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Ensayo La manipulación en el documental “Animal” Discurso e imagen en la antitauromaquia Por Germán Parrado Vera El escritor y ensayista colombiano Germán Parrado Vera ha realizado un análisis pormenorizado del documental “Animal”, obra del realizador Angel Mora, que constituye un ejemplo muy significativo de cómo se construye el discurso antitauromaquia. Se trata de un estudio detallado del film, en el que se va conjugando al unísono la imagen y el propio mensaje que se trata de dfuundir.

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Ensayo La manipulación en el documental “Animal”

Discurso e imagen en la antitauromaquia Por Germán Parrado Vera

El escritor y ensayista

colombiano Germán Parrado Vera ha

realizado un análisis pormenorizado del

documental “Animal”, obra del

realizador Angel Mora, que

constituye un ejemplo muy

significativo de cómo se construye

el discurso antitauromaquia.

Se trata de un estudio detallado del film, en el que se va

conjugando al unísono la imagen y

el propio mensaje que se trata de

dfuundir.

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ANIMAL es un documental dirigido por Ángel Mora (2007) de clara inspiración animalista, y por causa de ello un ataque frontal a todo el universo simbólico del toro. Tras su presentación en diversos festivales de cine, y conforme a la apertura de las plataformas de información, ha logrado convertirse en un documento base dentro de la teoría antitaurina. Como es claro, su capacidad para sintetizar (al ser un producto audiovisual) la doctrina antitaurina es más que formidable, por lo que su consideración en el presente trabajo, se justifica como un intento de compresión sobre los mecanismos de lucha desde la antitauromaquia.

En efecto, el documental, que llaman moralista, será un instrumento directo sobre el comedimiento ético a los animales bajo los mismos presupuestos asiduos en las temáticas animalistas; más que un discurso intelectual, se trata de un tema de estéticas, y por ello en este caso, super exposición de la crueldad como valor absoluto de un fenómeno particular, en desprecio de sus otros elementos, incluso los constitutivos (rito, arte, cultura, código moral específico, tradición o relación religiosa con un animal, por ejemplo). La exposición de la crueldad se articula con una serie de manipulaciones formales, que distancian el documental con respecto a la verdad, para insertarlo en la categoría de propaganda. En lo fundamental, la pretensión de comprender el documental es en últimas la de comprender el antitoreo.

LA IMAGEN DIVORCIADA DEL DISCURSO

Milan Kundera plantea en su Arte de la Novela una tesis singular: se ha anunciado la muerte de la novela, pues los mecanismos de falseamiento de la narrativa ya no son usados para fabular historias: sirven para fundar discursos, ideologías, credos políticos y sistemas. Provisionalmente, cualquier revisión sobre la ideología antitaurina apoyaría la tesis de Kundera, en cuanto a la eficacia de la narración fabulosa para fundar incluso partidos políticos, desde luego antitaurinos. En cuanto se distorsiona un discurso, nace la propaganda, la ideología y también los movimientos sociales de odio, urdidos por sistemas pensados como motores de efectos sentimentales, no de construcciones racionalizadas.

En el documental Animal, posiblemente la naturaleza de la distorsión puede encontrarse. Cuando en el segundo 0:06 se inicia el diálogo con una declaración de intenciones, se advierte al espectador que en tal film, “se puede ver a

El autor Germán Parrado Vera (Bogotá, 1988), escritor y ensayista, ha participado en diversas publicaciones sobre ontología, poesía, teoría del arte y tauromaquia. Actualmente trabaja en la publicación de un libro en defensa del toreo, teniendo en cuenta la coyuntura de abolición en Bogotá.

 

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cientos de personas ““disfrutando” del dolor, de la tortura y de la muerte de un toro”, con lo que la relación entre la presencia real de la sangre y el supuesto goce sádico del taurino a través de ella, está fundada como existente, aunque no se explique y mucho menos demuestre el porqué de tal relación, que suponen cierta.

Luego, afectadamente se dispone que para la realización del documental no se ha “torturado, humillado ni matado ningún toro” (0:36) tras lo que se presenta una secuencia de 26 segundos donde un toro vomita su sangre víctima de un golletazo (o espada que cae delantera y baja). Mientras suenan los aplausos del público de manera indistinta, la cámara se encarga de enfocar cada vez más directamente el vomitar del toro.

Tras la definición de la palabra ‘animal’ según la RAE, una nueva secuencia de 20 segundos de un puntillero1 descabellando a un toro en el piso (acción justamente realizada para despenar al toro), es proyectada en un plano fijo mientras se acompaña con una música conmovedora, que encaja en perfecto contraste con los inútiles como reiterados intentos del puntillero por despachar al animal, del que no deja de salir sangre.

Para acentuar aún más el contraste, disponen entonces un plano de un hato de reses bravas en el campo verde, en su vida comunitaria, procurando captar los ángulos más enternecedores en un barrido por el prado: un añojo corriendo tras su madre, un toro rascándose en una pared en actitud calmada, los ojos brillando de un toro apacible, y cualquier otro signo susceptible a ser interpretado como la vida en libertad, salud e integridad del toro; inmediatamente, se vuelve a contrastar con la imagen de una plaza de toros vacía y su gris constante; luego, un torero dando en traje campero un pase circular mal hecho, con enganchones y sin contenido, para finalizar la escalada gráfica al mostrar un amontonamiento de reses bravas, que así, aisladamente de un discurso, puede entenderse como ‘mala vida’. Hasta este momento, hemos asistido a un juego de disposiciones visuales2.

El conjunto es rematado con la imagen de un toro hondo subido en una colina escarpada, llena de rocas, y se superpone por supuesto con la imagen de unos barrotes de cárcel. La asimilación de tal secuencia es engañosa: se expone la libertad de los toros en un prado verde de primavera, (cuando los toros cumplen su año taurino), en contraste con otros elementos de la cría, como el hacinamiento para la vacunación, o la permanencia de los toros en las zonas áridas que naturalmente produce la estación del verano; de nuevo, esta disposición gráfica no deja de ser tendenciosa.

Los agudos contrastes entre la vida palaciega de la libertad, y por otro lado conceptual las colinas llenas de rocas, sin edición de color como en el primer caso, (donde el verde tiene un retoque digital), demostrarían de por sí una

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complacencia del realizador con la mala intención. Sin un discurso, las imágenes son entendidas como opuestas, cuando en realidad se trata de un mismo conjunto de hechos: la cría de toro bravo en el campo, que participa en efecto del verde de la primavera, las colinas rocosas, y las reses apiñadas para recibir sus vacunas; en cambio, y aunque decirlo peca de obvio, unos barrotes de cárcel puestos de manera artificial con un computador no hacen parte de la realidad del toro bravo. Salvo el último aspecto inventado, todo lo mostrado por el realizador es responsabilidad y causa del ganadero, y por ende, de la tauromaquia como sistema. Puestos desde luego en un juego de contrastes, este documental continúa con una secuencia de imágenes a blanco y negro y sepia, muy remotas dentro de la memoria visual, aunque su antigüedad sea apenas de 90 años, donde se puede ver un torero sin rostro, y luego a Juan Belmonte en una plaza de toros.

Servido así, el documental ya ha hecho una discriminación de categorías por medios visuales, sin ningún sostenimiento de discurso racionalizado: lo antitaurino es tierno, libre, verde y vivo; lo taurino, en oposición, es antiguo, caduco, sangriento, por supuesto transido de frialdad con el dolor, y aplaude el derramamiento profuso de sangre.

Cualquier noción de la tauromaquia es resumida bajo dos imágenes patéticas: un toro vomitando sangre durante 26 segundos, y la segunda, un toro parapléjico siendo acuchillado o apuñalado reiteradamente. Aunque una decencia de corte intelectual empujaría al contradictor a no resumir de manera tan abusiva lo que se ha llamado sistema taurino, en apenas dos imágenes, por supuesto aisladas y accidentales, la antitauromaquia se permite hacerlo. No obstante que las estocadas bajas que producen vómito de sangre ciertamente son una excepción minoritaria en una temporada taurina (estocadas defectuosas que producen rechifla y rechazo del público, mas no aplausos, pues se considera un error y una indignidad que el toro tenga un derrame3), y que los yerros con la puntilla de descabellar son aún más inusuales, se da por hecho que una corrida de toros es eso. La reducción a un par de imágenes equivocadas se ha impuesto sobre las consideraciones estructurales del fenómeno taurino.

Lo mismo ocurre con la perversión visual del acto de dar una serie de pases, que presentan como una inconexa sucesión de trapazos, tras los cuales el animal se derrumbará en la arena (6:20), actitud además escondida bajo otra perversión: muleta y capote como actos de alta plástica (en el sentido estético del término) aparecen ocultos en la mayoría del documental, solo mostrados bajo una forma reducida: toreros menores y sin dominio de técnica en festivales (jamás vestidos de luces) donde es preceptivo que las reses lidiadas sean novillos. Nunca hay un ofrecimiento de la magnitud real de una corrida de toros en todos sus términos: en lugar de un toro fiero y un torero con despliegue plástico danzando con él, se presenta en menos de 20 segundos un torero

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menor en traje campero, sosteniendo la embestida de un noble animal anovillado que termina por ir a tierra.

La magnificencia del ritual vivo más antiguo del género humano, ritual que ha sido capaz de resistir a las persecuciones de los centros de poder más fuertes a lo largo de la historia, no es presentada. En lugar de esto, lo presentado es el producto de un proceso de reducción capaz de obviar todos los aspectos constitutivos y fenoménicos, en pos de sublimar un aspecto presente, no por ello esencial o definitivo, del rito taurino: la idea animalista de la crueldad. La perversión visual presente a lo largo de todo el documental, es un medio de huir de los aspectos cuya implicación intelectual es profunda.

Como es claro, la sangre y la muerte hacen parte del rito taurino del mismo modo o en igual grado de importancia que la vida y el movimiento. El rito se sostiene en la tensión de muchos valores contrarios, y la presencia de la sangre y la muerte en un rito sacrificial, aspectos de por sí justificados bajo la anterior etiqueta, hallan un sentido solo dentro del sistema simbólico, lo que sitúa al toreo en un terreno ajeno a la decadencia ética: hablamos de culto; nuevamente, una imposición de decencia intelectual diría que debe ser con exactitud ese sistema taurino el que sea atacado en su centro para ser desvirtuado. La tauromaquia trata sobre los temas fundamentales y profundos de la existencia4 : la muerte y la vida, la muerte y la danza, la tragedia, la composición junto a la muerte, el tabú, y la muerte ritual con la consecuente afirmación de la vida y el arte, sin que esto llegue a pecar con la obviedad de lo poético o lo metafísico; de hecho, la sangre y la muerte dentro del rito tienen una realidad que logra ser hiriente para algunas sensibilidades.

A la luz de esto, es necesario concluir que el documental Animal, si no es en caso alguno lógicamente correcto, es por lo menos ideológicamente conveniente: no se considera el drama, se le disfraza con un ropaje insoportable, desprovisto de todo sentido: el toreo no puede sino ser condenado.

EL DISCURSO DISTORSIONANDO LA IMAGEN

Lo que se ha llamado una perversión visual en tanto que falseamiento de la realidad por vía de imágenes inconexas a un discurso, o en confusión y engaño con uno, se ejemplifica de la siguiente manera:

Declara en un aparte del documental (22:16) el escritor y antitaurino Luis Gilperez que "El toro es un hervíboro, es decir que dentro de lo que es las especies animales, aquellos animales que se alimentan, que son vegetarianos en su alimentación, se distinguen precisamente porque son animales en general pacíficos" (sic).

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Por razones que considera inútil precisar, Gilperez establece una incorrección con respecto a la naturaleza de los herbívoros; de hecho, a la luz de las mismas consideraciones animalistas presentes en diversos estudios de etología, se ha concluido que anímales herbívoros, por ejemplo, hipopótamos, jabalíes salvajes, elefantes de la llanura africana, bonobos, y claro está, toros de lidia, poseen altos niveles de agresividad a pesar de tener una dieta exclusivamente vegetariana.

La escena completa su extremo desacierto cuando pretendiendo demostrar la supuesta mansedumbre del toro de lidia, merced a su dieta vegetariana, se muestra para llegar a esa conclusión una secuencia donde un buey cabestro cruza caminando, apacible e inofensivamente, una multitud humana en un San Fermín. No es necesario añadir que un buey no es un toro de lidia, pero dentro de la perversión visual del documental, el buey hace las veces de toro mientras Gilperez formula su extraña conjetura5. Visualmente, se desvirtúa la bravura del toro usando un animal que no es el toro. Ideológicamente, la refutación a la bravura del toro se presenta a través de una incorrección etológica.

En cuanto a consideraciones más importantes, como las del evidente carácter cultural o artístico de las corridas de toros, el documental vuelve a caracterizar su tendencia continua a exponer una realidad conceptual sesgada. En específico, por ejemplo, se permiten la inmodestia de mostrar una definición mutilada de la palabra ‘cultura’, emanada de la RAE, obviando las definiciones más precisas, que dan cuenta de la especificidad de la cultura como un campo de estudio susceptible al análisis científico de la antropología, donde la tauromaquia ha hallado una importante y considerable cantidad de estudios que determinan su carácter cultural6.

La acepción de la cultura admitida por el documental, es la más evidente (42:20), al referirse a la “agrupación de los saberes humanos o facultades intelectuales, obtenidos mediante la lectura, el estudio y el trabajo”, obviando así las dos definiciones más específicas: la cultura como el “Conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc.” Y la cultura como una graduación de “Culto religioso”7.

Exactamente, se pretende que la cultura sea un programa de superación personal y espiritual, esto es, una modalidad ingenua de epistemología, y no lo que verdaderamente es la cultura, desde las acepciones que van de sir Edward Tylor hasta Clifford Geertz en el estudio científico, esto es, antropológico: el entramado, el sistema de relaciones simbólicas que configuran un modo de ser de un grupo humano específico, sistema que comprende manifestaciones propias surtidas en códigos, como la lengua, la vestimenta, la comida, la artes, los metalenguajes, la música, la ética propia, las costumbres y, claro está, los ritos, estos últimos como maneras de relacionarse con lo sagrado o lo

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irreconocible y fundamental. La cultura es una manifestación de la identidad de un grupo humano específico, es su forma de ser, su manera de estar en el mundo, y ante todo, su manera de ser humanidad mediante las manifestaciones específicas, las más de las veces, de corte simbólico, y que por ello, hallan su última expresión en el rito. Eliminar una cultura de un ser humano, eliminar su cultura, es eliminar su humanidad. Es evidente que no ha existido una cultura en el mundo que no tuviese ritos sacrificiales, pero aparentemente solo en la cultura taurina, que erige a la corrida como el centro de todo el sistema, se pretende que tal manifestación de la cultura o forma de ser de un grupo humano específico, sea ilegal, ilícita, y concluyente sobre una patología mental colectiva.

A este respecto, Carla Cornellia, quien funge en el documental como presidenta de FAADA, es clara en concluir que la tauromaquia no es cultura bajo la siguiente declaración:

"es incultura porque no tiene empatía hacia el ser que no se puede defender y que no puede decidir por sí mismo” (42:21).

Todo el sistema de referencia cultural de la tauromaquia existente desde hace 17.000 años, es borrado en su complejidad por tan simple expresión de la verdadera incultura.

El documental continúa cuestionando la calidad cultural del universo simbólico del toro, al proponer una serie de definiciones de carácter rítmico (“la tortura no es cultura”8) y de cultura como perfeccionamiento “espiritual”9, mientras se disponen escenas de toros berreando, acosados por fuegos artificiales en sus pitones, o con las dos antorchas tradicionales también en sus pitones durante los correbous catalanes.

No es posible hallar una relación entre la definición propuesta de la cultura, y las imágenes presentadas de manera sesgada y desarticuladas del discurso enunciado. Definición e imagen no son lo mismo, y a su vez, la definición propuesta abunda en equivocaciones prácticas para demostrar que el universo simbólico del toro no es una cultura. De manera no menos intrigante, se presenta al toro bajo la pólvora como un modo de maltrato, jamás de cultura, mientras a su vez, cuando se exalta la calidad antitaurina de la ciudad de Sitges, se muestran las fiestas de la ciudad, y en ellas a seres humanos bajo un baño chispeante aún mayor de pólvora, presentando esto como alegría y evolución cultural. Lo anterior no admite ironía.

Lo que sí admite un profundo sentimiento de la ironía, es el tratamiento de la calidad artística de las corridas de toros en el documental. De todos los festejos populares del sistema taurino, es solo la corrida de toros la que es considerada como un arte, al ser además de rito una manifestación productora de imágenes

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estetizantes10; la decencia intelectual impondría que el tratamiento del tema del arte se diera, desde luego, en los terrenos de las corridas. En lugar de ello, el documental se va lanza en ristre en contra del rito del Toro de la Vega, torneo inmemorial que nadie definiría ni defendería como arte, y que es presentando desde el documental sin considerar sus claves rituales, al pasarse por el sesgo solamente de la historia de una protesta antitaurina contra dicha manifestación inmaterial.

Tenemos que la corrida de toros desde las revoluciones de Paquiro y Belmonte, fija el peso del rito en las sugerencias visuales que puedan suscitar un estado emocional al espectador, esto es, su función dejó de ser codificada para ser visual bajo una coherencia estética y ritual hecha performance también.

Como ha sido convenientemente señalado con anterioridad, el documental se signa por la ausencia del desarrollo plástico obtenido en el capote y la muleta durante la corrida, o mejor, de la danza suscitada entre un toro y un hombre, de la que se desprenden características eminentemente artísticas, pues la función del torero es la de crear imágenes con el capote y la muleta, a partir de la embestida del toro (temple, ritmo, coherencia visual hasta lograr la danza, lenguaje corporal, composición y plástica fundamental, esto es, estética por la estética, despojada de todo sentido funcional pueril). No entra en consideración la calidad de estética de una serie de chicuelinas al paso de Morante de la Puebla con un toro11, por ejemplo, ni su refutación desde presupuestos estéticos y plásticos, pues el obviamente desde el discurso se cambia por un drama novelesco que no corresponde a la corrida. Con lo anterior, la ruptura del discurso con la perversión visual llega a límites en los que el espectador no necesita aceptar una mínima implicación del discurso en la imagen: para refutar la calidad de arte del único festejo taurino que se considera como tal, esto es, la corrida, no es necesario mostrar una sola secuencia de alguna, pues solo basta contar la historia de una antitaurina agredida en Tordesillas, o a los lanceros en sus caballos rodeando al toro torneante.

El documental ofrece rupturas incluso más graves que las señaladas. Por desgracia, ni siquiera puede presumir un despliegue de consignas o discursos éticos (salvo los clichés basados en la falacia lógica de la superposición de especies), tema que sin duda merece una valoración más profunda que la ofrecida en el presente estudio.

LENGUAJE VISUAL COMO DEFINICIÓN DE UN DISCURSO SIN PALABRAS

Tras la continua serie de desvíos visuales presentes a lo largo del documental, el final ya logra presentar una formulación de la ideología animalista sin necesidad del discurso. Se impondrá de manera definitiva el efecto visual, y con él, la enunciación de principios que basan su validez en la apariencia.

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Al acusar a las escuelas taurinas de ser “laboratorios donde se lava el cerebro a los niños para iniciarlos en el arte de la crueldad”, y también presentar al vocalista de SKA-P (junto a su bajista ataviado con chaqueta de cuero) hablando sobre la supuesta relación histórica de la Iglesia Católica y las corridas de toros12, no se tiene reparo en mostrar una secuencia correspondiente a una protesta contra la sede del episcopado español (01:04:33), apostada con tarima frente a las rejas de la sede; se presenta de inmediato a una niña que confiesa tener 13 años, hablando no solo de antitauromaquia, sino también de la renuncia a su propia comodidad vital para contribuir a que los “animales no sean maltratados”.

Lo que sigue es la presentación específica de la misma manifestación antitaurina, que se debate entre parecerse a un mitin político con arengas, o a una sesión religiosa, con el consabido estremecimiento retórico, afectado y elocuente de un pastor evangélico, a cargo de una dirigente del PACMA13; hay niños presentes sometidos a la propaganda, luciendo en silencio carteles que hablan de nociones y construcciones mentales desde luego para ellos ignoradas (‘especismo’,’ cosificados’, ‘tortura’, “antropocéntrico”).

Más perturbadora por su madurez de propaganda es la escena con la que acaba el documental, grabada en la Escola Esteban Barrachuna, ubicada en la antitaurina ciudad de Sitges: se muestra un solapado adoctrinamiento a niños a los que preceptivamente se les ha ordenado pintar toros mientras son grabados. Sigue una manipulación en cada aspecto de lo presentado, que recuerda por su similitud en la falta de pudor infantil, a la utilización de niños por una iglesia neopentecostal para el adoctrinamiento religioso, (hecho retratado de manera magistral en el documental Jesus Camp, Soldados de Dios14 ); el realizador interpone secuencias en imágenes de niños sonriendo y pintando, con otras secuencias conmovedoras de toros en blanco y negro, ubicados en los conocidos terrenos polvosos y rocosos y desnaturalizados: luego, tras una ascensión de la música enternecedora (que no ha dejado de sonar en toda presencia de toro en el documental), son los niños de la escuela los que aparecen a blanco y negro, tras lo cual el retoque digital activa el verdor furioso de la primavera en una dehesa de toros bravos. Un niño sonriendo a blanco y negro le da besos a un papel donde un toro está dibujado. Los niños están a blanco y negro y los animales no humanos a vivo color. La inversión de valores, no la igualdad, está completa.

El documental ha abandonado así toda pretensión de abordar en su real magnitud un universo complejo, en el que el levantamiento de una copa de plata o el derramamiento de sangre humana o taurina, son protocolos de un culto que tiene una datación de 17.000 años por lo menos. Cuando el antropólogo italiano Sergio Dalla Bernardina situó el foco de la cuestión cultura-animalismo, lo hizo bajo una velada recriminación. El animalista supone que la transgresión al animal solo puede estar inspirada en la maldad humana. De

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inmediato, erradicar esta supuesta maldad legitima para la mentalidad animalista la asunción y utilización de métodos no-éticos. Esta no-ética animalista para con el género humano, fenómeno que retumba en las bombas terroristas del Frente de Liberación Animal, y habla a través de la red de mentiras visuales y de discurso en el documental Animal, pretende negar todo sentido a un ritual al que consideran únicamente inspirado por la perversidad humana. Por supuesto es un planteamiento equivocado, desconocedor de la caracterización que hizo Bernardina de la consideración a la transgresión animal:

Pero la existencia de tendencias parecidas en nada apoya la idea de que la sensibilidad de hoy resulte de un paso desde una total ausencia de escrúpulos al gradual reconocimiento de los derechos de los animales. El proceso es, a lo sumo, antitético: en el mundo rural, el hecho de que los animales tienen «derechos» (no en el sentido estrictamente jurídico, claro está, aunque esto también hubiese sido motivo de debate) es un hecho que salta a la vista: el problema aparece justamente al preguntarse cómo privarlos de ellos. En otros términos, no se trata de reconocer que las bestias tienen también una sensibilidad lo que los criadores saben muy bien; se trata, al contrario, de luchar contra esta evidencia. Se trata, en suma, como acabamos de decir, de encontrar un motivo de imputación que autorice la exclusión del animal del conjunto de «los que tienen derecho».15

La exclusión planteada por Bernardina, no se da, como lo supone el documental, en la inserción del toro en un mundo carente de ética y pleno de sadismo, ignorante de su condición de “ser sintiente”, y mucho menos en los términos sugeridos por Bernardina en su trabajo, esto es, la reducción del animal a la categoría de cosa (proceso de cosificación que asegura la legitimidad del maltrato, pues se mata una cosa, no un ser vivo capaz de sentir). La exclusión se da pues en la inserción del animal en un sistema cultural que lo tiene como animal sacro, no cosificado, y al que se le rinde culto mediante una vida y una muerte sagradas, construidas en un proceso religioso de 17.000 años: su animalidad es el centro de toda la cultura taurina. No es el sufrimiento, sino la animalidad expresada durante la lidia del toro, lo que emociona al taurino.

Al hilo, y dado que los episodios de toros siendo apuñalados en más de 15 oportunidades no solo son inusuales, sino además son considerados como un error dentro del sistema taurino, sería necesario concluir sin visos de anticipación, que la antitauromaquia está en contra de las equivocaciones del rito taurino formuladas a través de una estética repelente, pero no de la verdadera naturaleza del toreo; más allá de acusaciones altisonantes y sin ningún rigor demostrativo (“tortura por diversión”), aún no se ha desplegado un verdadero discurso intelectual capaz de impactar en las zonas conceptuales que implican al rito, esto es, hay una ausencia definitiva de discursos capaces de cuestionar el aspecto religioso y antropológico de la tauromaquia, y la

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consecuente relación estructural que esto guarde con los programas éticos animalistas.

Estos programas éticos animalistas, reinventados desde el especismo, el intuicionismo y las más recientes tesis antibienestaristas, y los proteccionismos contractualistas de inspiración izquierdista o anarquista, desenvueltos uno tras otros usualmente desde la acusación al género humano y la necesidad de purificarlo, se declaran en contra del sistema taurino al estar, a su vez, en contra de un foco estético del rito que la antitauromaquia misma ha dirigido: toros que vomitan sangre, toros apuñalados por error en reiteradas ocasiones, la presencia de la sangre sin un sentido protegido por un sistema simbólico que le dé coherencia, la super exposición de la muerte y la sangre, bajo la contradicción de al mismo tiempo no poder soportarlas; contradicción e inexactitud al fin y al cabo, como una actitud fundamental de la antitauromaquia. ©Germán Parrado Vera Bogotá, febrero del 2013.

                                                                                                                         1 El puntillero en últimas es quien verdaderamente mata al toro dentro del sistema ritual, no el matador o torero, quien lo hace dentro del universo simbólico. La mayoría de toros no mueren por un espadazo. 2 la imagen de las reses apiñadas se entiende de manera moralmente reprobable, al ser el hacinamiento un valor negativo para el animal; pero no se explicita que se trata realmente de un traslado necesario para garantizar bienestar veterinario dentro en una finca: las reses son apiñadas en apartados, para así inmovilizarlas (sin que pueda ser traumático), e introducirlas gradualmente en un brete, donde se les suministrará vacunas y saneamiento; son estos los únicos instantes de toda la vida de las reses bravas, en las que éstas pueden ser hacinadas, aunque está claro que debe considerarse tal perjuicio como justificado, pues se hace a fin de dar atención veterinaria. El distanciamiento conceptual es obvio. 3 Por ejemplo, los chiflidos a Luís Bolívar en la feria de San Isidro 2012 en la corrida de Cuadri, al caer baja y delantera la espada en uno de sus toros, produjo precisamente el rechazo enconado de la plaza a esa imagen del toro; el torero se guareció muy afectado en el burladero. 4 No sobre la “diversión”, palabra usada sin fortuna en 12 intervenciones distintas durante el documental.

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                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                         5 Entre esas extrañas ocurrencias de Gilperez, no es posible dejar pasar la siguiente: se pregunta el porqué del silencio del caballo de picar, en el supuesto de que el toro en efecto le corneé pues, según Gilperez, el peto de protección que cubre al caballo no sirve para nada; el escritor anuncia entonces que al caballo del picador se le cortan las cuerdas vocales para impedir que grite (35:46): de alguna manera, al público taurino le molestarían los supuestos gritos de dolor del caballo, incluso siendo el taurino un ser que goza con el sufrimiento, según el mismo documental. En realidad el caballo de picar es uno que se compra ya capado, para así asegurar que no se desboque cuando se le tapen los ojos. Un caballo capado no relincha. 6 Es necesario mencionar en estos estudios, por su carácter contemporáneo, las valiosas aportaciones para entender las claves del rito taurino de Julian Pitt Rivers, cuya vasta influencia está homenajeada en una serie de ensayos editados en el 2012 por Bellaterra, “Ritos y símbolos de la tauromaquia, En torno a la antropología de Julian Pitt Rivers”, con la participación de los académicos Romero de Solís, Saumade, Fournier, Molinié y Martínez de Vicente. Tampoco obviar el equipo científico social francés agrupado en el Observatoire National des Cultures Taurines, encabezado por François Zumbiehl; este observatorio dirigió la investigación que, bajo los parámetros de la UNESCO, logró la declaratoria de Patrimonio Cultural Inmaterial para la tauromaquia en Francia. 7 http://lema.rae.es/drae/?val=cultura 8 Esta rima, convertida por la propaganda en consigna, no tiene ningún valor demostrativo. La tortura y la cultura no son dos términos opuestos bajo ninguna consideración. La cultura es más profunda, y el toreo es más que “torturar”, lo que quiera que por ello se entienda, desde luego de manera equívoca desde el antitoreo. 9 Dice en el documental Cristina Garcia (sic) (Presidenta Galgos sin fronteras): “Cultura es lo que nos hace digamos mejores, lo que ennoblece el alma, lo que sale dentro de las personas para crear cosas bellas, y para crear algo que te motive el espíritu" (44:01). 10 A propósito de la polémica entre arte y ritual en los toros, Manuel Delgado Ruíz, “El toreo como arte o cómo se desactiva un rito”, Taurología 1, 1989. 11 Por ejemplo: http://www.youtube.com/watch?v=6M1RmKm4VaI 12 Afirmación desde luego ignorante de la persecución histórica de la Iglesia, sostenida en todos los frentes contra la tauromaquia a lo largo de la historia. A propósito de la histórica persecución de la Iglesia católica al rito de los toros, ver Manuel Delgado, “De la muerte de un dios, la fiesta de los toros en el universo simbólico de la cultura popular”, Nexos, 1986. 13 Sigla perteneciente al Partido Antitaurino Contra el Maltrato Animal, movimiento político afincado en España. 14 Jesus Camp, Soldados de Dios, documental de Rachel Grady y Heidi Ewing, del año 2006. La utilización de niños es una tendencia reciente de la antitauromaquia, que cansada de insistir en la consideración ética de los animales en una sociedad consumista y “especista”, ahora utiliza el enternecimiento infantil como estrategia, al hablar del supuesto peligro mental y el estragamiento moral que sufre un niño al ir a

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