31087529-Arthur-Rimbaud-Una-Temporada-en-el-Infierno.pdf

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  • Arthur Rimbaud

    Una temporada en el infierno,Una temporada en el infierno,

    seguido deseguido de Iluminaciones,Iluminaciones,

    seguido deseguido de Cartas del videnteCartas del vidente

    Introduccin, traduccin y notas de Ramn BuenaventuraIntroduccin, traduccin y notas de Ramn Buenaventura

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    INTRODUCCIN

    Desmontar la leyenda Antoine Adam 1 abre con este prrafo su introduccin a las obras completas de Arthur Rimbaud: Aunque estn hoy de moda ciertas teoras que propugnan lo contrario, toda poesa autntica es en primer lugar la obra de un hombre, traduccin de su visin del mundo, expresin de las fuerzas profundas que lo habitan. No comprenderemos la obra de Rimbaud si nos equivocamos en cuanto al hombre que ste fue en verdad, si damos por buenas las ridculas imgenes que en ocasiones se nos han transmitido. El erudito, pues, desea que su queja conste ya en el lindar de su estudio: hay que desguazar la leyenda rimbaldiana para entender a Rimbaud, hay que prescindir de las fogosas biogra-fas compuestas por romnticos aficionados, hay que expurgar los numerossimos libros en que se interpretan sus escritos por la va de la vehemencia ms caprichosa, sin consideracin de ninguna herramienta objetiva. Adam tiene razn indiscutible en casi todos los pormenores de su abrumador trabajo sobre Rimbaud. Tambin en este punto. Primero, claro, por lo evidente: la vida moldea la obra, aunque slo sea porque la vida, al ser experimentada, suminis-tra al poeta los ingredientes de la creacin. Pero hay autores cuya biografa importa poqusimo, a efectos de lectura, y otros cuya valoracin cambia por completo cuando se conocen los datos vitales. Es decir: hay autores con mucha ms biografa que bibliografa, y al revs. Entre nosotros, ahora mismo, te-nemos poetas cuyos versos cambian por completo a la luz de sus condiciones existenciales (p.e., Leopoldo Mara Panero) y poetas cuyos versos no guardan relacin alguna con la vida de nadie. Rimbaud es un caso intermedio, por la percutora fuerza de sus escritos. stos pueden leerse (as lo hice yo, a los diecisiete 1 Arthur Rimbaud, Oeuvres compltes (Pars, Gallimard, Bibliothque de la Pliade, 1972), edicin fijada, presentada y anotada por Antoine Adam. Es, por el momento, la edicin cannica de las obras de Arthur Rimbaud. Ninguna otra puede comparrsele en seriedad ni, desde luego, en aparato cientfico.

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    aos) desde la ms ingenua ignorancia, sin dato objetivo al-guno, para encontrarse de pronto zarandeado en un torbellino de ritmos e imgenes, de sensaciones y smbolos que uno per-cibe como experiencia propia, protagonizndolos e incluyn-dolos en la reserva personal de memoria. A mi placer y pare-cer, no hay lectura mejor de Rimbaud. Si alguien, con este li-bro en las manos, anda ahora mismo por estas lneas y no sabe quin fue Arthur Rimbaud, ni qu significa para tantos, ni por qu, ni en qu consiste su aportacin, etctera, slgase del pre-facio incontinenti. (Entindase, incluso, que la palabra incon-tinenti marca una especie de rasero. No todos los que no la conocen estn en condiciones de leer a Rimbaud con la cabeza inocente. Pero todo el que sepa su significado en se-guida est ya en niveles de esoterismo cultural que lo sitan en otro tipo de lectura. En otros goces.) Poeta maldito, maldito poeta La lectura teida de nuestro poeta se viene practicando desde el primer momento. Cuando Paul Verlaine publica Les Potes maudits (1884), dando a conocer una seleccin de la obra de Rimbaud en un ambiente potico dispuesto a emborra-charse con ella, Monsieur Rimbaud est en Aden y es un joven parado de treinta aos y escribe a casa: La vida aqu es, por consiguiente, una verdadera pesadilla. No vayis a pensar que me lo estoy pasando bien. Lejos de ello: incluso me ha pare-cido siempre que es imposible vivir de manera ms penosa que yo. Slo su madre y su hermana Isabelle conocen el paradero del poeta, y guardan el secreto con toda la avaricia y con toda la cazurrera campesina que Arthur detest en la adolescencia. Tan despistados andaban todos, lectores y sabios crticos, que dos aos ms tarde, en 1886, Gustave Kahn publica Illumina-tions y otros poemas (en la revista La Vogue, rgano de los simbolistas), como obra del difunto Arthur Rimbaud. (Las referencias biogrficas son aqu meros apuntes. Para entrar en ellas con ms detalle, vase Arthur Rimbaud - Esbozo biogrfico, libro que, como ste, tambin puede descargarse de mi pgina de homenaje a Rimbaud.) An no estn en marcha las leyendas posteriores, pero s se

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    ha insertado ya la piedra angular de todas ellas. Verlaine ha incluido a Rimbaud en el censo de los poetas malditos. Y no hay palabra ms ambigua que sta, maldito, para definir a un poeta. Cuando omos hablar de poetas malditos, pensamos en genios ignorados por la sociedad en que vivan o viven, por la accin negativa de algn factor no literario (mal comporta-miento, escndalos, desprecio de las normas). En el caso de Rimbaud, esto falla. El joven poeta es aclamado desde el pri-mer momento, nada ms poner pie en Pars (vase Esbozo bio-grfico, ao 1871). Nadie, ni sus peores enemigos, le niega el talento. sencillamente: no se acepta su conducta, y esta no aceptacin, que en principio no basta para acarrear el des-precio de su obra, acaba por imponerse a lo literario. Arthur Rimbaud es un nio de provincias que llega a Pars el 10 de septiembre de 1871, al cobijo de Paul Verlaine. Su primera experiencia es el xito tumultuoso: lee Le Bateau ivre a los postres de un banquete, y los comensales, entu-siasmados, lo llevan a hombros hasta el estudio de un fot-grafo de famosos, para que lo inmortalice. A finales de di-ciembre del mismo ao, Arthur Rimbaud es expulsado de otro banquete de la misma pia de poetas, y a la salida ataca a un par de colegas con su bastn de estoque. Nunca ms se le abrir ninguna puerta en Pars. Le sobr un cuatrimestre para hacerse intolerable. Sus desaguisados estn recogidos en el Esbozo biogrfico. Resumamos aqu: se la con Verlaine, destrozando un matri-monio muy bien visto en sociedad (porque haba servido para que Paul sentara un poco la borracha cabeza), no abre la boca ms que para insultar, va asquerosamente vestido, bebe absintia a morro y porrillo, llega a las manos en cuanto le so-plan la ms mnima paja. Esto, en el periodo septiembre-diciembre 1871. Luego, tras una estancia en el pueblo (desterrado por ulti-mato de Matilde Verlaine, la mujer de Paul), vuelve a Pars y se fuga con su amigo. Bruselas, Londres, trifulcas continuas, arrepentimientos peridicos de Verlaine, de nuevo Bruselas, una habitacin de hotel, otra pelea de achares, y Paul, tras sa-car la pistola con que haba adornado su teatrera intencin de

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    suicidio, le pega un tiro a Rimbaud. Es en la mueca, no tiene importancia, pero por confusos considerandos legales a Verlaine le cuesta dos aos de prisin. Poco, en realidad, por-que se recupera. A Rimbaud el incidente le cuesta la vida, o por lo menos un atroz derribo del que nunca se recuperar como poeta. Tras la miserable desventura bruselense, todava cree que su genio puede salvarlo. Primero convence a su madre de que publicar un libro lo puede restituir al mundo de las personas respeta-bles. Luego, se encierra en el pueblo y prepara (pule, estruc-tura) Una temporada en el infierno. El libro, en edicin de autor pagada por la viuda Rimbaud, se imprime en Bruselas. Pero vase en Esbozo biogrfico lo que luego ocurre: la obra no llega ms que a seis personas, y la opinin pblica que tanto contaba ni se entera del intento. Rimbaud empieza a huir. Muy seor mo y querido poeta Hasta su muerte, quince aos ms tarde, la leyenda queda donde l la dej, con el sanmaldito que le cuelga Verlaine. Slo Delahaye compaero de colegio y amigo, Verlaine y cuatro ms estn al corriente de sus chischases viajeros ante-riores al asentamiento en frica. Tras Potes maudits, el so-neto Voyelles vocales se constituye en colorida pan-carta de un renovado modo de entender la poesa. Visto el xito, Gustave Kahn publica Iluminaciones, y ya no hay quien frene la devocin por Rimbaud. Tanta, que empiezan a surgirle imitadores por todas las revistillas de stano. Algunos, los ms atrevidos, llegan a firmar con su nombre. No sabemos hasta qu punto conoca Rimbaud este xito literario suyo. Consta, desde luego, que en julio de 1890 le llega esta carta: Muy seor mo y querido poeta: He ledo alguno de sus hermosos versos y ni que decir tiene que me sentira feliz y orgulloso de ver al jefe de filas de la escuela decadente y simbolista colaborar en La France Mo-derne que dirijo. Sea, pues, de los nuestros.

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    Muchas gracias por anticipado, y simpata admirativa. El querido poeta, en su almacn de productos coloniales de Harar, no se molest en contestar 2. Es porque aquella fe-chas cuando pronuncia una de las frases que la tradicin le atribuye, una de las ms fulminantes. Alguien le pregunta so-bre sus poemas de juventud, y l replica: Eran enjuagaduras! No eran ms que enjuagaduras! De modo que ya no quiso saber nada de las Letras. Slo del dinero. La leyenda del hroe Rimbaud era ya famoso en 1901, cuando el bibliotecario belga Lon Losseau encontr la tirada entera de Una tempo-rada en el infierno en los almacenes de la imprenta. Qu valor no tendran los seis ejemplares hasta entonces localizados, que Losseau mantuvo escondido su hallazgo hasta 1915, para no perjudicar demasiado a los colegas de bibliofilia que posean otros ejemplares de tal joya. Porque ya est en desfile la gran cabalgata legendaria. Sur-gen, por todas partes, testimonios incomprobables. Cada cual aventura sus hiptesis. A pesar de la casi frentica oposicin de Isabelle Rimbaud (que consagra su vida a combatir todo intento de profanar la santa memoria de su santo hermano, llegando incluso a entorpecer en todo lo posible la publicacin de su obra), circulan hermosas consejas. El pretendiente de Isabelle, Paterne Berrichon, se considera obligado a escribir la hagiografa oficial, demostrando que Arthur Rimbaud pecaba bastante menos de lo que se deca; que, adems, se haba arre-pentido totalmente; y que haba muerto en el seno del Seor. Pero no slo fue intil, sino tambin contraproducente. Las campaas de santificacin de Rimbaud contenan verdades, porque Isabelle haba reunido una considerable cantidad de datos sobre su hermano. Pero cometieron el error de negar en bloque, incluso lo ms obvio y demostrado, lo que saban de-masiadas personas, y con ello anularon toda su credibilidad. Se 2 La carta, no obstante, apareci entre sus papeles. Por lo menos la conserv, quiz para hacer las pertinentes comprobaciones en el viaje a Francia que planeaba en aquel momento.

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    impuso, pues, el mito biogrfico. Satanismo, por supuesto. La Cbala. Las aventuras inauditas, por todos los mares. La venta de armas. El trfico de esclavos. La sfilis. La intervencin en el destino de Etiopa. El trabajo en un circo. La vida como pe-ciero. Y, sobre todo, la participacin en la Comuna de Pars Casi todo es enteramente mentira, y todo lo es en buena parte. Cierto que Rimbaud ley libros satnicos y cabalsticos (como todo el mundo, en su poca y en la nuestra, supongo), pero en su obra apenas puede detectarse alguna leve alusin a tales textos. Cierto que hay en su vida algunos viajes por mar, uno de ellos, s, extraordinario. Cierto que vendi o intent vender armas a Menelik, que luchaba entonces por alcanzar el trono etope, pero la primera vez se arruin y la segunda gan lo justo quiz para montar una tiendecita en Harar. Falso, casi con toda seguridad, que padeciera sfilis, que interviniera en la alta poltica etope, que trabajara en un circo, que viviera de restos de naufragios en ninguna parte. Y falso, falssimo vital, por tanto, para la leyenda que luchara en las filas de los comuneros. Falso el hroe. (Perdneseme la rotundidad con que el poco espacio me obliga a exponer estas refutaciones. Todo ello est bien docu-mentado en la edicin de Antoine Adam, e incluso en la bio-grafa de Henri Matarasso y Pierre Petitfils 3. Desgraciada-mente, dejando aparte mi escueta aportacin al tema 4, en Es-paa slo se ha publicado la romntica biografa de la irlan-desa Enid Starkie, que no se priva, a veces, de contribuir a las leyendas 5. Y es importante la falsedad del hroe, y por eso inaugura Antoine Adam su trabajo con la advertencia que aqu hemos reproducido. Por eso, tambin, escrib yo la recin aludida biografa. Hay una visin de Rimbaud que me encaja mucho mejor en sus textos y que aqu slo puedo esbozar.

    3 Henri Matarasso y Pierre Petitfils: Vie de Rimbaud (Hachette, Pars, 1962 ; no hay traduccin espaola). 4 Ramn Buenaventura, Arthur Rimbaud - Esbozo biogrfico. Hiperin, Madrid, 1985. 5 Enid Starkie, Arthur Rimbaud (Faber & Faber, Londres, 1938; Siruela, Madrid, 1990).

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    La revolucin simbolista La poesa francesa se distingue de la alemana y de la brit-nica (incluso, hasta cierto punto, de la espaola) porque en un momento determinado rompe con toda su tradicin medieval y se instala en un clasicismo intransigente. En trminos poticos, ser clsico significa reflejar en la poesa una especie de enci-clopedia de la tribu. Dicho en otras palabras: el poeta clsico presenta la realidad como debe ser, atenida a principios acep-tados por todos y ofreciendo ejemplos de cmo ser y cmo comportarse. Hablo de la Ilada, de la Odisea, de la Eneida, pero tambin, desde luego, de la parte plmbea y moralista de nuestra poesa del siglo de oro y de la prctica totalidad de la poesa que se escribe en Francia a partir del siglo XVI (de-jando con un palmo de narices la tradicin cuyas cumbres marcaron Villon y Rabelais). Cuando los hechos y la vida, lo cotidiano de los hombres, disienten demasiado de las normas oficiales poetizadas, surge la crisis. La otra tradicin de la poesa consiste en el intento de aprehender la realidad y transmitrsela al lector. Hay una vio-lenta diferencia. El poeta clsico recibe inspiracin de las Mu-sas (la voz colectiva). El poeta romntico llammosle as posee talentos especiales que le permiten no slo penetrar las ms altas y oscuras esferas del conocimiento, de la realidad, sino tambin expresarlas mediante la Belleza. Keats lo dice en dos versos definitivos: la Belleza es la Verdad, la Verdad es la Belleza eso es todo / lo que en el mundo sabes y tienes que saber 6. En Francia, la revolucin romntica del siglo XIX es verdaderamente revolucin, porque rompe con esquemas cl-sicos muy aejos. Ahora, empezando con los parnasianos, los franceses emprenden una metamorfosis de la poesa lrica que (como acabo de sealar) no habra podido darse con tanta fuerza en Alemania ni en Gran Bretaa, porque en estos pases no se haba perdido la tradicin medieval. El simbolismo, abandonando las pretensiones objetivas que cundan an entre

    6 John Keats, Ode on a Grecian Urn, vv. 49-50: Beauty is Truth, Truth Beauty, that is all / You know on earth, and all ye need to know.

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    los parnasianos, supone una vuelta a la experiencia esttica y emocional del individuo, pero evitando el sentimentalismo, la retrica, los elementos narrativos, la expresin directa de las ideas, los temas de inters pblico y poltico y toda incursin en lo didctico. Se busca expresar la sensacin, la verdad refi-nada y sublime que capta el poeta, mediante palabras mgicas (lo que Rimbaud llamaba alquimia del verbo y Baudelaire brujera evocadora). La verdad no se percibe por la razn, sino por los sentidos. Para los sentidos, pues, debe expresarla el poeta, alcanzando de modo directo el inconsciente (que en aquellos tiempos empez a denominarse as). La sintaxis nueva, combinada con las imgenes nuevas y con el simbo-lismo fontico de la musicalidad, han de generar una poesa profundamente evocadora. En el simbolismo francs influyen, sin duda, ms races ex-tranjeras que castizas: el pensamiento de Berkeley, la teora y la prctica potica de Coleridge ese Kubla Khan!, la obra de Shelley y de Keats, las ideas de Hegel, Fichte y Schel-ling, la obra de Novalis, Hlderlin. E.T.A. Hoffmann, la pro-puesta wagneriana del arte total, donde se funden msica y poesa ( la obra ms completa del poeta debe ser aquella que, en su expresin ltima, culmine en msica perfecta). No obstante, nadie pes ms en el simbolismo que el poeta nor-teamericano Edgar Allan Poe aunque no tanto por su obra como por su persistente proclamacin de la Belleza absoluta y de la poesa por amor al Arte. Charles Baudelaire Tambin hay precursores en Francia, naturalmente. Gran-des msicos de la lengua: Chateaubriand, Vigny, el propio Victor Hugo. Pero el primer gran poeta simbolista francs es Charles Baudelaire (1821-1867). Con Les Fleurs du Mal (1857), la poesa francesa se reintegra a la corriente lrica eu-ropea que tena proscrita desde el Renacimiento. Es el heros-mo de la vida moderna, la visin mtica de la ciudad (tan patente luego en varios poemas rimbaldianos), la magia de las palabras, el bosque de smbolos, la sinestesia de los senti-dos. Baudelaire aporta su percepcin del monstruo delicado

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    ese aburrimiento que plagara la vida entera de Rimbaud, el combate entre el Spleen y el Ideal, el satanismo, los para-sos artificiales, el dandismo (no muy compartido por Rim-baud, desde luego), el poema en prosa, las corresponden-cias, sus traducciones de Poe, su entusiasmo por Wagner. No cabe exagerar las influencias de Baudelaire en los tres grandes simbolistas que le siguen: Paul Verlaine (1844-1896), Arthur Rimbaud (1854-1891) y Stphane Mallarm (1842-1898). Paul Verlaine De la musique avant toute chose (msica, por encima de todo), peda Verlaine en su arte potica. Ya en su primer libro (Pomes saturniens, 1866) hay poemas donde la msica trans-mite una especie de nostalgia lnguida, donde el lenguaje se evapora, para quedar absorbido en la meloda, como bella-mente dijo Michaud. En los poemarios posteriores va asentn-dose su tcnica del verso impar (por llevar la contraria a los clsicos, que practicaban el verso de 6, 8, 10 o 12 slabas >7), mostrando que la poesa ideal ha de ser tan fugitiva e intangi-ble como el aroma de la hierbabuena y el tomillo en una ma-ana de primavera algo muy cercano al concepto de poesa pura que se preconizara en el siglo XX. Adems de su tre-menda impronta en la forma de la poesa francesa 8, hay que contar, en Verlaine, su encarnacin del smbolo de la deca-dencia. En este sentido, no est nada claro que Rimbaud aceptara sin ms las lecciones de Paul, a pesar de que ste le llevaba diez aos. Verlaine es un poeta insuperado en cuanto a la burbujeante conjuncin de msica y poesa que alcanzan algunos de sus versos. Pero su msica es mejor que sus letras. 7 Habr que advertir que los franceses cuentan las slabas mtricas al revs que nosotros. En Espaa sumamos la tona final, con lo cual resulta que un soneto me manda hacer Violante tiene once slabas, mientras en Francia je suis belle, mortels, comme un rve de pierre tiene doce slabas, en dos hemistiquios de seis. Es decir: los famosos versos impares de Verlaine seran, segn nuestro cmputo, versos pares: De la mu-sique avant toute chose (nueve en francs, diez en espaol). 8 An no repuesta de aquellos sublimes y ligeros hallazgos de Verlaine, que traducidos se quedan en nada. Les sanglots longs des violons de lautomne blessent mon cur dune langueur monotone: Los largos sollozos de los violines del otoo hieren mi corazn de una languidez montona.

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    Stphane Mallarm Stphane Mallarm fue el gran congregador de los simbolistas, el hombre que les organizaba la vida social en sus martes de la rue de Rome. Sus primeros poemas ya vibran con la influencia de Baudelaire y, por consiguiente, con el timbre simbolista. Pero es en su segundo periodo (con Hro-diade y Laprs-midi dun faune, por ejemplo) donde se le va asentando el estilo: una compleja msica verbal, combinada con un sistema de imgenes no menos complejas. Estas carac-tersticas se condensan en el tercer periodo, hasta situar la obra a una distancia casi inaccesible al intelecto del lector. Pinsese, por ejemplo, en Un coup de ds jamais nabolira le hasard. Mallarm puede considerarse el ms difcil de los buenos poetas franceses, sin duda alguna 9. El ideal, a fin de cuentas, no tiene palabras, es como un cisne blanco atrapado en el hielo de un lago. Mon art est une impasse, dijo l mismo a Louis le Cardonnel : mi arte es un callejn sin salida No afirme-mos, sin embargo, que no se empeara en encontrar la salida. Lo intent por todos los medios, incluyendo la composicin tipogrfica y el montaje del texto en formas caligramticas, para acercarse lo ms posible a la expresin del ideal esttico tan por dems metafsico. Nombrar un objeto es eliminar tres cuartas partes del gozo del poema, que consiste en la feli-cidad de ir adivinando poco a poco; sugerir el objeto: ese es el sueo Ciertos crticos han hallado huellas hegelianas en Mallarm, pero, en general, las ideas que hay en sus versos no estn ah para ser comprendidas, sino para acuciar los brotes de la intuicin. Copio en francs un texto suyo que lo define ms all de cualquier otro anlisis (renuncio a traducirlo, por-que es imposible): Je dis: une fleur! et, hors de loubli o ma voix relgue aucun contour, en tant que quelque chose dautre que les calices sus, musicalement se lve, lide mme et suave, labsente de tout bouquets.

    9 La precisin no es intil, porque ser malo y difcil est al alcance de cualquiera.

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    Rimbaud simbolista En primer lugar, tengamos presente que el poeta repudia la poesa cuando an no ha cumplido los veintids aos (si aceptamos que algn poema de Iluminaciones puede estar es-crito despus de la correra por Java) 10. El joven Rimbaud, a pesar de su fantstica precocidad, an no ha tenido tiempo de alcanzar la madurez ni, por supuesto, de contrastar sus ideas con la vida real. Y, de pronto, en ademn de desprecio que ha contribuido ms que ningn otro factor a la configuracin de su mito, el hombre que desde siempre se so poeta se trans-forma en puro y simple emigrante en busca de trabajo y for-tuna. Es demasiado cambio y demasiado de prisa. Cabe figurarse, en principio, que su propia precocidad le jug una mala pa-sada. Es lo malo del talento: puede convertir en realidad las ensoaciones. Rimbaud soaba con ser un famoso y campa-nudo poeta, como suean (soaban!) otros nios de su edad. El provincianito quera plantarse en Pars, y fascinar a todo el mundo, y codearse con los grandes, y ocupar algn silln de la Academia. Naturalmente, para encebadar el sueo, lee y es-cribe poesa. Hasta aqu, nada que lo distinga de cualquier otro chaval de su edad y condicin. La diferencia, insisto, est en el talento. Yo, a los diecisis aos, escrib tiernas tonteras, y para consolidar los sueos he tenido que seguir poetizando hasta ahora, con medio siglo en los lomos. l, a los diecisis aos, escribi Le Bateau ivre. (Conste al lector, por si no le consta, que no hablamos de un poema cualquiera, sino de uno de los ms memorables del siglo XIX francs, lo que es tanto como decir de toda la literatura en lengua francesa.) Vidente desarreglado La precocidad, sin embargo, padece el estorbo de no ser integral. La parte no-poeta de Rimbaud no estaba en condicio-nes de digerir sus enormes logros artsticos. En primer lugar, las nuevas teoras romntico-simbolistas, que l recoge y ex-

    10 Creo yo. Otros sitan el abandono a los diecinueve aos.

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    presa en sus dos Cartas del vidente 11, son poco compatibles con la vida cotidiana, como cualquier poeta maduro sabe bien. Rimbaud pretende vivirlas y, adems, las retoca al alza. Por el momento, escribe a Izambard, lo que hago es encanallarme todo lo posible. Por qu? Quiero ser poeta y me esfuerzo en hacerme Vidente: usted no lo comprender, y yo apenas sabr explicrselo. Se trata de alcanzar lo desconocido por el desarreglo de todos los sentidos. Los padecimientos son enormes, pero hay que ser fuerte, haber nacido poeta, y yo me he dado cuenta de que soy poeta. No es en modo alguno culpa ma. Es errneo decir: Yo pienso; debera decirse: me pien-san. La nocin del poeta como vidente no es nueva aunque s novedosa en el contexto francs. El poeta, ser dotado de una capacidad de visin que le conceden los dioses (la naturaleza, la educacin, los genes; prefiera cada cual), extrae la verdad de las esencias ms inaccesibles y la comunica a los dems mor-tales por lo general mediante palabras de Belleza. Bien. Es el viejo problema que se plantea en La repblica, la razn de que los poetas tuvieran que perder todos sus privilegios (hasta la ciudadana) en la polis de Platn. A la verdad prctica no se llega por la copia (mimesis) de la realidad, sino por me-dio de los imprescindibles procesos de abstraccin que general la Idea. La poesa, pura sensacin, pura copia, pura enumera-cin casustica sin abstraer (el conjunto de las cosas bellas no es la Belleza, en el sentido platnico), debe proscribirse como va de conocimiento 12. El poeta romntico, en cambio, cierra los ojos a la montaa de pruebas que la ciencia le acumula ante la razn, para decidir, artsticamente, que slo la poesa puede aprehender la verdad. Y no por la copia de la realidad, sino por la visin directa de que goza el vidente. (Aunque esta visin

    11 Carta a Georges Izambard de 13 de mayo de 1871, desde Charleville. Carta a Paul Demeny de 15 de mayo de 1871, desde Charleville. Ambas estn incluidas en este libro. 12 Como demuestra Eric A. Havelock en un esplndido libro que tuve la suerte de tradu-cir al castellano (Preface to Plato, Harvard University Press, 1965; Prefacio a Platn, Madrid, Visor Distribucin), lo que Platn pretenda era, sobre todo, lograr que la cul-tura griega pasase de la enciclopedia oral, confiada a la memoria e incapaz de abs-traccin (la poesa pica), a la cultura escrita. De ah su rechazo de los poetas: no como lricos, sino como portavoces de la ley y el conocimiento.

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    directa suponga una molesta concesin a Platn: qu puede ser lo que ve el poeta, sino la Idea de las cosas? Y de dnde sale esa Idea? De dnde sale la rosa que no est en ningn ramo, como deca Mallarm? O la crea Dios, o la crea la Mente, abstrayndola de la realidad objetiva. Ah radica la ms desalentadora contradiccin del Romanticismo, porque no hay nada menos conciliable que la Religin o la Filosofa y la Poe-sa. Poco se menciona, en cambio, la solucin que consistira en reivindicar para el poeta la capacidad de abstraer de las co-sas, en vez de realidad, sensaciones.) Rimbaud, en su furia juvenil, aade a esta nocin del vi-dente un requisito no tan ilgico como parece a primera vista, pero s invivible: El primer objeto de estudio del hombre que quiere ser poeta, escribe en la segunda carta, es su propio conocimiento, completo; se busca el alma, la inspecciona, la prueba, la aprende. Cuando ya se la sabe, tiene que cultivarla; lo cual parece fcil: en todo cerebro se produce un desarrollo natural [] Pero de lo que se trata es de hacer monstruosa el alma: a la manera de los comprachicos, vaya! Imagnese un hombre que se implanta verrugas en la cara y se las cultiva. Digo que hay que ser vidente, hacerse vidente. El poeta se hace vidente por medio de un largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos. Todas las formas de amor, de sufrimiento, de locura; busca por s mismo, agota en s todos los venenos, para no quedarse sino con sus quintae-sencias. Inefable tortura en la que necesita de toda la fe, de toda la fuerza sobrehumana, por la que se convierte entre todos en el enfermo grave, el gran criminal, el gran maldito, y el supremo Sabio! Porque alcanza lo desconocido! Porque se ha cultivado el alma, ya rica, ms que ningn otro! Alcanza lo desconocido y, aunque, enloquecido, acabara perdiendo la inteligencia de sus visiones, no dejar de haberlas visto! Que reviente saltando hacia cosas inauditas o innombrables: ya vendrn otros horribles trabajadores; empezarn a partir de los horizontes en que el otro se haya desplomado. Lo que est dicindonos Rimbaud, aqu, es pura lgica adolescente. Si la expresin de lo potico ha de lograrse por los sentidos mezclados, tambin la percepcin tendr que des-

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    ajustarse. Ah est el problema, ah est la diferencia trgica con Mallarm, con el propio Verlaine, con el maestro Baude-laire. Los otros desean controlar absolutamente la creacin de su poesa. Rimbaud, que posee demasiado talento y demasiado fcil, cree que puede lanzarse al torbellino de todos los des-arreglos sensuales, abandonar los mandos, permitir que su vida y su obra se mezclen en un fenomenal monumento a su genio. El horrible trabajador, identificado con todos los excesos de la vida, producir naturalmente la mejor poesa. El razonamiento, claro, cae por su base, porque es evidente que el desarreglo previo de los sentidos (previo a la escritura) tarde o temprano impedir o deteriorar irreversiblemente la escritura. Rimbaud, persuadido por su propio genio, se lanza en Pars a todos los desarreglos, a todas las formas de amor, de sufrimiento, de locura. Podemos conceder, incluso, que poseyera el carcter suficiente para superar semejantes orda-las. No previ, sin embargo, que la sociedad no iba a tolerarle tanta infraccin de las normas, fuese cual fuese el tamao de su talento. Como ya he contado, el impacto en Pars del primer poema que lee en pblico es sencillamente esplndido. Le Bateau ivre, con sus ritmos quebrantados, sus alucinadas des-cripciones de la tierra y del mar, sus colores brillantes, su al-ternancia de violencia y tranquilidad, su simbologa de crea-cin del mundo, su mezcla de frescura y apocalipsis, su capa-cidad de transmisin de sensaciones casi palpables, a pesar del aparente caos de formas, es no solamente una obra magistral, sino una obra que todo el mundo, casi cualquier lector, percibe inmediatamente como magistral. Tiene la sencilla eficacia del genio: uno se pregunta cmo es posible que todos los poetas no escriban as. No, no escribimos as. Ni siquiera Rimbaud escribe as to-dos los das. El otro poema famossimo de esta fase simbolista retocada al alza, el llamado Soneto de las vocales, es un intento ms metdico de aplicar el desarreglo de los sentidos a la expresin potica otorgando, incluso, colores a las voca-les, pero no se transmite al lector con la misma facilidad, y varias de sus imgenes resultan triviales o rebuscadas. Y los ejemplos que Rimbaud incorpora a sus cartas del vidente tie-

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    nen momentos de alta genialidad, pero todos ellos, como poe-mas, padecen de una artificialidad reida con el principal re-quisito del desarreglo de los sentidos, que debera ser lo na-tural, porque el desarreglo reside en el estado natural o incons-ciente del hombre. Vidente iluminado En su segunda fase potica, tal vez por influencia de Ver-laine y, desde luego, por acosos de la vida, Rimbaud trata de volver al redil simbolista ms riguroso, olvidndose un tanto de los desarreglos. Una temporada en el infierno (que yo creo anterior a Iluminaciones) supone una explicacin de los peca-dos poticos y vitales recin vividos, pero vuelve a pecar contra la teora simbolista por exceso de elementos narrativos en el texto. No obstante, ya estamos a leguas de la alquimia del verbo. Ahora se trata, por el contrario, de controlarse. El control ptimo, la mxima calidad genial de Rimbaud, podra haberse alcanzado en Iluminaciones, si el poeta hubiera trabajado el libro. Como luego veremos, Iluminaciones se pu-blica sin intervencin de Rimbaud, a partir de notas y esbozos. Algunos de los poemas en prosa que el volumen contiene son tan extraordinarios, que la poesa actual an no ha terminado de apreciarlos en todo su alcance. Otros, en cambio, no son tan buenos. Y alguno resulta, fuerza es admitirlo, francamente flojo. De todas formas, lo que destruye a Rimbaud, insisto, es el desequilibrio de sus talentos. Era torpe para la vida y genial para la escritura. Crey que su poesa le granjeara la acepta-cin y el perdn de todos sus admiradores. Y se equivoc. Absolutamente moderno Era, como l recomendaba, absolutamente moderno. No ha dejado de serlo, hoy. No slo en sus versos, sino tambin en sus ambiciones. Quera el triunfo, quera que sus normas se impusieran, que la vida se transformase, que la revolucin del Arte fuese una revolucin de la Vida. Quera ser jefe en un mundo nuevo. Viendo que no lo lograba, se march a un mundo aparte.

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    Pero, cuidado, lo suyo es un cambio de va, no de destino principal. Cuando se marcha a frica, lo que pretende es vol-ver en triunfo, millonario, dominador. Pone en tal objetivo la misma obcecacin que en la poesa e idntica tendencia a no saber convivir con provecho. En el campo literario, su fra-caso se debe a la mala conducta. En el comercial, a la buena: carece de la necesaria dureza, del instinto asesino que caracte-riza al comerciante victorioso. Se pasa las cartas lamentndose o soando redenciones imposibles. Encima, tiene mal fario, porque los proyectos se le hunden por golpes de feroz infor-tunio. Ya s que este Rimbaud blando y derrotado, simplemente trabajador y sin talento para el negocio, es la anttesis de su leyenda de duro aventurero. Qu vamos a hacerle. Cambi la condicin de poeta genial por la de trabajador abnegado. No consigui el xito por ninguno de los dos caminos, quiz por-que no supo quedarse en poeta abnegado. Pero cumpli con todos los xitos en el campo que quiso despreciar. Si lo hubiese sabido, si alguien le hubiese garantizado que esta vez iba en serio, que su gloria en las letras no poda estropearse por ninguna mala reputacin, habra vuelto a ua de caballo desde el Harar a Pars. Ms moreno y un poco menos adolescente. Pero no se convenci de que as fuera. Recomendacin final De todas formas, recomiendo lo que ya he sugerido al principio. Es verdad lo que dice Antoine Adam, que la leyenda de Rimbaud puede alterar su lectura objetiva. No obstante, reconozcamos para siempre, sin ms discusio-nes, el derecho a la lectura subjetiva y, por consiguiente, a todas las leyendas que cada cual apetezca. Los dos libros que vienen a continuacin, ms las dos cartas del vidente, pueden constituir una experiencia literaria inolvidable en todos los ni-veles en que el lector se site. Para m lo fueron, cuando no saba casi nada. Y vuelven a serlo ahora, cuando lo s casi todo mal. De modo que lea usted y no se preocupe de nada.

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    Nota breve sobre Una temporada en el infierno

    Ya en mi primera edicin de este libro renunci a todas las in-terpretaciones. Queden para el lector y gcelas. Puede ser de curiosidad y provecho, sin embargo, algn co-mentario sobre la fecha de redaccin y el texto de Una tempo-rada en el infierno.

    Fecha Los especialistas otorgan erudita (vital) importancia a la de-terminacin del periodo en que Arthur Rimbaud escribi Una temporada en el infierno. Tambin los bigrafos con Isabelle Rimbaud a la cabe-za, porque si Temporada es posterior a Iluminaciones queda demostrado que el autor se arrepinti de todos sus pecados, como prolegmeno de la contricin profunda que lo llevara, poco antes de morir, al sacramento de la confesin. El caso, sin embargo, es que Rimbaud fech el libro sin duda alguna, y que la fecha dice: abril-agosto 1873. No cabe discutir con el autor a este respecto, aunque mienta o falsee los datos. El autor elige sus fechas. Hay tres posibilidades: 1) Que Una temporada est de veras escrito entero en el periodo abril-agosto de 1873. Bastar con echar un vistazo al Esbozo biogrfico, para comprender que este periodo es el ms conflictivo de la vida juvenil de Rimbaud. Hay, al principio, una estancia en Roche, en la finca familiar, pero en seguida vienen los viajes a Londres, las peleas con Verlaine, las cartas irritadas o celosas o enloquecidas, los telegramas de socorro, el aviso de suicidio, el tiro en la mueca, la crcel para Verlaine. Puede uno escribir mientras se le desploman encima todas las tensiones del universo? Puede. Pero el texto lleva un tono general de cosa resuelta que se concilia mal con la redaccin en plena crisis. 2) Que Una temporada est escrito entero en algn otro momento, que los estudiosos eligen como mejor cuadra a sus personales teoras. Ninguna hiptesis se sostiene en pruebas medianamente aceptables. 3) Que ni una cosa ni otra:

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    En mayo de 1873 hay una carta de Rimbaud a Delahaye en que el autor afirma, sin duda alguna, que est trabajando en unas pequeas historias en prosa, como base para un futuro libro pagano o negro. Ello, con buena voluntad, demuestra que Mala sangre primera parte de Una temporada es anterior a la crisis, porque en l se hace abundante empleo de las nociones de paganismo y estado salvaje. Pero seguimos in albis en lo tocante al resto del libro. Tiendo a creer que Rimbaud, apresurado por la idea de que necesitaba publicar un libro para fraguar su reputacin litera-ria, tir en aquel momento de todo lo que tena, para montar Una temporada en el infierno. Unos poemas pueden haber sido escritos en el periodo fijado por el autor, pero otros, en cambio, proceden sin duda alguna de un tiempo anterior y, me parece, corroboran mi hiptesis con su mera presencia: me re-fiero a todo el material en verso que Rimbaud cita en Alqui-mia del verbo, utilizando de modo muy hbil, para dar lomo al libro, unos poemas demostradamente fechados con anterioridad. Estaba bien resumido en mi edicin de 1982: Cualquiera que conozca desde dentro la forma de trabajar de un escritor comprender que el dato carece, en realidad, de significado: los textos ms antiguos pueden incluirse, retocados o no, en una estructura nueva, que es la que da sentido al conjunto. Yo apuesto por eso, sin ms datos que los expertos, pero conven-cido: Rimbaud rene en Una temporada en el infierno todos los textos vlidos que escribi entre mayo y agosto de 1873 [o algo antes, enmiendo ahora]; efecta el montaje definitivo, poco antes de llevarlo a imprenta; aade, suprime, corrige hasta el ltimo momento, y el libro, en su totalidad, es resul-tado del estado de nimo en que se encontraba el autor a fina-les de verano, despus de la ruptura [con Verlaine]. Poco im-porta cundo fuera redactado por primera vez cada fragmente, porque lo que impone carcter es la decisin final. Texto No hay problemas de fijacin de texto en Una temporada en el infierno, porque se trata de la nica obra de Rimbaud pu-

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    blicada bajo supervisin del autor, y no parece presentar erra-tas considerables. La impresin se efecta en J. Poot et Cie., 37 rue Aux Choux, Bruselas, inicindose en septiembre de 1873. Rimbaud corrige pruebas a finales de octubre y poco des-pus se desplaza a Bruselas, donde recoge algunos ejemplares de autor. Luego, como ya hemos indicado en otro punto de esta introduccin, la tirada entera queda en los almacenes de la im-prenta. Isabelle Rimbaud sostuvo, hasta que las pruebas la des-mintieron, que su hermano la haba quemado. Esta traduccin esta hecha, naturalmente, a partir del texto de Bruselas.

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    Nota breve sobre Iluminaciones

    Composicin No nos consta que Iluminaciones existiera alguna vez en la mente de Rimbaud. Hay garantas de que l escribi los poe-mas, aunque stos se conserven en manuscritos sueltos, copia-dos por distintas personas; Pero tuvo su autor la voluntad de componer con ellos una obra unitaria, que se titulase como desde un principio se viene titulando? En 1878, en carta a su ex cuado Charles de Svry, Ver-laine habla de Illuminations llamndolo as como si Rim-baud hubiese dejado el libro listo para impresin. El testimo-nio debe tomarse con pinzas, porque Verlaine sola mentir como un poeta (es decir: algo menos que un novelista, pero mucho) y porque hay cartas suyas anteriores en que menciona ciertos poemas en prosa, pero sin titularlos ni dar a entender que los conoce todos. Lo demostrado en que los manuscritos quedaron en poder de otro poeta amigo de Rimbaud, aquel Germain Nouveau con quien pas unos meses en Londres en 1874 (vase el Esbozo biogrfico). No se sabe, en cambio, cmo pudieron llegar, ya con el ttulo de Illuminations, a manos de Charles de Svry, que es quien se los presta a Verlaine. En 1884, cuando aparece Potes Maudits, Verlaine se queja de no haber podido aadir una serie de fragmentos [de Rim-baud], las Illuminations, que, nos tememos, estn perdidas para siempre. Verlaine saba muy bien que era Svry quien tena los textos, pero ste se haba negado a facilitrselos, por motivos que difcilmente llegaremos a conocer alguna vez. Al final, en 1886, se produce una confusin de intervencio-nes varias, que quiz puedan resumirse as: Gustave Kahn, director de la revista simbolista La Vogue, presiona a Verlaine para que ste le consiga los manus-critos. Verlaine acude a la mediacin de Louis de Cardonnel, quien, en efecto, convence a Charles de Svry. Pero no es Cardonnel quien acude a casa de Svry a recoger los textos, sino Gustave Kahn, que se apresura a publi-

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    carlos (primero en La Vogue y en seguida como libro, en el mismo 1886), sin permitir que Verlaine les ponga un dedo en-cima. La edicin se encarga a Flix Fnon, quien acusa recibo de un rollo de papeles sueltos y sin paginar. Eran treinta y ocho poemas, que Fnon estructura como Dios le da a entender. Ms adelante aparecen otros cinco (Fairy, Guerra, Genio, Juventud I y Saldo. Resueltas las dificultades entre los distintos albaceas voluntarios, Verlaine puede incor-porar el conjunto de Illuminations a su edicin de las obras completas de Arthur Rimbaud.

    En todos estos dimes y diretes hay una sola cosa clara: que Rimbaud no intervino en la publicacin del libro 13. De hecho, tres o cuatro de los poemas incluidos eran meros esbozos, ne-cesitados de un buen repaso. Pero sus amigos como suele ocurrir tomaron por genialidades los disparates y descuidos. Nos quedaremos sin saber cunto hay de Rimbaud en la estructura y en la voluntad del libro. Puede que nada. Pero quedan los poemas, casi todos, uno por uno, como pequeos monumentos al esplendor de una lengua y del genio que la transform en la ms bella de todas las escritas en su tiempo.

    Ttulo Como ya sabemos, Verlaine fue el primero que habl de Illuminations, en su carta a Charles de Svry. All explicaba que el ttulo era una palabra inglesa que significaba grabados coloreados, y que el propio Rimbaud haba aadido, a guisa de subttulo, la mencin Painted Plates. Verlaine jams aport ninguna prueba fehaciente de lo que deca. Y, a falta de demostracin, los eruditos se lavan las ma-nos. Da lo mismo. El ttulo es bueno y se ajusta al contenido del libro, en muchos de cuyos poemas detectamos, en efecto, la in-tencin de escribir pequeas ilustraciones de cosas vistas con

    13 No consta que a ninguno de los presentes se le pasara por la cabeza la idea de acudir al propio Arthur Rimbaud para que autorizase y controlase la publicacin. El poet a andaba entonces metido en su primer y desastroso intento de traficar con armas en Etiopa.

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    ojos singulares. Y tampoco hay grandes motivos para descartar la posibilidad de que Rimbaud, en sus tiempos con Verlaine, tuviese escrito o estuviese escribiendo un libro de poemas que se fuese a llamar Illuminations. La tradicin, por otra parte, impone su peso, y no voy a ser yo, ahora quien invente una nueva manera de denominar este conjunto de obritas en prosa. Se discute, tambin, el acierto en la eleccin de la palabra inglesa. Segn Antoine Adam, el varias veces mencionado editor de Rimbaud en la Bibliothque de la Pliade, los histo-riadores ingleses sostienen que illuminations no puede tener ese sentido (el de grabados coloreados). Muy cortos historia-dores deben de ser esos, porque la sexta acepcin de illumi-nation en el Oxford English Dictionary reza as: El embelle-cimiento o decoracin de una letra o de un escrito con colores brillantes o luminosos, el empleo de oro y plata, la aadidura de tracera elaborada o de ilustraciones en miniatura, etc. En plural, los diseos, miniaturas y dems elementos que se em-plearon en tal decoracin. No es exactamente la definicin que da Verlaine, pero el parecido basta y sobra a efectos litera-rios: la palabra pertenece al arte de iluminar textos. Problemas distintos se plantean a la hora de traducir el t-tulo. Lo ortodoxo, tratndose de una palabra inglesa que enca-beza un texto francs, sera dejarlo tal cual: Illuminations. Adems, est el hecho de que iluminaciones, en castellano, no tiene el significado decorativo del vocablo ingls. En todo caso (tercera acepcin del Diccionario de la Academia), puede significar especie de pintura al temple, que de ordinario se ejecuta en vitela o papel terso. Bastante pedestre. Pero mi opinin, aun ponderada por el dictado de Acade-mia, tiene a estas alturas bastante poco peso. Este libro, en castellano, se llama Iluminaciones, porque as lo llaman todos los que conocen la obra de Rimbaud. Para colmo, la mayora de los hispanohablantes con tendencias cultas entienden por iluminacin una especie de acceso de gracia artstica por el cual, culminado el rito de aprendizaje o iniciacin, una persona adquiere conocimientos especiales acerca de la realidad de una cosa o fenmeno. A esta acepcin, tan simbolista, tendr que rendirse la Academia ms tarde o ms temprano.

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    En resumidas cuentas, poco importa que Rimbaud pensara en grabados coloreados y el lector hispano se salga por visio-nes espirituales. Tambin Iluminaciones es buen ttulo. Acep-tmoslo.

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    Nota breve sobre Las cartas del vidente

    Las cartas del vidente estn escritas por un muchacho de die-cisis aos y medio. Son cartas de batalla de poeta bisoo: rechazo de casi todo lo anterior, entusiasmo, entrega total, fe en la propia obra fu-tura. Requisitos indispensables en el arranque de cualquier ca-rrera. No hay en sus ingredientes nada original. Ni siquiera el fa-mossimo Yo es otro, lcida occidentalizacin de viejas cha-radas hindes. No, por supuesto, la concepcin del poeta como vidente, que est en las races comunes del mito, de la poesa y de la magia. Son actas de juventud: que conviene leer, si uno es joven, para confirmarse en la necesidad de destruirlo todo; si uno es maduro, para recordar el vigor y, quiz, recuperar algunas de las fes perdidas. La nica advertencia tcnica que deseo hacer es la si-guiente: no se considere que los principios de la poesa des-critos en Las cartas del vidente son de directa aplicacin a la obra de Rimbaud. S muchas veces, no otras muchas. Arthur cambiaba muy de prisa.

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    Nota breve sobre esta traduccin

    Estas versiones de Une saison en enfer e Illuminations parten de las publicadas por m en 1982 y 1985, respectivamente. Parten y se apartan, casi en seguida, porque estn trabajadas con un criterio distinto. Las antiguas son ms personales, ms acomodadas a mi gusto de entonces. Hay pasajes en que mejoro a Rimbaud y ciertos momentos en que me tomo libertades casi caprichosas. No abomino de tal actitud, ni pretendo que no deban incurrir en ella los dems, con tal que respetemos el texto y no insista-mos en los burdos disparates de tantos traductores. De estas nuevas versiones pretendo haber erradicado toda aportacin personal: que sean Rimbaud en castellano, sin ms. Para sorpresa y modestia mas, ha resultado que Arthur Rimbaud no tena ninguna necesidad de que yo le regalase nada. Slo el esfuerzo de poner el castellano requerido. No ha sido fcil, ni siquiera como disciplina, pero quedo contento. La versin de Cartas del vidente es la de 1985, con leves mo-dificaciones.

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    Una temporada en el infierno

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    * * * *

    Antes, si mal no recuerdo, mi vida era un festn donde se abran todos los corazones, donde todos los vinos corran. Una noche, me sent a la Belleza en las rodillas. Y la hall amarga. Y la insult. Me arm contra la justicia. Me escap. Oh bujas, oh miseria, oh odio! A vosotros se confi mi tesoro! Logr que se desvaneciera en mi espritu toda la esperanza humana. Contra toda alegra, para estrangularla, di el salto sin ruido del animal feroz. Llam a los verdugos para, mientras pereca, morder las culatas de sus fusiles. Llam a las plagas para ahogarme en la arena, la sangre. La desgracia fue mi dios. Me tend en el lodo. Me sequ al aire del crimen. Y le hice muy malas pasadas a la locura. Y la primavera me trajo la horrorosa risa del idiota. Habiendo estado hace muy poco a punto de soltar el ltimo cuac!, se me ocurri buscar la clave del festn antiguo, donde haba tal vez de recobrar el apetito. La caridad es la clave. Esta inspiracin demuestra que so! Seguirs siendo hiena, etc., exclama el demonio que me coron de tan amables adormideras. Gana la muerte con to-dos tus apetitos, y tu egosmo y todos los pecados capitales. Ah! Ya aguant demasiado Pero, querido Satn, te lo suplico, menos irritacin en la pupila! Y mientras llegan las pequeas cobardas rezagadas, t que aprecias en el escritor la carencia de facultades descriptivas o instructivas, te arranco unos cuantos asquerosos pliegos de mi cuaderno de conde-nado.

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    Mala sangre

    Tengo de mis antepasados galos el ojo azul plido, el cerebro estrecho y la torpeza en la lucha. Hallo mi vestimenta tan br-bara como la suya. Pero yo no me unto la cabellera con man-teca. Los galos eran los desolladores de animales, los quemado-res de hierba ms ineptos de su tiempo. De ellos tengo: la idolatra y el amor al sacrilegio; oh! todos los vicios, clera, lujuria magnfica, la lujuria; en especial, mentira y pereza. Me espantan todos los oficios. Maestros y obreros, todos campesinos, innobles. La mano de pluma vale igual que la mano de arado. Qu siglo de manos! Nunca tendr mi mano. Luego, la domesticidad conduce demasiado lejos. La honradez de la mendicidad me desconsuela. Los criminales repugnan como castrados: yo estoy intacto, y me da lo mismo. Pero, quin me hizo tan prfida la lengua, que hasta aqu haya guiado, salvaguardndola, mi pereza? Sin servirme para vivir ni siquiera del cuerpo, y ms ocioso que el sapo, he vi-vido por todas partes. No hay familia de Europa que yo no co-nozca. Me refiero a familias como la ma, que se lo deben todo a la Declaracin de Derechos del Hombre. He cono-cido a todos los nios bien!

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    Si tuviese yo antecedentes en un punto cualquiera de la histo-ria de Francia! Pero no, nada. Me es evidentsimo que siempre he sido de raza inferior. No logro comprender la rebelda. Mi raza nunca se levant ms que para el pillaje: as los lobos con el animal que no ma-taron ellos. Recuerdo la historia de la Francia hija primognita de la Iglesia. Habra hecho, villano, el viaje a tierra santa; tengo en la cabeza caminos por las llanuras suabas, vistas de Bizancio, murallas de Solima; el culto de Mara, el enternecimiento por el crucificado, se despiertan en m entre mil hechiceras profa-

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    nas. Estoy sentado, leproso, en los cacharros rotos y las or-tigas, al pie de un muro rodo por el sol. Ms tarde, reitre, habra vivaqueado bajo las noches de Alemania. Ah! Algo ms: bailo el aquelarre en un rojo calvero, con viejas y con nios. No recuerdo ms lejos que esta tierra y el cristianismo. Nunca me terminara de ver en ese pasado. Pero siempre solo, sin familia; incluso qu lengua hablaba? No me veo jams en los consejos de Cristo; ni en los consejos de los seores, representantes de Cristo. Oh la ciencia! Lo hemos recuperado todo. Para el cuerpo y para el alma, el vitico, tenemos la medicina y la filoso-fa, los remedios caseros y las canciones populares arregla-das. Y las diversiones de los prncipes, y los juegos que stos prohiban! Geografa, Cosmografa, Mecnica, Qumica! La Ciencia, la nueva nobleza! El progreso. El mundo avanza! Por qu no va a dar vueltas? Es la visin de los nmeros. Vamos hacia el Espritu. Es segursimo, es orculo, esto que os digo. Comprendo y, como no s explicarme sin palabras paganas, querra callarme.

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    Vuelve la sangre pagana! El Espritu est cerca: por qu no me ayuda Cristo, dando a mi alma nobleza y libertad? Ay! El Evangelio pas! El Evangelio! Estoy esperando a Dios con glotonera. Soy de raza inferior desde la eternidad. Heme en la playa armoricana. Que las ciudades se encien-dan al atardecer. Mi jornada est hecha; dejo Europa. El aire del mar me quemar los pulmones, los climas perdidos me curtirn. Nadar, desmenuzar la hierba, cazar, sobre todo fumar; beber licores fuertes como metal hirviendo, como hacan los queridos antepasados alrededor de las fogatas. Volver, con miembros de hierro, con la piel oscura, los ojos enfurecidos: por mi mscara, me juzgarn de una raza fuerte. Tendr oro: ser ocioso y brutal. Las mujeres cuidan de estos feroces enfermos cuando regresan de los pases clidos.

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    Me ver mezclado en asuntos polticos. Salvado. Ahora estoy maldito, tengo horror a la patria. Lo mejor es un sueo muy borracho, en la playa.

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    No hay partida. Reanudemos los caminos de aqu, cargado de mi vicio, el vicio que ha hundido sus races de sufrimiento a mi lado, desde la edad del juicio que asciende al cielo, me golpea, me tira, me arrastra. La ltima inocencia y la ltima timidez. Est dicho. No traer al mundo ni mis repugnancias ni mis traiciones. Adelante! La marcha, la carga, el desierto, el aburrimiento y la clera. A quin alquilarme? Qu alimaa hay que adorar? Qu santa imagen atacamos? Qu corazones romper? Qu men-tira debo sostener? Qu sangre pisotear? Mejor, guardarse de la injusticia. La vida dura, el embrutecimiento simple, alzar, con el puo descarnado, la tapa del atad, incorporarse, asfixiarse. As, ninguna vejez, ningn peligro: el terror no es francs. Ah! Estoy tan desesperado, que a cualquier imagen divina ofrezco impulsos hacia la perfeccin. Oh mi abnegacin, oh mi caridad maravillosa! Aqu abajo, no obstante! De profundis, Domine, ser tonto!

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    Ya desde muy nio admiraba al forzado irreductible tras el cual se cierran siempre las puertas de la prisin; visitaba los albergues y los alojamientos que el poda haber consagrado con su estancia; vea con su idea el cielo azul y el trabajo flo-rido del campo, olfateaba su fatalidad en las ciudades. Tena ms fuerza que un santo, ms sentido comn que un viajero y l l solo! era testigo de su gloria y de su razn. Por los caminos, en noches de invierno, sin cobijo, sin ropa, sin pan, una voz me atenazaba el corazn helado: Debilidad o fuerza; hete aqu: es la fuerza. No sabes ni adnde ni por qu vas; entra en todas partes, contesta a todo. No te matarn ms

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    que si fueras cadver. Por la maana, tena la mirada tan per-dida y la compostura tan muerta, que quienes me encontr quiz no me vieran. En las ciudades el fango se me apareca sbitamente rojo y negro, como un espejo cuando la lmpara deambula por la habitacin contigua, como un tesoro en el bosque! Buena suerte, gritaba yo, y vea un mar de llamas y de humo en el cielo; y, a izquierda, a derecha, todas las riquezas, llameando como millo nes de truenos. Pero la orga y la camaradera de las mujeres me estaban prohibidas. Ni siquiera un compaero. Me vea ante una mul-titud exasperada, delante del pelotn de ejecucin, llorando la desgracia de que no hubieran podido comprender, y perdo-nando. Igual que Juana de Arco! Sacerdotes, profeso-res, maestros, os equivocis al entregarme a la justicia. Yo nunca form parte de este pueblo, yo nunca fui cristiano; soy de la raza que cantaba en el suplicio; no comprendo las leyes; no tengo sentido moral, soy un bruto, os equivocis S, tengo los ojos cerrados a vuestra luz. Soy una alimaa, un negro. Pero puedo salvarme. Vosotros sois falsos negros, vosotros maniticos, feroces, avaros. Mercader, t eres negro; general, t eres negro; emperador, vieja comezn, t eres ne-gro: has bebido un licor libre de impuestos, de la fbrica de Satn. Este pueblo est inspirado por la fiebre y el cncer. Los tullidos y los viejos son tan respetables, que solicitan ser hervidos. Lo ms astuto es abandonar este continente donde la locura anda al acecho, para proveer de rehenes a estos mise-rables. Entre en el verdadero reino de los hijos de Cam. Sigo conociendo la naturaleza? Me conozco? No ms palabras. Amortajo a los muertos en mi vientre. Gritos, tam-bor, danza, danza, danza, danza! Ni siquiera veo la hora en que, al desembarcar los blancos, caer en la nada.

    Hambre, sed, gritos, danza, danza, danza, danza! _________________

    Los blancos desembarcan. El can! Hay que someterse al bautismo, vestirse, trabajar. He recibido en el corazn el golpe de gracia. Ah! No lo

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    tena previsto! No he hecho mal alguno. Los das van a serme leves, se me ahorrar el arrepentimiento. No habr conocido los tormentos del alma casi muerta para el bien, donde se alza la luz tan se-vera como los cir ios funerarios. El destino del nio bien: atad prematuro, cubierto de lmpidas lgrimas. Sin duda que el des-enfreno es tonto, que el vicio es tonto; hay que arrojar la podredumbre aparte. Pero el reloj no habr llegado a no dar ya sino la hora del puro dolor! Van a secuestrarme, como a un nio, para jugar en el paraso, olvidado de toda desgracia? Rpido! Hay otras vidas? Dormir en la riqueza es imposible. La riqueza siempre ha sido bien pblico. Slo el amor divino otorga las llaves de la ciencia. Veo que la natura-leza no es sino un espectculo de bondad. Adis, quimeras, ideales, errores. El canto razonable de los ngeles se eleva del navo salva-dor; es al amor divino. Dos amores! Puedo morir de amor terrenal, morir de entrega. He dejado almas cuyo dolor au-mentar con mi partida! Me escogis entre los nufragos; quienes se quedan, no son acaso amigos mos? Salvadlos! La razn me ha nacido. El mundo es bueno. Bendecir la vida. Amar a mis hermanos. Ya no son promesas de nio. Ni la esperanza de eludir la vejez y la muerte. Dios es mi fuerza, y yo alabo a Dios.

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    El aburrimiento ya no es mi amor. Las rabias, los desenfrenos, la locura, cuyos impulsos todos, cuyos desastres conozco, toda mi carga est depositada. Valoremos sin vrtigo el al-cance de mi inocencia. Ya no sera capaz de solicitar el consuelo de una paliza. No me creo embarcado hacia una boda con Jesucristo por suegro. No soy prisionero de mi razn. He dicho: Dios. Quiero la libertad dentro de la salvacin: cmo perseguirla? Los gustos frvolos me han abandonado. Ya no hay necesidad de entrega ni de amor divino. No aoro el siglo de los corazones sensi-bles. Cada cual tiene su razn, desprecio y caridad: yo con-

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    servo mi puesto en lo alto de la anglica escala del sentido comn. En cuanto a la felicidad establecida, domstica o no no, no la quiero. Me disipo demasiado, soy demasiado dbil. La vida florece por el trabajo, vieja verdad; pero mi vida no pesa lo suficiente, se eleva y flota muy por encima de la accin, ese querido lugar del mundo. Qu solterona me estoy volviendo, por falta de valor para amar a la muerte! Si Dios me concediera la calma celestial, area, la plegaria, como a los antiguos santos. Los santos! Gente fuerte! Los anacoretas! Unos artistas como ya no hacen falta! Farsa continua! Mi inocencia me hara llorar. La vida es la farsa a sostener entre todos.

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    Basta! Llega el castigo. Adelante! Ah! Los pulmones arden, las sienes braman! La noche me da vueltas en los ojos, con ese sol! El corazn Los miembros A dnde vamos? Al combate? Soy dbil! Los dems avanzan. Los aperos, las armas el tiempo! Fuego! Fuego contra m! Aqu! O me rindo. Cobar-des! Me mato! Me arrojo a los cascos de los caballos! Ah! Ya me acostumbrar. Sera la vida francesa, el sendero del honor!

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    Noche del Infierno

    Me ha tragado una buena buchada de veneno. Bendito sea tres veces el consejo que me lleg! Las entraas me arden. La violencia del veneno me retuerce los nervios, me hace de-forme, me arroja al suelo. Me muero de sed, me ahogo, no puedo gritar. Es el infierno, la pena eterna! Ved cmo se re-avivan las llamas! Ardo como es debido! Venga, demonio! Haba entrevisto la conversin al bien y a la felicidad, la salvacin. Poda describir la visin, pero el aire del infierno no soporta los himnos! Eran millones de criaturas encantado-ras, un suave concierto espiritual, la fuerza y la paz, las nobles acciones, qu s yo? Las nobles ambiciones! Y sigue siendo vida! Si la condenacin es eterna! Todo hombre que desee mutilarse est ya condenado, verdad? Me creo en el infierno, luego estoy en el infierno. Es el cumpli-miento del catecismo. Soy esclavo de mi bautizo. Padres, habis hecho mi desgracia y la vuestra. Pobre inocente! El infierno no puede atacar a los paganos. Sigue siendo vida! Ms tarde, las delicias de la condenacin sern ms profundas. Un crimen, de prisa, para caer en la nada, por la ley de los hombres. Calla, calla de una vez! ste es lugar de vergenza, de reproche: Satn diciendo que el fuego es innoble, que mi c-lera es espantosamente tonta. Basta! Errores que alguien me sopla, magia, perfumes falsos, msicas pueriles. Y decir que poseo la verdad, que veo la justicia: tengo un discerni-miento sano y firme, estoy listo para la perfeccin Orgullo. Se me reseca la piel de la cabeza. Piedad! Seor, tengo miedo. Tengo sed, tanta sed! Ah! La niez, la hierba, la llu-via, el lago sobre las piedras, el claro de luna cuando el cam-panario daba las doce El diablo est en el campanario, a tal hora. Mara! Virgen Santa! Horror de mi estupidez. No son aqullas almas buenas que me desean el bien? Venid. Tengo una almohada tapndome la boca, no me oyen, son fantasmas. Por otra parte, nadie piensa nunca en los de-ms. Que nadie se acerque. Huelo a chamusquina, eso es seguro.

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    Las alucinaciones son innumerables. Es eso lo que siempre he tenido: no ya fe en la historia, el olvido de los principios. Me lo callar: poetas y visionarios se pondran celosos. Soy mil veces el ms rico, seamos avaros como el mar. Qu cosas! El reloj de la vida se acaba de parar. Ya no es-toy en el mundo. La tecnologa es seria, el infierno est ciertamente abajo y el cielo arriba. xtasis, pesadilla, dormir en un nido de llamas. Cunta maldad de observacin hay en el campo Satn, Ferdinando, corre con las semillas silvestres Jess anda so-bre las zarzas de purpurina, sin inclinarlas Jess andaba so-bre las aguas. La linterna nos los mostr de pie, blanco y con trenzas oscuras, flanqueado por una ola esmeralda Voy a desvelar todos los misterios: misterios religiosos o naturales, muerte, nacimiento, porvenir, pasado, cosmogona, nada. Soy maestro en fantasmagoras. Escuchad! Tengo todos los talentos! No hay nadie aqu, y hay al-guien: no querra divulgar mi tesoro. Alguien desea cnticos negros, danzas de hures? Alguien desea que desaparezca, que me zambulla en busca del anillo? Alguien lo desea? Har, con el oro, remedios. Confiad, pues, en m: la fe conforta, gua, cura. Venid to-dos, hasta los nios, que yo os consuele, que os divul-guemos su corazn, el corazn maravilloso! Pobres hom-bres, trabajadores! No pido oraciones; con vuestra confianza solamente me contentar. Y pensemos en m. Todo esto me hace aorar poco el mundo. Tengo la suerte de no sufrir ms. Mi vida no fue ms que locuras suaves, qu lamentable. Bah! Hagamos todas las muecas concebibles. Decididamente, estamos fuera del mundo. Ningn sonido ya. Me ha desaparecido el tacto. Ah! Mi castillo, mi Sajonia, mi bosque de sauces. Las tardes, las maanas, las noches, los das Qu cansado estoy! Debera tener mi infierno por la clera, mi infierno por el orgullo, y el infierno de la caricia; un concierto de infiernos. Me muero de cansancio. Es la tumba, voy hacia los gusa-

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    nos, horror de los horrores! Satn, farsante, quieres disol-verme en tus encantos. Exijo! Exijo un golpe con la horqui-lla, una gota de fuego! Ah! Ascender de nuevo a la vida! Poner los ojos en nues-tras deformidades. Y este veneno, este beso mil veces mal-dito! Mi debilidad, lo cruel de este mundo! Dios mo, piedad, escondedme, me comporto demasiado mal! Estoy escon-dido y no lo estoy. Es el fuego quien se reanima con su condenado.

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    DELIRIOS I

    VIRGEN NECIA

    El Esposo Infernal

    Oigamos la confesin de un compaero de infierno. Oh divino Esposo, Dueo mo, no rechaces la confesin de la ms triste de tus siervas. Estoy perdida. Estoy borracha. Estoy impura. Qu vida! Perdn, divino Seor, perdn! Ah! Perdn! Qu de l-grimas! Y qu de lgrimas an, ms adelante, espero! Ms adelante conocer al divino Esposo! Nac sometida a l. Ya puede pegarme el otro ahora! Oh amigas mas! no, no amigas mas Nunca delirios ni torturas semejantes Qu tontera! Ah! Estoy sufriendo, grito! Estoy sufriendo de verdad. Todo, no obstante, me est permitido, cargada con el desprecio de los ms despreciables corazones. En fin, hagamos esta confidencia, aun a riesgo de tener que repetirla otras veinte veces, igual de ttrica, igual de insignificante! Soy esclava del Esposo infernal, del que perdi a las vrgenes necias. Es se, y no otro demonio. No es ningn es-pectro, no es ningn fantasma. Pero a m, que he perdido la prudencia, que estoy condenada y muerta para el mundo nadie me matar! Cmo describroslo? Ya ni siquiera s hablar. Estoy de luto, lloro, tengo miedo. Un poco de frescor, seor, si no te importa, si te parece bien! Soy viuda Era viuda S, s, antes era muy seria, y no nac para acabar en esqueleto! l era casi un nio Me haban seducido sus misteriosas delicadezas. Ol-vid todas mis obligaciones humanas para seguirlo. Qu vida! La autntica vida est ausente. No estamos en el mundo. Voy adonde l va, as ha de ser. Y a menudo se enfada conmigo,

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    conmigo, pobre almita. El demonio! Es un demonio, sa-bis, no es un hombre. Dice: No me gustan las mujeres. Hay que volver a inven-tar el amor, ya se sabe. Las mujeres ya no alcanzan a desear ms que una situacin asegurada. Una vez ganada esta situa-cin, el corazn y la belleza se dejan de lado; no queda sino fro desdn, alimento del matrimonio, hoy en da. O bien veo mujeres con las seales de la dicha; de ellas habra podido hacer buenas amigas, si no las hubiera devorado antes algn bruto con sensibilidad de hoguera Y yo lo oigo cmo hace de la infamia gloria, de la cruel-dad encanto. Soy de raza lejana: mis antepasados eran escan-dinavos: se perforaban las costillas, se beban su propia sangre. Yo me har cortaduras por todo el cuerpo, me tatuar, que-dar ms repugnante que un mongol; ya vers, aullar por las calles. Quiero enloquecer de rabia, por completo. Nunca me ensees joyas, o me arrastrar y me revolcar por las alfom-bras. Mi riqueza la quiero manchada de sangre, por todas par-tes. Jams trabajar Muchas noches, habindome posedo su demonio, ambos rodbamos por el suelo, yo luchaba con l! Por las noches suele apostarse, borracho, en las calles o en las casas, para asustarme mortalmente. Me cortarn de veras el cuello; ser asqueroso. Oh! Esos das en que gusta de andar con un aire de crimen! A veces habla, en una especie de jerga enternecida, de la muerte que obliga a arrepentirse, de los desdichados que cier-tamente hay, de los trabajos fatigosos, de las separaciones que desgarran el corazn. En los tugurios donde nos emborrach-bamos, lloraba al considerar a quienes nos rodeaban, rebao de la miseria. Levantaba del suelo a los borrachos, en las calles negras. Senta por los nios la compasin de una mala madre. Se marchaba con ternuras de nia de catequesis. Finga estar al corriente de todo: comercio, arte, medicina. Yo lo segua, as ha de ser! Vea todo el decorado de que, en espritu, se rodeaba: vestiduras, paos, muebles; yo le prestaba armas, otro rostro. Vea todo aquello que lo emocionaba, tal como l habra que-rido crearlo para s. Cuando me pareca tener el espritu inerte,

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    lo segua, yo, en actos extraos y complicados, lejos, buenos o malos; estaba segura de que jams penetrara en su mundo. Junto a su amado cuerpo dormido, cuntas horas nocturnas he velado, preguntndome por qu deseara tanto evadirse de la realidad. Nunca hombre alguno formul un voto semejante. Yo admita, sin temer por l, que poda suponer un serio peligro dentro de la sociedad. Tiene tal vez secretos para cambiar la vida? No, tan slo est buscndolos, me replicaba yo. Por ltimo, su caridad est embrujada, y yo soy su prisio-nera. Ninguna otra alma tendra fuerza bastante fuerza de la desesperacin! para soportarla para ser protegida y amada por l. Por otra parte, no me lo figuraba con otra alma: se ve el ngel propio, nunca el ngel ajeno, me parece. Estaba yo en su alma como en un palacio que han vaciado para no ver a alguien tan poco noble como t: eso es todo. Ay! Dependa en mucho de l. Pero qu quera de mi existencia apagada y cobarde? No me haca mejor, no hacindome mo-rir! Tristemente despechada, le dije a veces: Te comprendo. Y l se encoga de hombros. As, renovndose sin cesar mi sufrimiento, y hallndome ms perdida a mis ojos, como a todos los ojos que habran querido mirarme, si no hubiese estado condenada para siempre al olvido de todos, tena cada vez ms hambre de su bon-dad. Con sus besos y sus abrazos amigos, era en verdad el cielo, un cielo lbrego, en el que entraba, en el que me habra gustado que me abandonase, pobre, sorda, muda, ciega. Me iba ya acostumbrando. Vea en nosotros dos nios buenos, con permiso para pasearse por el Paraso de la tristeza. Nos con-certbamos. Muy conmovidos, trabajbamos juntos. Pero, tras una penetrante caricia, l deca: Qu divertido te parecer, cuando yo ya no est, esto por lo que has pasado! Cuando no tengas ya mis brazos bajo el cuello, ni mi corazn para en l descansar, ni esta boca en tus ojos. Pues habr de marcharme, muy lejos, un da. Adems, he de ayudar a otros, es mi deber. Aunque no resulte muy deleitable, alma querida De in-mediato me representaba a m misma, habindose marchado l, presa del vrtigo, precipitada en la ms espantable de las sombras: en la muerte. Le haca prometer que no me abando-

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    nara. Veinte veces la hizo, tal promesa de amante. Era tan fr-volo como yo al decirle: Te comprendo. Ah! Nunca he sentido celos por su causa. No va a abandonarme, me parece. Qu sera de l? No tiene conoci-miento alguno, nunca trabajar. Quiere vivir sonmbulo. Su bondad y su caridad, por s solas, le darn derechos en el mundo real? A ratos, olvido la piedad en que he cado: l me har fuerte, viajaremos, cazaremos en los desiertos, dormire-mos en las calles empedradas de ciudades desconocidas, sin cuidados, sin sufrimientos. O me despertar, y las leyes y las costumbres habrn cambiado gracias a su poder mgico, el mundo, siendo el mismo, me dejar con mis deseos, mis alegras, mis despreocupaciones. Oh! La vida aventurera existente en los libros infantiles, en recompensa, porque he sufrido tanto, me la regalars t? No puede. Ignoro su ideal. Me ha dicho que tiene pesares, esperanzas: cosas que al pare-cer no me conciernen. Es a Dios a quien habla? Tal vez debe-ra yo dirigirme a Dios. Estoy en lo ms profundo del abismo, y ya no s rezar. Ves a ese joven elegante que entra en la mansin bella y tranquila? Se llama Duval, Dufour, Armand, Maurice, qu s yo. Una mujer se ofrend a la tarea de amar a ese perverso idiota: est muerta, es sin duda una santa del cielo, ahora. T me hars morir como l hizo morir a esa mujer. Tal es nuestro destino, el de nosotros, los corazones caritativos Ay! Haba das en que todos los hombres, al actuar, le parecan ju-guete de delirios grotescos: rea espantosamente, largo rato. Luego volva a sus maneras de madre joven, de hermana amada. Si fuera menos salvaje, estaramos salvados! Mas tambin su dulzura es mortal. Le estoy sometida. Ah! Soy necia! Un da tal vez desaparezca maravillosamente; pero tengo que saberlo, si ha de subir a un cielo, quiero ver con mis ojos la asuncin de mi amiguito! Qu pareja!

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    DELIRIOS

    II

    Alquimia del verbo

    A m. La historia de una de mis locuras. Llevaba largo tiempo alardeando de poseer todos los paisa-jes posibles y encontrando irrisorias todas las celebridades de la pintura y de la poesa moderna. Me gustaban las pinturas idiotas, dinteles, decorados, telo-nes de saltimbancos, emblemas, estampas populares; la litera-tura pasada de moda, latn de iglesia, libros erticos sin orto-grafa, novelas de nuestras abuelas, cuentos de hadas, libritos infantiles, peras viejas, estribillos bobos, ritmos ingeniosos. Soaba cruzadas, viajes de exploracin cuyo relato no tene-mos, repblicas sin historia, guerras de religin sofocadas, re-voluciones de costumbres, desplazamientos de razas y conti-nentes: crea en todos los encantamientos. Invent el color de las vocales! A, negra; E, blanca; I, roja; O, azul; U, verde. Ajust la forma y el movimiento de cada consonante y, con ritmos instintivos, me preci de inven-tar un verbo potico accesible, algn da, a todos los sentidos. Me reservaba la traduccin. Fue al principio un estudio. Escriba silencios, noches, aco-taba lo inexpresable. Fijaba vrtigos.

    Lejos de los pjaros, de los rebaos, de las aldeanas, qu beba yo, de rodillas en el brezal rodeado de tiernos bosques de avellanos, en una neblina de tarde fra y verde?

    Qu poda beber, en este joven Oise, olmos sin voz, csped sin flores, cielo cubierto! beber de los odres amarillos, lejos de mi choza querida? Algn licor sudorfico.

    Yo era un equvoco letrero de albergue. Una tempestad vino a ahuyentar el cielo. Al atardecer el agua de los bosques se perda en las arenas vrgenes,

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    el viento de Dios arrojaba carmbanos en las charcas; llorando, vea oro y no pude beber.

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    A las cuatro de la maana, en verano, el dormir del amor dura an. Bajo los sotos se evapora el olor de la noche festejada.

    All, en su vasto taller, al sol de las Hesprides, ya se agitan en mangas de camisa los Carpinteros.

    En sus Desiertos de musgo, tranquilos, preparan los artesonados preciosos donde la ciudad pintar falsos cielos.

    Para los obreros encantadores vasallos de un rey de Babilonia, Venus, deja un momento a los Amantes con el alma en corona!

    Oh Reina de los Pastores! Lleva a los trabajadores el aguardiente, que sus fuerzas estn en paz en espera del bao de mar de las doce.

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    La antigualla potica tena gran importancia en mi alquimia del verbo. Me acostumbr a la alucinacin sencilla: vea muy abiertamente una mezquita en lugar de una fbrica, una es-colana de tambores integrada por ngeles, calesas en los caminos del cielo, un saln en el fondo de un lago; los monstruos, los misterios; un ttulo de vaudeville haca que ante m se alzaran espantos. Luego expliqu mis sofismas mgicos con la alucina-cin de las palabras!

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    Acab por encontrar sagrado el desorden de mi espritu. Estaba ocioso, presa de pesada fiebre: envidiaba la beatitud de los animales, las orugas, que representan la inocencia de los limbos, los topos, el sueo de la virginidad! Se me agriaba el carcter. Deca adis al mundo de una especie de romances:

    Cancin Desde La Torre Ms Alta

    Que venga ya, que venga el tiempo que enamore.

    Tuve tanta paciencia, que para siempre olvido; miradas y sufrimientos al cielo se marcharon. Y la sed malsana me oscurece las venas.

    Que venga ya, que venga el tiempo que enamore.

    Igual la pradera al olvido entregada, agradada y florida de incienso y cizaa, ante el hosco zumbido de las sucias moscas.

    Que venga ya, que venga el tiempo que enamore.

    Am el desierto, los vergeles calcinados, las tiendas mustias, las bebidas entibiadas. Me arrastraba por las callejas malo-lientes y, con los ojos cerrados, me ofreca al sol, dios del fuego. General, si todava asoma un viejo can por tus murallas en ruinas, bombardanos con bloques de tierra seca. A las vi-drieras de los esplndidos almacenes! A los salones! Haz que la ciudad se trague su propio polvo. Oxida las atarjeas. Llena los camarines de arenilla de rub ardiente Oh! El insecto beodo en el meadero del albergue, enamo-

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    rado de la borraja, y que un rayo disuelve!

    Hambre

    Si a algo tengo aficin, no ser ms que a la tierra y a las piedras. Yo siempre almuerzo aire, roca, carbones, hierro.

    Hambres mas, girad. Pastad, hambres, del prado de los sonidos. Atraed el alegre veneno de las corregelas.

    Comeos los guijarros que otros rompen, las viejas piedras de iglesia; los cantos rodados de los viejos diluvios, panes sembrados en los valles grises.

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    El lobo gritaba bajo las hojas escupiendo las bellas plumas de su yantar de corral: como l yo me consumo.

    Las verduras, las frutas slo aguardan la cosecha; pero la araa del seto no come ms que violetas.

    Que duerma ya! Que hierva en los altares de Salomn. El caldo fluye sobre la herrumbre, y se mezcla con el Cedrn.

    Por ltimo, oh felicidad, oh razn, separ del cielo el azul, que es negro, y viv, centella dorada de la luz natural. En mi ale-gra, adopt las expresiones ms bufas y ms extraviadas que pude hallar.

    Ha vuelto a aparecer! Qu? La eternidad! Es el mar mezclado

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    con el sol.

    Eterna alma ma, observo tu voto a pesar de la noche sola y del da en llamas.

    As, pues, te desprendes de los humanos sufragios, de los comunes impulsos! Vuelas segn

    Nunca la esperanza, ningn orietur. Ciencia y paciencia, el suplicio es seguro.

    No queda maana, brasas de satn, vuestro ardor es el deber.

    Ha vuelto a aparecer! Qu? La Eternidad! Es el mar mezclado con el sol.

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    Me convert en una pera fabulosa: vi que todos los seres tie-nen una fatalidad de dicha: la accin no es la vida, sino una manera de echar a perder cierta fuerza: un enervamiento. La moral es la debilidad del cerebro. Pensaba que a cada ser se le deba otras muchas existen-cias. Ese seor no sabe lo que hace: es un ngel. Esa familia es una camada de perros. Ante muchos hombres, charl en voz alta con un momento de sus otras vidas. As, am a un cerdo. Ninguno de los sofismas de la locura, la locura de atar dej en el olvido: podra decirlos todos otra vez, porque con-servo el mtodo. Mi salud se vio amenazada. El terror se acercaba. Caa en

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    sueos de muchos das y, levantado, continuaba los sueos ms tristes. Estaba maduro para el fin, y por un camino de pe-ligros mi debilidad de me conduca a los confines del mundo y de cimeria, patria de la sombra y de los torbellinos. Tuve que viajar, distraer los encantos congregados sobre mi cerebro. Del mar, al que amaba como si le hubiese tocado la-varme de alguna inmundicia, vea elevarse la cruz consola-dora. Me haba condenado el arco iris. La Felicidad era mi fa-talidad, mi remordimiento, mi gusano: mi vida sera siempre demasiado inmensa para consagrarla a la fuerza y a la belleza. La felicidad! Su sabor, en que la muerte se complace, me avisaba al cantar el gallo, ad matutinum, en el Christus venit, en las ciudades ms sombras:

    Oh estaciones, oh castillos! Qu alma no tiene defecto!

    He hecho el mgico estudio de la felicidad, que nadie elude.

    Salud a ti, cada vez que canta el gallo galo.

    Ah! No tendr ms deseos: l se ha hecho cargo de mi vida.

    Este encanto ha tomado alma y cuerpo, dispersando los esfuerzos.

    Oh estaciones, oh castillos!

    La hora de su huida, ay! ser la de bito.

    Oh estaciones, oh castillos!

    Pas todo aquello. Hoy s saludar a la belleza.

    El imposible

    Ah! La vida de mi infancia, la carretera general en todo tiempo, sobrenaturalmente sobrio, ms desinteresado que el mejor de los mendigos, orgulloso de no tener ni pas ni ami-gos, qu tontera era. Y hasta ahora no me he dado cuenta!

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    Tuve razn cuando despreciaba a los individuos que no dejaran escapar la oportunidad de una caricia, parsitos de la limpieza y de la salud de nuestras mujeres, hoy que ellas estn tan poco de acuerdo con nosotros. Tuve razn en todos mis desdenes: la prueba es que me evado! Me evado! Me explico. An ayer, suspiraba: Cielos! No somos pocos los conde-nados, aqu abajo! Y cunto tiempo lleva ya en sus filas! Los conozco a todos. Nos reconocemos siempre; nos damos asco. La claridad nos es desconocida. Pero somos corteses: nuestras relaciones con el mundo son muy correctas. Hay de qu sor-prenderse? El mundo, los mercaderes, los ingenuos! Nos-otros no estamos deshonrados. Pero, cmo nos recibiran los elegidos? Y hay gentes ariscas y alegres, falsos elegidos, puesto que necesitamos audacia o humildad para abordarlos. Son los nicos elegidos. No prodigan sus bendiciones! Habindome encontrado dos perras de razn poco van a durar! veo que mis desazones provienen de no haberme fi-gurado antes que estamos en Occidente. Las marismas occi-dentales! No es que considere la luz alterada, la forma agotada, el movimiento extraviado Bueno! He aqu que mi espritu desea absolutamente hacerse cargo de todos los desenvolvi-mientos crueles que ha experimentado el espritu desde el fin del Oriente Los quiere para s, mi espritu! Se acabaron mis dos perras de razn! El espritu es autoridad, me manda estar en Occidente. Habra que hacerlo callar para concluir como yo querra. Enviaba al diablo las palmas de los mrtires, los resplando-res del arte, el orgullo de los inventores, el ardor de los sa-queadores; regresaba al Oriente y a la sabidura primordial y eterna. Lo cual, al parecer, es un sueo de burda pereza! No obstante, apenas si me pasaba por la cabeza el placer de escapar de los modernos sufrimientos. No tena a la vista la bastarda sabidura del Corn. Pero no hay un suplicio real en el hecho de que, a partir de la declaracin de la ciencia, del cristianismo, el hombre se interprete, se pruebe las evidencias,

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    se engra con el placer de repetir las pruebas, y slo viva as? tortura sutil, boba; fuente de mis divagaciones espirituales. La naturaleza podra aburrirse, tal vez! El seor Prudhomme naci con Cristo. Ser porque cultivamos la bruma! Comemos fiebre con nuestras legumbres aguadas. Y la embriaguez! Y el tabaco! Y la ignorancia! Y las entregas! No queda todo ello bas-tante alejado del pensamiento de la sabidura del Orienta, la patria primitiva? Por qu un mundo moderno, si tales venenos se inventan? Las gentes de Iglesia dirn: Comprendido. A lo que usted se refiere es al Edn. No hay nada que le concierna en la histo-ria de los pueblos orientales. Es verdad; en el Edn pen-saba! Qu sueo ese, el de la pureza de las razas antiguas! Los filsofos: El mundo no tiene edad. La humanidad se desplaza, simplemente. Est usted en Occidente, pero nada le impide habitar su propio Oriente, tan antiguo como le haga falta, y habitarlo bien. No sea usted un derrotado. Filsofos, sois de vuestro Occidente. Espritu mo, ten cuidado. Sin violentas posturas de salva-cin. Ejerctate! Ah! La ciencia no va suficientemente de prisa para nosotros! Pero me doy cuenta de que mi espritu est durmiendo. Si se mantuviera siempre muy despierto, a partir de este momento, pronto estaramos en la verdad, que acaso nos ro-dee con sus ngeles llorando! Si se hubiese mantenido despierto hasta ese momento, sera por no haber cedido yo a los instintos deletreos, en poca inmemorial! Si siempre se hubiera mantenido muy despierto, yo navegara ahora en la plena sabidura! Oh pureza, pureza! Es el minuto de vigilia quien me ha otorgado la contempla-cin de la pureza! Por el espritu se va hacia Dios! Desgarrador infortunio!

    El relmpago

    El trabajo humano! Es la explosin que ilumina mi abismo de

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    vez en cuando. Nada es vanidad; a la ciencia, adelante!, grita el Ecle-siasts moderno, es decir Todo el mundo. Y sin embargo los cadveres de los malvados y de los holgazanes caen sobre el corazn de los dems Ah! De prisa, un poco de prisa; all, ms all de la noche, las recompensas futuras, eternas las escapamos? Qu puedo hacer yo? Conozco el trabajo; y la ciencia es demasiado lenta. Que galope la plegaria y que ruja la luz Lo veo bien. Es demasiado sencillo, y hace dema-siado calor; se las compondrn sin m. Tengo un deber, estar orgulloso de l como muchos hacen, ponindolo aparte. Mi vida est gastada. Adelante! Finjamos, holgazaneemos, oh piedad! Y existiremos divirtindonos, soando amores monstruos y universos fantsticos, quejndonos y atacando las apariencias del mundo, saltimbanco, mendigo, artista, bando-lero, sacerdote! En mi cama de hospital, el olor a incienso me volvi con tanta intensidad; guardin de los aromas sagra-dos, confesor, mrtir Veo en esto mi sucia educacin infantil. Y qu! Andar mis veinte aos, si los dems los andan No! No! Ahora me rebelo contra la muerte! El trabajo le parece demasiado ligero a mi orgullo: mi traicin al mundo sera un suplicio demasiado corto. En el ltimo momento, ata-cara a diestra y siniestra. Entonces, oh! pobre alma ma, no tendramos per-dida la eternidad!

    Maana

    No tuve una vez una juventud amable, heroica, fabulosa, digna de escribirse en hojas de oro? Demasiada suerte! Por qu crimen, por qu error, he merecido mi debilidad ac-tual? Vosotros, quienes pretendis que los animales sollocen de pena, que los enfermos se desesperen, que los cadveres tengan malos sueos, tratad de contar mi cada y mi dormir. Yo ya no logro explicarme mejor que el mendigo con sus Pa-ter y Ave Maria. Ya no s hablar! Sin embargo, hoy, creo haber terminado la crnica de mi

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    infierno. Era, en efecto, el infierno; el antiguo, aquel cuyas puertas abri el hijo del hombre. Desde el mismo desierto, en la misma noche, siempre se despiertan mis ojos cansados bajo la estrella de plata, siempre, sin que se conmuevan los Reyes de la vida, los tres magos, el corazn, el alma, el espritu. Cundo iremos ms all de las playas y de los montes, a saludar el nacimiento del trabajo nuevo, la sabidura nueva, la huida de los tiranos y de los de-monios, el fin de la supersticin, a adorar antes que na-die! la Natividad en la tierra! El canto de los cielos, la marcha de los pueblos! Esclavos: no maldigamos la vida.

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    Adis

    Otoo ya! Pero por qu aorar un eterno sol, estando comprometidos en el descubrimiento de la claridad divina, lejos de las gentes que mueren con las estaciones? Otoo. Nuestra barca alzada en las brumas inmviles gira hacia el puerto de la miseria, la ciudad enorme con el cielo manchado de fuego y de lodo. Ah! Los harapos podridos, el pan empapado de lluvia, la embriaguez, los mil amores que me crucificaron! Nunca, pues, se acabar esta vampira reina de millones de almas y de cuerpos muertos y que han de ser juz-gados! Me veo de nuevo con la piel roda por el fango y la peste, llenos de gusanos el pelo y las axilas y con gusanos to-dava ms gruesos en el corazn, tumbado entre los descono-cidos sin edad, sin sentimientos Habra podido morir all Horrorosa evocacin! Abomino de la miseria. Y me asusta el invierno, porque es la estacin de la comodidad! A veces veo, en el cielo, playas sin fin, cubiertas de blancas naciones alegres. Un gran bajel de oro, por encima de m, agita sus banderolas multicolores a las brisas de la maana. He creado todas las fiestas, todos los triunfos, todos los dra-mas. He tratado de inventar nuevas flores, nuevos astros, nue-vas carnes, nuevas lenguas. He credo adquirir poderes sobre-

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    naturales. Pues bien, tengo que enterrar mi imaginacin y mis recuerdos! Una hermosa gloria de artista y narrador, echada a perder! Yo! Yo, que me dije mago o ngel, dispensado de toda moral, he sido devuelto al suelo, con un deber por encontrar y con la rugosa realidad por abrazar. Campesino! Me equivoco? Ser la caridad hermana de la muerte, para m? En fin, pedir perdn por haberme alimentado de mentira. Y adelante. Pero ni una sola mano amiga! Y dnde hallar socorro?

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    S, la hora nueva es por lo menos muy severa. Porque puedo decir que la victoria me ha sido otorgada: el crujir de dientes, el chisporroteo del fuego, los suspiros apes-tados, van moderndose. Todos los recuerdos inmundos se bo-rran. Mis ltimas aoranzas levanta el vuelo, celos de los mendigos, de los bribones, de los amigos de la muerte, de los rezagados de toda ndole. Condenados, si yo me vengara! Hay que ser absolutamente moderno. Sin cnticos: mantener el terreno ganado. Dura noche! La sangre seca me humea en el rostro, y dentro de m no tengo sino ese horrible arbolillo El combate espiritual es tan brutal como la batalla de los hombres; pero la contemplacin de la justicia es poder exclusivo de Dios. Es, no obstante, la vspera. Acojamos todos los influjos de vigor y de ternura autntica. Y cuando llegue la aurora, arma-dos de una ardiente paciencia, entremos en las esplndidas ciudades. Qu deca de mano amiga! Una buena ventaja es que puedo rerme de los viejos amores engaosos, y cubrir de bo-chorno a las parejas embusteras, he visto, all abajo, el in-fierno de las mujeres; y me ser lcito poseer la verdad en un alma y