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ENSAYO SOBRE UNA HISTORIA MARIANA GIENNENSE Andrés Molina Prieto Consejero del Instituto de Estudios Giennenses I. FINALIDAD DE ESTE ESTUDIO E L título del mismo quizá resulte algo pretencioso tanto temática como históricamente. Atendiendo al tema parece una tarea demasiado ardua que el autor de estas páginas arremeta, solitario, a manera de Sísifo, la difí- cil tarea de llevar hasta la cima el pesado fardo de la historia mariana de Jaén, cuya Diócesis hunde sus raíces en la misma era apostólica. Porque se trata en definitiva, de pergeñar las líneas maestras de una dimensión esen- cial en la historia religiosa del Santo Reino mostrando la visión panorámica global de lo que ha supuesto, a lo largo de los siglos, la presencia de María en la Diócesis giennense. El objetivo, en sí, se presenta bastante ambicioso. La razón no es difícil descubrirla. Cuando nos acercamos al estudio de la Diócesis de Jaén, surge la impresión, no hiperbólica, de que es Santo Reino precisamente por ser Reino de María. Confiamos en ser bien enten- didos cuando utilizamos esta adjetivación religiosa. Porque el verdadero Rei- no de María es ciertamente toda la Iglesia, ya que su realeza universal es consecuencia inmediata de la divina maternidad y de la maternidad espiri- tual que a Ella corresponde. En efecto, es Madre de todos los hombres, es- pecialmente de los que han sido regenerados en Cristo por el bautismo, y están unidos a Él como Cabeza del Cuerpo Místico, mediante la gracia so- brenatural santificadora. Consecuentemente no queremos ni podemos afirmar que la Diócesis de San Eufrasio sea «el» Reino de María, lo cual resultaría tan inexacto teológicamente como falso históricamente, pues todo el mundo católico, de

ENSAYO SOBRE UNA HISTORIA MARIANA … · Nuestro modesto ensayo no podía tener ese aire errático o trashuman te, pasando caprichosamente de un dato a otro dato a modo de frío elenco

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ENSAYO SOBRE UNA HISTORIA MARIANA GIENNENSE

Andrés Molina Prieto Consejero del Instituto de

Estudios Giennenses

I. FINALIDAD DE ESTE ESTUDIO

EL título del mismo quizá resulte algo pretencioso tanto temática como históricamente. Atendiendo al tema parece una tarea demasiado ardua

que el autor de estas páginas arremeta, solitario, a manera de Sísifo, la difí­cil tarea de llevar hasta la cima el pesado fardo de la historia mariana de Jaén, cuya Diócesis hunde sus raíces en la misma era apostólica. Porque se trata en definitiva, de pergeñar las líneas maestras de una dimensión esen­cial en la historia religiosa del Santo Reino mostrando la visión panorámica global de lo que ha supuesto, a lo largo de los siglos, la presencia de María en la Diócesis giennense. El objetivo, en sí, se presenta bastante ambicioso.

La razón no es difícil descubrirla. Cuando nos acercamos al estudio de la Diócesis de Jaén, surge la impresión, no hiperbólica, de que es Santo Reino precisamente por ser Reino de María. Confiamos en ser bien enten­didos cuando utilizamos esta adjetivación religiosa. Porque el verdadero Rei­no de María es ciertamente toda la Iglesia, ya que su realeza universal es consecuencia inmediata de la divina maternidad y de la maternidad espiri­tual que a Ella corresponde. En efecto, es Madre de todos los hombres, es­pecialmente de los que han sido regenerados en Cristo por el bautismo, y están unidos a Él como Cabeza del Cuerpo Místico, mediante la gracia so­brenatural santificadora.

Consecuentemente no queremos ni podemos afirmar que la Diócesis de San Eufrasio sea «el» Reino de María, lo cual resultaría tan inexacto teológicamente como falso históricamente, pues todo el mundo católico, de

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modo unánime, proclama a la Virgen su Reina y Señora. Hecha esta acla­ración, debemos añadir, como complemento, la explicación del título para poder captar mejor la naturaleza y límites de este estudio, que hemos califi­cado como ensayo, sobre la historia mariana de la provincia y Diócesis de Jaén. Glosemos esquemáticamente los términos.

El diccionario de la Academia Española define así el ensayo: «Es un escrito generalmente breve, sin el aparato y sin la extensión de un trabajo sobre la misma materia». Según esta definición, el ensayo no es más que un tratado incompleto o fragmentario, es decir, un sucinto esbozo. Miguel Eymieu de Montaigne, escritor francés fundador de este género literario (1533-1592) llamó bocetos a sus famosas «Reflexiones» cuando las tituló como ensayos, resultado feliz de una vida de observación, estudio y medi­tación con que intentaba adaptarse el pensamiento clásico a las necesidades modernas.

En el ensayo actual se incluyen tres aspectos bien diferenciados: l.°) un tratado breve e imperfecto; 2.°) una disertación amena más que una in­vestigación severa y religiosa; 3.°) una interpretación personal de los he­chos y de las ideas. Nuestro planteamiento al conferir impronta ensayística al boceto sobre una historia mariana giennense recoge preferentemente los dos primeros aspectos, y no así el tercero. Porque si bien nuestro estudio es breve, y consiste más en la aportación de datos que en la investigación histórico-teológica de los mismos, hemos querido evitar, en cambio, lo que caracteriza a un verdadero ensayista que saca al exterior las cosas como él las ve y las interpreta al cribarlas en el tamiz de su intimidad sentimental.

Nuestro modesto ensayo no podía tener ese aire errático o trashuman­te, pasando caprichosamente de un dato a otro dato a modo de frío elenco. Nos lo impedía la seriedad de la cuestión abordada. Mientras el ensayista filosofa poetizando, para afirmar con seguridad el historiador religioso y el mariólogo han de ceñirse a la escueta realidad de los hechos marianos que registra, interpretándolos con criterios teológicos de plena conformi­dad y sumisión a las enseñanzas de la Iglesia. Nuestro objetivo, pues, es múltiple: histórico, teológico, mariano, cultural y devocional. Todos estos elementos, en distintas dosis, se entremezclan y correlacionan necesariamente en virtud de su mismo contenido.

Adelantamos ya que el desarrollo del trabajo conlleva una problemáti­ca inherente que iremos afrontando en su debido lugar. Dos capítulos inte­gran este ensayo de índole, prevalentemente, histórico-mariana. El primero

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aborda los datos fundamentales para una aproximación de la historia ma­ñana de Jaén. El segundo intenta su interpretación teológica.

El hecho dogmático mañano está indisolublemente vinculado a la re­velación cristiana y al culto católico. Tiene su origen primigenio en los pla­nes salvíficos de Dios «Padre de las misericordias» (2.a Cor. 1,13), que pre­destinó a la Virgen María juntamente con el misterio de la Encarnación del Verbo situando su figura al lado de Jesucristo su Hijo, verdadero Dios y verdadero Hombre. Los que no aciertan a contemplar a María desde esta perspectiva, empequeñecen su grandeza y desfiguran sus ínclitos privilegios.

Incumbe a los mariólogos el deber ineludible de continuar ilustrando, dentro de la teología católica, la obra y el culto debido a Aquella que, des­pués de Cristo, ocupa en la Santa Iglesia el lugar más alto y ala vez, el más próximo a nosotros, como ha enseñado, con fórmula lapidaria, el Concilio Vaticano II (Cf. Lumen Gentium, 54).

Para concluir esta introducción deseamos, finalmente, insistir en el ca­rácter aproximativo o de tanteo que tiene nuestro estudio, pues somos cons­cientes de los defectos, lagunas y omisiones que lo acompañan. Por todo ello anticipamos nuestra humilde petición de excusas mientras expresamos el sincero gozo que nos embarga al dejar útiles pistas abiertas a futuros in­vestigadores de nuestra rica historia mariana en las cuales pone de mani­fiesto, de manera evidente, que el Santo Reino es también, indiscutiblemente, Reino de María.

II. DATOS PARA UNA APROXIMACIÓN A LA HISTORIAMARIANA DE JAÉN

En este breve ensayo de escasas páginas, no se ha pretendido en modo alguno ofrecer una historia del culto y devoción a la Virgen de la Diócesis de Jaén, aunque aludamos a los principales santuarios marianos y a las más conocidas advocaciones patronales. Por tanto no ha constituido objetivo prioritario redactar una rigurosa historia mariana giennense, aunque lógi­camente nos movamos dentro de este ámbito. Nos ha preocupado, ante to­do, el hecho y el dato mañano tal como aparece a la vez, disperso y enrai­zado, en el área diocesana, movidos por el propósito de brindar a nuestros lectores los más significativos para una historia del culto y devoción a la Virgen María en nuestra Diócesis. Pero es obvio que su contenido primor-

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dial debe contemplarse en el contexto de los orígenes históricos del cristia­nismo giennense de raíz apostólica según una venerable tradición (1).

En consecuencia no es posible hablar de devoción mariana sin relacio­narla con la vivencia de nuestro catolicismo primitivo, desde sus primeras etapas embrionarias. En este sentido urge subrayar con energía la imposi­ble desconexión de lo mariano y lo cristiano, lo mariológico y lo cristológi- co. Porque, en esta imposible hipótesis no valdría la pena hablar de santua­rios e iglesias dedicadas a la Virgen María, ni ocuparse de sus múltiples ad­vocaciones sin una referencia esencial y explícita a Jesucristo, su Divino Hijo, plena revelación del Padre, imagen invisible de Dios y Luz de los Pueblos (2), por quien plugo en estos últimos confiarnos todos los tesoros de su Pala­bra, su Gracia y su Presencia (3).

Estudiando cuidadosamente los orígenes de nuestro cristianismo pri­mitivo, aparece un dato importante: entre las brumas de los primeros siglos del Jaén cristiano, se pierden las nebulosas huellas del culto y devoción ma­riana. De esta etapa inicial no quedan lógicamente rastros. En este capítulo nos proponemos seleccionar los datos más relevantes que mejor contribu­yen a lo que hemos llamado aproximación a una historia mariana de Jaén. Pero es preciso hacer una advertencia. Así como el marco adecuado para estudiar la historia del culto y devoción mariana en nuestra Diócesis ha si­do cuanto hemos dicho sobre los orígenes del cristianismo giennense al cual se vincula necesariamente, de igual manera hemos de considerar nuestra his­toria mariana dentro de la panorámica general de España mariana, y en relación con ella. No significa esto que vayamos a ampliar desmesurada­mente el campo de nuestras reflexiones. Simplemente queremos decir que antes de entrar en las principales etapas de la historia mariana giennense, conviene presentar, a modo de preámbulo introductorio, una síntesis esque­mática sobre el culto mariano en España en las primeras centurias. Después abordaremos las cuestiones siguientes: 1) datos marianos más antiguos de la Diócesis de Jaén; 2) santuarios e iglesias marianas; 3) advocaciones y tí­tulos patronales; 4) cofradías y otras asociaciones; 5) episcopologio mariano.

(1) Sotomayor, M.: «La Iglesia en la España Romana», en Historia de la Iglesia en España, BAC, Madrid, 1979, vol. I, págs. 39 y ss.

(2) Cfr. Colosenses 1,15. Lumen Gentium, 2.(3) Cfr. Hebreos 1,1.

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A) Panorámica sobre el culto mañano en España

El tema del culto m añano en España a través de las iglesias y santua­rios dedicados a la Virgen María durante los diez primeros siglos ha sido atentamente estudiado por insignes mariólogos, historiadores y arqueólo­gos (4). Mucha luz ha arrojado el estudio de la arqueología y arquitectura cristianas de las diez primeras centurias en España. La existencia de tem­plos marianos en España, a partir del siglo iv consta por múltiples testi­monios y ante todo porque conocemos algunas basílicas perfectamente lo­calizadas bajo advocación mariana. El catálogo de los templos marianos en España está ya redactado. La obra de Manfredi contiene una lista muy completa que no puede ser ampliada hasta tanto no se descubran nuevos restos y documentos. Nos consta que los templos primitivos estaban sobria­mente decorados y carecían de motivos ornamentales. El Concilio de Elvira en el que participaron varias sedes giennenses, prohibió en el canon 36 que se realizasen pinturas en las iglesias para evitar el riesgo de influjos idolátri­cos (5). Y es imposible fijar cronológicamente cuándo aparecieron las pri­meras pinturas e imágenes mañanas en España. Como tampoco es posible precisar la fecha de erección de algunos templos o el término a quo en que fueron puestos bajo advocación mariana. Pero es indudable que ya en la primera mitad del siglo V existían templos dedicados a la Virgen María. Dos factores decisivos lo justifican. En primer lugar la explosión de fervor ma­ñano que se vivió en el catolicismo después de la celebración del Concilio de Efeso (a. 431). Y en segundo lugar, el influjo que ejerció en las iglesias latinas la actitud del Papa Sixto III (432-440) cuando pocos años después del Concilio Efesino mandó edificar la Basílica del Esquilino dedicándola a la Theotokos (Madre de Dios) con estas palabras: Virgo María, tibi Xystus nova tecta dicavi, «A Ti, Virgen María, yo Sixto, te consagro esta Iglesia» (6). A estas dos causas se une el desenvolvimiento de la vida monástica en España y principalmente en tierras del Sur. Por el siglo vi se celebraba ya en todas las regiones de España la festividad de la gloriosa Madre de Dios, según lo atestigua el Concilio X de Toledo, año 656, que afirma expresa­mente la difusión generalizada de la fiesta litúrgica.

(4) Llamas Martínez, E.: «El culto mariano en España, a través de las iglesias y san­tuarios dedicados a la Virgen María, antes del siglo xn», en De cultu mariano saeculis VI-XI. Acta contressus Mariologici-Mariani Internationalis in Croatia anno 1971 delebrati, vol. V, Romae (P.A .M .I.) 1972, págs. 171-206.

(5) Vives, J.: Concilios Visigóticos e Hispanoárabes, Barcelona-Madrid, 1963, pág. 8.(6) Cfr. Inscriptiones christianae Urbis Romae II, pág. 71, núm. 42 (DIEHL, 796).

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Es ésta la época en que la teología y la devoción mariana alcanzaron un notable desarrollo gracias a San Ildefonso de Toledo, San Isidoro de Sevilla y San Paciano de Barcelona. Si tenemos en cuenta que los primiti­vos templos españoles conocidos bajo advocaciones marianas, se remontan al siglo vi e incluso al v, no será difícil deducir que dichas advocaciones datan de la misma fecha en que los templos fueron concluidos (7).

Ciertamente antes de la invasión musulmana (año 711) tan importante para el catolicismo hispano, hay ya numerosos templos marianos que son centros de piedad cristiana, vida litúrgica y espiritualidad mariana. Hoy nadie puede negar, a partir de los recientes descubrimientos arqueológicos y ar­quitectónicos, que la piedad y el culto del pueblo español a la Virgen Ma­ría, se remontan hasta los primeros siglos del cristianismo (8). Ahí están para demostrarlo la Basílica de Santa María de Mallorca (segunda mitad del siglo V); Basílica de Santa María de Tarrasa (siglo V); Santa María de Mérida (año 630); Santa María de Quintanilla de las Viñas (siglo vi); Igle­sia de Santa María de Ibahernando, en Cáceres (año 673), y tantas otras esparcidas por la geografía hispana. Adelantamos por último una adver­tencia para evitar la extrañeza del lector que se habrá preguntado con toda razón por qué no hemos aludido todavía a Nuestra Señora del Pilar, siendo el santuario más famoso y entrañable de España. La bella historia de sus orígenes se pierde entre remotas leyendas en torno a la evangelización de España a cargo del Apóstol Santiago. La única razón, de orden crítico, se debe a que los documentos históricos se remontan al siglo xil. En ellos se constata, sin embargo, la existencia de un templo mariano edificado en época precedente y consagrado a Nuestra Señora. La importante tradición pila- rista no debe ser subvalorada, aunque falten pruebas documentales de los primeros siglos. Por encima de la crítica histórica sobre nada, vive la tradi­ción inmemorial de un pueblo, recogida por la Liturgia Romana de las Ho­ras que la califica de «piadosa y antigua tradición».

Los expertos, después de analizar con lentitud la visión histórica de los templos y santuarios a la Virgen María en España durante el primer mile­nio, han llegado a formular conclusiones importantes:

l - a-—Todos los datos recogidos testimonian la existencia de un culto de veneración tributado a la Virgen María, superior al tributado a los már­tires, con el reconocimiento expreso de su privilegio de ser Madre de Dios

(7) Cfr. Llamas, E.: Ibidem, págs. 171-176.(8) P érez, N.: Pieté moríale du peupte espagnol, pág. 594.

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según la carne. En su honor fueron construidas algunas iglesias como las de Mérida.

2 . a.—Los templos marianos y los monasterios consagrados a la Madre de Dios están diseminados por toda la geografía española; lo cual nos da a conocer la universalidad geográfica del culto y de la devoción mariana.

3 . a.—Los primeros templos marianos aparecen en España en la segun­da mitad del siglo vi o el siglo v, con una mayor floración a nivel del desa­rrollo litúrgico y cultural que manifiesta una universalidad cronológica.

4 . a.—Aparte de esto, se puede afirmar con probabilidad que en estas iglesias marianas y en particular en los monasterios consagrados a la Vir­gen María, se practicaba la liturgia mariana con cierta solemnidad. Es sig­nificativo el testimonio del Concilio X de Toledo (año 656) que ordenó que la solemnidad de la gloriosa Madre de Dios, se celebrase en todas partes el mismo día y con igual honor.

5. a Templos marianos, santuarios marianos y liturgia mariana están íntimamente unidos. El florecimiento de la liturgia mariana lleva consigo la multiplicación de los templos y lugares de culto dedicados a la Virgen María. O a la inversa: la multiplicación de los templos marianos promovió y acrecentó la liturgia y la devoción mariana.

6-a-—Aparte del culto de veneración, hay que admitir que se practica­ba también un culto mariano de imitación, particularmente en los monaste­rios. Esto consta, no solamente por su carácter mariano, sino también por otros documentos y testimonios, históricos y doctrinales de la época (9).

B) Datos principales para una historia mariana de Jaén

1. Vestigios marianos más antiguos en la Diócesis Giennense. Si los artistas que tallaron el sarcófago paleocristiano de Martos, hubieran dis­puesto de mayor espacio al representar la escena de las Bodas de Caná, ha­brían esculpido con gozo la imagen de Nuestra Señora intercediendo ante su Hijo para que remediara la necesidad de los generosos anfitriones. El evangelista San Juan nos narra la delicada petición de María ante Jesús: «No tienen vino» (Jn. 2,3). Si examinamos el sarcófago, observaremos que en uno de los intercolumnios se nos ofrece la conversión del agua en vino. Un apóstol imberbe, en segundo plano, vuelve la cabeza hacia su izquierda para mirar a Cristo. El palio le cubre el hombro y el brazo derecho, aso­mando únicamente la mano «en cabestrillo» con el gesto de hablar. Tiene

(9) Cfr. Llamas Martínez, E.: El culto mariano en España..., págs. 204-205

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tapados los pies por cinco tinajillas de agua. Cristo de frente vuelve su ca­beza hacia su derecha para mirar al apóstol. El brazo derecho (libre del pa­lio) lo extiende hacia abajo empuñando la vara taumatúrgica para tocar con ella una de las hidrias. En la mano izquierda, tiene un volumen «en lectura interrumpida» (10). ¡Qué pena siente el mariólogo ante la «ausencia escul­tural» de María! pero el artista la tuvo sin duda en su mente porque este primer signo o milagro que aceleraba la hora mesiánica de Jesús, lo hizo el Señor en Caná de Galilea a instancias de su bendita Madre. Permítasenos decir que en el sarcófago romano de Marios, encontramos discretamente en la penumbra, el primer rastro arqueológico, indirectamente reflejado de la presencia monumental de María en tierras del Santo Reino.

El segundo vestigio también indirecto lo hallamos en el X Concilio To­ledano donde se afirma expresamente que la festividad de la gloriosa Ma­dre de Dios se celebraba ya en el año 656 «en muchas partes de España». Al buscar la uniformidad el Sínodo quiere adoptar la costumbre de otras iglesias «separadas de nosotros por grandes distancias» (11). Conociendo las relaciones episcopales entre Jaén y Toledo, durante la época visigótica que se intensifican en siglos posteriores, no resulta excesivo deducir que si dicha festividad se celebra durante el siglo vil en muchas partes de Espa­ña, con mayor razón lo harían las comunidades cristianas de la Bética, y entre ellas las iglesias giennenses que tanto protagonismo tuvieron en los concilios de Elvira y de Sárdica. Nos consta que se trata de una hipótesis no confirmada, pero su verosimilitud y probabilidad no pueden razonable­mente negarse.

Pasamos ahora al único dato mariano de absoluta certeza histórica en nuestro primitivo cristianismo. La arqueología tiene noticia de varias igle­sias hispanas dedicadas a la Virgen María. Este conocimiento consta a tra­vés de inscripciones consecratorias o votivas. Se ignora la estructura y di­mensiones de estas iglesias, pero su existencia es cierta e incuestionable (12). Una de ellas y la primera citada en sus catálogos por los especialistas, co­rresponde a Porcuna, en nuestra provincia giennense. Pertenece inequívo­camente según Vives y Bartina a la época visigótica y están clasificada co­mo una de las iglesias mañanas conocidas a través de inscripciones. Su da-

(10) Cfr. Recio, A.: Obra citada, y Sotomayor, M. ibidem, pág. 155(11) Vives, J.: Concilios, pág. 309.

(12) Las inscripciones han sido recogidas y publicadas por Hubner, Diehl, Vives y Pa- lol. Las recoge también Bartina: Basílicas mañanas, págs. 122-25. Vives, J., «Características hispanas de las inscripciones visigodas», A rbol (1944) 185-199. Inscripciones cristianas de la España romana y visigoda. Barcelona 1969, núm. 323, pág. 109.

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tación debe fijarse a fines del siglo vi o bien a comienzos del vil. La ins­cripción, tal como la ha recogido y registrado Vives, reza así: «323. recon- dit [e] / in fundum / Valles su / burbio / Obol / conen (s) e / celia sce / Mariae». La traducción no literal es como sigue: «Reliquias guardadas en un altar de una Capilla de Santa María situada en una finca llamada Valles o Vallis, que está a su vez en un suburbio de la Ciudad de Obulco», es de­cir, Porcuna. En torno a esta breve pero importante inscripción registrada por Vives, Fernández Guerra, Hübner y Diehl, debemos hacer algunas acla­raciones que pongan de manifiesto su extraordinario valor:

1. a) Se trata ciertamente de una inscripción incompleta, como puede observarse por la carencia de datación, y otros datos que aparecen en pare­cidas inscripciones visigóticas.

2 . a) Valles o Vallis sería probablemente el nombre del fundo o finca situada en el suburbio de Obulco (Porcuna, llamada también por los roma­nos Obula). Los datos toponímicos están bien precisados.

3. a) La palabra «recondite o reconditae» hace probabilísimamente una alusión al término omitido en la inscripción «reliquiae», reliquias. Aunque no pueda afirmarse con toda certeza, debe suplirse el término, ya que la fórmula «reconditae» se encuentra con frecuencia en otras muchas inscrip­ciones referida siempre a «reliquias».

4 . a) En la inscripción de Porcuna se habla por consiguiente de unas reliquias que se han introducido en un altar de una capilla de Santa María, o dedicada a Santa María.

5. a) Aunque se pretende afirmar directamente en la inscripción de Por­cuna la existencia y conservación de unas Reliquias, la conexión de este da­to con una iglesia dedicada a Santa María es también evidente, y aquí radi­ca la fuerza probativa del dato arqueológico (13).

Nos encontramos así con el primer testimonio histórico de valor irre­cusable, sobre la existencia de una iglesia mariana o celia memoriae, es de­cir una iglesia para el recuerdo y veneración de Santa María la Madre del Señor. Al margen de otras divagaciones hipotéticas este es el dato esencial que nos interesa: una Iglesia en la ciudad de Porcuna dedicada o consagra­da al culto de la Santísima Virgen, ya que la expresión «celia Sanctae (sce) Mariae» implica necesariamente la dedicación y consagración de la iglesia al culto de la Madre de Dios. Lógicamente cabe pensar que no debió ser

(13) Agradecemos al P.M . Sotomayor los datos aclaratorios facilitados.

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la iglesia o capilla de Porcuna la única dedicada a la Virgen María por los cristianos giennenses de la época romano-visigoda. Podemos suponer con fundamento que datos y noticias sobre otros templos han sucumbido en el espeso silencio de los siglos, sin ofrecernos hasta ahora su huella. Confia­mos que posteriores hallazgos arqueológicos suministren nuevos datos.

2. Santuarios moríanos giennenses. A excepción de la capilla o celia visigótica mariana de Porcuna, todos los demás santuarios e iglesias dedi­cadas a María pertenecen al segundo milenio, sobre todo desde el siglo xm en adelante. La Edad Media a partir del siglo décimo, encuentra ya perfec­tamente establecidos los fundamentos del culto mariano, y saborea en su piedad sencilla las principales verdades mariológicas. La celebración de la liturgia mariana origina una extensa literatura de carácter litúrgico y devo- cional. Se multiplican las homilías marianas, se componen muchos himnos en honor de la Madre de Dios y se redactan bellas oraciones para nutrir la devoción mariana de los fieles. A partir del siglo vm se multiplican tam­bién los títulos honoríficos atribuidos a la Virgen María a través de oracio­nes, himnos, plegarias y homilías.

El desarrollo y el progreso del movimiento mariano en la Edad Media ha sido muy estudiado y es suficientemente conocido. Han acaparado la atención de los estudiosos e investigadores algunos temas particulares, co­mo las controversias en torno a la Inmaculada. No obstante, de rechazo o como complemento, han sido estudiados también otros muchos proble­mas tanto de signo histórico como de carácter doctrinal, litúrgico y devo- cional. Ha sido redactado de forma bastante satisfactoria el elenco de auto­res y de obras teológicas, litúrgicas y poéticas de carácter mariano, ponién­dose al mismo tiempo de relieve los más importantes aspectos del culto y la piedad, así como las instituciones marianas nacidas en el seno de estos siglos.

Desde el punto de vista doctrinal, el siglo x i i está íntimamente unido al precedente, sirviendo como puente de unión, San Anselmo (m. 1109) el primer gran teólogo mariano de Occidente. La teología y la piedad mariana tienen su máximo representante a mediados de este siglo en San Bernardo (m. 1153), verdadero doctor mariano por antonomasia que creó escuela. Sus doce sermones, sus homilías Super missus est han ejercido gran influencia en todos los mariólogos y devotos de María. A su lado hay que citar a Ead- mero de Canterbury (m. 1124), discípulo de San Anselmo a Guerrico de Ygny (m. 1155) y al gran sumista Hugo de San Víctor (1096-1141), funda­dor de una escuela teológica. Comienzan a escribirse por este tiempo algunas

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piezas anónimas o apócrifas de innegable valor doctrinal: meditaciones, co­mentarios a la Salve Regina, homilías para las fiestas de la Virgen, tratados de teología y otras obras que constituyen los preludios de la mariología pos­terior. En esta época se da gran importancia a los títulos y privilegios diná­micos de la Virgen María. Así, la maternidad espiritual y la mediación su­ben a la cima de las consideraciones teológicas. Por influjo de la liturgia se presta gran atención a la Asunción de María y a la Inmaculada Concep­ción que inician el camino de su esclarecimiento doctrinal (14).

A través de este entorno conviene ver el nacimiento y floración de nues­tros santuarios marianos que hacen su aparición desde el siglo xm . Pero pensamos que es útil hacer un paréntesis para explicar la leyenda de la Vir­gen de Zocueca, Patrona de Bailén y, probablemente, la advocación maria- na «toponímica» más antigua de la Diócesis de Jaén. La historia entreteji­da de datos legendarios arranca del siglo vm cuando un grupo de cristia­nos procedentes de Oreto se instala «en el ángulo meridional de confluen­cia del arroyo de San Vicente y el Río Rumblar». Habían cruzado Sierra Morena y traían una imagen de la Virgen a la que veneraban bajo la advo­cación de Virgen de Zuqueca, nombre con que los árabes designaron la ca­pital de Oretania (15). De ser cierto el origen histórico, el Santuario de la Virgen de Zocueca, merecería el segundo puesto de antigüedad después de la Iglesia mariana de Porcuna.

Nos limitamos a describir muy someramente cuatro santuarios maria­nos que en el paradigma de las apariciones juzgamos más importantes des­de una perspectiva histórica, literaria y devocional: 1) Virgen de la Cabeza (Andújar); 2) Virgen de la Capilla (Jaén); 3) Virgen de Linarejos (Linares); 4) Virgen de la Consolación (Torredonjimeno). Insistimos en que esta se­lección sumaria tiene mero valor paradigmático, puesto que en estos san­tuarios pueden incluirse, en cierta manera, todos los demás.

No quisiéramos herir por ello, la susceptibilidad de los católicos dioce­sanos del Santo Reino que con tan ejemplar fidelidad dan culto a sus ama­das Patronas. Pensemos por aducir dos muestras, en la Santísima Virgen de Tíscar, Patrona de Quesada, o en la Virgen de la Fuensanta, en Villa- nueva del Arzobispo, Patrona de las Cuatro Villas. Todos los santuarios

(14) L lamas, E.: «El movimiento mariano hasta el siglo xix» en Enciclopedia Maria­na Posconciliar. Madrid, 1975, págs. 37-38.

(15) M orillas M.: «La Virgen de Zocueca, Patrona de Bailén» en Diario «Jaén» 18-7-1980.

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marianos merecen, indudablemente, un puesto destacado por distintas ra­zones.

Al seleccionar aquí algunos santuarios marianos, lo hacemos por un motivo teológico que en el capítulo siguiente aparecerá justificado. Por otro lado exigencias de espacio limitan mucho nuestro tratamiento del tema que no pretende de ningún modo ser exahustivo. Eligiendo los santuarios men­cionados hemos tenido en cuenta no sólo cuanto diremos más adelante so­bre la teología de los santuarios marianos, sino la oportuna valoración ma- riológica de los títulos y advocaciones patronales.

A) Santuario de la Virgen de la Cabeza de Sierra Morena, Patrono de laDiócesis de Jaén

Como sucede casi siempre el Santuario es posterior a la fecha de la apa­rición de Nuestra Señora, con la diferencia probable de un siglo, pues el culto se inició en la Parroquia de Santa María la Mayor hasta la edificación definitiva del Santuario en el siglo X Iv. En cuanto a la narración de la apa­rición nos atenemos a la versión que Salcedo Olid, nos da y es seguida por la mayoría de los historiadores. Torres Laguna ha transcrito fielmente la narración ofrecida por Salcedo Olid que es la más autorizada desde el pun­to de vista histórico (16).

Sin duda no todos los elementos aportados resultan igualmente váli­dos, si examinamos el relato lleno de pintorescos detalles, con rigurosa cri- teriología crítica, lo cual no es posible ya que se mezclan los datos objetivos y factores legendarios de carácter ornamental. El historiador religioso ha de extremar su cautela a la hora de utilizar todos estos útiles materiales de valor muy desigual. Sería improcedente desecharlos por no poder depurar­los con parámetros histórico-críticos.

Es significativo aunque sea curiosa coincidencia el siguiente dato. Con­quistada Andújar a los almohades fue declarada Concejo por el Rey Fer­nando III en 1227 que es el mismo año de la aparición de la Virgen. En 1231 le es dado su fuero y su jurisdicción territorial, la misma que había

(16) Salcedo O lid, M.: Historia de Andújar y de sus Santos. Manuscrito del siglo xvii, del Archivo de Don Pedro Estanislao Quero, en Andújar, Marqués de la Merced. Desapareci­do sin imprimir. Cfr. De Torres Laguna, C.: «Historia de la Ciudad de Andújar y de su Patrona la Virgen de la Cabeza de Sierra Morena». Libro III: La Morenita y su Santuario. Madrid, 1961, 362 págs. Debe resaltarse la oportunidad con que apareció este notable trabajo histórico, ya que tuvo lugar en el año en que se clausura la concesión jubilar de la Santa Sede por el Cincuentenario de la Coronación canónica $e la Imagen y se proclamó por Breve de Juan XXIII, el Patronazgo de la Santísima Virgen de la Cabeza sobre la Diócesis de Jaén.

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tenido el iqlim (distrito) Andüyar perteneciente al manlakat Yayyan (reino de Jaén) bajo la reorganización almohade (17). Probablemente el gesto de Fernando III no es del todo ajeno a la aparición mariana en el Cerro del Cabezo, pues ambos acontecimientos suceden en el mismo año.

En relación con el sitio en que tuvo lugar la aparición, Salcedo Olid añade de manera pintoresca y gráfica: «Por la parte que mira al Septen­trión, está Andújar a la falda de la Sierra Morena... en cuya más alta cum­bre, tres leguas distante de la ciudad, está el elevado cerro donde campean los atributos admirables de María Santísima... En aquel obelisco de peñas­cos tan alto, que parece quiere tocar con la cabeza las estrellas, y por ser cabeza de todos sus circunvecinos, no sólo no le usurpó a ninguno el nom­bre que adquirió en las antiquísimas gentes, y hoy conserva, sino que del suyo tomó denominación el de Nuestra Señora de la Cabeza por estar desde aquel sitio favorecido y amparando estos contornos, ilustrando y ennoble­ciendo esta comarca con su Santuario, desde el cual, como desde supremo alcázar, rescató esta tierra de los moros, desarraigando de ella el nombre mahometano».

«Aquél fue el trono donde los afligidos cristianos de Andújar dejaron escondida la sagrada imagen, no sólo en confianza de las inaccesibles y ás­peras breñas que le cercan, sino por estar defendido con un río muy cauda­loso que llaman Xándula que está entre Andújar y el monte, bañándole la falda» (18).

Torres Laguna hace esta importante puntualización toponímica: El cerro llamado del Cabezo, en cuya cumbre está asentado el Santuario de la Vir­gen de la Cabeza, tiene una altitud de seiscientos ochenta y seis metros sobre el nivel del mar. Pertenece al sistema orográfico mariánico, integrado pre­ferentemente por Sierra Morena. Está a veinte kilómetros al norte de la ciu­dad de Andújar con quien se une mediante un camino antiguo de herradura que atraviesa los llanos de Andújar, las Dehesas de Santo Domingo, los Ce­rrillos, Valdelipe, altos de San Ginés, la Alcaparrosa, Lugar Nuevo y Cerro de la Virgen (19).

En cuanto a la fecha exacta de la aparición y a juicio de Salcedo Olid corroborado por todos los historiadores del Santuario, debe señalarse la no­che del día doce de agosto de 1227 «siendo Pontífice Gregorio IX, a los

(17) A rjona Castro, A.: Andalucía musulmana. Estructura político-administrativa. Córdoba, 1980.

(18) Cfr. De Torres Laguna: Obra citada, pág. 28.(19) Ibidem, pág. 29.

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ocho años de cómo fue cobrada de los moros Andújar, a los diez del reina­do de San Fernando, Rey de Castilla y de León, como consta de las bulas antiguas apostólicas que hablan del milagro del Pastor y del aparecimiento de la imagen, de que según parece se dio cuenta al Pontífice (20). Salcedo Olid se entretiene en narrarnos otros muchos datos a modo de secuencia de la aparición: la procesión y peregrinación de eclesiásticos y seglares al sitio donde indicaba el humilde pastor de Colomera. Así, la clerecía, el ca­bildo secular y los vecinos llegaron entre ásperas veredas al rústico lugar donde hallaron la imagen de Nuestra Señora y junto a ella la campana cu­yos dulces tañidos guiaron al pastor la noche de la aparición «hasta mani­festarle el tabernáculo de pedernales en el que la imagen estaba colocada y ponerlo a sus plantas arrodillado» (21).

Dos precisiones ahora sobre la imagen y él santuario. El Doctor Torres Laguna opina que el estilo y características de la imagen, sensiblemente bi­zantinos, denotan su pertenencia a la Alta Edad Media y que parece coho­nestarse con la tradición que la adjudica al templo catedralicio edificado (¿en Iliturgi?) por el Rey godo Sisebuto hacia los años 612-620. Pudo así haber recibido culto por los cristianos hasta la invasión árabe. Para evitar su profanación, fue quizá escondida por los cristianos de Andújar en el Cerro del Cabezo hasta su aparición al Pastor de Colomera. En esta hipótesis na­die podría negar razonablemente que la imagen de la Virgen desaparecida durante la guerra civil española de 1936-1939, tendría una venerable anti­güedad de catorce siglos, debiendo entonces situarse entre las primeras de la iconografía mariana española (22). En cuanto a la fecha del Santuario, parece que éste fue edificado a partir del prodigioso traslado de la imagen desde la iglesia de Santa María la Mayor donde recibió culto hasta el Cerro del Cabezo donde de nuevo fue hallada tras su desaparición. Se interpretó este suceso como la clara voluntad de Nuestra Señora de recibir culto entre los riscos de Sierra Morena. La Virgen fue así instalada en pequeños tem­plos construidos a lo largo del camino viejo del Cerro, en los sitios de Santo Domingo, San Ginés y Lugar Nuevo hasta la edificación del Santuario en el mismo lugar de la milagrosa aparición, a principios del siglo xiv, proba­blemente el año 1304. Es cuanto puede decirse, dado el estado actual de las investigaciones (23).

(20) Ibidem, pág. 29.(21) Ibidem, pág. 33.(22) Ibidem, págs. 52-54.(23) Ibidem, págs. 81-87.

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B) Santuario de la Virgen de la Capilla, Patrono de la ciudad de Jaén

Aunque Jaén, «ciudad mariana» por excelencia, cuenta con diversas advocaciones en honor de Nuestra Señora, de tradición multisecular, la más importante desde el punto de vista crítico-literario, y sobre todo desde un ángulo teológico —según nuestro criterio— es la que corresponde a la San­tísima Virgen de la Capilla «Madre, Patrona y Reina de Jaén». Por eso nos ocupamos preferentemente de este título mariano y de su Santuario, expo­niendo a continuación sumariamente algunos datos sobre otras advocacio­nes de especial raigambre histórica en la capital del Santo Reino.

La Virgen de la Capilla y su Santuario, cuentan hoy con una notable bibliografía en la que destaca por obvias razones la benemérita obra de Mon­tuno Morente, investigador riguroso y exhaustivo que ha sabido recopilar con excelente metodología y exquisitez crítica todo cuanto podía hallarse disperso en bibliotecas y archivos españoles (24). Varios aspectos nos inte­resa dilucidar con brevedad en torno a la más valiosa tradición mariana de la ciudad giennense: I) marco histórico de la tradición del Descenso; II) el Descenso y la información testifical ante el Provisor Villalpando; III) his­toricidad del hecho; IV) Teología del Descenso; V) la imagen y el Santua­rio.

I. Marco histórico del Descenso. A comienzos del siglo xv, la em­presa nacional de la Reconquista toma nuevos bríos. Los moros de Grana­da atacan casi impunemente la frontera de Castilla y siendo Jaén «la ciu­dad más considerable» para los árabes, tuvo que sufrir en su carne las más violentas acometidas del enemigo. Mohamed VI combate Jaén con 6.000 caballos y 80.000 peones. La situación es desesperada. Muñoz Garnica afir­ma: «Con la historia en la mano es como se ve el grande aprieto en que la ciudad se veía corriendo los años de 1430. Ya no vendrían en socorro, como en otros tiempos (alude al ataque del rey de Granada, Mohamed VI contra Jaén en 1407) las tropas del Prior de San Juan y de Hurtado de Men­doza, ni las 600 lanzas al mando de Pérez Sarmiento, ni las huestes aguerri­das de Ubeda y Baeza. Murió la flor de los caballeros de Jaén peleando en la defensa de Alcaudete; se agotaron los recursos de las villas y ciudades inmediatas; adelantados, condes, comendadores, aventureros y soldados pe­recieron en los muros y en los fosos, de lanza o de saetas, en duelos, asaltos y batallas, con piedras, lombardas y máquinas de guerra. Era don Gonzalo

(24) Montuno Morente, V.: Nuestra Señora de la Capilla. Madrid, 1950, 424 págs. Es sin duda la obra cumbre de la bibliografía sobre la Patrona de Jaén, que seguimos en todo.

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de Stúñiga, obispo de Jaén, hombre animoso, conocedor en las cosas de la guerra, que al menor peligro trocaba el báculo por la espada y el arnés, y los de la ciudad estaban avezados a todo linaje de descalabros y aventu­ras; y sin embargo, reunidos todos en concejo, se concertaron en desampa­rar la ciudad, habiendo llegado las cosas a tan apurado trance» (25). Bece­rra explica: «Juntábanse también muchos días el señor Obispo y algunos de los prebendados con la ciudad, a consultar el medio que se debía tomar; y juzgando todos que este modo de vida sólo les podía durar hasta el día de San Bernabé o el de San Juan se resolvían a irse, y dejar la ciudad, antes que perecer todos en manos de sus enemigos» (26). Precisamente en estas aflictivas circunstancias de doloroso desamparo, tiene lugar la aparición ma­ñana conocida en Jaén con el nombre de «Descenso de la Santísima Virgen María» la noche del 10 al 11 de junio de 1430.

II. Información testifical ante el Provisor Villalpando. Apenas suce­de el admirable prodigio, la competente autoridad eclesiástica cita a los tes­tigos del mismo para que declaren objetivamente lo que han visto y oído. El suceso ocurre en Jaén el 11 de junio de 1430, y a los dos días, o sea el 13 de junio, tiene efecto la información «porque la verdad dello manifies­tamente pudiese parescer y no uviese mezclamiento de falsedad con ella», a requerimientos del Provisor Juan Rodríguez de Villalpando, Vicario Ge­neral de don Gonzalo de Estúñiga, Obispo de Jaén.

Al afrontar el tema de la «historicidad» del Descenso hay que partir de este dato fundamental de la Información testifical. Pero se impone ha­cer una previa aclaración. No se trata de razonar críticamente nuestra de­voción mariana bajo la advocación concreta de «Virgen de la Capilla», co­mo si esta devoción se apoyara única o principalmente en un hecho históri­co determinado. En este sentido, no es necesario, evidentemente, que junto a cada iglesia, altar o ermita donde se da culto a Nuestra Señora, exista la prueba histórica que justifique dicho culto y devoción. En la inmensa ma­yoría de los casos permanece una leyenda sencilla, de parecido esquema, de la cual arranca el origen de la devolución para un pueblo o comarca que invoca a la Virgen María bajo tal título especial. Dogmáticamente, nadie puede impugnar la legitimidad de una advocación mariana, si tal advoca­ción y culto subsiguiente se hallan conformes con la doctrina católica. En otras palabras: nada impide que, siendo hipotéticamente falso o legendario

(25) Sermón del Descenso, predicado en 1853.(26) Memorial del Descenso, págs. 17-19.

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el dato que se aduce como prueba histórica de una advocación mariana, sea por otra parte verdadero y legítimo el culto tributado.

Pero varía el planteamiento cuando la devoción mariana bajo una de­terminada y especial advocación, pretende apoyarse en una prueba históri­ca documental. La tradición del Descenso de la Virgen de la Capilla des­cansa sólidamente sobre una información testifical recogida notarialmente, y se impone tener en cuenta este hecho para analizarlo y valorarlo adecua­damente. Entiéndasenos bien: no queremos decir que el fundamento dog­mático de la devoción a la Santísima Virgen de la Capilla, bajo este particular título, tan local y concreto, estribe en la certeza histórica del relato, ya que esto sería a todas luces erróneo, sino que la ocasión para que demos culto a la Virgen bajo esa advocación, si se apoya ciertamente en la tradición, y cuando ésta se presenta «sellada» con un acta notarial, procede atender a este hecho, examinando las razones de credibilidad humana a favor de dicha tradición. Nuestro propósito no es hacer la crítica histórica sobre la tradición del Descenso, sino formular básicas afirmaciones y reflexiones so­bre el carácter indubitable de la probada historicidad.

Hecha esta aclaración y remitiéndonos al texto íntegro del documento original conservado, recogemos a continuación, la historicidad del hecho, la teología del Descenso así como algún dato sobre la imagen y el santuario.

III. Historicidad del hecho. Descansa en cimientos graníticos que con­fieren a la tradición del Descenso una especial categoría y venerabilidad. Con toda propiedad puede llamarse «histórica» dicha tradición si atende­mos a las siguientes razones: 1.a) existe el documento original auténtico que recoge la llamada «Información Testifical». 2 .a) el contenido esencial del relato se apoya, en cuanto a su posible credibilidad humana, en una «prue­ba legal, jurídica e histórica» que se muestra científicamente garantizada por el examen detenido verificado por expertos del Archivo Histórico Na­cional cuya certificación se expidió el 27-12-1944. 3 .a) las referidas docu­mentales posteriores al Descenso, el testimonio de los documentos conme­morativos y la tradición constante sobre el contenido esencial de la Infor­mación de Villalpando, confirman históricamente los motivos de credibili­dad humana a favor del hecho maravilloso que suponen. Así, en un pleito de hidalguía seguido en la Real Chancillería de Granada, en una prueba prác­tica el año 1504, consta la siguiente declaración del testigo Juan Vilches: «e que esto fue e passó assí el año de Nuestro Salvador Juesucristo, de mil cuatrocientos treinta, que es el mismo año que la Virgen Santísima María, Madre de Nuestro Señor Jesucristo, visitó a la Virgen de la Capilla en ésta,

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en la Yglesia de San Alifonso de la dicha ciudad de Jaén, e que esto es pu­blico e notorio, sin que haya cosa en contrario, e se sabe publicamente» (27). La misma tradición aparece después recogida con mayor o menor tensión y fidelidad en casi todas las Historias de Jaén, escritas en los siglos xvi y xvii. Sea suficiente citar, para convencernos de ello, a Juan de Arquellada (1590), Salcedo de Aguirre (1614), Historia Anónima de Jaén (1615), Jime- na Jurado (1654). 4 .a) es históricamente incontrovertible que a partir del año 1430, fecha del Descenso de la Santísima Virgen, la ciudad de Jaén ex­perimenta trascendentales cambios de signo favorable que suponen un es­pecial influjo providencial.

IV. Teología del Descenso. En otro lugar nos hemos ocupado am­pliamente de este importante aspecto y a este trabajo nos remitidos si al­guien se encuentra particularmente interesado (28). Nos limitamos aquí a formular sintéticamente el siguiente dictamen en orden a la valoración teo­lógica del Descenso: «Examiándo la Información Testifical del Provisor Vi- llalpando, con criterio teológico, y en cuanto dice relación con su principal contenido, todos los datos intrínsecos y extrínsecos del relato nos inducen a pensar, admitir y creer que la piadosa y venerable tradición del Descenso constituye una verdadera aparición de la Santísima Virgen a cuatro humil­des habitantes de la Ciudad. El objeto de esta aparición auténtica o visita de la Virgen María fue, indudablemente, no la comunicación de un mensa­je concreto, o la expresión de un deseo especial, sino el ejercicio extraordi­nario de su función de Madre clemente y auxiliadora que quiso socorrer a un pueblo atormentado cuando padecía la profanación de su fe cristiana, y hasta el riesgo de perderla, además del continuo peligro de sus vidas y haciendas. El Descenso de la Virgen fortificó la fe de los giennenses, garan­tizó y paz y seguridad, y reavivó la devoción y culto a la Celestial Seño­ra» (29).

V. La imagen y el santuario. Después del prodigioso suceso de la Vi­sita de la Virgen a la ciudad de Jaén, el obispo don Gonzalo de Estúñiga, mandó colocar en el lugar donde se detuvo el Blanco Cortejo una imagen de la Virgen, bella escultura gótica en madera policromada del siglo XIV

(27) Declaración inserta en la Ejecutoria de la nobleza de Los Torres, dada por la Real Chancillería de Granada en el pleito con el Concejo de Jaén con fecha 12-6-1509, felizmente hallada por don José Antonio de Bonilla y Mir: Cfr. Montuno Moreiste, ibidem, pág. 350.

(28) Molina P rieto, A.: «Estudio histérico-teológico sobre la tradición del Descenso», Boletín de! 1. de Estudios Giennenses, 13 (1967) 43-88.

(29) Cfr. Molina P rieto, A.: Ibidem, pág. 34.

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o más bien del xv que estaba en un altar o retablo adherida al mismo. Pa­ra el nuevo lugar de esta venerada imagen, el obispo hizo construir una pe­queña capilla en el mismo templo de San Ildefonso. De esta circunstancia toponímica le vino el nombre según el historiador Becerra: «Los devotos fieles que a ella acudían en sus necesidades decían: Vamos a visitar a la ima­gen que está en la capillita o Capilla, de donde se quedó con el nombre de Nuestra Señora de la Capilla (30). Este dato se ve confirmado por la decla­ración de la testigo María Sánchez cuando dijo que reconoció en la Dueña que iba en el centro de la extraña procesión a la Virgen Santa María porque era muy semejante a la imagen de Nuestra Señora que estaba figurada en el altar de dicha Iglesia.

En cuanto a otras advocaciones mañanas de hondo sabor en la capital de la Diócesis de San Eufrasio, citamos simplemente tres de las más venera­das. Nos referimos a la Virgen de «La Antigua», la Virgen «Coronada» y la Virgen «Blanca». La Virgen llamada de «La Antigua» según una larga tradición, tiene su origen en la conquista de Jaén por Fernando III. Se ase­gura que la trajo el Santo Rey consigo, según su piadosa costumbre, cuan­do ponía sitio a las plazas árabes. La Crónica General de España compues­ta por Alfonso X y sus colaboradores, afirma que San Fernando entró en la ciudad de Jaén «con gran procesión e fue luego para la mezquita mayor e fizo i poner altar a honra de Sancta Maria e cantar Missa a don Gutierre, Obispo de Córdoba». Este gesto de devoción mariana de Fernando III, ape­nas recibe la plaza de Jaén del reyerzuelo Ibn-al-Ahmar que tuvo lugar en­tre el 23 y el 31 de marzo de 1246 (sin que sea posible precisar el día exacto), influyó notablemente en el culto giennense a la Madre de Dios. La imagen de «La Antigua» es cronológicamente la talla mariana más antigua de la capital del Santo Reino y se conserva en el retablo central catedralicio. Se trata de una escultura sedente con el Niño en brazos ofreciéndole el pecho, tallada toda en madera cuya factura se puede situar con seguridad en el si­glo XIII. Se la conoce en Jaén con el nombre de Nuestra Señora de la Anti­gua o Virgen de la Antigua, y su culto muy arraigado en el pueblo de Jaén marca un significativo hito de partida en el fervor mariano local. Según las investigaciones de Ortega Sagrista tuvo una cofradía de carácter religioso y guerrero, fundadas a raíz de la conquista de Jaén para la defensa de los pobladores contra las constantes invasiones de los moros. Con motivo del terremoto del 1-XI-1755, y por haberse librado la ciudad de una dramática

(30) Cfr. Memorial en que se hace relación del Descenso de la Virgen Santísima Nuestra Señora..., por el Licenciado Antonio Becerra, 3 .a edición. Jaén, 1864, pág. 8.

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catástrofe, se hizo voto de ofrecerle perpetuamente una solemne fiesta y pro­cesión claustral, con la imagen de la Virgen de la Antigua. Esta ofrenda sigue cumpliéndose por el Cabildo Catedral el día de la Presentación de Nues­tra Señora, o domingo próximo a esta festividad (31).

La Virgen Coronada se remonta también al siglo xm después del tras­lado a Jaén de la sede beacense por el Rey San Fernando, que permaneció una temporada en la plaza giennense hasta dejarla bien guarnecida contra los ataques sarracenos pertrechados en el Reino de Granada. En 1261 cuan­do reinaba Alfonso X el Sabio, una sublevación general de los árabes, arre­mete contra diversas plazas, y Jaén bien encastillada se ve en un grave peli­gro. Fue entonces cuando unos labradores al hacer un hoy para plantar un árbol, hallaron una campana y debajo de ella una imagen de la Virgen Ma­ría que por tener una corona en sus sienes, la llamaron Coronada. Este feliz acontecimiento sirvió para aumentar los ánimos de los giennenses fortale­ciendo su fe cristiana.

El lugar del hallazgo fue el antiguo Ejido de Santa Isabel, en las afue­ras de la Puerta de Martos donde se edificó una Ermita a «la mística rosa blanca / la hermosa radiante y pura / Virgen de la Coronada». Recibió cul­to asiduo de los cristianos mozárabes de Jaén quienes durante las muchas persecuciones e incursiones árabes sufridas, la escondieron cuidadosamen­te para evitar su temida profanación. La imagen tallada en madera, de esti­lo gótico pudo ser del siglo xm según el juicio del cronista Cazabán (32).

Finalmente, cuenta también la ciudad giennense tan caracterizada por su hondo marianismo con la Advocación de la Virgen Blanca cuya fecha de origen no ha podido ser determinada hasta hoy con la precisión deseada. Se la incluye entre las más importantes imágenes mañanas de Jaén capital, juntamente con la Virgen del Alba, Nuestra Señora de la Antigua, la Vir­gen de la Capilla, la Virgen Coronada y la Dolorosa de San Juan. En las «Constituciones sinodales» del obispo don Alonso Suárez de la Fuente del Sauce (1500-1520) ya se cita la Ermita en honor de la Virgen Blanca o «San­ta María la Blanca» según Ximena Jurado y Rus Puertas. La primitiva er­mita pudo estar ubicada en la actual Casería de San Antonio. Gozó de es­pecial culto por parte de los católicos giennenses y la escultura original, co-

(31) Tomamos todos los datos de R. Ortega Sagrista en su obra Jaén, Ciudad mariana, recopilación fotocopiada de diferentes artículos aparecidos en la revista Paisaje, núms. 123-14 págs. 2.560-2.561.

(32) Cfr. Ortega Sagrista, R.: Ibidem, págs. 2.562-2.566.

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mo tantas otras obras artísticas de insigne valor de Jaén y su Diócesis, fue­ron destruidas vandálicamente en la guerra civil española (33).

Con sobrada razón y en virtud de tan preciados títulos de entrañable raigambre en la piedad mariana, puede muy bien ser denominada la capital del Santo Reino como ciudad mariana, según la inspirada expresión de Or­tega Sagrista a quien se deben, en este campo, tantos felices hallazgos y va­liosas aportaciones. En efecto, desde el punto de vista de la piedad cristia­na, y empezando un nuevo florecimiento de la devoción mariana a partir de la reconquista de Jaén por Fernando III, es justo llamarla como expresi­va síntesis de su fe, «ciudad mariana».

C) Santuario de la Virgen de Linarejos, Patrono de Linares

Existe una descripción recogida con galanura literaria por el historia­dor y cronista Sánchez Caballero. Basándose en el Romance de la apari­ción de la Virgen de Linarejos del siglo XVII, como imprescindible punto de partida, nos ofrece una bellísima versión, donde pretende armonizar el rigor del dato histórico con la poetización del milagro.

La descripción se enmarca en el cuadro generalizado de un determina­do tipo de apariciones mañanas con algunos rasgos diferenciadores en tor­no al pastor extremeño Juan Ximénez quien afirma de sí: «Por los campos de Albentosa vme a dar en Linarion». También él ha oído una voz miste­riosa tras unas peñas «resplandecientes de luz más fuerte que la del sol», y ha visto después a la Celestial Señora «sentada primorosamente en un gran sillón y en sus brazos un hermoso Niño». Así lo cuenta conmovido al Prior de Linares, y así lo recoge en una fundamental monografía, documentada con acierto, el inspirado poeta-cronista que con tanto esmero ha recogido la importante tradición mariana de Linares (34). Según el entusiasta inves­tigador local, la devoción del pueblo linarense a la Virgen de Linarejos se inicia en el año 1227 de acuerdo con los datos ofrecidos. Después de ser hallada la imagen por un pastor trashumante en los aledaños de Linarejos, fue trasladada tras una breve estancia en la Iglesia de Santa María a la er­mita costeada por la devoción popular. En un resumen cronológico de los hechos más destacados a través de la historia, deben incluirse las siguientes

(33) Tomamos todos los datos del precioso estudio monográfico del investigador local López P érez, M.: La Virgen Blanca, devoción secular de Jaén. Jaén, 1976.

(34) Sánchez Caballero, J.: Historia de la Virgen de Linarejos. Linares, 1951, págs. 30-34.

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fechas: a) año 1500: el patronazgo de la Virgen va configurándose a través de los años sobre el pueblo de Linares, aunque todavía se le distingue con la advocación de Nuestra Señora de las Nieves; b) año 1600: el obispo de Jaén, don Sancho Dávila, autoriza a los linarenses a bajar la imagen de Nues­tra Señora de las Nieves a la Iglesia de Santa María de Linares; c) año 1638: el ruinoso estado de la ermita mueve a los fieles linarenses a edificar otra más amplia y suntuosa; d) año 1665: tras una larga estancia de la imagen de la Virgen de Linarejos en el templo de Santa María, es trasladada proce­sionalmente a su nuevo santuario, celebrándose grandes fiestas con tal mo­tivo; e) año 1880: comienza a conocerse e invocarse a la Patrona de Linares como la Virgen Minera, a raíz de ser salvados unos mineros en el hundi­miento de la mina «El Madroñal», siendo atribuida su salvación a las ora­ciones dirigidas a Nuestra Señora (35).

D) Santuario de la Virgen de la Consolación, Patrona de Torredonjimeno

En 1458 tuvo lugar el hallazgo de la imagen de la Virgen de Consola­ción. El hecho alcanzó tanta resonancia que el famoso analista Ximena Ju­rado lo recoge jubilosamente con estas palabras: «Año 1458.—Por revela­ción divina se descubrió la antigua y devota imagen de Nuestra Señora de Consolación de Torre Don Ximeno en una cueva, donde se le labró una pequeña ermita. Después, con las limosnas de los vecinos de aquella villa se ha hecho un templo muy capaz y costoso» (36).

No hace falta advertir que la frase «por revelación divina» debe ser tomada en su más amplio sentido y siempre con el significado de revelación privada. El docto historiador Montijano Chica describe así la importancia transcendental del hallazgo para la Historia del Santo Reino y para Torre­donjimeno: «Cuando apenas hacía cinco años que se había sentado en el trono de San Fernando el más inepto de nuestros reyes, Enrique IV, y cuando la abulia de este rey, indigno de vestir la púrpura y empuñar el cetro, fo­mentaba la discordia de los nobles entre sí, y de los nobles contra el mismo Rey... Cuando tantas calamidades se cernían sobre España y particularmente sobre la Diócesis de Jaén fronteriza con el reino moro de Granada por mu­chos puntos, el rey nazarita sabiendo el desconcierto existente en el reino de Castilla, quiere aprovechar esta circunstancia tan ventajosa para él, y

(35) Agradecemos a don Juan Sánchez Caballero su exquisita amabilidad en facilitar- nos todos los datos hallados en las Actas del Archivo Municipal.

(36) Catálogo de los Obispos de las Iglesias Catedrales de Jaén y Baeza y Anales Ecle­siásticos de este Obispado. Madrid, 1654, pág. 417.

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logra con poderoso ejército derrotar al Conde de Cañada y apresar al mis­mo obispo de Jaén, don Gonzalo de Zúñiga, al que conduce prisionero a Granada donde es degollado en el año 1456. Cuando tanta consternación producen estos hechos dolorosos, quiso Dios consolar a su pueblo afligido con el milagroso y providencial hallazgo de la imagen bendita de la Virgen de la Consolación que por la alegría que despertó en medio de aquella aflic­ción y el bálsamo que derramó en los corazones atribulados por tantas ca­lamidades, le dieron no el título de Virgen de la Cueva, como le dieran en otras circunstancias, sino el dulcísimo título de Consolación» (37).

La idea del hallazgo se encuentra explanada por el franciscano toxiria- no Juan Lendínez, quien narra así el feliz acontecimiento: «Por este tiempo y año de 1458 quiso Dios consolar a su afligido pueblo con la invención de la sacratísima imagen de Nuestra Señora de la Consolación de la Villa de Torre Don Ximeno. Precedió revelación del sitio en que estaba oculto tan divino tesoro, que fue a medio cuarto de legua de la población, por su parte occidental. Cavaron en el sitio y hallaron en una cueva subterránea la imagen sagrada que con su hermosísimo rostro llenó de consolación a los corazones cristianos. Fabricó la devoción en el mismo lugar una peque­ña capilla en donde colocaron a la Señora. No contentos con esto, la devo­ción de los vecinos, en los años sucesivos fabricaron otro templo mayor y suntuoso, con casa espaciosa para habitación de varios hermanos que cuidan del templo y su aseo. En esta sagrada imagen tienen los fieles de la Villa el recurso para todas las afliciones de la vida, como los pueblos vecinos ex­perimentan el divino favor. Creese ser esta sagrada imagen una de las que ocultaron los cristianos mozárables en el año 1124, en que pasaron al des­tierro de Africa» (38). El hallazgo de la imagen es calificado de milagroso. En una estampa impresa en Madrid el año 1702, cuyo cliché afortunada­mente se conserva y en una cartela del mismo cuadro se lee el texto siguien­te: «Verdadero y devoto retrato de la muy antigua y milagrosa imagen de Nuestra Señora de Consolación hecha del glorioso San Lucas y aparecida por milagro y inspiración divina en una cueva junto a Torreximeno, donde se venera en S. Casa desde el año 1458 siendo aquella tierra frontera de los moros de Granada y hoy por mayor culto hace este retrato la gran devoción del Licenciado Frey Don Marcos Bernardo de Messa y Velasco del hábito

(37) Montuano C hica , J.: Historia de la Ibérica Tosiria. Barcelona, 1983, págs. 109-110.

(38) J uan Leudines, O.F.M ., en su manuscrito inédito Colonia Augusta Gemela Ilus­trada, año 1778, pág. 297.

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de Calatrava, Prior de la Sacra Iglesia de aquella Villa, de quien es sufragá­nea este Santuario».

En cuanto a la razón del ocultamiento de la imagen, la fecha del mis­mo y las vicisitudes históricas en la contrucción del Santuario, anota Mon- tijano Chica: «El hecho se repite en España con harta frecuencia. En las invasiones musulmanas, los cristianos ocultaron, en el lugar y forma que les pareció más conveniente, estas imágenes para librarlas de la profana­ción. Nuestros piadosos antepasados ocultaron la imagen por ellos tan amada en una cueva que aún hoy se llama «Cueva de la Virgen», y hábilmente ta­paron con peñascos que disimulaban que allí existía tal cueva y tal tesoro. Lo más seguro es que en la invasión de los almorávides, que lo llevaron to­do a sangre y fuego, y en el año 1125, se efectuó este piadoso ocultamiento. En esta fecha, según clarísimo testimonio de los historiadores, fueron lle­vados cautivos a Marruecos casi todos los cristianos mozárabes de la Béti- ca, con sus obispos al frente. De esta fecha data la desaparición, entre otros, del obispado antiquísimo de Tucci (Martos). Estuvo pues la imagen oculta durante 333 años hasta que en 1458, con las circunstancias arriba apunta­das, reanudaron nuestros cristianos abuelos darle culto fervoroso, en el que participaban también los habitantes de Martos y de los pueblos comarca­nos. Hace constar Ximena Jurado y otros historiadores que, a raíz del mi­lagroso hallazgo de la imagen, se construyó una pequeña ermita en el mis­mo sitio donde estaba oculta, y que después con la limosna de los fieles se ha hecho un tempo muy capaz y costoso. Esto se ha de entender, no en un sentido estricto, sino en las proximidades, puesto que el lugar de la cueva, con gran pendiente, no era lugar adecuado para ello. Aún se pueden apre­ciar los vestigios de la ermita primitiva cuya área reducida incluye en la ac­tualidad parte de la Casa del Capellán y del Santero o guardián del Santua­rio. Una segunda fase, y también sumamente interesante, la forma lo que es actualmente sacristía, de marcado sabor gótico, con el escudo de armas de los marqueses de Villena y con una interesante inscripción en letras góti­cas que dice. «Esta obra mandó fascer el muy ilustre e muy magnifico Se­ñor Don Diego López Pacheco, Duque de Escalona, Marqués de Villena, Conde de Santisteban, Mayordomo Mayor de la Reina Nuestra Señora, es­tando por Capitán General en esta tierra frontera del reino de Granada, por los muy altos e esclarecidos e poderosos principes Don Fernando e...». Hasta aquí la inscripción que en su final se halla mutilada porque le falta la última palabra que seguramente sería el nombre de Isabel, y tal vez la fecha de la construcción que sería en la época de las guerras de Granada, ya que aquel intrigante marqués de Villena, tan adicto a la causa de la Bel-

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traneja, se convirtió después en fervoroso partidario y leal servidor de la Reina Isabel la Católica. Don Diego efectivamente ganó a los moros en los alrededores de la ermita una batalla en 1471, y agradeció a la Virgen de la Consolación, a quien se encomendara para lograr el feliz resultado de la misma, mandó ampliar la iglesia a costa suya (39).

Nos parece que los datos aportados confieren importancia relevante al santuario mariano toxiriano.

Sean suficientes estos cuatro Santuarios mencionados para compren­der el lugar destacado que en una «Historia Mariana de la Diócesis Gien- nense» tendría el estudio de todos los demás. Pero insistimos en que los cua­tro ejemplos descritos poseen valor paradigmático. Concluimos este apar­tado con una reflexión sobre el valioso influjo literario ejercido por los san­tuarios giennenses. Y sirvan como prueba dos figuras principalísimas de las letras hispanas: Alfonso X El Sabio y Miguel de Cervantes.

Por lo que toca al primero sabemos que dedica la cantiga 187 al episo­dio del famoso castillo de Chincoya en Villanueva del Arzobispo. Su título escrito como todo el poema, en lengua gallega, es como sigue: «Esta é co­mo Santa María amparou o castelo que chaman Chincoya aos mouros que o querían filiar», es decir: «Como Santa María defendió el Castillo que lla­man de Chincoya, de los moros que lo querían tomar». Es una de las 420 composiciones de gran virtuosismo formal escritas por el Rey Sabio, bajo la clara influencia métrica del «zéjel» árabe: estribillo fijo antes de cada estrofa y cuatro versos, los tres primeros monorrimos. El tema es de fino sabor mariano: un alcaide cristiano defiende el castillo de Chincoya del asedio de las tropas musulmanas enviadas por el Rey moro de Granada. He aquí como la cantiga 187, en traducción moderna, narra el prodigio: «Con pie­dras y saetas, muy violentamente todo alrededor, y los que dentro se halla­ban tuvieron tanto miedo que tomando la imagen de la Madre del Salvador que estaba en la capilla, la colocaron entre las almenas, diciendo al mismo tiempo: Si tu eres la Madre de Dios, defiende este Castillo y a nosotros que somos tuyos, y mira por tu capilla, que no la tomen los descreídos moros y quemen tu imagen. Y dejáronla allí diciendo: veremos lo que has de ha­cer. Entonces los combatientes tornaron todos atrás, y tres moros que en­traron más negros que Satanás, bien allí cayeron muertos por los de den­tro. Y dijo el Rey: todo está perdido, no he combatir ya más, y me tendría por necio si fuese yo contra Santa María que suele defender a los suyos.

(39) Montijano C hica, J.: I b id e m .

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Y mandó tocar las trompetas, retirándose con sus huestes. De esta manera Chincoya fue librada por Aquella a quien todos dan loores por su bondad; y gran confianza tienen en Ella los suyos, porque los defiende muy bien, y a los que contra Ella van, muchos trabajos les da, haciendo que sean ven­cidos» (40).

Se trata de la más antigua referencia a la Virgen de la Fuensanta hecha por Alfonso X, que al acompañar a su padre San Fernando en la conquista de Jaén, conoció este prodigioso hecho, mandando edificar la antigua er­mita de Chicoya cuya imagen fue trasladada más tarde a su Santuario pri­mitivo donde se ubica el actual. Cabe preguntarse cómo Alfonso El Sabio no recoge en la cantiga 187 la interesante historia del moro Ali-Menon, re­yezuelo de Iznatoraf quien informado según la leyenda de que su mujer se instruía en la fe católica, mandó como terrible castigo le fuesen cortadas las manos y sacados los ojos. Ejecutada la cruel sentencia en el pequeño bosque donde hoy está enclavado el Santuario de la Fuensanta, la Virgen hace el milagro. Lo narra así el franciscano villanovense Pinel y Sedeño: «Dolorida y sediente por la falta de sangre pidió a María Santísima los auxi­lios divinos y acercándose a un arroyo, que cerca de sí sentía correr, metió un de sus sangrantes brazos hallando totalmente su mano restituida; metió el otro brazo ocurriendo el mismo milagro. Con la mayor fe invocando a María Santísima, pidió el favor de la vista y lavando sus cavidades de los ojos con tan milagrosa agua los halló inmediatamente, y lo primero que vio cerca de sí fue a María Santísima de los cristianos, que los mozárabes veneraban en Iznatoraf, llena de gracia y de gloria» (41). Ali-Menon se con­virtió con sus súbditos y todos los cristianos de aquellos contornos cerca­ron la Santa Fuente para dar culto a Nuestra Señora. Edificaron después una pequeña ermita en la que colocaron la milagrosa imagen de la Santísi­ma Virgen que durante varios siglos fue venerada en Iznatoraf y más tarde en el lugar donde hoy se venera.

Sea lo que fuere, o Alfonso X El Sabio no tuvo conocimiento del mila­gro obrado en la esposa de Ali-Menon —lo cual no parece probable— y recogió en su referida Cantiga únicamente la defensa del castilllo de Chin-

(40) Alcalá Sánchez, M.: Bosquejo histórico de la ciudad de Villanueva del Arzobis­po. Jaén, 1981, págs. 19-26; Montoya Martínez, J.: «El Castillo de Chincoya», Boletín del Instituto de Estudios Giennenses, núm. 101 (1980), págs. 17-25; Eslava Galán, J.: «Algu­nas precisiones sobre la localización del Castillo de Chincoya», Boletín del Instituto de Estu­dios Giennenses, núm. 123 (1985), págs. 31 y sigs.

(41) Citado por A lcalá Sánchez, M.: Ibidem, pág. 13.

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coya, o habiéndolo conocido dio preferencia al famoso episodio bélico co­ronado victoriosamente por intercesión de la Virgen de la Fuensanta.

Por lo que toca a Miguel de Cervantes, Príncipe de los ingenios espa­ñoles, pondera así la Romería de la Virgen de la Cabeza en su obra Persiles y Segismundo: «Mi peregrinación es la que usan algunos peregrinos, quiero decir que siempre es la que más cerca le viene a cuento para disculpar su ociosidad; y así me parece que será bien deciros que por ahora voy a la gran ciudad de Toledo a visitar a la devota imagen del Sagrario, y desde allí me iré al Niño de la Guardia, y dando una punta, como halcón noruego, me entretendré con la Santa Verónica de Jaén, hasta hacer tiempo de que lle­gue el último domingo de abril, en cuyo día se celebra en las entrañas de Sierra Morena, tres leguas de la ciudad de Andújar, la fiesta de Nuestra Señora de la Cabeza; que es una de las fiestas que en todo lo descubierto de la tierra se celebra tal, según he oído decir que ni las pasadas fiestas de la gentilidad, a quien imita la Monda de Talavera, no le han hecho ni le pueden hacer ventaja. Bien quisiera yo, si fuera posible sacarla de la imagi­nación donde la tengo fija y pintárosla con palabras y ponerla delante la vista, para que comprendiéndola viérades la mucha razón que tengo de ala­bárosla, pero esta es carga para otro ingenio no estrecho como el mío». Así habla Cervantes por boca de la Peregrina que se une a los protagonistas de la obra. Poco después el inmortal escritor prosigue su elogio del santua­rio iliturgitano con ocasión del famoso cuadro sobre la Romería pintado en tiempos de Felipe II, hacia el año 1593 en cuya fiesta se convirtió a la religión cristiana —a juicio de Ruiz Juncal— el Príncipe de Marruecos Mu- ley Jeque. Dicho milagro hizo que la Romería de la Virgen de la Cabeza, alcanzara su mayor grado de celebridad, no sólo en España, sino en toda Europa, siendo lógico suponer que fue el Rey Felipe II el que quiso conocer el sitio y algunos detalles de tan famosa romería y fiesta.

He aquí el valioso texto cervantino: «En el rico palacio de Madrid, mo­rada de los reyes, en una galería está retratada esta fiesta con la puntuali­dad posible. Allí está el monte o por mejor decir peñasco en cuya cima está el Santuario que deposita en sí una santa imagen llamada de la Cabeza que tomó el nombre de la peña donde habita, que antiguamente se llamó Cabe­zo, por estar en la mitad de un llano libre y desembarazado, solo y sereno de otros montes y peñascos que la rodean: cuya altura será de hasta un cuarto de legua y cuyo circuito debe ser poco más de media. En este espacioso y ameno sitio, tiene su asiento siempre verde y apacible por el humor que le comunican las aguas del río Jándula que de paso, como en reverencia, le

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besa las faldas. El lugar de la peña, la imagen, los milagros, la infinita gen­te que acude de cerca y lejos, el solemne día que he dicho, la hacen famosa en el mundo y célebre en España sobre cuantos lugares las más extendidas memorias se acuerdan» (42).

La loa cervantina sobre la romería andujareña es verdaderamente an- tológica: famosa en el mundo y célebre en España. Con toda razón, el año 1954 se erigió un monumento granítico en la Lonja del Santuario con una lápida de artísticos bajorrelieves donde aparece esta justa dedicatoria: «A Miguel de Cervantes, Primer Cronista de la Romería de Nuestra Señora de la Cabeza en sus Persiles y Segismundo. La Excma. Diputación Provincial de Jaén y el Excmo. Ayuntamiento de Andújar. MCMLIV».

Además de los dos ejemplos literarios podrían multiplicarse los testi­monios reveladores de cómo han influido en los escritores españoles, clási­cos y modernos, nuestras advocaciones y santuarios marianos giennenses.

3. Advocaciones y títulos patronales. Como observará el lector, co­nocedor de nuestra historia, la Diócesis del Santo Reino, se precia de multi­formes advocaciones marianas sobre las que deseamos hacer breves preci­siones.

Primera.—La Diócesis giennense cuenta actualmente con 208 parro­quias de las que 105 están puestas bajo advocación mariana. Esto represen­ta indudablemente una preferencia mayoritaria por títulos patronales ma­rianos y es índice evidente del marianismo que la caracteriza.

Segunda.—Las diversas advocaciones podrían clasificarse, atendiendo a su contenido, en dogmáticas (doctrina), devocionales (mediación), topo­nímicas (lugar) y circunstanciales o históricas por razón del motivo concre­to que dio origen al título mariano adjudicado.

Tercera.—Cuando se atiende a la advocación y título hay que distin­guir cuatro factores que pueden darse, o no, en su conjunto: aparición, ha­llazgo, traslado y colocación. En algunos lugares se da la aparición, hay hallazgo de una imagen, el pueblo la traslada procesionalmente, y por últi­mo es colocada de forma definitiva en el lugar donde Nuestra Señora había manifestado el deseo de ser venerada. Todos estos elementos se hallan en la tradición sobre la Virgen de la Cabeza. En la tradición sobre el Descenso de la Virgen de la Capilla hay aparición y traslado de una imagen, anterior a la aparición, para conmemorar el hecho prodigioso.

(42) Persiles y Segismundo, Libro III, capítulo VI.

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Cuarta.—No existe una relación necesaria entre la aparición o hecho prodigioso y el título en sí, ni tampoco entre el patronazgo y el origen del título, aunque es frecuente que el título responda a la interpretación de los fieles sobre una función mediadora de la Virgen.

Quinta.—Todos los títulos están indicando de una manera directa, o indirecta, el ejercicio de la maternidad espiritual de Nuestra Señora sobre las iglesias locales, y confirman unánimemente que María es Madre de la iglesia, como proclamó de manera solemne Pablo VI el 21 de noviembre de 1964, ordenando que todo el pueblo cristiano la honre e invoque con este gratísimo título, puesto que Ella es verdadera Madre de la Iglesia, es decir, de los fieles todos y de los pastores. Pero muchos siglos antes de la proclamación papal nuestras comunidades cristianas vivían intensamente esta maternidad espiritual.

Sexta.— Al recorrer la bellísima variedad que, a semejanza de la sub­yugadora policromía de un rico jardín, nos ofrece el largo catálogo de títu­los marianos giennenses, advertimos con gozo que 52 parroquias han esco­gido una advocación dogmática: 29 están bajo el patrocinio de la Asunción y 23 bajo el patrocinio de la Inmaculada. Se trata precisamente de las dos advocaciones que reciben culto preferente en el catolicismo español.

Séptima.—Notamos que 19 iglesias han escogido diferentes títulos con que se designan las funciones mediadoras de María que es «Abogada, Auxi­liadora, Socorro y Mediadora», lo cual ha de entenderse de tal manera que no reste ni añada nada a la dignidad y eficacia de Cristo, único Mediador (43). Algunas otras parroquias se han fijado en la Natividad de la Virgen o en su Presentación, o en su Expectación ante el nacimiento de Cristo.

Octava.—Los diferentes títulos patronales reconocidos a María, no sólo reflejan las enseñanzas dogmáticas del Magisterio de la Iglesia (Inmacula­da, Divina Maternidad, Perpetua Virginidad y Gloriosa Asunción a los cie­los en cuerpo y alma) sino que también expresan otras enseñanzas doctrina­les: su asociación con el Redentor, su maternidad espiritual, su mediación universal y su relación múltiple con la Iglesia como su miembro más exce­lente, su perfecto arquetipo, y su modelo acabado de todas las virtudes.

Novena.—Las diversas circunstancias históricas y motivaciones con­cretas que originaron en numerosas localidades cristianas un título patro­nal mariano, deben ser contempladas siempre en el panorama doctrinal de la Iglesia, aunque aparentemente no se descubra la referencia o nexo.

(43) Cfr. Const. Lumen Gentium, núm. 62.

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Décima.—En cada santuario mariano, como en cada título patronal, deben distinguirse cuidadosamente lo fundamental y lo secundario. La de­voción de un pueblo a su Patrona no se basa en que una tradición sea cierta históricamente o legendaria en cuanto a ciertos datos ornamentales sobrea­ñadidos al núcleo histórico. El fundamento último es siempre la doctrina de la Iglesia sobre María y el sentido de fe del pueblo cristiano.

4. Cofradías y asociaciones marianas. Las cofradías y diferentes aso­ciaciones o congregaciones marianas han sido a lo largo de la historia de la espiritualidad cristiana, formas particulares que canalizaron con acierto la piedad y el culto a la Santísima Virgen. El pueblo católico guiado por las enseñanzas de sus Pastores y por la luz del Espíritu Santo tributó culto excelente y singular a María que corresponden asimismo a la singularidad y excelencia de la Madre de Dios.

Las cofradías de signo mariano son antiquísimas en la iglesia, y por lo que toca a nuestra Diócesis, no es fácil determinar cuando se introduje­ron la mayoría de las veces, procedentes de Roma y otras iglesias de Italia o bien con carácter más local y autónomo. Consta que Nuestra Señora de la Antigua tuvo una cofradía de carácter piadoso y guerrero de las varias que se fundaron después de la conquista de Jaén para la defensa de los po­bladores que salían a cultivar el campo y que al terminar la Reconquista en 1492, pasó a ser una de las llamadas de «Ganancias o laicales» (44). Pue­de afirmarse con toda probabilidad que nuestras cofradías marianas gien- nenses se remontan hasta el siglo XIV. A modo de sucinta enumeración con­viene citar la Cofradía de Santa María de los Caballeros. En el año 1436, el obispo de Jaén, don Gonzalo de Estúñiga y don Luis de Guzmán, Maes­tro de la Orden de Calatrava, fundaron dos cofradías y una de ellas radica­da en la Iglesia Mayor, llevaba el título de Santa María. Daba culto a una imagen conocida antiguamente por Nuestra Señora de Gracia que tuvo al­tar y lámpara junto a la Capilla del bautismo en la catedral vieja. Los co­frades celebrarán la fiesta principal el día de la Asunción de Nuestra Seño­ra (45).

Merece destacarse durante el pontificado de Alonso Suárez, la funda­ción de la Santa Capilla y Noble Cofradía de la Limpia Concepción de Nues­tra Señora de la antigua parroquia de San Andrés, a comienzos del siglo xvi, exactamente en 1515. Su fundador don Gutierre González Doncel pasó a

(44) Cfr. O rtega Sagrista, R., ¡bidem, pág. 2561.(45) Cfr. O rtega Sagrista, R., Ibidem, pág. 2617.

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Roma en 1500, alcanzando el cargo de tesorero del Papa León X en la corte pontificia. Muy devoto de la Santísima Virgen puso su amada cofradía ba­jo el título inmaculista, preceptuando que cada sábado se cantase la misa de alba de la Concepción de Nuestra Señora y todos los días se cantase ante su altar la Salve Regina «con su verso y oración de Nuestra Señora que ocu­rriere». El piadoso don Gutierre legó todos sus bienes para la cofradía ma- riana gienenense «uno de los hechos más trascendentales para la vida cató­lica de Jaén» (46), cuya eficacia afortunadamente todavía permanece gra­cias a una organización jurídica sabiamente dispuesta como puede apreciarse en los Estatutos (47).

La cofradía de la Virgen Blanca parece que debe datarse en 1527 año en que «los vecinos de aquel término ayuntáronse con otros del cuerpo de la ciudad en nombre de congregación o hermandad, a voz de lo cual se ha­cen cargo dos o tres con el nombre de hermanos mayores» (48). Por lo que toca a la Patrona de Jaén sabemos, por Becerra, que a la milagrosa imagen la servía «una cofradía muy antigua, muy noble y rica». Este dato averi­guado y otros muchos fehacientes confirman la existencia de la cofradía en honor de la Virgen de la Capilla antes de mediar el siglo XVI, es decir un siglo después del glorioso Descenso (49). Añadamos también que con el nom­bre de Cofradía de la Transfixión y Soledad de la Madre de Dios se funda en Jaén el año 1556 una hermandad que se establece en el convento extra­muros de la Virgen Coronada (50). Sean suficientes estos breves datos cir­cunscritos a la ciudad de Jaén para formarse idea aproximada de lo que debió ser en toda la Diócesis el movimiento cofradiero y congregacionista en honor de Nuestra Señora. Nuestros católicos giennenses eran bien cons­cientes de estar en este mundo «a servicio de Dios y de Santa María».

5. Episcopologio mañano. Ofrecemos únicamente una ligera mues­tra de cómo los prelados giennenses promovieron el culto de Nuestra Seño­ra, de palabra y por escrito, además de generosas ofrendas y fundaciones. Un amplio volumen exigiría tratar detenidamente este interesante aspecto. El P. Nazario Pérez habla del obispo Severino de Baeza que obtuvo de Ra-

(46) Cfr. O rtega Sacrista, R., Ibidem, pág. 2671.

(47) Libro de los Estatutos de la Santa Capilla y Noble Cofradía de la Limpia Concep­ción de Ntra. Sra. la Virgen María, fundada por el Venerable Señor Gutierre González Don­cel, 4 .a ed. Madrid, 1926, 214 págs.

(48) Cfr. López P érez, M.: Obra citada.(49) Cfr. Montuno Morente, V.: Obra citada, pág. 117.(50) Cfr. O rtega Sacrista, R., Ibidem, págs. 27-35.

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miro I un territorio en la región de Camesa para fundar «Santa María del Yermo» (51). Aunque no tuvo la condición episcopal merece citarse a mo­do de paréntesis la famosa obra Apologético del Abad Sansón contra Hos- tegesis cuyos errores mariológicos pulveriza a honra de Nuestra Señora a la que defiende, ensalzando su divina maternidad y perpetua virginidad. Pro­bablemente esta benemérita obra fue escrita en la ciudad de Martos donde vivió después de su destierro y persecución en Córdoba, desde el año 864. Murió santamente y el martirologio de la Orden benedictina celebra su trán­sito el 21 de agosto. Ximena Jurado nos consigna el expresivo epitafio en el mismo original gótico compuesto por el Arcipreste Cipriano de Córdoba para el santo confesor (52). Mayor importancia tiene San Pedro Pascual obispo mercedario de Jaén (1296-1300), autor de la Biblia Parva especie de catecismo escrito en valenciano donde encontramos una de las más anti­guas apologías de la Inmaculada, redactada con estilo vibrante que rezuma honda piedad filial a la Madre de Cristo (53). Un puesto de privilegio mere­ce en nuestro episcopologio el Obispo de Jaén y Cardenal don Pedro Pa­checo Ladrón de Guevara (1545-1554) que defendió ardorosamente en el Concilio de Trento, el privilegio mariano de la Inmaculada Concepción, en­tonces todavía «una piadosa creencia». Tan decisivo fue el protagonismo del Cardenal Pacheco que el Concilio fijó una cláusula en virtud de la cual quedaba abierta la vía a una futura definición dogmática. Con sobrada ra­zón se acuñó, en las controversias tridentinas, una frase que honra al gran prelado giennense: in hoc decreto Concilium pachequizavit, es decir, en es­te Decreto (54), el Concilio de Trento pachequizó, o sea adoptó la docta opinión de don Pedro Pacheco.

Merece destacarse también don Alonso Suárez de la Fuente del Sauce (1500-1520), el obispo insepulto llamado también «El Edificador». Entre otras obras notables construyó a sus expensas el puente sobre el Guadalqui­vir que une las dos ciudades episcopales de Jaén y Baeza. Como tributo de tránsito exigió a los usuarios, el rezo de un avemaria. Esta práctica devo­ción tan sencilla contribuyó notablemente a difundir la devoción mariana.

Limitándonos a los prelados relacionados con el culto a la Virgen de la Capilla, ocupan lugar preferente los siguientes que simplemente enume-

(51) Obra citada, pág. 87.(52) Cfr. obra citada, pág. 60.(53) Ibidem, pág. 204.

(54) Decreto sobre el pecado original promulgado el 17-6-1546; Denzinger- Schonmetzer, Enchiridion Symbolorum, núm. 1.516.

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ramos para completar este apartado: 1) don Gonzalo de Zúñiga, «el obispo del Descenso». 2) don Alonso Suárez de la Fuente del Sauce, «el obispo de la Puerta Gótica». 3) don Bernardo de Sandoval y Rojas, «el obispo de la Capilla de la Virgen». 4) don Sancho Dávila y Toledo, «el obispo de los Sermones Panegíricos de la Virgen». 5) don Baltasar de Moscoso y Sando­val, «el obispo del VI Sínodo Diocesano». 6) don Fray Benito Marín, «el obispo del retablo del Descenso». 7) don Antolín Monescillo, «el obispo de las Indulgencias Plenarias». Siendo Cardenal de Toledo defendió vigo­rosamente en el Concilio Vaticano I la doctrina asuncionista. 8) don Ma­nuel Basulto, «el obispo de la Coronación Canónica». 9) don Rafael Gar­cía de Castro «el obispo del Patronato y la re-coronación». 10) don Félix Romero Menjíbar, «el obispo del Año Mariano y del Jubilar» (55).

Constituyen todos ellos una insigne pléyade de prelados que trabaja­ron con celo ejemplar por difundir en la capital de la Diócesis giennense el culto y devoción a la Virgen de la Capilla.

III. HISTORIA MARIANA Y TEOLOGÍA DE LAS APARICIONES

En este apartado deseamos exponer sumariamente tres puntos de im­portancia capital para poder valorar en sus justas dimensiones el tema del presente ensayo: a) doctrina sobre las apariciones marianas; b) significado teológico de los santuarios; c) culto católico a las imágenes de María.

A. Doctrina sobre las apariciones marianas

Ante la pluriforme gama que revisten las apariciones marianas dentro de nuestra geografía diocesana y analizando los factores componentes de la misma, se impone recordar algunos principios teológicos sobre las «apa­riciones», distinguiendo en ellas la historia, el «mito» y la leyenda. Son ne­cesarias a este propósito algunas puntualizaciones orientadoras (56).

1.a. Desde un ángulo crítico, hemos de estar alerta para no rechazar como si fueran legendarios todos aquellos sucesos de la antigüedad que no pueden documentarse de manera precisa. Así, no puede concluirse que una aparición mariana tal como viene descrita por una tradición, sea pura in-

(55) Cfr. Montijano C hica, J.: «Los Prelados Giennenses y la Virgen de la Capilla», Boletín del Instituto de Estudios Giennenses, núm. 36, año IX, abril-junio 1963, págs. 1-63.

(56) Sociedad Mariológica Española: ¿Quién es María?, 4 .a ed. Salamanca, 1982, págs. 45-49.

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vención simplemente porque las gentes contemporáneas del suceso, caren­tes de sentido crítico, no fueran capaces de ofrecernos una historia rigurosa en el sentido moderno. Porque contemplando la diversidad de santuarios giennenses, no sería razonable admitir que surgieran sin fundamento algu­no o por piadoso fraude. En cambio es perfectamente admisible que junto al núcleo central de la supuesta aparición florecieran con el tiempo revesti­mientos decorativos y legendarios.

2 . a. En cuanto al valor de los títulos y advocaciones marianas, aña­damos a lo dicho anteriormente una observación: muchos de ellos diríanse alegorías o símbolos para poner de relieve la imitabilidad de la Virgen en la vida ordinaria de los fieles y su predilección por todos los pobres, humil­des y desvalidos que ponen en Ella su esperanza porque creen en su omni­potencia suplicante. Otros títulos pueden arrancar de hechos históricos que luego tal vez fueron mitificados. No tienen por qué ser rechazados, ya que «sobre la carga afectiva del legítimo sentimiento patriótico, transmiten la persuasión del pueblo cristiano de que la Virgen toma parte activa en la vi­da de la Iglesia».

3 . a. Otros títulos o santuarios de orígenes verosímilmente legenda­rios deben ser explicados mediante una prudente catcquesis. Si infinidad de imágenes son atribuidas legendariamente a San Lucas, el elemento didácti­co verdadero ha de conducir a reflexionar en la excelencia y sanidad de la Madre de Dios. Y nada más a propósito para simbolizar o plastificar el can­dor sobrenatural y perfecta virginidad de María que referirse a la nieve caí­da en agosto, sobre el monte Esquilino de Roma, según la dulce visión del Papa Liberio. Dicen muy bien los mariólogos que ésta es una pauta de in­terpretación posible para explicar el origen histórico de algunas tradiciones legendarias. Consecuentemente se impone distinguir en las apariciones y san­tuarios marianos, lo fundamental o dato básico esencial, y lo secundario o dato legendario sobreañadido. Frente a una actitud hipercrítica, conviene saber que la llamada «mitificación» de una tradición mañana, aunque lle­gara a demostrarse, nunca es el origen de la devoción a Nuestra Señora.

Dejando a un lado la «maravillosa leyenda», lo esencial de una devo­ción m añana está edificado sobre la misma fe de la Iglesia: Los cristianos acuden a la Virgen verdadera Madre de Dios y Madre Espiritual de los redi­midos porque saben muy bien quién es María, y porque conocen mediante gozosa experiencia, sus funciones de mediación como Intercesora y Auxi­liadora. Ha hecho mucho daño a la genuina devoción mariana no tener en cuenta las observaciones que anteceden confundiendo como si se tratara de

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una sola cosa, la verdad histórica, la leyenda tradicional y la tabulación mí­tica (57). Vamos a poner un ejemplo. La aparición de Santiago Apóstol en la Batalla de Clavijo, tiene escasas garantías de autenticidad. Pero supo­niendo que dicha aparición fuera una leyenda creada por el entusiasmo de los españoles, convencidos de que Santiago peleaba contra la morisma, ten­dríamos lo siguiente: a) la leyenda sería originariamente un mito como es la expresión simbólica y popular de la protección del apóstol enterrado en Compostela; b) la verdad histórica consiste en la invocación de los cristia­nos combatientes, al apóstol confiando en su intercesión y en la protección realmente eficiente de Santiago que al interceder por sus devotos, ayudaba sobrenaturalmente a la victoria; c) nada obsta a la eficacia de esta interce­sión en favor de los cruzados de España, la inexistencia de una verdadera aparición en el sentido místico del término.

Aplicando la comparación a varias apariciones marianas, resultaría tam­bién que sin necesidad de tener que admitir siempre la existencia de un ver­dadero milagro o hecho sobrenatural sensiblemente percibido, habría que contar siempre con el ejercicio de la maternidad espiritual de María que es Socorro, Auxilio y Remedio de los cristianos porque actúan con ellos como «Reina y Madre de misericordia». El hecho portentoso o el magno prodi­gio aducido para explicar su presencia originaria en una tradición concreta no anula ni invalida —aunque históricamente no estuviera probado o in­cluso fuera netamente legendario— la presencia maternal de la Virgen Ma­ría, medianera y dispensadora de todas las gracias. Consta un hecho indis­cutible: ni la crítica actual puede erradicar el valor de una leyenda, ni una mentalidad hipercrítica comprenderá jamás el verdadero alcance transcen­dente de una aparición.

Antes de establecer los criterios eclesiales sobre las apariciones, haga­mos algunas observaciones previas.

Primera. —Hay apariciones marianas con todas las garantías de credi­bilidad humana donde el crítico más exigente, si es honesto, tiene que ren­dirse: en los últimos tiempos, Lourdes y Fátima. Por otra parte, la prolife­ración alarmante de apariciones no probadas en torno a una aparición autén­tica pone en guardia a la autoridad competente para desenmascarar los tur­bios fondos o extrañas sugestiones que el hecho milagroso suscita hasta crear

(57) Se ha definido el mito como «la expresión dramática de un símbolo que recoge la experiencia compleja con que el hombre intuye verdades misteriosas y trascendentes con las cuales se siente vitalmente relacionado». Cfr. H erranz, L .: «Historia, Mito y Leyenda de las Apariciones», en Estudios Marianos, 22 (1961), 251 sigs.

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un verdadero clima de histerismo colectivo orientado hacia lo maravillo­so (58). Registraremos este dato: de 1931 a 1950 la autoridad eclesiástica se ocupó de 27 casos de pretendidas apariciones y de ellas dos solamente obtuvieron respuesta favorable.

Segunda. Sería improcedente intentar buscar un subsuelo místico para explicar las apariciones admitidas oficialmente, como también lo sería igual­mente que se opusiera como objeción su autenticidad el hecho bastante co­mún de que los favorecidos sean personas de poca categoría intelectual. Je­sús da gracias a su Padre porque «ha revelado estas cosas» a la gente senci­lla (59), y San Pablo observa que Dios se complace en elegir a los débiles e ignorantes para confundir a los poderosos y sabios de este mundo (60).

Tercera. Con las abundantes advocaciones marianas de que hace ga­la nuestra Diócesis giennense, pueden constituirse tres grupos: l.°) las que tuvieron origen histórico unido a un hecho de armas famoso: Virgen de la Capilla, Nuestra Señora de la Antigua, etc.; 2.°) las que están unidas a la flora y fauna del lugar donde se venera o al medio donde los fieles encuen­tran su vida, como la Virgen de Cuadros, Nuestra Señora de la Encina, Vir­gen de Alharilla, etc.; 3.°) las que incluyen el feliz hallazgo de una imagen descubierta después de permanecer oculta largo tiempo: Virgen del Colla­do, Nuestra Señora del Alcázar, etc.

Por lo que toca al tercer grupo, el esquema es el siguiente: 1) existencia de la imagen desde tiempos remotísimos; 2) ocultamiento intencionado al llegar los musulmanes para evitar su destrucción o profanación; 3) apari­ción de la imagen de la Virgen que elige un lugar determinado, a veces con­tra la oposición de un pueblo que pretende darle culto en otro sitio diverso de donde ocurre la aparición «milagrosa». Tal es el caso de la Virgen de la Cabeza. Fue encontrada la imagen, en la visión atribuida al pastor de Colomera, Juan Alonso de Rivas, después del tañido de la campana y del resplandor que iluminaba el cerro del Cabezo. La Virgen deseaba un tem­plo en aquel agreste lugar. Para eso cura al pastor su mano manca. El San­tuario hubo de ser edificado finalmente en el lugar escogido por la Virgen, porque los signos visibles de su voluntad así lo expresaban.

Hemos simplificado en tres grupos arquetípicos los heterogéneos casos de apariciones, aun sabiendo que no todos pueden ser reducidos a tan ele-

(58) Cfr. H erranz, L .: Ibidem, pág. 258.(59) Cfr. Mat. 11, 26.(60) I Cor. 7, 27.

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mental esquema. Por ejemplo, hay apariciones que conjugan el hallazgo de la imagen con la construcción de un santuario y la promesa de especiales bendiciones para cuantos acudan a honrar en él a la Señora, como es caso mencionado de la Virgen de la Cabeza que hemos incluido en el tercer gru­po. O bien el de la Virgen de la Capilla donde se da un hecho místico ex­traordinario con rasgos fisonómicos o tipológicos propios, ya que no cabe este «Descenso-Venida-Visita» en ninguno de los paradigmas habituales de las demás apariciones marianas como el esquema «reformador», el esque­ma «pastoril», el esquema «innovador», o el esquema «pasionario». Sin embargo no hay hallazgo de imagen, sino colaboración de imagen antigua en el lugar del prodigioso suceso para perpetuar la memoria de la Virgen y fomentar de esta manera el culto mariano. Después de todo lo dicho ante­riormente, podemos establecer los siguientes criterios eclesiales para enjui­ciar con cierto acierto el tema complejo de las apariciones marianas.

1. ° . Ante todo hay que distinguir entre la Revelación oficial pública contenida en el depósito de la fe y recogida por la Iglesia en la Escritura y en la Tradición, clausurada con el último apóstol, la cual constituye el objeto de nuestro Credo y las revelaciones privadas posteriores unidas con frecuencia a diversas apariciones. Estas, además de que no aportan ningu­na nueva verdad que se imponga a la fe de la Iglesia, son de libre acepta­ción y exigen solamente la credibilidad humana que daríamos a otro suceso históricamente probado. Si un católico no acepta una determinada apari­ción mariana y mantiene una actitud respetuosa, no falta contra la fe ni contra ninguna virtud. Porque sólo se le puede exigir a dicho católico que acepte plenamente la fe de la Iglesia y dé culto a la Santísima Virgen.

2 . °. La teología de las grandes «mariofanías» o apariciones de Ma­ría, nos enseña claramente que constituyen un saludable recordatorio de Dios, una llamada renovadora a las conciencias, un toque de atención de la gracia, y un reclamo eficaz para la salvación de los pueblos. Es lógico que sólo la Iglesia a la que Dios ha confiado la custodia y defensa del depó­sito revelado, puede dictaminar autorizadamente acerca de la sobrenatura­lidad o no de tales manifestaciones (61).

3. °. En la actual disciplina de la Iglesia cuando el acontecimiento es de alguna notoria relevancia, se instruye un proceso canónico para esclare­cer la verdad del suceso, mediante una comisión de peritos presidida por

(61) Bengoechea , I.: «Las apariciones de la Virgen», en Enciclopedia Mariana Pos­conciliar, págs. 263-267.

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el obispo diocesano. A la vista del proceso canónico, el obispo emite juicio favorable o desfavorable, o bien se abstiene de todo dictamen. En caso afir­mativo autoriza el culto a la Virgen bajo la nueva advocación ordenando la erección de un santuario y permitiendo que se fomente la nueva devo­ción. Pero debe aclararse que una decisión afirmativa y favorable de la auto­ridad eclesiástica significa únicamente que la aparición mariana no implica nada contrario a la fe y costumbres cristianas. No tiene, pues, otro alcance. Si la decisión o dictamen es negativa, los fieles están obligados en concien­cia a obedecer a sus prelados.

4 . °. Toda decisión favorable de la Iglesia a una determinada apari­ción, no compromete jamás la infalibilidad, ya que la aprobación eclesiás­tica sólo confiere una certeza moral por parte de la autoridad diocesana y siempre susceptible de revisión. No impone por tanto una estricta obliga­ción de creer, sino que invita a admitir con fe humana un hecho suficiente y prudente comprobado. Debe añadirse para orientación de los católicos que en la actualidad la Iglesia examina con bastante rigor cualquier hecho aparicionista, abundando hoy las desautorizaciones y reprobaciones explí­citas referentes a presuntas apariciones de la Virgen. Así en el período apa­ricionista comprendido entre 1830 y 1973 han sido aprobados 8 casos, se han desautorizado 34 y han quedado sin respuesta definitiva 172. Por lo que toca a España es bien sabida la reprobación de los hechos de Garaban- dal (Santander) en 1961, que la Jerarquía eclesiástica nunca admitió y las supuestas visiones de El Palmar de Troya (Sevilla) en 1968, que ha provo­cado un lamentable cisma. En ambos casos, la descalificación eclesiástica se ha manifestado reiteradamente por varias razones además de haberse evi­denciado un proceso de generación patológica que acontecimientos poste­riores vienen confirmando.

5. °. El comportamiento que debe adoptar un cristiano frente al fe­nómeno de las apariciones de carácter mariano debe ser prudente, sumiso y respetuoso, sabedor de que en ellas no se aporta nada nuevo al depósito de la fe, que su mensaje ha de ajustarse con total conformidad a la divina revelación y que «en última instancia serán acreedores a un asentimiento moral humano según el grado de su veracidad». Esta actitud de prudente reserva no debe identificarse con dos posturas diametralmente opuestas: ab­soluto escepticismo o excesiva credulidad. El mensaje de las apariciones ma- rianas ha subrayado siempre algunas verdades reveladas a veces demasiado olvidadas. La mano providente de Dios se extiende a todo tiempo y lugar, así como la intercesión de María se hace perpetuamente dinámica en la vida

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de la Iglesia. Por ello hemos dicho: prudente reserva pero humilde docili­dad al mismo tiempo.

6.° . Por lo que se refiere a las apariciones mañanas que suponen tantas tradiciones en torno a los santuarios y ermitas consagradas a María, el ca­tólico debe ser filialmente respetuoso. La inmensa mayoría se nos han trans­mitido en forma de leyendas. Al no constar documentación histórica ni pro­ceso canónico (sólo en el Descenso de la Virgen de la Capilla, existe infor­mación testifical auténtica ante la autoridad eclesiástica) no podemos pro­nunciarnos sobre la autenticidad de la verdad histórica. Pero el hecho de que la Iglesia (obispo diocesano, y en muchos casos concesión de gracias y privilegios por parte de la Sede Romana) haya autorizado en el decurso de los siglos, el culto y prácticas devocionales en dichos santuarios, es moti­vo suficiente para manifestar en todo momento sumisión respetuosa. Cada uno es libre, evidentemente, de invocar a María bajo una advocación u otra, según sus preferencias personales, pero nadie puede negar lícitamente el va­lor «católico» de toda forma de devoción popular, mientras se evite en ella, lo erróneo, lo profano, lo supersticioso y lo frívolo que no tienen nada que ver con a devoción a la Santísima Virgen.

B. Significado teológico de los Santuarios

A primera vista puede suceder que un espectador superficial no pene­tre en el profundo significado de los santuarios marianos dentro de la pie­dad de los fieles y de la vida de la Iglesia. Cabe señalar, a este propósito, el ejemplo edificante de Juan Pablo II, nuestro actual Pontífice, que en di­versas peregrinaciones a los más importantes santuarios marianos del mun­do católico, ha mostrado el múltiple valor ascético que encierran para el desarrollo de la espiritualidad cristiana. Hay que recordar ante todo una consoladora verdad: la presencia activa de la Virgen en los santuarios con­sagrados particularmente a su culto (62). Porque en todos ellos tenemos que admitir una «presencia» suya especial, que la acerca más a nuestra vida cris­tiana, y que provoca simultáneamente una aproximación a Dios y un acer­camiento a Cristo para mejor servirlo, que es fin de toda la devoción ma­ñana. A modo de síntesis, podríamos formular como sigue, la significación teológica de los santuarios.

a) El Santuario mañano, manifestación del poder de María. No re­sulta nada fácil señalar los linderos entre lo simplemente «providencial» y

(62) S.M.E.: ¿Quién es la Virgen María?, págs. 49 y sigs.

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lo estrictamente «sobrenatural». Sin embargo la Providencia divina actúa en todos los santuarios marianos en los que Dios se complace en conceder, a través de la Virgen María, numerosas gracias y mercedes. No nos referi­mos a los santuarios más famosos del orbe católico como Lourdes y Fátima que tanto contribuyen a la renovación espiritual de los creyentes, como ver­daderos torrentes sembradores de consolación, purificación, esperanza y testimonio. Cada santuario mariano, aún el más pequeño, escondido y ol­vidado es lugar sacro donde se manifiesta la mediación de María. Los bellí­simos santuarios esparcidos por tierras del Santo Reino se han convertido en centros de piadosas peregrinaciones donde los hijos confían inmensamente en la mediación de la Madre.

b) El Santuario mariano, lugar de una presencia activa. Esta presen­cia de María es una realidad espiritual indubitable. El amor filial —se ha escrito justificadamente— busca la presencia del ser querido, aunque esté personalmente ausente. A un familiar o amigo que vive lejos de su casa, se le hace presente por el recuerdo, la añoranza, el cariño y la delicadeza con que se guardan y cuidan los objetos que fueron de su pertenencia. Exis­ten cristianos que permanecen extraños o indiferentes a los Santuarios don­de, desde tiempos inmemoriales, recibe culto la Patrona de su pueblo. Qui­zá por ignorancia o formación defectuosa no han calado en lo que significa la presencia de la Virgen en su humilde ermita. No saben que Ella está muy cercana a la vida cotidiana de cada uno para ayudarle en sus tareas, ani­marle en sus desvalimientos, consolarle en sus tristezas y fortalecerle en sus dudas o debilidades. Ella es consuelo, aliento, amparo y remedio en todas las circunstancias en que viven y trabajan.

Los católicos que llegan a descubrir el valor espiritual del santuario, acuden con devota asiduidad a la cita de la Madre para suplicarle su valiosa intercesión. Junto a Ella rezan el Ave María y la Salve donde la llaman con ternura «vida, dulzura y esperanza nuestra». Por lo demás resulta útil re­cordar que la mayoría de católicos han vinculado al Santuario de la Patro­na las decisiones definitivas de su vida, los éxitos o dolores de la existencia y la confianza en la eterna salvación. Ningún teólogo o cronista podrá ha­cer el inventario de gracias, favores y finezas que la Madre de Dios prodiga de continuo a sus devotos, como signo certísimo de su presencia eficazmen­te activa.

c) El Santuario mariano, lugar de culto divino. Todos los santuarios son lugares especialmente privilegiados para el encuentro con Dios a través de María. En estos recoletos lugares sagrados, verdaderas casas de oración,

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la Virgen atrae para su Divino Hijo a cuantos la veneran (63). Esto signifi­ca que el Señor entra en contacto vital con nosotros en la medida en que acertamos a encontrarnos con la persona de su Santa Madre, la Mujer llena de gracia y revestida plenamente del sol de Cristo. En cada santuario donde la Virgen recibe, en la variada multiplicidad de prácticas piadosas indivi­duales o colectivas, el homenaje de veneración, gratitud y amor confiado, de parte de todos sus hijos, así como la expresión sincera en la que se cifra la suma de actitudes personales, se convierte así en un lugar de privilegio para el culto a Dios mediante la celebración de la Santa Misa, los sacra­mentos y la predicación homilética. Con el rezo además del Santo Rosario, la reflexión cristocéntrica se convierte en alabanza de la augusta Trinidad a través de María Inmaculada.

d) El santuario mañano camino excelente para llegar a Dios. Cada santuario mariano cumple perfectamente esta admirable función de conver­sión. No es posible describir la infinidad de almas que se han acercado a Dios por medio de la visita o peregrinación al santuario. Solamente en Lour­des, por ceñirnos a un ejemplo ciertamente muy representativo, desfilan cada año ante la bendita imagen de la Gruta de Masabielle donde la Santísi­ma Virgen se apareció a Santa Bernardita de Soubirous, alrededor de cinco millones de fieles de los que muchos vuelven a normalizar sus relaciones con Dios después de largas crisis o etapas prolongadas de alejamiento reli­gioso.

Es obvio que al margen de la autenticidad histórica o posible halo le­gendario en un determinado santuario mariano, lo importante es la acción pastoral de renovación y santificación de conciencias, puesto que toda cita filial con la Madre lleva consigo «un incremento en las relaciones con Dios», como ha podido constatarse incluso estadísticamente.

e) El Santuario mariano medio eficacísimo para fomentar la devo­ción a la Virgen. El valor de esta experiencia es grande, puesto que la devo­ción mariana es esencial en la vida cristiana y deber de todo redimido (64), al mismo tiempo que debe subrayarse una verdad gratificante: «Todo en­cuentro con Ella no puede menos determinar en un encuentro con Cristo mismo» (65). El Vaticano II ha señalado que el culto a la Virgen se reduce

(63) Cfr. Constitución Lumen Gentium, n. 65.(64) Lumen Gentium, n. 54.(65) Pablo VI, en la Exhortación Menso maio.

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«a la veneración, al amor, a la invocación e imitación» (66), que son los actos esenciales de la piedad mariana.

Es evidente que la romería periódica al santuario de la Patrona donde hicimos la visita acompañados de nuestros padres y familares más entraña­bles ha de ejercer una influencia impulsora y transformadora en nuestra vi­da cristiana. Sin devoción a la Virgen no hay plenitud de vida sobrenatural, aunque las prácticas devocionales de cada uno al exteriorizar sus sentimien­tos tengan carácter opcional. Quien siendo devoto de la Virgen visita con fervor los santuarios, siente aumentar el caudal de su amor a la Santísima Virgen, imantado por el atractivo irresistible de sus virtudes, como amantí- sima Madre y Maestra espiritual de cada cristiano (67).

Los Papas de los últimos tiempos han insistido con su constante ma­gisterio en la misión eclesial de amplio espectro que cumplen los santuarios marianos. Son faros de luz y áncoras de esperanza. Lugares calificados de conversión, de penitencia y de reconciliación. Escenarios providenciales de irradiante acción protectora. Reconfortantes oasis de paz y vida cristiana. Centros privilegiados de meditación del Evangelio y contemplación gozosa del misterio de Cristo. Tal es el inventario a grandes rasgos de los benefi­cios divinos que los santuarios marianos giennenses ofrecen a nuestra con­sideración desde la doble perspectiva mariológica y devocional.

C. El culto católico a las imágenes de María

Completamos con este apartado el tríptico teológico del presente capí­tulo. Pensamos que es tanto más importante cuanto más se ignoran algu­nos aspectos dogmáticos.

Tiene empeño la Iglesia en que en todo lo referente a la devoción ma­riana, tanto en las expresiones como en las devociones haya siempre pru­dente equilibrio: ha de evitarse cuidadosamente todo aquello que pueda inducir a error acerca de la verdadera doctrina de la Iglesia (68). Aclaremos dos puntos en torno al culto que merecen las imágenes de la Virgen y en torno también a posibles excesos o desviaciones. La Iglesia ha definido co­mo dogma de fe que es lícito y provechoso venerar las imágenes. La venera­ción que se les tributa es culto relativo de dulía. El VII Concilio Universal de Nicea, haciendo incapié en la tradición declaró, contra los iconolastas

(66) Lumen Gentium, n. 66.(67) Exhortación Marialis cultus, n. 21.(68) Cfr. Lumen Gentium, n. 67.

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de la Iglesia Griega, que estaba permitido erigir «venerables y santas imá­genes de la Madre de Dios, de los ángeles y de todos los santos», tribu­tándoles veneración obsequiosa, aunque no la propia y verdadera adora­ción que a sólo Dios es debida. La razón teológica de esta licitud, radica en el siguiente principio: el honor tributado a una imagen (en nuestro caso, a las de la Virgen María) va dirigido al que es representado por ella (69), es decir, el culto a una imagen queda referido siempre al modelo que dicha imagen representa como definió el Concilio Tridentino (70), y ha vuelto a sancionar en su doctrina, el reciente Vaticano II (71). Por consiguiente nin­gún católico puede rechazar como práctica inadecuada el culto a las imáge­nes de María, practicado con las condiciones exigidas, y con el espíritu de la Iglesia. Hasta aquí no es probable que puedan presentarse dificultades. Estas provienen quizá de posibles excesos o derivaciones en la manera de honrar a las imágenes de María. Todas ellas representan con mayor o me­nor acierto artístico y estético la persona de María. Todas quieren ofrecer­nos su bendita faz que intuimos sin conseguir adivinar sus singulares per­fecciones.

Sobre los pronósticos arqueológicos en la iconografía mañana, habría que decir que los datos antiguos confirman la frase de San Agustín que es un testimonio de la tradición: «No conocemos la fisonomía de la Virgen María» referido a su figura o imagen plástica. De ahí que las representacio­nes de María —observa Bartina— más que un retrato perfecto material, son un eco de lo que la Iglesia ha creído y enseñado sobre ella. Cuanto más an­tiguas, más valioso es su testimonio. Puede decirse que las imágenes de Ma­ría son ingenuas y elementales, pero valiosas, por ser prueba sincera de una fe y una tradición. En su conjunto la iconografía m añana es una concre­ción y explicación del Nuevo Testamento, de los apócrifos, de la liturgia y de los Santos Padres. Algunos rasgos entroncan con una tradición artísti­ca directa de los tiempos apostólicos (72).

Se ha formulado algunas quejas, desde sectores distintos, contra el culto mariano actual, que se pueden reducir a las siguientes: a) cierta hegemonía al culto de María; b) fórmulas e innumerables prácticas que «materializan»

(69) San Basilio: De Spiritu Sancto, 18, 45.(70) Enchiridion Symbolorum, n. 986.(71) Lumen Gentium, n. 67.(72) Cfr. San Agustín: De Trinitate, 8, 5, 7: PL 42, 952; San Bartina: «María en los

documentos arqueológicos (siglos i-viii)», en Enciclopedia Mariana Posconciliar. Madrid, 1975, pág. 457.

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la piedad mariana; c) excesiva efectividad; d) peligro de descuidar el prima­do de Cristo; e) piedad popular polarizada exageradamente en imágenes, advocaciones y santuarios marianos (73). Como respuesta inicial a estas ob­jeciones baste recordar que defectos individuales existirán siempre y nada arguyen contra el culto mariano como si se tratara de un verdadero proble­ma en la Iglesia. No ocurre en verdad tal problema. Grignion de Montfort denunciaba en su predicación y escritos la devoción mariana meramente ex­terior que mira sólo a los prácticas y a la devoción «presuntuosa» que con pretexto de piedad sumerge al alma en el pecado (74). Es evidente que las raíces de esta piedad hay que buscarlas en una deficiente doctrina teológica o en la tendencia a la superstición.

Sería injusto querer generalizar algunos defectos de índole particular como si éstos se dieran en casi todos los fieles. La inmensa mayoría de los católicos honra a la Virgen María con genuino espíritu eclesial sin que obs­ten a esta consoladora experiencia algunos casos abusivos en que puedan apreciarse ciertas desviaciones. No olvidemos que la Santa Sede en deter­minadas ocasiones ha condenado o desautorizado falsas formas de devo­ción mariana.

Esta vigilante actividad magisterial ha salido siempre al paso de toda peligrosa o ambigua interpretación. La Iglesia rechaza siempre cualquier no­vedad indebida en el culto mariano (75) y sus tendencias restrictivas (76). Frente a desviaciones esporádicas y defectos individuales aislados está la prác­tica normal y común de los cristianos que aciertan a valorar como se debe la devoción mariana, situando en su lugar correcto los elementos constitu­tivos de la misma. Por esta razón el Papa Pío XII se vio obligado a dar un severísimo monitum ante las posturas cicateras de los que, con pretexto de renovación litúrgica, han pretendido marginar, reducir o eclipsar el cul­to mariano.

IV. APOSTILLA FINAL

Culminamos este ensayo con una reflexión indagadora que puede ayu­darnos a apreciar mejor las claves o coordenadas de la Historia Mariana

(73) De A ldama, J. A.: María en el tiempo actual de la Iglesia. Zaragoza, 1964, págs. 118 y sigs.

(74) Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen, pág. 85.(75) Pío XI: Encíclica Lux Veritatis: AAS 23 (1931), 513.(76) J uan XXIII: Alocución a los cistercienses: AAS 54 (1962), 663-664.

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de Jaén. Cuando contemplamos las grandes muchedumbres de cristianos que acuden a nuestros santuarios de la Diócesis del Santo Reino para hon­rar a sus queridas Patronas, debe valorarse con acierto la manifestación de los sentimientos devocionales, tan característica de la religiosidad popular. Por encima de alguno exceso emocional puramente anecdótico, lo impor­tante es descubrir la fe m añana de un pueblo, inseparablemente unida a su profesión de vida cristiana. Todo el que mire con otra óptica superficial y sociológica, o con prurito racionalista, se quedará sin comprender el ver­dadero significado y hondo sentido de tales concentraciones multitudina­rias que veneran a María, Madre del Señor, como medio infalible de unirse más a Jesucristo, Camino, Verdad y Vida.

Si algún día llega a publicarse la Historia de Jaén, quedará confirma­do, de manera abrumadora, lo que ya atisba con nítidos perfiles nuestro estudio: la Diócesis del Santo Reino es eminentemente mariana y demues­tra de suyo dos gozosos hechos puestos de relieve por el Magisterio vivo de la Iglesia a través de los Papas: la piedad de la Iglesia hacia la Santísima Virgen es un elemento intrínseco constitutivo del culto cristiano (77) y la auténtica devoción mariana posee eficacia pastoral infalible para la reno­vación evangélica de nuestras comunidades. Precisamente en torno a este doble eje gira la reciente Encíclica mariana de Juan Pablo II (78).

Para terminar, pondríamos sobre lo dicho este colofón conclusivo: la Diócesis giennense del Santo Reino es, en última instancia, una hermosa parcela del Reino de María Santísima, Madre de Dios y de los hombres.

(77) Exhort. Marialis cultus, n. 56.(78) Redemptoris Mater, promulgada el 25-3-1987.