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Saura x Saura

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In memoriam Gustavo Gili, nuestro querido amigo

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EditaConsejería de Cultura, Turismo y Artesanía de la Junta de Comunidades de Castilla-La ManchaFundación Antonio SauraLa Fábrica Editorial

© de las fotografías: Carlos Saura© de los textos: Carlos Saura, Ángeles Saura © de esta edición Fundación Antonio Saura yLa Fábrica Editorial, 2009

Diseño editorialÁngeles Saura Atarés

Diseño gráficoMiguel López

ImpresiónGráficas Cuenca, S.A.

ISBN978-84-92498-63-5

Depósito LegalCU-488-2008

Impreso en España

Consejería de Cultura, Turismo y Artesanía de la Junta de Comunidades de Castilla-La ManchaTrinidad 845071 ToledoEspañaT +34 925 267472F +34 925 267535www.jccm.es

Fundación Antonio SauraPlaza de San Nicolás s/n16001 CuencaEspañaT/F +34 969 236054fundacion@fundacionantoniosaura.eswww.fundacionantoniosaura.es

La Fábrica EditorialVerónica 1328014 MadridEspañaT +34 913 601 320F +34 913 601 [email protected]

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PRESENTACIÓN JOSÉ MARÍA BARREDA FONTES

PRESIDENTE DE CASTILLA-LA MANCHA

Saura x Saura es un libro de gran belleza. Este es, probablemente, el único juicio sintético que resiste esteconjunto plural de fotografías que el gran cineasta Carlos Saura realizó a su hermano Antonio, en el en-torno de su vida familiar y creativa.Estamos, en efecto, ante un conjunto iconográfico cuya valía es debida a muchas causas. En primer

lugar, es válido como álbum familiar, como suma de recuerdos unidos por el cariño; en segundo lugar, por ates-tiguar modos y usos de época, por su atención al detalle; en tercer lugar, por dar noticia del desarrollo de lavida de Antonio Saura en diferentes contextos: el de su quehacer artístico, el de su círculo de íntimos y el desu última etapa.

Hasta el propio título parece sugerir la relación conceptual entre fotógrafo y fotografiado, como una mul-tiplicación de las posibles miradas con que percibir este libro de singular valor histórico y estético.

Algunas fotos tienen la espontaneidad de la captación de una escena de la vida cotidiana, con detalles ygestos que muestran una honda complicidad afectiva: una mano en el hombro, dos sonrisas que se cruzan yhacen pensar en un secreto compartido… Son instantáneas que forman parte de cualquier álbum de familia, quedan testimonio del deseo de proteger del olvido aquel momento tan especial.

Otras recogen escenas que tienen un valor evocador enorme. En ellas, el protagonismo de las figuras hu-manas es compartido por una escenografía sublime con la que la familia Saura y sus íntimos parecen hacercuerpo común. Así se percibe, por ejemplo, en las fotos tomadas en la Hoz del Huécar, y, en general, todas enlas que la ciudad de Cuenca sirve de marco escenográfico, o aquellas otras en que Antonio se exhibe en ade-mán análogo a alguna pintura suya que le sirve de fondo. Del mismo modo, algunas fotos parecen compuestascomo una reminiscencia de cuadros clásicos.

La voluntad de estilo del creador no desaparece ni siquiera en esas fotos en que la finalidad exclusiva pa-rece ser la captación de la espontaneidad, sin que medie preparación ni reflexión.

El carácter testimonial de algunas fotos es también muy notable. Los vestidos, las poses, los fondos, losobjetos desprenden rasgos de época. Sin dejar de tener la característica propia de la foto doméstica, adquie-ren la categoría de documento.

Saura x Saura no es un mero álbum, es un verdadero libro con una estructura muy estudiada y con unaselección de imágenes muy escogida. Las fotografías están colocadas en una línea cronológica –con frecuen-cia, sin indicaciones de fecha–, que nos permite apreciar la evolución de la mirada de Antonio, desde la cándidadesnudez de su primera juventud hasta la actitud de melancolía resignada que se aprecia en las imágenes desu última etapa, ya en el hospital, donde las preocupaciones y la sospecha de una pronta ausencia multiplica denuevo la gestualidad afectiva de las primeras fotos familiares. También es interesante detenerse en esa since-ridad de la mirada escrutadora, penetrante de Antonio en su madurez creativa y vital.

Estamos, en definitiva, ante un libro diverso que puede satisfacer curiosidades e intereses múltiples.En él encontramos la obra nacida de los sentimientos, de los recuerdos personales y familiares y de la ex-traordinaria capacidad creativa de dos grandes artistas: los Saura, que ponen de manifiesto su pasión por viviry por crear.

Saura x Saura es una nueva aportación al conocimiento de Antonio Saura, de quien tan orgullosas nossentimos las personas que, como él, amamos Cuenca y Castilla-La Mancha.

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SAURA x SAURA M. ÁNGELES SAURA

Septiembre de 2008

¡Saurita, hola, ya estoy aquí!

Así me saluda Antonio cuando, de paso por Madrid, (normalmente hacia Cuenca), quiere que nos veamos.Y, si no me ha llamado antes desde París, me pregunta, -¿está aquí el hermanito?-. Si lo está, que es lamayoría de las veces, preparamos el plan de nuestro encuentro. Comemos algo en un sitio que nos

guste, visitamos las ofertas de libros de VIPS, procuramos acercarnos a El Prado, aunque sea un momento, aver a Velázquez y a Goya, y después, mi marido Marcos nos lleva en coche a varios kilómetros de Madrid,donde, en casa de Carlos, éste nos proyecta las películas que prepara o algún reportaje que ha grabado, y allíacabamos cenando, escuchando música y charlando hasta las tantas entre sobrinos guapísimos y las precio-sas bestias del minizoológico que Carlos siempre tiene: perros con lenguas de marciano, gatos con caras demono, peces que crecen hasta parecer besugos y pájaros que chillan y hablan como posesos.

Antonio y Carlos, tan diferentes, a veces tan opuestos. De niño, Antonio pulveriza con DDT la cuna deCarlos. De adolescente, Carlos hace rabiar a Antonio hasta llevarle a arrancar de cuajo un mantel con platos yfuentes y vasos encima, y los dos se ríen después al recordarlo. De sus diferencias hacen con el tiempo com-plicidad. Siempre en relación los dos, siempre asociados. No hay nadie en la familia o entre los amigos que nopregunte por ellos en plural, ¿qué tal Carlos y Antonio?, ¿sabes dónde andan Antonio y Carlos?, siempre así. Yesta asociación no solo se da entre los próximos, más de un artista ha preguntado a Carlos por su pintura, y aAntonio por sus películas, y los dos han contestado muy serios sin deshacer el entuerto.

Antonio y Carlos, tan inquebrantablemente iguales en lo esencial. Antonio, luchando porque su obra nosea objeto de especulación. Carlos, negándose a dulcificar sus películas para conseguir más taquilla o más pre-mios. Con su rechazo igual a la cursilería o la mistificación. Con su misma atracción desde muy jóvenes por lafotografía. Carlos, con una gran obra realizada y una colección de cámaras extraordinaria. Antonio, haciendo élfotos y ofreciéndose en cualquier momento a posar para Carlos fascinado por las imágenes y por esas mismascámaras, de las cuales alguna se convertirá en uno de sus más queridos fetiches, fetiches compartidos tambiénpor los dos. Carlos y Antonio, en Huesca, en Madrid, en Cuenca, en Suances, en Barcelona, en París, en Lon-dres, en Granada, en Stuttgart, en Costa Rica. Antonio y Carlos, charlando, discutiendo, colaborando, revi-viendo su infancia de bombardeos en Barcelona. Y así desde nuestra casa familiar.

Por eso, estas fotos son como visitarlos desde allí, desde aquella casa donde, al menos para mí, son yacomplementarios. Música, objetos, libros, trabajos, todo es distinto en sus cuartos-taller, pero todo lleno de pun-tos de contacto. Y por eso, en ellas hay tantos amigos familiares. Desde José Ayllón, hasta Emilio Sanz de Soto;desde Servando Cabrera o Gustavo Gili, hasta Alberto Portera o Hans Meinke a Luis Buñuel, de cuya VIRIDIANAla imprenta que nuestro padre tenía al lado de nuestra casa hizo el press-book para el festival de Cannes de 1961donde ganó la Palma de Oro; esta imprenta ya había hecho antes otros press-books para Carlos, entre ellos, elde LA CAZA (diseñado por él y por Antonio), que en el festival de Berlín de 1966 se llevó el Oso de Plata a la mejordirección. Y esto, con nuestra madre en su piano y nuestro padre organizando sus divertidas ruletas de Noche-vieja. Y a los amigos que no pueden estar aquí por falta de espacio, los que sí están los representan.

Nunca se debería hablar de las personas solo en pasado, es horrible, es matarlas con los verbos: estuvo,visitó, viajó, fue. Es odioso. Y, desde que existe la fotografía, es además falso, las fotos siempre son presente,es su gran poder.

Así que en éstas, Antonio y Carlos bromean, viajan, fuman, ríen, posan y miran en presente, junto a pa-dres, hermanas, mujeres, hijos y amigos que, por supuesto, bromean, viajan, fuman, ríen, posan y miran igual,todos en presente.

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MI HERMANO ANTONIO CARLOS SAURA

22 de Septiembre de 1993

Hoy he ido a Cuenca para felicitar a Antonio por su cumpleaños. Le he encontrado bien, igual quesiempre, quizá más grueso porque no hace ejercicio y porque ha dejado de fumar -eso dice-. Des-pués de su operación se mueve con muletas por el nuevo estudio con soltura, entre dibujos, librosy esculturas africanas. Los dibujos que tiene extendidos sobre las mesas pertenecen al libro sobrePinocho que va a editar Hans Meinke. Allí están Bonifacio y Antonio Machón, el galerista de Madrid.Más tarde se incorporó a la reunión Antonio Pérez.

Septiembre de 2008

No es verdad que el tiempo todo lo borra, a veces, al contrario, el tiempo coloca las cosas en su sitio,quiero decir que, limando asperezas e injusticias, el tiempo hace que resurjan de la oscuridad, o tal vezde la luminosidad, personas que hemos amado, que han pertenecido por derecho propio a nuestra vida,

a ese reducido número de personas que nos han acompañado en nuestro crecimiento y también en nuestra apro-ximación a la edad de la razón que preconizaba Gracián, edad que desgraciadamente indica que estamos ulti-mando los peldaños de esa escalera de la vida que interrumpe bruscamente su crecimiento. Le sucedió a mihermano Antonio, que desapareció un mal día de esta vida hace ya diez años.

Nuestra madre siempre dijo que Antonio fue un bebé llorón y complicado, quizás porque ya entonces ensu vida iniciada estaba disconforme con lo que le rodeaba. De niño –según me dicen– trató un par de veces deasesinarme, sin duda con esa inocencia infantil que empaña cualquier violencia. Él, que era el primogénito de unasaga sauriana, cumplía así con la defensa del privilegio que la naturaleza le había concedido en un intento de evi-tar rivalidades futuras. Se suele olvidar que los niños son el espejo de la violencia animalesca, de la rivalidad porel poder, el cortejo de la dama, y la defensa del territorio: de la familia, de la casa, de la patria… Una rivalidadque ni la mejor de las educaciones ha conseguido extinguir, según se desprende de los conflictos, violencias yguerras que cada día nos amenazan.

Esos celos de primogénito desaparecieron en edad temprana y no recuerdo yo que ejerciera la ventajaque suponía los casi dos años que me llevaba, antes al contrario, durante la infancia y la adolescencia fue uncompañero de aventuras y un amigo –aunque a veces tuviéramos sus más y sus menos- en experiencias tandiferentes como los juegos, el aeromodelismo, la fotografía, el dibujo o la lectura. Yo me inclinaba más por lahabilidad manual, por el Meccano, él, por inventar periódicos que ensamblaba con dibujos y escritos en los quea veces participaba, y sobre todo tenía ya de crío una extraordinaria habilidad a la hora de manejar los colores,y si en el dibujo andábamos parejo, en la pintura me daba cien vueltas. Mis intentos por pintar decentemente alóleo terminaban siempre, ante mi desesperación, con el lienzo emborronado, mientras él sabía al dedillo cómomezclar y aglutinar las pinturas, como manejar los pinceles, y las artimañas necesarias para el bien pintar. An-tonio siempre fue un estudioso y un experto en cualquier tema relacionado con el arte y especialmente en la pin-tura. Compraba libros de arte con la obsesión de un coleccionista y no era raro verle con su bastón y su patatiesa llevando bolsas que contenían pesados tomos comprados en cualquier librería.

Las veces que fui con Antonio a los museos: en Madrid, en Paris, Berlín, Ámsterdam, Londres… me ex-plicaba los procesos y la alquimia necesaria para preparar los lienzos y pintar bien y por derecho: cómo pinta-ban al óleo los flamencos; cómo los grandes pintores italianos; cómo Velázquez, una vez terminado el cuadro,

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trataba de aligerar la pintura para obtener la gracia de la improvisación; cómo Goya que llevaba a las pinturassus sueños y pesadillas, parecía descuidado cuando en realidad dominaba la técnica a la perfección; cómo ElGreco, que ensayaba el color de los pinceles en los bordes de sus cuadros, dejaba las huellas de su sabiduríapictórica…

Por eso fue lamentable que la muerte le llegara antes de tiempo, antes de que pudiéramos trabajar jun-tos de nuevo, esta vez en mi película GOYA EN BURDEOS en donde él iba a ser mi colaborador, por eso le de-diqué la película cuando murió, era lo menos que podía hacer.

No deja de ser curioso que fuera Goya el pintor que nos fascinó en nuestras primeras visitas al Museode El Prado, que mi primer intento cinematográfico fuera un pequeño documental en donde traté de revivir elambiente de su bellísimo cuadro “La pradera de San Isidro”, y que terminará por hacer una película sobre losúltimos años de su exilio y vejez en Burdeos con mi amigo y actor Francisco Rabal.

Cuando empezó la guerra civil en el año 1936 –los desastres de la guerra– yo tenía cuatro años y mi her-mano seis. Con esa diferencia de edad él era tal vez más lúcido y seguramente entendió mejor las razones ylas causas de una guerra fraticida que yo solo llegué a comprender más tarde. Esos tres años de lucha estánpoblados del ronroneo de los Junkers y Heinkels alemanes, de los Fiat CR-32 y de los trimotores Savoia Ma-chetti italianos, de los Ratas y Chatos rusos, de reflectores iluminando el cielo de Madrid y de Barcelona, y debombas que explotaban al azar aquí o allá. Mi familia vivió la guerra en Madrid, Valencia y Barcelona, acompa-ñando los desplazamientos del Gobierno Republicano, porque mí padre era uno de los secretarios del Ministrode Finanzas. Todavía hoy el aullido de las sirenas o el ruido de las bombas me llevan, con la velocidad del pen-samiento, a una etapa de mi vida infantil en donde la hambruna, las privaciones, la enfermedad, el miedo y la tris-teza lo llenaban todo. Mi rechazo actual a las llamadas telefónicas se debe a que durante los tres años que duróla guerra, el teléfono era mensajero de la muerte: algún amigo o pariente había muerto en el frente, o había sidofusilado en la cuneta de cualquier camino o carretera.

Una parte de nuestra infancia transcurrió en la Avenida de Menéndez y Pelayo de Madrid en donde vi-vían nuestros amigos y compañeros de juegos. Nuestra casa estaba frente al Parque del Retiro, que durante laguerra fue base militar y donde soldados rusos con gorros de astracán custodiaban en invierno las entradas. Alatardecer jugábamos a las canicas bajo la luz tintada, amoratada y mortecina de las farolas de gas, una luz quedificultaba la aproximación de los aviones a la ciudad durante la noche y que nos daba una apariencia cadavé-rica. Los juegos se interrumpían de repente por el interminable aullido de la sirena que anunciaba la proximidadde los aviones enemigos y los gritos de los padres, que desde balcones y ventanas, llamaban a los chicos paraque entraran rápidamente en las casas. Enseguida la ciudad se quedaba silenciosa y a oscuras, un silencio quedespertaba con el ronroneo de los aviones que se aproximaban.

Ya en el refugio del piso, bajo la protección familiar, alrededor de una vela encendida, mis padres, mi her-mana María Pilar, mi hermano Antonio y yo esperábamos lo peor. El grito de un miliciano que vigilaba la calle:¡Esa Luz! ¡Esa luz!, obligaba a apagar la vela porque las persianas de láminas de madera y las contraventanashabían desparecido para poder cocinar o caldear el piso. En esa oscuridad de miedos y explosiones que hacíantemblar las paredes, crecimos algunos de los niños que ahora contemplamos la vida desde la altura de los años.

Acabada la guerra volvieron los animales al parque zoológico y los rugidos de los leones, el barritar delos elefantes, los aullidos de las hienas llenaron nuestras noches, noches africanas aderezadas con las aventu-ras de Tarzan que nuestro padre nos leía, o de historias que él –buen fabulador– se inventaba cada noche y quedespejaban nuestro sueño. Nuestro padre fue narrador de cuentos interminables y compilador de imágenesdispersas que pegaba en hojas para formar álbumes fantásticos en donde se mezclaba una turbina Pelton conla ballena boreal, imágenes que ampliaban nuestro mundo visual mostrándonos la complejidad de la naturalezay los misterios del más allá. Seguramente de allí heredamos la obsesión por la acumulación de imágenes quepresiden nuestros lugares de trabajo protegiéndonos tal vez de un peligro desconocido, y así, pegadas, recor-

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tadas, torturadas con alfileres sobre las plancha de corcho, forman una continuación de nuestras obsesiones.Antonio acumulaba con avaricia de coleccionista: mascaras, libros, dibujos, casetes, discos, papeles, imágenesrecortadas de los periódicos, postales de cuadros que admiraba, objetos varios, todo ello formaba parte de suuniverso, una especie de memoria visual que le servía tal vez de inspiración.

Nuestra madre nos despertaba por la mañana, antes de ir al colegio, con ejercicios de digitalización, es-calas que, como torrentes vertiginosos, surgían de sus agilísimos dedos en el piano vertical que presidía la en-trada del piso.

Mi madre, que nunca insistió en el tema, nos inculco el amor a la música, Ella, que era incapaz de con-tarnos otro cuento que no fuera el de “Almendrita”, cuento que sabíamos de memoria y que nos aburría sobe-ranamente, tenía un portentosa facilidad y un oído fuera de serie para la música, por algo fue pianista profesionalun par de años, justo antes de casarse con mi padre. Mi padre pasaba el día entre el Ministerio de Hacienda ysu despacho en la casa escribiendo y cotejando libracos de leyes y más leyes, y así llegó a escribir más de 40tomos sobre materias tan extrañas para nosotros como Hacienda Local, Tarifas, Tributos etc. Antonio y yo es-tudiábamos “Comercio” y que era una especie de réplica del bachillerato orientado más a la práctica del co-mercio. Mis padres estaban empeñados en que sus hijos tuvieran un empleo fijo y, tanto mi hermano Antoniocomo mis hermanas María Pilar y María Ángeles, hicieron oposiciones y obtuvieron plaza para no sé qué del Mi-nisterio de Hacienda. Que yo recuerde nunca mi hermano Antonio tomó posesión de su plaza. Yo, en cambio,me negué a estudiar unas materias que me eran por completo ajenas y decidí estudiar el bachillerato.

En el año 1945 mi hermano se puso enfermo. Entonces era un muchacho de 15 años. Empezó con underrame sinovial en la rodilla derecha que le inmovilizó. La cosa era mucho más grave de lo que se pensó y laenfermedad de Antonio tenía un nombre fatídico para la época: tuberculosis. Consecuencia de la guerra, se dijoentonces: falta de alimentación, falta de calcio en los huesos, un crecimiento rápido y excesivo.

En esa edad en que se va a clase con el temor de que a uno le pregunten la lección del día, se corre aloca-damente en el patio del colegio durante los recreos, se descubren los misterios que esconden las chicas, y se co-meten toda clase de insensateces, en ese difícil aprendizaje en donde el niño crece y se confunde con el hombreadulto, y se vive sin preguntarse para qué ni porqué, enfrascado en los estudios y en los juegos, la tuberculosis es-tuvo a punto de dar con la vida de mi hermano Antonio. Mientras yo era un muchacho lleno de salud y energía, quecorría, jugaba al fútbol, patinaba y nadaba, Antonio permaneció inmovilizado en la cama –estaba escayolado hasta lacintura–, en una soledad solo compartida con su familia y con algunos fieles amigos que le visitaban los fines de se-mana, y sobre todo, con la compañía de mi madre que nunca le abandonó y que quizás encontró en él una nuevarazón para vivir.

Fue gracias a una serie de circunstancias afortunadas –la llegada a España de la primera penicilina quenuestro padre debía comprar de estraperlo– que esa terrible enfermedad que se le adentró en los huesos, re-mitió poco a poco, no sin sufrimientos y después de múltiples operaciones.

Fue durante esos años decisivos para su formación, cuando surgió la ciudad de Cuenca como una posi-bilidad para facilitar su convalecencia, por su clima seco y el aire limpio que allí se respiraba. Mi padre compróun caserón en la calle San Pedro en el número 25, ahora 27. Desde entonces hasta ahora el caserón ha perte-necido a la familia: primero a mis padres, luego solo a mi hermano, y más tarde a sus herederos, a su esposaMercedes y a su hija Marina.

En ese caserón, que mi padre había remozado preparándolo para la vida moderna: cuartos de baño, co-cina, etc.…pasamos mi hermano y yo una parte de nuestras vidas. Desde los 15 años hasta su muerte Cuencafue un refugio y lugar de trabajo para Antonio y siempre una referencia única en nuestras vidas.

En los años cincuenta, todas las mañanas, apenas templaba el sol, mi madre, mi padre cuando estabaen Cuenca, mi hermana María Pilar a veces, y siempre yo, bajábamos por las escaleras hasta el jardín la pesadacama de madera construida especialmente para la ocasión. Allí, en aquel jardín, bajo las sombras de las acacias,

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permanecía mi hermano todo el día echado en el camastro. Desde allí contemplaba la montaña que enmarcabala hoz del Júcar y las oquedades que llamaban “los ojos de la morita” y que tanto influyeron en sus dibujos ypinturas.

Durante su enfermedad Antonio creció intelectualmente con la lectura y la reflexión que le permitía suslargas horas de inmovilidad. Siempre me sorprendió su capacidad para soportar el dolor y el sufrimiento de lasoperaciones a las que se vio cometido.

Por eso no es de extrañar que cuando empezó a caminar, a moverse con libertad, su vida tomara unrumbo distinto. Desde entonces mi hermano Antonio anduvo por el mundo cojeando elegantemente apoyadoen el bastón y con un cigarrillo en la mano. Era muy atractivo, y las chicas se volvían para verlo. Empezó a pin-tar con asiduidad y se marchó a Paris para continuar el tránsito de artista de la época, fue amigo de surrealis-tas, de pintores y escritores, y de allí trajo amistades y su primera mujer, Madeleine, de origen sueco, que unbuen día apareció en Madrid ante la sorpresa familiar. Tuvo con Madeleine tres preciosas hijas de las que, la-mentablemente, solo Marina permanece. Tanto Ana como Elena desaparecieron siendo todavía muy jóvenes yestán enterradas en el mismo cementerio de Cuenca en donde están depositadas las cenizas de mi hermano.

De su enfermedad adolescente, de su solitaria meditación en su dormitorio con balcón-galería a la calle dePrincesa en Madrid, o en el jardín del caserón de Cuenca, le quedó a Antonio como una tristeza o melancolía pro-funda, que le hacía ser comprensivo sobre todo con los que, como él, habían sufrido dolores físicos y vivido un en-cierro obligado. Sin duda como consecuencia de sus pensamientos, sueños, dolores y angustias en la soledad nodeseada, nace una visión que le aproximaba al Goya de los Caprichos y de las pinturas negras. Es una exaspera-ción de la realidad en donde se yuxtaponen los monstruos del jardín de las delicias, los esqueletos secos y ex-presivos de Brueghel, los cristos crucificados, los felipes segundos altivos de quijada de burro, los restos dispersosde caprichos goyescos que se han mineralizado, ennegrecido, descarnado, las mujeres de esbeltos cuellos quesustentan rostros trazados con facilidad y violencia, con pechos marcados por negros trazos, mujeres que en oca-siones descorren sin pudor sus misterios. A veces, el gesto se vuelve sensual, de una sensualidad irónica más queplacentera, y los seres se vuelven saltamontes e insectos que copulan esperando el juicio final.

Antonio fue, también, un pintor de los que vampirizan las obras que admiran y las vuelven a inventardándoles una nueva encarnadura y un nuevo propósito. Bien estaba el respeto a las obras maestras, pero¿por qué no vampirizarlas, apropiárselas? no la copia vil, ni la fotografía del original, sino una recreación,una nueva invención, un homenaje rendido a los pintores y escritores que admiraba diciendo: yo admiro algoque tú hiciste y esta es mi manera de mostrarlo. Ahí están los Felipe II, los perros de Goya, los Quevedos,los Rembrand…

De mi hermano Antonio he admirado siempre su tesón y su sentido del orden, de un orden superior,jerárquico-artístico, de esto es bueno y esto menos bueno, eso regular y aquello para la basura. Todo claro,evidente, nítido; pocas o ninguna duda sobre cómo colocar este o aquel cuadro sobre la cal de las pare-des. Había en él un no sequé de zen, de despojo conventual y vivía con esa misma austeridad, sin lujos.Durante años no quiso que en la casa de Cuenca hubiera ningún cacharro eléctrico: ni lavadora, nevera otelevisión… Por suerte más tarde cambió de opinión. El día en que entró una máquina en su casa pensé yoque mi hermano había cambiado y se había vuelto otra persona.

La parte del artista estaba en su facilidad gestual, el gesto insistentemente ejercitado durante laduermevela que da esa aparente facilidad de un dibujo cósmico y corrosivo con pizca de humor aragonés,un humor socarrón de doble vuelta que tiene algo que ver con el temperamento anarquista que llevamosdentro. Dibujaba sobre cualquier cosa con una facilidad que se fue convirtiendo en manía: dibujaba en losmanteles de los restaurantes, en el pequeño cuaderno que llevaba consigo, en cualquier sobre, papel, car-tulina… que se topaba, con su bolígrafo, pero sobre todo con la pluma Montblanc que yo le regalé. Yo creoque, tanto él como yo, asumimos nuestra condición de aragoneses y quizá de allí se desprende una cierta

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ética para andar por el vida con orgullosa intransigencia, intransigencia que empieza por uno mismo: por eltrabajo bien hecho, por el rechazo de la frivolidad y del oportunismo, que se compensa, a veces, con la san-gre mediterránea, árabe y murciana de nuestro padre. “Saura” en árabe significa revolución. “Al Saura”La Revolución, nada menos, lo que nos faltaba para terminar de relacionarnos con los “Saurios” prehistó-ricos, nuestros ancestros más nobles y famosos.

De mi hermano Antonio aprendí la exigencia con uno mismo, ¡cuántos cuadros recién pintados destroza-dos en su estudio de Cuenca! ¡Cuánto esfuerzo y cuánta frustración! Un día, allá por los años 90 me sorprendióver que en su nuevo estudio –junto al caserón original, jardín por medio–, había un montón de cuadros de gran ta-maño sin terminar, estaban vueltos contra la pared, acuchillados, asesinados. Me permití echarles una ojeada, meparecía que algunos estaban muy bien aún dentro del destrozo, otros apenas estaban esbozados. Le preguntéel porqué de aquel despreció y me dijo: “Solo dejes lo que valga la pena y no dudes en destruir tus errores”, algoasí me dijo.

Yo creo que mi hermano estaba convencido de que al menos su obra le iba a sobrevivir, quizás por esoguardaba en los cajones de su estudio, ordenados meticulosamente: dibujos, carteles, serigrafías y grabados,innumerables catálogos de sus exposiciones, libros que había ilustrado o que un día le dedicaron… todo paraque no se perdieran ni enmohecieran, guardados y bien guardados para la eternidad. Y allí está su obra ahora:en museos de todo el mundo y en esta Fundación de Cuenca que él creó, en la que trabajó hasta el final, y cuyoedificio, elegido por él, está a solo unos metros de la casa familiar. Una obra monumental compuesta de dibu-jos, pinturas, cuadros, escritos, y las maravillosas publicaciones que él ilustró.

Estuvimos juntos y separados, pero siempre unidos, hermanados por un amor más allá de las palabras,quizá no lo expresábamos, no era necesario: hicimos exposiciones con el grupo “TENDENCIAS”, en los cin-cuenta; más tarde colaboré con el grupo EL PASO, que él fundó; hice las fotografías de la insólita exposiciónARTE FANTÁSTICO en la Galería Clan; mano a mano realizamos la serie “MOI”, de la que yo hice las fotossobre las que Antonio trabajó después; y en fin, para no dar la tabarra, expusimos juntos dibujos y fotografías,montamos juntos la ópera CARMEN en Stuttgart y Spoletto, y compartimos los mismos amores por San Juande la Cruz, Goya, Cervantes, Quevedo, Gracián y Borges.

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Antonio y María Ángeles Saura con Cuqui. El Escorial, 1947.

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Antonio y María Ángeles Saura con Cuqui. El Escorial, 1947.

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Antonio Saura. Barcelona. 1947.

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Antonio Saura y el Doctor Bastos. Barcelona, 1947.

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Antonio y Carlos Saura. Madrid, hacia 1948.

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Antonio Saura. Madrid, 1949.

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Antonio Saura, padre y Antonio Saura, hijo, en su casa de la calle Aravaca 6. Madrid, 1949

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La familia Saura en su casa de la Calle Aravaca, 6. Madrid. 1949.

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Antonio Saura, su madre Fermina, Pita y su hermana María Pilar. Madrid, 1949.

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Antonio Saura y sus hermanos, María Ángeles, María Pilar y Carlos con Rustan. Calle Aravaca 6. Madrid, 1949.

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María Pilar y Carlos Saura, de pie; Madeleine Augot y Antonio Saura, sentados a la derecha y Pita, arriba a la izquierda y dos amigas. Suances, Santander, 1954.

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Madeleine Augot, Antonio Saura, hijo, Antonio Saura, padre, María Pilar y Carlos Saura. Suances, Santander, 1954.

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Carlos y Antonio Saura. Cuenca, años 50.

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Carlos Saura, Sevando Cabrera y Antonio Saura. Cuenca, años 50.

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Antonio Saura. Colgada en la pared una pintura de carácter experimental. Madrid, 1955.

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Antonio Saura. Guisando, Ávila, 1958.

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Antonio Saura, Rafael Canogar y Manuel Millares. Barcelona, 1959.

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Antonio Saura, Luis Buñuel y Carlos Saura en la Hoz del Huécar. Cuenca, 1960.

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Antonio Saura en la calle Carretería. Cuenca, 1961.

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Antonio Saura en su estudio de la calle San Pedro. Cuenca, 1962.

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Antonio Saura en su estudio de la calle San Pedro. Cuenca, 1962.

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Antonio Saura en su estudio de la calle San Pedro. Cuenca, 1962.

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Emilio Sanz de Soto, Luis Buñuel, Mario Camús y Antonio Saura. Chinchón, 1962.

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Luis Buñuel, Antonio Saura y Emilio Sanz de Soto. Chinchón, 1962.

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En segundo plano, Antonio Saura, Luis Buñuel, Emilio Sanz de Soto, Mario Camús y Carlos Saura. Sentados en el suelo, Alberto Portera y José Ayllón. Chinchón, 1962.

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Antonio y Carlos Saura con amigos y familiares. Cuenca, 1962.

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Carlos Saura, Marcos Pérez, Geraldine Chaplin, Ángeles Saura y Antonio Saura. Londres, 1972.

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Antonio Saura. Cuenca, 1972.

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Mercedes Beldarraín y Antonio Saura. Cuenca, 1972.

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Antonio Saura. Cuenca, 1972.

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Mercedes Beldarraín y Antonio Saura. Cuenca, 1972.

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Antonio y Carlos Saura. Londres, 1972.

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Antonio Saura. Londres, 1972.

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Antonio Saura, Geraldine Chaplin y Carlos Saura. Londres, 1972.

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Antonio Saura. Londres, 1972.

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Antonio y Carlos Saura. Museo Británico, Londres, 1973.

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Antonio y Geraldine Chaplin. Museo Británico, Londres, 1973.

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Retrato de Antonio. De la serie Ensayos sobre mi hermano. 1974.

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Retrato de Antonio. De la serie Ensayos sobre mi hermano. 1974.

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Retrato de Antonio. De la serie Ensayos sobre mi hermano. 1974.

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Retrato de Antonio. De la serie Ensayos sobre mi hermano. 1974.

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Retrato de Antonio. De la serie Ensayos sobre mi hermano. 1974.

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Retrato de Antonio. De la serie Ensayos sobre mi hermano. 1974.

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Retrato de Antonio. De la serie Ensayos sobre mi hermano. 1974.

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Retrato de Antonio. De la serie Ensayos sobre mi hermano. 1974.

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Antonio y Carlos Saura. Taller de grabado de Peter Bransen, París, 1976.

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Antonio y Carlos Saura. Taller de grabado de Peter Bransen, París, 1976.

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Ángeles Saura, Antonio Saura, y Gustavo Gili, en el taller de este último, trabajando en la edición de Moi. Barcelona, 1977.

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Antonio Saura en la inauguración de la exposición Moi. Barcelona, 1977.

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Julio Cortazar, Antonio Saura, Carmen Waugh y Carlos Saura. Madrid, 1977.

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Carlos y Antonio Saura. Estudio, París, 1977.

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Carlos y Antonio Saura. Estudio, París, 1977.

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Carlos Saura, Bonifacio Alonso, Antonio Saura y Marcos Pérez. Estudio de Bonifacio en Cuenca, 1979.

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Carlos y Antonio Saura. Cuenca, 1979.

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Mercedes Beldarraín, Antonio y Ángeles Saura y Adrián y Manuel Saura, hijos de Carlos Saura. Restaurante San Nicolás, Cuenca 1982.

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Antonio Saura. Estudio de París, 1982.

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Antonio Saura, en la preparación de la ópera Carmen. Stuttgart, 1991.

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Antonio Saura y Mercedes Pérez ante los figurines de Oskar Schlemmer. Stuttgart, 1991.

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Antonio Saura, en la preparación de la ópera Carmen. Stuttgart, 1991.

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Antonio Saura, con su hermano Carlos, en la preparación de la ópera Carmen. Stuttgart, 1991.

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Antonio Saura, Mercedes Pérez y Carlos Saura. Stuttgart, 1991.

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Antonio Saura. Stuttgart, 1991.

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Preparación del telón del acto IV de la ópera Carmen. Stuttgart, 1991.

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Antonio Saura. Cuenca, 1993.

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Mercedes Beldarraín, Marcos Pérez, Ángeles Saura, Eulalia Ramón y Antonio Saura. Estudio en Cuenca, 1993.

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Carlos, Ángeles y Antonio Saura. Estudio en Cuenca, 1993.

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Eulalia Ramón, Ángeles Saura y Antonio Saura. Estudio en Cuenca, 1993.

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Antonio Saura, Ángeles Saura y Antonio Pérez. Estudio en Cuenca, 1994.

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Antonio y Carlos Saura. Representación de la ópera Carmen. Spoletto, 1995.

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Antonio Saura en el Hospital 12 de Octubre. Madrid, 1997.

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Antonio Saura con su hermana Ángeles en el Hospital 12 de Octubre. Madrid, 1997.

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Antonio Saura con su hermano Carlos en el Hospital 12 de Octubre. Madrid, 1997.

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Antonio Saura en su estudio de Cuenca. Febrero de 1998.

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Antonio Saura en su estudio de Cuenca. Febrero de 1998.

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Antonio Saura en su estudio de Cuenca. Febrero de 1998.

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Antonio Saura en su estudio de Cuenca. Febrero de 1998.

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Mercedes Beldarraín, Antonio, Ángeles y Carlos Saura en la calle San Pedro de Cuenca. Mayo de 1998.

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Mercedes Beldarraín, Antonio y Ángeles Saura en la calle San Pedro de Cuenca. Mayo de 1998.

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Antonio y Carlos Saura en la calle San Pedro de Cuenca. Mayo de 1998.

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Antonio Saura en la calle San Pedro de Cuenca. Mayo de 1998.

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Antonio Saura con su hermano Carlos y la hija de éste, Anna, en la entrega de la medalla de Castilla-La Mancha. Manzanares, Junio de 1998.

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Carlos Saura, Hans Meinke, Antonio Pérez, Ángeles Saura, Marcos Pérez y Pierre Canova,abril de 2007.

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