un orden social posible, aquel que correspondía con un utopismo modernizador en lo político, social y económico. La Profesión de fe con la que inauguró su dirección del periódico fue una firme defensa de una «posición imparcial» que no podía dejarse acorralar por las rencillas entre los partidos políticos en formación. Imparcialidad que quería escapar de los

16 ANCÍZAR, Manuel., "Alianza de periódicos" ElNeogranadino, N°6, septiembre 9 de 1848.

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sobresaltos partidistas para entregarse por completo a la difusión de una racionalidad modernizadora. No en vano dedicó gran parte de sus editoriales a hablar de asuntos económicos. «Estas repúblicas no tienen otra fuente de vida que el progreso» y a ese propósito tenía que servir la herramienta del periodismo. En su editorial titulado Fomento industrial hizo el diagnóstico de una república poco acostumbrada al esfuerzo individual y a la iniciativa privada. En una época en que se deseaba ardientemente dejar atrás cualquier legado funesto de la vida colonial, en que se elaboraba un enjuiciamiento severo a la realidad económica y social vigente, Manuel Ancízar expuso sin ambages la necesidad de animar la iniciativa privada a través de las asociaciones de los hombres de empresa y dejar en un segundo plano la regulación estatal:

La mejora de los métodos de trabajo depende absolutamente de la acción individual, pues en esta parte nada puede ni debe hacer el Gobierno. La propensión a formar sociedades verdaderamente patrióticas y la perseverancia en trabajar por el bien del país no existen aún entre nosotros, en lo cual nos parecemos a nuestros progenitores españoles y a nuestros hermanos sur-americanos17.

El momento ideológico de su nacimiento selló el tono general del periódico. El Neogranadino nació para ser el mesurado y decidido expositor del proyecto liberal modernizador que se insinuaba desde los últimos días del gobierno de Mosquera y que se encumbró categóricamente con su sucesor, el general José Hilario López. Ya varias voces desde otros órganos agitaban en aquel entonces las aspiraciones de quienes deseaban suprimir en la sociedad neogranadina todos los lastres sobrevivientes de la época colonial, sobre todo en materia económica. La iniciativa individual, la libertad industrial, la construcción de vías para el comercio, la liberación de impuestos para el cultivo del tabaco fueron parte de las reformas impulsadas por los ideólogos liberales que alentaron el proyecto modernizador que se impuso en Colombia a mediados de siglo. Proyecto que, en últimas, dejó consecuencias favorables en la economía pero que dejó en evidencia las tajantes diferencias de intereses entre los sectores sociales de la Nueva Granada. No hay que olvidar que este proyecto modernizador fue el aliciente para el ascenso de una burguesía comercial con propiedades en el campo y la causa del deterioro del nivel de vida de los indígenas y de los artesanos.

17 ANCIZAR, Manuel, "Fomento industrial',' El Neogranadino, Nº 7, septiembre 16 de 1848.

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En lo político, desde 1848 se animaba un orden social nuevo con la instauración de la libertad de imprenta; nuevas facultades se le otorgaron al legislativo; se propuso el sufragio universal, la participación más directa del pueblo en las decisiones políticas. Aunque, a decir verdad, para la intelectualidad liberal reunida en Bogotá era más trascendental hablar de libertad individual como un objetivo económico y no tanto como un logro político. La libertad de empresa y la iniciativa privada. Al fin y al cabo, comenzaba a adquirir preeminencia el lenguaje de aquellos ideólogos que hacía equiparable la modernización política y económica del país a la asimilación de hábitos y patrones de vida provenientes de las prósperas democracias anglosajonas18. En El Neogranadino habló la voz de una ascendente racionalidad burguesa que soñaba insistentemente con la comercialización de la agricultura, con la construcción de caminos, con la proliferación de la iniciativa individual en desmedro de la intervención reguladora del Estado. El proteccionismo tenía que darle paso a la libertad industrial. «Falta mayor libertad económica; faltan caminos», era el reclamo que persistía en los editoriales de Manuel Ancízar. En la superación de cualquier vestigio de la época colonial, los ideólogos liberales como Ancízar pensaban que era necesario revaluar el papel del clero católico. No era tanto el deseo de definir un problema de creencias religiosas en un país acendradamente católico, sino más bien restringir la injerencia de lá Iglesia católica en los asuntos del Estado, es decir, la secularización de la actividad política. Diría Ancízar, semejante a como lo repitió durante su Peregrinación de Alpha, que los representantes del clero debían integrarse al proceso del sistema republicano, entrar en armonía con un orden político moderno. Este era el diagnóstico del director de E/ Neogranadino:

El país ha sufrido grandes transformaciones en lo político, las cuales han

modificado costumbres y creado nuevas necesidades públicas, en términos que la sociedad de hoy nada tiene de común con la sociedad tal como existía antes de 1810... y sin embargo, la organización del clero permanece inalterable con su carácter profundamente monárquico en medio de un estado democrático19.

18 Entre los estudios de aquel momento ideológico, destacamos: Jaime Jaramillo Uribe, El pensamiento

colombiano en el sigloXIX, Editorial Temis, Bogotá, 1982; Hans-Joachim Konig, En el camino hacia la nación, Banco de la República, Bogotá, 1994; especialmente el capítulo titulado "Nacionalismo, modernización y desarrollo nacional a mediados del siglo XIX". Germán Colmenares, Partidos políticos y clases sociales, Ediciones Universidad de Los Andes, Bogotá, 1968; especialmente los dos primeros capítulos.

19 ANCÍZAR, Manuel, "Partidos políticos" El Neogranadino, N° 37, abril 14 de 1849.

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Y enseguida formuló la solución:

Que él [el clero] se amolde por su organización y por su vivir a la conformación política del país, que se haga civilizador y progresista, y los bienes de la comunidad se hallarán bien servidos por todos, y el principio religioso será salvo, poniendo fin a la sorda y peligrosa lucha que vemos iniciada entre las ideas representadas por el antiguo clero romano, y las ideas y necesidades de la república democrática20.

Desde su visión panóptica, el director del periódico diseñó las secciones que podían contener todas las dimensiones de su labor persuasora en calidad de ideólogo de un liberalismo modernizador. La sección interior contuvo crónicas de costumbres, información sobre sucesos de la capital; contó también con una constante y rigurosa información estadística: cuadros de población, las operaciones de las cajas de ahorros, información sobre precios de artículos de consumo, datos sobre la deuda pública; la literatura, las ciencias y las artes gozaron de espacio constante en esa misma sección. La secáón exterior registró noticias de Europa y del resto de América, extractos de los periódicos extranjeros más recientes, traducciones a cargo del director y, a falta de periódicos recientes, se acudía a la «correspondencia fidedigna» que Ancízar tenía con amigos en Venezuela, en Estados Unidos y en Cuba. Y la sección doméstica, la más titubeante, se consolidó con el tiempo como la página de los avisos comerciales, de los anuncios de contratos entre particulares y el Estado; allí se divulgaron las novedades en librerías, la ampliación de los servicios de la imprenta, las exclusividades bibliográficas que ofrecían las librerías de la ciudad o el propio taller de Ancízar. La constancia de las secciones, la pulcritud en la corrección, la sobria combinación de tipos y tamaños de letras, el empleo de viñetas contribuyeron a definir el tono general del periódico. Cada cambio era explicado con detalle y anunciado con anticipación, porque no se quería traicionar al lector21. Todo aquello era demostración de la holgura técnica de El Neogranadino ante otros periódicos que morían rápidamente, dejando una leve huella en el agitado panorama ideológico de la época.

Hubo despliegue de propaganda moralizante reproduciendo frases de Benjamín Franklin extraídas de su Almanaque del buen Ricardo; varias notas breves estuvieron dedicadas a propender por la higiene corporal. Se hicieron aleccionantes reseñas de las vidas de eminentes burgueses que, como Lord Kenyon, se distinguieron por 20 Ibid. 21 Aunque desde el Nº 34 del 4 de abril de 1849, desapareció el artículo definido en el título del periódico.

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una «vida prudente, paciente y perseverante». Una pequeña nota sobre el primer reloj de campana instalado en Inglaterra fue presentada como un trascendental hecho civilizador. Las reseñas de los progresos de la Caja de Ahorros de Bogotá; los extractos de los Sofismas económicos de Bastiat; las memorias de las observaciones meteorológicas, escritas por el general Mosquera; el informe sobre los efectos del huano en la curación de la elefantiasis más esas pequeñas notas rotuladas como variedades adobaron el énfasis positivista del director del periódico, preocupado por el fomento de la acción individual, por la creación de hábitos favorables para una necesaria evolución industrial en el país. Preocupación fundamental de Ancízar fue combinar la conquista de un mercado para su periódico con la necesidad de hacer propaganda ideológica o, más precisamente, expandir un ideario acorde con el proyecto liberal a través de algunas obras literarias que pudieran circular junto con cada ejemplar de El Neogranadino. Así recurrió a la táctica publicitaria del folletín, ofreciendo novelas por entregas junto con descuentos especiales para los suscriptores. Al lado del periódico, comenzó a circular desde el número 23 un cuadernillo de treinta y dos páginas titulado la Semana literaria. Pero más precisamente desde el segundo número, el periódico ya utilizaba la literatura como un atractivo apéndice cuando anunció la publicación de El Parnaso granadino, una colección de poesías nacionales preparada por Ancízar para circular en dos entregas. Con su periódico circularon las novelas folletinescas de Eugenio Sue, Alejandro Dumas (padre) y Lamartine. Especialmente las obras de Sue, que narraban de manera realista y casi patética la situación miserable del pueblo francés, tuvieron enorme valor funcional para difundir un imaginario socializante e igualitario, en momentos que un sector de la élite liberal hacía transitoria alianza con las sociedades de artesanos. Había otro objetivo, además del puramente comercial o del ideológico, al insertar el folletín o al difundir textos literarios y otras obras de arte en cada edición de El Neogranadino; deseaba el director crear consciencia del legado histórico de la nación en ciernes y fomentar los estudios de la sociedad. A eso contribuyeron los cuadros de costumbres de Manuel María Madiedo, acaso el colaborador más conspicuo del semanario, adaptados exclusivamente de su libro Nuestro siglo XIX para ser publicados en el periódico de Ancízar. Refiriéndose a la colaboración de Madiedo, el director reconoció en alguna ocasión que el autor de esos cuadros de costumbres «ha tenido la bondad de facilitarnos estos fragmentos poniéndoles un fin tan accidental como los títulos, para presentar muestras a los suscriptores de sus obras completas». A esa misma intención se agregaron los Retratos de americanos célebres y los Recuerdos patrióticos que consistían en una página consagrada «a la memoria de

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los que de algún modo prestaron servicios y cooperaron a la Independencia de la Nueva Granada»22

Casi con obsesión, Ancízar escribió sobre la necesidad de construir caminos para animar las economías locales y para facilitar el contacto con el exterior. Si algo hacía de Bogotá una aldehuela polvorienta e inconexa era su aislamiento por falta de caminos que llevaran rápidamente a las costas del país. Con igual vehemencia pedía a sus lectores que enviaran colaboraciones al periódico haciendo «cuadros descriptivos de la República». Cuando se le respondía a su petición, el director presentaba con alborozo los escuetos informes de viajeros e ingenieros que desde remotos lugares daban cuenta de las condiciones de los caminos de la patria. Informes que trasladados al periódico se constituían en pequeños aportes científicos para el conocimiento del país. Escritos provenientes de Chocó, Cartago, Antioquia, Piedecuesta que llevados al semanario contribuían a imaginar los rasgos múltiples de la hasta entonces tenue nación. Ancízar expuso convenientemente su intención de proporcionar desde su periódico una ilusión de integración en un país que solía vivir separado por inmensos obstáculos geográficos y drásticas diferencias regionales:

Un corresponsal nuestro nos ha favorecido con las siguientes noticias sobre Cartago, que gustosamente publicamos, pues nada agradeceremos tanto como noticias semejantes que hagan conocer nuestra República por dentro; contribuyan a poner en relación unas provincias con otras. Si estas noticias pudieran extenderse a otros particulares como mercados, ferias, productos de cambio y sus precios, posadas y su costo, épocas en que sea mejor el tránsito de los caminos y ríos de la provincia, precauciones sanitarias que deban tomar los viajeros, poblaciones principales de tránsito, curiosidades naturales o históricas que merezcan visitarse... Ellas formarían cuadros descriptivos de la República interesantes y útiles para todas y para cada una de las localidades descritas23. De ese modo, Ancízar estaba fomentando el conocimiento del interior del país. Gracias al énfasis de numerosos editoriales dedicados al tema de construir caminos y de conocer exhaustivamente el territorio con ánimo de sociólogo; y gracias también al generoso espacio que le concedió a los estudios de las provincias, El Neogranadino se convirtió en uno de los más evidentes impulsores ideológicos de la principal obra científica que asumieron las élites intelectuales del siglo XIX en Colombia: la Comisión Coreográfica. 22 ANCÍZAR, Manuel, El Neogranadino, N° 7, septiembre 16 de 1848. 23 ANCÍZAR, Manuel, El Neogranadino, N° 4, agosto 26 de 1848.

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Por supuesto, esta notoria inclinación del semanario hacia los temas científicos terminó moldeando un estilo sobrio dentro del periodismo de la época. Estilo que tenía que contrastar con los demás diarios del país, porque en esos precisos mo mentos se estaban exponiendo los programas fundacionales de los dos principales partidos políticos. Su deseo de apoyar cualquier idea o cualquier hecho que favore cieran el avance hacia una sociedad moderna quedó plasmado en el tono pausado de los editoriales, en los que no hubo la más mínima frase vindicativa. Oscilando entre el ensayo y la vulgarización periodística, sus editoriales fueron todos argu mentaciones en favor de la organización racional de la vida republicana, de la preparación de tareas de civilización y de progreso que dejaban a un lado las dispu tas de las agrupaciones partidistas y las reminiscencias coloniales. El Neogranadino fue, mientras lo dirigió Ancízar, el órgano difusor de los ideales de una sociedad democrática moderna, provista de las armas de la ciencia para gobernar y organizar la sociedad. Por eso, el director se sintió con la autoridad de reclamarle a sus cole gas de los demás periódicos capitalinos una dedicación más exhaustiva a la exposi ción de ideas y menos a la criticonería de asuntos baladíes que parecía denotar la carencia de una brújula ideológica:

Arañados. Los periódicos de la capital se entretienen como comadres reñidas: «Que si tú copias las noticias de aquí o de allá; que si tú dijiste copear en vez de copiar, que si el periódico tal saca yerros de imprenta; que tal artículo merece ser leído; tal otro está bien escrito...» ¡Qué es esto, señores! ¿En eso emplean ustedes su talento, y son esas las críticas que un periódico debe hacer de los otros? A las ideas, a las ideas, señores cofrades, y no perder tiempo en esas puerilidades que nos ridiculizan en el exterior. Los índices de materias que algunos publican con el pomposo título de Revista de periódicos bien pudieran ser críticas razonadas de los editoriales ajenos, dejando a un lado lo restante de poca o ninguna importancia general; así adelantaríamos todos, y nuestra prensa periódica tomaría el carácter serio que exigen los adelantos del país y la misión social de la juventud inteligente que hoy ocupa la escena pública24.

3. el periodista impresor

La posición privilegiada del periodista impresor parecía de las más envidiables para los intelectuales civiles del siglo XIX. El taller de imprenta con su multiplica- 24 ANCIZAR, Manuel, El Neogranadino, N° 13, octubre 28 de 1848.

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ción de servicios era fuente de hegemonía cultural. En la organización material de la estructura ideológica de un grupo social dominante, la prensa y su polifacético entorno (librería, imprenta, casa editora, correo) constituían el baluarte en la difusión de determinadas pretensiones; sin ser el único bastión-advirtió Antonio Gramsci-, la prensa es la «parte más dinámica» de la estructura ideológica, la que deja resultados más inmediatos y palpables en su contacto cotidiano con la opinión pública. Ancízar, tan cercano a los logros culturales de las empresas editoriales de Venezuela, al trascendental influjo de los talleres de imprenta de Caracas, de donde trajo a los artesanos que lo acompañaron en la empresa de El Neogranadino, no pudo sustraerse a la ambición de erigirse en figura semejante a un Valentín Espinal o un José María de Rojas que, en Venezuela, habían hecho aportes a la cultura americana con sus lujosas impresiones de obras fundamentales de la literatura y con la fundación de periódicos de notoria influencia en la vida política republicana.

Había un beneficio adicional para quienes escogieran la empresa de la imprenta, un beneficio que debía obtenerse gracias a las buenas relaciones con la administración pública. Consistía en realizar los jugosos contratos para imprimir los documentos del Estado. Para muchos impresores, esa alternativa constituía la principal fuente de trabajo y la base económica que permitía el despegue de otras empresas editoriales. Ya alejado de las lides del periodismo, Ancízar fue el más adecuado intermediario del taller de los hermanos Echeverría para garantizar la prolongación de esos contratos oficiales, como consta en esta explícita carta, cuando el exdirector de El Neogranadino fungía como enviado diplomático del gobierno de José Hilario López en las repúblicas del sur de América:

Y ya que Su Señoría es hoy día todopoderoso allá en las altas regiones del Gobierno, ¿no podría hacer algo en obsequio de la imprentica, interesándose aun desde allá en carta particular, relativamente (sic) al contrato de impresiones oficiales? [...] Piense sobre esto y aconséjenos; porque por nuestra parte creemos que muy poca cosa alcanzaremos a la larga y con mucha economía si no logramos contratar los trabajos del Gobierno: esta es nuestra principal aspiración, y con tal fin hicimos un pedido de tipos en mayo, que calculamos estén por aquí para fines del año25.

A eso se sumaba otro privilegio, acaso engañoso. Se creía, quizás por ejemplos de los prósperos impresores de Francia o de Estados Unidos, que el oficio de impresor era pasaporte al enriquecimiento económico. Se le consideraba la empresa par-

25 Carta de León Echeverría a Manuel Ancízar entonces en Guayaquil, Bogotá, julio 27 de 1852, Archivo Ancízar.

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ticular más provechosa para quienes deseaban por fin zafarse de la dependencia de nombramientos y sueldos oficiales o del ingrato oficio de maestro en empobrecidos colegios. A la vez que se lograba un puesto moral de preeminencia dentro de la sociedad, se obtenía una sólida posición económica gracias a los numerosos servicios de la imprenta. Por eso, en la carta ya citada de Manuel Murillo Toro, el director y fundador de la Gaceta mercantil de Santa Marta le participa a Ancízar esta recurrente inquietud entre los intelectuales civiles de la época:

Hace mucho tiempo que persuadido que en nuestro país es sumamente difícil conciliar la dignidad del hombre, y la estimación pública con los servicios de los empleos públicos, me resolví a trabajar por procurarme una existencia independiente, que me permita tomar parte en los negocios de mi país sin necesidad de estar siendo el blanco del vulgo de envidiosos, y viéndome en camino de realizar este proyecto, no puedo menos de aplaudir la idéntica resolución que parece haber adoptado Usted26.

Mientras pudo dirigir su periódico y ser el propietario de su tañer de imprenta, Manuel Ancízar logró percibir los alcances de su privilegiada condición. Percibió el vínculo fraterno con los colegas de otros países, supo de la autoridad y la influencia de su periódico más allá de los fronteras. Alguna vez publicó el saludo del Comercio de Valparaíso que incluía un elogio de la calidad formal de su periódico. Al nivel de la vida local comprobó que su periódico contribuía a atenuar las separaciones geográficas, podía permitir el acercamiento a los problemas de las regiones. Por eso con tanto ahínco Ancízar estableció un nutrido grupo de corresponsales, acogió los escritos provenientes de provincias lejanas y se dedicó, infructuosamente, a tratar de vencer el obstáculo del pésimo sistema de correos de la época.

La vida intelectual comunitaria que había logrado tejer Ancízar desde su taller se estaba asfixiando por las intermitencias y los accidentes del servicio de postas27. El periódico estaba dejando de llegar a muchos suscriptores; pérdidas y extravíos inexplicables, deterioro significativo de los ejemplares, reclamos cada vez más exasperados de los lectores que no recibían ni el periódico ni el folletín, todo eso fue minando la voluntad de Ancízar hasta que llegó el momento de la claudicación. En este caso, no fue posible la vital alianza entre el impresor y la oficina de correos, de tal modo que el denodado esfuerzo del taller de imprenta por entregar un periódico

26 En carta ya citada de Manuel Murillo Toro a Manuel Ancízar, Santa Marta, enero 18 de 1848, Archivo

Ancízar. 27 Sobre la importancia de una alianza entre el periódico y el correo en el siglo XIX, véase Benedict Anderson,

Comunidades imaginadas, Fondo de Cultura Económica, México, 1993, pp. 96-98.

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pulcro y legible para el más variado público fue aplastado sistemáticamente por las tristes noticias de los agentes de cada localidad informando sobre la ausencia del semanario. Ya en la circulación del número 15 del periódico, Ancízar. tuvo que denunciar los «duelos y quebrantos» causados por el pésimo servicio de correos que hacía llegar los impresos «molidos, mojados y sucios» en el mejor de los casos, porque lo más común era la pérdida de paquetes enteros28. En vano esfuerzo de garantizar la llegada de los paquetes de impresos a los suscriptores y cansado de atender personalmente las quejas cada vez más numerosas, el director decidió crear una oficina central a cargo del señor Juan Vengoechea «para entenderse con las agencias de las provincias, establecer otras, cobrar, pagar, satisfacer reclamaciones y ejecutar cuanto concierna al mejor servicio de los suscriptores y favorecedores de la empresa Ancízar»29. Algo significativo se vislumbraba del penoso sistema de correos. Parece que el periódico, antes de llegar al suscriptor -por supuesto, un ciudadano activo y hombre notable en su región-, era leído por otras gentes en los accidentados trayectos de las postas. Cuando llegaba a su destino, su mensaje no constituía novedad exclusiva para el hacendado, para el abogado o el influyente comerciante, porque muchos hombres de condición menos elevada en la organización social habían saciado su curiosidad. Por eso muchos ejemplares llegaban sin su respectiva novela de folletín o sin los retratos de los proceres de la Independencia. Lo inquietante es que el fenómeno, en vez de producir admiración o comprensión, fue denunciado como una intromisión vulgar. Sin proponérselo, el periódico se estuvo ofrendando como posibilidad de educación política para aquellos que no aparecían como sus principales destinatarios. Esta denuncia reproducida por ej. Neogranadino constata el manejo «escandaloso» que daban a los envíos del periódico los hombres del correo, «pues abren los impresos y los leen otros primero que los interesados a quienes se dirigen, siendo la causa porque no se encuentran suscriptores, porque los leen los amigos, parientes y demás de los colectores encargados del ramo de correos30 » La difícil situación tuvo que resolverla Ancízar con la venta de su imprenta. Significativo es que ese proceso de entrega de su establecimiento debió consultarlo 28 Nota en la sección Crónica, El Neogranadino, N° 15, noviembre 11 de 1848. 29 Anuncio del N° 21 del semanario, diciembre 23 de 1848. 30 Testimonio de Francisco P Martínez publicado por El Neogranadino, N° 53, julio 7 de 1849.

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continuamente con el presidente Mosquera, puesto que a éste le interesaba que el poderoso instrumento no quedara en manos de sus enemigos políticos. En ese proceso intervinieron al comienzo Mariano Ospina Rodríguez y Florentino González, pero parece que sus propuestas no le satisfacieron al agobiado director de El Neogranadino. Finalmente, el establecimiento y el contrato con el Gobierno fueron cedidos por Ancízar al doctor Antonio María Pradilla. Según esta carta enviada al presidente Mosquera, en que asegura que el nuevo propietario no podía ser molestia para el Gobierno, Ancízar se había quedado sin alternativa distinta a la de vender:

La situación difícil en que me encontraba, políticamente, con mi imprenta y El Neogranadino, y la pérdida de salud que el excesivo trabajo de fundación me hizo sufrir, me obligaron a vender todo el establecimiento al único que hizo proposiciones, que fue Pradilla, joven moderado y patriota. A él solo se le han otorgado las escrituras, y él solo ha figurado en los contratos. Ignoro, pues, si tiene sociedades con otros, que ni suenan ni han tratado conmigo. Yo no podía seguir con la carga. Todos mis deudores me faltaban a sus plazos, y mis firmas cumplidas quedaban sin pago el día del vencimiento. Esto me atormentaba y me traía enfermo y sin sueño. Preferí sacrificar mi porvenir de riqueza a vivir en semejante infierno, y me retiré, sin ganancias, determinado a consagrarme a la enseñanza pública31.

El dinero que obtuvo con la venta de su imprenta lo unió a la empresa tipográfica de los hermanos Echeverría, con quienes continuó organizando proyectos de creación de periódicos. Mientras tanto, el destino de la imprenta de El Neogranadino no se detuvo allí. Pradilla pronto se quedó sin recursos y tuvo que vender. Manuel Murillo Toro, en 1850, recurriendo a dineros prestados y enajenando su imprenta de Santa Marta, decidió adquirirla «para evitar que la comprasen los conservadores». Salvador Camacho Roldan recuerda que las peripecias por adquirir la costosa y codiciada imprenta no se hicieron «sin que en todas estas transacciones hubiese ganancia y sí pérdidas para todos los que intervinieron en ellas»32. Finalmente, en medio de denuncias de los conservadores por supuestas operaciones fraudulentas de Murillo Toro, entonces miembro del gabinete ministerial, el Gobierno nacional terminó comprándola. La noticia de ese traspaso fue un chasco para muchos otros impresores establecidos en el capital, puesto que se moría la posibilidad de celebrar contratos de impresión con el Gobierno. Eso sintieron al menos los hermanos 31 Carta de Manuel Ancízar a Tomás C. de Mosquera, Bogotá, septiembre 6 de 1849, Archivo Ancízar. 32 CAMACHO ROLDAN, Salvador, Memorias, tomo II, Biblioteca Popular de Cultura, Bogotá, 1946, p. 53-

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Echeverría que, en aquel año 1853, se adelantaron a comprar en los Estados Unidos «una buena cantidad de tipos de viñetas, jeroglíficos, interlíneas y dos prensas imperiales» cuyo monto ascendía a «tres mil y pico de pesos», con la finalidad de ofrecer mayores garantías que sus competidores ante un eventual contrato de im-presiones oficiales33. Hasta el número conmemorativo de la Independencia nacional, el 20 de julio de 1849, puede adjudicársele a Ancízar la responsabilidad editorial del periódico. Desde entonces cesó de presentarse en el pie del periódico la Imprenta Ancízar. En ese mismo número de El Neogranadino, Ancízar anunció que dejaba de ser el redactor del semanario desde la siguiente entrega y que la dirección quedaba en «personas más hábiles y en mejores circunstancias que yo para dar un periódico extenso, variado y bien nutrido»34. En el número siguiente la nueva dirección advertía a sus lectores que la redacción estaba ya en manos distintas a las de Ancízar, lo cual se hizo evidente en las transformaciones drásticas del estilo editorial35. Manuel Ancízar, mientras tanto, se había ido a ocupar el cargo oficial de Director General de Ventas, acompañando los últimos días del gobierno de su protector, el general Mosquera36. Ancízar nunca se desprendió del periodismo y en varias oportunidades abrigó la ilusión de fundar nuevos periódicos. El convencimiento de la misión ilustradora y civilizadora de la prensa le hizo fraguar nuevos proyectos. A comienzos de la década del cincuenta, con ayuda de los fieles hermanos Echeverría, fundó El Pasatiempo, «lanzado a tuerto y a través en la política eleccionaria», según su propio examen; en 1852 estimuló el nacimiento de El Constitucional, y en 1855, cuando aún no se había separado de los encargos diplomáticos, negoció la compra de la imprenta de El Tiempo, adonde llegó a mediados de ese año a asumir la tarea de redactor principal. Años más adelante hizo anuncios de fundación de nuevos periódicos. Alguna vez tuvo la tentativa, algo quimérica, de establecer una imprenta en la región del Tolima. En 1863, preludiando la Convención de Rionegro, tuvo la intención de fundar otro semanario con el nombre de El Constitucional, con el fin de presionar al general Mosquera a la convocatoria de una asamblea constituyente. 33 Carta de León Echeverría a Manuel Anazar entonces en Chile, Bogotá, julio 29 de 1853, Archivo Ancízar. 34 Nota del N" 56 de El Neogranadino, julio 20 de 1849. 35 Por eso es irresponsable la adjudicación a Ancízar de al menos cuatro editoriales en la selección de

Editoriales del Neogranadino a cargo de Gustavo Otero Muñoz, Editorial Minerva, Bogotá, 1936. 36 Fue nombrado oficialmente el 1o de septiembre de 1849. En ese mismo mes también se le vio dedicado a la

fundación de la Sociedad Protectora del Teatro.

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«Siempre he considerado la tipografía en nuestro país como instrumento de civili-zación y progreso, no de lucro». Esa categórica afirmación acompañó su propósito de fundar, desde su misión diplomática en Guayaquil, El Constitucional en momentos que uno de sus mejores amigos, el liberal y alto jerarca de la masonería bogotana, Rafael Eliseo Santander, le comunicaba los amagos de renuncia a la presidencia de la República del general José Hilario López, a mediados de 1852. Con cierto empecinamiento que mereció la benévola burla de sus mejores amigos que hacían cálculos más realistas, Ancízar estimuló a comienzos del decenio del cincuenta la fundación de un periódico «serio y duradero, firme órgano del partido liberal-civil» para congregar a aquellos que estuviesen dispuestos a «levantar un periódico, libre de reatos, superior a las pasiones locales, audaz en doctrinas reformadoras, parti-cularmente las económicas, que son la base de todas las demás: periódico repre-sentante de la generación nueva, de las ideas puras y sanas, civil en el fondo, civil en el lenguaje, totalmente civil». Y apelando a su experiencia en El Neogranadino, les proponía a sus amigos Echeverría y Santander que era preciso «quitar a los escritores la pesada carga de los costos del periódico, pues harto harán en poner gratis su caudal de inteligencia». Creía que esto era posible mediante un sacrificio del propio Ancízar que consistía en poner «a su servicio la cuota de propiedad en la imprenta de Echeverría hermanos con renuncia, por compensación a ellos, de cuanto me pueda tocar por razón de dividendo en las utilidades de la imprenta»37. No habría sido Ancízar tan empecinado y tan generoso en esta propuesta que se concretó en un influyente periódico capitalino, si este intelectual secularizador no estuviese plenamente convencido de que se avecinaba, durante el resto de ese siglo, la lucha «entre lo civil y lo militan), según él «la postrera de nuestras grandes luchas». Liberalismo y civilismo, esas fueron las fuerzas que empujaron a Ancízar, y a otros ideólogos civiles de su época, a la creación de muchas empresas culturales y políticas. 37 Carta de Manuel Ancízar a Rafael Eliseo Santander, Guayaquil, junio 9 de 1852, Archivo Ancízar.

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los retos de la historia ante la postmodernidad y las nuevas corrientes historiográficas

marisa gonzález de oleaga*

introducción

Se me ha encomendado exponer -y en cierto sentido exponerme- sobre la situación actual de la historiografía. De hecho, se barajaron dos posibilidades distintas de llamar a esta intervención: los retos de la historia ante la postmodernidad y las nuevas corrientes historiográficas. En un arranque de soberbia post-juvenil o pre-madura -si se prefiere- he decidido incorporar los dos problemas a la exposición. Y esto es así porque me parecía que optar por uno u otro iría en detrimento de la inteligibilidad de la cuestión. Hablar de los «retos» que la postmodernidad ha su-puesto para la escritura de la historia sin referencia a casos concretos, o abundar y describir esos casos sin hacer alusión a la problemática que le da sentido, se me antojaba iba a restar fuerza y credibilidad al conjunto.

¿Cómo la historiografía ha negociado y negocia con el pensamiento post-moderno? Es el problema que nos ocupará aquí y ahora. Pero lejos estamos de cerrar la cuestión, y planteado así hay que hacer algunas precisiones. En primer lugar, no existe tal cosa como el pensamiento post-moderno, si por pensamiento entendemos un conjunto articulado de enunciados que nos dicen cómo es el mundo, cuál es el lugar o el rol de la ciencia, del investigador, qué teoría de la realidad manejar, qué

*Profesora de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), Fundación Ortega y Gasset

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papel juega la explicación, cuáles son los criterios de evaluación, etc. (Ustedes podrían decir, y dirían bien, que otro tanto se podría decir del supuesto y tan men-tado pensamiento moderno.) En segundo, las nuevas prácticas historiográficas no son «nuevas», si por ello queremos entender radicalmente distintas a las anteriores.

Si algo caracteriza al pensamiento post-moderno es la falta de consenso interno y la existencia de notables diferencias entre los distintos autores que se reconocen como tales. Por eso estamos muy lejos de poder hablar de un «antes» y de un «después» de la irrupción de este pensamiento, y más bien -para no violentar excesivamente la realidad en aras de un cierto prurito clasificatorio- deberíamos hablar de un «durante», porque el proceso está abierto y la negociación está en marcha.

Creo que puedo afirmar, con un margen de error aceptable, que el pensamiento post-moderno no es una teoría en sentido estricto y en lo que nos afecta a nosotros, un nuevo paradigma, sino más bien una advertencia, un aviso de las insuficiencias de los programas de investigación derivados del pensamiento moderno. No pretende sustituir antiguas certezas con otras nuevas, sino desestabilizar las anteriores para dar paso a certezas provisionales que posibiliten nuevas prácticas. Es una apuesta por la búsqueda de nuevos caminos ante la percepción de que los anteriores son «vías muertas». Y como toda búsqueda, comporta grandes riesgos: uno, y no es el menor, de convertir alguno de los nuevos itinerarios en mapa oficial (es el caso del formalismo de Hayden White1); otro, sucumbir al desaliento y confundir el camino, los itinerarios con el objetivo, que es alguna suerte de meta -por muy provisional que ésta sea-. Entre uno y otro extremo se mueve toda una masa crítica de trabajos, prácticas y concepciones de gran riqueza que son nuevas parcialmente. Algunas de ellas podrían ser asumidas sin demasiados problemas por algunos de los programas de investigación modernos y su novedad reside en arrastrar al centro de la práctica historiográfica lo que antes era tenido por marginal o periférico.

Lo que yo quiero defender hoy aquí es un uso crítico, una incorporación meditada de los retos de la postmodernidad desde la tradición (¿desde dónde si no?) cuestio-nada (y esto es post-moderno). Reconocer que el lenguaje no es el reflejo de la realidad no es igual que afirmar que la realidad sólo es lenguaje, o reconocer que la historia se nos presenta en forma textual no implica ninguna suerte de reducción de la complejidad histórica al texto, o en todo caso implica nuevas consideraciones

1 WHITE, Hayden, El contenido de la forma. Narrativa, discurso y representación histórica, Barcelona, Paidós, 1992, Metahistoria. La imaginación histórica en la Europa del siglo XIX, México, Fondo de Cultura Económica, 1992.

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de la textualidad. De igual forma que rechazar el programa de emancipación de la modernidad no es lo mismo que regodearnos en la propia miseria o creer que éste es el mejor mundo posible, por ser el único. Ahora bien, como se trata de una cuestión de sutilezas -del lenguaje-, dicho esto, la reacción (y he comprobado que esto es así también en otros ámbitos académicos como el anglosajón), es inmediata: reconozco que el pasado se presenta en forma textual -que generalmente se confunde con el lenguaje- pero como no sé muy bien a dónde me puede llevar tal cosa, sigo trabajando como si no fuera así, sigo leyendo los textos, los relatos, las narraciones de forma más o menos literal; o, en el mejor de los casos, hago una crítica de las fuentes, intentando descubrir las intenciones del autor o categorizando los documentos de acuerdo a su origen y destino (los documentos secretos son más veraces que las alocuciones públicas); o apelo a contextos de referencia que los saco de la textualidad. Entre esta posición y la contraria -todo es texto y no hay referente posible- se mueve un espacio intermedio que exige de una posición distinta: ¿qué es un texto? ¿cómo relacionar texto y contexto? ¿cómo abordar el problema de la textualidad sin ser tragados por él?. Y es aquí donde creo que algunas técnicas que, llamémosle, la historiografía post-moderna recrea y toma prestado de la crítica literaria y de la lingüística y de la filosofía del lenguaje pueden ser de alguna utilidad. Pero lo pueden ser a condición de que asumamos esa posición abierta e intermedia, esa posición de búsqueda riesgosa. Entonces, a las consabidas preguntas de «¿entonces qué?» o a la afirmación de «todo esto está muy bien, pero no es nada nuevo», yo me atrevería a responder que, efectivamente, no hay nada nuevo en las preguntas -buena parte de los debates en torno a la relación entre mundo y lenguaje son antiguos- pero sí lo puede haber en las respuestas, entendidas como prácticas. Sé que todo esto puede parecer una defensa del eclecticismo más temido, esa especie de picoteo de «aquí y de allá» que atenta contra las consignas de la pretendida historia científica y he de reconocer que de algún modo es así. Es una defensa de la combinación crítica de posibilidades metodológicas y técnicas ante la desconfianza en las grandes certezas. Son los problemas que plantea el historiador los que deben determinar la elección de los instrumentos, el uso la adecuación de los procedimientos a emplear en una suerte de instrumentalismo rortiano. Porque lo único que permite hablar de pensamiento post-moderno es, precisamente, esa desconfianza en las grandes certezas, sean éstas de orden epistemológico, metodológico o político. Eso y la desconfianza en el origen y en la autoridad, que

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es lo mismo que decir en el centro, en el autor y en los sujetos. Fuera de esto, pocas son las coincidencias, las semejanzas. Dentro, la polifonía es dominante (P. Roseneau ateniéndose a esta variedad de síntomas propone hablar de post-modernos escépticos y post-modernos afirmativos2) y eso lejos está de ser, creo, un obstáculo a salvar, más bien creo que ha de ser una riqueza a proteger (como creo que también lo es en su correlato político: la exclusión del disenso no es el objetivo de la democracia pluralista, sino que su existencia y permanencia es condición de posibilidad y aquí no soy rortiana sino derridiana, si es que algo así es posible).

Dicho todo esto, voy a trazar un cuadro general de la historia de esta historia, de la negociación entre historia y postmodernidad y de los problemas que plantea una clasificación semejante. A continuación voy a dibujar un marco de actuación posible en el que se intentará definir cierta coherencia provisional -que tienen que ver con mi trabajo- dentro de la polifonía que a algunos les resulta cacofónica. Todo esto para sugerir que «ni integrados ni apocalípticos» sino irredentos y apatridas y erráticos.

una historia de esta historia: la negociación entre la historiografía y la postmodernidad

El malestar en la historiografía no es nada nuevo. Marxistas de distinta índole, analistas, cliómetras, empiristas pueriles y sofisticados han convivido y coexistido en este siglo con concepciones muy diferentes sobre la historia y su quehacer y sobre la función del conocimiento histórico. Se han intentado toda suerte de clasificaciones para hacer más o menos inteligible el panorama del «antes», de las historias modernas para poder distinguir así, y hacer apreciable contra qué se definen las historias post-modernas. Keith Jenkins3 habla de las Historias con mayúsculas y de las historias con minúsculas y traduce las primeras como Historias deliberadamente ideológicas (marxistas y liberales), y las segundas como pretendidamente no ideológicas (también desde la izquierda y la derecha). Por su parte, Alun Munslow4 habla de reconstruccionistas, construccionistas y deconstruccionistas, atendiendo a las teorías de la realidad a las que los del "antes" y del "después" y sobre todo los del "durante" (la irrupción del pensamiento post-moderno) se adscriben y defienden.

2 ROSENEAU, Pauline, «Modern and Postmodern Science. Some Contrasts», en Review, vol. XV, N° 1,1992. 3 JENKINS, Keith (ed), The Postmodern History Reader, New York, Routledge, 1997 4 MUNSLOW, Alan, DeconstructingHistory, New York, Routledge, 1997

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Pero, ¿se puede fijar algún momento como clave para el reconocimiento de este malestar, o una mayor profundizadón en la falta de consenso?, ¿hay algún signo, alguna señal? Se puede, aunque no deja de ser una referencia bastante arbitraria. Estoy segura que si nos dedicásemos a rastrear las discusiones que el pensamiento post-moderno lleva a escena en las últimas décadas las encontraríamos en la periferia de la historiografía o de la filosofía de otras épocas. Lo que hace el pensamiento post-moderno es reinterpretarlas y lanzarlas a escena. Esto ha sido así en el caso de la física o en el de la biología. La teoría del caos o el paradigma de la complejidad no son inventos nuevos sino re-interpretaciones de discusiones anteriores (el principio de indeterminación de Heisenberg...). En los programas historiográficos modernos no existe consenso absoluto, pero hay ciertos lugares comunes: una cierta similitud en la concepción de la realidad, de los objetivos de la ciencia o del conocimiento histórico, sea en su vertiente marxista o liberal. Además el disenso se produce entre grupos que más allá de ese lugar común que comparten, mantienen amplias diferencias. El pensamiento post-moderno atenta contra esos lugares comunes y lo hace sin plantear alternativas grupales posibles. Deja el lugar de los grandes paradigmas, de las grandes teorías, vacío y lo sustituye por una proliferación de prácticas que no se sostienen en declaraciones de principios sino en la posibilidad de generar otras nuevas.

Creo que podemos situar el debate entre Lawrence Stone y Eric Hobsbawn5 como momento crítico, en el que el primero da cuenta de un cierto panorama historiográfico que él considera crítico -marxistas, cuantitativistas, etc.- y aboga por despejarlo -¿llegar al tan ansiado consenso?- mediante una vuelta a la narración. Resultaba evidente que para Stone, el común denominador de todas esas formas de hacer historia era su rechazo a la pretendida historia científica de filiación marxista. Hobsbawm, por su parte, no ve en esa proliferación de prácticas crisis alguna, sino más bien, el signo de una indudable salud de la disciplina. Estamos en 1979 y la discusión aparece en la revista Past and Present Al debate se incorporaría, luego, Abrams y en la década siguiente, Gabrielle Spiegel, Patrick Joyce, N. Zemon-Davis, entre otros. De más está decir, que la vuelta a la narración que propugnaba Stone (y que luego lo harían otros como Elton6, más recientemente) era una consecuencia no necesaria, era la forma de reorganizar ese panorama polifónico que a Stone parecía causarle cierta inquietud. Semejante propuesta causó bastantes resquemores y se cre- 5 STONE, Lawrence y HOBSBAWM, Eric, «La historia como narrativa», en Debuts, N° 4,1992. 6 ELTON, Geoffrey, «Return to Essentials», 3n K. Jenkins (ed), op. cit.

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yó ver en ella la vuelta de la "vieja historia política" (sin entender que uno nunca viene, sino que siempre va). Según otro de los que intervinieron en el debate, C. Lloyd, el nudo gordiano de la discusión era la sempiterna problemática entre indi-viduos y estructuras y entre los aspectos materiales, sociales y mentales de la so-ciedad. Nuevos temas, nuevos sujetos históricos, nuevas técnicas, nuevos tiempos eran los síntomas de la crisis. Si bien algunas corriente podían asumir este envite, es el caso de Annales porque en sus condiciones de pertenencia a la historia total -como reacción a la reificación de lo político- no figuraban criterios muy rígidos, resultaba más difícil de digerir en el caso de las corriente filomarxista (más en teoría que en su propia práctica).

Más pegadas a una teoría fuerte con enunciados prescriptivos sobre determinaciones y muy relacionada con una filosofía de la historia que hacía de ésta un instrumento valioso para la revolución inevitable, la proliferación, sin orden ni concierto, de sujetos y niveles y la legitimidad de prácticas historiográficas, huérfanas de grandes teorías, no podía ser considerado como una forma más de hacer historia.

Así las prácticas se multiplicaron y el Queso y los gusanos de Cario Ginzburg o sus Mitos, Emblemas e Indicios7 saltaron a la palestra de las novedades, por no hablar de los trabajos de Roger Chatier, de N. Zemon Davis o las conversiones posteriores como la de Le Roy Ladurie. La historia de las mentalidades estaba en marcha, y la micro-historia se infiltraba en el campo de la macro. Por supuesto que se siguieron haciendo cosas a la manera -desde ese momento- tradicional. Sigue habiendo marxistas, y excelentes trabajos en este sentido -desde la sociología histórica, el trabajo de Theda Skocpol8 sobre las revoluciones-, o de empiristas más o menos sofisticados -buena parte de los trabajos que la etnohistoria ha llevado a cabo-, pero nada volvió a ser como antes. En el caso de la historiografía marxista, se ha virado de las estructuras a la acción y se han producido ciertos préstamos de otras disciplinas como la micro-economía. Así, la acción intencional, y la racionalidad instrumental se empieza aplicar al campo de la historia. La mal llamada teoría de la elección racional -de génesis weberiana-, que sí es una teoría, ha penetrado en el campo historiografía) (es el caso de Robert Brenner). Por otra parte, la escuela de las mentalidades, la micro-historia se han beneficiado de una suerte de poligamia disciplinar con la antropología, la lingüística y la crítica literaria. 7 GINZBURG, Cario, El queso y los gusanos, Barcelona, Muchnik, 1981; Mitos, Emblemas e Indicios:

Morfología e Historia, Barcelona, Gedisa, 1989. 8 SKOCPOL, Theda, Los Estados y las Revoluciones Sociales, México, Fondo de Cultura Económica, 1984.

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«Todo vale» parecer ser la consigna, y así es, a condición de que el todo resista la tentaciones totalitarias. Me explico: la pluralidad metodológica no es una maldición, sino como decía Chartier en 1988, la prueba de fortaleza de la disciplina. En el caso del neo-marxismo se puede aceptar que la intención es una propiedad de la acción, siempre y cuando no se quiera, y ha habido intentos, reducir la acción a la intención o el texto a su autor. Podemos convivir con la idea de una realidad compleja sin tener que hacer constantes disquisiciones sobre la naturaleza de lo real. Y lo podemos hacer mejor en esta disciplina -se trata de hacer del vicio, virtud- en la que ese tipo de discusiones nunca han sido centrales. «Todo vale» también si se adecua a los problemas planteados. Si mi interés reside en averiguar la cantidad de oro que, en un determinado momento, llegó a España desde América, difícilmente podré hacerlo con técnicas textuales, pero si mi problema es el del discurso político de un dirigente y su significación, la estadística no siempre será la mejor herramienta. Pero hay más, esto no es ninguna novedad, pero y ¿si cuestionase el problema inicial y si el volumen de oro no fuese tan importante y el impacto de su llegada ocupase ahora un lugar central? ¿Y si los efectos simbólicos de un sucesos fuesen más importantes, incluso para la economía, que sus efectos cuantificables? Creo que en este punto es donde estas corrientes emparientan con el difuso pensamiento post-moderno (a pesar de Ginzburg) y se alejan de algunas de las formas de los programas modernos. Se oponen a ciertas lecturas filomarxistas pero también se distancian de Anales. No se trata de incorporar nuevos temas, problemas y tiempos, sino de los efectos erosionante que esas incorporaciones traen aparejados. Las mujeres, los pobres, el carnaval, ocupan el lugar que hasta hace poco copaban el proletariado, la burguesía y los sindicatos pero hay algo más. Pensar en la posibilidad de un estudio como el que propone el Queso y los gusanos de Ginzburg supone alterar algunas certezas respecto a las fuentes, al lugar y a la relación de lo individual y lo colectivo y a la función de ese conocimiento. Pensar en la virtualidad del conocimiento de un caso excepcional -el de un molinero del siglo XVI que no es un ejemplo de los molineros de la época- y hacerlo desde fuentes indirectas, fragmentarias, hilvanando aquí y allá es, en cierta forma, un atentado no sólo al marxismo sino al propio estatuto de conocimiento histórico tal y cómo se había manejado hasta entonces. Porque este análisis micro no vuelve a la vieja historia pintoresquista y anecdótica. Ginzburg pretende a través de lo excepcional llegar a lo general y a cierta regularidad. No se puede hablar de regularidades sin dar cuenta de las excepciones. En la introducción plantea el problema señalando que su ejercicio micro intenta arrojar luz sobre las concepciones vigentes entre cultura de élite y cultura popular y hace un gran servicio a los nuevos

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estudios sobre los procesos de dominación, pero no porque nos diga lo que es la dominación sino porque introduce una fractura, irrumpe con otro discurso que permite considerarla desde otros ángulos. Habla de lo indecible, señala los silencios, marca las deficiencias y lo hace donde más duele: reconsiderando lo que es objeto de la historia, atacando el fetichismo de las fuentes, restando autoridad tanto a la Historia como a las historias autocomplacientes. Es post-moderno y no lo es y de alguna manera reinventa la tradición. Otro tanto podría decirse de los trabajos de Roger Chartier, más interesado en la representación del mundo que en su realidad intrínseca, en la circulación de libros que en la de mercancías. Efectúa un desplazamiento de la realidad a la significación y a las convenciones lingüísticas. Una nueva historia cultural que empieza a tomar a la cultura como matriz significante se ha puesto en marcha y el testigo será recogido por la escuela americana y su nuevo historicismo. Pero antes de ver de qué se ocupa la nueva historia cultural, hay que llamar a escena a Hayden White. En Metahistoña y en El contenido de la forma, White propone desde una perspectiva textualista del pasado leer el contenido a través de la forma. Radicaliza la relación con la lingüística y con la crítica literaria y llega a la conclusión de que el mundo es un texto. Frente a otras analogías de lo real: mecanismo, juego, drama, él propone la de texto. Emparentado con la lingüística sausseriana, la lengua es un sistema auto-referencial y es la forma en la que percibimos que el mundo, ergo, el análisis de ese sistema y de sus estructuras es el cometido del historiador. Así relaciona cuatro tramas: romance, tragedia, sátira y comedia con cuatro figuras o tropos: metáfora, metonimia, sinécdoque e ironía y con sus correspondientes correlatos ideológicos. La forma trágica o cómica es anterior a cualquier lectura del pasado y su fuerza organizativa hace que el historiador busque en lo acontecido aquellos sucesos que encajen en ese marco y desprecie otros. Esa conciencia previa de lo histórico, de lo que puede ser considerado como tal, drama, tragedia, etc., es determinante y conocerlo es dar cuenta de los propios límites que no son los de los intereses o las condiciones materiales. El problema de la narratividad, de cómo se escribe la historia y de cómo se nos presenta ha dado lugar a una amplia discusión en la que han participado, por citar algunos: David Carr, Louis Mink, el propio White, Gallie, Ricceur, Dray, Mandelbaum, Goldestein, Danto, LaCapra y un largo etc. Para algunos el problema es insalvable, para otros no, porque habría una correspondencia entre historia vivida e historia narrada. En cualquier caso, y por lo que aquí interesa, White parece haber estressado demasiado su argumento y ha fosilizado y formalizado lo

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que no deja de ser una advertencia. Vemos el mundo a través de estructuras lingüísticas y literarias pero esto no es el final sino el comienzo. Por cada tropo, existe su contrario, por cada estabilidad de sentido su inestabilidad.

Así, frente a esta formalización textualista han reaccionado los nuevos historicistas americanos, que si bien asumen la importancia de la textualidad y su complejidad no reducen el conocimiento al lenguaje. En su caso es la antropología simbólica la que hace los préstamos. Se vuelve a hablar de contexto que ahora pasa a ser el sistema cultural del cual dependen todos los otros niveles. Incluso algunos, como Montrose llegan lejos, y dicen que un texto literario proporciona luz no sólo sobre la naturaleza del contexto sino un modelo para su estudio. Otras de las ideas que plantea el nuevo historicismo es que los modelos historiográficos son formas de opresión social y política, es la «violencia simbólica» derivada de la clasificación y de la exclusión discursivas. Para agujerear ese sistema cultural que condiciona nuestra forma de ver hay que cuestionarlo, diversificarlo y empiezan por plantearse qué es histórico, quiénes son los sujetos de la historia, la relación entre historia, identidad y memoria, etc. Por eso su interés por contravenir los códigos al uso y su recurso a lo episódico, anecdótico, contingente, exótico, sirven para escapar, trascender, contravenir los modelos de organización social. Rescatar los silencios para dar cuenta de la verdadera dimensión de la palabra. El problema que rápidamente se puede advertir es que esta corriente también puede caer en tentaciones formalistas al reificar la cultura como el lugar del todo.

Estos son algunos de los trabajos del nuevo historicismo: La poética y la política de la cultura, de Louis Montrose; La historia de la anécdota, de Joel Fineman; El sentido del pasado: imagen, texto y objeto en la formación de la contienda histórica del siglo XIX, de S. Bann; La lucha por la herencia cultura, de Arac; Mujeres, guerra y locura, ¿hay un fetichismo feminista?, de J. Marcus; Feminismo y el nuevo historicismo, de J. Newton; La nación como una comunidad imaginada, de Franco, ¿Hay un texto en esta clase?, de R. Terdiman y un largo etcétera.9

Es fácil advertir el nuevo desplazamiento desde lo acontecido, desde el pasado al cuestionamiento de las formas de apropiación de los textos que constituyen lo experimentado, lo vivido, y también es fácil darse cuenta de la conexión que esta forma de aproximación tiene respecto del cambio y de la función política de la historia. La lucha no es externa a la forma, «sigo trabajando como hasta ahora pero desde hoy son las mujeres los nuevos sujetos históricos». La lucha empieza por

9 VEESER, Aram (ed), TheNewHistoricism, New York, Routledege, 1989.

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subvertir el orden, la forma de escribir, romper con los fundamentos, con las opo-siciones tradicionales entre ficción/realidad, serio/no serio...dar cuenta de la artificialidad y de las falacias sin sustituirlas por otras nuevas. No nos debemos engañar, esto es un proceso abierto y los peligros son muchos pero el mayor, creo, es la búsqueda de consenso a costa de la diversidad. No son los nuevos sujetos históricos los que hacen de esto una nueva historia. Una historia de género que pretenda ser «la Historia» nos hace un flaco favor, o una historia nacionalista que pretenda constituirse en la única voz, está fuera de lo más rico de esta tradición reiventada. Por eso decía al comienzo que esto no es un nuevo paradigma sino una subversión de certezas para apostar por la provisionalidad y el diálogo.

de coherencias posibles

No hace falta hacer una declaración de intenciones, ni confesar todos los presu-puestos que nos guían en nuestras prácticas para aprovechar la riqueza -relativa-de estos debates y de los retos que el pensamiento post-moderno ha introducido. Con independencia de lo que creamos sobre la realidad -si es una, múltiple, compleja o sujeta a regularidades-, de lo que estimemos sobre la naturaleza de lo histórico, la labor del historiador, el lugar de la explicación etc., creo, que podemos acordar que el estudio del pasado -sea el pasado o lo que nos ha pasado- tiene una dimensión textual innegable. No creo que sea fácil encontrar a un historiador que defienda que los documentos son el reflejo de la realidad, o que el lenguaje lo es del mundo. Entonces, ¿porqué no aprovechar, incorporar esa dimensión a nuestro trabajo? La historia conceptual de Koselleck10 , el análisis de discurso (la lexicografía), la semiótica, el pragmatismo, la retórica, pero también la antropología simbólica pueden ser útiles no como grandes teorías sino también como técnicas a aplicar. Todas ellas han sido incorporadas en las corrientes historiográficas que hemos visto, con éxito desigual pero también son susceptibles de ser incorporadas de otra manera. Y aquí me vuelvo deconstruccionista, la herencia no es un fardo que uno tenga que asumir de forma pasiva. Con la herencia se puede y se debe negociar porque la responsabilidad de los historiadores no es con el pasado -con alguna verdad inmanente- sino con el presente y el futuro, somos responsables de las interpretaciones que hagamos y de sus consecuencias.

10 KOSELLECK, Reinhart, Futuro Pasado. Para una semántica de los tiempos históricos, Barcelona, Paidós, 1993

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¿Cómo se traduce todo esto en acciones concretas? Sé que es poco elegante ponerse como ejemplo, pero es el que mejor conozco y que tengo más a mano. Estoy trabajando ahora en la dimensión textual del movimiento neo-zapatista, ese movimiento armado que irrumpe en la escena política mexicana en enero de 1994. Se ha escrito mucho sobre el zapatismo, sobre su portavoz, el sub-comandante Marcos y sus reivindicaciones. Buena parte de los estudios se centran en descubrir la «naturaleza» del neo-zapatismo, en reproducir su programa, sus reivindicaciones, etc. y se ha polarizado tanto el debate que hay dos bandos: los pro y los antizapatistas. En ambos casos, y a pesar de las diferencias ideológicas participan de un universo común formado entre otros nudos por una concepción común de lo político. Así los que están en contra, lo están porque ven en el zapatismo una posibilidad de pérdida de hegemonía en la actual correlación de fuerzas (nacionales e internacionales) y ven en marcos una reedición del Che Guevara y de los movimientos guerrilleros; y los que están a favor porque esa reedición parece prometerles la entrada en el paraíso y la materialización, aunque sea diferida, de la revolución pendiente. Visto esto, yo me preguntaba si podría haber una tercera vía y una cuarta y quinta... y me concentré no en las acciones del movimiento -que son ambiguas- sino en el lugar que yo creía que podía atrapar las matrices que daban sentido a esas acciones. Por ejemplo, me llamaba mucho la atención que en las primeras negociaciones con el gobierno central, los representantes zapatistas ante las exigencias del gobierno por fijar una fecha de reunión, contestaran «Ya les avisaremos, ya les diremos cuándo, tenemos que consultar con las comunidades». Esto, que era un enunciado, era también una acción demostrando el carácter no reflejo, sino performativo de la comunicación. Esa espera implicaba una lógica difícil de entender, también y sobre todo para el gobierno. ¿Cómo un grupo de indios que pretenden incorporarse a la participación política nacional se atreven a sugerir al gobierno central que espere? ¿Porqué actuaban de esa manera? Uno podría pensar en que su acción era un ejercicio de fuerza y puede que lo fuera. Pero había otras acciones en la misma dirección y en otros contextos que no apuntaban en el mismo sentido. Así, lo que dicen se transforma en una fuente a decodificar. Lo que dicen no se opone a lo que hacen sino que le da sentido. A condición siempre de que lo que dicen no se lea de forma literal. Si así lo hubiera hecho, habría llegado a la conclusión de que el portavoz Marcos se había equivocado de lugar y de tiempo. El discurso de Marcos es un discurso poético, literario, no es un discurso propositivo o programático. Es un discurso político pero habla desde otro lugar y con otro código. Pronto advertí que lo que más inquietaba a los detractores del zapatismo no eran los contenidos, sino que la forma del discurso estaba fuera de lógica y que

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lo que más irritaba era que estuviera firmado por un individuo que jugaba al escondite. En resumen: era poco serio. Pero advertí también que lo que más admiración provocaba en los partidarios era precisamente eso: su musicalidad y aparente ino-cencia y el poder adjudicarle a alguien la autoría. Visto esto podría haberme quedado en uno u otro bando: echando pestes o regodeándome en la musicalidad del discurso zapatista. Pero siguiendo las aportaciones de otros -los más arriba señalados- decidí hacer otra cosa. Tomar al discurso como problema, sin negar otros aspectos del zapatismo que pueden ser complementarios. Recoger el problema de la textualidad y, a diferencia de White, no lo perseguí con ningún tropo, ni ninguna trama, sino que me pegué a él y lo intenté recorrer. Seguí sus marcas y descubrí que la forma de ese texto daba, podía dar pautas sobre los contenidos. Suspendí las consideraciones sobre el autor y su intencionalidad que no parecían relevantes para el problema planteado. No me interesaba saber qué quería Marcos, sobre todo dada su condición de portavoz y no de dirigente, sino arrojar luz sobre acciones que no entendía. Las conclusiones a las que llegué, a las que estoy llegando, apuntan en la dirección de un discurso meta-político. Lo que hace el discurso zapatista es plantear las deficiencias de una forma de concebir lo político en México y cuestiona la forma de incorporación de las minorías al modelo de nacionalidad y ciudadanía. Nada más que eso.

Fueron las preguntas, el lugar del «yo» y del «nosotros», el testimonio, la convocatoria a los adversarios, la ironía, la relación que establece entre lo universal y lo local lo que da pistas. Les puedo asegurar que no me inventé nada. No me senté un día a pensar qué quería adjudicarle al discurso y a continuación lo escribí. No me separé un milímetro de él. Simplemente hice uso de ciertas técnicas y de la noción de competencia discursiva para aproximarme. Así pude ver porqué se atrevían a desafiar la autoridad del gobierno central, obligándole a esperar. Así puede, no diré entender, pero si aproximarme, a algunas incógnitas del zapatismo, como su renuencia, a pesar de los incansables intentos de cooptación del PRD, a participar en el juego político partidista. Proponen otra forma de concebir lo político y la política, y lo hacen ateniéndose a las diferencias. Bueno, ¿y qué? sería la pregunta final. Podemos asumir esa especie de excentricidad metodológica no exduyente y que sí está sometida a control. No puedo decir lo que se me antoje del zapatismo, para eso está la discusión y los contextos. No plantee en ningún momento que el discurso fuera auto-referente sino que lo ligué con el contexto, con una selección de entre los muchos contextos textualizados. Alguien podría rebatirlo y proponer otros dónde mi interpretación no se sostuviera y tendría que dar cuenta de ello. Cuanto más se conozca el contexto, los contextos, más posibilidades de someter mi interpretación a la refutación.

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Ahora bien, hay otra pregunta, ¿y, qué?, no se puede decir cualquier cosa, convengamos en que toda realidad social tiene una dimensión textual, ¿adonde vamos con todo ello? Yo creo que lejos, porque el conocimiento de lo que puede ser, de la diferencia, de la posibilidad, que es en definitiva lo que plantea el discurso zapatista y lo que re-crea el análisis y sobre a lo que apunta es emancipatorio. Frente a las dos posturas, partidarios y detractores, hay otras, que reconocen en el conocimiento potencialidades, posibilidades abiertas que nos hacen más conscientes y más libres. Y lo es no sólo para los zapatistas sino para todos los consumidores de un tipo de conocimiento histórico semejante. Por último y ya para acabar, todo esto para defender la pertinencia de «ser abiertos en nuestras cerrazones» («on being open in our enclosures») a decir de K. Jenkins y para intentar mostrar que sobre la post-modernidad no caben posturas, creo, del tipo soy partidario-no soy partidario. Nos ha tocado, y de nosotros depende qué hagamos con ello.

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¿ cómo pensar la libertad a finales del siglo XI ? el caso de anselmo de canterbury

felipe castañeda *

introducción

Una persona no es propiamente libre por tener la capacidad de hacer lo que quiera, sino lo que debe. Esta es la tesis principal de Anselmo en relación con el tema de la libertad. Para llegar a esta conclusión se apoya en argumentos en los que se tiene en cuenta principalmente cierta filosofía del lenguaje, así como algunas afirmaciones del dogma cristiano. Este ensayo tiene por objeto analizar estos razonamientos, tratando de mostrar que no sólo obedecen a una determinada lógica o forma de pensar independiente de los acontecimientos propios de la Alta Edad Media, sino que en cierta medida se pueden entender como la respuesta o reacción filosófica frente a lo que se estaba viviendo por ese entonces. Lo anterior implica que sea necesario volver sobre la biografía de Anselmo, tratándolo de ubicar en su medio histórico, para de esta forma determinar un contexto en el que se puedan ubicar sus ideas acerca de la libertad. * Profesor y Director del Departamento de Filosofía de la Universidad de los Andes.

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esbozo biográfico La vida de Anselmo transcurre entre los años 1033 y 1109. Según cuenta su biógrafo y discípulo Eadmero1, provenía de una familia acomodada de Aosta, población del Norte de Italia. Ya desde joven ve su destino en la vida de monje. Es conveniente recordar que los monasterios por ese entonces representaban no sólo "un modelo alternativo al desorden reinante"2, sino los únicos centros formales de estudio3. La trascendencia de esta decisión se explica además por otras razones. En efecto, gran parte de la administración de asuntos relacionados con la vida pública recaía sobre estas organizaciones que servían también y en parte como eje de actividades económicas4, no sólo por su gran cantidad de tierras cultivables, sino por el comercio que generaban. De esta forma, pasar por la estrecha puerta de un convento, que sólo a pocos se les abría, significaba tener acceso a uno de los pilares de esa sociedad en transición hacia el orden feudal. Cuenta Eadmero que a los 27 años se hace monje en la Abadía de Bec en Normandía. Según parece, pudiendo escoger Cluny, que en esa época sería como el prototipo de avance cultural, centro de poder y caldero de ideas de la época5, se decide por Bec. Según parece la estricta disciplina de Cluny atentaría contra sus deseos y capacidades de aprender6. Con el tiempo se hace prior hacia 1063 y abad en 1078. Durante esos años desarrolla actividades administrativas propias de esos cargos. En este período escribe también algunas de sus obras fundamentales: "Sobre libre Albedrío", "Sobre la Caída del Demonio", "El Monologio" y su famoso "Proslogion". Parte de las posesiones de Bec se encontraban en Inglaterra, por lo que visita Canterbury, de donde sería arzobispo desde 1093. Conviene recordar que por esa época es priori-

1 EADMERO, "Vida de San Anselmo por su discípulo Eadmero'; en Obras Completas de San Anselmo, BAC, Madrid, 1952. 2"[...] el monasterio ofrece la fascinación de un modelo alternativo al desorden reinante y conserva pese a

todo una capacidad de formación cultural y de organización económica y civil del territorio que hacen de él un lugar privilegiado..:; LE GOFF, Jaques, El hombre medieval, Alianza, Madrid, 1990, p. 6l.

3 "Pero el hecho de que las reglas previeran generalmente para todos los monjes la obligación de aprender a leer [...] situaba al monasterio en un lugar de instrucción sin correspondencia ya en la condición común:: Más adelante, p. 74: "La costumbre entonces preponderante, por parte de nobles y caballeros, de confiar al monasterio sus hijos de tierna edad para que se preparasen para el estudio monástico, responde también a la necesidad de un largo aprendizaje educativo que sólo en ese lugar encuentra tradiciones e instrumentos que lo hacen posible" ibid., p. 53.

4" [...] las tierras de la Iglesia [en esencia las tierras de Cluny] representaban un tercio de las posesiones cultivadas hacia mediados del siglo X, y sensiblemente más (40%) después del año mil. Tierras de la Iglesia, y por tanto inalienables salvo confiscaciones o usurpaciones" BOIS, G. La revolución del año mil, Crítica, Barcelona, 1991, p. 57

5 "Cluny se convirtió en el laboratorio ideológico de la revolución feudal. Además, se aplicó a este proyecto en fecha muy temprana" ibid., p. l6l.

6 EADMERO, op. cit, p.8.

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dad de la Iglesia implementar una serie de reformas que van desde convertir en sacramento el matrimonio7 , hasta la purificación de las costumbres del clero8, pasando por el problema de las relaciones de obediencia o subordinación entre los poderes político y religioso9. Desde este punto de vista resulta especialmente interesante la figura de Anselmo: cuando entra como monje en Bec, la abadía está bajo la dirección de Lanfranc, quien no solamente se distinguía por sus profundos conocimientos10, sino por sus buenas relaciones con Roma. Es importante mencionar que la Normandía en general no presentó una actitud abiertamente hostil frente a los intentos de implantar la reforma11, por lo que se puede afirmar que Anselmo se formó en un ambiente en el que las pretensiones de la Iglesia Romana parecían en general razonables. Esta situación contrastaba con la que se vivía en Inglaterra: historias sobre expulsión de obispos avalados por la Iglesia, apoyo a antipapas, prohibiciones de desplazamientos a arzobispos, etc.12 Es importante tener en cuenta este contraste, dada la proximidad geográfica entre Normandía e Inglaterra, así como las "vastas posesiones" que tenía la abadía de Bec precisamente en esta última13, lo que podría explicar no solamente el fuerte ánimo reformador que manifestaron las cabezas de la abadía en sus dominios más allá del Canal, sino también los numerosos conflictos entre la nobleza inglesa y los representantes de la Iglesia Romana. A lo anterior conviene añadir la siguiente circunstancia: el vínculo entre la Iglesia Inglesa y Bec resultaba particularmente fuerte por aquel entonces, pues

7 "¿Puede durar unión si los miembros de la pareja no están de acuerdo; y si no dura, desemboca fácilmente en el adulterio, estupro o poligamia? De modo que el matrimonio debía ser por mutuo acuerdo, y sagrado. [..] Siguiendo una corriente de formalización de la doctrina oficial, los gregorianos y sus sucesores de comienzos del siglo XII se ocuparon de definir el matrimonio lícito',' BOIS, op. cit., pp. 183 y ss.

8 "Dos aspectos preocupaban fundamentalmente a los reformadores: la purificación de las costumbres del clero [se acusaba a los sacerdotes casados de caer en nicolaísmo] y la compraventa de los cargos eclesiásticos: la simonía [...]. No resulta difícil comprender el deseo de que la jerarquía encargada de los ministerios se adecuara a la escala de las virtudes en la medida en que el clero tenía la obligación de dar ejemplo y debía practicar las virtudes que enseñaba. [..] Ahora bien, las decisiones que imponían la castidad a los sacerdotes, procedieron de los concilios locales o de los papas, tendieron a hacer coincidir una jerarquía de ministerios con grados de perfección'', PAUL, Jacques, La Iglesia y la cultura en occidente (siglos IX-XII), pp. 213 y ss.

9 "La investidura, es decir, la elección titular de un cargo eclesiástico y la atribución de sus funciones, se convirtieron rápidamente en el problema fundamental de la reforma'', ibid., p. 233.

10 "Allí no tendré ningún valor al lado de aquel [Lanfranc] que sobresale por su ciencia, que con sus luces se basta para guiar a los demás y que es honrado y acatado por todos" EADMERO, op. cit., p. 6.

11 "En Normandía la reforma contó con el apoyo del duque Guillermo, cuyo sentido de la buena administración coincidió con las preocupaciones morales y religiosas de Roma'', PAUL, op. cit., p. 290.

12 Ibid., p.291 13 EADMERO, op. cit., p. 21. "Por otra parte, la abadía poseía en Inglaterra vastas posesiones, y era un deber del abad visitarlas''.

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algunos años después de que Lanfranc fuera nombrado arzobispo de Canterbury y jefe de la Iglesia en Inglaterra (1070), Anselmo, su discípulo y amigo, se convierte en abad de Bec (1079)14. En el 1087 muere Lanfranc. La situación para la iglesia reformadora se complica bajo el reinado de Guillermo el Rojo15. Cinco años después Anselmo ocupa el cargo de su fallecido maestro. Según su biógrafo, desde este momento la vida de Anselmo consiste en una serie de intentos de mediación y negociación no siempre particularmente exitosos16 primero entre Guillermo el Rojo, hijo de Guillermo el Conquistador y Urbano II17, después entre el rey Enrique y el papa Pascual18, todo esto enmarcado con una serie de acontecimientos que van desde milagros de Anselmo19, hasta una expropiación del arzobispado bajo el rey Enrique20. Como lo pone de manifiesto este esbozo biográfico, Anselmo necesariamente estaba al tanto de los asuntos propios de la vida de su época; por su ubicación social, resulta justificable afirmar que su pensamiento, no sólo debe reflejar una posición oficial de la Iglesia, sino una lectura de su momento según las categorías y formas de pensamiento propias de su circunstancia. 14 Ibid. "Con este motivo Anselmo hizo un viaje a ese país en el mismo año de su ordenación [como abad].

Tenía, además, otro motivo no menos importante, y era el de visitar a su maestro Lanfranco y tratar de sus asuntos personales en amigable conversación"

15 Ibid, p. 34. "Fallecido el rey de los ingleses, Guillermo, le sucedió en el trono su hijo, llamado también Guillermo, quien, una vez que hubo muerto Lanfranco, se apresuró a oprimir las iglesias y monasterios ingleses"

16 Ibid., p. 34. "A los pocos días recibió una orden del rey para que fuese a la corte [..] Anselmo aprovechó el tiempo para hablar al rey de la reconstrucción de las iglesias, de la observancia de las leyes cristianas, de la reforma de las costumbres; mas como el rey llevase muy mal todo ello, advirtióle que no le había de ayudar en nada"

17 PAUL, op. . cit., p. 292. "Anselmo reconoció a Urbano II y su decisión obligó a Guillermo el Rojo a hacer lo mismo. El rey se opuso a un viaje del arzobispo a Roma, pues no estaba dispuesto a renunciar a los derechos que su padre había ejercido. [..] Anselmo, en conflicto permanente con el rey, decidió exiliarse ante la imposibilidad de reunir concilios y de proseguir la obra reformadora"

18 PAUL, op. cit., p. 240. "Las situaciones concretas y las negociaciones con los reyes forzaron al papado a adoptar una postura menos intransigente. [..] El acuerdo conseguido por Anselmo de Canterbury y Enrique I Beauclerc, inspirado por las ideas de Ivo de Chartres, fue aceptado por Pascual II a comienzos de 1106. En él se establecía que los obispos no podrían recibir la investidura por la cruz y el anillo, ni del rey, ni de ningún laico y que la consagración episcopal no podría tener lugar antes de que el elegido prestara homenaje al rey por sus feudos"

19 Los milagros de Anselmo, según lo que se deja entrever en la biografía de Eadmero, van desde la curación de enfermedades de carácter histérico, p. 15, lepra, pescas en momentos y lugares poco propicios, p. Y], profecías, control de incendios, p. 35 y trastrocamiento de leyes naturales, p. 52.

20 EADMERO, op. cit., p. 67 "Cuando el rey Enrique supo que el Papa [Pascual] continuaba en su decisión [el Papa daría antes su cabeza que ceder a las investiduras, p. 66], se apresuró a apoderarse de todos los bienes del arzobispado, dejando sin nada a Anselmo"

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la libertad y el poder de pecar

Anselmo comienza su indagación sobre la cuestión de la libertad del albedrío, planteando la pregunta acerca de si este concepto incluye el poder de pecar o no: "Porque si la libertad de elección es el poder pecar o no pecar, como algunos acostumbran a decir (...)"21. La pregunta hace suponer que normalmente se da por sobrentendido que la libertad incluye en su definición el poder de pecar o no, de tal forma que si una persona no pudiese pecar, entonces no se la podría llamar "libre", o por lo menos, no tanto como a una que si pudiese. En otras palabras, Anselmo parece preguntarse si la libertad se puede entender como la capacidad de hacer lo que se quiera, sin importar si lo que se quiere y se hace corresponde o no con lo que se entienda como permitido según el sistema de valores del credo. Para finales del siglo XI muy posiblemente no se trata de una pregunta de interés meramente especulativo, si se tiene en cuenta la situación generalizada de anarquía y violencia. Las siguientes indicaciones de Fossier, en las que se describen aspectos generales del periodo de c.920 a el270, pueden ser ilustrativas al respecto:

Sín duda, la violencia es el rasgo más evidente, y en particular la guerra y la rapiña. Esta última es mal conocida, porque cuando la realiza un noble recibe el nombre de «guerra» (...). Las guerras, que antes de 900 eran incesantes pese a los esfuerzos de los carolingios, cobraron un nuevo impulso con las devastaciones de los sarracenos, húngaros y vikingos, que justificaban todas las acciones de fuerza. A este respecto la situación de Europa en torno al año mil no es mejor que tres siglos antes. En realidad, para los hombres de la época la violencia así ejercida es algo natural, inherente a una sociedad basada en la omnipotencia de los poderosos, dueños de las armas22.

La noción de «anarquía feudal» ha arraigado, y no sólo entre la gente. Muchos estudiosos no se dan cuenta de que en esta época, con los medios que había para ejercer la autoridad, ésta no pasaba del nivel de la aldea, o como mucho de la comarca23.

Como se puede ver, si quienes ostentan poder en la época obran sin ningún tipo de freno en el trato frente a sus congéneres, y si a lo anterior se suma la falta de

21 ANSELMO, "Sobre Libre Albedrío" en Obras completas de San Anselmo, BAC, T. I y II, Madrid, 1982 p. 548: "Si enim libertas arbitrii est posse peccare eí non peecare, skut a quibustkm solet did [...]"

22 FOSSIER, R., La sociedad medieval, Crítica, Barcelona, 1996, p. 154. 23 Ibid . , p.163

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instancias a las que eventualmente pudiera apelarse para controlar esa situación, resulta claro que se vea en la libertad justamente esa capacidad de hacer lo que se quiera, independientemente de la valoración moral que desde la religión, que en principio es aceptada, se pueda hacer de esas conductas. Pero, dadas las consecuencias especialmente nocivas desde un punto de vista social de esta circunstancia, puede comenzar a tener sentido preguntarse si la libertad del albedrío incluye o no la capacidad de pecar. Movimientos como el de la Paz de Dios se pueden entender como propuestas para refrenar la violencia mencionada24, pero también para resaltar el hecho de que se trata de una época en la que el que podía hacía sencillamente lo que quería sin ninguna limitación. Baste recordar algunos de los juramentos que se pretendía prestaran los "caballeros" hacia el 1024: No invadiré una iglesia de ninguna forma. (...) No atacaré al clérigo o al monje si no llevan las armas del mundo. (...) No asaltaré al campesino ni a la campesina, a los guardias ni a los mercaderes; (...) no los arruinaré tomándoles su pertenencia bajo el pretexto de la guerra de su señor y no los azotaré para quitarles su sustento. (...) No incendiar ni derribaré sus casas (...). Al ladrón público y probado no le procuraré sostén ni protección, ni a él ni a su empresa de bandidaje, a sabiendas. (...) No atacaré a las mujeres nobles, ni a quienes circulen con ellas, en ausencia de su marido, (...) observaré la misma actitud con las viudas y las monjas25. Volviendo sobre el análisis de Anselmo: Como se sabe, la expresión "pecado" refiere a una valoración de las conductas en función de ciertas normas del credo. Por lo tanto, la pregunta acerca de la relación entre capacidad de pecar y libertad se podría reformular de la siguiente forma: ¿incluye la noción de libertad el poder de decidir hacer lo que se quiera, independientemente de unas normas de valoración previamente aceptadas? Como se puede ver, si la manifestación concreta del credo se encarna en la institución de la Iglesia, de tal manera que es ella la que en últimas tiene que decidir qué se considera pecado y qué no, entonces, si la libertad no incluye el poder de pecar, la Iglesia podría tener injerencia directa sobre la forma de entender qué sea ser libre o no,

24 BOIS, op. cit., p. 159- "La impotencia del poder político alcanzaba un grado tal que la Iglesia decidió ocupar su lugar para restablecer el orden, mediante el movimiento conocido como la «Paz de Dios». [..] Con todo la violencia no se extingue, y la Paz de Dios toma un nuevo impulso en la década 1020-1030, cuando la descomposición política ha alcanzado su punto álgido [..]. La violencia sólo se aplacará lenta y parcialmente.

25 DUBY, Georges, El año mil, Gedisa, Barcelona, 1992, pp. 119 y ss, cita un texto del obispo Guérin.

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bajo qué condiciones se ejerce legítimamente esa capacidad, cuándo se pierde y qué tipo de responsabilidades se pueden desprender de lo anterior. Para Anselmo es claro que la libertad no incluye el poder de pecar, pero antes de pasar a los argumentos que sostienen esta posición, es conveniente aclarar su noción general de "pecado":

Maestro.- Pero amando [el demonio] la justicia no pudo pecar. Discípulo.- Es cierto. M.- Pecó, pues, amando algún bien que ni tenía ni debió entonces amar, (...) M.- Ahora ves, supongo, que queriendo desordenadamente algo más de lo que había recibido, su voluntad traspasó los límites de la justicia. D.- Sí, ahora veo claramente que pecó queriendo lo que no debió y no queriendo lo que debió. (...) M.- Pero al querer lo que Dios no quería que quisiese, quiso desordenadamente ser semejante a Dios. (...) M.- (...) quiso algo por su propia voluntad, sin someterse a nadie. Porque querer algo con propia voluntad, de suerte que no tenga que seguir una voluntad superior, es propio sólo de Dios26.

Este texto resulta especialmente llamativo por lo siguiente: primero, define lo que es pecado para el caso del demonio mismo; por lo tanto, lo define de una forma mucho más general que la que se puede desprender del caso de Adán y Eva en el Paraíso para el pecado original, o de cualquier otro tipo de pecado que pueda cometer el hombre ya bajo la condición del pecado original. Hay que tener en cuenta que por naturaleza el demonio debe considerarse como un ser meramente espiritual y, en consecuencia, sin los problemas que se desprenden del hecho de tener cuerpo. Además, se trata de un ser que no podía ser tentado por ningún otro y, por lo tanto, cuyo pecado no tendría que ver con motivaciones externas de ningún tipo, ninguna suerte de serpiente o de Eva. En este sentido, la explicación del pecado para este ser se puede entender como el patrón principal de pecado para toda criatura, incluido el hombre en la medida en que también participa de una naturaleza espiritual. Segundo, la cita sugiere que no se puede pecar si se obra según la justicia, pero ésta se confunde con seguir la voluntad de Dios.

De esta forma, quien obra según lo que esta voluntad determina, hace lo debido, mantiene el orden y no peca. Sin embargo, como se desarrollará más adelante, seguir la voluntad de Dios implica obedecerla. En consecuencia, no peca quien se subordina a este Dios. Esto último permite introducir una tercera consideración:

26 ANSELMO, "Sobre la Caída del Demonio"'; op. di., pp. 609 y ss.

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peca en principio quien quiere por voluntad propia, es decir, quien de alguna manera trata de hacer lo que sólo es propio de Dios. Así pues, querer por voluntad propia se manifiesta en hacer lo que se quiera porque así se lo quiere, es decir, en obrar independientemente de cualquier parámetro de deber. Cuarto, el texto permite afirmar que no se peca cuando se quiere lo que se tiene, sino precisamente cuando se pretende lo que no se tiene de una forma desordenada. Debe hacerse hincapié en esto último, pues para Anselmo nada se tiene que no se haya recibido de Dios; y si Dios lo dio, fue porque lo quiso y, por lo tanto, es justo27. De esta forma, se da la posibilidad de pecado cuando no hay aceptación del estado en el que este Dios quiso que uno existiese.

Basándose en estas consideraciones es posible regresar al asunto de las relaciones entre pecado y libertad. Afirma Anselmo:

No soy de la opinión de que la libertad de elección consista en el poder pecar o no pecar, porque si esta fuese su definición, ni Dios ni los ángeles, que son impecables, tendrían libre albedrío, y decir esto sería un absurdo28.

Este razonamiento se puede desglosar en el siguiente argumento: 1. Normalmente se entiende por "pecar" ir en contra de la voluntad de Dios

(Supuesto). 2. Ninguna voluntad puede ir en contra de sí misma, es decir, o se quiere algo o no se lo

quiere, pero es imposible quererlo y no quererlo a la vez29 (Aplicación del principio de no contradicción).

3. Por lo tanto, la voluntad divina no podría a la vez querer algo y no quererlo30. 4. Por lo tanto, la voluntad divina no podría ir en contra de sí misma. 5. Por lo tanto, no podría pecar. 6. De Dios se dice que es libre 31 (Supuesto). 7. Por lo tanto, Dios es a la vez libre y sin poder de pecar alguno. 8. Por lo tanto, el concepto de libertad en Dios no implica el poder de pecar

(Conclusión).

27 Ibid., p. 593- "Ninguna criatura tiene nada de sí misma. Porque no se tiene de sí ni su propio ser, ¿cómo puede tener algo de sí misma? Además, si no existe más que aquel solo que lo hizo todo, y las cosas hechas por ese único, es claro que no puede existir nada más que él que lo hizo y lo que hizo”

28 ANSELMO, "Sobre Libre Albedrío" op. át., p. 549. 29 Ibid., p. 565."[…] se le puede quitar [a alguien] la vida a pesar suyo, porque no quiere que lo asesinen; pero

no puede querer a pesar suyo, porque no puede querer queriendo no querer" 30 Una versión de esta afirmación se encuentra en Anselmo, "Sobre Libre Albedrío", op. cit., p. 577 ver nota número 43. 31 La libertad divina se puede demostrar según Anselmo por el Argumento Ontológico, del que se hablará más adelante.

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Conviene mencionar que según este argumento tan sólo se habría demostrado que el concepto de libertad, aplicado al Dios cristiano, no implica la capacidad de pecar. Sin embargo, el argumento se podría ampliar a la libertad humana bajo el supuesto de que el término se utiliza bajo la misma definición32. Esta consideración se apoya en la aceptación de que una definición expresa la esencia del término definido, de tal forma que hace manifiesto su rasgo distintivo, es decir, aquello sin lo cual no podría ser lo que es33. En este orden de ideas, la libertad divina debe ser, desde el punto de vista de su esencia, igual a la humana, así presenten ambas diferencias específicas. Por lo tanto, si hay un rasgo incompatible con la posibilidad de hablar de libertad en este Dios, este rasgo no se podrá incluir como parte de su definición en general y, en consecuencia, no se podrá contemplar como parte de la caracterización de la libertad humana. En apoyo del argumento sobre la imposibilidad de Dios de cometer pecado, desa-rrolla Anselmo una serie de consideraciones acerca de si la capacidad de pecar acrecienta o no la libertad:

¿Qué voluntad te parece más libre, la que quiere y no puede pecar, de suerte que no puede ser en modo alguno apartada de su rectitud de no pecar, o aquella que de una manera u otra puede ser doblegada al pecado? / No veo por qué no ha de ser más libre aquella que puede hacer una cosa y otra. / Pero, ¿no ves que aquel que tiene lo que debe tener y lo que le conviene, de tal manera que no puede perderlo, es más libre que aquel que lo tiene, pero puede perderlo y puede ser arrastrado a lo que no le conviene y le es perjudicial?34

Estas consideraciones se pueden desarrollar en los siguientes argumentos:

1. Un poder puede hacer cosas que atenten contra sí mismo. (Supuesto) 2. Por lo tanto, entre más pueda contra sí mismo, más podrá contra él la adversi

dad y el mal. O lo que es equivalente, entre más ejerza sobre sí este poder, más se destruirá.

3. Por lo tanto, cuanto más poder se tiene de esta forma, más poder tiene sobre él la adversidad y el mal.

32 ANSELMO, "Sobre Libre Albedrío" op. cit.,p. 549. 'Aunque el libre albedríb del hombre sea diferente del de

Dios y del de los ángeles buenos, la definición de esta libertad en los dos casos debe ser, sin embargo, la misma según la palabra".

33 ANSELMO, "Sobre Gramático',' op. cit., p. 457 "Dime, pues, si la esencia de cada cosa [ uniuscuiusque rei] está contenida en su definición. / Así es"

34 ANSELMO, "Sobre Libre Albedrío'; op. di., p. 551.

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4. Por lo tanto, este poder se manifiesta en impotencia frente a sí mismo. 5. Por lo tanto, se habla impropiamente cuando se lo llama "poder", ya que más

bien se trata de lo contrario. 6. Por lo tanto, no aumenta el propio poder el incluir la capacidad de atentar

contra sí mismo35. 7. El mal se define en último término como la ausencia de ser y existencia y, por

lo tanto, como la nada36. 8. Por lo tanto, en la medida en que el pecado implica actuar mal, a la vez implica

una tendencia hacia la propia destrucción. 9. Por lo tanto, el poder de pecar no aumenta el propio poder. 10. Por lo tanto, si la libertad es un poder, no se es más libre pudiendo pecar. O,

en otras palabras, el poder de pecar añadido a la voluntad no aumenta su libertad, sino por el contrario, atenta eventualmente contra ella.

11. Por lo tanto, no se lo debe incluir como parte de la definición de libertad.

De este modo, si la libertad no incluye el poder de pecar, entonces se trata de un poder justamente para no pecar y, por consiguiente, para obrar según lo que se considere "rectitud":

Maestro. -¿Con qué fin te parece a ti que tuvieron -hablando de los ángeles caídos- este libre albedrío? ¿Era para hacer lo que querían o para querer lo que debían y convenía que quisiesen? / Discípulo. -Para querer lo que debían querer y lo que les sería conveniente querer. / M. -Luego tuvieron la libertad para la rectitud de la voluntad (...)37.

Y como ya se indicó, obra rectamente quien obra según la voluntad divina. Esta consecuencia merece especial atención por lo siguiente: por un lado establece una relación muy estrecha entre libertad y existencia del Dios que sirve como criterio de rectitud, de tal forma que si este Dios no es justificable por medio de la razón, los argumentos anteriores acerca de la definición de libertad perderían su funda-

35 Esta primera parte del argumento se encuentra desarrollada por Anselmo en su "Proslogion" VII, p. 373, aplicada al caso de la omnipotencia divina. "Porque el que puede hacer tales cosas [corromperse, hacer que lo verdadero sea falso, que lo que está hecho no lo sea] puede hacer lo que es funesto, lo que es contra su deber. Ahora bien, cuanto más poderoso es de esta forma, tanto más poder tiene sobre él la adversidad y el mal y menos fuerza tiene él contra ellas. Semejante facultad no es poder, sino impotencia"

36 ANSELMO, "Sobre la Caída del Demonio" op. cit., p. 629. "Y el mal no es otra cosa que el no bien, o ausencia del bien donde debe existir. Y lo que no es otra cosa más que la ausencia de aquello que es algo, ciertamente no es algo. El mal, pues, verdaderamente es nada, [..]".

37 ANSELMO, "Sobre Libre Albedrío" op. cit., p. 558 y ss.

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mentó natural; pero, por otro lado, seguir la voluntad de este dios implica obedecerlo, de suerte que la libertad sólo se podría concretar en una relación de subordinación frente al Dios.

Este punto es especialmente interesante en conexión con algunas de las características que mencioné al comienzo de este trabajo acerca del momento histórico en el que escribe Anselmo: uno de los problemas fundamentales que afronta la sociedad europea en pleno siglo XI es, precisamente, la ausencia de un poder estatal lo suficientemente fuerte y constante que garantice la aplicación de algunas normas mínimas de convivencia, más allá de las estrechas fronteras de protección que ofrecía un monasterio o algún sistema de fortalezas bajo el poder de algún noble. Si a lo anterior se añade que efectivamente el credo cristiano está de alguna forma extendido por gran parte de Europa y que la Iglesia de Roma está embarcada en sus aspiraciones reformadoras de corte gregoriano, esta noción de libertad podría comenzar a presentar sus virtudes concretas para el momento que se vive.

Primero, es posible legitimar las pretensiones de reconocimiento de poder terrenal para la Iglesia, en la medida en que es ella la que precisamente interpreta la voluntad divina, con el fin de posibilitar la libertad humana, evitando de esta forma, una situación generalizada de pecado.

Segundo, si bien la libertad parece implicar obediencia, no parece implicar cualquier tipo de relación de subordinación. En otras palabras, por encima de las distintas manifestaciones de los poderes sociales, políticos y militares de la época, estaría el de Dios mismo, junto con el de sus representantes inmediatos. Por consiguiente, los distintos tipos de relaciones de subordinación entre los hombres podrían comenzar a cuestionarse en función de su compatibilidad con la voluntad divina, lo cual permitiría erigir en juez a la Iglesia en relación con asuntos que hasta entonces habrían sido de incumbencia de autoridades estrictamente laicas.

Volviendo sobre el pensamiento de Anselmo: si la libertad tiene que ver con el poder de no pecar, es decir, con la capacidad de mantener la rectitud de la voluntad, y si, además, esa voluntad se concreta en el querer divino, es importante entonces intentar justificar que existe un Dios y que este Dios puede ser entendido como parámetro absoluto de rectitud38.

38 ANSELMO, "Proslogion" p. 359- "[…] comencé a pensar si no sería posible encontrar una sola prueba que no necesitase para ser completa más que de sí misma y que demostrase que Dios existe verdaderamente; que es el bien supremo que no necesita de ningún otro principio, y del cual, por el contrario, todos los otros seres tienen necesidad para existir y ser buenos; que apoyase, en una palabra, con razones sólidas y claras todo lo que creemos de la substancia divina"

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Con base en el Proslogion, se podría reconstruir un argumento de este tipo, así39: 1. Se supone, por definición, que "Dios" es "aquello mayor que lo cual nada

puede pensarse". 2. Se supone que una cosa es "mayor" si a la vez que existe en el pensamiento,

también existe en la realidad, frente a una que sólo existe en el pensamiento. 3. Por lo tanto, si Dios sólo existiera en el pensamiento, no sería lo mayor pensable. 4. Por lo tanto, se generaría una contradicción entre (1) y (3): Dios sería a la vez

lo mayor pensable y no lo sería. 5. Por lo tanto, Dios existe también en la realidad. O si se quiere: entender la

expresión "aquello mayor que lo cual nada puede pensarse" implica aceptar que lo referido existe también en la realidad.

6. Una cosa es mayor que otra si manifiesta más poder, bondad, justicia, sabidu ría, etc., que otra. En otras palabras, algo es mayor que otra cosa, si se puede decir que es "mejor".

7. Por lo tanto, Dios se podría definir como lo mejor pensable, es decir, como un ser en el que se presentan de manera sumamente perfecta las características comprendidas en la expresión "mejor".

8. Por lo tanto, si Dios no fuese sumamente justo, bondadoso, etc., no sería lo "mejor pensable".

9. Por lo tanto, no sería lo mayor pensable. 10. Por lo tanto, Dios no sería Dios. 11. Por lo tanto, existe un Dios en la realidad que a la vez es sumamente justo,

veraz, poderoso, sabio, etc.

A este argumento habría que añadirle lo siguiente:

Si la libertad consiste en el poder de no pecar, es decir, de mantener la rectitud de la voluntad, no se puede ser libre si no hay un sometimiento frente a aquello que encarne el modelo más perfecto de rectitud posible. Ya que hay un Dios entendido como "aquejo mejor que lo cual nada puede pensarse", no seria lógico seguir otro modelo de rectitud. Por lo tanto, la libertad se concreta precisamente en seguir la voluntad de este Dios, pero, puesto que su voluntad normalmente no se manifiesta de una forma directa, sino por medio de diferentes signos, es conveniente seguir a las personas que mantienen un vínculo más cercano con el Dios y que tienen la capacidad de interpretar sus arcanas manifestaciones, es decir, a la Iglesia.

39 La demostración de la mera existencia de este Dios se encuentra en "Proslogion" II, la de su existencia necesaria en

"Proslogion" III, y la de sus características que implican suma bondad, omnipotencia, etc. a partir de Proslogion V.

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Lo anterior no sólo implica una forma distinta de ver las relaciones entre el credo cristiano y los poderes laicos de la época; implica también, y muy especialmente, un compromiso muy fuerte de la Iglesia de entonces para mostrarse como la mediación más idónea entre Dios y el hombre. Ahora bien, si los diferentes miembros de la comunidad eclesiástica no mantienen unas normas de conducta acordes con su posición de mayor cercanía relativa a lo divino, ni pueden interpretar la voluntad de Dios, ni pueden ser a su vez "libres", por lo que serían indignos de ser seguidos. Existe, pues, una estrecha correspondencia entre el pensamiento de Anselmo y el ambiente de reforma gregoriana propio de la época.

Aceptando, según Anselmo, que la libertad tenga que ver con el poder de mantener la rectitud de la voluntad, esto no garantiza, sin embargo, que el hombre esté en capacidad de enfrentar otros poderes gue eventualmente superen eJ de su libertad, como, por ejemplo, el de la tentación. En otras palabras, si la libertad se define como el poder de no pecar, pero el pecado se comete por una fuerza distinta que supera a la de la libertad, entonces no tendría sentido castigar la infracción de la norma divina, como tampoco lo tendría hacer de la libertad un bien superior, digno de ser mantenido por encima de cualquier otro. Afirma Anselmo: "Pero, ¿cómo puede ser libre ahora, en virtud de este poder, la elección de la voluntad humana, cuando con frecuencia el hombre, aun teniendo una voluntad recta, abandona a pesar suyo esa rectitud bajo la presión de la tentación?"40

Los siguientes argumentos, que permiten sustentar la tesis de la inenajenabilidad del poder de la voluntad humana para decidir libremente, resolverían el inconveniente:

1. No se puede querer no queriendo querer, velle non potest nollens velle 41. Esta premisa parece suponer una idea que no está formulada explícitamente en el texto de Anselmo. La voluntad humana es esencialmente una, es decir, la facultad que nos permite querer cosas, es una, numéricamente hablando. Aunque la voluntad se vea sometida a diferentes motivaciones, las que provienen del cuerpo, las que tienen origen en la sociedad, etc., sólo sería una la instancia que habilita al hombre para concretar la decisión de su querer. Por otro lado, también parece estar implícita en la formulación de (1) alguna versión del principio de no-contradicción: en efecto, se puede afirmar "Tal voluntad quiere tal cosa", o "Tal voluntad no quiere tal cosa", pero no que "Tal voluntad quiere y no quiere tal cosa a la vez y en un mismo sentido". Si se acepta el

40 ANSELMO, "Sobre Libre Albedrío" op. cit., p. 565. 41 Ver nota número 30.

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principio de no-contradicción, y si lo que la voluntad quiere en un determinado momento da cuenta de su realidad, entonces resulta imposible que aquella quiera y no quiera algo al mismo tiempo, así como tampoco se puede decir que cierta persona está a la vez sentada y no sentada.

2. Por lo tanto, sólo se puede querer queriendo querer, es decir, sólo se quiere algo voluntariamente.

3. Por lo tanto, la voluntad sólo puede ceder a su propio querer, o si se quiere, "cuando (la voluntad) es vencida, no lo es por un poder extraño, sino por el suyo42

4. Por lo tanto, no se obra obligado por la tentación, o de la fuerza que sea, sino que se cede voluntariamente a ella. En otras palabras, "nadie abandona (la rectitud) si no es voluntariamente".

Con el fin de reforzar este planteamiento, Anselmo afirma que ni aun el mismo Dios omnipotente podría hacer perder la rectitud de la voluntad43:

1. Una voluntad se mantiene recta si es justa. 2. El patrón de justicia lo determina el querer de Dios. 3. Por lo tanto, una voluntad mantiene su rectitud si obra según lo que este Dios

quiere que quiera. 4. Ninguna voluntad puede querer algo involuntariamente. 5. Por lo tanto, la voluntad de este Dios tampoco. 6. Por lo tanto, si quiere hacer perder la rectitud de la voluntad, lo debe querer

voluntariamente. 7. Por lo tanto, querer hacer perder la rectitud de la voluntad implica querer que

la voluntad humana no quiera lo que él mismo quiere. 8. Por lo tanto, la voluntad divina querría a la vez lo que ella misma no quiere. 9. Se genera una contradicción.

10. Por lo tanto, la voluntad divina no puede querer hacer perder la rectitud de la

voluntad. Por lo tanto, ni el mismo Dios podría violentar la voluntad humana.

42 ANSELMO, "Sobre Libre Albedrío1; op. cit.,p. 569. 43 Ibid, pp. 576 y ss. "¿Puede Dios quitar la rectitud de la voluntad? Vas a ver cómo no lo puede. [..] Hablamos de esta rectitud

de la voluntad que nos hace llamar justa a una voluntad, es decir, la rectitud observada por sí misma. Ahora bien, ninguna voluntad es justa a menos de querer lo que Dios quiere que ella quiera. [..] Si Dios quita esta rectitud de la voluntad, lo hace voluntaria o involuntariamente. No puede hacerlo involuntariamente. Por lo tanto, si quita a la voluntad de alguien la rectitud de la que hablamos, quiere lo que hace. [..] Por consiguiente, si Dios quita a alguien esta rectitud de la que hablamos, no quiere que éste quiera lo que El quiere que quiera. Nada más lógico e imposible. Por lo mismo, nada más imposible que ver a Dios quitar la rectitud de la voluntad"

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A este argumento se le podrían añadir las siguientes consideraciones:

12. Dios es el ser superior. 13. Por lo tanto, lo que no puede el ser superior en grado sumo,

menos lo podrán los inferiores. 14. Por lo tanto, nada puede violentar la voluntad humana,

pasando por toda la jerarquía celeste, eclesiástica y laica.

Algunas posibles implicaciones de los planteamientos anteriores:

Primera, si nada puede violentar ese poder, entonces la condición de ser libre no se puede perder en principio. Esta es una consecuencia muy sugestiva desde el punto de vista con su relación con el momento histórico. No debe olvidarse que hasta finales del siglo X aproximadamente un 15% de la población europea occidental vivía en estado de esclavitud, utilizando esta palabra para referirse al estado de una persona que no es dueña ni de su trabajo, ni de su cuerpo, ni de su voluntad. En otras palabras, para la fecha del nacimiento de Anselmo, sólo dos generaciones habrían pasado desde la desaparición generalizada de la esclavitud. Sin embargo, en el período que comprende la vida de Anselmo, gran parte de la población habría vivido en una situación en la que muy pocas personas habrían estado en capacidad de poder responder por sus propios actos, dado el intrincado sistema de subordinaciones y poderes. Así pues, postular en este contexto una noción como la de la inenajenabilidad de la libertad humana, tuvo que haber significado una verdadera revolución ideológica; en efecto, si sobre cualquier poder terrenal está el poder superior de Dios, y si ni siquiera este poder de Dios puede violentar la voluntad humana, entonces, con mayor razón, tampoco podrán violentarla ninguno de los poderes terrenales, cualesquiera que sean. Esto significa que no tiene sentido pretender erigirse como soberano de otra voluntad, ya sea planteando una relación de total subordinación, ya sea aprovechando una eventual capacidad para presionar o manipular. Tampoco tiene sentido lo contrario, es decir, pretender justificar ciertas conductas o decisiones apoyándose en algún tipo de fuerza irresistible externa o interna.

Segunda, se da por hecho que hay algo propiamente humano, de lo que depende no sólo su destino, sino que es propiedad suya inajenable. El hombre mismo, según esto, sería el único responsable del tipo de mundo que resulte de sus decisiones. Un planteamiento como el acabado de indicar parece que contiene ya los fundamentos filosóficos del concepto moderno de individualidad.

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Como complemento de lo anterior, me permito citar las siguientes consideraciones de Bonnassie relativas a la transición del esclavismo al feudalismo:

El efecto del aumento demográfico tampoco necesita muchas explicaciones. Se ve claramente que los brazos que sobraban en la granja emigraron a la ciudad o al bosque, en busca de un desarrollo individual. Esta es sin duda la base material del esfuerzo personal antes mencionada, de la responsabilidad de cada cual44.

Hay un rasgo que predomina en todo esto: la confianza en el individuo. En el plano de la trayectoria personal, o en el de las relaciones familiares de generación o de sexo, el esfuerzo personal parece tan importante como el de grupo45

Por otra parte, al ensancharse el horizonte aldeano, la dependencia personal perdió utilidad, y cobraron interés las relaciones contractuales al mismo nivel46.

conclusiones

Primera, las posiciones de Anselmo en relación con el tema de la libertad se argumentan apoyándose en premisas que están estrechamente ligadas, tanto a su manera de concebir el lenguaje y el razonamiento, como en dogmas del credo cristiano que le permiten guiar y dar orientación al trabajo propiamente filosófico. En este orden de ideas, su producción se podría asumir como la de una persona que trata de hacer comprensible una fe y que limita su quehacer intelectual a la solución de los problemas que esta misma genera: fides quaerens intellectum ("la fe que busca entendimiento").

Este tipo de lectura de la obra de Anselmo puede eventualmente generar la ilusión de que se trata de un pensamiento completamente desligado de la situación histórica en la que se gestó. Este parecer se refuerza, si se tiene en cuenta cómo en el trabajo argumentativo no se incluyen premisas que tengan que ver directamente con acontecimientos de la época: las justificaciones se plantean con aspiración de validez definitiva, independientemente de los acontecimientos del momento. 44 BONNASSIE, R, Del esclavismo al feudalismo en Europa occidental, Crítica, Barcelona, 1992, p. 177 45 Ibid., p.198 46 Ibid., p. 211

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Sin embargo, una cosa es el trabajo argumentativo de ciertas posiciones, y otra, el hecho de que hubiese considerado importante defender justamente esos puntos de vista y no otros. Considero que sus planteamientos en relación con el tema de la libertad podían resultar especialmente significativos para el momento en el que vivía, teniendo presente su ubicación dentro de la jerarquía eclesiástica, así como las funciones concretas que desempeñó. Así pues, no se trata meramente de una persona reflexionando sobre el tema de la libertad en general, sino de alguien que, tomando una determinada posición frente a su momento histórico, trata de hacer razonable a otros o a sí mismo su forma de ver las cosas.

Segunda, si lo anterior es correcto, debe ser posible intentar comentar pensamientos como el de Anselmo, tratando de establecer su conexión con los acontecimientos de la época en que se gestaron. Obviamente, no se trata de ninguna propuesta novedosa, pero de alguna forma puede ayudar a evitar esa sombra de ahistoricismo que normalmente oscurece la lectura de la filosofía medieval.

Tercera, si efectivamente hay una relación estrecha entre los planteamientos de Anselmo en relación con el tema de la libertad y su momento histórico, entonces lo anterior no solamente puede dar indicaciones sobre la forma de interpretar su filosofía, sino también sobre la forma de entender el quehacer filosófico en general. En otras palabras, para un Anselmo resultaría ocioso generar filosofía independien-temente del tipo de sociedad en que se vive y de los problemas que se presentan.

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reseña

eduardo saénz rovner

GUTIÉRREZ LOMBARDO, Raúl Apuntes para una biografía política de Vicente Lombardo Toledano México, Centro de Estudios Filosóficos, Políticos y Sociales Vicente Lombardo Toledano, 1998.

Esta es una corta biografía de Vicente Lombardo Toledano (1894-1968), una de las figuras más importantes en la historia del sindicalismo latinoamericano. El autor del libro, Raúl Gutiérrez, es profesor universitario y nieto de Lombardo Toledano. El padre de Lombardo Toledano, quien también se llamaba Vicente y era hijo de un inmigrante italiano, fue un próspero comerciante que vio su fortuna venirse a menos con la Revolución Mexicana.

Lombardo Toledano nació en Teziudán, Puebla. Estudió simultáneamente filosofía y derecho en dos instituciones de educación superior en Ciudad de México, la Escuela de Altos Estudios y la Escuela Nacional de Jurisprudencia. En 1920, fundó la liga de Profesores del Distrito Federal, primer sindicato de docentes en México. También desde joven trabajó como abogado consultor de sindicatos y jugó un papel importante en las reformas educativas en México después de la Revo-lución. En 1922, fue nombrado director de la Escuela Nacional Preparatoria desde donde apoyó al naciente grupo de los muralistas mexicanos. En 1936, Lombardo fundaría la Universidad Obrera. Entre diciembre de 1923 y febrero de 1924, fue gobernador interino de Puebla, donde intentó implementar una reforma agraria y aplicar la nueva legislación obrera, lo que le ganó la oposición de los ricos de su estado natal.

Desde joven escribió varios libros, El problema de la educación en México, ha libertad sindical en México, El sentido humanista de la Revolución Mexicana y Geografía de las lenguas de la Sierra de Muebla (su tesis doctoral). Lombardo Toledano dio un viraje hacia el marxismo en 1932. En 1933, fue elegido como secretario general de la que era conocida como «la facción depurada» de la Confederación Regional Obrera

* Profesor-investigador del Centro de Estudios Sociales de la Universidad Nacional de Colombia 119

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Mexicana, CROM. Ese mismo año, fundó la Confederación General de Obreros y Campesinos de México, CGOCM.

Durante el gobierno de Lázaro Cárdenas, Lombardo estuvo al frente de la Confe-deración de Trabajadores de México, CTM. Cuando Plutarco Elias Calle lo atacó a él y a Cárdenas en 1935, Lombardo respondió creando el Comité de Defensa Proletaria para apoyar al presidente de la República. En septiembre de 1938, la CTM convocó a un congreso sindical latinoamericano. En ese congreso se fundó a la Confederación de Trabajadores de América Latina, CTAL, con Lombardo como su primer presidente. La CTAL promulgaba la creación de frentes populares.

Durante la Segunda Guerra Mundial, fundó el Frente Continental Antifascista. En 1945, participó en la fundación de la Federación Sindical Mundial, FSM, en París, y fue escogido como uno de sus vicepresidentes. Después de finalizada la guerra, apoyó las políticas de protección a la industria y las alianzas con la supuesta bur-guesía nacional para lograr la independencia económica de los países latinoameri-canos. Como parte de este programa se firmó el pacto obrero-industrial en 1945. Lombardo Toledano creía que había que efectuar la revolución democrático-bur-guesa para liquidar lo que él creía eran los remanentes «feudales» en América Latina.

Según Gutiérrez, y siguiendo a Lombardo, en el contexto de la guerra fría de la posguerra, el gobierno de Miguel Alemán (1946-1952) abandonó los ideales de la Revolución Mexicana. Según Lombardo, el gobierno de Alemán se convirtió en una burocracia corrupta y entregó el país al capital norteamericano. Aquí tendríamos que anotar que la consolidación del capital norteamericano se dio en el mundo capitalista en general, y en América Latina en particular, en el periodo de posguerra, sin importar las calidades de los mandatarios de turno.

Lombardo Toledano también exageró el papel nacionalista de la burguesía nacional e industrial, la cual entraría eventualmente en coaliciones con la derecha y con el mismo capital norteamericano. De hecho, cuando la CTAL fue perseguida en todo el continente debido a la presión del gobierno de los Estados Unidos, las burguesías locales no ocultaron su satisfacción ante la represión de movimientos sindicales que les eran incómodos. El trabajo de Gutiérrez no percibe tampoco que el debilitamiento de la clase obrera en la posguerra, además de tener que ver con la represión, estuvo relacionado con los pactos mediante los cuales los trabajadores obtuvieron mejores condicio-

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nes económicas a cambio de sacrificar su militancia política; este fenómeno fue general en el mundo capitalista y hay bastante literatura que lo ilustra.

Volviendo a Lombardo Toledano, éste rompió con el partido oficialista, el PRI, y creó el Partido Popular, PP, durante el gobierno de Alemán. Lombardo fue candidato a la presidencia por el PP en 1952. Años más tarde, en 1958, apoyó la candidatura oficialista de Alfonso López Mateos. Así, Lombardo Toledano terminó defendiendo al PRI -y su versión de la Revolución Mexicana- durante la década de los años 60; para él, tanto el PRI como la Revolución hicieron posible la modernización de México como una supuesta etapa de transición hacia el socialismo.

Este es un libro informativo y de fácil lectura. Desafortunadamente, Gutiérrez no tiene ningún análisis crítico de la política y la ideología de su biografiado. Después de todo, tenemos que tener en cuenta que este libro es obra de una fundación encargada de publicar las obras de Lombardo Toledano y de preservar su pensamiento e imagen..

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reseña

ricardo arias *

BASTÍAN, Jean-Pierre La mutación religiosa de América Latina. Para una sociología del cambio social en la modernidad periférica, México, Fondo de Cultura Económica, 1997.

Jean-Pierre Bastian, investigador del "Centro de Sociología de Religiones y de Etica social" (Estrasburgo), es uno de los más importantes conocedores del protestantismo latinoamericano. En esta obra, Bastian aborda un proceso religioso que, a pesar de su profundo significado, no ha sido debidamente tenido en cuenta por los investigadores latinoamericanos. Se trata del auge de los nuevos movimientos religiosos que, desde los años 1950, ha transformado el mapa religioso de América Latina. La irrupción de numerosos actores religiosos autónomos significa que, por primera vez en cinco siglos, el campo religioso latinoamericano se encuentra profundamente fragmentado; por otra parte, el crecimiento de estos nuevos movimientos, cada vez más fuertes numéricamente, se ha traducido en el fin del monopolio sobre lo sagrado que, durante quinientos años, detentó la Iglesia católica; a su vez, estos cambios religiosos han provocado una serie de efectos sociales y políticos de gran importancia.

Todos estos cambios permiten hablar de una "mutación" o de una transfor-mación estructural en el campo de lo religioso. Es esta mutación el objeto central de la investigación del profesor Bastian, quien, desde la perspectiva de la sociología de las minorías religiosas y recurriendo a la larga duración y a los estudios de caso, intenta responder varios interrogantes relacionados con el tipo de transformación que se está produciendo: las causas del mismo, el ritmo, la intensidad, las manifestaciones, los efectos que produce en la sociedad, etc.

Una de las ideas centrales del libro, que encontramos en otros trabajos del profesor Bastian, gira en torno a las dificultades que ha tenido América

* Profesor del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes

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Latina para entrar en lo que el autor denomina la "modernidad". Contrariamente a la Europa de la Reforma, España y, por consiguiente sus colonias, escaparon al doble proceso de modernidad que caracterizó a buena parte de Europa Occidental a partir del siglo XVI: la modernidad política y religiosa basada en las libertades individuales y en la tolerancia religiosa, respectivamente. Estos valores no lograron imponerse en una América Latina férreamente controlada por la corona española: "Las sociedades coloniales, ancladas en una modernidad subordinada y a la defensiva, quedaron cerradas. Las ideas modernas y democráticas fueron prohibidas y perseguidas" (p. 33). Esta situación sólo se modificaría, en cierta medida y no sin obstáculos, a partir de mediados del siglo XIX, bajo la presión de los liberales radicales. Pero aun hoy día, América Latina sigue sin conocer un régimen político y religioso realmente democrático. Como lo señala Bastian a lo largo de su trabajo, estos dos campos están estrechamente vinculados, en la medida en que desde la Colonia hasta nuestros días, lo religioso y lo político han estado profundamente unidos en el continente latinoamericano: encontramos, en efecto, que desde hace cinco siglos, el catolicismo ha legitimado los intereses de las autoridades civiles, quienes, a su vez, y a manera de contraprestación, han concedido innumerables prerrogativas a la Iglesia católica, a tal punto que ésta ha llegado a erigirse en el principal factor de unidad nacional. Hoy día, a las puertas del siglo XXI, la Iglesia católica ha logrado resistir exitosamente los ataques que, desde mediados del siglo XIX, han intentado doblegar al catolicismo con el supuesto fin de establecer una sociedad más democrática. Esta fuerza y ese arraigo de la Iglesia católica siguen haciendo de ella un actor de primera importancia en niveles que van más allá de lo religioso. Es por ello que Bastian insiste en que la secularización, contrariamente a todo lo que se dijo al respecto durante los años 1960 y 1970, es un fenómeno que todavía no ha llegado realmente a América Latina: "Más allá del marco jurídico secularizador, las prácticas sociales y aun las políticas no son seculares. La Iglesia católica interviene constantemente, ya sea como mediadora en los conflictos políticos o como principal oponente, en las medidas de modernización ética (aborto, divorcio, procreación) o de secularización (escuelas confesionales)" (p. 175). Podría entonces creerse que la ampliación y diversificación del campo religioso que se está presentando desde los años 1950 significa que América Latina está en vías de conocer, por fin, la modernidad religiosa. Más aún, en la medida en que amplios sectores de la sociedad latinoamericana se han

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convertido al "protestantismo", se podría pensar que la región está siguiendo los mismos caminos que adoptó la Europa protestante a partir del siglo XVI. Es decir que la "protestantización" de América Latina podría traer como consecuencias la modernidad religiosa y, con ella, la consolidación de regí-menes verdaderamente democráticos. Sin embargo, esta afirmación resulta muy prematura, a pesar de los logros que efectivamente se han conseguido en este campo. Como lo observa Bastian, los nuevos movimientos religiosos, especialmente los llamados "evangélicos" y "pentecostales", que son además los más fuertes, se han mostrado más interesados en conseguir adeptos que en contribuir al surgimiento y a la consolidación de una sociedad verdaderamente democrática. Bastian, al señalar las causas que él considera necesarias para entender el auge de fenómenos como el del pentecostalismo en América Latina, nos indica, al mismo tiempo, las razones por las cuales los nuevos movimientos religiosos carecen de un proyecto alternativo en materia social y política; incluso a nivel religioso se puede cuestionar la novedad de su aporte. En efecto, una de las principales causas que explica el extraordinario desarrollo de estas nuevas sociedades religiosas es la pérdida de identidad que han sufrido amplios sectores sociales —en general los más pobres- a partir de los procesos de urbanización e industrialización. En medio de la "anomia" generalizada y del sentimiento de exclusión, estas capas sociales encuentran en el discurso y en el contenido de las nuevos movimientos religiosos, una serie de factores que, en cierta medida, resuelven problemas para ellos vitales, como lo son la solidaridad, la identidad y el reconocimiento gracias a la inserción del individuo dentro de la comunidad. Por otra parte, el crecimiento de estos movimientos también se puede explicar a partir del descontento que genera, en muchos católicos, la alianza tradicional de la jerarquía eclesiástica católica con aquellos que detentan el poder temporal; así mismo, por la crisis de los partidos políticos y su pérdida creciente de legitimidad: "conviene preguntarse si la expansión de sectas que vive América Latina entre los sectores sociales de mayor empobrecimiento no es una respuesta a un sistema político cerrado [...]. Lo religioso puede servir a la vez a la construcción de un espacio de organización en medio de la anomia general que prevalece en estos sectores empobrecidos y a la ampliación del espacio de impugnación [...]. Por lo menos puede propiciar la estructuración de nuevos recursos organizativos de negociación con el poder político en turno" (p. 93).

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Pero si bien es cierto que estos grupos religiosos responden a determinados problemas de sus fieles, éstos siguen, sin embargo, sometidos a unas prácticas y a unos sistemas que no resultan muy novedosos para la historia de América Latina. En efecto, Bastian destaca que los nuevos movimientos religiosos, en particular el pentecostalismo, adoptan, para consolidar su poder, elementos tanto de las religiones tradicionales como de las estructuras de poder características a la América Latina: "Las prácticas pentecostales se inscriben todavía en el universo de las religiones latinoamericanas al rescatar las prácticas chamánicas reformuladas en la triple expresión glosolálica, taumatúrgica y exorcista. Los demonios y los espíritus malignos están bien integrados en su discurso simbólico, en la medida en que la figura de Cristo que rescatan es la del sacademonios y del milagrero. De igual manera, del corpus bíblico seleccionan el fenómeno más afín con la oralidad, la tradición del pentecostés [...]. En este sentido, los pentecostalismos son los continuadores de una tradición religiosa oral latinoamericana" (pp. 192-194). De la misma manera, a nivel político el pentecostalismo también se inscribe en una línea de continuidad con los sistemas tradicionales, pues según Bastian, los nuevos partidos políticos confesionales nacen en contextos favorables a las relaciones clientelares, jerárquicas y de patronazgo. En efecto, para lograr su consolidación y legitimación, esos partidos, nacidos en la segunda mitad de este siglo, entran en componendas con la clase política tradicional y aun con el Estado, reproduciendo el clientelismo, la exclusión y la intolerancia. En ese sentido, a pesar de que las condiciones políticas y socio-económicas permiten explicar las conversiones al pentecostalismo, estos movimientos, lejos de romper con ese sistema tradicional, reproducen el mismo sistema que han defendido tanto el Estado como la Iglesia católica: representación corporativista (negación del sujeto), jerarquización (ausencia de igualitarismo) y autoritarismo (ausencia de consenso y de participación); en otras palabras, no ofrecen nada para la construcción de la democracia: "como emoción del pobre, los pentecostalismos nacen del sub-desarrollo económico. Cuando ellos pasan de las demandas religiosas a la acción política, tienden a llenar el desfase entre la realidad del mundo de la exclusión de donde surgen y una modernización política de fachada que sigue negando en los hechos los principios democráticos liberales, fundándose en un simulacro de parlamentarismo que impide toda representatividad que no sea corporativista. Es por eso que al inscribirse en la estructura dual de los sistemas políticos latinoamericanos, las minorías religiosas evangélicas y pentecostales, en continuidad con el universo simbólico endógeno, tienden a elaborar una relación clientelar y subordinada con el Estado.

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neocorporativista, en vista de un reconocimiento político y sacar así posibles privilegios económicos y simbólicos" (pp. 170-171). En este sentido, las transformaciones que se están presentando en el campo religioso de América Latina presentan ciertos límites: se trata de una mutación si nos referimos a la competencia que se ha desatado entre la Iglesia católica y los nuevos grupos religiosos. Pero el sentido de la mutación no permite afirmar que, gracias a estos cambios, América Latina se haya finalmente enrumbado hacia la modernidad.

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reseña

juan carlos flórez a.*

MUÑERA, Alfonso El fracaso de la nación. Región, clase y raza en el caribe colombiano: 1717-1810, Bogotá, Banco de la República, El Ancora Editores, 1998.

En un país que cierra por vez consecutiva un siglo con una devastadora guerra civil, la percepción que parece hacer carrera es la de que no compar-timos una comunidad imaginada, en el sentido en que usa el término Anderson1, a partir de la cual se hubiese podido construir nación.

El historiador cartagenero Alfonso Muñera Cavadia parece decidido en su reciente publicación, a ubicarse en el centro del debate sobre las dificulta-des para crear nación en los inicios del siglo XIX y a desafiar la idea, perezosamente aceptada, de la existencia de una comunidad imaginada hacia el siglo XIX. Muñera parte de considerar poco ajustados a una seria revisión histórica, los mitos que dieron origen a la nación y que fueron presentados en los años veinte del siglo XIX por José Manuel Restrepo: "que la Nueva Granada era, al momento de la independencia, una unidad política cuya autoridad central gobernaba el virreinato desde Santa Fe ... que la élite criolla dirigente de la Nueva Granada se levanta el 20 de julio de 1810 en contra del gobierno de España impulsada por los ideales de crear una nación independiente" y "que la independencia de la Nueva Granada fue obra exclusiva de los criollos. Los indios, los negros y las <<castas>> se aliaron con el imperio o jugaron un papel pasivo bajo el mando de la élite dirigente" (pp. 13-14).

A juicio de Muñera, Restrepo creo unas "ficciones" sobre el origen de la nación que no han sido refutadas en la posterior historiografía colombiana, * Profesor y Director del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes

1 ANDERSON, Benedict, Imagined Communities: Reflections on the Origin and Spread of Nationalism, Londres, Verso, 1991.

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ni entre los extranjeros que se han ocupado de esos problemas de nuestra historia. Múnera le apuesta entonces a una revisión fundamental de esa historiografía, a partir, principalmente, de la historia de Cartagena, como cabeza de lo que el autor denomina un centro en el que "se configura una visión temprana, embrionaria si se quiere, de conciencia regionalista" (p. 27). En este enfoque uno encontraría reminiscencias de la idea de Eduardo Lemaitre según la cual "la historia de Cartagena es, en cierto modo, la de Colombia... Hay largas épocas durante las cuales Colombia no tiene más historia que la de Cartagena". La hipótesis central de Múnera señala "que la construcción de la nación fracasó porque la Nueva Granada como unidad política no existió nunca. Que al estallar la independencia no hubo una elite criolla con un proyecto nacional, sino varias elites regionales con proyectos diferentes" y "que las clases subordinadas tuvieron una participación decisiva, con sus propios proyectos e intereses, desde los orígenes de la revolución de independencia" (pp. 18-19). Entre los sectores subordinados, Múnera destaca el rol jugado por los mulatos durante la primera independencia de Cartagena (1811-1815), como fue el caso de Pedro Romero y Pedro Medrano. Frente a la idea defendida por Restrepo de la unidad política de la Nueva Granada, antes de la independencia, Múnera sostiene que "Todo parece indicar, sin embargo que la supresión del primer virreinato de la Nueva Granada ocurrió principalmente por la imposibilidad del virrey para ejercer su actividad sobre los gobernadores de provincia, especialmente sobre Cartagena" (p. 32). La fragmentación regional, "contra la cual nada había podido la voluntad centralizadora de los borbones" (p. 52), es a juicio del historiador cartagenero, un protagonista central del segundo virreinato. La región y no la protonación fueron para Múnera el ámbito más fuerte de pertenencia. "Las enormes dificultades para el intercambio entre las regiones y la ausencia de una economía que la estimulara trajeron como consecuencia que los hombres que habitaban en una región nacieran, vivieran y murieran sin salir de ella, y que por lo tanto su única referencia concreta del poder fuese la gran ciudad instalada frente a ellos". Pero tal como lo señalara ya Mauricio Archila, ante una ponencia de Múnera en el simposio sobre la historiografía de Cartagena realizado en octubre de 1997, "se cae en la contradicción de negar, por los diversos conflictos, la hipótesis de "comunidad imaginada" para la nación, pero se acepta dicha comunidad para el ámbito regional, a pesar de los conflictos que se manifiestan en dicho ámbito... En el caso colombiano... no hubo clara hegemonía regional. Lo que tenemos es una precaria coalición de apetitos regionales sin

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una clara hegemonía desde el principio"2

Cabe abrir el interrogante de si a la supuesta ficción de Restrepo sobre la unidad política neogranadina, no se estaría contraponiendo por parte de Muñera una ficción regionalista, muy precaria para esa época.

Al segundo argumento de Restrepo, la élite criolla impulsada por los ideales de crear una nación independiente, Muñera contrapone una visión de profundo conflicto entre los criollos cartageneros y los de Santa Fe. José Ignacio de Pombo aparece como el representante más destacado en la élite cartagenera en esa pugna; de Pombo "no hablaba en nombre de unos intereses nacionales -¿cuál nación?- y mucho menos en el de las provincias del interior. Estaba convencido de que la autonomía política de Cartagena era una condición necesaria de su progreso económico" (p. 139). El conflicto entre dos élites tuvo sus puntos centrales en torno al comercio, las comu-nicaciones y la dura contribución que el interior y Quito debían aportar a la construcción y mantenimiento de la fortaleza de Cartagena.

La tercera idea de Restrepo, originalmente desafiada por Muñera, es la del papel marginal de las clases subalternas en la independencia. Se puede decir que Muñera hace de historiador militante a favor de esos sectores sociales, descuidados hasta hace no mucho tiempo en nuestra historiografía, aunque el historiador cartagenero hace hincapié principalmente en los mulatos. "El conjunto arquitectónico colonial de Cartagena... fue, hasta donde sabemos, obra de artesanos mulatos" (p. 95). El surgimiento de un grupo de artesanos mulatos será de gran importancia en la independencia de Cartagena. "Un sentimiento de igualdad con los blancos pareció haber surgido entre los mulatos... Cristóbal Polo presentó a la corona un memorial <<pidiendo que no se le tenga en cuenta su condición de mulato para la práctica del derecho, la cual se le había prohibido>>. El asunto merece destacarse por lo que revela... de la formación de una conciencia entre los mulatos en conflicto con los privilegios de la élite local" (p. 96). Muñera rescata, entre otras, la figura del ya mencionado Pedro Romero, quien "El 11 de noviembre, al frente de los lanceros del Getsemani... irrumpieron en el salón donde se encontraba reunida la junta y exigieron que se declarara la independencia absoluta de Cartagena... Excepto Gabriel Piñeres, que no era cartagenero,

2 ARCHILA, Mauricio, en Cartagena de Indias y su historia. Haroldo Calvo y Adolfo Meisel (Ed.), Bogotá, Universidad Jorge Tadeo Lozano /Banco de la República, 1998.

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no había ningún otro miembro de la élite criolla en el grupo de hombres armados que impusieron la independencia".

La conclusión de Múnera es lapidaria: "Un siglo de guerras civiles nos costó mantener un estado cuyo origen había sido el producto no de <<una comunidad imaginada>>, sino simple y llanamente de un acto de fuerza" (p. 215).

Los mitos fundacionales de las naciones están edificados sobre luchas fratricidas y el posterior y muchas veces brutal silenciamiento de éstas. El trabajo de Múnera contribuye a desafiar una historiografía basada en el mito, que se ha ido reproduciendo por inercia y que hoy no puede ocultar el desmoronamiento del proyecto nacional, en este final de siglo. Pero tal vez sea, a través de un reencuentro no forzado entre lo local, lo regional y lo nacional como podamos evitar que el esfuerzo de seguir inventado la nación colombiana nos conduzca, una y otra vez, hacia más guerras.

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abstracts

la contribución de germán colmenares a la historia intelectual y ala metodología de la historia jaime jaramillo uribe

El presente artículo se refiere a las contribuciones a la historia de las ideas y de las mentalidades del historiador Germán Colmenares (1938-1990). En primer lugar, se hace referencia a su primer trabajo Partidos políticos y clases sociales, en el que el autor trata de establecer la relación de las ideas de los partidos políticos tradicionales de Colombia con los intereses económicos de los grupos sociales del siglo XIX. Luego se hace referencia a un ensayo suyo sobre el contenido social de la novela costum-brista de 1850, Manuela. Y finalmente, se analiza su ensayo Las convenciones contra la cultura. Ensayos sobre historiografía hispanoamericana del siglo XIX, donde Colmenares se refiere a la obra de algunos historiadores latinoamericanos del siglo XIX para mostrar las "convenciones" y "prejuicios" con que interpretaron la historia de América en general y, en particular, la de sus países.

la pregunta por la existencia de la historia urbana germán rodrigo mejía El surgimiento de la historia urbana como campo específico de investigación no es tan antiguo como podríamos presumir. Para que su existencia fuera posible fue ne-cesario tomar conciencia sobre la historicidad de la ciudad, esto es, distinguir con claridad entre lo que es el recuento de sus anales y lo que es la elaboración de una explicación de la ciudad contemporánea. Historiar la ciudad, encontrarle una expli-cación desde la perspectiva de su temporalidad, se convirtió en necesidad cuando la alternativa de civilización para muchos ya no estaba cifrada en la seguridad de un modelo de urbe sino en su negación —ya sea en la ciudad-jardín, propuesta por Ebenezer Howard, o en las soluciones más radicales de destruir la ciudad, pues recuperar al ser humano, desde la crítica al capitalismo, sólo era dable dentro del entonces nuevo ideal de vida rural. Por ello, esta toma de conciencia sólo fue posible con la conformación de la metrópoli contemporánea y los efectos creados en tales conglomerados por la revolución industrial y la consolidación de los estados nacionales durante el siglo XIX y los primeros años del XX. Las rápidas y profundas transformaciones ocurridas en el número y tamaño de las ciudades, lo que nece-

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sariamente replanteó la noción de territorialidad, llevaron a que la organización y manejo de la ciudad tuviera que ser objeto ahora no de la tradicional intervención estatal o la recurrencia ideológica a la ciudad ideal de origen cristiano o renacentista, sino principalmente del empleo de la ciencia como la mejor herramienta para intervenir en el futuro de la ciudad. el papel de la orden de la merced en la confíguración del espacio urbano de buenos aires (1580-1640) gabriela de las mercedes quiroga Basado este trabajo en los conceptos de espacio como construcción social y de Iglesia como institución social, parte del momento fundacional de Buenos Aires por Donjuán de Garay en 1580. Desde ese entonces y durante sesenta años analizará no sólo la participación de la Orden de la Merced (O.M.) en la organización del nuevo espacio de Buenos Aires, sino también la persistencia en el tiempo de su locación en el hoy casco histórico de la ciudad. La transversalidad de todo el trabajo estará dada por el espacio, entendiéndolo como hecho, factor e instancia social que domina la vida cotidiana del hombre. Será sobre esta idea aplicada a la primitiva planta urbana porteña que se intentará «leer» su organización eclesiástica, componiendo las di-mensiones física y social de un modo satisfactorio, de tal manera que tengan en cuenta la multiplicidad de los aspectos con los que se presenta ante nuestros ojos la realidad rioplatense de los primeros años de la segunda fundación. estructura social de buenos aires y su relación con despacio colo-nial (1580-1617) araceli n. de vera de saporiti Tomar como punto de partida en la investigación los orígenes de la ciudad de Buenos Aires, es solamente una manera de abordar el objeto de estudio: espacio, estructura social y propiedad. El estudio de la estructura social debería abarcar la observación y el análisis completo de los grupos sociales que es dable percibir en su ámbito, pero los propósitos de aquél se limitan, en especial, al grupo fundacional y a los primeros pobladores que arribaron y se establecieron en la ciudad en los primeros años de vida. Nuestro trabajo aspira a demostrar que la estructura social inicial, mediante las relaciones de propiedad de la tierra, instauró un sistema socio-espacial jerárquico, impuesto por la Corona de España, a través de sus agentes. El estudio de esa correlación permite instalar a una sociedad basada en su entorno físico y, aunque

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abarca una limitada cobertura temporal (cronológicamente el período en estudio: 1580-1617), puede darnos datos precisos de la ciudad tradicional de comienzos de la colonia para la comprensión del desarrollo que conduce hasta su presente. Al abordar el tema, se considerará de relevante importancia la intervención del Estado, porque la influencia que él ejerce marca la sociedad total y condiciona de manera directa los restantes aspectos de su estructura.

elneogranadino y la organización de hegemonías, contribución a la historia del periodismo colombiano gilberto loaiza cano

La historia del periodismo en Colombia no pasa aún del catálogo de nombres y de la descripción técnica de formatos de periódicos que alguna vez existieron; todavía no se consolida como una historia de la cultura intelectual o como parte de la historia de la cultura política, a pesar de sus evidentes nexos. Algunos títulos de la prensa escrita encierran en sí mismos una evolución, desde los simples cambios en la distribución tipográfica hasta en sus evidentes traspasos de propiedad que constatan la importancia de un instrumento en la transmisión de ideas y valores de cualquier tipo. El Neogranadino, en la mitad del siglo XIX, es prueba de las transformaciones en la esfera política, de la calificación de los medios de búsqueda de una opinión pública afín con un proyecto modernizador liberal. En su estructura tipográfica encierra los esfuerzos por asimilar técnicas que hicieran más eficaz su función modeladora en una sociedad sometida a la disgregación geográfica.

los retos de la historia ante la postmodernidad y las nuevas corrientes historiográfícas marisa gonzález de oleaga El presente trabajo aborda algunos aspectos del fenómeno llamado postmodernidad y las consecuencias que esa ruptura ha supuesto para la investigación historiográfica. El pensamiento postmoderno (que no es post y que tampoco implica una ruptura radical con algunas de las tradiciones de la modernidad) cuestiona de manera clara la forma de aproximarse al conocimiento histórico. Rescatar algunas de esas fisuras es el objetivo de este artículo.

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¿cómo pensar la libertad a. finales del siglo xi? el caso de anselmo de canterbury felipe castañeda

Una persona no es propiamente libre por tener la capacidad de hacer lo que quiera, sino lo que debe. Esta es la tesis principal de Anselmo en relación con el tema de la libertad. Para llegar a esta conclusión se apoya en argumentos en los que se tiene en cuenta principalmente cierta filosofía del lenguaje, así como algunas afirmaciones del dogma cristiano. Este ensayo tiene por objeto analizar estos razonamientos, tratando de mostrar que no sólo obedecen a una determinada lógica o forma de pensar independiente de los acontecimientos propios de la Alta Edad Media, sino que en cierta medida se pueden entender como la respuesta o reacción filosófica frente a lo que se estaba viviendo por ese entonces.

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