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El cofre de los Cuentos

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Una pequeña recopilación de algunos cuentos clásicos infantiles.

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Para ti, pequeño lector o lectora, que tienen vidas llenas de aventu-

ras tan increibles como las histo-rias de este libro. Con todo cariño.

M.I.I.A

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El cofre de los

CuentosMaría Isabel Ibañez Arévalo

Por

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Contenido

Caperucita RojaPágina 11

El Chícharo y la PrincesaPágina 16

La Falsa AparienciaPágina 20

El Cedro VanidosoPágina 22

La liebre y la TortugaPágina 24

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Caperucita Roja

Había una vez una niña llamada Caperucita Roja. Su mama, que sabía coser muy bien, le había hecho una caperuza roja para que estuviera calentita y pro-tegida del viento y como a la niña le gustaba mucho la llevaba a todos los dias, por lo que todo el mundo la llamaba así.

Un día, la mamá de Caperucita la mandó a casa de su abuelita porque estaba enferma, para que le llevara en una cesta pan, chocolate, azúcar y dulces.

Su mamá le dijo: no te apartes del camino de siempre, ya que en el bosque hay lobos y es muy peligroso.

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Caperucita iba cantando por el camino que su mamá le había dicho y , de repen-te, se encontró con el lobo y le dijo:

-Caperucita, Caperucita, ¿dónde vas tu tan bonita ?.

-A casa de mi abuelita a llevarle pan, cho-colate, azúcar y dulces.

-¡Vamos a hacer una carrera!- Le dijo el lobo

-Te dejaré a ti el camino más corto y yo el más largo para darte ventaja.

Caperucita aceptó pero ella no sabía que el lobo la había engañado.

El lobo llegó antes a la casa de la abuelita y se comió a la pobre ancianita.

Cuando Caperucita llegó, llamó a la puerta:

-¿Quién es?, dijo el lobo vestido con las ropas de la abuelita.

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-Soy yo, dijo Caperucita. Pasa, pasa niete-cita.

Cuando Caperucita vio a su abuelita se sorprendió con su aspecto :

-Abuelita, qué ojos más grandes tienes, dijo la niña extrañada.

-Son para verte mejor.

-Abuelita, abuelita, qué orejas tan grandes tienes.

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-Son para oírte mejor.

-Y qué nariz tan grande tienes.

Es para olerte mejor.

-Y qué boca tan grande tienes.

¡Es para comerte mejor!.

Caperucita empezó a correr por toda la habita-ción y el lobo tras ella.

Pasaban por allí unos cazadores y al escuchar los gritos se acercaron con sus escopetas y sus cuchillos de caza. Uno de ellos le dió un golpe muy fuerte al lobo feroz en la cabeza y el lobo cayó al suelo desmayado. El cazador cogió su cuchillo y le abrió la panza al lobo sacando a la abuelita de Caperucita, que aún estaba viva y para darle un escarmiento al lobo le lleno la barriga de piedras y le volvió a coser la barriga. Después de esto se fueron apresuradamente de allí.

Al cabo de un rato el lobo despertó y sin-tió una terrible sed y se fue corriendo al rio a beber agua pensando que la pesadez de su barriga era por la abuela de Cape-rucita.

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Al cabo de un rato el lobo despertó y sintió una terrible sed y se fue corriendo al rio a beber agua pensando que la pesadez de su barriga era por la abuela de Caperucita. Al acercarse a la orilla, la barriga le pesaba tanto tantísimo que se tambaleó y cayó al agua, ¡ y se ahogó !.

Caperucita después de este susto aprendió la lec-ción y núnca jamás volvió a desobedecer a su mamá.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado.

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El Chícharo y la Princesa

Una tarde hubo una terrible tormenta con truenos y relámpagos, y una lluvia que caía torrencialmente.

Había una vez un príncipe que quería casarse con una princesa, pero ella tenía que ser una ver-dadera princesa. Entonces viajó por el mundo para encontrar una. Hablan muchas princesas, pero él no estaba nunca seguro si realmente eran prince-sas de verdad. Siempre habla algo raro con ellas. Por último regresó a casa muy infeliz porque no pudo encontrar lo que buscaba.

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¡Era espantoso! De repente, se sintió un fuerte golpe en la puerta del castillo y el rey se apresuró a abrir. Ahí en la entra-da habla una princesa. ¡Pero que facha! Estaba empapada. El agua caía desde su cabello y sus ropas; corría hasta lo alto de sus zapatos y salía por los dedos de sus pies. No obstante, ella insistía en que era una verdadera princesa.“¡Pronto nos enteraremos!” pensó la rei-na, mirando a la desordenada niña. Sin embargo, no dijo nada y fue a preparar un dormitorio para la inesperada visi-ta. Sacó toda la ropa de cama y puso un chícharo en la base de la cama. Después tomó veinte colchones y los puso sobre el chícharo, luego tendió veinte colchas de plumas sobre ellos.Después, la reina le enseñó a la prince-sa donde iba a pasar la noche y la niña se subió muy agradecida. A la mañana siguiente el rey y la reina le preguntaron cómo había dormido.“¡Oh, terriblemente mal!” dijo ella, “¡No cerré mis ojos en casi toda la noche! Sabrá Dios que había en la cama. Había algo muy duro, y ahora estoy todamoreteada.”

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Con esta respuesta la reina supo que era una ver-dadera princesa. Solo una princesa podría ser tan sensible para sentir un chícharo a través de los veinte colchones y las veinte colchas.

Finalmente el príncipe había encontrado una ver-dadera princesa, con quien se casó, y el chícharo fue depositado en el museo donde hoy todavía se puede ver —si no ha sido robado.

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Un día, por encargo de su abuelita, Ade-la fue al bosque en busca de setas para la comida. Encontró unas muy bellas, gran-des y de hermosos colores llenó con ellas su cestillo.-Mira abuelita -dijo al llegar a casa-, he traído las más hermosas...¡mira qué bonito es su color escarlata! Había otras más arrugadas, pero las he dejado. -Hija mía -repuso la anciana-

LA FALSA APARIENCIA

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Esas arrugadas son las que yo siempre he recogido. Te has dejado guiar por las y apariencias engaño-sas y has traído a casa hongos que contienen vene-no. Si los comiéramos, enfermaríamos; quizás algo peor... Adela comprendió entonces que no debía dejarse guiar por el bello aspecto de las cosas, que a veces ocultan un mal desconocido.

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EL CEDRO VANIDOSO

Erase una vez un cedro satisfecho de su hermosura.Plantado en mitad del jardín, supera-ba en altura a todos los demás árboles. Tan bellamente dispuestas estaban sus ramas, que parecía un gigantesco cande-labro. Si con lo hermoso que soy diera además fruto, se dijo, ningún árbol del mundo podría compararse conmigo.

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Y decidió observar a los otros árboles y ha-cer lo mismo con ellos. Por fin, en lo alto de su erguida copa, apunto un bellísimo fruto.

Tendré que alimentarlo bien para que crezca mucho, se dijo. Tanto y tanto creció aquel fruto, que se hizo demasiado grande. La copa del cedro, no pudiendo sostenerlo, se fue doblando; y cuando el fruto madu-ro, la copa, que era el orgullo y la gloria del árbol, empezó a tambalearse hasta que se troncho pesadamente. ¡A cuantos hombres, como el cedro, su de-masiada ambición les arruina!

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La liebre y la tortuga

En el mundo de los animales vivía una liebre muy orgullosa y vanidosa, que no cesaba de pregonar que ella era la más veloz y se burlaba de ello ante la lentitud de la tortuga.

- ¡Eh, tortuga, no corras tanto que nun-ca vas a llegar a tu meta! Decía la liebre riéndose de la tortuga.

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Un día, a la tortuga se le ocurrió hacerle una inusual apuesta a la liebre:

- Estoy segura de poder ganarte una carrera.- ¿A mí? Preguntó asombrada la liebre.- Sí, sí, a ti, dijo la tortuga. Pongamos nuestras apuestas y veamos quién gana la carrera.La liebre, muy ingreída, aceptó la apues-ta.

Así que todos los animales se reunieron para presenciar la carrera. El búho seña-ló los puntos de partida y de llegada, y sin más preámbulos comenzó la carrera en medio de la incredulidad de los asis-tentes.

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Astuta y muy confiada en si misma, la liebre dejó coger ventaja a la tortuga y se quedó ha-ciendo burla de ella. Luego, empezó a correr ve-lozmente y sobrepasó a la tortuga que caminaba despacio, pero sin parar. Sólo se detuvo a mitad del camino ante un prado verde y frondoso, donde se dispuso a descansar antes de concluir la carrera. Allí se quedó dormida, mientras la tortuga siguió caminando, paso tras paso, lenta-mente, pero sin detenerse.

Cuando la liebre se despertó, vio con pavor que la tortuga se encontraba a una corta distancia de la meta. En un sobresalto, salió corriendo con todas sus fuerzas, pero ya era muy tarde: ¡la tortuga había alcanzado la meta y ganado la carrera!

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Ese día la liebre aprendió, en medio de una gran humillación, que no hay que burlarse jamás de los demás. También aprendió que el exceso de confianza es un obstáculo para alcanzar nuestros objetivos. Y que nadie, absolutamente nadie, es mejor que nadie

Esta fábula enseña a los niños que no hay que burlarse jamás de los demás y que el exceso de confianza puede ser un obstá-culo para alcanzar nuestros objetivos.

Si conoces alguna otra fábula para niños y quieres compartirla con nosotros y los demás padres, estaremos encantados de recibirla.

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Este libro se termino de redactar

el mes de mayo de 2016.Maria Isabel Ibáñez

Barranquilla/Colombia

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